¿Conoce usted cuales son los 7 pecado capitales?

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¿Conoce usted cuales son los 7 pecados capitales?
1. La Soberbia
Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos
que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una
ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En
general es definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es “un
apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es
decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a
las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e
instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De
la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los
subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las
siguientes faltas menores:
La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno
tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación
de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
 La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente
su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin
desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.
 El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello,
el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus
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posibilidades económicas.
 La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole
con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
 La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título,
sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
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La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o
aparentar virtudes que no se tienen.
 La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse
a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos
empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son
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rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a
sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
 La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta
infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo
Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y
considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
 La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de
la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en
cuestión.
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los
soberbios y eleva a los humildes” (Lucas. 14).
2. La Acidia (Pereza)
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y
hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su
denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos
preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de
ánimo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y
dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende
todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica
de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los
ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en
el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital.
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Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos
debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con
pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que
estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre
otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros
mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e
indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a
hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda
pecado mortal.
Son efectos de la pereza:
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La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable
defecto.
La inconsistencia en el bien, la continúa inquietud e irresolución del carácter que varía, a
menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin
ejecutar nada.
Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos
a la obra y se abandona a la inacción.
La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de
pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias
pasiones.
La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi
exclusiva del perezoso.
En el fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que
nos hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere al
“aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto
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implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni
gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello
que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me causa
“horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos constantemente casi sin
darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab hórreo” (horror al vacío).
Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los
costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se
debe.
3. La Lujuria
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae” es
decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este
pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado
contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la
bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del
otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de
la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–, entienden
por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor
tiene una importancia central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor.
Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse, “caritas”, en definitiva:
caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por
el otro, por el prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo
Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, está, de esta forma, desligado
en su origen de cualquier tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una
consecuencia, un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la
modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor ejemplo de lo
anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos
cristianos. El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí
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misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto una
cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto
mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte así en un objeto, que olvida o suspende su propia
dignidad. Por otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad
preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da
también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor de Dios. La lujuria,
en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se
convierte en una acción bacía, sin sentido, que de alguna manera modifica al hombre y lo aleja del Ser
de Dios.
4. La Avaricia
La teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es
desordenado, continua, “porque lícito es amar y desear las riquezas con fin honesto en el orden de la
justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con la
gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o
su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se
posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin
hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los
bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se vive para otra
cosa que para adquirirla.”
“La avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo
las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a Dios o
a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”
En la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por un lado, el avaro
pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso
la obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en
justicia, la caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la
caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para tener más que retener.
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Por otro lado, el privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos bienes en
perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para
satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la
tacañería, la usura, etc.
5. La Gula
Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este pecado. La
definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los
alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para
que el hombre cumpliese más fácilmente con el deber de su propia conservación. Prohibido es,
empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta manera, la
religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere: comer antes de tiempo o cuando se debe
abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la Iglesia; laute: cuando se comen
manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebe o se come en
perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando se cómo con extrema voracidad o avidez a
manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:
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Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
 Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
 Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos
alimentos.
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Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
 Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a sí mismo y a los que lo rodean.
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Además de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que no debemos dejar de
considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más profundo y significativo. El que cae en
las tentaciones de la gula, no sólo quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el
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universo. Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En este sentido la
gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de ponerse por sobre lo otro, reducirlo,
objetivarlo y hacerlo suyo. De esta manera el “glotón” se transforma en el único centro de referencia,
en conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al
prójimo en particular a sí mismo es la más radical negación del otro.
6. La Ira
“Appetitus inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –
continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por
consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea desordenado, es decir,
contrario a la razón. Si no entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto último se
desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación
y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es desordenado o
contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo
merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin
proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay
también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja
dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en
pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el
clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”.
De la definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que trasgrede
los límites de la legitima restitución de un bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la
fuerza, si es desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no
corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nidificación del otro. En el leguaje,
mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad
del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral.
Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro
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sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso
de la “guerra legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano
de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto,
el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda
moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la
inexistencia del prójimo.
7. La Envidia
La envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno,
en cuanto esté bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono
alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si la
envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se
siente frente al bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando:
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Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por quien no los
merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.
 Sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista de que
nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de
ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los
demás.
 Otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho de que
nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades
perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.
La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes
materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y
al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de
ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente
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quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que
posee. La mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprende de esta
tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.
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