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María Bueno
Huellas andaluzas en la poesía de Ángela Figuera
Uno de los periodos más tranquilos en la vida de Ángela Figuera fue, sin
lugar a dudas, su estancia en Huelva, donde había sido destinada al Instituto de
dicha ciudad, después de pasar unos cursillos para licenciados con el fin de
cubrir plazas de Catedráticos de Instituto de Segunda Enseñanza. A tierras
andaluzas le acompañan su marido, Julio Figuera y su hermano pequeño,
Diego. Según el testimonio de Diego Figuera: “Los años de Huelva fueron muy
felices, y sin embargo Ángela no escribió nada. Fue una época tranquila, pacífica. Todos los domingos hacíamos excursiones. Íbamos mucho a Punta
Umbría, en canoa, y allí comíamos en casa de María Mandao. En aquellos años
yo fui alumno de mi hermana en el Instituto, en segundo y tercero de
Bachillerato. Los alumnos la querían mucho y sus clases resultaban muy humanas; se sabía poner al nivel de los alumnos. Le gustaba la enseñanza”.
Pero, a pesar de esta aparente felicidad, Andalucía no alcanzaría ningún
protagonismo en su poesía: para Ángela el paraíso se situaba en Soria y en
la Vizcaya de su niñez, no en Huelva. Al conocer su biografía llama la atención en su obra la ausencia, aparente, de elementos andaluces. La presencia
andaluza en la poesía de Ángela la debemos buscar en la influencia de sus
poetas: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca o
Rafael Alberti. Sus huellas andaluzas son, por tanto, literarias. En este sentido, confesaba a Blas de Otero, en una carta fechada en febrero de 1949:
“¡Si supieran todos además cuán aislada he producido y qué poco de poesía
moderna conocía hasta hace brevísimo tiempo!”, y añadía: “Poco o nada
conocía yo entonces de las poetisas americanas, de Alberti, de Lorca. A
Miguel Hernández aún no lo conozco, aunque me han dicho que es muy
bueno”. Aunque como han expresado tanto su marido como su hermano era
una gran lectora: los clásicos, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado,
Bécquer, los simbolistas franceses, de acuerdo con el testimonio de Julio
Figuera.
Portada del número dedicado a Ángela
en 1987 por esta misma publicación
Si no había leído a Juan Ramón anteriormente, seguro que sería una de
sus lecturas onubenses. En sus dos primeros libros, sobre todo, nos encontramos con poemas llenos de un gran intimismo heredado del modernismo iniciado por Juan Ramón, modernismo cuyo precedente está en la línea íntima
de la poesía de Bécquer. Juan Ramón Jiménez fue un poeta con una profunda preocupación por los aspectos de la creación poética. Si hay un poeta
identificado con la poesía desnuda en nuestra literatura éste es Juan Ramón.
Su búsqueda por la palabra exacta y sencilla será el único camino que debe
justificar su obra: “¡Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas!”. Ángela Figuera en algunos de sus poemas reflexiona sobre la creación literaria, aunque descubrirá la imposibilidad de llegar a la esencia de las cosas: “¿Dónde
estarán las palabras/ que digan lo que yo quiero?...// El verso que dejo escrito/ nunca es del todo mi verso” (“Impotencia”). O “Cortad el
árbol...¡Cortadlo!/ Es demasiado bello:/ No se deja cantarlo” (“Cortad el
árbol”). La presencia del poeta de Moguer subyace en su obra, aunque transiten por caminos diferentes. De Juan Ramón seguro que aprendió a “escribir
de lo suyo”. En su “Recuerdo a José Ortega y Gasset”, de 1953, Juan Ramón
reflexionaba: “Yo tenía conciencia de que era andaluz, no castellano, y ya consideraba un diletantismo inconcebible la exaltación de Castilla (y, sobre todo,
de la Castilla de los hidalgos lampones, tan de picaresca) por los escritores del
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litoral,Unamuno, Azorín, Antonio Machado, Ortega mismo. Prefería ya, sigo
prefiriendo, a los escritores que escriben de lo suyo, Baroja, Miró, Valle-Inclán
en su segunda época”.
Ángela Figuera en la playa. (Algorta,
1927)
Ángela publica su primer poemario Mujer de barro y el primer poema
lleva como título “Mujer”: ¡Cuán vanamente, cuán ligeramente/ me llamaron
poetas, flor, perfume!// Flor; no: florezco. Exhalo sin mudarme./ Me entregan la simiente: doy el fruto”. En su obra siempre estará presente su condición
de mujer y de madre y en algún poema compara la imposibilidad de la escritura a la muerte del hijo: “Aquel verso que olvidé/ sin jamás haberlo escrito;/
aquel que nadie leerá/ ¡qué pena me da, Dios mío!...// Es como cuando
perdí/ al ir a nacer, un hijo” (“Perdido”). Quizás sea precisamente esta muerte
la causa de la ausencia de referencias directas a su época onubense. Aunque
volverá a recobrar la alegría pronto con el nacimiento de su único hijo, al que
pondrá el nombre del poeta, Juan Ramón.
Por su carácter “animada, alegre y simpática”, según la definía su marido,
no podía seguir el camino de soledad emprendido por Juan Ramón: “Hombre
serás si habitas con los hombres/ ven a llamar las cosas por sus nombres;/ no
estés en soledad; entra en el coro” (“Poeta puro”). Juan Ramón va ser uno de
los referentes para Ángela. En 1949, Juan Ramón le escribirá una carta a
Ángela, respondiendo a una remitida por la poeta donde le solicitaba su opinión sobre su poemario Soria pura. Entre otras palabras le dice: “Ando por
los versos de usted como por un campo de árboles, aguas, arenas, animales,
matas, alguna persona natural. Y me encuentro en ese campo a gusto. Esta es
mi crítica”.
En la poesía Ángela Figuera observamos una coexistencia de intimismo, en
la línea de Juan Ramón con el compromiso. Esta coexistencia la acerca a
Antonio Machado. En la búsqueda de lo puro los poemas del poeta de Moguer
no nacen del contacto directo con la realidad, sino de un conocimiento trascendente de ésta. Ángela, al igual que Antonio Machado, parte de la observación, de la contemplación, aunque a través de ella se pretenda llegar también
a lo esencial. El mejor ejemplo, lo encontramos en los poemas de Soria pura.
La tierra, los árboles, el río, el mar, y los propios versos de Machado forman
parte de la naturaleza soriana que la poeta vizcaína convierte en paisaje del
alma, con componentes edénicos: “caída sin nostalgia sobre el fluir del río;/
con el desnudo rostro abierto a tu paisaje,/ al viento los cabellos, y la tranquila frente/ surcada por un ritmo de pensamientos fáciles” (“Anulación”). La
naturaleza soriana convertida en sus poemas en paisaje figueriano. Un paisaje
que sólo existe por la mirada de la poeta: “Cuando ya no haya árboles,/ yo
brotaré una selva, un bosque nuevo,/ vivo en el solo ardor de mi palabra;/ con
la raíz mojándose en mi centro,/ y, al aire, entre sus ramas, hojas, tallos,/
estremecidas alas de mis versos” (“Cortad el árbol”). Ángela Figuera en una
carta de junio de 1949, expresaba a Blas de Otero: “Este Soria pura es mi
reacción frente al paisaje, tan hondamente cautivador en su serena, peculiarísima belleza, de las orillas del Duero por los pinares de Berlanga, donde he
pasado cuatro veranos inolvidables, recreándose en el ocio sagrado y bebiendo a grandes o pequeños sorbos el encanto de la tierra, el río, los árboles... Yo
he querido apresar todo eso, hacerlo mío expresándolo”
El matrimonio Figuera con un
lugareño (Asturias)
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El uso de rasgos tradiciones que inician tanto Juan Ramón como Machado
culmina en los poemas neopopulistas de los primeros libros publicados por
Federico García Lorca y de Rafael Alberti. En sus últimos poemas, poemas diri-
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gidos a los niños -para Machado la infancia sabrá captar el “alma” de las cosas,
comprender lo incomprensible- Ángela vuelve, de nuevo, a lo edénico. En
1974 declaraba: “He llegado a creer que los niños y las bestias son los únicos
seres verdaderamente puros e inocentes, lo único que nos queda en el mundo”.
En estos últimos libros, se encuentran huellas del Lorca de Libro de poemas y
Canciones. “Tormenta” de Ángela tiene el ritmo de “Balada interior” o
“Balada de la placeta” de Lorca; o el diálogo de madre e hijo se da tanto en
“Luceros” de Figuera y como en la “Canción tonta” lorquiana. Ángela vuelve,
en estos poemas infantiles, al frescor de los ritmos populares; composiciones
donde destaca un vocabulario sencillo, el uso de exclamaciones, de diminutivos, de repeticiones, de textos dialogados, de la glosa breve de versos tomados
de coplas o fórmulas transmitidas por el folklore, en la línea del primer Lorca.
Por último, otro poeta andaluz que habita los versos de Ángela es Rafael
Alberti, “un corazón de España sin España”, al que escribe un poema en su
sexagésimo cumpleaños: “Carta de cumpleaños a Rafael Alberti”. Alberti,
cuyas raíces poéticas, al igual que las de Juan Ramón, Machado, Lorca, están
en los motivos y las formas tradicionales, aunque cada uno las desarrollaría por
vías diferentes. Pero en este poema Ángela se dirige al poeta comprometido e
intenta aunar la España del “corazón de España sin España”, que vive en el
exilio y la “noespaña que es España” donde vive la propia escritora. Porque les
une la misma historia: “y todos tenemos una edad: veintitrés años”, los 23 años
desde el final de la guerra civil. En el poema habitan una “España nuestra”,
una España futura que compartir. Ángela nace el mismo año que Alberti, por
nacimiento debería estar incluida en la generación del 27. Aunque su poesía
esté encuadrada dentro de la llamada poesía social y de posguerra, su educación literaria no es distinta a la de los poetas del 27. Los cuatro poetas andaluces estuvieron ligados a la Institución Libre de Enseñanza, desde donde se
fomentó el estudio de la cultura popular, un determinado acercamiento a la
naturaleza, una apuesta por la educación, una estética, pero, sobre todo, una
ética, de la que Ángela Figuera será heredera.
Ángela Figuera
Ángela Figuera en Avilés. Leía y
hacia punto.
De izquierda a derecha el poeta Ramón de Garcíasol, su esposa Pilar Falcó,
Ángela Figuera y Rafael Montesinos. De pie, José Hierro. (Madrid, años 50)
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