Paisajes del progreso (2007) - Historia de la Patagonia

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PAISAJES DEL PROGRESO
La resignificación de la Patagonia Norte, 1880-1916
Pedro NAVARRO FLORIA
(coordinador)
Carla LOIS
Gabriela NACACH
Leonardo SALGADO
Pablo AZAR
Alberto GARRIDO
Universidad Nacional del Comahue
Rectora
Teresa P. VEGA
Universidad Nacional del Comahue
Buenos Aires 1400 - (8300) Neuquén
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en NACIONALES
su c atálogo
2
Universidad Nacional del Comahue
PAISAJES DEL PROGRESO
La resignificación de la Patagonia Norte, 1880-1916
Pedro NAVARRO FLORIA
(coordinador)
Carla LOIS
Gabriela NACACH
Leonardo SALGADO
Pablo AZAR
Alberto GARRIDO
educo
Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Neuquén, 2007
3
Paisajes del progreso : la resignificación de la Patagonia Norte, 1880-1916 /
Pedro Navarro Floria ... [et al.] ; coordinado por Pedro Navarro Floria. - 1a ed. Neuquén : EDUCO - Universidad Nacional del Comahue, 2007.
296 p. ; 24x18 cm.
ISBN 978-987-604-071-6
1. Desarrollo Regional. I. Navarro Floria, Pedro, coord.
CDD 338.9
Diseño de Tapa: Enzo CANALE
educo
Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Neuquén, Noviembre 2007.
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
 2007 - Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Buenos Aires 1400 – (8300) Neuquén – Argentina
[email protected]
4
ÍNDICE
7
Prólogo
Por Perla Zusman
A modo de presentación
11
Capítulo 1
Paisajes de un progreso incierto. La Norpatagonia en las revistas científicas
argentinas (1876-1909)
Por Pedro Navarro Floria
13
Capítulo 2
Antropología, genocidio y olvido en la representación del Otro étnico a partir de
la conquista
Por Pablo Azar, Gabriela Nacach y Pedro Navarro Floria
79
Capítulo 3
La Patagonia en el mapa de la Argentina moderna. Política y “deseo
territorial” en la cartografía oficial argentina en la segunda mitad del siglo
XIX
Por Carla Lois
107
Capítulo 4
Huellas del mar en la tierra. Los estudios de los antiguos terrenos marinos del
territorio pampeano-patagónico y sus fósiles, 1824-1900
Por Leonardo Salgado, Pedro Navarro Floria y Alberto C. Garrido
135
Capítulo 5
La “República posible” conquista el “desierto”. La mirada del reformismo
liberal sobre los Territorios del Sur argentino
Por Pedro Navarro Floria
191
Capítulo 6
La Comisión del Paralelo 41º (1911-1914). Las condiciones y los límites del
“progreso” liberal en los Territorios Nacionales
Por Pedro Navarro Floria
235
Los autores
297
5
6
PRÓLOGO
Perla ZUSMAN
La imagen de la Patagonia se ha vinculado y se vincula a distintos intereses, a
diversos sueños y utopías tejidos a distintas escalas. Si nos restringimos a los intereses
económicos transnacionales, podemos observar cómo estos la construyen como un
destino exótico para el turismo internacional o como ámbito rico en recursos minerales
y energéticos, con tierras “disponibles” para su explotación. Estas imágenes se
yuxtaponen con aquellas que circulan por el ámbito nacional. En este contexto, la
relevancia turística, ambiental y económica de la Patagonia se cruza con perspectivas
que debaten tanto su papel en la construcción de la comunidad imaginada argentina
como su integración y autonomía en el contexto de la política del país.
En realidad, tanto las imágenes como los debates políticos que dan cuerpo a la
Patagonia hoy, no son nuevos. Unos y otros encuentran su génesis en las distintas
estrategias discursivas que la “inventaron como lugar” (Nouzeilles 1999) y que
legitimaron las distintas estrategias políticas que incorporaron esta región austral al
proyecto territorial nacional durante el período que va desde la creación del Estado
nacional hasta su redefinición en el marco de los gobiernos reformistas. Justamente, el
libro que tienen entre sus manos busca dar cuenta de la diversidad de argumentaciones
científicas que apoyaron las distintas representaciones de la Patagonia y que
acompañaron y promovieron las propuestas políticas puestas en juego en la coyuntura
señalada.
Se trata de una nueva contribución realizada por el Centro de Estudios
Patagónicos dirigido por Pedro Navarro Floria al conocimiento de los vínculos entre la
historia de la ciencia y de la formación territorial de la región. Este trabajo ha sido
precedido por otros como Ciencia y política en la región Norpatagónica: el ciclo fundador
(1779-1806) publicado en 1994 por la Universidad de la Frontera (Temuco, Chile), y
Patagonia: ciencia y conquista editado por el Centro de Estudios Patagónicos en el año
2004. En un contexto en que las lecturas sobre la Patagonia se multiplican y en que
proliferan las miradas exóticas y despolitizadas -a la manera de aquellas ofrecidas por
relatos orientalistas criticados por E. Said- las lecturas locales del pasado, atravesadas
por los problemas del presente, resultan relevantes para comprender la realidad
regional.
La originalidad del texto reside en la forma de encarar el análisis de la relación
entre ciencia y política mediada por el territorio. De hecho Paisajes del progreso explora
la posibilidad de pensar la transformación espacio-temporal del paisaje como indicio de
los cambios políticos orientados por la mutación de la idea de progreso, que es la que
llevará en definitiva a la (des)incorporación de la región al proyecto estatal nacional.
A través de los diversos capítulos puede comprenderse la construcción de la
Patagonia como desierto antes de la Campaña de Roca de 1879 (capítulo 1). Esta
7
imagen desarrollada tanto discursiva como cartográficamente (capítulo 3) buscó, ante
todo, mostrar que se trataba de un ámbito geográfico ausente de civilización, o como lo
señaló Victorica, de un territorio que era esterilizado por sus habitantes originarios. La
propia ocupación y aniquilación de los indígenas (con su consecuente arqueologización
y museificación, como lo demuestra el capítulo 2) abrió paso a la diversificación de los
paisajes patagónicos y a la descripción de algunos de ellos como vergeles. Tal es el caso
del área cordillerana norte, denominada ya por Martin De Moussy como la Suiza
Argentina. El estudio de la Comisión Hidrológica (1911-1914) establece las bases
empíricas para construir aquella Suiza argentina: define diferentes aprovechamientos
productivos y obras de infraestructura que, junto con la organización de colonias,
garantizarían el desarrollo de la región (ver capítulo 6)
Desierto y vergel son dos imágenes que hablan de la mutación espacio-temporal
pero también de la yuxtaposición de estas dimensiones sólo captables a través del
concepto del paisaje. Al igual que el relato de viaje y el mapa, el paisaje es un
dispositivo cultural occidental de aproximación a lo desconocido, a lo distante. En esta
aproximación se solapan representaciones del lugar, imágenes de otros paisajes
(pictóricas o literarias), valoraciones estética y proyectos. Se trata de una tentativa de
dominar estéticamente la fusión naturaleza/cultura que se presenta a los ojos de los
visitantes. Desde los relatos de viajeros como Mansilla, Zeballos o Moreno, hasta los
estudios incorporados en los boletines de las Sociedades Geográficas o los trabajos de
carácter más histórico o sociológicos aparecidos en la Revista de Derecho, Historia y
Letras (ver capítulo 5) se conforman paisajes vividos o imaginados, presentes y futuros
de la Patagonia que, en última instancia, legitiman las acciones políticas que se llevan
adelante en esta región.
Pero si las distintas contribuciones científicas construyen argumentaciones
visuales y discursivas que apoyan la acción estatal, también el proceso de formación
estatal nacional ofrece a las distintas disciplinas un contexto favorable para su
despliegue. En este sentido la historia natural da paso a las primeras propuestas de
institucionalización de la geografía (como proyecto de conocimiento utilitario,
englobador de distintos saberes sobre el territorio tal como puede observarse en el
capítulo 1), de la antropología (con estudios de carácter arqueológico, etnológico o de
antropología física, como se ve en el capítulo 2) o de la geología (como se observa en el
capítulo 4). Dicho de otra forma, si las argumentaciones científicas permiten incorporar
al Estado nacional en el proyecto político civilizatorio, también el Estado nacional
contribuye a situar los desarrollos disciplinarios en el marco de las propuestas
científicas lideradas desde Europa. A través de artículos, conferencias en Europa o a
través de participaciones en Congresos Internacionales o Exposiciones Universales, la
Patagonia entra en la arena epistemológica como laboratorio; su flora y su fauna, junto
con los hallazgos arqueológicos o la producción cartográfica sobre el área sirven para
apoyar posturas en debate en la ciencia internacional. Y, de esta manera, esta vez, el
país entra a la propuesta civilizatoria desde el campo científico-cultural.
8
Entonces, incorporarse cultural y políticamente al proyecto eurocéntrico
significaba también aceptar la idea de un progreso unilineal y evolutivo que conduciría
a alcanzar los valores vigentes en el viejo continente y que, de hecho, estaba
justificando la expansión colonial en Asia y África. Este modelo de progreso europeo
será paulatinamente sustituido por una propuesta en que el crecimiento económico y
los adelantos tecnológicos adquirían un mayor protagonismo. Esta concepción de
progreso acompañaría los ideales de las elites reformistas de inicios del siglo. Estas
últimas veían que en Estados Unidos se estaba llevando este ideal de progreso. Además
las características geográficas de este país y la forma en que se había constituido como
estado republicano y confederado ofrecía más posibilidades para imitar que el espejo
europeo. En síntesis, Estados Unidos se presentaba así como el modelo de progreso
para la República Posible.
¿Pero qué implicancias tuvo esta mudanza en la idea de progreso en la política
sobre la Patagonia? Si bien ella permitió la formulación de una serie de proyectos de
distribución de tierra, de planes de colonización, de extensión de redes ferroviarias y
de propuestas de planes de regadío, ellos apenas pasaron a ser realmente efectivizados.
¿Esto implica entonces que la Patagonia fue un espacio “olvidado” implícita o
explícitamente de los proyectos políticos luego de su incorporación al territorio del
Estado? ¿El largo tiempo de su mantenimiento como territorio nacional y las
dificultades que encontraron sus habitantes para ser reconocidos como ciudadanos
contribuyó a ello? ¿Si las propuestas “desarrollistas” se hubieran efectivizado, su papel
en la política nacional hubiera sido otro? ¿O en realidad, su materialidad letárgica
(Silveira 1999) es sólo una ventana más que da cuenta de la forma en que
históricamente se trabajó la cuestión regional en el marco de la República Federativa?
Sin duda, Paisajes del Progreso ofrece algunos elementos para reflexionar
históricamente sobre estas cuestiones.
Referencias
NOUZEILLES, G. Patagonia as Borderland: Nature, Culture and the Idea of the State. Journal of
Latin American Cultural Studies, vol 8:1 (1999), 35-48.
SILVEIRA, L. Um pais, uma região. Fim de século e modernidade na Argentina. São Paulo,
Fapesp/Laboplan USP, 1999.
9
10
A MODO DE PRESENTACIÓN
La historia de las ciencias, del conocimiento, del pensamiento y de la cultura en
general, estudia las propuestas y soluciones formuladas a lo largo del tiempo, muchas
veces frente a problemas que ya han quedado en el pasado. Pero en otros casos esa
historia contribuye a revivir ideas que todavía nos pueden ayudar a pensar, a organizar
el presente y a proyectar el futuro. La historia siempre se propone, en definitiva,
rehistorizar y reproblematizar el mundo en el que vivimos, generar nuevas ideas –que
casi siempre son viejas- y presentarnos alternativas. Nadie puede negar la actualidad de
problemas como los relacionados con los bienes comunes –o “recursos”- naturales, con
la propiedad, distribución y uso de la tierra, con la diversidad cultural, con el rol del
Estado en la gestión de la infraestructura, y un largo etcétera.
Esa historia de las ideas, por otra parte, es tanto un análisis y un relato acerca de
lo que pensaban y creían determinados actores sociales, de los significados, sentidos y
valores de una época, como también es un estudio de la realidad que esas personas y
grupos componían a través de sus representaciones. Porque las representaciones hacen
a la realidad. Más aún cuando las ideas acerca de, por ejemplo, una región como la
Patagonia Norte inmediatamente después de su conquista, se encuentran tan
fuertemente estructuradas alrededor de la idea de progreso y de los consiguientes
proyectos de futuro.
Los trabajos que presentamos aquí son producto del proyecto de investigación
04-H082 de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina), titulado La contribución
científica a la resignificación de la Patagonia (1880-1916), desarrollado en el Centro de
Estudios Patagónicos entre 2004 y 2007. Su precedente directo es el proyecto que
realizamos entre 2000 y 2003, que centraba su mirada sobre la época inmediatamente
anterior a la conquista, 1860-1880, y cuyos resultados se reflejaron en el libro
Patagonia: ciencia y conquista. La mirada de la primera comunidad científica argentina
(Gral. Roca, CEP/PubliFaDeCS, 2004). Entre el análisis de una y otra etapa, hemos
podido revalidar la idea ya corriente en la historiografía de la ciencia y del pensamiento
en la Argentina, acerca de la progresiva y veloz complejización de la mirada científica
operada entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. La
diversificación de disciplinas, la enorme ampliación de los objetos de interés y estudio –
entre los cuales se encuentran los espacios recién incorporados por el Estado-nación-,
la construcción durante todo el siglo XIX de potentes teorías y marcos explicativos, de
herramientas metodológicas y formas de sistematización de la información, la
conformación de una opinión pública y de una esfera pública interesada en el
conocimiento del país –reflejadas en asociaciones, medios de comunicación y difusión
del saber, etc.-, la creciente institucionalización y profesionalización del conocimiento,
son todos factores que han guiado y servido de contexto a nuestro trabajo.
Por añadidura, ese proceso de complejización del conocimiento del país coincidió
cronológicamente con procesos de institucionalización del Estado y de los espacios
11
públicos de producción científica, y, decisivamente para nosotros, con el proceso de
definición territorial del Estado y la creación de los Territorios Nacionales. Ese
conjunto de trayectorias paralelas y entremezcladas entre sí, en un período de la
historia occidental en el que la idea y el deseo de progreso constituían prácticamente una
religión laica de culto oficial, hizo de los espacios recién conquistados por la Argentina
–y una serie de procesos comparables se vivió en el resto de América- verdaderos
campos de experimentación de ese progreso deseado.
En esos laboratorios, la experiencia crucial de la época consistió en la
determinación de los objetos de interés regional en términos de recursos, y su puesta a
disposición del sistema productivo nacional de acuerdo con un esquema que no podía
producir sino una persistente matriz de colonialismo interno. El gesto positivista de
tomar distancia del objeto de observación resultó funcional a una visión materialista y
extractiva de la naturaleza de los Territorios y a una lectura también utilitaria de la
sociedad, la política y la historia regional. Esos primeros abordajes se vieron
matizados, según veremos, por algunas miradas críticas que, sin embargo, no tuvieron
peso significativo como para reencauzar un proceso de nacionalización de los
Territorios fuertemente insatisfactorio ni, mucho menos, para discutir –tampoco se lo
proponían- la fe dominante en un progreso que no terminaba de definir claramente sus
términos. En este marco, el proyecto de nacionalización de la Patagonia Norte
formulado por la oligarquía gobernante hasta 1916 pronto chocó con sus propios
límites. Sin habernos adentrado en la investigación de épocas posteriores y a partir de
las primeras inferencias que puede trazar nuestra inquietud intelectual por el presente
y el futuro regional, no resulta aventurado afirmar que muchos de los rasgos que la
región adquirió en esas primeras décadas de presencia estatal permanecen como marcas
de identidad –o pecados originales, según como se los vea- hasta hoy.
Los capítulos de este libro, si bien pertenecen a sus autores individuales y
conservan su identidad, son el producto de un trabajo realizado por un equipo
interdisciplinario, de estilo abierto y poco estructurado. Sus hipótesis, líneas de
investigación, ideas y conclusiones preliminares fueron ampliamente discutidas
internamente, en el ámbito del Centro de Estudios Patagónicos, en actividades
docentes y en numerosas reuniones científicas que hemos hecho constar en cada caso.
También somos deudores de la valiosa colaboración de Carla Lois –autora de un
capítulo- y del asesoramiento de Perla Zusman –nuestra prologuista-. Todo eso no
exime a los autores de la responsabilidad sobre lo escrito, naturalmente. Pero
contribuye a un diálogo que esperamos que no se cierre, sino todo lo contrario, con su
lectura.
12
Capítulo 1
PAISAJES DE UN PROGRESO INCIERTO
LA NORPATAGONIA EN LAS REVISTAS CIENTÍFICAS ARGENTINAS
(1876-1909)1
Pedro NAVARRO FLORIA
Una serie de instituciones científicas creadas en la Argentina en la segunda
mitad del siglo XIX, paralelamente con la formación del Estado nacional, algunas de
ellas directamente dependientes del Estado –como la Academia Nacional de Ciencias de
Córdoba- y otras más relacionadas con la iniciativa colonialista occidental de
exploración y sistematización geográfica del mundo, emprendieron el estudio del
territorio nacional. La indagación se centró en los Territorios Nacionales,
recientemente incorporados al cuerpo del Estado mediante la conquista2, y el
conocimiento resultante se volcó en una narrativa presente en diversas publicaciones
institucionales. Las representaciones resultantes –nos concentraremos en las referidas
a la Patagonia Norte3 (actuales provincias de Neuquén y Río Negro)- resultan
coincidentes en líneas generales, y funcionales al proceso de legitimación y
1
Las ideas centrales de este capítulo fueron expuestas y discutidas en la Mesa 61 de las X Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia (Rosario, 2005), coordinada por el autor y por Perla Zusman, y en el VIII
Coloquio Internacional de Geocrítica (Ciudad de México, 2006). Agradezco los comentarios y aportes recibidos en esas
circunstancias de Perla Zusman, Liliana DaOrden, Hugo Beck y los demás integrantes de la mesa de Rosario, de Carla
Lois, Luz Fernanda Azuela, Pere Sunyer y demás participantes del coloquio de México, como también los de Mirta
Teobaldo, María Andrea Nicoletti y Alicia Laurín en el marco del Seminario Interno del Centro de Estudios Patagónicos
de la UNCo, y los de Jens Andermann en comunicaciones personales. Versiones preliminares y reducidas han sido
publicadas como “Paisajes del progreso. La Norpatagonia en el discurso científico y político argentino de fines del siglo
XIX y principios del XX”, Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales (Universidad de
Barcelona), vol. X, núm. 218 (76) (1 de agosto de 2006), http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-76.htm; y en inglés en
“Landscapes of an uncertain progress. Northern Patagonia in Argentine scientific journals (1876-1909)”, Journal of Latin
American Cultural Studies (London), 16:2 (2007), 261-283.
2
Aunque CASTRO (2005) señala acertadamente que un espacio colonizado desde siglos antes como el Noroeste
argentino, en función de su lejanía y exotismo respecto del centro político del Estado, también fue objeto de relevamiento
y resignificación en la misma época.
3
El recorte espacial de la Norpatagonia es una opción metodológica nuestra y nace de una inquietud actual. En el
discurso geográfico que analizaremos existe la idea no muy claramente explicitada de un corredor norpatagónico, origen
de la representación que permanece aún hoy y que ha emergido a lo largo del siglo XX cada vez que el Estado formuló
una iniciativa planificadora (en el proyecto del ministro Ezequiel Ramos Mexía, en los Planes Quinquenales de Perón, en
el Plan Comahue y hasta en los actuales intentos de regionalización). Ese corredor estaría articulado tanto por la cuenca
del río Negro y el ferrocarril Bahía Blanca-Zapala como, más tarde, por el ferrocarril San Antonio Oeste – San Carlos de
Bariloche. Con ese sentido, veremos de qué modo a fines del siglo XIX se construyó una serie de paisajes que aparecen
como articulados y complementarios: la “Suiza argentina”, por ejemplo, que tendría salida para su producción por el río
Negro, o el Valle de este último que proveería el comercio con Chile. El origen de la división política (actual, porque
perduró en los límites provinciales) de los Territorios Nacionales, que reparte la Norpatagonia entre los Territorios de
Neuquén y de Río Negro, es un tema por investigarse.
13
delimitación territorial del Estado, pero divergentes en algunos aspectos específicos.
Nos muestran, así, un abanico de posiciones respecto de los perfiles institucionales e
ideológicos de los actores y de las redes sociales implicadas, de sus objetos de interés y
de preferencia, y de sus omisiones discursivas. Podemos inscribir a todas ellas en la
retórica progresista característica de la época, por el rol decisivo que introduce el factor
tiempo en su relato, transformando simbólicamente al territorio en paisaje del progreso y
a la descripción de sus recursos en una narración del futuro regional, pero cada
institución-publicación, vista como un fragmento del corpus discursivo bajo análisis,
pone el acento en aspectos diferentes de la realidad que propone. En ese sentido, el
análisis del discurso científico-territorial de las élites argentinas nos permite identificar
distintos proyectos de futuro para la región en cuestión, tiene interesantes puntos de
contacto con el discurso político de la misma época y contribuye al mismo proceso que
ya hemos identificado y descripto (Navarro Floria 2004a) como de nacionalización
fallida de la región Norpatagónica.
1. El contexto social de las representaciones
Las sociedades científicas y geográficas en la esfera pública
El impulso exploratorio del mundo no colonizado se había iniciado ya a
mediados del siglo XVIII y retomado en el XIX, tras el ciclo de las revoluciones
burguesas occidentales, como parte de la llamada “unificación del mundo”. Esa
unificación habría sido operada por la multiplicación del comercio, “el entusiasmo
misionero, la curiosidad científica y […] la empresa periodística y publicitaria” que
lanzaba a los exploradores, “un subgrupo […] de escasa importancia numérica
perteneciente a una asociación muy grande de hombres que abrieron el mundo al
conocimiento”, gracias a los nuevos medios de comunicación y transporte más
regulares y veloces, a las áreas menos conocidas del globo (Hobsbawm 1998a:60-64). A
este impulso de las burguesías se sumaban los esfuerzos de las democracias
representativas modernas dirigidos a elaborar elementos discursivos de legitimación de
su poder y entre ellos a producir conocimiento acerca de los distintos aspectos de su
realidad social y natural: colectando, inventariando, clasificando, sistematizando
analíticamente, exponiendo literariamente, representando textual y figurativamente los
resultados de la exploración, cartografiando su propio territorio y clasificando las
reservas de recursos humanos y naturales coloniales (Escolar 1997:59-60). La
Geografía, en consecuencia, fue el campo disciplinario legitimador de las
nacionalidades, de los proyectos nacionales, de los sentimientos patrióticos y de las
identidades espaciales, no creando sino apropiando, sistematizando, escolarizando y
naturalizando la reflexión estatal sobre la identidad territorial (Moraes 1991:166-167).
Exploradores, auspiciantes e interesados se reunían en sociedades geográficas de
las cuales se crearon cincuenta y tres durante el siglo XIX, treinta de ellas entre 1875
14
y 1880 y la mayoría en Europa y América del Norte (Dodds 1993:311). Esas
instituciones “constituyeron el lugar privilegiado de la socialización del saber
geográfico, de su aplicación práctica y de su transmisión intelectual” (H. Capel, cit. en
Escolar 1997:76), y fueron establecimientos legitimadores de la expansión territorial de
los Estados, generando un saber geográfico práctico cercano a la planificación (Zusman
1996:14; Zusman y Minvielle:1), volcado en un relevamiento estadístico y cartográfico
que constituiría el primer gran sistema de información nacional fundado en la
racionalidad de la idea de progreso y en la representación de un espacio neutro y
homogéneo que permitiría codificar y controlar la realidad social (Escolar 1997:73). En
una perspectiva comparada, frente a la relativa autonomía de las comunidades
científicas en Europa, los Estados Unidos, Argentina o Brasil, en el caso mexicano se
destaca su dependencia del Estado, en continuidad con la política ilustrada española de
fines del siglo XVIII, desde un Estado “consciente del valor de la práctica científica
para el progreso material e intelectual del país” aún bajo el mandato de distintas
facciones políticas, valor mutuamente reforzado y legitimado por “una efectiva red de
relaciones personales entre la comunidad científica y el poder político” y por “los
convincentes resultados de los proyectos que les habían sido encomendados”, y
determinante de una orientación eminentemente práctica y funcional de la ciencia a una
“política de industrialización y modernización del país” (Azuela Bernal 1996:18-26 y
129-130; cfr. también Sunyer Martín 2002:37-41). En el caso del Perú, la Sociedad
Geográfica de Lima creada por el gobierno en 1891 cumpliría funciones similares
(Martínez Riaza 1998). También en Chile las iniciativas exploradoras fueron llevadas
adelante, fundamentalmente, por personal contratado por el Estado o por reparticiones
públicas (Saldivia Maldonado 2005). Sin embargo, el perfil institucional de las
asociaciones científicas no se agota en su funcionalidad a los Estados nacionales sino
que reconoce distintos niveles, como capas superpuestas de una dermis orgánicamente
integrada.
En su estudio de la Sociedad de Geografía de Río de Janeiro, Pereira (2003:178)
señala la paradoja aparente que constituye la formación de sociedades geográficas en
países, como Brasil o Argentina, que en el contexto mundial serían objetos del interés
colonialista. Desde un punto de vista exclusivamente formal, este desarrollo
institucional se explicaría por la intención de las élites latinoamericanas de emular a sus
semejantes europeas y estadounidenses. Es claro que los sectores dirigentes
latinoamericanos trasladaron este sentido al proceso de formación de sus Estados y
territorios nacionales propios (Zusman 1996:20).4 Sin embargo, debemos subrayar dos
consecuencias interesantes de esta refracción institucional, que van más allá de lo
4
En Chile, donde también se mapeaba todo el territorio, corrigiendo los trabajos de Gay y Pissis anteriores a 1875,
complementando la tarea del IGA y participando, desde 1909, de la Carta Internacional del Mundo al millonésimo
(ÁLVAREZ CORREA 2000), ese rol fue cumplido por instituciones del Estado mismo, como la Oficina Hidrográfica de la
Armada (creada en 1874 y dirigida por Francisco Vidal Gormáz hasta 1891; íntimamente conectada con la Societé
Scientifique du Chili) y su Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, en el que se publicaron las exploraciones del Sur
(SALDIVIA MALDONADO 2005: 132-140; SALDIVIA MALDONADO 2007).
15
formal. En primer lugar, las sociedades geográficas latinoamericanas se incorporaron
al proceso y al proyecto colonialista mundial, reproduciendo la matriz discursiva y
práctica de las sociedades del hemisferio norte e intercambiando con ellas
conocimientos y reconocimientos (Zusman 1996:48-49; Zusman y Lois 2004),
funcionando, en definitiva, a la manera de filiales informales, es decir, como
instituciones del imperialismo de la época. En segundo lugar, la identidad de formas
nos lleva a la identidad de sentidos: esa coincidencia de propósitos y de procedimientos
determinó, al menos en el caso del Instituto Geográfico Argentino, como veremos, que
la visión generada sobre sus objetos de exploración y relevamiento –la Patagonia y el
Chaco, fundamentalmente- produjera un colonialismo interno fuertemente
problemático.
En relación con ese colonialismo interno y desde una perspectiva comparativa
con el caso del Brasil, tanto Sousa (2005) como Magnoli (1997:272-287) señalan de qué
modo, al proponerse el Brasil de la misma época mejorar sus comunicaciones internas
con territorios marginales como el del Mato Grosso, generó el problema de garantizar
su integración al Estado mediante la posesión formal, la reivindicación de su propiedad
y el relevamiento cartográfico, pero al mismo tiempo el desafío de instituirlos como
reserva para el futuro, manteniéndolos desocupados. En el caso argentino, si bien no
aparece como intención en el discurso político de la época la conservación de la
Patagonia como vacío sino todo lo contrario, en la práctica se produjo un resultado
similar al brasileño. Moraes (1991:168 y 2002:112ss) agrega la explicación acerca de
qué modo, en los países de formación colonial, los procesos de conquista estatal de
espacios contribuyeron a acentuar el peso del factor territorial –dado que la
colonización es en sí misma un proceso de relación entre la sociedad y el espacio- en la
formación estatal. De este modo, “en un mismo discurso, [el Estado conquistador]
presenta un proyecto para las élites, un horizonte referencial unificador de todo el
‘pueblo’ y también una justificación de la unidad nacional (considerada como proyecto)
que en sí misma legitima al Estado” (Moraes 1991:168). Si bien la continuidad de la
monarquía y del esclavismo en el caso del Brasil hace más visible el pacto oligárquico
entre las élites regionales que permitió ese proceso de construcción del país, la matriz
discursiva es exactamente la misma que actúa en la Argentina y seguramente en otros
casos de la región.
Las sociedades geográficas latinoamericanas de la época fueron, entonces,
doblemente funcionales: a la “promoción del proceso de apropiación territorial en sus
diferentes dimensiones (reconocimiento, sistematización de información, control del
territorio, resolución de conflictos de límites)” en el ámbito del Estado-nación (Zusman
1996:181), y al proceso colonialista mundial. Esta doble funcionalidad o el doble
sentido de las representaciones generadas contribuyeron innegablemente a la
producción de una imagen de la Patagonia como lugar de interés nacional a la vez que
mundial –un doble mito (Livon-Grosman 2003:9-10)- en tanto reserva natural, destino
turístico, etc., relativamente desligada de la representación general de la Argentina.
16
Un tercer nivel de funcionalidad de estas instituciones, en cada caso nacional,
debe reconocerse en su relación con un público lector local en proceso de
nacionalización, en el sentido de que el conocimiento sobre el territorio y sus
habitantes se va produciendo e incorporando en el horizonte intelectual colectivo y
constituyendo la identidad nacional sin la mediación, prácticamente, de una comunidad
académica que lo valide. La cientificidad entendida como pretensión de neutralidad,
objetividad o referencia perfecta a realidades objetivas y patentes -en tanto materiales,
en el contexto positivista- juega aquí un rol decisivo: no en vano centramos nuestro
estudio en la producción de instituciones que se autodefinen y definen sus acciones
como científicas. En virtud de sus condiciones de producción -la autoridad epistémica
de sus productores- y de comunicación –las revistas científicas, para nuestro caso-,
algunas de estas representaciones se socializan y naturalizan, constituyendo el
patrimonio de creencias de una comunidad determinada, aún en un contexto como la
escena cultural argentina de esa época, escasamente institucionalizada y prácticamente
sin mecanismos formales de legitimación de la producción intelectual (Bruno 2005:66).
Es precisamente por ese carácter todavía difuso del espacio intelectual argentino que
las personas –a menudo llamativamente jóvenes y sin formación sistemática-, los
grupos, las asociaciones y las publicaciones que analizamos ocuparon con tanta
facilidad el lugar del discurso científico autorizado.
Pereira (2003:180-181), al reflexionar sobre el carácter práctico del saber
geográfico de la segunda mitad del XIX y sobre su compromiso con su actualidad, que
lo llevaba a ser considerado como la ciencia “más capacitada que cualquier otra para
documentar la marcha del progreso en la superficie del planeta”, nos invita a la
comparación entre casos similares. La actualidad y practicidad del conocimiento
producido por las instituciones argentinas no se relacionaba tanto con el uso de
modernos dispositivos técnicos como con su percepción en términos de condición de
posibilidad para la tarea de modernización que el Estado proponía. Esto nos coloca
ante la más importante de las contradicciones entre el orden del discurso –las prácticas
de representación- y las prácticas materiales hacia la Patagonia Norte, objeto de
abundantes proyectos de desarrollo pero carente de políticas de Estado a fines del siglo
XIX (Navarro Floria 2003). De tal modo que los límites del desarrollo social,
económico y político de la región, marcados por la imposibilidad de su incorporación al
sistema político federal y por las serias dificultades para su integración en el sistema
socioeconómico nacional, se constituían en límites u obstáculos epistemológicos para la
Geografía de la época, y viceversa: la representación de una región despoblada y
disputada producía a su vez fuertes restricciones a la colonización y la ciudadanización
de su población. De este modo, los gestos políticos y las miradas científicas se
retroalimentaban.
El presente estudio se inscribe en el campo de la historia intelectual y de la
ciencia fortalecido en el último cuarto de siglo, que no se limita al análisis interno de
las instituciones y de sus acciones sino que las refiere a sus contextos político,
socioeconómico, intelectual, etc. Esta línea de trabajo nos permite, en primer lugar,
17
desplazar la mirada de las instituciones científicas propiamente dichas a su producción;
y, en segundo lugar, considerar a esta producción como parte de un entramado político
de época –la era del imperio caracterizada por la segmentación del mundo en
dominantes y dominados, la dinámica del progreso, los imperialismos y los
nacionalismos en el nivel general (Hobsbawm 1998b); la construcción del territorio
estatal a través de la conquista y de un problemático colonialismo interno en el nivel
nacional-, estructura que contiene su propio relato del mundo y de la historia –que
llamaremos el discurso del progreso-. En consecuencia, el discurso científico-político que
nos proponemos analizar se inscribe claramente en el proyecto colonialista occidental
caracterizado por sus agentes como civilizatorio, proyecto que contenía a las redes
institucionales de las que las sociedades en cuestión formaban parte mediante el
intercambio de publicaciones, conferencias, etc. (Zusman y Lois 2004). Esta
contextualización contribuye a explicar la complejidad de las prácticas espaciales
desarrolladas por las sociedades geográficas en el marco de la apropiación de los
nuevos espacios y del sometimiento de las naciones indígenas al orden estatal:
observación, descripción, cartografía, acciones materiales, etc. Pero la pertenencia del
discurso progresista regional y nacional a un marco global no nos autoriza a trazar
generalizaciones simplificadoras sino que, por el contrario, nos habilita para buscar
explicaciones a través del análisis y en la complejidad propia de una lectura crítica.
El análisis crítico del discurso de las publicaciones científicas de fines del siglo
XIX y principios del XX acerca de la Norpatagonia nos ha puesto frente a una serie de
problemas. En primer lugar, el de la relación entre estas instituciones científicas –
públicas o privadas, en diversos sentidos-, su contexto político nacional e internacional
–el de otras instituciones similares, el del proyecto colonialista global-, su público y el
marco formal del Estado. En segundo lugar, el de la correspondencia entre el corpus
discursivo analizado, las representaciones del territorio y de sus habitantes, y las
políticas hacia ellos.
En relación con el primer problema mencionado, nos han sido útiles los
conceptos ya mencionados del proyecto colonialista internacional característico de la era
del imperio, y el discurso del progreso funcional a ese proyecto, y en el plano nacional las
ideas de esfera pública como articuladora entre Estado y sociedad civil, y de comunidad
imaginada como definición de lo público inclusiva de las dimensiones intangibles de la
realidad. La esfera pública abarca las diversas formas de asociación, movilización y
comunicación (Habermas 1997) –incluidas, en un lugar notable, la prensa y la opinión
pública por ella alimentada-, características de las élites decimonónicas que son las
productoras de nuestro objeto de análisis. A su vez, como el contexto político primario
de estas élites era en ese momento la nación, necesitamos definir a ésta como una
comunidad política que se imagina inherentemente limitada y soberana, es decir,
fundamentalmente desde su carácter de fenómeno de autoconciencia y de invención
(Anderson 1993). Es claro que no nos referimos todavía, en la Argentina del último
cuarto del siglo XIX o principios del XX, a una burguesía nacional amplia y
consolidada sino más bien a una burocracia estatal recientemente constituida,
18
restringida en número y clase, con trazas de corporación intelectual, integrante de una
red de relaciones culturales, políticas y científicas indiscernibles entre sí5, que se
manifiesta tanto en las publicaciones especializadas que estudiamos aquí como en una
prensa de alcances más amplios.
Era característica de las instituciones científicas decimonónicas la producción de
publicaciones que servían al mismo tiempo de órganos institucionales y de expresiones
de los resultados de sus trabajos de investigación. Lo hicieron, por ejemplo, las
instituciones brasileñas (Pires Menezes 2006), las chilenas (Saldivia Maldonado
2005:99-120), las peruanas (Martínez Riaza 1998:101-104) y las mexicanas (Azuela
Bernal 1996:14-15). El Boletín del Instituto Geográfico Argentino, que su director
consideraba en 1897 la publicación más solicitada del país entre los hombres de ciencia,
comenzó sosteniéndose mediante la suscripción estatal de la modesta cantidad de
cincuenta ejemplares mensuales (Goicoechea 1970:9 y 27)6. Este corto alcance
cuantitativo debe verse, sin embargo, en el marco de un régimen político que también
restringía el ámbito de las decisiones a un grupo exiguo de personas. En ese marco
encuadramos, entonces, la explicación acerca de las sociedades científicas productoras
del material analizado: su origen, definición, contexto, vinculaciones, caracterización,
etc.
La segunda cuestión, que percibimos como más relevante para nuestra
investigación, intentaremos resolverla mediante la consideración de la narrativa en
cuestión como una serie de textos, un discurso generador de representaciones sociales. Estas
configuran un conjunto de prácticas de representación que, junto con las políticas concretas
o prácticas materiales, constituye el universo de las prácticas espaciales y temporales
entendidas como formas de construcción territorial sometidas a permanentes
transformaciones, que se superponen en el espacio-tiempo y se alimentan mutuamente.
Consideramos texto a todo producto lingüístico acerca de un objeto, y discurso al
conjunto de textos con sus contextos y con los roles sociales, políticos e institucionales
de sus emisores, en la esfera pública en la que ese discurso pretende establecer
significados que no se reducen a ser reflejos de la realidad que describen sino constitutivos
de esa misma realidad (Raiter et al. 1999:14-15 y 55-56). Consideramos representación
social, entonces, al producto cultural colectivo que, como un corpus organizado de
conocimientos, hace inteligible la realidad física y social y se propone tanto comunicar
a los individuos –permitiéndoles “sentirse dentro del ambiente social”, familiarizando lo
5
Una excelente y breve puesta al día acerca de la doble adscripción intelectual y política de muchos de los hombres de la
llamada “generación del ochenta” y de la relación entre la esfera de la cultura y las esferas del poder en la época, y una
también breve caracterización del espacio intelectual a que nos referimos, en BRUNO 2005:13-14 y 64-67.
6
Una nota curiosa acerca de la autopercepción de la élite argentina de la época: en 1879, cuando el Senado de la Nación
debate la petición de suscripción de quinientos ejemplares del Viaje a la Patagonia Austral de Moreno y doscientos
cincuenta del Viaje al país de los tehuelches y exploración de la Patagonia Austral de Lista, y algunos senadores oponen
objeciones de conciencia por algunas afirmaciones evolucionistas de Moreno, el senador Manuel Pizarro arguye que la
difusión de la obra de Moreno no va a “comprometer las creencias populares, porque no va a estar al alcance del pueblo”
(REPÚBLICA ARGENTINA 1879:490-491).
19
extraño, percibiendo lo invisible, naturalizando lo simbólico- como regular sus acciones
(Mora 2002:7). Si bien la psicología social hace hincapié en los procesos de objetivación
y anclaje mediante los cuales las representaciones sociales simplifican y naturalizan
componentes del discurso ideológico-científico, proponiendo guías operacionales sobre
la realidad y volviéndose así funcionales a prácticas materiales concretas (idem:8-11),
en esta etapa de nuestra investigación nos detendremos en el momento de elaboración
de una serie de representaciones acerca de un territorio, intuyendo o infiriendo pero no
analizando sus trayectorias posteriores.
El concepto de prácticas espaciales y temporales sintetiza las acciones tanto
materiales como simbólicas de producción del espacio y del tiempo social (Harvey
1998: 243-250, inspirado en Lefebvre, La production de l’espace, 1974). Desde este punto
de vista, por ejemplo, el viejo concepto geográfico de región se ve problematizado
actualmente por la idea de que, en realidad, siempre ha sido más un objeto de discurso
o de acciones simbólicas que un objeto de prácticas materiales: “la región es dicha, no
vivida” por unos Estados cuya lógica es la de la uniformidad y que históricamente han
actuado más sobre el mapa que sobre el territorio (Raffestin 1993:182; cfr. Lois 2006).
Las representaciones, entonces, imágenes prototípicas construidas por la
percepción y la cognición, abarcadoras de todos los signos, códigos y saberes que hacen
posibles y comprensibles las prácticas materiales, desde el sentido común cotidiano
hasta las jergas académicas, intervienen condicionando tanto las nuevas imágenes
producidas en cada nueva interacción con el objeto exterior como las prácticas
materiales sobre el objeto representado, actuando a la vez como producto y como
productor, mediante “invenciones mentales” –discursos, proyectos, utopías y paisajes
imaginarios- “que imaginan nuevos sentidos o nuevas posibilidades de las prácticas
espaciales” (Harvey 1998:241-244). En definitiva, adscribimos a una historia intelectual
que supone, a la vez, el análisis de los significados, sentidos y valores presentes en el
discurso de una élite de “cultura científica”, de las ideas y creencias de un conjunto de
agentes culturales, y de la realidad que estos actores componían con sus
representaciones, desde una conciencia clara acerca de que las ideas regulan las
prácticas políticas pero no las impregnan en forma homogénea sino que pasan por
procesos de selección, recorte y olvido (Terán 2000:9-10).
La consideración de las prácticas de representación como constitutivas de la
realidad regional es lo que nos permite, entonces, hablar de su carácter proyectivo en
relación con lo que entonces se percibía como el futuro de la nación y de la región:
estas representaciones, en tanto objetos imaginarios o espacios de representación
históricos y complejos, fundan verdaderos proyectos de desarrollo territorial diferenciados,
superpuestos, y por lo tanto en conflicto. A partir de este carácter proyectivo de la
literatura científica intentaremos establecer vinculaciones con el discurso político de la
época sobre la misma región. De acuerdo con la clasificación de los tiempos sociales
tomada de Gurvitch y expuesta por Harvey (1998:248-249), nos encontraríamos ante
una formación social transformadora, especulativa, competitiva, hacedora de un tiempo
que se percibe a sí mismo como precipitándose al futuro, pero que propone para el
20
espacio social que crea en los nuevos territorios un “tiempo engañoso” por su
apariencia de “duración larga y lenta que enmascara crisis repentinas e inesperadas y
rupturas entre pasado y presente”, siendo esta ruptura oculta nada menos que la
conquista del espacio.
Recrear esa complejidad y conflictividad del proceso de formación regional, a
través de la revisión de los fundamentos epistemológicos del discurso científico y
político y de su consiguiente desnaturalización –objetivo final de nuestro trabajo-,
contribuirá a comprender mejor qué actores, intereses y representaciones constituyen
la matriz de los procesos sociales en la historia regional. La ficción nacionalista
argentina acerca de la naturalidad del territorio estatal –particularmente importante
para el caso de la Patagonia-, construida en el siglo XIX en función de la conquista y
de los conflictos limítrofes con los países vecinos, contribuyó a encubrir la historicidad,
intencionalidad, multicausalidad y problematicidad del proceso de conformación
territorial en general y del sistema de Territorios Nacionales en particular. En
definitiva, esperamos contribuir a la restitución del régimen de historicidad a la región
bajo análisis.
Las sociedades científicas y geográficas argentinas:
coincidencias y divergencias
En el caso argentino, la Sociedad Científica Argentina (SCA) formada por
profesores y alumnos del Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de
Buenos Aires en 1872 (Babini 1986:140-143; Pompert de Valenzuela 1970:II-VI) –
entre quienes se destacaba Estanislao S. Zeballos- publicó sus propios Anales y fue el
tronco común de una importante biblioteca propia (1874), del primer Museo dirigido
por Francisco P. Moreno (1875) –embrión del Museo de La Plata-, del Club Industrial
Argentino (1876), del Instituto Geográfico Argentino (IGA) y su Boletín (1879), de la
Sociedad Geográfica Argentina (SGA) y su Revista (1881), y de los Congresos
Científicos Latinoamericanos (desde 1898) y Panamericanos (desde 1908).
En el corpus de las publicaciones de divulgación científica de la época, es claro
que los Anales de la SCA (en adelante, ASCA), cuya publicación se inició en 1876 –tras
el precedente de los Anales Científicos Argentinos (1874) (Pompert de Valenzuela
1970:VI-VII)-, abrieron un frente pionero y conservaron, al mismo tiempo, un perfil de
mayor nivel de complejidad científica y una mayor diversidad disciplinar que las
posteriores revistas de las asociaciones propiamente geográficas. Por de pronto, las
motivaciones y los trabajos de la SCA no se vincularon solamente ni principalmente
con la cuestión territorial, y por lo tanto las prácticas exploratorias, en su contexto
institucional, quedaron en un segundo plano respecto de las discusiones teóricas en los
campos de la Antropología, la Geografía y las Ciencias Exactas y Naturales en general.
Los aportes de los ASCA a la representación de la Norpatagonia pueden encontrarse,
entonces, en tres grupos de trabajos: en primer lugar y en el mismo tono de las
contribuciones de las revistas geográficas, la intervención de Ramón Lista en el debate
21
por la cuestión de límites con Chile; en segundo lugar, y como materiales relativamente
cercanos a las descripciones de las revistas geográficas, el relato de viaje de Francisco
Moreno a la región y los artículos del mismo Moreno y de Ramón Lista sobre las
tierras patagónicas; en tercer lugar, y como materiales pertenecientes a un campo de
interés diferente del de las revistas geográficas, los ensayos antropológicos de Émile
Daireaux y de Moreno. Los momentos en los que la SCA fijó su interés en la región, en
consecuencia, fueron los años de la conquista (1876-1881) y el lapso del diferendo
limítrofe con Chile (1896).
Tanto el IGA como la SGA, en cambio, resultan ejemplos claros del perfil
general de las sociedades geográficas decimonónicas caracterizado más arriba.
Efectivamente, durante sus primeros años, el Boletín del Instituto Geográfico Argentino7
proveyó a sus lectores información internacional acerca de la situación de la geografía
y de su inserción en ella:
“Allá por el sur ha hecho el comandante argentino Fontana una expedición muy
interesante, recorriendo todo el curso del Chubut y su desconocido territorio desde el
Atlántico hasta lo alto de la cordillera de los Andes, donde nace aquel río.
“El Gobierno de Buenos Aires acaba de crear siete nuevos distritos en los
terrenos del sur, que hace cinco o seis años estaban en poder de las tribus indias, y ha
decretado la fundación de los pueblos que deben ser cabezas de aquellos distritos...”
(BIGA VIII:53, 1887).
En años de estrechez económica, en cambio, cuando se discutía en el Congreso
de la Nación el otorgamiento de un subsidio al IGA, los legisladores destacaban la
funcionalidad de la institución a los proyectos estatales:
“El Instituto Geográfico es la única asociación científica del país que se ha
preocupado de la geografía nacional...
“... uno de los más eficaces medios de propaganda que tienen los pueblos nuevos
es la difusión de los conocimientos geográficos. Nosotros [el Estado argentino] no la
hemos hecho hasta ahora con elementos propios sino valiéndonos de la ciencia más o
menos buena de los que generosamente han querido ayudarnos.
“...
“A mi juicio, [el subsidio] es una obra de civilización, es un concurso que la
nación debe prestar a esta clase de estudio, que se hace desinteresadamente por un
centro científico, no por un centro comercial.” (BIGA XVI:540-544, 1885)
“Nosotros, que [...] no conocemos nuestro territorio, que tenemos inmensas
regiones inexploradas dentro de nuestras mismas fronteras, ¿por qué hemos de
escatimar la ayuda a una institución de esta naturaleza que por objeto de interés
7
En adelante, cuando citemos textualmente al Boletín del Instituto Geográfico Argentino indicaremos entre paréntesis la
sigla BIGA, el número de tomo, página/s y año, y del mismo modo las siglas RSGA para la Revista de la Sociedad
Geográfica Argentina y ASCA para los Anales de la Sociedad Científica Argentina.
22
público, sin ningún interés personal, se propone un fin tan laudable, tan simpático al
país entero como es el conocimiento del territorio, de su producción, de sus límites
mismos, para saber hasta dónde llega la soberanía de la nación?” (BIGA XVII:217,
1886)
En esta línea de análisis de la función de estas corporaciones, es posible
distinguir redes de actores sociales que participaban de ellas y ponían en juego
intereses sectoriales en las acciones institucionales. Por ejemplo, si bien puede
observarse a primera vista una cierta heterogeneidad entre los miembros del IGA,
Zusman (1996:37) destaca la presencia de más militares que naturalistas, explicable
desde la relevancia de un proceso político que, para la región que nos interesa, consistió
fundamentalmente en su conquista y delimitación internacional. Sin embargo, el IGA
no parece haber perdido su perfil de institución predominantemente científica. Sus
presidentes fueron casi todos ingenieros, y de los autores sobre la temática de nuestro
interés –la Patagonia Norte-, los datos biográficos que hemos obtenido nos muestran
una mayoría de agrimensores, topógrafos, ingenieros, naturalistas y antropólogos. Los
miembros de expediciones militares lo son generalmente en su carácter de ingenieros o
topógrafos, y los militares de carrera son más de la Armada que del Ejército de tierra.
Este último dato puede ser de interés, por otra parte, para explicar la relevancia dada al
estudio de vías navegables.8
Los actores concretos que produjeron la literatura de las sociedades geográficas
y científicas han sido caracterizados muy insuficientemente como “viajeros”
representativos de los sectores dominantes argentinos, un conjunto abigarrado de
militares, científicos y políticos cuyos rasgos comunes serían el positivismo como
matriz de pensamiento y el liberalismo político (Carnevale 2002:1-2). Otros autores
(López 2002 y 2005) se limitan a identificar una serie de formulaciones evolucionistas y
mecanicistas presentes en escritos de hombres como Francisco P. Moreno, Ramón
Lista, Luis J. Fontana y Carlos María Moyano, señalando en tono de denuncia su
funcionalidad a determinados procesos políticos contemporáneos. Este último dato, sin
embargo, más que su matriz ideológica, es el que otorga un cierto carácter de corpus a
una narrativa de “militares, científicos y periodistas” (Torre 2002:1-2) que de otro
modo nos veríamos forzados a reunir en función exclusivamente de su presencia en una
determinada revista, o de su objeto común, razones por demás débiles. Nos resulta
8
Parece haber existido una competencia conflictiva entre el Ejército (de tierra) y la Armada (fuerza naval) en la
exploración de la Patagonia. Significativamente, al retornar la primera expedición por agua al Nahuel Huapi dentro del
ciclo de las expediciones de conquista, en 1881, comandada por el teniente coronel Erasmo Obligado e integrada, entre
otros, por Jorge Rohde, éste se anticipa a su superior y presenta al Ministerio de Guerra un informe y plano topográfico.
Obligado, con su equipo de la Armada integrado por Eduardo O’Connor y otros marinos, presenta después su informe
descalificando a Rohde (GONZÁLEZ LONZIÈME 1977:112). Tanto Rohde como O’Connor, en sus descripciones de la
región del Nahuel Huapi presentadas al IGA en 1883 y 1884, destacan su carácter de primeros descubridores e imponen
nuevos nombres a los objetos de sus observaciones, cada uno desde una perspectiva y proyectiva diferente: Rohde desde
una idea de integración territorial fundada en las vías terrestres y los ferrocarriles, y O’Connor en la vinculación fluvial
con el río Negro.
23
interesante, a los fines de caracterizar a este grupo y su relación con el Estado nacional,
la identificación de una serie de actores intermedios, de perfil técnico muchos de ellos,
verdaderos constructores materiales del Estado en el sentido de que desde sus saberes
contribuyen a consolidar un espacio de dominación que por entonces permanecía en
estado de liquidez (Cacopardo y DaOrden 2005).
En realidad, se debe tener en cuenta también el proceso de profesionalización de
las comunidades científicas y técnicas. Azuela Bernal (1996:131-132), por ejemplo,
refiriéndose al caso mexicano, explica que: “En un inicio se recurre a los miembros de
las élites intelectuales… Posteriormente, estos ‘sabios’ serán reemplazados por
expertos y profesionales, egresados de los establecimientos educativos creados para
apoyar la estrategia modernizadora”, como efecto de las reformas educativas que
acompañaron a esas políticas. “Con los años, dominios enteros de la burocracia estarán
constituidos por expertos, como ocurrió en México en la Secretaría de Fomento”. En
nuestro caso de estudio podemos constatar esa variación del perfil personal de los
actores sociales concretos mediante la observación de los autores del corpus
documental bajo análisis: en los primeros años “naturalistas” relativamente aficionados
y vinculados directamente a las esferas del poder, progresivamente reemplazados por
profesionales, expertos y técnicos –en la Argentina son mayoritariamente extranjeros,
contratados por instituciones académicas estatales-.
Entre los autores de los temas de nuestro interés, si bien predomina el perfil
científico y técnico ya señalado, algunos se destacan por su compromiso político, tanto
en las filas del roquismo como del mitrismo y del juarismo –facciones, por otro lado,
siempre relacionadas entre sí entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera del
XX-. Un análisis más preciso de sus escritos nos mostraría –y este es uno de los
propósitos de nuestro estudio- una diversidad ideológica mayor de la que a menudo se
supone.
La coexistencia de dos instituciones geográficas paralelas –el IGA y la SGA- es
explicada por distintos autores a partir de una serie de divergencias personales,
ideológicas o políticas al interior de esa élite, que habrían llevado a la SGA y a su
fundador Ramón Lista, en coincidencia cronológica con la conquista argentina del
Chaco, a poner un mayor énfasis en la divulgación del conocimiento y en el debate
sobre la temática humana y política en general y sobre la cuestión indígena en
particular, reflexiones prácticamente ausentes del ámbito del IGA (De Jorge 1988:1314; Zusman 1996:43-45; Lois y Troncoso 1998; Lois 2004:81-82). En ese contexto, la
SGA se habría construido como un espacio público relativamente más autónomo
respecto de las políticas nacionales y hasta como un núcleo ideológicamente
minoritario por su inclusión de antidarwinistas y católicos (Zusman 1996:45). No es de
descartar el factor generacional, dado el peso que tendrían en la nueva SGA algunos
jóvenes como el mismo Lista (25 años al momento de la fundación), Alberto Navarro
Viola (23), José N. Matienzo (21), etc.
Para el caso de la SGA, el antievolucionismo de Ramón Lista es un dato
sobresaliente de su perfil ideológico, tanto en el plano científico-biológico como en el
24
político.9 En diversos pasajes de sus escritos expresa su desconfianza hacia las
explicaciones mecanicistas o fatalistas de la realidad tanto natural como social. Durante
la exploración de la costa patagónica emprendida en 1879, por ejemplo, dice que la
extinción de las grandes especies cuyos restos se encuentran frecuentemente en el
suelo patagónico no alcanza a ser explicada por “la teoría transformista” de Darwin, y
se inclina por postular la ocurrencia de una “catástrofe” consistente en el enfriamiento
climático del hemisferio Sur (Lista 1975 [1880]:140-141). En su última obra sobre los
tehuelches, finalmente, diferencia claramente la extinción de un pueblo por la
refundición de poblaciones, de la desaparición violenta –que es lo que estaban sufriendo
los tehuelches, precisamente- entendida como una “catástrofe” provocada
intencionalmente por “malignidad civilizada” y consentida por la pasividad de los
gobiernos (Lista 1894:7-12). Del mismo modo que esos procesos adquieren en el
pensamiento de Lista un sentido catastrofista, su acción como funcionario parece haber
encarnado el activismo autoritario que el presidente Miguel Juárez Celman (18861890) imprimía a algunas de sus decisiones al aplicar, por ejemplo, el lema “regar es
poblar” durante su gestión en la gobernación de Córdoba (Rivero Astengo 1975:459460).
El perfil institucional de la SGA se encuentra relativamente diferenciado,
efectivamente, del IGA y de otros espacios y actores más claramente funcionales al
discurso oficial de la coalición roquista. Ya en 1879, cuando Moreno y Lista publicaban
sus primeras obras importantes, el diputado Vicente G. Quesada hacía notar que
mientras el primero gozaba de un sueldo público del Museo de la Provincia de Buenos
Aires “el señor Lista es muy modesto; carece, quizás, de protectores” (Congreso de la
Nación 1880:573)10. Por 1885, cuando se discutía en el Congreso de la Nación el
otorgamiento de un subsidio al IGA, los legisladores destacaban la funcionalidad de la
institución a los proyectos estatales señalándola, como ya vimos, como la única
asociación científica del país que se había preocupado de la geografía nacional, y nada
se dice de la SGA.
Haya sido uno u otro el factor decisivo para la apertura de la SGA, lo que resulta
relevante constatar es que la nueva institución produce una mirada disidente sobre el
objeto de la Patagonia –en particular su sección Norte-, sus territorios y sus
9
Cabe aclarar que nos referimos a evolucionismo con dos sentidos diferentes pero a menudo complementarios: el
evolucionismo biológico, consistente en explicar la transformación (anatómica, fisiológica, del comportamiento y de la
distribución) de los seres vivos a lo largo del tiempo en forma gradual y de acuerdo con mecanismos naturales propios
(en contraposición, por ejemplo, al catastrofismo), y el evolucionismo político, consistente en explicar el cambio social a
lo largo del tiempo también en forma gradual y asimilando el comportamiento de las sociedades al de los organismos
vivos. Más allá del biologismo que puede traer aparejado este evolucionismo político, es claro que se trata de una
posición conservadora, antirreformista y antirrevolucionaria, contrapuesta a la mentalidad progresista, revolucionaria o
voluntarista, negadora de la necesidad y del fatalismo (cfr. SEGOVIA 1998:381-382).
10
Quesada era particularmente sensible al tema, debido a su adhesión ideológica al nacionalismo territorial y a las
dificultades que encontró para que el Estado financiara sus publicaciones La Patagonia (1875) y Virreinato del Río de la
Plata (1881), con las que buscaba contribuir a los intereses argentinos frente a las intenciones territoriales chilenas.
También Aristóbulo del Valle defendió el subsidio a Moreno y Lista (CAVALERI 2004:91-92 y 121).
25
habitantes. Si en el marco de la naciente Antropología nacional una serie de
“argumentos supuestamente científicos se van tornando funcionales a proyectos
preexistentes de territorialización y proletarización compulsiva” (Briones 1998), ante
las divergencias en los discursos sobre el otro interno –los pueblos indígenas- cabe
formular la pregunta acerca de cuáles eran los modelos de formación social en juego, y
a cuál de ellos respondía la mirada de cada una de las sociedades geográficas sobre las
naciones indígenas incorporadas por el Estado argentino. Por otra parte, si estas
instituciones comparten con otras la idea de una Geografía funcional a la construcción
del nuevo espacio de dominación estatal mediante una identificación perfecta de
referencias empíricas y una valorización de sus potencialidades económicas, la
preferencia de cada grupo o sociedad por determinados referentes materiales y por
determinados recursos amerita el interrogante acerca de qué proyectos políticoterritoriales eran servidos por sus exploradores y descriptores.
La decadencia de la Sociedad y de su Revista, que llevaría a su extinción en 1890,
coincide, por un lado, con el alejamiento de Lista de Buenos Aires, designado
gobernador del Territorio Nacional de Santa Cruz en 1887, y en ese sentido puede
indicar hasta qué punto la institución dependía de la iniciativa personal de su líder.
Pero, por otro lado, el ’90 es una fecha demasiado significativa en la historia política
argentina como para ignorar su peso como punto de quiebre del impulso progresista
del ’80, impulso que comprende la conquista del Sur y la construcción de los
Territorios Nacionales. Así, la identificación de la RSGA con el período de la
incorporación de los Territorios a la Nación y, por consiguiente, con los debates y
aspectos más controvertidos de ese proceso, resulta una clave de lectura necesaria.
En definitiva, ambas sociedades geográficas formaban parte de una esfera pública
nacional, ocupando un punto en el que se entrecruzaban sus vínculos con otras
instituciones internacionales y nacionales similares –principalmente la Sociedad
Científica-, con el Estado nacional y sus agencias –Fuerzas Armadas, Academia de
Ciencias, sistema educativo, etc.- y su pertenencia a una amplia comunidad imaginada
parcialmente lectora de sus publicaciones y beneficiaria de la expansión territorial de la
Argentina. En este contexto, podemos anticipar que la corta vida de la SGA se centró
en la disidencia, la problematización y la producción de una mirada alternativa respecto
del discurso del IGA11. Ambas instituciones coincidieron en el propósito de explorar
11
En la historia de la educación superior y la investigación científica occidental ocupan un lugar importante junto a las
universidades, particularmente desde el siglo XVIII, las academias y sociedades científicas. Entre ellas, y ante la
resistencia al cambio que experimentaron muchos centros de altos estudios durante la época de la Ilustración, surgieron
en Inglaterra y luego en la Europa continental, durante el tercer cuarto del XVIII, las academias disidentes, de alto nivel
de estudios, más abiertas intelectualmente, innovadoras, menos elitistas y hasta políticamente “incorrectas” en sus
posiciones (BARSKY Y DÁVILA 2002:9). En ellas se mezclaban y colaboraban científicos, ingenieros y artesanos,
generando un “equilibrio dinámico entre la técnica y la ciencia” (BERNAL 1979:406). Academias y sociedades científicas
generaron y mantuvieron a menudo publicaciones periódicas que respondieron y al mismo tiempo alimentaron al
mercado lector de novedades científicas. Por extensión del concepto, proponemos la consideración de la Sociedad
Geográfica Argentina como una sociedad disidente respecto de la posición más fiel a los factores tradicionales de poder
representados en el Instituto Geográfico Argentino. En un plano similar, por ejemplo algunos de los científicos alemanes
contratados en Córdoba fundaron en 1874 la Sociedad Zoológica Argentina, que publicaba un Periódico Zoológico y
26
para dominar los nuevos espacios estatales, pero si el IGA construyó selectivamente
una serie de ideas -objetos simbólicos- acerca de la Norpatagonia en función de su
pertinencia al marco ideológico-político del régimen oligárquico, la SGA parece
haberse propuesto producir una mirada desplazada respecto de ese eje, capaz de
formular una serie de ideas relativamente críticas para los intereses dominantes.
La disidencia de la SGA respecto del IGA y otros círculos científicos reconoce
matices y grados. Por ejemplo, en el tema de los límites internacionales, la RSGA
refleja las mismas posiciones que el BIGA y que los principales periódicos porteños, en
una cerrada defensa de las interpretaciones más favorables a la Argentina en su
diferendo con Chile. En cambio, en relación con el modelo de desarrollo y el modo de
incorporación de los nuevos espacios al sistema económico nacional, si bien la SGA
coincide en la preponderancia del modelo primario-exportador, pone un acento muy
particular sobre las potencialidades de desarrollo agrícola mediante la colonización, y
en función de eso genera una representación claramente diferente de los recursos y
necesidades de la Patagonia Norte. Pero el punto en que se hace más notoria la
disidencia es en relación con el proceso de poblamiento de la región, en la medida en
que el discurso de la RSGA resulta evidentemente contestatario de la concepción de los
Territorios Nacionales como vacíos de población y no oculta su preferencia por el
sistema de colonización indígena. En función de estas diferencias –mayores en unos
temas, menores en otros-, frente a la construcción simbólica dominante de la “Suiza
argentina” potenciada por el IGA -una denominación para la franja andina patagónica
que la marca como objeto preferencial tanto de las políticas de apropiación como del
imaginario futurista sobre la región- la SGA propone como objeto preferente de su
consideración a las tierras agrícolas del valle del río Negro y a las obras de riego y
colonización que el Estado debía realizar en ellas.
Lois (1999), refiriéndose al caso similar del Chaco, destaca –sin excluir otras
posibles- como orientaciones iniciales del discurso geográfico argentino, las de afirmar
la territorialidad estatal –definida como la intención de delimitar y controlar un área,
un conjunto humano y sus fenómenos y relaciones- en un área étnicamente diversa,
establecer límites internacionales, y estandarizar la imagen del territorio nacional.
Dodds (1993:314 y 321-322) define esta politización de la geografía material como la
puesta en práctica de una serie de “tecnologías de poder” tales como explorar, nombrar,
mapear, que operan una serie de recortes de la realidad, incluyendo y excluyendo a
unos u otros, colonizan la definición de normalidad, codifican formalmente el proyecto
estatal sobre el territorio y lo representan como humanamente vacío.12 Entre esas
convocaba a colaborar a los amantes de la naturaleza en general, y que se atrevió a designar miembro honorario al
controvertido Charles Darwin, contra todas las ideas y los deseos de Hermann Burmeister, director científico de la
Academia de Ciencias (MANTEGARI 2003:153-155).
12
Los textos geográficos –verbales o gráficos, incluso los mapas y planos en tanto son operaciones intelectuales antes
que herramientas- siempre interpretan y postulan algo sobre el sentido de los objetos que describen, ubican, etc. para las
sociedades que los piensan y producen y en un conjunto de elementos extratextuales (QUINTERO 2003:57 y 64; LOIS
2004:8-10).
27
imágenes oficiales y patrióticas, la resignificación de la Norpatagonia como repositorio
de recursos tan valiosos como inexplotados tiene un eco persistente hasta la
actualidad.13 También obedecieron a factores más coyunturales, tales como el proceso
de definición de los límites internacionales, pero permanecieron también como
constitutivas del concepto de soberanía, que en el caso argentino jerarquiza el
componente patrimonialista de dominación territorial y deja en segundo plano el
significado democrático de pertenencia a un pueblo.
El IGA, en efecto, generó intencionalmente una serie de representaciones del
territorio y de la población de los espacios recién conquistados por el Estado, definidas
socialmente como científicas pero funcionales al programa político de conquista y de
colonialismo interno y por eso mismo profundamente ideológicas. Las sociedades
geográficas de la época construían un tipo de conocimiento geográfico constitutivo de
nuevos espacios de dominación, con referencia inmediata a lo material pero desligado
de los marcos teóricos de moda en la disciplina (Lois 2004:39-42): “un saber útil a los
fines del proyecto territorial estatal”, retóricamente cientificista en su propuesta de
modernización, sostenido por “los valores asociados a la cientificidad” que justificaban
“las prácticas políticas que engendrarían los anhelados orden y progreso”. Dentro de
esta retórica cientificista la misma autora cuenta el situarse del autor como observador
neutral de la realidad y “la apelación a las leyes de la naturaleza para la explicación de
fenómenos sociales”.
Los propios exploradores-autores, particularmente los del IGA, advertían
frecuentemente acerca de la improvisación o la subjetividad presentes en sus propios
escritos, proporcionándonos elementos para analizar el tipo de cientificidad del
conocimiento generado por las sociedades geográficas. El mismo fundador y mentor
del Instituto, Zeballos, expresaba que las “conquistas útiles a la Humanidad y gloria
para los espíritus esforzados” logradas por los primeros exploradores argentinos
producían trabajos casi todos “superficiales y escasos de mérito científico [...],
descriptivos e históricos y salpicados con las investigaciones de naturalistas de mérito
a quienes se sigue en ellos” pero merecedores, sin embargo, del apoyo de los poderes
públicos en carácter de estímulo (BIGA I:61, 1879). Con la misma frecuencia con que
los autores llamaban la atención acerca de la poca sistematicidad de sus observaciones,
señalaban también que todo lo descrito y registrado se correspondía perfectamente con
la realidad, participando así de la pretensión de objetividad característica del método
positivista. El criterio expuesto en general consiste, entonces, en ameritar no la calidad
científica de estos trabajos sino su utilidad política.
De una primera lectura de los índices del Boletín del Instituto Geográfico Argentino
se desprende que el desarrollo y la publicación de trabajos geográficos sobre la
Patagonia Norte acompañaron, fundamentalmente, dos iniciativas políticas en sendos
13
LIVON-GROSMAN (2003:15) observa que la Patagonia se convierte en un capítulo insoslayable de la larga literatura
sobre el fracaso argentino del siglo XX. SOUTO (2003), p.e., identifica en el Segundo Plan Quinquenal de 1952
representaciones que provienen de Carlos III, de Sarmiento y de Avellaneda.
28
momentos sucesivos: en primer lugar el ciclo de expediciones militares de conquista
que se extendió hasta 1885, y en segundo lugar el desarrollo del diferendo limítrofe
con Chile que culminó en el laudo arbitral de 1902. Fuera de esos dos grandes temas,
sólo algunos aspectos puntuales del desarrollo regional llamaron la atención de la
institución, pero sin generar debates ni análisis más profundos. La Revista de la Sociedad
Geográfica Argentina describe y fundamentalmente propone, en cambio, la operación de
apropiación productiva del espacio inmediatamente siguiente a la conquista.
La conquista militar había sido posible gracias a una serie de exploraciones
previas realizadas desde mediados del siglo XIX (De Jorge 1988:14), y la exploración
había sido un elemento constitutivo del plan de conquista desarrollado por el gobierno
de Nicolás Avellaneda (Auza 1980:62-75). Al mismo tiempo, la conquista proveía
información, según Zeballos, “que la geografía nacional guarda con avidez, que el país
agradecerá vivamente, y que el Boletín del Instituto Geográfico Argentino llevará [...] al
seno de las principales sociedades congéneres de América, Europa y Asia, con las
cuales sostiene fecundas relaciones” (BIGA I:184-185, 1879). Conocimientos que
generaron “la época más brillante del Instituto” (Goicoechea 1970:9) y el corto ciclo de
vida de la Sociedad, es decir el momento del giro entre el discurso territorial
“topográfico” evidenciado en la cartografía del “primer nacionalismo voluntarista” que
“avanza sobre un desierto despojado de huellas culturales” –mirada de “apercepción”- y
la narrativa “de integración del Estado-nación y de redefinición de sus contenidos”,
explorando y describiendo sistemáticamente, clausurando la idea de desierto e
inaugurando la de espacio disponible –en un movimiento de “apreciación”- (Andermann
2000:18-19 y 106-109; cfr. Lois 2006). Esta lectura encaja perfectamente con la
correlación ya advertida entre los límites de las políticas estatales y los límites de la
Geografía, al señalar la ambivalencia entre la retórica a veces utópica de relevamiento y
ampliación de la nación y el “discurso crítico hacia el Estado que hasta entonces no ha
sabido hacerse cargo de esa riqueza interior” (idem:108).
Dentro de este gesto de apreciación del territorio llama la atención la prioridad
asignada a la puesta en valor y en práctica de vías de comunicación, tarea asumida
inicialmente por la Armada Argentina y centrada en los ríos y lagos de la cuenca del
Negro (Auza 1980:75-76). Los trabajos de marinos como Guerrico y O’Connor, en ese
contexto, son especialmente valorados.
La ambivalencia del discurso geográfico, entre la utopía futurista y la crítica por
la inacción estatal, surge fundamentalmente del punto de quiebre de la crisis política,
económica y general de 1890, por todo lo que significó en cuanto a desfinanciamiento
de las instituciones científicas, de sus actividades y de sus publicaciones, por el
estancamiento y retroceso de la ciencia pura y por la extensión del nuevo espíritu
utilitario y materialista (Babini 1986:196-198).14
14
WEINBERG (1998:76-77) extiende a toda América Latina esta característica de la época, y BERNAL (1979:438-439)
habla de “la gran depresión” de la ciencia occidental a fines del XIX por su carácter conscientemente
contrarrevolucionario, alejándose de “cualquier idea que pudiera ser utilizada para mejorar de algún modo significativo la
29
Los problemas de límites con Chile generaron un segundo ciclo de exploraciones
(De Jorge 1988:14), coincidiendo con el retorno al IGA de los fundadores de la
Sociedad Geográfica y con cierto mejoramiento del estado financiero del Instituto
(Goicoechea 1970:11).
De acuerdo con esas observaciones acerca de los momentos de mayor intensidad
de producción científica sobre la región presentes en los Anales, en el Boletín y en la
Revista, y con estas notas acerca del sentido que fue adquiriendo la literatura científica
en la época, podemos concluir a priori que las representaciones de la Norpatagonia
presentes en esos materiales se fueron alejando progresivamente de los estereotipos
negativos marcados por el concepto axial de desierto, establecidos en las décadas
anteriores, y que se recentraron en la identificación y valorización de recursos útiles.
Sin embargo esto no es más que una hipótesis inicial, y dejamos abierto el análisis que
nos permita determinar en qué momentos, respecto de qué temas concretos, con qué
distintos sentidos, alcances y consecuencias se dio esta resignificación de la región.
2. El proceso de objetivación de las representaciones15
El aporte a la delimitación territorial
Un eje discursivo en el que coinciden perfectamente –como ya señalamos- las
prácticas de las distintas asociaciones científicas y geográficas argentinas es su
contribución a la delimitación internacional del territorio en el marco del diferendo con
Chile, un problema que, indudablemente, era percibido como superior a las diferencias
coyunturales entre instituciones, partidos políticos y grupos de opinión.
Se ha señalado acertadamente la importancia singular que adquirió en América
Latina el factor territorial para la construcción de identidades nacionales. En el marco
de unas naciones jóvenes, que no se diferenciaban significativamente entre sí en el
plano cultural, la “alquimia de la tierra” era el principal factor de cohesión para las
identidades particulares (Quijada 2000). La delimitación externa del territorio, junto
con su control político interior y la construcción de ciudadanía, forman parte de un
mismo proceso de incorporación, agregación y modificación de elementos resuelto en el
nivel del imaginario colectivo, si bien en el caso argentino el componente territorial de
esa construcción nacional se destaca muy por encima de los otros dos (idem:181, 192194 y 217). Entonces, si “la delimitación de un territorio de dominación es parte
constituyente del proceso de cohesión interna y de diferenciación externa” (Zusman y
condición del hombre” y siendo absorbida “por la maquinaria del capitalismo como consecuencia del aumento de su
necesidad técnica”.
15
Entendemos por objetivación de una representación social el proceso por el cual se seleccionan y retienen, se
descomponen, simplifican y naturalizan determinados objetos del discurso generando una reconstrucción de la realidad
en torno de un sentido (MORA 2002 (8-11).
30
Minvielle:1), el aspecto conflictivo de ese proceso está dado por la oposición resultante
con otros procesos de construcción estatal en el mismo espacio, para este caso el de
Chile. Por otra parte, como señala Pires Menezes (2006) para el caso brasileño, detrás
de la preocupación por las cuestiones de límites subyacían “las cuestiones de la
centralización y descentralización administrativa y territorial, la unidad y cohesión
social, esto es, las problemáticas que envolvían territorio y nación”, que podían variar
ligeramente de un país a otro pero que nos muestran, en definitiva, que detrás de las
cuestiones de límites se ponían en juego representaciones y proyectos perdurables
acerca de la formación territorial de las áreas en disputa.
El modo de imponerse en el conflicto consistía, entonces, en traducir la unidad
de sentido entre naturaleza e historia característica de los nacionalismos, originalmente
situada en tensión entre el espacio continental y el espacio local, ahora en una escala
nacional, naturalizando –es decir, representando como naturalmente y atemporalmente
argentino- un territorio diseñado a priori desde el proyecto político nacionalista-liberal.
Un componente importante de esta visión nacionalista es la representación del
Virreinato del Río de la Plata como matriz territorial original de la Argentina, y por
ende la idea del proceso de formación del Estado argentino moderno como una serie de
pérdidas y mutilaciones atribuidas a enemigos externos como los países limítrofes y los
“imperios” británico o estadounidense (Cavaleri 2004). Los mapas del Virreinato
incluyendo en su espacio la Patagonia oriental entera, a veces incluso la Patagonia
chilena u occidental, y/o Tierra del Fuego o el estrecho de Magallanes, presentes aún
hoy en materiales de divulgación y textos escolares, contribuyen a esa representación
social.
Desde el momento mismo de la conquista, coincidente con el tratado general de
límites entre Argentina y Chile de 1881, la exploración de la región Norpatagónica
resultó funcional a la determinación de criterios para la fijación definitiva del límite
internacional: “se buscó la determinación de ciertos criterios conceptuales que,
legitimados en el marco del derecho internacional, encontraran su referente en el
terreno y fueran reconocidos como el límite internacional más adecuado” (Zusman y
Minvielle:5). En la medida en que crecía el conocimiento detallado de la zona
cordillerana, se advertía que la línea de las más altas cumbres de los Andes no coincidía
necesariamente con la divisoria de aguas entre las vertientes del Atlántico y del
Pacífico. En busca de un mayor provecho para la Argentina resultaba pertinente
generar una representación favorable tanto de una como de otra línea. Esto significaba
mostrar un caudal consistente de información que demostrara una divisoria de aguas lo
más oriental posible –lo que la invalidaría como límite internacional, al separarse
claramente de las altas cumbres-, o bien una línea de altas cumbres lo más occidental
posible de tal modo que diera, al menos en algún punto, acceso a la Argentina a la costa
del Pacífico.
El representante central del IGA en la polémica en torno del límite internacional
en la Patagonia Norte fue el mayor Rohde, que esgrime los resultados de su búsqueda
del paso Bariloche: la divisoria de aguas, atravesada apenas al sur del Nahuel Huapi, no
31
podía ser el límite, que debía pasar necesariamente por una línea de altas cumbres. Ésta
–sostenía el explorador- atravesaba el seno de Reloncaví; por lo tanto, propone –
provocativamente- trazar un ferrocarril enteramente argentino desde el Atlántico
hasta ese punto del Pacífico (BIGA IV:172-178, 1883). Pronto es rebatido por una
comisión exploradora chilena, que por medio de su informante Emilio Valverde declara
la imposibilidad de divisar el Reloncaví desde el sur del Tronador -”una ilusión óptica o
el deseo de ver el Pacífico lo ha engañado” al argentino- y comunica la imposición del
nombre de “Bariloche” al boquete Pérez Rosales, tradicional acceso desde los lagos
chilenos al Nahuel Huapi (BIGA VI:300-301, 1885; cfr. el informe completo de
Valverde en RSGA III:208-235, 1885). Rohde refuta fácilmente esa identificación de los
pasos cordilleranos con el auxilio de documentación de los misioneros Jesuitas, pero el
eje de su argumentación consiste en afirmar que la cordillera, en esa latitud, está
quebrada por invasiones del Pacífico que forman “puertos en parte chilenos, en parte
argentinos, así que se puede pasar a la Patagonia oriental, sin subir una cadena de
importancia”, de modo que las cumbres principales están en los volcanes Calbuco,
Osorno y Puntiagudo, al oeste del Reloncaví, y la Argentina debería colonizar los
valles cordilleranos intermedios (BIGA VI:304-313, 1885 y RSGA III:235-254, 1885).
Todavía en el mapa del Chubut elaborado por el ingeniero Ezcurra y publicado por el
IGA en 1895, aunque la línea del límite argentino-chileno coincide con la actual, las
más altas cumbres están representadas por una serie de alturas más occidentales: los
volcanes Michinmahuida, Corcovado y Nevado, y los cerros Melimoyu, Montalat y
Macá (BIGA XVI:mapa entre 226 y 227, 1895).16
La publicación de estos materiales por el IGA y la SGA en ese contexto tiene dos
resultados. Uno, inmediato y evidente, que es el de contribuir a sostener la posición
argentina y a lograr un laudo arbitral favorable. El otro deriva indirectamente del
primero: quizás el mejor tributo de estas instituciones al proceso político de
territorialización consistió, mediante la determinación de los términos del debate, en la
identificación del objeto en disputa. Ese objeto era las tierras situadas entre las dos
líneas propuestas como límite internacional: la de las altas cumbres y la divisoria de
aguas. En partes significativas –como las cuencas del lago Lácar y de los ríos Manso,
Puelo, Futaleufú-Yelcho y Palena- esas tierras formaban parte de la “Suiza argentina” y
eran consideradas, como hemos visto, las más fértiles de la Patagonia. Después del
laudo de 1902, entonces, la abundante información reunida, sistematizada y publicada
16
En este aspecto, Rohde y Ezcurra continúan una tradición ya establecida: en el “Mapa de la República Argentina
construido por A. de Seelstrang y A. Tourmente ingenieros por orden del Comité Central Argentino para la Exposición
de Filadelfia, Buenos Aires, 1875”, el límite argentino-chileno norpatagónico pasa por los citados volcanes y cerros
actualmente chilenos; en el Atlas de V. Martin de Moussy (en la “Carte de la Province de Mendoza, de l’Araucanie et de
la plus grande partie du Chili par le Dr. V. Martin de Moussy, 1865”, donde está trazado el límite internacional, y en la
“Carte de la Patagonie et des archipels de la Terre de Feu, des Malouines et des côtes occidentales jusq’au golfe de
Reloncavi par le Dr. V. Martin de Moussy, 1865”, donde no figura), en cambio, el límite parece seguir la divisoria de
aguas allí donde era mejor conocida gracias a Cox –volcando el lago Lácar hacia el lado chileno- y las altas cumbres
aparecen constituidas más al sur, entre el Nahuel Huapi y los 45° de latitud, por los mismos volcanes y cerros que en los
otros mapas.
32
sobre la zona limítrofe contribuiría a la representación de la zona andina norpatagónica
como principal objeto de interés regional.
Una década después del incidente Rohde-Valverde, cuando el protocolo de 1893
ya había admitido la invalidez de la divisoria de aguas como criterio de delimitación y
el diferendo limítrofe se encaminaba a la solución arbitral, el IGA continuaba
publicando cartografía resultante de sus propios relevamientos y volvía a situarse en la
vanguardia de las exploraciones al señalar que al sur del Nahuel Huapi, en la región
cordillerana del Territorio del Chubut, entre la cordillera y la divisoria de aguas, se
encuentran las tierras más fértiles de la Patagonia, que sin embargo constaban en los
mapas como “territorio inexplorado” (BIGA XVI:5-10 y 226, 1895). Un intercambio
similar al de 1885 se produjo entre Lista y los chilenos Steffen, Fonck y Fischer, y
repercutió esta vez en los Anales de la SCA (ASCA 41:286-296 y mapa, 1896). Así como
una década atrás la discusión se había centrado en los pasos de la zona del Nahuel
Huapi, ahora se focalizaba en la zona al sur del gran lago, hasta la cuenca del río Puelo,
de la vertiente del Pacífico pero al este de las altas cumbres. Las notas salientes de la
valorización de la zona por Lista consisten en el modo en que llama la atención sobre la
potencialidad agrícola del Valle Nuevo (actual valle de El Bolsón) y en que proporciona
visibilidad a la población indígena en su recorrido por el pedemonte andino.
La idea de la imprecisión de la divisoria de aguas es reforzada por Moreno en su
conferencia londinense de 1899, en la que afirma que el Nahuel Huapi constituía un
fiordo antiguamente abierto al Pacífico pero actualmente vertiente en el Atlántico
(BIGA XX:385, 1899).17 Esta teoría sigue siendo sostenida años más tarde por el
profesor Kühn, que destaca la existencia de una serie de lagos encadenados sobre el
paralelo 41°, a ambos lados de la cordillera (BIGA XXIII:200, 1909). La generación de
información y de interpretaciones sobre el tema, por parte del IGA y en función de la
solución del conflicto territorial con Chile, fue acompañada por la divulgación de
abundante material documental: todos los tratados, convenciones, protocolos, actas,
proposiciones, memorias, informes y mapas inherentes al conflicto, y finalmente el
laudo arbitral fueron publicados en su Boletín (BIGA XIX:511-560, 1898, y XXI:249302, 1903).
En síntesis, las tres instituciones con sus publicaciones científicas divulgativas
estudiadas coincidieron plenamente, durante el desarrollo del diferendo limítrofe
argentino-chileno, en su compromiso de generar conocimiento geográfico sobre el
terreno y, a partir de él, producir una interpretación favorable a la Argentina, a
menudo polemizando con las interpretaciones chilenas.
17
Una explicación –según me ha aclarado la geóloga Susana Heredia- no del todo incorrecta, pero poco precisa en el uso
de los conceptos de “antiguo” y “actual” y en la determinación de los datos sobre los que se debería afirmar.
33
Los objetos preferenciales de representación: la zona andina
y los valles agrícolas
Los estudios publicados por el Boletín del IGA sobre la Patagonia Norte
consagran un nuevo itinerario canónico para el viaje al Sur argentino: el viaje por la
cordillera de los lagos. Un primer itinerario, inaugurado por los primeros
conquistadores europeos, había sido el recorrido de la costa (Livon-Grosman 2004), y,
en un segundo momento, la penetración desde la costa hacia la cordillera siguiendo los
ríos había sido abierta por los exploradores españoles del XVIII –Basilio Villarino,
Antonio Viedma- y reproducida como un rito por Darwin, Feilberg, Moreno y Lista.
Este segundo itinerario había hecho posible establecer diferencias entre la costa
generalmente inhospitalaria, la estepa desértica y el rico ambiente cordillerano, y
percibir a este último como el objeto preferencial del deseo y de la conquista. En
comparación con esos primeros abordajes, los exploradores de fines del siglo XIX –y
en particular los del IGA- se entusiasman en la contemplación, la descripción, la
evaluación y el goce anticipado de la Norpatagonia andina, la “Suiza argentina”, como
lugar de las posibilidades plenas.
Paralelamente con las expediciones militares de conquista de la Norpatagonia
andina al mando del general Villegas, se comenzó a percibir la especificidad de esa
subregión desde el punto de vista geográfico. Ya en 1879 Francisco Host, en el primer
relevamiento sistemático del curso del Neuquén, al llegar a la Confluencia con el Limay
observa que “el terreno es muy propio para la agricultura” (BIGA I:158, 1879). La
necesidad de obras de regulación de los caudales, la nula disposición del Estado para
emprenderlas y, finalmente, la experiencia trágica de 1899, contribuyeron a que las
miradas de la época se concentraran en la zona andina, en “la verdadera riqueza
territorial” que todavía en 1880 Zeballos veía “en poder del enemigo”:
“Como campos de pastoreo los valles andinos son de excelente calidad; allí están,
asimismo, aquellas maderas seculares de que los españoles construían grandes navíos,
allí los metales desde el plomo hasta el oro, allí el carbón de piedra en las entrañas de la
tierra y en su superficie las sabrosas frutas como la cereza, la pera y el manzano.”
(BIGA I:190, 1880)
Esa mirada se vuelca en una serie de exploraciones, mapas y descripciones
realizadas por ingenieros militares, viajeros civiles y agrimensores. La descripción del
corredor de los lagos aparece compuesta por el ingeniero militar Jorge Bronsted, desde
Pulmarí al Nahuel Huapi, por el capitán de la Armada Eduardo O’Connor en torno del
gran lago, y por Rohde –concentrado en la cuestión del límite internacional- en lo
referente a la zona sur del Nahuel Huapi. Relativamente diferentes en estilos y énfasis,
estas descripciones –fundamentalmente las dos primeras- pueden ser leídas como el
“interrogatorio utilitarista” referido por Andermann, que culmina en una valoración no
exenta de una estética marcada por la delectación en el paisaje cordillerano.
34
Bronsted, en “Territorios andinos”, la descripción topográfica que complementa
la campaña del general Villegas al Nahuel Huapi (BIGA IV:247-260, 1883), releva el
territorio situado entre el gran lago, los ríos Limay, Collón Curá y Aluminé, el lago
Aluminé y la cordillera de los Andes con el objeto de servir a lo que “se propusiese para
llevar la civilización a aquellas apartadas comarcas tan bendecidas por la naturaleza”.
El itinerario exploratorio liga el ascenso de los ríos mencionados con el recorrido de
los lagos y valles cordilleranos, de norte a sur. En ese camino se identifican y se
clasifican cuidadosamente las tierras, las vías de comunicación y demás recursos. No se
dejan de hacer observaciones acerca de la cuestión limítrofe con Chile, señalando la
lejanía de la divisoria de aguas –en el cordón Chapelco- respecto de las altas cumbres y,
en consecuencia, los derechos argentinos sobre las mejores tierras de la vertiente
oriental de los Andes.
En primer lugar, el autor ubica las tierras de aptitud agrícola: el valle donde se
sitúan el fortín y pueblo de Junín de los Andes –estratégicamente ubicado respecto de
los caminos a Chile y al oeste de la divisoria de aguas mencionada-, los valles del
Curruhué, Chimehuín y Malleo, los declivios alrededor del lago Huechulafquen, la zona
del lago Tromen, los valles alrededor del lago Lácar, “de los más fértiles y más
extensos entre los de las Cordilleras del Sud” y los también “fértiles y hermosos valles”
al sur de allí, hasta el lago Traful. Otras zonas no muestran las mismas calidades pero
sí parecen aptas para el pastoreo, como los valles del Collón Curá y el Quemquemtreu,
o los buenos campos al norte del río Malleo. Otro recurso interesante parece ser una
mina de plata en el volcán Lanín18, que habría sido explotada por chilenos.
Esas tierras fértiles, abundantes en ríos, arroyitos, manantiales innumerables,
buenos pastos, manzanares, “bosques de pinos, robles y cipreses” de admirable
frondosidad, lagos de “aguas azuladas, profundas y silenciosas”, frutillares exuberantes,
conforman una “naturaleza a la vez risueña y salvaje”, útil y disponible para su
colonización. Las vías de comunicación no abundan pero existen seis pasos
cordilleranos, entre Pulmarí y el Nahuel Huapi, muy mejorables con “la azada, el pico y
el hacha”: el paso pantanoso y difícil pero bajo de Carirriñe, cercano a una “población
chilena, en territorio también chileno, con ranchos y grandes chacras bien labrados”, el
paso Villarrica (actual Tromen), el paso lacustre-fluvial de los lagos Lácar y
Pirehueico, el paso Huahum y otros dos no especificados, uno de los cuales era muy
frecuentado por comerciantes chilenos que buscaban manzana para sidra. Sin embargo,
se contaba también con la navegabilidad de los ríos para el transporte de maderas y
como vías de intercambio en general.
Es de notar que, con perspectiva de futuro, Bronsted se posiciona respecto de
uno de los temas más controvertidos que derivarían del relevamiento de la zona andina
norpatagónica: su modalidad de distribución y ocupación. “Las condiciones naturales de
esas regiones y la poca extensión de las áreas aptas para el cultivo y aún para el
18
El autor escribe sobre el volcán Quetrupillán, de “majestuosa grandeza”, pero por las referencias que da es claro que se
trata del Lanín; el Quetrupillán está en territorio chileno, 25 km al NO del Lanín.
35
pastoreo no invitan a los ganaderos exclusivos, ni ofrecen conveniencias para estancias
a la manera de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, etc.” (BIGA IV:257, 1883).
Propone, en cambio, una explotación fundada en la ganadería intensiva al modo suizo,
escocés o escandinavo: “estoy convencido de que una colonización llamada de los países
europeos indicada y planteada convenientemente allá, dentro de pocos años convertiría
esa región en una Suiza americana no menos productiva, hermosa y risueña que el
[país] suizo europeo” (idem, 258). Con ese propósito, compara el clima local con el de
Alemania, Francia y Bélgica, ideal para los cereales y mejor que el de las colonias
agrícolas de Santa Fe.
A diferencia de otros exploradores del IGA, el ingeniero de la 2ª División del
Ejército no representa un territorio vacío sino portador de abundantes señales de una
presencia tanto indígena –reciente pero pasada- como española, demostrada ésta por
las “ruinas de un fortín viejo” que fue rehallado recién en 1998 cerca del Lácar. En
cuanto a las abundantes trazas indígenas, funcionan en el texto como un elemento de
valoración suplementario para las tierras a colonizar:
“El conjunto de esos valles cuya naturaleza tan abundante, tan pintoresca y tan
virgen recién se presenta a la vista del hombre civilizado deja una impresión como si se
pisasen lugares sagrados [...]. En esos valles vivían los indios; sus toldos de los que
muchos son bien construidos, sus sembrados de trigo, cebada, alverjas, porotos, papas,
etc., y aún sus trabajos destinados al riego comprueban que a pesar de sus instintos
salvajes habían adquirido cierta civilización y que estos sus últimos refugios también
fueron sus lares predilectos.
“[...]
”[...] las sendas y caminos que cruzan esos lugares en todas las direcciones tanto
como los restos de toldos y corrales son testimonios inequívocos de que esas regiones
han sido de las preferidas entre los indios” (BIGA IV:250 y 254, 1883).
Finalmente, Bronsted intenta establecer el carácter determinante de sus
observaciones y opiniones: ”Siendo el plano el primero que se ha levantado y hasta la
fecha el único que existe sobre esta parte de la República, lo envío a la Superioridad en
la convicción de que en adelante no habrá controversia sobre la exactitud de su
contenido”. Sus opiniones, por otra parte, se basan según él “sobre la verdad neta de las
cosas” (BIGA IV:260, 1883).
En el otro texto paradigmático de esta resignificación de la zona andina
norpatagónica operada por el IGA, la “Exploración del Alto Limay y del lago Nahuel
Huapi” realizada y redactada por O’Connor (BIGA V:196-201, 232-240 y 261-263,
1884), aparecen muchos de los perfiles característicos de las exploraciones patagónicas
de fines del siglo XIX.
En primer lugar, se destaca la relectura de los antecedentes y testimonios
históricos sobre la zona, hasta los inmediatamente anteriores al autor –Falkner,
Villarino, los jesuitas de Chile y Menéndez, Hess y Fonck, Cox, Ramírez, Guerrico y
Obligado-, como falsos, erróneos o intrascendentes. También contribuye a poner de
36
relieve la tarea exploratoria del autor la representación de la expedición misma como
empresa riesgosa, navegando a la sirga contra la fuerte corriente del Limay y
recordando el naufragio de Cox y los esfuerzos inmensos, incluso con el costo de vidas,
de los expedicionarios anteriores. En consecuencia, la propia experiencia es exaltada
como empresa nacional e internacionalmente significativa, comparable a las de
Livingstone y Stanley en África y por la que el gobierno argentino, “colocándose a la
altura de la civilización moderna, ha seguido las huellas o el ejemplo de las naciones
europeas más avanzadas que se apresuran en el siglo actual a completar el
conocimiento físico y geográfico del globo”.
En segundo lugar, la zona explorada –el lago Nahuel Huapi y su entorno- es
recreada como lugar novedoso: “completamente desconocido del hombre civilizado [...]
durante el largo período de tres siglos [...] también muy poco frecuentado por el
hombre americano antes de Colón”; “en ningún sitio encontramos la huella del
hombre”; etc. La idea de que se trataba de una zona fundamentalmente desconocida se
repite en trabajos posteriores, como el de los doctores Fritz Kurtz y Guillermo
Bodenbender, pero desde el punto de vista de los científicos que dicen generar
conocimiento verdadero, a diferencia de los militares y los comisionados de mensuras
(BIGA X:319, 321 y 326, 1889). En O’Connor, la imagen del imponente escenario
natural –recientemente vaciado de población, a juzgar por los “muchos restos de toldos
y corrales destruidos” o por las piraguas “abandonadas allí [en el Nahuel Huapi] por
los salvajes, que alguna vez surcaron aquellas solitarias y apartadas regiones”- es
cargada de un nuevo simbolismo nacional por la descripción del izamiento de la
bandera, de la presencia de las tropas y del silencio solemne del momento. Ese vacío
imaginario de conocimientos y de población es remediado discursivamente mediante la
descripción sistemática de la superficie del terreno: las medidas del Nahuel Huapi, su
ubicación, altura, extensión, topografía, profundidad, lecho, temperatura, corrientes, la
altura de sus aguas, sus islas, los bosques que lo rodean, los arroyos y ríos Grande,
Chico y Blanco que desembocan en el Nahuel Huapi, los lagos Correntoso, Gutiérrez,
Frías, Moreno, 25 de enero y Albarracín, la boca y el régimen del Limay, los vientos, la
amplitud térmica, el clima y la geología de la zona, la fauna “rica y variada”, la
vegetación, etc. El renombramiento de los accidentes naturales -el lago Moreno en
honor al primer argentino que divisó la gran cuenca; la isla Victorica (actualmente
llamada Victoria) en honor del “progresista ministro” de Guerra protector de las
exploraciones- es otro gesto de apropiación intelectual característico. También
contribuyen la imaginación futurista del “rico territorio [como] asiento futuro de
populosas ciudades”, la comparación con otras latitudes -según la cual “el lago Nahuel
Huapi, no cede en importancia geográfica a ninguno de los otros grandes lagos del
mundo” como los suizos y los norteamericanos- y la alusión a la disponibilidad de esos
“extensos terrenos fertilísimos, con un clima fácilmente soportable y habitable por los
hombres de cualquier zona del globo”.
En definitiva, la cordillera norpatagónica aparece en O’Connor y en menor
medida en Bronsted como una región con características propias, como una unidad de
37
análisis centrada en un objeto destacado -el lago Nahuel Huapi en el caso del marino,
las tierras agrícolas en el caso del militar de tierra-, vacía de población preexistente,
básicamente desconocida para la ciencia, incorporada ahora por la “civilización” –
representada por el Estado argentino y por los arriesgados expedicionarios de sus
fuerzas armadas- al mundo conocido –en una cadena de subrogaciones que legitima en
ambas direcciones-, riquísima en recursos naturales, apropiada y renombrada por la
Nación a través de sus agentes y símbolos, comparable con otros escenarios del
desenvolvimiento del capitalismo en climas templados, disponible para el trabajo
productivo e imaginable como lugar de desarrollo futuro. Esta representación de la
subregión persiste con escasas variaciones hasta hoy. Desde un punto de vista, esto
demuestra lo poco que ha cambiado la región a lo largo de más de un siglo. Pero
también podemos interpretar que el discurso de la Geografía de la época aproxima a
ésta a la Historia: si la exploración y descripción sistemática del terreno es producto de
una Geografía fijista, poco sensible a los procesos humanos, a la dinámica y al conflicto,
también es cierto que produce a su vez una Historia fría, cuya dinámica se expresa con
la lógica de las leyes de la naturaleza y evoluciona tan lentamente como ésta, pero que
enmascara –el “tiempo engañoso” de Gurvitch- la crisis estructural de la conquista.
En otro texto, extraño al estilo general del Boletín, el médico, naturalista y
literato Eduardo L. Holmberg pronuncia una conferencia que sintetiza bien, en 1889, la
representación fragmentada de la Patagonia generada en la primera década de vida del
IGA. “Nuestra tierra a vuelo de pájaro” (BIGA X:174-183, 1889) describe en prosa
lírica, desde el punto de vista imaginario de un cóndor que sobrevuela la Argentina19, el
contraste entre, de un lado, las montañas “en cuyo duro seno forma el esqueleto una
filigrana de los más ricos metales”, “los manzanares no habitados ya por los antiguos
señores de la comarca”, los bosques y frutillares, y del otro lado la meseta con su “árido
suelo, totalmente desnudo de yerbas”, de clima durísimo, frío eterno y huracanes
helados, signado por la ”tristeza y desolación por todas partes”. Un texto que
representa el efecto estético de la apropiación nacionalizadora del paisaje, producido
como consecuencia del interrogatorio utilitarista de los exploradores (Andermann
2000:123).
El concepto de desierto –aplicado a los territorios fronterizos de la Pampa y la
Patagonia en forma inseparable al concepto de salvaje asignado a su población- había
adquirido, efectivamente, un denso significado político en la Argentina del siglo XIX y
19
En la literatura de Holmberg, hombre de la llamada “generación del ‘80” pero de ningún modo limitado al craso
materialismo con que se suele caracterizar la época, conviven los estilos científico-denotativo y poético-connotativo en
un intento de conciliación de saberes ciertamente antipositivista (GUZMÁN CONEJEROS 2003:140-150) o relativamente
excéntrico respecto de la tradición escriturística de los viajes científicos del siglo XIX (SALTO 2002). Por otra parte, el
vuelo o el viaje a alta velocidad imaginario forma parte del arsenal discursivo de la literatura decimonónica, en la
proyección del viaje real al campo de la ficción científica (CICERCHIA 2005), y en ese sentido podemos comparar la
fantasía aeronáutica de Holmberg con la “visibilidad asombrosa” y panorámica lograda, por ejemplo, por Don Bosco en
sus sueños sobre las misiones salesianas y en particular sobre la Patagonia (BOSCO 1995:327-332; BLENGINO 2005:126).
Para una explicación del “punto de vista alto” como ilusión de control y dominio, influenciado por los sistemas modernos
de representación cartográfica, v. PENHOS 2005:47ss.
38
constituía la matriz ideológica legitimadora tanto de la conquista militar como de la
formación de unos Territorios Nacionales concebidos como colonias internas y vacías
(Navarro Floria 2001 y 2002). Sin embargo, el sentido de ese término se fue cargando
de ambigüedad en la misma medida en que las regiones a las que se aplicaba se vieron
revalorizadas y resignificadas por su exploración y conocimiento más directo. ¿En qué
sentido se podía seguir conceptualizando como desierto a los valles fluviales o a la zona
cordillerana en los que se registraban, a fines del siglo XIX, tan abundantes recursos
para el progreso material? Solamente en relación con la población: como tierras fértiles
pero vacías, y por lo tanto disponibles. La representación de la Patagonia se fragmenta:
ya no es un desierto uniformemente inhóspito sino, por un lado, una estepa estéril, por
el otro una franja andina fértil y rica, y secundariamente una serie de valles u oasis
fluviales que interrumpen la monotonía de la meseta. La resignificación del término
“desierto”, que a partir de entonces se aplica lisa y llanamente a la estepa patagónica y
sólo en el sentido de vacío de población a la zona andina, se relaciona con dos temas de
interés central para la época y para el desarrollo posterior de la región pero que
aparecen en un lugar muy subalterno en el Boletín. En primer lugar, el de la
colonización agrícola. En segundo lugar, el de la población indígena y mestiza
preexistente a la conquista.
La resignificación del área cordillerana norpatagónica como tierra fértil contiene,
como ya veremos, su proyección al futuro como asiento de una población abundante e
industriosa, representación resumida en la imagen de “la Suiza argentina”. El
relevamiento de tierras agrícolas aptas continúa espontáneamente en su representación
como espacios disponibles para la colonización, que se ofrecen en el mercado
internacional. En las ensoñaciones industrialistas iniciales abundan las imágenes del
arado, del labrador, de los campos cerealeros y de los canales de riego. Pero en cuanto a
la ausencia de colonización agrícola, el discurso geográfico acompaña a los hechos: el
programa colonizador desaparece de las páginas del BIGA en la misma medida en que
el sistema de apropiación de la tierra en la región, en la década de 1880, lo va
transformando en una utopía de cumplimiento imposible. Como muestra del giro que
da el tema de la colonización agrícola entre los años de la conquista y la etapa posterior
a 1890, están, de un lado, la propuesta excepcional del ingeniero Bronsted, que en 1883
se anima a proponer –en una manifestación que en el BIGA resulta, de todos modos,
excepcional- una colonización intensiva de modelo europeo para la Norpatagonia
andina, y del otro lado las denuncias que una década después señalan la mala
distribución de la tierra por una legislación funcional al latifundio.
En cambio, la representación de las tierras fértiles regionales identificadas por la
literatura de la SGA en los valles cordilleranos y fluviales y aún en la mesopotamia
Colorado-Negro, no aparece, en general -en los ensayos y en la documentación oficial
propagada por la RSGA-, relacionada con la conservación del modelo económico
dominante sino, claramente, con un sentido reformista, es decir con la necesidad de
obras de riego y de colonización agrícola, con la demanda de inmigración, con la crítica
del latifundio especulativo y con el programa de subdivisión y de perfeccionamiento de
39
la propiedad de la tierra pública. Por otra parte, la agricultura es repetidamente
indicada como la principal actividad productiva primaria prevista para la Norpatagonia,
movilizadora del intercambio comercial y determinante de las necesidades y de los
proyectos de vías de comunicación terrestres y fluviales –caminos, ferrocarriles y líneas
de navegación- y de las obras públicas en general. La ganadería y la minería son
mencionadas sólo secundariamente. El pueblo de General Roca, por ejemplo, en este
contexto, es promocionado desde las páginas de la RSGA como polo de desarrollo
económico regional, en función tanto de su productividad agrícola como de su
ubicación central en el corredor norpatagónico.
Esta selección de objetos del paisaje –complementaria con el reconocimiento de
la población indígena y criolla como sujeto regional, como veremos-, de recursos
naturales y de recursos humanos, adquiere mayor relieve contra el fondo comparativo
del BIGA. Si la colonización agrícola de la tierra está ausente del discurso del IGA, es
predominante, en cambio, en la representación de la región propuesta por la SGA. En
el BIGA el tema del “desierto” patagónico es resignificado mediante una bifurcación de
sentidos: la conquista de una Norpatagonia fértil pero vacía, y por lo tanto disponible,
equivale así a un vaciamiento y a una proyección de toda idea de desarrollo a un futuro
utópico para el que ni la colonización agrícola ni la población autóctona son
convocados20. En contraste, la representación de la región puesta de manifiesto por la
RSGA constituye, como proponíamos al principio, una mirada verdaderamente
disidente. Así, la preferencia de la SGA por los objetos y recursos del territorio
relacionados con la colonización agrícola resulta funcional a un proyecto políticoterritorial también divergente, complementario de aquella imagen de la sociedad,
caracterizado por la proposición de un modelo de desarrollo no centrado en el
latifundio ganadero sino en la pequeña propiedad agrícola. No hace falta explicar que la
pauta de poblamiento y de distribución de la propiedad que este modelo suponía se
contraponía con el esquema de poder del régimen oligárquico que por entonces
gobernaba la Argentina, que se resistía a la ampliación de la ciudadanía y encontraba
en la concentración de la propiedad de la tierra y en la capacidad de dirigir la inversión
pública la herramienta privilegiada de su predominio.
Después de 1890, el Boletín del IGA insiste en la caracterización de la región
andina en tanto rica y disponible, pero con el tono crítico propio del fin del siglo y de la
conciencia de no haber avanzado significativamente en el desarrollo del territorio. El
peligro previsto por Bronsted en 1883, de que se instalaran en la Norpatagonia andina
estancias ganaderas similares a las de la Pampa Húmeda, pocos años después es una
realidad lamentable. Oliveros Escola, en su descripción del Neuquén, da cuenta de las
riquezas minerales, termales, forestales y ganaderas de la cordillera, cuyos “verdaderos
océanos” compara con los pequeños lagos suizos, y señala su desaprovechamiento:
“Todo inexplorado, todo en abandono constante sin una sola iniciativa ni aún privada
20
Aquí vuelve a ser oportuna la comparación con la política brasileña de mantener los nuevos territorios como
reservorios de recursos para un futuro indeterminado.
40
siquiera”. Observa que los bienes de consumo provenientes de Chile son más baratos
que los disponibles en General Roca y que el potencial agrícola de la cordillera
neuquina es comparable al del Chubut si se hacen obras de irrigación (BIGA XIV:373383, 1893). Casi dos décadas después el panorama no parece haber cambiado
demasiado, a juzgar por el modo en que el profesor Kühn retoma el tema de una “Suiza
argentina” que cuenta con “los elementos necesarios para la colonización en los
inmigrantes, y los que vienen de regiones montañosas encontrarán en ese territorio un
paisaje que les agradará más que la Pampa”, pero que sufre el despoblamiento y el
aislamiento: “la población vive en ranchos miserables a gran distancia los unos de los
otros, de tal manera que el viajero lleva la impresión de una región despoblada. Ella
está formada por chilenos e indios, muy raramente se encuentra una familia argentina”
(BIGA XXIII:186-198, 1909). El autor pone esperanzas en las únicas obras públicas
que por entonces proponían alguna solución al aislamiento cordillerano: los
ferrocarriles de Neuquén a Las Lajas y de San Antonio Oeste al Nahuel Huapi.21 De
este modo, si la representación de la “Suiza argentina” había funcionado, en el
momento de la conquista de la Patagonia, como prototipo para la resignificación de
toda la región como fértil y rica, a fines del XIX y principios del XX opera como
prototipo para el diagnóstico del fracaso del Estado y de la falta de iniciativas que
pongan en valor a la región entera.
Los objetos controvertidos: la población preexistente
El tema de la población preexistente en los territorios conquistados se presenta
rico en matices y en sentidos. Lois (1999), que centra su estudio del imaginario
geográfico sobre el Chaco en el análisis del término “desierto”, encuentra en él la clave
utilizada por las sociedades geográficas para representar ese espacio como vacío –
soslayando la existencia de población indígena-, como desconocido –postulando la
urgencia de su relevamiento y la presencia hipotética de cuantiosos recursos en él- y
como soporte de la barbarie –legitimando la acción militar del Estado-. El programa
del vaciamiento territorial se anunciaba ya en los textos que convertían a los territorios
fronterizos “en área que a fuerza de anunciarse despoblada debe despoblarse por la
fuerza” (Quintero 2003:68). La representación del territorio vacío resulta ser tan
generadora de violencia como surgida de la violencia, en cuanto inmediatamente
después de la conquista se postula la necesidad de borrar de los mapas toda memoria
del otro y de renombrar los lugares y accidentes geográficos (Andermann, Argentine
literature...). Otras representaciones políticas del territorio producidas por el Estado,
como los censos, estadísticas y mapas, también hacían permanente énfasis en el proceso
21
El ferrocarril de Bahía Blanca a Chile se inició en 1896 en el puerto del sur bonaerense, llegó en 1899 a la Confluencia
y en 1913 se detuvo su trazado en Zapala, que sigue siendo hasta hoy la punta de rieles a pesar de los múltiples proyectos
de concretar el proyecto bioceánico. El ramal de San Antonio al Nahuel Huapi, también diseñado inicialmente para llegar
al Pacífico mediante su conexión con otros transversales y paralelos, y parte de un proyecto integrado –e irrealizado- de
desarrollo industrial, se inició en 1909 y llegó a San Carlos de Bariloche recién en 1934.
41
de despoblamiento indígena y repoblamiento “civilizado”, en la desaparición de los
nombres y las marcas de la diversidad y en la presencia creciente de las nuevas marcas
de la estatalidad y el progreso (González Bollo 1999:24; Quintero 2003:passim; Lois
2003:169-172).
Una de las estrategias del vaciamiento simbólico del espacio conquistado
consiste en la remisión discursiva al pasado y en la arqueologización conceptual de la
población indígena, por los exploradores militares que describen corrales vacíos,
sembrados arrasados y toldos abandonados en toda la franja cordillerana
norpatagónica, desde el norte neuquino hasta el área del Nahuel Huapi. Bronsted
explicita una conclusión obvia: unas tierras tan ricas en recursos debieron haber sido
también valoradas por la población expulsada por los cuerpos militares argentinos.
Conclusión que no amerita, sin embargo, en él ni en ningún otro de los autores del
Boletín, objeción ética o política alguna al despojo realizado. El territorio es
representado, en primera instancia, como vacío. Para Holmberg, por ejemplo, las
únicas “formas humanas” reconocibles sobre el paisaje patagónico son las de los
exploradores que trabajan registrando y renombrando el paisaje. Zeballos se propone
iniciar con los territorios del Sur su Descripción amena de la República Argentina, “para
orientar hacia ellos una vigorosa corriente de población”. Ese repoblamiento
proyectado al futuro contrasta con su tarea de reconocimiento de los “restos”
indígenas, “descubriendo cementerios y paraderos [...] hasta algunos de los cuales no
había llegado aún la mirada audaz del explorador a sorprender tan valiosos secretos”
(BIGA I:111-112, 1880). Pocos años después, según Villanueva, los indígenas ya han
sido reemplazados por chilenos –seguramente mapuches muchos de ellos-, que “son
siempre los primeros que ocupan los valles argentinos de la falda oriental de los Andes”
(BIGA V:205, 1884). Sólo un agente de la Iglesia Católica, monseñor Antonio
Espinosa, hace mención expresa de la población indígena, aunque fuertemente
subestimada –unas mil trescientas personas en un total de casi treinta y un mil
habitantes- y en retroceso, y sin referencia al pueblo mapuche, identificado como
enemigo del Estado argentino en la región (BIGA V:190-191, 1884). La colección de
restos humanos y culturales indígenas al modo de Zeballos pasó a ser, así, otra de las
formas de expresar interés por una sociedad que se consideraba muerta y desaparecida,
como lo haría el viajero francés Henri de la Vaulx al atesorar tanto restos humanos
como instrumental asociado a ellos, fundamentalmente saqueando sepulturas, desde
Carmen de Patagones hasta Punta Arenas (BIGA XVIII:601-602, 1897).
Otro abordaje posible de la población originaria de la región, desde el punto de
vista científico, fue la discusión teórica acerca de cuestiones antropológicas generales o
de aspectos particulares, tales como –en la Argentina- las características y
adscripciones étnicas de agrupaciones conocidas a través de fuentes documentales
etnohistóricas. En el marco del primer grupo de temas puede ubicarse el ensayo entre
antropológico y sociológico de Émile Daireaux, “Las razas indias en la América del
Sud”, reproducido por los Anales de la SCA (4:37-48, 103-109, 148-149 y 218-223,
1877) de la Revue des deux mondes parisina; la conferencia de Moreno (ASCA 12:160-173
42
y 193-207, 1881) sobre antropología y arqueología, un verdadero ensayo teórico
destinado a legitimar políticamente el trabajo de los antropólogos y arqueólogos como
contribución a la construcción de una genealogía de los argentinos; o también en los
aportes de Lista mediante la publicación de un “Vocabulario tzóneka o tchuelche” [sic]
elaborado en su anterior viaje a la Patagonia (RSGA III:334-335; cfr. Lista 1975
[1880]:119-121 y Lista 1894:48-55 y 104ss), y por el aporte, más interesante aún, del
texto de una conferencia dictada por el mismo mentor de la SGA y en el mismo año
1885 sobre “El hombre primitivo” (RSGA III:193-199, 1885). En la segunda línea
mencionada, encontramos, por ejemplo, el debate sobre el origen de los querandíes
iniciado por Manuel R. Trelles, Hermann Burmeister y Francisco Moreno y sostenido
por dos representantes del campo profesional de la antropología del siglo XX, Félix F.
Outes y Samuel Lafone Quevedo (BIGA XIX:106-118 y XX:3-9, 1898-1899). Ambas
miradas –la de la arqueología de superficie y la de la etnología, antropología o
sociología teóricas- eludían intencionalmente o no, en mayor o menor medida, la
cuestión indígena real, es decir el debate acerca de las políticas hacia los indígenas
contemporáneos que hubiera supuesto, probablemente, algún tipo de revisión crítica de
la conquista y de sus consecuencias. Los materiales publicados por la RSGA acerca de
los indígenas habitantes de la región en cuestión se completan con una nota
periodística breve, un reportaje y una nota propia de la SGA, esta última de neto corte
político. Esta diversidad también denota tanto la cercanía de la cuestión indígena
concreta, descripta prematuramente por el presidente Nicolás Avellaneda (1874-1880)
en su último mensaje anual al Congreso como “un problema de solución difícil”
(República Argentina 1879:10), como la contribución a la perspectiva alejada y teórica
sobre un tema tan controvertido. Esta última intención aparece manifestada en las
mencionadas publicaciones de Lista.
El ensayo de Daireaux es uno de los primeros textos que -liberada por la
ofensiva militar la tensión contenida en la cuestión fronteriza- manifiestan el
desplazamiento de la mirada antropológica centrada en el tema de las “razas” y el
conflicto interétnico a una mirada más sociológica, que se interroga acerca del lugar
social que ocuparán los vencidos. Daireaux procede sistemáticamente, retomando
argumentos de los primeros estudiosos rioplatenses y europeos de la cuestión indígena
–fundamentalmente los que explicaban la dinámica de los pueblos a través de la
filología, como Andrés Lamas, Juan María Gutiérrez, Vicente F. López, los Humboldt
y Alcide d’Orbigny- y posicionándose en el relativismo cultural y el determinismo
ambiental. El resultado de los complejos procesos derivados de la conquista europea
habría sido la formación de una serie de “razas neoamericanas” (ASCA 4:46-47). Su
propósito no es simplemente erudito sino brindar elementos para el estudio de la
“historia de las sociedades” sudamericanas (idem:223) y la mejor comprensión de estas.
Las conferencias de Moreno y Lista, desde un punto de vista más local y hasta
nacionalista, se proponen sentar las bases de una historia de los argentinos, aunque
sobre elementos levemente diferenciados. Si Moreno busca la recuperación simbólica
de los pueblos indígenas como lejanos ancestros de la nación pero se sitúa claramente
43
del lado de la Argentina moderna regenerada por la inmigración y la cultura europea,
Lista se detiene con más cuidado en la valoración del legado cultural indígena.
Moreno se define a favor del evolucionismo como matriz explicativa, y postula la
importancia de los datos obtenidos en territorio argentino para revelar la historia de la
Humanidad. El panorama de los tipos raciales y culturales que describe le sirve para
proponer una serie de elementos progresistas o retardatarios presentes en la herencia
argentina, y legitimar así los estudios antropológicos en curso y la creación de un
museo nacional. Al año siguiente, Moreno completaría esta explicación proponiendo,
en una segunda conferencia (Moreno 1882) y en un éxtasis de nacionalismo, a la
Argentina nada menos que como cuna de la Humanidad y de las civilizaciones más
antiguas (Navarro Floria, Salgado y Azar 2004:415-416). Lista, mediante su
conferencia de 1885, busca posicionarse en el escenario de los científicos rioplatenses
que –como Moreno o Hermann Burmeister- participaban del debate antropológico
internacional sobre los pueblos de la Patagonia y así entrar en la discusión sobre su
origen, características y destino. Lista ya había reunido una serie de estudios
antropológicos en sus Mémoires d’archéologie (1878) y había publicado algunas
observaciones de viaje tanto en su Viaje al país de los tehuelches (1879) como en la
primera parte y en las conclusiones de Mis exploraciones y descubrimientos en la
Patagonia, 1877-1880 (1880), pero recién después de su gestión como gobernador del
Territorio Nacional de Santa Cruz (1887-1892) publicaría Los indios tehuelches (1894) y
una serie de artículos en los Anales de la Sociedad Científica Argentina de 1896. En esta
conferencia de 1885, situada entre sus dos series de publicaciones sobre los tehuelches,
Lista toma claro partido por la ciencia moderna contra las explicaciones tradicionales
basadas erróneamente en la Biblia, y por el poligenismo contra el monogenismo. Sin
embargo, como en 1877-1878 (Lista 1878), se muestra escéptico respecto de los
hallazgos que asignaban al “autóctono americano” una antigüedad muy alta.22
Menciona el “hallazgo del hombre cuaternario en Norteamérica, en México y en el
Brasil”, pero en la cuenca del Plata y en la Patagonia “la antigüedad del hombre se
halla limitada por los primeros sedimentos de la época actual”: “Hasta aquí el
autoctonismo no se revela: hay que buscarlo”. Respecto de la posición, generalizada por
entonces, acerca de la existencia de una “raza” dolicocéfala patagónica (Navarro Floria,
Salgado y Azar 2004:410-413), curiosamente, Lista la considera confirmada por
hallazgos y determinaciones propias y respaldada por un comentario publicado por el
antropólogo francés Joseph Deniker –discípulo de Paul Broca junto con Paul
Topinard- en la Revista de Antropología de París, antes que por la colección de cráneos
iniciada por Moreno hacia 1870 y por el intenso debate generado por esa colección
entre Buenos Aires, París y Berlín. De todos modos, sus conclusiones son exactamente
22
En el volumen titulado Mémoires d’archéologie (1878), Lista incluye tres trabajos: “Sur les débris humains fósiles
signalés dans la République Argentine (Journal de Zoologie, t. VI, 1877, Paris)”, “Sur les indiens querandis” y “Les
cimitières et paraderos minuanes de la Province d’Entre-Ríos (Revue d’anthropologie, t. I, 1878)”. Estos trabajos se
relacionan con una polémica que Lista mantuvo con Florentino Ameghino sobre la antigüedad de restos humanos
encontrados en el Plata (TORCELLI 1915:141-144).
44
las mismas que las compartidas por los participantes de ese intercambio: el tipo
“patagón antiguo”, dolicocéfalo, sería el autóctono americano. Por otra parte, Lista
(1975 [1880]:167) ya había admitido la validez de aquellas primeras determinaciones
en trabajos anteriores.
En una segunda parte de su disertación, Lista describe la disposición y dotación
de las necrópolis en las que recogió los cráneos estudiados, interpretando que esos
elementos manifiestan una presunta creencia en una vida trascendente, como en sus
contemporáneos “araucanos y puelches”. El instrumental lítico hallado constituiría,
según él, “un trabajo esmerado, sin rival entre las antigüedades sudamericanas de la
edad de piedra”, y enriquece esa expresión con la comparación entre las producciones
de distintos pueblos indígenas de la cuenca del Plata (Cfr. Lista 1975 [1880]:165-166).
En definitiva, la visión sobre las naciones indígenas contenida en la conferencia
de Lista, si bien deja abierta la puerta a las hipótesis autoctonistas características de la
época y a la creencia en una antigüedad del hombre americano equivalente a la del
europeo, relaciona más estrechamente sus culturas con la actualidad y con rasgos de
civilización que los convertirían en adaptables a las condiciones de vida modernas, tales
como el desarrollo de una espiritualidad y de industrias relativamente ricas, en la
misma línea de sus trabajos anteriores y posteriores sobre los tehuelches de la
Patagonia. Los materiales publicados por la Revista en relación con el aspecto político
de la cuestión indígena contribuyen a esta línea de pensamiento relativamente proindígena, tanto al destacar la disposición a someterse a la autoridad estatal y a
participar de la utopía de la colonización agrícola que mostraban los caciques
derrotados, como al caracterizar fenotípicamente a los indígenas como de apariencia
mestiza –en el caso de Namuncurá- y culturalmente avanzados, contradiciendo las
marcas de alteridad radical que el pensamiento más difundido de la época asignaba a
los supuestos “salvajes”.
A pesar de estas estrategias de mediatización de la cuestión indígena, algunos
análisis acerca de la población norpatagónica de la RSGA, y del BIGA de los años ’90,
mostraban hasta qué punto esa teorización de las culturas indígenas contrastaba con la
realidad. La intención de la SGA de informar acerca del proceso político desde una
perspectiva propia –intención ausente, como hemos visto, de las prácticas del IGA y
componente del perfil disidente de la SGA-, se refleja en la reproducción de una noticia
breve del diario porteño La Nación acerca de la “presentación” de caciques menores y
capitanejos en el fortín neuquino de Paso de los Indios en 1884 (RSGA II:93), como
también en un reportaje sobre la presencia del cacique pampeano Manuel Namuncurá
en Buenos Aires, ese mismo año (RSGA II:194-196).
El reportaje sobre Namuncurá y su comitiva guarda las formas de las notas
periodísticas que se hicieron frecuentes en esos años, en la medida en que la Capital
Federal se convertía en lugar de recepción tanto de contingentes de indígenas que
serían puestos prisioneros, distribuidos forzosamente o sometidos a la servidumbre,
como de representantes y autoridades de las naciones vencidas que se acercaban a
negociar mejores condiciones de supervivencia dentro de los nuevos límites
45
territoriales y legales del Estado. En ese sentido el texto no oculta la subjetividad del
observador, asumido como el ojo de la civilización que examina a esos nuevos
huéspedes y evalúa su aptitud para la ciudadanía en el significado más amplio y original
del concepto. Las apreciaciones van desde la descripción de la vestimenta que el cacique
luce para la ocasión –un uniforme de teniente coronel que le fue regalado en General
Roca- y la admiración por el buen estado físico del contingente –unos acompañantes
“jóvenes y robustos”; un Namuncurá fuerte, ágil y de “anchas espaldas” a sus sesenta y
tres años; sus esposas “jóvenes y bastante bonitas”- hasta una breve narración de la
trayectoria del jefe indígena tras su derrota por el Ejército nacional y el análisis de los
hábitos materiales del grupo en un contraste pintoresco con los de la “civilización”. El
estudio de la fisonomía de Namuncurá lo muestra como un “tipo franco, abierto, mezcla
de gaucho y de indio”, acentuando más su cercanía y su pertenencia al mundo mestizo
que la radical alteridad o salvajismo que cierto discurso de la época todavía asignaba a
los pueblos originarios, y el examen de su rostro –insoslayable de acuerdo con el canon
frenológico de la época- muestra una frente “no muy angosta”, es decir capaz de
pensamiento. El relato de su retirada de la Pampa a la cordillera neuquina, de allí a
Chile y su regreso para presentarse a las autoridades en General Roca deja como
conclusión que nunca había sido su intención oponerse al trato pacífico con el gobierno
argentino, y que no encontró apoyo en las autoridades ni en sus pares chilenos. En
continuidad con esa disposición, Namuncurá reclamaba tierras y medios de trabajo
para su gente en Chichinales, en el valle del río Negro, con el propósito de formar “una
gran colonia agrícola indígena”, en plena sintonía con los mejores propósitos del
Estado que ahora lo contenía.
Un segundo momento de esta mirada de la SGA sobre la cuestión indígena en la
Norpatagonia es una nota sobre colonias indígenas publicada en 1888 (RSGA VI:170176), la única sobre los Territorios Nacionales en que la Sociedad Geográfica se refiere
a sí misma como entidad presente en el ámbito público con un propósito determinado,
por cuanto la SGA “ha contribuido en su esfera de acción a la exploración de los
territorios del desierto y a la redención del salvaje”. La nota expresa el apoyo de la
SGA al proyecto de ley de colonización indígena alternativo al del Poder Ejecutivo,
presentado por el diputado nacional Víctor M. Molina. Tras considerar que “someter al
indio por las armas y librarlo a sus propios instintos en el desierto no era en manera
alguna el medio más eficaz de redimirlo”, la SGA propone “redimirlo por medio del
trabajo que enaltece y dignifica y de la educación que lo equipara a las razas superiores
y lo hace parte integrante de una comunidad inteligente y sociable”. En efecto, los
mismos que antes de la conquista impedían la colonización al saquear los campos
“urgidos por la necesidad o por el instinto” habían sido reducidos después a “una vida
mísera”, impidiéndoseles convertirse en “ciudadanos útiles para la patria con la
conciencia de sus derechos y obligaciones” (RSGA VI:170-171). A continuación, la
Revista reproduce la fundamentación del diputado Molina (cfr. República Argentina
1889a:98 y 105-114) y el proyecto sancionado por la Cámara de Diputados, que
acordaba la mensura y distribución de tierras en la orilla sur del río Negro y en
46
Valcheta, destinadas a las familias de los caciques Namuncurá, Reuquecurá y
Sayhueque, con auxilio del Gobierno en la asignación de animales, viviendas, escuelas,
capillas, comisarías y autoridades civiles para las nuevas colonias.
Los argumentos del diputado Molina que la SGA hace suyos se inscriben en la
corriente de discurso crítico del liberalismo extremo surgida en la Argentina alrededor
de la crisis de 1890. Se refiere a la ausencia de políticas activas del Estado para
“civilizar a los indios” asimilándolos a las prácticas sociales y políticas del sistema
dominante; recorre la historia, tanto la de la explotación del trabajo indígena bajo el
régimen colonial como la de las políticas de exterminio llevadas a cabo por los
gobiernos argentinos independientes; acude al ejemplo del modelo estadounidense de
reducciones; apela, finalmente, tanto a la necesidad de población autóctona para las
nuevas tierras como a argumentos de orden biologista que sostienen un correlato entre
el cambio cultural y la evolución física (RSGA VI:171-175). Sin abandonar el
biologismo característico de las reflexiones de la época sobre las relaciones
interétnicas, el discurso político muestra un giro, a lo largo de la década de 1880,
acompañando el fin de la conquista territorial y la apertura de la cuestión de los
indígenas sometidos, desde “un duro racismo que intenta mantener las estructuras
heredadas” hacia “un moderno evolucionismo social [que] trata de beneficiarse de las
novedades conseguidas” (Peset 1983:219). Efectivamente, las ideas a favor de
iniciativas activas del Estado, tanto en materia de colonización como de asistencia a los
indígenas sobrevivientes de las campañas militares, se irían imponiendo
progresivamente en el discurso político nacional tras la crisis de 1890, el diagnóstico
del fracaso estatal en la nacionalización de los nuevos territorios –durante la segunda
gestión del presidente Julio A. Roca (1898-1904)- y la formulación de proyectos
reformistas hacia éstos, en la primera década del siglo XX (Navarro Floria 2004a).
Una de las preocupaciones más salientes del líder de la SGA, Ramón Lista, fue
precisamente el destino de los tehuelches patagónicos (Auza 1975:10ss). Desde su Viaje
al país de los tehuelches, en el que describe un pueblo de “carácter dulce, cariñosos y
serviciales” (Lista 1879:77), pasando por la misma descripción corregida, ampliada e
incluida en la crónica del viaje al río Chico, donde destaca su hospitalidad y sus
“corazones sencillos y leales” (Lista 1975 [1880]:118), o la Esploración de la Pampa y de
la Patagonia en compañía de cinco “nobles y humildes criaturas” de la tribu de Orkeke
(Lista 1885:5-6), y hasta su enérgico alegato contenido en la obra Los indios tehuelches
(1894), Lista se esforzó por describir en toda su riqueza una cultura en vías de
catastrófica desaparición, pero también intentó proponer una política activa en su
favor. Efectivamente, si el peligro que corrían los tehuelches era producto de un
“aniquilamiento implacable y artero por un instinto de malignidad civilizada y
tácitamente consentida por los que mandan”, motivado por el “móvil único” de la
riqueza, generado no por “evolucionismo natural sino por la pólvora y el licor”,
entonces su supervivencia dependía de que se revirtiera la pasividad gubernamental
ante el genocidio y el Estado pusiera en práctica un sistema de “reserva agraria”
indígena similar al aplicado por los Estados Unidos en relación con los sioux (Lista
47
1894:8-14). Llamativamente, la preocupación de Lista por los tehuelches no se extendía
a otros pueblos indígenas. En sus exploraciones, los manzaneros y otros colectivos de
origen “araucano” son significados como peligrosos (Lista 1975 [1880]:143 y 148),
salvajes (Lista 1885:5) y corresponsables del empobrecimiento de los tehuelches (Lista
1894:39-47). Por otra parte, si la lengua tehuelche merece, por su riqueza, ser
considerada por Lista en el tercer lugar entre las grandes lenguas indígenas de la
Argentina, tras el quechua y el guaraní, la lengua mapuche ni siquiera es mencionada
(Lista 1894:52).
En los materiales del IGA, el mayor contraste con la representación de la
Patagonia Norte como vacía y disponible para la inmigración europea emerge en los
últimos años del siglo, allí donde se menciona a los campesinos indígenas y mestizos
preexistentes. En su descripción del Neuquén, Oliveros Escola presenta, bajo la
apariencia del reemplazo de población, la indeseada continuidad de la sociedad
fronteriza anterior a la conquista: “Despejada la incógnita –el indio- la población
derramóse por los valles del Agrio, Neuquén y Limay”, pero la vecindad con Chile “nos
ha arrojado pobladores por lujo como que en su tierra se mueren de hambre y pasan la
vida bohemia y gitana del hombre sin trabajo”:
“He tenido oportunidad de ver desarrollada la criminalidad y el bandalaje como
la holgazanería y la desidia en la población del Neuquén, que toma proporciones
alarmantes especialmente en el verano con la apertura de los boquetes de la cordillera.
“Por un lado, colonos parásitos que trasmontan las alturas para venir
simplemente a saquear, por otro, los indios ya radicados en el territorio que tienen por
vía práctica de su existencia vivir recorriendo eternamente el suelo y durmiendo en las
estaciones propicias bajo los pinares y los manzanares, originando esa vida nómade el
abigeato y el cuatrerismo.
”[...]
“Pasará mucho tiempo para que esa raza que muchos creen extinguida
desaparezca, y como no ha habido preocupación por darle un derrotero fijo después de
su sometimiento, como ya lo he dicho, los bárbaros ya dóciles que quedan en el
Neuquén sin trabajo reproductor, vagan como gitanos y viven la vida exótica y errante
del escita [...]. Un libro podría escribirse sobre esta sociedad sui generis del Neuquén”
(BIGA XIV:370-372 y 379-381, 1893).
La imposibilidad real de escribir ese libro imaginario sobre la “sociedad sui
generis del Neuquén” se relaciona con la necesidad de escribir sobre lo que el Estado
deseaba encontrar en la Norpatagonia.
Los modos en los que el IGA y la SCA hablan del indígena –como objeto
arqueológico o como “raza” en extinción- son, en síntesis, modos de no hablar del
indígena real y de la complejidad y conflictividad –apenas entrevistas- de la sociedad
mestiza desestructurada por la violencia de la conquista. Pero la SGA representa
también aquí una mirada alternativa, al internarse en la cuestión indígena real y
adoptar una posición relativamente crítica de las políticas dominantes. Los actores del
48
proyecto de desarrollo agrícola implícito en la visión de la SGA, aludidos en relación
con las tierras fértiles, son diversos: los campesinos chilenos del norte neuquino,
trabajadores de los establecimientos productivos más notables de la región en el
momento de su conquista por el Estado argentino; los indígenas sometidos,
presentados –como en el reportaje sobre Namuncurá- como colonos potenciales; los
sectores medios criollos destacados por Furque como pioneros del Alto Valle
rionegrino; finalmente, los inmigrantes europeos siempre demandados y apoyados por
las políticas públicas con escaso acierto, dado que rara vez tenían la experiencia
agrícola necesaria.
El discurso antropológico disidente de la SGA sobre las naciones indígenas
sometidas, no evolucionista ni fatalista, caracterizable en términos generales como
catastrofista respecto de los procesos socioculturales en curso a fines del siglo XIX,
tiene su consecuencia política más importante en la asignación de responsabilidades
concretas al Estado conquistador por la situación de los vencidos. El sentido de esa
responsibilización es la postulación de un modelo de formación social que discrepa con
el modelo dominante. Mientras este último se caracterizaba por la exclusión de los
diferentes –de las “razas” consideradas inferiores- manifestada en el ejercicio de la
violencia física, jurídica y simbólica hacia ellos, la representación de la sociedad deseada
por la SGA resultaba relativamente inclusiva del otro mediante la asimilación de un
indígena que se postula enaltecido por la educación –lo que supone su educabilidad y
contesta al estereotipo del salvaje- y convertido en ciudadano útil para la patria.
3. El anclaje de las representaciones23
La resignificación de las tierras de la Patagonia Norte:
¿desierto fértil o colonia agrícola?
El aporte central de los primeros estudios de las revistas analizadas sobre la
región Norpatagónica fue su representación como territorio fértil y explotable, y su
consiguiente diferenciación del estereotipo decimonónico del desierto aplicado
uniformemente, hasta entonces, a la Pampa y la Patagonia enteras.
Esa nueva percepción de las características naturales de la región es todavía
débil en el primer viaje de Francisco Moreno a la Patagonia Septentrional, como él la
llama. En su relato identifica la transición, al salir de Bahía Blanca, entre la “Pampa
baja” de pastos blandos y la “Pampa alta” de pastos duros pero apta para las “colonias
ganaderas y agrícolas” (ASCA 1:183, 1876). Sin embargo, encuentra que “los campos
del río Negro no merecen la fama de espléndidos de que gozan” (idem:187)24, que el
23
En tendemos por anclaje de una representación social al establecimiento de relaciones claras entre las estructuras
materiales y simbólicas objetivadas, y un marco de referencia social, proceso por el cual la representación adquiere el
sentido de un proyecto o guía operacional sobre la realidad (MORA 2002:8-12).
24
Probablemente alude al testimonio de William H. Hudson, con quien había entrado en contacto a través del director del
Museo de Buenos Aires, Hermann Burmeister (cfr. NAVARRO FLORIA 2004b).
49
Chubut tampoco amerita la idea de colonización en gran escala, como sí Bahía Blanca y
Santa Cruz (idem:188), y que entre el país de las Manzanas y el Nahuel Huapi las
tierras con aptitud agrícola son escasas (idem:194-197). Dos años después, en cambio,
el mismo Moreno resume su experiencia patagónica señalando que la aridez y las
dificultades de la costa no deben opacar la existencia de una franja precordillerana,
entre los grados 35 y 55, “fertilísima” con “bosques inmensos”, “espléndidos valles”
“donde pacen magníficos animales salvajes” de “proporciones y belleza desconocida
entre nosotros y que sólo son perseguidos por el guerrero araucano o por el gigante
patagón que los ataca” pero no los utiliza, un territorio que reclama Chile “dejándonos
a nosotros las salinas patagónicas” (ASCA 5:191, 1878). “El territorio del Limay, que
conozco, formará algún día la Provincia más rica de la República Argentina”
(idem:192). Destaca también la abundancia de ríos navegables, puertos y valles
colonizables, llegando a comparar los campos de Santa Cruz con “un inmenso parque
inglés, con sus prados, bosques, lagos y montañas artificiales” (idem:197).
Desde 1879 Zeballos refiere que el gobernador de la Patagonia Álvaro Barros
verifica “estudios y observaciones que, según nos informa, rectificarán las noticias
corrientes, autorizadas por sabios distinguidos, respecto a la fertilidad geográfica de la
Patagonia Septentrional”, al mismo tiempo que en la Pampa Octavio Pico y Alfred
Ébelot25 describían un paisaje no uniformemente llano sino ondulado, no desierto sino
poblado de bosques y frutales, pastos y agua, sembrado por los ranqueles con cereales y
hortalizas, salpicado de lagunas y guadales (BIGA I:110-116, 1879). En los años
siguientes y hasta el fin del siglo serían los exploradores, funcionarios civiles y jefes
militares los que corroborarían esas primeras impresiones. Francisco Host acompaña la
crónica de la campaña contra los pehuenches con la descripción del norte neuquino,
rico en sal, oro y plata, tierras agrícolas y pasturas bien explotadas por chilenos e
indígenas, paisaje contrastante con los campos del Atuel y con la travesía del sur de
Mendoza, e inicia la valoración de la Confluencia del Neuquén y el Limay (BIGA I:915, 1879; I:157-159, 1880; II:10-15, 64-65, 76 y 99, 1881). Manuel J. Olascoaga, a
punto de ser designado gobernador del Territorio del Neuquén en 1884, identifica esa
misma cuenca de los ríos Neuquén y Negro como “la continuidad más feliz que puede
ofrecerse en el Sud para que avance la civilización con todos sus recursos”, y describe
los “buenos pastos, leña y agua” y las riquezas mineras del camino a Ñorquín (BIGA
V:99-100, 1884). Yendo hacia el mismo destino pero desde Mendoza, el corresponsal
del IGA Carlos A. Villanueva confirma las riquezas de la región (Idem:202-208). Otro
corresponsal y pionero del Alto Valle rionegrino, el ingeniero sanjuanino Hilarión
Furque, destaca la ubicación del joven pueblo de General Roca como “centro
geográfico y centro comercial” del Sur, ventajosamente ubicado entre la costa atlántica
y la cordillera y entre los mercados argentinos y chilenos, produciendo -gracias a su
25
Sobre la narrativa de Ébelot en su doble función de técnico y de cronista de la frontera, y particularmente en relación
con el tema del progreso, cfr. BLENGINO 2005.
50
canal de riego único en el Sur y a sus 40.000 hectáreas de excelente tierra- trigo y
maíz, y una alfalfa mejor que la de Cuyo (BIGA IX:125-127, 188826).
No sólo la región andina y los valles fluviales: también las aguadas y valles de la
meseta patagónica son redescubiertos y valorados. Aunque la primera impresión
transmitida por Ramón Lista tras su exploración de la costa oriental de la Patagonia
no promete “espléndidas descripciones de comarcas fecundas” sino la de una naturaleza
que “parece muerta”, poblada por “espinosos arbustos y áridas planicies pedregosas”
(BIGA I:239-240, 1880), unos años después el comandante Lino Oris de Roa constata
que entre los 40 y 45°, “la parte central de la Patagonia no responde a las ideas que
hasta hoy se tienen de ella, no siendo una región llana, semejante a la pampa” sino
accidentada y entrecortada; contrastando sus zonas rocosas y áridas con “hermosos y
abrigados cañadones, ricos en agua y pastos, y de una fertilidad que encanta”, y que
“explorado el río Chubut, se halló que no es lo que se creía, es decir, que tiene valle,
cosa que muchos negaban sin fundamento”: “presenta ancho campo, grandes rincones
fértiles [...] de una rica y variada vegetación” (BIGA V:55 y 57, 1884). También el viejo
paradero de Valcheta fue rescatado por el ingeniero Pedro Ezcurra (BIGA XIX:134138, 1898).
Incluso en el marco de la discusión territorial con Chile se contraponen la vieja
concepción de la Patagonia como desierto -que Zeballos atribuye, por ejemplo, al
alegato La Patagonia publicado por el chileno Benjamín Vicuña Mackenna (BIGA
I:289, 1880)- y la nueva opinión construida después de la conquista del territorio
(BIGA XIX:79-81, 1898).
La nueva representación de la Patagonia Norte como región fértil y abierta al
desarrollo tuvo, lógicamente, una repercusión internacional de la que también se hizo
eco el IGA, comentando el cuadro “vivo y brillante de la Patagonia y sus habitantes”
trazado por la obra de propaganda Colonización en la República Argentina (1884)
publicada por Francisco Seguí. Tanto la fertilísima zona cordillerana -descripta por
George Musters “como el jardín verdadero del Paraíso”- como las colonias estatales del
Valle Inferior del río Negro se ofrecen al mundo: “Hay tierra y hay trabajo. Hay paz y
progreso, elementos de bienestar que se brindan fácil, franca y sinceramente” (BIGA
VI:85-90, 1885). Unos años después, la consagración definitiva de esa mirada vendría
dada por la lectura por Moreno, en la Real Sociedad Geográfica de Londres, de una
comunicación destinada a desmentir la mala impresión sobre la Patagonia generada
por Robert FitzRoy y Charles Darwin, mostrando a través de las primeras fotos de la
región andina la variedad de paisajes disponibles (BIGA XX:342-345, 1899).
En la lectura de la literatura producida o publicada por la SGA sobre el territorio
Norpatagónico también es posible identificar el tópico de la fertilidad y potencialidad
agrícola de la tierra, sin duda el tema más importante para esta institución y en
contraposición relativa a la representación imperial de la Patagonia como desierto. De
ese tópico derivan una serie de representaciones referentes tanto a los recursos
26
Descripción publicada también en la RSGA 6:28-35, como veremos más adelante.
51
preexistentes como al desarrollo futuro, y una selección de objetos de interés que, más
allá de la descripción geográfica sistemática, pretende condicionar las decisiones
políticas acerca del desarrollo de los Territorios norpatagónicos.
El País de las Manzanas del actual sur neuquino es claramente descrito por
Lista, en uno de los primeros textos publicados por la RSGA, como “un país fértil y
pintoresco, poblado de verdes arboledas y regadas por caudalosas corrientes, que nacen
al pie de nevadas cumbres” e identificado como “la región más rica de la Patagonia
Septentrional” (RSGA I:59, 1881). La detallada exploración del norte neuquino narrada
por el teniente coronel ingeniero Francisco Host también parte del dato de que las
aguas de los abundantes ríos de la zona “se pueden utilizar con facilidad para la
irrigación y hacer útil el terreno adyacente, a la agricultura” (RSGA I:79), y a cada paso
del recorrido se detiene a considerar la riqueza agrícola del cajón del Atreuco, de
Varvarco, de Las Ovejas y de todo el valle del alto Neuquén y del Agrio –“No he visto
aún un territorio más hermoso y pastoso en la República Argentina” (RSGA I:88), dice
el autor-, comparándolos con la escasez del territorio chileno más allá de los pasos
cordilleranos. Mientras las “noticias geográficas” seleccionadas por la SGA del diario
porteño La Nación se centran en el “filón de oro” hallado en las tierras del valle del río
Negro y en la necesidad de poner en explotación bajo riego “la provincia más fértil de
la República” mediante la construcción de canales de riego, “condición sine qua non de
vida” del Alto Valle del río Negro (RSGA II:92-93;95-97;100), se reproduce también un
parte oficial del coronel Manuel J. Olascoaga al presidente de la Nación dando cuenta
del estudio del valle del Neuquén, “muy extenso de rica tierra” y fácilmente
comunicable con Bahía Blanca (RSGA II:127). Pocas páginas más adelante, el mensaje
presidencial del general Roca para el Congreso Nacional de 1884 anuncia la
construcción de “un canal de irrigación destinado a fertilizar un área de dieciséis a
veinte leguas cuadradas de tierras, que presentan excelentes condiciones para la
agricultura” y para la colonización ya próxima (RSGA II:138-139).
Años más tarde vuelven a aparecer en la revista noticias sobre el proceso ya
iniciado de colonización agrícola en el valle del río Negro, destacando las continuas
solicitudes de tierras dirigidas al Ministerio del Interior (RSGA IV:236). Ese proceso
es ilustrado por el informe sobre la colonia General Roca elaborado por el pionero
valletano de origen sanjuanino Hilarión Furque, escrito que hemos visto reproducido,
por el interés que suscitó, tanto en la RSGA (VI:28-35) como por el BIGA del mismo
año 1888 (IX:125-130; cfr. arriba, nota 11) y por el Boletín del Departamento Nacional de
Agricultura. La descripción de Furque no se limita a consignar las potencialidades
futuras del valle rionegrino sino que se introduce en un análisis de su situación
presente –la posición relativa de la colonia General Roca como centro comercial
regional; el tipo y calidad de la producción agrícola local- y expresa una serie de
críticas y demandas acerca de la política nacional de Territorios. En primer lugar se
refiere a la política de distribución de la tierra pública: “algunos pobladores atraídos
por los trabajos del canal cuando se trabajaba en su apertura y halagados con la
esperanza de obtener terreno de cultivo a bajo precio” no lo obtuvieron porque “el
52
Gobierno dispuso que sólo se concediese a colonos europeos”. Éstos, a su vez –
menciona los casos de unos cien franceses y doscientos alemanes enviados entre 1884 y
1885-, consumían racionamiento oficial durante meses y terminaban volviendo a
Buenos Aires porque prácticamente ninguno de ellos era agricultor. Finalmente, los
lotes puestos en venta en 1886 fueron rápidamente adquiridos por “sanjuaninos y
mendocinos de la clase media de la sociedad”, “hombres morales, industriosos con
algún capital” en su mayoría, pero los compradores demoraron años en obtener el
título de propiedad. Finalmente, augura que Roca “será en poco tiempo el pueblo más
importante de los territorios del sur” con la ayuda del “proyectado ferrocarril de
Buenos Aires a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén”.
Un año más tarde el mismo autor encontraría eco nuevamente en la RSGA
(VII:173-195), que reproduciría su descripción general de Río Negro encomendada e
impresa por el gobernador territoriano Napoleón Berreaute y anexa a su memoria
anual sobre 1888 (República Argentina 1889b:310-330). En ese documento, Furque
pone el acento en la necesidad de extender las obras de riego al valle medio e inferior
del río Negro y de mejorar su comunicación por vía fluvial: “dotados de ellos
[elementos] no pasarán diez años sin que este territorio empiece a llamar la atención y
ocupe, por sus producciones, un puesto prominente en la agricultura argentina”. Un
aspecto interesante del escrito, desde nuestro punto de vista, es que esta demanda de
obras públicas se fundamenta en la necesidad de revertir una representación del
territorio que se necesitaba superar: la imagen imperial de la Patagonia como desierto
estéril.
Las demás publicaciones de la RSGA sobre la cuestión del desarrollo agrícola y
la colonización, en sus dos últimos años de vida institucional y dos últimos tomos, son
en general reproducciones de informes oficiales: las memorias gubernamentales del
coronel Manuel J. Olascoaga sobre el Territorio del Neuquén en 1887 y 1888 (la
primera, junto con otros documentos, en RSGA VI:277-295, y la segunda en RSGA
VII:196-198; cfr. la publicación oficial de las memorias en República Argentina
1888:567-574 y 1889b:331-333), o el fragmento del mensaje anual del presidente
Juárez Celman al Congreso Nacional de 1889 correspondiente a tierras públicas,
colonización y Territorios Nacionales (RSGA VII:76-80; cfr. República Argentina
1890:XXXVII-XXXIX). A pesar de no constituir productos de la Sociedad Geográfica,
su selección entre muchos otros documentos para su publicación por la RSGA amerita
un breve análisis de estos mensajes.
Efectivamente, la publicación de las memorias e informes del gobernador
Olascoaga supone una valoración especial de su obra de gobierno, centrada según el
mismo protagonista en la apertura de vías de comunicación y en la fijación de
población y colonización de la franja andina, iniciativas derivadas de una concepción
disidente del rol del Estado, por la importancia que asignaba a las políticas activas
frente al evolucionismo político dominante (Navarro Floria 2004a). En relación con las
vías de comunicación, la Revista publica una primera nota de Olascoaga al ministro del
Interior Eduardo Wilde, anterior a su memoria anual, en la que justifica la ubicación de
53
Chos Malal, la capital neuquina, por ser la confluencia del Neuquén y el Curileuvú,
además de asiento de la Cuarta División del Ejército en las campañas de conquista, un
importante cruce de caminos y futuro punto de la traza del ferrocarril interoceánico de
General Acha al paso de Pichachén y Los Ángeles (RSGA VI:277-279). En la memoria
anual inmediata (RSGA VI:279-286), el gobernador neuquino dice haber abierto un
camino de carros de Paso de los Indios a Chos Malal –comunicando el alto Neuquén
con el valle del Negro- “adelantándose algo a las obras más perfectas que el Gobierno
tenga a bien hacer después” y otro hasta las lagunas de Epulafquen. En nota
complementaria al Director de Correos y Telégrafos27 (RSGA VI:286-295),
responsable inmediato de las comunicaciones internas en los Territorios Nacionales,
subraya que “dadas las condiciones de topografía y de distancias, en aquel territorio, las
empresas de ferrocarriles y colonias no entrarán en ciertos trabajos indispensablemente
solicitados, por ejemplo: líneas y ubicaciones, los que, por fuerza tendrá que hacer el
Gobierno” (RSGA VI:288). Estas obras que reclama del Estado consistirían en “cinco o
seis puentes… y dos o tres caminos carreteros” -un gasto “insignificante” en relación
con los recursos nacionales y con los beneficios futuros- y líneas telegráficas de
General Roca a Junín de los Andes y de Chos Malal a Chile (RSGA VI:289 y 292-293).
En la memoria del año siguiente se repite la demanda de “vías fáciles de comunicación
y de transporte, a fin de que tenga salida la producción agrícola como también puedan
explotarse las valiosas minas” (RSGA VII:198).
Los proyectos de vías de comunicación se referían claramente, en el ideario del
primer gobernador neuquino, no solamente a consideraciones de orden estratégico
militar sino a propósitos de desarrollo socioeconómico fundados en los recursos del
territorio. Así, señala que el ferrocarril proyectado a Chile coincidiría con riquezas
minerales que adquirirían “verdadero valor e importancia industrial”; que la
colonización de la franja andina necesita de vías de comunicación porque “no creo
posible que se hagan pueblos sin caminos carreteros”; o que la carencia de caminos
limita la producción agrícola porque impide el intercambio. En su escrito al director de
Correos dice que el aislamiento lo sufrían tanto las personas como los productos del
Territorio, entre ellos “ese elemento de opulencia” que era el carbón mineral, pero
también la sal, las maderas fuertes y el ganado. “Pero todo esto es para el porvenir;
porvenir que está en la mano del Gobierno”, concluye Olascoaga reclamando políticas
activas de un régimen liberal que se mostraba poco inclinado a ellas.
La descripción dirigida al director de Correos contiene una caracterización del
Neuquén ya elaborada por Olascoaga para su primera memoria gubernamental, la de
1884 (AHPN, Libro copiador 1, Nota 1, pp. 3-11), consistente en la división de la
Norpatagonia en tres secciones: la franja longitudinal paralela e inmediata a la
cordillera de los Andes, rica en pastos y maderas pero habitable sólo en verano, los
valles cultivables y habitables en todo tiempo, y la meseta, de tierra “buena pero escasa
27
El director nacional de Correos y Telégrafos era por entonces el cordobés Ramón J. Cárcano, un joven intelectual y
funcionario que se perfilaba como candidato a suceder a Juárez Celman en la Presidencia de la Nación en 1892.
54
de riego”. Los valles son, según Olascoaga, los lugares privilegiados para la
colonización agrícola. Y sus actores, tanto la inmigración espontánea de origen chileno
que el gobierno territoriano intenta asentar y concentrar en el norte neuquino como la
inmigración de las “razas del norte” de Europa que alguna empresa colonizadora
propone establecer en los departamentos del sur territoriano, alrededor de Junín y su
“pintoresco valle”.
El fragmento del mensaje presidencial del presidente Juárez Celman de 1889
reproducido por la RSGA constituye una muestra temprana del reformismo finisecular,
por cuanto contiene una serie de iniciativas activas que modificarían sensiblemente las
políticas liberales y evolucionistas aplicadas hasta entonces en materia de tierras
públicas, colonización y Territorios Nacionales. Básicamente, el presidente propone
una subdivisión de la tierra agrícola que impida la especulación y la concentración y
favorezca al pequeño propietario “que es el que crea la pequeña industria, nervio de las
naciones ricas”; la limitación al máximo de la política de concesiones liberales de tierras
públicas; el fin de la colonización oficial y la inspección de los establecimientos
existentes; y el impulso a las obras de comunicación en los Territorios Nacionales. El
Gobierno no se posiciona claramente allí respecto del debate que se libraba desde unos
años antes en torno de la colonización estatal, porque no asigna responsabilidades, por
el fracaso de las colonias, ni a su abandono por el Estado –el argumento de los que
defendían las colonias, en general- ni a la inadecuación de los recursos humanos –el
argumento preponderante contra la colonización por parte de la opinión racista que
consideraba incapaces a los indígenas y criollos-, pero, en cambio, profundiza
implícitamente la tendencia a favorecer al inmigrante europeo por sobre el poblador
criollo, al poner las tierras a disposición del Ministerio de Relaciones Exteriores para
su oferta en sus representaciones extranjeras.
Sin embargo, además de la reproducción de documentación institucional del
Estado la RSGA contiene unos pocos productos propios pero significativos acerca de la
cuestión agrícola. Uno de ellos es la nota en apoyo del proyecto de colonización
indígena presentado por el diputado Víctor Molina en 1888, que ya hemos analizado.
Un segundo producto de la posición asumida por la SGA respecto de los Territorios
Nacionales en favor de políticas activas hacia ellos, es una breve nota presente en el
último volumen de la Revista en la que se explica el propósito de la publicación de
distintas memorias de gobierno de los Territorios (RSGA VII:85): la falta de
publicaciones sobre los Territorios contribuye a la persistencia de una representación
de ellos considerada errónea, imaginándose como “desiertos inhospitalarios” a lugares
que son, “por el contrario, muy aptos para la inmigración, por su seguridad, por su
clima, y por la fertilidad del suelo”, que “encierran casi todas las producciones del reino
mineral, vegetal y animal y que pueden contener la población que tiene toda la
Europa”.28 Resulta llamativa la insistencia de la SGA en este argumento, dado que en el
28
El texto citado aparece bajo el título de “El Territorio de Formosa” aunque se refiere al conjunto de los Territorios
Nacionales, lo que demuestra que la propuesta de resignificación de los espacios recientemente conquistados iba más allá
de la Norpatagonia que hemos tomado aquí como caso de estudio.
55
mismo volumen de la publicación se encuentra la descripción ya reseñada de Río Negro
por Furque, que parte, precisamente, de la decisión de revertir una representación
persistente de la Patagonia Norte que impedía percibir tanto la utilidad agrícola de las
tierras como la necesidad de obras de riego para ponerlas en valor.
En síntesis, la práctica intelectual de resignificación de la región norpatagónica
insinuada por Moreno desde la SCA e iniciada por los exploradores nucleados en el
IGA al momento de la conquista es continuada por los hombres de la SGA, pero
relacionándola más directa y explícitamente con la demanda de determinadas políticas
estatales como la realización de obras de regadío, la subdivisión y perfeccionamiento de
la propiedad de la tierra y la apertura de vías de comunicación.
Después de 1890 y en consonancia con el giro del discurso político derivado de
la crisis que estalló ese año, a la representación de la Patagonia Norte como una
naturaleza fértil se suma su valoración como riqueza abandonada o desaprovechada por
el Estado que la conquistó. Desde una posición crítica, el periodista Francis Albert29
llama la atención en 1893 tanto sobre la calidad y producción de los suelos y bosques
cordilleranos, la proximidad del mercado chileno, las posibilidades del transporte
fluvial, la baratura de la mano de obra, la abundancia de recursos mineros y la
generosidad de las termas del volcán Copahue, como sobre la ignorancia generalizada
sobre el Neuquén y el aislamiento del Territorio, factores retardatarios del progreso
(BIGA XIV:154-169, 1893). En el sur del territorio, Lista –de vuelta en el IGAencuentra que el valle del Collón Curá “ya comienza a poblarse de ganados, mientras
llega la hora del repartimiento inteligente de la tierra que produzca como consecuencia
inmediata la utilización agrícola de extensas y bien situadas comarcas”; se maravilla
con el valle del Traful y sus manzanares y describe el invierno en el Nahuel Huapi
como benigno y apto para el cultivo y cosecha de cereales, hortalizas, quínoa, etc. y la
cría de ganado: “será la Suiza argentina; pero para esto se necesitan poderosas
iniciativas [...] la colonización será fácil, y hoy que han caducado algunas de las inicuas
concesiones de tierra fiscal, el gobierno de la República puede hacer mucho por Nahuel
Huapi” (BIGA XVII:405-414, 1896).
Lista sintetiza y sistematiza la representación de la “Suiza argentina”, construida
durante todos esos años, en uno de sus últimos escritos sobre el tema: “La Patagonia
Andina” (ASCA 42:401-425, 1896). Supone a esa franja –del Tronador al Payne- una
“tierra de promisión”, hasta poco antes vista con prevención y recelo pero destinada a
atraer una numerosa inmigración por la riqueza de sus recursos forestales y minerales,
la benignidad de su clima –que demuestra con el desarrollo logrado por las colonias
galesas-, sus importantes ríos y lagos rodeados de buenas tierras –como las que explota
29
Albert constituye una relativa excepción entre los autores de las revistas geográficas, en tanto expresa el punto de vista
de los sectores gobernantes territorianos: periodista profesional, director de La Estrella de Chos Malal, semanario
promovido por el gobernador Olascoaga y publicado desde 1889, corresponsal de La Prensa de Buenos Aires,
colaborador del semanario chosmalense Neuquén (1893-1900) y de otros periódicos, secretario de la gobernación
neuquina, y varias veces concejal y presidente de los concejos municipales capitalinos del Neuquén, en Ñorquín y Chos
Malal (KIRCHER 2001:22).
56
la Argentine Southern Land Company Ltd.-, sus condiciones agrícolas y ganaderas y
su buena comunicabilidad por el “grande y muy antiguo camino de los tehuelches que
cruza toda la Patagonia” –la actual ruta 40- y los ríos transversales. Finalmente, en
veinte años más, “cuando la región de los Andes se haya poblado con cincuenta mil
colonos agricultores y pastores” y cuando lleguen los ferrocarriles, “entonces, los
fértiles valles de esta tierra prometida ostentarán toda suerte de ganados y cultivos; las
moradas del hombre se alzarán aquí y allá como jalones de civilización y progreso; y
los lagos, que hoy sólo sirven de admiración […] se habrán convertido en carriles del
comercio, en fuerza motriz para las industrias”.
Como deja ver claramente el discurso de Lista –sobre todo en su artículo para el
BIGA-, la resignificación de la Patagonia Norte como tierra fértil contiene también una
crítica política dirigida genéricamente hacia quienes –desde el siglo XVI hasta su
tiempo- no supieron valorar esos recursos, y específicamente hacia algunos actores.
Para Arturo Seelstrang, autor de una extensa compilación de “Apuntes históricos sobre
la Patagonia y la Tierra del Fuego” publicada en el Boletín en varias partes, fueron los
navegantes coloniales y en particular los españoles los que “contribuyeron al extraño
abandono que el mundo civilizado ha hecho hasta ahora de tan vasta extensión de
terreno descubierto hace tres siglos y medio”, hasta que los criollos independientes
convocaron al mundo a esta tierra “rica y virgen a la vez” (BIGA I:85, 1880, y III:236,
1882). Para el teniente coronel Eduardo Oliveros Escola, en cambio, descriptor del
Neuquén de fin de siglo, el pecado original está en la improductividad de “los indios,
quienes para proveerse de vacas y caballos asaltaban nuestros pueblos limítrofes con la
frontera y les hacían pagar aquel tributo que se podría considerar como el del
Minotauro mitológico”. Pero pronto esta mirada hacia el pasado se enlaza con la crítica
del presente, cuando Lista, como hemos visto, se manifiesta en contra de los latifundios
improductivos o cuando Oliveros coincide con Albert en que la falta de una legislación
adecuada y de obras públicas convierten al mismo Estado conquistador en el principal
responsable de que ese rico pedazo de la nación marche “a paso de tortuga en el camino
de nuestra civilización y progreso”: “Hemos conquistado el desierto, pero luego lo
hemos dejado librado a sus propias fuerzas” (BIGA XIV:154-156 y 377-385, 1893).
Parece clara la contribución de las publicaciones de divulgación científicageográfica al cambio operado en la percepción del paisaje norpatagónico en las décadas
clave de 1880 y 1890. La nueva representación surge de la coyuntura misma de la
conquista y de la problemática limítrofe con Chile, y es fácil ver cómo esta
conflictividad condiciona la creación de un interés especial por la franja cordillerana,
que al mismo tiempo de ser la fracción del territorio directamente en disputa, resulta la
más atractiva por sus recursos. Entre las tres publicaciones analizadas, sin embargo,
también podemos percibir matices diferenciados: la Revista de la SGA, evidentemente,
expresa una corriente de opinión que no se limita a registrar la potencialidad de la
tierra sino que va un paso más adelante y propone políticas estatales activas y
concretas de subdivisión en pequeñas y medianas propiedades, realización de obras de
infraestructura –comunicaciones, riego, etc.-, fomento de la colonización por paisanos o
57
inmigrantes, etc. Estas propuestas se manifiestan en clara disidencia respecto de la
corriente principal de opinión y de acción estatal, que se mostraba favorable a permitir
la reproducción relativamente espontánea, en la Patagonia, de la matriz social y
productiva de la gran propiedad ganadera (estancia) bonaerense, que dificultaría tanto
la permanencia de la población preexistente como la llegada de nueva inmigración, y
eximiría al Estado de mayores responsabilidades. El conflicto de representaciones que
esta disidencia supone emergería después de 1890, cuando comienza a sonar con fuerza
creciente un discurso crítico de la inacción estatal, que resonaría durante todo el siglo
XX recordando que aquellas riquezas halladas en la Patagonia siguen allí disponibles, a
la espera de un proyecto de desarrollo que las ponga en valor.
Sueños de progreso, o la Geografía convertida en Historia regional
proyectada al futuro
Las prácticas de conquista y exploración del territorio, personificadas en el
Estado y en instituciones funcionales a él, constituyen una secuencia lógica y
metodológica de operaciones por las cuales se ponía en juego el instrumental técnico y
conceptual de la apropiación del espacio, se estructuraba una representación del espacio
y del tiempo y se organizaba la realidad regional misma. Explorar, renombrar,
describir, sistematizar lo descripto, cartografiar, son entonces los momentos salientes
del relato científico sobre los nuevos espacios nacionales. El primer movimiento de la
secuencia histórica propuesta tras la conquista, gesto en el cual las sociedades
geográficas se autoidentifican, es la exploración del territorio. La experiencia
exploratoria de los nuevos Territorios Nacionales es exaltada en las páginas del Boletín
del IGA, por ejemplo, mediante la mención constante de los obstáculos y peligros que
los agentes del Instituto y del Estado debían superar. Para Holmberg, las nuevas
armas de los exploradores “son el sextante y el barómetro, el cincel y la brújula, la
pólvora y el cuchillo de monte, el cronómetro y la cadena, el termómetro, la sonda y la
corredera. En sus festines preside el hambre, en sus sueños les cobija la nieve” pero los
sostiene “el heroísmo y la convicción” (BIGA X:178, 1889).
En la prensa porteña impactaba la descripción de la oposición violenta de grupos
indígenas a los exploradores: el asalto y hostigamiento a la expedición del capitán
Martín Guerrico a la cuenca del río Negro (BIGA I:108, 1880), los ataques y la
destrucción de instrumental científico de la expedición de Jordán Wisocki al puerto de
San Antonio (BIGA III:205-207, 1882), o los encarnizados combates con indígenas
armados de armas de fuego durante la expedición militar al Nahuel Huapi (BIGA
IV:23, 1883). La presentación por el Boletín de esta última invasión del territorio
indígena cordillerano como “campaña contra los salvajes de la Pampa”, y la de su
comandante el general de división Conrado E. Villegas, miembro del IGA y de su Junta
Directiva, como expedicionario geográfico-militar (BIGA IV:51, 1883; II:36, 1881) es
demostrativa de la unidad simbólica y real entre la apropiación material del espacio –
58
mediante la conquista- y la apropiación imaginaria –mediante la exploración y
representación-.
Terminada la conquista parece haber cesado la resistencia activa de la población
fronteriza, pero no por ello el Boletín deja de exaltar las dificultades que acompañan la
vida del explorador, algunas de ellas, como la falta de personal o de instrumental
(BIGA VII:2, 1886) atribuibles a la desidia del mismo Estado que se beneficiaba de esos
trabajos. En algún caso, como el Kurtz y Bodenbender, los grandes inconvenientes y
apuros a que se exponen las expediciones científicas son comparados con la actitud de
quien viaja sólo con el objeto de adquirir ideas generales sobre un país, sin necesidad de
programa previo y detallado, sin detenerse en la investigación profunda de cuestiones
particulares (BIGA X:312 y 317, 1889). En todos estos casos el señalamiento de las
dificultades y obstáculos que enfrentan el conquistador, el explorador y el científico no
constituye sino una delimitación discursiva del campo y de la trayectoria intelectual
que las instituciones geográficas proponen para todos ellos y para la apropiación
imaginaria de la región por la nación: conquistar, explorar, renombrar.
El redescubrimiento de lugares y objetos del paisaje es acompañado en muchos
casos, efectivamente, del renombramiento, con expresa ignorancia de los topónimos
existentes. En su recorrido por la margen sur del Nahuel Huapi en busca del paso
Bariloche, el entonces mayor Rohde consigna el hallazgo de sobradas muestras de
presencia humana anterior, pero impugna los datos proporcionados tanto por el
explorador precedente –el chileno Guillermo Cox- como por los indígenas, y no
reconoce ningún nombre nativo (BIGA IV:166, 1883). Al año siguiente, Roa concluye
su parte de exploración del Chubut rebautizando “los territorios del norte de la
Patagonia que hasta hoy se registraban en nuestros mapas con el nombre de
‘territorios inexplorados’”, con los nombres del lago Vintter, de varias sierras con
nombres de ministros de Guerra e Interior, y de la sierra Zeballos (BIGA V:57, 1884).
Contemporáneamente, cuando Zeballos y Seguí proponen una expedición desde el
Nahuel Huapi al estrecho de Magallanes por la falda oriental de los Andes, la imaginan
como el llenado de un mapa en blanco con los nombres de su propia generación y la de
sus maestros, en una actitud de apropiación de lo nombrado que concibe a la nación
como fin y a la ciencia como herramienta (Podgorny 1999:167-169):
“La mente es hacer de esta expedición una empresa en regla a fin de conseguir
todos los datos convenientes en los terrenos conocidos, no estudiados aún, depurar por
el estudio los errores que se hayan cometido en la relación sobre los terrenos
estudiados y, en fin, descorrer el velo en todos aquellos territorios ignotos que
imponen enormes lagunas en nuestras cartas y descripciones físicas y geográficas”
(BIGA V:256-257, 1884).
Esta actitud sería impugnada en el marco del IGA recién a principios del siglo
XX por un miembro de una nueva generación de geógrafos, Elina González Acha de
59
Correa Morales30, que considera lamentable la deformación e ignorancia de la
toponimia indígena y el renombramiento de accidentes geográficos con los apellidos de
funcionarios circunstanciales, recomendando, a los jefes y oficiales del Ejército, el
estudio de la lengua mapuche (BIGA XXIII:166, 1909).
La exploración territorial, en definitiva, es percibida y presentada por los
agentes del IGA como el avance sobre sucesivas fronteras científicas de la Geografía o
sucesivos modos de estudiar el espacio. Si una primera “frontera científica” argentina
en la región fue marcada por descripciones superficiales como La conquista de quince mil
leguas de Zeballos (BIGA II:33, 1881), las “relaciones anecdóticas y descriptivas” de
Moreno y Lista que prometían para más adelante “resultados científicos” (BIGA I:62,
1879), o las “ligeras anotaciones” generadas por otros exploradores militares o
funcionarios (BIGA XIV:369, 1893), es claro que apenas terminada la conquista del
territorio se quiso avanzar un paso más mediante el relevamiento de recursos y la
puesta en juego del arsenal conceptual de las ciencias de la tierra. El plan de trabajo
para el viaje a lo largo de los Andes dirigido por Moyano, diseñado en 1885, considera
la determinación de la posición de los accidentes más notables, altas cumbres, pasos,
corrientes o vertientes, mediante la topografía, hidrografía, geología, mineralogía,
botánica, meteorología, zoología, paleontología, la realización de colecciones de
historia natural y la descripción del territorio como un nuevo abordaje más preciso de
esos objetos, “teniendo en cuenta su utilidad bajo el punto de vista económico,
especificando las industrias que pudieran desarrollarse ventajosamente para facilitar el
intercambio” (BIGA VI:289-290, 1885).
Un tercer paso en el avance de esa “frontera científica” sería dado por los
técnicos y científicos generalmente extranjeros que exponen en las páginas del BIGA
observaciones sistemáticas sobre espacios acotados y objetos o problemas particulares
con la pretensión de que sus conclusiones fueran leídas como producto de una
adecuación perfecta entre sus palabras y los objetos materiales estudiados. Entre esos
estudios está el “Estudio orográfico en la cordillera de Mendoza y Neuquén” del
ingeniero Germán Avé-Lallemant, que contiene fuertes críticas a los trabajos
orográficos y cartográficos del geólogo franco-chileno Pierre Pissis y a los planos “que
carecen absolutamente de valor real, no obstante su carácter de ‘ciencia oficial’”, y que
identifica entre otras cosas una “formación petrolífera argentina” en la zona (BIGA
VIII:173-188, 1887). También la “Expedición al Neuquén” de Kurtz y Bodenbender,
enviados por el IGA a estudiar la geología y la botánica de la cordillera entre el río
Diamante y el lago Nahuel Huapi, que hacen notar la necesidad de un programa
científico preciso, analizan el instrumental a utilizar, señalan los errores y aciertos de
sus antecedentes31, critican la cartografía de grandes extensiones publicada con fines
30
Para más datos sobre esta geógrafa, v. ZUSMAN 1996:65-74.
31
En un puntilloso análisis, comparten la crítica de Avé-Lallemant a Pissis, consideran válido el trabajo del ingeniero y
aprecian –señalando sus “apariencias modestas”- el valor de los itinerarios de Rohde para la sección meridional de su
trayecto. Es de notar que en la actualidad se considera -a diferencia de los trabajos geográficos de la época- que “tanto los
nuevos métodos sofisticados como los recientes conceptos globales ciertamente permitieron precisar y completar los
60
políticos pero poco exacta, y se presentan, en consecuencia, como los primeros
auténticos estudiosos de los territorios que atraviesan (BIGA X:311-322, 1889).
Finalmente, los “Estudios geográficos de la vertiente oriental de la cordillera argentina
entre 39° y 41° de latitud sur (Territorio Nacional del Neuquén)” del profesor Franz
Kühn, un trabajo que se diferencia explícitamente de la “topografía exterior” y se
interna en “la configuración del suelo [...] por medio de las ciencias naturales”, cita
como antecedentes académicos una serie numerosa de artículos en alemán, francés y
castellano, y se centra en un recorrido personal de la cordillera entre Zapala y el
Nahuel Huapi (BIGA XXIII:177-178, 1909).
Más allá del predominio de las corrientes deterministas y sistemáticas en la
Geografía de la época32, debemos tomar en cuenta, como criterio para la caracterización
del discurso científico generado por el IGA, otros factores más cercanos a los actores
concretos de la aventura exploratoria del nuevo interior argentino. Como hace Pereira
(2003:188-189) en su estudio de la sociedad geográfica carioca, podemos considerar al
discurso de sus similares argentinas como modelado por la practicidad y la actualidad,
no tradicional ni preestablecido sino “estructurado a partir de las posiciones asumidas
por determinados actores que en ella interactuaban dinámicamente”, por cuanto no se
trasluce de sus publicaciones más declaración de principios que la de servir al Estado y
la obsesión por la exactitud de sus determinaciones. El proceso político argentino de
construcción simultáneamente institucional y material del Estado llevaba a una
tematización forzada del territorio como forma de mostrar la congruencia y
simultaneidad de existencia de un ámbito de dominación y un escenario físico o ámbito
de extensión (Zusman 1996:9). Esta fuerte determinación del conocimiento geográfico
y social en general por el proceso político es lo que convierte a ese saber en
eminentemente práctico, útil y actual. La referencia a la geografía material debía ser
inmediata, mediante una perfecta “identificación entre el referente empírico y el
discurso producido” (Idem:46). Esta necesidad se adecuaba al paradigma naturalista,
que facilitaba la apelación a metáforas biologicistas y a leyes superiores a la voluntad
humana –como las de gravitación universal, evolución, etc.- para explicar procesos
políticos o sociales tales como las dinámicas de la población humana o la estructura
institucional de los Territorios.
trabajos que efectuara Bodenbender, pero que sus investigaciones dejaron un fundamento claro y estable para los estudios
que desarrollaron sus sucesores” (MILLER 2005:12). La expedición al Neuquén fue la primera que hizo Bodenbender en
la Argentina (HÜNICKEN 2005:16-17).
32
En el caso argentino, se señala un período de reconocimiento y fijación de las denominaciones regionales –sintetizado
por Ricardo Napp en 1876-, y de sistematización -tras el paso del “último gran viajero”, George Musters- caracterizado
por los aportes de la geología, la hidrología, la geomorfología, la botánica y la zoología, fundamentalmente desde la
fundación de la Academia de Ciencias de Córdoba. Los “escritos referidos a la geografía económica, política y humana”
se vieron relegados a “los periódicos de la época y las notas de los agregados diplomáticos, comerciantes, viajeros...” (DE
JORGE 1988:1-6 y 17-18). El mismo autor considera que esa Geografía sistemática predominante fue el eje de trabajo de
los primeros años del IGA, y que la aparición de artículos antropológicos y etnológicos en los últimos años del Boletín
son “índice elocuente de la decadencia” del IGA como institución geográfica (Idem:10).
61
En ese sentido, la diferencia más notable entre los exploradores funcionarios o
militares del momento de la conquista y los exploradores científicos posteriores a 1885
probablemente sea la distancia que toman estos últimos –implícitamente, al no hacer
referencia alguna al proceso político- respecto de la utilidad de sus determinaciones.
Como dice Bodenbender, señalando los límites prácticos de su trabajo: “Las ciencias no
se contentan con constatar la existencia de los objetos y sus agrupaciones en el espacio,
ella[s] va[n] más lejos y quiere[n] resolver la cuestión del por qué de todo lo
existente” (BIGA X:321, 1889).
Otro de los gestos constitutivos del acto de explorar consistía, como hemos
visto, en acreditar el vaciamiento humano del territorio. A pesar del pronto abandono
del estereotipo del “desierto” para referirse a la naturaleza de la Pampa y la Patagonia
Norte –en especial a la zona andina y a sus valles fluviales- hemos visto que la
literatura geográfica de la época hace persistir la idea de que estas ricas regiones, sobre
todo después de la conquista, permanecen despobladas y deben ser repobladas. La
representación se fragmenta: por un lado, lo que antes se consideraba desierto árido y
estéril es ahora –en buena medida- una tierra fértil; por otro lado esa tierra vuelve a
imaginarse como desierto mediante la impresión que transmiten los exploradores –
heredada de Darwin y tradicional en los viajeros del siglo XIX- de ser los primeros
humanos en estar ahí.
La necesaria conexión de estas estrategias intelectuales con el siguiente paso en
esa representación de la historia regional, la explotación productiva que correspondería
al trabajador pionero, se constituye en la práctica temporal característica de toda otra
vertiente del discurso científico y político analizado, cuyo tema es el futuro regional. De
este modo y como característica más notable de esta literatura exploratoria, por las
consecuencias que tendría en el proceso social-territorial de la época y de tiempos
posteriores, aparece la apertura de la secuencia metodológica descripta –
conquistar/explorar/renombrar- hacia el futuro, a un nuevo espacio de representación signado
por la idea positivista de progreso. La exploración de los nuevos territorios se convierte
en las páginas de las revistas analizadas, entonces, en la postulación de un proyecto
regional estructurado en torno de la idea de progreso y de la puesta en tensión del futuro
respecto del pasado. En esa lógica, las instancias de la conquista, la exploración y la
explotación de la tierra integran una secuencia forzosa –discursivamente naturalizada-,
expresándose las acciones que constituirían este último momento, generalmente, en
verbos de tiempo futuro. Esto supone en los exploradores y descriptores el gesto
imperial –quizás inaugurado por Darwin y más evidente en algunos textos que en
otros- de imaginar la Patagonia como pura naturaleza, “como una condición anterior a
la civilización, a la espera de que las fuerzas del progreso la cultiven” (Livon-Grosman
2003:95), como lugar nunca transitado antes por el hombre o que parece no cambiar
con el tiempo, actitud que implica la idea de que quienes descubren, exploran y
nombran el territorio serían los primeros y únicos capaces de cultivo, progreso e
historia.
62
Quijada (2000:186-191) ha señalado ya que el positivismo decimonónico recoge,
en esta unidad de significado entre la historia natural y la historia humana, la herencia
tanto de la “historia natural y moral” americana del Renacimiento como de los jesuitas
transterrados que participaron de la disputa ilustrada sobre América y del paisajismo
romántico de Humboldt, aportes claves todos ellos para la construcción simbólica de
territorios nacionales. La descripción del país (la naturaleza), la patria (la historia) y el
reino (la matriz política) como un continuum sólo se ve alterada, a fines del siglo XIX,
por la sustitución del objeto reino por el de nación, en atención al concepto corriente de
Estado-nación, aún no escindido. El deseo baconiano de “mejorar la suerte de los
hombres extendiendo su dominio sobre la naturaleza” aproximó así
metodológicamente las ciencias físicas a las morales, contribuyendo a que desde el siglo
XVIII la historia de la civilización fuera leída a través del progreso humano en ese
dominio (Di Filippo 2003:15). Esta aproximación se fortaleció mediante el monismo –la
“creencia acerca del predominio de un vasto, uniforme y no interrumpido proceso de
desarrollo sobre la naturaleza”- presente como ideología historiográfica en autores
como Haeckel, Darwin o Spencer, que permitiría la extrapolación de postulados
organicistas al ámbito social (idem:91). En el marco del positivismo comtiano
proyectado más tarde en el materialismo marxista, esta unidad absoluta entre los
fenómenos físicos y los intelectuales y morales llevaría a resumir todo el conocimiento
en dos grandes ramas: el estudio de la Tierra o cosmología y el del Hombre o
sociología (idem:101-115). Desde el punto de vista del pensamiento histórico entendido
como ideología, Blengino (2005) acierta, sin duda, al hilvanar distintos registros
textuales de científicos, exploradores, funcionarios y misioneros que abordaron la
frontera pampeano-patagónica en las últimas décadas del siglo XIX mediante el hilo
conductor de una común tensión hacia el futuro, una representación progresista del
devenir regional que subrayaba tanto el anacronismo del Otro antropológico como su
contraste con el proyecto civilizador occidental expresado en el discurso utópico del
progreso. En el contexto de nuestro análisis, por fin, parece claro que ese retorno del
discurso a la lógica explicativa de la Historia Natural y Moral renacentista se relaciona
con el intento de naturalizar determinadas representaciones sociales.
De acuerdo con esta clave de lectura, resulta importante determinar de qué
modo se representaba el futuro de la región, supuesto que esas prácticas de
representación acompañarían a las prácticas materiales sobre el territorio y
contribuirían a configurarlo como producto a la vez de una imaginación geográfica y una
imaginación histórica. Así, identificaremos los distintos futuros contingentes o posibles
de la Norpatagonia tal como se pensaban en la época bajo análisis.
En los primeros números del Boletín, apenas finalizada la campaña al río Negro,
Zeballos –el principal propagandista de la operación- no vacila en proponer nuevos
objetivos para la conquista alimentando la conflictividad fronteriza, fortificando los
boquetes cordilleranos, por ejemplo, para impedir el regreso de los indígenas fugitivos,
trasladar la guerra de frontera a Chile y generarle un problema al país hermano:
“nuestra frontera interna desaparecerá, situándose las tropas argentinas sobre la
63
frontera internacional” (BIGA I:187-191, 1880). Sin embargo, ya en los tempranos
“Apuntes sobre las tierras patagónicas” de Moreno (ASCA 5: 189-205, 1878) se anuncia
“un porvenir halagüeño para las tierras patagónicas” constituido por la extinción fatal
de los indígenas, la formación, en el triángulo neuquino, de “la Provincia más rica de la
República Argentina”33, la explotación del carbón “alma de la industria moderna”, etc.,
en una línea interpretativa mucho más fecunda que la primera, según la cual la
conquista se liga con la explotación económica. Efectivamente, la vinculación entre las
prácticas exploratorias y un futuro conflicto con Chile aparece solamente en el discurso
de Zeballos, mientras que las alusiones a la relación entre el relevamiento científico y la
productividad futura se inscriben más claramente en el programa civilizatorio
característico del colonialismo decimonónico. En la citada carta al coronel Napoleón
Uriburu, el mentor del IGA ensalza la victoria militar -“desde la víspera de Chacabuco,
las nieves de la cumbre andina no habían sido holladas por el soldado vencedor de la
República”- y la compara con el avance exploratorio:
“No es menos brillante la gloria científica de la jornada, durante la cual han
luchado la chuza de la tacuara, distintivo de los araucanos, con el sextante y el
cronómetro, que marchan a la vanguardia de la Humanidad descubriendo y situando en
todas las zonas del Planeta nuevos teatros para la actividad prodigiosa de la
Civilización” (BIGA I:184, 1880).
La prosperidad futura se encontraría, así, directamente relacionada con el
proceso presente. Para Host, en los ricos bosques cordilleranos desaprovechados por
los indígenas “los nuevos pobladores prosperarán rápidamente”, y eso es, precisamente,
lo que según Zeballos da sentido a la conquista militar, que “ha tenido por objeto
libertar de los salvajes un territorio fértil e inexplorado, para entregarlo a la acción de
los exploradores que han de preparar el teatro más tarde para que el brazo y la
inteligencia del hombre lo fecunden” (BIGA II:76 y 36, 1881). En palabras de Jorge
Rohde, “el rémington y el sable han cumplido su misión y se apartan hoy
gustosamente, para dar paso al arado y al vapor” (BIGA IV:178, 1883). Cuatro años
antes, el mismo autor describía la conquista del punto estratégico de Choele Choel
como cabecera de playa para la ofensiva militar sobre la Patagonia al sur del Negro, al
mismo tiempo que como sitio de interés económico para la colonización agrícola y las
comunicaciones con la zona andina (BIGA I:152-156, 1879). En su itinerario de
Mendoza a Ñorquín, Villanueva señala que en el sur mendocino “a las invasiones de los
salvajes ha sucedido, por fortuna, la invasión de la industria y de la civilización que va
con ella” (BIGA V:205, 1884). Y unos años después, Lista observa –socorrido por una
imagen auditiva muy de su tiempo- que en la promisoria zona del Nahuel Huapi “con el
33
Moreno se refiere, posiblemente, al Territorio del Limay diseñado en el proyecto de ley de Territorios Nacionales
presentado en 1872 por una comisión del Senado presidida por Bartolomé Mitre y misteriosamente desaparecido
(REPÚBLICA ARGENTINA 1894:24-26), que a pesar de no haber sido aprobado permaneció como representación vigente
de los Territorios hasta la ley 1.532 de 1884, que estableció los límites actuales.
64
último alarido del indio que se marchaba vencido, se oyó el arre de la caravana de
pastores que iba a levantar su choza al borde del Limay o a la orilla del lago, quizá en
los mismos sitios en donde Mascardi y Guillelmo catequizaban a los poyas y
araucanos” (BIGA XVII:408-409, 1896). De este modo, el explorador-funcionario
reinterpretaba en sentido progresista no sólo el pasado inmediato sino el ciclo entero
de la presencia occidental en la cordillera norpatagónica, asimilando la reciente
conquista militar a los propósitos de los misioneros del siglo XVII.
Esta interpretación del devenir regional en clave progresista derivaba
frecuentemente, como era común en el siglo XIX, en ideas nebulosas y ensoñaciones
industrialistas que rara vez se concretaban en proyectos. Al exponer su supuesto
redescubrimiento del paso cordillerano de Bariloche, Rohde ya lo imaginaba atravesado
por un ferrocarril interoceánico de impacto mundial (BIGA IV:162, 1883), lo mismo
que Olascoaga en su descripción del norte neuquino (BIGA V:100, 1884). Otro objeto
de estas proyecciones eran los caudalosos ríos de la cuenca del Negro, vista por el
capitán Martín Rivadavia desde su desembocadura como una “zona vastísima que
arranca de las ricas comarcas andinas, [que] aprovechará esta salida fácil de sus
productos al mercado universal” (BIGA VII:2, 1886). También en su exploración del
Chubut el comandante Roa imaginaba el valle del Senguerr como “asiento de una
populosa ciudad” futura (BIGA V:56, 1884). Lista cierra su texto propagandístico sobre
la Patagonia andina (ASCA 42:401-425, 1896) con una visión de futuro titulada
“Dentro de veinte años”, en la que prevé que “cuando la región de los Andes se haya
poblado con cincuenta mil colonos agricultores y pastores”, cuando el Ferrocarril del
Sud llegue a la Confluencia y al Nahuel Huapi:
“entonces, los fértiles valles de esta tierra prometida ostentarán toda suerte de ganados
y cultivos; las moradas del hombre se alzarán aquí y allá como jalones de civilización y
progreso; y los lagos, que hoy sólo sirven de admiración […] se habrán convertido en
carriles del comercio, en fuerza motriz para las industrias […]” (idem:424-425).
En uno de los primeros estudios sobre la regulación de los caudales fluviales,
Enrique Chanourdie deja correr su imaginación y reproduce en su informe párrafos
ficticios de crónicas futuras sobre “uno de los períodos más brillantes en la historia de
esa gran nación americana que cuenta hoy ciento cincuenta millones de almas,
producto de una mezcla en la que priman las antiguas razas grecolatina y céltica”, y se
refiere al primer tercio del siglo XX como el momento en el cual se habrían echado
definitivamente –desde ese futuro potencial- los cimientos de la prosperidad argentina
a partir “del legendario valle del río Negro que nos ha hecho olvidar al Nilo de los
egipcios” (BIGA XX:483, 1899).
Los científicos europeos que participaban de las tareas de relevamiento de
recursos solían asimilar –alimentando el tópico de la “Suiza argentina” instituido por
65
Victor Martin de Moussy y reutilizado por Lista34- el paisaje de las comarcas andinas
al de sus países natales. Para el geólogo Bodenbender la región de los lagos andinos
“era nuestra querida Alemania, que encontrábamos de este lado del océano; y a la vez
nos entusiasmaba la idea de que en tiempos no muy distantes quizás estos lugares
brindarían felicidad y bienestar a millares de hombres” (BIGA X:329, 1889). Lista
encuentra allí, desmintiendo el mito de la “tierra maldita”:
“una fisonomía única en América y que, apropiadamente, todos los exploradores y
turistas han dado en considerar como una copia del paisaje montañoso suizo […] a lo
largo de la Cordillera, desde el lago Nahuel Huapi hasta los canales occidentales de la
Patagonia” (ASCA 42:401-402, 1896).
Resulta interesante comprobar que este género futurista cercano a la ficción
científica está prácticamente ausente de las páginas de la Revista de la SGA, una
publicación, como ya hemos analizado, que daba un sentido explícitamente más político
que científico a sus contenidos, y que, en esa línea, elaboraba un discurso más cercano a
problemas determinados y precisos que a principios generales. De todos modos,
algunas de las ideas que acabamos de identificar también aparecen formuladas en un
tono más concreto, constituyendo anteproyectos o proponiendo soluciones a problemas
puntuales ya previstos. Por ejemplo, cuando Olascoaga, retomando una vieja idea de
Sarmiento, proponía sacar un canal del río Colorado para regar la mesopotamia árida
entre ese río y el Negro (BIGA I:69-70, 1879; V:99, 1884; RSGA II:92-97, 1884). O
cuando Albert, clamando contra el aislamiento neuquino, pedía que las fuerzas de línea
del Ejército acantonadas en General Acha abrieran una serie de jagüeles35 en la
travesía hasta Chos Malal, que la guarnición del río Negro prolongara la línea
telegráfica desde Paso de los Indios hasta la capital territoriana y hasta Chile, que la
Marina explorara y estudiara la navegabilidad del Neuquén, que se corriera la línea
militar a la cordillera de los Andes llevando esas tropas a la verdadera avanzada, y que
se estudiara la factibilidad de un ferrocarril trasandino por el paso de Antuco (BIGA
XIV:171-176, 1893). El ferrocarril de Buenos Aires a Talcahuano por Antuco, ya
proyectado, o bien un ramal de Bahía Blanca y General Acha al mismo paso
cordillerano, sería para el periodista neuquino “quizás la línea más importante de
Sudamérica”. En la Revista de la SGA los proyectos se orientaban fundamentalmente a
la concreción de obras de riego en el Alto Valle rionegrino, a la navegabilidad del río y
a las vías de comunicación de esa zona (RSGA II:100 y 138-139, 1884).
34
V. MARTIN DE MOUSSY, Description Géographique et Statistique de la Confédération Argentine, Paris, 1860, tomo 1,
refiriéndose a los lagos y lagunas (capítulo III del libro de Hidrografía) destaca en realidad a la región recién colonizada
de los lagos chilenos como “la Suisse sudaméricaine”. Unos años después, en sus primeras exploraciones, será Ramón
Lista quien extenderá el uso del topónimo “Suiza argentina” para referirse a la vertiente oriental de los Andes
patagónicos y a sus recursos económicos (LISTA 1999:9 y 17; BIGA XVII:414, 1896; ASCA 42:412, 1896). También en
la misma época Rohde, por ejemplo, se refiere al área del Nahuel Huapi como un futuro “centro de una abundante
producción agrícola... un pedazo de Suiza trasplantado al suelo argentino” (ROHDE 1889:35-36).
35
Pozos de agua de balde.
66
En la misma línea de los proyectos ferroviarios que habían constituido una
verdadera fiebre en los años siguientes a la conquista de la Pampa y la Patagonia,
Federico R. Cibils proyectaba dos trazados para continuar el flamante ramal de Bahía
Blanca a la Confluencia y comunicar este último punto con Chile: uno siguiendo el
curso del río Neuquén hasta Chos Malal y el paso de Antuco, y el otro siguiendo el
Limay hasta el Nahuel Huapi (BIGA XX:475-482, 1899).36 También el artículo citado
de Chanourdie sobre las inundaciones del río Negro, antes de su epílogo futurista,
retoma los estudios del ingeniero César Cipolletti que acababa de publicar el Ministerio
de Obras Públicas de la Nación y del ingeniero Constante Tzaut publicados en la
Revista Técnica, y aporta datos acerca de las crecientes del siglo XIX, concluyendo con
Tzaut que la clave del control de las crecidas estaba en la realización de embalses, que
debería construir el Estado nacional por tratarse de obras de bien público (BIGA
XX:483-491 y 494-495, 1899).
De todos modos, si en el plano del progreso material los sueños difícilmente se
concretaban en proyectos y estas intenciones encontraban el obstáculo de la inercia del
Estado liberal, mucho menor espacio ocupaban las ideas de cambio político. La crítica
de la estructura institucional de los Territorios Nacionales provenía de quienes la
conocían directamente y la sufrían cotidianamente: los funcionarios territorianos
mismos. Así, en el escrito de Albert sobre el Neuquén el sueño de progreso material es
acompañado por el sueño de una evolución política consistente en la creación de una
Legislatura territoriana, en el envío de delegados territorianos al Congreso, en la
revisión del proyectado Código Rural de los Territorios en función de “los verdaderos
intereses de esa zona” y en que el Estado se haga cargo eficazmente de la educación
primaria (BIGA XIV:155-156 y 176, 1893).
Al representar a la Patagonia Norte como una tierra de futuro y particularmente
a su zona andina y a los valles fluviales como objetos preferentes de las mejores
expectativas, se refuerza la yuxtaposición discursiva de la Geografía con la Historia. Si
los representantes de la civilización han llegado, por fin, a los Andes como límite
último de la Nación, ese viaje en el espacio se convierte también en una propuesta de
itinerario en el tiempo, hacia el futuro. Los temas de estas proyecciones al futuro
configuran, entonces, las representaciones de una serie de futuros contingentes y distintos
para la región norpatagónica. Uno de los futuros posibles es el que se refiere a los
ferrocarriles, y por lo tanto a la franja norpatagónica como corredor bioceánico: todos los
proyectos de ferrocarril formulados en estos materiales (de General Acha a Chos Malal
y de allí a Chile por el paso de Antuco; de Bahía Blanca a la Confluencia y
prolongándose a Chos Malal y al Nahuel Huapi; del Nahuel Huapi a Chile), con mayor
o menor grado de sustento en estudios de factibilidad, imaginan una Norpatagonia
relacionada con los mercados externos a través de uno de los artefactos característicos
36
El tema de los proyectos ferroviarios de la época puede verse desarrollado en NAVARRO FLORIA 2003:101-104. El
mismo CIBILS (1902), pocos años después, llama la atención acerca de las potencialidades del área del Nahuel Huapi, de
la inacción del Estado argentino y del “peligro araucano” chileno, en un tono racista y xenófobo similar al de Zeballos.
67
de la era industrial y del proceso de achicamiento del mundo por las comunicaciones.
Un segundo futuro posible destacado en esta literatura científica es el que habla de las
posibles obras de riego, y por lo tanto de la Norpatagonia como región de colonización
agrícola mediante el esfuerzo transformador del hombre: la reiterada solicitud de realización
de canales de riego en los valles del Negro y del Neuquén; la visión de la mesopotamia
entre el Colorado y el Negro como zona regable; los proyectos de embalses de los ríos
de la cuenca del Negro; son proyecciones que asignan un rol activo al Estado como
hacedor y como regulador tanto de obras públicas como de los flujos inmigratorios.
Una tercera representación importante de futuro posible es la que destaca la presencia
de un paisaje que despierta la comparación con la Europa montañosa y rural -la Suiza
argentina- y a través de esa comparación propone una Norpatagonia andina como destino
de la colonización y del desarrollo: en la medida en que esta representación de la Suiza
argentina no se plasma en proyectos concretos de acción sino que se limita a constatar
la presencia de determinados elementos valiosos –suelos, clima, recursos hídricos,
bosques, minerales, etc.- que recuerdan a la Suiza original, registrando una serie de
recursos dados por la naturaleza y no objetos por hacer mediante el trabajo
constructivo del hombre, es la imagen que permanece con mayor carga utópica y con
menor grado de materialización. El hecho de que a lo largo del siglo XX esta
representación haya derivado de la proposición de un desarrollo agroindustrial similar
al suizo a una proyección como mero recurso paisajístico visual destinado a su
contemplación por el turismo, en todo caso, nos habla de hasta qué punto la Suiza
argentina quedó en el plano de las prácticas discursivas y su traslado al plano material
se limitó al desarrollo de un recurso turístico.
Conclusiones: entre la ciencia como construcción de certezas
y la política como arte de lo posible
El estudio de los contenidos de las revistas científicas argentinas de fines del
siglo XIX y principios del XX sobre la Patagonia Norte nos aporta nuevos materiales
explicativos acerca de las prácticas espaciales y temporales de la época hacia esta
región, enriqueciendo también nuestro conocimiento de la relación entre discursos y
materializaciones, representaciones y políticas.
Abordamos este estudio desde un punto de vista que atiende con preferencia a
los contextos de producción de esos contenidos, con el propósito de explicar cómo
generaron, sobre los territorios marginales de la nación, una serie de representaciones
coincidentes en su funcionalidad al proyecto civilizatorio global, característico de la
época, y al proceso estatal-nacional, pero divergentes –por los perfiles institucionales,
ideológicos y políticos de los actores- en aspectos particulares de sus discursos. Las
coincidencias fundamentales se relacionan con el origen de estas representaciones en
un grupo de instituciones científicas, predominantemente geográficas, productoras de
un colonialismo interno en su afán de integrar los nuevos espacios nacionales a
sistemas de poder externos a ellos. Las divergencias provienen de la diversidad de
68
instituciones –para el caso argentino, el Instituto Geográfico y la Sociedad Geográfica,
junto con otras, procedentes del tronco común de la Sociedad Científica- que reflejan la
existencia de grupos y redes sociales e intelectuales relativamente diferenciados entre
sí por sus contornos profesionales, ideológicos y políticos.
Identificamos en el discurso de las instituciones y publicaciones analizadas una
retórica progresista común, que despliega sobre el territorio la conciencia de hallarse
ante unos paisajes donde se realiza o se realizará el progreso tal como esta narrativa lo
concibe. Esta retórica común está claramente determinada por su funcionalidad al
proceso estatal-nacional de territorialización –muy claramente perceptible, por
ejemplo, en relación con la cuestión de los límites internacionales-, por la superación –
para esta región- del estereotipo del desierto, y por la identificación de recursos
materiales para el desarrollo socioeconómico futuro. En la medida en que el discurso
geográfico avanza sobre el espacio y sobre la explicación de la interacción sociedadnaturaleza en el pasado, el presente y el futuro, hemos visto cómo se acentúa la
superposición entre Geografía e Historia –característica de la unidad de sentido
positivista entre ciencias del hombre y ciencias de la naturaleza- y se postula un
desarrollo histórico regional caracterizado por aquella retórica del progreso.
Sin embargo, la diversidad de miradas –de instituciones, de grupos, de
descriptores y de momentos- genera una diversidad de sentidos para ese discurso del
progreso. Una pluralidad evidente de proyectos de desarrollo territorial se expresa en
una serie de futuros contingentes y alternativos para la Norpatagonia.
En primer lugar, la Norpatagonia es resignificada como fértil en función de sus
suelos, ríos, bosques, valles, etc. El discurso de la RSGA, en particular, apunta a
condicionar las decisiones políticas sobre el desarrollo regional futuro centrado en la
colonización agrícola de los valles fluviales mediante la realización de obras de regadío,
la subdivisión y perfeccionamiento de la propiedad de la tierra y la apertura de vías de
comunicación. Alrededor de la crisis de 1890 surge y se suma a la anterior la
representación crítica de la Norpatagonia como riqueza abandonada o desaprovechada,
acentuándose la demanda de políticas estatales activas. Esta demanda, sin duda,
contribuye al cambio en la percepción de la región constatado en el discurso político
(Navarro Floria 2004a) y a la crítica de la inacción estatal que se proyecta sobre el siglo
XX.
En segundo lugar, cada una de las representaciones identifica su objeto
preferencial de interés. La mirada dominante, que centraba su preocupación en la
conquista estatal y la delimitación del territorio nacional, hacía hincapié en la franja
cordillerana –la “Suiza argentina”-, mientras que la mirada disidente, que fijaba su
interés en el desarrollo productivo, generaba fuertes imágenes de las tierras con aptitud
agrícola y de la población indígena y criolla con un sentido claramente reformista
respecto del modelo socioeconómico dominante. El vaciamiento imaginario del espacio
que acompañó a la coyuntura de la conquista –mejor reflejado en el BIGA- fue puesto
en cuestión por la RSGA y hasta por el mismo BIGA después de 1890, mediante una
relativa valorización de la población originaria y de sus posibilidades de integración al
69
sistema productivo, y una posición crítica hacia las políticas dominantes en la materia.
El perfil ideológico catastrofista y antievolucionista de los sectores disidentes se refleja
aquí en la responsibilización política del Estado acerca de los efectos negativos de la
conquista y en la proposición de un modelo de formación social inclusivo del Otro.
Las sociedades geográficas en cuestión se autoidentificaban con la exploración
del territorio entendida como operación práctica y teórica complementaria de la
conquista material, capaz de producir una apropiación definitiva del espacio que se
reflejaba, por ejemplo, en la imposición de una nueva toponimia. Además del progreso
en el sentido epistemológico del conocimiento geográfico, estas representaciones del
espacio y del tiempo incluían la proposición de un futuro regional signado por la idea
positivista del progreso y por la consiguiente puesta en tensión del futuro respecto del
pasado. Retomando la tendencia moderna a asignar una unidad de sentido a la
naturaleza y a la historia, entonces, el discurso geográfico sobre la Norpatagonia
generó una serie de representaciones sobre el futuro regional que acompañaron y contribuyeron
a configurar las prácticas materiales sobre el territorio. La Norpatagonia como corredor
bioceánico mediante el trazado de líneas ferroviarias, como región de colonización
agrícola mediante el esfuerzo transformador del hombre y la intervención activa del
Estado, o bien como región de desarrollo restringido a la franja andina y librado a un
proceso evolutivo espontáneo, son los futuros posibles y alternativos que se prefiguran
en el discurso científico de las revistas analizadas.
La conflictividad registrada entre estos distintos discursos geográficos y sus
consiguientes proyectos de futuro regional nos permite contribuir a desnaturalizar
algunas representaciones instaladas con mucha fuerza en la historia regional y, en
definitiva, a restituir historicidad al proceso sociopolítico regional, en tanto percibimos
distintos futuros –que desde nuestra perspectiva ya son pasados- posibles. Esas distintas
Patagonias posibles, ayer como hoy, nos llevan de la problematización del pasado a la
construcción del presente. La relación entre el proceso de edificación de certezas que
pretendía constituir la ciencia decimonónica y el arte de lo posible que era y es la
política, también nos permite destacar puntos de coincidencia entre el discurso
geográfico y el discurso político –que ya analizamos en trabajos anteriores (Navarro
Floria 2004a)-, ambos constitutivos del proceso de nacionalización deficitaria de la
Norpatagonia –un territorio incorporado formalmente al Estado pero no integrado
eficazmente a la sociedad ni al sistema económico ni al régimen político nacional- que
caracterizó las últimas décadas del siglo XIX. De ahí lo incierto del progreso soñado en
esos tiempos.
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Capítulo 2
ANTROPOLOGÍA, GENOCIDIO Y OLVIDO EN LA REPRESENTACIÓN DEL
OTRO ÉTNICO A PARTIR DE LA CONQUISTA
Pablo AZAR, Gabriela NACACH y Pedro NAVARRO FLORIA
1. Introducción
El vaciamiento físico y simbólico del espacio conquistado por el Estado en el Sur
argentino, desde el inicio de las campañas de exterminio sistemático a partir de 1875, y
el consiguiente ocultamiento del Otro étnico en las estadísticas y los imaginarios
colectivos de la República conservadora que prevalece hasta 1916, fue acompañado por
la ciencia de la época. Si antes y durante la conquista la mirada científica y política
sobre las naciones indígenas las había considerado como cuestión presente, en los años
posteriores la intelectualidad argentina comenzó a ocuparse del problema de otro
modo. En los espacios institucionales científicos de discusión antropológica -las
sociedades científicas argentinas recientemente creadas-, las formas de no hablar sobre
los indios vivos y reales de la época se hicieron patentes. Una vez concretada la
conquista, los observadores del Otro pasaron a ocuparse de cuestiones menos
problemáticas que del producto de la violencia del proceso. Se volcaron a temas
inocuos, menos polémicos que el conflicto interétnico.
Una de las estrategias discursivas características del período posconquista en
relación con el Otro fue su desplazamiento al pasado remoto y su arqueologización
conceptual. Los escritos arqueológicos dan muestras profusas de esta remisión a la
forma de “restos”, “rastros”, “antigüedades”, gesto que acompaña el vaciamiento del
“desierto” de subjetividades invocando a su dueño legítimo: el Estado-nación
(Andermann 2000: 124-126). Otra de las estrategias derivó de un giro en el
tratamiento del Otro interno, que de objeto antropológico devino rápidamente en
objeto sociológico, en virtud de su inclusión subordinada en el cuerpo colectivo,
invisibilizada su identidad étnica originaria.
En todo caso, el estudio de la problemática del Otro desde una ciencia
antropológica que buscaba fundar su objetividad en métodos cuantitativos establecidos
en el siglo XIX, mantuvo vigencia hasta bien entrado el siglo XX. También la
disciplina resultó funcional a la tarea estatal de invisibilizar y museizar a las
poblaciones indígenas y mestizas, refiriéndose a ellas como a un pasado remoto,
borrando del espacio y de la memoria colectiva la complejidad y conflictividad
interétnica propia de la sociedad de frontera desarticulada por la conquista.
79
La arqueologización del Otro
“¿Qué se hace en un Museo de Ciencias Naturales? En un museo de Ciencias Naturales
se colecciona, prepara, preserva, estudia y exhibe los objetos de la Naturaleza que el público
observa en sus salas”.
(Página web del Museo de la Plata, 2006:
http://www.fcnym.unlp.edu.ar/museo/acerca.html)
La antropología como disciplina científica se consolidaba en Europa en espacios
de discusión como la Sociedad Etnológica de París (fundada en 1839), la Sociedad
Etnológica de Londres (1844), la Sociedad Antropológica de París (1859) y la Sociedad
Antropológica de Londres (1863). Los ecos de esta onda expansiva de creación de
sociedades científicas se hicieron sentir en nuestro país recién en 1872, cuando se fundó
la Sociedad Científica Argentina, y en 1885, con el Museo de Ciencias Naturales de La
Plata. Ambas instituciones, a través de sus prácticas y escritos, legitimaron una
relación que resultó indisociable entre el conocimiento científico y las prácticas
políticas que se desarrollaban sin pausa en nuestro país, desde mediados de siglo XIX.
Muchos de los conceptos empleados por la antropología desde sus comienzos –como
raza, cultura, etnia, pueblo, ejemplar, tipo, etc.-, forjados en la segunda mitad del siglo
XIX, se volvieron conceptos claves para una lógica racista de inclusión/exclusión que
dio lugar a prácticas políticas contra pueblos enteros.
Las sociedades científicas y los museos aparecieron como los únicos espacios
institucionales posibles donde poder escribir y debatir antropología y, en definitiva,
acerca de la alteridad y, desde un lugar privilegiado, manifestar los intereses que el
Estado-nación consolidado buscaba transmitir acerca de la cuestión. De esta forma la
ciencia, acompañante infatigable de las políticas de Estado, no hizo otra cosa que
contribuir a la producción de una formación social, en un territorio nacional entendido
como laboratorio sociológico y político y estableciendo un claro binomio antropológico
entre un Nosotros y un Otro que, por otra parte, ya no generaba peligro alguno.
Idóneos y profesionales
En la época contemporánea e inmediatamente posterior a la conquista, entre
1875 y 1900, podemos apreciar la emergencia de un discurso antropológico producido
por “idóneos” de la disciplina, aunque refleja el pensamiento antropológico europeo de
la época: estudiosos, sabios y naturalistas, dentro de los cuales podemos mencionar a
Estanislao Zeballos, a Francisco P. Moreno y a Ramón Lista, entre otros. Recién a
principios de la década de 1890 y hasta 1916 sobresaldrían los investigadores especialistas
-generalmente doctores en ciencias naturales, filosofía o medicina-, en algunos casos
provenientes de países europeos, que se ocuparon exclusivamente del estudio de las
poblaciones indígenas; tanto desde lo arqueológico como desde lo biológico. Podemos
mencionar dentro de esta segunda generación al alemán Robert Lehmann-Nitsche, al
80
inglés Samuel Lafone Quevedo, al holandés Herman Ten Kate, a los argentinos Juan B.
Ambrosetti y Félix Outes, entre otros. Tanto los investigadores nacionales como los
extranjeros mostraron, respecto de sus predecesores, contrastes y continuidades.
Compartieron una lógica racista de tono moral y de clase, produciendo un cúmulo de
ideas que dieron sustento al cuerpo ideológico dominante de fines del siglo XIX y
principios del XX. Estos intelectuales resultaron funcionales a una determinada
invención del país.
Desde la dinámica de construcción de la nación se elaboraron mitos de unidad. Y
en este aspecto, la invención de una nación de raza blanca y homogénea, de la cual
participaron las ciencias sociales en general, tuvo su costado disciplinar en la tesis
determinante de nuestro país como un país sin indios. Esta idea se asentaba en la
estrategia de “su remisión discursiva al pasado [y] la arqueologización conceptual de
la población indígena” (Navarro Floria 2006:1)37.
Así, podemos leer en Outes:
“Pues bien, en nuestro país existe un número ya bastante crecido de hombres
animosos que han dedicado su tiempo a estudiar el pasado de nuestro territorio. Han
investigado el origen de sus habitantes, han tratado de reconstruir las diversas
modalidades de la vida de las primitivas sociedades que ocuparon la vasta extensión
donde hoy se yergue nuestra joven República, y paulatinamente han llegado, si no a
diseñar un cuadro completo, por lo menos un excelente boceto de nuestro pasado.”
(Outes 1900:202)
En este sentido, las investigaciones arqueológicas y las que redundaban en la
antropología física, en continuidad con la ciencia de corte racista de mediados del siglo
XIX, junto con las investigaciones lingüísticas y folklóricas, ampararon la
deshistorización del Otro y relegaron al fondo de la historia toda memoria cultural de
los recientemente conquistados. De hecho, y aunque la antropología de la época se
ocupó de multiplicidad de temas, la arqueología fue de los más proficuos de la época.
Pero el segundo momento -el del surgimiento de eruditos con un discurso
antropológico- no es posible si antes no se arqueologiza al indígena. Paso necesario para
la posterior museologización del mismo. Es decir: es necesario convertirlo en algo que
pueda ser exhibido, en una pieza de museo, aislando al objeto de su contexto, dando
lugar a una verdadera “antropología de la morbosidad” (“El cráneo ha sido abierto en
mi ausencia y el corte del serrucho llegó demasiado bajo”, apuntaba Lehmann-Nitsche,
jefe de la Sección Antropología del Museo de La Plata, acerca del tratamiento que se le
realizó a una joven aché a comienzos del siglo XX).
Podría tomarse como el límite entre ambos momentos el punto de vista desde el
cual se hacen los estudios. En el primero, se estudia al indígena inmerso en la
37
Hay coincidencia en torno de esta idea en una serie de trabajos actuales provenientes de distintas líneas y lugares, como
por ejemplo Andermann 2000, Quijada 1998.
81
naturaleza, como parte de ella, considerándose que ambos deber ser controlados (Azar,
Navarro Floria y Nacach, 2005). Los antecedentes del segundo momento, de esta
manera de hacer ciencia, la encontramos ya en Moreno cuando traslada de la Patagonia
al Museo de Ciencias Naturales los restos de tumbas profanadas e incluso indios vivos,
como por ejemplo el cacique Inacayal -que lo había recibido en 1879 en Tecka-, que
muere en 1888; “…de inmediato su esqueleto (es) descarnado, su cerebro y su cabello
fueron incorporados a la macabra colección de los ‘últimamente vencidos’” (Trofeos de
Guerra 2006:11). En el segundo momento se convierte al indígena en objeto de estudio
aislado, en dato arqueológico. Todas las miradas están puestas sobre su persona,
hábitos, costumbres; temas enfocados disciplinariamente por la Etnografía, la
Etnología, la Raciología, la Antropología Física y Morfológica y la Lingüística.
Parafraseando la terminología arqueológica, el indígena pasa al contexto
arqueológico, al menos discursivamente. Luego, los antropólogos de principios del
siglo XX “desentierran” ese indio, ese dato arqueológico, convirtiéndolo en una pieza
de museo, a los efectos de aportar datos para la reconstrucción de los ancestros
nacionales. En consecuencia, las sociedades científicas y los museos, espacios
institucionales por excelencia, se convirtieron también en el único espacio posible
donde el indígena podía convivir con la “civilización”, en el contexto del objetivo
mayor de la incorporación del Otro en el Estado-nación.
2. Discurso, espacio y lugar antropológico en el Viaje al país de los araucanos
(1881), de Estanislao S. Zeballos38
A fines de 1879, sólo seis meses después de que el general Julio A. Roca
cumpliera el objetivo de llegar hasta el río Negro, culminando la ocupación militar de
la Pampa, Estanislao S. Zeballos se lanzó a recorrerla para registrar lo conquistado. El
Viaje al país de los araucanos, publicado en 1881 como primer tomo de su Descripción
amena de la República Argentina, constituye un texto difícil de definir en términos de
género, dado que contiene elementos de diario de viaje, de crónica histórica y de novela
de aventuras. Respecto de la modalidad literaria de los viajeros científicos del XIX,
Zeballos produce la narración del viaje, aunque no el usual tratado científico posterior.
Escribe para formar opinión en el gran público, pero también intenta dar a su relato un
sesgo científico -mediante la interpolación de datos observacionales del mundo físico, la
descripción de un instrumental específico, una serie de apelaciones a la autoridad de sus
“amigos” científicos y el uso de terminología de matriz biologicista característica de la
época-, al hablar de la “fisonomía” de la patria, el “carácter” de la población y el “tipo”
38
Una versión preliminar de este apartado fue presentada y discutida como ponencia en la mesa coordinada por Diana
Lenton y Walter Delrio en la VI Reunión de Antropología del Mercosur “Identidad, Fragmentación y Diversidad”
(Montevideo, 16-18 noviembre 2005), y publicado en el CD-ROM de actas. Agradecemos los comentarios allí recibidos.
82
de los objetos relevados. El estilo del escrito oscila así entre la percepción subjetiva del
paisaje y la medición y cuantificación de sus recursos.
Un primer aspecto destacable de esta mirada es el tema del desierto, en tanto
espacio a ser practicado y ocupado, ya no como el continente de la barbarie
diagnosticada por Sarmiento como orden alternativo al estatal y peligroso, sino vacío,
y su transformación discursiva –que anticipa y prescribe la transformación material- en
territorio. Este relato en torno del fenómeno de la “Pampa regenerada” se apoya en una
serie de supuestos: que esa regeneración es obra de la “civilización” que el autor
encarna y no de los pueblos indígenas, observados como un objeto natural (subrayando
la dicotomía naturaleza/cultura); y que se requiere de un previo vaciamiento del
espacio –material, mediante la conquista; e imaginario, mediante la supresión simbólica
de los sobrevivientes y de toda marca de su presencia-. La conflictividad por la
representación del territorio se materializa en la disputa entre el mapa indígena, virtual
y dibujado en la misma tierra, y el mapa moderno, entendido como herramienta que
traduce o codifica, en los términos de la “civilización”, la información útil, y que, al
mismo tiempo, da forma al territorio. El modo en que el mapa resulta ser un artefacto
preformativo del territorio se pone de manifiesto, por ejemplo, en el gesto de
renombrar los accidentes del terreno.
Un segundo aspecto presente en el Viaje y decisivo para la resignificación de la
región recién conquistada es el tema del Otro antropológico. Zeballos se desplaza a los
confines de la civilización para ver lo anormal o distinto, para estar allí, y contarlo a los
de su mismo entorno social. El Otro, el indígena, es codificado como relicto del pasado,
como anacronismo, y entonces su presencia (o ausencia) es estudiada con ese sentido:
los objetos de la cultura material de la Pampa y los despojos mortales de los vencidos
son considerados restos y destinados a los museos; mientras que los sobrevivientes son
observados como una incongruencia cronológica que hay que suprimir. La tensión
entre la realidad de la presencia del otro y el deseo del autor de que ese Otro
desaparezca, se resuelve en torno del tema de la mirada. El Otro indígena mira de
forma diferente, su mirada es sangrienta, traidora y esquiva, denota un carácter
peligroso; mientras que la mirada de la “civilización”, mimetizada con la cámara
fotográfica en su pretensión de objetividad, media entre la realidad material observada
y la imagen que nos transmite; transforma las fotografías de personas concretas en
individuos estereotipados, en una evidencia étnica que dará cuenta, ante el público
lector, del nuevo lugar social y político que ocupan los vencidos, tras el fin de su
historia.
En conclusión, ¿qué aporta el Viaje de Zeballos a la representación geográfica y
antropológica de la Pampa y Patagonia? El vaciamiento del “desierto”: ya no hay
indígenas y el territorio está disponible para la “civilización”. Este discurso, sostenido
por el poder, desdice el de autores, exploradores y agentes estatales, como por ejemplo
Lucio V. Mansilla, que habían descripto pocos años antes a las sociedades mestizas
fronterizas de la Pampa y Patagonia.
83
Cuestión de formas: ¿novela, diario de viaje o tratado científico?
Analizar la obra de Zeballos conlleva, en primer lugar, problemas de definición
de su género literario. ¿Es un diario de viaje? ¿Es una crónica? ¿Es una novela? ¿Es
literatura científica? Colocarle un rótulo se torna difícil en la medida en que el Viaje al
país de los araucanos (en adelante, VPA39) es una combinación de géneros, propia de la
época. En principio, podemos reconocer en este libro todos los ingredientes de la
literatura verneana: entre ellos, un inicio en el que se relatan los preparativos de la
expedición, se describen los instrumentos científicos que se van a llevar, los miembros
que integrarán la partida y, por sobre todo, los motivos que llevan al autor a realizar su
periplo.
El relato en sí abunda en alusiones al heroísmo y a hazañas personales, en las
que se honra la valentía de los protagonistas en un mundo hostil a la civilización.
Valores como la verdad, la justicia, el honor, la sinceridad y la pureza de sentimientos
terminan prevaleciendo en la resolución de los conflictos y son exaltados en todas las
peripecias de sus actores. Este aspecto de aventura o experiencia personal se encuentra,
en mayor o menor medida, en toda la narrativa de viajes del siglo XIX, pero no deja de
ser un terreno común con la novela de la época. También la obra tiene visos de crónica,
porque relata pormenorizadamente todos los acontecimientos de su expedición, hasta
el más ínfimo detalle.
El estilo discursivo de los viajes científicos del XIX indica que cada viajero
producía, básicamente, dos tipos de texto: el relato o diario de viaje, por un lado,
adornado de sensaciones, anécdotas, experiencias personales y digresiones pintorescas;
y el tratado científico, por el otro, despojado éste –al menos, así se lo proponía- de toda
subjetividad.
Además de su cuidada retórica (de suma importancia, por su condición de
ideólogo funcional al gobierno, divulgando las acciones oficiales para formar opinión
entre la gente común), Zeballos le impone rigor científico a su viaje, aunque en la
introducción explicite lo contrario. La advertencia acerca de que el VPA “no es una
obra de ciencia pura sino de ejemplo para la juventud y de gobierno para la patria” se
repite varias veces, generalmente al iniciar distintos capítulos: “la bella tierra de
Carhué… aguarda todavía la llegada de los exploradores” (VPA 142); de su viaje, dice
el autor que “no es posible esperar ni obtener sino conocimientos generales,
precursores de estudios especiales” (VPA 328), dado que “poco debía esperar la ciencia
de quien tanto la ama sin alcanzar sus alturas” (VPA 396). Incluso, al iniciar la segunda
parte de la obra, titulada “Causas y teorías”, realiza una deliberada homologación con
Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, mediante la cita que reza: “No
puedo hablar como un sabio: hablo como un hombre observador”.
Sin embargo, así como al principio despliega ante sus lectores el instrumental
científico que lo acompañará (VPA 25-26), cerrará varios de sus capítulos intercalando
39
Citaremos la paginación de la edición de 1960, por ser más accesible a los lectores.
84
ideas acerca de las glaciaciones (VPA 66-67, citando a Burmeister y Agassiz),
observaciones meteorológicas (VPA 119-122;127-129) y topográficas (VPA 129-131),
medidas antropométricas (VPA 89), entre otras. Dice llevar, aparte de sus notas sobre
“impresiones y descripción física del territorio”, un cuaderno de observaciones
meteorológicas (VPA 168), y también limitarse a “consignar los hechos”, dejando para
la segunda parte del libro la “explicación de fenómenos tan interesantes” (VPA 248).
Otro rasgo de la pretensión cientificista de Zeballos está en su obsesión por el registro
toponímico y la fijación de su recorrido en un mapa que intenta esclarecer cualquier
vacilación cartográfica.
En la anunciada segunda parte se reproduce la misma ambigüedad: entre la cita
de Mansilla y una segunda comparación tan ambiciosa como aquella -nada menos que
con el Facundo de Domingo F. Sarmiento40-, el autor produce una acumulación de
datos antropológicos, históricos y geográficos de los que infiere, por ejemplo, analogías
entre los indígenas pampeanos y el “hombre cuaternario” europeo (VPA 410), o bien,
una clasificación de formaciones geológicas (VPA 420). El rigor científico consistiría,
entonces, en desplegar una serie de herramientas discursivas capaces de generar la
ilusión de objetividad, del “estar allí” positivista, de referencialidad directa entre lo que
se dice y la realidad supuestamente observada. Tablas de los tipos de suelo, de las
condiciones climáticas, de distancias entre localidades, descripciones de la flora, la
fauna y la geomorfología, dan cuenta del perfil erudito que el autor ostenta ante los
lectores de sus trabajos, con un rigor seudo-científico. Aunque sería más atinado decir
que presenta un barniz científico. ¿Quiere emular a los naturalistas de su época, tal vez
al mismo Moreno? No lo sabemos con certeza, pero no hay dudas de que su obra dista
del estilo de Humboldt, Darwin, Claraz, y tantos otros formados en la rigurosa
disciplina de las ciencias naturales. Desde un punto de vista crítico, podríamos
interpretar que la apariencia de cientificidad que nuestro autor da a su escrito procura
clausurar la discusión política sobre el tema de la frontera, por cuanto la ciencia –en el
contexto genéricamente positivista en el que se mueve Zeballos- no opina ni discute:
demuestra verdades definitivas.
Por otra parte, cuando brinda la información “científica” tabulada, no explicita la
metodología de obtención de los datos, las fuentes, entre otras omisiones. Estas
incógnitas no hacen más que corroborar nuestras sospechas sobre el estatus seudocientífico de su obra. Sin embargo, hay que reconocer que su herramienta de persuasión
más eficiente y potente es la palabra; la palabra escrita.
Nos encontramos con un escritor que parece navegar entre el espíritu romántico
propio del siglo XIX y el espíritu racionalista que considera que la naturaleza –
incluidos quienes la habitan- puede ser medida, cuantificada. Sin embargo, esa dualidad
aparente se manifiesta solamente en el plano de las formas, por cuanto del fondo de la
obra no se desprende una cercanía o empatía entre el observador –portador de la
civilización- y el objeto de la observación –la naturaleza-, sino lo contrario: un
40
Zeballos a Sarmiento, Buenos Aires 23 de junio de 1882, cit. en Zeballos 2004:560.
85
distanciamiento deliberado –construido ya desde el principio del texto, por la
descripción del instrumental científico que mediará entre el viajero y el paisaje- y una
fuerte definición de la naturaleza como externa y hostil. Distanciamiento u objetividad
que en los hechos sólo alcanza el nivel de pretensión por parte del autor.
El desierto vaciado y codificado
El elemento más demostrativo de la externalidad de la naturaleza observada es
su caracterización como “desierto”. Zeballos recurre a esta imagen como espacio a ser
practicado y ocupado; espacio en el sentido más abstracto del término, que “se aplica
indiferentemente a una extensión, a una distancia entre dos cosas o dos puntos [...] o a
una dimensión temporal” (Augé 1998:87). El autor pone, entonces, en práctica una
serie de operaciones intelectuales, características de la acción estatal sobre sus
márgenes: el vaciamiento simbólico de la frontera –al caracterizarla como vacía de
habitantes- y su postulación, en consecuencia, como lugar a conquistar, ocupar, poblar
y poner en producción.
Al rebautizar la geografía que recorre, Zeballos resignifica el desierto. Desde un
punto de vista positivista, recrear la toponimia es producir el lugar, dar existencia a lo
observado, medido y constatado. Pero para que esto ocurra, se debe negar, borrar,
invisibilizar la existencia previa, simbolizada en la toponimia indígena. Nuestro autor
convierte el espacio en un territorio, un espacio humanizable de seres civilizados; algo que,
sin duda, no podrían hacer los indígenas, concebidos por Zeballos como parte de la
naturaleza salvaje.
Alrededor del concepto de desierto, el autor da un vuelco significativo respecto
del ideario sarmientino, dominante hasta la coyuntura de la conquista. Para Sarmiento,
el desierto era el lugar de la barbarie, constituyendo ambos conceptos un par inseparable
para designar la antítesis del orden estatal-civilizado deseado, en construcción, y, en
consecuencia, otro orden a combatir (Navarro Floria 2002). La mejor expresión
literaria de esta concepción es la del coronel Mansilla en Una excursión a los indios
ranqueles, relato en el que se describe y analiza cuidadosamente ese otro mundo mestizo
y fronterizo de Tierra Adentro (Navarro Floria y Nacach 2004). Zeballos, en cambio,
tiene interés en representar un vacío intacto y disponible, codificado en términos
comprensibles para la civilización, un desierto en el que ya no habita nadie y que no
representa desafío político alguno, sino simplemente una serie de obstáculos naturales
a sortear.
Al imponer nuevas denominaciones al paisaje, éste existe por las palabras que
evoca. Según Augé (1998:99), “la palabra crea la imagen, produce el mito y al mismo
tiempo lo echa a andar”. Cuando Zeballos habla del “antiguo País del Diablo”,
implícitamente está reconociendo que el nuevo país que proyecta es un país nuevo, un
país cristiano. Y esto es importante, porque aquí entendemos cómo las palabras tejen la
trama de las costumbres, educan la mirada e informan sobre el paisaje. Desde esta
perspectiva, Zeballos, como buen abogado, convierte su obra en un gran alegato
86
jurídico, para convencer a la ciudadanía porteña sobre la necesidad de emprender “la
ocupación y apertura al hombre civilizado de treinta y cinco mil leguas de espléndido
suelo” (VPA 417). Y recurriendo nuevamente a Augé (1998:92), encontramos en este
viaje de pretexto u ocasión “la evocación profética de espacios donde ni la identidad ni
la relación ni la historia tienen verdadero sentido, donde la soledad se experimenta con
exceso o vaciamiento de la individualidad, donde sólo el movimiento de las imágenes
deja entrever borrosamente por momentos, a aquel que las mira desaparecer, la
hipótesis de un pasado y la posibilidad de un porvenir”.
La toponimia se constituye, en este contexto, en otro acto de conquista, y
reconstituye la geografía devenida como objeto de descubrimiento. La toponimia
indígena original debe ser conservada, según Zeballos, “no únicamente como un
recuerdo histórico, sino también como depósito de luz para las investigaciones
científicas”, por cuanto –proviniendo de una cultura que es considerada parte de la
naturaleza local- resulta perfectamente expresiva de las características naturales
locales; mientras que, ante la necesidad de imponer nombres nuevos, prefiere “los de
los jefes, oficiales y soldados que se han distinguido en la conquista” (VPA 211-212).
Así, bautiza el lago Levalle (VPA 266) y una serie de accidentes menores. Sin embargo,
no duda en sustituir nombres como el del fortín Arroyo Corto por el de Las Víboras
(VPA 79), o el de las sierras de Lihuel-Calel -así llamadas por los indígenas- por los de
sus “distinguidos amigos” -Gould, Burmeister, Rawson, Juan María Gutiérrez-, o
denominando a algunos accidentes geográficos con el nombre de Sociedad Científica
Argentina y el del Instituto Geográfico Argentino (VPA 267, 287 y 299). Una
toponimia del espacio redescubierto, que se constituye en un verdadero acto de
encubrimiento u olvido consciente de los espacios, la naturaleza y los habitantes de la
frontera, ahora vaciada de contenido y sentido y vuelta a significar desde el proyecto
conquistador.
Entre la ciencia y la ficción
Otra línea discursiva en la que el autor pone en práctica la reinterpretación del
paisaje es, claramente, la de la cartografía: tanto la que acompaña al texto,
efectivamente realizada, como la narrada e imaginada. El modo en que Zeballos
representa el paisaje es una mezcla de mapa medieval, -en el que se presenta
esencialmente el trazado del itinerario jalonado por etapas-, y de mapa moderno, en
que se plasma el saber geográfico de la época. En el trayecto, permeado por el
imaginario del viajero, el relato se convierte en una suerte de confrontación de lo que
piensa que es ese “desierto” con la realidad que va viviendo. A tal punto se mueve el
autor en el plano de los supuestos, que ante la pregunta del coronel Levalle sobre el
recorrido, responde: “Cuando se penetra a un país desconocido el explorador no puede
trazarse el itinerario. Las circunstancias, los accidentes geográficos, las investigaciones
emprendidas y hasta los casos fortuitos deciden el itinerario” (VPA 143). La actitud de
Zeballos no hace más que subrayar el carácter arbitrario del mapa, que aparece como
87
irrealizable en el momento de su formulación. Si ciertos lugares no existen sino por las
palabras, el mapa, entonces, puede no coincidir con la realidad; en consecuencia el mapa
es una ficción. Y esto nuestro autor lo intuye cuando reconoce que los indígenas no
necesitan mapas porque “saben de memoria todo su país” (VPA 159), hasta en los más
insignificantes accidentes, y cae en la cuenta de su propia invención. Él, al preguntarse
retóricamente “¿Dónde está la pampa, la uniforme, monótona e inmensa llanura que en
las lecturas y en los sueños entrevén los argentinos, extendida desde las olas del Plata
hasta las bases andinas?”, confronta sus propias ficciones sobre este extenso espacio
con el entorno que le toca vivir (VPA 165). Por lo tanto, si consideramos el paisaje
como un texto que podemos leer, Zeballos se da cuenta de que el territorio que recorre
no es un escrito llano sino un texto críptico, a descifrar.
El imaginario del viajero colisiona con la realidad contundente del paisaje.
Cuando Zeballos le muestra a Pancho Francisco -su indio baqueano- un mapa, éste
responde que el mapa miente, y sobre la tierra, “hablando en su lengua”, dibuja el mapa
que tiene incorporado mentalmente (VPA 145). Así, el autor pone de manifiesto no
solamente el contraste entre las distintas percepciones del paisaje, sino también su
carácter de traductor exclusivo o mediador clave. Sólo él, portador del imaginario
existente sobre el desierto -en un gesto típicamente positivista- estuvo ahí para
confrontar esa idea con la realidad palpable y para traducir el croquis dibujado en la
arena en un instrumento técnicamente superior, propio de la civilización: un texto
impreso o un mapa moderno, que no mienta. En esta actitud, Zeballos se constituye en
la contrafigura de Mansilla: si el osado coronel había penetrado en la Pampa, en 1870,
para mostrarle a la opinión porteña y al presidente Sarmiento la realidad compleja y
alternativa del mundo fronterizo, el periodista-jurista-naturalista vuelve al mismo
territorio tras las columnas militares conquistadoras, a certificar el vaciamiento del
desierto y la verdad sobre su topografía.
A partir de esta actitud de mediador clave en el conocimiento geográfico,
Zeballos traduce, comprueba personalmente y hace suya la percepción indígena acerca
de la calidad de los campos más afuera de Carhué o al oeste del meridiano 5º de Buenos
Aires, augurándoles un porvenir ganadero (VPA 179, 184, 252). Prueba de ello, en este
sentido, es su aporte a la resolución del problema del desagüe del Chadileuvú en el
Colorado, superando las “narraciones vagas, descripciones superficiales, referencias de
indígenas e inducciones” heredadas de épocas anteriores, y abordando en el terreno “la
interesantísima incógnita” del río Callvucurá, el curso de agua que conectaba ambas
cuencas, que por entonces encuentra Zeballos (VPA 309-311). El reconocimiento es
narrado como una verdadera aventura, en la que son acosados por la sed, el calor, las
fieras y los tábanos, pero compensados por el hallazgo de un río “perdido hasta hoy
para la geografía, en medio de la majestad y de los cambiantes [sic] de esta porción del
mundo primitivo” (VPA 329). En contraste con los ricos campos de la Pampa central, a
ambos lados del Colorado se revela una región inhóspita que inspira el rescate –para el
“Entre Ríos del Sur”, bautizado por Martin De Moussy en 1865- de la vieja
denominación del “País del Diablo” (VPA 335-336). Una impresión negativa que sólo
88
cesa a la vista del valle del Negro, un espectáculo que “hacía palpitar el corazón
expansivamente” (VPA 337).
El futuro de la Pampa “regenerada”, inventado en clave de progreso
Así como, desde el romanticismo, el desierto era el lugar habitado por la
barbarie, y en torno de la conquista se lo resignificó como vacío, también la narración
de la historia de la frontera reflejaba ese complejo escenario humano de relaciones
interétnicas inconstantes (Navarro Floria y Nacach 2005) hasta que, en la misma
coyuntura de la conquista, se generó un discurso historiográfico deshistorizador
(Navarro Floria 2005), funcional al vaciamiento de la Pampa y a su proposición como
escenario de un futuro -el del progreso- que excluye al pasado. Uno de los mayores
contribuyentes a esta resignificación de la mirada historiográfica sobre la Pampa y la
Patagonia fue, como propagador de la conquista, Zeballos.
En este sentido, el itinerario de Zeballos en su VPA contiene una permanente
“perforación del espacio por el tiempo” (Andermann 2005): es un viaje tanto de las
tierras viejas a tierras nuevas, como del presente hacia el futuro. La vieja frontera es el
pasado que debe ser dejado atrás. En los primeros cuatro capítulos se recorre la
“Pampa regenerada” de la Provincia de Buenos Aires, relevando sistemáticamente los
objetos del progreso recién iniciado: partiendo del “gran puerto de esta capital”, que se
vería “pronto transformado en el Clyde argentino”; viajando en el embrión del “gran
ferrocarril continental, llamado a ligar los más importantes puertos y teatros
comerciales de la región meridional de Sudamérica”; atravesando el pueblo de Las
Flores, “que será en breve una próspera ciudad”; desembarcando en la punta de riel de
Azul, “cuartel general de la civilización” en la “guerra contra los indios”; continuando
en el carruaje del comandante militar de la frontera Sur hasta la próspera colonia de
Olavarría y luego eligiendo el camino “del telégrafo, trazado a brújula”, en vez de la
rastrillada indígena “de los chilenos” (VPA 27, 29, 39, 44, 51-55, 76-77), para
internarse, por fin, en la Pampa:
“¡He aquí la Pampa! Ayer debía ser pavorosa por su soledad, en la cual vagaba la
vista sin hallar un punto de socorro, cuando brotaban los indios de su seno como salen
los avestruces de sus pajonales.
“Hoy la soledad va cediendo su imperio a la población, el miedo a la barbarie ha
desaparecido, para siempre, después de tres siglos de sangrientas luchas, la extensión
está dominada por el alambre eléctrico y silba a su puerta la locomotora, mientras que
la ciencia la invade y escudriña, iluminando sus arcanos. ¡He aquí la Pampa
regenerada!” (VPA 77)
La sola vista de los primeros fortines estremece a Zeballos y le hace tomar
conciencia de la cercanía -en el espacio y en el tiempo- del peligro fronterizo: ya no los
enemigos indígenas, sino las víboras, las fatigas, el sol y los alimentos de campaña
(VPA 78ss). Como contrapartida, la compañía de “la hilera de postes del telégrafo a
89
ochenta metros unos de otros, que nos acompañaban desde Buenos Aires”, le recordaba
que viajaba “bajo los auspicios de la civilización argentina”, y las viejas piezas de
artillería de los fortines resultaban testigos de las luchas políticas y civiles
constitutivas de la nacionalidad (VPA 91-93).
En los siguientes siete capítulos –del V al XI-, el autor despliega su discurso
deshistorizador del mundo mestizo e indígena que había ocupado el espacio recorrido
hasta unos pocos años antes: al mismo tiempo que lo suprime simbólicamente como
sujeto social contemporáneo, verifica y releva la existencia de “restos” indígenas, que
colecciona ávidamente como testimonios mudos de su caducidad.
Apenas llega el viajero a la laguna de Epecuén, imagina al sudoeste “la ancha
pampa… morada pavorosa, teatro de misterios, de horrores, de cautividad, de sangre y
de barbarie hasta ayer”, pero que hoy, por su fertilidad, “atrae al poblador, que viene a
reemplazar con su casa el toldo del bárbaro” (VPA 104-105). En la digresión
historiográfica que acompaña este primer contacto con las líneas militares de dos o tres
años atrás, Zeballos se retrotrae a 1874, cuando Adolfo Alsina ideaba su “muralla china
de cerca de cien leguas en la Pampa” (VPA 112-113), costosa e inútil. Retrata el
heroísmo de los jefes militares fronterizos y culmina en la figura providencial del
general Julio A. Roca, destinatario de todos los panegíricos relacionados con la
conquista recién operada. En definitiva, además de ejecutor de la campaña militar,
Roca, como ideólogo-estadista de esa inclusión territorial, es quien propone releer el
pasado de la frontera en función del futuro del Estado: la conquista como destino
inevitable, el límite andino y oceánico como objetivos inmediatos, y toda una retórica
basada en las polaridades que luego desarrollará Zeballos: pasado-futuro, defensivaofensiva, barbarie-civilización, desierto-Pampa redimida (Navarro Floria 2005).
El resto del itinerario alterna la descripción de los nuevos objetos del progreso
transformador del paisaje –pueblos, recursos tecnológicos- con la consideración del
significado de esas conquistas, a través de la narración intercalada de alguno de los
episodios militares recientes. A la vista de Guaminí (provincia de Buenos Aires),
“espectáculo de la civilización, donde hace apenas tres años había una toldería de
sanguinarios vándalos” (VPA 125), sucede el recuerdo del campamento “con foso y
parapeto de tierra, dentro del cual pasó un año la división [Freyre] bajo las inútiles
carpas, batallando de día y de noche”; y a renglón seguido, la narración de la ocupación
del lugar tomada de la correspondencia del teniente Zeballos, hermano del autor. Más
adelante, al llegar “a la gran rastrillada o camino general de las Pampas que un día unió
a Buenos Aires […] con Valdivia […] adonde los araucanos iban a celebrar ferias con
los animales que nos robaban”, se recuerda la “noche memorable y terrible” de 1876, en
que el mismo ministro Alsina se vio rodeado de lanzas montoneras (VPA 159-160). A
continuación, se narra la historia del cabo Barrasa, “héroe desconocido” de la conquista
del territorio, “para entregarlo seguro a la patria y a la actividad de la civilización”
(VPA 165). La memoria histórica de la frontera va siendo así reescrita a partir de los
testimonios militares inmediatos, los “episodios” (Zeballos 2004) que el autor pensaba,
90
antes de su viaje, que constituirían el primer tomo de la Descripción amena de la
República.
La olla de Atreuco “ha sido el asiento de una población indígena importante o
paradero araucano, como lo atestiguan las sepulturas situadas al pie de los médanos,
abiertas por la codicia del soldado”, pero hoy “es el mejor terreno de pastoreo que se
encuentra algunas leguas a la redonda de Salinas Grandes” (VPA 181-182), ayer capital
indígena y hoy elegida por Zeballos como “base de operaciones” (VPA 187). Esta
operación discursiva produce una regeneración casi mágica del territorio, por la sola
presencia del hombre blanco, y en función del corto tiempo de que hace uso el autor.
En función de dicha operación, trae a colación el concepto de paisaje entendido como
percepción subjetiva, y hasta la idea de la historiografía como destructora y
constructora de mitos.
El saqueo de sepulturas indígenas –que Zeballos venía practicando
sistemáticamente desde el principio de su viaje por la Pampa, en beneficio de los
museos públicos y de su colección particular- adquiere también el significado de acto
probatorio de la desaparición del enemigo (Navarro Floria, Salgado y Azar 2004:417420), y el de una minuciosa autopsia del mundo derrotado, realizada con la delectación
del vencedor que proclama, con gesto teatral, que “no quedarán en el desierto ni los
despojos de sus muertos”. El caldenar incendiado en 1878, las rastrilladas en desuso,
las “tolderías solitarias y las reliquias de una civilización araucana característica”, “las
ruinas de la población araucana, de sus aduares, corrales y sembrados”, el memorable
fortín de Quethré Huithrú, los campos labrados por los indígenas, las lagunas ayer
“rodeadas de chinas y chinitos, hoy solitarias”, las “reliquias de la civilización araucana,
majestuosas en su misma rudeza primitiva”, otra vez las “tolderías solitarias” de Tharu
Lavquen -donde se alza con una importante colección material- (VPA 199-211 y
242ss), son todos objetos registrados como restos, que le permiten al viajero y a sus
lectores constatar que para la frontera ha llegado el fin de la historia, y que el escenario
recorrido está plenamente disponible para el progreso.
Zeballos, ya finalizando su viaje, vuelve a percibir señales de ese futuro
promisorio, profetizado por él a lo largo de su expedición -capítulos XVI y XVII- que
es, a su vez, el objetivo de la campaña del desierto llevada a cabo por el Ejército en
1878-1879 y teatralizada por el general Roca: el río Negro. Choele Choel, “posición
estratégica […] llave de todas las comunicaciones […] cuya dominación era necesaria
[…] reclamada durante un siglo”, es el símbolo de la teleología de esa anti-historia,
lugar “de una riqueza imponderable […] donde la colonización pueda plantear un
establecimiento sobre bases seguras y con probabilidades de éxito rápido y fácil” (VPA
337-338).
Las páginas siguientes están dedicadas a la identificación de tierras agrícolas, la
descripción de los pueblos fundados y, finalmente, la “esplendidez” de la “Suiza
argentina” del triángulo entre el Limay y el Neuquén, a mitad de camino entre la
“salida rápida y barata para los mercados consumidores”, por el Negro, y los
“excelentes puertos de Valdivia y de Llanquihue” (VPA 349). El regreso, finalmente, a
91
Bahía Blanca -“hasta 1878 […] amenazada constantemente por la chuza del indio” y
hoy con “un porvenir político y mercantil” como futura capital y gran puerto de
ultramar de la franja norpatagónica (VPA 385)- significa el cierre del itinerario
progresista de Zeballos.
El lugar lejano del Otro
Para asir al personaje de mil rostros, a veces incluso sin rostro, del Otro
antropológico, Zeballos está obligado a desplazarse, cruzarse hacia los confines del
perímetro humano (en este caso, la última línea de fortines) y penetrar en una zona de
contornos imprecisos, donde las normas generalmente admitidas de la condición
humana se diluyen hasta desaparecer por completo. En los confines de la sociedad
civilizada, se pone en juego también la terminología de sesgo científico ya
caracterizada, mediante conceptos como “fisonomía”, “tipo”, “carácter”, que sirven para
codificar a los sujetos fronterizos en términos comprensibles para la moderna sociedad
de clases, sin abandonar la actitud racista característica del siglo XIX.
En esta misma línea, un tema que no debe pasarse por alto es el de la mirada de
los indígenas, su “mirada traicionera”, desde la percepción del autor, en contraste con el
lenguaje gestual del “civilizado” –como el inglés que lo observa a Zeballos en el tren,
que se despide estrechándole “franca y fuertemente” la mano (VPA 38-39); el laborioso
inmigrante francés de Azul, cuya “callosa mano” busca Zeballos para felicitarlo (VPA
47); o el alférez que lo recibe en el fortín Arroyo Corto y lo despide siguiéndolo “con la
mirada y con su serena sonrisa” (VPA 78 y 80)-. Aunque parezca un tema colateral, el
discurso del viajero encierra fuertes connotaciones psicológicas y antropológicas. En
varias ocasiones hace alusión directa a este argumento, refiriendo que la mirada denota
la personalidad del sujeto que se está observando. Cuando sale de la localidad de
Nievas, provincia de Buenos Aires, se encuentra con un indio que tiene “ojos envueltos
en red de sangre vagando sin cesar, como si quisieran esquivar nuestras miradas” (VPA
52). En otro lugar, refiriéndose a tres indios, comenta que “tenían en la mirada la
energía típica de la familia araucana, los ojos cubiertos de una red de nervios
inyectados en sangre, y una manera traidora de mirar a hurtadillas, sin fijar la vista con
franqueza jamás en el interlocutor” (VPA 87). Enseguida sobreviene el episodio de las
mujeres que no quieren “levantar la vista” ante la cámara porque “quedarían ciegas”
(VPA 89). Finalmente, refiriéndose al capitanejo Pichi Juan, observa “sangrienta y
traidora la mirada, y siempre fija en el suelo” (VPA 153). También Pancho Francisco,
“indio araucano puro”, se había presentado “con los ojos clavados en el suelo”, y habló
“sin levantar del piso la mirada” hasta que lo asustó un compás y siguió el diálogo “de
lejos”, sin querer acercarse al mapa y al instrumental (VPA 145). El baqueano
cabalgaba siempre silencioso, “la faz inclinada constantemente al suelo, como si no
tuviese necesidad de interrogar al horizonte para conocer la dirección de la marcha”
(VPA 166), y cuando lo hizo, por requerimiento de Zeballos, “alzó majestuosamente la
vista, hundió su mirada en la dirección que yo [Zeballos] le señalaba, y con cierto
92
desdén volvió a fijar sus ojos en el suelo, como de costumbre”, respondiendo “con cierta
negligencia” a su pregunta (VPA 180).
En primer lugar se pueden observar dos asociaciones contextuales establecidas
por la bipolaridad entre la mirada inyectada en sangre y la mirada franca. En la
primera agrupación, esta dupla está presente implícitamente. De dicha asociación, el
discurso de Zeballos centrado en la asociación sangre/mirada sugiere que la mirada
traicionera la llevan los indígenas en la sangre; que son de sangre vengativa; que la
venganza es inherente a la condición de los indígenas; que la sangre los une; que la
sangre lo distancia de ellos; que ellos y él son de distinta sangre. En cuanto a la
segunda agrupación, generada por la asociación mirada/franqueza, está implícito que la
mirada esquiva es traicionera; que la mirada frontal es sinónimo de franqueza; que el
indio mira de reojo mientras que el blanco mira de frente.
La paradoja que se nos presenta es que el discurso de Zeballos encierra otro
discurso tan traicionero como la mirada que denuesta. La cuarta alusión a la mirada se
produce en el contexto de una toma fotográfica, de las tolderías de Chipitruz,
transformada luego en una litografía que presenta Zeballos (1881: entre pp. 72 y 73).
Se puede apreciar que algunos integrantes del grupo no miran hacia la cámara: lo
hacen hacia un costado o hacia el suelo. Cuando el fotógrafo se dispone a tomarles la
fotografía, “dos viejas no querían levantar la vista. Decían [ellas] que cuando el
cristiano sacara el tapón de la máquina quedarían ciegas” (VPA 89), aludiendo,
posiblemente, tanto al fogonazo producido por el magnesio del fotógrafo como a la
creencia tradicional de que la imagen de la persona se lleva algo de su alma.
Con estos datos debemos preguntarnos qué tipo de imagen quiere construir
Zeballos de los indígenas. Su discurso transita lo imaginario y lo simbólico. En este
sentido, coincidimos con Caviglia (2001) en que “la construcción de la identidad se
apoya sobre dos ejes fundamentales, el estadio imaginario y el estadio simbólico. En
este proceso es donde construimos nuestras imágenes personales con todos los
condicionantes culturales y familiares”. Por cierto, “el dominio de la imagen es muchas
veces más fuerte que la letra pues evoca y suscita en forma más directa las pulsiones
más primarias del psiquismo y remiten a un lenguaje más universal y primario (orden
de lo imaginario) que el pensamiento abstracto (orden de lo simbólico)”. Estamos ante
un discurso que se convierte en un reflejo vívido de la imagen. Pero, ¿qué pasa cuando
al narrar y describir se emplean palabras tan contundentes, tan connotadas, al punto
que logran vencer su propia “obstinada estrechez” (Briones 1998, cit. por Caviglia
2001), como es el caso del discurso de Zeballos?
En ese caso, la mirada del observador se convierte en prejuicio, en tanto que
alude a la personalidad del indígena. Si consideramos las descripciones que hace
Zeballos de los indígenas como fotografías narradas, puede entenderse que implícita y
explícitamente se construye un juicio de valor. Y desde este lugar, construimos la
imagen del Otro étnico. También es un hecho destacable que Zeballos haya incluido en
el libro apenas una de las fotografías de los indígenas tomadas por su fotógrafo
Mathile, pues las restantes son de fortines, pueblos, parajes o alguna escena campestre.
93
El fotógrafo sólo es mencionado para aludir a los problemas que éste tenía con las
mulas que transportaban todo su equipo, mientras que los ojos de Zeballos son la
verdadera cámara fotográfica de la expedición: su discurso evoca imágenes de un
contexto no civilizado y, por lo tanto, también simbólicamente desertificado.
Por otra parte, en esa única fotografía de un grupo humano -la ya citada de los
toldos de Chipitruz, en Ranculcó (Zeballos 1881: entre pp. 72 y 73)- aparece
claramente la transformación de personas concretas en un dibujo de arquetipos. En
efecto, los rostros de los indígenas “araucanos” son marcadamente redondeados para
confirmar que efectivamente responden al tipo craneano braquicéfalo, que en los
estudios de la época eran identificados con la “raza” enemiga, el “tipo puro” definido a
priori que Zeballos desenterraba en los cementerios indígenas de la Pampa conquistada
(Navarro Floria, Salgado y Azar 2004:418-419).
Creemos que queda claro qué mira Zeballos en los indígenas, pero ¿cuál es la
mirada de éstos sobre él, o qué palabras pone Zeballos –que simboliza la civilizaciónen sus bocas? Cuando los indígenas observan horrorizados que el viajero profana los
cementerios para engrosar las colecciones de los museos, ellos trasladan ese espanto,
ese horror, a toda la población blanca: todos deben de ser como Zeballos. Cuando éste
junta huesos de un cementerio indígena, alude a la actitud de un indígena sobre su
conducta sacrílega:
“Era de ver al indio Carriqueo. [...] Hablaba en su lengua rápidamente y casi a
gritos, accionaba señalándome con el dedo, parecía desesperado de no poder blandir la
lanza y agregar mi cadáver al de sus hermanos; y bajando de repente el tono de sus
peroratas, suplicaba con voz de sollozos. [...] El indio no se me acercó en toda la
noche” (VPA 264).
También puede interrogarse la mirada del indígena hacia el hombre blanco en
sus cantos melancólicos, en los que se aprecian sentimientos de añoranza y nostalgia.
En un alto de la partida, los mapuches hacen un fogón aparte y Zeballos oye cómo
canta el indígena Pancho Francisco, recordando “los hogares abandonados, la mujer
cautiva, los hijos esclavos, los campos quemados, su libertad perdida y tal vez
derramaba lágrimas al invocar el terrible infortunio de su raza” (VPA 191). Cuando el
indígena se percata de la presencia de Zeballos, cambia el tono de voz y canta:
“Ya me voy con el cristiano
“Al país de las arboledas
“Tierra amada.
“Volveré a ver arruinada
“Cerca de Quethré Huitrú
“¡Ay! ¡Mi casa!” (VPA 191)
94
Teniendo en cuenta que siempre se trata de una narración del mismo Zeballos,
Pancho Francisco constituye aquí su contrafigura, en tanto expresa el supuesto punto
de vista del Otro. El autor no pone en su boca un discurso reivindicativo ni de
resistencia a la conquista, sino el llanto de alguien vencido, lo que corrobora así el que
“el terrible infortunio de su raza” es un destino inevitable, casi una mala suerte genética
que persigue a las razas consideradas inferiores.
Creemos que esta cuestión de la mirada nos puede brindar elementos para
apreciar de qué modo el lenguaje gestual –mediado por el relato de una de las partes,
en este caso- construye la relación interpersonal. La mirada “torcida”, esquiva o
indirecta del indígena derrotado contribuye a su caracterización como restos apenas
vivos de un pasado indeseable y como adaptables a la nueva nacionalidad en
construcción, sólo en la medida en que se amolden o “civilicen”. Al principio de su viaje,
Zeballos identifica a algunos indígenas útiles: baqueanos, auxiliares del Ejército, el
coronel Manuel Grande –combatiente leal y bravo contra sus connacionales (VPA 107108)-, Tripailaf y los suyos que, sin embargo, “resisten obstinadamente a adaptarse a
los usos y costumbres de la vida civilizada” (VPA 109) y se muestran brutos, borrachos,
vanos e ineducables:
“La índole de estos indios es incorregible después de la pubertad, y aún educados
desde la infancia, una vez en los toldos, vuelven a ser indios […] entregado al alcohol,
al sensualismo y a la holgazanería: las tres grandes virtudes privadas, a cuyo culto se
consagran con emulación los indios” (VPA 110-111).
A partir de allí, y durante la marcha, Zeballos va creando un clima de deliberada
desconfianza y distancia: se siente acechado por los “ímpetus feroces de venganza” de
sus mismos baqueanos (VPA 143); la mirada de Pichi Juan produce desconfianza
mutua, intenta ganárselo alcoholizándolo, pero fracasa y le prohíbe “mezclarse con los
otros vándalos” (VPA 153-154); marca la diferencia entre la denominación “indio” que
usa él y la de “paisano” que usan los indígenas entre sí (VPA 160); observa el miedo de
los paisanos al Remington (VPA 161); desconfía de la información obtenida de Pincén
en 1878, aunque después admite que el cacique ha sido veraz (VPA 179). Los que no
son leales o prisioneros están “condenados a vagar y vivir sobre el haz del desierto y
bajo el techo único de los cielos o de cueros de potro” (VPA 184), y los encuentra
“audazmente impasibles, acechándonos por el camino, acosados por la viruela y el
miedo pero golpeando donde podían y hasta envenenando las fuentes de agua dulce a
su paso” (VPA 210; 232; 263; 265; 271; 285; 272; 323).
La relación se convierte progresivamente, así, en un contrapunto entre la
presencia siempre silenciosa pero vigilante de los indígenas enemigos y el
ensañamiento de Zeballos con las sepulturas y las “reliquias indígenas” (VPA 278) que
va recogiendo, asimilable a una sorda lucha entre la intención de que no permanezcan
en el suelo de la Pampa ni los restos de los muertos, contra la indeclinable voluntad de
los sobrevivientes de mostrar que siguen allí. En la misma medida en que, al llegar al
95
valle del Negro, Zeballos retoma el cauce discursivo del progreso, esos Otros
amenazadores se desdibujan hasta desaparecer del cuadro. Una lucha por el espacio y
los recursos; en fin, una guerra de representaciones en la que, como en toda novela de
aventuras, el final feliz está dado por el triunfo del héroe y la muerte del villano. Ya de
regreso en Azul, luego de constatar que “no hay para el cristiano perro más rabioso y
dañino que el indio pampa” (VPA 394), Zeballos cierra su relato con la noticia del
deceso, por “una fiebre violenta”, de Pancho Francisco, el “indio generoso que me
alimentó y condujo en los desiertos con la lealtad de un amigo y la sagacidad de un
piloto” (VPA 399). La muerte final del “indio bueno” habilita a Zeballos para reconocer
sus méritos y señalar implícitamente que el único indio realmente bueno es el indio
muerto. La certificación de la muerte del indígena –material, pero sobre todo social y
simbólica- por parte de la literatura post-conquista que inaugura Zeballos, constituirá
un primer paso insoslayable para el posterior rescate –simbólico, pero no social ni
material- del “indio argentino” por el nacionalismo del siglo XX.
La obstinada persistencia del autor en el más duro racismo biológico contrasta
con el giro que la antropología realizaba en ese momento, hacia un evolucionismo
social más moderno y menos cruento, que intentaba explicar no ya la necesidad de la
guerra étnica, sino los mecanismos de asimilación de los sobrevivientes en la sociedad
dominante.
La instalación de la mirada antropológica de la conquista
El Viaje al país de los araucanos, escrito y publicado por Estanislao Zeballos
inmediatamente después del avance de los límites del Estado nacional hasta los ríos
Neuquén y Negro mediante la conquista violenta de la Pampa inicia, en conclusión, un
profundo proceso de resignificación del territorio conquistado y del Otro sometido. Lo
hace mediante una escritura que se inscribe en un proyecto mayor –una Descripción
amena de la República Argentina, destinada a la divulgación de la nueva representación
del país- y que combina hábilmente elementos de la literatura de viajes, la novela de
aventuras, el viaje científico y la crónica histórica. La compenetración de la crónica con
el relato de viaje produce un efecto de reescritura y reinterpretación de la historia, así
como de viaje en el tiempo: un itinerario marcado por la idea rectora del progreso, que,
en consecuencia, proyecta hacia el futuro la misma representación que produce. La
intercalación de datos observacionales dota al relato de un cariz de cientificidad que
refuerza su verosimilitud.
Mediante estas herramientas discursivas, la representación que Zeballos produce
y busca instalar en el imaginario colectivo es la de un territorio nuevo, desconocido
hasta entonces –por lo tanto, que sólo él conoce y puede describir a sus lectores-, rico
en recursos y disponible para el trabajo productivo. El futuro propuesto para la Pampa
conquistada queda configurado por la “Pampa regenerada” de la provincia de Buenos
Aires, ocupada ya por los objetos y sujetos del progreso: ferrocarriles, ciudades,
inmigrantes prósperos.
96
Sobre ese espacio reinterpretado ya no viven los indígenas que lo convertían,
poco tiempo atrás, en territorio enemigo. Con los gestos de una verdadera autopsia de
la Pampa (Andermann 2005), Zeballos recoge y registra los restos mortales de los
vencidos al mismo tiempo que construye una relación distante y desconfiada con los
sobrevivientes, que son colocados discursivamente en el lugar antropológico de relictos
del pasado. La comparación entre estos sujetos de la conquista y los sujetos del
progreso, protagonistas del futuro, emerge deliberadamente e inevitablemente y
refuerza la resignificación post-conquista del espacio y de la sociedad regional.
El vaciamiento simbólico del desierto que opera Zeballos contribuye a su
vaciamiento material del mismo modo en que toda práctica de representación –la idea
del país sin indios- produce una práctica material –la discriminación, el desplazamiento,
el despojo-, y en este sentido forma parte de la corriente principal de ideas, funcional a
la conquista, aún cuando se contradice con otros puntos de vista de la época que siguen
encontrando una sociedad mestiza y fronteriza en los Territorios Nacionales.
2. Temas y métodos de la antropología posconquista
Si bien hubo tensiones entre distintas escuelas –las cuales muchas veces pasaron
a convertirse en una cuestión ideológica, aún cuando las disidencias no se percibieron
hasta 1910-, ciertas problemáticas comunes mantuvieron en vilo a la intelectualidad
argentina e internacional por varios años. La cuestión del hombre fósil fue una de ellas.
Florentino Ameghino, y lo revolucionario de sus postulados, chocó con la escuela
opuesta, “patrocinada en sus principios por Burmeister y Moreno (quienes
abandonaron) pronto el trabajo de campo a favor de las fuentes escritas. La Prehistoria
se hizo Etnohistoria, y el pasado americano fue visto como algo sincrónico, como un
breve episodio que apenas precedió a la conquista europea” (Sociedad Científica
Argentina 1985:86; cfr. Podgorny 2004).
La hipótesis de Ameghino de la autoctonía y la mayor antigüedad del hombre
americano, sostenida en su lectura de la estratigrafía bonaerense, era contraria a la de
quienes postulaban un origen asiático y más moderno del mismo. Sin embargo, su línea
de pensamiento dio argumentos a quienes querían -desde la corriente hegemónicahablar del hombre de la Pampa y la Patagonia como de una antigüedad asombrosa, con
el fin de darle a la Argentina un status histórico equiparable al que exhibían los países
europeos (Navarro Floria, Salgado y Azar 2004). La estratigrafía daba cuenta, en
efecto, de la representación de un horizonte muchísimo más antiguo, pudiéndose
justificar la relación de algunos tipos raciales actuales con la raza primitiva; y más aún,
permitía pensar una cultura tan ancestral como las más antiguas de la Humanidad, lo
cual inevitablemente otorgaba prestigio internacional. Así, Ameghino diría: “sería
interesante saber si los indígenas de Tierra del Fuego […] no son también
dolicocéfalos y representantes de la población primitiva […] aquellos indígenas
parecen ser los representantes actuales de esa raza primitiva” (Ameghino 1880:121).
97
Sin ir más lejos, vinculó a “los fueguinos actuales” con ocho cráneos extraídos por
Moreno en la Bahía de San Blas, de “tipo dolicocéfalo”.
Un título sugerente, y congruente en relación con esta línea de pensamiento, es
el propuesto por Outes y Bruch todavía en 1910: “Las viejas razas argentinas”.
Santiago Barabino, miembro fundador de la Sociedad Científica, comentando el trabajo
de Outes y Bruch, señala:
“Dicen los autores en su prefacio, que los cuadros murales que han preparado
sobre las viejas razas argentinas son una síntesis de una amplia y seleccionada
información gráfica, metódicamente agrupada por provincias geo-étnicas, vale decir,
dividiendo la república en regiones que ofrecen respectivamente un carácter físico
predominante, y en los primitivos habitantes una similitud cuasi constante, tanto en su
aspecto externo, como en sus costumbres, usos y lenguas, satisfaciendo así una de las
tendencias modernas de la etnografía racional. (Barabino 1910:191)
En la misma época también asistimos a estudios pormenorizados del folklore y la
lingüística de los indígenas sometidos con el fin de reforzar la hipótesis de la
antigüedad de los Otros, refiriendo una vez más sus problemáticas actuales a un pasado
remoto. De esta forma, los estudios sobre el idioma mbyara, el “Tesoro de
catamarqueñismos, con etimología de nombres de lugar y de persona en la antigua
provincia del Tucumán”, por Samuel A. Lafone Quevedo (1896), la “Supuesta
derivación Súmero-Asiria de las lenguas Kechua y Aymará”, por el mismo autor y con
una nota complementaria por Félix F. Outes (1901) y el estudio de las “Antigüedades
Calchaquíes”, por Juan B. Ambrosetti (1901), son la tónica de la época. Quijada (1996)
ha trabajado otra muestra de esta línea característica de los estudios lingüísticos del
siglo XIX, que pretendía reconstruir la “cadena del ser” de las lenguas –y por lo tanto
de las civilizaciones- a partir de semejanzas y paralelismos.
Al mismo tiempo la ciencia antropológica, amparándose en su prestigio social en
materia de indios, escondía, eludía y enmascaraba la problemática contemporánea del
sometimiento que justamente en esos momentos los convertía en sectores
subordinados de la naciente sociedad capitalista.
“Creemos que felizmente ha pasado la época en que nuestros etnólogos se
empeñaban en insignificantes rencillas caseras, argumentando con base de futilezas y
trivialidades. Hay que convencernos una vez por todas: no estamos en la infancia de los
conocimientos etnográficos y antropológicos; poseemos un valiosísimo caudal de datos
recogidos indudablemente con más o menos criterio, por lo que, nos hallamos en
condiciones de esbozar aunque más no sea las leyes generales de los cambios operados
en las viejas sociedades que pasaron”. (Outes 1899:9)
Ahora bien: hacia 1900 se diluyó la preocupación por el Sur cuando,
paradójicamente, esta región había sido la primera, en comparación con el resto del
98
país, en atraer poderosamente la atención de los investigadores. Recién después de
1916 volvió a surgir esta inquietud con cierta intensidad. De hecho, en el período
señalado nos hallamos ante una paralización de la actividad antropológica sobre
nuestra región. Otros intereses se pusieron bajo la mirada antropológica: la
arqueología del NOA y la colonización del Chaco. El Museo Etnográfico de la
Universidad de Buenos Aires, recién creado, que abordaría en sus investigaciones el
Norte argentino, con Ambrosetti a la cabeza de ellas.
Consideramos que la razón básica de este silencio sobre el Sur también tiene que
ver con una estrategia implícita: el ocultamiento y la distracción de la realidad indígena
presente. En todo caso, como apunta Navarro Floria,
“Ambas miradas -la de la arqueología de superficie y la de la etnología,
antropología o sociología teóricas- eludían intencionalmente o no, en mayor o menor
medida, la cuestión indígena real, es decir el debate acerca de las políticas hacia los
indígenas contemporáneos que hubiera supuesto, probablemente, algún tipo de revisión
crítica de la conquista y sus consecuencias”. (Navarro Floria 2006:2)
Las líneas de investigación de la antropología de la época sobre el Sur responden
a una doble necesidad. La de clasificación, por un lado, y la de igualdad u
homogeneidad, por el otro, en aparente contradicción. Sin embargo, ambos son
complementarios. Instalado el paradigma de la homogeneidad nacional (Quijada 2000)
y creada en el plano simbólico esa unidad, desplazados los pueblos indígenas fuera de
ella, al lugar del Otro, ese Otro se encontró habilitado como objeto de estudio y por
tanto de clasificación. En última instancia, de eso trataban las políticas clasificatorias:
para homogeneizar había que saber quién era el diferente (el “otro”), para aplicarle el
consiguiente tratamiento; y eso suponía encasillar y subordinar. De esta manera, toda
explicación teórica de la inferioridad de los grupos indígenas resultaba funcional a la
jerarquización social que suponía la diferencia. Establecido el paradigma, los
exploradores viajaban al campo en busca de pruebas por medio de las cuales establecer
una caracterización somática-morfológica diferencial, reinventando a los indígenas
actuales como ancestros simbólicos.
Las misiones científicas, en su mayoría extranjeras, actuaron en distintas
regiones del país, y “al tiempo de describir otros aspectos antropológicos (Arqueología,
Etnografía, etc.) también lo hicieron sobre las características somáticas de los
indígenas o bien llamaron la atención acerca de la necesidad de un abordaje
especializado” (Sociedad Científica Argentina 1985:131). En este contexto, por ejemplo
Félix Outes realiza una excursión por las provincias chilenas centrales y meridionales,
y de éstas al lago argentino Nahuel Huapi, haciendo observaciones sobre la
somatología y morfología de once mujeres y tres hombres selk’nam en Puerto Harris
(isla Dawson) y, más tarde, nueve alacalufes. Para ellas se centra básicamente en las
tablas de Paul Broca y Paul Topinard, afirmando lo siguiente:
99
“Conviene se sepa, igualmente, que para el índice cefálico, tanto del cráneo como
del indio vivo, empleo la clasificación y nomenclatura de Pablo Topinard, sin
conversión alguna cuando se trata del índice cefalométrico. He adoptado las
designaciones y agrupaciones de S. Weissemberg para expresar los índices facial, total
y superior, obtenidos mediante las fórmulas de Kollmann, ya conocidas. Para los
índices longitudino-vertical y transverso-vertical en el vivo, he seguido las indicaciones
de René Collington; y, para el cráneo, las contenidas en las clásicas Instructions, de
Pablo Broca; sin embargo, en el primer caso he sustituido, en el grupo medio, la
designación de mesocéfalos por la de ortocéfalos, y en el segundo he aplicado las
designaciones de Collington, con la salvedad a la que acabo de referirme. También he
adoptado la nomenclatura quinaria del índice nasal en el vivo, propuesta por
Collington, y la de Broca para el cráneo. Por último, las pocas veces que me ocupo del
índice orbitario, lo hago empleando la nomenclatura y clasificación del eximio
antropólogo francés que acabo de nombrar” (Outes 1908:217-218).
A la pregunta de por qué se seguía midiendo a los indígenas de manera casi
compulsiva, debemos señalar la continuidad, hasta mediados del siglo XX, de la mirada
frenológica, que incluso había encontrado nuevos objetos y herramientas de aplicación
en los criminales –por eso se fotografiaba del mismo modo, de frente y perfil, tanto a
éstos como a los indígenas sometidos (v. Lehmann-Nitsche y De Madrid 1900; Penhos
2005)- y también la de la necesidad de catalogar, estableciendo una dicotomía
necesaria, desde una Antropología comprometida con la ideología del momento. La
continuidad metodológica con el siglo XIX también alcanzaba a las inferencias que se
solían trazar, a partir de rasgos somáticos, acerca de comportamientos que se
consideraban característicos de los indígenas. Por ejemplo, intentando explicar la
frecuencia con que aparecía la arthritis deformans en los restos óseos de supuestos
ancestros de los tehuelches, Lehmann-Nitsche afirmaba:
“cualquier europeo, hasta el más pobre, que sufre de esta enfermedad tan dolorosa,
goza del reposo y del cuidado de la familia y mueve la extremidad enferma lo menos
posible. Todo lo contrario sucede con los indios patagones, verdaderos cazadores
nómades en los desiertos inmensos de la inhabitable Patagonia. […] Y no obstante
todo, los indios no conocen la vida sedentaria, caminan cazando y cazan caminando.
[…] Pero algo más podemos deducir de estas alteraciones, esto es una sensibilidad poco
desarrollada.” (Lehmann-Nitsche 1904:202-203)
Desde lo somático, el investigador infería comportamientos negativos y
antisociales, como son la insensibilidad -con toda la connotación psicológica que el
término acepta- y la ausencia de los afectos familiares presentes en la sociedad europea.
Sintetizando, podría decirse que si en el sigo XIX se había consolidado el
discurso nacional -avalado por la comunidad científica- acerca de la polaridad
superiores-inferiores, el comienzo del siglo XX fue la época en que se propuso
constatar empíricamente esa diferencia atravesada por lo físico, lo cultural y lo
100
espiritual. Por ese motivo las publicaciones científicas nacionales -influidas por el
exterior- se vieron abarrotadas, por ejemplo, de listas de mediciones craneométricas
que confirmaban la dicotomía mencionada.
El problema de los indígenas presentes
En torno a lo dicho, la investigación antropológica operaba como una máscara
para ocultar una realidad indiscutible: que los indios, a pesar de todo, estaban vivos. Si
por un lado se remitía a los pueblos indígenas a un pasado remoto, por el otro, se
vislumbraban algunas inquietudes relativas a los que subsistían: por ejemplo, cómo
solucionar la problemática territorial (Lehmann-Nitsche 1915).
Desde 1900 en adelante, la antropología, y por ende el racismo con todos sus
matices -después de 1880/1900-, dirigió su atención preferencial a la cuestión del
inmigrante más que a la del indio. El peligro, desde el punto de vista de la época, ya no
lo encarnaba el indio, sino el inmigrante anarquista. Los “indios” –como categoría
étnico/biológica- pasaron a ser conceptualizados como “pobres” -categoría socialaunque no por ello menos sujetos a una estigmatización marcada, ya que cargaban
sobre sí una herencia doblemente negativa: la condición de pobreza sumada a su
condición supuesta de inferiores biológicos. De hecho, no solamente el racismo del
siglo XIX contiene un claro clasismo, sino que el clasismo del siglo XX siguió
operando con herramientas similares a las del racismo.41 El paradigma nacionalista del
XIX y su pretendida homogeneización sociocultural escondían en su seno mecanismos
de diferenciación tajante. Su razón dominante clasificaba y encasillaba según su
conveniencia creando sujetos obedientes, diferenciados, pero sobre todo subalternos en nuevas situaciones de clase-. De tal forma, la antropología adquiría un perfil preciso
en esta posibilidad de establecer la jerarquía necesaria: si bien ya no hay indios, los que
existen, son pobres, pertenecientes a la escala más baja de la escala social. Tal como
apunta Quijada, en Argentina:
“se articuló un sistema que favoreció la inclusión física, en la sociedad mayoritaria, de
todos aquellos que portaban rasgos de diferenciación fenotípica, al tiempo que esa
integración se producía en los estratos más bajos de la jerarquía social y era
acompañada de una negación simbólica de la diferencia. En otras palabras, tuvo lugar
un ocultamiento de la diferenciación fenotípica en tanto categoría ‘racial’, pero esa
diferencia fue traducida en jerarquización social” (Quijada 2000:20).
A modo de ejemplo, Outes, en quien las preocupaciones parecían pasar por las
mediciones craneológicas y fisonómicas del Otro étnico, no dejaba de lado la realidad
social de estos Otros:
41
La cuestión clasismo-racismo es compleja y merecería un estudio aparte, pero nos parece interesante dejar constancia
de esta hipótesis en relación al giro que se produce en torno a la percepción del indígena, desde una mirada antropológica
a una sociológica. O lo que es lo mismo; del indio al pobre.
101
“Ante los muchos inconvenientes opuestos por las mujeres Chilotes -así llaman
generalmente los chilenos a los naturales de Chiloé- me reduje a medir y observar 50
individuos masculinos, en su mayor parte jornaleros, leñadores o criados que, en la
época de mi viaje, trabajaban en Peulla, localidad cercana a la frontera con la
Argentina; o en las obras del ferrocarril de Osorno a Puerto Montt, en la sección
próxima a esta última ciudad” (Outes, 1908: 218).
Los indígenas, a su vez, vivían desde su misma ambigüedad la batalla verbal y
pragmática que se daba por la tierra y sus recursos. Y por debajo de esta batalla estaba
sin más la ocupación, que no es sino la cara del conflicto. En todo caso, Claudia Briones
nos alerta acerca de:
“cómo ciertos discursos y propuestas en apariencia contradictorias acerca de la
posibilidad de redimir al indígena e incorporarlo a la ‘civilización’ muestran por un lado
en bajorrelieve las autoimágenes de país que las élites querían imponer y, por el otro,
sirven proyectos estatales concretos de expansión económica y consolidación territorial
[que] en verdad, ilustran inteligentemente cómo argumentos supuestamente
científicos se van tornando funcionales a proyectos preexistentes de territorialización y
proletarización compulsiva en obrajes e ingenios, coadyuvando a la legitimación de
esos proyectos por estigmatización selectiva de aspectos de la organización política,
social y económica de los indígenas” (Briones 1998).
En el período que va de 1880 a 1916, en los Anales de la Sociedad Científica
Argentina hay apenas algunas líneas que tratan de la cuestión indígena del momento.
En “El problema indígena”, por ejemplo, Lehmann-Nitsche manifiesta la “necesidad de
destinar territorios reservados a los indígenas de Patagonia, Tierra del Fuego y Chaco
según el proceder de los Estados Unidos de Norte América” (Lehmann Nitsche,
1915:385). Y si bien hay cierta comprensión hacia los pueblos indígenas cuyo suelo “fue
arrebatado […] por los invasores de raza distinta”, la pregunta que se mantiene con
enorme vigencia es: “¿Qué hacer con ellos?” (idem:385).
La aparente tolerancia hacia los pueblos sometidos no hace otra cosa que, bajo
un paternalismo explícito, continuar justificando la subordinación: “Es consecuencia
fatal, biológica, que al chocar raza con raza, la más fuerte, y en este caso la superior,
triunfe sobre la otra, cuya suerte es problema que ha de ocupar a la victoriosa”(ibid:
385). Y lo que debe ocupar a la “raza” victoriosa es, sin más, insertarlos en el nuevo
modelo de país. Por tanto:
“Esta gente representa sin duda un elemento importante en la explotación de la
riqueza del país, fomento de industrias y del comercio de aquellas regiones, y en la
época en que se necesitan brazos, constituyen un cuerpo de obreros sumamente barato
y sin pretensiones, hábil para el desempeño de trabajos ordinarios y pesados del campo
y de los ingenios para lo cual el peón europeo sería demasiado caro e incapaz de
soportar el clima húmedo y caliente de aquella zona (Chaco). El indígena, por el
102
contrario, proporciona la mano de obra barata y fácil de manejar de que se sirve uno
cuando la necesita, y que en la época cuando no se trabaja, no ocasiona gastos ni de
casa ni de comida…”(idem:387).
La denigración del indígena llegó a tal punto, entonces, que ni siquiera se le
permitió conservar su condición de tal, ya que su identidad cultural se invisibilizó bajo
la figura del explotado, de acuerdo a su oficio: el puestero, el zafrero, el obrero, el
esquilador, etc. Esto no implicó, sin embargo, que el estigma étnico con el que
cargaban haya desaparecido. En todo caso, insistimos, llevaban sobre sus espaldas un
doble estigma: ser “indios” y ser “pobres”.
Conclusiones
En el período que va de 1880 a 1885 -año en el culminan las campañas de
exterminio sistemático y conquista de los territorios del sur-, aparecieron textos claves
como los de E. Zeballos (Viaje al País de los Araucanos, 1880), Moreno (Viaje a la
Patagonia Austral, 1876-1877), entre otros; todos ellos formando parte ya de una
mirada pretendidamente científica o cientificista. Estos autores operaron un
borramiento de las huellas de los vencidos; convirtieron discursivamente a los
indígenas en ancestros simbólicos de la nación y desde ahí, contribuyeron a la
consiguiente homogeneización discursiva y política del país en términos de una nación
de “raza” blanca.
En un segundo momento, y agrupando en grandes áreas temáticas lo que los
científicos decían entre 1880 y 1916 sobre los pueblos indígenas de Pampa y Patagonia,
el pasaje a nuevos sistemas de pensamiento y clasificación de mayor contenido teórico
se dio con la primera generación de antropólogos propiamente dichos, a principios del
siglo XX (Outes, Lehmann-Nitsche, Ameghino, Ambrosetti, etc.), y los primeros
sociólogos (Ramos Mejía, Ingenieros, etc). Si bien es cierto que la independencia total
de los proyectos políticos no existe, en la medida en que se fueron constituyendo
campos intelectuales o profesionales más concretos se rompió con la tradición de los
estudiosos-viajeros-funcionarios, vinculados a la política de manera tan visible.
Sin embargo, las investigaciones antropológicas ampararon la deshistorización
retórica del Otro y borraron toda memoria cultural de los recientemente conquistados.
Más allá del estudio de los indígenas vivos, la matriz teórica naturalista se mantuvo
vigente hasta bien entrado el siglo XX. Pero también consideramos que estos
investigadores que desarrollaron la Antropología con una fuerza inusitada
contribuyeron a la manifestación disciplinar como productora de una formación social a
través del estudio de determinadas temáticas. Estas temáticas fueron parte de un
discurso que remitiría a un pasado remoto a los grupos étnicos y contribuiría al
ocultamiento y la distracción de la realidad indígena. En última instancia:
“Los modos en los que el Instituto Geográfico Argentino y la Sociedad Científica
Argentina hablan del indígena –como objeto arqueológico o como ‘raza’ en extinción103
son, en síntesis, modos de no hablar del indígena real y de la complejidad y
conflictividad –apenas entrevistas- de la sociedad mestiza desestructurada por la
violencia de la conquista” (Navarro Floria 2006:8).
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106
Capítulo 3
LA PATAGONIA EN EL MAPA DE LA ARGENTINA MODERNA
POLÍTICA Y “DESEO TERRITORIAL” EN LA CARTOGRAFÍA OFICIAL
EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX42
ARGENTINA
Carla LOIS
Desde mediados del siglo XIX, en los tempranos tiempos de la organización
estatal en la Argentina43, los gobiernos centrales participaron en diversos
emprendimientos cartográficos, asumiendo que era de vital importancia y
trascendencia disponer de mapas que, al igual que en gran parte de los estados
modernos, permitieran visualizar, gobernar y administrar el territorio del nuevo
estado. Pero, a pesar de que, desde la ruptura de los lazos coloniales con España, en
1810, se habían registrado diversos intentos por organizar tareas cartográficas en
sedes militares44, todavía en la década de 1880 las únicas cartografías existentes que
ofrecían una descripción integral del territorio del estado correspondían a las obras de
extranjeros, y tenían variable y desarticulada información topográfica.
En efecto, en la segunda mitad del siglo XIX se llevaron a cabo un conjunto de
políticas territoriales e institucionales orientadas a definir y consolidar el territorio
estatal. Probablemente, las acciones más rotundas realizadas en ese sentido fueron las
avanzadas militares sobre los territorios indígenas del Chaco y de la Patagonia: la
ofensiva militar y la anexión de las tierras indígenas no sólo implicaron el exterminio y
la reducción de las poblaciones indígenas sino que también se articularon con un
acelerado proceso de reparto de tierras y con la implementación de un proyecto
económico basado en la producción agropecuaria. Las particularidades de este proceso
de formación territorial parecen haber incidido en el desarrollo de tareas cartográficas
(que respondieron a diversas necesidades específicas planteadas en esos contextos).
42
Este trabajo expone resultados de una investigación financiada por el Programa Universia – Banco Río. Una versión
preliminar fue presentada en el VIII Coloquio de Geocrítica, Ciudad de México, mayo de 2006.
43
Cuando nos referimos a los tiempos tempranos de formación y organización estatal estamos remitiendo a la época de la
sanción de la primera Constitución federal (1853), acordada por catorce provincias que, desde la independencia, habían
tenido gobiernos relativamente autónomos.
44
Entre 1810 y 1850, varios colegios y academias militares que adoptan el modelo curricular español de la enseñanza en
matemáticas, aritmética, geometría e ingeniería para la formación de oficiales e ingenieros militares. Algunos de ellos
fueron: Academia Militar de Matemáticas (1810-1812), Escuela de Matemática y sus aplicaciones al arte militar,
Tucumán (1814), Academia Militar de Matemáticas del Consulado de Buenos Aires (1816-1821), Colegio Militar de la
provincia de Buenos Aires (1828-1830). El errático funcionamiento de esas instituciones, la interrumpida formación
profesional y la escasa producción cartográfica de esos organismos corrobora que los explícitos intentos por reproducir
las instituciones de los ingenieros militares de España quedaron inconclusos.
107
En este trabajo analizaremos el desarrollo de los proyectos y las tareas
cartográficas oficiales del Estado argentino, desde los primeros tiempos de
organización nacional hasta la coyuntura de cambio de siglo, del XIX al XX (momento
en el que los mapas de la parte continental de la Argentina incorporan la Patagonia y,
así, adquiere un aspecto similar al que tiene en la actualidad).
En el primer apartado presentaremos los primeros estudios geográficos y
cartográficos que ofrecieron una imagen integral de la Argentina, y analizaremos
algunos aspectos centrales y característicos de las obras de este periodo relativos a la
interpretación del territorio del nuevo estado federal.
En el segundo indagaremos dos cartografías de los territorios indígenas
anexados, realizadas con materiales tomados en las campañas militares y veremos qué
alternativas proponen en la representación de esas regiones respecto de los mapas
anteriores.
En el tercero nos centraremos en la relación que hubo entre cartografía y
política internacional para analizar tanto el uso de mapas en demarcaciones limítrofes y
conflictos diplomáticos en zona de frontera como la intervención sobre la geografía
representada en los mapas con vistas a utilizar dichos mapas como documentos
probatorios en este tipo de conflictos.
Finalmente, en el cuarto apartado repasaremos los modos en que fue
interpretada la Patagonia en diferentes momentos de la segunda mitad del siglo XIX y
su relación con la política territorial del Estado.
La Argentina dibujada por extranjeros
Hacia 1880, en pleno proceso de incorporación del estado Argentino en el
sistema económico mundial, tres de las principales obras de literatura geográfica que
tuvieron por tema central la geografía de la Argentina y que se ocuparon de producir
un mapa integral del territorio estatal habían sido elaboradas por extranjeros45. En
efecto, la participación de extranjeros en diferentes esferas de la administración pública
y, especialmente, en los ámbitos de la ciencia era uno de los motores de los proyectos
de modernización encarados por las elites gobernantes: en los campos de la geografía y
la cartografía, ante la falta de especialistas y profesionales argentinos capacitados para
encarar ese tipo de emprendimientos, la “importación” de técnicos y científicos permitió
superar la carencia de personal, y, sobre todo, disponer de textos y mapas modernos
que mostraran a los europeos las potencialidades de este estado nuevo.
45
Aunque por razones de espacio no la analizamos en este trabajo, señalamos que algunos autores incluyen la
Description physique de la République Argentine, d’après des observations personnelles et étrangères (París y Buenos
Aires, 1876), de Germán Burmeister, en este corpus primario de literatura geográfica escrita por extranjeros (Navarro
Floria y Mc Caskill, 2004; Quintero, 2002).
108
El primer antecedente de este tipo de literatura geográfica es la obra de
Woodbine Parish46, Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata from their
discovery and conquest by the Spaniards to the establishment of their political independence.
Publicada originalmente en Londres, en 1852, le siguieron dos ediciones castellanas
realizadas en Buenos Aires, en 1852 y 1853. En rigor se trataba de una especie de
manual para inversores, donde se reseñaban las características físicas del territorio
argentino y sus potencialidades económicas. Si bien la edición inglesa sólo incluyó
planos de Buenos Aires, la primera edición castellana ya contaba con el mapa “The
provinces of the Rio de la Plata and adjacent countries” (tanto el título como todas las
inscripciones del mapa aparecen en inglés). [Figura 1]
Este mapa, dibujado por el reconocido cartógrafo August Peterman,
representaba las tierras que se extienden desde el sur de la provincia de Buenos Aires
hasta el norte del Gran Chaco (en rigor, hacia el norte alcanza hasta los 15° de latitud
Sur, es decir, llega hasta más allá de Chiquitos, en los territorios bolivianos). Tres
asuntos distinguen a este mapa. El primero de ellos es que, aunque se pueden
identificar los topónimos de las antiguas audiencias del periodo hispánico, no hay traza
de límites jurisdiccionales que diferencie los territorios de las provincias47. El segundo
tema está relacionado con los habitantes de estas tierras reconocidos en el mapa: abajo
de la inscripción El Gran Chaco, en letras más pequeñas, se lee occupied by various tribes
of indians. Incluso, por debajo de los 34° de latitud sur, la densidad toponímica e
iconográfica disminuye, y aparece la presencia indígena en su diversidad: Puelches or
eastern indians; Pehuenches indians; Ranqueles indians; Huilliches or southern indians. Y el
último aspecto singular que destacaremos es la forma en que fue insertada la
Patagonia; en un cuadro lateral y con una escala mayor, se agrega el cono patagónico.
Se trata apenas un contorno (con nombres de puertos y accidentes costeros) y el
interior aparece casi en blanco (sólo un par de ríos de la vertiente atlántica), lo que
evidencia con elocuencia el estado de desconocimiento de esas zonas.
Unos años más tarde, el médico francés Victor Martin de Moussy48 encaró la
publicación de una de las obras geográficas y cartográficas que mayor trascendencia ha
46
Woodbine Parish (1796-1882) había sido designado por el ministro británico George Canning para desempeñarse como
Cónsul General en el Río de la Plata. Antes de partir, el ministro habría ordenado: “Enviadme todos los datos que podáis
y mapas si los hay” (Busaniche, 1958: 9). Tras su arribo en 1824 envió varios reportes que fueron publicados en The
Geographical Journal, de la Royal Geographical Society (de que la fue miembro y llegó a ser vicepresidente). Parish
también formó parte de la Sociedad Geológica (Londres), la Sociedad de Estadística (París) y del Instituto Histórico y
Geográfico Brasileño (Río de Janeiro).
47
La única excepción es la delimitación de “Chile”. Se representan la red hidrográfica y las ciudades. La cordillera es
apenas visible en el mapa: dice Andes y hay algunas cotas señaladas. En cambio, las dimensiones y las formas del relieve
se aprecian mejor en los perfiles topográficos que hay en los laterales.
48
Victor Martin de Moussy (1810-1869) propuso sistematizar la información obtenida en viajes exploratorios realizados
por el territorio argentino con el objetivo de publicar una descripción física de la Argentina y un atlas. Por esos trabajos,
el gobierno le suministraría un sueldo mensual de 300 pesos fuertes (asignados por el decreto del 8 de enero de 1855) que
le fueron entregados regularmente con la excepción de un breve periodo durante la presidencia de Derqui (1860-1861)
(Cutolo, 1969: 690-692).
109
tenido en el campo intelectual local, cuya vigencia (no exenta de discusiones e, incluso,
impugnaciones) se mantuvo fuerte hasta entrado el siglo XX. Su Description
géographique et statistique de la Confédération Argentine constó de tres tomos (el primero,
publicado en 1860; los dos siguientes, en 1864) y un Atlas de la Confédération Argentine
(cuya primera edición parisina es de 1865 y su reedición en Buenos Aires, de 1873)49.
Figura 1
49
Cabe señalar que todas las ediciones mencionadas están íntegramente realizadas en francés. La primera edición
castellana es de 2005 y fue realizada por la Academia Nacional de la Historia.
110
En diversas láminas del Atlas de De Moussy, se nombra a los indios: tanto en la
primera lámina general53, como en la correspondiente a América del Sur y en la de la
Confederación Argentina, se individualizan toponímicamente todas las tribus
indígenas. Además, las láminas correspondientes a la Patagonia y al Chaco tienen por
título: Carte du territoire indien du sud et de la région des pampas (la primera) y Carte du
Grand Chaco (territoire indien du nord) et des contrées voisines. Es decir que, al igual que
Parish, había un reconocimiento explícito de la presencia y el dominio indígenas en
gran parte del territorio atribuido a la Confederación.
Figura 2
53
Se trata de la Carte de l’empire espagnol dans les deux Amériques en 1776 à l’epoque de la fondation de la Vice
Royauté de la Plata (1867).
111
La lámina general de la Confederación [Figura 2] abarca una superficie similar a
la que se encuentra en la obra de Parish (esto quiere decir que no incluye la
Patagonia)54. A continuación de la lámina del territoire indien du sud hay una Carte de la
Patagonie et des archipels de la Terre de Feu; el título se encuentra acompañado por la
siguiente leyenda: Il n’existe d’autres points habités dans la Patagonie que Carmen sur le Rio
Negro, et la colonie chilienne de Punta-Arenas, dans la Péninsule de Brunswich, à l’extrémité
du continent. Las autres points que nous avons marqués pour l’exactitude historique, telles que
les colonies de Viedma, les fortins de la côte et du Rio Negro, sont tous inoccupés maintenant.
En Araucanie, il n’existe au pouvoir des Chrétiens que la ville de Valdivia, sur la côte. Les
colonies Allemandes commencent seulement a s’etendre et sont en dehors du domaine des
Araucans.
Reconocida como una obra de referencia55, la Description… pronto comenzó a ser
objeto de críticas que sirvieron para legitimar nuevas obras geográficas y cartográficas.
Las críticas supieron centrarse en aspectos relacionados con los límites, y la
localización de pueblos y elementos geográficos. Las críticas que hicieron blanco en el
atlas son una muestra del tipo de objeciones a las que se sometió a la cartografía
circulante para fundamentar y justificar la necesidad de emprender una nueva obra
cartográfica con el apoyo estatal. La opinión generalizada de los especialistas coincidía
con la del Plenipotenciario argentino en Brasil, Luis Domínguez, quien aseguraba que
“el Atlas de Moussy en que el Gobierno Nacional gastó tanto dinero, está plagado de
errores, especialmente en los datos que consigna relativos a la Geografía Histórica,
ramo tan interesante para el estudio y resolución de las cuestiones de límites con los
Estados vecinos.” (IGA, 1880: T I 266). En el mismo sentido se expresó Zeballos,
presidente del Instituto Geográfico Argentino: “Las cartas modernas desde las de De
Moussy hasta la de Petterman, son igualmente imperfectas, porque las exploraciones
eran todavía una vaga aspiración en las épocas en que ellas fueron grabadas” (IGA; T
III, 161). Por otra parte, otros se dedicaron a puntualizar tales errores, como también
se ha señalado que Rudecindo Ibazeta, después de una expedición, le escribe al
Inspector y Comandante General de Armas de la República Luis M. Campos que “M.
de Moussy y obras muy competentes en sus mapas y datos geográficos del Chaco han
cometido errores notables en diferentes sentidos. Moussy, por ejemplo, pone el pueblo
de Rivadavia más arriba de Esquina Grande, siendo todo lo contrario; sufriendo la
misma equivocación en la determinación de otras poblaciones” (SHE, caja 8,
Documento 1372).
54
Aunque en su título indica Carte de la Confédération Argentine / divisée en ses différentes provinces et territoires / et
des pays voisins (…), los límites de las jurisdicciones aparecen interrumpidos. No obstante ello, las láminas del atlas
proponen y siguen una división político administrativa de las unidades que componen la Confederación.
55
La obra de Martín de Moussy, el Atlas de la Confederación Argentina (1863) fue considerada como el documento
cartográfico oficial hasta la elaboración del atlas del Instituto Geográfico Argentino (García Aparicio, 1913; Orellana,
1986; IGM, 1979). Todavía en 1913, el director del Instituto Geográfico Militar sostiene que “la obra de De Moussy es,
sin ninguna duda, uno de los grandes documentos de nuestra cartografía, resultado de un trabajo de dieciséis años del
ilustre geógrafo en la cuenca del Río de la Plata (1841-1859)” (IGM, 1913: 4).
112
En suma, no es difícil apreciar que, hacia fines del siglo XIX, la interpretación
del territorio de la entonces Confederación que había hecho De Moussy ya no era
funcional a la política territorial del estado.
Es decir: en diferentes instancias, tanto el mapa de Parish como las diversas
láminas del atlas de De Moussy reconocen y afirman el dominio indígena sobre
territorios en los que, hacia 1880, el Estado encararía agresivas campañas de conquista
y colonización basándose en la negación del derecho a la propiedad de las comunidades
aborígenes. Dicho en pocas palabras: en vísperas de las grandes campañas militares los
mapas más conocidos y difundidos dejaban ver vastos territorios indígenas. Eso parece
explicar que estas cartografías, tan prestigiosas en los años 1860s, quedaran
desacreditadas dos décadas después: en los años 1880s, esas tierras pobladas por
indígenas (y más aún: sólo por indígenas), ¿no formaban un paisaje poco deseable para
una sociedad que parecía (o pretendía) ubicarse entre las más modernas? Esos mapas
habitados por indios, ¿no eran una imagen poco satisfactoria para aquellos que
invertían dinero y prestigio, y hasta arriesgaban sus propias vidas en la conquista
militar de tierras indias? No parece muy osado sugerir que la gran visibilidad que
tenían los indígenas en las cartografías mencionadas, sumada a la exclusión de la
Patagonia y la imprecisión de los límites, parece haber sido un argumento muy potente
para desacreditar esta cartografía, independientemente de la precisión que hubieran
tenido en la localización de puntos. Volveremos sobre esto en el apartado siguiente.
Hasta entonces, esas obras geográficas y cartográficas habían contado con apoyo
(fundamentalmente económico) de los diferentes gobiernos, pero el diseño y la
ejecución del proyecto siempre se había mantenido como una prerrogativa del autor o
responsable. Sin embargo, hacia fines de la década de 1860, en el marco de una serie de
emprendimientos de producción de información estadística56, se reorganizó la antigua
Oficina de Ingenieros bajo el nombre de Departamento de Ingenieros Nacionales
(1869). Una de las tareas que se le encomendó a esta repartición fue la elaboración de
un mapa general de la República que se base en información estadística producida por las
oficinas estatales. Fue en ese marco que, unos años más tarde, se publicó el Mapa de la
República Argentina, realizado por la Oficina Nacional de Ingenieros en 1875 bajo la
responsabilidad de Arthur von Seelstrang57 y A. Tourmente [Figura 3].
56
Aquí interesa citar la organización y el desarrollo del Primer Censo Nacional de Población en 1869, bajo la presidencia
de Domingo F. Sarmiento. La publicación de este primer censo no incluyó ningún mapa. Todos los censos siguientes
incluyeron cartografías.
57
El ingeniero y topógrafo prusiano Arthur von Seelstrang llegó a Buenos Aires en 1863 contratado por el gobierno.
Aquí participó en el trazado del ferrocarril a San Nicolás. Obtuvo el título de agrimensor en el Departamento Topográfico
de Santa Fe (1866) y en Córdoba (1872). Para la reválida de su título en Buenos Aires presentó un trabajo titulado Idea
sobre la triangulación y mapa general de la República, donde desarrolló por primera vez un esquema de triangulación
fundamental, algo inédito en la Argentina. Luis Brackebusch lo llevó a Córdoba donde fue nombrado profesor de
Topografía y, junto a él, publicó Ideas sobre la exploración científica de la parte noroeste de la República (IGA, 1882: v
III 312-315 y 323-331). En 1880 asumió como miembro activo de la Academia de Ciencias de Córdoba y en 1882 pasó a
la categoría de miembro directivo de la misma Academia. En los períodos 1883-1886 y 1894-1896 se desempeñó como
decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Cutolo, 1968: T I 40). Además, actuó como Jefe
Científico de la Comisión de Límites con el Brasil presidida por el General Garmendia.
113
Figura 3
114
Si rastreamos el derrotero de este mapa, podremos advertir la envergadura que
tuvo ese proyecto cartográfico. Un tiempo antes, ya había sido convocado Richard
Napp, un profesor alemán que trabajaba en la Universidad Nacional de Córdoba, para
coordinar la elaboración de una obra de geografía que consistiría en la presentación
oficial que la República Argentina llevaría a la Exposición de Filadelfia de 1876. El
resultado fue Die Argentinische Republik58, una obra que contaba con veinticinco
capítulos temáticos y seis mapas. Uno de esos mapas es el firmado por Von Seelstrang
y Tourmente, dos extranjeros que se habían insertado profesionalmente en la
burocracia académica y estatal. Ese mapa ha sido considerado el primer mapa oficial de
la Argentina y se le ha reconocido la particularidad de haber sido la primera obra que
incluyó “en forma explícita y concreta a toda la Patagonia en el mapa del territorio
argentino” (Navarro Floria y Mc Caskill, 2004: 103).
En suma, todo el proyecto Filadelfia y el mapa en particular fueron pensados
como una potente carta de presentación ante la comunidad científica internacional, y se
confiaba que esas “señales de progreso” también posibilitarían un posicionamiento
político favorable ante los estados europeos y ante Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar de tratarse de un mapa realizado en una oficina pública y
con la intención de promocionar la modernidad argentina para atraer inmigrantes e
inversores extranjeros, inesperadamente el mapa se transformó en objeto de un duro
conflicto diplomático: el límite con Brasil fijado en este mapa fue uno de los
argumentos utilizados por el Baron de Rio Branco para fundamentar los reclamos de
Brasil sobre los territorios en disputa59.
En la década siguiente, el prusiano Seelstrang encaró un nuevo proyecto
cartográfico monumental, esta vez en la sede del Instituto Geográfico Argentino60. El
atlas tuvo por título “Atlas de la República Argentina. Construido y publicado por el
Instituto Geográfico Argentino. Bajo los auspicios del Exmo. Gobierno Nacional.
Buenos Aires. 1892 (1886)”61 y fue realizado en base a una minuciosa recopilación de
58
La obra de Napp fue publicada por el Comité Central Argentino para la Exposición de Filadelfia, en 1876 en Buenos
Aires, en castellano, francés, alemán e inglés. Además de haber sido entregada en la Exposición, fue distribuida en los
consulados argentinos en Europa.
59
El barón de Rio Branco también recurrió al mapa de los ingenieros Allan y Campbell (1855), y a los del Atlas de
Martin de Moussy (1865) (Sanz, 1985: 22).
60
La fundación del Instituto Geográfico Argentino en 1879 fue una propuesta de Estanislao Zeballos, apoyada por un
grupo de individuos de formación muy diversa, entre los que se incluían abogados, marinos, militares e ingenieros y a la
que adherían importantes personalidades de la ciencia y la política. Diversos trabajos han establecido vinculaciones entre
la Campaña de Roca (1879) y la institucionalización de una sociedad interesada “particularmente en promover la
exploración y descripción de los territorios, costas, islas y mares adyacentes de la República Argentina” (IGA, 1879: T I
79). Véase Navarro Floria 2004, Zusman, 1996; Minvielle y Zusman, 1995; Lois, 2002.
61
El Instituto Geográfico Argentino nacional formó una Comisión de Carta en la Sección Córdoba (bajo la presidencia
honoraria de Bartolomé Mitre), patrocinado por el gobierno nacional y bajo la dirección de Arthur von Seelstrang, en
1886 publicó un atlas compuesto por veintiocho cartas La introducción del Atlas estaba firmada por el presidente de la
Nación Julio A. Roca e incluía una reproducción del proyecto de ley aprobado por el Senado y la Cámara de Diputados
para el financiamiento de la impresión.
115
fuentes62. El antecedente de Rio Branco y la mirada atenta del cónsul Estanislao
Zeballos63 volvieron a poner sobre el tapete la importancia que tenía el diseño de los
límites en las cartografías que llevaran el escudo nacional. El canciller en persona
seguía atentamente la publicación del atlas del Instituto Geográfico Argentino y, en
varias oportunidades, reclamó por la rectificación de límites interprovinciales e
internacionales. El IGA supo enmendar algunos “errores” pero en otros casos, por
ejemplo en los que las láminas se encontraban grabadas, el IGA optó por “mejorar” el
trazado con un coloreado ad hoc que diera cuenta del límite (pretendidamente)
correcto64. A sugerencia del propio Zeballos, las enmiendas a las láminas del Atlas
quedaban asentadas en el libro de Actas.
Por ese entonces, se iba instalando un prejuicio que se generalizaría en poco
tiempo: que el origen extranjero de los cartógrafos estaba en la base de los conflictos.
Las críticas y los debates contemporáneos insistieron sobre este punto una y otra vez.
Hemos iniciado este apartado comentando que hacia 1880 gran parte de la
cartografía reconocida había sido elaborada por europeos y a lo largo de estas páginas
procuramos demostrar que, a pesar de que la condición de extranjero de sus autores fue
usada como argumento para desacreditar sus obras, habrían sido las nuevas coyunturas
políticas, económicas y territoriales que emergieron fuertemente en los años 1880s las
que están en el trasfondo de esas críticas y de la necesidad de repensar las producción
de mapas oficiales de la Argentina. Como hemos anticipado, la participación de
extranjeros no sólo había sido deseable sino que también y, sobre todo, fue necesaria
(recordemos que muchos de ellos llegaron contratados por el gobierno) para suplir la
falta de personal idóneo en la tarea de construir un corpus estadístico, cartográfico y
científico para el Estado argentino. Sin embargo, en las cuestiones cartográficas la
aparente incongruencia entre los intereses nacionales y aquellos de los extranjeros
parece haber entrado en conflicto antes de lo que se hizo evidente en otras esferas65.
62
“Con motivo de la construcción del mapa de la República, de que se ocupa el Instituto, y de la necesidad de que
aquello sea lo más exacto posible, la Comisión Directiva había resuelto dirigirse a los Gobernadores de las provincias
pidiéndoles la remisión de datos geográficos sobre los territorios de su jurisdicción” (firmado por Zeballos; IGA, 1883: T
IV 46). “Por tales medios el Instituto logró reunir en su oficina cartográfica, mil ciento cincuenta mapas, planos, croquis
publicados o inéditos que han servido a la elaboración del Atlas después de un escrupuloso examen comparativo y
depurativo en que han tomado parte personas y profesores de competencia reconocida, estando la revisión final del
trabajo sometida a una Comisión de geógrafos y eruditos” (IGA; Tomo V 266).
63
Estanislao Zeballos, abogado y doctor en jurisprudencia, se desempeñó como director y redactor de La Prensa,
diputado provincial en la Legislatura de Buenos Aires (1879), diputado nacional por la Capital Federal (1880-1884) y
diputado nacional por Santa Fe (1884-1888), y llegó a presidir la Cámara de Diputados en 1887. Fue ministro de
Relaciones Exteriores de Juárez Celman, cargo que reasumió en 1891 durante la presidencia de Pellegrini. Fue profesor
de Derecho Internacional Privado en la UBA, vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (1895) y
Decano de la Facultad de Derecho de la UBA (1919) (Sanz, 1985).
64
En la lámina de la provincia de Catamarca se extendió el color amarillo, asignado a la Argentina, hasta el meridiano
68° y hacia el Sur para incluir territorios que aparecían grabados como chilenos (Sanz, 1985: 20).
65
En las primeras décadas del siglo XX, comenzó a registrarse un progresivo proceso de “nacionalización” de técnicos y
funcionarios en los diferentes ámbitos públicos y científicos. Un ejemplo de ello es la designación del ingeniero y
astrónomo Félix Aguilar al frente de varias instituciones: tanto cuando asumió al frente de la sección de geodesia del
116
Estas geografías vistas con ojos extranjeros no parecen haber sido demasiado sensibles
a los intereses del nuevo estado. Los conflictos desatados en torno a los mapas de De
Moussy y de Seelstrang presagian los aspectos nodales que motorizarán la política
cartográfica del estado argentino: los territorios indígenas, los límites internacionales y
la preocupación por producir un mapa “científico”.
Primeros mapas militares: expansión territorial y cartografía
Desde los primeros intentos de centralización de las milicias en el periodo de
organización nacional, uno de los objetivos estratégicos del Ejército fue establecer el
control estatal sobre las extensas zonas ocupadas por comunidades indígenas: el Chaco
y la Patagonia66.
En las diversas expediciones exploratorias participaron comisiones científicas y
se realizaron cartografías parciales, principalmente dedicadas al establecimiento de
itinerarios y a la planificación de poblados y colonias. Pero en las dos grandes
campañas (la de la Patagonia, en 1879; la del Chaco, en 1884) se confeccionaron sendos
planos generales. Esos planos, originalmente incluidos en los informes oficiales, fueron
también reimpresos e incluidos en diversas publicaciones académicas, políticas y
diplomáticas, y fueron leídos como documentos de la política territorial del Estado.
Tenían la particularidad de ofrecer una imagen inédita de territorios que, hasta
entonces, aparecían como “tierras inexploradas” en la mayoría de los cartografías o,
como hemos visto, ni siquiera aparecían en los mapas generales de la Argentina.
El título completo del plano elaborado en ocasión de la Campaña al Desierto es:
Plano del territorio de la Pampa y Río Negro y las once provincias chilenas que lo avencindan
por el oeste. Comprende el trazo de la batida y exploración general hecha últimamente en el
desierto hasta la ocupación definitiva y establecimiento de la línea militar del Río Negro y
Neuquén por el Ejército Nacional a órdenes del Sr. Gral. D. Julio A. Roca. Construido en
vista de planos, croquis parciales, itinerarios de los jefes de las divisiones y cuerpos
espedicionarios [sic] de los ingenieros militares que los acompañaron y según exploraciones y
estudios propios por el Tte. Cnel. Manuel J. Olascoaga, Jefe de la Oficina Topográfica Militar.
[Figura 4]
Su título puede ser tomado como una declaración de la política territorial,
reforzada por los ítems seleccionados en la leyenda. En la leyenda se privilegian los
itinerarios de las tropas, así como las diversas líneas de fortines (que permiten leer, en
la imagen, un avance de la frontera) y las “demarcaciones de terrenos reservados por el
gobierno nacional para fortines y colonias”; también se señalan las líneas de telégrafos
IGM (1921) como cuando fue designado como responsable del Observatorio de La Plata, su posicionamiento significó el
desplazamiento de profesionales extranjeros (Ortiz, 2005: 111). La contratación de profesores y especialistas extranjeros
siguió siendo una práctica habitual en campos académicos y científicos diversos. Algunos estudios de caso pueden
consultarse en dos recientes compilaciones de trabajos sobre historia de la ciencia argentina (véase Montserrat, 2000 y
Lorenzano, 2005).
66
La suma de la superficie de ambas áreas alcanza el 40% del territorio estatal.
117
militares, los ferrocarriles y los caminos. La alusión a los indios en la leyenda remite a
una clasificación basada en la política de avance militar: “toldos habitados” y “toldos
abandonados”. Más aún, los indígenas quedan literalmente afuera del mapa: en una
columna lateral se organiza un vocabulario de términos indígenas porque se entiende
que “los nombres indios son siempre descriptivos de la topografía u otros accidentes
importantes de los lugares a que se aplican. Así que he creído útil incluir acá la
traducción de los que contiene este Plano”. Este glosario inscripto en el margen tiene,
al menos, dos efectos: se apropia de los topónimos indígenas mediante la traducción y
deshistoriza la presencia indígena (cuyos rastros quedan reducidos a la información
geográfica que pueda aportar para la comprensión del territorio por parte del hombre
occidental).
Figura 4
El firmante del plano, Manuel Olascoaga67, tuvo acceso a los planos más
recientemente elaborados sobre el área. Una de sus fuentes fue la Carta topográfica de
La Pampa y de la línea de defensa (actual y proyectada) contra los indios [figura 5].
67
Manuel Olascoaga fue un militar, topógrafo, periodista y funcionario de diversos gobiernos en la Argentina. Participó
en expediciones militares e hizo levantamientos topográficos (en base a los cuales publicó cartografías y tratados).
Después de la campaña a los territorios indígenas del sur fue designado gobernador de los territorios anexados.
118
Figura 5
El responsable de este plano fue el Sgto. Mayor Melchert, de la Oficina de
Ingenieros Militares68. Gran parte de la información topográfica y militar del mapa de
Olascoaga está tomada de aquí. Sin embargo, en el plano de Melchert, la zona ubicada
más allá de la línea de fortines tiene, reiteradamente, la inscripción campos no explorados.
En cambio, el mapa de Olascoaga apenas sugiere que se trata de tierras inexploradas
con el recurso del espacio en blanco. De este “diálogo” entre ambos mapas es posible
avizorar que el mapa de Olascoaga, basado en el trabajo de campo que se realizó al
compás del avance militar sobre los territorios indígenas, fue una fuente primaria para
otras cartografías que le siguieron. No obstante, el valor de este mapa no era sólo
científico (por haber sido confeccionado con modernas técnicas de mensura y por haber
68
Este mapa también fue incluido en Richard Napp, Die Argentinische Republik (1876, Buenos Aires). En esa obra,
Melchert, además, escribe dos artículos sobre cuestiones militares y frontera.
119
incluido datos actualizados que no se conocían hasta entonces), sino que también había
sido pensado para ser puesto en circulación y dejar asentado el proyecto territorial que
estaba encarando el ejército.
El plano de Olascoaga ha filtrado la información sobre los indígenas y ha
sobreimpuesto una nueva matriz sobre los territorios anexados, organizada a partir de
una red de infraestructura de comunicaciones moderna (en gran parte, todavía
inexistente, aunque figura como “planificada”). En efecto, mientras que los mapas de
De Moussy y de Parish hablan del pasado (recordemos que tienen inscripciones y
relatos de exploraciones realizadas en los doscientos años previos), los mapas militares
se dedican al futuro: telégrafos, ferrocarriles, líneas de fortines y colonias (algunos
reales y otros, apenas proyectados) componen una nueva geografía.
Sobre el mencionado mapa de Olascoaga y otro de Moyano sobre la Patagonia,
Jens Andermann ha dicho que “son imágenes declamatorias más que representaciones
técnicas, iconografías de un proyecto de nación más que topografías operativas para el
manejo administrativo-geográfico de esa masa territorial” (Andermann, 2000: 119). En
el caso del Chaco, el mapa elaborado en la campaña militar de 1884 involucra
mecanismos análogos en la representación de los territorios indígenas.
El mapa confeccionado con los datos obtenidos durante la Campaña Militar de
1884 a cargo de Benjamín Victorica fue adjuntado al Informe oficial publicado69 tal
como se consigna en la portada70. El título completo, ubicado en el ángulo superior
derecho, es "Plano nuevo de los territorios del Chaco argentino. Confeccionado con los datos
de las Comisiones Topográficas que acompañaron las columnas expedicionarias al mando del
Comandante en Jefe del Ministro de Guerra y Marina General Benjamín Victorica en 1884 y,
por su orden, por los oficiales de la IV Sección del Estado Mayor General capitanes Jorge
Rohde y Servando Quiroz, 1885. Escala de 1: 800.000” y está firmado por el Jefe de la IV
Sección del Estado Mayor del Ejército, Czetz71.
El mapa no tiene leyenda y, a primera vista, parece que trata de una zona
completamente conocida, repleta de íconos diversos. No obstante, en letras muy
pequeñas y perdidas en una superficie coloreada y sembrada de signos que simbolizan
vegetación se indica “Tierras inexploradas” y “Terrenos altos cubiertos de bosques
69
Victorica, B. (1885) Campaña del Chaco, Imprenta Europea.
70
El texto de la portada es el siguiente: “Campaña del Chaco / Expedición llevada a cabo / bajo el comando inmediato
del Exmo. señor ministro de guerra y marina general / Dr. D. Benjamín Victorica / en el año 1884 / para la exploración,
ocupación y dominio de todo el Chaco argentino / Parte general y diario de marcha con todos los documentos relativos,
los partes de los Jefes de las diversas columnas militares e informes de las Comisiones Científicas &&/ Precedido de una
introducción ilustrativa y acompañado del Plano General Topográfico / Publicación oficial / Buenos Aires / Imprenta
Europea, Moreno 51, esquina Defensa/ 1885” (Victorica, 1885; las cursivas son nuestras).
71
Juan F. Czetz fue un militar nacido en Hungría que, tras casarse en España con una sobrina de Juan Manuel de Rosas,
se radicó en la Argentina y trabajó en sucesivas secciones del Ejército en tareas de mensura y relevamiento topográfico.
Antes de la guerra contra el Paraguay, siendo el Jefe de la Sección Ingenieros de la Inspección General de Obras, estuvo
abocado en la confección de un mapa de los límites de la República Argentina. Fue el primer director del Colegio Militar
(1870-1874) y también participó en su organización. Desde 1885 hasta su retiro fue Jefe de la IV Sección del Estado
Mayor del Ejército (IGM, 1979: 264).
120
impenetrables”. El hecho de que el conocimiento geográfico es desparejo sólo puede
apreciarse en una lectura atenta y que recorra todas las inscripciones (topónimos,
relatos y descripciones) del mapa; nunca, en la lectura inicial.
Hacia el oeste de la denominada “Gobernación del Chaco Central” disminuye la
densidad de los íconos indicadores de vegetación, en clara concordancia con el menor
grado de conocimiento que se tenía de los terrenos del oeste chaqueño. En rigor, se
trataba de zonas sin explorar y bajo control absoluto de los indígenas.
Las formas de asentamiento representadas son: colonias, fortines y tolderías. Por
la densidad de los íconos desplegados en el mapa, se destacan las dos formas más
deseadas desde el punto de vista de la empresa civilizadora de la campaña militar: las
colonias y los fortines. Los pueblos y las colonias, así como los fortines de suerte
errática, están señalados con pequeños círculos, cuadraditos y cuadrículas de diferentes
tamaños acompañados por sus respectivos nombres. Las colonias fueron representadas
con cuadrículas72, que, por cierto, remiten a un referente de urbe ideal planificada,
absolutamente racional, también refuerza la idea de que el Chaco había dejado de ser un
desierto para convertirse en un espacio potencialmente fértil para el desarrollo
económico.
Las numerosas tolderías y tribus fueron representadas con mayor densidad en
las márgenes del río Teuco, alejadas de las zonas civilizadas. Fueron consignadas
toponímicamente por su nombre conocido o por el de su cacique y están representadas
con un pequeño triángulo. Es notable la similitud entre este ícono triangular y otros
dos que indicarían vegetación73: de no ser por la inscripción correspondiente, se
confundirían con facilidad. Así queda diluida la presencia indígena en la espesura de los
“bosques impenetrables”. Así, las dificultades que planteaba la resistencia indígena
fueron resueltas discursivamente homologando aborígenes y vegetación. De hecho, en
este momento histórico donde la ocupación sistemática del territorio chaqueño era
apenas incipiente, los asentamientos indígenas predominaban respecto de los del
hombre blanco. Sin embargo, se multiplican las retóricas gráficas que visualmente
ofrecen una imagen que representa el ideario territorial de la época: un territorio
íntegro y bajo el dominio efectivo del Estado.
Abundan los itinerarios de diversas expediciones y exploraciones realizadas, en
donde se consignan el trazado del recorrido, el oficial a cargo y la fecha en que se
desarrolló. Con mayor minuciosidad se detallan los recorridos efectuados por las
distintas comisiones de la expedición de Victorica. Estos itinerarios servían tanto para
72
Con cuadrículas se señalan, sobre el eje fluvial del Paraná: Timbó (desde donde parte la expedición de Victorica), C.
Ocampo, Las Toscas, C. Florencia de Longworthy, Resistencia, Corrientes (con letras mayúsculas) y Puerto Bermejo;
sobre el río Bermejo, Puerto Expedición y, la más septentrional, Presidencia Roca.
73
Aunque, como se ha mencionado, no existe una leyenda que normalice en forma precisa la decodificación de los
símbolos, dos de esos íconos podrían indicar vegetación: uno de esos íconos, el que aparece con más frecuencia, es usado
convencionalmente como indicador de vegetación en la mayor parte de las cartografías de la época; el otro (una suerte de
palmera simplificada) resulta fácilmente asociable a un tipo de vegetación y, por otra parte, en el Atlas… de Martin de
Moussy es señalado toponímicamente como “palmeras caranday”.
121
explicar y fundamentar retrospectivamente el dominio sobre estas áreas como para
“llenar” el espacio cartográfico con elementos que indiquen civilización.
Estas formas de describir los territorios y, más ampliamente estas producciones
cartográficas, sólo pueden comprenderse si se considera el locus institucional en el que
se desarrollaron. En esos tiempos de campañas militares se asiste a un proceso de
modernización y profesionalización del Ejército, que incluía reformas en el
organigrama, nuevos planes de estudio y renovados emprendimientos relacionados con
tareas de reconocimiento y cartografiado en las tierras ganadas a los indígenas.
Con la creación del Estado Mayor General del Ejército (1884), la Oficina
Topográfica Militar pasó a constituir la Cuarta Sección de Ingenieros Militares del
Estado Mayor, bajo la jefatura de Manuel Olascoaga (que, en el mismo año fue
reemplazado por Juan Czetz). Tras algunas reorganizaciones, esta dependencia se
consolidó bajo la designación Instituto Geográfico Militar (IGM) en 1904 (y, en las
primeras décadas del siglo XX, pasó a concentrar el control de toda la actividad
cartográfica oficial de la Argentina). Al mismo tiempo, la organización de las
dependencias del Ejército para desempeñar tareas cartográficas se orientó hacia la
especialización técnica de las secciones geográficas y cartográficas. Dicha
especialización técnica se inscribió en el contexto de la profesionalización del Ejército y
de la formación de ingenieros militares en el Estado Mayor del Ejército (a partir de
1886)74.
Con esta propuesta profesional el IGM se posicionaba como una institución
capaz técnica, financiera y profesionalmente para producir mapas basados en la
mensura geodésica y la precisión técnica.
Hacia fines del siglo XIX, los trabajos cartográficos de estas secciones militares
se concentraron, cada vez más, en el levantamiento de planos de las “fronteras
interiores”, acompañando la expansión militar sobre territorios indígenas. Esos planos
se caracterizaron por destacar fuertes y construcciones militares, líneas de fortines y,
cuando fuera necesario, planos nuevos a gran escala que mostraran el detalle de las
tierras indígenas incorporadas a las jurisdicciones estatales.
Aunque en otros marcos institucionales y con prácticas profesionales levemente
diferentes a las mencionadas en este apartado, algunos de estos militares también
participaron de las comisiones de límites en que se dibujaban las líneas interestatales.
Cartografía, límites y política internacional
Un conjunto de conflictos diplomáticos condensados en torno a las demandas
74
La formación académica de los aspirantes a oficiales de Ingenieros se basaba en conocimientos de ingeniería civil y
militar y en el dominio de las matemáticas. Se impartían cursos tales como Álgebra Superior, Trigonometría Rectilínea y
Esférica, Dibujo Lineal y Topográfico, Caminos y Ferrocarriles, Geometría Analítica, Geodesia I, Dibujo, Puentes,
Fortificación Pasajera, Cálculo Diferencial e Integral, Fortificación Permanente, Geodesia II y Astronomía. Además, en
forma complementaria debía cursarse en la Facultad: Geometría Descriptiva I, Geometría Descriptiva II y Mecánica y
Arquitectura (Martin, De Paula y Gutiérrez, 1976: 240).
122
territoriales de los países vecinos pusieron el foco de atención sobre las cartografías:
resulta que, como hemos visto, algunos de los mapas de la Argentina, financiados con
fondos públicos y firmados por funcionarios de diversos organismos del Estado eran
utilizados por países extranjeros como fuente para legitimar sus reclamos de terrenos
que la Argentina pretendía para sí.
En ese contexto, el presidente Juárez Celman firmó, el 20 de noviembre de 1889,
una resolución presidencial por la cual se desconocía todo carácter público a las cartas
geográficas publicadas en el país o fuera de él, que no fueran aprobadas por el
Ministerio de Relaciones Exteriores (por ese entonces, a cargo de Estanislao Zeballos).
Este ministro, que había fundado el Instituto Geográfico Argentino en 1879, estaba
particularmente familiarizado tanto en los temas limítrofes como en asuntos
cartográficos. Considérese sintomático de su perfil el hecho de que a su llegada a la
cancillería ordenó la reorganización de la mapoteca y la elaboración de un catálogo de
mapas; y encargó esta tarea al ingeniero geógrafo Carlos Beyer75.
Al mencionado caso sobre el límite con Brasil en el mapa de Seelstrang y
Tourmente, se sumaron otros. En 1890, la presentación oficial del gobierno argentino
ante la Exposición de París incluyó el Mapa de la República firmado por Luis
Brackebusch76. En este mapa, el límite oeste de la Argentina (lindante con Chile) estaba
trazado según la demarcación realizada por Bertrand (geógrafo francés asesor de la
cancillería chilena), que, a su vez, era la traza recuperada por Seelstrang. El hecho
sirvió a Chile en sus reclamos y, a raíz de ello, el ministro de Relaciones Exteriores
Zeballos lo desautorizó y quitó de circulación, con una recomendación explícita al
Ministerio de Instrucción Pública para que adopte medidas contra su autor en su
calidad de profesor universitario77.
En ese entonces, funcionaban dos comisiones bilaterales de límites: una con
Brasil y otra con Chile. Ambas realizaban tareas de mensura y levantaban planos
topográficos que se discutían en las comisiones binacionales. Pero esos resultados
cartográficos, en su carácter de documentos técnicos, eran de circulación restringida, y
por tanto no solían ser volcados en la producción de otras cartografías. Con la
intención de resolver esas diferencias, el 21 de diciembre de 1891 se creó la Oficina de
Límites Internacionales, bajo la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores. Su
75
Decreto 7 de diciembre de 1891. Sanz, 1985: 19.
76
Luis Brackebusch (1849-1906) fue un geólogo nacido en Northeim (Alemania). Después de haberse graduado en la
Universidad de Gotinga, trabajó como geólogo auxiliar en el Instituto Geológico de Prusia. En 1872 llegó a Buenos Aires
contratado por el gobierno con el objetivo de participar en diversos emprendimientos científicos. Sucedió a Alfred
Stelzner en la cátedra de Mineralogía y Geología de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Provincia
de Córdoba; en 1880 es nombrado decano de la misma Facultad y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de
Córdoba. También colaboró con la Sociedad Científica Argentina. Su producción cartográfica incluye las siguientes
publicaciones: Plano General de la Provincia de Córdoba, escala 1 : 1.000.000 (1876); Mapa interior de la República
Argentina, construido sobre los datos oficiales y sus propias observaciones, escala 1 : 1.000.000 (1885), Mapa General
de la República Argentina y de los países limítrofes (1889) con 13 láminas; Relieve de la República, en yeso, escala
1:1.000.000 (1889) y Mapa Geológico de la República, publicado por la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba.
77
Sanz, 1985.
123
dirección quedó a cargo del capitán de fragata Carlos M. Moyano78. Entre sus
principales funciones, la oficina debía: a) reunir y organizar todos los datos históricos,
geográficos y topográficos concernientes a las fronteras de la República; b) asegurar el
trazado de los límites internacionales según títulos y derechos de los tratados sobre
fronteras en el mapa de la República; c) coordinar las tareas de las comisiones de
límites (Brasil, Chile) y conservar los materiales elaborados por ellas.
Tanto las comisiones como la Oficina de Límites llevaron adelante demarcaciones y triangulaciones en zonas de frontera: comisiones argentino-brasileñas efectuaron reconocimientos y determinaciones astronómicas en la región comprendida entre
los ríos Pequirí y San Antonio (1887-1888) y, más tarde, se realizaron operaciones de
demarcación realizadas bajo la dirección del ingeniero Ezcurra (1901-02). En la
frontera chilena se desarrollaron operaciones de demarcación (1892-1906) para la
ejecución del tratado suscrito en 1881, en diversas zonas de la Cordillera de los Andes
desde la latitud 23° hasta la parte austral de Tierra del Fuego. En las fronteras con
Paraguay y Bolivia hubo operaciones y trabajos de base entre 1894 y 1907. Si bien
parte de esa cartografía fue publicada en las Memorias e Informes correspondientes79,
en la mayoría de los casos siguieron siendo documentos de circulación restringida.
En una coyuntura de conflicto con los países vecinos y de arbitrajes de terceros,
la vigilancia sobre la cartografía de firma nacional se volvió un problema acuciante. Los
antecedes de Chile y Brasil significaron un alerta para las autoridades y, en 1893, un
nuevo decreto establecía que los trabajos sobre geografía nacional (y eso incluía
especialmente la cartografía) serían reconocidos como oficiales sólo si estaban
acompañados por una declaración especial del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y
queda claro que esa declaración se obtendría sólo si el mapa era congruente con la
posición oficial respecto de los reclamos80. Esta medida ponía a resguardo la diplomacia
frente a la circulación de obras que habían sido enfática y públicamente apoyadas por el
gobierno. Y no fue la única: desde entonces, fueron reiteradas las intervenciones
normativas sobre la imagen cartográfica81. Para el cumplimiento de estas disposiciones
se recurría a los planos elaborados por las comisiones y recopilados por la Oficina de
Límites.
En suma, estos episodios diplomáticos y los ensayos institucionales y normativos
que buscaron apuntalar la producción cartográfica oficial no hacían sino poner de
relieve las dificultades que acarreaba el hecho de no contar con una cartografía
78
Moyano, que había viajado por la Patagonia entre 1877 y 1880, publicó la Carta General de la Patagonia en 1881. Fue
presentada en los salones del Instituto Geográfico Argentino y reproducida en las páginas de su boletín. También fue el
Comisario de la República Argentina en la Exposición de Geografía de Venecia de 1881.
79
Por ejemplo, La frontera argentino brasileña. Estudios y demarcación general 1887-1904. División de Límites
Internacionales. Tomo I. Buenos Aires, 1910 Impreso en Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional.
80
“A raíz de estas disposiciones gubernamentales, es que algunos mapas argentinos que erróneamente indicaban a las
islas Lennox, Picton y Nueva como chilenas, las muestran en adelante correctamente como argentinas” (Sanz, 1985: 22).
81
Un análisis de las disposiciones legales que afectaron la producción y la imagen cartográfica del estado argentino,
véase Mazzitelli y Lois, 2004.
124
topográfica de base geodésica sobre la que establecer claros criterios de demarcación
limítrofe. Y también dejan en evidencia las implicancias políticas asociadas a la imagen
territorial consagrada en la cartografía.
La Patagonia: la pieza que completa el puzzle cartográfico
de la Argentina moderna
Tal vez una de las modificaciones más evidentes entre las primeras cartografías
de la Argentina asumidas como oficiales y las que se hicieron hacia fines del siglo XIX
es la incorporación definitiva e irrevocable de la vasta superficie patagónica. En este
aspecto, el punto que divide aguas en la historia de la cartografía argentina es el ya
comentado mapa de Seelstrang y Tourmente (1876). Más arriba se ha señalado que los
objetivos de esa publicación (un encargo oficial para participar en la exposición
internacional de Filadelfia) probablemente sirvan para explicar el rediseño -que implicó
la incorporación de la Patagonia- de la imagen cartográfica de la República Argentina.
Si bien la singularidad de haber incluido la Patagonia en el mapa general puede ser
relevante en sí misma, aquí interesa más señalar que esa incorporación sintetiza un
momento bisagra, a partir del cual es posible distinguir un antes y un después en los
modos de representar los terrenos patagónicos.
Como se ha mencionado, el atlas de De Moussy (1863) no incluye la Patagonia
en la lámina general de la Confederación. En cambio, tiene dos láminas que
comprenden territorios patagónicos. La primera es Carte du territoire indien du sud et de
la région des pampas y la segunda, Carte de la Patagonie et des archipels de la Terre de Feu.
[Figura 6] .La primera llega hasta poco más de los 41° de latitud Sur82: La segunda
forma una unidad geográfica genéricamente denominada Patagonie, es decir, con un
topónimo que por entonces ya tenía una tradición de más de tres siglos en la cultura
europea y, en particular, en las representaciones europeas de Sudamérica83, y que no
evocaba ninguna forma de administración política colonial.
La Carte du territoire indien du sud tiene una leyenda que sigue el estilo de código
nomenclado: a cada ícono le corresponde una categoría. Algunos de esos íconos se
repiten en la mayoría de las láminas (como “Capitale de province”, “Ville”, “Bourg”)
pero aparecen otros: algunos de ellos remiten a la situación local (e.g. “Fort devenu un
bourg”, “Fortin et garde avancée” y “Campement d’Indiens”) y otros, al medio físico
(“Cascade ou rapide”, “Terrains inondés”, “Bouquets de bois”, etc.). Además de la
mencionada localización de tribus indígenas identificadas en toda la superficie del
mapa, abundan las inscripciones que afirman taxativamente el desconocimiento
82
Este límite corresponde con la ocupación territorial efectiva del Virreinato del Río de la Plata en vísperas de la
Revolución de 1810 (Lacaste, 2002: 237).
83
Es sabido que el topónimo Patagonia se originó en la leyenda de los gigantes descritos en el diario de Pigafetta que
relata la primera circunnavegación terrestre de la empresa Magallanes-Elcano (1519-1522).
125
geográfico y el dominio indígena84. Esto se repite –y aun se acentúa-en la lámina
siguiente, donde se remarcan las condiciones desérticas de la estepa patagónica85 y el
predominio indígena86. Este énfasis llega a un punto tal que se ha eliminado la típica
leyenda que hay en las láminas de los atlas para explicar el código iconográfico y se la
ha reemplazado por un texto que, por si hacía falta todavía, hace un balance de la
relación entre la ocupación indígena y la de los hombres blancos claramente volcado
hacia la capacidad de control territorial de los primeros87. En este mapa, las escasas
señales de la ocupación blanca se concentran al norte del Río Negro (son
principalmente fortines). Y es preciso aguzar la mirada para encontrar otras
inscripciones de este tipo más al sur88.
En el Atlas del Instituto Geográfico Argentino89, la Patagonia no es una unidad
geográfica ni política ni administrativa, sino que aparece seccionada en gobernaciones.
A continuación de las catorce provincias tradicionales, se suceden las hojas de la
Gobernación del Neuquén (lámina XXIII), la Gobernación del Río Negro (lámina
XXIV), la Gobernación del Río Chubut (lámina XXV), la Gobernación de Santa Cruz
84
Algunos ejemplos : “Désert du Sud qui n’est parcouru que par les nomades”; “Plaine non explorée. Les Indiens la
disent être aride et sans pâturages une partie de l’année. Tout le terrain entre le Rio Negro et le Rio Colorado est jusqu'à
présent peu connu”; “Ces fortins n’existent plus, mais on va les rétablir”.
85
“Désert salé”, “Région sallenneuse et aride, véritable désert, qui n’est traversé que par les nomades”, entre otras.
86
“La Patagonie Boréale n’est connue que par les rapports des Indiens”.
87
La leyenda afirma con elocuencia: “Il n’existe d’autres points habités dans la Patagonie que Carmen, sur le Rio Negro,
et la colonie chilienne de Punta-Arenas, dans la Péninsule de Brunswich, à l’extrémité du continent. Les autres points que
nous avons marqués pour l’exactitude historique, telles que les colonies de Viedma, les fortins de la côte et du Rio Negro,
sont tous inoccupés maintenant. En Araucanie, il n’existe au pouvoir des Chrétiens que la ville de Valdivia, sur la côte.
Les colonies Allemandes commencent seulement a s’étendre et sont en dehors du domaine des Araucans.” [No existen
otros puntos habitados en la Patagonia más que Carmen, sobre el Río Negro, y la colonia chilena Punta Arenas, en la
península de Brunswich, en el extremo del continente. Los otros puntos que hemos marcado para exactitud histórica, tales
como las colonias de Viedma, los fortines de la costa y del Río Negro, están todos desocupados ahora. En Araucanía, no
existe bajo el poder de los cristianos más que la ciudad de Valdivia, sobre la costa. Las colonias alemanas comienzas
apenas a extenderse y están fuera del dominio de los araucanos.]
88
En la lámina Carte de la Patagonie son muy escasas las leyendas que indican modos y tiempos de la ocupación blanca
de la Patagonia. Unas pocas marcas, tales como “Ancien F. abandonné” y “Colonie projectée”, dan cuenta de las
intenciones políticas de ocupar y colonizar esos territorios. Hay algunas colonias, acompañadas por lo que parece ser su
fecha de fundación (“Colonie de la Piedra, 1779”, “Colonia de Viedma, 1780”). Sólo se consigna un itinerario de
expedición (“Route suivi par Viedma en 1781”). Como señala Pablo Lacoste, por esas fechas se habían registrado los
últimos intentos de colonizar la Patagonia: aunque una Real Cédula de 1570 autorizaba a la gobernación de Buenos Aires
a descubrir y poblar todas las costas patagónicas hasta el paralelo 48°, fue recién en torno a los años 1770’s en que
convergieron varios factores que estimularon el interés por esas tierras. Tanto la rivalidad con Inglaterra como la
publicación de los textos de Ambrosio Higgins (1767) y Thomas Falkner (1778), alentaron la fundación de cuatro
poblados. Pero en pocos años fueron desmantelados por los altos costos y la difícil administración que podía sostener
Buenos Aires (Lacoste, 2002: 230-237).
89
Aunque las láminas comenzaron a publicarse en 1886, el Atlas lleva como fecha de edición 1892. Sin embargo, la
lámina de Tierra del Fuego e Islas Malvinas está datada en 1893.
126
(lámina XXVI) y la Gobernación de la Tierra del Fuego e Islas Malvinas (lámina
XXVII)90.
Figura 6
90
La Gobernación de Misiones cierra la serie de láminas del atlas del IGA.
127
El atlas no incluye descripciones geográficas, pero mantiene la estructura clásica
del género: la primera parte, texto; la segunda, láminas. En la primera parte se detallan
las fuentes utilizadas: hay una exhaustiva lista de referencias cartográficas y, a
continuación y bajo el subtítulo “Límites”, se indican los tratados y las leyes que
fundamentan la traza de líneas limítrofes (tanto entre distritos nacionales como
respecto de los países vecinos). En las láminas patagónicas, la división entre
gobernaciones se apoya en la “Ley del Congreso de octubre de 1884”93; y para la
demarcación argentino-chilena que toca a cada gobernación se repite la siguiente
fórmula: “Con la República de Chile: Tratado de 23 de julio de 1881. Estando
desconocida casi totalmente la cordillera de los Andes en esa parte, figuróse la línea
divisoria según los conocimientos actuales, sin que por eso quiera establecerse
antecedente alguno”. En los mapas de estas gobernaciones, a pesar de insinuar el límite
internacional con colores diferentes, una leyenda visible repite insistentemente “Límite
sin fijar”. Para las Malvinas, además de invocar la ley de Territorios Nacionales (para
el límite con Santa Cruz) y el tratado de 1881 (para el límite con Chile), añade: “Las
islas Malvinas hánse agregado a este mapa por los antiguos y bien fundados derechos
que tiene la República sobre ellas” (25).
La selección de las fuentes revela, en todos los casos, un minucioso conocimiento
de las más recientes cartografías. Como es de esperar, la mayor parte de esos croquis y
planos tienen firma de militares (algunos de ellos fueron publicados en hojas o
incluidos en informes, pero también se cita cartografía manuscrita). Asimismo, entre
las fuentes se mencionan oficinas públicas, como el Departamento de Ingenieros Civiles
y la Dirección de Tierras y Colonias, y privadas, como las empresas ferroviarias. No
falta, por supuesto, la obligada cita de los planos que acompañan el Tratado de 1881.
Los mapas extranjeros están casi restringidos a aquellos publicados en la Revista
Geográfica de Petterman (Gotha) en los años inmediatamente anteriores a la publicación
del atlas, aunque es posible encontrar alguna otra referencia de cartografía extranjera
dispersa94. Y, en algunos casos, parece evidente que los mapas de origen extranjero
tienen lugar sólo cuando no hay información “nacional” disponible: en la lámina de la
Gobernación de la Tierra del Fuego e Islas Malvinas se consignan sólo seis fuentes:
dos son inglesas, una lleva la firma de Seelstrang, otra corresponde al conjunto de
planos levantados en ocasión de la “expedición austral argentina” de 1883, y las dos
últimas son documentos implicados en el tratado de 1881.
En las láminas, cada una de las gobernaciones tiene una subdivisión territorial
en departamentos. Todas comparten un criterio muy peculiar para el trazado
93
Refiere a la Ley Orgánica de los Territorios Nacionales n° 1532.
94
Es el caso del Atlas de la Geografía Física de Chile, de A. Pissis, del que se cita el mapa de Neuquén 1 : 25.000 (IGA,
1886: 21).
128
interdepartamental: las líneas están trazadas en forma geométrica (siguiendo líneas
paralelas o meridianas) o “geográfica” (siguiendo cursos de ríos). Con la sola excepción
de la lámina de la Gobernación del Río Negro, todos los departamentos de las
gobernaciones patagónicas llevan designaciones que ilustran la voluntad de imponer
una nueva racionalidad territorial que hace tabula rasa del pasado indígena e impone
criterios ordenadores nuevos y funcionales a la gestión estatal (e.g. “Departamento 1°”,
“Departamento 2°”, etc.95, y “Departamento Capital” y “Departamento Sud”96). Parece
que la falta de una historia que conformase las expectativas políticas del momento fue
suplida por un trazado territorial nuevo que ignora el pasado y por una toponimia
departamental de aspecto aséptico97. En otras palabras: delimitación
interdepartamental y toponimia parecen huellas de una conquista cartográfica que
todavía estaba lejos de haberse plasmado en una realidad tangible…
La lámina de Río Negro ofrece una variante respecto de lo que se acaba de
afirmar: si bien el trazado de las líneas interdepartamentales también parece el
resultado de operaciones gráficas sobre el papel más que el resultado de procesos
históricos y realidades administrativas, sus topónimos remiten, de diferentes maneras,
al imaginario nacional: próceres y efemérides sirven para bautizar esas unidades
administrativas98. También es la que lleva la fecha más temprana (1886).
Como es habitual en los atlas, las leyendas están estandarizadas, es decir, repiten
una fórmula con escasas variaciones. Y como es habitual en este tipo de atlas
nacionales, las leyendas de estas láminas no reflejan la realidad de esos territorios de
tradición indígena sino el imaginario civilizatorio que se proyecta sobre el mapa99: las
leyendas de las láminas de Neuquén y Río Negro indican “Ferrocarriles en
exploración”, “Ferrocarriles proyectados”, “Caminos carreteros”, “Sendas”,
“Telégrafos”, “Rutas de exploradores” y Paraderos indios”. Las de Chubut y Santa Cruz
replican ese perfil pero reducen las categorías hasta su mínima expresión100: en la
95
Son los casos de Neuquén y Santa Cruz. La lámina de Neuquén, además, muestra una subdivisión del Departamento 5°
en 35 unidades menores que tienen forma cuadrada (apenas modificada cuando el límite departamental es el curso de un
río).
96
Es el caso de Chubut.
97
Tal vez no sea demasiado osado sugerir que esto de “borrar y dibujar de nuevo” tiene algunas resonancias del caso
francés post revolucionario. Probablemente el más célebre antecedente de este tipo de estrategia de re-ordenamiento
territorial es la división departamental de Francia (e incluso los arrondisement de París, numerados en forma circular)
tras la Revolución Francesa (1789). Ambas operatorias tuvieron la deliberada intención de eliminar cualquier vestigio de
organizaciones territoriales del Antiguo Régimen (Rosanvallon, 1992).
98
Los departamentos de la Gobernación de Río Negro son: “Bariloche”, “Nueve de Julio”, “Veinticinco de Mayo”,
“Coronel Pringles”, “Avellaneda” y “General Roca”.
99
En un trabajo anterior (Lois, 2002) se ha desarrollado esta hipótesis para el caso chaqueño.
100
En la lámina de Chubut dice: “Ferrocarriles en exploración”, “Caminos”, “Sendas”, “Rutas de exploradores” y
“Paraderos indios” (se eliminan “Ferrocarriles proyectados” y “Telégrafos”). La lámina de Tierra del Fuego e Islas
Malvinas sólo tiene la escala y no lleva leyenda.
129
lámina de Santa Cruz sólo se indican “Rutas de exploradores” y Paraderos indios”, lo
que parece sintetizar crudamente la oposición binaria de civilización y barbarie.
Los interiores de cada gobernación aparecen casi desprovistos de topónimos,
pero el sombreado que ilustra el relieve montañoso recrea la ilusión de “relleno”, de
manera análoga a lo que representa la vegetación en los mapas chaqueños analizados
anteriormente.
Finalmente, la secuencia cronológica de las láminas parece replicar un proceso
de avance territorial hacia el sur: la de Río Negro es de 1886; la de Neuquén, de 1889;
la de Chubut, también de 1889; la de Santa Cruz, de 1892; y la de Tierra del Fuego e
Islas Malvinas, de 1893101.
Estas láminas reinterpretan la Patagonia para integrarla a una Argentina
moderna. El diseño de estos mapas sugiere al lector interpretar esos territorios casi
ignotos en la misma clave que las históricas provincias argentinas, con lo que termina
por elevar el “estatus moral” de esas tierras bárbaras hasta transformarlas en
territorios, en piezas de un mismo rompecabezas.
Reflexiones finales
En las décadas centrales del siglo XIX, cartografías, manuales y descripciones
geográficas elaborados por viajeros y profesionales extranjeros proporcionaron –tanto
al público local como al europeo- las primeras imágenes de la geografía argentina.
Gran parte de esos emprendimientos individuales y colectivos fueron apoyados y
sostenidos por los gobiernos nacionales y, en algunos casos, sus responsables fueron
contratados e incorporados en diferentes cuadros de la burocracia estatal.
Pero hacia fines de siglo, esas cartografías dejaron de ser satisfactorias y, para
desautorizarlas, a menudo se recurrió al simplista argumento de que los extranjeros
producían mapas “erróneos por no estar comprometidos con la causa nacional”. Los
motivos que explicarían la emergencia temprana de afirmaciones de corte nacionalista
en temas relacionados con la producción de mapas parecen radicar en una combinación
de factores: por un lado, la inexistencia de cartografía oficial y los conflictos
diplomáticos centrados en cartografía producida en la Argentina por especialistas
extranjeros; por otro, la profesionalización del Ejército y la organización de programas
de formación de especialistas locales, que pronto aportaría una cantera de profesionales
dispuestos a trabajar articuladamente en un programa cartográfico centralizado. En ese
marco, se diseñó un nuevo territorio estatal, en el que se incorporaron los territorios
indígenas (conquistados o no): el Chaco, aunque había aparecido tempranamente en los
mapas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, empieza a ser representado con
íconos e inscripciones que no dan cuenta de su situación real sino del futuro que se le
prepara; la Patagonia, en cambio, es anexada cartográficamente casi al mismo tiempo
que se embiste militarmente contra las comunidades que allí habitaban.
101
En esta línea podemos incorporar la lámina que antecede a las aquí analizadas: la de la Pampa está fechada en 1886.
130
A diferencia del territorio indígena del Chaco (que ya en los primeros mapas de
la Confederación formaba parte de la imagen cartográfica que representaba el conjunto
del territorio del nuevo estado argentino), la inclusión de la Patagonia requería un
cambio de escala del mapa general. Sólo así era posible incluir la parte sur. Pero este
cambio de escala no beneficiaba la representación del resto, que eran territorios
conocidos y efectivamente organizados bajo el modelo estatal: al incluir la Patagonia,
las provincias y las otras gobernaciones disminuían su participación relativa en el mapa
general y, por tanto, se perdían detalles. Sin embargo, esa nueva imagen era coherente
con la política territorial (aunque probablemente fuera menos operativa desde el punto
de vista gráfico) y, por tanto, fue desde entonces la imagen impulsada por los proyectos
cartográficos que siguieron.
Pese a todos los esfuerzos orientados a producir un mapa general adaptado a los
cánones científicos contemporáneos, tras décadas de proyectos (y sus respectivos
ajustes), a mediados del siglo XX todavía no se había concluido un mapa topográfico de
la República basado en mediciones geodésicas y topográficas de primer orden102. Las
“buenas intenciones” de llevar a cabo un proyecto cartográfico en diálogo con los que
encaraban los principales estados modernos103, muchas veces se vieron truncadas por
coyunturas que se han zanjado no con innovaciones técnicas sino con iniciativas
políticas (desde títulos promisorios para los mapas que representaban los territorios
ganados a los indios hasta las leyes que fijaron el tipo de imagen cartográfica que se
publicará en el país).
Los mapas oficiales de la República Argentina (y, en particular, el proyecto de un
mapa topográfico a gran escala) han sido, en gran medida, el resultado de un “deseo
territorial” antes que el resultado de operaciones geodésicas. En el siglo XIX, los
mapas han conquistado y “civilizado” territorios antes que las fuerzas militares los
vaciaran de indios. De la misma manera, en el siglo XX (y aun en el siglo XXI), los
mapas oficiales expresan renovados deseos territoriales: en virtud de la legislación
vigente, los mapas oficiales suman una superficie territorial que representa casi el doble
de la superficie que se encuentra bajo dominio efectivo del Estado, porque incluyen
territorios, como las islas Malvinas y el sector Antártico, sobre los que el Estado no
ejerce soberanía pero cuyo reclamo ante la comunidad internacional sostiene.
102
Los aspectos técnicos y los derroteros políticos de la producción de cartografía topográfica en la primera mitad del
siglo XX que no están desarrollados aquí pueden consultarse en una versión diferente de este mismo trabajo publicada en
http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-52.htm.
103
Ese fue uno de los aspectos más destacados, incluso actualmente, por los miembros del IGM: “Es interesante el
estudio de este plan a fin de lograr la comprensión de unidad de pensamiento, donde el hecho de que una sola institución,
a través de una metodología ordenada científicamente, llevara a cabo el plan de unidad total. Esto se lograría, sin
necesidad de recurrir a otras entidades públicas o privadas, que, teniendo objetivos divergentes, atrasarían el resultado
final” (IGM, 1979: 56).
131
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134
Capítulo 4
HUELLAS DEL MAR EN LA TIERRA
LOS ESTUDIOS DE LOS ANTIGUOS TERRENOS MARINOS DEL TERRITORIO
PAMPEANO-PATAGÓNICO Y SUS FÓSILES, 1824-1900104
Leonardo SALGADO, Pedro NAVARRO FLORIA y Alberto C. GARRIDO
La existencia de moluscos marinos fosilizados, en superficie pero en puntos
alejados de la ribera rioplatense, o bien incrustados en lo alto de los acantilados del
litoral atlántico patagónico, llamó la atención de los primeros exploradores de nuestro
territorio. La gran cantidad de piezas coleccionadas, clasificadas e ilustradas, así como
la exactitud de las descripciones geológicas realizadas, dan cuenta del interés que esos
hallazgos suscitaron. Precisamente, algunos de esos fósiles y los estratos sedimentarios
en los cuales se hallaban contenidos, dieron lugar a los primeros estudios geopaleontológicos de importancia realizados en nuestro país.
En el viejo continente y hasta bien entrado el siglo XIX, este tipo de hallazgo se
contextualizaba en la tradición neptunista, es decir que esos estratos y sus fósiles eran
entendidos como el residuo de un antiguo océano, en cuyas profundidades se había
formado la mayor parte de las rocas de la corteza terrestre y labrado el relieve
continental. En este caso, la enorme cantidad de restos fósiles, enteros o desmenuzados
en forma de cascajos calcáreos, eran, para esos primeros exploradores, la prueba
incontestable de la antigua condición oceánica de nuestro territorio.
En este capítulo se reseñará una parte importante de la historia de las
investigaciones geológicas sobre Patagonia y la región pampeana: el período que
abarca los estudios realizados sobre los terrenos marinos terciarios y cuaternarios. Los
depósitos geológicos que se nombrarán a lo largo del texto guardan interés desde un
punto de vista histórico, no sólo por haber sido los primeros en ser estudiados
“científicamente”, sino porque, a partir de ellos, como se irá viendo, fue articulándose el
actual cuadro estratigráfico de la región pampeano-patagónica, proceso que, hacia los
últimos años del siglo XIX, estuvo animado por un interés casi obsesivo: el origen y
evolución de las faunas mamalianas sudamericanas105.
104
Los autores desean agradecer muy especialmente a la Dra. Ana Parras, y al Lic. Leandro M. Pérez por la valiosa
colaboración prestada en este trabajo.
105
Actualmente, se sabe que los niveles marinos del Terciario de Patagonia son varios, y que comprenden un lapso muy
amplio de tiempo (hay ingresiones en el Paleoceno, el Eoceno tardío, el Oligoceno-Mioceno medio temprano y el
135
El período que nos interesa abarca prácticamente todo el siglo XIX, desde las
primeras observaciones de d’Orbigny y Darwin, entre 1820 y 1835, hasta los
significativos aportes de Ameghino, entre 1880 y 1910. Los comienzos del siglo XX
presencian una creciente profesionalización de la geología, disciplina que, durante todo
el siglo anterior, había sido cultivada por personalidades de la más variada formación:
desde naturalistas viajeros –como Darwin y d’Orbigny–, hasta médicos –como Martin
de Moussy–, químicos –como Doering–, y paleontólogos-antropólogos –como
Ameghino–. A partir de 1907, con el descubrimiento del petróleo en Comodoro
Rivadavia, los estudios geológicos sobre el territorio se reorientaron mayormente hacia
ese recurso, y de algún modo, el interés paleontológico pasó desde ese momento a un
segundo plano, al menos en el ámbito la geología profesional.
Alcide d’Orbigny y su Voyage dans L’Amérique Méridionale
A Alcide d’Orbigny (1802-1857) debemos el primer informe geo-paleontológico
sobre el actual territorio argentino. Enviado por el Museo de París como explorador
viajero, su periplo abarcará el noreste argentino (las actuales provincias de Misiones,
Corrientes y Entre Ríos), el sur de la de Buenos Aires, y las costas del norte de
Patagonia (en la actual provincia de Río Negro). El viaje de d’Orbigny, al igual que el
de Charles R. Darwin (1809-1882), se inscribe en lo que Pratt (1997) denominó “la
vanguardia capitalista”, para designar a los primeros viajeros europeos llegados a
América Latina luego de las revoluciones independentistas finalizadas hacia 1824, con
el propósito de explorar nuevas posibilidades económicas.
El viaje de d’Orbigny comprendió el período 1826-1834, permanenciendo en el
actual territorio argentino entre los años 1827-1829. Sus observaciones y notas de
campo fueron publicadas, a su vuelta a Francia, en un tratado general de nueve tomos,
su Voyage dans L’Amérique Méridionale, de 1835-1847, dos de los cuales tratan sobre
geología y paleontología (d’Orbigny 1842). La etapa argentina del viaje de d’Orbigny
fue casi enteramente náutica, valiéndose de las dos principales vías navegables del
territorio, la cuenca del Paraná y del Plata, y el litoral Atlántico, hasta las costas del
golfo San Matías, en el norte de Patagonia.
Con relación a las exploraciones en la región del litoral, existían en tiempos de
d’Orbigny sólo dos antecedentes: el del militar aragonés Felix de Azara (1742-1821), y
el del botánico francés Aimé Bonpland (1773-1858). Sobre Patagonia, sólo se cita en el
Voyage la obra de Robert Fitz Roy Narrative of the Surveying of his Majesty’s ships
Adventure and Beagle de 1839 (cuyo tomo 3, Journal and Remarks, 1832-1836, contiene el
Mioceno tardío temprano), y entre los cuales se intercalan niveles continentales en un complejo marino-continental de
hasta 1200 m de espesor (Del Río 2004).
136
diario de viaje de Charles Darwin) (idem:14). Al momento de iniciar sus respectivos
viajes, ni d’Orbigny ni Darwin contaban con el trabajo del otro: las referencias
cruzadas fueron sin duda introducidas en el transcurso de la producción de sus
respectivos volúmenes, una vez de vuelta en Europa.
Desde Buenos Aires, d’Orbigny recorrió el río Paraná a bordo de una goleta
hasta Corrientes, región en la que permaneció durante casi un año. Desde allí, llegó
hasta las Misiones –que por entonces pertenecían a la provincia de Corrientes– en una
frágil piragua, tomando notas de campo y coleccionando numerosas muestras
geológicas: describió rocas ígneas formadas, según él, durante los llamados tiempos
primordiales (idem:266), mencionadas en los antiguos informes de Bonpland.106
En Corrientes compró una pequeña embarcación con la que navegó río abajo el
Paraná y desde donde inspeccionó los estratos geológicos que se le revelaban, sobre
todo en los acantilados de la margen izquierda. En toda esta región, d’Orbigny
distinguió un terreno prácticamente llano, el cual, pensó, debía esconder una geología
igualmente uniforme (idem:28). Observó en este territorio que las barrancas se
componían principalmente de una roca rojiza, cuarzosa, friable, ferruginosa, carente de
fósiles –a la que dio el nombre de grès ferrugineux (idem:30)–, la cual, en algunos
sectores, alcanzaba los seis metros de espesor (idem:33). Esas rocas, precisamente, eran
las que se habían empleado en la construcción de varios edificios importantes de la
ciudad de Corrientes (idem:31)107. Por encima de la grès ferrugineux, d’Orbigny
distinguió una capa de caliza hidratada –su calcaire à fer hydraté–, y luego una capa de
arcilla yesosa impermeable –a la que dio el nombre de argile gypseuse grise–: consideró a
esta última la responsable de la formación de los extensos pantanos o “esteros” que
caracterizan el interior de Corrientes. Observó también que las capas superiores a la
grès ferrugineux iban perdiendo importancia hacia el sur de la ciudad de Corrientes
(idem:34).
Geológicamente, ambas márgenes del Paraná eran muy diferentes, siendo la
derecha siempre muy baja, carente de barrancos. Sobre esta última, incluso a varias
leguas de la costa, d’Orbigny reconoció sólo depósitos correspondientes a su argile
pampéene, un sedimento característico del subsuelo de la llanura rioplatense108, y en
ningún lado la piedra rojiza ferruginosa que había registrado en Corrientes. Luego de
106
Sin duda, d’Orbigny estaba observando los basaltos de la Fm. Serra Geral, los cuales forman el lecho de varios ríos del
norte y oeste mesopotámico, produciendo una serie de saltos, entre otros las Cataratas del Iguazú.
107
Este horizonte corresponde actualmente a la formación Ituzaingó, la cual, según Herbst (2000), correspondería al
Plioceno medio-superior.
108
Actualmente, su argile pampéene no corresponde a una única Formación, sino que adopta diferentes nombres. En la
Provincia de Entre Ríos, se conoce como Formación Hernandarias de edad Pleistocena, en la ciudad de Buenos Aires,
formaciones Ensenada y Buenos Aires.
137
Bella Vista, la margen izquierda del Paraná continuaba mostrándole sus capas
geológicas; la calcaire à fer hydraté estaba allí muy reducida y la argile gypseuse grise era
casi inexistente; sólo vio restos de una capa de piedra ferruginosa que supuso
equivalente a la grès ferrugineux (idem:35).
Unas cinco leguas al norte de Cavallú Cuatiá, en el Arroyo Verde, ya en la
Provincia de Entre Ríos, comenzó a observar, en las partes inferiores de la barranca,
una capa marina de dos metros (idem:36)109 –su grès tertiaire marin–, con restos fósiles
correspondientes a dos géneros de moluscos marinos: Ostrea y Venus, además de
abundante madera fósil (idem:36)110. Por encima de este estrato, el explorador francés
distinguió otra capa de roca, de donde extrajo, en la localidad de Feliciano –al norte de
Bajada del Paraná y al sur de Cavallu Cuatiá (idem:113)–, el húmero de un gran
mamífero ungulado, al que más tarde denominará, junto con Charles L. Laurillard
(1783-1853), Toxodon paranensis (idem:36)111, uno de los primeros mamíferos terciarios
hallados en territorio argentino. El hueso hallado era prácticamente idéntico al de
Toxodon platensis112 recogido por Darwin en cercanías del arroyo Sarandí, en Uruguay,
y en proximidades de la actual ciudad de Bahía Blanca, descripto por Richard Owen
(1804-1892), aunque proveniente de un nivel inferior. Al igual que el explorador inglés,
el francés creyó que estaba frente a una forma “intermedia” entre roedores y
paquidermos.
La roca de donde extrajo el hueso del Toxodon se continuaba por tramos en una
caliza que pasaba a una arcilla en sus partes superiores. D’Orbigny supuso que el
conjunto de los estratos que se exponían entre Cavallu Cuatiá y el arroyo Las
Conchitas, localidad próxima a la Bajada, se disponían sobre los de Bella Vista y
Corrientes (idem:37)113.
Al sur del río Las Conchitas identificó una capa de piedra cuarzosa con muchos
restos de peces, restos de moluscos marinos y madera petrificada. En esa capa –a la que
denominó grès ostreén (idem:38)– d’Orbigny registró una serie de moluscos: Pecten
109
Según d’Orbigny, los términos superiores de este nuevo depósito no se corresponderían con los estratos expuestos en
Corrientes. Como veremos, el francés pensaba que el tertiaire patagonien se sobreponía al tertiaire guaranien, por lo
tanto, en la Bajada del Paraná –actual ciudad de Paraná, Entre Ríos–, este último debería encontrarse en el subsuelo.
110
Estos restos fósiles, los primeros que d’Orbigny registra en territorio argentino, seguramente corresponden a la
Formación Paraná, de edad Mioceno Medio. En la provincia de Buenos Aires, esta misma unidad se encuentra en
subsuelo.
111
Restos que seguramente provienen de lo que actualmente se conoce como “conglomerado osífero”, la parte inferior de
la Formación Ituzaingó (Cione et al. 2000).
112
Los nombres de las especies fósiles han sido mantenidos en su versión original. Como irá viéndose a lo largo del
trabajo, varios de ellos son escritos de un modo ligeramente diferente, de acuerdo con los distintos autores.
113
Como hoy se sabe, los depósitos fosilíferos de Entre Ríos (Formación Paraná) son, en realidad, inferiores con relación
a los de Corrientes (Formación Ituzaingó).
138
paranensis, Pecten Darwinianus, Ostrea patagonica y Ostrea Alvarezii. Eran sólo unas
pocas especies, pero representadas por un gran número de ejemplares. Por encima del
grès ostreén se disponía otra capa, la calcaire arénifère, con muchos fósiles, sobre todo en
su banco inferior; había allí restos de Ostrea Alvarezii, Venus Munsterii, Arca
Bonplandiana, y Cardium platense.114
Sobrepuesta a la “caliza arenífera”, d’Orbigny encontró una gruesa capa de
piedra cuarzosa friable, su grès quartzeux, de tres a cuatro metros de espesor,
desprovista de fósiles. Por encima de todo, finalizando la secuencia, halló una capa
arcillosa calcárea rojiza (ausente en Corrientes) que, a partir de su contenido fósil,
reconoció como la argile pampéene. A las diez o doce leguas al sur de Bajada, debido a la
desaparición de los acantilados (idem:38), d’Orbigny debió manejarse con información
geológica del subsuelo, obtenida, sobre todo en el ámbito bonaerense, de perforaciones.
Basado en lo observado en Corrientes y Entre Ríos, el explorador francés dividió
el sistema Terciario en tres: 1, tertiaire guaranien (Terciario guaraní), inferior, sin
restos fósiles (los estratos que observó en Corrientes, grès ferrugineux, calcaire à fer
hydratè, y argile gypseuse grise, pertenecen a este sistema) (idem:39); 2, tertiaire patagonien
(Terciario patagónico, integrado por sus pisos grès ostréen y calcaire arénifère, llamado
de ese modo por ser el único de los tres sub-sistemas que, como veremos, registró en el
norte patagónico), con una alternancia de capas marinas y capas conteniendo
osamentas de mamíferos y madera; y 3, la argile pampéene. En la zona sur de Santa Fe,
el propio d’Orbigny había encontrado, en este último estrato, restos de Megatherium,
Canis, Ctenomys bonariensis, y Kerodon antiquum (idem:42)115.
La relación entre esos tres sub-sistemas podía observarse claramente, según
d’Orbigny, en diferentes puntos de la América Meridional. En la zona de Chiquitos –
actual Bolivia–, el tertiaire guaranien se apoyaba sobre rocas gnéisicas, mientras que en
la zona de Misiones lo hacía sobre rocas de origen ígneo (idem:69).
En Bajada y en otros puntos aledaños, la argile pampéene se apoyaba directamente
sobre el tertiaire patagonien (idem:42 y 70), mientras que este último lo hacía sobre el
tertiaire guaranien (idem:71). Como se ha visto, la argile se extendía sobre toda la
llanura chaco-pampeana, lo que llevó a pensar a d’Orbigny que el levantamiento de
Corrientes y Entre Ríos –que le era evidente, a partir de la gran altura de los barrancos
de la margen izquierda del Paraná, y del hecho de que, en esos acantilados, toda la
secuencia se encontraba levantada con relación a la margen derecha– se había
producido luego de la acumulación de los depósitos marinos del tertiaire patagonien y
114
Actualmente, la calcaire arénifère es una facies de la Formación Paraná (Aceñolaza 2000).
115
Como se ha visto, d’Orbigny suponía que los niveles que se encontraban expuestos en Corrientes eran más antiguos
que los que se presentaban en Bajada: en realidad, hoy se sabe que es a la inversa: la Formación Ituzaingo (expuesta en
Corrientes) es estratigráficamente más alta que la Formación Paraná (en Entre Ríos).
139
antes de la formación de la argile pampéene, a través de una falla por la que corría el río
Paraná. No le preocupó mayormente que, en Entre Rios, el depósito de la argile
pampéene se encontrara a mayor altura que en Santa Fe y Chaco (idem:figura 4): se verá
más adelante cómo d’Orbigny explicó el modo en que esto pudo producirse.
Hacia el Sur, dejando la provincia de Entre Ríos, ya en Buenos Aires y a la altura
de San Pedro, d’Orbigny encontró, a unos treinta metros por encima del nivel del río,
pequeñas acumulaciones de una importante almeja, la Azara labiata116, que en nuestros
días habita en el Río de la Plata, en cercanías de Buenos Aires. Estos bancos
conchíferos, algunos de los cuales llegaban a los tres metros de espesor (idem:44), se
apoyaban invariablemente sobre la argile pampéene, la cual, en Buenos Aires, según los
datos obtenidos de un pozo realizado en la década de 1820, alcanzaría los treinta
metros de espesor (idem:51)117.
A diferencia de Darwin, d’Orbigny no pudo internarse en territorio bonaerense
debido a las difíciles circunstancias políticas de la provincia posteriores a la caída de
Rivadavia (idem:48). El inglés, en cambio, contaría con un salvoconducto de Juan
Manuel de Rosas, y recorrería por tierra el territorio comprendido entre el río Negro y
Bahía Blanca. En este sentido, mucho de lo que d’Orbigny conoció de la geología de la
Provincia de Buenos Aires –y, como veremos, de las costas patagónicas– fue en base a
observaciones incluidas en el Journal and Remarks de Darwin. También fue sumamente
útil la ayuda prestada por Narcise Parchappe, un ingeniero y agrimensor francés que
había participado como ingeniero militar en la fundación de Cruz de Guerra y de la
fortaleza Protectora Argentina, actual ciudad de Bahía Blanca. Parchappe, quien había
hecho amistad con d’Orbigny en Corrientes, suministró al naturalista información
sobre el interior de la Provincia, desde el Salado hasta Bahía Blanca. Fue también
Parchappe quien le informó de la existencia de dunas de hasta treinta metros de altura
al sur del río Salado, cuyo origen era, para d’Orbigny, explicable en los mismos
términos que en el caso los bancos de almejas observados en San Pedro: el avance del
mar sobre el interior del territorio. Parchappe también dio datos sobre la composición
del subsuelo del sur bonaerense, obtenidos de perforaciones efectuadas en Bahía
Blanca. D’Orbigny comprendió que la argile pampéene se continuaba en el sur de la
Provincia; en rigor, no el mismo depósito que se presentaba en el resto de la llanura,
sino uno equivalente.
D’Orbigny creía que, hacia el sur de la Provincia de Buenos Aires, la argile
pampéene (o el depósito equivalente) se apoyaba sobre rocas más antiguas. Los sistemas
116
En la actualidad, A. labiata es un sinónimo junior de Erodona mactroides, un corbúlido de las costas del Rio de la
Plata (Scarabino 2003).
117
Hoy se sabe que existen varios depósitos marinos en el post-pampeano de Buenos Aires. En los alrededores de San
Pedro, aflora la Formación Querandí (resto de un antiguo “mar Querandinense”), de unos 13.000 a 6.000 años.
140
graníticos de Tandil y la Sierra de la Tinta eran, para él, peñones en un extenso “mar”
de arcilla pampeana. Relacionó el sistema rocoso de Tandil con el de Montevideo y, a
partir de informaciones verbales de Parchappe sobre la composición litológica de la
Sierra de la Tinta, sospechó que ésta última podía corresponder a un sistema más joven
aún. Era posible que se tratara de rocas cretácicas, como las que existían en Tierra del
Fuego y, tal vez, en los Andes mendocinos (idem:47).
La información sobre la sierra de la Ventana que d’Orbigny no pudo obtener de
Parchappe, la tomó del Journal and Remarks de Darwin, como dijimos, a su regreso a
Francia. Darwin, según parece, opinaba que el sistema de la Ventana se había elevado
con simultaneidad a la depositación de la argile. D’Orbigny se oponía a esta idea: para
el francés, como se vio, la argile se habría depositado, en el sur bonaerense, en las áreas
bajas comprendidas entre elevaciones preexistentes que sobresalían como islotes
rocosos.
Otras fuentes de información de d’Orbigny fueron el piloto navarro Pablo Zizur
(1743-?) y el explorador chileno Luis de la Cruz (1768-1828), dos funcionarios
coloniales que se habían internado en la Pampa décadas antes y cuyos diarios se habían
publicado en Buenos Aires. Entre otras cosas, los informes de estos personajes
contenían datos sobre la extensión geográfica de la argile pampéene y los terrenos
terciarios. Específicamente, Zizur118 dio información sobre el posible límite sudoeste de
esos depósitos (hasta la laguna Las Salinas, a los 37º grados 12 minutos de latitud
meridional, y los 66º grados de longitud occidental de París, en la zona de las lagunas
existentes actualmente en el oeste de la Provincia de Buenos Aires y este de La
Pampa), mientras que De la Cruz hizo lo propio con el límite noroeste (los ríos Quinto
y Segundo); d’Orbigny complementará estos datos con los aportados por los
aborígenes.
De especial interés eran para d’Orbigny los restos de grandes mamíferos
hallados por Darwin en la zona de Punta Alta, en los alrededores de Bahía Blanca,
como megaterios y toxodontes. Darwin había interpretado, en su Journal and Remarks,
que esos especimenes, así como los restos marinos asociados –todos pertenecientes a
especies actuales– se encontraban in situ. Además, el inglés pensaba que era
perfectamente posible que todos esos animales vivieran en una misma época, lo que
además era coherente con la idea de Charles Lyell que, en general, las especies de
mamíferos tenían una existencia más breve que las de invertebrados119. Para Darwin,
118
La misión de Zizur era registrar las lagunas y las salinas de la llanura bonaerense (v. De Angelis 1972, VIII-A:431479).
119
Darwin (1935:114) cita la “Ley de Lyell”: “(the) (l)ongevity of the species in the mammalia, is upon the whole
inferior to that of the testacea”. En los Principles of Geology de Lyell (1830-1833, III c.5, p. 49) se indica lo siguiente:
“we even find the skeleton of extinct quadrupeds in deposites wherein all the land and fresh-water shells are of recen
141
los moluscos actuales ya existían antes de la desaparición de esos mamíferos; d’Orbigny
opinaba, en cambio, que, o bien los restos de los moluscos colectados por Darwin en
Bahía Blanca habían sido mal identificados y pertenecían a especies diferentes de las
actuales, o los mamíferos y moluscos pertenecían a tiempos distintos. Al final, terminó
inclinándose hacia esta última posibilidad (idem:49): los esqueletos habrían llegado
flotando y se habrían depositado en arcillas –la argile pampéene–; luego de la
compactación, el mar lo cubrió todo, destapando ligeramente los restos, de manera que
los antiguos esqueletos se vieron cubiertos de serpulas y de moluscos pertenecientes a
especies actuales. Como se ve, d’Orbigny no pensaba que los restos de mamíferos
estuvieran redepositados, sino que creía que había habido un descubrimiento parcial y
un posterior recubrimiento.
En el capítulo V del Voyage, d’Orbigny se ocupa de la geología de la Patagonia
septentrional (idem:53). Los ocho meses que permaneció en Carmen de Patagones con
el propósito específico de estudiar a los “patagones” (Navarro Floria 2005) le
permitieron adquirir un conocimiento bastante preciso del territorio, al menos hasta
los 42º de Latitud Sur. También remontó el curso inferior del río Negro.
Como se mencionó, D’Orbigny reconoció en Patagonia sólo su tertiaire
patagonien (no el tertiaire guaranien). Éste se extendía desde los 40º de latitud hasta el
estrecho de Magallanes; al Norte, hacía su aparición por debajo de la argile pampéene
(d’Orbigny 1842:64).
En la bahía San Blas, a unos 70 km al noreste de la desembocadura del río
Negro, d’Orbigny registró una gruesa capa de grava y piedras circulares que los
lugareños llamaban chinas120. Generalmente, estas piedras no aparecían sólo en los
acantilados de las costas, sino también cubriendo grandes superficies. D’Orbigny
suponía que las chinas provenían de los Andes, y que su depósito era posterior al
tertiaire patagonien.
En el riacho del Inglés (ubicado al fondo de la bahía de San Blas), encontró un
banco de moluscos in situ, con muy pocas indicaciones de transporte, coincidente con
los de San Pedro y Montevideo; se trataba de especies vivientes, muy similares a las
que actualmente poblaban el ámbito de la bahía (Volutella angulata, Scalaria elegans,
Natica limbata, Olivancyllaria brasiliensis, O. auricularia, Voluta brasiliana, V. tuberculata,
Buccinanops cochlidium, B. globulosum, Nucula lanceolata, N. puelcha, Lucina patagonica,
Lutraria plicatula y Cyprina patagonica)121. Descartó la acción de las mareas como
species”. En el caso de Punta Alta, la asociación no es exactamente la ejemplificada por Lyell, sino que los moluscos son,
en este caso, marinos.
120
Actualmente, acumulaciones de rodados, gravas y arenas, genéricamente conocidas como “Rodados Patagónicos” o
“Rodados Tehuelches”.
121
Estos restos posiblemente corresponden al “mar Querandinense”.
142
agente de transporte, y sospechó que las conchas habían llegado hasta allí debido a un
levantamiento general del terreno.
Al describir las barrancas ubicadas al norte de la desembocadura del río Negro,
d’Orbigny obtuvo un panorama bastante preciso de la geología de la región. Por
encima de una capa margosa –su calcaire dendritique–, describió una capa a la que dio el
nombre de grès à ossements, provista de algunos restos de mamíferos. Superpuesta
encontró una capa, su grès à Unio, con restos de invertebrados dulceacuícolas –
pertenecientes a los géneros Chilina y Unio– y de peces de agua dulce. Por encima se
disponía otra capa, la grès azuré, luego una arcilla calcárea, y nuevamente la grès azuré;
esos acantilados mostraban una continuidad estratigráfica con los de la margen
izquierda del río Negro.122
Hacia el Sur, luego de la desembocadura del río Negro y ya en el Golfo de San
Matías, observó dunas por espacio de media legua y luego, nuevamente, los
acantilados, de más de 75 metros de altura (idem:56). En la base del barranco, desde
allí y hasta la Ensenada de Ros123, distinguió una capa ausente en las barrancas del
Norte a la que denominó grès marin, con restos de dos especies de moluscos no
registradas en Bajada: Ostrea Ferrarisi y Pecten patagoniensis. Por encima se disponía la
calcaire dendritique descripta para la base de las barrancas del Norte, por lo que supuso
que la grès marin estaba en el subsuelo en las barrancas del Norte. Como puede verse en
la figura 5 de Voyage, las capas más basales de las barrancas del Sur, no están
representadas en las barrancas del Norte.124
Por sobre la grès azuré, en lo alto de la barranca, d’Orbigny encontró una capa
con numerosos restos de Ostrea patagonica, una especie que ya había registrado en su
grès ostreén del Río las Conchitas, en Bajada. A esta capa –la capa 5 (idem:72) de su
tertiaire patagonien125– la denominó calcaire ostréen. Al igual que la grès marin, la calcaire
ostréen no estaba representada en las barrancas del Norte. En las barrancas del Sur, esta
capa de ostras se presentaba en realidad como intercalaciones de la grès azuré (idem:57
122
Todos estos niveles forman parte actualmente de la misma unidad: la Formación Río Negro.
123
Actualmente, bahía Rosas (provincia de Río Negro), a unos 45 km al oeste del balneario El Cóndor, en la boca del río
Negro.
124
Comienza a observarse, en las barrancas del Golfo San Matías, al sur de la desembocadura del río Negro, el Miembro
medio de la Formación Río Negro, correspondiente a una ingresión marina de poca extensión, con fauna entrerriense,
algo posterior a la que produjo la Formación Barranca Final. Hacia el Oeste, más cerca de San Antonio, se encuentra la
localidad típica de Barranca Final (d’Orbigny no llegó hasta allí). En ese punto, los niveles marinos del Entrerriense
correspondientes a la Formación Barranca Final están claramente por debajo de la Formación Río Negro (el grès azuré de
d’Orbigny) (Farinati y Zavala 2005).
125
Los niveles del calcaire ostreén -y posiblemente los del grès marin basal- que se intercalan en el grès azuré,
corresponden al miembro medio de la Formación Río Negro, de acuerdo con Farinati y Zavala (2005). Se Equivaldrían,
además, a las Facies “Balneario la Lobería” de Angulo y Casamiquela (1982).
143
y fig. 5). De estos niveles, d’Orbigny reportó los siguientes fósiles: Ostrea patagonica, O.
Alvarezii, O. Ferrarisi, Venus Munsterii, Arca Bonplandiana, Cardium platense, Pecten
Paranensis, Pecten Darwinianus. Eran, en total, las nueve especies que caracterizaban el
tertiaire patagonien: una registrada en el grès marin (Pecten patagoniensis) y estas ocho
últimas en la capa 5. La barranca del Sur, en definitiva, se presentaba en conjunto más
completa, y paleontológicamente más rica que la del Norte. El hallazgo de las especies
Ostrea Alvarezii, Venus Munsterii, y Arca Bonplandiana lo convenció de la
contemporaneidad de los bancos patagónicos y entrerrianos.
Al oeste de la Ensenada de Ros y hasta la Ensenada del Agua de los Loros126,
siempre en las barrancas del Sur, los acantilados se hacían realmente imponentes,
alcanzando los 110 metros de altura (idem:fig.5). D’Orbigny cubrió a pie el trayecto
entre ambas ensenadas, aprovechando la oportunidad que le brindaban las horas de
bajamar. Curiosamente, no halló aquí su grès marin inferior y sí en cambio su grès a
ossements (ibidem, banco d), de la cual recogió una gran cantidad de huesos. Es
precisamente de este banco que extrajo la tibia y rótula del roedor Megamys
patagoniensis, identificado por Laurillard. La calcaire ostréen sí se hallaba presente entre
ambas ensenadas, intercalada en la grès azuré pero dividida en tres capas. La capa del
medio, de dos metros de espesor, poseía restos de Ostrea patagonica en su posición
natural.
Remontando el río Negro, observó en las barrancas del Norte una continuidad
geológica con el litoral atlántico. La grés marin aparecía en el Carmen, a diez leguas de
la desembocadura de ese importante río patagónico. Se presentaban allí algunos fósiles
correspondientes a Ostrea Ferrarisi, pero no en su posición natural (idem:60). Sin duda,
la capa mejor representada en las barrancas del río Negro era la grès azuré. Sobre esta
roca se hallaba construido el mismo pueblo del Carmen, e incluso las murallas del
fuerte local habían sido levantadas con bloques de roca extraídas de esa capa (idem:61).
Contrariamente, no encontró en las barrancas del río Negro la grès à ossements y la grès
à unio. Basándose en los informes de Villarino de 1782, d’Orbigny pensó que los
acantilados del río Negro tendrían esa misma constitución hasta, al menos, “Choleechel”
(idem:64).
En cuanto a la conformación geomorfológica del territorio, d’Orbigny se
interesó por las depresiones y las salinas que éstas contenían. Supuso, como veremos
más adelante, que habían sido excavadas sobre el tertiaire patagonien (idem:65), y que
eran el resultado del escurrimiento violento de aguas revueltas provenientes del Oeste
(idem:63).
126
Actualmente, la Ensenada de los Loros, entre la caleta de los Loros y Punta Mejillones (costa del Golfo de San Matías,
Provincia de Río Negro).
144
A partir de la información recabada en América del Sur, d’Orbigny compuso una
historia geológica del continente, no muy diferente de otras enmarcadas en la antigua
tradición neptunista. El mismo d’Orbigny había sido formado intelectualmente en el
neptunismo, y sus observaciones fueron hechas desde esa perspectiva. Un argumento
central del credo neptunista –como ya hemos señalado– era la existencia de un extenso
mar primordial. En América del Sur, pensaba d’Orbigny, los sistemas de Chiquitos,
Banda Oriental y la Pampa –que comprendía los sitemas gnéisicos y graníticos de
Ventana y Tandil– habían sido los primeros puntos emergidos de las aguas de ese
antiguo océano primitivo (idem:75).
Antes del Terciario, d’Orbigny imaginaba a América Meridional atravesando un
largo período caracterizado por una sucesión de convulsiones, de ahí la escasa
representación de los depósitos jurásicos y, en menor medida, cretácicos. Elie de
Beaumont (1798-1874), autor del mapa geológico de Francia, había informado la
existencia de depósitos cretácicos en la cordillera chilena, Christian Leopold von Buch
(1774-1853)127 y Jean-Baptiste Boussingault (1802-1887), en Colombia, Guilloux en el
extremo del continente, en el estrecho de Magallanes. Posiblemente haya que agregar
a esta lista las rocas de la Sierra de la Tinta, en Buenos Aires, y los existentes en
algunos puntos de Mendoza, observados por Darwin.
Más tarde, la depositación de los sedimentos terciarios del mar guaranien niveló
ese relieve. Este periodo representaba para d’Orbigny un tiempo de transición –su
“Quinto tiempo” (idem:271)–, durante el cual las aguas se habían aquietado. A esta
época le habría sucedido un período de mayor tranquilidad, durante el cual los mares se
poblaron de moluscos (idem:77), bien representados ya en su tertiaire patagonien o
“Sexto tiempo” (idem:272). Por supuesto, no todo estaba cubierto por mar durante el
Terciario: prueba de ello son los troncos fósiles y los restos del Toxodon paranensis
descubiertos en Feliciano, al norte de Entre Ríos, los delicados huesos del Megamys y
los moluscos de agua dulce hallados en Patagonia, los cuales certificaban la existencia
cercana de tierras emergidas. D’Orbigny analizó la composición de los terrenos
terciarios de Mesopotamia y Patagonia, y llegó a la conclusión que ambos se habían
formado gracias al aporte de materiales de continentes distintos (idem:78). Para
demostrar el modo en que esos materiales se habrían movilizado desde esos antiguos
continentes hasta Mesopotamia y Patagonia respectivamente, debió imaginar el
sentido de las paleocorrientes de la época.
El enfriamiento y el posterior ahuecamiento de la corteza ya consolidada,
sumados a la presión de la materia desplazada, habrían dado origen a las cordilleras
(idem:81). Este proceso, a su vez, habría ocasionado grandes perturbaciones en la
127
Geólogo alemán, uno de los primeros en definir el sistema jurásico europeo.
145
superficie; especialmente, importantes desplazamientos de las aguas del mar. Las aguas
perturbadas como resultado del levantamiento de las cordilleras arrasaron con las
faunas continentales, y movilizaron materiales y restos por todo el interior del
contiente, incluso hasta el interior de las cavernas de Brasil (idem:251). Estas
convulsiones violentas produjeron el depósito de la argile pampéene. Precisamente, el
hecho de que la argile se localizara a distintas alturas en diferentes puntos del
contiente, era uno de los principales argumentos de d’Orbigny contrarios a la hipótesis
de Darwin sobre el origen estuárico de los depósitos pampeanos (idem:255). El súbito
escurrimiento de las aguas agitadas produjo, además, las depresiones características de
la Patagonia y los lagos salados.
La comprobación de que las agitaciones marinas producidas por el levantamiento
de la cordillera y el depósito de la argile fueron sucesos relacionados, la encontró
d’Orbigny en el hecho de que, en Patagonia, las acumulaciones de chinas se disponían
invariablemente sobre el tertiaire patagonien, en una posición estratigráfica equivalente
a la de la argile, aunque en una geografía distinta (idem:83).
La hecatombe habría afectado extensas áreas del continente con distintas
historias geológicas previas (de hecho, la argile se apoyaba sobre depósitos silúricos,
devonianos, carboníferos, triásicos en la meseta boliviana, en Moxos sobre el tertiaire
guaranien), y sobre el Tertiarire patagonien (marino) en la Pampa (idem:253). Luego de
esta debacle geológica, la “creación” actual vino a sustituir a la extinguida (idem:86).
En el Terciario, durante la formación de la argile, el clima era más cálido que el
actual (idem:81). Esto d’Orbigny lo pensó en función del mayor tamaño de los
mamíferos enterrados en la argile con relación al de las especies actuales,
argumentando que en la actualidad, por ejemplo, los tatus de los trópicos son mayores
que los que habitan las zonas más templadas (idem:85). La otra posibilidad era suponer
que esos restos de gran tamaño fueron transportados desde otras regiones, algo que en
definitiva le pareció improbable (idem:254).
La convulsión que provocó el depósito de la argile no había sido la primera; para
los depósitos del Tertiaire guaranien propuso un origen similar (idem:245); no eran
sedimentos marinos típicos, sino acumulaciones que resultaron de la masa de agua de
mar desplazada, algo así como un gran y súbito oleaje o marejada a escala contiental
(idem:246). En el caso de los depósitos correspondientes al Tertiaire guaranien, se
trataba de convulsiones ocurridas luego de formarse el relieve de la cordillera; en el de
la argile, aquellas sucedidas durante la fase principal del levantamiento de los Andes.
Éstas tampoco fueron las últimas convulsiones aunque sí posiblemente las más
violentas: luego –durante su “Séptimo tiempo” (idem:274)– se produjeron otros
movimientos más leves, que ocasionaron ligeros cambios. Estos últimos movimientos
causaron los depósitos de conchillas sobre el suelo pampeano (idem:86), y la formación
146
de los médanos del interior de la llanura informados por Parchappe; los mismos
estarían vinculados al vulcanismo andino, no al levantamiento de la cordillera. En
efecto, de acuerdo con d’Orbigny, las erupciones de los Andes habrían producido, en
épocas recientes, un balanceo de las aguas, similar al acontecido durante los tiempos
terciarios, el cual implicó que los extensos aluviones inundaran los llanos (idem:261).
A los terrenos depositados durante el tiempo actual, luego de la formación de la
argile, d’Orbigny los llamó “terrenos diluvianos” (idem:257), a diferencia de Burmeister,
quien, como veremos, reservó el término diluvium para los sedimentos del Pampeano.
Los terenos diluvianos podían ser marinos –como los depósitos de conchillas de San
Pedro, Montevideo y San Blas– o terrestres. En cuanto a los primeros –los terrenos
diluvianos marinos–, d’Orbigny remarcó el hecho de que en muchos puntos esos
moluscos permanecían articulados y en posición vertical, lo que le hizo pensar en un
levantamiento súbito del continente –de otro modo, las olas los habrían roto–
(idem:260). Los terrenos diluvianos terrestres, además, contenían restos arqueológicos,
lo que confirmaba que eran posteriores a la creación del hombre.
Los movimientos que causaron los depósitos diluvianos coincidían con la
tradición histórica del diluvio (idem:261). El diluvium, al igual que la argile, habría
alcanzado el interior de las cuevas de Brasil, y ese hecho explicaría la asociación
(artificial) de restos humanos y fauna extinguida (idem:262). D’Orbigny mencionó las
obras coloniales de Garcilaso, García, Solórzano, Acosta y Herrera, como apoyo de la
antigua tradición peruana del diluvio (idem:262), aunque significativamente se cuidó de
mencionar la Biblia y otras tradiciones análogas del viejo mundo.
Charles Darwin: una Patagonia sin sobresaltos
Luego de graduarse en Cambridge en 1831, Charles R. Darwin (1809-1881) se
embarcó como naturalista ad honorem, a los 22 años, en el HMS Beagle, gracias a las
recomendaciones de John Stevens Henslow, un naturalista que había conocido en
Cambridge, para emprender una expedición científica alrededor del mundo que
abarcaría los años 1831 a 1836. Los resultados del viaje de Darwin fueron publicados
en varias obras. Entre 1838 y 1843 fue publicado The Zoology of the Voyage of H.M.S.
Beagle; Darwin contribuyó con una introducción geológica a la primera parte de esta
obra (The Fossil Mammalia, a cargo de Richard Owen), y con una introducción
geográfica a la segunda parte (The Mammalia, a cargo de George Robert Waterhouse).
También agregó datos sueltos a prácticamente la totalidad de los volúmenes,
incluyendo los de Peces (escrito por Leonard Jenyns), Reptiles (por Thomas Bell) y Aves
(por John Gould).
147
El año de publicación del libro Journal of Researches into the Geology and Natural
History of the Various Countries Visited by H.M.S. Beagle (un nombre alternativo a la obra
Journal and Remarks) es, como dijimos, 1839. Sin embargo, las principales conclusiones
geológicas del viaje de Darwin están en sus Geological Observations on South America, de
diciembre de 1846, que citaremos aquí.
Durante los años en que permaneció en nuestro país, Darwin exploró el
territorio del Plata, la costa patagónica más extensamente que d’Orbigny128, y la
Mesopotamia sólo en las inmediaciones de la Bajada del Paraná.
En sus Geological Observations, Darwin menciona la existencia de antiguos
bancos de moluscos en el estuario del Plata, cerca de Maldonado, Montevideo y
Colonia de Sacramento. Además de Azara labiata, registró otras especies actuales:
Mytilus eduliformis, Paludestrina Isabellei, Solen Caribaeus.
Woodbine Parish, representante británico en Buenos Aires entre 1824 y 1832
(Schávelzon y Arenas 1992), le había comunicado la existencia de restos de Azara
labiata en el camino de Buenos Aires a San Isidro. El propio Parish le había acercado
algunos restos encontrados en superficie a más de una legua del río de la Plata, en los
alrededores de Ensenada, una serie de restos identificados por Darwin como Ostrea
pulchella, Venus flexuosa y Mactra Isabellei. También le había hablado de la existencia de
restos de Azara labiata embebidos en una masa estratificada de roca, en un punto
distante dos o tres millas al norte del Plata. Éste último era, evidentemente, un
depósito similar al que había observado d’Orbigny en San Pedro.129
Todas estas evidencias hicieron pensar a Darwin que la zona del Plata se había
elevado y el mar retirado130, aunque no mucho, de modo que la línea de costa apenas se
habría modificado desde los tiempos en que se depositaron esos restos. En este sentido,
la opinión de Darwin era contraria a la de d’Orbigny, quien, basado en las
observaciones de Parchappe, había supuesto que el mar había penetrado hasta el
interior de la Provincia de Buenos Aires, produciendo las dunas que existían en ese
punto del territorio.
Darwin informó, además, que las upraised shells (conchillas elevadas) estaban en
toda la costa atlántica, desde los 33º 40’ hasta los 53º 20’, a lo largo de unos 1180
millas, mientras que d’Orbigny las había registrado sólo en el riacho del Inglés. En sus
128
Darwin hizo breves desembarcos en Río Negro y San José, como consta en sus Geological Observations. En el caso
de Golfo Nuevo, Darwin menciona en el capítulo V, las notas y los materiales aportados por el subteniente Stokes. Estos
puntos no figuran en su Diario de un Naturalista, otro de los nombres con el que fue publicado el Journal of Researches.
129
Probablemente correspondiente al “mar Querandinense”, del Holoceno.
130
En realidad, como hoy se sabe, la costa retrocedió efectivamente como resultado de un descenso del nivel del mar
durante un período glacial, no por una elevación del terreno. En la época de Darwin era impensable un aumento o una
disminución del volumen de las aguas oceánicas.
148
Geological Observations, Darwin da mucho valor a la altura sobre el nivel del mar a la
que se encuentran esos restos, desde unos pocos pies en la región del Plata, hasta 400
en la Patagonia austral. Pensaba, como d’Orbigny, que el mar había cubierto la
totalidad de la Patagonia desde el Terciario; calculó el ancho de la superficie inundada
en 360 millas, aunque a la altura de Maldonado habría alcanzado las 760 millas. En
cierto momento, antes de su definitiva elevación, todo el ancho de la Patagonia habría
estado cubierto por el mar.
Darwin registró en los alrededores de Bahía Blanca, zona que d’Orbigny sólo
pudo conocer por el informe de Parchappe, moluscos actuales asociados con
cuadrúpedos extinguidos, y no dudó en pensar que esa asociación era natural, no
secundaria. Como se ha visto, D’Orbigny negaba la posibilidad de que especies hoy
extinguidas coexistieran con especies actuales. Como Darwin lo explica en sus
Geological Observations, en Punta Alta, más precisamente, en las capas de grava (beds A
y C), se registraban más de 20 especies de organismos marinos actuales asociados a
mamíferos extinguidos: Olivina puelchana, corales y diversas especies de cirripedios
(Darwin 1846: capítulo IV). Cuatro o cinco de esas especies eran comunes con las
upraised shells de las llanuras rioplatenses. Al igual que d’Orbigny en la zona del riacho
del Inglés, Darwin no encontró en Punta Alta restos de Azara labiata, el cual es, como
hoy se sabe, un molusco típicamente estuarial.
En su capa B (clayed mud) Darwin no encontró fósiles marinos con excepción de
unos pocos fragmentos, y sí restos de un dasypodeo de gran tamaño; litológicamente,
esta capa era la más parecida al verdadero Pampean mud –término inglés correspondiente a la argile pampéene de d’Orbigny– de todas las que reconoció en Punta Alta.
Entre los mamíferos hallados en las capas de grava de Punta Alta (beds A y C) se
encontraban los fósiles más célebres recolectados durante su viaje: Megatherium
Cuvierii, Megalonyx Jeffersonii, Mylodon Darwinii, Scelidotherium leptocephalum, Toxodon
Platensis, y Equus curvidens.
Los huesos de estas especies en su mayoría presentaban adherida una serie de
microorganismos, entre ellos, según le informaron, se encontraban varios infusorios
Phytolitharia, de un origen claramente continental. Darwin aquí no tuvo problemas en
admitir que los mismos, los que se observaban en los huesos de la capa C, provenían de
la denudación del Pampean mud, es decir de su capa B. Pero varios de los huesos tenían
también adheridos serpulas y cirripedios fósiles, de un origen claramente marino. A
estos Darwin los interpretó como el resultado de una temprana exposición, antes de su
total recubrimiento de grava. Por lo tanto, para Darwin, la diferencia temporal entre
los mamíferos y los cirripedios y serpulas era despreciable. En esto hay una clara
diferencia con d’Orbigny: el francés pensaba, como se vio, que los restos de mamíferos
y los fósiles marinos de especies actuales que Darwin menciona en su Narrative
149
(Darwin 1935:113-114), correspondían a tiempos diferentes. Para Darwin, en cambio,
eran de una misma antigüedad y estaban in situ.
En Puerto San Julián, actual provincia de Santa Cruz, los restos de Macrauchenia
correspondían según Darwin a un momento geológico en el que ya vivían al menos
ocho especies de moluscos actuales. Aquí, sin embargo, los restos de mamíferos y
moluscos no se hallaban asociados en las mismas capas, y la contemporaneidad debió
ser, en este caso, inferida131.
Según Darwin, d’Orbigny había afirmado que los restos de mamíferos
extinguidos hallados en la zona de Punta Alta habían sido arrancados de estratos más
profundos, posiblemente del estrato B de la secuencia, el cual, según Darwin, recordaba
al verdadero Pampean mud. En realidad, lo que d’Orbigny creía era que los fósiles de su
argile habían sido parcialmente expuestos, de manera que las serpulas y cirripedios se
habrían adherido a ellos. Como vemos, d’Orbigny y Darwin no pensaban muy
diferente, salvo por un –importante– asunto de tiempos: el primero consideraba una
exposición tardía de los restos de los mamíferos, y el inglés una exposición temprana.
El esqueleto de Scelidotherium que supuestamente provenía de la capa C,
perfectamente conservado, no presentaba restos del Pampean mud (su capa B); por esta
razón, Darwin entendió que los mamíferos extinguidos y los moluscos actuales habían
sido sepultados simultáneamente, con posterioridad al depósito del “barro pampeano”.
El que moluscos actuales y mamíferos extinguidos de hecho coexistieran, le
permitió a Darwin suponer que las upraised shells habían sido depositadas en los
“tiempos pampeanos”, es decir, durante la depositación de las capas A-C de Punta Alta.
De hecho, los niveles estratificados en los cuales Parish había encontrado embebidos
los restos de “Azara labiata”, procedentes de dos o tres millas al norte del Plata,
indicarían que el Pampean mud habría continuado depositándose durante el período de
la formación del actual estuario del río de la Plata: es más, los mismos depósitos del
Pampean mud, corresponderían a antiguos depósitos estuariales. Debe recordarse que
d’Orbigny había interpretado que ambos depósitos eran el resultado de procesos
diferentes: la argile pampéene, vinculada al levantamiento de la cordillera y los niveles
marinos recientes, al vulcanismo traquítico andino. Darwin en cambio planteó una
continuidad entre ambos depósitos, como el resultado de un mismo proceso vinculado a
la acción del río de la Plata en tiempos prehistóricos, tiempos en los que la fauna de
invertebrados marinos ya había alcanzado su conformación actual.
Aquí debemos referirnos, aunque sea sólo brevemente, a la teoría darwiniana
sobre el origen del Pampean mud. Como se ha mencionado, Darwin creía que esta
131
Los restos de Macrauchenia extraidos por Darwin provendrían de los limos Punta Asconapé, de edad PleistocenaHolocena.
150
unidad se había formado en el antiguo estuario del río de La Plata, y su continuación
hacia el Sur en el mar adyacente. Al elevarse el sur de la provincia de Buenos Aires, el
Pampean mud habría continuado acumulándose, pero ya como un depósito continental.
En este sentido, los terrenos litorales de Punta Alta, con restos de moluscos marinos
actuales y mamíferos continentales extinguidos, habrían sido subsecuentes al Pampean
mud de Monte Hermoso, y ambos a su vez subsecuentes a las planicies elevadas de tosca
de Sierra de la Ventana (Darwin 1846:87). En otras palabras, los depósitos de Monte
Hermoso estaban siendo depositados en un ambiente más elevado, mientras que los
depósitos de Punta Alta se producían en puntos más alejados (es decir, subsecuentes),
en un ambiente marino litoral. Era necesario que la zona de Sierra de la Ventana se
elevara en primera instancia aunque no necesariamente en otro tiempo geológico, de
manera de aportar los restos de mamíferos en perfecto estado, los fragmentos rodados
de hueso negro hallados en Monte Hemoso, y los cantos de tosca de los depósitos de
grava de Punta Alta. Como puede verse, la explicación de Darwin no dejaba lugar a
convulsiones violentas y extinciones súbitas.
Dejando de lado las teorías sobre la formación del depósito pampeano, y con
relación a los depósitos de conchillas que se encuentran por encima del pampeano,
d’Orbigny había opinado, de acuerdo con el buen estado de preservación de algunos
moluscos –por ejemplo, los bancos de Azara labiata, en San Pedro–, que la elevación del
territorio argentino había sido rápida, porque, de haber sido lenta, los restos se habrían
roto por la acción de las olas. Para Darwin esto no era necesariamente cierto, sobre
todo si el proceso ocurría en bahías protegidas. Darwin afirmó que el conjunto de la
evidencia indicaba una elevación lenta y gradual del terreno, y fundamentó su hipótesis
con el mismo argumento que el francés: el buen estado de preservación de los fósiles.
Sin embargo, reconoció que el ascenso gradual del continente pudo ser acompañado de
pequeñas sacudidas, de la magnitud de los actuales terremotos (idem:58). En Monte
Hermoso, Darwin no había registrado restos marinos significativos en las capas
inferiores de la secuencia, excepto una esponja probablemente de la especie Spongolithis
Fustis (idem:80-81). En niveles correspondientes al Pampean mud, halló sí delicados
restos de roedores extinguidos (Ctenomys antiquus132) y de otros pequeños mamíferos
que, de alguna forma, dan una pauta del ascenso lento y gradual del terreno en los
tiempos pampeanos (idem: capítulo IV).
Durante la elevación de la Patagonia, a medida que las aguas oceánicas se
retiraban, se habría desparramado en toda su superficie la gravel Formation133,
ampliamente extendida a lo largo de todo el territorio; no se le ocurrió de qué otro
132
Restos actualmente asignados a Actenomys priscus.
133
Equivalente al depósito de chinas mencionado por d’Orbigny.
151
modo, que no sea por la acción del mar, tal vez de las olas, esas gravas pudieron haber
sido transportadas; descartó la acción de ríos y glaciares. Darwin no tuvo dudas de que
esos depósitos de grava eran el resultado de la acción ordinaria del mar, y que era
absolutamente innecesaria la intervención de “debacles” (idem:35). Esa gravel
Formation habría sido sincrónica con la parte superior del Pampean mud, al norte del río
Colorado. En este aspecto, su hipótesis coincide con la de d’Orbigny, quien también
pensaba en la contemporaneidad de los depósitos de grava y de su argile pampéene,
aunque para el francés ambos sucesos se vinculaban a convulsiones de las aguas
marinas como resultado del levantamiento brusco de la cordillera. Según Darwin, las
terrazas que se observaban en la Patagonia habrían sido el resultado de sucesivos
períodos de elevación y de relativo reposo, durante los cuales se habría producido
denudación y redepositación de los sedimentos previos, principalmente los de la
Patagonian tertiary Formation, de probable antigüedad eocénica, mientras que
d’Orbigny sólo había dado una edad terciaria para su tertiaire patagonien.
Las elevaciones producidas en diferentes puntos del extremo sur de América del
Sur habrían sido para Darwin el resultado de diferentes ejes de acción sobre la Pampa y
la Patagonia. En el Plata, la elevación habría sido de 100 pies, mientras que en la
Patagonia, de unos 400 pies. Toda la Patagonia se habría elevado, pero no podía
decirse que toda la región del Plata lo hubiera hecho, sino sólo su litoral.
Supuestamente, esa lenta elevación gradual del terreno continaba produciéndose en la
actualidad, en el oeste del continente sudamericano, en Chile y Perú.
Darwin aceptaba el origen marino de una determinada formación sólo en el caso
que existieran restos fósiles que lo confirmaran, de otro modo, prefirió siempre
explicaciones alternativas; en esto muestra un alejamiento de sus precursores
neptunistas. Por ejemplo, al referirse a algunas salinas del río Negro, afirmó que era
probable que se hubieran originado por la acción de aguas subterráneas y no por un
retroceso de la línea de costa, como había explicado d’Orbigny (Darwin 1846b).
Para Darwin, la mayor parte de la Patagonia estaba constituida por los depósitos
de la Patagonian tertiary Formation, equivalentes a los del tertiaire patagonien de
d’Orbigny. Éste estaba caracterizado por la presencia de especies marinas extinguidas
–treinta y seis especies en total–, siendo la principal la Ostrea Patagonica, descrita por
d’Orbigny y registrada por Darwin en todas las secciones realizadas en Patagonia: el
río Negro, San José, Puerto Deseado, Puerto San Julián, Santa Cruz134. Otro
importante fósil era la Ostrea Alvarezii, recolectada sólo en el río Negro y San José; y la
Ostrea Ferrarisi, registrada en el río Negro. La amplitud de estos depósitos daba una
134
En realidad, Darwin había identificado como Ostrea Patagonica, restos hoy asignables a otras especies: Ostrea
hatcheri y Ostrea orbigny, reconocida hacia 1897 por von Ihering.
152
pauta de la magnitud de la inundación que, en el Terciario, había borrado del mapa el
territorio patagónico.
Darwin refirió que de las seis especies de moluscos registradas por d’Orbigny en
el río Negro, cuatro (Ostrea Patagonica, Ostrea Alvarezii, Venus Munsterii, y Arca
Bonplandiana), también estaban presentes en Entre Ríos. En San José, durante un breve
desembarco, el propio Darwin encontró dos especies más en común con Santa Fe
(Pecten Paranensis y Pecten Darwinianus), registradas en la “capa 5” de Bajada,
correspondiente a la calcaire ostréen identificada por d’Orbigny en las barrancas del sur
del río Negro135.
Sin duda, la falta de restos de mamíferos extinguidos en Patagonia complicaba el
cálculo de la antigüedad de estos depósitos. Una excepción importante a esta ausencia
eran los restos de Macrauchenia hallados por Darwin en San Julián, incluidos en un
estrato sobre cuya superficie había conchillas recientes (Darwin 1846:112). Habría que
agregar a este registro los abundantes restos de mamíferos colectados al sur de Santa
Cruz, que aún no habían sido examinados por Owen, pero entre los cuales Darwin
reconocía algunos grandes y pequeños Pachydermata, Edentata y Rodentia (idem:119).
Darwin pensaba que una misma Formación Terciaria se había desarrollado en el
litoral argentino (Entre Ríos) y en Patagonia. Años más tarde, esta formación marina
será extendida a todo el subsuelo del territorio, por Bravard, Burmeister y Doering.
Darwin, por supuesto, reconocía las diferencias paleontológicas entre las secciones
estudiadas, pero le parecía que la existencia de elementos en común era un argumento
de peso suficiente para considerarlos como aproximadamente de una misma
antigüedad. D’Orbigny no había sido tampoco concluyente sobre este aspecto: si bien
sus ideas muestran que durante los tiempos terciarios buena parte de la América
Meridional había permanecido sumergida, en algunos sitios, el Pampean mud se
apoyaba directamente sobre el tertiaire guaranien, lo que demostraba que las
convulsiones habían afectado también áreas emergidas.
La Monografía de Auguste Bravard
Auguste Bravard (1803-1861) fue el primero en realizar investigaciones desde el
territorio de la entonces Confederación Argentina; aunque la mirada del investigador
es aún la del extranjero, sus estudios fueron hechos por encargo de los funcionarios
locales, de acuerdo con intereses y expectativas nacionales.
Bravard fue el primer inspector general de Minas de la Confederación Argentina
y el sucesor del belga Alfred Du Graty (1823-1891) al frente del Museo de Paraná
135
Posiblemente Darwin haya colectado esos moluscos de la Formación Puerto Madryn, equivalente a la Formación
Paraná, aflorante en Entre Ríos.
153
(Aceñolaza 1995). A otro francés, Victor Martin de Moussy (1810-1869), se le había
encargado el relevamiento del territorio; Bravard se ocuparía en particular de los
recursos mineros. Las observaciones de Martin de Moussy, médico de formación,
diferían mucho de las de d’Orbigny y Darwin, y por lo tanto serán muy criticadas por
Bravard, amigo del primero y admirador de ambos.
La contribución de Bravard al conocimiento de la geología patagónica consisitirá
en una reinterpretación personal de los trabajos anteriores de d’Orbigny y Darwin,
enriquecida con observaciones propias en Entre Ríos y Buenos Aires. A diferencia de
los dos autores anteriores, no puede decirse que Bravard haya sido un explorador; de
hecho, nunca estuvo en la región Patagónica, la cual, por otra parte, pertencecía
nominalmente a la provincia de Buenos Aires, en ese entonces enemiga de la
Confederación. Su Monografía de los Terrenos Marinos Terciarios de las cercanías del
Paraná, publicada en 1858, es la primera obra escrita en castellano en donde se
abordan, aunque lateralmente, cuestiones geológicas sobre Patagonia.
Al comienzo de su Monografía, Bravard explica que el objeto central de su
trabajo es zanjar las dudas acerca de la edad y naturaleza de los depósitos marinos del
Paraná, surgidas a partir de las diferentes conclusiones de d’Orbigny y Darwin por un
lado –para quienes los terrenos de los alrededores de Paraná eran terciarios– y de
Martin de Moussy por el otro –para quien eran jurásicos–. Desde las primeras páginas,
Bravard se muestra a favor de la opinión de los primeros, quienes, a pesar de que “no
han hecho más que pasar” (Bravard 1858:11), acertaron en la edad terciaria que
atribuyeron a esos depósitos. En cambio, es muy crítico para con Martin de Moussy –
que no había tratado la geología patagónica–. Este último había determinado la edad
jurásica de los depósitos de los alrededores de Paraná, a partir de una serie de fósiles
que, según señaló Bravard, habrían sido directamente transcriptos de la lista de un
curso de geología de Beudant (idem:5).
Bravard hace una diferenciación entre Terreno marino superior –para referirse a
ciertos depósitos sobrepuestos al cuaternario que se presentaban en ciertos puntos de
la Provincia de Buenos Aires–136 y Terreno marino inferior –para designar los terrenos
marinos terciarios de Patagonia y Entre Ríos, equivalentes a los depósitos del tertiaire
patagonien de d’Orbigny, y a los de la Patagonian tertiary Formation de Darwin–. La
monografía de Bravard trata únicamente del Terreno marino inferior, el único que el
Inspector de Minas de la Confederación registró en los alrededores de Paraná. En este
lugar, precisamente, esos depósitos servían de basamento a las “dunas cuaternarias”.
Bravard ya había propuesto en un trabajo anterior el origen eólico de los depósitos
pampeanos; equivalentes a la argile pampéene de d’Orbigny y al Pampean mud de Darwin
136
Actualmente, depósitos dejados por varias ingresiones marinas durante el Pleistoceno superior y el Holoceno.
154
(Bravard 1857). Las dunas cuaternarias se habrían formado en el litoral atlántico y
movido hacia el interior del territorio. Esas formaciones eólicas se apoyaban en
“terrenos marinos miocenos”, depositados antes de la emersión del continente (Bravard
1858:106).
Según Bravard, la antigüedad terciaria de su Terreno marino inferior estaba
confirmada, entre otras cosas, por los fósiles hallados por d’Orbigny: ocho especies de
moluscos en total, entre su grès ostreèn y su calcaire arénifère. El explorador francés
había recolectado en las barrancas del sur del río Negro y en depresiones aledañas, de
niveles correspondientes a su grès azuré, tres especies en común con Bajada: Ostrea
Alvarezii, Venus Munsterii, y Arca Bonplandiana; y de la calcaire ostréen, a Ostrea
patagonica. Las únicas especies patagonicas que d’Orbigny no registró en Bajada eran
Ostrea Ferrarisi y Pecten patagoniensis –tampoco las registrará Bravard–. A su vez,
Pecten Paranensis y Pecten Darwinianus, las cuales d’Orbigny sólo había registrado en
Bajada, habían sido registradas por Darwin en San José, ampliándose a seis la lista de
taxones comunes a Patagonia y Bajada.
En la zona de la Quebrada del Puerto de la Santiagueña, en sus capas 11 y 13 –
en la 12 los fósiles eran muy raros–, Bravard descubrió una gran cantidad de fósiles
marinos, sobre todo restos asignables a los géneros Ostrea, Pecten y Cardium. De la capa
13 extrajo, además, restos de dos especies de mamíferos paquidermos, Anoplotherium y
Palaeotherium, que eran, en Europa, eocénicos. Por esa razón, Bravard pensó que los
mismos pudieron haber sido arrancados de capas más antiguas.
En la Quebrada del Puerto de la Santiagueña Bravard no encontró, como sí lo
hizo en todos los demás sitios, las “arenas arcillosas pampeanas” (idem:17). Las mismas
aparecían, con un espesor de 3,5 m, recién a unos 400 m al Este, en la cantera del Sr.
José Garrigó. Bravard se lamentó de no haber encontrado fósiles en ellas (idem:19).
Más adelante, sin embargo, refiere en su Monografía el hallazgo en esta misma cantera
de una vértebra lumbar de Scelidotherium (idem:28). Éste es el primer registro de un
mamífero cuaternario en la región, y la pieza que, en definitva, confirmó la antigüedad
de los depósitos ubicados por encima del terciario marino.
En la cantera de Garrigó había una capa, la 28, que era la que contenía las ocho
especies descriptas por d’Orbigny. Esta capa se encontraba por encima de la 29,
considerada como equivalente a la capa fosilífera de la quebrada del puerto de la
Santiagueña (capas 11-13 de esta última localidad). Remontando el arroyo Salto137
hacia el Este, las capas marinas desaparecían.
Bravard reconoció que su Terreno marino inferior se componía, a su vez, de dos
formaciones o sistemas marinos, considerando las columnas geológicas que había
137
Nombre con el que entonces era conocido el arroyo Antoñico, en la ciudad de Paraná (Aceñolaza 2000).
155
levantado en la Quebrada y la Cantera: 1, un sistema calcáreo con impresiones de
valvas y osamentas rotas de mamíferos, dientes de escualos y otros restos
fragmentarios (las siete capas superiores de la quebrada del puerto de la Santiagueña y
las 17 capas superiores de Garrigó) y 2, un sistema de arenas arcillosas, con restos de
moluscos bien preservados, restos de mamíferos terrestres y marinos, gran cantidad de
osamentas hechas pedazos, dientes, restos de cocodrilos y tortugas, etc. (idem:31) (las
seis capas inferiores de la Quebrada del Puerto de la Santiagueña y los 12 inferiores de
Garrigó).138
Las investigaciones de Bravard arrojaron como novedad la existencia de una
capa predominantemente marina con abundantes restos terrestres (el estrato 13 de la
Quebrada del Puerto de la Santiagueña) (idem:44-45), lo que sin duda abría nuevas
posibilidades para el establecimiento de correlaciones entre Argentina y Europa. No se
trataba de un resto aislado –después de todo, ya existía el antecedente del Toxodon
paranensis hallado por d’Orbigny–, sino de un depósito repleto de restos de vertebrados
continentales.
Como hemos dicho, Martin de Moussy, convencido de la existencia de estratos
jurásicos en la región, había referido el registro de un megalosáuro –un tipo de
dinosaurio carnívoro– en las orillas del Paraná. Escéptico, Bravard pensó que esos
restos más probablemente correspondían a una Balaena dubia: él mismo había colectado
partes de un cráneo y vértebras de esta misma especie (idem:5).
Bravard da una lista de los fósiles encontrados por él mismo. Entre los bivalvos,
identificó unos 28 (idem:34-41). Darwin había señalado que cuatro de los taxones
reconocidos originalmente por d’Orbigny en Entre Ríos, estaban también en Río
Negro. Bravard confirmó la presencia de esos mismos cuatro (Ostrea Patagonica, Ostrea
Alvarezii, Arca Bomplandiana y Cytherea (Venus) Munsterii) y de dos más que d’Orbigny
había registrado sólo en Bajada y Darwin sólo en San José (Pecten Paranensis y P.
Darwinianus). También proporciona una lista de vertebrados, entre ellos, Palaeotherium
Paranense, Anoplotherium Americanum, cocodrilos, tortugas y otras formas. A los
vertebrados los interpretó como restos redepositados, arrancados de estratos más
profundos. En esta lista está además el Megamys Patagoniensis, identificado por
d’Orbigny en las barrancas del Sur, en Patagonia. Naturalmente, no le extrañó a
Bravard la existencia de una misma especie de mamífero en el Terciario de Paraná y de
Patagonia; después de todo, los moluscos marinos también eran iguales (al menos ocho
de ellos). Estos animales, terrestres según informa en su Monografía (idem:60), habrían
vivido antes de la depositación de las capas marinas, aunque estén actualmente
incluidos en ella. En otras palabras, Anoplotheriium y Palaeotherium eran formas
138
A este segundo sistema corresponde atualmente el “conglomerado osífero”, parte inferior de la Formación Ituzaingó,
en tanto que el sistema calcáreo corresponde a la Formación Paraná.
156
eocénicas (idem:94), pero al haber sido arrancados de estratos más profundos y
redepositados, no podía atribuirse esa antigüedad a los depósitos de donde se los había
colectado. En Europa, según Bravard, se daban algunas situaciones análogas (idem:97).
Existían también restos que estaban in situ, que no habían sido arrancados de
estratos más profundos: el Toxodon Paranensis y la Balaena, además de “una magnífica
cabeza de delfín” no incluida en la lista pero mencionada en la p. 92, y que
correspondería a una nueva especie: Delphin Rectifrens.139
Al estar debajo de las dunas pampeanas, el Terreno marino inferior debía ubicarse
entre el Eoceno y el Plioceno (para d’Orbigny eran simplemente terciarios); más
probablemente era miocénico, dado que las faunas malacológicas de ese terreno eran
similares a las faunas miocénicas de París estudiadas por d’Orbigny. Para Bravard, “en
la época de los mares miocenos, más de la mitad de la América actual estaba sepultada
bajo las aguas” (idem:103). Esto no tendría que ver con variaciones en el nivel del mar
–“sería admitir la opinión de ciertos filósofos sobre la retirada súbita o gradual del mar;
opinión completamente abandonada” (idem:103)–, sino con la evolución natural del
relieve contiental, que causaba la redistribución de las masas de agua.
De acuerdo con Bravard, los depósitos marinos patagónicos “son el resultado de
causas geológicas simultáneas, y que, durante el largo período de tiempo que la
naturaleza ha empleado para formarlos, la vida animal, en el fondo de los mares donde
se han acumulado, no ha experimentado ninguna modificación apreciable” (idem:71).
Bravard mencionó que entre los depósitos terciarios patagónicos y entrerrianos no
habría indicios de continuidad (idem:73), aunque admitió que en su trabajo de 1857 esa
continuidad había sido sugerida a partir de la supuesta existencia de terrenos marinos
entre San Nicolás y Bahía Blanca. En la Monografía, Bravard corrige esa interpretación,
y reconoce que esos terrenos estaban en realidad por encima del pampeano, y que nada
tienen que ver con el Terciario140. De todos modos, era perfectamente posible, para
Bravard, que el terreno marino inferior se hubiera extendido de forma continua entre
esas dos regiones del país. Por último, los niveles marinos representados en Patagonia
equivalían al sistema inferior de Paraná, no reconociendo en Patagonia el sistema
superior (idem:77).
A continuación, Bravard da una lista de ocho especies de moluscos en común
entre Patagonia y Entre Ríos (idem:78): 1, Cerithium Americanum?; 2, Voluta alta; 3,
Ostrea Patagonica; 4, Ostrea Alvarezii; 5, Pecten Paranensis; 6, Pecten Darwinianus; 7, Arca
Bomplandiana y 8, Venus Munsterii. Tres, cuatro, siete y ocho, son las cuatro especies en
139
El pontopórido Pontistes rectifrons, según Cione et al. 2000.
140
En la p. 86 de su Monografía informa que esos depósitos “pertenecen a una época relativamente reciente, aunque
probablemente ella sea anterior a la aparición del hombre sobre la tierra”.
157
común que d’Orbigny había reconocido en Río Negro y Entre Ríos; cinco y seis, las
especies en común que había agregado Darwin; uno y dos, las especies de gasterópodos
en común identificadas por el propio Bravard. Con relación a la primera de las especies
de gasterópodos, Bravard reconoció que en San José no había macrofósiles, aunque
entendió que quizás correspondieran a Cerithium los “casts” encontrados por Darwin
en San José, y clasificados en sus Geological Observations como pertenecientes a
Turitella.
La amplia distribución latitudinal de esos ocho invertebrados llamó la atención
de Bravard: en particular, la de Ostrea Patagonica, cuyos restos habían sido
encontrados, según él, incluso en algunos depósitos de Bahía (Brasil); no se conocía un
registro tan amplio de los depósitos marinos del Terciario de Europa, ni existían
ejemplos actuales similares.
Hermann Burmeister: una Patagonia sin secretos
El naturalista alemán Hermann Karl Konrad Burmeister (1807-1892), designado
por Bartolomé Mitre director de la Academia de Ciencias de Córdoba desde 1862 y
luego director del Museo de Buenos Aires, se hizo conocer inicialmente en la región
por sus viajes por Brasil (1850-1852), Uruguay y Argentina (1856-1859), donde hizo
abundantes observaciones y colecciones. Organizó el Museo porteño a partir de sus
propios materiales y de las colecciones de fósiles de Bravard, promovió la publicación
de los Anales de la institución, y formó una Sociedad Paleontológica de Buenos Aires
(1866-1868). Bajo los auspicios de Sarmiento, reunió en Córdoba, desde 1873, a un
importante grupo de científicos europeos en la recientemente creada Academia
Nacional de Ciencias de Córdoba, una institución educacional de gran importancia en el
proceso de profesionalización de las ciencias naturales en Argentina (cfr. Tognetti
2000 y 2004). No es mucho lo que se conoce sobre la evolución de su pensamiento
geológico, aunque en su Historia de la Creación, una obra de síntesis anterior a su
llegada a Buenos Aires, emplea una terminología definitivamente neptunista.141 Al
igual que Bravard, Burmeister nunca recorrió la Patagonia.
En su Description physique de la République Argentine d’après des observations
personnelles et étrangères, publicada entre 1876 y 1886 con el apoyo del Estado
141
En Historia de la Creación (I, 244), Burmeister habla de rocas “normales” para referirse a las neptunianas y de rocas
“anormales”, refiriéndose a las volcánicas. Si bien se utilizan en la obra términos de la antigua tradición werneriana, el
neptunismo extremo estaría, para Burmeister, sólo “parcialmente confirmado” (8). El neptunismo explicaría cómo se
modelaron y formaron las rocas actuales, mientras que el vulcanismo permitiría explicar su “primer origen” (I, 12).
Burmeister parece volcarse hacia una combinación de plutonismo y neptunismo: “Una vez llegada la tierra a ese período
de desarrollo, la misión de las acciones plutónicas había terminado en lo que tiene de esencial, y ha de empezar la del
agua.” (I, 180). Para un análisis de su “filosofía de la naturaleza”, cfr. Salgado y Navarro Floria 2001.
158
argentino142, Burmeister subrayó el carácter uniforme de la geología argentina y de la
patagónica en particular. Las capas geológicas superiores, de uno a unos pocos metros
de grosor, un nivel arenoso de origen contiental, correspondían a la Formation Moderne
des alluvions (“formación moderna de los aluviones”), y las inferiores, conteniendo las
osamentas de los mamíferos extinguidos, sobre todo su parte basal, a la formation
diluvienne (“formación diluviana”)143. Normalmente desprovistos de piedras, los
depósitos de la primera unidad tenían más de medio metro de espesor, pero alcanzaban
los 3-4 m en el lecho del Río de la Plata (Burmeister 1876: 2,158). Estos terrenos se
dividían a su vez en dos: una de origen fluvial y otra marino-litoral. El primero,
normalmente superficial, contenía distintas especies de moluscos actuales: Ampularia
australis, Planorbis montanus, y Paludinella perchappi, especies creadas por d’Orbigny
(idem:158). En algunos sectores bajos, en las proximidades de los ríos de la campaña
bonaerense, pero lejos de la costa del río de la Plata, se exponía la capa marina litoral,
con moluscos marino-litorales actuales, como Azara labiata (idem:160). Estos fósiles
eran precisamente los que recubrían los paseos de las plazas y parques de la ciudad de
Buenos Aires. La capa profunda de la Formation de alluvions correspondía, sin duda, al
“terreno marino superior” de Bravard.
La capa marino-litoral de la Formation de alluvions no formaba una capa simple
sino discontinua: se los encontraba en superficie en distintos puntos de la llanura
rioplatense: Belgrano, Quilmes, Puente Chico, etc. La costa de ese antiguo mar,
recordando la interpretación de d’Orbigny, coincidiría con el arco de dunas identificado
por Parchappe (idem:163).
Según Burmeister, esos depósitos marino-litorales no se habrían formado
rápidamente, sino como resultado de siglos de lenta acumulación (idem:167). Aquí
encontramos un Burmeister muy distinto del autor de Historia de la Creación. En efecto,
cada “período de creación” establecido en esta obra comenzaba luego de una fase crítica
de violentos movimientos del mar, levantamientos, cambios del nivel oceánico, en
suma, de “revoluciones (geológicas) fatales a la vida de los organismos” (Burmeister
1843: 1,189). El poder de esas revoluciones era decreciente a través del tiempo; antes
eran más generales e intensas; en la actualidad, más leves y de carácter local
(idem:249).
Con relación a la antigüedad de los niveles marino-litorales de su Formation de
alluvions, Burmeister señaló que Darwin pensaba que eran de la époque diluvienne;
mientras que para d’Orbigny y Bravard correspondían a una época entre el alluvienne y
142
Domingo F. Sarmiento, ya como senador, impulsará el apoyo oficial a esta obra (Asúa 1989).
143
Los depósitos de esta formation diluvienne, como señala Burmeister en su Historia de la Creación (333), tenía un
origen continental.
159
el diluvienne: Burmeister no dudaba que correspondían a la époque alluvienne
(Burmeister 1876: 2,167), por la existencia de restos arqueológicos (idem:170); es más,
pensaba que eran las capas más antiguas del alluvienne, de modo que reconocía que esta
época se inauguraba con un depósito marino o, en realidad, marino-litoral.144 Como se
vio, Darwin creía que los moluscos marino-litorales hallados en el interior de la llanura
pampeana y las osamentas de los grandes mamíferos extinguidos eran coetáneos,
mientras que Bravard y d’Orbigny sostenían, como Burmeister, que los restos de
mamíferos provenían de capas más profundas (idem:171).
Por debajo de los niveles marino-litorales, estaban los niveles margososarenosos de la formation diluvienne, de cuya mitad inferior provenían las osamentas de
los mamíferos extinguidos. Estos últimos parecían no tenían relación con los actuales:
los de la mitad superior eran, por el contrario, idénticos o tan similares a las formas
vivientes que podía considerarselos “prototipos” de estos últimos (idem:214).
La formation diluvienne, equivalente a la argile pampéene de d’Orbigny y al
Pampean mud de Darwin, tenía para Burmeister una localización amplia y continua. Se
extendía desde el volcán Maipú al Oeste (34º LS), hasta un punto intermedio entre
Tandil y Ventana, a la altura del río Quequén. En Patagonia, sólo se la hallaba muy
esporádicamente en algunos puntos, como en San Julián (idem:200). En Bajada, en la
quebrada del puerto de la Santiagueña, la formation diluvienne estaba bien representada
sólo en la orilla occidental. En este lugar, Burmeister no encontró restos fósiles en el
sitio donde Bravard había colectado los materiales del Palaeotherium (un perisodáctilo
según Burmeister) y del Anoplotherium (un supuesto artiodáctilo) (idem:235). Sí
encontró un coprolito (al igual que Bravard) y otros restos de vertebrados, entre ellos,
de cocodrilos y cetáceos, pero prefirió creer que eran contemporáneos al depósito, no
arrancados de estratos más profundos, como había afirmado Bravard (1858:44).
Con relación a la formación de estos depósitos, Burmeister no aceptó su origen
marino, por la falta de fósiles correspondientes a ese ambiente (idem:175). Con relación
a esto último, se menciona en la Description physique la contribución de un joven
científico del país, Francisco P. Moreno, quien le había acercado una roca coralina –
marina– de San Nicolás, supuestamente procedente de la formation diluvienne;
Burmeister consideró que esas muestras eran extrañas a dicha unidad145, y que por lo
144
Hoy se sabe que, efectivamente, ha habido ingresiones marinas pleistocénicas (“diluvianas”) y holocénicas
(“aluviales”).
145
Debe hacerse aquí una aclaración con relación al uso de ciertos términos geológicos, que hoy poseen un significado
distinto. Como explica Tonni (2000:11), en el siglo XIX, “(u)na formación no era una unidad litoestratigráfica, sino
básicamente una unidad de tiempo inferido a partir del contenido fosilífero (…). Subordinados a las formaciones están
los pisos u horizontes geológicos, que insisto, tampoco son estrictamente –como los definimos en la actualidad- unidades
de tiempo-roca, aunque en este caso se aproximan bastante a lo que a partir de la década de 1940 van a ser las unidades
cronoestratigráficas”.
160
tanto no indicaban su origen marino (idem:177). Por otra parte, aceptar que los
depósitos de la formation diluvienne eran el resultado de una inundación suponía admitir
que, mientras la altiplanicie boliviana estuvo bajo el agua, la Patagonia había
permanecido emergida. En Bolivia, a diferencia de Patagonia, sí se presentan depósitos
de ese tipo (idem:204). Admitió, en todo caso, que los corales que le había traído
Moreno indicaban la extensión de un antiguo golfo, pero negó que el mar haya tenido
que ver con los depósitos de la formation diluvienne. Burmeister rechazó también el
origen estuarial propuesto por Darwin, básicamente por las mismas razones.
El origen eólico de los sedimentos pampeanos postulado por Bravard, también le
resultaba extravagante (idem:206): no creía que una tormenta de arena hubiera podido
enterrar a tantos animales en un área tan extensa. Además, la existencia de piedras,
aunque pocas, en los niveles margosos-arenosos de la formation diluvienne, sobre todo
en el Norte (idem:179), sugería un origen fluvial –aunque distal–. El hecho de que la
arena dominara en la parte occidental de la provincia de Buenos Aires y la arcilla en la
parte oriental, era coherente con un origen fluvial (idem:180). La “marga diluviana” era
para Burmeister el resultado de la lenta descomposición de rocas metamórficas
localizadas al Oeste, desintegradas, transportadas, y redepositadas por la acción de
lluvias y ríos (idem:208-209). Enemigo de las debacles d’orbignyanas, ni siquiera
admitió que la descomposición y remoción de las rocas de la cordillera haya sido el
resultado de la caída de dramáticos chubascos; más bien prefería la acción de
precipitaciones continuadas a lo largo de muchos miles de años (idem:211).
Burmeister tampoco creía en la muerte catastrófica de los grandes mamíferos del
diluvienne; a lo sumo podía pensarse en empantanamientos individuales. Estos animales
se habrían extinguido antes de la finalización de la époque diluvienne (idem:191).
Ciertamente, los depósitos inferiores de la formation diluvienne, en donde se
encontraban las osamentas, corresponderían, según Burmeister, al período preglacial
europeo, y el superior al postglacial, aunque admitió que en Argentina no había
pruebas firmes sobre la ocurrencia de glaciaciones (idem:192).
El origen de las salinas y salitrales estaba en la disolución de rocas y en las
reacciones químicas (idem:184), a lo sumo, esos depósitos podrían haberse formado en
grandes lagos de agua dulce (idem:187); aquí tampoco había tenido que ver el violento
balanceo de las aguas sobre el continente, como había imaginado d’Orbigny.
Por debajo de los depósitos de la formation diluvienne se presentaban los de la
formation tertiaire, representada por dos capas: la superior, nombrada por d’Orbigny –
según Burmeister– como formation patagonienne (el real nombre empleado por
d’Orbigny es tertiaire patagonien), y la inferior, o guaranienne (tertiaire guaranien de
d’Orbigny). En Historia de la Creación (Burmeister 1843: 1,286), Burmeister había
explicado que los organismos “completos y acabados” habían podido desarrollarse
161
recién cuando la tierra firme y el mar habían llegado a un estado de equilibrio más o
menos permanente. En América del Sur, esas condiciones se habrían logrado recién en
el Terciario, con la aparición de un gran número de fósiles marinos.
Si bien hasta ese momento las rocas de la formation tertiaire habían sido
reconocidas en unos pocos lugares de la Argentina, las mismas se encontrarían en todo
el subsuelo del territorio. Como se verá más adelante, A. Doering será el primero en
confirmar la existencia de esta formation en el interior de Patagonia. En este sentido,
como ya se explicó, Burmeister simplemente generalizó a todo el territorio los
esquemas esbozados previamente para el litoral argentino. Recordemos que Darwin no
creía que los niveles marinos terciarios (eocénicos, según él) se extendieran por debajo
del Pampean mud en el ámbito de la llanura pampeana.
La descripción que hace Burmeister de los depósitos de la formation tertiaire está
basada en datos recabados en la región de Paraná, desde Diamante hasta la
desembocadura del Guaiquiraro, en el límite norte de la Provincia. La formation
patagonienne se dispondría por debajo de la formation diluvienne. Sus depósitos se
hallaban en la orilla oriental del río Paraná, y en toda la Patagonia hasta el estrecho de
Magallanes, y hasta el pie de la cordillera, así como en el subsuelo, por debajo del
diluvienne. En Buenos Aires, los informes de las perforaciones realizadas por ciertos
empresarios (Burmeister 1876: 2,239), indicaban que la formation patagonienne
comenzaba a unos 50 metros de profundidad. Al igual que d’Orbigny y Darwin,
Burmeister creía que durante gran parte del Terciario, prácticamente la totalidad del
territorio argentino estuvo bajo el agua.
Las capas –predominantemente marinas– de la formation patagonienne eran muy
variables: las calizas predominaban en la parte superior, donde existía una gran
candidad de restos de ostras y turritelas empleados como materiales de construcción
(idem:219). Burmeister mencionó que d’Orbigny había encontrado en depósitos de la
formation patagonienne las siguientes especies: Ostrea Patagonica, Pecten darviniana,
Ostrea Ferrarisi (del calcaire ostréen; no cita al Pecten Patagoniensis, del grès marin de
Patagonia y del grès ostréen de Bajada), Venus Münsteri, Ostrea Alvarezii, Arca
Bondplandiana, Pecten Paranensis y Cardium mutiradiatum (ocho especies en total).
Darwin había agregado a esta lista un número importante de formas: Pecten aetinoides,
Nucula ornata, Pecten centralis, Nucula glabra, Pecten geminatus, Fusus patagonicus,
Cardium puelchum, Fusus noachinus, Cardita patagonica, Scalaria rugosa, Mactra rugata,
Turritela ambulacrum, Mactra Darwini, Turritela patagonica, Terbratula patagonica,
Voluta alta, Cucullaea alta, Trochus collares, y Crepiduila gregaria.
Bravard ya había demostrado la existencia de niveles terrestres intercalados en
las capas de la formation patagonienne, como resultado probable de la acción de antiguos
ríos que desembocaban en un golfo (idem:224). Durante esa época, suponía Burmeister,
162
todo el continente había sido un enorme archipiélago, cuyo sector oriental habría
correspondido a las actuales provincias de Entre Ríos y Corrientes, sumadas a los
territorios vecinos de Brasil.
La existencia de unos pocos restos de moluscos, pero intactos, en las partes
inferiores del depósito demostraba que, al principio, el mar no había sido muy profundo
(ibidem). A medida que el estuario se iba colmatando, el hipotético golfo se había ido
retirando, de modo las conchillas de moluscos predominaban en la parte superior de la
unidad, en especial ostras de las especies O. Patagonica y O. Ferrarisi (idem:229).
Los depósitos del guaranienne, también terciarios, se encontraban por debajo de
los de la formation patagonienne. Si bien hasta ese momento se lo había reconocido en
Corrientes y en algunos otros puntos de la orilla oriental del Paraná, era muy posible
que el guaranienne se extendiera hasta el pie de las cordilleras, y en todo el territorio
argentino, por debajo de los depósitos de la formation patagonienne. Burmeister
ignoraba si los depósitos del guaranienne eran marinos o continentales, por no haber
encontrado restos fósiles en él (idem:153).
Hacia 1870, nada se conocía sobre la conformación geológica del territorio por
debajo de los depósitos del guaranienne y hasta los “terrenos hullíferos”: en este sentido,
Burmeister no creyó confiables las noticias recibidas por Darwin sobre la existencia de
niveles jurásicos o cretácicos, aunque en Mendoza le habían acercado restos de un
Amonitas communis, los cuales, en su opinión, sí demostrarían la existencia de terrenos
jurásicos, al menos en esa parte de los Andes (idem:154).
Las primeras observaciones directas sobre el interior patagónico:
Adolf Doering y la Comisión Científica de la Expedición al Río Negro
El profesor Adolf Doering (1848-1925) había sido traído a la Argentina por
Burmeister durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-1874) para integrar
la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Convocado por el Gobierno Nacional,
acompañará a la campaña militar de conquista de la Pampa y la Patagonia de 1879,
formando parte de una Comisión Científica cuyo propósito era el de explorar las
posibilidades económicas que los territorios anexados ofrecían. Doering debió cumplir
con su misión bajo condiciones desfavorables (Podgorny 2004), supeditado a los
rápidos movimientos de los cuerpos militares.
Como pudo, Doering describió la geología del interior del norte patagónico –la
región que llama “Mesopotamia Austral”146, entre los ríos Colorado y Negro, sobre
todo el valle del Río Negro–, lo que le permitió discutir las opiniones previas de
146
La denominación de “Entre Ríos del Sur” para esa región de la Patagonia, como también la de “Mesopotamia” para la
comprendida entre los ríos Paraná y Uruguay, había sido introducida por V. Martin de Moussy.
163
Darwin y Burmeister sobre la conformación geológica del territorio. Los informes
geológicos del profesor de la Academia fueron reunidos en un Informe Oficial (Doering
1882).
Como Burmeister, Doering describe en su Informe una América del Sur
geológicamente uniforme: “[u]na enorme extensión geográfica y una pronunciada
uniformidad paleontológica y hasta petrográfica caracteriza en general a todas las
formaciones sedimentarias, antiguas y modernas, de Sudamérica...” (idem:464). Otra
particularidad de la geología americana era, para Doering, la falta de una discordancia
definida entre los estratos cretácicos y terciarios, de modo que era muy común, por
ejemplo, registrar un nivel post-cretáceo “que lleva mezclados los caracteres de ambos
períodos” (idem:462). Muchos estudiosos, como el alemán Rudolf Philippi y el propio
Darwin, habían quedado perplejos ante esta situación. El límite Cretácico-Terciario era
entonces motivo de arduas controversias. Doering refirió en su Informe Oficial que
Charles O. Marsh había propuesto para América del Norte tomar como pauta la
desaparición de los dinosaurios (ibidem). Al año siguiente de la publicación del Informe
se conocerían los primeros restos de dinosaurios procedentes de la región. Sin
embargo, no siempre era posible recurrir a los fósiles para realizar este tipo de
estimaciones. En este sentido, Doering no pudo determinar, por ejemplo, si su piso
Guaranítico147 era continental o marino, debido precisamente a la ausencia de restos
orgánicos in situ.
Con relación a la antigua división del tertiaire guaranien efectuada por d’Orbigny
en tres horizontes –de abajo hacia arriba, sus gres ferrugineux; calcaire á fér hydraté y
argile gypseuse grise–, Doering interpretó que el piso superior (la argile) se correspondía
con la división inferior de su formación Patagónica, al menos en Patagonia. De este
modo, reunió a los estratos superiores de la formación Guaranítica y los inferiores de la
formación Patagónica en su piso Paranense, que suponía eocénico, al igual que el piso
inmediatamente inferior, dentro de su formación Guaranítica: el piso Pehuenche148.
El Paranense de Doering era de origen marino (de ahí se justificaba su reunión
con el Patagónico), en tanto que el piso Pehuenche era continental por el hallazgo, en
los alrededores de Fresno Menoco, en niveles correspondientes a su “primera terraza
inferior” (idem:450), de un hueso gigantesco no identificado, posiblemente de un gran
147
Doering relacionaba esta unidad, expuesta en el norte de Patagonia, con el tertiaire guaranien de d’Orbigny.
Recuérdese que el francés no había registrado en Patagonia su tertiaire guaranien, sólo el tertiaire patagonien.
Burmeister sólo había intuido la presencia de su guaranienne en el subsuelo de todo el territorio argentino.
148
El piso Pehuenche lo había creado Doering para designar a las areniscas rojas de Fresno Menoco como un piso de su
formación Guaranítica. Actualmente corresponde al Grupo Neuquén (Digregorio 1972). El nombre de la localidad es una
transcripción errónea pero corriente en la época -como también “Fisco Menuco” o “Menoco”- del nombre mapuche del
paraje donde se asentó el Fuerte (actual ciudad) General Roca, Fiske Menuko. Se seguirá utilizando en el texto por ser la
denominación que aparece en la documentación analizada.
164
dinosaurio, y de un mamífero, ambos colectados por los oficiales de la expedición.
(Moreno más tarde publicaría los restos del mamífero con el nombre de Mesotherium
Marshi.149) Estos hallazgos indicaban, según Doering, la edad eocénica de los estratos
del piso Pehuenche de su formación Guaranítica.
Los niveles del piso Guaranítico no estaban expuestos en ningún lugar de
Patagonia. De este modo, Doering incluyó los depósitos continentales de Fresno
Menoco en la misma unidad que el tertiaire guaranien, conformando un piso distinto
pero equivalente al Guaranítico: el piso Pehuenche.
En Patagonia, la formación Guaranítica, representada por su piso Pehuenche,
era, como se vio, eocénica; en otros puntos del país –por ejemplo, las Sierras Centrales
y en general en el resto del norte del país– poseía según Doering una antigüedad
mayor, llegando al Cretácico Superior, al menos sus pisos inferiores. Doering pensaba
que los estratos guaraníticos del norte del país tenían una estrecha relación con ciertos
estratos de Brasil, el “gres brasileño” de Franz Foetterle (1823-1876)150, “una
formación intermedia entre el horizonte cretáceo y el Terciario” (idem:448).
Comparado con el de Burmeister, el esquema de Doering resulta ciertamente
complejo. El primero no veía que los diferentes horizontes de su guaranienne tuvieran
diferente antigüedad; contrariamente, para el segundo, los horizontes inferiores de su
formación Guaranítica del Norte podrían incluso ser Cretácicos. En Patagonia, las
divisiones inferiores de la misma estaban representadas por una unidad local –su piso
Pehuenche–, mientras que las superiores lo estaban, según Doering, aunque
trasladadas como la división inferior marina de la formación Patagónica, bajo el
nombre de Paranaense.
El Paranense era el horizonte portador de la Ostrea Ferrarisi. Constituía la base
de la Formación Patagónica y se encontraba en la zona de Bajada del Paraná
inmediatemante sobre el nivel de las aguas del río homónimo (idem:472). En
Patagonia, el mismo d’Orbigny había reportado el hallazgo de Ostrea patagonica y
Ostrea Ferrarisi, en su calcaire ostréen –un piso de su tertiaire patagonien–, en lo alto de
los acantilados atlánticos del sur del río Negro. Doering dudaba que la O. Ferrarisi
registrada por d’Orbigny proviniera de los estratos superiores de la formación
149
En la actualidad, Mesitotherium marshi. Ameghino se refiere al Mesotherium Marshii en estos términos, en su
conferencia “Un recuerdo a la memoria de Darwin: el transformismo considerado como ciencia exacta”, pronunciada en
el Instituto Geográfico Argentino de Buenos Aires (Ameghino 1882:54-56): “Así podría hacerlo esperar, por lo que se
refiere al hombre, el hallazgo que he hecho, de restos de grandes monos en el terreno pampeano inferior, y por parte de
los proboscídeos un fragmento de cráneo de un animal relativamente pequeño que hace pocos días, el señor Moreno
(que tratándose de estos estudios no tiene para mí nada reservado), me mostraba; cráneo aparentemente con dientes de
elefante y procedente de una formación muy antigua de Patagonia septentrional, de donde se lo acababa de traer un
señor cuyo nombre no recuerdo”. El nombre que dice no recordar es el de Jorge Rohde.
150
Geólogo vienés, autor del primer mapa geológico de Brasil, en 1846.
165
Patagónica; suponía que el francés la había encontrado únicamente en el horizonte
inferior de esta unidad, cerca de Patagones (idem:473)151. Si las ostras provenían
efectivamente del piso superior, las partes inferiores del acantilado debían corresponder
al piso Pehuenche, algo que era inadmisible.
Doering pensaba que los estratos marinos de Fresno Menoco se correspondían
con el Paranense, no ciertamente por su contenido paleontológico –recordemos que no
encontró en ellos a la Ostrea Ferrarisi, el fósil distintivo de esta unidad–, sino
simplemente por encontrarse intercalados entre los pisos Pehuenche y Mesopotámico.
Este último era el piso de la formación Patagónica inmediatamente superior al
Paranense. Doering esperaba que las observaciones del Sr. Rohde confirmaran esa
suposición.
En realidad, el hallazgo de niveles marinos en los alrededores de Fresno
Menoco, no era mérito de Doering, quien afirmó no haberlos visto, sino del propio
Rohde:
“en las barrancas del río Negro, al sur de Fresno Menoco (39 Lat. S.) donde parece que
el capitán Rohde ha observado, si mal no recordamos, depósitos de conchas marinas, en
el nivel inferior, debajo de los bancos de formaciones sub-aéreas, mesopotámica y
araucana que allí predominan” (idem:467)
Los depósitos marinos de Fresno Menoco del Paranense eran, para Doering,
equivalentes a otros observados por Moreno en Patagonia meridional, cerca del lago
San Martín (idem:466-467). Basado en estos informes, Doering supuso que el avance
oceánico del Eoceno correspondiente al Paranenese, había llegado “hasta cerca de la
región subandina” (idem:495); esto confirmaba la idea de d’Orbigny, Darwin, y
Burmeister sobre la existencia de un antiguo mar sobre la mayor parte de la geografía
patagónica, hasta ese momento basada en conjeturas.
La escasa exposición de las formaciones marinas en el interior del territorio
patagónico, y, sobre todo, la virtual ausencia de la formación Patagónica, existente sólo
en la desembocadura del río Negro, al menos sus estratos medios y superiores, eran
para Doering una verdadera decepción (idem:459).
Refiriéndose al piso Patagónico superior de su formación Patagónica, Doering
escribió:
151
Doering no registró Ostrea Ferrarisi en Fresno Menoco. De hecho, refiere simplemente que d’Orbigny halló esta
especie en el río Negro y en Paraná. Actualmente, Ostrea ferrarisi es considerada como típica del Entrerriense. Guzmán
et al. (2000) la consideran miocénica- superior -pliocénica.
166
“(e)n las regiones occidentales e intermedias de la mesopotamia patagónica no hemos
encontrado en ninguna parte los estratos marinos, fosilíferos del piso superior
patagónico, a pesar de nuestros esfuerzos y excursiones continuas en las barrancas y
declives, puestas a descubierto por las erosiones de los Ríos Colorado y Negro, a la vez
que hemos tenido muchas ocasiones de observar el notable desarrollo, en las regiones
occidentales, de la división patagónica intermedia o piso mesopotámico, de origen subaéreo, y de cuya formación nos ocuparemos detalladamente en el lugar
correspondiente” (idem:468)
En este sentido, los mares eocénicos habrían sido más extensos y habrían
cubierto una mayor superficie que los del Oligoceno:
“Las bahías del océano oligoceno, con sus habitantes del piso patagónico
superior, parece que no llegaron en ninguna parte hasta las inmediaciones de la
Cordillera, probablemente ni siquiera hasta la mitad o tercera parte de la distancia
entre las costas actuales y el aludido centro de plegamiento, exceptuando la
probabilidad de la existencia, en uno que otro punto, de tal o cual golfo o estrecho,
ramificado más hacia adentro” (idem:467)
Con relación a la antigüedad de la formación Patagónica, Doering recordó que
Darwin la había considerado eocénica, y d’Orbigny equivalente al calcaire grossier de la
Cuenca de París, también asignada al Terciario Inferior. En su Historia de la Creación,
Burmeister había estimado que la “calcárea grosera” se había comenzado a depositar
antes de finalizada la depositación de la “formación numulítica”, unidad ausente en
América del Sur (Burmeister 1843: 2,461).
Según Doering, los estudios de Sowerby y Philippi confirmaban, en parte, la
edad eógena (terciaria inferior) de la formación Patagónica propuesta por Darwin. Sin
embargo, y debido a las diferencias con otras faunas eógenas, como la norteamericana,
la antigüedad del piso Patagónico podía ser, como mucho, miocénica inferior (Doering
1882:464). De este modo, el Paranense correspondería al Oligoceno Inferior, el
Mesopotámico al Oligoceno Superior, y el Patagónico al tránsito Oligoceno-Mioceno.
Doering entendió que las estimaciones de Burmeister eran coincidentes con las
suyas –como vimos, Burmeister había defendido una edad miocénica para la formación
Patagónica–. Por otro lado, el hecho de que Burmeister, en un trabajo posterior,
asignara una edad miocénica a un estrato considerado erróneamente por Burmeister
como “Formación Patagónica superior”, demostraba que, sobre este punto, ambos
científicos tenían “opiniones completamente armónicas” (idem:461).
Para Doering, la formación Patagónica en Patagonia Septentrional era
“completamente idéntica” a la de la Cuenca de Paraná (idem:465). Esta afirmación fue
167
fundamentada mediante una lista de ocho especies de moluscos comunes a ambas
cuencas: Ostrea patagonica; Ostrea Alvarezii: Venus Muensteri; Venus meridionalis; Arca
Bonplandiana; Cardium platense; Pecten paranensis y Pecten Darwininanus.
Doering opinaba, como Burmeister, que la formación Patagónica se encontraba
en el subsuelo de la “Cuenca Pampeana”, aunque no estaba seguro sobre la extensión
occidental de los depósitos (idem:466). En este sentido, se quejó de la liberalidad con
que muchos geólogos habían hecho avanzar el antiguo océano terciario hasta el pie
mismo de la cordillera, para lo cual no había ninguna base firme. Hasta donde tenía
conocimiento, no había registros de niveles marinos en el interior del territorio, por
ejemplo en las Sierras de Córdoba (ibidem).
Doering sabía que Moreno había referido la existencia de un área deprimida al
pie de la cordillera, cuya continuación en la Patagonia Austral se hallaba actualmente
invadida por las aguas oceánicas. No le llamó la atención, entonces, que en
determinados puntos de la región subandina se encontraran fósiles marinos
oligocénicos o miocénicos (idem:467). Esto es, sin duda, un claro antecedente de la idea
del “mar ándico” de Ameghino que se verá más adelante. De cualquier modo, el
probable registro de fósiles marinos al pie de la cordillera no demostraba que el océano
hubiera cubierto toda la Patagonia en el Oligoceno-Mioceno, sino sólo la existencia, en
ese momento, de “canales y estrechos marinos”, en la franja hoy ocupada por los lagos
y lagunas cordilleranas.
D’Orbigny había establecido para la formación Patagónica (su tertiaire
patagonien) la siguiente subdivisión, a partir de observaciones hechas al norte y sur del
territorio pampeano (idem:471), desde lo más antiguo a lo más reciente:
1. Gres marino (grès marin) (con Ostrea, Pecten, y Venus)
2. Gres y calcáreo dendrítico, duro y bien estratificado (calcaire dendritique) (río
Negro); Gres ferruginoso muy duro (Paraná). Sin fósiles.
3. Gres de osamentas (grès à ossements), con restos de animales terrestres y de agua
dulce.
4. Gres azulado (grès azuré) (río Negro); arcilla yesífera (Paraná). Sin fósiles.
5. Margas y areniscas calcáreas, ostreras (calcaire ostréen), con un gran número de
especies idénticas en ambas regiones.
Según Doering, la subdivisión intermedia (grès à ossements) estaba muy bien
representada en la Patagonia Occidental y correspondía a su piso Mesopotámico. En
cambio, como se vio, las subdivisiones marinas, o no contenían fósiles (grès marin= piso
Paranense), o no estaban representadas (calcaire ostréen=piso Patagónico).
La subdivisión de Doering de la formación Patagónica en tres pisos –Paranense,
Mesopotámico y Patagónico– estuvo basada en las diferencias petrológicas
168
mencionadas por d’Orbigny y confirmadas por posteriores observaciones de Bravard y
Burmeister.
En el Piso Paranense, como se indicó, los fósiles típicos eran Ostrea Ferrarisi y
Pecten patagoniensis. Se correspondería, según Doering con la capa fosilífera al pie de los
acantilados, al sur de la desembocadura del río Negro, el grès marin de d’Orbigny, y con
el grès tertiaire marin observado por d’Orbigny en la zona de Arroyo Verde, en Entre
Ríos.
Para Doering, gran parte de la confusión sobre las subdivisiones de la formación
Patagónica se debían a que “algunos viajeros” no “(hacían) diferencia entre la
naturaleza paleontológica de los bancos ostreros en la base y en el horizonte superior
de aquella formación” (idem:473). Entre esos viajeros se hallaba el mismo Darwin. En
el capítulo V de sus Geological Observations, Darwin había dado una lista de las especies
encontradas por d’Orbigny en Río Negro: 1. Ostrea Patagonica (también en Santa Fe, y
en toda la costa de Patagonia); 2. Ostrea Ferrarisi; 3. Ostrea Alvarezii (también en Santa
Fe, y San José); 4. Pecten Patagoniensis; 5. Venus Munsterii (también en Santa Fe); y 6.
Arca Bonplandiana (también en Santa Fe). De acuerdo con Doering, de esta forma,
Darwin al igual que otros, no advirtió que el francés había encontrado la Ostrea
Ferrarisi sólo en la base del depósito. Para Doering este hecho era de suma
importancia, porque no creía que las Ostrea Ferrarisi provinieran del calcaire ostréen, en
la parte alta del acantilado.
En realidad, Darwin ya había descripto una la secuencia de estratos
correspondientes a la Patagonian tertiary Formation, con sus diferentes fósiles. El inglés
había reconocido que en la base de la barranca d’Orbigny había encontrado a Megamys
–correspondiente al piso Mesopotámico de Doering– y que este estrato descansaba
sobre otros niveles marinos: los correspondientes al grès marin de d’Orbigny y al
Paranense de Doering. En sus Geological Observations Darwin dio una lista de los
fósiles registrados en la secuencia, pero en ningún texto indicó que provinieran de un
mismo estrato. En el capítulo V, refiriéndose a Río Negro, Darwin señaló:
“In a bed at the base of the southern cliffs, M. d'Orbigny found two extinct
fresh-water shells, namely, a Unio and Chilina. This bed rested on one with bones of an
extinct rodent, namely, the Megamys Patagoniensis; and this again on another with
extinct marine shells. The species found by M. d'Orbigny in different parts of this
formation152 consist of:
“1. Ostrea Patagonica, d'Orbigny, "Voyage, Pal." (also at St. Fe, and whole
coast of Patagonia).
152
Itálicas nuestras.
169
“2. Ostrea Ferrarisi, d'Orbigny, "Voyage, Pal."
“3. Ostrea Alvarezii, d'Orbigny, "Voyage, Pal." (also at St. Fe, and S. Josef).
“4. Pecten Patagoniensis, d'Orbigny, "Voyage, Pal."
“5. Venus Munsterii, d'Orbigny, "Voyage, Pal." (also at St. Fe).
“6. Arca Bonplandiana, d'Orbigny, "Voyage, Pal." (also at St. Fe).”153
Según Doering, los estratos que representarían el piso Paranense eran los
estratos fosilíferos de Fresno Menoco que informó Rohde y los de la Patagonia Austral
informados por Moreno. En el Paraná, sólo la parte superior de esta subdivisión
formaría, según Doering, la base sobre la cual descansaban todas las demás
formaciones terciarias; en Paraná, este nivel era escaso en fósiles, aunque Bravard había
descubierto allí su delfín Pontoporia paranensis154, lo que según Doering confirmaba la
existencia del piso Paranense en el Paraná, aunque faltaba su fósil típico, la Ostrea
Ferrarisi.
Como se vio, Doering pensaba que el Paranense marcaba un período de avance
oceánico durante el Eoceno que llegó hasta la Patagonia occidental: fue ésta la
ingresión marina más importante de la historia (idem:495).
El piso Mesopotámico correspondía principalmente al grès à ossements de
d’Orbigny, aunque también comprendía los estratos sin fósiles por encima del grès
marin hasta el grès à ossements).155 El Mesopotámico de Doering se distribuía en la
“Mesopotamia Austral”, entre los ríos Colorado y Negro, y en la “Mesopotamia
Septentrional”, desde Paraná al Norte (idem:475)156.
Doering mencionó que este depósito no contenía fósiles marinos y que
correspondía a una época de retroceso entre dos períodos sucesivos de ascenso oceánico
(idem:495). El fósil característico del Mesopotámico entonces, no era marino sino
continental, el mamífero Megamys patagoniensis, hallado por d’Orbigny en las barrancas
del Sur, en el “golfo de San Antonio”.
Según Doering, los estratos que se disponían entre el Paranense (grès marin de
d’Orbigny) y el Mesopotámico propiamente dicho (grès à ossements) eran probablemente
“el producto de una precipitación calcárea, dentro de un caspio o gran lago, separado a
consecuencia del retroceso oceánico; de un lago ya no afectado por el movimiento
turbulento de las olas y mareas oceánicas” (idem:477). Estos depósitos, estériles –un
153
El original en inglés.
154
Mencionado en Bravard (1858:92) como Delfinus Rectifrons, sinónimo junior de Pontistes rectifrons.
155
Corresponde a la Formación Río Negro.
156
Se está referiendo a los niveles del “Mesopotamiense” o “conglomerado osífero” en la base de la formación
Formación Ituzaingó.
170
gres detrítico, estratificado, seguido de una pizarra calcárea detrítica– indicaban
claramente que el mar Paranense no se había retirado abruptamente.
El piso Mesopotámico no se registraba en el subsuelo de la cuenca pampeana, y
Doering suspuso que, en esta región, este depósito se correspondería con un nivel
marino equivalente. Por lo tanto, de acuerdo con la interpretación de Doering, durante
la primera parte del Oligoceno, la región Patagónica y la cuenca del Paraná se habrían
hallado emergidas, y la cuenca pampeana inundada.
Doering reconoció que en algunos sitios cercanos a Paraná existían algunos
estratos que podían ser interpretados como el resultado de la remoción secundaria del
piso Mesopotámico157. En efecto, Doering pensaba que la costa del mar pampeano no
estaba lejos durante esos tiempos, lo que explicaría la remoción de materiales:
“Es muy posible, no obstante, que en aquella época de retroceso oceánico el
avance de la tierra continental no haya pasado hasta mas allá del S.E. de aquella región,
y que la tierra firme no se haya extendido todavía sobre los mismos sitios en cuestión,
sino solo muy cerca de ellos, debiendo verificarse, entonces, el acarreo de los
sedimentos con estos organismos terrestres, desde las costas vecinas, por avenidas que
embocaron en el golfo oceánico vecino, como suponía Burmeister.” (idem:476)
A diferencia de Bravard, quien asumía que los depósitos con vertebrados
continentales de Paraná eran marinos aunque litorales, Burmeister y Doering
pensaban que eran depósitos continentales aunque cercanos al mar.
En Patagonia Occidental, el piso Mesopotámico alcanzaba, según Doering, un
espesor considerable que disminuía hacia la costa. Según su Informe, “la mayor parte de
las capas que constituyen la parte basal de la meseta y de las barrancas del río Negro”
correspondían al Mesopotámico (idem:478).158
Como en estas regiones faltaba el piso Patagónico (marino), Doering entendió
que debía haber un depósito terrestre contemporáneo, entre el Mesopotámico y su
Araucano (idem:478). La prisa de los jefes de la expedición por continuar el avance de
las tropas impidió a Doering identificar esta hipotética unidad a la altura de Fresno
Menoco; más aún, ni siquiera pudo ver bien allí el límite entre el Mesopotámico y el
Araucano. Recién podría poner un pie en tierra en la confluencia de los ríos Limay y
Neuquén (idem:479). Esta circunstancia fue para él una nueva decepción, agravada por
la misteriosa sustracción de las noticias y perfiles estratigráficos del viaje (ibidem).
157
Se está refiriendo nuevamente al “conglomerado osífero” de la base de la Formación Ituzaingó.
158
Posiblemente, niveles actualmente correspondientes a la Formación Chichinales, del Mioceno Temprano.
171
De la margen sur del río Negro, obtuvo información y fósiles del capitán Jorge
Rohde y el “piloto Moisés”. Rohde le comunicó la existencia en Fresno Menoco de tres
terrazas que se continuaban hacia el Oeste (idem:481). Los fósiles que le mostró, al
igual que los que le enseñó el general Conrado Villegas, muy probablemente provenían
de niveles diferentes; algunos incluso estaban cubiertos de líquenes, lo que le
demostraba a Doering que habían sido levantados de la superficie. Entre los fósiles
recogidos por Rohde, Moyzes y Villegas, sobresalían los troncos petrificados.
Le fue muy dificultoso a Doering precisar la procedencia de los fósiles aportados
por los militares expedicionarios, ya que la mayoría de ellos parecía haber rodado desde
su posición original. No obstante, analizando sus fisuras, concluyó que los troncos
provenían de una “arenisca arcillosa que constituye principalmente la “parte basal o
intermedia de la segunda terraza” y los huesos de un banco de gres rojizo, subyacente
al anterior (idem:483). Estos últimos niveles sólo podían corresponder a las divisiones
guaraníticas superiores, y, por lo tanto, los bancos superiores con los troncos, sólo
podían corresponder al Mesopotámico159.
Entonces, los estratos rojizos de los niveles superiores de la segunda o tercera
terraza, no pertenecían a la formación Guaranítica (cretáceo-eocénica) sino al piso
Mesopotámico, al equivalente subaéreo del piso Patagónico (oligocénicos en ambos
casos), o bien al Araucano (miocénico). Esos niveles rojos eran, para Doering, el
producto de la trituración y denudación de los bancos de arenisca rojizos de la
formación huilliche o pehuenche –mencionada como “Tehuelche” en el Informe Oficial
(idem:480)–, situados más hacia el Oeste. Doering no tenía dudas de que los estratos
blancos superiores de Fresno Menoco correspondieran a las verdaderas tobas o margas
traquíticas del Mioceno (idem:483).
La subdivisión superior de la formación Patagónica, finalmente, era el piso
Patagónico. El fósil tipico de este horizonte era la Ostrea patagonica. Según Doering, el
piso Patagónico podría corresponder al “aquitánico” europeo, que algunos autores
daban como Mioceno Inferior, aunque la mayoría lo asignaba al Oligoceno (idem:487).
En las costas patagónicas septentrionales, Doering dividió el piso Patagónico en
tres secciones. La subdivisión inferior (“gres azulado”) podría corresponder en realidad
al piso Mesopotámico, no al Patagónico. La subdivisión intermedia (“estratos
conchíferos”) era la única que poseía ostras; además de la O. patagonica, otros moluscos
como Turritella patagonica, Venus meridionalis, Cucullaea alta, Voluta alta, etc.160 Eran
159
Los troncos serán enviados y estudiados por H. Conwentz, director del Museo de Danzig (actualmente la ciudad
polaca de Gdańsk); según su informe, los troncos correspondientes a las angiospermas habrían sido extraídos en las
barrancas del sur del río Negro, a una legua de General Roca. Todos los troncos coleccionados corresponden al
Mesopotámico, excepto uno que provendría de niveles superiores. Entre las piezas figuran la nueva especie Betuloxylon
Rocae, dedicada al presidente Roca (Conwentz 1884).
160
Son, sin duda, los niveles con fauna entrerriense intercalados en la Formación Río Negro.
172
estos los niveles que se presentaban también en Paraná. La sección superior estaba
formada por detritos volcánicos, con muy pocos moluscos, y se encontraba desarrollada
sobre todo en Patagonia Austral. La misma pasaba transicionalmente a la Formación
Araucana (idem:488).
En las costas de la Patagonia Septentrional, el “gres azulado” y los “estratos
conchíferos” se encontraban muy bien representados. El “gres azulado” correspondía
al grès azuré de d’Orbigny161, y los “estratos conchíferos” al calcaire ostréen162 que
d’Orbigny había registrado en las barrancas del Sur, intercaladas en el grès azuré. Este
último tenía un gran espesor en toda la región y a los ojos del viajero se presentaba
como preponderante. Como se refirió, Doering no estaba seguro de si el grès azuré
debía ser reunido con el piso Mesopotámico o con el Patagónico. De hecho, Doering
pensaba que, al menos los niveles del grès azuré que, en las costas de Patagonia
Septentrional descansaban sobre los “estratos conchíferos”, podían no ser depósitos
marinos propiamente, sino “el producto de una sedimentación secundaria a causa de la
denudación y transporte, verificado con posterioridad, de bancos de la formación
inferior, depositados con anterioridad a los estratos marinos, en regiones más
occidentales” (idem:488).
Los “estratos conchíferos” que descansaban sobre los anteriores eran los
verdaderos niveles fosilíferos con la Ostrea patagonica. Estas capas llegaban, en la
Patagonia Austral, hasta los niveles más inferiores de la barranca, por no hallarse allí
representados ni el Paranense ni el Mesopotámico (idem:492), a diferencia de lo que
sucedía en la Patagonia Septentrional.
Según Doering, estos mismos niveles estaban en el subsuelo de la cuenca
pampeana. La ingresión marina oligocénica representada por el piso Patagónico no
había tenido, según d’Orbigny, la extensión de la ingresión representada por el piso
Paranense del Eoceno (idem:495). Posteriormente a la depositación del piso
Patagónico, los avances del mar se habrían interrumpido, hasta el último y definitivo
correspondiente al piso Querandino163 del Diluvial (idem: cuadro final). Este último era
el que contenía los restos de Azara labiata que tanto llamaban la atención al
explorador.
En general, durante el Neógeno –o Terciario Superior– “(e)l continente sudamericano ya era así un continente en tiempos en que la Europa no presentaba sino los
contornos de un archipiélago” (idem:498). La extensión del continente sudamericano
161
Actualmente, la Formación Río Negro.
162
También, el miembro medio de la Formación Río Negro, con fauna entrerriense.
163
Los depósitos holocénicos del “Querandino” o “Querandinense” corresponden actualmente a distintas unidades
formacionales, distribuidas en diferentes sectores de la Provincia de Buenos Aires: Formación Medaland, etc.
173
durante el Neógeno debió extenderse más hacia el Este. Esta idea sería muy
importante de aquí en adelante: la suposición de que las condiciones en nuestro
continente habían sido más propicias que en el viejo mundo para la evolución
ininterrumpida de las faunas.
Santiago Roth y las expediciones científicas sistemáticas
Con la presencia efectiva de las fuerzas militares en la Patagonia, la situación se
volvió más favorable para naturalistas y exploradores. La creación del Museo de la
Plata en 1884 y la designación de Florentino Ameghino como su subdirector, y de su
hermano Carlos (1865-1936) como naturalista viajero, darían un gran impulso a las
investigaciones geo-paleontológicas en la región. La primera serie de expediciones del
museo de La Plata a la Patagonia fue organizada por los Ameghino, cuyas teorías se
comentan más adelante, y la última por el explorador suizo Kaspar Jacob (Santiago)
Roth (1850-1924), a cargo del área de Paleontología del Museo luego del
enfrentamiento de los Ameghino con el fundador y director del mismo, Francisco
Moreno.
Por lo tanto, al escribir el artículo del cual nos ocuparemos, Roth conocía el
pensamiento de Ameghino sobre las cuestiones centrales de la estratigrafía patagónica.
Debido a la importancia de las ideas de Ameghino, se abordará en primer lugar a Roth,
cuya contribución es, en cuanto a su volumen, mucho más modesta.
La primera serie de exploraciones de Roth a la Patagonia abarcó los años 1895 a
1899. Su primera campaña a Río Negro, desde diciembre de 1895 a junio de 1896,
contó con la participación del geólogo alemán Walther Schiller (1879-1944), quien se
incorporaría definitivamente al plantel del Museo de La Plata en 1905 (Camacho 2001).
Los resultados de esta primera expedición (Roth 1899) fueron volcados en un número
de la Revista del Museo de La Plata, que se publicaba desde 1892.
El principal aporte de Roth al conocimiento de los depósitos marinos de la
Patagonia es el descubrimiento de una antigua ingresión marina, representada por un
estrato fosilífero muy importante que Hermann von Ihering (1850-1930) designará
como etage Rocaneén (Ihering 1903).
En su trabajo de 1899, Roth identificó en las inmediaciones de Carmen de
Patagones, una formación marina cuyos fósiles indicaban una relación con la formación
Patagónica del Chubut. A diferencia de los demás autores que hemos estudiado, Roth
no se ocupó de las subdivisiones y edad de la formación Patagónica, una cuestión que le
resultaba muy enredada (Roth 1899:147).
Desde Patagones hasta Chichinales –valles inferior y medio del río Negro– Roth
distinguió tres formaciones: una marina, expuesta sólo en algunos pocos puntos
cercanos a Carmen de Patagones y del litoral atlántico, otra continental, de areniscas y
174
con restos de mamíferos, que se extendía por lo menos hasta Choele Choel, y por
último los rodados. La formación intermedia observada por Roth, portadora de restos
de mamíferos, correspondía seguramente a depósitos neógenos comprendidos bajo el
nombre de estratos Araucanos por Doering en la zona del Chichinal. Según el alemán,
el piso Araucano estaba representado por el “horizonte superior de los bancos de la
meseta araucana, en el curso intermedio del Río Colorado y del Río Negro” (Doering
1882:499). Los rodados que observó Roth correspondían seguramente a una sucesión
de niveles de diferente origen, de edad Plio-Pleistoceno.164
Luego de la “Bajada del Chichinal”, ya en el valle superior del río Negro, Roth
distinguió, por debajo del nivel de areniscas, una nueva formación165.
Frente al fuerte Roca, observó un nivel de arcillas con invertebrados marinos
hasta ese momento desconocido. Esa misma formación marina se encontraba expuesta
en diversos puntos de la Patagonia (Roth 1899:150). Por su fauna, esos niveles le
indicaban una edad terciaria, aunque los mismos se intercalaban con niveles rojos
portadores de restos de dinosaurios, por lo que supuso que eran Cretácicos (Bertels
1970). Esto en definitiva no lo sorprendió, ya que en India y Brasil también existían
faunas de invertebrados indudablemente cretácicas, con “características terciarias”.
De todos modos, la antigüedad cretácica de esos depósitos debía ser confirmada
por un especialista, de modo que Roth envió una gran cantidad de fósiles a Carlos
Burckhardt (1869-1935), quien a su vez se los entregó a von Ihering, director del
Museu Paulista (São Paulo, Brasil) entre 1894 y 1915 (Lopes 2001). Éste finalmente
describió los restos en 1903, y dio el nombre de “Piso Rocanense” a la unidad (Bertels
1970). En realidad, como se vio, Doering ya conocía la existencia de un nivel con
moluscos marinos en Fresno Menoco, el cual suponía correspondiente a su Paranense,
por encontrarse interpuesto entre el Guaranítico y el Mesopotámico. No es improbable
que Roth deconociera el hallazgo de Rohde y el informe de Doering (ibidem).
Von Ihering, al igual que otros investigadores, advirtió tempranamente la
mezcla de elementos cretácicos y terciarios en los depósitos de Fresno Menoco. Recién
en 1922 Windhausen confirmará que en ese lugar existía un nivel marino más antiguo
por debajo del Rocanense. Esa unidad, pero en la zona de Auca Mahuida, será
designada por Windhausen como “Capas del Jagüel”.
164
Los estratos Araucanos de Doering (reconocibles en el valle del río Negro) comprendían la actual Formación Río
Negro (pliocénica), y tal vez parte de la Formación El Palo (miocénica). En la zona atlántica, la Formación Río Negro se
corresponde con el gres azuré de d’Orbigny. En la zona del valle, Doering había considerado que el “gres azulado” era
parte de su piso Patagónico inferior o del Mesopotámico (los estratos Araucanos estaban por encima).
165
Los niveles observados por Roth corresponden seguramente a la Formación Chichinales de Fossa Mancini et al.
(1938). En las bardas ubicadas en frente a la localidad de Villa Regina, unos kilómetros al oeste de la “Bajada del
Chichinal”, pueden observarse la Formación El Palo, en la mitad superior de la barda, y la Formación Chichinales, en su
mitad inferior. Recordemos que Doering ya había asignado esos mismos niveles a su piso Mesopotámico.
175
Las investigaciones de Roth indicaban que en la zona de Neuquén no existían
niveles marinos como los de Roca166. En su informe, el suizo mencionó que los restos
colectados por él y estudiados por el paleontólogo inglés A. Smith Woodward (18641944), los cocodrilos Notosuchus, Cynodontosuchus y una víbora indeterminada167,
provenían de una capa en donde predominaban las areniscas, por encima de la cual
había otra con predominancia de arcillas y restos de grandes saurios168.
Refiriéndose a la capa de areniscas de la zona de la confluencia apuntó:
“El señor Lapalowicz169 hace resaltar en su trabajo170 […] la semejanza de esta
formación con la de Monte Hermoso, y parece que este señor se inclina a creer que las
dos formaciones pertenecen a una misma edad. Efectivamente; se pudiera confundir
mirándola de lejos con la formación pampeana inferior; pero examinándola, se ve bien
que se trata de dos formaciones completamente distintas, que no tienen otra analogía
que el color.” (Roth 1899:152-153)
Hacia el interior del Territorio del Neuquén, en la zona del Collón Curá, camino
a Junín de los Andes, Roth observó una capa de toba gris sin estratificar. Los fósiles
que encontró allí eran los mismos que en la formación Santacruceña de Ameghino
(idem:156). Según el explorador del museo platense, la formación se extendía hacia el
sur del río Limay, incluso en la zona del río Senguerr, en Chubut, los fósiles colectados
eran muy parecidos. Roth pensó que los depósitos marinos existentes cerca del litoral
atlántico, en el valle del río Chubut, eran parte de esta misma formación. En estos
últimos, Roth había encontrado fósiles de mamíferos muy semejantes.
Como se verá, Ameghino pensaba que la formación Santacruceña correspondía al
Eoceno Inferior, mientras que otros la creían miocénica. Roth se mostró básicamente
de acuerdo con esta última opinión:
“Comparando los moluscos fósiles de los depósitos marinos del Chubut, donde en
la parte superior abundan los restos de mamíferos de la formación Santacruceña con los
moluscos de los depósitos marinos de Entre Ríos, a los cuales nunca se ha dado una
166
Evidentemente, no registró los niveles ubicados en el Cerro Azul, frente a Cipolletti (Río Negro), en la zona de la
confluencia de los ríos Limay y Neuquén.
167
Esta forma será más adelante nominada Dinylisia por el propio Smith Woodward.
168
Se refiere a la Formación Bajo de la Carpa, de donde provienen los restos estudiados por Smith Woodward, y la
Formación Anacleto, la cual se dispone sobre la anterior.
169
El nombre está escrito aquí de forma errónea; más adelante -p. 156-, se lo indica correctamente: Zapalowicz.
170
El trabajo citado por Roth es: “Das Rio Negro-Gebiet in Patagonien”. Denks-chrift der kaiserlichen Academie der
Wissenschaften (Viena, 1893).
176
edad más antigua que miocénica, se ha llegado a la conclusión que estas dos
formaciones pertenecen a la misma edad [...]. Es cierto que Ameghino cree que existen
en el Chubut dos formaciones marinas, una miocénica y otra eocénica, pero este no es el
caso“. (idem:166)
Las interrelaciones de los diferentes estratos marinos y continentales del
Terciario, en especial de los de la formación Patagónica, alcanzará su máximo grado de
complicación con Florentino Ameghino.
El pensamiento de Ameghino
Las referencias de Florentino Ameghino (1854-1911) sobre la geología del
Terciario patagónico –en particular, sobre los pisos marinos y su contenido fósil– se
hallan a lo largo de su vasta producción científica. Lógicamente, la obra geopaleontológica de Ameghino no es un corpus de ideas homogéneo, habida cuenta de las
innumerables introducciones y rectificaciones efectuadas a lo largo de los años, como
resultado discusiones con otros investigadores, nuevas observaciones y estudios, etc.
Más allá de esto, puede asegurarse que el interés real de Ameghino siempre estuvo, no
en los depósitos marinos y sus moluscos, sino en la evolución de las faunas mamalianas
que se registraban en los pisos subaéreos que alternaban o intercalaban con aquellos:
“El gran interés que ofrece hoy día la geología de Patagonia tiene por causa los fósiles
que encierran las capas sedimentarias de aquella región, y principalmente la de
Mamíferos” (Ameghino 1906:29).
Ameghino fue uno de los primeros en aceptar el evolucionismo biológico en
nuestro país, y esto le permitió plantear los problemas geológicos desde una nueva
mirada. En consecuencia, compondrá su cuadro crono/geoestratigráfico a partir de
observaciones directas en terreno –mayormente a cargo de su hermano Carlos– y del
estudio del grado evolutivo de las faunas –algo sobre lo que, hasta ese momento, no se
había prestado atención, debido a la falta de una masa crítica de fósiles–. Ambos
criterios eran aplicados complementariamente: cuando la secuencia estratigráfica no
estaba clara, Ameghino subrayaba la mayor relevancia del método evolutivo: “el
verdadero cronómetro invariable, que se presta siempre a conclusiones generales de
igual valor y comparables entre sí, sin exceptuar a las de las regiones más distanciadas,
es el que juzga la edad de las formaciones según el grado de evolución de la fauna”
(idem:31). Pero cuando esas diferencias progresivas no eran tan obvias o se prestaban a
múltiples interpretaciones, no dudaba en exponer la conveniencia del método
estratigráfico. Por ejemplo, discutiendo la edad eocénica de su formación Patagónica
dirá: “Desde el punto de vista absolutamente estratigráfico, que es el más decisivo […] el
177
Patagónico reposa directamente sobre el Cretácico más reciente, en concordancia
perfecta” (idem:269; itálicas nuestras).
Las Formaciones sedimentarias del Cretácico Superior y del Terciario de Patagonia, de
1906, es una obra clave para comprender a Ameghino. Este tratado de más de 500
páginas contiene las principales ideas de su autor sobre la geología y paleontología de
Patagonia.
Con relación al asunto que nos interesa, Ameghino creía, según se lee en Las
Formaciones, que los avances marinos sobre la Patagonia durante el Terciario nunca
habían tenido un carácter global, y que, en general, era posible correlacionar los
depósitos marinos con los depósitos continentales o “subaéreos”. De esta manera, cada
formación poseía pisos marinos y continentales equivalentes, lo que suponía una
tremenda complejización con relación a los cuadros previos, caracterizados por la
sucesión alternada de pisos marinos y continentales. Así, le era posible a Ameghino,
basándose en el estudio de las ostras e invertebrados de los pisos marinos
correspondientes, asignar una determinada antigüedad a los diferentes pisos subaéreos
–lo que realmente a él le interesaba–. Obviamente, el hecho de que Patagonia nunca
hubiera estado cubierta completamente por las aguas del océano, como hasta ese
momento se pensaba, era un dato fundamental para los intereses de Ameghino, por
cuanto él necesitaba un escenario propicio –es decir, siempre seco– para la evolución
initerrumpida de las faunas de mamíferos.
De este modo, Ameghino se vio enredado en una áspera discusión cruzada sobre
las faunas de moluscos marinos de Patagonia, de la cual también tomaría parte, en su
favor, von Ihering, quien, como vimos, ya había estudiado los materiales colectados por
Roth. Por supuesto, Ihering nunca había visitado los sitios de colecta (Lopes 2001), y la
crucial correlación de los depósitos marinos con los subaéreos, en definitiva, correrá
por cuenta de los Ameghino.
En primer lugar, Ameghino estableció claramente la existencia de dos series de
depósitos marinos, correspondientes a ingresiones distintas: a esos depósitos los
agrupó en sus formaciones Patagónica y Entrerriana. Recordemos que cada una de sus
formaciones poseía pisos marinos y subaéreos equivalentes. El término “formación
Patagónica” quedó restringido a una serie de pisos, supuestamente del Eoceno Inferior,
que afloraban en algunos puntos de Chubut y Santa Cruz; de los más antiguos a los
más modernos, el Camaronense (cerca de Camarones, en la Provincia de Chubut171), el
171
Caracterizado según Del Río (2004) por una particular asociación de moluscos (AVG Assemblage). La edad de esta
asociación es aún motivo de discusión; algunos autores la consideran eocénica, coincidiendo en este punto con
Ameghino; aunque actualmente es más probablemente neógena. Debe recordarse que el mismo Darwin había postulado
una edad eocénica para su Patagonian tertiary Formation.
178
Juliense (en el bajo de San Julián, en Santa Cruz)172, y el Leonense173 (en Monte León,
Santa Cruz).174 La antigüedad eocénica atribuida a la formación Patagónica estaba
basada en el hecho de que, en varios puntos de la Patagonia Central y Oriental, dicha
unidad se apoyaba concordantemente sobre el Cretácico –más precisamente sobre la
formación Guaranítica (Ameghino 1906:269)–, y sobre todo, porque las faunas
mamalianas de los estratos continentales correspondientes (Tequense [=Camaronense], Colpodense [=Juliense] y Astrapotericulense [=Leonense]) eran, para Ameghino,
muy antiguas, de un grado evolutivo que, en el Hemisferio Norte, correspondía al
Eoceno.
A los pisos marinos que se extendían al norte de la Península Valdés, hasta la
boca del río Negro y en el valle inferior del mismo río, Ameghino los agrupó en su
formación Entrerriana; les dio el nombre de pisos Paranense y Mesopotamiense (los
mismos nombres eran aplicados a los correspondientes pisos subaéreos), y les atribuyó
una edad Oligocena. De hecho, las localidades clásicas de d’Orbigny, aquellas en donde
el francés había reconocido su “terrain tertiaire patagonien”, desde Carmen de Patagones
hasta San José, corresponderían, según Ameghino, a la formación Entrerriana, no a la
Patagónica (idem:229). Las ostras antes características del tertiaire patagonien, de la
Patagonian tertiary Formation, o del piso Patagónico (Ostrea patagonica y Ostrea
Alvarezii), correspondían ahora a la formación Entrerriana (piso Paranense)175. Otras
ostras como la Ostrea Hatctheri, eran para Ameghino típicas de su formación
Patagónica, más antigua.
Los niveles marinos del Terciario de Paraná (y del subsuelo bonaerense), no
correspondían a la formación Patagónica sino a la Entrerriana. De esta forma:
“(l)a formación Entrerriana constituye una franja muy estrecha y muy larga,
correspondiente a un brazo de mar que penetraba en el interior del continente, de Sur a
Norte. Esta conformación es la que explica la presencia de restos de mamíferos en la
formación marina: esos restos procedían de la tierra firme, que estaba muy cerca”
(idem:45)
172
Según Del Río (2004), el Juliense de Ameghino comprende la Formación San Julián de Santa Cruz, y la parte baja de
la Formación Chenque del Golfo San Jorge, en Chubut. El “Juliense” de Ameghino presenta, efectivamente, asociaciones
de moluscos que lo distinguen (PP y JR assemblages de Del Río 2004). La edad de estas asociaciones es Oligoceno
Superior-Mioceno Inferior.
173
Caracterizado, según Del Río (2004), por una particular asociación de moluscos, su RSP Assemblage, de edad
Mioceno Inferior.
174
Según Del Río (2004) los actuales bioestratígrafos reconocen que el Patagoniense representa al menos dos eventos
ingresivos, uno representado en la Cuenca Austral por los sedimentos de San Julián, el otro por los sedimentos de Monte
León, en la Cuenca Austral, y por la parte superior de la formación Chenque, en la Cuenca San Jorge.
175
Actualmente, la Formación Puerto Madryn y equivalentes.
179
Para explicar las diferencias faunísticas entre las formaciones Patagónica y
Entrerriana, Ihering había postulado la ruptura de un continente hipotético, su
“Archelenis” –que comprendía, entre otros continentes, América del Sur y África, y el
posterior ingreso de moluscos marinos de características caribeñas, a través de la
llamada “manga de Tethys”. Estos últimos compondrían la fauna del Entrerriense.
El estudio de los moluscos marinos de Patagonia permitió a Ameghino
reconocer diferencias entre faunas registradas en diferentes sitios, y ordenarlas según
el grado de similitud con las faunas actuales, basándose en el porcentaje de especies
vivientes. De este modo, pudo fundamentar la antigüedad dada a las faunas de
mamíferos registradas en los pisos “subaéreos de agua dulce” correlacionados.
La idea aceptada en los centros de investigación norteamericanos y europeos era
que la evolución de las faunas sudamericanas estaba retardada con relación a las del
Hemisferio Norte. En efecto, la formación Santacruceña, considerada por la mayoría de
los paleontólogos como miocénica, contenía restos de géneros totalmente extinguidos;
mientras que en el Norte, las unidades de la misma antigüedad tenían un contenido
paleontológico más similar al actual. Esto hacía suponer que las faunas sudamericanas
habían evolucionado más rápidamente desde el Mioceno. Ameghino rechazará
enérgicamente esta idea.
Un argumento similar existía con relación a la formación Entrerriana, a la cual
los demás investigadores suponían pliocénica (recordemos que para Ameghino era
oligocénica superior). Como en Patagonia el número de faunas sucesivas de mamíferos
desde esa formación hasta la actualidad duplica el de Europa, se asumía que cada una de
esas faunas había tenido aquí una duración más breve que en el Viejo Mundo. Otra vez,
Ameghino se opondrá: para él las faunas patagónicas del Entrerriense eran
sencillamente más antiguas, lo que explicaba, además, el hecho de que eran más
primitivas.
Otra novedad introducida por Ameghino, que, de hecho, causó aún más
confusión y controversia, es la identificación de un piso marino Superpatagónico –uno
superior y otro inferior–, como parte de su formación Santacruceña176. Desde un punto
de vista estratigráfico, esos niveles se encontraban entre sus formaciones Patagónica y
Entrerriana. Geográficamente, los depósitos del Superpatagónico se hallaban
restringidos al sur de Chubut y sur de Santa Cruz.
Los pisos marinos de la formación Patagónica eran continuos y más extensos
que los niveles continentales correspondientes (idem:341). En el caso de la formación
176
El piso Superpatagónico correspondería a los niveles superiores de la Formación Monte León, portadores de restos de
Ostrea orbigny (Parras, comunicación personal).
180
Santacruceña, era exactamente al revés: los niveles continentales y marinos se
alternaban, y los primeros superaban ampliamente a los segundos (idem:343).
Con su estilo exagerado, Ameghino defendió la separación entre sus pisos
Superpatagónicos y la formación Patagónica, una diferenciación “reconocible hasta por
los profanos […] tan neta que parece trazada a cordel” (idem:223). La clave de esa
separación, en definitiva, recaía en las ostras fósiles presentes en cada uno de esos
niveles: la ostra típica del piso superpatagónico era la “Ostrea d’Orbigny” (en lugar de la
Ostrea Hatcheri, típica de la Formación Patagónica177), y el gastrópodo típico era
Struthiolaria Ameghinoi.178
Uno de sus principales objetores en este terreno fue el paleontólogo alemán
Rudolf Otto Wilckens (1876-1943). Uno de los puntos de desacuerdo era,
precisamente, la cantidad de especies en común entre las formaciones Patagónica y
Santacruceña; Wilckens sostenía que eran simples diferencias locales, en tanto
Ameghino pensaba que las diferencias eran profundas, significativas, y que reflejaban
un diferente grado de evolución. Ameghino acusó a Wilckens de no conocer la
Patagonia, una descalificación muy propia de él (idem:217). Para Ameghino, cada fauna
marina (patagónica y superpatagónica), se relacionaba con una fauna de mamíferos
distinta; a la formación Patagónica le correspondían los niveles continentales
Colpodense y Astrapotericulense, mientras que a los pisos Superpatagónicos, el
Notohipidiense y el Santacrucense. Para Wilckens, los pisos continentales de
Ameghino (Colpodense, Astrapotericulense, etc.) no eran la expresión subaérea de los
pisos marinos indicados por Ameghino, sino que se trataba de niveles que se les
intercalaban.
Wilckens pensaba que desde el Cretáceo Superior se habían producido en
Patagonia sólo tres ingresiones marinas (idem:39): la primera en el Cretácico Superior,
representada por los depósitos marinos del rocaense y salamanquense179, reunidos por
Wilckens junto a otros en su “formación Jorgense”; otra Miocénica, representada por
los pisos marinos de la formación Patagónica; una última pliocénica, representada por
los pisos marinos de la formación Entrerriana.
Entre las dos primeras ingresiones, según Wilckens, se habría extendido un
largo período continental durante el cual se habrían desarrollado las faunas de
177
Darwin había identificado como Ostrea patagonica, los restos hoy asignados a estas dos especies (Parras,
comunicación personal).
178
La existencia de un “Superpatagoniense” fue defendida por eminentes geólogos posteriores, como J. Frenguelli y E.
Feruglio. En la actualidad, se reconoce en esos mismos niveles (incluidos formalmente en diferentes unidades
formacionales) una asociación de moluscos particular (PA Assemblage, Del Río 2004).
179
“Salamancaéen” es el Nombre dado por Ihering (1903) a unos depósitos descubiertos por Carlos Ameghino en actual
la provincia del Chubut.
181
Notostylops-Astraponotus-Pyrotherium. Al producirse la ingresión marina del Mioceno,
continúa Wilckens, esas faunas habrían emigrado, y durante la regresión ocurrida
entre las dos últimas ingresiones, Patagonia habría sido repoblada por formas
inmigrantes. Según Wilckens, estas faunas habrían evolucionado en otro lugar.
Todo esto le resultaba a Ameghino inadmisible. Para el argentino, las
ingresiones habrían sido más numerosas (idem:41); las faunas de Notostylops,
Pyrotherium, etc. eran de épocas distintas, no más recientes que el “Jorgense” de
Wilckens. Todas esas capas corresponderían a una única formación que iba desde el
Cenomaniano hasta el Daniano: su formación Guaranítica180. La formación Patagónica
se dispondría por encima de todo esto y sería eocénica, no miocénica.
Wilckens había afirmado que cada una de sus tres ingresiones marinas había
tenido un amplio alcance, llegando hasta la cordillera. Para Ameghino, las numerosas
ingresiones que reconocía habían avanzado apenas algunas leguas desde la costa actual.
La parte central de Patagonia y todo el resto de la Argentina nunca habrían estado
bajo el agua, lo que había permitido, en ese lugar, la evolución ininterrumpida de las
faunas de mamíferos.
Según Ameghino, desde el Cretácico, entre la cordillera –ya presente para esa
época– y la meseta central patagónica, existió una franja deprimida por donde repetidas
veces había ingresado el mar: su “Mar Ándico” (idem:43). Recuérdese que una idea
similar había sido anticipada por Doering. Para complicar el asunto, Ameghino postuló
la existencia de una serie de brazos del Pacífico que atravesaban la Cordillera,
explicando así el origen de ciertos depósitos, como los “estratos de Corral del Foyel”,
etc. Efectivamente, los estratos marinos cretácicos no podían ser admitidos como el
resultado de ingresiones atlánticas, por cuanto el Atlántico no existía en esa época, su
lugar era ocupado por la prolongación del continente hacia el Este, el antiguo
“Archelenis” de von Ihering.
Para Ameghino, la única formación marina al norte del río Negro era la
Entrerriana; excepto el área inundada por el “mar entrerriense”, toda la región
pampeana había estado siempre emergida: “al Norte del río Negro, las formaciones
marinas desempeñan un papel insignificante, porque el conjunto de los terrenos
sedimentarios está constituido únicamente por capas terrestres, de agua dulce o
subaérea” (idem:45). Más aún, como se mencionó, Ameghino pensaba que, durante el
Terciario, el continente se había extendido mucho más hacia el Este –algo que ya
Doering había propuesto para los tiempos neógenos–. Esto había sido así posiblemente
desde principios del Jurásico, y trae en apoyo de esta idea una frase de Bodenbender,
con relación a una memoria sobre las sierras de Córdoba, de 1905: “Como no se hallan
180
Al igual que la formación Guaranítica de Doering, las capas más antiguas de la formación Guaranítica de Ameghino
eran Cretácicas.
182
indicios de sedimentos marinos de los terrenos jurásicos, cretáceo y terciario antiguo,
es de suponer que toda la región, como en general gran parte de esta zona central de la
República, han sido continente durante aquellas épocas” (idem:41).
Con relación a los niveles marinos más antiguos, Roth había descubierto los
depósitos marinos de Roca, cuya antigüedad cretácica había sido luego confirmada con
las determinaciones de Burchardt. En un primer momento, Ameghino pensó que esos
depósitos eran simultáneos con su Sehuenense, un piso marino Daniano, parte de su
formación Guaranítica, que él mismo había establecido para ciertos depósitos del
Chubut. Sin embargo, no tardó en convencerse de que se trataba de un depósito más
antiguo, de edad cenomaniana.
En 1903 Ihering dio a conocer sus estudios sobre los fósiles del Golfo San Jorge
–aportados por Carlos Ameghino–, llegando luego a la conclusión de que eran algo
más recientes que los de Roca. Como se mencionó, dio el nombre de “Salamancanéen”,
más tarde “Salamanquense”, a los segundos (Ihering 1903).
Después de varias idas y venidas, Ameghino estableció para la formación
Guaranítica, cuatro pisos marinos distintos: Luisense (el más antiguo, cerca del Lago
Argentino); Rocaense181; Salamanquense y Sehuenense. Para Wilckens, naturalmente,
todos esos depósitos eran equivalentes. Ameghino admitió que entre el Salamanquense
y el Rocanense había especies en común, pero la similitud entre las faunas no era
significativa para considerarlas de la misma antigüedad. La edad cretácica del Rocaense
estaba fundamentada, además, por la existencia de amonites, un tipo de molusco
típicamente mesozoico. En efecto, en una oportunidad, le habían acercado a Ameghino
un amonite supuestamente proveniente de los alrededores de Roca. Luego Ameghino
se enteró de que, en realidad, el resto no había sido colectado en ese punto, sino más al
Oeste. Cuando lo supo, escribió urgentemente a Ihering para que lo suprimiera de su
trabajo Les mollusques des térrains crétaciques supérieurs de l’Argentine orientale, que estaba
en prensa. Más tarde recibió de parte del coronel Antonio A. Romero182 una noticia
tranquilizadora: el rocaense se extendía hacia el Oeste, hasta al menos la confluencia
(Ameghino 1906:83)183; por lo tanto, el problemático amonite provenía muy
probablemente del Rocaense.
181
Doering había incluido esta unidad, llamada por él “piso Paranense”, como un parte de su formación Patagónica.
182
Romero había enviado una serie de huesos de dinosaurios provenientes de la zona de Roca al recientemente
inaugurado Museo de La Plata, en 1887. Los huesos de dinosaurio enviados por Romero y otros militares de la
Expedición al Río Negro serán luego estudiados por el paleontólogo inglés Richard Lydekker (1849-1915) durante una
serie de visitas a la Argentina.
183
Romero se había topado evidentemente con los depósitos marinos del Cerro Azul, en la margen Norte del río Negro, a
la altura de Cipolletti, aquellos mismos depósitos que inexplicablemente Roth había pasado por alto.
183
Para Wilckens el rocanense no era cretácico –al menos no Cretácico Inferior–
por cuanto por encima se hallaban los estratos rojos con dinosaurios. Ameghino
recordó que, según Roth, esos niveles se intercalaban –más que superponían– con los
estratos con dinosaurios: “todos los viajeros que han visitado esa localidad confirman
los datos de Roth” (idem:97).
Con relación a la formación Entrerriana, Wilckens la consideraba pliocénica
(idem:385), y la refería a la formación Araucana. Había reunido las capas marinas de
Paraná y las capas coetáneas terrestres con las capas marinas Araucanas y sus
correspondientes depósitos terrestres, para constituir una sola formación, su
“formación Paranense” (Paraná-Stufe) (idem:401). Para Ameghino, la Formación
Araucana184 (miocénica) era más moderna que la Entrerriana (oligocénica). En
Patagonia, la primera estaba representada por su piso inferior, el “Rionegrense”, tanto
en su versión marina como “subaérea”. “La Formación Araucana (o Tehuelche antigua)
no es contemporánea de la Entrerriana: difiere de ella tanto por la fauna marina como
por la fauna terrestre; y difiere también porque está superpuesta a la última en
completa discordancia” (ibidem).
Para Ameghino, la fauna de moluscos (12 % de especies vivientes) y de
mamíferos (un 4 % de géneros vivientes) de la formación Entrerriana era muy
primitiva; de considerarse miocénica, habría que pensar en un ritmo de evolución
mayor, lo que a Ameghino le resultaba inaceptable:
“Me parece inútil buscar la explicación de esta diferencia en una aceleración de la
evolución de la fauna entrerriana, puesto que, en otros casos (tal como sucede con las
demás faunas mastológicas fósiles de la Argentina), se pretende lo contrario, o sea; que
ella está atrasada en su evolución. La lógica dice que es preciso aceptar los hechos tales
como se presentan. En este caso, se ve que la fauna mastológica de la Fm Entrerriana
difiere de la actual mucho más que la del Mioceno del hemisferio Norte.” (idem:413)
En Las Formaciones hay una referencia sobre una cuestión de términos con
relación a una “formación Tehuelche”. Esta unidad se correspondía con la formación
Araucana de Doering, al norte del Colorado (idem:415). Ameghino había hablado en
trabajos anteriores de una formación “Tehuelche del Sur” y otra “Araucana del Norte”,
184
La formación Araucana había sido la denominación de Doering para el conjunto de depósitos dispuestos por encima
de la formación Patagónica y por debajo de la formación Pampeana. En Patagonia, según Doering, los depósitos de esta
unidad se hallaban bien distribuidos; en la parte alta de los bancos de la “meseta araucana”, entre los ríos Colorado y
Negro (actualmenteabarca una serie de formaciones neógenas, sobre todo la Formación Río Negro). Ameghino respetará
básicamente la ubicación de la formación Araucana (como una unidad intermedia entre la formación Patagónica y el
Pampeano), pero esta franja estará ocupada además por una serie de divisiones nuevas (formaciones Santacruceña y
Entrerriana, entre otras).
184
para referirse básicamente a lo mismo. El problema era que Doering ya había
designado una “formación Tehuelche” para la formación de Rodados, la cual, como
Ameghino reconocía, ni siquiera correspondía a un solo objeto, ni en edad ni en
ambiente. Por lo tanto, aceptando, aquí sí, las razonables críticas de Wilckens, decidió
abandonar el uso de formación Tehuelche y referirse sólo a formación Araucana.
Con relación a la formación Pampeana, Ameghino reconoció explícitamente que
en Patagonia existía una formación Pampeana pliocénica. D’Orbigny y Darwin
pensaban que el depósito que equivalía al pampeano en Patagonia –al sur del río
Colorado– era el de grava; Burmeister había admitido que, al menos en ciertos puntos
estaba; Doering tampoco la reconocía. “Desde el Chubut hasta Santa Cruz se conocen
depósitos subaéreos o de agua dulce que presentan el mismo aspecto que el limo
pampeano de la llanura de Buenos Aires” (idem:437).
Ameghino reconocía la existencia de algunas capas marinas del pampeano e
inmediatamente posteriores al pampeano (Fairweateriense, Ensenadense, Belgranonese, Lujanense, Querandinense, etc.). Algunos de estos depósitos (como el
Fairweateriense185 y el Aimarense), estaban representados en Patagonia, lo que
indicaba que la totalidad del territorio argentino había estado sujeta a repetidos
avances del nivel del mar, sin que esto significara una inundación general.
En Buenos Aires, Ameghino distinguió tres niveles correspondientes a su
formación Pampeana, y uno a la Postpampeana, que cronológicamente eran algo más
recientes que el Fairweateriense de Patagonia y más antiguos que el Aimarense: el piso
Ensenadense186, el piso Belgranense187, el piso Lujanense, y el Querandinense188.
Conclusión
Los depósitos marinos y sus moluscos fósiles han sido una pieza fundamental
para el conocimiento geológico de la Patagonia. La abundancia y calidad de los restos,
sobre todo los provenientes de algunas de las capas que se mencionan a lo largo de este
trabajo, permitieron establecer, con relativa rapidez, correlaciones con los pisos
185
J. B. Hatcher (1861-1904) había llamado Cap Fairweather beds a estos depósitos por haber sido observados en ese
cabo (Cabo Buen Tiempo, al norte de la desembocadura del río Gallegos, en la Provincia de Santa Cruz). En la Provincia
de Buenos Aires, la Formación Puelche (equivalente subaéreo del Fairweateriense marino) no presenta niveles marinos
intercalados.
186
Hoy considerada una intercalación marina de una antigüedad de 700.000 años de la Formación Ensenada; el llamado
“mar Interensenadense”.
187
Actualmente la Formación Belgrano de 120.000 años, entre Las Formaciones Ensenada y Buenos Aires: el “mar
Belgranense”.
188
Sobre la Formación Luján (6500 años), llegó por el Paraná hasta la altura de Diamante. Este “mar Querandinense“ se
encuentra sobre la formación Luján (Novas 2007).
185
europeos mejor conocidos. La escarpada geografía de su litoral atlántico permitió a los
primeros viajeros adquirir un conocimiento bastante preciso de la estratigrafía de
Patagonia.
En lugar de estudiar los fósiles de forma aislada, aquellos debieron dar razones
que explicaran el avance del mar sobre el continente. Si bien las causas de esas
ingresiones marinas pudieron establecerse con verosimilitud recién en el siglo XX,
debido a la falta de una base teórica sólida que permitiera explicarlas (e.g, teoría de la
tectónica de placas, teoría glacial, etc.), los viajeros europeos no dejaron de arriesgar
una interpretación. Algunos, como d’Orbigny, fueron más allá, y elaboraron historias
más o menos ingeniosas sobre la evolución geológica del continente.
La evolución intelectual desde una posición catastrofista en su variante
neptunista –presente en d’Orbigny– hasta una actualista-gradualista, como la de
Darwin o Ameghino, se advierte en Burmeister, durante cuya formación académica
recibió seguramente influencias de la primera –en base a lo que se lee en su Historia de
la Creación– en tanto que en su Description physique hay un vuelco decidido hacia la
segunda, llegando incluso a superar al propio Darwin en la contundencia de sus
afirmaciones actualistas.
Paradójicamente, la aceptación de la teoría glacial –una teoría originalmente
catastrofista– iba a dar el argumento que los estudiosos actualistas de la geología del
territorio necesitaban para explicar las repetidas invasiones marinas durante el
Cuaternario. El mismo Doering, quien aceptaba una era “pre-glacial” y otra “glacial”,
no afirmó abiertamente que las ingresiones marinas de su piso Querándico hayan sido
el resultado del derretimiento de los hielos, aunque eso parece verse en un cuadro
incluido en el Informe Oficial. Muy probablemente, Doering también haya recibido,
como Burmeister, cierta influencia del catastrofismo. La causa de las ingresiones
marinas cuaternarias estaba al alcance, pero seguramente el descrédito de esa antigua
tradición bloqueó durante años su aceptación. Hacia mediados del siglo XIX la teoría
glacial contaba ya con un cierto consenso en Europa, pero aún faltaba bastante para
que se demostrara su importancia en el hemisferio sur.
De todos los investigadores incluidos en nuestra incompleta lista de autores,
Ameghino fue el que mejor comprendió la necesidad de contar con un marco
estratigráfico general del territorio; de hecho, trabajó en ello durante toda su vida
profesional, siendo él quien primero se volcó de lleno a la geología de Patagonia,
aprovechando la oportunidad histórica que se le presentaba –la llamada “conquista” del
territorio–. A diferencia de varios de sus predecesores –aunque aún no se cuente con
estudios específicos sobre ellos– Ameghino se inició a la vida científica como
“actualista”, mostrándose contrario al catastrofismo desde sus primeros trabajos
(Ingenieros 1951).
186
Como se ha visto a lo largo de este capítulo, el interés de Ameghino era
demostrar que América del Sur y en particular Patagonia habían sido el centro de
origen e irradiación de los diferentes grupos de mamíferos, y su esquema estratigráfico
apoyaba –naturalmente– esa idea. La modificación de cualquier aspecto de su
estratigrafía –incluso el menor cambio sobre la identificación de tal o cual género de
molusco– podía hacer caer todo el edificio de sus teorías, y esa es la razón por la que
defendió sus ideas con un ardor y una agresividad que no mostraron otros.
Ameghino debió reducir al mínimo la amplitud de las invasiones marinas en
Patagonia, y echar por tierra, definitivamente, la antigua creencia en una única
formación marina terciaria, a la que pertenecían, como se pensaba desde los tiempos de
d’Orbigny, prácticamente la totalidad de las rocas que conformaban este extremo del
continente.
Para los autores anteriores a Ameghino, la sucesión de niveles subaéreos y
marinos había sido un dato sin mayor interés, algo que apenas era visto como el
testimonio de una alternancia entre escenarios marinos y continentales. El
evolucionista Ameghino veía las cosas de manera muy distinta. Para él, los pisos
marinos y sus moluscos eran cruciales para conocer la antigüedad de los depósitos
subaéreos que le interesaban. De hecho, las importantes revisiones realizadas sobre los
invertebrados fósiles de Patagonia identificados por d’Orbigny a principios de siglo
fueron hechas por su encargo… o por encargo de quienes buscaban desacreditar sus
ideas. Era, evidentemente, una línea de investigación hasta ese momento descuidada
con relación a otros estudios, como el de los mamíferos fósiles –a cargo de Darwin,
Bravard, Burmeister, etc. – que brindaba pruebas tanto o más concluyentes sobre
temas trascendentes para la época, como el de la evolución o fijismo de las especies.
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190
Capítulo 5
LA “REPÚBLICA POSIBLE” CONQUISTA EL “DESIERTO”
LA MIRADA DEL REFORMISMO LIBERAL SOBRE LOS TERRITORIOS DEL SUR
ARGENTINO505
Pedro NAVARRO FLORIA
“La historia argentina estuvo dominada primero por las guerras de la independencia,
después por los prolongados esfuerzos por dotar al país de una constitución y una organización
administrativa, y últimamente por el movimiento contemporáneo de expansión económica. En
consecuencia, cada generación ha tenido su objetivo, su ideal, ha consagrado sus esfuerzos a
nuevos problemas, y su manera de ser patriota.”
(Denis 1987 [1920]:34)
“Sin duda Alberdi está lejos de ver en esta etapa de acelerado desarrollo económico,
hecho posible por una estricta disciplina política y social, el punto de llegada definitivo de la
historia argentina. La mejor justificación de la república posible (esa república tan poco
republicana) es que está destinada a dejar paso a la república verdadera. Esta será también
posible cuando (pero sólo cuando) el país haya adquirido una estructura económica y social
comparable a la de las naciones que han creado y son capaces de conservar ese sistema
institucional.”
(Halperin Donghi 1992:41)
“Porque así terminé: Patagonia estaba ya poblada desde Viedma hasta la punta
Dungeness, desde el Atlántico hasta los valles habitantes de los Andes; cada puerto era
un pueblo, cada caleta una aldea; luego la población se hacía más densa a medida que
avanzaba a la falda de la cordillera, donde vivía con una vida intensa y pacífica, libre y
feliz. Esos pobladores eran ya tostados y nervudos hombres de campo, derechos sobre
el caballo o encorvados sobre la esteva, manufactureros vigorosos, leñadores, mineros...
Los trenes llevaban a la costa los productos de todo el interior. Por los grandes ríos
que bajan de la montaña, iban y venían las chatas a vapor, llenas de mercaderías, de
minerales, de maderas. Variaba el clima, brotaba el bosque hasta en el arenal, perdía
Patagonia su fisonomía misteriosa y amenazadora, y de aquel territorio inculto y casi
desierto, surgían una, dos, tres provincias que reclamaban el self government, con más
razón que muchas otras, diciendo: ‘¡Ah! nos habéis dejado, y hemos crecido solas, por
nosotras mismas, con nuestras fuerzas personales, sin ayuda, sin simpatía, sin
educación casi, y hoy tenemos otro modo de ser, otras costumbres, otros hijos distintos
de los vuestros. Y contad con que sólo queremos ser estados dentro del estado... Nos
habéis dado gobiernos que han detenido nuestro progreso, preocupados sólo, egoísta,
delictuosamente, del progreso individual de los que los componían; nos habéis hecho
191
permanecer largos, muy largos años, en un destierro que comercialmente nos acercaba
a Inglaterra y a Chile más que a vosotros... Ahora venimos a daros la sorpresa de
nuestra mayoría de edad, en que no pensasteis nunca, para la cual no nos habéis
preparado...’
“Bien. Esto es pura fantasía. Pero, sea lo que fuere, ese ensueño se puede realizar,
porque Patagonia, más que geográficamente, está alejada del resto de la república por
la indiferencia.” (Payró 1898:83-84)
El pronóstico de Roberto J. Payró incluido en La Australia argentina (1898) es
una de las tantas voces de alarma que se encendían dos décadas después de la conquista
de la Pampa y la Patagonia y de su organización en Territorios Nacionales, acerca de
su desarticulación respecto del resto del cuerpo de la nación, de quiénes eran los
sujetos concretos que estaban labrando el progreso en aquellas lejanas tierras y de la
autonomía política que demandarían en un futuro no muy lejano. Tomando como
marco un escenario más amplio, puede servir de ejemplo para describir en qué consistió
concretamente el giro que Weinberg (1998:39) atribuye a toda la América Latina de
fines del siglo XIX hacia un progreso material sin ciudadanía política, es decir:
“la seria inflexión registrada desde las grandes propuestas de cambio generadas a
mediados del siglo XIX por reformadores audaces hasta los posteriores procesos de
crecimiento sin desarrollo, de modernización sin democratización, muchas veces
encandiladas estas últimas generaciones por ideas harto equívocas como la de
‘progreso’, a la cual tantas y mágicas virtudes solían atribuírsele, y que para algunos
[…] sólo era instrumento para alcanzar el orden, un orden ayuno de justicia”.
Nos proponemos explorar el campo de las nacientes ciencias sociales, del
pensamiento jurídico y político, de la sociología impregnada de la cultura científica de
la época, en lo que se refiere a los Territorios Nacionales del Sur argentino y a su
situación entre fines del siglo XIX y principios del XX. Nos situamos deliberadamente
en la coyuntura en que la oligarquía gobernante reacciona ante la visión de ese
“desierto” conquistado pero abandonado a sus propias fuerzas, porque esa reacción
produce una serie particularmente densa de propuestas reformistas, destinadas a lograr
la incorporación efectiva de esos espacios sociales al cuerpo y al sistema de la nación,
incorporación que hasta entonces se percibía como fallida. Recorreremos los “hilos
referenciales” que vinculaban el discurso y la acción política con el ensayo y el discurso
científico (Terán 2000:9-14), y analizaremos las posibilidades y los límites que el
liberalismo reformista asignaba a los cambios. De este modo, intentaremos determinar
qué tipo de integración con el resto del país se pensó para los Territorios del Sur en el contexto
de ese reformismo liberal. Concentraremos nuestro análisis –sin dejar de acudir a otras
referencias interesantes- en la obra de dos de los representantes más significativos de
192
la élite de la época en relación con nuestro tema: Estanislao Zeballos506 y su Revista de
Derecho, Historia y Letras, y Joaquín V. González507 y sus propuestas presentadas como
jurista, legislador y ministro de tres presidentes consecutivos. Dejaremos de lado
adrede, en cuanto nos sea posible, la lectura de la documentación político-institucional
–leyes y proyectos, memorias ministeriales, mensajes presidenciales- que ya hemos
analizado en un trabajo anterior (Navarro Floria 2004a) cuya explicación,
seguramente, complementaremos.
Proponemos trabajar a partir de dos supuestos básicos: en primer lugar, el de
que el cuerpo documental estudiado aquí compendia el núcleo duro de los significados,
sentidos y valores presentes en el discurso de la élite liberal-reformista de la época,
sobre el tema que nos interesa; en segundo lugar, la presunción de que sus
representaciones y proposiciones contribuyeron a producir la realidad de los Territorios del Sur.
De este modo, intentaremos contribuir al conocimiento de la formación institucional,
política y social regional, desde la convicción de que también las percepciones, valores
y actitudes subjetivas son determinantes de la constitución de esa formación en tanto
producto cultural.
506
Nacido en Rosario en 1854, pensionado por el Estado desde su niñez, oficial del ejército brasileño en la guerra del
Paraguay, iniciado en el periodismo junto a José C. Paz –el fundador de La Prensa-, doctor en Jurisprudencia a los veinte
años, fundador de la Sociedad Científica Argentina, del Instituto Geográfico Argentino, de entidades públicas como el
Departamento de Inmigración, Colonización y Agricultura (1883) y de varias publicaciones. Ocupó varios cargos
importantes en la Universidad de Buenos Aires. Políticamente, adhirió sucesivamente al mitrismo, al autonomismo, al
roquismo, al juarismo y al sector modernista o reformista de la oligarquía que permitió la apertura política de 1912. Fue
diputado nacional en varios períodos, entre 1880 y 1916. Obsesionado por la construcción territorial del país, se ocupó
fundamentalmente de las relaciones exteriores argentinas (fue ministro del ramo en 1889-1890, 1891-1892 y 1906-1908)
desde una posición armamentista y xenófoba, pero también atendió a temas conexos como la inmigración, la
colonización, la educación, el crédito público, el perfeccionamiento de la administración pública, etc. Murió en Liverpool
en 1923. Cfr. PUNZI 1998.
507
Nacido en Nonogasta, La Rioja, en 1863. Fue un intelectual sobresaliente y al mismo tiempo un funcionario político a
cuyo cursus honorum sólo faltó la presidencia de la Nación: escritor, periodista, abogado y doctor en Jurisprudencia por
la Universidad de Córdoba (1886), diputado por La Rioja (1886-1889, 1892-1896 y 1898-1901), autor de un proyecto de
Constitución para su provincia (1887), gobernador de La Rioja (1889-1891), profesor de Legislación de Minas en la
Universidad de Buenos Aires, vocal del Consejo Nacional de Educación (1896 y 1899), autor de reformas al Código de
Minería (1896), convencional constituyente en 1898, ministro del Interior del presidente Julio A. Roca (1901-1904) e
interinamente a cargo de las carteras de Justicia e Instrucción Pública (1902 y 1904) y de Relaciones Exteriores (1902 y
1903, durante la discusión parlamentaria de los Pactos de Mayo con Chile), ministro de Justicia e Instrucción Pública del
presidente Manuel Quintana (1904-1906), primer presidente de la Universidad Nacional de La Plata (1906-1918),
ministro del Interior del presidente José Figueroa Alcorta (1906), y senador por La Rioja (1907-1923). Autor de
iniciativas importantes en todas las grandes cuestiones argentinas de la época, concentradas sobre todo en el período
1902-1905: la reforma electoral de 1902 (que introdujo la elección de diputados por circunscripciones uninominales), el
proyecto de Código del Trabajo de 1904 y la creación de la Universidad Nacional de La Plata. Pertenecía a la fracción
más progresista de la élite liberal, acercándose incluso al socialismo; varias de sus iniciativas reformistas fueron
rechazadas o derogadas, y paradójicamente fue desplazado del Poder Ejecutivo cuando el reformismo accedió al poder en
1906. En 1916 intentó organizar democráticamente al conservadorismo en torno del Partido Demócrata Progresista y de
la candidatura de Lisandro de la Torre. Colaborador de La Prensa (1887-1901), La Nación (1916-1923), y otras
publicaciones. Murió en Buenos Aires en 1923. Cfr. Obras completas de Joaquín V. González 1935:I,29-36; GRANATA
1998; ROLDÁN 1993:8-22. BOTANA (1985:163) considera al curriculum vitae de González demostrativo de “la exitosa
efectividad de los medios puestos en juego para conservar un sistema de dominación” en un período cruzado por
revoluciones y conflictos políticos.
193
1. El contexto social de las representaciones
Ideas, actores, medios y temas del reformismo liberal
El discurso de las incipientes ciencias sociales o simplemente del pensamiento
social sobre las cuestiones nacionales adquirió, en la Argentina, una densidad particular
después de la crisis de 1890 y en los últimos años del siglo XIX. La historiografía
reciente destaca algunas características del clima de ideas de fin de siglo. En el campo
del pensamiento político, se respiraba desde 1889 una atmósfera de crisis proveniente
de debates y de procesos inherentes a la construcción del Estado nacional, acerca, por
ejemplo, de la tensión entre centralismo y federalismo, o del estilo de ejercicio del
poder, marcado a la vez por un decisionismo fuerte en la organización de la
administración pública y por el evolucionismo respecto del régimen político y de la
democratización social (Botana 2000:48-55). Tras la crisis de 1890 este escenario daría
lugar a una renovación tanto en las ideas políticas –con iniciativas que han recibido
diversos nombres: progresismo, regeneracionismo, reformismo- como en el terreno de
las representaciones sociológicas e historiográficas, que buscaban las causas profundas
de las tensiones y conflictos (idem:57-59) en el marco interpretativo de una cultura
científica no siempre positivista pero cuyos hilos referenciales –a los que ya hemos
aludido- enlazaban el discurso político con el ensayo, la tesis jurídica, etc. Esa misma
indagación se manifestaba, por ejemplo, en el realismo literario, nativista o criollista
(Barcia 2001:334), y en un naturalismo de cariz cientificista, que consideraba –como en
general el pensamiento de la época- “a la realidad como un gran laboratorio en el que
[los escritores] realizan sus observaciones sobre la naturaleza humana y sobre la
sociedad” (Pagliai 2005:86). El producto de esa observación parece haber sido una
literatura que, al decir de Altamirano (1997:204-206) tiene su centro de gravedad más
allá del campo estrictamente literario e instala una suerte de incertidumbre y de
malestar por el estilo del progreso, por la persistencia de prácticas políticas
antiliberales o por lo que se llamaba la “crisis moral”.
Las claves de interpretación acerca de los actores concretos de este nuevo clima
de pensamiento son diversas. Zimmermann (1995:25-35), para describir a los “liberales
reformistas”, se refiere a una esfera de poder político constituida tanto por partidos –en
general organizados y movilizados a partir de los hechos de 1890- como por canales
informales –clubes, círculos intelectuales, prensa, logias-, un sector, en fin, conformado
con una generación que se manifestaría como heredera de la oligarquía liberal a través
del juarismo, o como contestataria a través del radicalismo o del socialismo, pero
siempre y de distintos modos progresista y crecientemente profesionalizada. Tau
Anzoátegui (2001:404), por ejemplo, consigna la aparición pública de un grupo de
juristas caracterizado como la “generación de 1896”, formado por hombres nacidos en
el tercer cuarto del siglo que terminaba, como Rodolfo Rivarola, Ernesto Quesada, José
N. Matienzo, Juan A. Bibiloni, Juan A. García, Joaquín V. González y Roque Sáenz
Peña. Roldán (2006:11-13) describe un contexto cultural transformado en torno del
194
cambio de siglo, marcado por la especialización de funciones, la diferenciación de
disciplinas, la “relativa autonomía de los escritores respecto de los poderes públicos” –
un rasgo señalado por diversos autores- y la creación de un público lector ampliado y
de “un mercado de bienes culturales también socialmente diversificado”, notas que
permitirían diferenciar, a los fines del análisis, a intelectuales profesionalizados,
“políticos escritores” al viejo modo de Mitre o Sarmiento, “gentlemen escritores”,
liberales reformistas, y académicos de la vertiente de las ciencias sociales o de la de la
higiene pública, la medicina social y la criminología. Ruffini (2006:3-4) intenta un breve
análisis del reformismo en cuestión, señalando que se muestra contradictorio en sus
políticas sociales –conteniendo al mismo tiempo iniciativas represivas y aperturistaspero uniformemente conservador en relación con el orden económico, donde se
proponen simples “ajustes” del modelo dominante, por ejemplo en relación con la
distribución de la tierra.
Los medios a través de los cuales los hombres de fin de siglo daban forma a sus
ideas eran tanto el discurso público institucional como la prensa. Baste observar, por
ejemplo, la dinámica generacional de las publicaciones periódicas culturales porteñas:
en la década de 1860 habían aparecido las primeras revistas eruditas de la élite liberal,
como La Revista de Buenos Aires de Vicente G. Quesada y Miguel Navarro Viola, o La
Revista Argentina de José M. Estrada; en los años ’70 o alrededor del ’80, las primeras
revistas económicas (El Industrial, del Club Industrial, y La Industria Argentina, del
Centro Industrial Argentino), la Revista de la Biblioteca Pública, los Anales de la Sociedad
Científica Argentina y las publicaciones de asociaciones geográficas como el Boletín del
Instituto Geográfico Argentino y la Revista de la Sociedad Geográfica Argentina. Pero en los
’90 hay una nueva madurez de la prensa dedicada a las cuestiones políticas, jurídicas,
históricas, sociales y literarias, con el surgimiento de la Revista Nacional fundada por el
joven roquista Adolfo P. Carranza –en realidad, unos años antes: en 1886-, y
principalmente con la aparición de La Biblioteca (1896-1898), la efímera empresa
personal del director de la Biblioteca Nacional Paul Groussac (cfr. Bruno 2005:73-81),
y, finalmente, al mismo tiempo que se iniciaba la segunda presidencia del general Julio
A. Roca, en 1898, de la satírica Caras y Caretas508 y de la Revista de Derecho, Historia y
Letras dirigida por Estanislao S. Zeballos, “ligera la una, sesuda la otra, aunque
igualmente valiosas” (Auza 1968:20). También se ha incluido a esta última en el clima
de proliferación de publicaciones periódicas de principios del siglo XX, junto a la
Revista de Ciencias Políticas (1910) de Rodolfo Rivarola, la Revista de Filosofía, Ciencias,
Educación y Cultura (1915) de José Ingenieros y la Revista de Economía Argentina (1918)
de Alejandro Bunge (Roldán 2006:9). Mencionamos solamente los casos más conocidos
y durables, porque las iniciativas de corta vida y menor impacto son incontables, en
Buenos Aires como en las ciudades del interior del país. Esta dinámica también fue
acompañada por cambios en el público lector y en el clima de ideas: “la gravedad de los
508
Acerca del rol de las revistas ilustradas Caras y Caretas y El Mosquito en relación con la construcción territorial del
Estado argentino, cfr. la interesante ponencia de ZUSMAN Y HEVILLA 2003.
195
problemas políticos, la crisis económica, el surgimiento de cuestiones sociales, nuevas
corrientes ideológicas y literarias” (idem:10) son algunos de los factores de la aparición
y desaparición de numerosos órganos, de la dispersión temática del discurso social y
del aumento de la tirada de las publicaciones más exitosas, por la ampliación de la
demanda pública. Como observaba Émile Daireaux509 en el Buenos Aires de fines de la
década del ’80: “La prensa hará aún, por largo tiempo, las veces del libro y de la
biblioteca” (Daireaux 1888:427).
Por lo que se refiere a los nuevos territorios y a sus problemas, esa corta historia
de la prensa cultural parece proponer una hipótesis que pronto se revela errónea.
Efectivamente, el interés utilitario en la exploración y la identificación de los recursos
materiales de esos espacios se manifestó fuertemente en las décadas de 1880 y 1890 y
en las revistas de las asociaciones científicas y geográficas. Con la aparición de la
prensa orientada al campo de las ciencias sociales, hacia el fin de siglo, cabría suponer
que había llegado el momento de una inquietud por la construcción social territoriana.
La cuestión social emerge, en efecto, aunque las propuestas reformistas pronto
chocaron, como veremos, con los límites propios del régimen oligárquico,
fundamentalmente en lo que se refiere al desarrollo político de los Territorios.
La creciente profesionalización e institucionalización de los que opinaban y la
presencia respetada de expertos junto a los intelectuales genéricos de viejo perfil
(Neiburg y Plotkin 2004:15-17), favorecían tanto la aparición de trabajos y de
publicaciones pertenecientes a campos profesionales específicos –como el Derecho, la
Economía, la Sociología, etc.- como la discusión en diversos medios y ámbitos acerca de
problemas precisos, tales como el rol del Estado en asuntos determinados y las
reformas posibles para el mejoramiento de la gestión pública en aspectos concretos. De
este modo, por ejemplo, la vieja cuestión del centralismo, tras la derrota de la Provincia
de Buenos Aires y la federalización de la ciudad en 1880, la supresión de los ejércitos
provinciales, la creación de un régimen unitario para los Territorios Nacionales en
1884, la unificación monetaria, etc., derivó a problemas más concretos como el de la
jurisdicción nacional sobre los ferrocarriles, las tierras públicas, las minas y demás
recursos. O la cuestión de la democratización y de la evolución del régimen político,
que –pasando por experiencias sociales tan inquietantes como el aluvión inmigratorio,
el sometimiento de las naciones indígenas de los territorios conquistados y la crisis del
’90- generó una serie de interesantes especulaciones acerca del pueblo supuestamente
gobernante y hacedor del progreso, reflexiones marcadas por determinismos racistas y
clasistas pero que derivaron en propuestas concretas de reformas en las normas
electorales, laborales, educativas, inmigratorias, etc.
Si hay una idea que atraviesa como un eje ese clima de ideas y esa época, es la
idea de progreso entendida en términos muy generales como la “confiada certeza en los
buenos tiempos futuros” (Di Filippo 2003:43). Pero ¿buenos para qué, y para quién? La
509
Nació en Río de Janeiro en 1843 y murió en París en 1916; radicado en Buenos Aires en 1867, ejerció como abogado
y colaborador de diversas publicaciones francesas e inglesas; autor de importantes obras sobre la Argentina. Cfr.
PICCIRILLI, ROMAY Y GIANELLO 1954:III,59.
196
idea de progreso provenía de la observación de la historia de la cultura, e intentaba
formular leyes del cambio sociocultural y predecir su sentido, determinando –en tanto
las nuevas ciencias sociales se presentaban como ciencias naturales de la sociedad y
como lugar desde donde formular propuestas de progreso- sus factores ambientales,
étnicos, etc. (idem:37-46 y 152). Una idea, en definitiva, cuya imprecisión rompía con
los determinismos decimonónicos marcados por “el optimismo absoluto y el tétrico
pesimismo que declaraba eterno e irreparable al mal” (idem:76) pero que podía imponer
nuevos rumbos con la fuerza acumulativa del consenso. Nos interesa, en consecuencia y
a partir de la ambigüedad del sentido de esta idea de progreso, planteada por
Weinberg, explorar los posibles sentidos que habría adquirido en el espacio de nuestro
Sur, en el discurso de los liberales reformistas y en relación con sus propuestas.
Desde el punto de vista metodológico, los materiales estudiados proceden
exclusivamente por observación, directa o indirecta, de la realidad social.
Los Territorios y la harto equívoca idea de su progreso
en los liberales reformistas
En relación con los Territorios Nacionales de la región de la Pampa y la
Patagonia, conquistados militarmente por el Estado argentino entre 1876 y 1884 e
institucionalizados al final de ese proceso mediante la ley 1.532, los últimos años del
siglo XIX asisten –como en otras líneas temáticas- al surgimiento de una corriente
crítica dentro del discurso de la oligarquía gobernante. Junto a un discurso del progreso
sustitutivo del romanticismo decimonónico, como derivación de las “tensiones entre
tradición patricia y parvenues” (Pagliai 2005:145), entre criollismo, inmigración y
ascenso de clase, élite y multitud, poder oligárquico y democratización, aparece la
consiguiente mirada crítica o, por decir lo menos, la ambigüedad de ese sueño
progresista. Como ya hemos analizado en otro trabajo (Navarro Floria 2004a), esta
crítica no solamente surgía de la voz relativamente inaudible de los recién llegados
sino que constituía, acerca del tema que nos ocupa, el diagnóstico compartido por la
corriente principal del discurso político bajo la segunda presidencia del general Roca
(1898-1904): la idea del fracaso provisorio de la incorporación de esos territorios al sistema
nacional. El presidente Roca presentaba al Congreso su proyecto de ley de tierras, en
1902, afirmando: “El desierto ha sido conquistado militar y políticamente; es menester
ahora dominarlo para la geografía y la producción y entregarlo conocido al trabajo”
(República Argentina 1902:932). Las ideas acerca de la necesidad de políticas estatales
activas en el terreno de las obras públicas, la educación y la institucionalización política
eran recurrentes en esos años. Como afirmaba unos años antes uno de los exploradores
militares del Territorio del Neuquén en las páginas del Boletín del Instituto Geográfico
Argentino: “Hemos conquistado el desierto, pero luego lo hemos dejado librado a sus
propias fuerzas” (Oliveros Escola 1893:383). Sin embargo, y como también hemos
constatado mediante el análisis del discurso institucional (Navarro Floria 2004a), las
propuestas supuestamente superadoras de ese estado de parálisis expresan más el ya
197
citado carácter equívoco de la idea de progreso que una representación unívoca de su
sentido.
La Revista de Derecho, Historia y Letras (en adelante, RDHL) fundada y dirigida
por Estanislao S. Zeballos en la Buenos Aires de 1898 constituyó un proyecto cultural
generado por un sector importante de la élite para un círculo de lectores culto y
académico, conscientes de su “rol en el proceso de construcción social” del Estado y de
la nación (Shaw 2003:29) pero también de la necesidad de divulgación y de educación
sobre algunos temas y problemas. El proyecto surgía, según su director, en forma
complementaria con “la reacción jurídica y […] la defensa social empeñada ya por
diarios y revistas” -medios entre los cuales se contarían, seguramente, tanto La Nación
que había publicado en folletín La Australia argentina de Roberto J. Payró como La
Prensa que también dirigía Zeballos-, como reflejo defensivo contra “la vulgaridad
utilitaria” de la época (RDHL I:7). Un momento importante de ese proceso de
construcción intelectual y simbólica, en el caso de Zeballos, es la identificación y
proposición de políticas de Estado tanto en el campo de las relaciones exteriores –
fundamentalmente, el establecimiento de una agenda internacional respecto de los dos
vecinos más poderosos de la Argentina: Chile y Brasil- como en el de determinadas
políticas internas. Ambos campos están unidos por una preocupación común en torno
de la construcción territorial del Estado-nación, una inquietud que atraviesa toda la
obra intelectual y la acción política de Zeballos. En el campo de la política interior, es
evidente que a Zeballos y a su sector les interesaban las iniciativas relacionadas con los
espacios recientemente conquistados e imperfectamente incorporados por el Estado,
institucionalizados como Territorios Nacionales pero también percibidos como en
peligro de pérdida desde su visión particularmente nacionalista y Realpolitik de las
relaciones internacionales (Conil Paz 1980:665-666) –visión que se proyectaba, para el
caso de la Patagonia, sobre Chile (cfr. Lacoste y Arpini 2002:126-142)-.
En los primeros años de la Revista confluyen dos circunstancias importantes:
Zeballos se distancia del presidente Roca por disentir con una política exterior que el
rosarino percibe como ingenua y pacifista, y está en pleno desarrollo el arbitraje de la
Corona Británica en la cuestión de límites con Chile. El diferendo limítrofe parece
haber sido determinante nada menos que de las designaciones del embajador en
Santiago, José E. Uriburu, para la vicepresidencia de la Nación en 1892 –que derivó en
el ejercicio de la presidencia entre 1895 y 1898-, y del general Roca para la presidencia
en 1898 (Etchepareborda 1980:256). En relación con este tema, los argumentos de
Zeballos giran permanentemente en torno de la descalificación del arbitraje como
método para la solución de la controversia, por cuanto implicaba un reconocimiento de
ciertos derechos del otro en un pie de igualdad con los propios. Esta fue, sin duda, una
de las fracturas que atravesaba no solamente a la oligarquía sino a la misma facción
roquista (Shaw 2003:70).
En ese contexto, el primer artículo de la Revista de Zeballos (RDHL I:5ss)
manifiesta, a modo de diagnóstico, algunas de las tensiones características de la época y
nos anticipa los disensos que giraban en torno de la idea de progreso. Zeballos señala
198
que la “raza fundadora”, “enérgica y hospitalaria” no ha sabido producir el proceso
democratizador esperado; que hay progreso y abundancia material pero retraso
institucional; que la “indiferencia cívica” de “los elementos inferiores y parasitarios”
amenaza al sistema constituido; que la educación no responde a la necesidad de recrear
–o inventar- las tradiciones. De tal modo, Zeballos instala como destinatario de su
discurso, en un gesto muy de su tiempo, a un sector de la oligarquía imaginado como
sanior pars, capaz de regenerar el gobierno de la nación y de proponer el progreso
moral hasta entonces postergado. Estas preocupaciones iniciales deben ser leídas,
según entendemos, a la luz de la mencionada obsesión de Zeballos por la integridad de
la construcción territorial del Estado, es decir del espacio de dominación sobre el cual
la Argentina, según su modo de ver, tenía derechos soberanos inalienables. A partir de
este nudo temático y problemático se comprende con facilidad la red conceptual que se
despliega en las páginas de la Revista.
Esa red se teje en torno de dos grandes ejes: el de la política exterior y el de las
políticas interiores. En el campo de la política exterior, la prioridad estaba dada –como
ya dijimos- por las relaciones con los dos vecinos más poderosos, Brasil y Chile. Los
asuntos de interés eran la determinación final de los respectivos espacios de
dominación mediante el trazado de los límites; el equilibrio de poder mediante una
carrera armamentista a tono con la “paz armada” europea; la generación y divulgación
de conocimiento acerca del territorio, sus límites y recursos; la regulación selectiva de
la inmigración en función de la ocupación efectiva del espacio. En el campo interior se
destaca la problemática de los espacios relativamente poco poblados y explotados -que
por añadidura, en el caso de la Patagonia, habían sido pretendidos hasta unos pocos
años antes y todavía eran parcialmente disputados por Chile-. Los temas prioritarios,
claramente vinculados entre sí, eran la inmigración –tema cercano al de las relaciones
exteriores-, la nacionalización de los inmigrantes mediante la educación, su
procedencia y las posibilidades de seleccionar a los huéspedes y dirigir el proceso; la
población originaria; la distribución de la tierra pública y su colonización; la estructura
administrativa de los Territorios Nacionales; su infraestructura material –
fundamentalmente las vías de comunicación, y dentro de ellas los ferrocarriles- y la
explotación de sus recursos, y en general lo que se entendía por “fomento” de los
Territorios. Si bien la Revista de Zeballos aborda otros temas parcialmente conectados
con los mencionados aquí, es claro que estos son los que sostienen sus principales
líneas argumentativas y los que conforman, vistos en conjunto y en sus relaciones
transversales, el programa de regeneración de la política territorial nacional contenido
en el proyecto cultural de esa publicación.
La producción intelectual de González sobre el área temática de nuestro interés
no es abundante pero se inserta en un corpus largamente extendido en el tiempo,
constituido más por intervenciones políticas coyunturales que por obras orgánicas –su
actuación pública ocupó casi cuatro décadas- y con puntos de contacto con todas las
cuestiones relevantes de la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX. No en
vano se trata del autor de varias de las más importantes iniciativas legislativas de la
199
época, y como senador intervino decisivamente en el debate de la ley de fomento de los
Territorios Nacionales, en 1906 y 1907. Roldán (1993:10-22) lo caracteriza como un
hombre en movimiento –intelectualmente y espacialmente, de La Rioja natal a
Córdoba, Buenos Aires y La Plata- en una época y una sociedad en movimiento, más
como orador público que como escritor, en fin, como un funcionario singularmente
atento al cambio social. Su trayectoria intelectual, según la opinión del mismo autor,
que compartimos en lo esencial, se resumiría en torno de la cuestión social y de los
cambios políticos que conllevaba. Su lectura de la historia, de la sociedad y del sistema
político nacional desemboca en una serie de propuestas de reforma entendidas como
reajustes que harían posible la persistencia del sistema construido alrededor de la
Constitución de 1853, concebida como programa progresista aún vigente. La principal
de las novedades que se requerían de esas reformas era, sin duda, la redefinición del
sujeto político hacedor y destinatario de la arquitectura política constitucional: el
pueblo de la nación. Ese pueblo al que González dedicó sus esfuerzos en materia
política –mediante la reforma electoral-, social –mediante su famoso proyecto de
legislación laboral- y educativa –desde la sistematización de la investigación educativa
en la Universidad de La Plata, fundamentalmente- tenía perfiles diferenciados en los
Territorios Nacionales. Estos espacios de reciente formación institucional se percibían
como sociedades nuevas, de frontera, en proceso de constitución como sujeto de
derechos civiles y políticos. Este es el otro sentido posible que atraviesa la mirada y el
proyecto reformista de la época producidos desde el centro del poder nacional hacia el
Sur lejano.
El reclamo de madurez política en Zeballos y la oferta de progreso material en
González son, esquemáticamente, las dos caras de una misma mirada generacional
sobre la cuestión del progreso de los Territorios del Sur. Según el momento y la
circunstancia, se hace énfasis en uno u otro de estos matices, pero el balance final es el
de un orden destinado a garantizar la dominación territorial y el control de los recursos
naturales en juego pero no los derechos de los ciudadanos habitantes del espacio patagónico.
Frecuentemente vinculada a estos autores, nos referiremos también a la mirada
inquisitiva y novedosa del escritor y periodista Roberto J. Payró510, que con su obra La
Australia argentina, dedicada a la Patagonia, tomó posesión de la región en nombre de
la literatura –al decir de Bartolomé Mitre- “como comentario de un mapa geográfico
hasta hoy casi mudo” (Payró 1898:VI). Payró tuvo la virtud de inscribir la crónica
periodística moderna en la larga tradición de indagación en el espacio nacional
mediante el viaje al interior (Andermann 2000:102-109). Lejos del estilo reposado de
los intelectuales que consideraban el estado de cosas desde sus bibliotecas capitalinas,
su lenguaje era el de la narración veloz, en primera persona y cargada de subjetividad,
que informaba con sentido realista sobre una problemática que percibía directamente.
510
Nacido en Mercedes (Buenos Aires) en 1867, falleció en Buenos Aires en 1928. Narrador, dramaturgo y periodista
inclinado al realismo y la picaresca. Militante mitrista, radical y finalmente cofundador del Partido Socialista Argentino.
Vivió en Paraguay, Buenos Aires, Barcelona y Bruselas; viajó por la Patagonia y el Noroeste argentino. Cfr. AIRA
2001:425-426 y PICCIRILLI, ROMAY Y GIANELLO 1954:V,699.
200
Porque su herramienta intelectual más valiosa era, precisamente, la observación
inmediata. Contaba, como contraparte, con una opinión pública interesada y con un
clima político e ideológico que lo encontraba en el campo de los intelectuales
socialistas, junto a José Ingenieros y otros, pero compartiendo con los reformistas de
diversos signos –incluidos Zeballos y González- el descontento con la inmovilidad de
la oligarquía tradicional (Larra 1963:5; Sarlo 1984:IX-XXI; Zimmermann 1995:59). La
escritura de Payró, en efecto, situada deliberadamente en un término medio entre la
voz oficialista y la crítica radical, en un lugar de mediación y de consenso,
relativamente independiente del aparato ideológico dominante –socialista, aunque
contratado por La Nación de Mitre-, “vuelve de los confines de la nación con un
discurso crítico hacia el Estado que hasta entonces no ha sabido hacerse cargo de esa
riqueza interior”, proponiendo convertir los Territorios todavía no corrompidos por la
política tradicional en “escenario de una virtual refundación simbólica de la nación
sobre bases modernas y dinámicas” (Andermann 2000:135, 108 y 132). También
Gabriel Carrasco511, uno de los más notables representantes de la segunda línea del
roquismo, visitador de los Territorios Nacionales delegado por el ministro González
en 1902 como “estadista trashumante” (Carrasco 1902a:5 y 20), nos dejó en su
recorrida por el Neuquén y el Alto Valle rionegrino una serie de observaciones
interesantes, más en su relato de viaje (Carrasco 1902a) que en su informe oficial
(Carrasco 1902b), acerca de lo que la élite liberal esperaba del progreso en los años del
cambio de siglo. Y, finalmente, Ezequiel Ramos Mexía512, uno de los más connotados
liberales reformistas, en diálogo con nuestros otros interlocutores, también será
convocado en el marco de este estudio para que dé razón de sus ideas.
Comentaremos brevemente algunos de los textos que se refieren más claramente
a la situación y a las propuestas elaboradas para los Territorios del Sur argentino, e
511
José Gabriel Carrasco nació, como Zeballos, en Rosario en 1854, estudió Abogacía y desempeñó desde joven
numerosos cargos públicos municipales, provinciales y nacionales, entre ellos el de intendente de Rosario, vocal del
Consejo Nacional de Educación y director del segundo Censo Nacional (1895); periodista, ensayista, poeta y eficaz
administrador; miembro del Instituto Geográfico Argentino y de la Junta de Historia y Numismática Americana (hoy
Academia Nacional de la Historia); roquista y defensor de la conquista violenta de los territorios indígenas. Autor del
decreto de división departamental de los Territorios Nacionales en 1904 y asistente de Joaquín V. González en el
Ministerio del Interior. Murió en Buenos Aires en 1908. Cfr. FRUTOS Y LATTUCA 1980:389-393; PICCIRILLI, ROMAY Y
GIANELLO 1954:II,186.
512
Al publicar en 1901 su proyecto sobre tierras públicas, Zeballos lo presenta como nacido en Buenos Aires en 1853,
estudioso del Derecho sin haberse graduado, militante político cercano a Carlos Pellegrini y participante de la redacción
del Sud América, director del Banco Hipotecario Nacional (1890-1896) y presidente de la Comisión de Desagües de la
Provincia de Buenos Aires (1890-1893), diputado nacional y ministro de Agricultura (1901), renunciante por desacuerdo
con el presidente Roca y en solidaridad con Pellegrini (RAMOS MEXÍA 1901:206-207). RUFFINI (2006:5-6) señala su
pertenencia a una vieja familia terrateniente porteña y su actuación en la Sociedad Rural Argentina (SRA), su adscripción
al Partido Modernista en 1892 en apoyo de la candidatura fallida de Roque Sáenz Peña, su cercanía a Pellegrini y su
posición crítica frente a Roca. Al llegar los reformistas al poder, fue ministro de Agricultura y de Obras Públicas de los
presidentes Figueroa Alcorta (1906-1910) y Sáenz Peña (1910-1913), luego directivo de la SRA y de diversas empresas
ferroviarias, y militante del Partido Demócrata Progresista desde 1914. Murió en Buenos Aires en 1935. Es conocida su
actuación en relación con la formación de la Comisión de Estudios Hidrológicos presidida por el geólogo estadounidense
Bailey Willis y la construcción del ferrocarril estatal al Nahuel Huapi. Cfr. PICCIRILLI, ROMAY Y GIANELLO 1954:VI,45.
201
intentaremos algunas conclusiones a partir de ellos. Los hemos organizado en torno de
dos grandes núcleos temáticos: el de las condiciones espaciales y materiales del
progreso y el de los sujetos del progreso, que responden a los dos polos de la tensión
presente en el discurso liberal-reformista de la época.
2. Las condiciones espaciales y materiales del progreso
La definición de los límites exteriores
La posición crítica de Zeballos acerca de la política exterior de las
administraciones de Uriburu y Roca en materia de límites tenía un alcance relativo. El
disenso terminaba, como es lógico, allí donde se ponían en juego los intereses
superiores del Estado nacional en la cuestión territorial. El contraste es claro, por
ejemplo, entre su crónica de 1898 sobre la zona del lago Lácar (Zeballos 1898a), donde
el autor -fundándose en su conocimiento previo y profundo del tema- acompaña al
gobierno frente a un reclamo chileno (cfr. Shaw 2003:71), y su nota sobre el arbitraje
con Chile (Zeballos 1898d), en la que impugna claramente la admisión argentina del
diferendo y del consiguiente procedimiento sobre espacios que no estaban
originalmente en disputa. El discurso de la élite se unificaba en torno del
reconocimiento de la conquista territorial del Sur y de su hacedor. Todavía en 1914, al
morir el general Roca, González lo consideraba el realizador de:
“una gran misión histórica: la integración de la unidad territorial de la patria, disputada
por la guerra secular del indio salvaje de la Patagonia –terra incógnita, res nullius,
codiciada y expuesta [...]- conductor de los anhelos y el alma de la Nación entera”
(González 1935:XIX,349-350).
Pero no todas son coincidencias. En esos primeros años de la Revista, el
diferendo con Chile ocupa un espacio significativo a través de textos producidos
mayoritariamente por el mismo Zeballos. El director de la publicación critica el
arbitraje como un logro de la diplomacia chilena, y la actitud utilitaria que habría
empujado, según su interpretación, al gobierno argentino a subordinar intereses
geopolíticos a conveniencias económicas (Zeballos 1898b; cfr. Shaw 2003:70). También
advierte acerca de las pretensiones chilenas (Zeballos 1898c), y da lugar a la
divulgación de materiales de otros autores. Entre estos últimos se encuentra un mapa
llamativamente anacrónico de las divisiones administrativas hispanoamericanas entre
1528 y 1776 elaborado por el ingeniero Pedro Ezcurra –cartógrafo de la Cancillería
argentina- (Ezcurra 1899) que muestra un Virreinato de Buenos Aires que se habría
extendido desde el extremo norte de la cuenca del Plata hasta el cabo de Hornos y
202
desde la línea de Tordesillas hasta el Pacífico, incluyendo la isla de Chiloé y el
territorio actualmente chileno hacia el sur.513
A partir de la publicación del extenso “Alegato de Chile en la cuestión de límites
con la República Argentina” (RDHL V:493-558 y VI:5-52) en 1900, atribuido por
Zeballos al perito chileno Diego Barros Arana, la cuestión chilena desaparece de las
páginas de la Revista. Durante esos primeros años, sin embargo, fue uno de los
principales temas referidos a los Territorios Nacionales del Sur del país presentes en la
publicación.
La crítica de Zeballos al utilitarismo gubernamental, dirigida a la liberalidad de
una política económica que permitía a capitales chilenos, británicos, etc., participar de
la expansión comercial y ganadera patagónica, es, en todo caso, un matiz de
diferenciación respecto de la mirada que privilegiaba claramente el crecimiento
material por sobre el desarrollo integral y la integración armónica de la región al país.
El fomento económico
Precisamente en el contexto de esa política económica que privilegiaba las
libertades en aras del progreso material, debe leerse la cuestión de la tierra pública, de
su colonización e irrigación. La crítica finisecular a la liberalidad y al absentismo
estatal tuvo uno de sus motivos centrales en el modo en que se había distribuido la
tierra pública, permitiendo la formación de una estructura excesivamente concentrada
de la propiedad. Un adecuado reparto de la tierra, que revirtiera o al menos atenuara la
tendencia latifundista dominante, era percibido como una de las más importantes
condiciones para completar la obra iniciada con la conquista de los Territorios.
La mirada de Payró durante su viaje de 1898 oscila entre la admiración del
progreso y la crítica a las políticas estatales que lo detienen. La primera actitud se
refleja en textos que no se apartan significativamente del tropo de la “ensoñación
industrial” (Pratt 1997:264) típica del progresismo occidental decimonónico:
“... sus campos se pueblan de ovejas llevadas de las Malvinas, en sus puertos se
levantan edificios que muchas veces no bastan al número de sus habitantes, las
estancias avanzan su conquista hacia el interior, nacen algunas industrias, resuenan en
sus bosques los golpes del hacha y los chirridos de la sierra, navegan en sus aguas
numerosos barcos de poco tonelaje, los vapores de la P.S.N.C. y del Kosmos, etcétera,
pasan casi diariamente a lo largo de sus costas, y si un gobierno progresista y bien
inspirado se propusiera darles nuevo impulso, veríamos en pocos años surgir en
aquellas comarcas aún solitarias otro emporio de civilización, cuna de una de esas razas
fuertes y dominadoras de las zonas frías...” (Payró 1898:9)
513
Sobre la tesis nacionalista según la cual la República Argentina sería la heredera “natural” del supuesto territorio del
Virreinato del Río de la Plata, progresivamente desmembrado por la acción corrosiva de sus vecinos y enemigos, cfr.
CAVALERI 2004.
203
La posición crítica, ya insinuada en el deseo de gobiernos mejor inspirados,
recurre al tema la distribución justa de la tierra. Para sostenerla, Payró acude –como
en ningún otro punto de su trayecto- al argumento de autoridad. Cita a Francisco
Moreno, en referencia a la colonia galesa del noroeste chubutense:
“... si los colonos que llegaron y se establecieron allí desde 1888 recibieran en
propiedad el lote que se les prometió, que poblaron y que aún no se les ha otorgado,
indudablemente la colonia 16 de octubre sería hoy la más importante de Patagonia;
pero, desgraciadamente no pocos tropiezos tienen en sus afanes, pues las tierras que
rodean el valle ya han sido ubicadas desde Buenos Aires, y las quejas que oigo sobre
avances de los nuevos propietarios, me apenan. ¿Cómo hemos de desarrollar la
población en Patagonia, cuando tras una iniciativa laudable se dictan medidas que la
anulan?” (idem:37)
Cita la obra de Teodoro Alemann, Ein Ausflug nach dem Chubut-Territorium, que
les propone a los pioneros usurpar campos de propietarios ausentes, dado que “las leyes
nacionales no ayudan al pobre”, y también una memoria del gobernador chubutense
Alejandro Conessa que recomienda “la liberal y conveniente distribución local de la
tierra pública entre los pobladores de buena fe” (idem:30), para terminar acusando al
gobierno nacional de desidia al no realizar los estudios necesarios, no legislar, etc., y
denunciando la negación de títulos a los colonos (idem:52-56; cfr. Guzmán Conejeros y
Pouso 2006:2).
Menos crítica es la mirada de Gabriel Carrasco sobre los objetos del progreso
territoriano en la Norpatagonia andina. Sus notas de viaje están atravesadas por una
lectura de la historia regional que exalta la conquista militar, que pone un acento
reiterado en el contraste entre la barbarie pasada y la civilización presente, y que
recurre, incluso, a la muy frecuentada imagen sonora de los alaridos de los indios
reemplazados por el silbato de la locomotora (Carrasco 1902a:11). Los objetos del
progreso son, fundamentalmente, en su mirada, los ferrocarriles, caminos, canales de
riego e hilos de telégrafo, pero también los edificios públicos, la capilla y las aduanas.
“Saliendo de Bahía Blanca, el antiguo punto ‘terminus’ de nuestra civilización, todo o
casi todo lo que se ve es nuevo” (idem:7), y la resultante de su visita es la siguiente:
“¡Todo es cuestión de viabilidad! ¡Ferrocarriles, caminos, puentes, facilidades de
movimiento! ¡Ese es el progreso para el Neuquén y para la república!” (idem:41). Esas
obras requeridas permitirían “consolidar la nacionalización de los habitantes, haciendo
argentinos por el corazón, por el amor, por la prosperidad material, a los muchos
millares de chilenos que hoy lo pueblan considerándose casi como en tierra enemiga”
(idem:40) y superar la “anormalidad política y sociológica” neuquina (idem:49; cfr.
Carrasco 1902b:5) bajo el lema “ubi bene, ibi patria” (Carrasco 1902b:42). Sin embargo,
también el “estadista viajero” del Ministerio del Interior observa como un problema
para la prosperidad de los Territorios el de los grandes propietarios ausentes y los
miles de viejos pobladores que trabajan la tierra pero no la pueden adquirir, contando
204
sólo con títulos provisionales dados por los jefes militares conquistadores pero luego
invalidados por los compradores (Carrasco 1902a:81-83).
La Revista de Zeballos hace su aporte a la corriente crítica del latifundio al dar
lugar en sus páginas al extenso proyecto de ley de tierras públicas propuesto en 1901
por el ministro de Agricultura Ezequiel Ramos Mexía al presidente Roca antes de
renunciar a su cargo (Ramos Mexía 1901). En síntesis, Ramos Mexía proponía
eliminar la ocupación y el arrendamiento –vías de ocupación precaria- como modos de
acceso a la tierra, para permitir o bien la venta de la tierra en subasta pública y pagada
mediante crédito hipotecario, con límites que impidieran el acaparamiento, o bien su
donación para formar colonias agrícolas o ganaderas, nacionales o extranjeras.
Señalaba falencias de la legislación anterior y le solicitaba a Roca su acuerdo con esta
“reforma agraria”, respuesta que, según Zeballos, el presidente nunca brindó.
La puesta en valor de la tierra mediante su distribución racional y la realización
de obras públicas de infraestructura se convertiría en un tema recurrente de la última
etapa de la vida pública de Zeballos, en la que participó de diversos proyectos al
respecto (Bazán 1912:96-99), inclusive proponiendo, en la línea de la regeneración
administrativa del Estado nacional, la reorganización de la Dirección General de
Irrigación a semejanza de su equivalente en los Estados Unidos, con un directorio,
cinco secciones territoriales, comisiones técnicas regionales y un plan de colonización
(Zeballos 1915 y 1916). Ya una década antes Zeballos se había preocupado por la
creación de dependencias estatales dedicadas específicamente a la cuestión, publicando
un artículo estadounidense (Poe 1905) en el que se describen los avances epistémicos y
técnicos logrados en los Estados Unidos desde la creación de un Departamento de
Agricultura.
Pero la contextualización más evidente de la cuestión de las tierras públicas en el
proyecto de desarrollo económico de los Territorios se dio en el debate, entre 1906 y
1908, de la ley 5.559 que se llamó “de fomento de los Territorios Nacionales”
(República Argentina 1907a:66-70, 635; 1907b:912, 917-920; 1907c:167-168, 171-172,
231, 236-237, 306, 355, 373, 497-549, 563-583, 596, 627-642; 1907d:882, 1389, 1404,
1420; 1908a:814, 849-850; 1908b:872-882, 938-949; 1909:878-880). El proyecto del
Poder Ejecutivo preveía la construcción de ferrocarriles económicos del puerto de San
Antonio al Nahuel Huapi, de Puerto Deseado a la Colonia 16 de Octubre con ramales a
Comodoro Rivadavia y al lago Buenos Aires, de instalaciones portuarias, la limpieza y
dragado de las rías del Santa Cruz y del Chubut y otras obras; su financiamiento; la
venta en remate de las tierras afectadas; etc. El presidente Figueroa Alcorta convocaba
al Congreso a tratar la situación de unos Territorios “que han dejado de ser los
desiertos de otros tiempos” (República Argentina 1907a:11), y Ramos Mexía, otra vez
como ministro de Agricultura, trazaba entonces con claridad meridiana la relación
entre la política de tierras, las obras públicas y el desarrollo económico de los
Territorios:
“la tierra pública debe ser destinada a fomentar con su producto las regiones en que se
encuentra ubicada, siempre que por sus condiciones no convenga más dedicarla a
205
provocar la atracción de grandes masas de inmigrantes [...]. La base esencial del
desenvolvimiento del país es la multiplicación sistemática de las vías de comunicación
[...]. No hay ya desiertos en la República. [...] Lo que hay en la realidad son treinta y
dos mil leguas cuadradas de tierras, que representan para la Nación varios centenares
de millones de pesos oro! ¿Y qué es lo que hacemos con ellas?” (idem:66; cfr. González
1935:VIII,538).
La disyuntiva que presentaba Ramos Mexía ilustra, en realidad, la diferencia
entre el evolucionismo político roquista y un nuevo rol del Estado que se manifestaría
en la proposición y realización de políticas públicas activas: o “se decide el país a
esperar a que la densidad de la población resuelva a empresas particulares a exponer en
ellas sus capitales”, o se responde con un cambio radical de política al cambio radical de
circunstancias (idem:67-70). González intervendría en el debate como senador
informante de las comisiones de Obras Públicas y de Agricultura (República Argentina
1907c:505-519; González 1935:VIII,547-571), presentando el proyecto, con su habitual
minuciosidad, como producto de una elaboración cuidadosa y como solución integral
para la cuestión del gobierno de los Territorios Nacionales.
Llama la atención, precisamente, que González enfoque la cuestión, al principio
de su exposición, como el abordaje definitivo del problema “del gobierno de los
territorios”, habiendo consultado toda la bibliografía existente sobre ellos, la
legislación vigente y su propia experiencia como ministro del Interior, y que luego ese
problema se reduzca al del desarrollo de la infraestructura material.
El problema provenía, según González, de que los Territorios respondían a “la
misma ley de raza, la misma ley histórica que ha precedido a la formación y al
desarrollo de nuestras provincias”, desarrollo que “no ha sido el más a propósito para
hacer de ellos los organismos vitales de verdaderos estados autónomos”. En ese
sentido, los Territorios se ofrecían como “campo experimental” que “necesitamos
fomentar”, “ya que es un axioma político y social que la autonomía es una consecuencia
de la independencia económica” y del “consentimiento voluntario de la opinión”. La
aplicación de una única ley de Territorios, la de 1884, habría producido una diferencia
entre Territorios “prósperos y ricos” -Misiones, La Pampa, Río Negro, Chubut-,
“secundarios” con riquezas naturales pero sin población suficiente -Chaco, Santa Cruz,
Neuquén514-, y “de tercer orden” que quizás no deberían constituir Gobernaciones -Los
Andes, Tierra del Fuego, Formosa-, porque según Spencer “todo progreso está en la
diferenciación”, pero su lenta evolución provenía de la variabilidad e incertidumbre de
la legislación sobre tierras y de “la inestabilidad política y administrativa”. Frente a ese
514
Resulta llamativo que un funcionario de primera línea como Joaquín V. González considerase al Neuquén falto de
población cuando en el censo nacional de 1895 se habían contabilizado allí más de 14.500 habitantes, que por entonces
era la mitad de la población de la Patagonia y superaba ampliamente a cualquiera de los demás Territorios de la región, y
en 1906 (censo de los Territorios, cit. en Sarobe 1935:106), con más de 24.000 habitantes, todavía superaba a los 20.000
de Río Negro y los 11.000 del Chubut. Es posible que, de acuerdo con sus ideas eugenésicas, la población neuquina,
mayoritariamente chilena e indígena, no fuese considerada apta para el progreso deseado.
206
estilo administrativo proveniente de la época colonial, que radicaba en gobernar sin
estudiar “las leyes naturales y sociales” de cada entidad, el reformismo liberal proponía
una administración científica consistente en “desarrollar las fuerzas vitales,
independientes y autónomas de cada región territorial, para que la población que en
ella se radique pueda organizar el núcleo social y político del porvenir sobre cimientos
inconmovibles”, con el fin de que la autonomía se apoye en la realidad y no en leyes o
convenciones.
De ese modo, la posición mayoritaria del Congreso expresada por González se
manifestaba favorable a la postergación de la autonomía política, supeditándola al
crecimiento económico de los Territorios. Los “cimientos inconmovibles” del porvenir
no estarían, en consecuencia, en la extensión de la ciudadanía ni en la autonomía
política sino en la infraestructura material. En una muestra insuperable de la “fiebre
ferroviaria” positivista (Weinberg 1998:114-120), se explicaba que el ferrocarril de San
Antonio al Nahuel Huapi reforzaría el desarrollo visible de “la población industrial,
ganadera y agrícola” -aunque no humana- de las estancias de la región, para evitar “esa
especie de divorcio impuesto por el desierto intermedio” entre la cordillera y la costa, y
compensar “la ley natural de expansión de los grupos sociales [que] es centrífuga” y
deriva, por lo tanto, el producto de la zona cordillerana hacia Chile y el de la costa a la
navegación europea; se trataba de “dar cohesión social, política y económica a los
distintos centros”. El Chubut, compuesto por diferentes centros “de distintas razas y de
distintos orígenes”, donde la colonia galesa se mostraba como ejemplo de “la verdadera
doctrina: el fraccionamiento racional [de la tierra] para concederla en propiedad a la
explotación de los agricultores” en pequeñas parcelas que producen “una gran riqueza
colectiva”, ya no necesitaba fomento, pero sí las conexiones ferroviarias entre la costa y
la cordillera que convirtiera al Territorio en “un verdadero sistema de explotación
económica, calculado con el conocimiento real de la geografía de la región y los puntos
más importantes para el desarrollo prospectivo”. En Río Negro, donde los estudios
realizados sobre el sistema de riego y el proyecto de Carlos Pellegrini sobre una nueva
provincia (cfr. Navarro Floria 2004a:75-76) le producían al senador González “una
impresión de turista o una sensación de cuore” sobre los “elementos de progreso”
concurrentes, el Ferrocarril del Sud ya había revertido la “fuerza centrífuga” del
Neuquén –“ese territorio no nos pertenecía, comercialmente hablando”- y la
canalización del Alto Valle presentaba “uno de los pensamientos económicos más
grandes” de la época y “un progreso económico de primera magnitud”. El argumento
era similar al expuesto por Payró, cuando señalaba irónicamente en 1898 que el
gobierno argentino se esforzaba por fomentar el desarrollo de la ciudad chilena de
Punta Arenas al permitir que fuera el único puerto libre de la región (Payró 1898:3031), y se apoyaba en lo observado por Carrasco durante su viaje al interior neuquino.
De este modo se construía ideológicamente una infraestructura de transportes
que consolidaba no solo la lógica centralista de la organización espacial nacional sino
también la dependencia de las economías regionales respecto de los mercados
internacionales (Weinberg 1998:114-116). El discurso progresista se expresa, en
207
González, capaz de contrapesar las fuerzas de la naturaleza para construir el necesario
dispositivo de dominación funcional al esquema de poder nacional, cuyos símbolos más
socorridos eran el ferrocarril y el telégrafo. Ramos Mexía expresaba una concepción
relativamente más amplia de lo que en ese momento se dio en llamar “fomento”
económico, vinculando la infraestructura ferroviaria con la política de tierras y la
política inmigratoria (República Argentina 1907c:519-523 y 528-533), aunque sin
desligarla claramente de los intereses de los grandes propietarios, como cuando
propone a la Patagonia como “el país de promisión para la crianza de la oveja”. Ruffini
(2006:9) caracteriza su plan como “una solución para el problema de la concentración
del migrante y su potencial conflictividad”, habilitando nuevos espacios para la
explotación y derivando hacia ellos la corriente inmigratoria que por entonces se
concentraba en el litoral rioplatense. Esto implicaba, de todos modos, un giro
importante en la posición del Estado como regulador de la propiedad de la tierra y
como planificador a mediano y largo plazo, mediante el trazado de vías de
comunicación y su realización como obras públicas de infraestructura. A lo largo del
extenso debate de la ley de fomento de los Territorios, y con la introducción de varias
modificaciones importantes en su redacción, la iniciativa fue dejando atrás su aspecto
original de “reforma agraria” y se redujo a un plan de obras públicas que, lejos de
transformar el régimen latifundista, lo reforzaría (idem:13-15).
Payró también reclamaba la presencia activa del Estado por medio de un
transporte marítimo más frecuente, el ferrocarril, el telégrafo, la dotación material de
las reparticiones públicas, etc. Otro modo de poner a consideración de la esfera pública
el estilo de progreso propuesto por los liberales reformistas estaba constituido por un
recurso característico de la obra de Zeballos: la consideración del tiempo como factor
del adelanto material. Compara su percepción del paisaje pampeano en 1891 con la que
había transmitido en el Viaje al país de los araucanos (1881) en cuanto al movimiento
comercial, las industrias y demás empresas, la vida cultural, el ferrocarril, factores que
habían convertido a Bahía Blanca en “pulpo de la región”, en una muestra más de la
presencia embrionaria ya señalada del concepto de polo de desarrollo (Zeballos 1901a).
Esa “ciudad de los puertos” era, en definitiva, la “tierra de promisión” del Sur (Zeballos
1901b). Unos años después el mismo autor (Zeballos 1909) recordaba un episodio
vivido en la Pampa a fines de 1879:
“en un punto inmediato al actual pueblo General Acha, desde una región donde aún
vivían restos dispersos de las tribus indígenas y donde hoy, en breve lapso de tiempo,
una civilización vigorosa y próspera, apoyada en los ferrocarriles y en la industria,
ocupa y transforma los campos”.
En un registro discursivo menos técnico y más próximo a la prosa lírica, cuando
González participó, como ministro del Interior, de la inauguración de la nueva capital
del Neuquén, en 1904 (González 1935:XIII,421-427), había expresado la misma
concepción materialista del progreso. En ese caso, “la epopeya accidentada y dolorosa
208
del ejército” había permitido la puesta en práctica de “una política antes desconocida,
que no es la del simple reparto de la tierra reivindicada, sino la de organización,
gobierno e impulso de las poblaciones”, la del “trabajo robusto”, la de las “fuerzas y
energías productoras”, que entonces iba a instalar en la Confluencia a la nueva capital
territoriana como “centro estratégico sin igual de una doble corriente de
comunicaciones fluviales y terrestres que lo vinculan al mar y al corazón de la
República”. El progreso se imaginaba, como en el proyecto de Pellegrini de 1900, en
términos de construcción de polos de desarrollo y de una infraestructura de
comunicaciones que los pusiera en función del sistema nacional.
Recién en el capítulo final de El juicio del siglo o cien años de historia argentina
(1913) González (1935:XXI,205-207) se preguntaría “¿Exigen los tiempos nuevos una
nueva política?”, contestándose que el país debía dedicarse a “la ocupación efectiva,
población, colonización y aprovechamiento de sus territorios federales, donde millones
de leguas baldías esperan la fecundación del trabajo, y la condensación más estrecha de
los núcleos primitivos de la población”, y recién entonces -ya vigente la ley Sáenz Peña
de voto masculino universal, secreto y obligatorio- reconocía la urgencia de “el más
grave de todos los problemas interiores, el de la educación política”. También en 1914
un proyecto oficial de ley de Territorios Nacionales –que nunca fue tratado por el
Congreso- retomaba la idea de establecer tres categorías de Territorios según su
cantidad de población argentina y de favorecer la formación de instancias participativas
tales como Municipios, Juntas de fomento y Legislaturas territorianas, la elección de
representantes de los Territorios ante el Congreso y, finalmente, la creación de nuevos
Estados Provinciales (República Argentina s/f:295-308).
El progreso económico propugnado se ponía en juego en una serie de acciones
concretas relacionadas con la administración de los recursos naturales del Sur. Las
posiciones acerca de la construcción del Estado nacional y de su jurisdicción se
mostraban, en los ámbitos de opinión estudiados, generalmente favorables al
fortalecimiento del centralismo respecto de la explotación de esos recursos y, por lo
tanto, proclives a consolidar un modelo extractivo de vinculación entre los Territorios
y el Estado nacional. En la discusión entre los Estados provinciales y la Nación acerca
de la jurisdicción sobre los ferrocarriles nacionales e interprovinciales, por ejemplo,
una parte importante de las respuestas (Drago 1898-1899; Saldías 1898-1899; Ferreira
Cortés 1898-1899; Garro 1898-1899; Civit 1899; González 1935:V,28-30; Corvalán
1905) propone, en términos generales, la concurrencia entre Estado Nacional y
Provincias, con la supremacía nacional cuando el ferrocarril superara los límites de una
provincia. Manuel D. Pizarro (1898-1899) fue un poco más allá, al señalar el “poder de
concentración social” de infraestructuras paradigmáticas de la modernidad como el
ferrocarril y la electricidad. Aunque ninguno de los consultados relacionó la cuestión
con la situación de los Territorios Nacionales, la iniciativa de la ley de fomento de 1908
deja muy en claro el valor económico que se asignaba al tendido de líneas férreas en la
Patagonia.
209
Otras proposiciones destacaban la potencialidad productiva de determinados
recursos naturales presentes, fundamentalmente, en los Territorios, como factores que
alentarían también al Estado nacional a extender hasta los límites internacionales su
presencia efectiva. En este campo entran las consideraciones, por ejemplo, acerca de los
recursos del subsuelo, que la legislación tradicional, como señalaba González
(1935:IV,53-54) en sus clases de la Facultad de Derecho de Buenos Aires en 1900,
consideraba de dominio nacional. En los Territorios Nacionales, “poblaciones nuevas”
y como tal terreno de experimentación legal, ya había información acerca de diversos
depósitos de importantes recursos minerales, particularmente en el Neuquén. Al año
siguiente, Eleodoro Lobos (1901) criticaba la falta de prospección minera, la carencia
de legislación adecuada y la inoperancia política y administrativa en el tema, en vías de
solución por el Ministerio del Interior a cargo de González. Lobos enmarcaba sus
expectativas en el contexto internacional de “la cuestión del carbón”, marcada
coyunturalmente por el agotamiento de las reservas inglesas, el aumento de la
producción norteamericana y el interés de los Estados Unidos en los mercados
sudamericanos; proponía buscar el autoabastecimiento, apoyándose en las
prospecciones favorables realizadas por Rickard, Stelzner, Carlos Berg en San Juan,
Bodenbender, Kurtz y Salas en San Rafael, otros en el centro-oeste de San Luis,
Francis Albert en Neuquén, Hoskold y Nunes en Tierra del Fuego, etc. En 1907, como
ministro de Hacienda del gobierno de Figueroa Alcorta, Lobos defendería con
entusiasmo el proyecto de fomento de los Territorios propuesto por Ramos Mexía,
considerándolo preparatorio de futuras provincias “cuya fundación solemnizará
dignamente el centenario de la Independencia, ha de acreditar la extensión de nuestros
progresos, la energía de nuestra raza, la bondad de nuestras instituciones y amplitud de
nuestros destinos” (República Argentina 1907c:541).
La cuestión del carbón sería pronto desplazada por la cuestión del petróleo,
sobre la que llamaba la atención, precisamente, una de las autoridades citadas por
Lobos: el ingeniero de minas Juan Carlos Thierry, que ubicaba el hallazgo de
hidrocarburos en Comodoro Rivadavia y las exploraciones en el Neuquén, Salta, el sur
de Mendoza y el norte de Jujuy en el nuevo auge mundial, proponiendo también el
autoabastecimiento a partir de los yacimientos patagónicos, fuentes de energía barata
(Thierry 1908).
Carrasco había transmitido su entusiasmo, en el Neuquén, por “la explotación de
las riquezas minerales en que este territorio abunda y que harán de él, en un futuro no
muy remoto, una de las regiones más prósperas del país” (Carrasco 1902a:40). Destaca
la riqueza de los Territorios en oro, carbón, petróleo, cobre, hierro y diversas piedras,
visita minas de carbón y lavaderos de oro, calcula su producción y valor y describe sus
formas de trabajo (idem:43-44,60-61,65,85,91). Propone, incluso, la instalación de una
sucursal del Banco de la Nación en Chos Malal que permitiera el depósito del oro, sin
más consideraciones acerca de la autonomía política que, hipotéticamente, esos
recursos podrían haber justificado.
210
La valorización de estos recursos naturales presentes en el subsuelo de los
Territorios Nacionales contribuía, así, a la consolidación de la representación del Sur
del país como repositorio material disponible para actividades extractivas, dejando en
segundo plano las cuestiones de la población, del desarrollo regional y de su evolución
política.
3. Los sujetos del progreso
El poblamiento
En su excursión periodística al Sur, Roberto J. Payró describía así a sus
compañeros de navegación:
“... el Villarino conducía a su bordo comisionados científicos, ocupados de la
demarcación de límites con Chile, al encargado de resolver el problema de la
comunicación telegráfica con el extremo sur de la República, una comisión de mensura
de los terrenos de la Tierra del Fuego, pioneers y nuevos pobladores para las costas
patagónicas, toda gente útil que, ya enviada por el Gobierno, ya lanzándose a buscar
mayor campo de acción a su actividad, contribuyen en este momento a dar impulso a
esas tierras, que poco a poco van saliendo del misterio en que las envolvía
maliciosamente la especulación, y mostrando que ellas también son productivas y
generosas con los que las trabajan...” (Payró 1898:6)
Esta referencia de Payró a la “gente útil” -que implícitamente incluye al mismo
autor, el periodista viajero, como sujeto reformista que cumple su rol de comunicar la
realidad de la Patagonia lejana a la opinión pública porteña lectora de La Nación
(Andermann 2000:133-134)- indica –uno directamente, el otro indirectamente- los dos
aspectos que comprendía la cuestión de la población de los Territorios en las décadas
posteriores a la conquista. Uno era el de la inmigración ultramarina, y en este sentido
entra en contacto con la cuestión general de la inmigración europea en la Argentina. El
otro aspecto es el de la población indígena, cercano a la cuestión de la construcción
étnica de la nación. Ambos, planteados en términos funcionales al programa utilitario
de crecimiento material. El análisis de la problemática étnica de la sociedad –terreno
constituido a mediados del siglo XIX en el que se entrecruzaban la antropología y la
sociología- permitía injertar la evolución social en el relato de la evolución biológica
(Di Filippo 2003:155) al mismo tiempo que establecer un suelo observacional científico
capaz de sustentar tanto el derecho –es decir, la estructura legal e institucional de los
Territorios- como la política territorial misma.
La mirada de Carrasco sobre el Neuquén se encuentra relativamente desplazada
respecto de esos ejes, dada la ya citada “anormalidad política y sociológica” local
producida por la presencia de tres cuartas partes de población chilena (Carrasco
211
1902a:49). Considerando a la Patagonia aún desierta en 1902 y a la población como la
cuestión central de la ciencia política en la Argentina de su tiempo, Carrasco, como
Payró, también encuentra al progreso encarnado en una población pionera compuesta
por “trabajadores de la línea férrea, troperos, estancieros que van y vienen de sus
propiedades, artesanos que preparan los convoyes para el interior, algunos
comerciantes que surten de los productos de consumo a los que se dirigen a las lejanías
del oeste; pocas mujeres” (idem:9), por los “avanzados pioneers de la civilización en el
desierto” que trazaban la Colonia Lucinda (actual Cipolletti) como “verdaderos
patriotas que contribuyen con su trabajo al fomento de los progresos del país”
(idem:13-17), por los conscriptos “salidos de las masas del pueblo argentino para
constituir las defensas de la patria” (idem:33), por un minero sanjuanino a quien
considera “uno de los hombres más importantes, más útiles, más verdaderamente
patriotas de este territorio, a cuyo progreso contribuye con su labor” (idem:65), y aún
por los misioneros salesianos dedicados “a redimir de la ignorancia y de la barbarie a
los hijos de los antiguos habitantes selváticos de aquellas comarcas [que] deben
contarse entre los más avanzados pioneers del progreso argentino” (idem:108). Sin
embargo, el problema más inmediato que identifica es, como ya señalamos, el de la
argentinización y arraigo de los campesinos chilenos mediante el aseguramiento de su
prosperidad material.
La inmigración extranjera fue uno de los temas de preocupación del sector de la
élite reunido en torno de la Revista de Zeballos. El aluvión inmigratorio que
experimentaba la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX estaba en el
centro de una serie de problemas y debates cruzados: la cuestión urbana, la cuestión
social (Devoto 2000:97) y la cuestión de la colonización y del poblamiento de los
espacios recientemente incorporados a la nación. Frente al ideal de una inmigración
espontánea y culta, soñado en las primeras décadas de la organización institucional, los
reformistas finiseculares se encontraban con la inmigración real y problemática
(Botana 2000:61). Devoto (2000:97) destaca como tareas prioritarias autoimpuestas por
la oligarquía gobernante el “asegurar la paz social y nacionalizar a los inmigrantes y
sus descendientes”, para lo cual se propusieron tanto soluciones represivas –leyes de
residencia (1902) y de defensa social (1910)- como integradoras –servicio militar
obligatorio (1901), reformas electorales (1901 y 1912), educación patriótica, etc.-.
En los últimos años del siglo, en un contexto en el que la inmigración europea,
preferentemente de eslavos y sajones, era identificada con el futuro, frente al factor
incapaz de progreso representado por la población indígena (Alfonso 1898), Augusto
Belín Sarmiento (1898) proponía la naturalización de los italianos515 para su
515
Dentro del marco general descripto, la colectividad italiana presentaba una dificultad especial por su importancia
numérica y por la tensión entre una dirigencia hostil a la integración -a tal punto que “en las influyentes sociedades
italianas de socorros mutuos (pero también en sus congéneres españolas), la adopción de la ciudadanía argentina
implicaba, en casi todos los casos, la pérdida de los derechos sociales y la exclusión o expulsión de la entidad étnica”
(DEVOTO 2000:102)- y la tendencia a la integración que mostraban los inmigrantes y sus descendientes (ODDONE
1980:577). GALLO (2000:522) supone que la baja tasa de nacionalización de los inmigrantes pudo deberse a lo poco
estimulante que resultaba un sistema electoral y partidario fraudulento y excluyente, y al hecho de que “manteniendo la
212
integración en la colectividad nacional. Al año siguiente, la Revista daba cabida a la
opinión de Baltasar Ávalos a favor de un “gran plan de colonización agrícola que se
pensaba desarrollar en la Patagonia”516, de la imposición del ius soli a los hijos de
inmigrantes (Ávalos 1899), y de la extensión de los derechos políticos a los extranjeros
naturalizados (Ávalos 1899-1900). Era la misma coyuntura en la que González, desde
el Ministerio del Interior, presentaba y defendía el proyecto de reforma electoral que
proponía, entre otras cosas, el voto de los extranjeros en función de la necesidad de
progreso político, como una “gran concesión a la democracia” que daría representación
a los nuevos intereses y conflictos sociales (González 1935:VI,19-22,88-89,181-182).
En 1903, una vez aprobada con fuertes recortes la reforma electoral –uno de ellos,
precisamente, consistió en no permitir la participación de los extranjeros-, vuelve el
tema a la Revista, con varias notas conexas. Entre ellas, una del mismo Zeballos en la
que, ante la decadencia numérica de la inmigración y la falta de tierras disponibles,
postula la necesidad de seleccionar “la mejor inmigración latina y del norte de Europa”
con “aptitudes adaptables a nuestro medio agrícola” (Zeballos 1903:552). Aunque
también se daba cabida a críticas al carácter excluyente de la legislación inmigratoria
(Soria 1904), el tono general de las opiniones ya no denotaba un optimismo ingenuo
respecto de la potencialidad transformadora espontánea de la inmigración –como
habían sostenido, por ejemplo, Sarmiento, Alberdi o Mitre décadas atrás- sino a
determinar bajo qué condiciones ese abigarrado contingente podría traer más
beneficios que problemas al país.
En esa línea de pensamiento, y en relación con los Territorios Nacionales, es
claro que la cuestión inmigratoria se vinculaba con la posibilidad de poblar y de
explotar racionalmente los espacios percibidos como vacíos. Y en ese punto era donde
el programa nacionalizador y ciudadanizador de los extranjeros entraba en más fuerte
contradicción con la lógica del poder oligárquico (Shaw 2003:126-127), precisamente
porque la ampliación de la participación ciudadana –y especialmente de los extranjerosen los Territorios era vista, fundamentalmente desde el roquismo, como un problema
innecesario (Navarro Floria 2004a:82-84).
Un segundo aspecto del tema de la población de los Territorios era, como ya
señalamos, el de los pueblos indígenas sometidos. Contra el fondo común del racismo
generalizado durante el siglo XIX se recortaba una serie de opiniones relativamente
divergentes en torno de las políticas concretas hacia ellos y de su relación con el
poblamiento de los Territorios. Émile Daireaux, por ejemplo, que se había manifestado
nacionalidad de origen, los inmigrantes podían acceder a dos fuentes de protección: la de las leyes civiles argentinas y la
de los representantes diplomáticos de sus países de nacimiento”, que a menudo hacían campañas en contra de la
naturalización de sus compatriotas. En esta problemática se inscribe la polémica entre el periódico socialista La
Vanguardia y el órgano comunitario La patria degli Italiani (idem:520-522), a la que responden tanto la Revista de
Zeballos con una serie de artículos, como el gobierno con el proyecto de reforma electoral de 1901, en el que el ministro
González impulsó –sin éxito- la apertura del voto a los extranjeros que se inscribieran sin necesidad de nacionalizarse.
516
Aunque el autor no especifica a qué propuesta se refiere, es posible que se trate de alguna de las que formularon los
misioneros Salesianos en la Patagonia Norte. Cfr. NICOLETTI Y NAVARRO FLORIA 2004.
213
tempranamente contrario a la guerra contra los indígenas (Daireaux 1877:220),
consideraba que esa tendencia destructiva de la población que había desembocado en
un desastre étnico se mostraba particularmente injustificada en un país en el que
abundaba el espacio y se necesitaba población (Daireaux 1888:52). La conquista de la
Pampa y la Patagonia, para él:
“Ha sido el acto definitivo de la constitución geográfica de la República Argentina, y el
primero de su constitución nacional. Para que la obra sea completa, es preciso que el
desierto sea civilizado, es decir poblado, y que se repare aquel gran error que dio
principio de modo tan extraño a la obra necesaria de la población, destruyendo la
población indígena.” (idem:92)
En la misma línea de pensamiento que, en relación con la inmigración
extranjera, buscaba perfeccionar los mecanismos de disciplinamiento y control social,
se proponían la aplicación del servicio militar obligatorio como una política civilizadora
y nacionalizadora de los indígenas y como parte de un mejor trato que el que se les
había proporcionado hasta entonces (Garmendia 1901), o la reducción y
castellanización de los pueblos originarios como medio de ciudadanización no forzada,
evolutiva y por fusión racial (Uribe Uribe 1907). Parte de esta política indígena se
refleja en el proyecto de Ley Nacional del Trabajo presentado y defendido por
González como ministro del Interior en 1904: el texto legal considera a “los indios que
habitan los territorios nacionales” como “personas libres y dueños de todos los
derechos civiles inherentes a todo habitante de la república” y establece mecanismos de
protección de ese status. Su autor cuidaba señalar ante el Congreso que en los
Territorios Nacionales no regía la ciudadanía política pero sí la condición civil, y que
este tratamiento civil de los indígenas no era más que una nueva interpretación del
mandato constitucional de sostener un “trato pacífico”, que ahora tenía como propósito
el de reducirlos a mano de obra útil (González 1935:VI,373 y 491; cfr. República
Argentina 1904:28-29). Ya en su Manual de la Constitución argentina (1897), González
había interpretado que el trato pacífico con los “indios” encomendado al Congreso de la
Nación implicaba “no solamente que la reducción de ellos se hiciese por una guerra
humanitaria y cristiana [sic], sino que se les convirtiese en hombres útiles para la
sociedad” (González 1935:III,391). Esta posición constituía un verdadero giro
ideológico en la cuestión del trato pacífico con las naciones indígenas, mandato cuya
presencia en la Constitución de 1853 respondía a una larga tradición de origen colonial
y que había sido claramente interrumpida por la política de conquista en la década de
1870 (cfr. Navarro Floria 2004b). Reinventado por el liberalismo reformista, el trato
pacífico quedaba así inscripto en una concepción del orden constitucional –
característica del discurso y de la doctrina jurídica de González- que enfatizaba su
carácter de programa económico (Roldán 1993:19) y que, en este caso de las naciones
indígenas, daba prioridad a su transformación en “hombres útiles”.
214
Por otra parte, aún cuando la situación de sometimiento de las naciones
originarias producida por las campañas de 1875-1885 habilitaba a los miembros de la
oligarquía gobernante a tratar la materia como un aspecto más de la cuestión social, ni
Zeballos ni González dejaban de reconocer la acción militar como el hecho fundante de
una política territorial y étnica que se les representaba como un gran experimento
destinado a construir la modernidad sobre la tabla rasa del “desierto”. En efecto, el
tema de la conquista territorial de la Pampa y la Patagonia y del sometimiento de las
naciones originarias marca, como ya señalamos al principio, uno de los puntos de
encuentro hacia el interior de la oligarquía. Zeballos, en El Tesoro de la Juventud
(III,999) muestra a Roca como un personaje de actuación política y administrativa
“agitada y discutida”, pero le reconoce el status incuestionable de héroe militar “por
haber resuelto el problema de los indios que rodeaban a la civilización argentina”,
gracias a la “gloriosa campaña” cuyo plan el autor se atribuye a sí mismo, colocándose
discursivamente en un plano heroico civil equivalente al del militar. Del mismo modo
González, que en El juicio del siglo proclama que “la política económica de la
Constitución ha triunfado del pasado, del desierto y de la raza misma” (González
1935:XXI,177), despide a Roca en el Senado, en 1914, según ya hemos visto, como el
realizador de la misión histórica de haber integrado la unidad territorial de la patria
(idem:XIX,349-350). Si bien en La tradición nacional (1888) había atribuido al pueblo
mapuche “una adelantada civilización” con conocimientos de ciencias exactas, retórica,
arte, pensamiento, etc., digna de ser rescatada (idem:XVII,52-54), en El juicio del siglo
elogiaba la acción del general Roca y consideraba que la extinción de los indígenas “por
la guerra, la servidumbre y la inadaptabilidad a la vida civilizada” había salvado a los
Territorios del “peligro regresivo de la mezcla de su sangre inferior con la sangre
seleccionada y pura de la raza europea” (idem:XXI,175-177).
En el Senado, en ese mismo año, exponiendo sobre el próximo censo nacional de
población, González se refería al problema étnico como “la verdad científica que más
esencialmente afecta el porvenir de la patria, el porvenir de la nacionalidad”, y aludía
también a la inmigración como “fenómeno físico inevitable”, a la necesidad de
establecer políticas de selección de población, y a la suerte argentina de tener “el mayor
coeficiente en América de población blanca, europea y civilizada”, de mayor “valor
productivo que el hombre inferior, que el hombre de raza mezclada, mestiza”:
“nosotros no tenemos indios en una cantidad apreciable, ni están incorporados a la vida
social argentina. No tenemos negros [...]; no se avienen a nuestro medio social, y si
existen algunos adventicios, de otras razas, son en cantidad insignificante”
(idem:XI,393-397).
Aunque estas apreciaciones tienden una línea de continuidad con los racismos
decimonónicos, el punto de vista de González es menos permeable al biologismo que a
la preocupación por la construcción social nacional (Roldán 1993:31 y 72-73) entendida
como una experiencia crucial para el futuro del país.
215
También Payró se refería con mal disimulado entusiasmo a la Patagonia como
laboratorio étnico de la nación. Guzmán Conejeros y Pouso (2006:1-3) señalan el
aporte de Payró a la idea de un “tipo nacional” en formación mediante el trillado tema
de la “fusión de razas”. Por ejemplo la colonia del Chubut, “animada de una voluntad y
una perseverancia engendradoras de progreso y bienestar”, se había convertido “en
centro de recursos y en núcleo de lo que dentro de algunos años será la Patagonia”
gracias a los galeses, “hombres de costumbres sencillas, trabajadores, honrados,
pacíficos: buen pueblo, y excelente plantel para el futuro”, de espíritu solidario y
prácticas de ayuda mutua permanente (Payró 1898:24-25). Esa comunidad, que desde
tiempo atrás los sectores dominantes argentinos observaban como modelo del tipo de
poblamiento que pretendían para la Patagonia, contribuía a la peculiaridad regional
también desde su experiencia de formación étnica y social:
“... si bien en otros territorios se nota con mayor intensidad esta especie de separación
en lo que atañe a los intereses materiales, en el Chubut se la ve también de otra
manera: costumbres, idioma, religión, todo aleja a sus habitantes del tipo común en
nuestro país, y se diría que se ha salido de él, al entrar en la colonia. Naturalmente,
estas diferencias irán disminuyendo a medida que el tiempo pase, y este elemento
heterogéneo irá fundiéndose en la masa general, así como comienzan a asimilarse las
diversas razas, en un principio aisladas, que forman -por ejemplo- la población de Santa
Fe. Más lejano, el Chubut no ha facilitado tanto la mezcla, y su aislamiento es lo que ha
mantenido la casta sin variación apreciable en estos treinta y dos años.” (idem:25)
Sin embargo, donde se revela en plenitud el sentido racista y biologista que
Payró le asignaba al experimento demográfico, es en el relato del incipiente romance,
“símbolo de la fuerza de atracción de estos países y estas razas nuevas” (idem:81), entre
una inmigrante inglesa y un argentino que iban a establecerse en el lejano Sur,
narración que da pie a una hipótesis acerca de la formación social de la región y del país
entero:
“Ella [...] va desde luego a convertirse en pobladora de la Patagonia, tiene un
significado histórico, es una nueva energía que colaborará desde hoy en la obra de las
energías poderosas que allí trabajan. Él, con su juventud, con su brío, con la corriente
de simpatía franca y jovial que emana de los latinos de América, regenerados y
reforzados por otras sangres más ingenuas pero más fuertes, viene a ser en el caso,
representativo y útil; porque reúne nuestras cualidades de atracción, y tiene en su
persona y en su modo de ser, la juventud, el desprendimiento, la despreocupación de
nuestro país... todo eso malo, que a nadie daña sino a nosotros mismos.
“Y esa mujer, libre como lo son sus compatriotas, que ni teme a las hablillas, ni
cree peligroso conversar con un hombre -seguía yo reflexionando-, da, a bordo del
Villarino y en pequeño, la nota tónica del progreso de esta región, que a mi juicio está
216
llamada a ser, geográfica y sociológicamente, la homóloga de los Estados Unidos del
Norte, pese a la ceguedad de los gobiernos.
“Este fuerte sexo débil ha desalojado ya en mucha parte de la Patagonia a la
india Tehuelche, de enérgica e inteligente raza, sobre cuyos -cada vez más escasosejemplares, domina desde las estancias inglesas y alemanas, salpicadas en el desierto
como núcleos de futura civilización. Ante ella, la mujer que llevaban los ejércitos de
fronteras, y que allí quedó llenando sus funciones étnicas, y la mestiza que nació del
contacto entre indios y cristianos, ceden palmo a palmo el terreno, que prepararon ha
tiempo, como tipos de un período de transición. Vienen de fuera, al par de miss Mary, y
en continua y poco observada inmigración, a cooperar en la tarea evolutiva, miembros
femeninos de pueblos varoniles crecidos en climas análogos; [...] una especie de haras
humano, cuyos productos están llamados a extenderse por gran parte de la Patagonia y
a influir de una manera decisiva en el tipo de su población, [...] en Patagonia se
prepara una raza distinta de la nuestra, no sólo porque el medio lo exige así, sino
también porque los elementos que trabajan en su formación, los antepasados de los
nietos por venir, son diferentes en absoluto de nuestros abuelos.
“ [...]
“¡Oh, miss Mary! Si usted supiera el interés etnológico que tiene su persona, en su
carácter futuro de antepasada!...
“ [...]
“La naturaleza echa mano de medios complicados y a veces invisibles para
arribar al resultado final que se propone y a que siempre llega. Hizo una raza de ovejas
para la Patagonia; con facilidad igual, sin el concurso de sabios ni estadistas, está
haciendo un pueblo...” (idem:81-83)
La hipótesis de Payró no se refiere solamente a la creación de una “raza” local
nueva a partir de los aportes autóctonos y alóctonos, sino a la regeneración del criollo
que, aclimatado al exigente medio patagónico, podría adquirir una ética del trabajo
productivo y “atemperar las pasiones desmesuradas de su sangre indígena”
(Andermann 2000:130-131).517
De modo que la cuestión del poblamiento de los Territorios Nacionales, en el
discurso dominante de la época, aparece claramente subordinado al problema del
crecimiento económico. Los pobladores, antiguos o nuevos, aparecen caracterizados y
conceptuados como sujetos del progreso en tanto “hombres útiles”, con un sesgo
económico determinado por el sentido que, a su vez, tenía la idea de progreso para los
517
Otros abordajes de la cuestión étnica recorrían los caminos de la naciente antropología nacional, ocupándose, más que
del indígena real y concreto y de sus problemas, de cuestiones eruditas como el origen de las lenguas indígenas (PATRÓN
1901; RDHL LI:287-289), las costumbres funerarias (PENNA 1909) o los ecos de los Congresos Internacionales de
Americanistas, que se centran también en cuestiones lingüísticas y folklóricas (SCHULLER 1907a y 1907b; LEHMANNNITSCHE 1908; LAVAL 1909) o paleontológicas (HEGER 1912). También el Centenario de la Revolución de 1810, que
ocupó unos cuantos números de la Revista de Zeballos con la crónica de banquetes, discursos y festejos, dio pie a la
publicación de la “Disertación sobre la condición jurídica de los indios”, de Mariano Moreno (RDHL XXXVIII).
217
emisores del discurso. Los espacios nuevos de la nación eran concebidos como el gran
laboratorio social donde las políticas inmigratorias e indígenas –ligadas entre sí por el
hilo conductor de las consideraciones acerca de las “razas”- operarían el experimento
destinado a generar una “raza” nacional también nueva y mejor en función de su
productividad.
La construcción del pueblo gobernante
A partir del análisis anterior de las condiciones materiales y espaciales del
progreso presentes en el discurso científico-social de los liberales reformistas, y de las
determinaciones que su concepción del progreso proyectaban sobre sus sujetos
concretos, resulta claro que la reglamentación del rol de esos sujetos –el pueblo- en el
plano político y su construcción como sociedad autogobernada en virtud de la
soberanía popular, resultaban problemáticos para la élite dominante. En el campo de las
ciencias sociales y en relación con los Territorios Nacionales, la de la ciudadanía
política era una cuestión deliberadamente postergada.
Una metáfora desarrollada por Joaquín V. González en el ya citado debate
parlamentario de 1907 nos muestra de qué modo el pensamiento sociológico de la
época no sólo cruzaba sus líneas de análisis con las de la antropología sino también con
las de la psicología, al mismo tiempo que nos ilustra acerca de la representación que los
sectores dominantes construían sobre la cuestión. Allí González señala que, en el
aspecto institucional, “los Territorios Nacionales han sido colocados por la
Constitución [...] en condiciones de menores de edad [...] son estados en formación”
encomendados al Congreso para que realizara en ellos la apertura a “todas las fuerzas
vivas y civilizadoras del mundo”. “Lo mismo que pasa con los hombres, que poseen más
o menos fuerzas y eficacia, según hayan sido los elementos adquiridos durante su
educación elemental y moral, en la edad juvenil.” La infancia de los Territorios habría
culminado, según González, entre 1879 y 1884, con su ocupación y organización, su
juventud habría transcurrido de 1884 a 1902, durante los “tanteos de colonización” y
hasta su dominio definitivo asegurado por los Pactos de Mayo, y desde 1902 se
desplegaban “las obras de verdadero progreso económico, que preparan el período
definitivo, que será el del desarrollo y expansión política de los territorios, en su
categoría de estados de la unión federativa de las provincias argentinas”. La misma idea
fue retomada en la Cámara de Diputados por Adrián Escobar, cuando proponía, para
los Territorios Nacionales, “acompañar con solícitos cuidados sus pasos de adolescente,
hasta que ya plenamente formados puedan entrar sin reato y con todo vigor a gozar de
la plenitud de sus autonomías”, comenzando por “poner en contacto directo, inmediato
y permanente las regiones costaneras o externas, con las cordilleranas o internas”, lo
que complementaría pacíficamente la conquista armada y realizaría el último período
de la evolución propuesta por el senador González (República Argentina 1908b:876881). La metáfora de la psicología evolutiva sirve para expresar, en este caso, que el
218
desarrollo político de los Territorios y la consideración de su población como
ciudadanía estaba siendo diferida intencionadamente, en aras del progreso económico.
La problemática político-administrativa de los Territorios aparece reducida a la
cuestión de la regeneración de la administración pública nacional mediante la
introducción de buenas prácticas de gestión. En cambio, se descuida el aspecto
relacionado con la inadecuación entre el régimen político de colonialismo interno
impuesto por la ley 1.532 y una Constitución Nacional formalmente federal. Al
respecto, puede resultar ilustrativa la divergencia entre concepciones más amplias y
más restringidas de la democracia –en relación con a quiénes se consideraba actores
políticos capaces de autonomía- en la coyuntura del cambio de siglo, y acerca de los
modos en los que la opinión dominante se proponía limitar el concepto y el ejercicio
concreto de la ciudadanía política.
Payró concebía su tarea de periodista viajero independiente del Estado como la
de un interlocutor entre la opinión pública y las autoridades capitalinas, por un lado, y
los pioneros progresistas, por el otro. “La Nación ha hecho un noble esfuerzo,
enviándonos quien nos oiga y nos vea de cerca”, pone el escritor en boca de uno de los
colonos, que reclamaba su presencia frecuente, a lo que él contestaba: “tenga usted la
seguridad de que el diario mira con verdadero interés estos territorios, que -como
usted dice- son grandes semilleros que sin duda nos guardan muchas sorpresas” (Payró
1898:29). En cualquier caso, desde el punto de vista de Payró, el futuro en la Patagonia
era de los nuevos emprendedores provenientes de los sectores sociales dispuestos al
esfuerzo personal:
“Conversando con uno de los pioneers que están ya a punto de conquistar la fortuna,
inquiría yo:
“-¿De modo que aquí el hombre cuenta con un porvenir cierto? ¿Los que vienen
conquistan seguramente la riqueza?
“Y mi interlocutor, haciendo una mueca expresiva y despreciativa y abarcando el
horizonte con el ademán de su brazo derecho:
“-Según -me contestó-. Aquí sólo tienen éxito los hombres de acción, de trabajo
y de perseverancia. El que venga a Patagonia a mandar hacer, puede estar seguro de un
fracaso; el que se imagine que se enriquecerá sin sacrificio, quédese, es mejor... Aquí,
muchas veces, hay que sufrir hambre y sed... Aquí sólo medra el trabajo personal,
continuo. Pero el que, en medio de estas privaciones, sea obrero y patrón, sobrelleve
necesidades y fatigas, y luche con esperanza y sin tregua, ese llegará infaliblemente a
rico.
“[...]
“¡Oh, qué animosos y qué dignos del triunfo son esos hombres del sur, que
pasean la Patagonia desde los Andes hasta el Atlántico, sin más defensa que su propio
esfuerzo, sin más protección que la ayuda propia, y que abren a la civilización y al
progreso aquella inmensa tierra ignota y virgen, ingrata para el muelle, generosa y
maternal para el bien templado!” (idem:33-34)
219
El perfil trazado así por Payró alcanza el plano de los derechos civiles: la
ejemplaridad de la colonia galesa del Chubut también proviene de que “allí donde
pueden ejercer los habitantes algún derecho político, lo ejercen haciendo abstracción de
los argentinos” (idem:84). Gente de trabajo que conquista su porvenir con base en el
esfuerzo propio, que ocupa tierras soslayando incluso la legislación vigente y los
derechos de los propietarios absentistas, que siendo a un tiempo “obrero y patrón”
anula el conflicto social, y que se hace oír por las autoridades a través de la prensa y no
por los canales de las relaciones personales que atravesaban el mundo de la élite,
presentaba un aspecto muy distinto, por cierto, al de esa misma élite que respondía al
marco legal porque se sabía beneficiado por él, que contaba con contactos en el
gobierno y que se enriquecía sin sacrificio porque mandaba a trabajar a otros. De este
modo, mostrando a unos colonos que se hacían valer a través del trabajo productivo y
sin necesidad de los derechos políticos que la administración argentina podía ofrecerles,
Payró dibuja un perfil de ciudadanos relativamente diferente del de los sectores
privilegiados, sin cuestionar, sin embargo, las reglas del juego colonial que se aplicaban
a los Territorios, sino asignando a los pioneros un lugar en ellas.
Otros actores políticos parcialmente diferenciados de esos esforzados pioneros
eran los miembros de las pequeñas élites locales de propietarios y empleados públicos,
que la dirigencia nacional cooptaba como interlocutores en relación con las cuestiones
político-administrativas. Zeballos apoyó desde las páginas de la Revista (Zeballos 1899)
el viaje presidencial del general Roca a la Patagonia realizado en 1899518, desde el
punto de vista de “los que hemos promovido incesantemente la defensa y civilización de
esas regiones durante un cuarto de siglo”, porque “el jefe del Poder Ejecutivo y los
ministros deben conocer el país, mezclarse a sus masas, penetrar todas las necesidades,
las aspiraciones profundas y las simples tendencias regionales”. Inmediatamente, en un
gesto retórico propio del conservadorismo populista que propone, se apropia de la voz
de las supuestas masas desatendidas y se convierte en intérprete de sus aspiraciones,
señalando que:
“La visita del jefe del Estado era especialmente reclamada en el sur, donde nuestra
inaptitud política y desidia administrativa habían dejado penetrar a Chile en la
Patagonia y a la Gran Bretaña en Malvinas y en la Tierra del Fuego, en el último
punto extraoficialmente y en misión cristiana, por fortuna; y donde la solitaria y cuasi
abandonada colonia galense del Chubut luchaba tan enérgicamente con la naturaleza y
el aislamiento, como con la falta de atención y de aptitudes colonizadoras de la nación.”
518
Sobre los viajes presidenciales como despliegue de una “nueva dramaturgia” política destinada a fortalecer la imagen
presidencial, ampliar el espacio de ejercicio del poder, incorporar a la vida política nacional a grupos normalmente
ajenos, lógicamente, a favor de los intereses políticos del gobernante viajero, los de su gobierno y los del Estado, y
también como herramienta singular de conocimiento e instancia generadora de representaciones en las repúblicas
oligárquicas, cfr. SAGREDO 2001 y NAVARRO FLORIA 2007.
220
Contra las críticas que recibió el viaje por el poco espacio que el presidente dio a
sus ministros, que Zeballos atribuye a la inexistencia de “administraciones ordenadas”
y de “hombres de Estado” en el país, contrapone “la excelencia de los propósitos
perseguidos” señalando unos resultados “excelentes, pero superficiales”. Cuando “hace
[...] veinte años que la prensa, el Instituto Geográfico y numerosas iniciativas
parlamentarias han revelado los males que abruman a las colonias del sur” y “en
copiosos y meditados documentos han sido proyectadas las reformas requeridas”, el
presidente no parece haber percibido esas opiniones. La base del cambio reclamado,
según Zeballos, estaba “en la provisión de gobernadores”, que “en los desiertos, casi
incomunicados con el mundo, sin horizontes, sin halagos y peligrosos” no están a la
altura de “su complicado objeto” y de “los anhelos de los vecinos”. Se ha enviado a
militares que no hablan inglés a gobernar a británicos “de tradiciones eminentemente
civiles y libres”, o a exponentes del “proletariado social de la gran metrópoli” con
sueldos bajos; no se forma, como en Gran Bretaña o Alemania, “gobernadores y
empleados especiales para la administración colonial”, con buenos sueldos, “personas de
aptitudes intelectuales, de arraigo social, de carácter moral intachable, de visiones
patrióticas y si fuera posible, de prestigiosa tradición administrativa”. En síntesis, una
élite territoriana capaz de buen gobierno.
Carrasco selecciona, precisamente, entre la élite territoriana existente, a sus
interlocutores: si bien los pioneros identificados como sujetos del progreso son los
trabajadores y comerciantes que observa en la punta de riel y centro comercial de la
Confluencia, es en una segunda instancia cuando encuentra a quienes le interesa
consultar: “Pronto me relaciono con los principales vecinos”, empleados de la
Gobernación y un comisario recién nombrado (Carrasco 1902a:9-10). Una vez en la
capital territoriana, relata haber recibido en el hotel a “todas las autoridades y vecinos
más notables de la población”, incluso a “siete vecinos” que le acercan una denuncia
contra el gobernador Lisandro Olmos (Carrasco 1902b:6). Decide no dar lugar a la
acusación, y no cuestiona el nombramiento, por el gobernador, de una comisión
municipal (idem:13), haciendo caso omiso del dictamen del Procurador General de la
Nación, que ya un año y medio antes había ordenado que se repusiera al Concejo por
elección popular (República Argentina 1901b:46-47).
El personal de gobierno territoriano tampoco parece ser una preocupación
central en el relato de Payró, para quien –refiriéndose al Chubut- “las autoridades
nombradas por el Gobierno de la nación han sido generalmente elegidas con bastante
acierto” (Payró 1898:25). Para Zeballos, sin embargo, toda otra reforma “será de detalle
y estéril”: “robustecer el adelanto material, sin ideales definidos” no contribuiría más
que “a fortalecer las administraciones defectuosas, a nutrir nuevos errores, a estimular
los apetitos extraviados, a consolidar la injusticia, el desorden y el notorio malestar que
se advierte en los territorios”. En cambio:
“Las buenas gobernaciones crearán la intimidad e inteligencia que ahora falta entre los
ingleses pobladores y la República, robustecerán el sentimiento nacional en los hijos de
221
éstos y promoverán una serie de reformas y de progresos sugeridos por la experiencia
local.”
Resulta interesante inferir de la opinión de Zeballos una cierta estructura del
discurso liberal-reformista, relativamente diferente del discurso de Payró, respecto de
la situación política de los Territorios y particularmente de sus actores. De un lado
están los colonos, cuya única identificación concreta es con los galeses del Chubut o –
más genéricamente- con británicos a quienes se supone de avanzada cultura civil. No
hay otra población, en esta instancia, digna de ser considerada interlocutora de las
autoridades. De otro lado está una administración pública marcada por la ineptitud y la
desidia, que produce gobernadores pertenecientes a sectores medios mejor identificados
con el proletariado urbano que con la élite –o con una fracción de ella- que se supone
antiguamente preocupada por la “civilización” de los Territorios y moralmente,
intelectualmente, socialmente y técnicamente preparada para gobernarlos. En
conclusión, los que rigen los Territorios no son los que deberían hacerlo. Se apela,
entonces, al presidente como árbitro superior que –esclarecido ahora por la experiencia
directa de la Patagonia, argumento de autoridad incuestionable para el imaginario
positivista- tendría en sus manos el remedio de la situación. Todo esto se plantea en un
marco institucional en el que se considera a los Territorios como colonias internas, y
en el que contrapone, a una cierta insuficiencia del desarrollo material, una necesidad
de excelencia moral.
Esta concepción restringida de la democracia se corresponde también
parcialmente con la noción manifestada por González al presentar, en 1902, el proyecto
de reforma electoral que dio lugar a la elección de diputados nacionales por
circunscripciones uninominales y que contemplaba originalmente –si bien el Congreso
no lo consintió, como ya señalamos- el voto secreto y la habilitación a los extranjeros.
En esa oportunidad, el ministro del Interior reconocía el problema de la inmovilidad
política frente a los grandes progresos operados en la cultura pública, la necesidad de
una “gran concesión a la democracia” que atendiera a los nuevos intereses y conflictos
sociales, y el inconveniente que representaban las vastas extensiones despobladas para
ese progreso político (González 1935:VI,19-22,88-89,103-104,181-182; cfr. Botana
2000:61-62). En definitiva, la propuesta consistía en generar una pieza legal clave para
la cuidadosa arquitectura política del régimen, destinada a definir, calificar y
determinar a “la entidad pueblo” (González 1935:VI,22) en términos progresivamente
ampliados, mediante lo que Botana (1985:260-261) denomina “una estrategia electoral
de incorporación controlada”, a la vez generosa, realista y previsora. También
González reconocía, como ya hemos visto, que junto al fomento económico la “nueva
política” del Centenario se encontraba frente al desafío de la educación cívica (González
1935:XXI,207), es decir de construir a un pueblo gobernante que no contaba con
derechos adquiridos en el terreno político sino que debía, de algún modo, ganárselos.
Sin embargo, la concepción de la ciudadanía política de los Territorios había
recorrido un camino en el pensamiento de González, que se muestra relativamente
222
fluctuante al respecto. Las interpretaciones más difundidas eran claramente
restrictivas. La necesaria evolución hacia la ciudadanía ya había sido descripta por
González en su Manual de la Constitución argentina (1897), donde había considerado a
los Territorios –recurriendo también, como en 1907, a la metáfora de la minoridadcomo gobiernos “de educación y aprendizaje” para el pueblo de la Nación, que “tienen
todos los derechos civiles reconocidos a todo individuo, mas no así los derechos
políticos [...] de los que pueden ser privados hasta que obtengan plena capacidad”, es
decir “dependencias del Gobierno Federal, que tiene sobre ellos jurisdicción exclusiva
por medio de sus tres poderes” (González 1935:III,389-390). En un tono similar, el
proyecto de nueva ley de Territorios Nacionales que el Congreso rechazó en 1901, en
el que intervino como ministro del Interior el cordobés Felipe Yofre, optaba por
considerarlos colonias internas del Estado nacional cuyo problema crucial consistía en
el diseño de “un sistema conveniente de apropiación de la tierra pública, y en un buen
régimen comercial que facilite la exportación e intercambio de los frutos de la
colonización”, y cuya experiencia política debía reducirse al ámbito municipal por no
ser “conveniente aún interesarlos vivamente en las luchas políticas propias de una
organización más autónoma” (República Argentina 1900:61-62 y 227-228; cfr. Navarro
Floria 2004a:79-84). En el proyecto definitivo de Roca y Yofre, esto devino en una
restricción aún más fuerte de las democracias municipales, en la privación expresa de
los derechos civiles para los “indios que viven en tribus” y en la supresión de las
Legislaturas territorianas previstas en 1884 –que, por otra parte, nunca habían sido
creadas- por considerárselas “una complicación inútil” (República Argentina 1901a:2122). En su memoria ministerial de Interior de 1904, González explica la continuidad de
esa misma política tendiente a cristalizar la estructura de poder vigente: en los lugares
de los Territorios donde se habían dado, a criterio del ministro, “ensayos prematuros
de gobierno municipal electivo donde no había núcleos de población suficiente”, el tema
se ha dejado en manos del gobernador o bien:
“se han nombrado comisiones provisorias de vecinos honorables, que con las
atribuciones de los Concejos y libres de los rencores que despertaban los intereses
encontrados de los bandos que se disputaban su preponderancia, han podido responder
eficazmente a los verdaderos intereses de las localidades” (República Argentina
1904:31).
Los “verdaderos intereses” sociales a defender no habrían sido, entonces, los
expresados por el incipiente sistema de partidos políticos mayoritarios ni los de la
“gente de trabajo” que invocaba Payró, sino los de la minoría de “vecinos honorables”
en quienes la élite gobernante depositaba su confianza.
Una posición similar era presentada por un joven abogado pampeano (Rollino
1901-1902), que reconocía en el gobierno el “laudable propósito de cimentar una
organización que garantice eficazmente los intereses de la civilización y del progreso
en aquellas lejanas circunscripciones administrativas” pero que señalaba el problema
223
del “poder personal y peligrosamente extenso de los gobernadores”, siendo éstos
personas sin arraigo, residencia previa ni conocimiento “del celoso mecanismo político,
social y económico”de los Territorios de destino: eran, en definitiva, “gente de afuera”.
Los cargos habrían sido tratados:
“como pingües prebendas, adecuadas para distribuir entre los amigos políticos de
figuración secundaria o de aptitudes insuficientes para confiarles puestos en [el
gobierno de] la Nación o en las provincias; [...] una falange abigarrada de políticos
caídos, de candidatos desahuciados y de elementos electorales de inferiores tendencias.”
Esto habría sido causa, según el autor, de una impresionante serie de problemas:
el “estancamiento inexplicable” de comarcas riquísimas, la especulación con tierras, el
contrabando, el cuatrerismo, el robo, la falta de garantías, la injusticia, la
improductividad, el desaliento de “la población y [el] capital progresista”, el
bandolerismo y el abigeato “convertido en la más lucrativa y segura de las profesiones
en los territorios”, las exacciones, atropellos y venganzas, la impunidad, el favoritismo,
la complicidad de las autoridades, etc., males “que mantienen a aquellos desventurados
territorios envueltos en una penumbra de barbarie indigna de nuestros progresos y de
nuestra cultura”. Una situación que haría comparable a la administración de los
Territorios con el gobierno colonial español, los procónsules romanos o los sátrapas
persas: “a la vez autócratas y débiles, arbitrarios y de probidad a veces acusada”. La
imitación de una institución estadounidense, en este caso, habría sido ineficaz. Incluso
“un escritor argentino” habría denunciado poco tiempo antes que los galeses del
Chubut habían pensado en pedir la protección de la Corona británica a causa de la
defectuosa administración argentina.
La reforma “que una dura experiencia de un cuarto de siglo viene reclamando
imperiosamente” consistía, según Rollino, en la formación, en cada Territorio, de “un
consejo o corporación de vecinos afincados y honorables” “consultivo y moderador”, a
modo de un Senado local en torno del gobernador; una solución “armónica con el
espíritu de nuestra constitución política, que exige en principio capital la intervención
de la voluntad del pueblo en todos los actos de gobierno”; un “consejo de
administración, que reflejaría los intereses generales y sería el intérprete y el portavoz
de la opinión pública”; un “gobierno democrático”. Es decir, de la voluntad popular y la
democracia según las entendían los sectores dominantes, restringida a la opinión de los
“vecinos afincados y honorables” que Zeballos identificaba como interlocutores del
presidente Roca en su gira patagónica y que Carrasco había elegido como participantes
de su excursión neuquina.
El pueblo de los Territorios, en conclusión, era para el liberalismo reformista
una cuestión para el futuro. Los intereses sociales funcionales al sistema colonial
interno, dignos de ser considerados por la élite porteña, en consecuencia, eran distintos
según cuál fuera el punto de vista del observador. González y Carrasco, con la
corriente principal del pensamiento roquista, enfocaban su atención en los “vecinos”
224
principales, interlocutores y auxiliares eventuales de los gobiernos locales. Zeballos se
fijaba en los funcionarios entendidos como correas transmisoras de las políticas
centrales. Y Payró en los pioneros como realizadores concretos del progreso deseado.
Ninguna de estas miradas contenía una demanda de ampliación de la participación
política ciudadana.
Ante el diagnóstico del fracaso del Estado en la nacionalización de los
Territorios –leído, en buena medida, como fracaso del programa sarmientino de
colonización producido por un Estado y un régimen que nunca lo había asumido
seriamente como propio- la propuesta, en definitiva, fue volver a Alberdi. En el debate
de la ley de Territorios (República Argentina 1885:1064 y 1187-1191), el artículo
séptimo del proyecto original proponía que cada Gobernación adquiriera el derecho a
la autonomía cuando “sus recursos cubran sus presupuestos de gastos”, sujetando así el
desarrollo de la ciudadanía a un prerrequisito de crecimiento material y evitando, en
palabras del diputado Cárcano, la formación de “Estados parásitos de la Nación”. Sin
embargo, pudo más la oposición de los diputados Puebla, Ortiz y Delfín Gallo a la
manipulación de los recursos territorianos por el Congreso, y ese requisito fue
desechado por la mayoría. En los últimos años del siglo XIX el péndulo volvía a oscilar
hacia el autoritarismo progresista alberdiano, que –a pesar de posiciones más
republicanas como la que refleja Payró- terminaría imponiéndose, como hemos visto,
como política hacia los Territorios. El llamado de atención de Joaquín V. González en
torno de la necesidad de una “nueva política” en el Centenario parece, en ese contexto,
más un arrepentimiento tardío y parcial que un regreso del péndulo a su posición
anterior.
Por otra parte, debe señalarse la complejidad de la demanda de ciudadanía, que a
menudo no se manifestaba como una solicitud de inclusión, participación popular o
voto universal al estilo radical ni menos aún de autonomía provincial sino, como lo
expresan bien Rollino o Zeballos en la Revista de Derecho, Historia y Letras o como
después de 1910 se encarnaría en la Revista Argentina de Ciencias Políticas de Rodolfo
Rivarola (Roldán 2006:25-27), más bien como una demanda de representación en el
sentido de expresión de ciertos y determinados “intereses ordenados y agrupados” de la
sociedad (idem:69) o de sus sectores mejor “caracterizados” para los ojos de las
autoridades nacionales. Aquí hay, claramente, un germen de ese retorno a una
concepción alberdiana de la vida política municipal o local entendida no como la escuela
de democracia que preveía la ley 1.532 sino como una instancia administrativa,
complementaria de un gobierno nacional unitario en quien residiría el poder
auténticamente “político” (Roldán 2006:48; Ternavasio 2006).
Conclusiones: la “República posible” como propuesta para la Norpatagonia
El discurso del reformismo, marcado por la cultura científica de la época, recurre
con insistencia a la imagen del experimento al referirse a los procesos sociales en curso.
225
El marco normativo del liberalismo nacional constituía el programa, y el progreso era
el objetivo consensuado. Dentro de esos márgenes, cada uno de los sectores y actores
jugaba un rol en la construcción de la sociedad nacional: la élite gobernante
administraba y regulaba el marco normativo, los intelectuales y expertos proponían
ideas y procedimientos, y los escritores y periodistas describían el proceso. En ese
escenario general, un rincón particular se destacaba por su carácter incitante de espacio
nuevo, y como tal disponible para experimentar como sobre una tabla rasa, sin
condicionamientos: los Territorios Nacionales recién incorporados formalmente al
cuerpo de la nación.
Si bien la idea de progreso era lo suficientemente general e indeterminada como
para admitir diferentes formas concretas de realización, ritmos de aplicación, sujetos y
objetos, la observación de la sociedad territoriana en el contexto de sus condiciones
materiales, étnicas, etc., llevó a los funcionarios e intelectuales del liberalismo
reformista –incipientes cientistas sociales- a formular una serie de proposiciones que
dieron forma a una concepción dominante del progreso deseado para los Territorios.
Esa concepción, retornando a la lógica alberdiana, anteponía el crecimiento material y
postergaba –sometiéndolo a la lógica evolucionista tan de moda- el desarrollo político
de la autonomía de las futuras provincias.
Hemos recorrido el abanico de cuestiones, de temas y de políticas abordadas por
el liberalismo reformista en relación con los Territorios del Sur argentino, y en cada
una de ellas se percibe la tensión entre distintas formas de articulación entre los
Territorios y la Nación, que son, en definitiva, diferentes estilos de progreso. En
primer lugar se hace presente, en el análisis del discurso reformista, el tema de la
definición de los límites exteriores: este es un lugar de coincidencia de ideas, en torno
del reconocimiento de la conquista territorial como hecho fundante de la historia
regional y también de las políticas de establecimiento de un espacio estatal de
dominación. En segundo lugar, el tema de los recursos materiales con que cuentan los
Territorios, su administración centralizada por la Nación –de acuerdo con el esquema
de colonialismo interno establecido por el marco normativo- y la articulación de la
nueva infraestructura territorial con el sistema económico nacional e internacional,
operación que se describía en aquellos años como de “fomento” de los recursos
territorianos. En tercer lugar, y sin solución de continuidad con el tema del fomento
material, las políticas de población, dirigidas básicamente a dos objetos –los
inmigrantes chilenos y europeos y los pueblos originarios-, ambos destinados por el
sistema nacional a convertirse en “útiles” para el progreso material. En cuarto lugar,
finalmente, la consideración de esta misma población como “pueblo” gobernante, como
sujeto de ciudadanía, no en aquel presente sino en un futuro indeterminado respecto
del cual aquella población padecía –desde el punto de vista dominante- una situación de
minoridad o incapacidad para el ejercicio de sus derechos políticos.
Ya hemos estudiado (Navarro Floria 2006) de qué modo el discurso de la
Geografía de fines del siglo XIX se yuxtaponía con el de la Historia regional, porque
producía un relato que articulaba las prácticas de conquista y exploración del territorio
226
en una secuencia lógica y metodológica de operaciones de apropiación del espacio,
estructuraba una representación del espacio y del tiempo, postulaba una serie de
proyectos de futuro para la Patagonia Norte y organizaba la realidad regional misma
en torno de la idea positivista de progreso. La observación y la lectura de la realidad
social regional que producen los liberales reformistas acusan esa misma penetración del
espacio por la dimensión temporal de la realidad, pero en distintos términos: los
Territorios constituyen un experimento en curso, y en el protocolo de esa experiencia
todavía no ha llegado el momento de que el pueblo soberano ejerza la soberanía
política. La metáfora psicológica de la minoridad de las personas aplicada al desarrollo
evolutivo de las sociedades es suficientemente ilustrativa de este argumento. En ese
sentido, la representación de la región generada por los liberales reformistas también
se inscribe en las prácticas temporales formadoras de la sociedad regional.
El resultado provisorio del experimento social territoriano y la propuesta que,
desde el discurso de las élites, dio forma a la realidad regional, era, entonces, a caballo
entre los siglos XIX y XX, el de unos espacios incorporados al patrimonio de la
soberanía territorial nacional, habitados por una población protegida por los derechos
civiles pero sin acceso, todavía, al ejercicio de la soberanía política popular.
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Capítulo 6
LA COMISIÓN DEL PARALELO 41º (1911-1914)
LAS CONDICIONES Y LOS LÍMITES DEL “PROGRESO” LIBERAL EN LOS
TERRITORIOS NACIONALES519
Pedro NAVARRO FLORIA
“Con el avance de las vías férreas se van resolviendo poco a poco los vitales problemas
para la vida civilizada en los desiertos del sur, que acaso antes del tiempo calculado serán
florecientes estados cubiertos por el pabellón argentino. Con ellas será posible la policía y la
justicia, la escuela y el hospicio, la producción y el comercio, que tienen como principal enemigo
el aislamiento y las distancias infranqueables de las pampas sin límites […] Es que el
ferrocarril suprime el desierto […].
(REPÚBLICA ARGENTINA, MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS 1911:8)
“La zona que será beneficiada por las líneas de Fofocahuel a 16 de Octubre y a San
Martín, es la más vasta e importante de la región sud de la Cordillera […].
El destino principal de toda esa región es para la ganadería […].
Exceptuando los propietarios de algunas estancias, argentinos y alemanes, la población
es indígena, que generalmente no trabaja más que para el sustento, ignorando por completo la
importancia de la refinación de las haciendas. […] Estas observaciones sirven para dejar
constancia del atraso de la región, debido a la falta de comunicación rápida con los puertos del
Atlántico.”
(REPÚBLICA ARGENTINA, MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS 1915:16 y 18-19)
“Es deber afirmar, para ayudar al justo entendimiento de estos hechos, que en aquellos tiempos
y lugares los sueños de las criaturas tenían la consistencia de la vigilia. Y cada sueño era un
camino, como cualquier otro de tierra, por donde iban y venían preguntas, mensajes, señales y
órdenes. Sería bueno recordar que los sueños de entonces poseían anchura y extensión, duración
y profundidad como cualquier bosque.”
Liliana BODOC. La Saga de los Confines. Libro III: Los días del fuego (2004)
Los trabajos desarrollados entre 1911 y 1914 por la Comisión de Estudios
Hidrológicos (en adelante: CEH) dependiente del Ministerio de Obras Públicas y –casi
519
Algunas de las líneas iniciales de este capítulo fueron presentadas y discutidas en dos ponencias: “La nacionalización
de los espacios de conquista tardía a través del imaginario científico-tecnológico. El caso de la Norpatagonia argentina a
fines del siglo XIX”, CD-ROM VII Congreso Argentino-Chileno de Estudios Históricos e Integración Cultural (Salta,
25-27 abril 2007), Salta, EUNSa, 2007; y “La Comisión de Estudios Hidrológicos en la Patagonia Norte (1911-1914):
representaciones territoriales en pugna”, Mesa Temática 95 ‘Saberes y prácticas de representación en los procesos de
formación territorial, siglos XIX-XX’ de las XIas Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia (Tucumán, 19-21
setiembre 2007). Agradezco los comentarios y aportes recibidos allí.
235
personalmente– del ministro Ezequiel Ramos Mexía (1852-1935), su vinculación con el
proyecto de fomento de los Territorios Nacionales, y la acción, en ese contexto, de un
personaje singular como el geólogo estadounidense Bailey Willis (1857-1949)520, nos
permiten comprender las condiciones, los límites y algunas derivaciones de los
proyectos reformistas de la oligarquía liberal argentina en relación con la Patagonia
Norte. Esos proyectos, expresados en la triple escritura de esta experiencia producida
por Willis –el informe técnico El Norte de la Patagonia (el primer tomo editado en 1914
y el segundo adquirido por el Estado argentino en 1938 y aún inédito, citado aquí
como NP2), la narrativa de viaje de la Historia de la CEH (1943) y su versión más
personal en Un yanqui en la Patagonia (1947)- aparecen fuertemente atravesados por la
idea de que se trataba de determinar posibilidades. Como tales, esas posibilidades se
proyectaban al futuro en forma de planes o proyectos, pero también se señalaban
claramente las condiciones necesarias para su realización, y se describían con no menor
crudeza los límites encontrados en el camino, que finalmente producirían el fracaso o
retraso del proyecto. De modo tal que la acción misma de la CEH constituye una
experiencia de negociación entre la Argentina real de la época y la Argentina futura de
una generación después: se trataba de probar si la Norpatagonia que Willis comparaba
con el extremo oeste estadounidense de cuarenta o cincuenta años antes estaba o no en
condiciones de seguir un camino similar de desarrollo.
1. El plan de fomento de Ramos Mexía para la Patagonia
Las iniciativas reformistas surgidas desde el interior del régimen oligárquico
argentino propusieron, después de la crisis de 1890, algunas soluciones prácticas a los
desafíos que la movilización social le planteaba al sector gobernante (Rock 2006:265ss).
Particularmente Ruffini (2006:2-4) imputa al sector inspirado por el liderazgo
alternativo de Carlos Pellegrini (1846-1906) la proposición de una serie de reformas en
el campo de la legislación social y electoral, que permitiera “brindar nuevos espacios de
radicación para los inmigrantes y aventar así los peligros del cosmopolitismo
concentrado en las ciudades”.
Ramos Mexía había acompañado desde el principio de su carrera política la
trayectoria ascendente de Pellegrini, uno de los hombres más lúcidos de la llamada
“generación del ’80”. Pellegrini había sido el piloto de tormentas frente a la crisis de
520
Bailey Willis (n. Idlewild-on-Hudson, New York, 1857; m. Palo Alto, California, 1949), formado como ingeniero
civil y de minas, se inclinó a la geología, trabajando inicialmente para el Northern Pacific Railroad y luego (1884-1915)
para el United States Geological Survey en la etapa de su organización. Enseñó en la Johns Hopkins University (18951902) y en la Stanford University (1915-1922), publicó importantes y abundantes trabajos, encabezó exploraciones
geológicas en China (1903-1904), Argentina (1911-1914), Chile (1923), el este de África (1929) y Asia (1937), y recibió
premios y distinciones en Estados Unidos y Europa. Participó de la fundación del parque nacional Mount Rainier en 1899
y se comprometió con la conservación de la naturaleza. Desarrolló teorías sobre los movimientos sísmicos y la estructura
e historia geológica de la superficie terrestre. Cfr. SMITH 2005; CENTRE NATIONAL DE LA RECHERCHE SCIENTIFIQUE;
MOUNT RAINIER; KING ET AL. 1997; WILLIS 2001.
236
1890 –ejerciendo la Presidencia hasta 1892- y uno de los artífices del regreso del
general Roca a ese cargo en 1898. En 1900 presentó al Congreso un proyecto –que no
fue aprobado, probablemente por su enfrentamiento con Roca- para crear con el
Territorio Nacional de La Pampa y parte de la provincia de Buenos Aires un nuevo
estado provincial, con capital en Bahía Blanca (Pellegrini 1941, V:397-400; Navarro
Floria 2004:75-76). Aplicaba así, anticipadamente, el concepto de polo de desarrollo y
se mostraba como el único líder político de peso de su generación dispuesto a admitir y
alentar la autonomía política como parte del progreso de las “colonias internas”.
Alentado por Pellegrini y avalado por su elección en el año anterior como presidente
de la Sociedad Rural en representación de las tendencias modernizadoras, Ramos
Mexía accedió al Ministerio de Agricultura en 1901 (Ramos Mexía 1936:193-197).
Durante ese fugaz paso por el ministerio, Ramos presentó un proyecto de ley de tierras
públicas destinado a la colonización, que no fue apoyado por el presidente Roca (Ramos
Mexía 1901; 1936:201-204).
Una serie de diferencias relacionadas en lo inmediato con la renegociación
internacional de la deuda pública, y más profundamente con la lectura que los distintos
líderes conservadores hacían de la coyuntura, alejaron a Pellegrini y a su facción
“modernista” o reformista del roquismo, que se mantuvo en posiciones más cerradas
frente al cambio. Ramos y otros funcionarios renunciaron, los “notables” designaron
para la Presidencia a Manuel Quintana (1904-1906), y los reformistas debieron esperar
a 1906 –año en el que murieron tanto el presidente Quintana como Pellegrini- para
llegar al poder a través del vicepresidente José Figueroa Alcorta (1906-1910). Figueroa
desarticuló definitivamente la coalición roquista, convocó a Ramos y a otros
reformistas y dio lugar a la transición que, mediante la presidencia de Roque Sáenz
Peña y Victorino de la Plaza (1910-1916), desembocaría en la elección presidencial de
Hipólito Yrigoyen.
A su regreso al Ministerio de Agricultura, en 1906, Ramos presentó y defendió
en el Congreso de la Nación el proyecto de la ley 5.559 de fomento de los Territorios
Nacionales, aprobado en 1908 con el propósito de construir ferrocarriles estatales y
colonizar tierras fiscales (Ramos Mexía 1908; 1936:228). En octubre de 1907 pasó al
Ministerio de Obras Públicas dejando en Agricultura a su segundo, el ingeniero Pedro
Ezcurra, pero la política de tierras pronto cambió y se detuvo la venta necesaria para la
prosecución de las obras previstas en la ley 5.559 (Ramos Mexía 1936:286; 1921:121 y
131-132). Ramos también tuvo la iniciativa de buscar petróleo en Comodoro Rivadavia,
reservando su propiedad exclusiva al Estado nacional (Frondizi 1964:15-16; Sepiurka
1997:21-22; Ramos Mexía 1936:287-288); y tras viajar al valle del río Negro impulsó
en 1909 una ley de obras de irrigación que permitió la construcción del sistema del
Alto Valle de Río Negro y Neuquén (Ramos Mexía 1936:293-297 y 360-363). Desde el
mismo cargo contrató, finalmente, a Bailey Willis en 1910 para que formara la
Comisión de Estudios Hidrológicos.
Durante la segunda presidencia de Julio A. Roca (1898-1904) se había instalado
en la clase gobernante argentina la idea de que la incorporación real y efectiva de la
237
Patagonia al país había fracasado (Navarro Floria 2004). La primera iniciativa orgánica
destinada a revertir algún aspecto de ese fracaso fue el proyecto de ley de fomento de
los Territorios, ya mencionado. Unos años después, el presidente Figueroa Alcorta
señalaba el vínculo entre la ley de fomento y la ley de Territorios de 1884, al afirmar
que aquella se proponía dar a los Territorios la “base económica” que esta otra requería
para su autonomía política (República Argentina 1910:46). Sin embargo, el hecho
discursivo de poner de manifiesto esa continuidad marca, por contraste, la diferencia:
dado que el Estado roquista no había sido capaz de poner a los nuevos Territorios en el
camino del desarrollo y la autonomía, la administración “modernista” recogía el guante
de ese desafío. Efectivamente, el proyecto, señala Ruffini (2006:6 y 9), contenía la idea
relativamente novedosa de un Estado que debía ejercer un rol activo, compensador de
las desigualdades económicas regionales. La propiedad de las tierras ya distribuidas –
las más productivas, obviamente- no resultaba objetable para su punto de vista, pero sí
se proponía una mejor repartición de las que permanecían en manos fiscales. Frondizi
(1964:16-17) subraya la idea de contrapesar con el desarrollo industrial de los
Territorios Nacionales el crecimiento de la producción primaria de la Pampa Húmeda.
Para posibilitar lo que el presidente Figueroa Alcorta llamaba “impulsar el progreso de
los Territorios Nacionales, llevando a ellos la población y las industrias” (República
Argentina 1907a:12) se hacía necesario desarrollar un ambicioso plan de obras
públicas, entre las cuales sobresalían los ferrocarriles estatales y las obras de regadío.
Esto generaría un círculo virtuoso: las tierras valorizadas por las vías de comunicación
se pondrían en producción, y esa producción contribuiría a financiar las obras y a
incrementar el valor de la tierra (idem:67). Los ferrocarriles, en particular, eran
pensados como factor de desarrollo y no como simples transportes de materias primas
(Frondizi 1964:17-18).
El artículo 2 del proyecto de mayo de 1906 (República Argentina 1907a:68)
preveía la construcción, en la Patagonia, de ferrocarriles del puerto San Antonio al lago
Nahuel Huapi, de Puerto Deseado a Comodoro Rivadavia y la colonia Sarmiento, y
ramales al lago Buenos Aires, a San Martín y a la colonia 16 de Octubre, y de esta
última al Nahuel Huapi. Tras un largo estudio en comisiones, en agosto de 1907 un
nuevo proyecto (República Argentina 1907b:497-499) modificó el plan, agregándole
una propuesta del senador Manuel Láinez y otras precisiones: ferrocarriles de San
Antonio al Nahuel Huapi y de Deseado al mismo lago, pasando por San Martín y 16 de
Octubre y con ramales a Sarmiento, Comodoro Rivadavia y el lago Buenos Aires;
limpieza y dragado de las rías del Santa Cruz y del Chubut, regularización del río
Negro para evitar inundaciones, y para navegación y riego. Más tarde, en el debate en
particular, se agregarían otros objetivos relacionados. El nuevo proyecto no establece
la forma de venta de las tierras, perdiendo así el carácter de reforma agraria parcial del
original. Ramos Mexía percibía que su plan de colonización se había convertido
prácticamente en un proyecto de obras públicas, pero lo defendió como plan general de
gobierno territoriano, dotado de una serie de reformas vinculadas entre sí (idem:519523). En un largo discurso, analizó la factibilidad técnica de las obras dejando
238
constancia de que estaban pendientes estudios definitivos, y relacionó el programa con
el problema de la población, tanto humana como ganadera. El ejemplo estadounidense
no dejó de hacerse presente (idem:545), como tampoco el de la revalorización producida
en el valle del río Negro por la inversión privada del Ferrocarril del Sud. La sanción
definitiva, por la Cámara de Diputados, llegaría un año después: en agosto de 1908.
Torres, Ciselli y Duplatt (2004:12 y 18) consideran que el plan de fomento
patagónico de Ramos Mexía constituyó
“un proyecto de gran escala comparable al canal de Suez o más recientemente a la
represa de Yacyretá, porque se hallaba estructuralmente conectado con la expansión
del sistema económico nacional e implicaba grandes movimientos de capital y de
trabajo, en una zona totalmente aislada del mercado nacional”,
También entran en esta consideración la instalación de casas de comercio en la
zona servida por el ferrocarril Deseado – Las Heras y la vinculación económica entre la
misma zona y Punta Arenas, generada por el crecimiento de la ganadería ovina. Algo
similar se puede afirmar del ferrocarril iniciado en San Antonio, cuya construcción
quedaría paralizada en 1916 en la estación Huahuel Niyeo (actual Ingeniero Jacobacci),
sirviendo fundamentalmente a la exportación de lana ovina de la región. Si bien estos
modestos logros contrastan con la amplitud de los propósitos iniciales, no deben dejar
de ser considerados.
Además se ha señalado (Rock 2006:25) que el proyecto de Ramos Mexía
completa un ciclo de inspiración estadounidense en las políticas argentinas hacia el Sur,
abierto por las iniciativas e ideas de Domingo F. Sarmiento (cfr. Navarro Floria 2000)
y coincidente con la vigencia del régimen oligárquico liberal. Lolich (2001:9-11)
subraya el carácter estadounidense de algunas de las soluciones técnicas propuestas por
Willis. En realidad, esa inspiración estadounidense continuaría a lo largo del siglo XX,
por ejemplo en lo relativo a los Parques Nacionales (Scarzanella 2002:2).
En el debate parlamentario y ante las objeciones del senador Láinez, Ramos
Mexía reclamaba “que se estudie menos y que se haga más” (República Argentina
1907b:569), es decir no postergar el inicio de las obras en beneficio de investigaciones
más detalladas. Esta opción pragmática cobró su precio. En 1910 el trazado del
ferrocarril de San Antonio al Nahuel Huapi se hallaba detenido por dos obstáculos: la
falta de agua en su recorrido y los desniveles del macizo del Anecón Grande (2.012
msnm).
2. La Comisión de Estudios Hidrológicos y su contexto político
Aprovechando la oportunidad de la asistencia de Bailey Willis, junto con otros
investigadores estadounidenses, al Congreso Científico reunido por la Argentina con
239
motivo del Centenario521, Ramos Mexía –ministro, entonces, de Obras Públicas- lo
entrevistó y contrató con un doble objetivo: en lo inmediato, superar los problemas del
ferrocarril al Nahuel Huapi; en lo mediato, formular un plan integral de desarrollo
económico del área andina norpatagónica.
El informe de Willis de 1914 comienza reseñando el plan de fomento de los
Territorios formulado por Ramos en 1906, definiendo Río Negro, el norte del Chubut
y el sur del Neuquén como “zona de influencia del ferrocarril de San Antonio”, y
menciona las “grandes dificultades” en que se encontraba el plan, “debidas en parte a
obstáculos naturales, y en parte a la falta de datos adecuados sobre las regiones que
habían de cruzar las líneas” (Willis 1914a:V). El objetivo inicial de la CEH fue
“investigar las existencias de agua de los territorios en que se construían las ferrovías”
(idem:VI), fundándose en la experiencia similar de los Estados Unidos, pero “desde un
principio se concibió que el alcance de la obra fuera más amplio”, por lo que se
contrató, en enero de 1911, a un equipo de topógrafos, geólogos y estudiantes de
geografía económica (idem:VII522). Ramos le dio plena libertad de acción y le solicitó
ampliar progresivamente el alcance de los estudios: la resolución del problema de la
escasez de agua dulce en San Antonio y en el primer tramo del ferrocarril al Nahuel
Huapi –mediante pozos artesianos o, en su defecto, mediante el manejo del caudal del
arroyo Valcheta-; el trazado definitivo del ferrocarril en su sección occidental y su
prolongación hasta Chile; y el relevamiento de los recursos en la franja que atravesaba
el ferrocarril y en la cordillera al norte y al sur, entre los 38º y los 44º de latitud
aproximadamente –clasificación de tierras; reconocimiento de vías de comunicación;
evaluación de la energía hidráulica- (idem:VIII-X). La Historia de la CEH, en cambio,
escrita por el mismo Willis tres décadas después, relata que fue él quien propuso a
Ramos un estudio topográfico completo y un plan de “investigaciones de toda especie
que tuvieran relación con posibles riquezas naturales que podían concurrir al
desarrollo de las zonas correspondientes” (Willis 1943:3), idea que fue aceptada por el
ministro. La amplitud de los propósitos de la Comisión llevó a Willis a proponer,
tardíamente, que se la denominara Forty-first Parallel Survey (Willis s/f), nombre que
en el título de este trabajo hemos traducido como Comisión del Paralelo 41º.
Entre marzo y septiembre de 1911 el equipo hizo la campaña destinada al primer
objetivo, y en octubre Willis concluyó el “proyecto Valcheta”. El verano siguiente fue
dedicado al trazado del ferrocarril entre el cerro Anecón Grande, el Nahuel Huapi y el
paso cordillerano de Cajón Negro: el estudio de la zona se desarrolló hasta junio de
521
Según Willis (NP2:380), él llevaba al Congreso de Buenos Aires la propuesta de sumar a América del Sur al acuerdo
internacional alcanzado en 1909 para realizar un levantamiento cartográfico mundial. Estimamos que se trataría de la
realización del Mapa al Millonésimo acordado en Ginebra en 1908 y en Londres en 1909 (cfr. LOIS Y ZUSMAN 2007:9).
522
En nota a pie de página, Willis detalla la composición de la CEH y explica que el contrato inicial de dos años se
prorrogó primero hasta fines de 1913 y nuevamente en 1914. En sus memorias recuerda a “un equipo selecto de jóvenes
norteamericanos”: el geólogo Chester W. Washburne, el geógrafo económico Wellington D. Jones, el geólogoexplorador John Rothwell “Bill” Pemberton y los topógrafos C.L. Nelson, W.B. Lewis y Eberly (WILLIS 2001:60,133;
cfr. WILLIS 1943:5-6; WILLIS s/f:714).
240
1912, momento en que se desactivó el equipo y Willis volvió transitoriamente a los
Estados Unidos. De vuelta en la Patagonia, entre enero y marzo de 1913 se llevó a
cabo la campaña de clasificación de tierras y evaluación de recursos del área
cordillerana, durante los meses subsiguientes se preparó el informe en el campamento
de Maquinchao, y en julio Willis volvió a los Estados Unidos para coordinar la edición
de El Norte de la Patagonia. En octubre regresó a la Argentina, habiendo renunciado ya
–en julio- Ramos Mexía junto con los ministros de Hacienda y de Justicia e Instrucción
Pública, pero el nuevo ministro de Obras Públicas, Carlos Meyer Pellegrini, prorrogó
el contrato de Willis hasta junio de 1914. La campaña de ese verano se centró en el
área del Nahuel Huapi y en los planes de desarrollo turístico e industrial de la zona,
culminando en mayo con la navegación del río Limay y el regreso a Buenos Aires
desde Neuquén. Pero el reemplazo de Meyer Pellegrini por Manuel Moyano significó
el fin de la CEH. Willis permaneció en la capital hasta septiembre, gestionando una
nueva prórroga de su contrato para la publicación del segundo tomo de su informe,
pero cuando trabajaba en él en los Estados Unidos, en enero de 1915, recibió su
cesantía.
La trayectoria de la CEH está visiblemente atravesada por la complicada
situación política en la que se encontraba, por esos años, la oligarquía liberal argentina:
tensionada entre sectores conservadores y reformistas, estremecida por un proceso de
movilización social que no podía ignorar pero tampoco controlar, y sin lograr
encontrar su lugar en un sistema de partidos que –de haberse construido- posiblemente
habría dado a la Argentina una historia política más estable en el siglo XX. Eran una
clase política y un gobierno en retirada, con conciencia de estar disputando nuevos
espacios políticos, desconcertada por las inesperadas derrotas que comenzó a sufrir con
la aplicación de las nuevas reglas del juego electoral desde 1912 (Halperin Donghi
2007:31-69) y, por lo tanto, inflexibles y poco dispuestos a la negociación. Los mayores
problemas políticos para un trabajo científico-técnico como el de la CEH, en
consecuencia, no provenían de la oposición radical o socialista, sino de las divisiones y
contradicciones internas de la propia oligarquía liberal.
Algunos reflejos de esa crisis fueron las permanentes tensiones entre Ramos y la
mayoría del Congreso durante, por ejemplo, los debates de la ley 5.559, o durante los
trabajos de la CEH. Willis describe con lucidez, en la Historia de la CEH y en sus
memorias personales, las implicancias de esta coyuntura para sus tareas. Ya en sus
primeros contactos, en 1910, se hace evidente la ansiedad del ministro por obtener
resultados positivos en la construcción del ferrocarril al Nahuel Huapi, para no poner
en peligro la continuidad de sus proyectos (Willis 1943:1-3; 2001:53-56). Al año
siguiente, presentado el “proyecto Valcheta”, “la oposición en el Congreso era
vigorosa” y Willis encontraba constantes trabas burocráticas para el manejo de los
fondos necesarios (Willis 1943:21; 2001:75). El director de Irrigación consideraba al
proyecto técnicamente factible pero económicamente imposible, demoró
deliberadamente la correspondiente estimación presupuestaria, y el Congreso negó los
fondos. Se llegó al extremo de quemar los informes y mapas presentados por Willis,
241
que afortunadamente eran sólo copias de los originales que él conservaba (Willis
1943:30-31; 2001:76-77; Frondizi 1964:29-32; los originales en NP2:474-563). En 1912
Ramos fue interpelado por el Congreso y acusado de desviar fondos públicos, pero el
presidente Sáenz Peña lo sostuvo en su cargo. Francisco Moreno, por su parte, desde
su banca de diputado nacional, presentó una serie de proyectos funcionales al plan
reformista sobre los Territorios Nacionales, pero sin éxito.523 La adversidad parecía
desafiar a Ramos, que se entusiasmaba cada vez más con la futura provincia
cordillerana norpatagónica. En conversaciones con Willis:
“Tuvieron el mismo sueño: que se pudieran crear las bases de este futuro estado
argentino en los Andes. Pero soñaron en forma distinta. Ramos Mexía, el estadista,
concibió el desenvolvimiento social y la organización, las posibilidades financieras,
educacionales y políticas. Él veía la obra hecha. El señor Willis, el ingeniero,
comprendió la necesidad de tener mejores conocimientos sobre las condiciones
naturales. […]
“El señor Ramos Mexía acogió las sugestiones del señor Willis, pero no quiso
entrar en los detalles de los planes para la ejecución; diciendo al efecto: ‘No tengo
instrucciones que darle. Vaya y lleve a cabo sus estudios’.” (Willis 1943:50-51)
Al volver a Buenos Aires en junio de 1913, Willis encontraba que los ataques del
Congreso a Ramos arreciaban, acusándoselo de desatender a las Provincias en beneficio
de unos Territorios Nacionales todavía concebidos como desiertos (Ramos Mexía
1913:11), y se le retaceaban los fondos necesarios (Willis 1943:92). En sus notas,
interpretaba la situación como un conflicto “característico del régimen democrático”
entre “la clase gobernante inteligente” representada por Ramos, “un estadista
patriótico”, los “políticos elegidos por las masas no inteligentes” representados en el
Congreso, “ambiciosos, vivos y de horizontes mezquinos”, y el “Imperio invisible del
capital”, “paciente, resuelto” y más fuerte que los anteriores pero, a pesar de todo,
necesario para el progreso. Las presiones del capital las experimentó Willis a través del
administrador general de la empresa británica del Ferrocarril del Sud, que le hizo
patente el disgusto que sentía por la competencia de los futuros ferrocarriles nacionales
(Willis 1943:93; 2001:171-172; Frondizi 1964:46). En un interesante capítulo de sus
memorias (Willis 2001:161-165), el geólogo describe el clima político porteño y relata
cómo los representantes de capitales británicos en el Congreso privaban de
presupuesto al Ministerio de Obras Públicas al mismo tiempo que las empresas
proponían comprar o alquilar los ferrocarriles estatales. Un aspecto en particular de los
estudios de la CEH, el proyecto de ciudad industrial (NP2:221-270), fue sometido a una
comisión ad-hoc formada por los directores de Territorios Nacionales, de Ferrocarriles
y de Irrigación como miembros de los Ministerios del Interior, de Obras Públicas y de
Agricultura (el informe de esa comisión a Ramos Mexía en NP2:271-290). El primero
523
Agradezco el dato acerca de los proyectos legislativos de Moreno en 1912 a Norberto Fortunato.
242
apoyaba abiertamente la iniciativa, el tercero presentaba objeciones técnicas y
presupuestarias y el segundo, Pablo Nogués, cuenta Willis (2001:164), “me ofendía con
adulaciones mientras esperaba para apuñalarme por la espalda”. Logrados los fondos
para publicar El Norte de la Patagonia, Willis viajó a Estados Unidos.
A su regreso en octubre, como ya señalamos, Ramos había sido obligado a
renunciar, pero el ministro Meyer Pellegrini prorrogó el contrato de la CEH (Willis
1943:101-102; Willis 2001:166)524. La relación entre Willis y Meyer no fue mala: el
estadounidense recuerda al nuevo ministro como un hombre cuidadoso en los detalles y
abierto a las novedades. En enero de 1914 el director general de Ferrocarriles elevó al
nuevo ministro una solicitud de prórroga para el contrato de la CEH, detallando el
contenido de los futuros tomos 1 y 2 de El Norte de la Patagonia y proponiendo el plan
de trabajos para la continuación del proyecto.525
Pero se produjeron dificultades adicionales por la asunción del vicepresidente De
la Plaza, en febrero de 1914, en lugar del presidente Sáenz Peña -que fallecería en
agosto- y el consiguiente cambio de gabinete. El sector reunido en torno del presidente
se mostraba tan enemistado con amplios sectores del conservadorismo como con la
oposición radical (Halperin Donghi 2007:57-68). Los fondos inicialmente asignados a
la preparación y edición del segundo tomo de El Norte de la Patagonia habían sido
utilizados –con acuerdo superior- para los trabajos de campo del verano de 1914, y el
nuevo gobierno exigía fuertes economías. El Ministerio de Obras Públicas fue
encomendado nada menos que a Manuel Moyano, “un burócrata y ex director de la
compañía británica de ferrocarriles, el Ferrocarril Sud” (Willis 2001:171), identificado
con los intereses de esa empresa, que se oponía totalmente a la continuación del
proyecto y que llegó a amenazar a Willis con encarcelarlo por no haber publicado el
primer tomo. Si bien Moyano firmó el decreto de prórroga del contrato hasta fines de
abril526, puso todos los obstáculos posibles para la continuación del proyecto. Willis
explica que “los informes incompletos […] constituían las raíces del crecimiento
futuro de los recursos y población de inmenso valor para la República”. Pero
providencialmente llegó a Buenos Aires el primer tomo y Willis se encargó
personalmente de distribuir cuatrocientos ejemplares en el Congreso, para evitar que
corrieran la misma suerte que sus informes anteriores (Willis 2001:173). Sendas
entrevistas con el ministro de Hacienda y con el presidente De la Plaza, en la difícil
coyuntura de la muerte del presidente Sáenz Peña y del inicio de la Gran Guerra
europea, sólo consiguieron salvar provisoriamente la CEH transfiriéndola a la órbita de
524
El conflicto entre Ramos Mexía y la mayoría parlamentaria también quedó reflejado en los diarios de sesiones: en
1912 el Senado pide interpelar a Ramos Mexía y un senador lo acusa de malversar fondos públicos (REPÚBLICA
ARGENTINA 1912a:637-643); los proyectos legislativos de Moreno, en REPÚBLICA ARGENTINA 1912b:972-980,982-983
y 1104-1107; en 1913 se aprueba un presupuesto con importantes recortes para su área (REPÚBLICA ARGENTINA
1913:I,181ss), pocas semanas después –en julio- Ramos renuncia, y más tarde el Congreso amplía el presupuesto a su
sucesor Meyer Pellegrini (REPÚBLICA ARGENTINA 1913:II,1124-1125 y 1167).
525
CF, bibliorato 2, Comisión de Estudios Hidrológicos, documento 156.
526
CF, bibliorato 2, Comisión de Estudios Hidrológicos, documento 179.
243
la Dirección de Territorios Nacionales del Ministerio del Interior, pero el contrato no
fue refrendado por el presidente y la preparación del segundo tomo del informe se
interrumpió en enero de 1915 (Willis 1943:115-121; 2001:176-178).527
Las vicisitudes de los últimos meses de la CEH también se reflejan en la
correspondencia entre Bailey Willis y Emilio Frey528. En junio, confiando en una nueva
prórroga del contrato, Willis instruía a Frey para que continuara el relevamiento de
tierras al oeste de Bariloche. En septiembre le comunicaba el logro de la ansiada
prórroga y le relataba las tensiones entre Moyano –a quien llama “el hipopótamo”, que
“está opuesto a mí personalmente como el jefe de los criminales extranjeros”-, Ruiz
Moreno –que activaba en el Congreso la creación del nuevo Territorio Nacional de Los
Lagos529-, los ministros Carbó y Ortiz –de Hacienda e Interior, respectivamente- y el
presidente De la Plaza, a quien encontraba en una difícil posición mediadora. Logrado
el traspaso de la CEH al Ministerio del Interior y la promesa de contrato hasta fines de
1915, Willis pensaba instalarse en los Estados Unidos hasta entonces “trabajando para
el progreso de nuestros proyectos sobre el Gran Lago” y después publicarlos. “Qué
felicidad tener trabajo, seguridad y tranquilidad en estos días terribles, mientras que la
civilización europea cae en el abismo de la guerra”, expresaba el geólogo, sin tener en
cuenta la inseguridad intrínseca que implica ser empleado del Estado argentino. En su
respuesta, Frey también expresaba sus esperanzas en que la guerra motivara al
gobierno y a los europeos para poblar la Patagonia: “lo que quiere el país es una self
made nation, y para ello necesitamos hombres dirigentes y patrióticos, necesitamos
unos cuantos Mr. Willis”. Tras recibir la negativa del presidente al nuevo contrato, en
febrero de 1915, Willis seguía expresando optimismo: “Poco importa un presidente,
mientras que existen los recursos y las bellezas de la naturaleza, más atrayentes que
jamás antes para las poblaciones cansadas de la guerra”. Continuaría trabajando en el
527
Significativamente, cuando el terrateniente estadounidense George Newbery ofrece al gobierno nacional la donación
de las tierras necesarias para la fundación de la ciudad industrial de Nahuel Huapi en agosto de 1914, el director general
de Ferrocarriles Pablo Nogués responde que el Ministerio del Interior debería tomar nota del ofrecimiento para el futuro,
dado que “la fundación y traza de ese pueblo no se ha resuelto todavía”, mientras que el director general de Territorios
Nacionales Isidoro Ruiz Moreno devuelve el expediente a Obras Públicas alegando que es un proyecto “en estudio”.
Obras Públicas lo archiva en octubre del mismo año porque considera que el proyecto “no existe”. AGN-AI, OOPP, caja
318, expte. 8604/1914. Sobre el rol de Newbery en relación con la colonia estadounidense local, cfr. JUÁREZ 2005:133145.
528
CF, bibliorato 2, Comisión de Estudios Hidrológicos, documentos 210, 214, 215, 231 y 242; y bibliorato 7, Libro,
documento 1.
529
La conferencia de gobernadores de los Territorios Nacionales realizada en 1913 había pedido al gobierno nacional,
entre otras cosas, estudiar una nueva división territorial de la Patagonia (TERRITORIOS NACIONALES 1914:189). Varias de
sus demandas, incluida esa nueva división, fueron recogidas en un proyecto de ley presentado por el Ejecutivo al Senado
el 5 de septiembre de 1914, que, además de los Territorios de Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del
Fuego, creaba los nuevos de Los Lagos, San Martín y Patagonia. El primero abarcaría el área cordillerana desde la latitud
aproximada del volcán Lanín y Catán Lil (Neuquén) hasta la de Cholila (Chubut), el segundo desde esta latitud hasta
aproximadamente la del río Senguerr (Chubut), y el tercero ocuparía una franja entre Chubut y Santa Cruz (REPÚBLICA
ARGENTINA s/f:295-308). Hasta donde hemos podido averiguar, el proyecto nunca fue tratado por el Congreso. El
propósito reapareció en 1934, en un anteproyecto de ley de Territorios elaborado por el Ministerio del Interior que
tampoco encontró eco.
244
proyecto argentino mientras no consiguiera otro trabajo: “tengo esperanzas de volver y
no dejaré de trabajar para el Gran Lago”. Casi un año después y ya desde Stanford,
ironizaba sobre la cuantiosa deuda que el Estado argentino mantenía con él: “mi gran
amigo Moyano me ha olvidado seguramente”. Los planos y proyectos, decía, “los
guardo para el futuro, esperando al ministro que los apreciare”. Los materiales del
tomo 2 de El Norte de la Patagonia (NP2) quedaron en manos de Willis hasta que en
1938 los recuperó el Estado argentino gracias a la gestión de Exequiel Bustillo.530
3. El estudio sistemático del Norte de la Patagonia
En el complejo contexto descripto, la CEH logró desarrollar prácticamente la
totalidad de los trabajos previstos. Según Willis (2001:166; NP2:4-7, 567-574, 575579, 580-582), solamente quedaron inconclusos algunos estudios definitivos: el del
camino de Bariloche al paso Pérez Rosales, el del desarrollo turístico de la zona al oeste
de Bariloche y la inspección detallada del lugar para la futura ciudad industrial de
Nahuel Huapi. Tampoco se exploraron pormenorizadamente las zonas cordilleranas al
norte del lago Huechulafquen y al sur del río Futaleufú, en ambos extremos de la
región bajo análisis.
A pesar de esos detalles, El Norte de la Patagonia constituye el más avanzado y
completo informe técnico disponible hasta entonces sobre la naturaleza de la región
estudiada en términos de recurso –es decir de objeto potencialmente y socialmente
apropiable, utilizable-. Su propósito central es una clasificación de los recursos
naturales, técnicamente avanzada respecto de la potencialidad profesional argentina de
la época pero similar a otras acciones similares ya realizadas en los Estados Unidos. La
metodología seguida por la CEH perfecciona las técnicas de apropiación (visualización,
codificación y ordenamiento) de la naturaleza mediante la producción y el uso práctico
de mapas, fotos y textos que contribuyen a la construcción de paisajes.
La experiencia previa y el método de Bailey Willis
La formación intelectual y profesional que permitió a Willis producir una obra
tan importante se compuso de varios factores. En sus escritos sobre su experiencia
patagónica, Willis da cuenta del amor e interés por la naturaleza que le transmitió su
madre en “un hogar repleto de cultura y refinamiento”, de su educación en Europa y de
la profunda influencia de los cuatro años que pasó bajo las órdenes del ingeniero
Raphael Pumpelly –un hombre con experiencia en los Alpes, Japón, China y el Oeste
530
En 1938 Willis donó el original de la Historia de la Comisión al Museo de la Patagonia (San Carlos de Bariloche) –de
donde el Ministerio de Agricultura la editó en 1943- y cedió mediante retribución el original del tomo II del informe a la
Administración de Parques Nacionales (WILLIS 2001:179-180; NP2:4-7; BUSTILLO 1968:390-398; FRONDIZI 1964:51-52
y 61-62; SEPIURKA 1997:53-62), donde aún hoy permanece inédito y lo hemos podido consultar.
245
norteamericano-, al iniciarse en el Servicio Geológico de los Estados Unidos (Willis
2001:16-18).
El Servicio Geológico había sido organizado en la década de 1880 por su
segundo director, J.W. Powell, “para que abarcara todas las ramas de la ciencia e
hiciera públicos los resultados a través de informes y mapas accesibles”, estableciendo,
según Willis (idem:45), una clara y directa relación entre la naturaleza y su
conocimiento. Se proponía lograr “una base amplia de conocimientos” antes que los
“resultados obvios y prácticos” que pedían “los hombres del Congreso”, los capitalistas
relacionados con los recursos madereros y mineros, los “cazadores de tierras” y “todo
tipo de hombres ambiciosos que buscaban ganancias personales”. El Servicio parecía
contener, así, un fuerte sentido de lo público por encima de los intereses privados, y del
valor de la investigación científica básica como paso previo al desarrollo tecnológico.
La experiencia del rápido desarrollo material del oeste estadounidense producía
en Willis la convicción de que el proceso podía reproducirse en condiciones similares:
“Estaba seguro de que podía volver a realizarse, siempre que la iniciativa contase
con el apoyo de estudios serios e investigaciones adecuadas antes de lanzarse a
proyectos constructivos como ser ferrocarriles. En primer lugar los estudios; luego,
caminos y líneas férreas; enseguida, agua proveniente de pozos artesianos o de grandes
embalses y, finalmente, población creciente. Tal era el método de fomento practicado
en los Estados Unidos. Podría ser el método a seguir en la República Argentina.”
(Willis 1943:4)
En los Estados Unidos, Willis adquirió experiencia en el descubrimiento y
mapeo de los recursos de carga del ferrocarril Northern Pacific entre North Dakota y
la costa oeste, en la búsqueda de mantos carboníferos y, en virtud de su habilidad para
el dibujo, en la edición de los mapas geológicos para un futuro atlas geológico del país
(Willis 2001:20-21,30-31,46). Durante esas tareas maduró como explorador, viviendo
apasionantes aventuras en contacto con una naturaleza relativamente novedosa para la
cultura científica y técnica que él encarnaba, y se habituó a formar y coordinar equipos
de trabajo muy autónomos y complejos por las grandes áreas que cubrían y por la
heterogeneidad de sus componentes.
El trabajo en equipo, combinando eficazmente los saberes científico-técnicos y
empíricos, parece haber sido una de las características salientes de la formación y de la
experiencia profesional de Willis. Durante sus primeros años en el Servicio Geológico
estadounidense, según nos relata, exploraba “con la ayuda de montañeses de barba gris
y contrabandistas”, o “con la ayuda de indios y acompañado por dos leñadores”: “El
color no hacía diferencia. Dormíamos lado a lado…” (idem:18-20). En la Patagonia
destaca el rol clave de los baqueanos Juan y Alejandro Torrontegui531 y de un conjunto
abigarrado de peones de diversos orígenes, “caballeros de la desgracia”, pioneros y
531
En WILLIS 2001 el apellido aparece escrito “Torrentegui”.
246
aventureros (Willis 2001:67-69; Willis 1943:6-7). Con ellos formó, para la exploración
de la zona cordillerana norpatagónica, varios equipos autónomos y dispersos, cada uno
bajo la dirección de un técnico y con su capataz y peonada, y asistidos todos
logísticamente por Emilio Frey y Juan Torrontegui desde San Carlos de Bariloche.
“Cada equipo formaba una unidad resistente y autosuficiente”: los topógrafos relevaban
cada uno una zona, y Pemberton y Willis inspeccionaban los trabajos y clasificaban las
tierras. En otro momento, Willis (1914a:303) dice que para la clasificación de tierras y
recursos del área cordillerana asignó al geógrafo W.J. Jones el área entre los lagos
Huechulafquen y Nahuel Huapi, al geólogo J.R. Pemberton el área andina del Chubut y
a sí mismo el área andina rionegrina, además de la coordinación general. “La Comisión
fue espléndidamente eficiente como un todo, a pesar de que cada grupo era tan
individual como su jefe” (Willis 2001:133-134). En relación con su propio equipo,
Willis recuerda con admiración y cariño:
“Mi capataz era Alejandro Torrontegui, príncipe de los gauchos y mi ángel
guardián. También estaban el sólido y pequeño Juancito, el chilote; Manquito, un indio
de la guerrera raza araucana; y como cocinero, Pérez, el padre de Victoriano. Podíamos
[…] llegar lejos, transportando sólo una manta, una lona y una pata de cordero atada
a nuestras monturas. Era una vida en movimiento y una vida conmovedora.”
(idem:134)
También en las cartas enviadas a Frey en 1914 y 1915 recuerda y manda saludos
a sus baqueanos los Torrontegui y el mapuche “Manquito”. Varias fotos inmortalizan
tanto al equipo técnico de la CEH (Willis 1943: frente a pp. 10, 14 y 46) como a los
peones (idem: frente a p. 50). Algunas de ellas están reproducidas en las memorias de
Willis (2001: entre 128 y 129).
Otro dato importante es la caracterización del perfil profesional de los técnicos:
“El topógrafo norteamericano es una clase especial de investigador, que no tiene igual
en cuanto a su velocidad y exactitud para hacer mapas”, aptitudes desarrolladas en el
Servicio Geológico como resultado de la aplicación de la “tabla plana” alemana, con “un
alto grado de exactitud y eficiencia”, a la demanda de una cartografía rápida para
amplios espacios territoriales (Willis 2001:60-61). Este método de relevamiento
topográfico previo –según Willis- no solía estar incluido en la formación académica de
los geólogos (idem:132) y era diferente del método de prueba y error que
presuntamente usaban los ingenieros argentinos, que no eran formados en relación con
la resolución de problemas prácticos (Cecchetto 2007). El método estadounidense le
permitió a la Comisión resolver varios problemas: el del abastecimiento de agua al
puerto de San Antonio y al ferrocarril, el del trazado de ese mismo ferrocarril al
Nahuel Huapi en torno del cerro Anecón Grande sobre las curvas de nivel ya
dibujadas, y el trazado ferroviario del Nahuel Huapi a Chile por el paso Cajón Negro,
en territorio descripto por la Comisión de Límites chilena (Willis 2001:74-80).
247
En un escrito sobre “El mapa topográfico de Argentina”, dirigido en julio de
1913 por Willis al director de Agricultura Julio López Mañán532 (NP2:360-381), el
geólogo compara la metodología europea de levantamiento topográfico, propia de
países poblados y pequeños y financiada por el presupuesto de defensa, y la
metodología estadounidense, desarrollada sobre el terreno por el Geological Survey,
consistente en dibujar in situ las curvas de nivel “como artista en presencia de su
modelo”, y determinar su distribución por observaciones que fijan sus posiciones
relativas. Con ese procedimiento, según Willis, se podía relevar unos trescientos o
cuatrocientos kilómetros cuadrados por mes en escala 1:100.000 y con una
equidistancia de 20 metros entre curvas, poniendo como ejemplo lo realizado en la zona
del Anecón Grande. Con ese fundamento, para evitar “el costo extravagante de
administrar y fomentar una nación en ignorancia del país” y para contribuir al
progreso de la ciencia mundial (idem:380), Willis proponía la formación de un servicio
topográfico argentino, siguiendo el ejemplo de Chile, y la venta pública de los mapas
resultantes. Es importante señalar que pocos meses antes Francisco Moreno,
acompañado por los diputados Miguel Coronado, Manuel Ordóñez y Augusto
Echegaray, había presentado y defendido en el Congreso de la Nación un proyecto de
ley de creación de un Servicio Científico Nacional (República Argentina 1912b:972980) prácticamente calcado de la estructura y propósitos de la CEH –relevamiento
topográfico, hidrográfico, biológico y cartográfico, clasificación de tierras y demás
recursos, publicación de mapas, boletines y memorias- pero extendido al territorio
nacional completo, dependiente del Ministerio del Interior y con un presupuesto
mínimo de nada menos que el 2 por mil de los recursos fiscales de la Nación. En su
presentación, Moreno señala la necesidad de un conocimiento sistemático para el
emprendimiento de obras públicas y para la administración de la tierra, citando
expresamente el ejemplo de la CEH y aludiendo al modelo del Geological Survey
estadounidense y a las iniciativas conservacionistas sobre los bienes comunes. Al
mismo tiempo, como veremos más adelante, Moreno presentaba también un proyecto
de Parque Nacional para el Sur.
532
El abogado tucumano Julio López Mañán (1878-1922) formó parte de un destacado grupo conocido como la
“Generación del Centenario”, caracterizado por iniciativas culturales progresistas tales como la fundación de la
Universidad Nacional de Tucumán. En Buenos Aires se vinculó a Carlos Meyer Pellegrini, Enrique Lahitte y otros
personajes públicos. Fue funcionario provincial y diputado nacional (1908-1912). Durante la presidencia de Roque Sáenz
Peña, tras haber apoyado decisivamente en el Congreso la reforma electoral, se desempeñó como Director General de
Agricultura y Defensa Agrícola (1912-1914), y se preocupó por la tecnificación del campo, el estudio sistemático de sus
problemas mediante la creación de estaciones experimentales agrícolas, el desarrollo del mutualismo y el cooperativismo,
el manejo de los bosques y la creación de parques nacionales –en 1913 ideó la creación de un parque en Tucumán-.
Aproximadamente al mismo tiempo que el escrito sobre el relevamiento topográfico del país, Willis le hizo llegar
también, como veremos más adelante, al anteproyecto del Parque Nacional del Sud, que López Mañán hizo publicar por
el Ministerio de Agricultura y que se incluyó en El Norte de la Patagonia (WILLIS 1914a:427; cfr. PÁEZ DE LA TORRE
1971).
248
La metodología de clasificación de tierras
Willis estimaba que la “Suiza argentina” podía sostener por lo menos a una
población de tres millones de “ciudadanos robustos e industriosos” (Willis 1943:50):
“Para probar ese pronóstico necesitaba saber la cantidad de kilómetros
cuadrados aptos para las ocupaciones básicas: agricultura, pastoreo y forestación; debía
investigar los recorridos principales para rutas o trenes, y estimar el poder de la
energía hidráulica disponible. […] Bajo la dirección del gran explorador Raphael
Pumpelly, había aprendido los conceptos básicos de la mejor utilización de las tierras
de distintos tipos. En otra oportunidad, en asociación con el fundador del Servicio
Forestal de los Estados Unidos, Gifford Pinchot, había tomado parte en la estimación
del uso futuro (1950) de las tierras de ese país y del Canadá. […] Cuando examinaba
un paisaje, me resultaba natural pensar en términos de un eventual desarrollo
económico.” (Willis 2001:132)
De modo que Willis y Pemberton realizaban la clasificación de las tierras del
siguiente modo:
“La región había sido estudiada por la Comisión de Límites, que había hecho un
mapa de reconocimiento excelente. […] Nos guiábamos por la ubicación del terreno,
el crecimiento de la vegetación, la naturaleza del suelo y la accesibilidad de un área;
tras clasificarla, delineábamos sus contornos en el mapa de los límites. Tras un tiempo
lógico, todas figuraban en el mapa con sus medidas; los resultados fueron publicados,
distrito por distrito, en el volumen El norte de la Patagonia.” (idem:133-134)
Es interesante comprobar que la cartografía utilizada como base para la
clasificación de las tierras productivas de la “Suiza argentina” fue la originada por la
Comisión de Límites, sin duda la más completa disponible por entonces. Al respecto,
Willis también señala su coincidencia con el criterio general del árbitro británico Sir
Thomas Holdich –cita su libro Countries of the King’s Award- respecto de que “cualquier
zona productiva dentro de la cordillera debía contar con una salida actual o futura
hacia el comercio mundial, a través de tierras de su propia nacionalidad” (idem:112). La
metodología de clasificación y la estimación de la capacidad ganadera de las tierras
pastoriles fueron especialmente discutidas por Willis con Hackett, su amigo
administrador de la estancia Leleque, y su aprobación resultó importante para el
estadounidense (Willis 1943:88-89).
Las descripciones locales y el inventario de la naturaleza
La base de los proyectos posteriores e, inclusive, de la clasificación general de las
tierras entendidas como recurso básico, está en una serie de descripciones generales y
249
locales e inventarios de “riquezas” naturales, que el informe de la CEH divide entre las
dos grandes áreas de las Pampas o mesetas y de los Andes, y dentro de esta segunda
área –la estudiada con mayor detalle- se subdivide en diecinueve cuencas.
En la descripción de la meseta norpatagónica (Willis 1914a:53-81), se destaca la
presencia de fuentes de agua –los arroyos Valcheta, Maquinchao y otros- como
recursos de los que dependen San Antonio, el ferrocarril y las tierras adyacentes. Su
presencia permite el pastoreo y por ende la formación de las empresas características
de la primera distribución estatal de las tierras de la zona: las estancias ganaderas.
Menciona la “estancia inglesa” de Sierra Colorada al pie de la meseta de Somuncura
(idem:68), que reúne ganado y cultiva alfalfa; la estancia Huanuluan de la Compañía de
Tierras de Río Negro, en la cabecera del arroyo Guagüel Niyeu, un cuadrado de 400
km2; y la estancia Pilcaniyeu de la Southern Land Company of Argentina, de 16
leguas, “una de las fincas más pequeñas de aquella región, su administración ha sido
excepcionalmente buena, y es una de las estancias que han tenido mayor éxito”
(idem:78-79), con una estación ferroviaria cerca de su casco. Al llegar al Nahuel Huapi
la mirada valorativa se vuelve hacia la belleza escénica: “Detrás del viajero, una
monotonía inhospitalaria; ante él, una región rica en paisajes bellísimos y llamada a ser
el asiento de un próspero estado, por su clima, sus fuerzas hidráulicas y sus riquezas
naturales” (idem:81).
El capítulo dedicado a las “riquezas e industrias” de la meseta (idem:81-153)
destaca las existencias de agua, de “suelos transportados” por el viento y de pasturas,
como factores de colonización en lugares determinados. La agricultura, necesariamente
bajo riego, debe limitarse a la producción de pasturas y, en algunos casos muy
localizados, a la producción de granos y frutas. El pastoreo, en cambio, instalado desde
la conquista territorial por el Estado pero afectado por la sobrecarga de los campos, el
despoblamiento indígena, la ocupación “desordenada y libre” de las tierras (idem:131),
la subdivisión sin tomar en cuenta las fuentes de agua disponibles, etc., necesita ser
organizado mediante un “manejo inteligente” (idem:132) de los recursos, siguiendo el
ejemplo de la estancia Pilcaniyeu.
El estudio de la zona cordillerana se abre con una descripción general (idem:154162) y articula las descripciones locales con el inventario de “riquezas” mediante otra
consideración general del proyecto (idem:292-300), que justifica la profundización del
análisis de esa sección del territorio. La primera descripción general define un área de
31.000 km2, entre los 39º40’ y los 43º40’ de latitud sur, de un ancho de entre sesenta y
cien kilómetros, que incluye altas cumbres, cuencas lacustres transversales y
longitudinales respecto de los Andes, y valles “ricos, fértiles y saludables” para el
establecimiento de “comunidades prósperas”, como el “pequeño paraíso” de El Bolsón
(idem:161-162). En la introducción a la clasificación de las riquezas regionales
(idem:292ss) el autor vuelve a caracterizar el área: situada entre los 38º y 44º, con
condiciones climáticas favorables, rodeada de otras zonas menos favorecidas por sus
condiciones más extremas, abarcando unas 20.000 millas cuadradas de las cuales se
recorrieron y estudiaron unas 12.000 millas determinándose y clasificándose los
250
recursos, de temperaturas moderadas, buenas precipitaciones y belleza paisajística.
Concluye –destacando el carácter de condición necesaria pero no suficiente del estudioque
“rara vez se ha presentado una oportunidad semejante para la iniciación, en interés de
una región virtualmente virgen y de gran porvenir, de un sabio programa de
desenvolvimiento basado en conocimientos exactos y que redundará en la prosperidad
sólida de las comunidades futuras” (idem:298).
Las descripciones locales de la franja andina (idem:163-291), como ya señalamos,
se subdividen en diecinueve secciones: lago Huechulafquen y río Chimehuín, lago
Lolog, lago Lácar, cabeceras de los ríos Caleufú, Meliquina y Filohuahum, río Traful,
lago Nahuel Huapi, arroyos Ñirihuau y Ñireco, lago Mascardi y alto río Manso, lagos
Hess y Vidal Gormaz, lagos Martín y Steffen, bajo río Manso y ríos Villegas y Foyel,
valle de El Bolsón con los ríos Quemquemtreu y Azul, lago Epuyén, lago Puelo y río
Turbio, alto río Chubut, Cholila y alto río Futaleufú, lagos Rivadavia, Menéndez y
Futalaufquen, bajo río Futaleufú, y río Corcovado. En cada una de esas secciones se
repite el esquema general que considera las tierras boscosas del oeste como destinadas
a la reserva natural y el turismo, y las del este a la colonización agrícola y ganadera.
Ese esquema establece, además, una correlación ecológica clara entre ambos
tipos de tierras y un concepto de la conservación de los recursos más asociado al uso
sustentable que a la intangibilidad533. Por ejemplo:
“Así, sirven estos bosques para mantener los pastos y los ganados de las
estribaciones, y por tanto deben ser cuidadosamente protegidos. […] La función que
así desempeñan esos bosques sirve para establecer la relación entre ellos y todas las
colonias agrícolas de los valles inferiores. […] Sin embargo, la exuberancia que da a
las selvas su gran valor, da margen a que sean explotadas ventajosamente bajo las
restricciones que establezca el Servicio Forestal, a fin de conservar los árboles jóvenes
y de aprovechar los viejos.” (idem:170-171)
El problema de los incendios forestales, sobre todo al sur del Nahuel Huapi,
implica que el recurso “debe ponerse bajo el control del servicio forestal y mantenerse
con una cuidadosa explotación de los árboles, a fin de conservar el suelo y preservar la
belleza escénica” (idem:231). Poco más adelante, al observar la importancia de
mantener arboladas las faldas andinas donde nacen el río Manso y sus tributarios,
Willis apunta que la conservación del bosque “debe ser uno de los primordiales deberes
de los que tienen la región a su cargo” y “es el objetivo que merece siempre la
preferencia en la clasificación de las tierras” (idem:236). Propone que el sector
533
De acuerdo con la terminología actual, consideramos distintas formas de conservación de los recursos: preservación –
cuando se trata de su intangibilidad-, restauración y uso. De modo que la conservación no excluye sino que incluye el uso
sustentable y racional.
251
cordillerano entre los ríos Puelo y Futaleufú, de unos 100 km de largo norte-sur por
unos 40 km de ancho este-oeste, constituya una reserva forestal donde
“las selvas tendrán que desmontarse gradualmente y al propio tiempo deberán ser
reemplazadas hasta que pasen del estado silvestre al que es más útil para los fines del
hombre […] mediante métodos adecuados de selvicultura juntamente [con] la
explotación regularizada de las maderas, siempre que la región esté protegida contra
incendios y contra la tala ilegal” (idem:283).
También se observa el problema del sobrepastoreo y la necesidad de calcular
adecuadamente la capacidad ganadera de los campos y regular su aprovechamiento
mediante el uso estacional de distintos pastos (idem:217-220).
Las descripciones determinan una multiplicidad de posibilidades y objetos de
interés:
• Zonas de colonización -al este del lago Huechulafquen, en el valle del lago
Hermoso, en el río Traful, en el río Manso inferior, en El Hoyo de Epuyén, en el alto
río Chubut, en Cholila, en el río Corcovado-; zonas de irrigación -en la pampa del
Nahuel Huapi, en El Bolsón-; de pastoreo, etc.
• Vías de comunicación como los caminos de Junín de los Andes a la cordillera
(actual ruta provincial 60), de San Martín de los Andes a Chile (previsto como
ferrocarril trasandino; actual ruta provincial 48) o al sur (actual ruta nacional 234 “de
los Siete Lagos”), de la cordillera al Limay (actuales rutas provinciales 63 y 65), de San
Carlos de Bariloche al oeste (actual ruta provincial 79) y al sur (actual ruta nacional
40534), del Nahuel Huapi a Chile por el paso de las Lagunitas al sur del volcán
Tronador y por el río Manso, de El Bolsón a Chile por el río Puelo, de El Bolsón al
Chubut por Cholila y al alto río Chubut por El Maitén (actual ruta provincial 4), de
Cholila a Chile por Vodudahue.
• Recursos turísticos tales como termas (en Epulaufquen), vapores lacustres (en
los lagos Falkner y Traful), la belleza de los lagos y bosques, etc.
• Lugares donde se podrían establecer hoteles de turismo “siempre en manos de
la nación” (idem:177), en la margen sur del lago Huechulafquen -aprovechando la vista
del volcán Lanín-, en las termas de Epulaufquen, y en la margen norte del lago
534
En relación con la ruta nacional 40 se ha dado recientemente un cambio destacable. La ruta 40 recorre el pedemonte
andino del extremo norte al extremo sur de la Argentina. En el tramo norpatagónico de Junín de los Andes a Esquel,
aproximadamente, determina el límite oriental de un área restringida para ciertas inversiones y actividades económicas.
Hasta 2006, la ruta 40 era el camino que, proveniente de Zapala, iba del empalme con la ruta nacional 234 (a la altura de
Junín de los Andes) -cruzando la ruta nacional 237- al Limay, cruzaba este río por el antiguo Paso Flores (después por la
represa de Alicura) y continuaba al sur por Pilcaniyeu, Ñorquinco, El Maitén y Leleque. Desde 2006, la ruta 40 ya no
cruza el Limay por Alicura sino que sustituye a la antigua 237 desde su empalme hasta las nacientes del Limay y San
Carlos de Bariloche, y desde allí al sur sustituye a la antigua ruta nacional 258 por El Bolsón hasta Leleque. De modo
que, en lugar de revisar el régimen legal de las inversiones en la región, lo que previsiblemente hubiera despertado
resistencias locales, simplemente se corrió el límite hacia el oeste declarando “ruta 40” a un camino paralelo al original.
252
Moreno. Se considera que el río Villegas debería marcar el límite meridional de la zona
de aprovechamiento turístico, aunque más adelante se prevé la situación de El Bolsón
como centro turístico y comercial (idem:249 y 255), lo mismo que Cholila (idem:276).
• Posibles represas reguladoras de caudales u obras hidroeléctricas, en la boca
del lago Huechulafquen, en el río Chachín, en el primer tramo del río Limay, en el río
Ñirihuau, en el río Manso, en el río Villegas, en la boca del lago Epuyén y en el lago
Menéndez.
Se destaca la presencia de colonos, sobre todo en el valle de El Bolsón,
considerado “el mejor distrito de los Andes meridionales” para cultivo de granos y
frutales aunque gravemente afectado por los incendios forestales y el sobrepastoreo
(idem:251), y en la Colonia 16 de Octubre, “la mayor y más rica de las áreas agrícolas
de los Andes meridionales” donde, sin embargo, los galeses aislados “han degenerado a
un modo de vida casi igual al de los nómadas chilenos con quienes han estado
asociados” (idem:287-288). También la presencia de estancias en Junín de los Andes
(estancia Collunco), en el lago Meliquina, en el Traful, en la margen norte del lago
Nahuel Huapi, al este del gran lago (estancias San Ramón y del coronel Bernal) y en la
meseta (estancia Leleque). El aserradero de la estancia Leleque en Epuyén es descripto
como un caso líder de explotación del recurso forestal (idem:258), y esa empresa
propietaria de más de cien leguas cuadradas es marcada como “punto de especial
interés como central de una compañía de tierras establecida hace veinticinco años y que
ha tenido mucho éxito en la cría de ovejas, vacunos, caballos y mulos”, además de haber
iniciado “con buen éxito” experimentos agrícolas con cereales, alfalfa y frutales
(idem:264-265).
En la introducción a la sección que considera las riquezas de los Andes entre los
39 y los 44º sur, se destaca la idea rectora –“la idea de una comunidad industrial y su
relación con las poblaciones agrícolas de la nación misma” (idem:300)- de que la región
contenía la posibilidad de un desarrollo industrial complementario con la producción
agrícola pampeana. El concepto, derivado de una detallada comparación entre el área
andina bajo análisis y Suiza, anticipaba las estrategias de sustitución de importaciones
que la Argentina emprendería un cuarto de siglo después y que proponía una ruptura
superadora del modelo primario-exportador entonces en vigencia. En segundo lugar,
llama la atención la importancia que se da, en esas páginas introductorias, a la cuestión
de la población regional (idem:292-297). Se señala la lentitud y debilidad del proceso
colonizador, la presencia de ocupantes chilenos, etc., para pasar inmediatamente a una
verdadera clasificación de personas –paralela a la clasificación de las tierras que viene
después-: “los elementos variados que generalmente se establecen en las fronteras”
deberán transformarse en “una comunidad más estable”; “los indios y mestizos de
Chile”, “intrusos”, “prófugos” y “hombres de las fronteras de diversas naciones”
deberán ser reemplazados por “una población numerosa y próspera”. Mientras al norte
del Nahuel Huapi Willis encuentra una colonización marcadamente argentina, de
propietarios ganaderos, al sur del lago registra una mayor presencia chilena; la colonia
253
de Bariloche se componía de “unas 1.500 almas”, “mayormente de elementos norteeuropeos (suizos, franceses, alemanes e ingleses) y norteamericanos […] del mismo
tipo robusto, industrioso e independiente que ha poblado grandes áreas de los Estados
Unidos”, “un núcleo a cuyo alrededor habrá de agruparse una población mayor de
buenos colonos” que deberán ser “cuidadosamente protegidos” por el Estado. Por
contraposición –retomando lo dicho sobre los colonos de El Bolsón y de la colonia 16
de Octubre-, en los valles y campos de allí al sur y hasta la colonia galesa del noroeste
chubutense, encuentra unos 3.500 pobladores, más de la mitad chilenos y dos tercios
“colonos intrusos en los terrenos del Estado”, mayoritariamente “individuos sin
ambición”, despreocupados del futuro de los recursos, que “serán reemplazados por
colonos permanentes”, por “gente enérgica de la zona templada” a la que el Estado
deberá adjudicar legalmente sus tierras. La población a reemplazar es nuevamente
identificada más adelante en el informe, en referencia a las tierras agrícolas de la
cordillera: los “intrusos chilenos” de los valles de El Bolsón y Epuyén, “gente sin
recursos ni educación” (idem:357), y los colonos galeses de Esquel, que en su mayoría
no han sido capaces de introducir mejoras en la tierra (idem:359).
La producción derivada del trabajo de clasificación de tierras ocupa una parte
importante del informe El Norte de la Patagonia. En un informe preliminar elaborado
en 1913, Willis consigna como realizados los “levantamientos exactos de la topografía,
con triangulación, nivelación y trabajos de plancheta, el área de los cuales alcanza a
16.000 kilómetros cuadrados”, en el área cordillerana desde el lago Huechulafquen
hasta el río Corcovado, separados por una distancia norte-sur de 450 kilómetros y
cubriendo un área de unas 1.300 leguas cuadradas (NP2:567-568). En la meseta se
distinguieron tierras pastoriles y agrícolas, bajo riego o de secano. En la cordillera,
tierras ganaderas, agrícolas y bosques. “Examinarlas en el terreno, determinar su uso
más provechoso, acertar la extensión de terrenos de cada clase, estudiar los métodos de
su aprovechamiento, eso es clasificar los terrenos de una región” (idem:572). A
continuación, se presenta un cuadro de resultados provisorios, que consigna un 47,5%
de las tierras cordilleranas como aptas para la ganadería y prevé, por lo tanto, el
desarrollo de industrias intensivas basadas en la carne y los productos lácteos
(idem:573-574).
En el texto definitivo se declara el objetivo de “determinar las diferentes clases
[de tierras] según el uso económico que tengan o tuvieren en lo futuro de acuerdo con
diversas condiciones de colonización y población” (Willis 1914a:300). Así como en el
informe preliminar citado se señalaba que “los estudios han comprendido todas las
industrias actuales o probables del territorio”, como “todo lo relacionado a las
poblaciones actuales y a las que tendrán que existir en las zonas investigadas”
(NP2:568), el informe final también contiene un alto grado de probabilismo. El uso
económico futuro de los recursos aparece allí claramente condicionado por el proceso
de poblamiento y por el desarrollo de vías de comunicación.
254
“Por lo tanto, una clasificación basada en las condiciones existentes diferiría
considerablemente de la que se fundara sobre condiciones que existieran en una fecha
futura determinada […] que se ajustaría a una fase económica probable de la
ocupación de tierras e implica la aplicación del discernimiento” (Willis 1914a:300).
En consecuencia, se estimó “cuál sería el aprovechamiento económico más
ventajoso dentro de treinta años” (idem:300-301). Las condiciones naturales
permanentes marcaban ciertos límites a ese pensamiento probabilista: los llamados
“pastos alpinos” situados a más de 1.500 msnm no se consideraron aptos para la
población pero sí para el pastoreo estacional; las áreas forestales vírgenes se
consideraron reemplazables por arboledas cultivadas pero no desmontables, por su rol
en la regulación de los caudales fluviales; las tierras inadecuadas para la agricultura o la
silvicultura se consideraron limitadas al pastoreo (idem:301). Otras áreas –los valles y
faldas inferiores- podrían desarrollarse en uno u otro sentido, según condiciones
locales: se preferiría el desarrollo agrícola de aquellas más aptas para el cultivo “por su
situación, suelo y desagüe”; se clasificaron como forestales las tierras cercanas pero de
poblamiento y labranza menos probable en treinta años, aunque fueran potencialmente
agrícolas; y se consideraron de pastoreo prácticamente todas las demás, condición
siempre subordinada al “bienestar general de la comunidad” (idem:302). “El resultado
general de estos estudios ha sido el de demostrar que la cría de vacunos de raza fina y
la lechería serán las industrias principales dependientes de las tierras de la región”,
complementándose con las necesarias y extensas reservas forestales, instalaciones para
la generación de energía hidroeléctrica y cultivos en extensiones muy limitadas
(idem:303).
La información aparece sistematizada en cuadros y mapas. Los cuadros
(idem:305-343) contienen un mayor nivel de análisis que el texto y que los mapas, por
cuanto distinguen clases de tierras agrícolas –con o sin riego-, de áreas forestales –en
estado virgen, quemadas recientemente, o quemadas y regeneradas-, de pastoreo –
serranías herbosas de la precordillera o la meseta; pastos alpinos a más de 1.500 msnm, y áreas de lagos. En este sentido, también se ponen en evidencia los distintos criterios
y realidades propios de cada una de las subcomisiones exploradoras: al norte del
Nahuel Huapi no se consignan quemazones recientes de bosques, pero sí –y
abundantemente- al sur del gran lago; al norte se consideran tierras de pastoreo
solamente las de precordillera, mientras que al sur se incluyen las zonas forestales
adecuadas a esa actividad. Las doce coloridas hojas cartográficas plegables, clasificadas
por cuencas –lagos Huechulafquen, Lácar, Traful, Nahuel Huapi norte y sur, río
Manso, valle de El Bolsón, lagos Puelo, Cholila y Futalaufquen, ríos Futaleufú y
Corcovado- se encuentran intercaladas a lo largo de casi toda esta sección del informe
referida a las “Riquezas de los Andes” (idem:306-371).
Los recursos del área cordillerana están clasificados en: tierras agrícolas, tierras
de pastoreo, bosques y energía hidráulica. Las tierras agrícolas (idem:344-360) son
caracterizadas en función de su exposición a heladas y de su necesidad de riego.
255
También se identifican algunos establecimientos pioneros, generalmente propiedad de
estadounidenses o europeos, poseedores de chacras, plantaciones de cereales o molinos,
como Newbery, Boock, Becker, Jones, Bernal, Hube, etc. Las tierras de pastoreo
(idem:360-371), más abundantes, se clasifican según las precipitaciones y la vegetación,
que determinan su aptitud para vacunos, ovinos o ambos. Se vuelve a describir una
situación caracterizada por el sobrepastoreo y el desorden en el uso de los recursos, y
se proponen condiciones de mejoramiento. Los recursos forestales (idem:371-389) son
descriptos y comparados con los del noroeste de los Estados Unidos, son identificadas
las especies explotables, y se vuelve a desarrollar el problema de las talas y quemas
descontroladas, proponiéndose la protección, explotación y reforestación a largo plazo
por el Estado. La descripción de los recursos hidroenergéticos (idem:389-426) da lugar
a la consideración de su rol en el sistema económico nacional, señalando a la
Norpatagonia, en función de la disponibilidad de energía –calculada en dos millones de
caballos de fuerza-, como la mejor región para una “población manufacturera
numerosa” si se realizan algunas represas: en el lago Lolog, el río Meliquina, el río
Traful, el arroyo Cuyín Manzano, en la desembocadura del Nahuel Huapi –
precisamente, en la Segunda Angostura del Limay-, en el lago Hess, el río Villegas, el
lago Puelo, el río Epuyén y el río Hielo. Algunas de estas obras servirían a la
generación de energía eléctrica para la industria o para los ferrocarriles, otras también
al riego o a la alimentación de canales o tuberías.
Volviendo momentáneamente a un punto anterior, podemos observar que la
descripción local de la cuenca del lago Nahuel Huapi (idem:199-213), como era ya una
tradición establecida en la literatura de viajes por la región, había destacado la zona
como objeto de atención preferencial y se detenía en datos que no eran registrados en
relación con otras secciones del recorrido. Se desarrollaba, por ejemplo, la comparación
con otros lagos de Suiza, el Reino Unido y los Estados Unidos; se transmitía
información sobre la historia local desde el siglo XVI en adelante; se analizaba la
población desde el punto de vista de su origen étnico –distinguiendo, sobre todo, a los
indígenas de los colonos-; etc. El texto culminaba, lógicamente, destacando las
posibilidades del extremo oriental del lago como asiento de la futura ciudad industrial,
centro de comunicaciones regional, nudo ferroviario y represa hidroeléctrica. Más
adelante, en la descripción de los recursos hidráulicos, el Nahuel Huapi era considerado
el objeto y “rasgo central” de la región (idem:411). Finalmente, el informe le dedica su
cuarta y última sección (idem:427-442), en función tanto de los recursos ya
identificados, como del “valor de su belleza escénica como atractivo para el turismo y
como fuente de ingreso” (idem:427).
Los dos objetos en que se centra esta parte del informe, relacionados con el
Nahuel Huapi, son el Parque Nacional del Sud y la ciudad industrial. De este modo, El
Norte de la Patagonia se cierra volviendo al esquema dual que atraviesa toda la
descripción de los recursos del área cordillerana: la cordillera occidental como recurso
turístico, administrado mediante la figura de un Parque Nacional, y los valles
orientales como recursos agrícola-ganaderos articulados en torno de un complejo
256
industrial. De todos modos, al momento de presentarse esta primera etapa del trabajo
de la CEH faltaban estudios más específicos tanto sobre el parque como sobre la ciudad
industrial. Esos estudios fueron realizados en los años siguientes y quedaron inéditos,
destinados al segundo tomo del informe. Los consideraremos, en consecuencia, en el
contexto del proyecto más amplio y de los escritos posteriores.
4. El plan de desarrollo de la Provincia cordillerana
La idea de plan y de planificación en la obra de la
Comisión de Estudios Hidrológicos
La experiencia de Willis en la identificación y clasificación de recursos, su
perspectiva comparativa con Suiza y con los territorios montañosos norteamericanos, y
su adhesión a los criterios del arbitraje británico sobre los límites argentino-chilenos y
al proyecto de Ramos Mexía, le proporcionaron elementos para elaborar una
representación amplia de la región bajo estudio. Esta visión se refleja tanto en el título
de su informe –El norte de la Patagonia- como en el mapa general producido y en las
diversas referencias a objetos del paisaje como partes de un conjunto constituido por el
corredor norpatagónico, del sur de Chile al Atlántico. Las ideas de Ramos Mexía
acerca del desarrollo regional y el proyecto general plasmado en la ley de Fomento de
los Territorios Nacionales constituían un marco adecuado. Así, por ejemplo, el
desarrollo del puerto San Antonio dependería de la instalación de industrias en la
Cordillera y del ferrocarril a Chile (Willis 2001:77); al mismo tiempo, el complejo
industrial cordillerano resultaría funcional a la producción lanera de las estancias
inglesas –según acordaba Willis con Hackett, su amigo administrador de la estancia
Leleque- (idem:158-159). Por añadidura, Willis se entusiasmó con la visión del sur de
Chile, “una tierra maravillosamente fértil” colonizada por alemanes (idem:82).
En ese sentido, los conocimientos logrados por la Comisión representaban un
paso adelante respecto de las ideas básicas formuladas por Ramos Mexía. Según Willis,
Ramos era consciente de la disponibilidad de tierras áridas, de la necesidad de agua y
de ferrocarriles para ponerlas en producción, y de la experiencia estadounidense en
situaciones similares: por eso lo habría contratado en 1910 (idem:54). Pero los planes
del ministro le parecían al yanqui vastos pero imprecisos (idem:55,131), y lo compara
con su sucesor de 1914, Meyer Pellegrini: “Ramos se había imaginado los objetivos
desde una visión inspirada; Meyer Pellegrini consideraba cada detalle” (idem:166). El
avance que aportaba el estudio sistemático de la región por la Comisión, respecto de las
ideas generales de Ramos Mexía, pronto se plasmó en el bosquejo de un plan integral.
La producción científico-técnica de la CEH entendida como conjunto puede
dividirse, efectivamente, en subproyectos: el proyecto Valcheta, el trazado del
ferrocarril al Nahuel Huapi y el proyecto Cordillera, subdividiéndose este último en el
relevamiento general de vías de comunicación, clasificación de tierras y evaluación de
257
la energía hidroeléctrica, y, en lo referente al área del Nahuel Huapi, al desarrollo
turístico del Parque Nacional, a la colonización agrícola y a la ciudad industrial. Se
advierte inmediatamente que los primeros tramos –el proyecto Valcheta y la resolución
del trazado del ferrocarril- constituyeron momentos meramente instrumentales y
funcionales al tercero: el proyecto Cordillera. Si bien Willis siempre consideró que el
área de influencia de sus trabajos era un corredor transversal del mar a la cordillera, y
aún de mar a mar, incluyendo al sur de Chile en un corredor bioceánico cuyo eje era,
simbólicamente, el paralelo 41º, también entendía que la concreción política del
proyecto debía ser la creación de un nuevo Estado provincial identificado con la “Suiza
argentina” del área cordillerana norpatagónica, las 1.300 leguas cuadradas entre el lago
Huechulafquen y el río Corcovado cuyas tierras fueron clasificadas, con capital en la
nueva ciudad de Nahuel Huapi. Este nuevo espacio territorial fue concebido
originalmente bajo una estructura dual: de un lado el Parque Nacional destinado
fundamentalmente al turismo, y del otro las tierras productivas destinadas
primordialmente a la ganadería y secundariamente a la agricultura y la forestación,
ambas partes articuladas por una red de vías de comunicación y por un nodo
administrativo e industrial en la ciudad capital.
El proyecto Valcheta, además de resolver inmediatamente el problema del
abastecimiento de agua dulce al puerto de San Antonio y al primer tramo del
ferrocarril al Nahuel Huapi, se proponía, de acuerdo con las instrucciones de Ramos
Mexía, “verificar hasta qué punto se podía explotar en el norte patagónico el cultivo
[de] ‘secano’” mediante la realización de experiencias controladas de cultivo de trigo
en distintos puntos del corredor, a lo largo del ferrocarril. El éxito de los experimentos
y la factibilidad de regar 4.000 ha en cercanías de Valcheta sólo sirvió “para fortalecer
la oposición de algunos a la política de fomento”, presumiblemente a causa del temor de
que la Patagonia compitiera exitosamente con otras zonas cultivadas de país (Willis
1943:18-19).
El trazado del ferrocarril fue la segunda misión asignada a la CEH,
“pero ideas mayores se estaban engendrando en la mente siempre alerta de Ramos
Mexía, patriota previsor que era. El ferrocarril, después de todo, era un medio para un
fin, un implemento necesario para el desarrollo de la región de la Cordillera como
provincia económica de la heredad argentina.
“[…]
“Además, el ferrocarril de Puerto San Antonio – Nahuel Huapi debía,
eventualmente, extenderse a través de la Cordillera a un puerto del Pacífico en Chile.
Debía llegar a ser una línea transcontinental.” (Willis 1943:34-35).
Así, a su regreso a la Patagonia, a fines de 1911, Willis se encontraba encargado
“también de las cuestiones más amplias relacionadas con los recursos de la Cordillera
de los Andes. El Dr. Ramos Mexía le había encarecido que explorara la ruta del
258
proyectado ferrocarril transcontinental y que investigara la capacidad de la región para
sostener una población considerable al fomentar industrias que pudieran ser
beneficiosas a la nación” (Willis 1943:44).
De este modo se fue configurando, por ampliaciones sucesivas del propósito
inicial, un plan general de desarrollo regional. En ese contexto es que Willis encuadra
el proyecto en la comparación con Suiza y acuerda con Ramos Mexía los lineamientos
generales:
“Estaban acordes en que el rico territorio que casi provocara una guerra, pero
que quedó argentino sin pagar ese precio, por el arbitraje de 1902, valía muy bien
cualquier inversión que fuera necesaria para hacer estudios, construir líneas de
transporte y comunicación, transformar la fuerza de las aguas en energía, atraer
población y promover el establecimiento de industrias para la utilización de las
materias primas de la región en el lugar de su producción. Previeron una época no muy
lejana en que la República Argentina podría independizarse de las manufacturas
extranjeras de paños y artículos de cuero, época en que sus ciudadanos cesarían de
pagar fletes oceánicos y utilidades sobre vestimenta y calzado, que podrían fabricarse
en el país. Ambos planearon el porvenir de una provincia industrial que debía
enriquecer y liberar al país.” (idem:50)
Esos lineamientos contenían, como es evidente, no una idea aislada acerca del
desarrollo regional sino su articulación con un proyecto nacional superador del modelo
primario-exportador vigente y orientado a lograr el mismo tipo de desarrollo
industrial que los Estados Unidos habían iniciado medio siglo antes (idem:40).
Las vías de comunicación
Los estudios sobre las proyectadas vías de comunicación, a diferencia de otros
aspectos del plan norpatagónico, se realizaron y se conservaron en forma dispersa y
relativamente desarticulada. Sin embargo, contamos con elementos para determinar su
sentido de conjunto.
Siguiendo la cronología de la Historia de las tareas de la CEH como narración de
sus movimientos (idem:72), encontramos, en primer lugar y en el marco del trazado del
ferrocarril de San Antonio al Nahuel Huapi, la previsión de su prolongación a Chile en
la visión de Ramos Mexía y el viaje de Willis al país hermano siguiendo la ruta Buenos
Aires–Mendoza–Santiago–Osorno–Bariloche, en busca de información, en la primavera
de 1911 (idem:35-37). El director de Obras Públicas de Chile y antiguo integrante de la
Comisión de Límites, Enrique Doll, le señaló el boquete del Cajón Negro como el más
apropiado por su accesibilidad y baja altura, y Willis envió al geólogo Jones a
explorarlo. Willis preveía una ruta por la orilla norte del lago Nahuel Huapi hasta el
lago Correntoso, de allí al norte hasta el lago Villarino, e internándose en la cordillera.
259
La exploración, asistida por el baqueano chileno-alemán Hechenleitner y por el mismo
Willis, está narrada en la Historia (idem:44-48). El informe habría sido publicado en el
Boletín de Obras Públicas de la República Argentina de enero de 1912.
En los meses del verano y otoño de 1912 la Comisión se concentró, con el aporte
del ingeniero D.L. Raeburn (su informe original en NP2:215-220) y el agrimensor J.G.
Morgan, ambos estadounidenses, en el trazado del tramo del ferrocarril de Huanuluan
al Nahuel Huapi, determinándose que correría al norte del Anecón Grande, por
Comallo y Pilcaniyeu (Willis 1943:38-44). La elección de este trazado en contra de la
opinión técnica de Willis, que era favorable a tender la línea por el sur del Anecón
Grande, fue de la Dirección de Ferrocarriles.
También del verano de 1912 data un informe de Frey a Willis, publicado en el
Boletín de Obras Públicas y reproducido por Sepiurka (1997:43-46), sobre los dos
posibles trazados del ferrocarril del Nahuel Huapi a la Colonia 16 de Octubre: por “la
falda oriental del divortium aquarum interoceánico, pasando por Ñorquinco, Maitén,
Leleque y Esquel”, o por “la gran depresión” de los lagos Gutiérrez, Mascardi,
Guillermo, Rivadavia y Futalaufquen, pasando por el valle de El Bolsón.
Comparándolos, Frey encuentra el segundo trazado más bajo, menos accidentado,
cercano a las mejores tierras agrícolas y fiscales –desde este punto de vista, mucho más
apropiado a los fines del plan de fomento de los Territorios-.
Recompuesto el equipo para la campaña de 1913 y retomando el propósito de
Francisco Moreno, los antecedentes chilenos registrados por Francisco Fonck y las
exploraciones de Emilio Frey, Willis se dirigió a rehabilitar el paso terrestre de los
Vuriloches, utilizado por misioneros coloniales provenientes de Chile para pasar al área
del Nahuel Huapi y largamente buscado después de 1879 tanto por argentinos como
por chilenos (idem:61-67; Willis 2001:126-130). Su conclusión, marcada sobre un mapa
de Fonck de 1899 (Willis 1943: frente a p. 70) es que el paso era el “de las Lagunitas”,
por el sur del Tronador, que desembocaba en el “valle Vuriloche” –las nacientes del río
Manso-, y que los misioneros, evitando el lago Mascardi, habrían accedido al Nahuel
Huapi por los senderos que unen los cerros Tronador y López, o bien rodeando los
lagos Mascardi y Gutiérrez por el norte y oeste. Tras ascender al López y revisar los
escritos del padre Guillelmo, que dan cuenta de haber transitado el paso con mulas
cargadas, Willis se inclinó por la segunda opción: la de un sendero más bajo y menos
dificultoso (Willis 2001:129-130).
La etapa siguiente consistió en la exploración de la cuenca de los ríos Manso y
Villegas, por donde el ingeniero Lewis estudió “el futuro trazado de una carretera o
línea férrea desde El Bolsón hasta el lago Nahuel Huapi” (Willis 1943:69; 2001:137138), sobre una senda de herradura existente y salvando el desafío de los profundos
cañones de los ríos Villegas y Foyel. Se propusieron vencer al primero, el más difícil,
mediante “un puente suspendido como el de las Cataratas del Niágara”, o bien haciendo
bajar la vía hasta el fondo “y subir otra vez por medio de planos inclinados, valiéndose
de la energía producida por el río” (Willis 1943:71). Estas determinaciones se hacían al
mismo tiempo que la clasificación de tierras (idem:72) y algunas de las proyecciones de
260
Lewis se basan explícitamente en observaciones previas de Lügenbuhl o Pemberton. La
Comisión continuó explorando hacia el sur, hasta la Colonia 16 de Octubre, por el valle
central relevado por el topógrafo Eberly (idem:71-76 y 83; 2001:138-143). A partir del
lago Rivadavia se plantearon las alternativas de abrir una senda hacia el lago
Futalaufquen –lo que hizo Willis personalmente- o de buscar un trazado más al este,
por la estancia Leleque –que Willis apreciaba como un establecimiento especialmente
progresista-. Esta segunda variante ofrecía la posibilidad de continuar “a Maquinchao
por la ruta exterior de la montaña […] que bordea el Alto Chubut, pasando por El
Maitén” (Willis 1943:85).
El extenso “Reporte sobre el relevamiento y estudio de reconocimiento de la
línea ferroviaria proyectada de Bariloche a la Colonia 16 de Octubre”535, de Lewis
(NP2:90-161), estudia detalladamente ese recorrido (cfr. mapas parciales en Willis
2001:98, 108 y 135) dividido en veintidós secciones; plantea tres rutas posibles y las
dos soluciones técnicas para salvar el cañón del Villegas; de Epuyén al sur sigue la ruta
occidental, por los lagos Rivadavia y Futalaufquen; propone la ubicación de veintiséis
estaciones –que Willis corrige disminuyéndolas a veintidós-; y estudia la energía
hidroeléctrica disponible a lo largo del camino. También contiene los diseños de las
obras de ingeniería propuestas para salvar los ríos Villegas y Foyel (NP2:162-173), y
un detallado estudio de costos de las obras de toda la línea (idem:174-214).
De vuelta de Bariloche a Leleque, Willis dice haber recorrido “apenas un sendero
de animales, y en partes ni eso”, totalmente desconocido para los barilochenses, “desde
el extremo oriental del lago Nahuel Huapi, que pasa por las cabeceras del Pichileufu y
Las Bayas a la cabecera del Chubut” (Willis 1943:86). Otro camino interesante resultó
ser el de Fofocahuel a Maquinchao (idem:89), adonde se dirigió el equipo de la
Comisión para reunir materiales y preparar el informe durante el mes de mayo.
Mientras tanto, Nelson y Mercer diseñaban el trazado del ferrocarril del Nahuel Huapi
a San Martín de los Andes (idem:83 y 91).
El informe de Mercer –que no menciona ferrocarriles sino caminos para el
servicio de automóviles- sobre los caminos de Bariloche a Pilcaniyeu, del Nahuel Huapi
a San Martín de los Andes y de Piedra del Águila a Paso Limay (NP2:456-473) incluye
descripciones, consideraciones de trazados alternativos y cálculos de costos. En el
primer caso –inicio de la actual ruta nacional 23-, se prefiere el paso por la estancia San
Ramón, que por entonces –según Mercer- los propietarios mantenían cerrado. Para el
segundo caso descarta el camino por los pasos Córdoba y Pilpil –actual ruta provincial
63- y prefiere el camino por el paso Miranda y la Vega Maipú –actual ruta provincial
49-. En el tercer caso se trata solamente del mejoramiento de un camino ya existente y
transitado. En sus conclusiones recomienda tomar a Pilcaniyeu como principal cruce de
caminos norte-sur y este-oeste, vinculando esa localidad con Neuquén a través de Paso
Limay y Piedra del Águila, con San Martín de los Andes por la ruta propuesta, con el
Nahuel Huapi y con la punta de rieles del ferrocarril de San Antonio, y con Esquel,
535
“Report on Reconnaissance Study and Survey of Projected Railroad Line from Bariloche to Colonia 16th of October”.
261
coincidiendo el camino troncal norte-sur con la antigua ruta nacional 40. Desde allí
entiende que debería administrarse el servicio de automóviles y el mantenimiento de
las rutas de la región.
Finalmente, la síntesis elaborada por Willis acerca de los “Estudios relacionados
al ferrocarril de San Antonio al lago Nahuel Huapi y a varios ramales del mismo”
(NP2:78-89), retoma algunas de las observaciones realizadas en las dos campañas de
1912 y 1913 con el propósito aparente de incluirlas en un informe al ministro. En
primer lugar, se refiere al trazado definitivo del ferrocarril de San Antonio desde su
punta de rieles, Huanuluan, hasta Bariloche y la naciente del Limay. Hace notar que los
estudios de Raeburn y Morgan, en colaboración con el director de la obra, el ingeniero
Jacobacci, demuestran la factibilidad de la obra en cualquiera de sus dos variantes. En
segundo lugar, aborda la selección del punto terminal del ferrocarril al Nahuel Huapi
en relación con el proyecto de la ciudad industrial. Como veremos en relación con este
último, se desecha San Carlos de Bariloche y se remite al informe presentado
oportunamente a la comisión interministerial, con el proyecto de embalse en la
Segunda Angostura, formación del lago Limay, etc. Señala la conveniencia del punto
elegido en función de las conexiones ferroviarias futuras con Neuquén y con Chile. En
tercer lugar, considera la extensión de un ramal ferroviario del Nahuel Huapi hacia San
Martín de los Andes por los lagos Correntoso y Villarino, su trazado por el paso Pilpil
–estudiado por Mercer y Nelson-, el ramal a Chile por el paso Cajón Negro –también
un segundo posible ramal al país hermano por el paso Huahum- y la posible conexión
con Junín de los Andes y con el Ferrocarril del Sud en algún punto al oeste de
Neuquén. En cuarto lugar, se refiere al trazado del ferrocarril del Nahuel Huapi a la
Colonia 16 de Octubre, basándose en el estudio topográfico de Lewis y Eberly pero sin
mencionar el informe preliminar de Frey. Describe su trayecto por el valle
longitudinal, desde Bariloche hasta el Hoyo de Epuyén. Complementariamente, se
agregan unas “observaciones” sobre los empalmes entre ese “sistema” y el proveniente
del sur, en un único “sistema de los ferrocarriles patagónicos” pensado para un
proyecto integral de desarrollo (idem:84). Ese sistema se compondría, además de la
línea San Antonio – Nahuel Huapi, de sus ramales al norte y al sur por los valles
longitudinales de la cordillera como “líneas estratégicas y esenciales para establecer la
comunicación entre la Argentina propia y los territorios fronterizos, que se desarrollan
actualmente por medio del país extranjero”, y como líneas de explotación racional de
los recursos naturales disponibles, deteniendo el deterioro de pastos y bosques antes de
que fuera irreparable. El ramal a San Martín de los Andes podría ser de trocha ancha y
a vapor, pero el ramal a la Colonia 16 de Octubre, debido a sus mayores pendientes,
debería ser eléctrico y de trocha menor. Sin embargo, la necesidad de una conexión de
trocha ancha entre la ciudad industrial de Nahuel Huapi y la Patagonia austral llevó a
la realización de levantamientos topográficos generales por Pemberton y Willis, y a la
recomendación de estudiar dos rutas posibles a partir de Epuyén: siguiendo el valle
longitudinal, por los lagos Rivadavia y Futalaufquen, o al sudeste, por Cholila y la
estancia Leleque –empalmando con el ferrocarril a San Antonio por medio de un ramal
262
que pasaría al Alto Chubut por Fofocahuel-. La conexión de Maquinchao a Fofocahuel
podría ser la línea de trocha ancha necesaria, y la construcción de la sección eléctrica de
Bariloche a Epuyén podría postergarse hasta ser más conveniente.
La síntesis de la compleja red de vías de comunicación propuesta puede
visualizarse en el “Croquis del Ferrocarril de San Antonio y los proyectados ramales”
(Willis 1914a: frente a p. 50), y definitivamente en el “Mapa general del Norte de la
Patagonia” que acompaña la edición de la Historia de la CEH536. En este último se
superponen dos redes de vías de comunicación: los ferrocarriles por entonces
construidos y proyectados, y los caminos –sin distinguir, en este caso, los existentes de
los planeados-. Los tres ferrocarriles existentes en la región norpatagónica, de norte a
sur, eran el de Bahía Blanca a Zapala, el de San Antonio a Huanuluan y el de Puerto
Madryn a Trelew. El primero se preveía que se prolongaría hacia el oeste, hasta un
punto indeterminado. Para el segundo se diseñaron los siguientes ramales:
a. Terminación de la línea principal de Huanuluan a Pilcaniyeu, Nahuel Huapi
(Neuquén) y San Carlos de Bariloche (Río Negro).
b. Marilafquen (Río Negro) a Fofocahuel (Chubut).
c. Pilcaniyeu (Río Negro) a Paso Limay (Neuquén).
d. Pilcaniyeu (Río Negro) a Paso Flores y Junín de los Andes (Neuquén).
e. Junín de los Andes (Neuquén) a San Martín de los Andes, lagos Falkner y
Correntoso (Neuquén), y Nahuel Huapi (Neuquén).
f. San Martín de los Andes (Neuquén) a Corral (Chile) por el paso Huahum.
g. Lago Falkner (Neuquén) a La Unión (Chile) por el paso Cajón Negro.
h. Nahuel Huapi (Neuquén) a Piedra del Águila (Neuquén) y Neuquén, cruzando los
ramales (c) y (d) en Paso Limay y Paso Flores respectivamente.
i. Pilcaniyeu (Río Negro) a Fofocahuel (Chubut).
j. De un punto intermedio entre Pilcaniyeu y el Nahuel Huapi a Fofocahuel (Chubut).
k. San Carlos de Bariloche (Río Negro) a El Bolsón (Río Negro) y Epuyén (Chubut).
l. Epuyén (Chubut) a estancia Leleque y Fofocahuel (Chubut).
m. Epuyén (Chubut) a Cholila, lagos Rivadavia y Futalaufquen, y Esquel (Chubut).
n. Fofocahuel (Chubut) a San Martín (Chubut).
De los ramales considerados en los informes técnicos, el único que no figura en
el mapa general es el de Junín de los Andes al norte, que enlazaría con el Ferrocarril
del Sud.
El tercero de los ferrocarriles existentes –el Central del Chubut- se prolongaría
a través del Territorio del Chubut, de Trelew a Esquel, cruzando al ramal (n) cerca de
Súnica (Chubut). Los tres ferrocarriles quedarían interconectados por los ramales (h)
de Neuquén a Nahuel Huapi y (m) de Epuyén a Esquel, y el ramal (n) de Fofocahuel a
536
Otra versión del mismo mapa general, aunque con el agregado de algunos datos geológicos como las líneas de drenaje
del Plioceno y las fallas, titulado “General Map of Northern Patagonia”, pegado a NP2:687.
263
San Martín (Chubut) los conectaría con la Patagonia Austral537. Las localidades de
Pilcaniyeu y Fofocahuel se constituirían en nudos ferroviarios en los que se cruzarían
los principales ramales norte-sur y este-oeste. Esta red se superpondría, como
señalamos, con la de caminos. En el mismo mapa quedan señalados caminos
secundarios, pero también algunos importantes como los de Junín de los Andes hacia el
norte, hacia Villarrica (Chile) y hacia Piedra del Águila, del Nahuel Huapi hacia
Neuquén, de Pilcaniyeu a Esquel pasando por Leleque –en un recorrido intermedio
entre ramales ferroviarios paralelos-, y una serie de trazados que vincularían el Alto
Chubut y la Colonia 16 de Octubre tanto con la cordillera más al sur como con la costa
atlántica. Algunos de estos caminos proyectados y la centralidad asignada a Pilcaniyeu
hacen pensar en que se respetó, básicamente, la propuesta técnica de Mercer.
El conjunto de las vías de comunicación proyectadas se puede sintetizar como un
sistema de vinculación entre la costa y la cordillera patagónica, de la región con Chile y
de las partes de la zona cordillerana entre sí.
El informe-síntesis de Willis y varios de los informes técnicos sobre las vías de
comunicación se encuentran precedidos, en la documentación inédita de la CEH, por un
escrito titulado “Ferrocarriles o Caminos Reales”, redactado por Willis en 1938 como
observaciones complementarias (NP2:76-77). En él recuerda el carácter fundamental
que tenían los ferrocarriles en el proyecto de Ramos Mexía: en función de ellos,
esperando “el desarrollo de la competencia económica futura para justificar la
construcción misma”, se hicieron los estudios del terreno cuya exactitud permitiría
“ubicar cualquier obra de ingeniería” en las curvas altimétricas trazadas. Sin embargo,
observa que en el cuarto de siglo transcurrido desde los estudios originales hasta
entonces se habían dado cambios fundamentales en las modalidades de transporte,
generándose ventajas económicas para el transporte automotor sobre caminos de
construcción más fácil y económica que los ferrocarriles. Considera, entonces, que
bastaría construir “caminos reales” en la zona cordillerana norpatagónica, utilizando
los mismos relevamientos topográficos.
Sepiurka (1997:47) interpreta, a la luz solamente del informe preliminar de Frey
de 1912, la construcción tardía –terminada en 1945- del ramal de trocha económica
conocido como “La Trochita”, entre Ingeniero Jacobacci y Esquel y pasando por las
estancias de El Maitén, Leleque, Fofocahuel, etc., y la no concreción del ramal por el
valle longitudinal de la cordillera, como una imposición de los intereses capitalistas
ligados a las empresas ganaderas y ferroviarias británicas. Sin embargo, un análisis
537
Como vimos antes, la ley de fomento de los Territorios Nacionales preveía la construcción de una serie de ramales
entre la Colonia 16 de Octubre (Chubut) y Puerto Deseado (Santa Cruz) pasando por las localidades chubutenses de San
Martín, Sarmiento y Comodoro Rivadavia y las santacruceñas de Las Heras y Perito Moreno (entonces identificada como
Lago Buenos Aires). Entre 1909 y 1914 se llegaron a construir solamente 283 km entre Puerto Deseado y Las Heras, y en
esas condiciones, similares a las de la línea San Antonio – Nahuel Huapi, no cumplió sus propósitos de colonización ni
de diversificación productiva. Diversos intentos de prolongarlo, en las décadas de 1920 y 1940, habrían chocado con
consideraciones geopolíticas y con la competencia creciente del transporte automotor. Cfr. TORRES, CISELLI Y DUPLATT
2003 y 2004. Una puesta al día acerca de la bibliografía sobre historia de los ferrocarriles, en TORRES, CISELLI Y
DUPLATT 2004:18-21.
264
completo del asunto no puede dejar de lado los extensos estudios técnicos de la CEH y
el informe final de Willis, materiales donde las dificultades minimizadas por Frey –los
cañones de los ríos Villegas y Foyel- fueron evaluadas en su verdadera dimensión y
costos. Finalmente, la realización de la actual ruta 40 reemplazó –de acuerdo con el
criterio manifestado por Willis en 1938- al ramal ferroviario intracordillerano
proyectado. La realización de “La Trochita” debe atribuirse, entonces, tanto a los
intereses creados por las estancias ganaderas de la zona como a la ausencia de un
Estado decidido a llevar adelante el proyecto de la CEH en todas sus facetas.
El Parque Nacional del Sud
El informe El Norte de la Patagonia contiene una idea preliminar acerca del
parque, que proviene de la experiencia de Willis en la creación del parque del Mount
Rainier en los Estados Unidos y de la consideración de la zona cordillerana del Nahuel
Huapi como destinada a la conservación y el turismo. Willis describe el proceso de
creación del parque nacional Mount Rainier, inspirado por el geólogo alemán Karl
Zittel y el alpinista inglés James Bryce, bajo el manejo estricto de la Secretaría del
Interior, claramente destinado a la conservación y el turismo y determinándose sus
objetos y puntos de interés (Willis 1899; 2001:37,120-121). En unas observaciones
escritas en 1938 (NP2:39-40), Willis compara al Rainier con el Tronador, recuerda su
iniciativa de 1883 respecto del primero y expresa su “convencimiento bien fundado e
inalterable [acerca] de la utilidad y de la inspiración para la cultura nacional,
promovida por la belleza y grandeza de la Natura, apropiadamente conservadas bajo la
protección del Gobierno”.
En la Historia de la Comisión, Willis relata la campaña del verano de 1913 como
un momento de ampliación de sus objetivos: “Ahora se requería estudios económicos de
gran alcance” (Willis 1943:52). La CEH se reestructuró y se dedicó al estudio más
detallado de la cordillera. El primer lugar que recorrió Willis fue, precisamente, el
destinado a la actividad turística: la península San Pedro y sus cercanías. Transcribe su
diario del 19 de enero: “Lunes a la tarde, al campamento de Frey a 25 kilómetros al
oeste de Bariloche. Martes, examinando la península de San Pedro para hallar un buen
sitio donde ubicar un hotel. Miércoles, escalando alturas y bajando de ellas” (idem:54).
A la vista de las referencias presentes en sus memorias, como veremos más adelante, lo
que Willis llama en esta primera aproximación “península de San Pedro” sería la franja
intermedia entre los lagos Nahuel Huapi y Moreno. Por otra parte, en El Norte de la
Patagonia caracteriza la zona turística al oeste de Bariloche como conformada por tres
penínsulas: Campanario –la que actualmente denominamos San Pedro-, Llao Llao y
San Pedro, comprendidas entre el Nahuel Huapi y el cerro López (Willis 1914a:434).
Volviendo al relato histórico, Willis describe la zona como poblada desde veinte años
antes, con sus bosques incendiados pero con “hermosos sitios para la edificación de
residencias, […] una de las combinaciones de lago, montaña y bosque más magníficas
que se puede[n] soñar para lugar de veraneo” una vez que recuperara su vegetación
265
para “un pueblo que carece de lugar de veraneo en todo el dilatado campo de ‘las
pampas’”. Imagina que “la inclinación o la necesidad se desarrollarán y producirán el
ambiente” de “una comunidad de villas” accesible por tierra y por agua, ubicada sobre el
camino a Chile que se abriría por Puerto Blest y el paso Pérez Rosales. Para ese fin, el
gobierno “debería dar en arrendamiento pequeñas parcelas de tierra […] o vender
lotes a largos plazos […] en forma similar a lo dispuesto por las leyes australianas
[…]. La construcción de un hotel en cada zona, sería la mejor forma de hacer conocer
las tierras en ella” (Willis 1943:55-56). Desde allí, guiado por el colono suizo Félix
Goye, Willis ascendió a lo que presumimos que serían –por el tipo de camino y por las
referencias al Tronador y al López- los cerros bautizados con su nombre (cfr. Biedma
1967:253).
La información derivada de ese primer recorrido es la que se vuelca en el
anteproyecto de Parque Nacional presentado al Ministerio de Agricultura, publicado
en el primer tomo de El Norte de la Patagonia y cuya versión completa obra en la
documentación depositada en Parques Nacionales (NP2:9-13). El parque proyectado se
componía de algunas reservas –entre ellas, la donación de tierras hecha por Francisco
P. Moreno en la costa sudoeste del gran lago con ese fin538-, terrenos fiscales y algunas
fracciones particulares. La versión completa del escrito hace referencia a la necesidad
de expropiar los terrenos particulares ubicados en los lugares más deseables y
accesibles, pero como un mínimo de población permanente se consideraba necesaria
para la producción básica y el mantenimiento del parque, “la ley debe establecer
condiciones bajo las cuales pobladores podrán ocupar ciertos terrenos sin perjuicio del
control esencial para el objeto del Parque como propiedad de toda la Nación” (NP2:13).
Se prevé la comunicación ferroviaria con Buenos Aires y caminos a San Martín de los
Andes, Neuquén, la colonia 16 de Octubre y Chile; se describen “el aire fragante, las
aguas cristalinas, los rincones umbrosos y las hermosas vistas [que] invitan al
descanso y al reposo” (NP2:10; Willis 1914a:429); se propone una extensión de 440
leguas para el parque –llegando hasta los lagos Villarino, Falkner y Traful al norte, el
valle del Limay y la divisoria de aguas al este y los ríos Villegas y Manso al sur- y la
creación de un parque chileno adyacente; se invita a la ubicación de “hoteles, villas de
campo y recreos de toda clase”, especialmente en las penínsulas San Pedro y Llao Llao.
Finalmente, se define:
538
En recompensa por su desempeño como perito en el conflicto limítrofe con Chile, el Estado argentino le otorgó a
Moreno, en 1902, la propiedad de veinticinco leguas cuadradas (unos 80 km2) al sudoeste del Nahuel Huapi. Moreno, a
su vez, devolvió en 1903 tres leguas al Estado en la zona de Puerto Blest y la laguna Frías, para que se creara con ellas un
parque nacional (cfr. la donación en NP2:23-24 y en http://www.bariloche.com.ar/museo/docu.htm). En 1912 Moreno
presentó en la Cámara de Diputados, sin éxito, un proyecto de Parque Nacional del Sur que disponía la expropiación y el
relevamiento de una extensa zona de la cordillera norpatagónica: de la divisoria de aguas al norte del lago Traful hasta los
ríos Villegas y Manso, y desde el límite con Chile hasta los ríos Limay y Pichileufu (REPÚBLICA ARGENTINA 1912b:982983). Moreno fundamentaba la idea en el proyecto de la ciudad industrial, la “nueva Ginebra” de la “Suiza argentina”
soñada por Ramos Mexía. En 1919 el gobierno nacional amplió la reserva de 1903 a un área de 780.000 ha, en 1922 se
creó una comisión de personalidades porteñas y barilochenses de la que formaba parte, entre otros, Emilio Frey, y en
1934 se creó definitivamente el Parque Nacional Nahuel Huapi, que abarca actualmente 705.000 ha (BUSTILLO 1968:8889; http://www.parquesnacionales.gov.ar).
266
“¿Qué es un Parque Nacional? ¿Una región salvaje destinada al placer de
cazadores o alpinistas ocasionales que tengan deseos de afrontar las dificultades de los
cerros despoblados? Es una concepción que parece común, pero que no tiene razón. Un
Parque Nacional es una zona reservada por el Estado para el placer y el bienestar de
toda la población.” (Willis 1914a:430)
La sensibilidad universal por lo imponente justificaba la presencia de parques
tanto en los Estados Unidos como en la Argentina, en torno de las cataratas del Iguazú
en el norte, y del Nahuel Huapi y el Tronador en el sur. Más allá de lo que decidieran
los argentinos, Willis proponía abrirlo a las comunicaciones terrestres y lacustres,
edificar un hotel central y varias hosterías menores, conceder lotes a particulares
pudientes por plazos largos –al modo de los arrendamientos australianos-, edificar por
el Estado chalets modestos arrendables por mes, y asignar lugares para campamentos,
de modo de habilitar al acceso a todas las clases sociales (idem:431). Ya en la sección
correspondiente al desarrollo futuro de Bariloche y la ciudad industrial de Nahuel
Huapi, considera la zona turística al oeste de Bariloche como ideal para el veraneo, y al
lago Moreno –cuyo entorno compara con “las peñascosas costas de Maine”- apto para
los deportes acuáticos (idem:435).
Willis planeaba escribir una obra específica sobre el parque y esbozar su
reglamento, para cuyo fin realizó varias exploraciones desde las alturas y encargó
estudios concretos, como el del trazado de un camino de Bariloche a la península San
Pedro (Willis 1943:109) y el de un hotel de turismo. Algunos avances en estos sentidos
se encuentran en la documentación reunida para el tomo 2 de El Norte de la Patagonia.
Allí se encuentra el bosquejo de un informe de enero de 1915 (NP2:14-22), que Willis
no parece haber llegado a escribir entonces, con un listado de sesenta y una vistas para
ilustrar el proyecto. Más interesantes son otros documentos, como un proyecto de ley
para el Parque Nacional del Sud (NP2:25-30) y un anteproyecto arquitectónico para el
hotel rústico del lago Moreno (NP2:35-38).
El proyecto de ley preparado por Willis propone:
• La fijación de los límites del parque en el perímetro descripto en su informe,
declarándolo “reservado a los usos y objetos del Parque Nacional con todo lo que
contribuya a la belleza, sanidad y tranquilidad de la naturaleza, como también a su
aprovechamiento como centro de recreo y descanso para todos”.
• La clasificación de las tierras incluidas en reservas absolutas -exclusivamente
públicas e inalienables- y reservas condicionales –donde se permitirían propiedades
privadas condicionadas por normas sobre conservación, plantación y explotación de
bosques, caza y pesca, pastoreo, etc.-.
• La autorización al Estado a expropiar propiedades particulares.
267
• La autorización al Estado para conceder hoteles, medios de comunicación,
obras hidráulicas y demás obras públicas “sin enajenar ningún elemento de la
naturaleza del Parque” ni permitir monopolios permanentes.
• La aplicación del producto de la venta de tierras fiscales de reserva condicional,
de los arrendamientos y de las concesiones, al presupuesto del Parque.
• La administración del parque por un director nombrado por el Poder
Ejecutivo, residente en el parque, dependiente de la Dirección General de Territorios
Nacionales, dotado de personal subalterno y remunerado como un gobernador de
Territorio. Deja abierta la posibilidad de que el Parque Nacional se transforme o quede
incluido en un nuevo Territorio, en cuyo caso su director será a la vez gobernador.
• El encargo al director del Parque de velar “especialmente por la conservación,
explotación razonable y replanteo de los bosques”.
Comparando la iniciativa argentina con su experiencia de Mount Rainier, Willis
veía como símbolo del parque argentino al monte Tronador. San Carlos de Bariloche –
por entonces apenas “un pueblo disperso de cabañas techadas” con “una hostería de
frontera” (Willis 2001:121)- serviría de terminal ferroviaria para los visitantes que se
dirigirían a “un hotel amplio, diseñado apropiadamente para el placer y las actividades
sociales, con terrenos acondicionados para los deportes populares y un establo con
buenos caballos de montar”, ubicado “a unos 180 metros por encima del lago y a veinte
minutos de la estación, con una vista soberbia del lago y de los Andes nevados”
(idem:122). La altura en la que preveía la ubicación del hotel de turismo (Willis
1943:109) es el cerro Runge o Viejo, actualmente en el oeste del centro urbano de San
Carlos de Bariloche. Además planificaba la construcción de un hotel rústico más
alejado, en la ubicación aproximada del actual hotel Llao Llao:
“Este lugar de vacaciones se encontraba entre quince y treinta kilómetros al
oeste de Bariloche, en medio del paisaje encantador de la península San Pedro539. […]
La zona todavía era salvaje y ruda, había sido desfigurada por el fuego y el destrozo
ignorante, pero podía recuperarse. Relevamos las rutas que haría falta construir y
planeamos una hostería rústica ubicada lejos, en el extremo occidental, mirando hacia
la entrada del Brazo de la Tristeza y los límites más lejanos del lago Nahuel Huapi.”
(Willis 2001:122; cfr. 1914a:435)
Esta última hostería “sería una parada en el camino a Chile” que –según el mapa
de la p. 98- correría a lo largo de la costa sur del lago Moreno540, cruzaría con un
539
Por la distancia que da respecto del pueblo de Bariloche y por el mapa de la p. 98, es claro que Willis, como ya hemos
señalado, no se refiere a la península San Pedro propiamente dicha sino a la franja de tierra encerrada por el lago Nahuel
Huapi al norte y el lago Moreno al sur, que comienza por el este en Puerto Moreno y termina al oeste en la península
Llao-Llao.
540
Siguiendo el trazado actual de la ruta provincial 79.
268
puente el brazo de la Tristeza y se adentraría en el brazo de Puerto Blest, igual que la
Axenstrasse del lago de Lucerna, “bajo arcos de granito, abriéndose sobre vistas
soberbias” (idem:122-123). El anteproyecto encargado por Willis a un arquitecto de
Bariloche –cuya firma nos resulta ilegible- y datado en marzo de 1914 (NP2:35-38)
concibe, curiosamente, al hotel como un panóptico de hall central octogonal y alas en
cada lado, con amplias instalaciones para cien turistas.
En síntesis, el proyecto del Parque Nacional del Sud fue el primer objetivo que
atacó la CEH en el marco del proyecto de desarrollo integral del área cordillerana
norpatagónica. Fue una idea fuertemente influenciada por el precedente estadounidense
y articulada en torno de la visión de un Estado nacional que delimitaría un espacio
territorial dándole, inclusive, el status político de Territorio Nacional o de Provincia aunque el proyecto no plantea ni resuelve la contradicción entre la autonomía que
tendría una Provincia cordillerana y la presencia fuerte del Estado nacional en el
Parque-. El parque cumpliría el doble propósito de conservar bajo un régimen de
explotación racional los recursos naturales en general y el bosque en particular, y de
ofrecerlos para el disfrute turístico democrático del pueblo de la nación, lo que
implicaría una importante intervención estatal en la creación de infraestructura y en la
regulación de su funcionamiento.
La Ciudad Industrial de Nahuel Huapi
Complementariamente con el Parque Nacional, el proyecto de desarrollo
cordillerano contenía, como ya hemos señalado, la idea de un desarrollo industrial
centrado en la futura ciudad de Nahuel Huapi. Su diseño detallado era, según Willis
(2001:166), uno de los aspectos incompletos del plan o de los estudios faltantes al caer
Ramos Mexía, en 1914, junto con el trazado de una ruta de Bariloche al paso Pérez
Rosales y el desarrollo turístico del Parque Nacional. Efectivamente, en la misma
campaña del verano de 1913 que Willis dedicó a la exploración de la futura zona
turística cordillerana y de las zonas colonizables hasta el noroeste chubutense, se
comenzó a dar forma a esta otra idea.
El “gran sueño” inicial del “gran patriota” Ramos Mexía consistía en
“una ciudad progresista de muchos miles de ciudadanos industriosos ocupados en las
manufacturas, el comercio, la educación y los deportes, ganando prosperidad para ellos
mismos y riquezas para la República de los recursos de la Cordillera, y recibiendo del
medio ambiente el vigor, la inspiración necesaria para la elevación del pensamiento y
de la iniciativa nacional.” (Willis 1943:96; cfr. 1914a:436)
Sería la capital de una provincia que iría desde Junín de los Andes hasta la
Colonia 16 de Octubre, situada sobre un ferrocarril transcontinental y en el área del
lago Nahuel Huapi. La sección oeste del lago quedó descartada porque “no era
269
consecuente con los fines del Parque que la industria entorpeciera la tranquilidad de la
naturaleza” (Willis 1943:97).
Un decreto presidencial de febrero de 1913 creó una comisión interministerial
sobre el asunto, que debía ser informada por Willis (Willis 1914a:437).
Figura 1
Las ideas centrales del informe (NP2:222-270) fueron posteriormente volcadas
en el final de El Norte de la Patagonia (Willis 1914a:432-442). El informe contiene el
mapa del lugar de la ciudad y del futuro lago Limay, dibujado por Willis (NP2:222)
[Figura 1], un esquema general del trazado urbano (idem:223), el texto del proyecto y
otros materiales complementarios. En el proyecto, el geólogo explica el encargo
ministerial y la entrega de un informe preliminar, en enero de 1913, “en el cual se
indicaba la posibilidad de embalsar el río Limay por medio de un dique, formando en el
valle del Limay un lago confluente con el lago Nahuel Huapi, y delimitando un sitio
apto para la ciudad entre los dos lagos” (idem:224). Como consecuencia de ese informe
se creó la comisión formada por los directores de Territorios Nacionales, de Irrigación
y de Ferrocarriles, que en abril convocó a Willis a Buenos Aires.
El informe de Willis comienza explicando las razones de fondo que llevaron a
Ramos Mexía, “estadista perspicaz” (Willis 1914a:437), a prever un desarrollo
industrial de la cordillera norpatagónica y a encargar los estudios, dadas determinadas
materias primas, disponibilidad de energía hidroeléctrica y mercado consumidor en la
Argentina agrícola. Si los Territorios norpatagónicos fueran destinados exclusivamente a la ganadería y la exportación, “sólo habría ocasión para el desarrollo de una
población de negociantes extranjeros en el término del ferrocarril”, idea que no era la
del ministro Ramos Mexía (NP2:226). En el Nahuel Huapi estaban la fuente de
energía, las materias primas, el clima propicio y se veía “atractiva la naturaleza para la
270
gente vigorosa de las naciones industriales del norte”, para la producción de textiles,
artículos de cuero, de madera, sustancias químicas y nitratos fertilizantes. La
Argentina producía y exportaba las materias primas de buena parte de los productos
manufacturados que importaba, pero el crecimiento de su mercado interno marcaba
una tendencia a romper esa dependencia, sustituyendo el costoso carbón por la energía
hidroeléctrica (Willis 1914a:438; NP2:227-228).
En el resumen publicado se señalan las previsiones acerca de las “futuras
ciudades” convenientes en función de los medios de comunicación y del desarrollo de
industrias, incluyendo a Bariloche, aclarando que se trata de un bosquejo y que los
estudios técnicos correspondientes se publicarían en el segundo tomo del informe. La
mirada se centraba en el sector oriental del lago Nahuel Huapi, de costas bajas y
despejadas, distinto del sector boscoso occidental: “El descanso y el recreo son tan
naturales en un medio, como la actividad y el comercio lo son en el otro” (Willis
1914a:432-433), y Bariloche estaba en la divisoria. Comparando a Bariloche con
Lucerna como centro turístico, se observaba que su terraza costera era apta para un
centro mercantil con estación ferroviaria y muelle, y las terrazas superiores y las faldas
del Ottoshöhe (cerro Otto) para el turismo. Pero San Carlos de Bariloche no fue
considerado un lugar apto para la ciudad industrial, por sus limitaciones topográficas,
su exposición a los vientos y su ubicación a la entrada del futuro Parque Nacional
(NP2:235; Willis 1914a:440; 1943:98). La desembocadura del Nahuel Huapi sería el
punto de convergencia de los futuros ferrocarriles a San Antonio, a Neuquén, a
Valdivia, a San Martín de los Andes, y de los caminos al Alto Chubut y al valle central
que bordea el lago Gutiérrez, y por lo tanto el punto elegido para la nueva ciudad
industrial. El sitio sobre la Segunda Angostura contaba con un llano de 1.100 ha541 con
suave declive, accesibilidad a los futuros ferrocarriles y a la navegación por el Limay,
disponibilidad de agua, protección de los vientos y separación de la zona turística por la
morena del Nahuel Huapi (Willis 1914a:440-441).
El informe completo, inédito, contiene mayores precisiones. Los requisitos para
el sitio de la nueva ciudad eran: acceso tanto al ferrocarril como a aguas navegables,
topografía favorable, disponibilidad de agua, resguardo de los vientos y no
interferencia con la conservación de la naturaleza y la actividad turística (NP2:228-229;
Willis 1914a:439). El sector este del Nahuel Huapi accedería al ferrocarril, pero pocos
puntos están al abrigo del viento. La fuerza motriz en esa zona sólo la podría
proporcionar el Limay; ya el ingeniero Severini –director de Irrigación- había previsto
embalsar la Primera Angostura para regular su caudal, pero la caída sería
insignificante. Los conocimientos geológicos previos llevaron entonces a Willis a
explorar la “llanura de resaca” existente más allá de la morena glaciaria del Nahuel
Huapi, en el valle del Limay, encontrando una segunda morena más antigua a la que
llamó Segunda Angostura, en la que previó construir la represa que dotara a la futura
541
En El Norte de la Patagonia dice 11.000 ha, pero se advierte por lógica y por el mapa y proyecto de Willis que son
1.100 (NP2:222, 236 y 262; cfr. idem:79).
271
ciudad de energía hidroeléctrica (Willis 1943:97-100). En el informe se explica el
estudio del lugar realizado por los ingenieros Nelson –de la CEH- y Gilardi –de la
Dirección de Irrigación- y la posibilidad de construir un dique de bajo costo y 40 m de
altura (NP2:232-233). En conclusión, se comparan tres ubicaciones posibles: en
Chacabuco, en San Ramón y en el arroyo Castillo, siendo la primera –al noreste de la
morena del Nahuel Huapi- la que reunía mejores condiciones (idem:233-234).
El plano de la futura ciudad prevé una población de 100.000 habitantes –Willis
la llama “la Mendoza del Sud” para subrayar su importancia-, la instalación de varios
rubros de industria, la formación del lago Limay y su unión al Nahuel Huapi por la
canalización del río, el estudio de accesibilidad a las vías de comunicación, la
navegabilidad del Limay, y el aprovechamiento sostenible de la naturaleza, “como
también la comodidad y salud de la población” (NP2:235-236). A continuación describe
la localidad en sus detalles físicos, su futura subdivisión en cuatro distritos urbanos manufacturero, comercial-obrero, residencial y militar-ferroviario-, el diseño detallado
de las calles, avenidas, diagonales, plazas, parques, manzanas y lotes de acuerdo a los
distintos usos, las previsiones para el abastecimiento de agua desde el río Ñirihuau –
comparando el sitio con el de Salt Lake City en cuanto a su aridez original- y el
consumo del elemento –comparado con el de Washington y otras ciudades
estadounidenses-, el sistema de cloacas, el acceso por ferrocarril y por caminos en los
distintos rumbos previstos, el puerto, la navegabilidad de los lagos y la regulación de
su altura, los materiales de construcción disponibles –previendo tanto la escasez de
maderas como la prohibición absoluta de abrir canteras de granito en “la naturaleza
majestuosa del Parque Nacional […], aún en cañadones retirados”-, los límites del
ejido y su desarrollo futuro -calcula una población futura de entre 40.000 y 100.000
habitantes, en una ciudad que sería el mayor centro de la cordillera al sur de Mendoza
y una de las primeras ciudades de la Argentina- (idem:237-261). La descripción de las
obras de abastecimiento de agua abunda en detalles técnicos. El plano de la ciudad y el
diseño de los distintos tipos de calles y manzanas se encuentran dibujados por Willis
(idem:307-311), e incluso el estadounidense esbozó una vista de la futura ciudad sobre
una foto del sitio (idem:346). Tres apéndices (idem:262-270) se dedican a aspectos
específicos del proyecto: el valor de las tierras a sumergir y las condiciones de su
expropiación –por la elevación del nivel del Nahuel Huapi prevé, por ejemplo, la
pérdida de la huerta de Christian Boock en Puerto Manzano-, el embalse en la Segunda
Angostura y el lago Limay -previendo que para la total regulación del Limay también
deberían embalsarse “los otros lagos tributarios […] hasta el Aluminé”- y el cálculo
del caudal del río Ñirihuau542. Una breve síntesis de este proyecto cierra, como ya
dijimos, el primer tomo de El Norte de la Patagonia (Willis 1914a:441-442), y algunos
de sus aspectos también se encuentran desarrollados en un documento sin firma
titulado “The City of Nahuel Huapi” (NP2:292-306).
542
Willis insiste aquí en que los cálculos del caudal del Limay y del Ñirihuau son aproximados y provisorios, y se remite
a la obra de Gualterio Davis Clima de Argentina (1910).
272
Sin haber accedido a la documentación inédita de la CEH, Lolich (2001) alcanza
a destacar algunas características del diseño que dan fe de las influencias en él de
modelos teóricos de prestigio internacional. Por ejemplo, elementos característicos de
la ciudad liberal como los distritos diferenciados, el ferrocarril y las diagonales, o el
influjo de los modelos estadounidenses de Washington y Chicago. En esta ciudad de
nueva fundación se destacarían, según Lolich, las instalaciones militares y la
universidad –una originalidad absoluta en el contexto latinoamericano, precursora de
ciudades universitarias erigidas décadas después-, y en cambio brilla por su ausencia
una institución tan tradicional en Latinoamérica como la Iglesia Católica. También es
de destacar la continuidad de la idea de la ciudad de Nahuel Huapi en un proyecto del
urbanista José María Pastor, del año 1948 (idem:11-12).
En el informe de la comisión interministerial al ministro Ramos Mexía, elevado
en junio del mismo año (NP2:271-290), se evalúan varios aspectos del proyecto. En
cuanto a la ubicación del punto terminal del ferrocarril de San Antonio al Nahuel
Huapi y la ubicación de la ciudad industrial, la comisión adopta el punto de vista de
Willis, manifestando su coincidencia con “los fines patrióticos” de elaborar en origen
las materias primas disponibles con el auxilio de la energía hidráulica “barata, fácil y
abundante”. Sin embargo, contrapone al proyecto Segunda Angostura el proyecto
original de Severini, de un dique en la Primera Angostura, que permitiría la producción
de una energía menor pero apreciable, y el aprovechamiento bajo regadío del valle del
Limay hasta la Segunda Angostura, en lugar de su inundación, dejando la solución
definitiva sujeta a estudios futuros.
Otro punto novedoso que se introduce es el de la posible revisión de los límites
de los Territorios Nacionales en la región, y la posible ubicación de la capital de un
nuevo Territorio en el Nahuel Huapi, reuniendo fines administrativos y turísticos. Para
que la hipotética nueva capital tenga vista al lago, se propone ampliar urgentemente el
área a expropiar a toda su cabecera oriental –antes de que las obras de desarrollo del
lugar multiplicaran los precios de las tierras543- y considera la instalación provisoria de
la capital en Bariloche. El área a expropiar se ampliaría enormemente e incluiría al
pueblo de Bariloche, pero se recomienda no alterar la propiedad de los pobladores
existentes allí, y suspender la venta prevista de lotes en torno del Nahuel Huapi.
La cuestión de la posible expropiación de tierras nos permite acceder a un largo
listado inicial de pobladores del área –con abundantes agregados y enmiendas
manuscritas- (NP2:342-344).544 El informe aclara que la lista proviene de una elaborada
por el Sr. Giovanelli, inspector de Bosques de Bariloche, en diciembre de 1912,
verificada por el inspector de Tierras del Ministerio de Agricultura y comparada con
los archivos de la Dirección de Tierras y Colonias, pero como “quedan indeterminadas
543
La idea de una expropiación amplia había sido defendida pocos meses antes por Francisco Moreno en el Congreso de
la Nación, en el marco de su proyecto de Parque Nacional del Sur. Cfr. nota 338.
544
Agradezco a Susana Lara las precisiones acerca de la cuestión de las tierras en torno del Nahuel Huapi en la época
bajo análisis.
273
algunas cuestiones sobre decretos, títulos y límites, […] la lista incluida sólo tiene un
valor aproximativo” (NP2:284). Finalmente, la comisión interministerial propone,
mediante un listado depurado (NP2: 318-320), expropiar 10.000 ha de Jarred Jones,
7.000 ha de Liborio Bernal, 3.000 ha de la estancia San Ramón, las de propietarios
como la Compañía Chile-Argentina, Mesas, Boock, Goedecke, Becker, Huenul, Baillet,
Juergens, Nahuelquin, Millán, Goye, Lebau, Parsons, y las de una larga lista de
poseedores de títulos provisorios en la que se mezclan apellidos europeos de pioneros
como Runge, Capraro, Muehlempfort o Benroth con apellidos mapuches e
hispanocriollos como Vargas, Vera, Nahuelquin o Cheuquepil. A los abundantes
pobladores rurales existentes –sobre un total de unas 30.500 ha- se propone dejarle a
cada uno diez hectáreas para agricultura y cien cabezas vacunas en tierras fiscales. A
pesar de que la comisión planteaba inicialmente expropiar la cabecera oriental del lago,
el posterior listado de lotes incluye también la expropiación de todas las tierras que
rodean los brazos Huemul, Última Esperanza, Rincón, Machete y Puerto Blest del
Nahuel Huapi -que se extienden al norte y noroeste (lotes 1 al 76)-, una fracción al
oeste del brazo de la Tristeza (lote 77), una en la cabecera norte del lago Gutiérrez
(lote 110), una al sudeste de San Carlos de Bariloche (lote 116), los lotes
correspondientes a la Colonia Suiza (lotes 83 a 85), y la reserva de toda una franja de
tierras que van desde el sur del lago Moreno a la costa del Nahuel Huapi frente a la
península San Pedro (lotes 86 a 88, 94 y 95), además de otros lotes fiscales en las
mismas áreas antedichas (lotes 16, 22, 36, 51, 56, 57 y 82). Esto nos hace pensar en que
el proyecto de expropiación incluiría las áreas que se preveía resguardar bajo la figura
del Parque Nacional, pero sin embargo quedan fuera de la expropiación prevista –salvo
las excepciones señaladas- las tierras costeras de los lagos Nahuel Huapi y Gutiérrez
desde al brazo de la Tristeza hasta San Carlos de Bariloche, y los alrededores del
mismo pueblo.
Finalmente, sobre la base de un detalle preparado por Willis (NP2:312-316), se
propone y se presupuesta una serie de trabajos preliminares a cualquier otra obra
pública: la expropiación de las tierras, un levantamiento definitivo del sitio de la ciudad
en escala 1:5.000 y del resto de la zona de 400 km2 en escala 1:20.000, el trazado
definitivo del ferrocarril, la realización de obras de riego para la ciudad industrial, los
estudios para el embalsamiento del Limay y la colocación de un puente sobre el río en
su nacimiento.
Un escrito posterior de Willis titulado “Embalse del río Limay en la Segunda
Angostura, 1914” (NP2:350-358) amplía y defiende su punto de vista sobre el tema.
Señala que los proyectos previos, del ingeniero Lange, de la Oficina Meteorológica, y
del ingeniero Decio Severini, director de Irrigación, se proponían la regulación del
caudal del Limay pero no la generación de energía que necesitaría la ciudad industrial.
Se pregunta si hay algún proyecto alternativo al suyo pero de menor costo -un punto
que ya había explorado Severini al proponer o bien el aprovechamiento de otros
arroyos de la zona o bien la construcción de un canal a partir del dique en la Primera
Angostura-, y observa que el agua que Severini proponía usar para riego en el valle del
274
Limay sería mejor aprovechada en el Alto Valle del río Negro. Los estudios de costos
no muestran alternativas válidas al proyecto de Willis y los estudios posteriores de los
ingenieros Gilardi y Bjerregaard y los propios de Willis confirman su factibilidad, pero
señalan una alternativa en cuanto a la ubicación del dique: Gilardi propone construirlo
un poco más abajo545. Willis prevé salvar la navegabilidad del Limay mediante esclusas,
e instalar una usina eléctrica. En una serie de observaciones agregadas en 1938
(NP2:347-349), Willis abunda en la explicación de la historia geológica del lugar y su
relación con el diseño del dique, que entiende que debería ser construido con materiales
de la morena elegidos y apisonados –como hay varios en los Estados Unidos- y no de
mampostería. Finaliza señalando que ni el dique ni la ciudad se habían construido para
entonces, pero: “Hemos descubierto la Ciudad de los Césares. No hay más que
construirla”546.
La ciudad industrial de Nahuel Huapi, la Mendoza del Sur o la nueva Ciudad de
los Césares, núcleo duro del proyecto de desarrollo de Ezequiel Ramos Mexía, fue
imaginada y representada en sucesivas aproximaciones. A diferencia del proyecto del
Parque Nacional o de otros aspectos del plan norpatagónico, el proyecto de la ciudad
fue cuidadosamente examinado, a iniciativa del presidente Sáenz Peña, por funcionarios
de otros departamentos del gobierno nacional. Finalmente, el proyecto sufrió los
vaivenes de la crisis política que acabaría con la carrera política de su mentor.
El plan de colonización y los sujetos del progreso
En febrero de 1913, acampando junto al lago Hess en busca del paso de los
Vuriloches, Willis pasó un día lluvioso “redactando un plan para la colonización de los
Andes, que más tarde fue aprobado por Ramos” (Willis 2001:128). El plan no formaba
parte de los estudios previstos y se conecta, como ya veremos, con otros escritos de
Willis acerca del tema de la inmigración, pero su interés radica en que forma parte de
un mismo mapa conceptual con los otros aspectos que consideramos partes
fundamentales del plan norpatagónico: el Parque Nacional, la Ciudad Industrial y las
vías de comunicación. Por añadidura, es el documento que mejor expresa las ideas de
Willis acerca del rol del Estado en el proyecto de desarrollo norpatagónico del
reformismo. Una muestra del interés en la idea es el hecho de haber sido incluido, ese
documento, en la publicación de la Historia de la CEH en 1943.
545
En una anotación manuscrita agregada por Willis en 1938, señala su desacuerdo con la propuesta de Gilardi. Las dos
alternativas aparecen en el plano dibujado por Willis en 1913 (NP2:222): el de aguas abajo en el dibujo original, en tinta,
y el de aguas arriba –después preferido por Willis- agregado posteriormente con lápiz rojo por el mismo autor.
546
La apelación de Willis al más antiguo mito impulsador de la conquista de la Patagonia, el de la Ciudad de los Césares,
es hábil y busca excitar el imaginario de la clase dirigente argentina dotando a su proyecto de una genealogía prestigiosa.
También la vista de la futura ciudad dibujada por Willis sobre una foto (NP2:346) se titula “La Ciudad de los Césares
sobre el lago Limay, una visión del futuro”.
275
La comparación con Suiza, que ya era un lugar común para los exploradores de
la Norpatagonia andina, le inspiró –“mientras cabalgaba por la Cordillera”- la
posibilidad de sistematizar sus observaciones en un conjunto:
“El gobierno poseía ciertos bienes, las tierras y las concesiones para los
ferrocarriles y las obras hidráulicas. Con ellos podría atraer el capital, imponiéndole
condiciones adecuadas de responsabilidad y oportunidad. Y también podría decidir
sobre la calidad de los inmigrantes que ocuparán la tierra prometida. Mi mente se
dirigió hacia los checos, gente del bosque e industriales de probada civilidad. Pensé en
Osorno y sus prósperos pioneros teutones. La empresa podría ser exitosa, pero no lo
sería si caía en manos de los burócratas. Pensando así, el día que estuve encerrado por
la tormenta en el lago Hess, escribí una larga carta a Ramos describiendo las relaciones
que debería haber entre el gobierno, un sindicato547 y los colonos. Un tiempo después
recibí una respuesta favorable, en la que daba su aprobación al plan general. Y mientras
tanto nosotros habíamos avanzado con nuestras investigaciones.” (idem:133)
Tras su conversación con Hackett, el administrador inglés de la estancia
Leleque, unas semanas después –“nos sentamos junto a la fogata como dos viejos
compinches y discutimos silenciosamente la situación” (idem:158)-, Willis amplía sus
ideas respecto de la colonización de la zona:
“La provincia [de la Cordillera] necesitaba la puesta en práctica de la ley, el
orden y el desarrollo. No tenía sentido esperar mejoras de los empleados miserables y
corruptos que estaban al mando [de los Territorios Nacionales]. El remedio se
encontraría en la introducción de buenos ciudadanos a través de la colonización
dirigida, con un sindicato unido por contrato al gobierno central. Hacían falta diez o tal
vez veinte millones de dólares.” (idem:159)
Una copia de la carta original en inglés se encuentra entre los papeles para el
segundo tomo de El Norte de la Patagonia (NP2:45-63), y el documento completo en
castellano fue incluido como primer apéndice de la Historia de la CEH (Willis
1943:125-146). El autor comienza diciendo que la colonización era el propósito final de
los estudios que realizaba la CEH, y que pese a lo incompleto de ellos le manifestaba
las líneas generales de su plan a Ramos para que en su próximo viaje a Europa tuviera
oportunidad de iniciar las gestiones pertinentes. Repite algunas observaciones
547
Willis se refiere a un syndicate, que tanto la edición del Ministerio de Agricultura de 1943 como la de sus memorias
de 2001 traducen textualmente como “sindicato”. Mientras en inglés la palabra syndicate admite un significado amplio,
pudiendo abarcar a cualquier grupo u organización reunido o asociado con un objetivo común, generalmente relacionado
con negocios o inversiones, en castellano el término “sindicato” tiene un sentido más estricto, de asociación de
trabajadores formada para la defensa y promoción de sus intereses comunes. En consecuencia, preferimos traducir
syndicate como “empresa”.
276
generales sobre la región y su futuro como centro industrial, pero agrega un dato no
abordado en los estudios de la CEH: los sujetos de ese desarrollo,
“gentes progresistas cuya inteligencia, economía e iniciativa desarrollarán los recursos
de esta maravillosa región […] tendrán inteligencia, capacidad y carácter de acuerdo
con la inteligencia, capacidad y carácter de sus padres […], gentes cuya habilidad
superior contribuiría al poder argentino […] hombres de habilidad y empresa en los
ramos de agricultura, ganadería, comercio e industria fabril” (idem:126-127).
Tanto en sus memorias como en un breve comentario escrito en 1938 sobre el
plan de colonización, el estadounidense se refiere a los “checos” (Willis 2001:133) o a
los “checoslovacos, cuya capacidad y espíritu democrático se han demostrado tan
evidentemente” (NP2:43-44), como colonos ideales. Sin embargo, esa preferencia no
consta en el plan presentado a Ramos Mexía.
Tras la formulación general inicial en la que se entrecruzan proposiciones sobre
lo que en la época se consideraban diferentes “razas” humanas, sobre el desarrollo
económico y sobre la competencia entre las naciones, Willis entra en los aspectos
prácticos de su idea. Propone la cooperación entre tres agentes: el gobierno como
autoridad superior representada por un funcionario especial “de elevados sentimientos,
patriota y leal como lo fue el perito Moreno” (NP2:129), seleccionado por mérito –más
poderoso, mejor acompañado y remunerado que los gobernadores territorianos de
entonces-, los colonos que adquirirían tierras y medios de vida, y una empresa
inversora formada por hombres de reputación, “financistas con habilidad de estadistas”
(idem:131), que actuaría como agente de colonización siendo remunerada con dinero,
tierras o franquicias. La empresa proveería un capital inicial; fomentaría la colonización
mediante la publicidad en los Estados Unidos y Europa, la investigación acerca de los
posibles colonos y su ubicación en las tierras cordilleranas sin endeudarlo; sería
remunerada con tierras cuando cada colono recibiera la propiedad de las suyas;
realizaría obras públicas de transporte y las explotaría bajo regulación estatal incluidos un camino longitudinal de San Martín de los Andes a la Colonia 16 de
Octubre y sus ramales, un ferrocarril en los mismos rumbos, tranvías eléctricos y
vapores locales-, quedando la línea de San Antonio a Chile en manos del Estado, y
podría realizar obras de energía hidráulica en forma subsidiaria del Estado. Estas
últimas se consideraba que debían ser de construcción estatal, aún cuando fueran
concedidas temporalmente a la empresa, y destinadas finalmente a la propiedad de la
comunidad beneficiaria. La empresa también iniciaría, sin establecer monopolios, el
desarrollo de manufacturas de lana y cuero –y, posteriormente, de carnes, lácteos y
maderas- destinadas a los grandes centros urbanos y consumidores del país,
compitiendo con productos extranjeros bajo condiciones de protección arancelaria y
277
percibiendo también un subsidio estatal por tiempo limitado –bajo un régimen similar a
los de promoción industrial que se aplicaron en épocas posteriores-:
“La nación necesita el elemento económico de manufacturas domésticas. El
Gobierno podrá promover, sabiamente, el desarrollo de aquel elemento como Estados
Unidos lo hizo por medio de derechos aduaneros proteccionistas hasta que tal
expediente no fue más necesario. Pero aquí la posición es que las manufacturas deben
ser establecidas en una más o menos remota y desconocida región, y si las tarifas
aduaneras resultan insuficientes para satisfacer al capital, entonces podría concederse
un subsidio […] sobre el valor de mercaderías fabricadas y vendidas en la Argentina.”
(idem:137-138)
Las oportunidades de inversión para la empresa serían principalmente la compra
de tierras, la realización de usinas energéticas y vías de comunicación, y el comercio,
pero encontraban las limitaciones de no haberse terminado el ferrocarril de San
Antonio al Nahuel Huapi y de no haberse adoptado todavía una política definida de
tierras en el área, mensurándolas y subdividiéndolas de acuerdo con su clasificación.
Los colonos, considera Willis, no deberían ser “inferiores a los agricultores de los
Estados Unidos en el término medio de inteligencia, educación e iniciativa”, es decir
“superiores al término medio del campesino alemán, francés o inglés” (idem:141),
debiendo haber recibido instrucción escolar hasta los 14 años, ser personas honorables
y cubrir sus gastos de traslado e instalación en la zona: “el colono será el padre del
futuro ciudadano”, y no se debería repetir la experiencia de las empresas colonizadoras
que convertían a los inmigrantes en dependientes porque en la cordillera
norpatagónica “la Naturaleza exige hombres fuertes para devolverles su fuerza en hijos
vigorosos” (idem:142). La empresa facilitaría este resultado conviniendo con las
empresas de transporte tarifas reducidas e instalando en el Nahuel Huapi una
proveeduría que vendiera a bajo costo. Esta operativa y el hecho de que la empresa
recibiría tierras solamente cuando las adquiriera el colono, producirían una identidad
de intereses. El Estado concurriría a estos objetivos dictando una ley de colonización
de la zona cordillerana, mensurando y subdividiendo la tierra, haciendo un contrato
con la empresa, facilitando el traslado de los colonos, mejorando la eficiencia de la
administración pública territoriana, asegurando la educación de la nueva comunidad y
prestando servicios de correo, telégrafo, teléfono y caminos.
Siendo, de acuerdo con los primeros estudios, limitadas las tierras agrícolas
disponibles, todas ellas serían cultivadas eficazmente si se las distribuyera a razón de
entre 20 y 50 hectáreas por familia, dependiendo de su ubicación y calidad, y
entregándose las tierras de pastoreo en arrendamiento. Esto resultaría en el
establecimiento de unas sesenta familias por legua de campo agrícola, pudiendo
colocarse entre 2.000 y 3.000 colonos por año. El ejemplo del Far West norteamericano
vuelve a ser útil: “Gente independiente e inteligente ha ido allí de a miles, sin auxilio, y
sin otro aliciente que el del ofrecimiento de tierras libres (homesteads) […], pero todo
278
depende de la confianza que el Gobierno puede inspirar” (idem:146). Como es constante
en el discurso de Willis, todo progreso posible se muestra condicionado a prácticas
políticas tan precisamente determinadas como difíciles de lograr en el contexto del
Estado argentino de esos años.
Inmediatamente a continuación de la carta del lago Hess, en la documentación
para el segundo tomo de El Norte de la Patagonia, Willis agrega tres escritos sin fecha
titulados “Principios de una base de fomento” (NP2:64-65), “Base de un acuerdo de
fomento” (idem:66-67) y, en inglés, la “Propuesta base de un contrato entre el
Gobierno argentino y una empresa para desarrollar la población y los recursos de la
Patagonia Norte por medio de los ferrocarriles, las tierras y las aguas”549 (idem:68-74).
La “Base de un acuerdo…” mencionada en segundo término es la traducción de las
condiciones contractuales previstas en la “Propuesta…” redactada originalmente en
inglés.
En el primero de los documentos se sintetiza la política de fomento de los
Territorios por medio de los ferrocarriles estatales, señalando que el Gobierno estaría
dispuesto a completar las líneas proyectadas concediendo las obras “bajo condiciones
liberales” y a largo plazo a una empresa que luego se los devolviera sin cargo. Observa
la necesidad de subdividir las tierras de acuerdo con su clasificación y con la
disponibilidad de agua, y también la necesidad de conservar la propiedad estatal sobre
las aguas y su energía, pudiendo concederse a empresas la realización de las obras y su
explotación por un tiempo.
La propuesta de contrato comienza considerando, a modo preliminar, las
diferencias entre la meseta y el área cordillerana, la presencia en los campos ganaderos
fiscales de ocupantes irresponsables que no pagan arrendamiento y causan serios
daños, y la destrucción de los bosques por el fuego, y señalando la urgencia de poner
esos recursos bajo el control eficiente del Estado. También se retoman las ideas básicas
del plan de fomento mediante los ferrocarriles y la venta de tierras fiscales, observando
la necesidad de disponer de mejores conocimientos. En un plano más general, se
consideran la dependencia de la Argentina respecto de las manufacturas europeas y las
posibilidades e interés en desarrollar industrias propias con los recursos de la región y
sin endeudamiento externo. La idea básica es que el Estado dispone del ferrocarril, las
tierras y las aguas, pudiendo determinar cómo se usarían esos recursos para el
desarrollo regional y su explotación por un agente apropiado: una empresa de capital
suficiente que sería atraída por las oportunidades y condiciones a establecer. En las
páginas siguientes se desarrollan los requisitos.
Esas condiciones se ordenan en relación con el ferrocarril, las tierras fiscales y
las aguas. Respecto del ferrocarril de San Antonio al Nahuel Huapi y sus extensiones y
ramales, se prevé el préstamo por diez años del tramo ya realizado, la exención de
derechos aduaneros para la importación de materiales por diez años y la concesión de
549
“Proposed Basis of Agreement Between the Argentine Government and a Syndicate to Develop the Population &
Resources of Northern Patagonia by Means of the Railways, Lands & Waters”.
279
su explotación por 99 años a una empresa que debería, a cambio, completar la línea
hasta el Nahuel Huapi y Bariloche en tres años, completar los ramales a San Martín de
los Andes, al límite con Chile y a la Colonia 16 de Octubre en ocho años, y explotar el
servicio. En relación con las tierras fiscales, el Estado apoderaría a la empresa para
venderlas o arrendarlas hasta un límite a diez leguas al norte y treinta leguas al sur de
la línea ferroviaria principal y hasta el límite con Chile, volcándose la renta estatal –el
40% de las entradas- en el fomento de la misma región y debiendo la empresa
completar los levantamientos y estudios para la producción haciéndose cargo de la
mitad de los gastos. Los cursos de agua de la zona, incluyendo los ríos Aluminé, Limay
superior y Chubut superior, serían concedidos para su estudio por quince años, para
realizar –por cuenta de la empresa- los embalses que permitieran su uso para energía,
riego y consumo; las obras de embalse se concederían por 99 años, pagando el Estado
una renta por su uso en los primeros diez años y debiendo la empresa comenzar la
construcción del dique en la Segunda Angostura dentro del año siguiente a la llegada
del ferrocarril al Nahuel Huapi.
En otros documentos de la CEH se insiste, directa o indirectamente, en la
necesidad de atraer a la región a colonos europeos. En la descripción general del área
cordillerana entre los lagos Huechulafquen y Nahuel Huapi realizada por J. R.
Pemberton (NP2:606-657)550, por ejemplo, al detallar la población del área y sus
actividades, sólo los inmigrantes europeos son referidos con nombre propio; los demás
son simplemente “familias”. En un documento complementario redactado por Willis en
1914 pero probablemente inconcluso, “Argentina y Chile. Comparaciones y contrastes
de la América templada”551 (idem:688-711), el estadounidense le asigna a la porción
templada de América del Sur –el sur de Brasil, Argentina y Chile- un rol dirigente
sobre los países tropicales (“banana lands”; “the land of the siesta”) del mismo
subcontinente. En ese contexto, entra a considerar la composición étnica del cono sur
americano de acuerdo con los prejuicios decimonónicos acerca de las “razas” humanas.
Por ejemplo, mientras que en Chile los conquistadores se mezclaron con los
independientes, osados y agresivos “araucanos”, en el Río de la Plata habrían
mantenido una mayor pureza de sangre europea, constantemente renovada por nuevos
inmigrantes, dando por resultado al más emprendedor, cosmopolita y progresista de
los pueblos sudamericanos. Considera insuficiente la inmigración que recibía por
entonces la Argentina, y valora en poco a españoles e italianos.
La cuestión de la composición étnica de los futuros ciudadanos norpatagónicos
era un tema que, evidentemente, preocupaba a Willis y se adecuaba a la concepción de
la región como escenario de un verdadero experimento biopolítico, idea propia del
reformismo liberal argentino. El tema vuelve a aparecer, más extensamente
desarrollado y fundamentado, en un artículo publicado por Willis en 1914 en una
revista titulada, significativamente, The Journal of Race Development (Willis 1914b), y
550
“General Description of the Argentine Cordillera from Lago Nahuel Huapi to Lago Huechulafquen”.
551
“Argentina and Chile. Comparisons and Contrasts of the Temperate Americas”.
280
reproducido en castellano en la Historia de la CEH (Willis 1943:149-170): “Las bases
físicas de la Nación argentina”. Toma como punto de partida el principio de que todo
organismo, al emigrar, se adapta a sus nuevas condiciones de vida, de que este principio
conserva validez “al aplicarse a las razas de hombres y hasta a naciones” y de que,
finalmente, el ambiente es el factor decisivo del progreso, como cuando “las tribus
asiáticas” migradas a Europa encontraron allí condiciones para “la civilización”, o como
cuando el hallazgo de América dio lugar a “la evolución de un tipo más elevado de
hombre: el pan-americano” (idem:149). En toda América las razas europeas estarían
evolucionando y modificando, a su vez, el ambiente, pero Willis se centra en la
comparación entre los Estados Unidos y la Argentina, dos pueblos de zonas templadas
distanciados solamente por cincuenta años en el camino del desarrollo de sus recursos.
Compara largamente sus bases físicas, sus recursos y sus problemas de conservación,
haciendo hincapié en la necesidad de un mejor conocimiento científico de la Argentina:
“El mundo todavía ignora hechos que afectan vitalmente su disponibilidad como
ambiente para razas nuevas” (idem:168). Finalmente, se adentra en un análisis de la
cuestión de las “razas” humanas argentinas: encuentra en el “argentino nativo de
ascendencia latina” “la promesa de un pueblo viril” (idem); considera que entre “las
clases más humildes y la clase que por su inteligencia, habilidad, educación y riqueza
gobierna el país” existe espacio para una futura población agrícola, “una clase media de
ciudadanos prósperos” cuya selección es de importancia “para la calidad de la futura
raza” (idem:169); observa la necesidad de mayor conocimiento de los recursos del país,
alentando a los jóvenes argentinos a dedicarse a la ingeniería y a las ciencias naturales.
En definitiva, Willis veía en la Argentina condiciones similares a las de los Estados
Unidos para convertirse en escenario del progreso, pero también observaba las
limitaciones derivadas de una estructura social fragmentada, de una distribución de la
tierra propensa a la concentración, y de la falta de conocimientos científicos, para que
los argentinos evolucionaran hacia el “tipo más elevado” del hombre panamericano.
La respuesta de Ramos Mexía a la propuesta de Willis de febrero de 1913,
transcripta en la Historia (Willis 1943:147-148), es tardía.552 La aprobación del
proyecto, en consecuencia, tenía un alcance muy limitado, y por eso Ramos sujeta las
“perspectivas muy brillantes para una vasta empresa con muchos millones de dollars” a
las “condiciones a obtenerse” e invita a Willis a “interesar a algún Big Syndicate en el
vasto negocio”. Viendo el proceso en perspectiva, tres décadas después, Willis admite el
alto grado de utopía presente en ese plan, y lo dificultoso del contexto político en el
que fue propuesto:
“Cuando […] dirigí a Ramos el esbozo de un plan para la colonización y el
desarrollo de la cordillera, no existía el interés de los colonizadores ni del público,
552
Según la edición, la carta data de julio de 1914, es decir de cuando ya hacía un año que Ramos había renunciado al
gobierno. Es probable que la fecha impresa sea errónea, y que la fecha real sea julio de 1913. Sin embargo, eso no
modifica sustancialmente el resultado.
281
apenas contábamos con el embrión de un parque nacional. Escribí sobre una
organización tripartita que incluyera una oficina gubernamental, un sindicato fuerte y
una población seleccionada. Ramos Mexía aprobó el plan; en la plenitud de su mandato,
tal vez lo hubiera puesto en práctica, pero ya era demasiado tarde. […] Ramos había
perdido el control del Congreso y sus enemigos lograron que cayera.” (Willis
2001:180-181)
En síntesis, Willis agrega a los estudios demandados por Ramos Mexía una serie
de consideraciones de su propia cosecha acerca de la forma, los actores y los sujetos
concretos que deberían –desde su punto de vista- obrar la colonización de la región
estudiada. Su propuesta es consistente con el tono probabilista y negociador que
atraviesa al plan norpatagónico en general. Tres agentes –el Estado, los colonos y una
empresa colonizadora- deberían coincidir en sus intereses y articular sus compromisos
de tal modo de producir un desarrollo regional caracterizado por el poblamiento y por
la explotación intensiva y a largo plazo de los recursos naturales. Dado el destino
industrial que se preveía para esos recursos, se consideraba que los actores concretos
de ese desarrollo debían ser inmigrantes europeos portadores de una educación formal
y una iniciativa superiores a los del promedio de los sectores populares de la época. Las
condiciones a cumplir tanto por la empresa colonizadora como por el Estado son
determinadas detalladamente, a fin de preservar la propiedad estatal del agua,
garantizar una distribución y explotación racional de las tierras fiscales, lograr la
instalación de importantes obras de infraestructura, promover la administración
pública eficiente de los bienes comunes y generar a la vez las oportunidades de
inversión que hicieran atractiva la empresa para el capital.
5. Algunas lecturas del proyecto de la CEH
La abundante información producida por los trabajos de la CEH, su carácter
proyectivo y las circunstancias en que esas tareas se vieron interrumpidas, dieron pie a
una serie de relecturas e intentos de actualización, a lo largo del siglo XX. Es de
destacar que prácticamente todas las relecturas realizadas por otras personas no
directamente involucradas en la CEH se fundaron solamente en la documentación
publicada, es decir el primer tomo de El Norte de la Patagonia, la Historia de la Comisión
de Estudios Hidrológicos y, en menor medida, los recuerdos de Willis reunidos en Un
yanqui en la Patagonia.
En primer lugar, debemos considerar las relecturas y reinterpretaciones
generadas por los mismos protagonistas del proceso, reflejadas en escritos de Emilio
Frey, de Ezequiel Ramos Mexía y de Bailey Willis.
El primero de ellos en retomar las propuestas de la CEH recién disuelta fue
Emilio Frey (1872-1964) –asistente de Francisco Moreno en el peritaje de los límites
con Chile y luego de Willis, más tarde intendente de Bariloche y director de la Oficina
282
de Tierras local, es decir, el más calificado agente de la política nacional en el Nahuel
Huapi-, en su rol de presidente de la Comisión de Fomento de San Carlos de Bariloche,
cuando estando en Buenos Aires a fines de 1916 y alentado por Moreno, elevó un
memorial en nombre de los barilochenses invitando al nuevo presidente Hipólito
Yrigoyen (1916-1922) a visitar la región y expresando algunas de las aspiraciones
locales.553 En el contexto de la crisis de la economía agrícola regional provocada por “la
baja rentabilidad, las dificultades de comercialización, prácticas culturales inapropiadas
que disminuyeron los fantásticos rendimientos iniciales y la falta de políticas
gubernamentales activas que apoyaran la actividad” (Bessera 2006:9; cfr. Méndez e
Iwanow 2001:156-160), esta mirada local sobre el desarrollo volvía sobre algunos de
los contenidos del proyecto de la CEH y subrayaba la nueva alternativa económica
representada por la actividad turística. Se reclamaba: la capitalidad de Bariloche para el
nuevo Territorio Nacional de Los Lagos cuya creación estaba bajo la consideración del
Congreso y para la cual se pide “un gobernador de acción, no de sillón”; la terminación
del ferrocarril San Antonio – Nahuel Huapi y de sus ramales a Junín de los Andes y a
Fofocahuel –que permitirían tanto el desarrollo industrial como el del turismo-; la
habilitación de las tierras fiscales pastoriles –en particular, los lotes reservados de la
Colonia Nahuel Huapi- para la colonización por “gente sana y robusta, colonos
verdaderos” que desplacen a la “gente intrusa”; el otorgamiento de títulos de propiedad
sobre quintas y chacras vecinas; la expropiación o el parcelamiento en pequeñas
unidades de unas 30 leguas cuadradas de las grandes estancias existentes alrededor del
lago; la creación de un vivero regional y una chacra experimental; la construcción de
los caminos de Bariloche a El Bolsón y Epuyén, al paso Puyehue y a San Martín y
Junín de los Andes; la construcción de varios puentes sobre ríos y arroyos; el
reemplazo de la lancha a nafta por un vaporcito para la policía del lago; la instalación
de una sucursal del Banco de la Nación en Bariloche; la construcción de edificios para la
Escuela estatal, el Juzgado, la Comisaría y la oficina de Correos y Telégrafos; la
conexión telegráfica entre Bariloche y Puerto Varas (Chile) abriendo una oficina en
Puerto Blest, lo que también beneficiaría al turismo; y la apertura del correo por el
paso Pérez Rosales como alternativa al de Uspallata (Mendoza). En lo relacionado con
el proyecto de la CEH, el petitorio sintetiza:
“El ferrocarril, así como está, beneficia unos 50 mil km cuadrados de tierras
pobres; es necesario que eche raíces hacia la Cordillera, para que la zona tributaria
abarque 100 mil km más de campos ricos en pastos, de tierras fértiles, de valles andinos
con abundante fuerza de agua y donde se radicarán industrias con los productos de
materia prima característicos de la región. […]
“Con la extensión del riel hasta el lago Nahuel Huapi y con la conexión del
tronco de la línea con la demás red del país, veremos surgir para estas regiones una
nueva industria, la del turismo.”
553
CF, bibliorato 1, Memorial a Yrigoyen, documentos 4 y 6; cfr. BESSERA 2006:11.
283
Como señala Bessera (2006:11-12), el mismo Frey, desde 1922 como primer
director del Parque Nacional del Sud y autor de su proyecto inicial, y el empresario
italiano-barilochense Primo Capraro (Méndez e Iwanow 2001:160-164), hasta su
muerte en 1932, fueron los principales impulsores de un proyecto de desarrollo local
cada vez más volcado a la actividad turística. De modo que, a través de estos casos, se
puede considerar que una versión local del proyecto de la CEH se incorporó al
imaginario regional sobre el desarrollo de la zona cordillerana norpatagónica y del área
del Nahuel Huapi en particular.
Ramos Mexía, cuyas memorias quedaron truncas a su muerte en 1935,
precisamente cuando estaba por redactar sus recuerdos posteriores a 1911, reconoce en
el prólogo a la obra del coronel José María Sarobe sobre la Patagonia –que Sepiurka
(1997:63-68) considera su testamento político- la vigencia que aún en 1935
conservaban, desde su mirada, algunas de las ideas de su plan de fomento y de los
estudios de Willis: en primer lugar, la de considerar a la Patagonia como compuesta
por “dos países” distintos –la meseta y la cordillera-; en segundo lugar, sus iniciativas
relacionadas con los ferrocarriles –“obra de argentinización de los valles andinos”- y
con la distribución de la tierra pública –contra “el monstruoso latifundio aún en manos
del Estado”-. Ramos ya había atribuido en numerosas oportunidades la frustración de
su plan de fomento a la decisión estatal de suspender la venta de tierras fiscales en los
Territorios, pieza clave del mecanismo financiero previsto (Ramos Mexía 1913:74-76;
1915:126-127; 1921:18, 121 y 131-132). En cambio, comparte con Sarobe la posición
crítica frente a la construcción de caminos carreteros en lugar de ferrocarriles, ya que
los considera más costosos en el largo plazo (Sarobe 1935:9-16). Sarobe, que representa
una continuidad ideológica importante con Ramos en el marco del nacionalismo
conservador de los años ’30, valoraba particularmente las propuestas de la CEH
relacionadas con la conservación del bosque andino, con el desarrollo industrial –
reproduce el mapa del Nahuel Huapi que incluye la proyectada ciudad industrial,
trazado por Willis- y con el sentido democrático de los Parques Nacionales (idem:163166, 217-223, 266).
Las notas agregadas por el propio Willis a la documentación que cedió a Parques
Nacionales en 1938 también sirven de relectura de sus proyectos de un cuarto de siglo
antes, con la perspectiva adquirida a través del paso del tiempo y de las nuevas
circunstancias. En algunos aspectos concretos, como por ejemplo en el escrito
“Ferrocarriles o Caminos Reales” (NP2:76-77), Willis revisa y actualiza las
conclusiones de sus estudios –en este caso, recomendando la construcción de caminos
en lugar de ferrocarriles, lo que difería de la opinión de Ramos Mexía, como hemos
visto-. En otros, como en lo referente al Parque Nacional (idem:39-40), al embalse de la
Segunda Angostura (idem:347-349) o a su plan de colonización (idem:43-44), Willis
ratifica sus convicciones y abunda en la misma línea argumental.
La admiración por la obra de Willis y por los proyectos de Ramos Mexía para la
Patagonia resurgió cuando los conservadores volvieron al poder, en la década del ’30,
284
bajo la influencia también del nacionalismo de entreguerras, que revalorizó –como en
el caso de Sarobe- los recursos de la región. Exequiel Bustillo, un hombre que se sentía,
por lazos familiares, culturales y políticos, heredero de la “generación del ‘80” “que vino
a consolidar el orden institucional, elevar la cultura, desarrollar la industria y el
comercio, europeizar la República” (Bustillo 1968:400), que se desempeñó como
funcionario durante la década conservadora de 1930 y que promovió la instalación de
estatuas de Roca, Moreno y Ramos Mexía en Bariloche, observa que El Norte de la
Patagonia “no faltaba en la casa de ningún poblador” barilochense (idem:385). Bustillo
gestionó en 1937, como director de Parques Nacionales, la recuperación del material
documental que conservaba Willis, avaló la publicación de la Historia de la CEH en
1943 y retomó claramente, al fundar el Parque Nacional Nahuel Huapi en 1934, el
proyecto del estadounidense, si bien despojado de su sentido democrático original que
sí fue valorado, por ejemplo, por un militar nacionalista pero de una vertiente más
democrática como Sarobe.
El presidente Arturo Frondizi (1958-1963), derrocado por un movimiento
militar y recluido en Bariloche, descubrió allí la historia de la CEH y propuso rescatar
del olvido a sus actores, víctimas de los “políticos del atraso” (Frondizi 1964:7-8).
Desde su perspectiva nacionalista y desarrollista, exalta también la conquista militar de
la Patagonia, y la visión estatista e industrialista de Ramos Mexía acerca del petróleo y
los ferrocarriles. A la vista de la experiencia de Frondizi, Bustillo (1968:387) se animó a
proponer, irónicamente, “que los futuros presidentes sean confinados en Bariloche,
antes y no después de ser derrocados”.
Los trabajos de la CEH aparecen así, a lo largo del siglo XX, apropiados en
general por la lectura de sectores conservadores y carentes de un enfoque progresista
capaz de rescatar los aspectos de pensamiento crítico presentes en la obra de Willis. Su
replanteo industrialista acerca del modelo productivo nacional y regional, sus fuertes
observaciones acerca de la necesidad de una mejor distribución de la tierra, su visión de
la Norpatagonia como corredor bioceánico y hasta un relativo reconocimiento de la
capacidad productiva de la población indígena –manifestado sobre todo a través de sus
fotografías de las “industrias” y de sus colaboradores indígenas (Willis 1914a: frente a
pp. 274, 302, 360, 388 y 438), que contrastan también con sus consideraciones sobre la
colonización de la región por “razas” desde su punto de vista más adecuadas-, son
aspectos de su discurso que han sido poco valorados. Aún así, la impresión general que
transmiten los lectores del proyecto es que se trata de una iniciativa progresista –en el
sentido que la generación del reformismo liberal le daba al concepto de progreso- pero
frustrada.
Vale la pena discutir brevemente estas lecturas apreciando la proyección y el
alcance que han tenido algunos de los aspectos particulares del proyecto en el
desarrollo posterior de la región.
Las vías de comunicación
285
Buena parte de las vías de comunicación proyectadas por la CEH se abrieron
posteriormente, aunque, como lo previó Willis, no como ferrocarriles sino como
caminos carreteros. Los mejores ejemplos son tanto la antigua como la actual ruta
nacional 40, que recorren el pie de la cordillera en sentido norte-sur, la ruta nacional
25 a lo largo del río Chubut, o las rutas a Chile. La realización del ramal ferroviario al
sur por fuera de la cordillera, como ya hemos mostrado, no impidió que se trazara
también una importante ruta por el valle longitudinal intracordillerano, aunque la
prioridad de las obras siguió, evidentemente, la lógica del capital. La lógica general del
sistema diseñado, de buscar la vinculación entre la zona cordillerana norpatagónica, el
sur de Chile y la costa atlántica, continuó vigente, aunque la pérdida del sentido
sistemático de las obras hizo que algunas de ellas se retardaran significativamente en el
tiempo. El mejor ejemplo de esto último quizás sea el asfalto de la ruta nacional 23,
entre Bariloche y San Antonio Oeste, tantas veces postergado y tan lentamente
realizado.
Esta continuidad de los proyectos de vías de comunicación demuestra su relativa
autonomía y su valor meramente instrumental respecto del proyecto Cordillera,
verdadero objetivo de los trabajos de la CEH, compuesto básicamente por el Parque
Nacional del Sud y la Ciudad Industrial de Nahuel Huapi.
La vinculación terrestre con Chile, en cambio, no era valorada en la época del
mismo modo que lo era antes del conflicto limítrofe de fines del siglo XIX o que lo es
en la actualidad, en el marco de los procesos de integración regional. Según Frondizi
(1964:33 y 42) el restablecimiento de “una línea histórica de comercio
interlatinoamericano, quebrada en el siglo XIX” y el desarrollo de territorios cercanos
a los límites chocaba con la rancia teoría militar según la cual convenía mantener
aislados y despoblados los territorios limítrofes, como Neuquén.
El Parque Nacional y la Ciudad Industrial
El proyecto de parque nacional contenido en los trabajos de la CEH proviene de
la iniciativa estadounidense iniciada en 1872 y extendida también a países como
Canadá, Australia y Nueva Zelanda, cuya característica común sería la de haber
buscado en las bellezas naturales “las razones de la propia identidad” que no les
proporcionaba ni a esos países ni a la Argentina la presencia de grandes monumentos
históricos (Scarzanella 2002:2). Fortunato (2005) analiza en profundidad el tema y
también identifica en los “valores fundacionales” de los parques argentinos
motivaciones similares. Más allá de la continuidad institucional entre el proyecto de
Willis y su aplicación por Bustillo en los años ’30, cuando se creó el Parque Nacional
Nahuel Huapi, es claro que el olvido del aspecto democratizador contenido en la idea
original hace que esa faceta del proyecto reaparezca hoy como precursora de la
concepción de turismo social propia del nacionalismo de la segunda posguerra. Por
otro lado hay un contraste notable entre la idea de Willis de unos parques argentinos
integrados con parques chilenos al otro lado de la frontera, y la idea de los parques
286
nacionales como bastiones defensivos de una frontera cerrada, como los diseñó Bustillo
dos décadas después.
La confrontación de los informes y diseños de Willis sobre la ciudad industrial
de Nahuel Huapi con el informe de la comisión interministerial que estudió esta parte
del proyecto Cordillera deja en evidencia, al menos, dos niveles de discrepancia. En un
plano inferior, emergen diferencias técnicas como la que separaba los proyectos de
dique en la Primera Angostura del Limay y en la Segunda. Pero en un plano superior,
relativamente disimulado por la aprobación general que los comisionados dijeron
prestar a las ideas de Ramos Mexía y Willis, emerge un desacuerdo fundamental: el
que distanciaba a la mayoría de la oligarquía conservadora de cualquier proyecto de
desarrollo industrial que pusiera en duda el lugar que ocupaba la Argentina en la
división internacional del trabajo. Un detalle que parece menor –la posibilidad de crear
un nuevo Territorio Nacional, que no podía encontrar oposición en Ramos porque era
una de sus ideas, y la instalación de su capital en Bariloche- desplaza el centro de
gravedad del proyecto, de un asentamiento industrial –articulado con un proyecto de
desarrollo nacional decididamente reformista- a una localidad administrativa y
turística. La historia posterior del Nahuel Huapi y de San Carlos de Bariloche
demuestran que el perfil turístico se impuso claramente por sobre el industrial.
Los límites políticos del proyecto de Ramos Mexía
El punto débil del proyecto de fomento de los Territorios, desde el punto de
vista de las ideas de la época sobre el desarrollo económico –o al menos desde la
posición mayoritaria en el Congreso-, parece haber residido en el propósito de realizar
una fuerte inversión pública en los espacios recién incorporados al país, en detrimento
de las zonas de más antiguo poblamiento y desarrollo. Esto le granjeó la oposición de
muchos representantes parlamentarios de las Provincias, que se sumó a la oposición de
los representantes de capitales ferroviarios y terratenientes privados. En los escritos de
Ramos Mexía es recurrente la idea de que no logró, en sus gestiones ministeriales,
romper la cadena de intereses que en la coyuntura del cambio de siglo transformaban,
como señala Sepiurka (2004:55), a “un Estado que lo había regalado todo” en materia
de tierras públicas, en “otro Estado que no vendía nada”, deteniendo el desarrollo
patagónico. La suspensión de los remates de tierras valorizadas por las obras de
“fomento” de los Territorios –como el ferrocarril al Nahuel Huapi- interrumpió el
financiamiento necesario para la conclusión de esas mismas obras y la consumación del
plan (Ramos Mexía 1913:74-76; 1915:126 y 132). Frente a los temores despertados por
la situación financiera argentina entre 1912 y 1914, Ramos preveía –equivocadamenteel pronto fin de la “crisis balcánica” y defendía la posibilidad de financiar las obras con
endeudamiento externo (Ramos Mexía 1913:15-63). En particular, criticaba la
detención de la obra del ferrocarril al Nahuel Huapi, que carecía de sentido productivo
si no llegaba a los valles cordilleranos y que en la década de 1930 llegó a Bariloche
287
pero como ferrocarril turístico, olvidando su propósito original (Ramos Mexía
1921:18-19, 131-132; 1936:232-234).
El análisis clásico de Cárcano sobre las políticas de tierras públicas, al reseñar la
historia de la ley 5.559 y la política agraria de la presidencia Sáenz Peña – De la Plaza
(Cárcano 1925:467-499), menciona las constantes presiones sectoriales sobre la tierra
pública, critica la política de fomento por dirigir sus esfuerzos a los Territorios y no a
las zonas productivas ya desarrolladas y por obligar a vender tierras públicas al ritmo
de las obras de valorización (idem:450-453), y defiende la suspensión de las ventas de
tierras. Sin embargo, sus alabanzas a la ley son desmesuradas:
“Inspirada en el ejemplo norteamericano, sugerida por las observaciones
prácticas de los problemas nacionales, por la elocuente enseñanza de los mismos
territorios desiertos, por la reproducción de procedimientos empleados por empresas
colonizadoras…” (idem:443-444).
Pero Cárcano agrega, a las críticas teóricas ya señaladas, los factores, no bien
calculados por Ramos, de la coyuntura económica de la segunda década del siglo XX.
Si bien la situación general del país se mostraba próspera, ya en 1911 la
desvalorización de la tierra dificultaba el financiamiento de las obras mediante su
venta. De a poco se fue imponiendo la idea del fracaso de la ley 5.559, y de que sólo la
concurrencia con los capitales privados para la conclusión de los ferrocarriles y la
colonización de las tierras públicas podría salvar el proyecto.
La crisis de 1914 habría terminado de inclinar la balanza a favor de la
privatización del fomento de los Territorios (idem:482-484 y 497-499). Los mismos
escritos de Willis, por otra parte, contienen la idea de que, si bien el Estado debía
ejercer una fuerte regulación e intervención en las políticas de desarrollo regional,
habría que convocar a capitales privados: por ejemplo, en el tema más propiamente
suyo del proyecto Cordillera, que sin duda es el plan de colonización por una empresa
(syndicate).
Estos aspectos no deben hacer olvidar la oposición activa, ya señalada por el
mismo Willis en sus memorias y por otros autores, ejercida contra el proyecto por los
intereses representativos de los capitales británicos y sus socios en la Argentina,
encarnados, para este caso, en el mismo ministro de Obras Públicas Manuel Moyano.
Conclusión: en negociación con los límites del reformismo
Las obras de la CEH contienen, como hemos visto, distintos niveles de
concreción de un proyecto: desde las observaciones empíricas más elementales
vinculadas con los aspectos técnicos de las obras y organizadas en descripciones
288
sistemáticas, hasta una serie de derivaciones expresadas en forma de comparaciones
generales y concretas, juicios de valor, opiniones y ensoñaciones, que forman parte de
la misma racionalidad utilitaria. El sentido general de esas conclusiones propias de
Willis contiene una intención más o menos explícita, según los casos, de reformular las
relaciones de producción y el ordenamiento territorial consiguiente, establecidos por
los factores de poder de la Argentina durante el proceso de conquista de la Patagonia y
formación de los Territorios Nacionales.
Ese reformismo resulta una de las claves de interpretación de los paisajes
generados por la mirada de Willis, mediante un discurso que constituye una
permanente negociación entre su mirada imperial externa –estructurada en torno de la
idea de los Estados Unidos como modelo a seguir-, la mirada del colonialismo interno
de los liberales reformistas que gobernaban en Buenos Aires y un abanico de miradas
locales que van desde la de Frey hasta las de los peones indígenas que acompañaron a
la Comisión, pasando por colonos, pobladores locales, estancieros y comisarios
fronterizos con los que Willis dialogó durante sus campañas.
De esa negociación y construcción colectiva del paisaje resulta un programa de
obras públicas y de reformas que –como no podía ser de otro modo— aparece
formulado en términos probabilísticos respecto del futuro y a menudo críticos respecto
del pasado y de su presente regional. Willis dice, en definitiva, que el desarrollo
norpatagónico tal como Ramos Mexía y él lo pensaron sería posible siempre y cuando se
dieran determinadas condiciones de muy difícil concreción. En este sentido, advertimos que
el discurso de la CEH completa el giro, respecto de la idea del progreso regional,
iniciado por los liberales reformistas en los años del cambio de siglo. Si en el discurso
de los hombres representativos del régimen oligárquico, en la etapa inmediatamente
posterior a la conquista, el progreso de los nuevos Territorios Nacionales era narrado
como parte de un continuum naturaleza-sociedad que se produciría espontáneamente,
después de la crisis de 1890 y más claramente en la segunda presidencia de Roca (18981904) se advierte que ese progreso espontáneo no se ha producido, que no podría
inscribirse en la evolución natural de las cosas sino que debería derivar de decisiones y
procesos políticos e intencionales. En ningún otro momento de los proyectos para la
Patagonia más que en los planes de Ramos Mexía y Willis se lee tan claramente la idea
de que esas decisiones estaban definitivamente en el campo de lo político, es decir de lo
controvertido y de lo posible, que debían ser instaladas en el debate público y que su
realización dependía de una serie de condiciones y encontraría límites. Esas
condiciones venían dadas, en parte, por el cambiante escenario internacional, en parte
por la también crítica situación de los factores de poder político en la Argentina, y en
parte por los movimientos de los factores de poder permanentes –el “Imperio invisible
del capital”, como lo llamaba Willis- relacionados con el modelo de inserción de la
región y del país en el sistema mundial. Mediante una lúcida lectura de estas
circunstancias, Willis produjo, entonces, un discurso posibilista, y no ingenuamente
optimista, respecto del plan de fomento de los Territorios, determinando con precisión,
289
para cada aspecto, qué condiciones deberían cumplirse para que las propuestas fueran
posibles.
De acuerdo con esa coyuntura política, se advierte que en la misma medida en
que el plan de desarrollo se fue ampliando progresivamente, también se fue volcando
hacia la idea de que no sería el Estado sino el capital privado –la empresa que prevé
Willis en su carta del lago Hess- el actor económico capaz de llevar adelante las obras
públicas necesarias. En este sentido, el plan de La Comisión del Paralelo 41º contiene
definiciones importantes tanto acerca del rol del Estado como del rol del capital en
relación con el progreso propugnado. La contracara de la desconfianza que Willis
sentía tanto por “los burócratas” como por el “Imperio invisible del capital” era una
clara asignación de roles. El Estado debía asumir la realización de las principales obras
de infraestructura –ferrocarriles, caminos, represas, hoteles e instalaciones turísticas-,
la regulación del uso de los bienes comunes más valiosos –el agua, los bosques-, la
reparación y prevención del daño ambiental –mediante la creación de reservas
forestales y del Parque Nacional mismo-, interviniendo activamente para brindar, en
definitiva, el marco apropiado para el “manejo inteligente” de los bosques, las aguas, las
tierras y los pastos por el capital, en un concepto que se aproxima a la idea actual de
uso sustentable. Los modelos reales o ideales de intervención privada en ese contexto
eran las estancias ganaderas, por contraste con los pobladores originarios o los colonos
que no hacían un uso racional de la tierra, y la empresa colonizadora que,
estrechamente controlada por instancias públicas y limitada en el tiempo, podría
hacerse cargo de la gestión de los bienes comunes.
El límite más evidente, entonces, que encontraba el proyecto de Ramos Mexía y
Willis para la Patagonia era el modo mismo de articulación de la región con la nación y
de ésta con el mundo, la racionalidad utilitaria y funcionalista instalada en la Patagonia
tras su conquista, que buscaba la maximización de sus beneficios o la explotación más
eficaz de la naturaleza –siempre dentro del marco del capitalismo— pero desde una
lógica desplazada respecto del proyecto de “fomento de los Territorios”. El proyecto
regional de la Comisión del Paralelo 41º se insertaba claramente en un proyecto
nacional alternativo de industrialización y de distribución democrática de los bienes –
tanto la tierra productiva como el disfrute de la belleza escénica por el turismo-. A esto
debemos agregar la dimensión binacional argentino-chilena contenida en la idea del
desarrollo del corredor bioceánico del paralelo 41º: tanto los proyectos de vías de
comunicación como el de unos parques nacionales adyacentes contradecía la
concepción defensiva de la frontera y se verían definitivamente desechados por los
nacionalismos de las décadas intermedias del siglo XX, constituyéndose en
antecedentes de las iniciativas de integración que encontramos en pleno desarrollo un
siglo después. Pero en aquella época no había indicios de que a los factores de poder
real del país les haya interesado, ni en ese momento ni antes ni después, poblar ni
290
desarrollar la Patagonia en ese mismo sentido industrializador, democrático ni
integrador con Chile.
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2. Materiales inéditos554
Archivo General de la Nación (Buenos Aires). Departamento Archivo Intermedio.
Ministerio de Obras Públicas (citado como AGN-AI, OOPP).
Secretaría de Turismo de la Nación. Administración de Parques Nacionales. Biblioteca
y Centro de Documentación “Perito Francisco P. Moreno” (Buenos Aires). Caja
Bailey Willis, El Norte de la Patagonia, tomo II (citado como NP2). [Nota: Los
materiales inéditos constitutivos del tomo II de El Norte de la Patagonia se
encuentran completamente y correlativamente foliados, del 1 al 711, de modo
que para ubicar una referencia a esa documentación basta con citar el número
de folio (p.e., NP2:380). Al final se agregan cuatro trabajos éditos de Bailey
Willis (The Mount Rainier National Park; The Physical Basis of the Argentine
Nation; Artesian Waters of Argentina; Forty-first Parallel Survey of
Argentina), no foliados.]
554
Agradezco la eficientísima colaboración del personal del Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación
(Buenos Aires), de María Coronel de la Biblioteca de la Administración de Parques Nacionales (Buenos Aires) y de
Eduardo Bessera y Claudia Rodríguez del Museo de la Patagonia (San Carlos de Bariloche).
294
Secretaría de Turismo de la Nación. Administración de Parques Nacionales. Parque
Nacional Nahuel Huapi. Museo de la Patagonia (San Carlos de Bariloche).
Colección Frey (citada como CF).
295
296
LOS AUTORES
Pablo Fernando AZAR
[email protected]
Licenciado en Ciencias Antropológicas con Orientación en Arqueología (Universidad
Nacional de Buenos Aires). Investigador y docente de la Universidad Nacional del
Comahue en los campos de la Etnobotánica, Arqueología y Prehistoria. Miembro del
CEP* y colaborador externo del proyecto 04-H082**. Autor de publicaciones
relacionadas con Etnobotánica y Antropología de la Patagonia Norte.
Alberto Carlos GARRIDO
[email protected]
Geólogo (Universidad Nacional de Córdoba), especializado en Estratigrafía y
Sedimentología. Se desempeñó entre 1999 y 2007 como responsable del área de
colección paleontológica del Museo “Carmen Funes” de Plaza Huincul (Neuquén,
Argentina). Participó como investigador en numerosos proyectos de investigación
geológica-paleontológica tanto dentro del ámbito nacional como en el exterior
(EE.UU., Canadá y China). Investigador del proyecto 04-H082**. Director Técnico de
la Dirección General de Minería de la Provincia del Neuquén.
Carla LOIS
[email protected]
Licenciada en Geografía por la Universidad Nacional de Buenos Aires y doctoranda en
la misma casa de estudios. Docente en las universidades de Buenos Aires, La Plata y
Entre Ríos. Investiga la historia de la cartografía y del pensamiento geográfico, con
apoyo institucional y financiero de diversas instituciones argentinas y extranjeras. Ha
publicado capítulos de libros y decenas de artículos sobre los temas de su especialidad.
Coordinadora del I Simposio Iberoamericano de Historia de la Cartografía (Buenos
Aires, 2006) y representante de la revista Imago Mundi. A Review of Early
Cartography en América Latina.
Gabriela NACACH
[email protected]
Licenciada en Ciencias Antropológicas con Orientación Sociocultural, con Diploma de
Honor (Universidad Nacional de Buenos Aires). Investigadora en el campo de la
Antropología Histórica o Etnohistoria. Miembro del CEP* y colaboradora externa del
proyecto 04-H082**. Doctoranda de la Universidad de Buenos Aires y becaria de la
297
Fundación Carolina en el Máster Europeo en Estudios Latinoamericanos, Universidad
Autónoma de Madrid, 2007-2008.
Pedro NAVARRO FLORIA
[email protected]
Profesor en Historia por la Universidad Católica Argentina y Doctor en Historia de
América por la Universidad Complutense de Madrid. Especializado en la Patagonia.
Investigador del CONICET. Director del proyecto de investigación 04-H082** y del
CEP*. Autor de Historia de la Patagonia (Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1999) y
coautor y compilador de Patagonia: ciencia y conquista, La mirada de la primera comunidad
científica argentina (Gral. Roca, PubliFaDeCS/CEP, 2004), además de otros libros y
artículos sobre su especialidad.
Leonardo SALGADO
[email protected]
Licenciado en Biología (Orientación Paleontología) y Doctor en Ciencias Naturales por
la Universidad Nacional de La Plata. Especialista en reptiles del Mesozoico de
Patagonia. Investigador del Conicet. Coordinador del Museo de Geología y
Paleontología de la Universidad Nacional del Comahue. Miembro del CEP* y
codirector del proyecto 04-H082**. Miembro del INIBIOMA (Instituto de
Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente).
Perla ZUSMAN
[email protected]
Profesora en Geografía por la Universidad Nacional de Buenos Aires, Magíster en
Integración de América Latina por la Universidad de San Pablo y Doctora en
Geografía por la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigadora del CONICET y
docente en la Universidad Virtual de Quilmes y en la Carrera de Geografía de la
Universidad Nacional de Córdoba. Representante latinoamericana de la Comisión la
“Aproximación Cultural en Geografía” de la Unión Geográfica Internacional. Miembro
del Comité Asesor del CEP*. Sus trabajos de investigación se desarrollan en el campo
de la historia del pensamiento geográfico, los procesos de formación territorial y las
geografías culturales. Cuenta con publicaciones nacionales e internacionales vinculadas
a dichas temáticas.
* CENTRO DE ESTUDIOS PATAGÓNICOS (CEP)
http://cepatagonicos.blogspot.com
[email protected]
** PROYECTO DE INVESTIGACIÓN 04-H082: La contribución científica a la resignificación
de la Patagonia, 1880-1916 (Universidad Nacional del Comahue), años 2004-2007.
298
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