¿Es Güemes un prócer olvidado?

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La Guerra Gaucha en Leopoldo Lugones
¿Es Güemes un prócer olvidado?
Por Gregorio A. Caro Figueroa (*)
“Güemes
no
está
aún
reconocido.
Fue
y
sigue
ignorado
o
empequeñecido por la historia oficial y por los porteños”. Esta queja
reapareció en 1999 en boca de historiadores locales, con motivo de la
publicación de la “Nueva Historia Argentina”, de la Academia Nacional
de la Historia.
Para quienes lo aseguran, el desconocimiento del general Martín Miguel
de Güemes no se explicaría por un olvido sino por el complot deliberado
de un grupo de historiadores que, en 1857, decidió quiénes debían ser
incluidos en la historia escrita y quienes los excluidos.
El descontento se trasladó a medios de comunicación, instituciones y
personas que realimentaron su circulación. Nos preguntamos si esta
afirmación está respaldada en hechos históricos o si, por el contrario,
está dictada por la emotividad de un orgullo local herido, que atizando
antiguos antagonismos, impide que esas mismas heridas cicatricen.
También nos preguntamos si se trata de una típica demanda
insatisfecha que suele acompañar a un culto patriótico. Este tipo de
reclamo no es sólo un episodio local toda vez que, como señala Tony
Judt, “vivimos en una era de conmemoración” cuyo contenido,
intensidad y sentido genera más desacuerdos que acuerdos, más
confrontaciones que consensos. Refundidas en una, memoria e historia
corren el riesgo de convertirse en botín de gobiernos y de ideologías,
dando lugar a escaramuzas o batallas puestas al servicio del uso
espurio de la historia.
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“Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso”, añade
Judt. El abuso de la memoria sirve de plataforma a los abusos
conmemorativos, y ambos terminan erosionando el conocimiento y el
rigor históricos. Si, en materia de reconocimientos históricos, nada
resulta suficiente, se está ante el riesgo de impugnar la historia crítica y
rigurosa
desplazándola
por
la
hagiografía,
reemplazando
la
conmemoración por la sacralización.
En 1971, en las Jornadas de Estudios sobre Güemes realizadas en
Salta, Ramón Leoni Pinto, dijo: “valoro la titánica lucha de Güemes pero
me niego a calificarlo un semidios”. Es que, como dijo Todorov cuarenta
años después, “Sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril”.
Héroe Nacional, billete y feriado
En 2006 se sancionó la Ley nacional Nº 26.125 que declaró a “Güemes
Héroe Nacional”. La medida resultó insuficiente para satisfacer tal
demanda pues, de inmediato, se pidió incluir la fecha de su muerte
como feriado nacional. En estos días el Senado de la Nación tratará un
proyecto que propone declarar feriado nacional obligatorio los días 17
de junio.
En 2006, 42 años después, se sancionó la ley 26.125 de “Güemes Héroe
Nacional”. A comienzos de este año, en la Legislatura de Salta se
presentó un proyecto para imponer la obligación de colocar retratos de
Güemes en todas las oficinas de organismos del Estado provincial. En
diciembre de 2015 se pidió al gobierno nacional, recién asumido, incluir
la imagen de Güemes en un futuro billete de 500 pesos.
La iniciativa de honrar a Güemes con un Día Nacional no es nueva ni
única. En 1964, hace 62 años, el diputado nacional por Salta, doctor J.
Armando Caro, presentó un proyecto para declarar el 17 de junio “Día
Nacional del General Güemes”. Con buen criterio, el proyecto de Caro
no incluyó un feriado nacional obligatorio, para “no incidir en posibles
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deterioros a la economía nacional, teniendo en cuenta su proximidad
con el día de la Bandera, el 20 de junio”.
En sus fundamentos, Caro recordó “que la historia, como dogma de
enseñanza y libro de verdad, es una resurrección. En ese sentido, el
espíritu del presente proyecto es el de reparar un olvido y dar la
oportunidad para que nuestra generación salde una deuda de gratitud
nacional para quien, como el que más, amó a la Patria, vivió para la
Patria y murió por la Patria”. La memoria de Güemes, añadió, “es
patrimonio del acervo histórico argentino”.
Teniendo en cuenta de estos antecedentes planteamos tres preguntas.
Primera: si corresponde a una ley dictaminar sobre un tema histórico,
pues con esto se abre el camino no solo a la consagración sino también
a una “penalización retrospectiva”. Segunda: si la afirmación del no
reconocimiento nacional a Güemes se apoya en datos fehacientes.
Tercera: si casos como este no son una señal de deslizamiento y hasta
de sustitución de la historia por una memoria selectiva, manipulada
con fines políticos e ideológicos y elaborada en función del culto.
Olvido y sacralizacíón
¿No resulta excesivo afirmar que Güemes fue olvidado? ¿No es
arbitrario equiparar cuestionamiento actuación con olvido? La primera
comparación de Güemes con Artigas la hizo hacia 1834 el salteño
Dámaso de Uriburu en sus “Memorias”, publicadas cien años después.
Uriburu adjudicó a Güemes una “conducta tortuosa”, reconociendo sus
aportes y los merecidos laureles por sus memorables campañas. ¿No es
parcial afirmar que únicamente los porteños padecieron esa amnesia y
que, algunos historiadores, lo hicieron con la deliberada intención de
marginarlo de la “Galería de celebridades argentinas”?
Manuel Puch, su cuñado, escribió en Lima en 1847: “Pero él murió, y el
ala cana del tiempo cubrió su tumba fría y solitaria. Como ha cubierto
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la de tantos héroes...”. En 1857 el gobernador Dionisio Puch, su
hermano, designó a una calle de la ciudad de Salta como “La Estrella”,
en homenaje a Güemes. En 1858, Juana Manuela Gorriti publicó en
Lima su evocación de Güemes.
En 1864 Manuel Solá Tineo, gobernador de Salta encabezó la Liga del
Norte contra Rosas, publicó una “semblanza moral” de Güemes. Solá
admitió
que
Güemes
“cometió
errores,
faltas,
excesos
y
aún
equivocaciones…”, sobre todo por actitudes durante los últimos años de
su gobierno (1815-1821), en los que comenzó a perder prestigio.
Al final de su texto, Solá Tineo reconoció que Güemes “tuvo un corazón
noble, humanitario, sensible a la efusión de sangre y enemigo de la
pena capital” y que no siguió la “tendencia a la anarquía y a revelarse
contra el gobierno central”. Fue “argentino y patriota en grado sumo”,
concluyó.
Este cuestionamiento no tiene en cuenta que la escritura de la historia
y la construcción del culto a nuestros hombres públicos se inició, a
partir de 1862, por hombres de la Generación del 37, cuando tenían
cincuenta años. Esa circunstancia influyó en la primera visión sesgada
que se tenía, no sólo de Güemes, sino de la historia argentina cuyo
escenario y actores se reducían a Buenos Aires y el Litoral.
Es cierto que en “Facundo” (1845) Sarmiento suscribió la versión
negativa, disolvente y localista de Güemes. Ibarra, López, Bustos, Aráoz
y Güemes se parecían demasiado, pues su propósito era “destruir todo
el derecho para hacer valer el suyo propio”. Pero no es menos cierto que
en 1858, corrigió: “Güemes, caudillo patriota fue reconocido por Buenos
Aires y tuvo siempre la amistad con Belgrano. ¿Cómo juntar a Güemes
con Artigas y Ramírez?”.
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En 1881 Vicente Fidel López publicó “La Revolución Argentina” donde
destacó las hazañas de Güemes. Después de reconocer la importancia
de su aporte, López señaló que concentró en su persona “todo el poder
público”. En opinión de López, ejerció un “tutelaje irresponsable
(aunque benigno)”, sobre “todos los intereses públicos y privados.
En 1883 en sus “Apuntes históricos acerca de la vida militar del
General Güemes”, de Zacarías Yanzi, veterano de la Guerra de la
Independencia, escribió: “Güemes, no tienes todavía cavada la fosa que
te corresponde; el peso de la posteridad gravita mucho sobre tu polvo;
para la mayor parte de los héroes de tu tiempo y de tu talla, la patria ha
tenido mármoles, mientras sobre la tierra que te cubre, apenas crecen
algunas malignas yerbecillas”.
Primer homenaje en 1885
Recién el 17 de junio de 1885, gobierno y vecinos de Salta rindieran el
primer gran y formal homenaje a Güemes, en una velada lírico literaria
en el recién inaugurado Teatro Victoria, con un lleno “de bote a bote”. El
acto fue organizado por un personaje que no era salteño: el historiador
Ángel Justiniano Carranza, que llegó a Salta con el general Victorica en
la campaña al Chaco.
Carranza llamó a Güemes “uno de los padres de nuestra nacionalidad”,
que trascendía límites locales y regionales. Fue uno de los “fundadores
de la independencia”. Dejó una herencia que había que rescatar de “los
abismos del olvido”. Los salteños asistían “a una resurrección histórica
de Güemes”, después que “rencores ciegos” arrojaran “nieblas” sobre su
obra. Propuso erigirle un monumento.
Entre 1864 y 1882 se desarrolló la polémica entre Mitre, Vélez Sársfield,
Vicente Fidel López y Alberdi sobre Güemes. En esos años se publicaron
los primeros libros de historia nacional, destinados a escolares. “Glorias
argentinas” (1884) de Mariano Pelliza comienza con un extenso relato de
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la Batalla de Salta. En 1898, el “Curso de historia nacional” de Alfredo
B. Grosso, incluye un texto de López que elogia a Güemes.
En 1898, Rafael Fragueiro en “El alma argentina” relató la muerte de
Güemes. En 1910 Rómulo D. Carbia publicó un manual la enseñanza
primaria”, donde dice: “Los gauchos de Güemes fueron los componentes
de un ejército popular, mal armado, pero valiente y aguerrido, que evitó,
con sus continuadas correrías, el avance de los españoles por el confín
norte del país”.
A
partir de 1880 los libros de lectura, colocaron a Güemes junto a
Moreno, Belgrano, San Martín, Rivadavia y Sarmiento. La primera
medalla de homenaje a Güemes la acuñó en 1894 la Junta de Historia y
Numismática, hoy Academia Nacional de la Historia. Mitre, su
presidente, fue quien propuso ese homenaje.
¿Se deben ignorar matices y cambios de opinión en críticos de Güemes?
Refiriéndose a la acción de Güemes, Mitre reconoció que fue “la más
extraordinaria guerra defensiva-ofensiva”. Fue, “la más completa”, “la
más original” y “la más hermosa de cuantas en su género puede
presentar la historia del Nuevo Mundo”. Salta y Güemes se hicieron
acreedores “a la corona cívica y a la gratitud de los ciudadanos”. Antes
de morir, Mitre pidió la asistencia del doctor Luis Güemes Castro, nieto
del general.
El monumento se proyectó en 1910
La Comisión Nacional del Centenario dispuso “erigir en la ciudad de
Salta una estatua ecuestre”. En 1920 se constituyó la Comisión
Nacional de Homenaje, presidida por Hipólito Irigoyen. El 17 de junio de
1921, el gobernador Joaquín Castellanos, colocó la piedra fundamental
del monumento, obra del porteño Víctor Garino. El tucumano Alberto
Padilla sugirió el sitio de su emplazamiento.
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Este interés por Güemes está en el trabajo de Miguel Solá en un
volumen de la Academia Nacional de la Historia. Las obras más
importantes de Atilio Cornejo sobre Güemes fueron publicadas por esa
Academia. En los años ’40 lo hicieron otros académicos Ricardo Levene,
Julio César Gancedo, Emilio Loza, Julio César Raffo de la Reta y Jacinto
Yaben. Las doctoras Luisa Miller Astrada y Sara Mata de López,
miembros por Salta de la Academia Nacional de la Historia, publicaron
trabajos sobre Güemes.
En 1940, Enrique de Gandía, destacó que Güemes y los gauchos
lucharon sin ninguna ayuda, con una miseria impresionante. De
Gandía es autor de un excelente estudio sobre las ideas de Güemes.
Carlos Segretti, aportó un trabajo fundamental para comprender su
política. Hasta 1971 se habían publicado 264 obras sobre Güemes: 169
escritas por autores no salteños, y 95 por salteños o vinculados a Salta.
La mayoría se editaron en Buenos Aires.
Lugones: Guerra Gaucha y Güemes
Nos detendremos en Lugones por considerar que la mayor parte de los
historiadores de Salta no menciona su aporte literario e histórico en “La
Guerra Gaucha”. El joven Lugones estuvo por primera vez en Salta
1894, integrando la Peregrinación Patriótica Universitaria. En ese viaje
comenzó trabajar en ese libro, que apareció en 1905. Ocho años
después, Lugones leyó sus seis trabajos sobre el “Martín Fierro”, los que
recogió en su libro “El payador”, publicado en 1916. “La Guerra
Gaucha” apareció once años antes que sus ensayos sobre el “Martín
Fierro”.
Siete años después, en 1912, se estrenó en Buenos Aires el filme
“Güemes y sus gauchos”, de Mario Gallo quien, tres años antes, había
presentado su película “El fusilamiento de Dorrego”, considerada la
primer película argentina. En 1942, 30 años después de “Güemes y sus
gauchos” de Gallo, se estrenó en Buenos Aires “La Guerra Gaucha”
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dirigida por Lucas Demare, con guion de Homero Manzi y Ulises Petit de
Murat, adaptación de algunos episodios de “La Guerra Gaucha” de
Leopoldo Lugones.
“Sensible es, que la valerosa provincia de
Salta no haya tenido un
historiador digno de sus hechos y de su gloria…Es de esperar que en la
calma de las pasiones, levante alguno la voz para que no queden en el
olvido hechos ilustres de nuestra historia”, escribió el general José
María Paz en sus “Memorias” póstumas publicadas en 1855.
Que el general Paz haya escrito las primeras y extensas referencias a
Güemes, no solo no le otorgó méritos para ser reconocido por ello, sino
que
provocó
un
fuerte
rechazo
en
historiadores
locales
que
consideraron agraviantes sus alusiones críticas a Güemes y falsos los
cargos contra él. Esta lectura sesgada dejó de lado o consideró
irrelevantes las opiniones elogiosas que Paz tenía sobre Güemes.
Paz, cuyo libro leyó Lugones, sintió que era “preciso decirlo”: reconocer
el “patriotismo sincero” de Güemes y la importancia de su aporte a la
independencia.
Güemes
fue
“un
patriota
decidido
por
la
independencia”, y lo fue “en alto grado”. “Él despreció las seductoras
ofertas de los generales realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo
la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de América
entera”.
Protagonista, testigo y víctima de las guerras civiles que se desataron
después de la muerte de Güemes, conocedor de las secuelas de esa
guerra, Paz valoró en Salta y en Güemes el compromiso y fidelidad con
la construcción de la unidad del país. Aludiendo a las fuerzas que
tendían a la dispersión, Paz señaló: “Debo exceptuar a la heroica
provincia de Salta…, y ella sola porque nuestro ejército se había
retirado, sostuvo la campaña con tanto valor como gloria”.
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En 1847, ocho años antes de la edición de esos recuerdos de Paz,
Dionisio Puch publicó en Lima una breve semblanza biográfica de
Güemes. Dos años después del libro de Paz, Güemes y su actuación
fueron abordados por Mitre y López. Aquel historiador de Salta, que Paz
echó en falta, apareció recién en 1902 con Bernardo Frías, cuando
publicó el primer tomo de su “Historia de Güemes”.
Entre la historia y la literatura
Si en 1902, fue Frías el primer historiador salteño que levantó la voz
que esperaba el general Paz, en 1905 fue Leopoldo Lugones el primer
literato que respondió a ese llamado póstumo, con su libro “La Guerra
Gaucha”. En 1911, Juan Mas y Pi lamentó la escasa comprensión de
esta obra de Lugones a la que consideró como el comienzo de “una
nueva literatura nacional”. Con “La Guerra Gaucha”, mirando hacia los
confines de la patria, Lugones incorporó el paisaje y la historia del
Noroeste al mapa de la Argentina en vísperas de su Centenario, afirmó
Luis Emilio Soto.
Treinta años después, la misma queja de Mas y Pi está en boca de
Eduardo Mallea. “Poca gente ha sido sensible al cintarazo argentino de
‘La Guerra Gaucha’, su narración épica en la cual hay tanta fuerza que
el libro aparece a la vez clásico, como Homero, y nuevo como los más
modernos, como Ivanov o como Leonov. ¿A quién le importa en la actual
argentina la pregunta que indague nuestra índole radical?”
Contra lo que se pueda suponer, en Salta esta obra de Lugones
despertó poco interés, mereció escaso reconocimiento y no se apreció su
valor literario e histórico. Este desinterés quizás se explique porque
Lugones reprodujo algunas observaciones de Paz sobre Güemes,
consideradas falsas y lesivas. Este orgullo local herido no permitió
reconocer que, con “La Guerra Gaucha”, Lugones había construido el
primer, más estilizado y más perdurable monumento a Güemes, no ya
al acotado pie de uno de los cerros que escolta la ciudad de Salta, sino
nacional.
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Tampoco fue registrada como uno de los mayores reconocimientos al
aporte de Salta en la Guerra de la Independencia, a Güemes y al
heroísmo anónimo de sus gauchos. Esto es así, porque la guerra
gaucha fue “anónima como todas las resistencias nacionales”, anotó
Lugones. Es la gente sin historia la protagonista de veintiuno de
veintidós episodios del libro.
La afirmación que, más allá de Salta, hubo olvido y desinterés por la
figura de Güemes y la Guerra Gaucha no tuvo en cuenta que Lugones,
el más importante escritor argentino y cuya obra, dice Borges, “es una
de las mayores aventuras del idioma español”, consagró uno de sus
primeros libros a la Guerra Gaucha, cuya primera edición apareció en
1905, once años antes de “El payador”. Añade Borges que el
barroquismo de Lugones “llega a sus últimas consecuencias” en “La
Guerra Gaucha”.
“Cada cuadro de ‘La Guerra Gaucha’ irradia un destello distinto de las
duras refriegas sufridas por contingentes improvisados de tropas
harapientas, falta de vituallas y hasta de municiones”, apuntó Soto.
Lugones decanta, pule y ciñe su prosa. Selecciona y pondera
información; delimita el espacio geográfico y escoge un periodo. Lugones
define tema,
escenario y espacio temporal: "la lucha sostenida por
montoneras y republiquetas, contra los ejércitos españoles que
operaron en el Alto Perú y en Salta desde 1814 a 1818".
Los hombres sin historia
En pasajes extensos y ardientes, Lugones subraya la “predilección” de
Güemes “para esos desheredados y míseros”, en contra de los
principales de “la gente decente”, de los señores que “soñaban
constituciones sin haber fundado aún el país”. Añade: “…Y las
alcurnias ilustres protestaban contra la voluntad de esa plebe”.
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“Con su menospreciado gauchaje había perseverado él solo, mientras
muchos de esos decentes se obcecaban en la vieja abyección,
transigiendo por odio cuyo con la reventa de la patria. Ni les satisfacía
otro régimen que el de su dominio, ni se abnegaban a condición de
garantías y prebendas”, escribe Lugones hacia el final de “La Guerra
Gaucha”.
“Mostrar tipos bien marcados como el niño héroe, la curandera, el
capitán valiente y enamorado, el sacristán patriota descendiente de
indios, indica una voluntad de dar cuenta de la singularidad de un
pueblo”, explica Susana B. Cella.
En “Relato”, el primer episodio, Lugones dibuja el perfil de esos
“patriotas campesinos”, gauchos milicianos: “Aquellos hombres se
rebelaban despertados por el antagonismo entre su condición servil y el
individualismo que los conducía a la soledad, el caso de bastarse a
todo, que ésta implicaba y el trabajo reducido a empresas ecuestres. El
silencio de los campos se les apegaba, y así sus diálogos no excedían de
dos frases: pregunta y respuesta”.
¿Qué era la patria para aquellos patriotas campesinos? Quizás el lugar
donde vivían, el suelo que pisaban, el lugar aunque no poseían. Quizás
un horizonte borroso y distante. “¿Qué sabe usted de la patria?”,
pregunta un oficial realista a un gaucho herido y prisionero que, con
último aliento, grita “¡Viva la patria!”. “El herido miró en silencio. Tendió
el brazo hacia el horizonte, y bajo su dedo quedaron las montañas –los
campos- los ríos- el país que la montonera atrincheraba con sus pechos
–el mar tal vez- un trozo de noche---El dedo se levantó en seguida,
apuntó a las alturas, permaneció así, recto, bajo una estrella”, se lee al
final de “Al rastro”.
A Güemes reserva el último episodio, y no por eso deja de ser central.
“Observado a través del largavistas del español, Güemes se transforma
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en vivo símbolo de la nacionalidad naciente identificándoselo con el sol
de Mayo”, anotó Cella. La mirada de Lugones, como la de ese “anteojo
realista”, se detiene ante el perfil de Güemes, “numen simbólico”, el que
inauguró la libertad los Andes del Norte, igual que San Martín la
inauguró “en los del occidente”. Allí concluye el libro, y la vida de
Güemes dentro de él.
Peregrinar al pasado
La importancia del esfuerzo de Lugones y el valor del conjunto de sus
episodios de fondo histórico no se correspondió con la escasa atención y
reconocimiento. Fue en Salta, por la intensa vivencia de su viaje en
1894, donde Lugones encontró la fuente de inspiración, la fuerza del
paisaje, el conocimiento del hombre de Salta y “el sedimento histórico”
de “La Guerra Gaucha”.
En su visita a Salta, Lugones “se siente impresionado, subyugado, y
forja allí el proyecto de trasladar a relatos todo cuanto escucha”. En
Salta, “se impregna de recuerdos, imágenes, emociones, todas ellas
relacionadas con el pretérito de la ciudad norteña, donde aún viven
figuras que compartieron hazañas con los héroes legendarios de la
independencia, en las horas bizarras del enfrentamiento con los
‘godos’”, añade Bischoff.
La obra de Lugones excede lo literario, y lo literario está apoyado en una
rigurosa investigación
histórica y en un conocimiento cuidadoso del
paisaje, del hombre y de la idiosincrasia local. Lugones escribió esta
obra, como todas las suyas, “como riguroso cumplimiento de un deber”;
“tuvo la vanidad de trabajar detenidamente su obra, línea por línea”,
dice Borges. En esta obra, “recupera el escenario para una tarea
heroica” y “recupera el hombre argentino como sujeto de hazañas y no
como objeto de la degradación general”, señala Torres Roggero.
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Lugones dijo que “La Guerra Gaucha”: “no es una historia, aunque sean
históricos su concepto y su fondo”. Añadió: “el libro carece de fechas,
nombres y determinaciones geográficas”, lo que explica en el hecho que
la historia de la Guerra de la Independencia está narrada en detalle en
nuestros libros de historia”. De lo que prescinde Lugones es de ciertos
detalles cronológicos, no del marco general delimitado por las
invasiones realistas durante los años 1814 a 1818.
Carece de una localización geográfica que se espera encontrar en un
texto de historia, pero no en una obra literaria que se detiene en la
descripción fiel y lujosa de detalles: paisajes, matices, accidentes
geográficos,
iluminación,
colores,
sonidos,
olores,
horas,
clima,
silencios. El escenario abarca la región del centro sur andino, más
próxima al Virreinato del Perú que al de Buenos Aires. En “La Guerra
Gaucha” prevalecen las descripciones, las imágenes, sobre la acción.
Lugones en Salta
Leopoldo Lugones llegó por primera vez a Salta el 11 de julio de 1894,
pocos días después de haber cumplido veinte años. Profesa entonces
ideas socialistas. Seis meses antes había concluido su breve paso como
colaborador de “El Pensamiento Libre”, definido como “periódico
literario liberal”. Es el momento en que el Lugones, periodista de
diecinueve años, “está derrotado, pero el escritor va creciendo”, dice
Arturo Capdevila.
Después de aquella experiencia, el Lugones escritor reaparece en las
páginas del diario “La Libertad”. Allí firmó artículos con el seudónimo
“Gil Paz”, dedicando a Joaquín Castellanos una de sus primeras
semblanzas de escritores de esa época. “Gil Paz” es la firma que
Lugones estampa al pie de la media docena de notas que escribirá sobre
su viaje a Salta, publicadas en “La Libertad” con el título “Recuerdos de
viaje”. Esos textos, opina Capdevila, inauguran la prosa magistral de
Lugones.
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Lugones viajó como “agregado” con un grupo de estudiantes reunidos
en la Unión Universitaria de Córdoba, promotores de esa Peregrinación
Patriótica Universitaria a Tucumán y Salta. Estudiantes universitarios
porteños,
tucumanos,
jujeños
y
uruguayos
se
sumaron
a
esa
Peregrinación Patriótica, entre ellos Luis Alberto de Herrera, quien
regresó a Salta en junio de 1921 para rendir homenaje a Güemes en el
centenario de su muerte.
Aunque
no
era
universitario
y
cursaba
estudios
previos,
los
organizadores aceptaron la participación de Lugones pues reconocían
en él un brillante orador cuya capacidad daría jerarquía a los
homenajes a Belgrano, a la bandera, y “a la glorificación de Güemes”.
Los peregrinos iniciaron su viaje a Salta en tren la noche del 9 de julio.
El tren era una novedad en Salta: la primera locomotora había llegado
hasta su plaza principal cuatro años antes de esa visita.
Según Capdevila aquel viaje de Lugones a Salta tuvo “una importancia
inmensa en su alma”. Fue “un acontecimiento fundamental en su vida:
su primera salida por el mundo, y a título de ser quien es”. Del Corro
dice que la impresión que dejó en Lugones ese viaje “fue muy intensa”.
De modo particular, quedó marcado por “el sentimiento patrio y el
heroísmo salteño”, que reforzaron su interés por la Guerra Gaucha.
La ciudad de Salta era una pequeña aldea de poco menos de catorce mil
habitantes, de los cuales cinco mil eran niños menores de 14 años y
nueve mil adultos. Ese conglomerado habitaba en 1870 viviendas de
desigual calidad, distribuidas holgadamente en 280 manzanas que
giraban en torno a la plaza principal. En la capital salteña Lugones ve
una Córdoba de “otro modo”. En Salta se siente la patria. En el aire de
la ciudad percibe “cierta paz silenciosa de claustro”.
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Al rebelde y ateo joven Lugones le interesaban más el paisaje y los seres
humanos que las tres iglesias y los cinco conventos de la aldea que
visitaba por primera vez. Lugones venía de aquella Córdoba católica de
finales del siglo XIX donde "los sacerdotes decían que Lugones era un
ácrata", anota Alfredo Canedo. Colgar el sambenito de anarquista era
entonces una forma simple de encasillar a un joven provocador y
librepensador. Y Lugones lo era.
Al marchar con ese grupo a Salta, Lugones se internaba en el pasado
argentino y en la historia de su familia. Iba tras los pasos del coronel
Lorenzo Lugones, su tío abuelo, y “primer secretario de guerra en el
primer ejército de la Patria”, al que se incorporó cuando tenía 14 años.
La trama de una historia
Cuando Lugones llegó a Salta ya tenía proyectado e incluso había
comenzado a borronear en Córdoba el texto de “La Guerra Gaucha”,
dice Romero Sosa. El autor de “Lunario sentimental” no vino con las
manos vacías, y se marchó habiendo nutrido sus apuntes con datos y
observaciones. Lugones pudo tener entonces un esquema de trabajo, el
que incluía recopilar datos y tradiciones locales sobre Güemes,
bosquejar diversos tipos humanos salteños, apuntes sobre la ciudad, el
paisaje de sus alrededores, modo de hablar, tonada, comidas, rústicas
vestimentas, oficios y trabajos.
Se reconoce en Lugones laboriosidad, prolijidad y cuidado en la
investigación, sólida base de esa obra literaria. Urdiembre trabajosa
pero casi invisible en “La Guerra Gaucha”, libro “que carece de fechas,
nombres y determinaciones geográficas”, como advierte Lugones en
“Dos palabras”, pórtico de esa obra. De esa cantera histórico
documental Lugones extrae el mejor material, lo cincela y “lo
transforma en imágenes”.
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El hijo de Lugones conservó cuadernos con los escritos originales de “La
Guerra Gaucha”, en los que el autor anotaba fuentes documentales,
testimonios y datos que fueron el soporte de cada uno de los relatos de
ese libro a cuya elaboración Lugones dedicó más de once años, a los
que hay que añadir las correcciones y las revisiones que Lugones hizo a
la primera edición.
Señala Miguel Lermon que “La Guerra Gaucha” “fue ideada por un
muchacho de 20 años, empezada por un joven de 24, no cumplidos, y
terminada por un hombre de 31 años; cronología de los años cruciales,
como para no olvidarla”. “La Guerra Gaucha” es un libro de matices, de
contrastes.
Cuando el tema, de “cepa nativa”, sugiere un abordaje tradicionalista y
ofrece un racimo de lugares comunes, Lugones apela al modernismo.
Cuando el tema hace presumir “una recaída en la literatura vernácula”,
Lugones
lo
aprovecha
“para
emprender
el
ataque
formal
del
modernismo”. Elude las trampas del color local, se apoya en la historia
la eleva, estiliza y universaliza en poética prosa épica. Rescata en la
gesta colectiva el individualismo y la parquedad del gaucho. Humaniza
el paisaje, viendo con dureza, y sutileza, el apego del hombre al paisaje.
El vocabulario de Lugones en “La Guerra Gaucha” es, a la vez, un
despliegue lujoso, exuberante, pero también es un obstáculo a su
lectura.
Borges
habla
de
“páginas
ampulosas”.
Para
Leonardo
Castellani, “La Guerra Gaucha” “es amanerada en el lenguaje, aunque
también un riquísimo alarde de lexicografía. Guillermo Ara dice que
Lugones
mecha
arcaísmos
y
neologismos;
tiene
un
“lenguaje
enmarañado de cultismos”, y “es un alarde del conocimiento profundo
del idioma”. Alba Omil opina que Lugones “apabulla con su arsenal de
palabras”.
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Leopoldo Lugones, hijo, en su libro “Mi padre” (1949) señala que el
autor de “La Guerra Gaucha”, “en vez de emplear el lenguaje directo de
los gauchos, tarea fácil, pues no es sino de imitación, optó por emplear
un purísimo castellano, a pesar de tratarse de gasta tan auténticamente
argentina, con actores cuya habla era mezcla de viejo español de
Castilla, con presencia andaluza y modismos directamente criollos”.
En ediciones posteriores de esa obra, el hijo de Lugones añadió 1236
notas, importante e imprescindible glosario para una mejor lectura del
libro. Esas notas se abren con el término “guardamonte” y se cierra con
la explicación del contenido histórico del 7 de junio de 1821, fecha que
Güemes es herido mortalmente.
Influencias y recuerdos familiares
En Lugones se solaparon y coincidieron la influencia de recuerdos
familiares de las guerras de la Independencia con la lectura de “La
légende de l'Aigle”, relatos épicos en veinte cuentos, del escritor francés
Georges d'Esparbés publicado en 1893 y considerado como "uno de los
volúmenes más estimables entre la docena que componen “L 'épopée
francaise”, donde se narran las hazañas guerreras desde la época de
Henri IV".
Según Lermon, en 1896 Lugones conoció a fondo y tradujo parte de la
obra de este autor francés. De los veinte cuentos, “La leyenda del
águila” y “Le cri de l’abisme” de d’Esparbés”, fueron que tuvieron
influencia más en “La Guerra Gaucha”. Sin olvidar la de Pérez Galdón
en los “Episodios nacionales”, término que emplea Lugones para definir
el contenido de su libro que, como el de Pérez Galdós, esto consagrada a
la Guerra Gaucha que “fue en verdad anónima como todas las
resistencias nacionales”.
Joaquín V. González
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En 1888, se publicó en Buenos Aires “La tradición nacional”, segundo
libro de Joaquín V. González el que señala a la tradición como
fundamento de la nación. En esa obra, González definió los principales
hitos de la historia del país, a partir de la cuales se construirá "la
estrofa colosal que debe inmortalizar sus héroes".
Entre esos hitos destacan el aporte del Noroeste en la Guerra de la
Independencia, la vida de San Martín Belgrano y Güemes y el gaucho
“hijo genuino de la tradición”, “hijo de la tierra” y “fruto lozano de la
amalgama del indígena y del europeo”. En 1817 un oficio dirigido a
Güemes por uno de sus comandantes, publicado en la “Gazeta de
Buenos Aires”, destacó: “El entusiasmo de los Gauchos es superior a
todos los elementos que emplea al arte de la guerra para conseguir
victorias”.
En referencia a ese oficio, en uno de sus apuntes para “La Guerra
Gaucha”, Lugones anotó: El título de Gaucho mandaba antes de ahora
a una idea poco ventajosa del sujeto a quien se aplicaba, y los honrados
labradores y hacendados de Salta han conseguido hacerlo ilustre y
glorioso por tantas proezas que les hacen digno de un reconocimiento
eterno”.
El
general
Paz
señala:
“…Los
valientes
salteños,
y
principalmente los gauchos (nombre que se hizo honroso entonces)
acaudillados por Güemes…”.
Luego de los triunfos de Belgrano en Tucumán y en Salta, otro héroe
“aparece en la escena con todos los encantos de las leyendas
medievales, y que ha nacido del fondo de la masa como un fruto
espontáneo de los bosques”.
Ese personaje es Güemes en quien ve “el tipo perfecto de la leyenda que
brilla con luz propia de su cielo, alienta con las palpitaciones de la savia
nativa, y recuerda esos héroes de Bretaña, de Escocia, de Asturias, que
resisten las inundaciones romanas, normandas y musulmanas de los
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primeros siglos”. “En esta presentación no queda atado a un
pintoresquismo local sino que permanentemente parangona lo local con
lo universal”, señala Emilia Solari.
Güemes, añade Joaquín V. González, “es el modelo de su raza, y lleva
en su organización todos los elementos físicos y morales que la
constituyen, todos los arranques que la impulsan, toda la fiebre que la
conmueve, toda la fantasía que la exalta. Sus correrías vertiginosas al
frente de sus gauchos montados como él sobre el caballo, transformado
también con la influencia de la tierra, son algo que se aparta de la
gravedad de la historia para pertenecer a las esferas luminosas de la
epopeya y la leyenda, porque solo en ellas se encuentran los tintes
variados, los toques irisados, los cambiantes caprichos para describirlas
y relatarlas, y por sí mismas son más propias de la imaginación que de
la inteligencia”
Es posible que Lugones haya leído el texto de Joaquín V. González y que
haya encontrado en esas páginas una incitación más para explorar esa
historia, el escenario de esa historia y sus protagonistas reconocidos y
el vasto conglomerado de anónimos heroicos.
Ricardo Rojas
A comienzos del siglo XX, Ricardo Rojas exploró la formación de lo que
él llama “la argentinidad”, rescatando aquellos hilos dejado por
González. Rojas no redujo la mirada a lo militar y, dentro de esa esfera,
a los héroes.
Tampoco la fija en el factor político o económico. Para Rojas el centro es
el factor humano. El escenario no es el local, acotado a lo porteño o lo
provinciano. El ámbito abarca los virreinatos del Perú del Río de la
Plata, y el núcleo es la Intendencia de Salta del Tucumán, porque es “el
más antiguo de nuestra nacionalidad” y el que Rojas conoce mejor por
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sus raíces familiares, por vivencia y por el manejo de sus fuentes
documentales.
En Salta, Lugones “Se impregna de recuerdos, imágenes, emociones,
todas ellas relacionadas con el pretérito de la ciudad norteña, donde
aún viven figuras que compartieron hazañas con los héroes legendarios
de la independencia, en las horas bizarras del enfrentamiento con los
godos. (…) Toma apuntes históricos a los que su imaginación va
rápidamente cubriendo de colorido. El proceso creativo con relación a lo
que fue el basamento anímico y documental de su futuro libro ‘La
Guerra Gaucha’, publicado en 1905, no admite dudas”, refiere Efraín
Bischoff.
Uno de esos guerreros de la independencia que aún vivía en Salta era el
coronel José María Todd, que falleció a los 85 años en los días que los
universitarios peregrinos estaban en Salta.
Enterado de su muerte,
Lugones fue a la casa de Todd a dar el pésame a su viuda.
Belgrano y Güemes
El 12 de julio, al día siguiente de llegar a Salta la Peregrinación, la
ciudad "se engalana para realizar la Procesión Cívica que, desde el atrio
de la Catedral, partió hacia el denominado Campo de la Cruz, escenario
en febrero de 1813 de la Batalla de Salta". Fue presidida por el
gobernador interino y presidente de la Legislatura de Salta, Arturo León
Dávalos, padre Juan Carlos. Ese día se inauguró la estatua de bronce
de Manuel Belgrano que donó el general Julio Argentino Roca. En ese
acto descolló Lugones quien "pronunció un emotivo discurso, cuyo texto
se publicó en Montevideo".
Allí escuchó el discurso de Bernardo Frías, que tenía 27 años, quien
seis años después terminó el primer tomo de los seis tomos su “Historia
de Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia
argentina”. Es posible que Lugones haya conocido el primer tomo de
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Frías cuando estaba haciendo las últimas correcciones al manuscrito de
“La Guerra Gaucha”, de la que anticipó algunos episodios en 1898 en
los tomos VII y VIII de "La Biblioteca" de Paul Groussac.
El interés de Frías por Güemes se afirmó cuando el gobierno de la
provincia le encomendó investigar los antecedentes históricos de los
conflictos limítrofes entre Salta y Jujuy. También conoció y escuchó a
Arturo León Dávalos, padre del autor de “La Tierra en Armas”, quien
tenía 7 años y pudo haber acompañado al acto. En esos años Lugones
escribió una elogiosa semblanza del poeta Joaquín Castellanos quien,
en junio de 1921, como gobernador de Salta organizó y presidió los
actos del Centenario de Güemes.
Aunque Lugones no conocía a Joaquín Castellanos, elogió la persona y
la obra del salteño autor de “El Borracho”, obra que años después
Castellanos dedicó a Lugones. Esta relación fue otro de los lazos que
vinculó al autor de “La Guerra Gaucha” con la tierra de Güemes. A fines
de ese año 1894, aún marcado por su Peregrinación Patriótica a Salta,
Lugones viajó a Buenos Aires donde fue recibido por Juan B. Justo. Allí
dictó conferencias sobre el socialismo y el movimiento obrero europeo.
Concluidos los actos oficiales, "queda a Lugones una tregua para
tomarse unos días en Salta". Fue entonces cuando, según tradiciones
orales recogidas por Romero Sosa, Lugones mostró interés en caminar
hasta la cumbre del cerro San Bernardo acompañado por los
estudiantes que integraban esa Peregrinación. La noche del 15 de julio,
treparon al San Bernardo acompañados por jóvenes salteños que
hicieron de guías de los visitantes. Llegados a la cima, por cuyas sendas
sólo transitaban picapedreros y leñateros, ''otearon desde lo alto y
resolvieron quedarse despiertos, hasta ver surgir allí las luces del alba".
Amigo de Lugones, el salteño Moisés Oliva (h) había viajó con él desde
Córdoba. Según testimonio de Policarpo Romero, fue Oliva quien
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presentó a Lugones a un grupo de jóvenes salteños. Oliva elogió a
Lugones como un escritor consagrado. Los anfitriones lo recibieron
como tal y le prodigaron una admirada acogida. Uno de ellos propuso
una salida nocturna por el suburbio de la ciudad, en cuyos ranchos
apenas se disimulaban burdeles y se improvisaban bailongos. "Lugones
se encargó de desbaratar el plan, al proponerles efectuar una plácida y
bucólica ascensión al Cerro San Bernardo", anotó Romero.
Lugones en el Cerro San Bernardo
"La invitación de Lugones nos sorprendió por inaudita, pues hasta
entonces sólo teníamos noticias de que exclusivamente eran los
leñateros
quienes
efectuaban
esa
clase
de
escaladas.
Además,
conversando entre nosotros, llegamos a la conclusión de que no
estábamos en condiciones de servir de maruchos o guías, por no
conocer las sendas escabrosas que llevaban hacia la cumbre, entonces
sin verdaderos caminos de acceso".
"La vigilia transcurrió en amena charla, escuchando por momentos la
verba entusiasta de Lugones matizada por las acotaciones de Oliva, por
los versos de Juan López y por la cháchara de Nicolás López Isasmendi
(...). Ese fue el real y sorprendente amanecer que, más tarde, trasladó
añadió don Policarpo.
Recordando este primer viaje de Lugones a Salta, Arturo Capdevila
escribe: "En este viaje, montañas arriba, se abren como nunca hasta
entonces las recias alas de nuestro cóndor. La verdad es que vuelve con
una prosa definitiva, después de haber pronunciado allá discursos de
una directa y a la par extraordinaria eficacia. Lugones volvió de Salta éste es el hecho singular - escritor completo".
Según Efraín Bischoff, en Salta Lugones "se impregna de recuerdos,
imágenes, emociones, todas ellas relacionadas con el pretérito de la
ciudad norteña" donde aún permanecen vivos muchos recuerdos de los
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años 1810 a 1821. El poeta, añade, "se siente impresionado, subyugado
y forja allí el proyecto de trasladar a relatos todo cuanto escucha".
Dice Romero Sosa que "la presencia de todo ese rico conjunto históricoemocional que Salta se aprestó a transmitir a Lugones y que, de hecho,
lo dejó impresionado desde su primer momento, es -a la vez- la primera
razón valedera que otorga sentido y origen indudable al contenido de los
pensamientos y las inquietudes del poeta, al mismo tiempo que a la
tarea de elaborar intelectualmente el plan literario de “La Guerra
Gaucha".
Salvarnos del olvido
En “La Guerra Gaucha”, Lugones hace un despliegue no sólo de su
dominio de la prosa tan artística como, al decir de Leonardo Castellani,
por momentos "amanerada", sino también de la técnica para describir el
paisaje, captar la luz y sus cambiantes matices según las horas del día,
percibir sus olores y registrar sus sonidos. Destreza descriptiva que,
según Juan Carlos Ghiano, puede deslumbrar al lector pero que
también conlleva el riesgo de dejar en el olvido la acción.
La mirada memoriosa de Lugones describió aquel paisaje en el primer
párrafo del último capítulo de “La Guerra Gaucha” en el que aparece
Güemes: "Al saltar el sol de la retirada, he aquí lo que entretenía el
objetivo de un anteojo español, asestado desde la plaza al mamelón más
austral del San Bernardo. Entre el cebilar cuya fronda se soliviaba en
un esponjamiento de plumaje, cabezas de caballo, sombreros, bustos de
jinetes diseñándose tras las ramas; y junto a una higuera silvestre, de
lóbrego verdor, una chaqueta roja sobrecargada de oro. La tierna luz de
la madrugada esclarecía toda impresión visual; y así, en el acero claro
del aire, precisábanse las figuras con seca nitidez".
También está en esta otra pintura: "Nada se veía en él, pero ya el sol
como una oblea carmesí, nacía entre nieblas de índigo. De oro y rosa
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bicromábanse los cerros de occidente. Flotaba un olor de aurora en el
aire. Sobre la escueta cima de la loma frontera, un buey que la
refracción desmesuraba se ponía azul entre el vaho matinal. Por un
momento, los escarchados ramajes parecieron entorcharse de vidrio. Al
fondo la cordillera overeaba como un cuero vacuno manchado de
ventisqueros. Algún mogote que decoraron como de un muelle encaje
efímeras nieves, eslabonaba aquella enormidad con la inmediata
serranía. Allá cerca, la masa arrogándose en plegaduras de acordeón,
suavizaba la intensidad cerúlea; y el matiz tornábase violeta ligeramente
enturbiado por un sudor de cinc. El macizo oleaje de roca apilaba en
una eternidad estéril sus bloques colosos. Muy lejos, en alguna umbría,
un tordo cantaba...".
Visitas de Lugones a Salta
Según Romero Sosa las visitas de Lugones a Salta fueron cuatro. La
primera, la habría realizado en su niñez, cuando tenía diez o doce años,
acompañando a su padre Santiago Lugones, aunque las únicas pruebas
de ello son imprecisas referencias de viejos salteños nacidos a finales de
la primera mitad del siglo XIX.
La segunda, es la realizada acompañando a los estudiantes que
integraron la Peregrinación Patriótica de 1894. La tercera visita es la del
año 1901, meses después de ser designado visitador de la Inspección
General de Enseñanza Normal y Especial. La cuarta y última fue la de
1925, a su regreso de Lima después de haber participado del
Centenario de la Batalla de Ayacucho donde exaltó "la hora de la
espada", presagio del golpe militar de 1930 encabezado por el hombre
señalado para blandirla, el general salteño José Félix Uriburu.
Lugones retornó a Salta en 1901 como inspector de Enseñanza Normal
y Especial Secundaria. En esa ocasión cumplió sus tareas en el Colegio
Nacional "Dr. Manuel Antonio de Castro" y en la Escuela Normal. En el
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Libro
de
Inspecciones
del
primero
escribió
su
evaluación
y
recomendaciones a los profesores cuyas clases observó.
Estas giras le permitieron conocer desde dentro los problemas de la
educación argentina. Años después escribió: "Este país ha padecido
siempre una inmensa falla en la educación pública". La Argentina hacía
una "perenne dilapidación del talento del país". Poco o nada se logrará
si no arraiga entre nosotros el hábito de la lectura.
En su visita a Salta como inspector, Lugones insistió en la necesidad de
"convencer a los jóvenes de que "la lectura no es cosa secundaria y
baladí", sino que contribuye eficazmente a la formación de la persona y
del ciudadano "haciendo obra de moral efectiva al conmover el espíritu
con el influjo prepotente y seguro de lo verdadero, de lo general, de lo
bello".
Tuvo razón Leonardo Castellani cuando en 1963 señaló que "sería un
desastre para la Argentina que olvidase a Lugones". El propio Lugones
intuyó nuestra propensión a la amnesia cuando apeló a la memoria
como cura del olvido: "Que nuestra patria quiera salvarnos del olvido /
Por estos cuatro siglos que en ella hemos servido".------------------------(*) Redactor principal de la revista “Todo es Historia”, fundada por Félix Luna
en 1967.
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