Procesos bioculturales en México: embarazo /parto

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SERVICIOS DE SALUD CON CALIDAD INTERCULTURAL
EN PUEBLOS AMERINDIOS
YOLPAHTLI
Procesos bioculturales en
México: embarazo /parto /
puerperio, sexualidad y
muerte
Dr. Humberto Villalobos
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7. Procesos bioculturales en México: embarazo/parto/puerperio,
sexualidad y muerte.
Dr. Humberto Villalobos
Dentro de las tres esferas que componen e identifican los humanos, la que
corresponde a los aspectos biológicos y anatómicos toma especial relevancia cuando
estudia y analiza desde el campo de la sociología y la antropología.
Para poder descubrir dicha relevancia es necesario precisar que los humanos ocurren
una serie de fenómenos que derivan directamente de las necesidades que establecen
los procesos fisiológicos propios de todo ser vivo.
Así pues, en condiciones normales, todo ser humano respira, estornuda, tose, come,
eructa, defeca, se cansa, duerme, toma agua, orina, etc., empero, aunque todos
estos actos son importantes para la vida y la salud de la persona, algunos de ellos
toman particular importancia al interior de las diferentes sociedades, ya que de entre
estos fenómenos biológicos serán algunos los que adquieren una mayor significación
que otros.
Los fenómenos biológicos derivados de las necesidades fisiológicas propias de todo
ser vivo, en los humanos y al interior de las sociedades, pueden dividirse en dos
grandes grupos: Primero, aquellos procesos biológicos que no son considerardos
“trascendentes” por el grupo social. Segundo, aquellos procesos que sí son estimados
como trascendentes. Lo anterior motiva la siguiente pregunta: ¿qué es lo que motiva
que de entre todos los procesos biológicos que presenta la persona algunos tomen
una particular significación y otros no?
La respuesta a esta pregunta se relaciona con el hecho de que no todos los procesos
biológicos propios de un sujeto, juegan el mismo papel en el terreno de lo social y lo
cultural, v. g. toser–embarazarse.
Por lo tanto debemos entender a los procesos bioculturales como aquellos
relacionados a la morfología y la fisiología humanas, que son modificados por la
cultura, sea por lo que respecta a su forma de expresión, como a la interpretación
que de ellos hace alguna sociedad.
Debe quedar claro el hecho de que aquellos procesos biológicos que tienen una
gran significación para las personas son los que revisten una particular importancia
en dos terrenos: Primero, son aquellos que sociológicamente coadyuvan a la cohesión
del grupo social. Segundo, son aquellos que desde la perspectiva antropológica, son
un medio eficaz para conformar y mantener la identidad de una persona así como de
su grupo social. Lo anterior requiere un breve desarrollo. Por otra parte, suelen ser
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considerados situaciones de peligro para la integridad, la salud o la vida y, con
frecuencia se califican como momentos de transición en la vida, en el sentido que lo
tienen el embarazo, la enfermedad o la muerte.
Todo proceso biológico, como los señalados, dada la trascendencia que tienen para
la vida de la persona y la reproducción del grupo social llevan a que entre los
integrantes de la comunidad se establezcan signos, significantes y significados e
incluso sobre esta base logren establecerse símbolos con lo cual la persona y el
grupo social estructuran una serie de creencias que en forma de mitos logran alcanzar
la función de ser un sistema de ideas con las cuales se explican dichos procesos.
Ahora bien, aunado a lo anterior, los grupos humanos así como la persona, también
estructuran una serie de prácticas, las cuales en forma de ritos buscan mantener al
mito. Aquí se establece un núcleo dialéctico de suma importancia y de gran dificultad,
el cual si no es entendido satisfactoriamente no permite comprender como es que
una idea en torno a un proceso biológico puede estar tan arraigada al interior de la
comunidad–persona.
Este ultimo señalamiento permite conectar un siguiente punto de gran importancia
que se refiere al hecho de que sobre la base del sistema de mitos y ritos, un proceso
biológico empieza a socializarse a través de su normatización, esto es, empieza a
enmarcarse en el terreno del cómo debe ser v. g. en qué momento debe la mujer
embarazarse, cómo debe una mujer parir a un hijo, porqué la mujer debe descansar
cuarenta días después del parto, cómo debe el hombre expresar su sexualidad, cómo
deben ser los ritos de paso de la niñez a la adolescencia, qué debe comer un recién
nacido, cómo debe ser el rito funerario, etc. Esta socialización sobre el cómo debe
ser el proceso biológico trascendental se sustenta en la creencia (y prácticas) que la
comunidad–persona tiene de acuerdo a su cultura sobre lo que es lo normal. Este
comentario quedaría incompleto si no se menciona lo siguiente.
En el mismo momento que el proceso biológico se va normatizando entre los
integrantes de la comunidad también se va institucionalizando. Lo anterior es de vital
importancia dado que con la institucionalización de lo normal sobre el proceso
biológico, la fuerza que toma el cómo debe ser éste, es tal que cuando una persona
rompe con la norma, se hace acreedora tanto a sanciones formales v.g. jurídico–
legales como informales v. g. la estigmatización popular.
No es difícil comprender que mientras la persona cumpla con las normas establecidas
por su comunidad ésta se verá integrada a ella y en armonía con el desarrollo de su
propia persona y su cultura. Pero si la persona rompe con la norma establecida en
torno a cómo debe ser tal proceso o su comportamiento ante él, no sólo será objeto
de las sanciones sociales sino que incluso bloqueará su desarrollo y será visto, por
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su comunidad, como un sujeto extraño y con ello tendrá serios problemas para ubicar
su identidad.
Lo anterior lleva a precisar que cuando se establece el vínculo entre el profesional
de la medicina alopática con el paciente que pertenece a un grupo cultural indio, lo
que se está estableciendo, inherente a esta relación médico–paciente, es el
enfrentamiento entre la cosmovisión que en torno a los procesos biológicos tiene la
medicina oficial y la cosmovisión que sobre estos tienen los pueblos indios.
Así pues no es difícil entender que cuando el médico establece sus indicaciones
sobre el sujeto–comunidad, puede estar propiciando, de manera inconsciente, que
el paciente al hacer o dejar de hacer determinada cosa, rompa con su marco cultural
lo que se traduce en el paciente como atentar contra los símbolos, mitos, ritos, normas
e instituciones de su cultura y con ello poner en peligro la armonía de esta e incluso,
de que él pierda su propia identidad.
A continuación se presentan algunos ejemplos sobre los mitos y ritos alrededor de
ciertos procesos bioculturales y en donde podrá apreciarse los elementos simbólicos
que estos contienen.
Embarazo
Para los nahuas del sur de Veracruz, a decir de Guido Münch, uno de los datos
importantes que indica que una mujer esta embarazada es el hecho de que presente
vómitos acompañados de mareos y algunas veces desmayos. A los dos o tres meses
de embarazo las suegras buscan una partera quien empieza a atender a la madre
dándole masajes para acomodar al niño en buena posición. Algunas parteras
acostumbran dar infusiones de plantas para acomodar a los niños. Hay especialistas
hombres y mujeres que atienden a la futura madre cada dos semanas. Se cree que
las parteras pueden predecir el sexo del feto, e incluso cambiarlo. Se dice que si el
niño se mueve mucho o si el abdomen presenta mayor dureza de lo normal será
varón, Los indios piensan que los varones tienen gestaciones de 8 meses con 25
días, mientras que las de las niñas duran 9 meses completos. Se cree que el espíritu
del niño aparece en el vientre de la madre cuando éste empieza a moverse. El
aborto puede presentarse por exceso de trabajo, debilidad, disgustos, caídas, hechizos
o bien de manera intencional con abortivos. Se tiene por norma que cualquier mujer
embarazada debe guardar cuidados en el trabajo diario, para ello la ayudan su suegra
o sus cuñadas solteras. Existen algunas prohibiciones para las embarazadas, como
comer vísceras y caña de azúcar. Durante los eclipses las madres embarazadas se
atan a la cintura un pedazo pequeño de machete o un listón rojo para que la luna no
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muerda al niño y tenga labio leporino. Cuando la luna desaparece al tiempo que
nace el niño también suelen atarse un pedazo de comal a la cintura (1983: 124).
Los tarahumaras, creen que la concepción se produce durante o inmediatamente
después de la menstruación. En realidad, es sobre la base de esta creencia, que una
mujer soltera que ha quedado preñada, acusa al culpable durante un proceso judicial.
Ella sabe que el periodo menstrual corresponde al mes lunar. No se ponen limitaciones
a la mujer durante su menstruación.
La gestación dura doce meses. La mujer preñada se siente incomoda, sólo por la
dificultad para caminar. Se continúan las relaciones sexuales hasta que el feto es ya
muy grande y, en algunos casos, casi hasta el momento del alumbramiento. Se
reanudan poco después del parto (Benett y Zingg, 1986: 367-369).
Los huicholes tienen a la diosa Stuluwiákame, que es la que otorga hijos. Pero Nakawé
(abuela crecimiento) ocupa también un importante lugar en esta función. Los huicholes
entienden la fisiología de la procreación y consideran la concepción mágica, la cual
los dioses embarazan a las mujeres mediante flores que ellas esconden en sus ropas
(Zingg, 1982: 245).
Los tojolabales creen que nueve meses es lo que dura un embarazo; algunas personas
consideran que el embarazo dura más si el producto es masculino. De los tres primeros
meses se piensa que son para que el producto se forme y desarrolle en una clara de
huevo. Durante este tiempo se cree que el producto es solo un “puntito”. Durante el
cuarto mes el producto empieza a tener “muestritas” de sus extremidades y para el
sexto ya esta “entero” e incluso se diferencia su sexo y solo hasta entonces el niño
adquiere su alma.
También creen que durante toda su gestación el niño se nutre de los alimentos que
consume la madre y se considera que sólo el maíz, materia formativa del primer
hombre, contribuye directamente a la formación del cuerpo. Los productos sólidos
como las tortillas y los tamales, constituirán la carne mientras que los líquidos como
el pozol y el atole forman la sangre.
El embarazo se considera un estado de calidad “caliente” por lo que la partera
recomienda a la embarazada la suspensión de alimentos “fríos” tales como la piña,
los cítricos, el aguacate, el queso, la carne, el cerdo, carnero y pescado, que pudieran
amenazar la producción de leche. Mientras que recomendará consumir alimentos
“calientes” del tipo de la avena, el pan, el chocolate, el huevo, el frijol y las galletas.
Los peligros que amenazan al producto durante la gestación pueden ser “la coraja” y
enojo, frecuente en “mujeres de carácter bravo”, la falta de cumplimiento de los antojos,
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que son deseos del niño, el “calor” desprendido por mujeres embarazadas, el frío
que emana un muerto cercano a la casa o por acudir a un entierro, exponerse a los
rayos de la luna y cuando la mujer embarazada sale en las noches de luna no debe
alumbrarse con un palo de ocote ya que los dos polos de luz llamarían por rumbos
opuestos a los ojos del pequeño provocándole estrabismo.
La mujer en este estado no podrá depositar su cántaro de agua de cualquier manera
como lo hacia antes dado que el cordel que sirve para cargar el cántaro debe ser
estirado cuidadosamente, evitando que, por magia simpática, el propio cordón del
niño se enrede en su cuello. Los productos que nacen con caracteres de sapo o
cerdo, con huesos que simulan los de una ave así como parir una masa informe se
interpreta como una clara muestra de que la madre fue víctima de brujería durante
su embarazo (Ruz, 1982: 130-136).
Parto
Entre los nahuas del sur de Veracruz a los siete meses de embarazo las visitas a las
parteras son cada ocho días. Cuando la mujer empieza a sentir dolores fuertes llaman
de inmediato a la partera. Las mujeres se encomiendan a los santos y en especial a
la Virgen del Carmen, abogada de las parturientas. La partera empieza a rezar sus
oraciones mientras el marido y las abuelas hacen los preparativos. De manera muy
similar a la de los zoque–popoluca del sur de Veracruz, la mujer da a luz hincada y el
marido se pone enfrente de su esposa para que ella se apoye en sus hombros
durante el parto. El marido no puede pararse hasta que nazca el niño. Para esto, se
pone sobre el piso una cobija y una manta. Cuando el niño ha nacido, la partera reza
algunas oraciones y corta el ombligo. Ésta se envuelve en algodón y se entierra en
el panteón. El ombligo se corta a la medida de una cuarta, no se deja más grande
porque se piensa que el niño no podrá casarse cuando sea grande, ya que de la
medida que se corte el ombligo, repercutirá sobre el tamaño de su pene. Después de
cortado el cordón umbilical se quema con un machete caliente y se pone en el muñón
manteca de hueso de mamey (Münch,1983: 124–125).
En algunos pueblos del sur de Veracruz se acostumbra enterrar el cordón umbilical
junto a la hoguera si la criatura es mujer, si es hombre se cuelga en un árbol hasta
que se pudra. Esto se hace para simbolizar que el hombre debe salir a trabajar fuera
y la mujer se quedará a trabajar en casa. En algunos otro pueblos prefieren tirar el
ombligo al río, o bien ponerlo colgado en el tapanco de la casa, donde se conserva
envuelto para que le llegue el humo.
Entre los nahuas de Tatahuicapan, después del parto cortan el ombligo con un cuchillo
sobre una mazorca de maíz, el ombligo después se entierra rociado con agua bendita,
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en una esquina de la casa. Las mazorcas se envuelven, se entierran 21 días en el
piso de la casa. El día del nacimiento es muy importante porque da a las personas un
signo bueno o malo. Las virtudes y defectos de las gentes dependen del día en que
nacieron. Hay gentes que tienen facultades para lo sobrenatural según el signo del
día en que nacieron.
Durante el alumbramiento la partera da a tomar a la madre té de manzanilla con nuez
moscada, romero, limón miel y aguardiente. Esto se hace para que se reconforte y
arroje la placenta. Se dice que en la placenta o “guía” se percibe el número de hijos
futuros que vendrán, su sexo y si serán gemelos. Esto puede constatarse según el
número de “puntitos” que tiene la placenta. Algunas familias tienen la costumbre de
poner encima del vientre de la madre una piedra caliente envuelta en hojas de higuerilla
Entre los tarahumaras de Samachique, para “curar” a la mujer embarazada, * se
prepara tesgüino y se sacrifica un animal. Se invita al doctor. El baile del dutubúri
continua toda la noche y, por la mañana, se sirve comida y bebida en el patio. Después
de comer, se sigue bailando por un rato más. La familia es curada, ya sea con el tubo
chupador o con cruces marcadas con tesgüino. La parte principal de la cura consiste
en pasar una antorcha encendida sobre la cabeza de cada miembro de la familia, y
en quemarles un poco de pelo. Esto se hace para cortar el alambre invisible que
mantiene al feto ligado al cielo. Hasta que no se * corte, el niño no puede nacer. Esta
ceremonia sirve, además, para alejar los rayos y los huracanes. Es muy parecida a la
fiesta que se celebra después del nacimiento.
Cuando la mujer siente que se acerca el momento del parto, se dirige a un lugar
oculto, ya sea sola o acompañada por su marido o una amiga, No existe ninguna
comadrona autorizada. La mujer pare su hijo en posición de pie, sosteniéndose de
una rama sobre la cabeza. El niño cae sobre un nido de hierba preparado de antemano.
Durante el parto, se le da a beber a la mujer agua tibia cada tanto. La placenta es
enterrada. Se cortan unos quince centímetros de largo del cordón umbilical, y se lo
entierra para que el niño no sea tonto. El recién nacido es lavado y envuelto en una
manta (Benett y Zingg,1986: 367–369).
Cuando entre los huicholes se acerca el momento del parto, la mujer * va a una casa
acompañada de la comadrona y allí pare al hijo. Si el parto es normal, el marido se
queda esperando afuera y, en caso contrario, entra en la casa sólo si es un shamán,
o cuando la madre corre peligro de muerte, lo que ocurre rara vez. “Me dijeron que en
caso de que el marido sea shamán o no posea los conocimientos apropiados, debe
llamarse a un shamán para que ‘componga el estómago’ de la mujer preñada, para
que su hijo nazca bien. Al shamán le resulta fácil hacer esto, puesto que todo lo ve,
como si ella fuese ‘trasparente como una botella’, para decirlo con las palabras usadas
por el shamán que me habló de esta costumbre. La mujer se ata apretadamente
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alrededor de su cintura una faja, pero no se acuclilla hasta que comienza el trabajo
de parto, momento en que se agarra de una vara o palo. Siempre está presente otra
mujer para recoger al bebé y el cordón umbilical se corta con una piedra” (Zingg,1982:
245–246).
Entre los tojolabales por lo que toca al parto, puede señalarse que la parturienta es
dirigida durante el parto por la partera (me´xep – abuela). En el lugar se encuentra el
esposo, los suegros y los padres, En la cocina las parientes preparan alimentos para
los habitantes de la casa y ejecutan diligentemente todos los pedidos de la me´xep.
En el lugar escogido para el parto cercano a un madero, se colocan un petate, heno
o paños limpios. La mujer se acurruca sobre estos y empieza a aprovechar las
contracciones uterinas, agarrándose del poste. Para aumentar su fortaleza se le
proporcionan diversos alimentos. Con el objeto de mantener el calor de la matriz se
le da a ingerir una infusión de mirto con aguardiente casi hirviendo. Si el nacimiento
se retrasa, se deduce que la mujer no tiene fuerzas para expulsar al producto por lo
que se le dan a beber preparados líquidos con propiedades oxitócicas.
Una vez agotados los remedios la ayuda física se hace indispensable. El marido u
otro hombre se sienta en un banco frente a la mujer, a manera que ésta pueda
apoyarse en sus hombros para hacer más fuerza. Si esto resulta insuficiente la mujer
toma al hombre por la nuca y éste, juntando sus rodillas por arriba del abdomen de la
parturienta, realiza una maniobra de Kristeller. Un recurso más es colgar un lazo de
las vigas de la casa y se hace pasar por debajo de los hombros de la mujer, quien
queda casi suspendida, y así, evitando que el cansancio la obligue a sentarse, pueda
esforzarse aún más, mientras los asistentes le confortan y ayudan manualmente, a
la vez que la urgen a apresurarse para evitar que el niño nazca con la cabeza
“hinchada”.
Una vez ocurrido el nacimiento la me´xep revisa cuidadosamente el cordón umbilical
par ver en número de “botoncitos” que tiene. Cada uno de estos que sea rojo y
grande anuncia un nuevo varón, mientras que el número total de los blancos y
pequeños refleja las próximas niñas. El total de futuros hijos puede limitarse aplastando
estas protuberancias hasta deshacerlas. Realizado lo anterior, se corta el cordón
con una tijera y se queman los extremos con una vela nueva o con un trozo de ocote.
El niño es aseado con trapos limpios y en caso de parecerse de manera singular a
uno de sus progenitores, pudiera estar anunciando la próxima muerte de éste. Así
mismo, cuando la semejanza física es con algunos de sus abuelos o parientes
difuntos, esta reflejando el regreso del alma de aquél, ya que según los ancianos las
almas regresan en algunos de sus descendientes.
El muñón del cordón umbilical se unge con una mezcla de pomada “atea” y agua y
se venda con paños nuevos o muy limpios, los que deberán ser continuamente
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cambiados hasta que el tejido se necrose y desprenda: entonces se quema. Una vez
alumbrada la placenta esta puede quemarse con leña en el interior de la casa o se
entierra en el patio o se arroja al fondo del río dentro de un morral viejo al que se le ha
atado una piedra grande.
Finalizado el trabajo de parto la mujer es acostada en su lecho, aseada y fajada con
un ancho lienzo. Se le dan a beber infusiones analgésicas. Inicia el amamantamiento
de su hijo y en el sitio donde se registra un nacimiento se encienden cinco velas, una
en cada punto cardinal y centro, como ofrenda al alma del recién nacido. Este sitio
deberá respetarse durante dos o tres días. (Ruz,1987: 130-136)
Puerperio
Entre los tarahumara después del parto la madre pronto reanuda el curso normal de
su vida, pero no se baña durante cuatro días, por temor de que el flujo de sangre se
detenga. No come manzanas ni calabazas durante dos o tres semanas. Además, el
marido no trabaja durante tres días.
Pasados tres días de nacido un niño, o a los cuatro días si se trata de una niña, se
realiza la fiesta de la “cura”. Se mata una cabra y se prepara tesgüino, pero no
necesariamente se baila dutubúri. Comúnmente, no se utiliza el patio, pero se coloca
una cruz en la casa, junto al jarro de tesgüino. El hechicero consagra la bebida y
sirve parte de esta. Luego la familia se arrodilla delante del doctor, quien toma incienso
y dibuja cruces en el aire, a los cuatro lados de cada individuo. A continuación, coge
tres palos encendidos de pino tea (cuatro en el caso de una niña) y traza más cruces
al aire. Luego quema un mechón de pelo de la punta de la cabeza de cada miembro
de la familia arrodillándose delante de él. Con la boca llena de agua, sopla una cruz
sobre la cabeza de cada persona. La cura queda terminada de esta manera, y se
continua bebiendo tesgüino.
Se realizan tres de estas fiestas de curación en el caso de un varón y cuatro cuando
se trata de una niña. Pueden ser celebradas en conexión con una tesgüinada de
trabajo, o puede ser una pequeña fiesta para este propósito especial. No se realizan
en fechas fijas (Benett y Zingg,1986: 367–369).
Entre los huicholes de Tuxpan después del alumbramiento no se lavan ni a la madre
ni al niño hasta que han transcurrido cinco días del nacimiento, ya que este es su
número mítico*. Durante el puerperio tanto la madre como el niño son “aislados” de
la sociedad. El recién nacido huichol, igual que todos los demás niños, no es humano
ni social. Son seres psico–físicos que se convertirán en humanos por el
condicionamiento social o por el influjo que ejercen las representaciones colectivas
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sobre el individuo. Varias etapas de este proceso son conmemoradas mediante ritos
de iniciación o pasaje que certifican al individuo su entrada a un nuevo grupo social.
Los ritos de iniciación o pasaje (bautismo, confirmación, etc.) conmemoran un nuevo
grado de participación social con el hombre o con los dioses.
Así pues, el recién nacido es sagrado e intocable y no esta sujeto al contacto social
común. Nada podría ser más obvio respecto de todo recién nacido y su madre, que
el hecho de que están fuera del contacto social corriente. Los huicholes dicen de
ellos, lo mismo que de una multitud de cosas sagradas, que son delicados, como
realmente lo son.
El estado o condición de sagrado (delicado) del niño es considerado en sentido
ritualista, impuro entre los huicholes, y esta condición contagia a la madre. Esto no
podría ser demostrado más claramente que por el hecho de que ninguno de los dos
es bañado o lavado antes de pasados cinco días. Este estado de ritual y real suciedad
se considera peligroso para los dos y para cualquiera que entre en contacto con
ellos. Es particularmente peligroso para el shamán que quita esa condición o estado.
Se dice que en los primeros tiempos, el shamán pedía “especial fuerza del Sol,
puesto que la madre y el niño están delicados”. El shamán debía ayunar, lo cual
podía perjudicarlo mucho, hasta que soñaba con el permiso para comer.
Durante los cinco días de ritual y real impureza o suciedad, se realizan ciertos
preparativos para hacer que la madre y el niño pasen de esa condición a otra de
participación social más normal y el niño, a una relación con los dioses. Durante este
periodo ritual, el padre ha fabricado flechas votivas, con ojos de dios colgados de
ellas, que son los símbolos especiales para el bienestar del niño. Estas flechas son
llevadas a las cuevas de la diosa del nacimiento Stuluwiákame o a las diosas de la
fertilidad, Nakawé y Otuanáka. Si el padre ha emprendido un viaje de peyote
recientemente, anticipándose a este nacimiento, no habrá olvidado traer una botella
de agua bendita del “lugar donde nacen los niños”, la especial orada y santuario del
Stuluwiákame.
Mientras tanto, la comadrona hace los preparativos domésticos para la ceremonia,
Se preparan cuencos de tamales, indispensables para toda ceremonia huichol, como
alimentos para los dioses. Uno de ellos tiene la forma tosca de una cabeza humana.
Se colocan los tamales sobre el altar de la casa de Dios y el padre los dedica, así
como también a los demás avíos escupiendo ceremonialmente sobre ellos según la
costumbre huichol.
La magia del agua bendita, cuando es consagrada aún más por las ofrendas de
alimentos para los dioses, es lo bastante poderosa para devolverle a la madre su
status social normal. Y todavía es más eficaz cuando esto se acompaña con el canto
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de los correspondientes mitos por parte del shamán, si bien no siempre se hace así.
El niño necesita de otro tratamiento ceremonial por medio del cual pierda su sagrada
inmundicia: El ritual de otorgamiento de un nombre (Zingg, 1982: 246-248).
Entre los tojolabales la puérpera será manejada por su me´xep y algunas mujeres
reanudan sus labores al día siguiente del parto. Se bañan durante los tres primeros
días en el temazcal acompañadas de la me´xep, quien le da masaje en el abdomen
para reducir el tamaño del útero, y les frota enérgicamente los senos para propiciar la
lactancia. El baño en el temazcal puede repetirse cada diez o quince días durante
toda la lactancia, o reducirse a los tres primeros baños que para muchas mujeres
comienza hasta los cuarenta días (Ruz, 1982: 130-136).
Sexualidad
Entre los nahuas del sur de Veracruz se pide la mano de la novia por medio de un
embajador, el cual es un anciano que habla con los padres de la muchacha. El
embajador recibe la respuesta y la lista de los gastos que tienen que hacer los padres
del novio. Por lo general se piden: toros, cochinos, guajolotes, gallinas, azúcar, chile
y arroz. Cuando no se ocupa un embajador, el trato lo hacen directamente los padres
de los jóvenes. Se hacen cuatro o cinco visitas con regalos, primeramente se llevan
pollos, cerveza, alcohol, en la última visita se entregan los toros y el dinero. En las
visitas participan los padrinos de boda del muchacho. Estas visitas se vuelven grandes
borracheras a donde se invita a muchas personas.
Las bodas se acostumbran hacer los viernes, sábados o domingo, cuando no es
necesario trabajar. En Sayula, un día antes de la boda se lleva el pedido a casa de la
novia. El cochino y los pavos se adornan con flores de tulipán. Los integrantes de la
comitiva llevan cargas de leña, pan, maíz, bolas de masa, velas, café y cigarros. La
madrina de la novia recibe los regalos, cotejando con el embajador la lista del pedido.
A esta ceremonia se le llama “la entrega”, al día siguiente se hace la boda. El día de
la “entrega” se empiezan ha hacer los tamales de chile ancho, mole, el chocolate y
se prepara todo lo que se va a ofrecer al día siguiente. Se nombran ayudantes para
atender a los invitados. Hay varios jaraneros y bandas de música.
Grandes cantidades de mujeres se dedican a hacer la comida, echan las tortillas y
muelen el cacao. Los hombres matan los animales, acarrean leña y hacen arreglos
para la fiesta. Los indios con más recursos económicos llevan conjuntos de música
moderna. El padrino de boda, que fue el de bautizo del muchacho, contribuye con las
bebidas y la comida. Su esposa o la madrina aporta el vestido de la novia. Los
suegros del muchacho obsequian diferentes regalos para el arreglo de la casa, tiempo
después de la boda.
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La virginidad tiene mucha importancia. Por ejemplo, en Coacotla, al otro día de la
boda la madrina certifica si la muchacha era señorita o no. Exhiben una sábana
manchada con sangre para que todos se enteren. Se dan casos que cuando la joven
no era señorita, el suegro la cambia de inmediato por otra de sus hijas, o de lo
contrario tiene que devolver todos los gastos que ocasiona la fiesta. Esto acarrea
numerosos conflictos porque los médicos municipales venden certificados falsos de
virginidad.
El adulterio está severamente sancionado y acarrea numerosos problemas sociales.
Hasta hace unos años se tenía por tradición matar a la esposa y al amante. El
adulterio es fuente de luchas desastrosas entre parientes sobre todo en las rancherías
donde los pleitos por mujeres son terribles, originan numerosas muertes y venganzas.
La infidelidad es motivo de separación y oficialmente del divorcio. Muchos hombres
abandonan a sus mujeres cuando se contaminan con las costumbres de las ciudades.
Se tiene por norma que el cónyuge que pide el divorcio tiene que dar dinero, se
dividen los hijos por sexo, la madre se lleva a las niñas y el padre a los varones. La
mayoría de las mujeres por no abandonar a sus hijos consienten en que su marido
traiga otra mujer al terreno de la familia, donde se hacen casas diferentes para que
vivan las dos.
La poligamia está socialmente aceptada, pueden tenerse varias mujeres, incluso
hermanas, siempre y cuando no tengan compromisos anteriores que puedan ser
objeto de pleitos. Aunque la poligamia es aceptada socialmente hay ciertas críticas
por los matrimonios monógamos. Los viejos que ya no pueden trabajar y tienen
dinero, compran muchachas jóvenes, con quienes tienen hijos, para que les ayuden
en las faenas agrícolas. En tierra nueva para 1983, 15 de 86 jefes de familia, tenían
más de una esposa y el promedio de hijos era de 10 a 15 por familia. Hay casos de
quienes tienen siete mujeres, las cuales se encargan del hogar, el campo o pequeños
negocios. Cuando el hombre es casado, los padres venden a su hijas.
La poligamia encuentra su origen en el aprovechamiento de la fuerza de trabajo para
la producción de bienes y servicios que se consumen en el hogar. El papel de la
mujer es muy importante en las faenas del campo, ya que sustituye a los peones
asalariados. La primera mujer es considerada la legítima y las demás como naturales.
Cada una de ellas tiene su casa en el solar familiar, donde conviven compartiendo
las labores del trabajo. La primera mujer dirige a las más jóvenes, quienes se encargan
de trabajo fuerte. El hombre va a las fiestas con sus mujeres, llevan dos anillos en la
mano, simbolizando que tienen dos mujeres, Los mestizos se han aprovechado de
esta costumbre para poner varios negocios con sus esposas en diferentes lugares.
Entre los mestizos la polígama acarrea como consecuencia la explotación comercial
del trabajo de la mujer.
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La prostitución se presenta entre las mujeres solas que abandonan sus comunidades
para irse a vivir a las ciudades como Acayucan, Minatitlán o Coatzacoalcos, donde
empiezan a trabajar como sirvientas, cocineras o empleadas. La prostitución les ofrece
ingresos que compensan económicamente estas actividades mal retribuidas. En
ocasiones, es la única fuente de ingresos económicos que encuentran (Münch, 1983:
130–133).
Entre los tarahumaras, existe la endogamia, pues son rarísimos los casos en que
hay matrimonios o uniones sexuales entre estos indios e individuos de otro grupo
indígena o mestizo, y aun difícilmente se verifican entre vecinos de pueblos diferentes
pertenecientes al grupo tarahumara. Sin embargo, entre los indios quienes han
asimilado la cultura mestiza y que viven fuera de la región propiamente tarahumara y
en contacto con los tepehuanes, pueden verse algunas uniones con tepehuanes,
tubares, mestizos y europeos.
La pubertad se presenta precozmente si se tiene en cuenta las condiciones
climatológicas y el ambiente biológico en que viven. En los hombres aparece de los
13 a los 14 años y en las mujeres de los 12 a los 13 años. En cuanto aparece la
pubertad se verifican las uniones sexuales, aun cuando la sencilla ceremonia del
matrimonio se practica un año más tarde, generalmente después del nacimiento del
primer niño.
Son las mujeres quienes toman la iniciativa en asuntos amorosos. Cuando a una
muchacha le agrada un joven, lo sigue, se instala por horas enteras frente a su
habitación * y trata por todos los medios posibles, pero tímidamente, de llamarle la
atención. Su coquetería es diferente a la mestiza, pues le arroja piedras, lanza gritos
o hace otras manifestaciones por el estilo.
Si el joven se acerca, ella le vuelve la espalda y huye, mas si la conquista está
hecha, el hombre la sigue entre el monte y la posee en alguna barranca o cueva;
pero si no logra esto la muchacha, entonces, después de las primeras manifestaciones,
se introduce en la casa de él. Los padres del pretendido son indiferentes a todo esto
y acostumbran tolerarlo por ser ya un hecho tradicional y bien visto. Al llegar la noche
la muchacha se tiende para dormir junto al hombre, y generalmente el sucumbe ante
este ofrecimiento y se verifica la unión. Realizado lo anterior, ella tácticamente queda
aceptada tanto por los familiares del hombre como por éste. Llevan* vida marital
durante un año, como noviciado; y pasado este tiempo, el hombre la toma como
pareja en definitiva o la repudia, alegando para justificar esto último, el que sea floja,
no sepa hacer tortillas o pinole no dé buen gusto al tesgüino, etc. El hombre puede
repudiar a la mujer aun cuando ésta se encuentre embarazada o tenga ya un hijo
siempre que no se haya verificado la ceremonia oficial del matrimonio, pues para
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hacerlo más tarde, es decir, para practicar el divorcio, es indispensable la intervención
y aprobación del gobernador de la tribu.
Pasado el tiempo del noviciado, la pareja se presenta ante el gobernador
manifestándole su deseo de constituir un hogar. Este funcionario da su consentimiento,
con lo que basta para que se consideren legalmente casados. Este acto se efectúa
en presencia del público y sin que sea necesario que intervengan los padres de los
contrayentes. Los recién casados se van a vivir generalmente con los padres del
hombre, rara vez con la familia de la esposa, y cuando sus medios económicos se lo
permiten, se establecen en su propia casa.
Ningún tarahumara se casa en las oficinas del registro civil, y algunos lo hacen por la
iglesia después de que el gobernador ha legalizado su unión.
Entre los indios llamados gentiles, que corresponden a un tipo de civilización inferior,
pues llevan una vida casi salvaje, se acostumbra reunir periódicamente a todos los
jóvenes casaderos de ambos sexos. El gobernador y demás autoridades se colocan
en el centro y en un extremo de la doble hilera que forman de un lado los hombres y
del otro las mujeres solteras. Enseguida aquél va preguntando a cada hombre y a
cada mujer si desea casarse con la persona que tiene enfrente, y le da unos momentos
de plazo par que reflexionen sobre el particular. Este breve tiempo lo emplean los
presuntos cónyuges para informarse de algunos detalles de sus respectivas vidas,
principalmente cuestiones económicas, y si quedan satisfechos de estos informes,
dan su asentimiento al gobernador. Por este solo hecho quedan casados, yéndose a
vivir juntos desde luego. En muchos casos los recién casados se vieron por primera
vez en esa ocasión.
En general, no existe ni es autorizada la poligamia; los únicos que gozan de este
privilegio son los Selimes ; pero sus mujeres no viven juntas ni se toleran entre sí, y
generalmente tienen sus habitaciones respectivas a grandes distancias unas de otras.
La virginidad es muy poco apreciada, y una mujer que ha sido desflorada, que se
encuentra embarazada o que tiene uno o varios hijos de padres desconocidos, es
tan bien aceptada como una virgen.
No existe un impedimento legal para que los viudos de ambos sexos puedan contraer
nuevas nupcias, y cuando hombres y mujeres no han llegado a la vejez, con facilidad
encuentran consorte, ya sean viudos, divorciados o solteros.
Los tarahumaras en general son morales en su vida conyugal, y es raro que los
gobernadores autoricen divorcios pero en las tesgüinadas, que duran varios días
consecutivos y a las que asisten hombres y mujeres, cuando se encuentran en estado
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de ebriedad existe una gran promiscuidad y ven con indiferencia adulterios, incestos
y violaciones, siempre que sea entre gente de su raza; pero si un blanco abusa en
estas circunstancias de una mujer, paga con la vida su audacia (Basauri, 1990: 297–
300).
Entre los huicholes los hombres adultos son quienes poseen a las mujeres ya sea
como esposas o como concubinas. Si bien la moral poco estricta que predomina,
favorece al adolescente, las intrigas y los amoríos clandestinos en el barranco no
simplifican sus problemas. Deben transcurrir algunos años antes de que el jovencito
pueda lograr la seguridad y simplicidad de una esposa propia y asumir las serias
responsabilidades de fundar su propia familia y cultivar sus propias milpas. Mientras
tanto, bebe demasiado en las fiestas involucrándose en peleas.
Los huicholes no constituyen una tribu puritana por lo que sus amoríos son en gran
medida sexuales y no pasan del plano físico. Los mitos no ponen de manifiesto
ningún lirismo o romanticismo amoroso, aunque de vez en cuando trasmiten
sentimientos fuertes y sinceros.
Las muchachitas huicholas son bonitas, graciosas, amables y afectuosas incluso en
público. Son recatadas y rara vez se les ve ir a buscar agua al arroyo solas, sino que
van poderosamente acompañadas de otras chicas. En caso de ir solas, se cuidan de
no ser vistas. En la casa o en las ceremonias, trabajan con las mujeres mayores y se
entregan afanosamente a la tarea de moler el maíz en su metate. Según Zingg cuando
la fiesta que culmina en las ceremonias se convierte en una camorra de borrachos,
cuidadosamente eluden los sectores más obscenos de los festejos (1982: 259–261).
Según C. Lumholtz en una tribu tan “voluptuosa” como la de los huicholes, , las
muchachitas muy pronto inician su experiencia sexual y ni la familia ni la comunidad
se escandalizan por ello. La observación, de que los padres no vigilan a sus hijos es
exacta. Por lo general los padres se emborrachan demasiado en las fiestas como
para estar en condiciones de cuidar a los hijos.
Esa salvaje confusión de borrachos en que se convierten todas las fiestas, proporciona
abundantes oportunidades para el ardiente cortejo a sólo unos metros de distancia
del centro de los festejos. Resulta evidente, a partir de la información y de los mitos,
que la mayoría de las mujeres son seducidas estando borrachas. Apenas pasada la
pubertad, la joven se convierte en concubina de un hombre ya mayor o en la esposa
de uno más joven.
En el cortejo, los hombres jóvenes toman la iniciativa, y uno de los mitos habla de un
muchachito que, para cortejar a su elegida se pintó el pene. La afirmación de C.
Lumholtz de que a una edad más madura la mujer busca al hombre, parece bastante
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probable. En el mito de Santiago, se habla de una mujer que le arrojó piedras a un
hombre para atraer su atención y que le compró vino para emborracharlo. C. Lumholtz
menciona que en le cortejo se intercambian regalos lo cual es confirmado por
incidentes que aparecen en la mitología.
Para Miguel Palafox el particular comportamiento sexual que presentan los huicholes
está determinado por la forma en como se organiza la producción y la familia. Así
pues, son estos dos hechos los que permiten que entre estos indios exista la poligamia,
en donde el número de esposas solo queda delimitado por la cantidad de maíz que
pueda cosechar el varón para sostenerlas. No menos frecuente es el incesto en
donde los hermanos, sin mayor problema pueden contraer matrimonio. Menos
frecuente, pero no raro, es el hecho de que el padre tome como esposa a la hija y en
algunos pocos casos más, también se toma hasta a la suegra. Este comportamiento
sexual ante la moral occidental orientaría a considerar comportamientos promiscuos.
No menos importante es el hecho que la mujer huichola pueda iniciar su vida sexual
desde los diez años con un hombre mucho mayor que ella (que puede ser su padre)
y esto tomar la figura ante nuestros ojos de paidofilia. Es común entre los huicholes
que los hombres en el campo tengan relaciones sexuales con animales como las
ovejas y burras, lo cual para los mestizos ser un comportamiento zoofílico. Son muchos
oros comportamientos en este terreno de lo sexual que pudieran presentarse, pero
más importante que hacer una larga enumeración que lleve solo a cuestionar si
existe la moral o no en este grupo, es más conveniente establecer, de manera general,
la causa que explica dicho comportamiento (1995: 149-184).
Para Palafox, el hecho de que la mayoría de los huicholes vivan en rancherías
establece que por largos periodos de tiempo una familia huichol no tenga contacto
con persona alguna, es decir, que durante periodos prolongados de tiempo se vive
en el aislamiento total, tiempo en el cual no solo los hijos crecen y sienten las
demandas propias de su sexo sino que además también se establece la necesidad
de una descendencia familiar que ayude tanto a los quehaceres del campo como a
los de la casa. Ahora bien, la única manera en como estas dos necesidades pueden
resolverse son: Primero, que los hijos, mujeres y hombres, adquieran un compromiso
con mujeres u hombres jóvenes de otras familias durante los días de plaza o de
fiestas comunales que esporádicamente se realizan a lo largo del año. Segundo, de
no suceder lo anterior, los matrimonios se realizan al interior de la familia, esto es,
entere hermano y hermana o entre hija y padre. De esta manera los jóvenes se
tranquilizan, sexualmente hablando, y se obtienen los nuevos integrantes de la familia
que se requiere. De no realizarse este segundo camino muchos grupos familiares
simplemente se habrían extinguido.
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No debe olvidarse que las muchas horas de soledad que vive el indio, cuidando sus
animales o trabajando en el campo lo lleva a que por imitación (sobre todo si es muy
joven) o por simple pasatiempo (si es adulto) favorece que tengan relaciones coitales
con sus animales.
Entre los nahuas del sur de Veracruz, cuando alguien esta en agonía se cree que el
alma empieza a recorrer todos los lugares por donde anduvo el individuo durante su
vida. Cuando pasan cosas raras, cuando hay sucesos inexplicables, ruidos o se
caen solas las cosas, se dice que alguien anda “recogiendo sus pasos”. Cualquier
hombre cuando va a un lugar desconocido, debe volver otra vez para conocer bien el
camino, de otra forma la agonía puede ser prolongada. Se debe saber llagar a los
lugares para “recoger sus pasos” y encontrar el eterno descanso. Se dice que las
estrellas fugaces son almas de agonizantes que persigue un brujo para devorarlas.
No debe uno señalarlas, para que puedan huir al mar sin ser vistas, donde logran
salvarse de sus perseguidores.
Cuando muere una persona se avisa a la gente, se buscan dos viejos de la familia
para que le quiten la ropa al muerto, lo bañen y lo vistan con ropa blanca. Los viejos
tienden al difunto en el piso y le ponen una cruz de cedro en el pecho. Entre los
nahuas se acostumbra amarrar en la cabeza del muerto una cinta roja, en los pies se
prenden con un alfiler un listón rojo y otro blanco, los cuales simbolizan el oriente y el
norte respectivamente. En los casos de asesinato se amarra a los pies del muerto
una prenda del asesino, con el fin de que el difunto lo encuentre fácilmente, no pueda
huir, sea capturado y también muera. Le cierran al cadáver los ojos y la boca. En
ocasiones, se ponen monedas sobre los ojos del muerto, para que no pueda llevarse
a sus familiares, en el caso de que pudieran abrirlos. La familia se lamenta con
fuertes gritos, y se culpa a los brujos de la muerte de alguien.
En las rancherías se buscan viejos que sepan rezar y en los pueblos grandes a los
rezanderos de oficio. En la iglesia empiezan a tocar las campanas de manera especial
para anunciar el duelo. También se manda avisar a las autoridades municipales para
que levanten el acta de defunción y otorguen el terreno en el panteón. Se manda
hacer una caja de cedro para el difunto. Junto al muerto se ponen todos sus objetos
personales con los que trabaja, como machetes, arco, flechas, martillo, serrucho,
cepillo, atarraya, frenos de caballo, etcétera. Cuarenta días después o al “cabo de
año” todos estos objetos se arrojan en las barrancas o en los ríos. Los objetos valiosos
no se tiran, únicamente se sahúman.
Para el velorio se matan pollos para el caldo, se hacen tamales, tortillas y café para
ofrecer a los parientes y amigos que vienen a ayudar. También se ofrece aguardiente
y tabaco. El velorio dura un día, durante el rezo se prenden siete velas, se dicen
cantos y alabanzas a Dios para el eterno descanso del difunto. De manera muy
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similar a lo que realizan los zoque–popoluca del sur de Veracruz, los nahuas ponen
un tecomate con agua para que el alma tenga que beber en el camino, siete tortillas
para que coma el muerto y su perro, un puño de maíz para alimentar a su pollo que
lo acompaña, siete varitas para espantar a las gallinas y perros negros que cuidan la
entrada del otro mundo. También se pone ropa, unas monedas para dárselas a San
Pedro en el momento que abre las puertas del cielo, cerillos para alumbrarse y un
plato de sal para su comida.
De la casa sale un cortejo encabezado por los cantores, hacia el panteón. Al concluirse
el entierro, los familiares echan agua bendita, borraja y mostaza para que los brujos
no puedan desenterrar el cadáver, sacarle el corazón y comérselo. Antiguamente,
se sembraba sobre la sepultura una mata de plátano o un árbol para que sirvieran de
señal en el campo. Ahora, se entierra a los muertos en el panteón con una cruz de
madera. Hasta el año de 1824 se enterraba a los muertos en camillas de varas,
envueltos en un petate y el hoyo era de nueve manos o cuarenta. Los ayudantes
primero cubrían el cuerpo y después la cabeza. La cabeza debía quedar orientada
hacia el norte y los pies al sur. Actualmente, los familiares riegan un puño de tierra en
forma de cruz sobre la tumba para que el muerto no regrese a espantarlos.
Hace algunos años todavía se mataba un perro negro, que ayudaba a cruzar el río
de sangre que tienen que atravesar los muertos en el otro mundo. Ahora, aunque ya
no se mata al perro, se sigue pensando que es el que salva el espíritu del hombre,
por eso debe tratársele bien. Asimismo, se mataba un gallo negro a nombre del
difunto, o una gallina negra si era mujer, se ponía junto al cadáver para que el alma
de la gallina acompañara a la de su amo y lo defendiera de las gallinas que cuidan el
cielo; avisaba a sus compañeros para que no se comieran al espíritu del difunto.
Los muertos durante los tres primeros días salen a “recoger sus pasos” sobre la
tierra, los siete días restantes resuelven los siete misterios o pruebas que necesitan
para poder resucitar. Después de haber resuelto los siete misterios, por fin llegan los
muertos a un lugar donde se encuentra San Pedro. Si el alma no tiene pecados el
Santo les da paso a la derecha, donde está la luz eterna y la gloria. Los nahuas de
Mecayapan le llaman Cantaxotalpan, lugar de la luz o cielo. En caso contrario, el
santo les manda a la izquierda Cantacomichcan, lugar de las tinieblas o infierno. Los
niños pequeños sin pecados van al Yahuijxochi lugar de arriba donde cuidan flores,
o paraíso. El paraíso se encuentra al lado derecho del gran río de sangre o serpiente
de fuego, es un pueblo lleno de flores donde viven los antepasados. Algunos vivos lo
conocen, porque han ido cuando han estado a punto de morir. Dios los ha regresado
porque todavía tenían que cumplir su misión en la tierra. También han ido los que
caen en trance.
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Actualmente se hace el novenario cristiano por el eterno descanso del muerto,
guardando abstinencia sexual. Los rezos duran hasta las seis de la mañana, las
gentes se turnan para rezar día y noche. Al cumplirse el décimo día, a las diez de la
mañana, el padrino de la cruz, la lleva al panteón adornada con flores, acompañada
por los rezanderos, quienes encabezan la procesión. Los rezanderos cantan
alabanzas, tomar licor y tocan una campanita. Él lleva a la tumba una ofrenda de
tamales, melas y licor, mientras se hace el novenario, el espíritu puede andar cerca
de la casa. Por eso se deben observar ciertas prohibiciones, como dejar de barrer,
comer arroz, frijol, chile y sal. De otra forma el camino del alma estará muy oscuro y
no podrá llegar a la gloria. No se debe comer chile porque los muertos se quedarían
ciegos, tampoco arroz y frijol porque en el otro mundo son gusanos y moscas. No se
debe barrer porque podría sacarse al espíritu de la casa, ni bañarse porque el muerto
deja mucho calor. Se piensa que las almas de los muertos dejan un calor muy peligroso
que pude causar enfermedad de muerte a los vivos. Nadie debe bañarse hasta el
final del novenario. Toda la casa y sus alrededores se sahúman con copal blanco
para ahuyentar el espíritu del muerto. En algunos pueblos las casas de los muertos
se abandonan y se queman.
Los festejos religiosos alrededor de la muerte de un individuo son muy importantes,
porque se cree en el regreso del alma, El velorio, el entierro, el novenario, los 40
días, el “cabo de año” y el Día de los Muertos en noviembre se hacen con el fin de
que el difunto no venga a espantar a su familia y la deje en paz. Las gentes
impresionables que piensan demasiado en los muertos pueden ser espantadas por
ellos. Los muertos pueden revelarse en sueños para pedir una corona de flores, una
cruz, una mata de plátano, unas velas para alumbra la oscuridad, o rezos para su
entreno descanso. Hay casos de aparecidos, algunas personas pueden hablar con
ellos, pero lo hacen de espalda, nunca de frente porque podrían espantarse. Muchos
muertos regresan a hacer peticiones especiales o bien, porque dejan dinero enterrado
o señalan donde está. Cuando el alma de algún difunto le habla a una persona, ésta
debe de ir al panteón a las doce de la noche para rezar y pedirle que no vuelvan a
espantarlo. Sobre la tumba se pone alguna ofrenda y se tira un puño de tierra en
forma de cruz. En Coacotla el tres de mayo, el día de la Santa Cruz, se hace una
fiesta en la noche en el panteón. Los hombres van a recibir el poder que les otorgan
las almas de los antepasados, se cree que si no se hace esta costumbre las gentes
se pueden enfermar o morir de susto (Münch, 1983: 134–141).
Durante el momento de la muerte * los rarámuri o tarahumaras estiman que el alma
abandona el cuerpo, pero permanece vagando durante un año cerca de la casa y del
pueblo en que vivía el difunto, pasado este tiempo se va en definitiva al cielo. Para
ayudar al alma del muerto en esto, practican una ceremonia especial que se describe
enseguida. Durante el año cuando el espíritu del muerto ronda la casa y el pueblo,
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puede convertirse en algún animal, especialmente coyote o lobo y venir a perjudicar
a los vivos comiéndose las gallinas o el ganado. Existe gran temor hacia los muertos,
pues aunque no vuelvan en la forma indicada, pueden causar maleficios,
enfermedades, etc., para hacer que sus familiares o amigos mueran también y vayan
a reunirse con ellos. Por este motivo, generalmente los familiares abandonan la casa
en que acaeció la muerte y en algunas ocasiones hasta la destruyen.
En cuanto muere un indio se presenta el ouerúame (sic) (médico y hechicero) y
dirige la palabra al cadáver, recomendándole que se vaya tranquilo y no vuelva a
molestar a los que aún permanecen en la tierra, prometiéndole que se le proveerá de
todo lo necesario para su viaje al cielo.
A las veinticuatro horas dan sepultura al cadáver en el cementerio del municipio o en
una cueva; dentro de la tumba colocan la cobija, la ropa y las armas del muerto;
además, un poco de pinole envuelto en un trapo y una hueja para que en ella prepare
su pinole durante el trayecto y toma agua en los ríos que encuentre en el camino.
Una vez terminado el entierro, todos se retiran sin más ceremonia en ese momento.
Cuando el entierro se verifica en el cementerio, la fosa y demás detalles son iguales
a los acostumbrados por los mestizos (antiguamente todos los tarahumaras hacían
los entierros en cuevas); trasladan el cadáver envuelto en una cobija y, amarrándolo,
hacen con él un bulto que suspenden con cuerda, de los dos extremos y del centro,
a un madero lo suficientemente largo para que los extremos puedan apoyarse en los
hombros de dos indios que tienen que transportarlo en esta forma, de la casa al sitio
destinado para el entierro.
Algunos acostumbran colocar el cadáver acostado sobre la espalda, dentro de la
cueva, rodeándolo de ramas espinosas para que no se acerque algún animal a
devóralo o a comerse el pinole. Otros practican dentro de dicha cueva una fosa de
30 a 40 centímetros de profundidad, y en ella entierran el cadáver, cubriéndolo con
una capa de ramas de pinos; sobre ésta extienden tierra, después piedras y por
último, otra capa de tierra. Ponen el cadáver, tanto en la cueva como en la fosa, con
la cabeza hacia el oriente y los pies con dirección al occidente.
Tres días después de que expiró un hombre y cuatro cuando se trata de una mujer,
extienden dentro de la casa y en el sitio en que solía acostarse en vida, un cuero de
toro curtido, y sobre él colocan varios cajetes con carne cocida. En este momento el
ouerúame habla del muerto insistiendo, como lo hizo ante el cadáver, en que no
vuelva y ofreciéndole los comestibles expuestos. Cierra la casa durante una noche.
Todos los presentes consumen alimentos y tesgüino, llevando, además, gran provisión
de esta bebida, con la que se embriagan durante uno o dos días. Agotado el tesgüino
se retiran, y muchas veces abandonan por un año, o para siempre, la casa.
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Cuando no están seguros de que el alma del muerto haya abandonado la tierra, por
haberse notado la aparición de enfermedades entre sus parientes o con insistencia
un lobo o un coyote se haya rogado las gallinas o le ganado, esperan el transcurso
de un año desde la muerte y practican una ceremonia que llaman iniuaame (significa
volar) para ayudar u obligar al alma errante a que “vuele” en definitiva al cielo. Para
esto llaman al ouerúame y arreglan de antemano dos casas que se encuentren
cercanas para que en ellas se desarrolle la ceremonia en la forma siguiente.
En el interior de cada una de estas casas, colocan dos grandes ollas llenas con
tesgüino, separadas una de otra por una distancia de un metro; a sus lados clavan
unas cruces de madera de pino y frente a éstas depositan un montón de cenizas de
encino y unas teas encendidas, las que remueven cada vez que se consumen. En la
primera casa y entre las ollas, se sienta el ouerúame, y a su derecha e izquierda tres
hombres y tres mujeres, respectivamente, distribuidos en la misma forma que las
anteriores, cuando se trata del alma de un hombre, y cuatro personas de cada sexo
si es de una mujer. El resto de los concurrentes, muy numerosos en general y atraídos
por el tesgüino principalmente, llenan por completo la casa, y muchos otros que no
encuentran sitio en el interior tienen que permanecer fuera de ella. Una vez instalados,
uno de los tres hombres sentado junto al ouerúame, ofrece una hueja llena de tesgüino,
que extrae de la olla cercana, a la primera mujer que se encuentre al otro lado del
sacerdote, y ésta, a su vez, ofrece otra a su vecino, con lo que se verifica un cambio.
Si la ceremonia fuera en honor de una mujer, entonces toca a una persona de este
sexo iniciar el ofrecimiento del tesgüino. A continuación, los demás hombres y mujeres
sentados a los lados del ouerúame, cambian entre sí huejas de tesgüino e invitan a
todos los presentes; pero hombres y mujeres deben acercarse por el lado en que se
encuentran las personas de su mismo sexo, y para tomar la hueja de tesgüino se
arrodillan frente al ouerúame, quien hace sobre la cabeza del solicitante la señal de
la cruz con una ramita de pino empapada en tesgüino. Al retirarse toman un puñado
de ceniza de la que se encuentra frente a las olas para arrojarla fuera de la casa.
Al agotarse el contenido de las ollas abandonan la casa en que han estado y se
dirigen a la segunda, alumbrándose con antorchas. Encabeza la procesión el
ouerúame y los siguen a la derecha los hombres y a la izquierda las mujeres. Durante
el trayecto van bailando, cantando y haciendo evoluciones en la marcha, pues las
columnas de hombres al caminar dan vueltas alrededor del sacerdote, y las mujeres
hacen lo propio en sentido contrario del que lo hicieron los hombres, sujetando el
paso, que es acelerado, al compás del canto.
Al llegar a la segunda casa, se instalan en la misma forma que en la anterior e
ingieren el tesgüino con las mismas formalidades que lo hicieron la primera vez,
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consumiendo, además, abundantes provisiones de alimentos que ya tienen
preparados en esta segunda casa, como ofrenda al muerto.
Terminado esto, generalmente al amanecer, salen todos de igual manera que para ir
de una casa a otra; pero llevan, además, las cruces que tenían colocadas junto a las
ollas, con objeto de enterrar éstas en representación del muerto. Hay que advertir
que los tarahumaras usan con frecuencia las cruces de madera en sus ceremonias,
bailes, etc., pero esas cruces representan al hombre vivo o muerto y no se refiere a
la cruz cristiana.
Hecho el entierro de las cruces se disuelve la comitiva, y sólo en algunas ocasiones
quedan bailando allí por varias horas los matachines contratados al efecto. La
ceremonia comienza al oscurecer, iniciándose, como se ha dicho, en la primera casa,
y debe terminar a la salida del sol del siguiente día, con el entierro de las cruces.
En ocasiones, además de todas las prácticas que hemos descrito, y para hacer más
efectivo y rápido el paso del alma de la tierra al cielo, acostumbran tomar entre
cuatro personas, cada una de un extremo, una cobija extendida, la que sacuden
fuertemente y la elevan sin soltarla, hasta sobre sus cabezas, pronunciando a gritos
la palabra rihuimo, que significa honrar de abajo a arriba (Basauri, 1990: 274–278).
Tanto los huicholes como los tarahumaras consideran que sus ceremonias de muertos
son ritos de iniciación o pasaje. Tal como lo señalara C. Lumholtz respecto a los
tarahumaras, el propósito de la ceremonia es conseguir que la persona se marche al
otro mundo. Cuando ayudadas por las ceremonias apropiadas, las almas de los
difuntos llegaran al Más Allá, ya no pueden retornar para perjudicar a los vivos o sus
propiedades. Es por ello que se realzan las ceremonias, tal como lo dicen los propios
indios con la mayor franqueza. Se trata de una poderosa motivación, ya que mediante
estos ritos de pasaje o iniciación, los descendientes y todas las demás personas se
liberan de ese tremendo temor hacia los muertos, que en general esclaviza la mente
primitiva.
Nada podría demostrar más claramente que la ceremonia huichol de la muerte es
un rito de iniciación o pasaje que el hecho de que no sólo se despacha al alma del
difunto al otro mundo, sino que además se clausura el camino con ramas espinosas
para que no puedan retornar. Las ramas utilizadas pertenecen a un cactus llamado
tusú, que es muy espinoso. También se lo quema y las cenizas son utilizadas para
tiznar los pies y el rostro del cadáver para que el alma no retorne.
Igual que en todo el mundo primitivo, también entre los huicholes los cuerpos de los
muertos son sagrados, ritualmente impuros, intocables y, por consiguiente están
fuera del reinado del contacto común tanto en sentido físico como social. Este estado
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sagrado puede trasmitirse a todo aquel que tenga que tocar el cadáver o que tan
sólo lo nombre, o que de cualquier otro modo, participe en el rito de iniciación o
pasaje mediante el cual el alma es despachada al otro mundo.
El mito de la muerte revela que este estado de impureza o intangibilidad se trasmite
a la fogata encendida para la ceremonia póstuma. Dicho fuego es sumamente delicado
y debe ser apagado al amanecer, hasta las cenizas son arrojadas a gran distancia.
Todos los alimentos preparados para dicha ceremonia deben ser consumidos, pues
cualquier resto que se dejara en esa comida sería delicado. El mito afirma que el
contacto con los muertos, hasta para el héroe cultural kauymáli, está prohibido. Los
grandes dioses le advirtieron que si quería tocar a la mujer muerta a la que amaba,
sólo lo hiciera con cierta espina a modo de flecha, nunca con las manos. Su flaqueza
sexual, que lo lleva a desear tener contacto sexual con ella, fue la causa de que la
perdiera y les trajo a los huicholes la muerte final e irrevocable.
A través del mito de la muerte resulta evidente que este estado sagrado afecta no
sólo al cadáver sino que también el alma tiene una condición de santidad, esto es, de
estar fuera del ámbito de contacto social normal y de ser una fuente de peligro para
cualquiera que entre en un posible contacto social con ella. La primera alma huichol
que murió, una mujer, dice: “Aunque abandoné a mis hijos, no puedo regresar. Soy
muy delicada. Mi cara es negra. Podría matarlos”.
C. Lumholtz logró recopilar información sobre la fiesta pagana de la muerte y la
describe como una dramatización del mito huichol de la muerte. Dice C, Lumholtz
que en la parte meridional del país, los muertos son enterrados en el centro de la
casa, en tumbas de apenas poco más de un metro de profundidad. Los huicholes no
derriban la casa en la que los seres queridos están enterrados, pero cuando cuatro
generaciones ya han vivido en ella, es abandonada. En todos los casos, el cadáver
es colocado con los pies apuntando hacia el este. El difunto inmediatamente recibe
donativo de agua en una caña hueca y cinco tortillas. Ningún miembro de la familia
come hasta después del entierro, que tiene lugar al amanecer del día siguiente. El
difunto se lleva consigo todas sus prendas de vestir y la caña con el agua. A los cinco
días del deceso, se celebra una fiesta en el patio exterior de la casa.
Cierto shamán describió a C. Lumholtz los ritos funerarios. Se amontonan en medio
del patio, todas las pertenencias del difunto y encima se colocan toda clase de víveres.
Durante la noche el shamán canta dirigiéndose a todos los puntos del mundo y a
decir de C. Lumholtz, en su canto menciona las buenas cualidades del muerto. Al
alborear el día, según la narración shamanísitica, interrumpe su canto y poniéndose
de pie, alarga la mano con que sostiene su penacho en dirección del este. Esto se
hace porque los muertos siempre se dirigen primero al país del peyote. Mientras el
shamán esta de cara al este, el alma del difunto viene volando en el aire en forma de
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una pequeña mosca blanca o de un pajarito, y se posa en el penacho. El shamán
coge al animalito con sus manos, pero éste comienza a llorar como si saludara a
todos sus antepasados y sus madres, que en el principio de todos los tiempos crearon
el mundo. En ese momento se adelantan el padre y la madre del muerto, quienes
también lloran y traen los alimentos favoritos de su hijo cuando vivía. La pequeña
aparición sacude sus alas en señal de contento al recibir las golosinas y el shamán
dice “Dadle toda la comida que más le gustaba”. Luego el pajarito hace una reverencia
y parte volando, primero hacia el sur y de allí rumbo al oeste alejándose así de su
padre y de su madre y de sus hermanos y su figura se pierde en la oscuridad del
cielo, cuyo horizonte apenas empieza a clarear. Cuando el sol sale y mientras se va
elevando, se ofrenda al difunto una calabaza llena de flores y el shamán esparce
todas sus pertenencias (Zingg, 1982: 294–297).
Entre los ñañú u otomíes el mismo día del deceso, el muerto es cuidadosamente
bañado por un miembro de la familia o una comadrona. El agua del baño que entre
los huastecos sería bebida dado que el atribuyen virtudes profilácticas, lo otomíes la
tiran. Luego el cadáver es vestido con ropa limpia y se extiende sobre el petate. Se
rodea el cuerpo con cirios encendidos y si el muerto es un niño o un joven aún no
casado, se cubre con un sudario para ocultarlo a la vista. Al paso de las horas, el
acto funerario moviliza círculos cada vez más amplios de parientes. Se unen a ellos
vecinos que fluyen a lo largo del días llevando tabaco, aguardiente o algunas frutas
que son amontonadas alrededor del cadáver. Son momentos de intensa solidaridad,
de calurosa convivencia confortada por una sucesión ininterrumpida de alimentos
tomados en común. Los platillos a base de frijoles son preparados por la familia del
muerto. El más tradicional es el mole con carne de cerdo que es un alimento “rico”,
festivo por excelencia, siendo el puerco símbolo de fertilidad femenina. Tales comidas
terminan hasta la madrugada, dando lugar a escenas de embriaguez donde la tristeza
por la desaparición de un ser querido y la desesperación de esas vidas miserables
se expresa en accesos febriles. La velada nocturna por el deceso de niños pequeños
se acompaña siempre con música, ya que los “angelitos” danzan, se dice, en su
panteón celestial.
Una vez colocado en el ataúd, el cadáver* es rodeado con los objetos que le
pertenecían; constituye un viático que le acompaña en el viaje que realizará hacia el
más allá. Estos objetos se dividen en tres grandes categorías: a) Objetos que
pertenecieron al difunto, b) Objetos funerarios propiamente dichos (miniaturas como
yugos, huaraches, machetes, telas, ollitas de barro). Todo pareciera indicar que aún
sigue vigente la representación de ese mundo subterráneo donde reinan las
divinidades enanas. c) Ofrendas de alimentos (ninguna muerte podría ser respetada
si el féretro no llevara en su interior comida como tortillas, panes, frutas y alcohol). El
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día del deceso se alimenta excepcionalmente al perro de la casa pues este es el
psicopompo que permitirá al difunto atravesar el río de los muertos.
Según la lógica mortuoria de los otomíes, el mundo sigue estado estrechamente
vinculado al mundo de los vivos; se amarra entonces un hilo a los cabellos del difunto,
que cuelga a lo largo del cuerpo y sobresale del ataúd o bien se ata un hilo rojo a la
muñeca del difundo. Es por éste que la Virgen se llevará al muerto. El ceñidor mortuorio
de palma que porta el cadáver desempañe la misma función. En algunas comunidades
se representa al difunto con los rasgos de un gran personaje en papel recortado
(Galinier, 1990: 209–211).
Síntesis
Los anteriores ejemplos permiten considerar que uno de los procesos biológicos de
mayor trascendencia para toda sociedad es el que corresponde a la reproducción
humana, embarazo, parto y puerperio, dada su trascendencia este proceso biocultural
se encuentra ricamente diversificado tanto en lo simbólico como en lo mítico–ritual
así como en su institucionalización.
Por otro lado, comprender el comportamiento sexual de los grupos indios implica la
necesidad de entender las relaciones económicas sobre las cuales descansa su
existencia. Así se tiene que la sexualidad es diferente entre aquellos grupos indios
que viven en poblados que en aquellos que viven en rancherías y es sobre este
ultimo de donde se parte para presentar diferentes formas de comportamiento sexual
que se diferencían radicalmente de los patrones de comportamiento sexual que se
tienen en las sociedades industrializadas.
Al igual que los tres procesos bioculturales anteriores, la muerte es antes que nada
una relación social, esto es, la muerte de la persona no es como la muerte de un
animal en su medio ambiente ya que en los primeros este proceso biológico, el último
de todos, lleva a que se expresen una serie de mitos y ritos por medio de los cuales
se establecen una serie de vínculos entre los familiares así como con la sociedad,
que permiten reforzar tanto la armonía social como la identidad de los sujetos al
compartir y participar de sus creencias y prácticas.
Para finalizar solo resta puntualizar algunas conclusiones:
1. El fenómeno biológico inicia su socialización y culturalización en el mismo momento
en que tiene un gran significado para la vida de la persona así como para la comunidad.
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2. La socialización y culturalización de los fenómenos biológico trascendentales se
estructura sobre la base del sistema de signos, significados, significantes y símbolos
que una determinada sociedad le da a dichos procesos biológicos.
3. Los fenómenos biológicos trascendentales en su dimensión social y cultural se
reproducen sobre la base del sistema mítico–ritual del grupo.
4. La socialización y culturalización del fenómeno biológico se sostiene sobre la
base de la institucionalización que la sociedad ha estructurado como lo normal de
dichos fenómenos biológico.
5. Romper con los parámetros marcados como normales en torno al fenómeno
biológico implica salirse de lo normal, esto es, romper tanto con la institución social,
los mitos y ritos propios del fenómeno biológico así como con el sistema de signos y
símbolos estructurados al interior de un grupo.
6. Todo lo anterior permite sostener que en la medida en que el sujeto cumpla con lo
marcado por las pautas de su sociedad en torno a cómo deben ser estos fenómenos
biológicos, se ve a sí mismo y por los demás como miembro aceptado de la sociedad
y por lo tanto esta identificado y tiene identidad. Pero si se rompe, con las pautas
sociales, sobre estos procesos el sujeto no solo es rechazado, sino que se verá
como un sujeto desviacionista de las normas sociales, y peligroso para esta, por lo
tanto, en este rechazo encuentra la perdida de su identidad.
Son muchos los puntos que aún quedan en el tintero, son muchos los conceptos que
aún hacen falta desarrollar para poder ubicar la importancia que tiene el proceso de
socialización y culturización de los procesos bioculturales trascendentales; por lo
pronto solo hay espacio para dejar claro que en el momento en que se presenta ésta
información al lector este podrán ubicarse muchos otros ejemplos que muestran una
serie de creencias y prácticas propias de los pueblos indios que al ser desconocidas
por el médico académico se sientan las bases para que se establezca una barrera
entre lo que se indica por el profesional de la salud y lo que hace el paciente.
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Bibliografía
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Zingg, Robert M, Los Huicholes, Clásicos de la antropología social. Núm. 12,
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