Documento - Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

Anuncio
ALMA DE MIGRANTE
TOMÁS SERRANO AVILÉS
YESENIA GARCÍA NÁJERA
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO
Luis Gil Borja
Rector
Humberto Augusto Veras Godoy
Secretario General
Evaristo Luvián Torres
Subsecretario General Administrativo
Marco Antonio Alfaro Morales
Coordinador de la División de Extensión
Adolfo Pontigo Loyola
Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
Tomás Serrano Avilés
Coordinador del Área Académica de Sociología y Demografía
Dirección de Ediciones y Publicaciones
Horacio Romero Pérez
Director
Abel L. Roque López
Subdirector
PUBLICACIÓN
Tomás Serrano Avilés
Yesenia García Nájera
Autores
TOMÁS SERRANO AVILÉS
YESENIA GARCÍA NÁJERA
AUTORES
ALMA DE MIGRANTE
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO
INSTITUTO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
Pachuca de Soto, Hidalgo, 2009
Primera edición: 2009
Tomás Serrano Avilés
Yesenia García Nájera
Autores
© UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
Abasolo 600, Centro, Pachuca, Hidalgo, México. CP 42000
Correo electrónico: [email protected]
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin consentimiento
escrito de la UAEH
Esta edición es financiada con recursos PROMEP.
ISBN: 978-607-401-203-3
Impreso y hecho en México
PRÓLOGO
El lector encontrará en este libro algunas reflexiones de la migración
internacional realizados desde el lugar de origen. Después de leer estas
páginas se puede entender el sentimiento de desprecio que los actores de
este drama le tienen a los Estados Unidos porque representa el lugar que a
muchos les ha quitado a familiares y amigos, dejándoles un hueco que
parece llenarse sólo hasta cuando los seres queridos regresan a casa, ya
sean vivos o muertos.
Las aseveraciones presentadas no son inventadas, son ideas que
nacen directamente de la observación y de las entrevistas del fenómeno
estudiado desde México.
Sin duda alguna, al final, los lectores —en especial los que tienen
migrantes— se sentirán menos desafortunados que antes, porque en estas
páginas encontrarán muchas respuestas a sus preguntas de todo lo que han
perdido con la salida de sus seres queridos.
En este documento se muestra que el tráfico de latinoamericanos
es igual al tráfico de esclavos africanos del siglo XVI. En ambos
procesos, las personas han sido secuestradas y vendidas en Norteamérica.
Como el agua,
que invariablemente descubre su camino,
los brazos mexicanos se derraman
en el mercado laboral estadounidense.
Los mexicanos encuentran un sitio de remanso
en la “tierra prometida”.
Lugar a donde han llegado otros con anterioridad,
espacio donde se adoptan vínculos de amistad y fraternidad,
imaginando y construyendo
siempre una hermandad
por efecto del paisanaje
(27/nov/1999/Tijuana, B.C)
La Frontera.
La Frontera Norte de México es un mundo de ilusiones, pasiones, sueños
y añoranzas. La región se desborda de gente que intenta pasar al Otro
Lado por todos los medios posibles. Es gente que viene a pie, en autobús,
en avión o en barco, es gente con un sólo destino: cruzar a los Estados
Unidos.
Los que pasan, por las noches, cortan las cercas, y los que las
vigilan, durante el día las cosen y se esfuerzan por abarcar todas las rutas
posibles de escape. Para eso están organizados en cuadrillas de trabajo.
Los primeros, taladran los caminos de la esperanza, y los segundos, por el
contrario, bloquean las rutas que han construido los pobres, los invasores.
Unos cortan las cercas por la noche, y los otros las cosen durante el día,
ése es el trabajo simbiótico entre pobres y ricos en la Frontera Norte de
México, la barrera más transitada del planeta.
Esta Frontera es también una coladera que deja pasar a los más
ricos y detiene a los más pobres.
Los primeros, los más afortunados, pasan con documentos falsos
por las garitas como si asistieran a la conquista de Troya o cruzan
agazapados por las regiones más inhóspitas y alejadas para burlar a la
Migra. Triste historia la de los mexicanos que enlutan sus hogares en las
temperaturas extremas de frío y calor en el desierto del Sásabe, o mueren
ahogados en las aguas del Rio Bravo, o dejan la vida en los caminos al ser
perseguidos por la patrulla fronteriza y por los secuestradores.
Los segundos, los más desafortunados, viven felices en las
ciudades fronterizas. Es cierto, perciben sueldos miserables en las
maquiladoras, pero su ingreso lo complementan incrementado el número
de familiares con empleo. Además, están como si vivieran en su pueblo
que se encuentra un poco más al sur, pues, sus vecinos son precisamente
sus familiares y amigos, o cuando menos aquellos que nacieron en su
mismo estado. Así es como si nuca hubieran dejado su tierra, sólo que en
la Frontera viven en los cerros, habitan casas más endebles y tienen un
destartalado vehículo, que más que resolverles los problemas de
transporte, les causan una serie de dificultades, porque los lleva con
retardo o los ausenta de sus empleos.
La Frontera es una línea muy delgada
entre la vida y la muerte.
A cada paso, a cada respiro,
vas dejando la vida en el camino.
En los espinos, en la vereda pedregosa
que han trazado los vecinos.
El recorrido es como un gran bazar:
Hay gorras, chamarras, mochilas,
playeras, galones, bolsas y latas.
Cruzas cerros, valles y barrancas.
A tu paso, las rocas se desprenden
y te orillan al precipicio.
Pero, no pasa nada.
Alguien te cuida
¡Seguramente desde el cielo!
A la hora del levantón…
La esperanza crece.
Ya estás en territorio Americano
¡Sientes que es hora de volar!
Pero… te cortan las alas…
La esperanza ha muerto
y te traen de regreso a casa.
En las últimas fechas, la política estadounidense que contiene la
migración laboral mexicana se ha vuelto más agresiva ocasionando el
aumento en las muertes en el desierto. Ahora más que nunca, la gran
mayoría de los cruces en la Frontera se hace casi con exclusividad por dos
frentes: por El desierto del Sásabe (Sonora), o por la terminal del
ferrocarril que viene del sur y llega a Nuevo Laredo (Tamaulipas). Estas
dos regiones son la punta de lanza de los desamparados que huyen del
hambre. En ambos territorios tienen que burlar a las alimañas que los
acosan, es decir, principalmente a todas aquellas personas asentadas en la
región fronteriza que viven del tráfico de personas.
¡Fierro!¡fierro!
La Frontera Norte de México, con poco más de 3000 kilómetros, desde el
aire se observa como una mancha que separa el barrio rico del pobre.
En la parte desértica, en 2009, entre Sonora y Arizona es la región
donde cruzan la mayoría de los indocumentados.
Estar en esa región marca para siempre la vida de los que transitan
por ella. Son experiencias traumáticas y a la vez excitantes porque la
adrenalina es la que les permite salir con vida.
El recorrido es más miserable que el paisaje —¡Aguanta, aguanta!
—dijo el Coyote— ¡fierro! ¡fierro muchachos! —replicó—. Van tres días
ya padeciendo con temperaturas extremas: en el día un calor insoportable
y en la noche un frío que cala hasta los huesos.
Los pies se mueven unos atrás de otros siguiendo un rastro tenue
por las veredas. Los rostros son de emoción y miedo, reflejan el
desconocimiento total por ese agreste terreno. El clima mina las fuerzas
de los caminantes. La insolación aparece en las caras de algunos de ellos
que empezaron a hablar de dolor de cabeza y a vomitar. Uno cayó al suelo
y de inmediato los ojos se le pusieron en blanco —¡yo no supe qué
hacer!—. Desesperados no pueden continuar la marcha y son
abandonados de manera inmisericorde a su suerte. ¡Déjenlos! —dijo el
Coyote— ¡que se mueran!, ¡fierro! ¡fierro! —continúo—.
Las filas de desamparados se extienden por varias decenas de
metros hasta llegar al lugar donde otro Coyote los levanta. De pronto, los
Pika Pika aparecen y todos corren despavoridos en distintas direcciones
para no ser atrapados. Ellos bailan y brincan de felicidad por cada Pío Pío
que meten a sus jaulas. En los encierros, la Migra insulta a los
indocumentados y les hace ver que cometieron el más grande delito al
ingresar a su país sin permiso, y por esta razón, les señalan
insistentemente que van a pasar muchos años encerrados. Lo más
lamentable de esta guerra psicológica es que los tienen incomunicados y
con una miserable comida al día. Es una dieta óptima para que no se les
mueran de hambre y permanezcan vivos y sin energías hasta el momento
de ser deportados ¿Cuánta insensatez hay en el comportamiento de la
Migra porque la comida la arrojan al piso como si alimentaran a animales
de granja, y todo con tal de agredir a los pobres invasores. Otros, los
menos, son golpeados por sentarse sin autorización, producto de la
soberbia disciplina militar con que han sido educados los agentes
fronterizos ¡Pobrecillos! Hay que adivinar el pensamiento de la Migra y
saber si deben permanecer de pie, sentados, mirarlos o contestar. Para eso
hay celdas especiales para golpear a los indocumentados. En Éstas no hay
cámaras, ni algún otro dispositivo electrónico que pueda servir de prueba
de tanta injusticia. Ahí, los Pío Pío son tratados con la misma
metodología que la de los prisioneros de guerra, tal como hacen en la
cárcel de Guantánamo. Los desnudan, los bañan con agua helada a
presión y los golpean con salvajismo. Cuando se les pasa la mano, a
algunos los dan por muertos y los arrojan por Nogales con los huesos
rotos, víctimas de toda la esquizofrenia y la maldad humana posibles. Ni
vale la pena referir el sistema de protección denominado en México de los
derechos humanos, pues ¡pobres de los que van a quejarse con ellos! Ellos
si no tienen perdón de Dios. De ellos mejor, ni hablar.
¿Quién puede parar tanta impunidad en esta tierra? Los Pochos
son los más manchados, porque los agentes Fronterizos de raza
anglosajón son muy profesionales. Ellos hacen su trabajo: detienen a los
indocumentados, les checan las huellas y les dan otro trato y otro tipo de
comida.
¿Quién sabe de dónde sacan fuerzas los que escapan porque
llegaron desfalleciendo? Éstos, los Pío Pío con más suerte son felices
cuando llegan sanos y salvos a su destino, y la dicha se incrementa aun
más cuando llegan todos o la mayoría con los que iniciaron el viaje.
Pero, del lado mexicano, la miseria hace que la policía extorsione
a los migrantes que llegan a sus manos. Todos estos tipos parecen
cortados con la misma tijera ¡son iguales! insultan y golpean a sus propios
paisanos, todo por obtener dinero o violan a las mujeres.
En esta región se aprende a sobrevivir
¡sea como sea!
Se aprende a tomarle amor a la vida,
a ser fuerte recordando a tu familia.
A vivir el presente,
a disfrutar la comida,
y a desconfiar hasta de tu propia sombra,
puesto que observas que ni la amistad ni el amor existen,
sólo es real el valor que tiene el dinero.
¡En el desierto sigues vivo por lo que vales!
por lo que pueden cobrar por entregarte vivo,
¡fierro! ¡fierro!
Las remesas de sangre
En la Frontera también se cruzan el dinero y las personas. Las divisas son
para mantener a los que se quedan o para construir un hotel como el
Hilton. La gente que se va es explotada en condiciones de semiesclavitud,
en un horario e intensidad tal que sólo pueden soportar las bestias. Por
eso, las noches parecen muy cortas para ellos, pues se usan para recuperar
las energías perdidas, y para calmar un poco los dolores del cuerpo debido
al excesivo trabajo.
Son las remesas de sangre porque para ganar este dinero hay que
hacer trabajos de burros, hay que volverse una bestia para aguantar el
extenuante trabajo en el que no hay tiempo para conversar, para
descansar, para ir al baño y a veces hasta ni para respirar. Al principio, los
trabajadores se sienten como prostitutas porque van a buscar a los
patrones a las esquinas, proceso al que se le ha llamado palmear. Ahí hay
que poner buena cara, mostrarse agradecido al ser tomado en cuenta,
siquiera cuando el patrón se digna a mirarlos. Hay que mostrar obediencia
y sumisión de vencidos o tal vez imaginarse como un esclavo que se
vende al menor postor. En tal situación ¡lo que sea es bueno, con tal de
conseguir algo para comer!
Los dólares esclavizan a la gente en una economía llamada
posmoderna. En México, a partir de los años ochenta, el país tiene el
predominio en el total de inmigrantes en los Estados Unidos. Hasta el
2008 hay más de once millones de mexicanos indocumentados y más de
veinte millones de personas de origen mexicano. Son los que se han
vuelto fanáticos del dinero verde y deslumbran con lo que pueden a los no
migrantes cuando regresan a casa, y este proceso se ha hecho muy intenso
en las últimas cuatro décadas.
Es la era del libre mercado de las mercancías y las personas. Lo
cual es una falacia y de esto pueden dar cuenta los grandes contingentes
que no pueden llevar a casa lo que han comprado con el sudor de su
frente, y es que para llevar a casa la camioneta, el coche o el equipo
electrónico hay que convertirse en malhechores y viajar por las noches
para no ser detenidos por la policía o la aduana mexicana, actores que
quieren su parte del botín para dejar pasar los artículos, y eso que a ellos
no les ha costado nada, pues, sólo tienen una placa con la que roban a los
desamparados. Aunque, las menos de las veces, los migrantes trasladan
armas y hasta drogas, mismas que se usan para envalentonarse delante de
los ojos de aquéllos que se han quedado, de los que no han probado las
mieles del triunfo que les confieren esos artículos de consumo. Así las
cosas, la violencia estalla y se incrementa en los lugares de origen, tal vez
en la misma intensidad con que crece la migración.
La economía mundial incrementa hacia puntos específicos en
expansión ¡Bienaventurados todos aquellos que habitan las regiones que
se suben al carro de la economía! porque en ellos el consumo los perpetúa
al igual que lo hace la expansión de la riqueza. Pero ¡pobres de las
personas que quedan fuera de la dirección del mercado en crecimiento!
porque en estas tierras la gente muere mucho más aprisa que los que
comen más y mejor. Son los elegidos por la mano invisible del mercado,
que con su toque mágico elige quienes deben morir de hambre y quienes
no. Lo primero ocurre en el interior de cada país y en algunos se
generaliza como en los países de Asia, África, de Centro y Sudamérica.
En México, las cosas parecen cambiar muy poco. La gente gana
como lo hace alguien del primer mundo y sigue comiendo y viviendo en
las mismas condiciones del tercer mundo.
Muchas casas recién construidas se habitan en obra negra porque
no se puede creer que sea tanta la suerte para dejar de vivir como los
animales, o se siguen comiendo nopales y frijoles, al mismo tiempo que
se consumen pizzas, hot dogs y hamburguesas porque se les extraña.
Mientras tanto, las remesas son ordeñadas en las casas de cambio,
o son arrebatadas en las rutas informales por criminales organizados.
Pero, lo común es que sólo engruesen los bolsillos de los dueños de los
negocios asentados en los lugares donde se concentra el comercio de
bienes y servicios. Esto ocurre precisamente en los lugares más prósperos
de México.
Las remesas no hacen la diferencia. No sirven para que la gente
deje de ser pobre. Pero, al elevar los niveles de consumo de los hogares
que las reciben hacen que las familias no receptoras de estos recursos se
sientan más pobres. En consecuencia, la evidencia objetiva de la llegada
de dinero sólo sirve para perpetuar la migración, provocando que cada vez
más personas decidan migrar en la falacia de que con esta estrategia
dejarán de ser pobres, y se dejan deslumbrar por los marcos de referencia
que tienen de sus vecinos, quienes los ilusionan luciendo sus autos y sus
propiedades delante de ellos.
Sin embargo, un migrante con imaginación es capaz de invertir su
dinero en un negocio que lo multiplique de una forma tal que le permita
satisfacer sus necesidades más apremiantes, sean éstas de prestigio,
confort, seguridad, salud, educación o consumo.
Pero, la gran mayoría, después de poner pequeñas empresas como
por ejemplo de carpintería, lavado de autos, herrería, vidriería, tarde o
temprano reanudan de nueva cuenta el viaje internacional, con el que se
han acostumbrado a vivir, a pesar de la separación de la familia y de los
nuevos y mayores peligros a la salida de casa.
En la Frontera también se cruzan la droga y las armas. La droga
camina siempre del sur al norte y las armas vienen en dirección contraria.
Desde el más simple sentido común, es claro que en el paso de la droga la
patrulla fronteriza permite su tránsito, y que, en el flujo de las armas la
aduana mexicana recibe su paga.
Mientras tanto, en México el poder se practica socialmente. Por
ejemplo, en una miscelánea o una cantina es común que los que escuchan
no sean culpables de su ignorancia. La publicidad de la violencia la
ofrecen los migrantes, y a todos, los relatos se les hace agua la boca. El
discurso se escucha como algo mágico. El lenguaje dominante es la del
Cow Boy que concibe que la vida tiene un escaso valor, y que en forma
despiadada puede terminar con la de algún perdedor: — ¿Cuánto puede
valer? Lo pago y me regreso “pa´ tras”.
Los migrantes de la pobreza
La migración internacional de los mexicanos es una tragedia. Para los
académicos y de manera especial para aquellos que tienen obediencia
inexorable al Estado, en México no emigran los más pobres. Todos ellos
se empeñan en ocultar que en este país no hay pobreza y que todos son
ricos. Es absurdo dialogar con la mayoría de investigadores que no tienen
ni la sensibilidad ni el conocimiento de lo que significa dejar el país por la
necesidad social que sea.
Mientras tanto, los contingentes mexicanos que salen a los Estados
Unidos lo hacen con una intensidad equivalente a casi el medio millón
por año. Son los desamparados de la fortuna que resuelven su dolor
engrosando la válvula de escape del hambre.
Son los más frágiles, son los que la mesa de ajedrez ha marcado
con los colores más inciertos y los ha ubicado en los niveles de
desigualdad más impresionantes. Ellos caminan detrás de sus hermanos
más hábiles, de los mejor formados, los que tienen una mejor situación
social en general. Mientras tanto, los más vulnerables se arrojan a sí
mismos al abismo con incontables desigualdades de las que ellos son los
menos culpables. Por ejemplo, la gran mayoría de mexicanos en los
Estados Unidos tiene niveles de escolaridad inferiores a la educación
secundaria, y es que ¿quién puede estudiar cuando se tiene hambre?
cuándo no se tienen los zapatos que en la escuela secundaria exigen
impecablemente boleados, o cuando los reprueban en la última materia
del bachillerato sólo porque no tienen el dinero que se necesita para
elaborar una tonta maqueta. Que absurdo mundo el de los maestros
mexicanos —como ellos si tienen su pago asegurado, suponen que todos
tienen que comer— ¡que no se dan cuenta que hay gente que se está
muriendo de hambre! La situación es similar a la película denominada La
ley de Herodes, donde se ilustra la forma en que el presidente municipal,
el cura y la dueña del prostíbulo logran vaciar los bolsillos de un pueblo
miserable.
Mi hermano mayor —desde niño— trabajó en la Ciudad de México.
De ahí al ver que no hacía nada se fue a los Estados Unidos.
Hoy, hace diez años que no lo veo.
Pero tengo la esperanza de que algún día llegue a casa y pueda darle las
gracias por apoyarme económicamente.
Claro, cuando tiene dinero me apoya, cuando no, ni modo.
Yo lo entiendo, cuando hoy dice que ya no puede apoyarme, porque él
nos entregó su vida a mí y a mis hermanos.
En la actualidad, a sus treinta y cuatro años nos dice desde allá que se
casa.
Por lo que le deseo que sea feliz, lo merece, por todo lo que hemos
sufrimos juntos
¡Que Dios sepa darle una familia y una vida dichosa, porque es un
hombre bueno y trabajador! (Verónica González, 2007)
¡Pobrecillos! como presas de campo atraviesan la línea fronteriza
escapando de los depredadores organizados que los acechan en el camino.
Mucha suerte tienen si logran burlarlos. De lo contario, hay que aguantar
el hambre y la sed por varias semanas en lo que dura el secuestro.
Ellos marchan en línea recta con una exactitud impresionante, sólo
hay que llegar a la ciudad y buscar una construcción para trabajar de
albañil o ayudante de éste. En los Estados Unidos, en el 2008 dos de cada
tres trabajadores perciben ingresos en el sector de los servicios. Ahí los
mexicanos pobres, los de la clase social más baja recientemente
construyen las ciudades. Tiempo atrás sus abuelos indígenas edificaron la
ciudad de México. Es hora de pegarle a lo grande, aunque el sueño
americano resulte más una pesadilla de la que pocos habrán de despertar.
El sueño americano
Después de iniciada la migración de los mexicanos a los Estados Unidos,
el sueño americano para la mayoría significa la satisfacción de salir y
traer ahorros a casa. Para otros menos, quiere decir llevarse a la familia
para vivir reunidos y felices en el vecino país del norte.
Sin embargo, para los mexicanos en general, el sueño americano
es algo irreal. A pesar de que en la televisión estadounidense se difunde la
posible Reforma Migratoria ¿De qué sirve si no hay lugar para los
mexicanos allá? Pues, para trabajar se tienen que esconder y vivir
encerrados. Hoy, son más visibles los chicos de la segunda generación
porque están organizando las gangas latinas. Todo se debe a que sus
padres tienen que trabajar dos y hasta tres turnos para satisfacer los
niveles de consumo familiares; entonces, es cuando los muchachos se
quedan solos, y ahora se apoderan de las calles e intimidan a los que
pueden.
Nuestros hermanos en los Estados Unidos son tan vulnerables que
cotidianamente tienen que soportar la violación de sus más elementales
derechos humanos. En la realidad actual no tienen los medios ni los
espacios legales para quejarse, sólo hay excepciones. Por ejemplo, cuando
tienen un accidente laboral. Aquí es cuando los abogados estadounidenses
aprovechan la situación y se disputan los casos.
Los mexicanos en los Estados Unidos hacen los trabajos que nadie
quiere hacer; es decir, sus actividades son las peor pagadas, las más
miserables, las invisibles a la economía, por eso, esta población se percibe
a sí misma como la que trabaja mientras los gringos sólo se rascan la
panza.
En aquel país, la distancia social entre estadounidenses y
mexicanos es impresionante. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York,
en la calle de Brodway contrastan el negocio familiar de elotes asados de
un mexicano con la Casa de Bolsa, empresas separadas sólo por una
cuadra de distancia y por un impresionante abismo en sus transacciones
financieras.
Aquí los indocumentados mexicanos construyen los edificios,
laboran como dependientes de negocios de comida rápida, anuncian
publicidad o se prostituyen en la calle Brodway. Insistimos nuevamente
¿Qué hacen aquí? Si sólo son el puente que conecta la pobreza a la
opulencia, pues, a ellos se les culpa de poner negocios informales,
mismos que se incrementan en la misma medida que las personas de color
los imitan y se adueñan de las calles.
Carlos Marx dijo alguna vez que en la anatomía del hombre está la
clave para el estudio de la anatomía del mono. Esta analogía es un buen
marco para suponer que el desarrollo de la economía estadounidense es el
destino de los países del tercer mundo como México. De ser verdad esto
¡Extraño mundo donde las personas sólo les importa el dinero! y muchos
no tienen hijos porque no tiene caso llorar cuando se los matan en las
continuas guerras de los estadounidenses contra los enemigos del
Imperio. Por eso es mejor llorar eternamente por los chicos que nunca
nacieron. Ahora, ellos se divierten viendo jugar a los perros y a los gatos
en vez de alegrarse la vida con los niños ¡extraño mundo donde los
ancianos de Manhatan son felices viendo jugar y reír a sus mascotas!
¡Que aquí vivió Yaqui Onasis! ¡Qué en ese edificio John Lenon
dejó a su esposa siete departamentos! ¡Qué las banderas rosas son el
límite de la opulencia de antaño de los Roquefeller! ¡Qué esa calle marca
la frontera de los antiguos y los nuevos ricos de la ciudad! Qué feo mundo
donde importa tanto el interés por el dinero, lugar donde todo tiene un
precio y la vida misma cobra las facturas a las deudas y favores entre las
personas, familias y la comunidad en general.
Ese mundo es basura y los Latinoamericanos no debemos transitar
hacia él porque con ello estaremos perdidos para siempre. En este lugar
interesa primordialmente vaciar los bolsillos de la gente tan rápido como
sea posible. Por ejemplo, un diseñador de ropa dicta las recomendaciones
de temporada, y a ese consumo absurdo habrá que ceñirse.
La migración pendular
Los migrantes no pueden detener su viaje. En México parece ya no haber
lugar para ellos. Al principio, llaman la atención de todos porque llegan
con dinero. Pero, a medida que se van acabando los dólares, las personas
les van volteando la espalda. Así, irremediablemente llega el día que hay
que regresar al trabajo al Norte. Casi siempre es mejor no despedirse de
los familiares y amigos. Es preferible que no vean el dolor que sienten por
no poder quedarse con ellos. Presurosos y estoicos, se van llorando por el
camino. El alma se les desgarra a medida que recuerdan todo lo que
aman, por eso es mejor olvidarse de todo, y entender falsamente que no
hay nada que los detenga.
Los migrantes de retorno no encuentran lugar en la tierra que los
vio nacer. Ya sea se trate de personas con capital o sin recursos para
invertir. Algunos se desesperan porque los negocios que establecen no
multiplican el dinero de una forma que les permita disfrutar de los niveles
de consumo acostumbrados.
Que tristeza mirar a la mayoría de migrantes de retorno que sin
dinero se sienten acorralados por todos los que si tienen que hacer, porque
los que se quedan tienen un lugar en esta bendita tierra. Mientras a ellos,
la vida los trata con ignorancia y desprecio, porque el trabajo que saben
hacer se ha quedado muy lejos, y aquí, prácticamente se sienten
maniatados, sin poder hacer nada.
Quizá deba haber alguna forma profesional de atender los
problemas de adaptación de los migrantes de retorno ¡Qué bonito sienten
de estar en su tierra, de disfrutar la calidez de su gente! Pero, a su vez, en
su rostro es evidente el malestar que sienten cuando no encuentran lo que
buscan, pues, este lugar ya se olvidó de ellos. Por ese motivo desprecian
todas las actividades económicas de su familia y sus vecinos.
La migración también se lee en los rostros de desesperación de los
que están a punto de salir al Norte siempre y cuando tengan experiencia
migratoria. Ellos, en su expresión, reflejan la ansiedad que tienen porque
saben que pueden dejar la vida en la pequeña franja fronteriza.
Ahora los mexicanos, sobre todo los más necesitados, los de clase
baja ya no tienen ni para donde correr. Los salarios por el alquiler de su
fuerza de trabajo son los más miserables desde Chetumal a Tijuana, y el
Otro lado, ni pensarlo. El camino se torna cada vez más difícil. En
México sólo falta pagar impuesto por el aire que se respira, y donde
además escasean las oportunidades, sobre todo para los que avanzan a la
zaga, para los menos educados, y estos son los indígenas y los del barrio.
Los anhelos y la esperanza sucumben ante el mortal capitalismo.
Es mejor sentir que estamos del lado de nuestros hermanos para buscar un
mundo mejor, y que todo depende de nuestra tenacidad, entusiasmo y
valor, aunque por el camino sentimos que asistimos por un brumoso
trayecto.
El injusto retorno
Los mexicanos que regresan tienen mucha suerte de haber regresado
vivos, a pesar de retornar con alguna enfermedad por haber trabajado en
condiciones extremas de frío y calor, o por haber estado en contacto con
plaguicidas en los campos agrícolas, o hasta amputados en alguna parte
de su cuerpo por haber trabajado en la maquila.
Otros con menos suerte llegan en féretros sellados con meses de
retraso y sus familiares ni siquiera los pueden mirar porque están en
descomposición y así los tienen que sepultar. Pero, hay los más
desafortunados, cuyos restos se pierden en las pesquisas estadounidenses,
quienes, fieles a los desquiciantes métodos de Conad Doyle se pasan el
tiempo buscando indicios de la causa de la defunción, y con tantos
registros hasta suelen perder los cadáveres, objetos de su penoso trabajo.
Al respecto, hay casos que rayan entre el ridículo y la estupidez de los
estadounidenses como el de aquella hidalguense asesinada por su marido
que hasta después de tres meses se les ocurrió buscar en el closet de su
casa. Al final de la lista están aquéllos que son sepultados en fosas
comunes como perfectos desconocidos, y cuyos familiares en México
nunca llegan a saber de ellos.
Los pueblos se van quedando vacíos, ya sea porque las familias
completas salen al exterior o porque la gente se va a vivir a mejores
lugares del interior del país. Por este motivo las escuelas de nivel básico
del estado de Zacatecas están cerrando porque ya no hay alumnos, o los
municipios de Eloxochitlán y Pacula (Hidalgo) quedarán completamente
despoblados a principios de los años veinte del presente siglo, y todo por
la salida de la población joven.
Hoy, hay muchos jóvenes retornados en el campo y en la ciudad
que trabajan como jornaleros por un salario mínimo, y todo debido al
recrudecimiento de la crisis en la economía estadounidense. No hay de
otra, las noticias indican que se debe a la falta de oportunidades en el
Norte. Al respecto, sus vecinos los increpan: —¿A qué regresan, no qué
se fueron para ganar más? Ahora hasta las remesas van de regreso en
apoyo a los cada vez más prolongados periodos de desempleo.
A pesar de todo, aun sigue siendo mejor salir al trabajo a los
Estados Unidos, incluso sigue superando el trabajo de albañil en la ciudad
de México, con todo y que con esta opción se pueda ver a la familia los
fines de semana. Esto se explica porque los migrantes están
acostumbrados a estar lejos y a ganar más.
Las salidas de los proveedores del hogar continúan aunque los
envíos de dinero no se traduzcan en la mejora del bienestar. Las
condiciones materiales de vida son cada vez peores. Los recursos son
muy escasos y nunca son suficientes para cubrir las necesidades de
consumo, pero al menos satisfacen las más apremiantes, por lo menos se
tiene para comer.
Los años no pasan en vano en México. Algún día los migrantes
regresan vivos o muertos. El tiempo les cobra factura a los primeros.
Muchos, ya no tienen a que regresar, pobres y desamparados se observan
buscando el cobijo de sus vecinos, ya sea porque sus ancestros están
muertos o porque su familia vendió su casa y los ha abandonado. Otros,
los menos, llegan como jubilados a disfrutar el dinero del retiro, gracias a
que dejaron media vida en el trabajo en los Estados Unidos.
El retorno es muy injusto, pues muchos migrantes llegan acabados
física y financieramente. Ellos no duran mucho tiempo vivos en el lugar
de origen. Al paso de dos o tres años mueren, tal vez por soledad, porque
no tienen ni a quién recurrir para que los asista, y como a nadie conocen,
entonces se dejan morir ¿quién les puede dar de comer o dar esperanza a
unos vagos solitarios?
Si bien, salieron jóvenes al trabajo internacional, a causa de que no
ahorraron, a que no aprovecharon esa oportunidad; ahora que están viejos
y acabados, la vida sólo les depara el olvido, el hambre, la soledad y
finalmente la muerte.
Los niños abandonados
Con la salida, los padres son felices ganando dólares, pero a cambio
pierden a sus hijos ¡Cuánta tristeza llega al pequeño corazón de tantos
niños! Por ejemplo, y aunque no vale la pena señalar el nombre del estado
de origen, que, en grandes números ocupa el nada honroso primer lugar
en el orden de importancia de la procedencia de los niños que llegan
solos a la Frontera y que van en busca de sus padres.
En este proceso de búsqueda siempre hay alguien dispuesto a
ayudarlos en el camino. Hay quienes les dan dinero, comida, hospedaje o
los trasladan ¿Quién no se conmueve con el llanto de un niño?
Al final, en la Frontera, recientemente, la policía mexicana captura
a los niños y los retorna a su lugar de origen ¡Cuánto dolor y frustración
hay en sus miradas a causa de no poder alcanzar la meta definitiva ¡Qué
injusta es la vida, que les niega a estos niños la oportunidad de reunirse
con sus seres queridos! y tal vez aprovechar la última o quizá la única
oportunidad de cumplir su más anhelado sueño. Pero es mejor, hasta lo
que se ve que es malo es lo más correcto, porque los niños solos no van a
poder cruzar esa tierra que no es de nadie. Son muy vulnerables en ese
mundo donde el más fuerte se come al más débil, lugar donde el gobierno
mexicano no ha podido intervenir para poner orden en esa tierra sin ley
¿Qué caso tiene seguir en el camino para que
los niños sean más
agredidos y los lastimen más de lo que lo han hecho sus padres desde el
día que los abandonaron?
Migrar es dejar solos a la esposa y los hijos.
Es no tener papá por muchos años.
También significa tener con que comer,
Pero, a costa de la infelicidad.
Es ver llorar a mamá por las noches.
Es enviar fotos, dibujos a alguien que no conoces,
Pero, que extrañamente, adoras como a un Dios.
Es sentir lejos a papá en tus cumpleaños.
Es no tener quién te acompañe
en tus graduaciones escolares.
Es también recibir felicitaciones,
y llorar mientras las recibes,
porque no tienes viva la imagen del que las envía.
En algunos inviernos, cuando papá suele llegar,
la vida parecen vacaciones.
El trata de recuperar el tiempo perdido.
Luego, en enero
¡otra vez lo mismo: la despedida!
Así las cosas, los hijos hubieran preferido comer frijoles y
nopales, pero a cambio de tener a sus padres con ellos. En la mayoría de
los casos aparecen la vagancia, el ocio y los vicios debido a la falta de una
figura que les imponga límites a su comportamiento en general. Los niños
por si mismos reclaman a sus padres que se queden con ellos. Esto
siempre ocurre cuando se sienten capaces de enfrentar a sus progenitores,
y, generalmente es hasta la adolescencia o posterior a esta etapa cuando
los hijos reclaman la presencia de sus padres y los obligan a detener la
migración.
Algunos chicos son más incisivos y no dejan que sus padres salgan
de nueva cuenta al siguiente viaje internacional: —No ¡No vale la pena
quedarse sin papá a cambio de mil pesos mensuales! —dice Manuel
Ramírez de 12 años a su papá en el 2008— Yo te doy los mil pesos —
reitera a su padre— ¡pero quédate! Ya veré cómo le hago. Te pago mil
pesos para que te quedes, y además, doy mil pesos más ¡pero, por mi
abuelo! A ver cómo le haces. Soy capaz de trabajar en una gasolinera por
las noches y traer a casa dos mil pesos al mes, pero te quiero aquí, y
también quiero a mi abuelo ¡A ver cómo le haces!
El resentimiento es muy intenso. Los hijos ahora son dueños de
una casa nueva, o tal vez de un auto, pero no de papá, y a veces ni de
mamá. Estos personajes se definen como los del teléfono, se han
cosificado e insensibilizan todo lo que tiene que ver con relacionarse con
los demás. Los padres se han vuelto seres completamente desconocidos, a
los que se les ama y también se les odia.
Los niños abandonados que asisten a las escuelas son muy
solitarios. En cuanto pueden agreden a los demás. Toman por asalto los
juegos porque no quieren ver reír a sus compañeros, más bien desean
verlos llorar como ellos lo hacen permanentemente en su interior. Les
quitan la comida a los otros. Son más fuertes o se hicieron insensibles al
dolor y no les importa ser golpeados porque las lágrimas se acabaron de
tanto llorar a papá y a mamá.
Los Estados Unidos les han quitado a sus padres a un sinnúmero
de niños y jóvenes. Cuando éstos crecen ha llegado el momento de
detener su absurda migración, porque el abandono que sienten no es un
asunto fácil. Es muy complicado quedarse sin padres, porque Estados
Unidos se los llevó en un viaje que parece no tener retorno.
La casa y los niños están en completo abandono ¿Para qué vivir
cuando sienten que a nadie le importan? Hasta parece absurda la
terquedad de los maestros de obligarlos a asistir a clases cuando se está
solo, tan solo que es mejor no hablar con nadie, pues nadie está tan solo
como ellos mismos.
La demolición de la familia
La migración internacional está asestando un duro golpe a la familia
tradicional mexicana. Los divorcios se concentran en algunas épocas del
año. Éstos casi siempre se justifican en la infidelidad de la pareja, ya sea
porque no se acostumbran a la separación tan prolongada o a la
desconfianza de que el (la) compañero (a) se porta mal en el país vecino.
Al respecto, muchos forman una nueva familia en el lugar de
destino pero no dejan de enviar dinero para la manutención de los hijos.
Otros, los menos, se han olvidado por completo del hogar que los espera y
que sobrevive gracias a la ayuda de la población local ¡Qué fácil es
acostumbrarse a la nueva vida en un país del primer mundo donde las
mujeres jóvenes por la soledad están dispuestas a formar una nueva
familia en el menor tiempo posible!
Los jóvenes migrantes no aguantan más no tener pareja en El Otro
lado. Alegres y potentados regresan a México con bienes materiales y con
facilidad convencen a las inexpertas muchachas para que se vaya a vivir
con ellos. Pero, en el corto tiempo las abandonan, dejándolas
embarazadas y a su suerte. Ojalá que también en el corto plazo el corazón
se les ablande para que regresen a casa y no dejen crecer solos a sus hijos
tal como hacen algunos padres que no regresan ni cuando los chicos
terminan una carrera universitaria, pues los jóvenes —a diferencia de sus
padres— le otorgan mucha importancia a este suceso porque representa el
final de la meta, motivo de que su padre esté lejos: trabajar para que ellos
estudien.
¡Los progenitores ni siquiera pueden darse el lujo de disfrutar este
momento por el que ha trabajado tanto toda la familia! Esto tal vez se
deba a dos razones fundamentales: a la dificultad por pasar de nueva
cuenta la Frontera y al miedo que les causa el reclamo de sus vástagos de
que detengan su absurda migración.
A su vez, la familia se desdobla a la amplitud que marca las
necesidades de la migración. Por ejemplo, en México cotidianamente se
reclama el derecho de conocer a los nietos. A los pequeños sólo es posible
verlos en cortos periodos: ya sea cuando se les organiza la fiesta de los
tres años, o a las mujeres en los quince, y en general, a veces hasta cuando
se unen en matrimonio. Qué penoso resulta observar a los abuelos y
familiares que disfrutan a sus congéneres en cortas esporas del tiempo
¡Con qué alegría los esperan ansiosos y con qué ansiedad los despiden!
Habrá que acostumbrarse y tener mucha suerte de volver a verlos en
lapsos mayores a una década.
A su vez, la familia dividida provoca dependencia y ocio. Las
esposas viven con el Jesús en la boca esperando ansiosas el dinero y las
noticias que vienen del Norte. Para esto, los hijos han dejado de hacer las
actividades remunerativas con que ayudaban a la manutención del hogar
¿qué caso tiene ahora cuidar el ganado, ir por el agua o la leña, cuando
hay dinero con que se pueden adquirir los bienes y los servicios que
satisfacen las necesidades de la familia?
La familia dividida
Desde México, las familias están separadas y mantienen vínculos muy
estrechos desde dos países distintos. En este caso no hablamos de aquellas
familias enteras de mexicanos que habitan juntos en los Estados Unidos.
En la localidad de origen, la vida en general depende de las
remesas, y por todos lados se notan los ausentes sin estar presentes, pues,
todo el día se habla de los Estados Unidos: en los juegos, en la comida, en
la iglesia, en la radio, en la televisión, en todo. Es imprescindible estar al
pendiente de lo que ocurre en ese extraño y mítico país.
En las familias destacan los niños y ancianos, la jefatura a cargo
de las mujeres. ¡No hay más! Las madres de familia tienen que hacerla de
carpinteros, jardineros, electricistas, y también deben lidiar con los hijos y
cargar con ellos a todas partes.
Las madres no saben responder a las preguntas sobre la ausencia
de su pareja: ¿dónde está? ¿por qué se fue a trabajar tan lejos? y la más
difícil de todas: ¿cuándo va a regresar papá? Los interrogatorios no
convencen, porque es muy contradictorio saber que papá está lejos porque
los ama, o que arriesga su vida trabajando en otro país para que ellos
coman. El tiempo avanza su marcha inexorable y la promesa del retorno
parece no llegar nunca. La imagen del padre se mantiene viva con las
fotografías y con las cartas. Pero, siempre queda la esperanza de que
algún día regrese, y que esta vez sea para siempre.
La comunicación siempre deja fuera las dificultades ¿Para qué
preocuparse? Todo bien, aunque ya no hay trabajo. Hay que aprender a
vivir con diabetes, con la presión alta o a estar lejos sin participar de la
extinción de los más viejos, al cabo ellos ya no importan, ellos ya
vivieron.
A cambio de su ausencia, la pena es menor si pagan los gastos del
funeral. Con eso los migrantes acallan su conciencia, incluso si se trata de
la muerte de alguno de sus padres. Es como si fueran más importante los
dólares
que
las
raíces.
Algunos
se
volvieron
completamente
desconocidos. Pero hay quienes regresan a dar el último adiós a sus
padres, y es hasta entonces cuando lamentan haber permanecido más
tiempo del debido lejos de casa.
En México, el sentimiento de abandono es permanente. Algunos
hijos hubieran preferido no haber conocido de pequeños a su padre
porque ahora se le extraña en su larga y penosa ausencia ¡Ya no está más
frente a ellos! ¿a quién presumirle de los logros, sueños y empeños?
¿quién va a orientarlos en sus travesuras? ¿quién va a enseñarles a andar
en bicicleta o a jugar fútbol? ¿quién debe acompañarlos en el evento más
importante de su vida? o ¿con quién compartir los momentos de felicidad
y de tristeza?
Las cortas visitas son cada vez menos frecuentes y las despedidas
muy dolorosas. Estas cosas sólo aumentan el amor por el padre ausente.
Con la distancia, los lazos filiales se fortalecen. Aunque, para algunos
menos, las despedidas se vuelven una rutina y no tienen la menor
importancia. Estas últimas familias están perdiendo todo, y la
insensibilidad las conduce por caminos paralelos al abandono, al
deterioro, la desunión, el atraso y todo lo que puede ser definido como un
comportamiento humano negativo.
La vida no perdona nada. Hay mucho dolor en la separación de las
familias y todo por la búsqueda de la mejora en el bienestar. Hay que salir
a trabajar en lo que sea, a procurar no enfermarse, ni a gastar demasiado.
Todo para que la estancia en ese extraño país sea más corta.
Los fines de semana se esperan con ansia para poder comunicarse
con la familia, con los hijos, con los padres, amigos y con la esposa; para
enterarse de los chismes del pueblo, de saber cómo van creciendo los
chicos, de sus logros, de todo. Es difícil, muy difícil vivir así. Los días,
los meses y los años pasan, y las familias siguen viviendo en dos casas.
La celebración de nochebuena
es sin papá y sin hermanos.
Es el tiempo que lloran los ojos
porque mamá no aguanta la distancia.
Un dolor en el pecho no me deja respirar,
y es que no se hay nada que celebrar
cuando se tiene una cena sólo para dos.
Es cuando al espíritu navideño
fue arrastrado por el sueño americano.
El Norte ofrece una cosa y te da otra.
Ofrece buena paga y te da duras jornadas de trabajo,
te discrimina y te deja solo.
En una familia dividida
la navidad significa tristeza.
Los hombres en Oklahoma,
y las mujeres en México.
Migración y Sexualidad
La sexualidad es una de las actividades más importantes y vitales del ser
humano, tan importante como alimentarse. Debido a que su expresión
adquiere tintes en todas las dimensiones posibles, sea ésta individual, en
pareja, en familia y en la sociedad en general; es que la conducta sexual
ha estado sujeta a restricciones morales y legales. En la sociedad
mexicana se sigue viendo a la sexualidad humana como un tabú.
En México, los significados culturales de la sexualidad ocurren en
la demostración de la masculinidad y la feminidad. Para esto, los hombres
deben expresar a los demás su “hombría” haciendo alarde de las
numerosas experiencias sexuales con varias mujeres. Mientras, el género
femenino aprende el modelo de subordinación y dependencia, situación
que les impide negociar relaciones sexuales más seguras.
Los jóvenes que deciden migrar salen en edades reproductivas, es
decir de 18 a 45 años de edad. Éstos, en los lugares de origen, en el
mercado del matrimonio son considerados como los mejores prospectos,
es decir, superan en esta cualidad a los no migrantes. Tal fantasía se debe
a que popularmente se considera que la migración es la clave para
resolver los problemas económicos, aunque en la gran mayoría de los
casos sólo alcanza para comer. Con esto, localmente es aceptado que los
hombres sean los que emigren y que las mujeres se queden en casa. Por
ese motivo, mientras los hombres están ausentes, la población local se
encarga vigilar la conducta sexual de sus parejas.
Los hombres en cambio, lejos de casa, por el motivo que sea
tienen incidentes sexuales con quien pueden con absoluta libertad. Así
pues, con la migración, la vulnerabilidad hacia las enfermedades de
transmisión sexual se incrementa porque en los Estados Unidos no se
tienen acceso a los servicios de salud ni a los medios de información, y
porque se tienen relaciones sexuales de alto riesgo al tener varias parejas
al mismo tiempo. Por ejemplo, en los domicilios o en los lugares de
trabajo, los días de pago llegan las prostitutas a vaciar los bolsillos de los
hombres solos.
A su vez, vale la pena señalar que los estereotipos de masculinidad
alientan el comportamiento sexual de alto riesgo. Por ejemplo, el tener
muchas parejas o tener relaciones sexuales sin condón es una cualidad
masculina importante. Por el contrario, los estereotipos femeninos
inducen al valor de la virginidad, la monogamia sexual, a la ignorancia y
al pudor.
De este modo, las mujeres que se quedan luchan incansablemente
por controlar sus instintos sexuales por tiempos prolongados, digamos por
cinco o tal vez diez años. En los cortos retornos de su pareja, las mujeres
experimentan relaciones sexuales con temor y angustia, pues, les
preocupa ser infectadas o reincidir en alguna enfermedad como el virus
del papiloma humano, mismo que ha crecido en México principalmente
en las regiones de origen donde la migración internacional es más intensa.
Si bien, hay parejas que esperan con fidelidad asombrosa el
prolongado retorno de sus compañeros. Otras en cambio son las menos
culpables de encontrar a alguien con quien empezar una nueva vida en
familia y no esperan a que su esposo regrese. Esta situación se debe a que
saben del comportamiento sexual irresponsable que tienen sus maridos en
los Estados Unidos, y porque dudan mucho del tiempo en que regresará
de forma definitiva.
En estos casos, el temor por el retorno es permanente. En
ocasiones habrá que enfrentarlo con otra pareja y con otra familia. Es así
como en México incrementan los índices de violencia cuando el nido está
ocupado o cuando nacen hijos ilegítimos, que en el peor de los casos
fueron engendrados por un conocido o algún familiar, a los cuales se les
tiene que cobrar la afrenta.
A su vez, lo cotidiano es que los jóvenes retornados tienen un
matrimonio expres. A su pareja la conocieron cuando mucho en el video
de alguna fiesta del pueblo, cuando no, en su corto retorno en la
celebración del Santo Patrono. Suele ocurrir que en este evento el baile se
ha vuelto la actividad central, pues, una sola reunión basta para concretar
el matrimonio y llevarse a la pareja a un romance que dura semanas o
unos cuantos meses; para, luego, regresar a los Estados Unidos a cumplir
el papel de proveedor.
Este incansable comportamiento deja a las indefensas jóvenes a la
espera de su primer hijo y a dedicarse de tiempo completo a los cuidados
intensos de los pequeños hasta el momento en que entran a la escuela,
digamos hasta los cuatro años. Esta es la vida prisionera a la que se
adaptan las jóvenes esposas de los migrantes, pues, los hijos pequeños las
tienen ocupadas y seguras.
Hasta entonces son conscientes del tiempo, de la distancia y del
desconocimiento que tienen de su pareja. Sin importar nada más,
reclaman su retorno o a veces su derecho a migrar.
Los retornos no ocurren porque la familia sabe a la perfección que
no se puede regresar a un país donde impera la desolación, donde no hay
oportunidades laborales para vivir con dignidad, y sobre todo porque los
migrantes están acostumbrados al trabajo, a ganar más y a estar lejos de
casa.
Cuando la reunión familiar se concreta en los Estados Unidos,
hasta ese momento las esposas dimensionan lo limitado que son los
salarios en aquel país. Ellas son las que más experimentan la explotación
laboral. Por ejemplo, sólo consiguen empleo en la maquila de Los
Ángeles con salarios promedio de 60 dólares semanales, o en Nueva York
de 80 dólares por anunciar la publicidad en la calle Broadway.
Con esto, al final de la jornada, el salario provoca rabia y
problemas con la pareja. No alcanza ni para comer en el primer mundo.
La exclusión social es brutal, al menos en México tenían casa propia y
vivían sin conflictos conyugales.
Con la migración pues continuará la separación de las parejas y
con ello las personas involucradas en este tipo de movilidad tendrán que
aprender a vivir solos por tiempos prolongados. La familia completa
pagará las consecuencias y esta organización se desdoblará en función de
la migración. Mientras tanto, los chicos y las esposas carecen de la pieza
familiar imprescindible para vivir en armonía y con el mayor bienestar
posible. Las necesidades sexuales y reproductivas tendrán que esperar y
tomarán nuevos rostros de acuerdo a las posibilidades personales. Su
intervención será necesaria en el futuro. Los nuevos problemas tocarán
fondo, porque el problema no es un asunto exclusivo de las familias con
migrantes. Ya vendrá el tiempo de cubrir los costos por los que se
conduce la destrucción de la familia.
Cambio de religión
Por herencia colonial, la religión más importante en México es la católica.
Con la migración internacional, en las últimas décadas hay avances
importantes en la diversidad religiosa de los mexicanos.
Es que si para tener que comer, tener trabajo o encontrar aliados
en un país extraño es necesario cambiar de religión, entonces vale la pena
adoptar otra adscripción.
La afiliación a la iglesia que sea no es exclusiva para los
mexicanos. Los cambios son aun más profundos y contundentes. En ellos
se incluye el retorno a las prácticas religiosas prehispánicas organizadas
por ejemplo en el Calpulli en San Bernardiono (California), en el
reconocimiento al Cangando por los hñahñús en Phoenix (Arizona) o a
Hun Ab Ku para los mayas en Tampa (Florida).
La llegada a los Estados Unidos rompe el límite de la
permisibilidad religiosa, porque los mexicanos han puesto distancia del
control social que hay en sus comunidades de origen, y porque ahora es
necesario pertenecer a la nueva comunidad que lo recibe y los apoya.
Los lugares que los mexicanos tienen para socializar son muy
reducidos. La iglesia es uno de ellos y la religión los hace sentir más
seguros. Por ejemplo, cuando llegan a la Frontera Norte, lo primero es
acudir a una iglesia a pedir la ayuda a Dios para cruzar al Otro Lado. Aquí
hasta los más rebeldes doblegan su orgullo y se vuelven más sensibles.
Así pues, Santo Toribio es el Santo de los Polleros y de los
migrantes. Su iglesia se ubica en Jalostotitlan (Jalisco). En Michoacán los
migrantes rezan a San Pedro Apóstol y le “pagan” los favores colgándole
dólares. En Hidalgo al Señor del Buen Viaje se le hace una misa para que
los ayude en el cruce fronterizo y les de trabajo en los Estados Unidos.
En el Norte la vida es muy dura. De lunes a sábado hay que salir y
regresar a casa a obscuras. Para esto, no importa si hay que hacer horas
extras o hasta dos turnos, todo con tal de sacar lo más que se pueda. Otros
los menos, con obtener para comer les basta, sin importar que en México
la familia muera de hambre, al fin que no los ven padecer.
Los fines de semana, mientras los mexicanos realizan las compras
también aprovechan para asistir a la iglesia. Ésta les llama la atención
porque las reuniones son muy distintas a las de México, y porque algunas
celebraciones se hacen en español.
Es claro que en muchos casos el cambio de religión ocurre como
una muestra de gratitud a las asociaciones que ayudan al migrante
indocumentado. Por ejemplo, en San Diego California, Testigos de
Jehová, Adventistas del Séptimo Día y Pentecostales proporcionan apoyo
de todo tipo, sea en cuestión de salud, seguridad, hospedaje, alimentación
y empleo. Al final, cuando los migrantes regresan a casa reproducen su
nueva afiliación, y enfrentan nuevos conflictos a nivel local.
Sin embargo, hay algunos como los indígenas chinatecos de
origen poblano que son fieles a la religión católica, pues ésta les sirve
para reforzar sus lazos de identidad. Aquí en Nueva York, el 25 de enero
celebran la fiesta del Padre Jesús. El evento más importante es la
procesión del Santo Patrono por las calles de la ciudad, tal como ocurre al
mismo tiempo en el pueblo de origen; o la Antorcha Guadalupana en la
que participan los mexicanos llevando el fuego a paso veloz desde la
Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México hasta la catedral de San
Patricio en Nueva York.
Las fiestas desde el Otro Lado
Desde los Estados Unidos los mexicanos recuerdan de manera especial la
fiesta del Santo Patrono del pueblo. Esta devoción les permite revitalizar
los lazos de identidad con sus paisanos, es decir, les permite seguir
perteneciendo al lugar de origen.
La participación desde lejos ocurre con el envió de dólares para las
celebraciones. La más importante de ellas es la fiesta del pueblo, es para
seguir manteniendo los nexos entre los no migrantes y los que han
partido.
Las fiestas al Santo Patrono son seguidas con los videos de la
misa, de la procesión, de la primer comunión y de los eventos en general
que se preparan para este fín.
Con el film improvisado, en una reunión con los amigos y
conocidos se observan a las personas que ha dejado de ver por varios
años. Las reuniones se acuerdan en la casa de uno de ellos con la
esperanza de encontrar a sus familiares, o gente que extrañan y que
añoran. Lo mismo pasa cuando se ponen de acuerdo para ver un juego de
la selección mexicana.
Pero también existen los festejos más cercanos. Por ejemplo los
quince años, las bodas o los bautizos de los hijos, hermanos o los
sobrinos. Estas fiestas son las que provocan más nostalgia, porque en
estos videos se llega a ver a la familia muy cambiada, casi irreconocible.
A su vez, se constata que los años no pasan en vano, que los niños que
han dejado desde muy pequeños se han convertido en jóvenes o que sus
padres ya están viejos.
En el Norte la nostalgia se comparte.
En las reuniones se conoce a la familia del otro,
los sentimientos,
lo que somos,
de donde viene uno.
Se mira desde lejos a la familia,
es volver a casa,
es estar con los seres queridos un instante,
es llanto
al ver cómo los hijos, la esposa, los padres, hermanos y sobrinos envían
con entereza un mensaje de aliento,
es saber que tienen esperanza
de que un día regreses
y que no los dejes solos nunca más.
El tráfico de indocumentados
Los traficantes de indocumentados son también conocidos como coyotes.
Estas personas son las que llevan y cruzan de forma subrepticia a la gente
a los Estados Unidos. En las comunidades de origen se les distingue por
esta profesión y localmente se les odia por su ingrato trabajo, y todo por
lucrar con la necesidad de los pobres.
En los pueblos de origen, los Coyotes son percibidos por sus
vecinos como delincuentes. Ellos se tatúan la piel y deslumbran con
joyas, autos y propiedades a los que pueden. Tienen la afición de hacerse
amigos de los presidentes municipales o del resto de potentados, tal vez
para no tener problemas con ellos. Éstos últimos son sus principales
invitados en las frecuentes fiestas que organizan en sus opulentas
propiedades, a las que casi no agregan como invitados a sus vecinos y
prefieren convivir con los desconocidos.
En los pueblos, los Coyotes se han constituido como el principal
patrocinador de las festividades, de los equipos deportivos y de las
mejoras del pueblo en general. Ellos, con su dinero, intentan comprar el
prestigio de sus vecinos, comportamiento parecido quizá a los
narcotraficantes cuando invierten su dinero en obras de infraestructura.
Sin embargo, nada de esto es valorado por la población local, que más
bien sólo usa su dinero para satisfacer las necesidades colectivas más
apremiantes.
A pesar de que el gobierno federal ofrece una recompensa a quien
denuncie a los traficantes de personas, éstos se encuentran tal vez en
todos los pueblos de México, y algunos rebasan su popularidad a nivel
nacional y hasta internacional.
El dinero es el medio con el que se hace posible el traslado de las
personas a sus familiares o conocidos en los Estados Unidos. Para esto,
cada vez son menos seguras las entregas por la proliferación de
delincuentes que en el secuestro han encontrado la mejor forma de
obtener dinero fácil.
Sin embargo, este negocio ilícito no para debido a que las nuevas
generaciones reclaman el derecho de salir al trabajo en la Unión
Americana. Las organizaciones delictivas tienen redes profesionales que
traspasan las fronteras de varios países. Por ejemplo llevar a una persona
desde Nicaragua en promedio equivale a 25 mil pesos. Lo difícil es
cumplir con el trato debido a los delincuentes con placa y sin placa los
interceptan, y cobran por dejar pasar a los indocumentados en cada país
de cruce.
Los métodos para trasladar a la gente son muy diversos. Algunos
más sofisticados que otros. Los más caros usan trasporte oficial y
documentos falsos. Estos precios prácticamente los pueden pagar sólo los
habitantes del primer mundo. Los más baratos tienen mayores riesgos y
usan transporte público y particular, tanto de carga como de pasajeros.
En el viaje los indocumentados experimentan condiciones
inimaginables. La vida les cobra factura en contenedores atascados de
orina, vómito y heces fecales. Igual se les priva de alimentos y agua.
Algunos de ellos, cuando mueren en el camino son tirados por la borda o
dejados al lado del camino.
En México la competencia por los indocumentados es dura y
despiadada. A lo largo del territorio y principalmente en la franja
fronteriza las organizaciones de delincuentes han desarrollado una
infraestructura mínima que les permite tener seguros a sus presas. De
forma cruel aniquilan a los que no tienen para pagar por su vida. Para este
fin, usan el teléfono e imponen el precio por liberarlos. Las llamadas se
hacen al lugar de destino o al de origen.
Las casas de seguridad son todo menos eso, en los desiertos
mexicanos son cuartos sin ventilación atestados de orines, heces fecales,
cucarachas y ratas. Mucha suerte tienen aquéllos que han podido escapar
con vida de las alimañas humanas. ¡Pobre país! cada día es más inseguro.
Entre los negocio ilícitos se cuentan además las llamadas Mulas.
Son migrantes cuyo objetivo principal es el traslado de droga y dinero.
Los métodos que usan son variados. Los hay desde los que ingieren la
droga en contendores capaces de soportar los jugos gástricos hasta los que
tienen la tecnología para trasportarse sin problemas por aire y mar en
horarios inusuales.
Los traficantes de migrantes y de recursos realizan sus actividades
económicas con impunidad y sin la más mínima consideración por las
vidas de los desamparados que llegan a sus manos.
El periodo con que operan los Coyotes es demasiado corto. Con
facilidad son golpeados y despojados del dinero y de los indocumentados
que conducen. Al final de esta loca carrera, a nivel local quedan
totalmente desprestigiados. Sólo les han quedado los tatuajes como señal
de delincuencia y el consumo de droga que es muy difícil de dejar. A
ellos, cuando mucho les quedan las propiedades y la fidelidad de los
escasos familiares. ¡Que pronto acabaron los sueños de grandeza! pues la
mayoría de Coyotes se han quedando en la calle ¡no tienen nada! Sus
vecinos no les hablan y el prestigio se convirtió en su contraparte.
Los transmigrantes
Para nuestros hermanos del Sur y Centroamérica la travesía para llegar a
los Estados Unidos es más larga y más penosa. Cruzar México es un
viacrucis porque les aplican la mexicana —tal como ellos mismos
dicen—, pues, los nuestros los perciben como gente mala, que se droga;
pues claro, — ¡con qué otra cosa si no es con cemento u otro estimulante
que se puede aguantar más de una semana sin comer!
Los de más al sur tampoco la pasan bien en su travesía a Europa.
Desde Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Colombia,
Ecuador y Venezuela, la trata de blancas es una actividad cotidiana. A las
mujeres se les engaña con facilidad con contratos en euros para trabajar
como empleadas domésticas, ya sea en Holanda, Italia o España. Luego,
se les envía en barcos y las bajan en los desiertos árabes en horarios
nocturnos para que caminen solas hacia la ciudad. Por ese motivo, en
Asia también se mueren las jóvenes latinoamericanas cuando pierden el
rumbo. Las que logran llegar a su destino les espera una vida dedicada a
la prostitución y al abuso de la droga en las ciudades del Este de Europa,
pena que deben pagar por dejarse engañar y por ser pobres.
Triste vida de la población de América que está prisionera en su
país y no puede salir con libertad fuera de casa. Digamos Cuba,
Venezuela, Ecuador y Colombia. En estos lugares la pobreza y el encierro
han matado más gente quizá que la de las guerras de Nicaragua y de El
Salvador juntas del siglo pasado. En estos lugares muchos sueñan con
migrar a otro país para vivir mejor, pero los gobiernos locales no lo
permiten.
Hay familias completas de Colombia que cruzan la selva y mueren
en los pantanos tragados por los cocodrilos en el intento de llegar a los
Estados Unidos. De tener suerte y cruzar la frontera a Panamá, pueden
seguir en el penoso trayecto siempre que consigan el dinero para el
pasaje. Para esto, habrá que pasar por Costa Rica, Nicaragua, Honduras,
El Salvador, Guatemala y México. En este recorrido también habrá que
burlar a la policía local, que les impone un precio fijo para dejarlos
cruzar, digamos en promedio unos mil dólares cuando son capturados en
cada país.
Los que cruzan México vienen de todas partes, llegan de
Honduras, Nicaragua, Guatemala, El Salvador Colombia, Ecuador,
Venezuela, etcétera. Los que tienen dinero para pagar el pollero usan las
carreteras. Los que no utilizan el trasporte ferroviario de carga por las
rutas de Oaxaca, Veracruz, Puebla Tlaxcala, Hidalgo, Estado de México,
Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas,
Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas.
La vía más rápida es la del ferrocarril del Noreste que llega a
Matamoros, Nuevo Laredo y Piedras Negras. De día y noche, con
mochilas al hombro, con
cobijas para protegerse del frío, y con las
fuerzas que les quedan avanzan los contingentes de desamparados.
Son como fantasmas que se esconden tras los vagones y
aprovechan la obscuridad. Se dejan ver hasta cuando sienten que ya no
hay peligro. Algunos son presa de la corrupción del gobierno mexicano y
de las bandas delictivas que los estafan sin control. Son asaltados,
violados, robados y afectados en su integridad física por su condición de
extranjeros, pues en México no tienen derechos. A muchos los secuestran
y piden a sus familiares por teléfono que vendan todo para que depositen
el dinero a México y los dejen libres; de lo contrario, los desalmados los
asesinan sin piedad y todo porque no cubren el precio que les imponen
por su vida. Mientras tanto, las mujeres son constantemente acosadas y
agredidas sexualmente.
Los que pasan todo el año por México son los centroamericanos
Ellos arriesgan su vida a diario al tratar de subir y bajar del tren. En este
penoso intento se cuentan historias desgarradoras como los asaltos, gente
que es arrojada a las vías del tren por no tener algo que robarle,
mutilaciones por caer del trasporte debido al cansancio y al sueño ¿Para
qué migran?—, si es más seguro que van a regresar a casa peor de cómo
salieron.
Algunos desisten, o entienden que ya no pueden seguir
arriesgando su vida y se han quedado a vivir en los estados de transito en
México. En Tlalnepantla y algunos otros lugares viven felices y mejor
que en su tierra, y tal vez hasta mejor de cómo estarían en los Estados
Unidos.
Recientemente en algunos lugares aledaños a las vías se han
instalado albergues que ayudan al transmigrante. Ahí pueden alojarse,
bañarse, comer y descansar un poco antes de continuar el penoso viaje.
Cuando llegan a la Frontera es la hora de pedir ayuda a sus
familiares y amigos para pagar el cruce. Otra vez tienen que a arriesgar la
vida hasta que llegan al paraíso soñado en el que se gana en dólares. Muy
pronto se darán cuenta que no encontraron lo que buscaban, pero, al
menos, su trabajo les permite mandar dinero a los suyos, aunque en el
Norte apenas sobrevivan.
Es aberrante que en México se capture y deporte a los
transmigrantes. Todos tenemos derecho a salir y regresar a casa por la
necesidad que sea. Los derechos humanos de ellos tardaran muchísimos
años en ser respetados, porque en México vivimos en una democracia
similar a la de la época de las cavernas, al menos en materia de migración.
La Mara Salvatrucha
En El Salvador, en los años ochenta marca el periodo brutal del inicio de
la salida de la población a los Estados Unidos a causa de la guerra. De
manera inmisericorde, hombres y mujeres escaparon del aniquilamiento
masivo de parte de los mercenarios, el ejército y la guerrilla.
La impunidad por la muerte, el secuestro y el adoctrinamiento dejó
secuelas muy graves, una de ellas fue la forma organizativa de
sobrevivencia denominada la Mara Salvatrucha. Ésta tiene su origen en
las experiencias bélicas de la población de El Salvador. Pero la pandilla
nació en un barrio de Los Ángeles con la denominada MS. Por lo tanto,
los Mara son una pandilla estadounidense que se ha expandido desde la
parte norte de la unión americana hacia el sur.
Desde este tiempo y hasta la fecha actual, la población de origen
salvadoreño con experiencia en el exterminio de sus hermanos sigue
migrando al Norte. Los sobrevivientes —ancianos ya— siguen llegando
como refugiados a los Ángeles (California) y no tienen problemas para
sobrevivir en la calle, pues, si en su infancia lograron escapar de los
horrores de la guerra, por supuesto que están acostumbrados a matar o
morir en el terreno que sea.
En esta ciudad han tenido que sobrevivir como sea. Allá se tiene
que trabajar día y noche. Para esto se han apropiado de las esquinas de
las calles, sitio estratégico que en el día venden fruta, churros, flores y
dulces, y en la noche droga, se prostituyen, asaltan o asesinan.
Pues bien, con este origen bélico, las generaciones de origen
salvadoreño han reproducido La Mara como una forma organizativa de
pandilla juvenil a semejanza de las gangas de Los Ángeles. Lo malo de
todo es que ahora su presencia abarca de California a El Salvador, y todo
se debe a que el gobierno estadounidense, fiel a su metodología de vigilar
y castigar ha deportado a los criminales más peligrosos a su lugar de
origen, ocasionando con esto que la horda se expandiera principalmente a
seis países: El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México y los
Estados Unidos.
La característica peculiar de los jóvenes que pertenecen a esta
pandilla es que están tatuados, son poseedores de códigos de señales, y
tienen rígidas reglas tal como le rito de iniciación al grupo siempre que
asesinen a una persona, o que sólo pueden renunciar a su afiliación a
través de la muerte. Por ejemplo, se dice los tatuajes son signo de
distinción por haber quitado la vida a alguien.
Las pandillas aprovecha el caldo de cultivo que hay en los sectores
marginados de El Salvador, lugar donde al igual que en la mayoría de los
países latinoamericanos los gobiernos locales no tiene el más mínimo
interés en la promoción del empleo y dejan a su población indefensa, es
decir, sin una ocupación con ingresos. Ahora los jóvenes no tienen dinero
ni siquiera para pagar el transporte urbano.
En México, para el gobierno conservador,
los Maras son un
problema de seguridad nacional. Aquí, el fenómeno ha tomado un tinte
mediático en el que los medios promocionan y exageran la violencia
extrema con tal de llamar la atención y también para tener qué comer.
Con todo, los jóvenes Maras son vistos por la policía local como
delincuentes en extremo peligrosos. Lo malo de todo es que algunos de
ellos que están cansados de vivir en la calle avanzan en la búsqueda de
una mejor vida, es decir, de regenerarse. Pero no van a tener esta
oportunidad porque la sociedad les cierra todas las puertas, quizá las
siguientes generaciones de ellos tengan alguna esperanza.
Las muertas de Juárez
La muerte y desaparición de mujeres jóvenes en Juárez (Chihuahua) ha
crecido a niveles casi inimaginables. En realidad no se puede saber una
cifra exacta de cuántas han muerto desde que empezara la masacre a
principios de los años noventa. Sólo sabemos que son mujeres migrantes,
jóvenes, bonitas, pobres y lo más importante: son muy vulnerables.
Son mujeres que vienen del sur de regiones más deprimidas en
busca de una oportunidad de vida y en la Frontera se encuentran con la
muerte. Pronto, sus familiares aprenderán a tolerar la indolencia y el
olvido de las autoridades. Pero, de ocurrir esto y si se mueven rápido,
gracias
a
la
generosa
intervención
de
las
organizaciones
no
gubernamentales como la denominada Ni una muerta más, las
desaparecidas serán localizadas vivas o muertas, y entregadas a su familia
en el corto plazo; de lo contrario, nunca más volverán a saber de ellas.
Las muertas y desaparecidas de Juárez son la punta del iceberg de
la institucionalización de la violencia en la Frontera Norte de México,
pues, en este lugar el crimen desorganizado u organizado ha consolidado
a la muerte como una actividad cotidiana. Sólo basta un descuido para
que una joven que va de paso se encuentre sola en el baño para que sus
familiares no la vuelvan a ver jamás. Sin embargo, las cifras históricas de
las muertes de los varones —su contraparte— tienen un cariz y una
dimensión mucho más impresionante, pero que no han llamado la
atención pública por su calidad de “machos”.
En el Primer Mundo, México es conocido por las aberrantes cifras
de las Muertas de Juárez, por la corrupción o por el narcotráfico. Así
pues, los ojos del mundo desarrollado están puestos en el histórico
devenir de los mexicanos que se conducen hacia el caos y a la extinción, y
en este sentido, la sociedad mexicana es identificada en el imaginario
colectivo como una sociedad primitiva.
Las muertas y desaparecidas son mujeres migrantes que en su gran
mayoría llegan a la Frontera al trabajo en la maquila. Otras, las menos,
son aquéllas que utilizan esta región de tránsito en el objetivo de cruzar al
Otro Lado de manera subrepticia. Todas ellas son presa fácil de la
perversión y la sangre fría de múltiples asesinos debido a su condición de
vulnerabilidad.
En Juárez (Chihuahua) y en otras ciudades de la Frontera Norte de
México como Tijuana (Baja California) proliferan el contrabando y la
prostitución desde hace ya más de un siglo. Estos lugares y otros más del
México olvidado se promocionan sin la menor restricción en el internet
como si se tratara de las ciudades bíblicas de Sodoma y Gomorra, pues,
ahí imperan los vicios, los excesos y la impunidad.
En la Frontera, desde los años sesenta, la industria maquiladora es
el motor del empleo, sobre todo para las mujeres jóvenes. De modo que
quienes llegan a Ciudad de Juárez desde hace más de cincuenta años y no
tienen el dinero para pasar a los Estados Unidos, con facilidad se han
quedan a vivir en este valle donde las condiciones geográficas son
propicias para que los criminales con toda impunidad secuestren,
prostituyan y asesinen a las jóvenes que se trasladan en horarios inusuales
de casa al trabajo y viceversa.
Es irónico que en Ciudad Juárez las mujeres indígenas sean
asesinadas en lugar de que mejoren su nivel de vida, pues, el nombre del
lugar alude al simbolismo que representa Benito Juárez como el indígena
pobre que llegó a ser presidente de México, y que al menos alguna vez
pisó esta tierra. Aunque en la realidad mexicana, sólo se usa este mito
para preservar la figura proteica del mestizo mexicano que prospera por
encima del indio.
Aquí pues, las jóvenes mujeres, pobres e indígenas desaparecen o
son asesinadas con facilidad. Sus rostros, historia y su sangre han
comenzado a extinguir y ahogar la vida local. Las mujeres migrantes
encuentran la muerte precisamente en sus entrañas, y eso sólo causa
estremecimiento, dolor y miedo.
No cabe duda que asistimos a la más brutal tempestad que hace
temblar la Frontera, que en lugar de prodigar bienestar, desarrollo y
felicidad a la población, hoy, es la síntesis de los más dolorosos y
bestiales dramas humanos: la muerte y la desaparición.
Las Marías
Las Marías en la Ciudad de México son mujeres indígenas mazahuas
originarias de los estados de México y Michoacán. Llaman la atención
porque visten su atuendo tradicional, es decir, se ponen el Traje de María
—tal como ellas mismas lo denominan—. Se trata de un vestido holgado
y blusa de satín con colores brillantes que lastiman la pupila y el alma de
todos aquellos que somos sensibles a la injusticia social.
Al verlas, de inmediato uno se pregunta sobre quiénes o en qué
época les pusieron ese uniforme que las hace ver diferentes y que ahora
les sigue dando identidad. En cambio, los hombres, sus parejas, visten a la
usanza mestiza y se comunican en español.
Estas mujeres trabajan como empleadas domésticas o practican el
comercio callejero. En antaño vendían sus propias artesanías, frutas y
semillas. Hoy están en las ciudades ofreciendo productos de origen chino
y hasta productos de los llamados pitatas. Por ese motivo se les encarcela
injustamente como a la indígena hñahñú Jacinta Francisco, quién, de
agosto de 2006 a septiembre de 2009 finalmente le llegó la hora de volver
a casa. Allá por la frontera mazahua y hñahñú entre Temascalcingo
(Estado de México y Amealco (Querétaro) acusada de haber secuestrado a
seis supermanes de la Agencia Federal de Investigación. Ésta, es sólo una
historia de vida porque muchos indígenas están en prisión acusados de
manera injusta. Los datos indican que por traición o ignorancia de robo a
particulares, lesiones y violación. Pero, las Marías, su familia y el resto
son los menos culpables de que en el medio urbano se hayan instalado la
droga, el robo y la prostitución.
Es muy elocuente que en esta condición las indígenas sean
discriminadas por su condición étnica, de mujer y de pobreza. Por ese
motivo, los abusos las reciban ellas y en ocasiones son las que enfrentan
de forma violenta la disputa por la acera con otros grupos.
En México, los hijos de las Marías son también blanco de insultos
y burlas. Las agresiones más predominantes para ellos son: Oaxaco e Hijo
de la India María. Por ello, algunas mujeres han cambiado su atuendo, y
todo con tal de que sus hijos no reciban más agresiones.
Los conflictos más sentidos vienen de los taxistas, empleados de
restaurant y oficinas bancarias, pues ellos son los primeros que les niegan
los servicios. A su vez, en los centros comerciales, los agentes de
seguridad los obligan a salir, que porque desalojan a indios apestosos y
limosneros.
En cualquier parte del México siguen persistiendo elementos de
clasificación colonial para los indígenas. Por ejemplo, en El Bajío, en el
Norte y en Yucatán las élites no se asumen como mestizas, sino como
criollos, es decir, se reconocen como descendientes directos de los
españoles.
Las Marías y los indígenas en general no existen sólo para que los
mestizos desahoguen sus frustraciones y sus problemas,
son un
constructo social al que se ataca sólo porque es extraño, porque ser pobres
es sinónimo de delincuente.
Al final, uno no entiende porque las Marías en México siguen
teniendo una actitud de sumisión, de vencidas, es como si se tratara de
una categoría eternamente colonial, pues, se les observa hincadas
vendiendo en las aceras sobre un pedazo de tela y rodeadas de sus
pequeños hijos. ¡Pobrecillos! ellos se acostumbran a la lastimosa vida de
los migrantes internos. Los pequeños viven eternamente con el trauma al
ser testigos de los desalojos de sus madres de la acera. Las patadas del
opresor a los productos que su madre vende les deja marcada el alma para
siempre. Los latigazos hubieran dolido menos si se los hubieran
propinado físicamente y no se desquitara con los artículos que les dan de
comer. Con eso, nunca se olvida la triste condición de ser indio y de ser
pobre. Son las cadenas de dolor que siempre amarran a los indígenas al
campo y al amor a la tierra. Esos instantes desgarran sus fuerzas. Las
Marías y su familia no merecen esta suerte, pues, si el pobre supiera su
destino, seguro decidiría que es mejor no nacer.
María
Eres mujer, eres pobre, eres indígena.
¿Qué injusta es la vida que sigues dependiendo del poderoso?
Cada imagen de tu vida es un latigazo de injusticia.
Tus ojos se nublan cuando te arrojan tus quelites, la fruta, el agua y las
quesadillas con las que les das de comer a tu familia.
Lo más lamentable es que tus pequeños hijos son testigos de toda la
maldad humana posible.
Al igual que tú, ellos lloran en silencio.
¡Imposible enfrentar a esos Demonios que golpean tu vida y todo aquello
a lo que amas!
Los trabajadores agrícolas temporales
En México hay zonas de atracción de trabajadores agrícolas de
temporada. En estos lugares, los más pobres vienen a sustituir a los
trabajadores del campo que han migrado a los Estados Unidos. Lo mismo
pasa en los campos de Morelos, Hidalgo, Veracruz, Guanajuato, Jalisco,
Sinaloa, Sonora y Baja California.
Del sur de México salen los contingentes. Muchos de ellos son
monolingües, analfabetas y vienen con toda la familia. Algunos ni
siquiera pueden comprobar su nacionalidad mexicana, y por eso quedan al
margen de los absurdos programas de apoyo federal, que dejan fuera a los
más necesitados.
Los migrantes habitan en miserables albergues y campamentos
construidos con material de desecho. Se alimentan de comida chatarra,
como gansitos, negritos, sabritas y refrescos. Los niños no van a la
escuela, pues deben trabajar para incrementar el ingreso familiar.
La relación con la población local es bastante conflictiva. A los
migrantes se les ve como gente extraña, pobre, alcohólica, antihigiénica,
ladrona y pendenciera. Pero, en realidad los insultos propician las
reacciones de ellos porque son gente buena. Pero. — ¿quien puede
aguantar que constantemente los provoquen con el mote de “Oaxacos”?.
Los contratistas son de su misma localidad. Son los de mejor
situación económica. Algunos tienen una camioneta y en ella los
trasportan. Son jornaleros igual que los demás. Pero la diferencia la hace
la camioneta, el uso del celular, saber leer, saber hacer cuentas y hablar
español. En tal situación, ellos acuerdan los precios por la cosecha o por
el trabajo a destajo. A sus vecinos sólo les pagan una parte del dinero
acordado con el patrón.
Los primeros meses del año los contratistas contactan a los
productores locales. Después regresan a sus lugares de origen y
transportan hasta cinco familias completas por viaje.
El trabajo tiene condiciones de semiesclavitud, sobre todo para los
niños que reciben los salarios más bajos y los peores tratos.
La más lamentable situación de los migrantes jornaleros es que sus
propios compatriotas mexicanos no los consideren como iguales, es decir,
los migrantes temporales son tratados como extranjeros en su propio
país.
La identidad
La identidad es la forma en que se organizan las diferencias. En la
migración mexicana a los Estados Unidos, la identidad se construye de
manera brutal a pesar de que la naturaleza humana tiende hacia lo
positivo, y en realidad, la vida en común entre mexicanos y la gente de
otros pueblos debía ordenarse en una ambiente de hermandad.
En la construcción social de las diferencias hay secuelas de
impunidad y de violación de los derechos humanos más elementales de
los mexicanos debido a su condición de vulnerabilidad. Para ejemplificar
esto sólo bastan cuatro casos:
En diciembre de 2006, a un mexicano, mientras corre de regreso a
su país, un agente de la policía fronteriza le dispara por la espalada a tres
metros de distancia usando balas expansivas. Lo mata y el gobierno
federal mexicano sólo declara: —hay que dialogar, dialogar y dialogar
[…] Parece una protesta de una cucaracha contra un elefante.
A propósito de este insecto, un fin de semana, en un solitario
hospital de Phoenix (Arizona), en 2007, mientras un mexicano acompaña
el parto de su esposa, después de que nace su hijo tiene que soportar los
insultos del médico que trajo al mundo a su vástago, quien sale eufórico
gritando: —¡Ya nació otra cucaracha!
A otro mexicano en Los Ángeles (California), en el 2007 le
rompen el cráneo de un cobarde batazo por la espalda, ya que, un joven
anglosajón lo percibe como un insecto al que hay que aplastar, y, de
haberle dado un golpe más, el mexicano no estaría vivo. Fue a dar al
hospital y le colocaron una placa metálica. Esta persona, hoy adeuda
cerca de trescientos mil pesos al sistema de salud estadounidense, y el
reporte policiaco sólo señala que fue intento de asalto.
En el 2007, un mexicano originario del estado de Guerrero es
inmolado, fallece y es trasportado a su tierra natal desde la ciudad de
Nueva York, y todo porque afea la ciudad.
Por otro lado, Latinoamérica cada vez más se parece a los Estados
Unidos. En años recientes tuvimos la oportunidad de viajar a países de
Centro y Sudamérica y se puede observar que la edificación de las
ciudades se hace bajo el estricto modelo de construcción estadounidense,
es decir, usando materiales baratos como la madera para hacer las
estructuras de las casas y las hojas de yeso para cubrir las paredes. No
obstante, en estos países hay cemento para hacer edificios más sólidos y
seguros. Al recorrer estas calles, el cuerpo se estremecerse de sólo
imaginar que se camina por cualquier ciudad estadounidense. Pero en
Latinoamérica, las casas parecen una caricatura de la copia original. Uno
no entiende quién hace estas casas tan endebles. Por supuesto que esta
situación se explica porque en Latinoamérica parecen no respetar las
normas de construcción, por eso se utilizan materiales de rehuso. Es decir,
se usan desperdicios de casas derribadas que tienen poca resistencia y
escasa durabilidad. Tal como dicen los que saben: lo barato sale caro, y,
en el corto plazo, si bien los latinoamericanos resuelven sus necesidades
de vivienda con materiales baratos, en el largo plazo la avalancha
inmisericorde de la moderna economía les cobrará la factura y les
obligará a derribar y a construir nuevas viviendas de acuerdo con las
normas internacionales de calidad, entonces, sólo hasta entonces, habrá
que vender su alma al capital financiero, quien será el que despoje a los
actuales propietarios de sus endebles construcciones, y los arroje a la calle
sin misericordia para construir un Mac Donals o un Oxxo.
A propósito, las tiendas Oxxo, en México son el blanco de ataque
del eficaz resentimiento de los mexicanos con experiencia migratoria en
los Estados Unidos. Nuestros paisanos retornados saben a la perfección de
que estos negocios son gringos y cuando pueden acuden a ellos a hacer
pequeños hurtos de la mercancía que ahí se expende en el objetivo de
dañar un poco sus finanzas. Esta es la manera más sencilla de desquitarse
del injusto trato que los mexicanos han recibido en la migración
internacional.
En México, a los retornados les gusta dar órdenes a sus familiares
en inglés. Con este mismo lenguaje usan malas palabras para sus amigos
o piropean a las muchachas que ven pasar. En este país es muy frecuente
escuchar brother, parkear, I´m hangry, etcétera. Lo importante es mostrar
a todos que se extraña a los Estados Unidos, y para este fin, se recurren a
las argucias de distintos tipos que demuestran que ya se ha estado en ese
mítico y lejano país.
A su vez, a los niños se les corta el cabello a la usanza de los
marinos estadounidenses. Los jóvenes, por decisión propia adoptan esta
apariencia física imitando los marcos de referencia de sus familiares y
amigos, y a veces hasta de los traficantes de personas. Estos últimos son
los que retornan con más frecuencia y les causan admiración, porque
localmente se han ganado el prestigio como personas adineradas y
valientes.
La identidad en el Otro Lado
En los Estados Unidos el paisaje va cambiando. En el Norte la identidad
es muy diversa entre el migrante reciente, el migrante con residencia y el
migrante que se hace ciudadano estadounidense, también conocido como
“Mexico-Americano”. Pero todos ellos se reúnen en las fiestas del 5 de
mayo, de la independencia, del día de muertos, del aniversario de la
Revolución Mexicana, de navidad o el año nuevo para compartir el gusto
por la misma música y por la comida mexicana
El migrante reciente, por su condición de indocumentado alarga su
estancia lo más que puede debido a las dificultades para volver a entrar a
los Estados Unidos. Con el tiempo, estas personas, por la rutina se van
adaptando al medio urbano, es decir, aprenden a hacer nuevas actividades
económicas y a moverse de una ciudad a otra.
El migrante con residencia tiene dos ventajas sobre los
indocumentados: puede vivir y laborar en Unión Americana sin problema
alguno. Ellos tienen un fuerte arraigo cultural y social a México, regresan
una o más veces por año y envían parte de sus ingresos al lugar de origen.
Los Mexico-Americanos, al contrario de los demás migrantes no
mantienen la identidad mexicana y buscan integrarse y asimilarse a la
sociedad norteamericana. Ellos son un agregado más de la cultura
estadounidense. Este comportamiento es más claro porque ocurre en los
migrantes de segunda generación, es decir, en los hijos de los migrantes
mexicanos quienes se avergüenzan de la cultura de sus padres.
Aunque, curiosamente, a partir de la tercera generación, es decir, a
partir de los hijos de los primeros México americanos, renace el sentido
de pertenencia al país de origen de los abuelos, es decir, se vuelve
importante la búsqueda de las raíces, de la incansable necesidad de asirse
a algo que los identifique y que les permita seguir siendo lo que son. Por
ese motivo, los chicos de la tercera generación se tatúan la virgen de
Guadalupe o la bandera de México; los japoneses hacen lo propio con su
bandera y los italianos lo mismo; es decir, el nacionalismo no se pierde en
los Estados Unidos con la migración, falsa preocupación de los hombres
del Estado mexicano, quienes los visitan con frecuencia con el pretexto de
no perder contacto con los connacionales. Pero la verdad es que sólo van
a pasear, porque su presencia no es necesaria, ni mucho menos
bienvenida.
La migración de los mexicanos a los Estados Unidos empezó
desde la firma de los Tratados de Guadalupe — Hidalgo, cuando fueron
despojados de sus tierras los residentes de Nuevo México y Texas. En las
últimas tres décadas la migración se ha incrementado a niveles
inimaginables debido a la creciente demanda de mano de obra barata en el
vecino país del norte, a la incapacidad de de la economía mexicana para
absorber el acelerado crecimiento de la fuerza de trabajo, a las profundas
brechas salariales entre ambas economías, a la configuración de amplias
redes sociales, entre otras cosas más.
Los Chicanos, ni de aquí ni de allá
Los Chicanos son personas nacidas en Estados Unidos, pero de padres y
abuelos mexicanos. Ellos no son ni de aquí ni de allá, puesto que los
estadounidenses los ven como mexicanos y los mexicanos como Pochos.
Ellos los consideran sus enemigos. Pero, la mayoría de ellos son
migrantes de tercera generación y más.
En la cultura chicana hay creencias vitales, perspectivas históricas
y conceptos trasnacionales. En el periodo de 1967 a 1972 floreció la
búsqueda por recuperar todo lo que tiene que ver con la cultura mexicana.
El Retorno a Aztlán, Somos Flor y Canto y El Quinto Sol son discursos
que buscaron el encuentro con sus raíces.
La consolidación de este proceso decantó en el hecho que en la
Universidad del Sur de San Diego se usara como elemento de identidad a
un indígena azteca, situación que no existe en ninguna otra universidad en
el territorio mexicano, es como si a los indígenas se los hubiera tragado la
tierra o desaparecieran de la memoria colectiva de las máximas casas
encargadas de la generación de cultura en este último país.
Bueno, ni modo. El Chicano ha encontrado en la costumbre, el
idioma, el canto, mitos, cuentos y leyendas mexicanas la mejor forma de
sobrevivir. Pero al mismo tiempo se adapta. Por ejemplo en los
cumpleaños se canta el happy birthday y también se rompe una piñata; en
las bodas, algunos se casan vestidos de charros, otros de smoking, se
decoran los carros de los novios, se escuchan los mariachis, los grupos
jarochos, aunque también hay música de salsa, disco o punk.
La cultura chicana es cuestionada por los de aquí y por los de allá.
Los que pertenecen a ella son rechazados porque no alcanzan a cubrir lo
característico del mexicano ni del norteamericano. En México son
criticados por no hablar bien español. Ejemplo de esto fue la cantante
Selena, asesinada en 1995.
Por otro lado, los Chicanos no son aceptados en la sociedad
estadounidense por sus facciones latinas, y por el hecho de tener
antepasados hispanos, es aquí donde empezó la lucha por asirse a una
cultura propia y es cuando se reprodujeron de forma impresionante los
murales en California.
El debate se centra en la búsqueda de la identidad entre las dos
culturas en competencia. Cuando los chicanos se inclinan más por lo
norteamericano los mexicanos los rechazan y viceversa. La lucha
continúa porque a nadie le gusta ser rechazado, el cambio es interminable.
Desde México, los Chicanos son percibidos como traidores o se
les considera extraños por aceptar los valores estadounidenses. Al
respecto, parece necesario reconocer a los Chicanos como parte de una
nueva cultura, con riquezas y defectos como muchas otras, y que a su vez,
ellos mismos se identifiquen como portadores de una nueva identidad,
porque nunca podrán acoplarse por completo a las dos culturas a las que
pertenecen y a las que los rechazan.
Los Alien
La industria cultural de Holliwood recuerda a los migrantes como los
invasores que se quieren apoderar de los Estados Unidos. Con esto, hay
gente desquiciada que cree que se trata de un plan fraguado por el
gobierno mexicano de invadirlos silenciosamente para recuperar el
territorio que le quitaron a México a mediados de mil ochocientos. A su
vez, hay muchos académicos estadounidenses que señalan a los migrantes
mexicanos como los responsables de quebrar los sistemas de salud y
educación. Otros en cambio son más incisivos y los culpan de elevar la
criminalidad y de quitarles el trabajo.
Así que, según el color de la piel, los mexicanos son vistos como
criminales. En los supermercados parecen activar el peligrosímetro que se
enciende cuanto más obscura es la piel. Los mecanismos de vigilancia de
los empleados se ponen al rojo vivo, y como dicen en Tijuana, a los
mexicanos los traen asoleados de principio a fin, y, cuando se acercan a
pagar los discriminan pasándolos detrás de la fila y cobran primero a los
blancos, al fin que los otros deben aprender a esperar, porque seguro que
la tienda no es para ellos.
¿Qué hacen los mexicanos en los Estados Unidos? Al recorrer sus
barrios con algunos de ellos uno no deja de estremecerse porque siente
que camina por un terreno minado, donde la policía o el resto de grupos
sociales no tienen asegurado salir con vida. ¡Es como la canción de La
Calandria y están en una jaula de oro! A pesar de que ganan salarios
elevados, esos de primer mundo. Sin embargo, este recurso es bastante
limitado para enviar dinero a casa.
La industria cultural de Holliwood concibe a los mexicanos y al
resto de inmigrantes como insectos. Por ese motivo quizá se usan
metodologías para atrapar y detener a bichos en la línea fronteriza. Así se
justifica que los pollos se rosticen encadenados al sol en el desierto de
Arizona, se les mantenga a punto de congelación en los autos cuando
apenas traen unas garras, o se les deje morir sin misericordia alguna en el
calcinante desierto cuando los agentes de migración los observan avanzar
moribundos ¡aun en busca del sueño americano!
El derecho no reconoce que todos somos migrantes. No obstante,
siempre hay alguien que se conduele de que mueran más personas durante
el viaje. Aunque luego tienen que enfrentar a la justicia por salvarle la
vida a los extranjeros. Lo mismo pasa en los Estados Unidos que en
México. A los activistas que rescatan moribundos en el desierto se les
apresa, y a los mexicanos que alimentan a centro y sudamericanos como
ocurre en El Ahorcado (Querétaro), igual, se les amedrenta con la cárcel.
La migración internacional en el cine
El tema de la migración internacional en el cine mexicano aborda la
inmensa soledad que experimentan los que se van y los que se quedan.
En la película Los que se quedan de Juan Carlos Rulfo y Carlos
Hagerman los temas centrales son de nostalgia, espera, identidad,
dignidad, sueños y sobre todo de amor. Las historias de las familias están
llenas de soledad; esperanza; sueños; ausencia; abandono del campo, las
casas y las tradiciones y de las fiestas financiadas con remesas; de las
relaciones por teléfono; del amor de lejos, y de lo que representa Estados
Unidos.
Las familias están compuestas por niños y personas de la tercera
edad. La jefatura del hogar está a cargo de las mujeres, pues ¡no hay quien
más se haga cargo! Se trata de madres de familia que en sus hogares
tienen que resolver todos los problemas que se presenten.
Los que se quedan siempre llevan consigo la tristeza de tener a un
ser querido lejos de casa. Más aun, cuando ven que pasan los años y los
que se van siguen sin regresar.
En la cinta “Espiral” del director mexicano Jorge Pérez Solano,
retrata la migración mexicana hacia los Estados Unidos con escenarios
reales de un pequeño pueblo de Morelia. La trama gira en torno a dos
amigos que salen al Norte con la idea de mejorar sus condiciones de vida.
Uno de ellos quiere reunir el dinero suficiente para pagar la dote que le
pidió el padre de su novia. Tiempo después, el primero regresa al pueblo
en un ataúd, mientras que el sobreviviente en su retorno encuentra a su
novia cargando a un hijo de otro. Con tal decepción se vuelve a regresar
al Norte de inmediato.
Otra trama reseñada es la situación de las mujeres que se hacen
cargo del lugar y de las tareas de sus esposos. Con ironía se ilustra este
problema en la representación de la crucifixión de Jesús en Semana Santa,
pues, el Cristo y los demás actores son mujeres.
Por otra parte, en la cinta La Misma Luna se aborda el drama de
los niños abandonados. Carlitos, el personaje central de la historia, con la
muerte de su abuela sale de México en busca de su madre que vive en Los
Ángeles. Para esto debe llegar antes del día domingo, que es cuando su
madre llama a casa, e intenta llegar antes de preocuparla. Sólo con la
dirección logra su objetivo. Lo más lamentable es que no se muestran con
claridad los abusos y peligros a que los menores se exponen en este viaje.
El nombre de la película evoca la nostalgia de la migración, pues
las personas de una misma familia tienen que vivir en países distintos.
Pero, por lo común, la melancolía estalla cuando se observa la misma
luna, el mismo sol, la misma puesta, el mismo amanecer o las mismas
estrellas, pero con diferencias de horario. En estos casos, los astros son el
blanco a los que se apunta el corazón, y a través de ellos se mandan
mensajes a los seres queridos, quienes vieron estos eventos sólo un
tiempo antes o después que ellos.
"Un día sin mexicanos" es el film que ha cobrado fama del lado
mexicano, gracias a la explotación del mercado nostálgico de aquéllos
que tienen familiares en los Estados Unidos. En el Norte la película ni
siquiera se conoce. Es una historia que explota la fantasía. Con este fin se
retrata a los mexicanos haciendo trabajos manuales indignos. De llegar
este día no habría quien haga la comida, ni lave la ropa, ni construya, ni
vaya por el mandado, ni cuide a los niños, ni corte el césped, ni quién
pase la toalla, barra, limpie, ni reciba las palizas y humillaciones de la
Migra, ni recoja las cosechas, etcétera.
A nuestro parecer, el valor de los mexicanos en los Estados
Unidos es proporcionalmente diverso y sobre todo más importante. De
eso son mejor ejemplo los que han alcanzado un salario bien remunerado,
adquirido una casa o tienen un negocio exitoso.
Así pues, la realidad de la migración mexicana internacional ha
sido extensamente abordada
por la industria del cine nacional e
internacional. Los anteriores trabajos son excelentes referencias de la
lucha cotidiana de miles de mexicanos, que se han vuelto los héroes en el
interior de sus familias.
La migración y los corridos
Tal como hace doscientos años, durante la etapa de la lucha por la
independencia de México, en la actualidad, en los Estados Unidos, los
corridos aprovechan el mercado nostálgico de más de una veintena de
personas de origen mexicanos. Las historias narradas en tres minutos les
ofrecen la opción más segura para reforzar su identidad.
Los corridos pues, son historias verdaderas contadas con música;
son narraciones vivientes; son temas que la gente acumula en la memoria
colectiva para no dejar de ser lo que son; son recuerdos de las
aspiraciones más sentidas del más pobre y del más rico. A su vez, son
noticias y hechos presentados con doble significado, tal como señala Max
Weber, Paul Ricoeur o Karel Kosik.
Por eso cobra sentido hablar del sueño americano, pues es la
mayor aspiración, es la búsqueda para vivir mejor sin dejar de seguir
siendo mexicanos, y todo gracias a los corridos, a las telenovelas y al
futbol.
El éxito de los grupos musicales inicia en la Unión Americana.
Primero se triunfa en los Estados Unidos. Luego, la siguiente parada es
México, y finalmente, el objetivo es saltar el Gran Charco: cruzar a
Europa y Asia, tal como lo ha hecho la Banda El Recodo.
En México, en la actualidad, el gobierno conservador prohíbe los
corridos justificando en que se difunde la violencia. Sin embargo, después
de tal restricción ha quedado claro que a la gente le gusta lo prohibido,
quizá porque es una expresión de la vida del pueblo, y quizá también es
parte del resentimiento hacia el gobierno.
En los Estados Unidos y tal vez en el resto del mundo, de manera
especial los narcocorridos han desplazado a la música del marichi, y
ahora son lo más representativo que tiene la música mexicana. La música
la pueden prohibir en México, pero no en los Estados Unidos, ni mucho
menos en Europa.
Allá, las ganancias son mayores a las que pueden tener en nuestro
país, es una relación matemática 14 a 1 o más. La diferencia es
equivalente al cambio de la moneda con el peso. Los grupos musicales
saben perfectamente el camino: si es por California o por Florida, por
donde hay que iniciar.
En 1999 mataron a Chalino Sánchez, en 2008 a Valentín Elizalde
sólo por contar historias de narcotráfico. Hoy, Michoacán, Sinaloa y
Durango son el centro de los narcorrridos y del narcotráfico. En la
actualidad asistimos al auge de este género musical que se popularizó
precisamente en los años ochenta, cuando la migración internacional de
los mexicanos se situó en su máximo histórico
Los corridos no los van a poder parar por más que los prohíban
porque son parte de la cultura popular y no van a poder acabar con ellos
porque para hacerlo tendrían que acabar con el pueblo. Por ejemplo, la
pobreza mexicana de hace doscientos años se sigue perpetuando en la
actualidad, es decir, no han podido acabar con ella, es parte de la historia
y nunca va a terminar como tampoco van a poder parar las narraciones de
las historias vivientes, que sirven para liberar un poco el resentimiento
que les causa a los mexicanos trabajar lejos de casa.
Con el equipo de mis amores
El futbol en los Estados Unidos consolida el nacionalismo y los
regionalismos. Este es el deporte más popular en países latinoamericanos
como México, Brasil, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras,
Nicaragua, etcétera.
En los Estados Unidos su práctica se intensifica porque se le
extraña. La actividad representa un vínculo muy fuerte con la identidad,
pues, con este deporte se puede desafiar a los estadounidenses, porque se
les puede dejar ver que son diferentes, ya que a ellos les fascina el beisbol
y el futbol americano, o en otros casos, se pueden enfrentar a equipos de
otras nacionalidades, y así revivir batallas épicas entre las selecciones
nacionales de origen, en la intención de desahogar un poco esas añejas
revanchas que se perciben allá lejos, en el pasado.
En el instante en que los mexicanos que viven solos en los Estados
Unidos conocen a un paisano, de inmediato dejan de sentirse perdidos en
ese extraño mundo. Cuando ocurre que además comparten el futbol,
entonces, ocurre otro milagro más importante: se extraña menos al país de
origen.
Aun queda el recuerdo del juego en los jardines públicos de
cualquier ciudad brasileña, colombiana o ecuatoriana durante todo el día y
a altas horas de la noche, y a veces hasta sin comer; o de los encuentros
en las ligas deportivas en horarios diversos en una intensidad de hasta
doce partidos por semana en México. En El Norte, en un principio, lo
costos restringen un poco esta afición, pues, es complicado reunir a los
jugadores, dinero para pagar las canchas, uniformes y arbitrajes. En los
Estados Unidos se hacen jugar hasta los menos hábiles. A ellos por su
torpeza se les pone de porteros y son la comidilla al término de los juegos,
cuyas victorias, derrotas y golpes se curan con las bromas, cerveza,
cebiche y con la carne asada.
Para tener un equipo competitivo habrá que financiar el viaje
desde el lugar de origen a los mejores prospectos, y habrá que formar una
alianza organizativa para pagarle el cruce. Luego, compartirles el trabajo
y ayudarlos con un lugar donde puedan vivir. No sólo se debe dedicar a
jugar futbol, también tiene que trabajar para comer y para recuperar el
dinero del viaje.
En las ligas deportivas es común que los equipos se denominen
con el nombre del club de sus amores. Éste se mantiene siempre ligado al
de la tierra que los vio nacer. Por eso es muy fácil escuchar el nombre de
Cruz Azul Zacuala o Pumas Xochiatipan, etcétera, sean éstos
participantes en torneos varonil, femenil, infantil, amateur o de veteranos.
En el futbol los migrantes han encontrado la mejor forma de
orientar su amor por la región de origen. Los oriundos de Michoacán se
identifican con el equipo Morelia, los del estado de México con El
Deportivo Toluca y los hidalguenses con El Pachuca. Hasta los que no les
gustaba el futbol en su país de origen ahora viven al pendiente de los
resultados semanales de sus equipos.
Las alianzas nacionales y étnicas se organizan por el sentido de
pertenencia al lugar de origen. Los encuentros deportivos se realizan
generalmente los días de descanso, es decir, los sábados en la noche o en
el horario matutino los domingos; todo con tal de estar frescos y listos
para la nueva semana de trabajo.
Así pues, el futbol representa la afiliación al deporte y al pueblo de
origen; es también el escenario simbólico de pertenencia a un grupo de
guerreros que lucha en el terreno de juego por alcanzar el triunfo y por
realizar hazañas que luego contarán cuando sea la hora de regresar a casa.
En el 2009, en el momento en que la selección de futbol de
México goleaba a la de los Estados Unidos, muchos mexicanos no daban
crédito a lo que ocurría. La alegría se desbordó a tal grado desde el
bastión del estadio de los Gigantes, que muchos llamaron de inmediato a
casa para preguntar si estaban viendo el juego con el que desahogaban un
poco el resentimiento por todas las injusticias que han experimentado en
ese país.
El futbol representa
el disfrute intenso
de las hazañas deportivas.
Es llegar a la cima
de la necesidad más innata para no estar solo,
para hacer individuales los triunfos colectivos,
para mejorar cada día,
es ir siempre para adelante,
es retornar a casa un instante,
y alejarse un poco del primer mundo.
Juventud y migración
La migración es un cabezal1 que hace que los jóvenes no exploren otros
caminos para dejar atrás la pobreza, porque saben que tienen las pruebas
de éxito en sus manos, en los marcos de referencia que construyen sus
familiares o en todos aquéllos que llegan con dólares, vehículos, modas y
prestigio. Por eso, este fenómeno hace que los jóvenes no vean que hay
otras opciones como la educación, opción que les puede ayudar a vivir
mejor. Por eso aparecen brotes de violencia entre migrantes y
profesionistas debido a que la desigualdad social entre ambos grupos
parece emparejarse.
En México, los maestros, día a día lucha con el sueño de los
estudiantes para ir al Norte. Los profesores tienen un margen de maniobra
muy corto con ellos, y falsamente les prometen que si estudian les va a ir
mejor, pero los alumnos casi nunca les creen.
La migración internacional es también una carrera contra el
tiempo en la que todos los jóvenes están inscritos. Para ellos, el que sale
más rápido gana y el que se queda en el lugar de origen pierde. Aquí, los
1
El cabezal se amarra a la cabeza de los animales de tiro para que sólo miren un surco
en la siembra o en la escarda y caminen por él sin pasarse a otro.
jóvenes piensan falsamente que entre más rápido se vayan es mejor.
Aunque, en los Estados Unidos, por su estatura y peso no puedan trabajar
porque no aparentan ser mayores de edad.
Por un lado, las adolescentes esperan con paciencia a los
retornados a fin de año. Para esto ha transcurrido el tiempo preciso para
que su cuerpo se trasforme dejando de ser niñas. Cuando esto pasa, se
apostan en la parte más visible del pueblo por donde esperan el paso de
los jóvenes migrantes, quienes sin pensarlo mucho adulan a su paso a las
jovencitas que se les ofrecen. Luego de un rápido arreglo hasta en una
semana se concreta la boda, escenario donde nuevas jovencitas
aprovechan para contactar a nuevos retornados y engancharse a las redes
de un nuevo matrimonio express.
En el mercado del matrimonio, los migrantes de retorno parecen
desbancar a los demás, porque se perciben como adinerados y que pueden
resolver el problema financiero de sus parejas de inmediato.
El final del camino
La infección por la migración internacional se concentra en regiones y
entidades específicas. Pero, poco a poco se ha infiltrado en el resto del
país. La mejor evidencia de esto es la participación de entidades
deprimidas como Chiapas o Hidalgo, de la incorporación de la población
urbana y de los distintos grupos étnicos.
La caravana mexicana ha alcanzado su máximo y empieza a
declinar debido a un ciclo más de la mortal crisis del sistema capitalista
abanderado por el país de las barras y las estrellas. Las cosas se complican
porque en México y en los Estados Unidos, a los actores económicos se
les ha nublado el pensamiento, es decir, están vueltos locos por la
obediencia inexorable a las reglas de la globalización.
Por ejemplo, en los Estados Unidos, en abril del 2008 Michael
Bloomberg, alcalde de Nueva York mandó a la calle a más de quince mil
trabajadores del sector público. En México, en octubre de 2009, Felipe
Calderón, presidente del desempleo, dejó sin trabajo a más de cuarenta y
cuatro mil personas al cortar de tajo las cabezas en la Compañía Luz y
Fuerza del Centro, y eso, la verdad no se hace. Ninguna causa por grave
que sea justifica el despido de los trabajadores y con ello matar de hambre
de forma despiadada a la población.
Si a este marco se agrega la quiebra cotidiana de los negocios más
exitosos, es claro que la población está pagando los platos rotos y todo
por la torpeza del Estado. En consecuencia, lo más grave de todo es que la
mano invisible o visible del mercado se empeña en asesinar a los más
vulnerables.
En México han quedado atrás los años de prosperidad gracias al
dinero ganado en los Estados Unidos. El desencanto por aquel mítico país
como la mejor opción para resolver los problemas de sobrevivencia no ha
acabado aun. Los propios migrantes mexicanos serán los últimos en darse
cuenta que el sueño americano ha llegado a su fin. Ahora, el cuerpo y el
entendimiento de las nuevas generaciones es alimentado con los marcos
de referencia de sus vecinos. Los jóvenes siguen empeñados en hacer el
viaje laboral internacional para regresar a casa con dinero.
Hombres y mujeres jóvenes viven engañados por una fantasía que
les ha envenenado la sangre. La familia y los maestros poco pueden hacer
para persuadirlos. Van en pos de sí mismos buscando saber qué hacer con
su vida porque en México el hambre es más brutal que la que impera en
un país del primer mundo. Por ese motivo la percepción de los retornados
indica que es mejor soportar el desempleo y la pobreza en el vecino país
del norte, que ver los rostros y los destrozos de la miseria en el lugar de
origen.
En México, la tierra árida se ha quedado sin sembrar, los corrales
están vacíos y totalmente deteriorados, las fábricas abandonadas, miles y
miles de personas hasta con postgrado se aglomeran cuando hay ofertas
de empleo. La barredora inmisericorde de la economía empieza a dejar los
pueblos limpios y los expulsa a las grandes ciudades. En el mismo lugar
donde antes había esperanza todos huyen despavoridos a donde sea
incrementando los números de la migración interna. Ahora, las milpas
están pobladas de cardones y los pueblos ofrecen un panorama desastroso
y hostil, que seguro, muy pronto a alguien se le ocurrirá vender al turista.
La desolación sigue su camino. No hay nada que la detenga, es
dura e impetuosa, es como el río Tula, que con sus pestilentes aguas se
dirige a nutrir los sembradíos del Estado de México e Hidalgo, para luego
regresar a casa como alimento del gran monstruo en que se ha convertido
esta ciudad.
La migración pues, es un río caudaloso, que tras su dinámico
devenir deja ver los beneficios, pero oculta las vidas que arrastra tras su
torrente. Si bien, hace tiempo ya, algunos resolvieron a través de ella su
porvenir; hoy, el incierto devenir y la ruidosa corriente sigue haciendo un
llamado seductor a la inocente y famélica población que se arroja a su
eterna esclavitud, porque después de esta experiencia, la vida ya no es la
misma. Con la migración internacional, los jóvenes ya no sabrán qué
hacer ni a donde ir. La vida no es cosa fácil, todo tiene un precio, y en
este mundo se tiene que pagar por haber errado el camino ¡Pobrecillos,
ahora caminan a ciegas, ya nada se puede hacer!
Finalmente, hoy día nos queda claro que el tráfico de
latinoamericanos es bastante similar al tráfico de esclavos africanos que
inició en el siglo XVI. Antes, al igual que en la actualidad, las personas
han sido secuestradas, negociadas y vendidas por un precio en
Norteamérica. La disputa por los desamparados es feroz y atroz, y los
contenedores actuales donde los resguardan tienen condiciones similares
a las bodegas de los barcos que en antaño trasportaban a las personas que
fueron arrancadas de sus pequeñas aldeas.
CUATRO SEMBLANZAS
Estas breves reseñas biográficas de cuatro mexicanos que hemos
conocido por al menos dos años —Pancho, Emiliano, Adelita y
Valentina—permitirán al lector darse una idea de cómo puede ser la vida
para las personas que han experimentado la migración laboral a los
Estados Unidos. Los patrones de comportamiento a lo largo de su historia
han sido muy distintos; sin embargo, cada uno de ellos tiene sus propias
particularidades, según sea la propia dinámica familiar.
Las reseñas no se presentan con la idea de que los individuos sean
representativos del total de mexicanos. Pero, tenemos la esperanza de que
estas semblanzas permitan al lector ver cómo la migración internacional
impacta en la vida familiar.
Las personas que aquí se reseñan supieron de la investigación
desde un principio. Así pues, sabían que en algún momento se escribiría
una semblanza de ellos y nos dieron permiso para hacerlo.
trabajo
En este
se han usado nombres ficticios porque así lo solicitaron los
informantes.
1) Pancho
Nací en 1946. Mis padres no tenían economía. No había dinero para
mandarme a la escuela ¿Qué podía hacer sin un lápiz ni un cuaderno?
Por eso, los maestros me castigaban, decían que me portaba mal y mi
papá me pegaba.
A los 14 años papá me encargó con un compadre de Puebla. Este
señor prometió enviarme a la escuela a cambio de que le ayudara a
atender una abarrotera. Para esto, me levantaba a las seis de la mañana
y pesaba azúcar, sal y fríjol en cuartos, medios, tres cuartos y kilos. Eso
fue en 1960 y trabajaba sin sueldo ¡ni un peso me daba! Así estuve tres
años sin un centavo ¡y nunca me robé nada! Aunque, ahí es donde
aprendí a hacer las cuentas. Nunca tuve descanso. Por ejemplo, los fines
de semana acompañaba a mi patrón a distribuir la mercancía a los
pueblos vecinos.
En ese tiempo, la hija del presidente municipal de Texmelucan
(Puebla) se hizo mi amiga. ¡Cómo sería yo tan bruto que nunca la
maliciaba, a pesar de que ella me decía que me amaba! Ella me pidió que
dejara esa casa porque me estaban explotando. A mí me dio miedo
quedarme sin un lugar para vivir y sólo acepté la ayuda que me daba.
Ella me ayudó para que le escribiera una carta a mi padre, y cuando se
enteró de mi situación, de inmediato vino por mí a Puebla y me llevó de
regreso a casa.
Esto ocurrió cuando tenía 17 años y todavía me querían mandar a
la escuela. Pero me negué porque ya estaba muy grande para esas cosas.
Entonces, hablé con un albañil y me dio trabajo de chalán. En la primera
semana de la chamba me dio unos cuantos pesos. Pero, como yo no sabía
lo que era el dinero me lo gasté todo en dulces. Así fue como en la
primera semana recibí el regaño de mi madre por llegar a casa con las
bolsas llenas de dulces.
En mi tierra me hice albañil fácilmente como en dos años. Pero,
en el momento en que tuve problemas con una hermana decidí ir a probar
suerte a Tijuana. En ese entonces unos albañiles de México me hablaron
de la abundancia de trabajo en la construcción en ese lugar.
A los 19 años tomé un autobús de la Ciudad de México a
Guadalajara. De ahí pagué mi pasaje en el tren carguero a Mazatlán.
Hasta ese lugar me alcanzó el dinero que llevaba. Al llegar a ese puerto
anduve vagando por el mercado y comí de los desperdicios que levanté
de un bote de basura, hasta recuerdo que me comí un pedazo de sandía
echada a perder. Luego, ya recuperado del ajetreo del viaje descargué un
trailer de maíz y con ese dinero pagué el pasaje del tren de Mazatlán a
Mexicali.
Recuerdo que en el recorrido de San Blas (Sinaloa) a Navojoa
(Sonora) se subieron unos asaltantes. A mi me levantaron de mi asiento
porque les dije que no traía ni un peso. Entonces, me empujaron hasta la
puerta y me decían que me bajara. Yo les contestaba que no porque el
tren iba muy fuerte. Entonces ocurrió que a un viejito le encontraron una
maleta llena de dólares y todos se le fueron encima y le quitaron todo.
Con esto me dejaron en paz y después, lo más rápido que pudieron
despojaron de dinero, relojes, aretes y medallas a los demás pasajeros.
Finalmente, en una curva que hace el tren los asaltantes se bajaron. Yo
miré hacia atrás y vi como se cayeron y golpearon. Uno de ellos se
rompió un pie porque después se arrastró como pudo hacia la maleza. No
se de que forma dieron aviso a las autoridades porque cuando llegamos a
Navojoa (Sonora) la policía nos interrogó. Yo les dije que uno se rompió
una pata y que ví cómo se iba arrastrando. Entonces, me llevaron en un
auto al lugar y seguimos las huellas de los asaltantes hasta una cueva.
Ahí la policía les cayó por sorpresa porque estaban celebrando el asalto.
Los ladrones tenían lo que nos habían robado y otras cosas más que
habían acumulado en robos anteriores. La policía los golpeó y al jefe lo
torturó metiéndolo en un tinaco con agua hasta que casi se ahogaba. Se
detuvieron hasta cuando confesó que ellos fueron los asaltantes que
habían matado a una señorita en el tren unos meses atrás.
Cuando regresamos a Navojoa ya habían hecho una lista de las
cosas que habían robado. A mi me preguntaron cuánto me habían
quitado. Mentí diciendo que 200 pesos porque era lo necesario para
llegar finalmente a Tijuana, lugar a donde había dicho a mis familiares
que me dirigía.
Al llegar ahí sólo encontré trabajo como cargador de trojes de
arena. La paga era de 50 centavos de dólar por troje llena. Al día salía
ganando un dólar. Este fue mi primer trabajo en Tijuana y me dormía en
el albergue de migrantes de la unidad deportiva de la zona Río.
En ese lugar, una noche, un amigo me invitó a pasarnos a los
Estados Unidos. Pero la Migra nos agarro en San Diego (California).
Nos llevaron en un avión de 4 hélices hasta Tucson (Arizona). En el
recorrido, un “vato” originario de Sinaloa provocaba a los de la Migra
diciéndoles: — ¡a mí aviéntenme hasta mi tierra! porque allá en Sinaloa
en puro avión viajo, y los de la Migra no decían nada.
Al llegar a Tucson nos encadenaron en el rayo del sol, mientras
todos los de la Migra se emborrachaban en un cuarto en su base. Eso lo
sabía porque se escuchaban risas y música. Después de tenernos como
cuatro horas en el sol llegaron ante nosotros y preguntaban por el que le
gustaba viajar en avión. Luego que lo soltaron lo subieron a un avión
para dos pasajeros que piloteó uno de la Migra. El avión subía y lo
dejaba caer en picada hasta casi tocar tierra, luego se elevaba, pasaba
entre las casas, cruzaba cerca de nosotros hasta nos agachábamos,
también lo hacían volar de cabeza o pasaba a toda velocidad dando de
vueltas. Cuando el avión aterrizo y trajeron al “vato” ante nosotros,
nuestro paisano venía todo amarrillo de miedo, se había vomitado,
orinado y cagado. Entonces un Migra nos dijo en español: —cuando
regresen a su tierra les dicen a todos que aquí los tratamos bien y que
hasta les cumplimos sus caprichos.
Ya después que nos repatriaron por Ciudad Juárez (Chihuahua)
me puse a trabajar en el algodón. Aquí recolectaba y cargaba los
camiones. Aunque, por las tardes nos poníamos a jugar baraja.
Un día que gano más de 400 dólares y los “vatos” con los que
jugaba me los querían quitar, hasta estuvieron a punto de “picarme” y
les tuve que dejar el dinero. Desde ese momento me asusté tanto que
decidí irme nuevamente a Tijuana. Pero en el recorrido hice escala en
Pitiquitos (Sonora). En este lugar trabajé un mes en el algodón y junté
como 600 pesos. Con este dinero me fui a la parada del autobús para
salir a Tijuana.
En ese entonces, Pitiquitos (Sonora) era un lugar desolado ¡no
había nada! Yo estaba sentado en el suelo cuando un “vato” me invitó a
cruzar al Otro Lado. Me decía que me conseguía trabajo en un rancho
ganadero en Arizona. Me convenció y nos fuimos por Altar (Sonora). Ahí
pasamos la noche en un hotel llamado “El Sasabe”. Al otro día
empezamos a caminar rumbo a la Frontera y nos levantó el del correo, a
pesar de que le prohíben dar “raite”. Él nos dijo que lo hace por
humanidad, y a todos los que encuentra los levanta.
Al llegar a las Ladrilleras (Sonora) nos rentaron un cuarto. Mi
compañero no me dejaba dormir porque tocía mucho debido al frío. En el
transcurso de la noche, poco antes de que amaneciera yo sentí algo muy
suavecito en el brazo y pensé que mi compañero era “maricón” y lo
empujaba diciéndole: — ¡hazte pa’lla! Pero, que se me ocurre prender
un cerrillo y vi que era una víbora, y que mi amigo roncaba por la otra
esquina. Por mi parte, di un salto hasta la puerta y grite: — ¡Una víbora!
Al salir el sol le reclamamos al dueño de los cuartos y nos dijo
simplemente que ese animal se mete ahí, pero que no hace nada.
En fin, comimos y fue como a las tres de las tarde cuando
cruzamos la frontera mexicana. Mi compañero llevaba dos maletas. Yo
no conocía la mariguana hasta que lo vi que la fumaba entre unos
matorrales; entonces, se ponía bien loco y luego se vestía con traje y
corbata. Eso me convenía porque así, él solito se cargaba sus dos
maletas. Tiempo después, como a las ocho de la noche que seguíamos
caminando por las veredas del desierto a obscuras, de pronto empecé a
sentir que me brincaba algo y pensé que eran sapos, pero no, mi
compañero me dijo que eran tarántulas.
Cuando llevábamos tres días y dos noches de caminar por el
desierto el agua y la comida se nos acabó. Esa noche nos perdimos por
seguir el ladrido de un perro, que creíamos estaba en un rancho cercano,
y cuando lo alcanzamos resultó que era un coyote.
Al amanecer, mi amigo me animaba diciéndome que ya miraba un
tanque con agua, que de ahí sólo faltaba un día para llegar a Marrano
(Arizona), lugar donde ya estaríamos salvados. Sin embargo, al avanzar
el día empezamos a ver como a veinte zopilotes revoloteando y nos
desviamos pensando en que podíamos encontrar a una vaca muerta, y
que ahora si íbamos a comer ¿Cuál va siendo nuestra sorpresa? que al
llegar al lugar miramos a tres esqueletos completamente descarnados
brillando de blancos al sol.
Ahí me arrodillé y empecé a llorar porque sentí que yo también
iba a morir así. Mi compañero era más valiente que yo, sólo se agachó y
se aprovechó de los muertitos sacándoles de las ropas las carteras con
dinero, identificaciones y unas medallitas.
Después de esa sorpresa seguimos caminando sintiendo que las
fuerzas nos faltaban. Lo que nos vino a salvar fue que empezaban a ver
arbustos. En algunas ramitas vimos que había panales, y cada uno comió
hasta que se acabaron. Por mi parte, parece que la miel me cayó muy
pesada y me desmaye. Cuando desperté veía que todo me daba vueltas y
estaba bien picado de las abejas, apenas y podía abrirlos ojos de la
hinchazón.
Luego que nos repusimos continuamos caminando todo el día y al
caer la noche llegamos exhaustos al tanque de agua. El depósito tenía
como ocho metros de redondo. Yo subí por la escalera unos doce metros
y con un galón de plástico y una cuerda bajé agua para los dos, y otra
vez que me vuelvo a desmayar.
En la madrugada del día siguiente caminamos como doce horas.
Por la tarde llegamos a una vereda y encontramos a un tractorista de
origen mexicano que nos dijo que camináramos hasta un voladero y que
ahí lo esperáramos, que nos llevaría agua y tacos. Como a la hora que lo
esperamos llegó con lo que prometido. Pero, cuando comíamos a placer
apareció un Migra que nos dijo que el que nos ayudó nos entregó,
señalando que no nos queremos ni entre mexicanos. Yo le aventé los
tacos en la cara al paisano y luego nos llevaron a una cárcel de Tucson
(Arizona).
En este lugar nos preguntaron las veces que habíamos pasado la
Frontera. Lo malo vino cuando mi compañero le hallaron las
identificaciones de los muertos que encontramos, y ahí se hizo el
“desmadre”. A mi me volvieron a preguntar de los muertos y tuve que
decir todo. Luego, me subieron a un helicóptero donde iba un fiscal y
otras seis personas más. Los llevé hasta el lugar. Me ubiqué por los
arbustos por donde encontramos los panales y luego miramos a los
zopilotes. Cuando empezaron a revisar a los muertos, uno de la Migra
nos dijo en español: —este es un problema bien fuerte, porque dejaron
morir a sus compañeros. También me decía malas palabras en inglés y
me querían golpear. Lo bueno fue que la conclusión del fiscal concluyó
que murieron ocho días antes, y que era cierta mi versión, pues nosotros
ya los encontramos descarnados.
Al regresar, a mi me deportaron y a mi compañero lo retuvieron
en la cárcel. Después de todo ese sufrimiento regresé nuevamente a
Tijuana. Por unos tres meses trabajé como albañil en la construcción de
los puentes y me pasé nuevamente por las playas de Tijuana en 1980 a
San Diego.
En esa ocasión había un clima muy nublado, cruzamos como
veinte personas, de los cuales, la Migra “agarró” como a doce, pues,
debido a que no se veía nada sólo “agarraban” a los que pasaban junto
a ellos.
De San Diego llegué hasta los Ángeles (California). Ahí trabajé la
mayor parte del tiempo en la construcción. Pero, en las tardes y noches
encontré chamba en un bar como intendente. Luego que aprehendí a
tratar a los clientes me hice mesero, y después me hice cantinero. Al paso
de dos años fui el consentido del dueño. Yo lo acompañaba a todos lados.
El me enseñó el negocio de la “droga” y me dejó participar con una
comisión. Al paso de los años, como en 1983 ya me había casado, tenía
una casa y buenos ahorros gracias a la venta de “droga”. Por eso
cuando en 1984 mi patrón me propuso venderme el bar porque ya se
quería retirar lo acepte y le pagué al “cash”.
Este periodo en los Ángeles fue de mucho éxito, tenía los autos
que quería, casa, bar, empleados, esposa y dos hijas. Sin embargo en
1998 mi esposa me llamó muy alarmada por teléfono, avisándome que el
FBI me andaba buscando, que le pidieron que tenía que dejar la casa
porque la iban a confiscar y que ni se me ocurriera ir al bar porque ya
me andaban buscando ahí. Entonces como pude, con lo que traía encima
agarre mi carro rumbo al sur hasta cruzar por Tijuana. Por teléfono
llamé a un amigo y me constató que ya habían confiscado mi bar y mi
casa, y que mi familia se fue a vivir con mis suegros.
Desde entonces estoy aquí en Tijuana, después de casi diez años
en los que tuve tanto dinero, poder y familia. Ahora ya no tengo nada.
Ahora ya estoy viejo y casi no me quieren dar trabajo en la construcción.
De vez en cuando les hablo a mis hijas y no voy a verlas porque no tengo
un peso para pasar y si me “agarran” nadie me saca del “bote”. Allá no
es como aquí. Allá en los Estados Unidos no hay corrupción y si te meten
a la cárcel nadie te saca a menos de que seas inocente. Ya ni regresar
quiero a mi pueblo, mis padres están muertos y ya nadie me conoce.
Además, aquí en Tijuana vivo mejor, al menos tengo que comer.
2) Emiliano
Nací en 1976 en el municipio de Villa de Tezontepec (Hidalgo). Tengo
seis hermanos y una hermana. Desde siempre mi padre tuvo varias
mujeres por eso de mis cinco hermanos mayores dos son de matrimonios
distintos, pues una hermana y yo nacimos del tercer matrimonio de mi
padre.
Mi papá era bien borracho y mujeriego. Mi niñez fue muy difícil.
En el tiempo en que viví con mis papás siempre había puros problemas.
Mis jefes del diario se peleaban por cualquier cosa. Mi papá llegaba a la
casa bien tarde y borracho y mi mamá era la única que trabajaba. No
conforme con eso, mi papá le pegaba y la engañaba. Así crecí con tantos
maltratos porque mis padres se desquitaban conmigo. Por todo me
pegaban. Por lo que fuera o me aventaban lo que tenían en a mano.
Mamá soportaba todo, pero como era lógico, con tantas humillaciones y
golpes, un buen día se hartó de él y lo abandonó. Yo me quedé con papá,
con la esperanza de que cambiara, pero al sentirse sin mujer al poco
tiempo se volvió a casar. Mi mamá se llevó a mi hermana y después de
unos meses me dio la sorpresa de que también se casó. Ya que los dos
hicieron su vida lejos, pronto se olvidaron de mí y me dejaron a mi
suerte, es decir, me abandonaron. Pero, gracias a mis abuelos paternos
no me sentía tan solo, porque me fui a vivir con ellos.
Si bien, en un principio me quedé con mi papá porque tenía la
esperanza de que cambiara. Pero que iba a cambiar, se volvió peor y él
también se cansó de mí y me fue a aventar con mis abuelos. Cuando me
fui a vivir con mis viejitos todo cambio, porque ellos me trataban bien. Lo
malo es que eran bien pobres, porque mi abuelo era albañil y como ya
estaba grande ganaba muy poco. Aunque yo lo ayudaba trabajando de
“chalan”, el dinero no nos alcanzaba para nada. Por eso, con mucho
esfuerzo terminé la secundaria, pues, yo sabía que vivía de las sobras de
los demás. Para esto, mis primos me mandaban la ropa y zapatos que ya
no les quedaban. Toda mi niñez la viví así con muchas necesidades y con
lástima. En todos esos años me puse a pensar cómo salir de la pobreza,
porque como es bien sabido por todos que el dinero siempre es necesario
¡y vaya que en mi casa sí que nos hacía falta! Es por eso que yo decidí
irme a los Estados Unidos, porque allá yo tenía familia en los Ángeles
(California). Me gustaba la idea de irme como lo hacían mis tíos, primos
y varios conocidos para regresar con una buena “troca” y traer mucho
dinero para gastar y vivir como rey. Además como yo siempre viví de las
limosnas de mis familiares, ya estaba cansado de eso, quería algo mejor
para mis viejitos y para mí. Aunque todavía tengo a mis padres —le
repito— ellos nunca se hicieron cargo de mi, nunca se preocuparon si
comía, si me enfermaba, si ya no tenía que vestir, ¡ni un peso he recibido
de ellos!
Los tíos que trabajan en el Otro Lado mandaban dinero para
ayudar a mis abuelos. Yo me daba cuenta de cuánto era porque yo
siempre los acompañaba a cobrar el envío; por eso también me anime a
quererme ir. Yo pensaba que allá ganabas un montón de “lana”, no
como aquí que trabajas de sol a sol y el sueldo es bien miserable.
También era testigo de que cuando mis tíos solían llegar, gastaban
muchísimo dinero en el pueblo, y a sus hijos les compraban de todo y de
lo mejor.
Desde un principio yo le pedí ayuda a uno de ellos para pasar.
Siempre se negaba que porque no quería que yo me fuera para allá, que
era muy joven y luego porque yo nunca había salido del pueblo. Para
convencerlo le pedí a mi abuela que hablara con él para que me ayudara.
Gracias a las súplicas de mi abuela por fin aceptó. En ese entonces yo
tenía 18 años cuando me fui por primera y única vez a los Estado Unidos.
Eso fue en 1994. Yo estaba de lo más emocionado por irme a trabajar al
Norte y más porque iba a ganar en dólares. Cuando llegó la hora de la
despedida les prometí a mis abuelos que me iba por un par de años y que
regresaría muy pronto. Yo iba a llegar con mis tíos a los Ángeles
(California). Ellos me pagaron la pasada y mandaron el dinero para
pagarle al Borrego, el coyote más famoso de mi pueblo. Cuando llegué a
la Frontera ya me habían advertido que tenía uno que caminar mucho, lo
que no me preocupó en lo más mínimo, porque desde el principio yo
siempre me he dedicado al deporte y no se me hacía difícil. Pase rápido
porque me fui un viernes y el lunes ya estaba en Estados Unidos. Sólo
caminé dos días por el desierto, y después fue mi tío a recogerme. Lo que
sea de cada quien, yo no sufrí tanto en la Frontera porque sólo caminé
dos días. Aparte, en ese entonces no era tan estricta la vigilancia y ni
siquiera me tope con la Migra.
Llegué a vivir con tres de mis tíos, hermanos de mi papá. Ellos
vivían en un apartamento con otros “vatos” del pueblo. Allá en los
Ángeles (California) empecé a trabajar en un taller de costura de
“overlista”. Ya tenía experiencia en ese trabajo, lo aprendí en México. El
taller era de unos coreanos. Uno de mis tíos me recomendó con sus
patrones.
Desde entonces, mi vida cambió cuando salí de mi país porque en
los Estados Unidos se gana más dinero y te alcanza para comprarte
muchas cosas, hasta para mandarle dinero a los viejitos y para conocer
otros lugares. Con decirte que fue hasta en los Ángeles donde ví el mar
por primera vez. Me divertí en Hollywood y los antros de esa ciudad,
algo que nunca hubiera podido conocer estando en el pueblo.
Tiempo después, como nada es perfecto en esta vida, empecé a
tener “broncas” con la familia porque yo salía todos los fines de semana
con los amigos del trabajo. Comencé a tomar mucho y me la pasaba de
fiesta en fiesta, lo que me creó muchos problemas con mis tíos.
Al paso del tiempo, yo empiezo a ganar mi dinero, a tener más
amigos, bueno entre comillas porque esos no son amigos, de esos que te
aconsejan que te gastes el dinero en pura diversión. Salía con mis
vecinos, eran pandilleros. A mí me empezó a gustar esa “onda”. Me
compré mis pantalones grandes, los tenis de marca, los tatuajes en la
espalda o en los brazos. Por ejemplo, me pinté la virgen de Guadalupe.
En ese tiempo, todo lo que ganaba era para irme de “parranda”
con la banda, todo era ir a tomar alcohol y a fumar mariguana. Si en la
semana ganaba bien todo lo gastaba en el vicio. Todo eso no les gustó a
mis tíos y me cansé de que estuvieran “chingando” y me fui a vivir solo.
Una vez solo, sin la vigilancia y sermones de nadie anduve con
toda libertad en las fiestas. En una de ellas conocí a Gloria, una chava a
todo dar. Al principio fuimos muy buenos amigos, hasta convertirnos en
novios, entonces yo me enamoro de ella y ella de mí, es por eso que
decimos vivir juntos; es más, en cuanto se lo propuse Gloria no lo pensó
ni dos veces y se fue a mi departamento a escondidas de sus padres. Es
ahí donde comienzan mis problemas porque ella tenía 14 años, lo que a
nadie le pareció, porque todos decían que yo me había aprovechado de
su inocencia para llevármela conmigo. Pero lo que la gente no sabía o no
quería entender era yo no la obligué a irse conmigo. Ella y yo nos
queríamos, pero como era menor de edad se puso más difícil la cosa, y
sus papás me echaron a la policía que porque era un “pandillero”. No
voy a negar que lo era y que me gustaba. Pero, a diferencia de mis
vecinos yo si trabajaba. Lo que si era cierto es que yo no era tan malo
como me decían los papás de Gloria.
Para mi desgracia, en Estados Unidos no es como en México,
cuando te llevas a tu chava aquí ni quien te dice nada; bueno, los
familiares se enojan, pero no te echan a la policía como si fueras un
delincuente. Ella era igual que yo, una migrante ilegal más y también sus
padres lo eran. Pero allá no importa si estas legal o no. Allá los delitos
los persiguen por igual.
Como era de esperarse me “cayó” la policía donde trabajaba. Me
arrestaron frente a mis tíos y mis amigos. Todos ellos no lo podían creer
y unos a otros le preguntaban a los policías por qué me detenían, los
policías sólo les contestaban en inglés.
Al momento yo me resistí al arresto. Pero me agarraron entre
tres, me esposaron y me subieron a la patrulla.
Después que soy detenido, en la cárcel del Condado de los
Ángeles me asignan a un abogado de oficio. Unas horas después
entraron unos policías
para interrogarme. Pero como me hacían
preguntas en inglés yo no entendía nada. Para esto mi abogado sabía
hablar español, bueno más o menos y él también la hizo de mi intérprete.
En tal situación, no me sentía tranquilo, al contrario estaba más
nervioso porque es bien feo que todos hablen de ti y tú no sepas que
están diciendo, pues, aunque mi abogado hablaba español y me
informaba de todo yo desconfiaba de él porque yo pensaba que no me
decía todo lo que hablaban.
A los dos días de reunir pruebas en mi contra me llevan a juicio y
ya ante el juez, y los miembros de la corte me declaré “inocente”, porque
yo no hice nada. Cuando interrogaron a mi novia me defendió. Dijo que
me quería y que yo no la obligué a nada.
Allá no contaba su testimonio sino el de sus padres, y como era
menor de edad pensaron los del jurado que yo la había amenazado y le
creyeron más a sus papás. Como era de esperarse, los del jurado me
declararon culpable y me echaron 10 años de prisión. Pero mi abogado
apeló la sentencia. Después él me aconsejo que me declarara culpable
para que mi condena fuera menor. Yo le hice caso porque no quería estar
preso y más por un delito que yo no cometí. Pero de qué me sirvió, de
nada, porque aún así me echaron 8 años de prisión. Aunque en realidad
sólo estuve preso 4 años, porque allá te cuentan el día por dos, o sea te
cuenta el día y la noche.
En la cárcel del Condado de los Ángeles (California) los oficiales
te hacen quitar la ropa de civil y te dan tu uniforme; luego me dijeron
cual iba a ser mi celda, y pues, entré con un buen de miedo porque allá
yo no sabía hablar inglés y tenía también mucho temor de estar rodeado
de puro delincuente. Yo sabía perfectamente que yo no era uno de ellos.
Ya en la celda yo tenía un compañero con quién compartía el baño. Ahí te
ocupas en alguna actividad dentro de la prisión. Por ejemplo, yo estaba
en la lavandería, otros en la cocina, o en otras cosas.
Al inicio de mi proceso legal no tuve ninguna visita, sólo pude
tener visitas hasta después de un mes. Para esto, uno de mis tíos iba a
verme, porque él era el único que contaba con AD (dvn), la identificación
que es como la credencial de elector aquí en México. Aunque sólo me
pudo visitar como seis veces, en que nos podíamos ver a través de un
cristal y hablábamos por un teléfono, yo le agradezco infinitamente su
atención.
Ya estando en la prisión, el ambiente es muy feo. Hay mucho
“racismo” a los mexicanos. La mayoría de nuestros paisanos como yo
están presos injustamente. Para empezar sólo compartes la celda con
otra persona. Cuando te vas a bañar en las regaderas apenas si te da
tiempo de bañarte, pues tienes que esperar a que los “pinches” gringos
pasen primero que uno. Eso pasa así, y no puedes hacer nada, porque si
haces algo te metes en problemas y puedes ser golpeado por cualquiera
de esos desgraciados.
En las prisiones de Estados Unidos, yo me imagino que son como
aquí. Bueno, primero está el área de los dormitorios, donde tienes a otro
compañero, tienes un baño, un mueble donde poner tus cosas, después
está una cocina, los comedores, un gimnasio, la enfermería, los talleres y
la lavandería.
Para cumplir mi condena yo estuve en tres condados más, porque
allá te van cambiando conforme tu condena va disminuyendo. Como
quien dice vas “escalonando” tu libertad. Cuando tú sales de un condado
ya estás en otro y así. Después de estar en los Ángeles (California) me
cambiaron al Condado del Chino (California), luego al de Daleno
(California) y por último al de la “Vaca” que está por San José
(California). En todos, el racismo es igual, y hay que aguantar las
mismas humillaciones por las que pasa uno como ilegal en ese país.
Bueno, lo mismo pasa estés preso o no, el trato es siempre el mismo, pues
por todo tienes que agachar la cabeza con tal de sobrevivir en ese
maldito país.
Al estar en los demás condados de California ya no pude tener
ninguna visita, porque a mis tíos y a mis amigos les daba miedo
trasladarse de una ciudad a otra, todo porque son “ilegales”. Por eso yo
me comunicaba con ellos por teléfono. Es que en los distintos condados
en los que estuve pude hablar como tres veces por semana. Las llamadas
son por operadora, son muy cortas y bien caras, solo da tiempo de decir
pocas cosas. Yo a provechaba esos minutos para informarle a mis tíos
cómo estaba y lo mal que me sentía en un lugar donde no tienes porque
estar.
En el tiempo que estuve preso, reflexioné sobre muchas cosas.
Les pedí perdón a mis tíos por lo mal que me porté con ellos, por no
hacerles caso en los consejos que me daban, porque uno cuando esta
“chavo” piensa que todo lo puede.
Las veces que yo hablaba por teléfono con mis familiares se me
cortaba la voz porque me daban ganas de llorar y desahogarme, pero no
podía por la pena que tenía con ellos. A mis tíos también les pasaba lo
mismo, pero igual, siempre trataban de darme ánimos cada vez que
hablábamos. Lo más difícil fue saber que todos en mi pueblo ya sabían
que yo estaba preso, y peor aún más: que mis “viejitos” lo sabían, y que
pensaba lo peor de mí.
Ya cuando estaba a punto de terminar mi condena, meses antes
me habían avisado que iba a ser deportado a mi país y que sería llevado
a Tijuana. Me pidieron que avisara a algún familiar para que fuera por
mí, y me advirtieron además que en diez años no debía pisar ese pinche
país, y así lo hice, le avisé a mis tíos para que alguien me alcanzará en
Tijuana. Llegó el día de irme y me despedí del Gil, mi mejor amigo de la
cárcel, el único compañero de celda con el que pude tener una verdadera
amistad, él estaba por robo en el condado de San José, y también ya iba a
salir.
Al principio no quería avisarle a nadie de mi llegada por pena.
Pero tuve que hacerlo porque no tenía dinero. Cuando salí de prisión me
trasportaron en avión hasta Tijuana. Cuando llegué ahí, cual va siendo
mi sorpresa que ya me estaban esperando mis “padres”. Ahora si, ahí
estaban, aunque no me lo crean.
De regreso para Hidalgo nadie decía nada, sólo que les daba
gusto que ya estuviera en México. En el camino nadie pronunció palabra,
yo tampoco, yo creo que les daba pena o no sé…
En Hidalgo me esperaban mis abuelos. Ellos me recibieron muy
bien. No tardé mucho en darme cuenta de que el pueblo entero me
catalogaba como delincuente. Me quedé sin amigos porque todos me
veían con temor y con mucha desconfianza. No soporté mucho esta
situación y me fui a vivir al Distrito Federal. Me fui lejos, donde nadie
me conociera y me juzgara. Allá estudie Mecánica Automotriz y seguí
trabajando. Ahora ya tengo mi pequeño taller y regresé con mis viejitos.
Esa es mi historia, una más de tantas tragedias que pasamos los
mexicanos en los Estados Unidos. Ahora soy de la idea de ya no volverme
a ir al “gabacho”. Hace unos años por el coraje me quería regresar.
Pero ahora que soy más grande, ya lo pienso mejor porque todo esto me
pasó por estar chavo, por no saber nada de la vida, porque no tuve
consejos de mis padres, y porque uno piensa que es fuerte y que puede
con todo, y la verdad no es así.
Los años en la cárcel los viví por ignorante, porque si yo hubiera
sabido de las leyes de los Estados Unidos nunca me hubiera echado esa
bronca. Ahora prefiero matarme aquí, trabajando en mi país, aunque
me cueste el doble. Nunca más vuelvo a pisar ese maldito país donde se te
humilla, y sólo le levantas la basura a los gringos, donde aceptas los
peores y humillantes trabajos, todo con tal de ganar unos dólares.
3) Adelita
Nací en 1976 en un pueblo cercano a la Ciudad de México. Yo tengo tres
hermanos y una hermana. De todos ellos yo soy la segunda hija. Allá en
mi pueblo vivía con mis papás y mis hermanos. Nosotros éramos muy
pobres, por eso desde niños ayudábamos a trabajar para la manutención
de la casa. Mi hermano mayor y yo laborábamos en el campo cortando
fríjol o cosechando maíz. En el campo, las jornadas de trabajo eran muy
duras, porque uno tenía que caminar dos horas para llegar al terreno de
cultivo. En ese tiempo nos pagaban a 10 pesos por día. Siempre nos
llevábamos la comida y la consumíamos sin calentar. El final de la
jornada era a las 5 de la tarde. De regreso a casa, otra vez debíamos
caminar 2 horas.
Luego ayudábamos a mi mamá a traer la masa para las tortillas y
el agua para comer. Como éramos muchos hermanos, mi madre tuvo que
trabajar vendiendo pan y ropa. Yo la acompañaba en ocasiones y
caminábamos como 5 horas a otro pueblo a donde iba a vender. Con esta
actividad nos sacó adelante A mis hermanos y a mí.
Por esos años, como no teníamos vecinos ni familia cerca con
quien encargarnos, mi madre cargaba con todos cuando iba por la
mercancía. Todo era un tormento porque como éramos chicos
retardábamos a mamá porque nos cansábamos. Ya que regresábamos a
casa le ayudábamos a acomodar todo. En el rancho no había descanso ni
los sábados ni los domingos, es decir, todos los días del año
trabajábamos.
Cuando cumplí 11 años terminé la primaria. Debido a que en mi
pueblo no había Secundaria mis padres me mandaron a México a
estudiar. Mis papás decidieron que me fuera con una de mis tías. Al
principio me trataron bien. Mi tía vivía con su esposo y con sus cuatro
hijos. La casa era pequeña. Todos dormíamos en un mismo cuarto. Mis
tíos me advirtieron que tenía que trabajar antes de pensar en estudiar. Yo
acepté con tal de seguir estudiando. Antes de irme a la escuela yo tenía
que ir al molino, hacer tortillas, barrer y trapear. Por eso tenía que
levantarme muy temprano para que me diera tiempo de hacer todo.
Al paso del tiempo me pidieron que también diera gasto porque no
alcanzaba el dinero, y que si no entonces no tenía derecho a comer. Así
que entré a trabajar a un taller de costura sin saber hacer nada, pero
poco a poco fui aprendiendo. A los pocos meses de haber llegado a
México se vino uno de mis hermanos conmigo. Los dos nos acomodamos
y trabajábamos para dar el gasto, sólo así nos dejaron estudiar los tíos.
Por este motivo nos costaba mucho trabajo sacar adelante la
escuela. Pero, debido a que el dinero no alcanzaba decidimos buscar un
trabajo donde nos pagaran un poco más. Un buen día dimos con una
señora ya mayor. Ella era la única que se preocupaba un poco por
ofrecernos un “taco”. Nos invitaba de comer o nos daba un vaso de
agua. Yo siempre le agradecía porque había veces que no comíamos,
todo con tal de llegar a tiempo a la escuela.
Recuerdo que en aquella época no había tiempo para nada.
Siempre había hambre. En algunas ocasiones vivíamos de la caridad,
porque la gente al darse cuenta de nuestra necesidad nos ayudaba.
Mientras tanto, en la casa de mi tía las cosas cada vez se ponían peor,
porque en su casa sólo trabajábamos mi tía, mi hermano y yo. Su esposo
dejó de laborar, creo yo que para eso contaba con nosotros. Él decía que
nunca le pagaban, tal vez debido a que siempre hacía mal su trabajo.
Con mucho esfuerzo al terminar la secundaria mi papá dice que
tengo que seguir estudiando. Para esto, me manda al Estado de México
con unos amigos suyos. Ellos sólo me ofrecieron el hospedaje. Lo que no
me gustó es que estaba lejos de mi casa y que vivía con una familia muy
grande, eran como de 12 personas en total. Estaba el matrimonio con
hijos, nueras y yernos. A mí me tocaba dormir en la sala. Ahí trabajaba
más que cuando estaba con mi tía. Además, en esta casa me encargaba
de cuidar a una niña como de tres de años. Le lavaba la ropa, le daba de
comer y la bañaba. A las pocas semanas de haber llegado con esa familia
me metí a estudiar enfermería. Así estuve como 3 meses, pero me puse a
pensar ¡qué necesidad tengo yo de estar viviendo con los amigos de mi
papá, en estarles lavando y planchando su ropa, para que ni siquiera se
preocupen por mí!
El día se me iba en estudiar, en cuidar a la niña, hacer las tareas
escolares, lavar y planchar la ropa. Por eso no me daba tiempo de nada.
Desesperada por esta situación decidí irme de esa casa sin avisar a nadie
porque ya había tenido muchos problemas por estar viviendo ahí.
En tal disposición, tomé mi mochila con la poca ropa que tenía y
me puse a buscar casa. Un señor me rentó un pequeño cuarto. Así me
metí a vivir con mi pura mochila de ropa ¡no tenía nada! En un principio
con lo que me sobraba de dinero compraba unos cuantos muebles. La
mayor parte de mi sueldo lo dedicaba a pagar la renta y mi comida.
Después se vino a vivir conmigo mi hermana porque le fue mal en su
matrimonio. Entre las dos cooperábamos para la renta juntas. Al paso de
unos meses, vino su esposo y se la llevó de regreso a su casa.
En ese tiempo de estar sola comienzo a salir con el que ahora es
mi esposo. Él siempre me buscaba desde cuando comencé a vivir con mi
tía. Después lo veía a escondidas. Al principio no quería salir con él
porque yo no lo conocía. Cuando cumplí 17 años, mi novio me propuso
que me fuera a vivir con él y su familia al otro extremo de la ciudad, pero
yo no quise porque me había acostumbrado a mi casa y a mi trabajo.
Entonces yo le propuse que era mejor que él se viniera a vivir conmigo.
Quince días después ya vivíamos juntos. Él era albañil, pero yo hablé con
mi patrón y le enseñé el oficio de la costura en la maquila de ropa.
Duramos con ese patrón como un año, pero ya no nos convenía porque
nos pagaba muy barato y nosotros teníamos que pagar renta. Por eso
decidimos buscar trabajo en otro lado.
Por esos años abren una fábrica de ropa, donde según la gente
decía pagaban mejor que en otros talleres. Al entrar a trabajar ahí, ya
nos fue un poco mejor.
Dos años después de casados me embaracé de mi primer hijo. Esa
fue una gran noticia, que luego se trasformó en preocupación porque las
carencias económicas se iban a incrementar. Cuando nació tuvimos que
pagarle a alguien para que me cuidara a mi hijo de lunes a viernes
mientras yo trabajaba. Como los gastos cada vez eran mayores, nos
decidimos a comprar un pequeño terreno para construir nuestra propia
casa. Para esto tuvimos que vender varios aparatos como la televisión,
radio y un pequeño comedor. El terreno era de 10 por 10 metros, pero ya
por lo menos teníamos algo, y ya no pagábamos renta, porque como
pudimos edificamos poco a poco dos cuartitos.
Debido a que nuestra situación económica no era muy buena, uno
de mis hermanos invitó a mi esposo a que se fuera a trabajar a los
Estados Unidos. Según él, allá la gente gana mucho más que en México.
Con muchos sacrificios juntamos el dinero para que llegara a la
Frontera. Él se fue enseguida que conseguimos el dinero, pero es hasta
después de un mes que tuve noticias suyas.
Por teléfono me explicó que perdió el avión de México a la
Frontera y tuvo que volver a comprar su boleto. Por ese motivo se quedó
sin dinero y no pudo avisar de inmediato cuando ya había pasado a los
Estados Unidos.
Mi esposo llegó a los Ángeles (California) con mi hermano y
algunos conocidos. Yo me quedé viviendo con mi pequeño hijo, y desde
acá también trataba de ayudarle con el trabajo en la costura. Él dice que
entró a trabajar en la maquila de ropa en los Ángeles. Tres años estuvo
allá sin ningún resultado. Siempre que hablábamos, le reprochaba que en
esos años lejos de mí no había podido hacer nada, pues no teníamos
nada, aparte él solo me mandaba 1000 o 700 pesos por mes.
En tal situación, sin consultarlo con él tomé la decisión de irme a
Estados Unidos a trabajar para que entre los dos todo fuera más fácil y
rápido. En México me mataba cosiendo hasta las doce o la una de la
mañana. Aquí sentía que trabajaba mucho y no veía que ganara lo justo.
En Casa, dejé a mi mamá que cuidara a mi hijo. Apenas tenía
cuatro años. Yo sufría por él. Me puse a pensar que me tendría que ir
lejos y quién sabe por cuánto tiempo. En el camino lloraba por mi
pequeño. A todas horas yo me acordaba de él. Me ponía a pensar si
había hecho lo correcto, me decía: —¿estará bien dejar a mi hijo o
estaré loca al haberlo dejado solo?
Después de un largo viaje por fin llegué a los Ángeles
(California). Mi esposo fue a recogerme en cuanto llegué. Tuvimos que
vivir como con 12 paisanos en un pequeño departamento. Todos eran
desconocidos para mí. Por ese motivo me parecía que eran muy hostiles
conmigo. Desde un principio, la encargada del departamento me trató
muy mal. Me dijo que todo se pagaba, que nada era gratis. Yo me puse a
“chillar”, y le dije a mi esposo ¡No sé qué “chingados” hago aquí! Allá
en México tenía mi casa y mi trabajo y sobre todo a mi hijo. En el Norte
me sentía muy decepcionada, por eso el segundo día le dije a mi esposo
que me llevara a ver si conseguía trabajo con sus patrones “Los Chinos”.
Por supuesto que me dieron trabajo. El horario fue de las 7 de la mañana
a las 6 de la tarde por 10 dólares al día. Nunca dimensioné el miserable
salario, pues, cuando llega el fin de semana me sorprendí que me
entregaron sólo 60 dólares. Entonces, me enojé muchísimo. Le dije a mi
esposo que era muy poco lo que pagaban, Ahí conocí la explicación de
por qué él no había podido hacer nada.
En ese momento pensé en regresarme a México porque allá
ganaba 1, 200 pesos a la semana, y sin estar pagando renta. Pero mi
esposo me interpeló de inmediato: —si insististe en venir, ahora te
“chingas”.
En la siguiente semana me puse a buscar trabajo por mi propia
cuenta. Recorro la ciudad a pie y a quién encuentro que parece mexicano
le pregunté si sabe de un lugar donde me pueden dar empleo. En tal
disposición me encontré a un Guatemalteco que me recomendó con sus
patrones de origen coreano. Éstos me pusieron a prueba. Al principio me
costó un poco adaptarme a las maquinas, pero al final pude hacer todas
lo que me recomendaron. En la primera semana de trabajo gané 280
dólares. Aún así no estaba satisfecha, agradecí por el trabajo y me
despedí, pues en ese momento estaba segura que me regresaba a México,
porque yo estaba decepcionada de los Estados Unidos, según yo ganaba
mejor. Ni modo, creo que allá no valoran nuestro trabajo, sino al
contrario, uno sólo regala su tiempo.
Ese mismo día llamé a un hermano que estaba en Oregon para
avisarle que me regresaba a México. Él no estuvo de acuerdo y me invitó
a que me fuera con él. A su vez, me anticipó que sólo podía recibirme a
mí, porque en el lugar donde vivía no podía meter a más de una persona.
Después de pensarlo un poco me decidí a reunirme con él.
Para esto, mi esposo me compró el boleto. Todos los paisanos con
los que vivíamos y él mismo se cansaron de decirme que no viajara
porque me podría agarrar migración. Pero a mí eso no me importaba, lo
que yo quería era irme de ese lugar, y hasta era mejor porque ya me
quería regresar a mi país.
En Oregon empecé a trabajar en la costura. Era una fábrica que
hacía ropa para animales. De lunes a viernes cubría el horario de 5 de la
mañana a una de la tarde por un salario de 400 dólares.
Dos meses después de mi llegada a ese lugar, las personas con las
que compartíamos el apartamento se mudaron y sólo nos quedamos mi
hermano, su esposa y yo. Con esto dividimos en dos el pago de la renta
porque la esposa de mi hermano estaba embarazada y no trabajaba. Así
que con toda confianza invité a mi esposo y también le conseguimos
trabajo en el mismo lugar.
Por mi parte, al ver que salía muy temprano del trabajo, decidí
laborar en la limpieza y en la cocina en un Mc Donals, es decir, después
del primer trabajo descansaba 2 horas y en el segundo cubría el turno de
4 de la tarde a 11 o en ocasiones hasta las 12 de la noche.
En este tiempo yo hubiera aguantado lo que fuera cumpliendo en
los dos trabajos. Pero vinieron los sucesos del 11 de septiembre y nos
despidieron a todos los migrantes ilegales de la fábrica. Después de esto,
mi esposo ahora es el que se quería regresar a México y yo por el
contrario me negaba por mi trabajito en el Mc Donals. Así, busqué y
busqué hasta que me dieron otro turno en otra sucursal. En una entraba
a las 5 de la mañana y salía a la una de la tarde. En la otra cubría el
horario de 3 de la tarde a 12 de la noche.
También ayudé a mi esposo y entró a trabajar en el Mc Donals,
pero igual que, yo consiguió un segundo empleo en un restaurante
italiano.
Ante esta situación, nuestra relación se deterioró por los
conflictos conyugales. Por mi ausencia, mi esposo me reprochaba que
sólo pensaba en trabajar y trabajar. Yo siempre le respondía que yo
había dejado sólo a mi hijo en México por andar holgazaneando y que
para él luchaba, para darle un futuro mejor, y más porque él no pudo con
la responsabilidad de mantener a nuestra familia, por eso yo tuve que
migrar para ayudarlo.
En los dos trabajos duré alrededor de cuatro años. Después decidí
dejar uno porque con eso era suficiente para mandar dinero a México.
Además, ya estaba muy cansada, pues, regularmente dormía como 4
horas al día. Pero, justo antes de renunciar a
un trabajo quedé
embarazada de mi primera hija. En ese momento traía ella traía la torta
bajo el brazo y que me ascienden a manager. Pero, renuncié al ascenso
por mi embarazo. Entonces, los gerentes me dieron la oportunidad de
seguir laborando de manera normal: sacaba y preparando la carne,
hacía los burritos y despachaba las órdenes de los clientes.
En este embarazo siempre me negué a acudir al médico. Pero tuve
que ir porque empecé a sentirme mal y a tener sangrados, situación que
me asustó y por ese motivo acudía periódicamente al doctor. En el
hospital me aconsejaron guardar reposo, pero no hice caso porque mi
trabajo no era pesado, por lo que seguí laborando hasta el día que nació
mi hija.
Pero antes, en una visita al hospital me dijeron que el trabajo de
parto me iba a salir en 30, 000 dólares. Al momento estuve a punto de
caerme porque era carísimo, pues ¿cuándo íbamos a juntar todo ese
dinero? Pero ya después, uno habla con la gente del hospital, le explicas
tus ingresos y compruebas lo que estás diciendo. Luego, los del hospital
te investigan en tu trabajo, es decir, confirman cuánto ganas, y sobre eso
te cobran, pero ya es menos.
Cuando tuve a mi hija fue un parto difícil. La verdad entre el
dolor y el desmayo sólo me reprochaba que mi hijo estuviera solo en
México, sin mí, sin sus papás. Eso me daba mucho coraje en ese instante
tan difícil de mi vida. Con las fuerzas que me dio mi hijo ausente por fin
nació mi hija. Con el tiempo se me fueron quitando los remordimientos,
es decir, me olvidé un poco de que tenía dos hijos separados, y que
ambos me necesitaban.
Entonces tomé la decisión de enviar más dinero a mi hijo a
México. Es ahí cuando uno se pone a pensar que el dinero es lo más
importante, porque en la actualidad si no tienes dinero no eres nadie,
porque de amor no vas a poder vivir. Los hijos necesitan calzarse, comer
y vestirse. Al ratito ellos quieren estudiar y ¿de dónde?
Para evitar la depresión posparto a los 40 días regresé a trabajar.
Durante mi ausencia mi hija se quedaba al cuidado de su papá o de mi
cuñada, quien ya había llegado con nosotros.
Tres años más arde me hicieron ganar de nuevo el puesto de
manager. Para esto, mis jefes me llevaron a una capacitación donde me
enseñan cómo tratar al cliente, cómo debe de ir preparada la comida,
qué servicio debes dar, cómo aconsejando al cliente de lo que puede
consumir, todo en el objetivo de aumentar el consumo. Esa capacitación
duró cuatro días, lo bueno es que aprendí a hablar inglés, y cuando no
sabía preguntaba a los que saben hablar mejor o que lo escriben.
Para que te den el puesto de manager debes aprobar un examen.
Primero te dan un libro muy grande para que te prepares en tres meses.
Cuando apruebas el examen te entregan un certificado de manager.
Con esto me dejan a mi cargo a 10 personas. Yo era la
responsable de manejar el dinero, la computadora, de hacer los depósitos
del día, de llevar al corriente la contabilidad. También me encargaba de
atender a los clientes, de mover a los carros cuando la gente llevaba su
comida. Con el tiempo me hice de varios amigos en el trabajo, es decir,
me encontré con buenas personas que me trataron muy bien. Aunque
también coincidí con gente mala. Pero como siempre digo, te encuentras
de todo.
Los años pasaban y crecían más mis deseos de regresar a México,
sobre todo para volver a estar con mi hijo. Pero cuando andaba con estos
planes, tuve un accidente automovilístico. Durante tres meses estuve con
varias lesiones. Pero aun así trabajé medio tiempo. Una vez que me
recuperé regresé a mi jornada normal. Por eso mi esposo me dijo que me
olvidara de regresar, porque al tener un accidente allá tienes que
preocuparte por los gastos de la aseguradora, de la policía, de checar
que tus papeles estén bien; entonces, nuevamente me olvidé de volver a
casa con mi bebé.
Pasó un año más y me decidí a tener otro hijo. Me lo propuse
como meta: el último hijo y me regreso a México. Mi esposo —como
siempre— estaba en contra de mi voluntad y por supuesto no quería
regresar con nosotros.
En tal disposición quedé embarazada. Pero, en el trabajo seguí
con la misma rutina, pues trabajé hasta el último día de embarazo, en el
que llegó a mi vida mi segunda niña.
Contra los reproches de mi esposo y el desacuerdo de mis
compañeros me regresé a México, principalmente porque necesitaba
estar con mi hijo, es decir, era más importante que mis tres hijos
estuvieran juntos, pues, mi niño nunca quiso viajar con nosotros a los
Estados Unidos, a pesar de que por teléfono se lo pedimos
insistentemente, creo que siempre le dio miedo.
Yo sabía que al regresar a México me encontraría con mi hijo y
con la casa que tanto deseamos mi esposo y yo. Para esto, con la
confianza que le teníamos a una entrañable amiga le enviamos dinero
para un terreno y para que nos la construyeran. Poco antes de salir
confirmábamos con un paisano que nos dijo que ya había visto la
“casota” que nos estaban haciendo, y por eso regresé muy confiada.
Debido a que ni mi esposo creía en mi regreso a México, yo sola
compré los boletos de avión. Por fin llegó el día de la despedida. Con
infinita tristeza dejé a mi señor y a todos mis amigos, creía que tal vez
nunca más los volvería a ver porque ya estaban muy acostumbrados a
vivir en “El Gabacho”.
Al llegar a México, la emoción me llevaba a toda prisa para ver a
mi hijo y a mis padres. Recuerdo que hasta en la desesperación por
llegar rápido con ellos pagué un taxi del aeropuerto a mi casa. Al llegar
llamé, pero nadie me abrió; entonces fue que le pedí al señor del taxi que
me llevara a casa de mi amiga, porque allá estaban mis papás y mi hijo.
Efectivamente, mis papás me esperaban en la esquina de una tienda, y al
ver la camioneta del aeropuerto, mi mamá grito desde la esquina: —¡mi
hija! Cuanta emoción recuerdo por verlos de nuevo. Ya con las lleves
caminamos juntos a mi casa y entramos. El temor de que me hubieran
transado el dinero que envié se disipo, con calma me senté en una silla,
respiré a fondo y me dije: —valió la pena el esfuerzo, estoy en mi propia
casa.
Aunque tenía mucho miedo de que mi hijo ya no me quisiera, mi
temor siempre fue el no encontrarlo, es decir, que se negara a verme,
porque yo pensaba la mejor forma de enseñarle a amarme poco a poco;
pensaba muchas cosas. Me preocupaba que me reprochara el haberme
ido de su lado. Para esto también ya venía resignada a su rechazo. Si mi
niño no quería seguirme y quedarse con su abuelita, con mucha tristeza
lo tendría que aceptar y no lo obligaría a estar conmigo. Pero
afortunadamente no ha pasado eso, él me recibió bien y está ahora
viviendo conmigo.
Tres meses después de mi llegada a México, mi esposo también
regresó, compramos unas máquinas y ahora aquí trabajamos en la
costura. En el tiempo que puedo atiendo nuestro pequeño negocio de
verduras y pollo. Personalmente me encargo de administrar nuestro
dinero, porque de algo tenemos que vivir.
Tal como lo dije antes, afortunadamente mi amiga no nos
traicionó, cosa que si han hecho con otros migrantes. Ella en verdad
compró el terreno y construyó la casa. Siempre vivía preocupada, y tenía
la duda de que la propiedad no estuviera a mi nombre, o que ella se
hubiera gastado todo nuestro dinero.
Al final de mi experiencia en Estados Unidos, puedo decir que he
dejado media vida allá, también creo que sigue persistiendo el sueño
americano. Pero, que en ese lugar es muy, muy difícil obtener lo que se
deseas, si vas a salir siempre tienes que ir con la mentalidad de trabajar
incansablemente para cumplir tus sueños, porque si no es así, lo mejor es
quedarse en México. He pensado que no sirve de nada tanto sacrificio, el
irse tan lejos a privarte de tantas cosas para que no lo aproveches. No
tiene caso apartarse de la familia, por eso siempre hay que pensar en
progresar para intentar tener un mejor futuro.
Acá, en nuestro país cuesta más trabajo salir adelante, porque los
sueldos son muy bajos, y las oportunidades para los que no tenemos
dinero ni estudios son muy pocas, por eso gracias a que migré a los
Estados Unidos pude ver realizados mis sueños: estar con mi familia,
tener una casa y mi propio trabajo.
4) Valentina
Nací en 1979 en un pequeño pueblito del norte de Guerrero. En mi
familia fuimos siete hermanos. De ellos yo soy la cuarta hija. Mi infancia
fue muy tranquila, porque mi papá se dedicaba a la venta de ganado. En
fin, no me puedo quejar, nos iba muy bien, pues no faltaba nada en casa.
Mis hermanos mayores eran los que ayudaban a mi papá en el rancho,
mientras los demás no la pasábamos de juego en juego.
Más adelante la vida de nuestra familia cambió drásticamente
cuando mi padre nos abandonó a nuestra suerte. Fue un momento de
locura, pues decidió dejar a mi madre por irse a vivir con otra mujer. En
ese entonces lo vendió todo, hasta nuestra casa. Algunos vecinos dicen
que vive en México, y otros de plano, igual que nosotros le perdimos la
pista.
Así de fácil se olvido de su esposa y de sus hijos —aunque no me
lo crean— y nos dejó en la calle sin dinero, sin nada. Ante esta situación
todos mis hermanos y yo ya no fuimos a la escuela y todo por ayudar a
mamá, todos trabajamos en lo que sea. A los 14 años comencé a trabajar.
Según yo ya grande, porque algunas muchachas del pueblo con menos
edad ya sabían lo que era ganar un sueldo. Yo no sabía que era eso, pues
mi padre nunca nos permitió laborar, porque según él nunca nos faltaría
nada.
Recuerdo que junto con mi hermana fuimos a buscar trabajo.
Pero nadie nos ayudaba porque no sabíamos hacer nada. Entonces, poco
a poco fuimos aceptadas para hacer la limpieza de las casas, de eso si
había trabajo.
Desde un principio a mi me daba mucha pena trabajar de
doméstica, pero lo único que podía hacer era aguantarme la vergüenza y
ayudar con eso. A mis hermanos les toco hacerla de “chalanes” en la
construcción o en la carpintería. Esos fueron los años más difíciles de mi
vida. Es ahí donde uno se da cuenta de lo dura que es la realidad, porque
en todos lados te apoyan un tiempo, pero después la gente se cansa, y le
toca a uno ver como sale adelante por sí mismo.
Como a tres años de nuestra tragedia no podíamos ver la
“nuestra”; y nada del trabajo que hacíamos valía la pena, por lo que mis
hermanos mayores y yo decidimos abandonar el hogar para irnos a
trabajar lejos, a un lugar donde nos pagaran más. En este objetivo
familiar en mente, dos de mis hermanos se van a probar suerte a los
Estados Unidos porque en el pueblo se oían tantas cosas: ¡que si te ibas
al Norte uno salía de pobre! que allá de verdad si se gana dinero. Con
todos estos chismes —fueran ciertos o no—, dos de mis hermanos
decidieron migrar, pero sin mí, aunque yo a diario les rogaba que me
llevarán, siempre se negaron. Lo único que me dejaron de consuelo fue
que ellos se irían primero y ya que estuvieran bien establecidos
mandarían por mí. Desde el momento en que nos despedimos de ellos yo
sabía jamás mi familia volvería a estar reunida.
Unos meses después decidí irme a Chihuahua con una de mis tías
y trabajar en la limpieza de casas, oficinas o atendiendo algún
“changarro”, en lo que sea. En este lugar me fue un poco mejor y
ganaba más dinero. Pero, lo que no me gustó es que estaba muy lejos de
mi madre y de mis hermanos más pequeños. Así que, en menos de un año
me regresé al pueblo. Luego, muy rápido me desesperé por la falta de
trabajo y ahora me fui a la ciudad de México con una de mis primas. Allá
laboramos en una cocina económica y vendiendo lo que podíamos para
juntar para renta de un cuarto de vecindad. Esta etapa fue muy difícil
porque teníamos que hacer rendir el dinero, entre pagar nuestros gastos,
la renta y llevar dinero a mamá. Yo le insistía a mi prima que nos
trajéramos a nuestra familia para ahorrar más, pero ella no quería que
viviéramos amontonados. Por eso siempre me decía que hablara con mis
hermanos, que los convenciera para que nos ayudaran a irnos con ellos.
Al principio no me gustaba la idea, porque me puse a pensar que
extrañaría mucho a mi familia y que allá no tendría la oportunidad de
verlos tan seguido. Ante tanta insistencia y acoso de mi prima, me decidí
a pedir ese favor a mis hermanos. Como era de esperarse ellos se
negaban, siempre me decían que la vida en el “Gabacho” era muy dura,
que no iba aguantar, en fin, me decían de todo. Yo no les hacía caso de lo
que me decían, porque lo hacían para persuadirme. Entonces llegó el día
en que me dieron la buena noticia de que nos iban ayudar a mi prima y a
mí, pero que no nos iríamos solas que nos acompañaría uno de mis
primos.
A la hora de la despedida con mi madre tuve que mostrarme
segura y sin miedo para no preocuparla y para que se quedara más
tranquila. Es decir, me hice fuerte aunque el miedo me estaba acabando.
Afortunadamente no tuvimos que pasar por el desierto o por el
Río Bravo porque mis hermanos nos pasaron por la “Línea”. Así se le
llama cuando pasas con visas falsas. Debido a que mis hermanos no nos
querían arriesgar pagaron 1,500 dólares por persona. El “Coyote” nos
llevó a la Frontera y ahí nos dio las visas con las que abordamos un
avión de Tijuana a Arizona. Al bajar, con mucho miedo entregamos los
documentos falsos y pasamos sin ningún problema. Recuerdo que, el
“Coyote” nos dijo que no nos preocupáramos de nada, que íbamos a
pasar fácil y así fue. Nos dejaron pasar y abordamos un taxi que nos
llevó a la estación de autobuses y de ahí hasta Carolina del Norte, lugar
donde estaban mis hermanos trabajando.
Cuando veo a mis hermanos lo primero que hago es llorar de
alegría por volverlos a ver, por estar con ellos, igual que yo mis
hermanos lloraron y no podíamos contener la emoción, hasta no
queríamos dormirnos por estar recordando el rancho, a mi mamá y a mis
demás hermanos.
Tres días después de mi llegada empiezo a buscar trabajo junto
con mi prima. Después de dos días encontramos “chamba” en el área de
mantenimiento de un restaurante. Ahí las jornadas eran duras porque
habían ocasiones que llegábamos a estar hasta catorce horas sin
descanso. Hasta ese momento corroboré la versión de mis hermanos: —
la vida en el Norte es muy dura, y más para los que no pertenecen a ese
país.
En menos de seis meses mi prima decide casarse con un
mexicano. Nosotros nunca supimos bien de donde era. Al final ella se fue
a vivir con él a Texas. Al irse ella me sentí muy sola. Al principio tenía
mucho miedo regresar a trabajar porque mi prima era la única persona a
la que yo conocía. Uno de mis hermanos se dio cuenta y habló conmigo.
Me pidió que me dedicara hacer mi trabajo, que allá no importa la
amistad, ni nada, que en Estados Unidos uno va a trabajar, no hacer
amigos. Después de esa charla me convencí que esa era la realidad y me
volví más ermitaña, sólo salía a trabajar. Mi vida se hizo aburrida y triste
por ese motivo, después de tres años decidí regresar a mi país.
Mis hermanos se pusieron muy tristes, pero al final me apoyaron
en mi decisión. Con el trabajo de tres años ahorré el suficiente dinero
para poder poner una tiendita en mi casa, por eso estaba confiada en que
podía valerme por mi misma. Al llegar a mi casa comienzo a invertir en
mi negocio; al principio no me iba tan mal, pero después comencé a tener
más competencia y ya me las veía negras, pero ya no me preocupaba
tanto, porque ya estaba con mi mamá, aparte mis hermanos que estaban
en el Norte nos seguían ayudando.
Hasta que cumplí 20 años decidí salir a las fiestas con mis primas,
porque cuando era más joven a mí me tocó trabajar y nunca hubo tiempo
para las fiestas, para los amigos y mucho menos para los novios. En ese
entonces yo conocí a Sebastián, el que ahora es mi esposo, era mi vecino.
Antes no lo había tratado mucho, porque él desde los 15 años
continuamente salía con sus hermanos al trabajo al Norte, es decir, casi
no coincidíamos. Pero, en las fiestas de diciembre nos hicimos amigos,
novios y tres meses después nos casamos.
A pesar del desacuerdo de mamá y de mis hermanos me fui a vivir
con Sebastián a la casa de mis suegros. Con el tiempo, mi familia estuvo
en paz y comprendió que tenía todo el derecho de hacer mi vida al lado
del hombre que yo escogí para ser el padre de mis hijos.
Al llegar a mi nuevo hogar, mis suegros, mis cuñadas, toda la
familia de mi esposo me trataron muy bien. Pero llega el tiempo en que
uno comienza a incomodar porque estábamos de arrimados y no se veía
para cuando nos íbamos y más porque me embaracé de Rafael, mi primer
hijo. Entonces, el espacio que teníamos era muy pequeño para nuestra
familia, por lo que decidimos regresar juntos a Estados Unidos para
ahorrar y construir nuestra propia casa. Con esta idea en mente, vimos
que era demasiado caro que nos fuéramos como yo lo había hecho, es
decir, con papeles falsos. Por eso cruzamos por el desierto, porque por
esa vía nos cobraron 2, 500 dólares por la familia completa, porque mi
pequeño Rafael también iba con nosotros.
Antes, toda mi familia me trataba de convencer de que no fuera a
exponer la vida de mi hijo y la mía porque yo en ese entonces tenía tres
meses de embarazo de mi hija. Como siempre no le hice caso a nadie y
nos arriesgamos. De México nos trasladamos a Sonora. Mi esposo
llevaba una mochila grande donde nos llevamos agua, comida y cobijas.
Yo sólo me encargaba de cargar a Rafael junto a mi pecho.
El primer día que caminamos en el desierto mi hijo se portó muy
bien, es decir, no se quejó de nada. Pero al segundo día —como era
normal—
empezó a llorar por todo. Nosotros tratábamos de
tranquilizarlo, porque cada que mi bebé lloraba el “Coyote” nos
regañaba y nos advertía que si nos descubría la Migra sería por culpa de
mi pequeño; entonces, hasta los demás se enojaron y nos veían con
mucho odio.
Casi al terminar el segundo día llegamos hasta la camioneta que
nos trasportaría hasta Atlanta, y gracias a Dios mi hijo no lloró en todo
ese trayecto. Ya en la camioneta sentí que me regresaba el alma al
cuerpo, es que ya estábamos en Norteamérica, eso era todo, eso me ponía
muy feliz.
En todo el camino mi esposo no se cansaba de repetir: —¡lo
logramos vieja, por fin llegamos…sanos y salvos! —replicaba— Ves, te
dije que no te preocuparas de nada, por fin estamos seguros ¡En ese
momento lo único que quería, era llegar a una iglesia y agradecer que
estábamos bien, y que también mis hijos lo estaban.
Al llegar a Atlanta mis cuñados ya nos estaban esperando.
Semanas antes ellos se habían encargado de conseguirnos donde vivir y
ya que estábamos con ellos nos llevaron hasta la “traila” que rentaron
para nosotros. Estaba equipada con cocina, la cama y un pequeño baño.
En cuanto llegamos nos dispusimos a descansar para que al otro día mi
esposo fuera a la constructora para pedir trabajo, es decir, teníamos
planes de que mi esposo iba a ser el único que trabajaría y que yo me iba
a dedicar al hogar.
A los tres días mi señor consiguió trabajo de lunes a sábado en el
horario de las 5 de la mañana a 6 de la tarde. Por lo que yo me tenía que
levantar más temprano para dejarle se “lunch” listo, y me dedicaba a
tener la “traila” lo más limpia que se pudiera, para que cuando llegara
todo lo encontrara en orden.
Lo malo de esta situación es que mi pareja siempre llegaba de mal
humor, yo lo entendía porque el capataz era muy duro y exigente con él.
Al verlo tan desesperado le propuse que le ayudaba a trabajar en lo que
fuera. Con esto me gané que se enojara por varios días y ni siquiera me
hablara. Ya no le seguí insistiendo y le obedecía al pie de la letra, hasta
incluso no salía de casa porque a él no le gustaba que saliera para nada,
es más sólo los domingos salí con mi hijo al parque, a la iglesia y por
supuesto hacer las compras de la semana.
Así pasaron los meses hasta que llegaron los dolores de parto, lo
bueno es que mi marido estaba conmigo. Ese día acababa de llegar de
trabajar y le pedía que era mejor que tuviera a mi niña en la “traila”,
pues, como estábamos de ilegales en el país nos iban a separar y nos
regresarían a México.
En todo momento mi esposo trataba de tranquilizarme y me
convenció de ir al hospital. Enseguida que llegamos me atendieron sin
hacer tantas preguntas. A mi me llevaron al quirófano, mientras mi
esposo y mi hijo se quedaban resolviendo los trámites administrativos.
A las pocas horas por fin tengo a mi hija. Yo estaba confiada
porque a ella la atendían los mejores doctores y yo me quedé una semana
más en el hospital, es que, según los médicos yo estaba anémica.
Al final de la semana estaba angustiada pues no sabía cuánto nos
iban a cobrar. Según mi esposo no le cobraron nada, pues, el parto y mi
hospitalización salieron gratis. Hay que reconocer que nos dieron la
mejor atención, lo que más me llenaba de orgullo es que ahora mi hija ya
era una americana más. En el hospital me recomendaron regresar cada
semana para que a mi hija le administraran sus vacunas.
En los cuatro años que vivimos en Estados Unidos pude visitar a
mis hermanos que se encontraban en Carolina del Norte. De este modo
agradezco a Dios que conocí
a sus esposas e hijos. A ellos ya los
encontré todos unos hombres de familia y ni pensar en regresar a
México, es que ya estaban muy acostumbrados a la vida de los
“Gringos”. En estos años mi esposo se encargó mandar dinero a mis
suegros para que nos compraran un terreno y poder construir nuestra
casa. Con muchos sacrificios lo logramos y al momento en que supimos
que la casa estaba terminada decidimos regresarnos.
Nosotros siempre estuvimos conscientes que Estados Unidos no
era nuestro país y decidimos volver. Creo que mi mamá me enseñó bien
que debemos de respetar lo que es de los demás y reconocer cuando no se
nos ve con buenos ojos. Allá no es nuestro país y eso se nota porque no
compartimos las mismas creencias y costumbres. A pesar de la difícil
economía de nuestro país, aquí es a donde pertenecemos. Aunque debo
reconocer que es un país muy bonito, con una excelente atención médica
y con una mejor economía.
Ahora que regresamos con nuestras familias, que tenemos casa,
que en el pueblo mis hijos ya pueden salir con libertad a la calle y que
puedo ver todos los días a mi viejita soy inmensamente feliz. Me duele sí,
y hay que reconocerlo que no pueda ver a mis hermanos y a su familia.
Pero ni modo, no se puede tener todo. Ahora ya estamos en México desde
hace algunos años mi esposo se dedica a la construcción. A mí me toca
hacerme cargo de la casa y juntos estamos al pendiente de nuestros hijos.
Figura 1: Cruzando la Frontera México-Estados Unidos, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 2: El final del camino: Altar (Sonora), 2008.
FUENTE: Grisel Hernández Cano.
Figura 3: Aquí empieza la verdadera Frontera: El desierto del Sásabe (Sonora),
2008.
Fuente: Grisel Hernández Cano.
Figura 4: Carlos Casas, migrante con documentos sale a la pesca a Alaska en
dos periodos anuales de menos de tres meses cada uno. En este periodo, trae
a casa alrededor de 300, 000 pesos, producto del trabajo internacional.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 5: Los mexicanos llevan consigo prácticas económicas inusuales a los
Estados Unidos, tales como los negocios ambulantes.
FUENTE: Karina Pizarro Hernández
Figura 6: Inmigrantes mexicanos recientes que duermen fuera de la vivienda de
sus familiares y conocidos en Phoenix (Arizona), pues no tienen derecho de
dormir dentro hasta que trabajen y paguen la parte de la renta que les
corresponde, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 7: En la calle Broadway (NY), a una cuadra de la casa de bolsa y de la
zona cero, una familia mexicana tiene un negocio de elotes asados, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 8: La Florida (Hidalgo, México) parece ser el único lugar del país donde
existe un monumento al dólar, motivo de adoración colectiva en las festividades
del mes de diciembre, cuando los trabajadores regresan a casa, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 9: Publicidad que intenta sensibilizar a la población para que sea más
tolerante con los inmigrantes, Costa Rica, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 10: Pollos trabajando con pollos. Ilustración bajada del internet, que
ejemplifica la situación de explotación de los mexicanos en las granjas de pollos
en los Estados Unidos.
Figura 11: Los migrantes internos se desplazan de entidades deprimidas como
Chiapas, Oaxaca y Guerrero a los campos de agricultura intensiva en Morelos,
Hidalgo, Guanajuato, Veracruz, Sinaloa, Sonora y Baja California,
aprovechando la mano de obra infantil debido a la vergonzosa desigualdad,
pues estas personas no hablan español, ni los niños van a la escuela. Ahí está
un latigazo de dolor en el corte de ejote, usando para este fin una bolsa de
plástico de desecho. Ni siquiera dotan a los niños con el material apropiado
para la recolección.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 12: La pobreza es la eterna compañera de los hijos de migrantes en
Mixquiahuala (Hidalgo).
FUENTE: Yesenia García Nájera.
Figura 13: Talismán. La Frontera Sur entre México y Guatemala, 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 14: Agente migratorio mexicano vigila que no haya cruces ilegales de
centroamericanos en Ciudad Hidalgo (Chiapas), 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 15: Trabajadores de origen centroamericano que en el 2009 reciben un
salario promedio de 100 pesos diarios como choferes de trasporte en motociclo
en Ciudad Hidalgo (Chiapas), 2008.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 16: Abuela que le celebró la fiesta de tres años en México a su
nieta. Al fin pudo conocerla en una semana de estancia, porque terminado
este lapso, la niña regresó con papá y mamá a los Estados Unidos. Los
familiares en México tienen que ver a sus descendientes en lapsos
mayores a diez años. Con mucha suerte, la abuela verá nuevamente a la
pequeña en la fiesta de quince años y tal vez hasta su boda.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 17: Los habitantes del campo cotidianamente acuden a la ciudad a
vender sus productos y a adquirir artículos de consumo básico.
FUENTE: Tomás Serrano Avilés.
Figura 18: En la práctica del futbol los regionalismos son dominantes. En
las canchas y en las tiendas de deportes abundan los uniformes de los
equipos mexicanos. En otros torneos de futbol en los Estados Unidos
como en el Bronx (NY), los equipos están organizados por la
nacionalidad de origen, y las batallas se desarrollan con mucha rivalidad.
FUENTE: Karina Pizarro Hernández.
Figura 19: Desde Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala,
hombres y mujeres de distintas edades, sin dinero para viajar, han fincado
en el tren de carga mexicano su esperanza de llegar a los Estados Unidos.
A su paso por algunos lugares los apedrean o como ellos mismos dicen —
les aplican la mexicana—. En otras partes les ayudan lanzándoles botellas
de agua.
FUENTE: María Félix Quezada Ramírez.
Índice
Prólogo /5
La frontera /7
¡Fierro! ¡fierro! /10
Las remesas de la sangre /14
Los migrantes de la pobreza /20
El sueño americano /23
La migración pendular /26
El injusto retorno /29
Los niños abandonados /33
La demolición de la familia /37
La familia dividida /40
Migración y Sexualidad /44
Cambio de religión /49
Las fiestas del Otro Lado /52
El tráfico de indocumentados /54
Los transmigrantes /59
La Mara Salvatrucha /64
Las muertas de Juárez /67
Las Marías /71
Los trabajadores agrícolas temporales /75
La identidad /77
La identidad en el Otro Lado /81
Los Chicanos, ni de aquí ni de allá /83
Los Alien /86
La migración internacional en el cine /88
La migración y los corridos /92
Con el equipo de mis amores /95
Juventud y Migración /99
El final del camino /101
CUATRO SEMBLANZAS /106
1) Don Gilberto /107
2) Don Simón /119
3) Lina /133
4) Valentina /153
El libro está terminado. Hemos cumplido con nuestra
encomienda y podemos respirar tranquilos. Aquí se ilustra la
realidad de la migración mexicana, vista desde el lugar de
origen. La interpretación se basó en la observación, la
entrevista, el análisis de las noticias y de la literatura. Ahora
creemos que ya no es necesario que los mexicanos continúen
migrando a los Estados Unidos. Ellos serán los últimos en
darse cuenta que ya no tienen nada que hacer allá. La
información recopilada de los migrantes, indirectamente la
han legado a todos los interesados en el tema. La esperanza
que tenemos ahora es que nuestra interpretación y el
sentimiento también emigren y lleguen a las manos de los
mexicanos que tienen que ver con este tipo de movilidad,
tanto los que se encuentran en el Otro Lado como los que
viven en México.
Descargar