ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS Departamento de Humanidades y Arte REPRESENTANTE LEGAL RECTOR RAÚL AGUILAR GATICA Director responsable y Editor Consejo de Redacción Secretario de Redacción y Editor Consultores externos Portada Traducción y revisión de abstracts Supervisión de impresión Administración y procesamiento de textos Asesoría y edición EDUARDO BARRAZA JARA PILAR ÁLVAREZ-SANTULLANO BUSCH NELSON VERGARA MUÑOZ RAÚL AGUILAR GATICA SERGIO MANSILLA TORRES JORGE ACEVEDO, Universidad de Chile, Santiago de Chile FERNANDO BURGOS, Memphis State University, Memphis, U.S.A. MANFRED ENGELBERT, Georg-August Universität, Göttingen, Alemania DANIEL LAGOS ALTAMIRANO, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile PEDRO LASTRA, Universidad de Nueva York, en Stony Brook, U.S.A. AMADEO LÓPEZ, Universidad de París XNanterre, Francia OSVALDO RODRÍGUEZ PÉREZ, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España HERNÁN URRUTIA, Universidad del País Vasco, España JORGE ZEPEDA ARAYA VANIA BARRAZA TOLEDO DIANA KISS DE ALEJANDRO PAOLA PAILAÑIR ROSAS RICARDO ORTEGA CÁRDENAS Alpha está indexada en The MLA International Bibliography, en SciELO-Chile, en LATINDEX, en EBSCO y aparece en The Directory of Periodicals (U.S.A.) Para petición de ejemplares, información, envío de originales y suscripciones, dirigirse al Secretario de Redacción, Dr. Sergio Mansilla T., Avda. Fuschlocher 1305 - Casilla 933, Osorno, Chile. Teléfonos: (56-64)333132, 333582 ó 333492 - Fax (56-64)333394. E-mail: [email protected]. Para canje, dirigirse a Teresa Mancilla, encargada del Servicio de Hemeroteca de la Universidad de Los Lagos, Campus Chuyaca, Casilla 933, Osorno, Chile. E-mail: [email protected] Suscripción anual $10.000, nacional; US$ 30, internacional. Costo incluye envío por correo ordinario. ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html ÍNDICE 5 PRESENTACIÓN ARTÍCULOS SERGIO MANSILLA TORRES. Chiloé y los dilemas de su identidad cultural ante el modelo neoliberal chileno: la visión de los artistas e intelectuales. 9 NELSON VERGARA MUÑOZ. consideraciones metafísicas. 37 Objetos patrimoniales: voces 57 JULIO PIÑONES. Nuevos lectores y nuevas lecturas para “M ald ito gato ” de Juan Emar. 87 SILVIA CASINI. Ficciones de Patagonia: la invención del sur en la novela de Mempo Giardinelli. 101 FERNANDA MORAGA. Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad: “R elám p ago ”. 117 KRISTOV CERDA NEIRA. Una poética desde la marginalidad y el fracaso: “E l escup itajo en la escud illa” de Enrique Lihn. 137 MARIELA BLANCO. Teorías sobre el sujeto poético. 153 PASCUAL GAY. Cartas Cabales de Tomás Segovia: desde la tradición epistolar. 167 ALFREDO MARTÍNEZ EXPÓSITO. La organización semiológica del espacio y del tiempo en el cine. 181 RUBEN LEAL RIQUELME. La sociología interpretativa de Alfredo Schütz. Reflexiones en torno a un planteamiento epistemológico cualitativo. 201 GABRIEL ANDRADE. Los orígenes de la ciencia, Girard. 215 JUAN BAHAMONDE CANTÍN. Presencia contrahegemónicas, poético-musicales, en Chiloé. de según René NOTAS MÓNICA BUENO. Las huellas del futuro: literatura y utopía. 237 VALERIA DE LOS RÍOS. La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy. 247 ADELAIDA CARO. La “rep úb lica invisib le” de Beltrán Soler: “ glocalización” en la novela de Alberto Fuguet Las películas de mi vida. 259 LUCIANA MELLADO. El camón: el espacio y la intimidad en La de Bringas de Benito Pérez Galdós. 273 CYNTHIA PALMER. Discursos espirituales contrahegemónicos y resistencia femenina en Geographies of Home de Loida Maritza Pérez. 283 DOCUMENTO JOSE BLANCO JIMÉNEZ. El Decamerón: entre autógrafos y ediciones críticas. 293 RESEÑAS Juan Carlos García. 2004. Crimen sin castigo. (Enrique Valdés) 305 Eduardo Labarca. 2004. Cadáver tuerto. (Ewald Weitzdörfer) 309 Andrea Maturana. No decir. (Vania Barraza) 310 Información para los autores 315 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html PRESENTACIÓN Vayan los tres primeros trabajos de Alpha Nº 23 como homenaje a Fidel Sepúlveda Llanos (Q.E.P.D.) quien ha fallecido recientemente. Maestro de la estética del folclore, tuvim os el agrado de co m partir “a lo hum ano y a lo divino” — según le gustaba expresar— muchas ocasiones de dialogante amistad académica, algo que se evidencia en su prólogo a los Cuentos orales de adivinanzas que publicaron miembros de Alpha en 1995. Las nuevas generaciones de investigadores sobre el patrimonio folclórico están representadas, en Alpha Nº 23, por Sergio Mansilla y Juan Bahamonde Cantín — chilotes ambos— a quienes nos les es ajena la preocupación por los dilemas semióticos de la identidad cultural de Chiloé a la luz del modelo neoliberal que se posesiona de la isla y provoca la reacción de artistas, intelectuales y cantatutores; perspectiva que profundiza Nelson Vergara, desde una perspectiva metafísica. Los tópicos de la literatura chilena están representados en el estudio de Julio Piñones sobre un cuento vanguardista de Juan Emar y en el innovador análisis de Fernanda Moraga destinado a precisar la naturaleza de la voz “m apuche-huilliche-chilena-m u jer” que habla en un poemario de Adriana Pinda, en tanto que Kristov Cerda rescata el valor metapoético de un trasgresivo texto de Enrique Linh, en el contexto de la crisis del paradigma moderno de la poesía chilena contemporánea. Por su parte, Silvia Casini efectúa un interesante análisis de una novela de Mempo Giardinelli en el contexto de los estereotipos de los relatos fundacionales de la narrativa sobre Patagonia argentina. Por su parte, Mariela Blanco efectúa una seria reflexión sobre las teorías del sujeto poético frente a la proclam ación de la “m uerte del autor” en textos de la postvanguardia argentina, en tanto que Pascual Gay examina cómo el mexicano Tomás Segovia recupera eficazmente en sus columnas periodísticas la tradición epistolar y Alfredo Martínez Expósito teoriza sobre la condición semiológica del espacio, tiempo y acción en el cine aplicándolo a una película de Almodóvar. El artículo de Rubén Leal formula planteamientos relativos a la “vida cotiana” conform e a la teoría de la acción de S chütz, mientras que Gabriel Andrade postula que los orígenes de la ciencia no son ajenos al cristianismo. L as “N otas” de Alpha Nº 23 remiten a las relaciones entre literatura, utopía y exilio, como se observa en el texto de Mónica Bueno; se valora — como hace Valeria de los Ríos— el procedimiento de la anamorfosis en la escritura barroca del cubano Severo Sarduy, o se ponen de relieve las relaciones entre vida, literatura y cine, en una novela de Alberto Fuguet, según una lectura de Adelaida Caro. Los modos en que la narrativa se procede a establecer una resistencia y la subjetividad femenina son examinados por Cynthia Palmer en las novelas Geografies of Home de la dominicana Loida Maritza Pérez y en La de Bringas de Pérez Galdós, por Luciana Mellado. En la sección “Documentos”, se podrá apreciar el modus operandi de la filología para llegar a establecer los autógrafos originales de Boccaccio, en tanto que las reseñas nos presentan el resultado reciente de lecturas efectuadas a Crimen sin castigo de Juan Carlos García, Cadáver Tuerto de Eduardo Labarca y a No decir de Andrea Maturana. Alpha Nº 23 continúa, así, su línea editorial destinada a difundir oportunamente trabajos y resultados de investigaciones relativas a los estudios críticos de la literatura y a los problemas culturales y de significación que interesan tanto al ámbito académico como al no académico. 6 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html ARTÍCULOS ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (9-36) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html CHILOÉ Y LOS DILEMAS DE SU IDENTIDAD CULTURAL ANTE EL MODELO NEOLIBERAL CHILENO: LA VISIÓN DE LOS ARTISTAS E INTELECTUALES1 Dilemmas of cultural identity in a Chiloe faced with the Chilean neoliberal model Sergio Mansilla Torres* Resumen El Archipiélago de Chiloé, en los últimos 30 años, a raíz de la masificación de la industria acuícola y de la introducción de una creciente economía de mercado en la isla, ha sufrido importantes transformaciones culturales que han puesto en entredicho la continuidad de la cultura tradicional de Chiloé, esa que viene desde el período colonial. En este trabajo se exponen y se comentan algunas de las visiones que los intelectuales chilotes tienen sobre los actuales dilemas y transformaciones de la identidad cultural del Archipiélago. Palabras clave: identidad de Chiloé, neocultura chilota, neoliberalismo, tradición de Chiloé, modernidad de Chiloé. Abstract The Archipelago of Chiloe, in the last 30 years — due to the massive increase of fishing industry and the introduction of a growing market economy on the islands— has suffered important cultural transformations. These changes have challenged the continuity of Chiloe's traditional culture, which comes from the colonial period. This paper presents some of the present dilemmas and transformations of the Archipelago's cultural identity and discusses its cultural implications. Key words: Chiloe Identity, chilote neo-culture, neoliberalism, chiloe tradition, chiloe modernity. PRESENTACIÓN Hace ya algunos años Philippe Grenier sugería dos grandes tareas en los futuros estudios sobre C hiloé: “tratar de „salvar la m em oria‟ (pues) ella se 1 Este trabajo forma parte de la ejecución del Proyecto Nº 1050623, financiado por el Fondo de Ciencia y Tecnología (FONDECYT), de Chile. Sergio Mansilla está perdiendo, que uno lo quiera o no, con los años que van pasando”; la otra, “reflexionar colectivam ente, entre todos los que piensan que hay que rechazar de igual manera, por una parte, el inmovilismo, la afición incondicional a lo que existe. Y por otra parte, la aceptación ciega de cualquier cambio, siempre disfrazado con la palabra atractiva de progreso”. (20-21) Si bien falta mucho por hacer, se ha avanzado, en un rango significativo, en la discusión sobre la identidad de Chiloé, discusión motivada, en gran medida, por el impacto de las transformaciones socioculturales del archipiélago que vienen aconteciendo desde los años 60 del siglo XX y que se han agudizado, dramáticamente, a partir de los años 80. Sin temor a equivocarnos, diríamos que todos los artistas e intelectuales chilotes, nativos y adoptivos, residentes en el archipiélago o no, hace tiempo que vienen escribiendo y/o discutiendo sobre el tema.2 Existen, por cierto, posiciones diferentes y a veces encontradas, pero hay un denominador común: la convicción de que las islas están viviendo un momento crítico de su historia, a tal punto que, como nunca, corren el riesgo de que su espesor cultural heredado literalmente desaparezca ante la arremetida de la cultura mediática de las relaciones de producción capitalista. Pero, al mismo tiempo, en todos yace la convicción de que el nuevo escenario ofrece una posibilidad inédita de rearticular la identidad cultural a través de la cooptación de elementos culturales exógenos que vengan a enriquecer la identidad local y de desechar aquellos elementos disfuncionales tanto de la modernidad global como de la tradición local y producir, así, una trama de síntesis culturales que instalen a Chiloé en el carro delantero de la cultura global y no en una posición simplemente subalterna, colonizada. Se trata de una tarea en curso, cuyos resultados están por verse. Pero, de acuerdo con nuestras indagaciones en terreno, tenemos la certeza de que la “revolución capitalista” está afectando y seguirá afectando, sin duda, la identidad cultural chilota; pero esta, con su remanente de tradición y memoria, no desaparecerá, al contrario. Las notas que siguen son, de hecho, una reflexión — a partir de las opiniones de un número de artistas e intelectuales— acerca de la potencia cultural que Chiloé ha acumulado por casi 500 años y que, a mi parecer, es la condición que está haciendo posible que Chiloé no esté siendo simplemente borrado del mapa de las diferencias culturales, no obstante, sus innegables transformaciones modernas. 2 Un ejemplo de estas discusiones lo hallamos en Chiloé a 500 años, publicado en 1992 con financiamiento de la Municipalidad de Castro. La misma Municipalidad de Castro, primero a través del Liceo y luego a través de su Departamento de Cultura, desde hace 20 años viene publicando la Revista de Cultura de y desde Chiloé en la que se publican diversos estudios que, de un modo u otro, discuten la identidad y la historia insular. 10 Chiloé y los dilemas de su identidad Durante los meses de septiembre de 2005, en Ancud, y enero de 2006, en Castro, Achao y Quellón, tuve la oportunidad de entrevistar a una serie de creadores y pensadores chilotes, nativos y adoptivos, residentes todos en Chiloé, a excepción de Jaime Barría y Nelson González (residen en Puerto Montt). Son estos entrevistados quienes en el presente trabajo aparecen bajo el rótulo de “artistas e intelectuales” en el sentido de intelligentsia, según el significado que Trosky le da a este concepto.3 Se trata de personas que, en su particular área de trabajo, generan artefactos semióticos que, de un modo u otro, impactan en el paisaje cultural, en la medida que agregan elementos que, de no ser por ellos, no existirían. En el trabajo que sigue no hago referencias a todos los entrevistados ni tampoco analizo in extenso los puntos de vista individuales sobre la identidad cultural de Chiloé. Mi esfuerzo se orienta, por ahora, a plantear de modo general una serie de consideraciones que pongan en evidencia los tópicos fundamentales que hoy por hoy, cuando el neoliberalismo es la dominante cultural y política en las relaciones de producción, se están pensando y discutiendo en el seno de la intelligentsia chilota.4 3 In telligen tsia: “cap a so cial q u e co m p ren d e to do s lo s gén ero s d e p ro fesio n es in telectu ales”. Trosky toma esta definición de Max Adler y la hace suya para examinar por qué la intelligentsia europea, en el cambio de siglo XIX al XX, ha sido tan refractaria a las ideas socialistas. Las profesiones intelectuales, más que las manuales, implican un nivel mayor de dependencia del sistema económico, y del orden político que lo sustenta, en la medida en que el sistema les permite pensar y crear (realizarse como individuos) y, en la mayoría de los casos, llevar un estilo de vida bastante acomodado, superior, en todo caso, al del obrero. (Cfr. “L a in telligen tsia y el so cialism o ”, artícu lo a p rop ó sito d el lib ro d e M ax A d ler Socialismus und Intellektuellen, Viena, 1910, publicado en la revista Sovremienni Mir en 1910 por Trotsky). E sta o b servació n es relev an te p ara el p resen te trab ajo , p u es la em ergen cia d e u n a “cap a so cial” de intelectuales profesionales en Chiloé es un fenómeno que acontece con y gracias a la consolidación del sistema productivo capitalista en el archipiélago. Para efectos de estas notas “in telligen tsia” alu d e, en realid ad, a la elite d e cread o res d e artefacto s d iscu rsivo s y m ateriales que agregan significados a los ya existentes. Entiéndase que las personas entrevistadas no constituyen todo el universo de los creadores chilotes actuales; pero son, sin duda, autores y artistas que han tenido roles decisivos y reconocidos a la hora de crear artes visuales, literatura, música, arquitectura, historia y etnología. 4 Mis agradecimientos a Jaime Barría, músico; Nelson González, arquitecto; Rosabetty Muñoz, poeta; Juan Galleguillos, político, gobernador de Chiloé al momento de la entrevista; Rodrigo Muñoz, fotógrafo; Verónica Muhr, pintora; Marcos Uribe, músico; Teófilo Cárdenas, arquitecto; Nelson Torres, poeta; Mario García, poeta; Mario Contreras, poeta; Renato Cárdenas, historiador y etnógrafo; Estanislao Jorquera, pintor, publicista; Edward Rojas, arquitecto, profesor universitario; Viviana Álvarez, músico; Héctor Leiva, músico, profesor rural; Alfredo Chatruc, músico; Alejandro Barrientos, pintor; Ramón Yánez, músico; Constantino Contreras, filólogo, escritor; Maribel Lacave, poeta. Sin sus valiosas observaciones este trabajo no habría sido posible. 11 Sergio Mansilla APRENDIENDO A VIVIR EN EL AGUA SALADA La lenta incorporación de Chiloé al mundo global contemporáneo, que comenzó a partir del terremoto de 1960, se ve bruscamente acelerada a partir de inicios de la década de 1980, cuando la industria de cultivos marinos (principalmente salmoneras) instala grandes criaderos de salmones en los canales chilotes, lo que genera una gran necesidad de mano de obra, dando paso a un todavía no concluido proceso de proletarización del antiguo campesinado isleño. Consignemos que este campesinado, hasta la década de 1950, fue una mezcla de pequeño agricultor independiente con pescador artesanal, artesano en lana, maderero en los bosques chilotes y trabajador temporero en el norte de Chile y/o en Patagonia chilena y argentina (eran los llam ados “viajeros”).5 En los últimos 20 años, Chiloé se ha convertido en un poderoso polo de atracción turística a partir de la explotación de la imagen (estereotipadas pero profusamente difundida por los operadores turísticos) de un Chiloé natural, mágico y mitológico, presumiblemente anclado todavía en una ruralidad que en muchos aspectos pareciera ser premoderna y que, a juzgar por el creciente flujo turístico, estaría satisfaciendo las necesidades de exotismo de un visitante de origen urbano que busca la diferencia y la “autenticidad” cultural y natural, com o si en las islas estuviera aquello “otro” que su entorno urbano, sobresaturado de modernidad, ha reprimido u olvidado. La imagen de un Chiloé natural, mítico y mágico tiene, sin duda, una base de realidad: existe, en efecto, un vasto conjunto de relatos mitológicos y leyendas que constituyen un verdadero sistema de inteligibilización imaginaria del mundo cotidiano, que, con la excepción de Rapa Nui, no tiene parangón en el resto de Chile. Asimismo, los paisajes rurales isleños son de una belleza natural deslumbrante, donde hallamos pequeños poblados cuya arquitectura tradicional en madera — caracterizada entre otras cosas por el uso extensivo 5 Cabe aclarar que los oficios del campesinado chilote tradicional estaban (y todavía lo están) claramente distribuidos por género: los hombres se encargan de la pesca, la extracción de la m ad era, la co n stru cció n d e casas, em b arcacio n es y to d a clase d e “artilu gio s” d e m ad era; asimismo, la mayor parte de los trabajadores temporeros en Patagonia eran hombres (las mujeres que emigraban a Patagonia lo hacían normalmente para no volver). Las mujeres, por su lado, se encargaban del cuidado del hogar, de la artesanía en lana, de mariscar; ellas eran las que sabían de medicina doméstica (muchas eran parteras), de rezos y prácticas religiosas familiares y comunitarias (en rigor, la mujer era la guardiana espiritual-cultural del Chiloé antiguo, aunque en la esfera pública las autoridades religiosas y políticas eran casi siempre hombres). La agricultura era un trabajo que hombres y mujeres hacían en conjunto; pero, ante la ausencia temporal o definitiva del varón, la mujer asumía en plenitud la actividad de la agricultura sumada a todas sus otras tareas. 12 Chiloé y los dilemas de su identidad de la tejuela de alerce— constituye una ineludible y poderosa singularidad identitaria.6 Es igualmente cierto que en el terreno de las relaciones interpersonales la sociedad chilota no es idéntica a cualquier sociedad occidental capitalista, aunque cada vez se acerque más a un estilo de vida individualista y com petitivo. “E n C hiloé la vida es m ás dem ocrática; es m ás participativa (… ) hay mucho intercambio, mucha comunicación; hay lazos sociales fuertes que se cultivan todo el tiempo (… ) hay colectivización de los tem as culturales”. Es la visión de Maribel Lacave, poetisa de origen canario avecindada hace un par de años en la isla de Quinchao (entrevista personal, 2006); visión que — más allá de ser debatible— revela un Chiloé que, al menos para muchos foráneos, ofrece, en pleno siglo XXI, en el país tal vez más neoliberal de toda América Latina, una singularidad cultural gratificante en la medida en que lo chilote se lo vivencia como una isla de tradición premoderna, a escala humana, donde la naturaleza, los mitos, la religiosidad popular, la solidaridad comunitaria siguen rigiendo el modo de vida de sus habitantes. Desde 1975, sin embargo, y aprovechando las franquicias del modelo de libre mercado implantado por el gobierno de la época, los mares chilotes han sido masivamente ocupados por cultivos marinos, cuyos productos son exportados prácticamente en un 100% a países del primer mundo, sobre todo, salmones, ostras y mitílidos.7 Este hecho está produciendo una rápida y violenta privatización, a gran escala, de los mares que alguna vez fueron los canales y las playas por donde libremente pescaban y mariscaban los antiguos 6 En el Chiloé actual hallamos mitos y leyendas locales, gastronomía propia, música y danzas representativas de la singularidad cultural de las islas, religiosidad popular que aun hoy mantiene rasgos del período de evangelización colonial llevada adelante por los jesuitas; arquitectura y diseño propios usando la madera como material de base (famosos son los “p alafito s” d e C astro y las iglesias); artesan ía textil en lan a, carp in tería d e rib era p ara la fabricación de embarcaciones, prácticas de vida social organizadas sobre la base del trueque de servicio s (la así llam ad a “m in ga”); creació n y recreació n d e p iezas m u sicales “fo lcló ricas”. E sto s so n algu no s d e lo s elem en to s cu ltu rales “trad icio n ales” activo s en el arch ip iélago d e Chiloé. Para mayor información sobre características y vigencia de elementos culturales tradicionales en el Chiloé actual, remitimos a El libro de la mitología. Historias, leyendas y creencias mágicas obtenidas de la tradición oral, de Renato Cárdenas, y a Chilhué. Tradición, misterio, de Humberto Soto Pérez. Asimismo, en librerías y en ferias de Chiloé se puede hallar un sinnúmero de folletos y cuadernillos sobre mitología chilota, la mayoría de los cuales no pasan de ser descripciones estereotipadas hechas ex profeso para turistas. Un notable trabajo, sin embargo, sobre mitología chilota, en lo que concierne a su función epistemológica y de inteligibilización de lo real cotidiano, lo hallamos en Chiloé cultura de la madera. Proceso a los brujos, de Mauricio Marino y Cipriano Osorio. 7 La mayoría de los cultivos pertenecen a empresas transnacionales, aunque últimamente han aparecido cultivos a pequeña escala — de choritos especialmente— que replican la antigua agricultura de minifundio. 13 Sergio Mansilla habitantes de Chiloé. Aunque los efectos de este proceso de transformación capitalista sobre la organización social y sobre la identidad cultural heredadas son todavía difíciles de evaluar con entera precisión, podríamos decir, sí con seguridad, que — hoy por hoy— la cultura de Chiloé se halla en una etapa term inal de “sm oltización” cultural.8 “S m oltización” es un térm ino tom ado de la crianza del salmón que alude a la etapa en que éste, desde su condición de alevín que vive en agua dulce se convierte en smolt: pasa progresivamente a vivir en el agua salada donde llegará a la etapa de adultez. L a “sm oltización” de la cultura chilota, tal como lo plantea Cárdenas, equivale a admitir que la “cultura tradicional” de las islas ha sido afectada de tal m anera por la cultura exógena global, que esta “cultura tradicional” ha llegado a un punto de no retorno al espacio cultural anterior, aquél del “agua dulce”: una form a de vida aislada, tranquila, ajena a las presiones de la modernidad. Chiloé es, a estas alturas, parte del mundo global no sólo por el aparato productivo exportador acuícola allí instalado, sino, sobre todo, por el hecho de que las islas reciben torrentes de significados culturales provenientes del mundo exterior tanto por los medios como por la educación formal y, en una medida nada despreciable, también por la inmigración de obreros que se incorporan a las actividades acuícolas y sus derivados, de ejecutivos y profesionales de la acuicultura (el puerto de Quellón es un caso paradigmático al respecto), y de un volumen — todavía pequeño, pero influyente— de artistas e intelectuales provenientes la mayoría de Santiago (sobre todo, en Castro y Ancud, las dos ciudades más importantes de Chiloé). E sta “sm oltización” es sentida, com prendida y vivenciada de m aneras diversas por artistas e intelectuales chilotes (de nacimiento y por adopción). Atrincherados unos en una defensa apasionada de la tradición, analizan su tiempo presente esencialmente como un proceso de pérdida sobre el que superponen imágenes de una memoria elegíaca que los retrotrae inevitablem ente a años anteriores a 1973. L a defensa dura del “C hiloé tradicional” es, en verdad, un discurso de rechazo radical del actual modelo de desarrollo neoliberal chileno y, a la vez, el reconocimiento de que, frente a él, no hay más alternativas que aceptarlo con la resignación de quien ha de acostumbrarse a vivir con una enfermedad crónica o, en su defecto, marginarse en el territorio de la memoria de lo ya perdido. Aunque la creciente conciencia identitaria entre los intelectuales chilotes puede ser leída como un proceso de construcción de una actitud cultural-política moderna (en el sentido de ser emancipatoria) que no es simplemente parasitaria de lo exógeno capitalista y sólo reactiva ante el modelo de desarrollo y de cultura 8 Tomo el concepto del historiador y etnógrafo local Renato Cárdenas Álvarez. (Entrevista personal, 2006) 14 Chiloé y los dilemas de su identidad ofrecido por el neoliberalismo en su versión chilena.9 Se trata, sin embargo, de un proceso contradictorio, en el que discursos identitarios militantes a veces obnubilan sus propios fundamentos. Después de todo, quienes más rechazan la modernidad neoliberal de Chiloé, sobre todo, los intelectuales chilotes de origen, no ven o se resisten a aceptar el hecho de que su crítica radical es producto sistémico de la propia modernización cultural de la sociedad chilota que ha dado paso, entre otras cosas, a la aparición de una clase intelectual y a la emergencia de una crítica política sobre la identidad cultural chilota, algo que se ha terminado, volviéndose un componente más del paisaje cultural isleño actual (aunque se trate de un componente todavía poco visible). Por su lado, los intelectuales de origen no chilote radicados en las islas se sienten, en general, más cómodos en el vértigo de los cambios. Se saben parte de las transform aciones y buscan participar en la “sm oltización” cultural como sujetos agentes de la misma y no sólo como sujetos sentados a la vera del camino de las transformaciones socioculturales isleñas, contribuyendo a menudo, y quizás a su pesar, a alimentar estereotipos culturales que terminan favoreciendo la mercantilización de la cultura chilota actual. No es que no estén conscientes de los peligros que entraña la metamorfosis societal de Chiloé o que asuman, sin más, actitudes celebratorias de la rápida modernización capitalista del archipiélago. En rigor, están bastante lejos de estas actitudes, y a menudo, por lo menos en aspectos relativos a determinadas prácticas culturales (e. g., prácticas creativas en la música, la artesanía, la arquitectura), asumen posiciones radicalizadas de defensa de la pureza de la tradición, conscientes de que una modernidad neoliberal sobresaturada empuja a muchos (empezando por ellos mismos) a una búsqueda casi desesperada de “otras” experiencias de m odernidad que los instalen, aunque sea como simulacro, en la otredad de la sociedad de consumo metropolitana. Sería, con todo, injusto reducir la adopción de la identidad chilota sólo como estrategia de evasión de sus espacios de origen. Hay en ellos un genuino compromiso cultural y político con la comunidad isleña que se traduce en la asunción de tareas de educación, de animación cultural variada, de contribución, por diversas vías (debate público u ofertas artísticas varias, por ejemplo), al enriquecimiento del espesor cultural chilote.10 9 U so el ad jetivo “em an cip ato rio ” p en san do en un a d e las m arcas claves d e la m o d ern id ad : “su co n cien cia d el tiem p o y su au to cercio ram ien to ” (H ab erm as, 1 1 ) qu e se trad u ce en la emergencia de una racionalidad, a la vez, crítica e instrumental a partir de la conciencia h isto rizad a d e la vid a so cial q u e escru ta recu rren tem en te lo s fu n d am en to s d e la “casa d el ser” y que proyecta siempre el futuro en un horizonte de ruptura con el hoy y el ayer. 10 Alfredo Chatruc, p. e., proveniente de Buenos Aires, ha sido una persona clave para el éxito musical y social de los talleres de música docta en Castro. Se ofrecen como actividad de la Escuela de Arte y Cultura sostenida por la Municipalidad de Castro. 15 Sergio Mansilla TRADICIÓN Y MODERNIDAD: EMERGENCIA DE LA NEOCULTURA CHILOTA La tensión/negociación entre la “tradición” y la “m o dernidad” no es, por cierto, un asunto fácil de abordar, no sólo porque involucra conceptos debatibles en su significado, sino, sobre todo, porque en el caso de Chiloé se trata de un proceso sociocultural de efectos culturales y políticos vastos que inciden nada menos que en la manera cómo una comunidad se imagina y se conceptualiza a sí misma en un momento de cambio histórico, proceso en el cual las visiones de los intelectuales (en el sentido que le estamos dando a esta palabra para nuestros propósitos críticos) cumplen a la larga un rol decisivo en la m odelación del discurso identitario. “L a tradición — nos dice Estanislao Jorquera, actual encargado del Museo de Arte Moderno (MAM) en Castro— no es usar el sombrero del abuelo, sino usar el sombrero („el que te toque‟) como lo hubiera usado el abuelo” (entrevista personal, 2006). Saber cómo era el sombrero del abuelo no es tan difícil: bastaría con indagar en fuentes museográficas, históricas o patrimoniales y hallaríamos, si no el sombrero mismo, sí la información suficiente para reconstruirlo y agregarlo al escaparate de los objetos de la memoria. Pero, ¿cuál memoria? ¿La del museo que se contenta con ofrecernos una serie de objetos o reproducciones de objetos no vigentes, propios de un pasado definitivamente clausurado ante el cual se nos invita, a lo más, a una contemplación nostálgica, hierática, fetichista, deshistorizada en definitiva? ¿O aquella que se nos manifiesta como un campo de representaciones inestables del pasado — y que pueden estar, desde luego, también motivadas por objetos de museo— en relación dialógica y dialéctica con las representaciones todavía más inestables y fragmentarias del presente? Asimismo, cabría preguntarse: ¿por qué tener que recurrir al abuelo, a su sombrero y al modo cómo usaba esta prenda si, en definitiva, se trata de un sujeto de otra época, que vivió lo suyo en su momento y que, además, si el presente resulta tan tensionante que hay que volver la mirada al pasado, será porque el abuelo, a su turno, no supo legar a sus descendientes sino una forma de vida condenada al fracaso y a la desaparición? Jorquera insinúa, respecto de estas interrogantes, una respuesta: la apropiación de la tradición, en el aquí y el ahora; no consiste en instalar los objetos del pasado en el presente, sino en el mantenimiento del sentido humano de estos, los m odos de ser y existir de “los antiguos” a partir de y con los objetos suyos y nuestros. Es decir, la continuidad de la tradición cultural es la continuidad de las significaciones identitarias que emergen de la particular manera cómo los antiguos tuvieron de relacionarse y vivenciar su entorno material de cada día. Existiría, en consecuencia, una especie de 16 Chiloé y los dilemas de su identidad “esencialidad” cultural perm anente que habría que descubrir y visibilizar por la vía de asumir un compromiso de militancia identitaria con las cosas del mundo de hoy para preservar un sentimiento de diferencia cultural afirmativo y territorializado, gatillador de prácticas artísticas y culturales desde y para un territorio-comunidad imaginado como propio y a la cabeza de las representaciones de lo global. Cuando los arquitectos Edward Rojas y Eduardo Feuerhake encabezan la fundación del Museo de Arte Moderno de Castro, en 1988, la iniciativa fue recibida con una mezcla de asombro, escepticismo y entusiasmo por la comunidad artística nacional. Ante la reiterada pregunta: ¿por qué un museo de arte moderno en Chiloé?, la reiterada “respuesta”: ¿y por qué no un m useo de arte moderno en Chiloé? ¿Acaso sólo Nueva York tiene el derecho intransferible de ser territorio de museos de arte? En efecto, ¿por qué los espacios periféricos no pueden ser también espacios para el arte contemporáneo y brindar, así, a sus habitantes una experiencia de modernidad estética que de otro modo disfrutarían sólo las elites de los centros metropolitanos? La experiencia del MAM de Castro, por encima de las dificultades prácticas de orden financiero para la construcción de la infraestructura adecuada, y su funcionamiento como lugar de exposiciones y de encuentros de pintores nacionales y extranjeros, constituye un ejemplo, parcialm ente exitoso, de una suerte de “nacionalización” de lo global en el sentido de traer a lo local de la provincia una práctica cultural de origen absolutamente metropolitano — y apropiársela— , práctica que ha devenido, al cabo de un tiempo, nuevo componente de la identidad cultural chilota. Si bien continúan las visiones encontradas sobre la naturaleza y rol del MAM entre los intelectuales chilotes y si, además, como lo subraya el propio Jorquera, es un museo que luego de 18 años de existencia todavía no logra ser sentido como patrimonio verdaderamente comunitario (por eso su éxito es parcial), constituye una indesmentible prueba de que Chiloé tiene una capacidad instalada de “antropofagia cultural” en grado tal, que la isla no puede ser simplemente laminada por la cultura comercial populista de la sociedad de consumo global.11 Pero, también, es la evidencia de cuánto ha cambiado Chiloé: una sociedad agrario-pescadora, casi autárquica, cuya cohesión se sostenía gracias a prácticas culturales iterativas de origen lejano y a la identificación con referentes religiosos y mitológicos que provienen de “lo otro” de la racionalidad occidental, ajeno — al fin— al espíritu del capitalismo, que jamás habría creado por sí sola, con su propia lógica cultural local, un museo de arte moderno. Fue necesario que se iniciara una especie de 11 No obstan te ser C h ilo é un arch ip iélago , p op ularm en te se le d esign a co n la exp resió n “la isla”. H ago m ía esta m an era d e n o m b rar este territo rio . 17 Sergio Mansilla “revolución industrial” transnacional en C hiloé y que em igraran a la isla artistas e intelectuales “orgánicos” de la m odernidad urbana m etropolitana, con mentalidad provanguardista (no sólo en arte, habría que decir), para que se provocara una nueva realidad cultural: la apropiación de la modernidad estética y su incorporación al tejido de la cultura local y, a la vez, al mercado simbólico global desde lo local. La emergencia de estos nuevos registros estéticos en Chiloé, así como la aparición y mantenimiento en el tiempo de instituciones culturales desconocidas antes de la década de 1980, son evidencias de la formación de lo que Marcos Uribe denomina la “neo cultura chilota”, la que — según su parecer— se halla en pleno estado de progreso como resultado de la masiva “invasión” capitalista al archipiélago que viene aconteciendo desde fines de los años 70 del siglo X X y que está todavía lejos de term inar. E sta “neo cultura” sería, en rigor, efecto del proceso de “refundación neoliberal de la colonia (chilota) por el Estado de C hile” y, a la vez, una respuesta-propuesta colectiva en términos de adaptación y sobrevivencia identitaria en el nuevo escenario signado por el modo de producción capitalista. Pero la sobrevivencia tiene un precio nada fácil de pagar: para que la identidad cultural históricamente heredada no desaparezca en la bruma del olvido ante la arremetida de la cultura capitalista comercial, Chiloé, como Fausto, deberá vender su alma al sistema dominante y preservar, así, ya no el alma (o por lo menos ya no el alma de antaño) sino una fachada identitaria, una máscara ya sin rostro, reificada y reducida a la categoría de “folclore” o de estereotipo; fachada que, en la medida en que es comercializada con éxito en el mercado de los bienes simbólicos, cancela todo efecto crítico sobre las relaciones de dominación capitalista. Esta tierra de gaviotas es también de desembarco y ocupación. Así lo ha determinado históricamente la sucesión de distintos momentos como el proceso de dominación española y su síntesis posterior. La (actual) toma y ocupación por parte del Estado chileno evidencia un nuevo proceso de concentración superior de poder por parte de nuevos grupos sociales inmigrantes que se apropian de espacios de legitimidad social y cultural isleños, y vuelven a imponer la enajenación y la desarticulación de la sociedad endógena. En este contexto, reconocemos la existencia de elementos culturales que tratan de mantener la legitimidad de sus espacios de expresión, en conflicto con nuevas fuerzas interventoras, espumas de un modelo opuesto a la cooperación comunitaria, anclada en el ser profundo del isleño, fundido (el ser) también de cuerpos sociales y mundos culturales diversos, viejos rencores y amores tardíos. (Uribe, inédito). 18 Chiloé y los dilemas de su identidad El esfuerzo de Uribe por comprender el Chiloé actual descansa en la tesis de que el archipiélago, desde la conquista española hasta nuestros días, ha sido un botín para colonizadores, sean estos españoles (Castro es fundado en 1567 por Martín Ruiz de Gamboa), corsarios y piratas ingleses y holandeses, evangelizadores antiguos y modernos, el Estado chileno en el período republicano (la “independencia” de C hiloé acontece en 1826), las transnacionales de la industria acuícola en complicidad con el Estado de Chile de nuestros días o multimillonarios que hoy por hoy están comprando enormes volúmenes de naturaleza nativa.12 En el pasado, por su condición isleña y aislada de los centros metropolitanos (español primero y chileno más tarde), colonizadores y colonizados, por motivos de sobrevivencia e influidos en alguna medida por la evangelización jesuita, se vieron empujados — no sin violencia, por cierto— a generar un sistema de vida cooperativo que, al cabo de cuatro siglos, conformó lo que hoy llamaríamos el Chiloé tradicional. Sin embargo, la irrupción del proceso refundacional de Chiloé a partir de 1975-80 no es, a mi parecer, una colonización como otras acontecidas en el pasado. D ado el “em pequeñecim iento” del m undo com o resultado de la expansión planetaria del modo de producción-consumo capitalista, no hay razón para suponer que la nueva clase dominante, la que controla el aparato productivo industrial y financiero, necesite mestizarse con lo local popular por motivos de forzada convivencia, como sí aconteció en el pasado. La brutal segmentación social a la que ha llegado la sociedad chilena de hoy permite que la clase dirigente pueda mantenerse y reproducirse como clase instalada en el ghetto propio de los operadores del sistema neoliberal, sin necesidad de salir de él. Y Chiloé, en este ámbito, no es la excepción.13 D e m odo que esta “neocultura” de la que habla U ribe — o “sm oltización” cultural, en términos de Cárdenas— para que no se vuelva un orden societal-cultural indiferenciado y preserve una singularidad identitaria no reificada, tendría, en última instancia, que tomar la forma de un proyecto histórico-político de descolonización que implique, por una parte, la invención y puesta en marcha de estrategias de cooptación de lo global 12 Tal es el caso de Sebastián Piñera, próspero empresario y político que en 2004 adquirió alrededor de 120.000 hectáreas de bosque nativo milenario en el sur de la Isla Grande para crear el Parque Tantauco, proyecto que las comunidades huilliche de Chiloé no han visto con buenos ojos (cfr. Pedro Cayuqueo). 13 No es azaroso que junto con la proliferación de cultivos marinos a gran escala hayan aparecido en Chiloé, en los últimos 15 años, escuelas y colegios privados caros a los que ningún hijo de obrero de salmonera podría ingresar, ni menos sostenerse en ellos. La nueva clase adinerada está generando sus propios aparatos de reproducción sociocultural y contribuyendo, con ello, a segmentar la sociedad insular, como ha acontecido y sigue aconteciendo en el resto de Chile. 19 Sergio Mansilla capitalista en beneficio de lo local popular y, por otra, el copamiento de espacios culturales exógenos, en la internacionalidad cultural y comunicacional, para instalar en ellos la marca registrada de Chiloé y acceder al reconocimiento del otro. Siempre es posible que tales estrategias fracasen en el sentido de que lo que se m uestra com o “apropiación” de lo exógeno no sea, al fin, sino una cierta invasión cultural m aquillada de “chilotism o” y que la expansión insular hacia el mundo no pase de ser una vulgar exportación de un Chiloé construido a la medida de un mercado, cuyo interés no es conocer la diversidad en cuanto tal, sino la satisfacción de necesidades de consumo capitalista de diferencia cultural (con lo que la “diferencia” se torna sim ulacro que anula toda genuina relación intercultural). ¿Por qué pensar, sin embargo, que siempre va a haber sólo pérdida, fracaso? El Chiloé tradicional, férreamente defendido o añorado por algunos intelectuales chilotes (no sólo por los chilotes de nacimiento) ha sido, al fin, el resultado de una síntesis, cuyo origen radica en viejas y no tan viejas invasiones y colonizaciones fundadas en la violencia, física y/o simbólica. Quizás la nueva síntesis cultural, hoy en proceso, conduzca a una modernidad isleña diferenciada que se alimenta de un poderoso sentimiento de identificación cultural que la mayoría de los chilotes siente con su tierra (sea de origen o adoptiva). “C hiloé es m i tierra querida”, reza el primer verso del “H im no a C hiloé” y esta no es, por cierto, una frase vacía para los chilotes; muy al contrario. Uribe puntualiza una serie de rasgos que, a su entender, caracterizan el Chiloé tradicional en oposición a aquel en proceso de modernización capitalista: Chiloé tradicional: 1) La propiedad familiar campesina. 2) El comunitarismo. 3) El desarrollo incipiente de las relaciones de orden capitalista. 4) El poblamiento urbano con fuertes lazos campesinos. 5) Una cultura asociada al bordemar. 6) Presencia y poder de las prácticas rituales asociadas a un sistema de creencias sincrético y alto sentido explicativo del mismo. 7) Economía doméstica de subsistencia y de intercambio menor. 8) Importante presencia de medios de comunicación de masas regionales (prensa escrita y radio). 9) Desarrollo incipiente de las telecomunicaciones (tanto la TV como la telefonía aparecen recién en los últimos años de este período de vigencia plena de la cultura tradicional isleña). 10) Vías de transporte terrestre poco expeditas y de difícil acceso.14 11) Fuertes lazos de comercio menor entre las pequeñas 14 Recordemos que hasta 1960 la única manera de conectar a Castro con Ancud era a través de un tren de trocha angosta, cuya caldera se alimentaba con leña. El viaje duraba un día completo; hoy por carretera dura poco más de una hora. 20 Chiloé y los dilemas de su identidad islas aledañas y los principales centros urbanos de Chiloé (Castro, Achao, Dalcahue, Quellón, Quemchi, Chonchi y Queilen). 12) Desarrollo menor de las redes de intermediarios entre productor campesino y el consumidor urbano. Chiloé de la modernización capitalista: 1) La propiedad industrial. 2) El desarrollo de los servicios comerciales, financieros y profesionales. 3) El fuerte ingreso de capitales chilenos y transnacionales. 4) La desarticulación del modo de producción doméstico y comunitario campesino. 5) Proletarización del campo y la ciudad. 6) Destrucción del sistema cooperativo orientado a la eficiencia del modo de producción campesino. 7) Inmigración masiva de trabajadores asociados a un nuevo modo de producción y propiedad. 8) Desplazamiento urbano de los chilotes, desde los centros hacia las periferias urbanas. 9) Intensificación de la migración campo-ciudad. 10) Desaparición progresiva de costumbres asociadas al viejo modo de producción, como expresiones de prácticas cotidianas y coherentes. 11) Desarrollo explosivo de las telecomunicaciones. 12) Pérdida relativa de la influencia de los medios de comunicación de masas locales (prensa escrita y radio). 13) Penetración de internet y de las herramientas de multimedia. 14) Desarrollo de los medios de transportes y mejoramiento de las vías de comunicaciones terrestres. 15) Pérdida del poder explicativo de la cultura tradicional y fuerza creciente del poder ideológico, económico y político de la nueva sociedad y cultura neocolonial (Uribe, inédito). Me he permitido citar in extenso la lista de rasgos (o “señales”, com o las denomina Uribe) pues, en rigor, y aunque no es exhaustiva, informa bien sobre una suma de hechos que efectivamente han ocurrido y están ocurriendo hoy en día en las islas. T al conjunto de “señales” revela, por otra parte, que en la cultura chilota actual hay una diversidad de registros activos. Si bien la caracterización de Uribe toma la forma de un esquema binario, que sugiere una oposición simétrica entre lo tradicional y lo moderno, lo cierto es que se trata de prácticas de vida imbricadas entre sí. Prácticas que acontecen como un campo de lucha ideológica en orden a asegurar ciertas hegemonías a la hora de comprender y vivir la identidad colectiva en la historia, obedeciendo a determinados deseos utópicos (y políticos) que contribuyen a conformar una cierta manera de ser de una comunidad-territorio, de imaginarse, de autorrepresentarse y de representar al otro y que inciden determinantemente en la vida cotidiana. L a visión de U ribe que se trasluce en esta lista de “señales”, m ás allá del hecho de que se trate de un esquema, es indicativa de una sensibilidad elegíaca que, de acuerdo con nuestras indagaciones en terreno, se reitera en 21 Sergio Mansilla varios intelectuales chilotes de nacimiento y que se traduce en una representación discursiva del archipiélago construida con un lenguaje que refiere presencia, cuando aluden al pasado (lo tradicional) y ausencia, cuando aluden al presente de las transformaciones culturales. Notemos que en las 12 características “tradicionales” señaladas por U ribe no hay ningu na expresión que denote pérdida o ausencia. Es cierto que se constata desarrollo precario de ciertos servicios en el Chiloé antiguo, pero estas carencias se las expresa igualmente como presencias afirmativas. En cambio, en las 15 características con las que describe el Chiloé capitalista hallamos varias expresiones que denotan pérdida, ausencias, borradura de realidades: “desarticulación”, “destrucción”, “desaparición”, “pérdida”; palabras a las que habría que añadir sintagmas, cuya connotación alude igualmente a expresión de pérdida o ausencia: “desplazamiento urbano de los chilotes desde los centros hacia las periferias urbanas” (“periferia”, en nuestro contexto, alude a una realidad devaluada en relación con “centro”), “desarrollo explosivo de las telecomunicaciones” (el adjetivo “explosivo” habla por sí solo), “penetración de internet y de las herram ientas de m ultim edia” (“penetración”, en este contexto, claramente alude a la rotura violenta de una superficie en un gesto que es imposible no asociar con violación sexual). Es decir, prácticamente la m itad de las “señales” de m odernidad están expresadas de un m odo, digam os, no afirmativo; modo que connota una actitud más o menos satanizadora de las realidades mencionadas. Este pequeño ejercicio de análisis discursivo revela, cuando menos, que en Chiloé están aconteciendo procesos socioculturales que provocan un desasosiego de difícil administración a la hora de intentar comprenderlos y comunicarlos. La representación discursivo-ideológica del “nuevo C hiloé” propuesta por varios de los intelectuales chilotes entrevistados, tiende a imaginar el presente como anomalía; una especie de desorden psicopático de la historia, cuyos elementos rectificatorios estarían siempre en el horizonte representacional del pasado. El presente histórico se ha tornado un campo de incertidumbres, cuando no de abiertas aberraciones, ante las cuales se reacciona con la memoria, acomodando esta a los deseos de una estabilidad identitaria que garantice la continuidad “transhistórica” de una cultura que se percibe amenazada y que no tendría, al parecer, armas eficaces para defenderse con éxito de la invasión sistémica neoliberal. Nelson Torres, por ejemplo, dice no explicarse el porqué de lo que considera la debacle cultural-institucional postdictadura (desde 1990 en adelante), en circunstancias de que durante la dictadura (1973-1989), a pesar de la escasez de medios y de la represión gubernamental, hubo en Chiloé, a su entender, un tejido cultural mucho más compacto, cohesionado, movido por la necesidad de construir y preservar espacios de libertad: 22 Chiloé y los dilemas de su identidad Se supone que pasado el período dictatorial sería una cosa distinta. Por ejemplo, los talleres literarios y los encuentros de talleres que había supuestamente tendrían que mejorar, y desaparecieron. Todo el mundo ahora pelea unos contra otros; si alguien gana una beca, todo el resto que no ganó queda envidioso. Quizás esta inyección de recursos para becas y proyectos sólo ha servido para puro pensar en nosotros mismos. (entrevista personal, 2006). En efecto, durante la dictadura hubo en la isla organizaciones de artistas e intelectuales (y también organizaciones comunitarias) que jugaron un rol determinante en la continuidad cultural de Chiloé ante la drástica “refundación neoliberal” de la sociedad chilena (y chilota): el taller literario “A um en” en C astro; la agrupación literaria “C haicura” en A ncud; el taller “P uertazul” en C astro, de arquitectura y de estudio y reflexión sobre la cultura chilota; los “T alleres C ulturales” que realizaban acciones de movilización cultural-política de resistencia; la organización huilliche de Compu que, más allá de reclamos reivindicatorios por tierras, contribuyó a hacer conciencia cultural y ecológica; el Obispado de Ancud y su red de comunidades de base esparcidas por las islas que impulsaron un notable trabajo de estudio y recuperación cultural y de comunicaciones, trabajo que desbordó largamente los límites de un accionar puramente religioso evangelizador. Si a esto le sumamos un vasto conjunto de actividades de movilización artístico-cultural llevadas a cabo entre 1976 y 1988, com o las “sem anas alternativas”, los encuentros y recitales de poesía, los festivales folclóricos, la publicación de los “cuadernos de la historia”; las reiteradas visitas de músicos, actores, escritores nacionales a Chiloé en la década de 1980 (p. e., los escritores Armando Uribe, Gonzalo Rojas, José Donoso, Martín Cerda, Floridor Pérez, Jaime Quezada), entre otras muchas actividades, conforman un cuadro de agitación cultural que contrasta con el actual desmantelamiento de, prácticamente, todas las organizaciones culturales que existieron durante la dictadura y la consiguiente desaparición de la mayoría — si no de todas— de las actividades de promoción y animación cultural-política de entonces. Si nos fijamos exclusivamente en lo que queda del pasado, el diagnóstico no puede ser sino sombrío: en esta lógica prevalecen visiones de un Chiloé colonizado por el capital foráneo y sus agencias de movilización económica; visiones signadas por el énfasis en la desarticulación del sistema de vida cooperativo, por la convicción de que ha habido una “ruptura de la ligazón de la sociedad con la tierra y que (la ligazón) había sido la viga maestra de la identidad cultural” (M ario C ontreras entrevista personal, 2006), en fin, por la insistencia en un conjunto de “señales” com o las que enum era Uribe. Habría que añadir que los discursos construidos sobre la lógica de 23 Sergio Mansilla comprensión — aquí comentada— connotan una cierta perplejidad paralizante que se traduce en el despliegue de “diagnósticos” precisos, pero que destilan una mezcla ambivalente de incertidumbre por el futuro, rechazo del modelo económico y cultural impulsado desde el oficialismo, evocaciones de una época pasada aparentemente más gratificante que la actual, quejas por una marginalización conceptualizada, en parte, com o “destierro” de la centralidad de la vida social y, en parte, como opción que permite preservar una especie de libertad creadora incontaminada por el poder. En definitiva, se trata de una aceptación dolida del presente histórico imaginado como un campo de fuerza incontrarrestable, al menos en lo inmediato, que, de un modo u otro, desrealiza la totalidad del ser. “L a respuesta de los intelectuales chilotes ante la globalización ha sido débil”, nos dice T orres (entrevista personal, 2006). Además, en su opinión, el sistema de fondos concursables implementado por el gobierno, desde 1990 en adelante, ha debilitado la cooperación intelectual estimulando, en cambio, el individualismo o la formación de grupos cerrados entre los creadores. Reconoce igualmente que los escritores chilotes (se refiere a los que viven en la isla) no hacen mucho por instalarse con ventaja en la modernidad literaria nacional o internacional: “U no como poeta — afirma— lo ve todo de otra m anera”. ¿C uál es esa “otra m anera”? M i hipótesis es que esa “otra m anera” es un modo de referirse a un impasse todavía no resuelto por algunos creadores chilotes y que dice relación con el hecho de que muchos de ellos se formaron en un escenario de lucha antidictatorial y aprendieron a movilizar, con éxito, el arte y la literatura para instalar, con y desde el arte y la literatura, espacios culturales de libertad y democracia que funcionaron como verdaderos territorios culturales liberados. Estos “territorios liberados” fueron en realidad mundos estéticos (con sus respectivas prácticas de comunicación y socialización) en los que se combinaron referentes y modelos culturales locales heredados con referentes y modelos propios de la cultura moderna global en la dimensión vanguardista y emancipatoria de la modernidad, lo que dio paso a prácticas artísticas que devinieron contracultura en relación con el modelo de cultura y de desarrollo capitalista dictatorial. En este sentido, la elite chilota ilustrada actuó, entonces, como una vanguardia política de resistencia que fundó la modernidad estética y cultural en Chiloé, precisamente, como una manera de asegurar la continuidad identitaria del archipiélago. Si la respuesta de los intelectuales de entonces no fue débil como ahora, fue porque sus prácticas creadoras y de agitación cultural las desplegaron como una alternativa, en el terreno del arte y la estética, de modernización sociocultural de Chiloé; alternativa a la otra modernización, aquella impulsada por la dictadura en el terreno de la economía, de las relaciones de producción y de la cultura populista mediática. La alternativa de 24 Chiloé y los dilemas de su identidad resistencia igualmente apuntaba a una modernización sociocultural de Chiloé, pero desde una concepción democrática de nación. La consolidación de la democracia en los años 90 trajo consigo el efecto de desmovilización político-cultural en la medida en que las organizaciones y las prácticas contraculturales opuestas a la dictadura no tenían ya razón de ser; no había ya censura ni represión institucionalizada. Lo que no ocurrió fue el desmantelamiento del modelo de desarrollo neoliberal; al contrario. En este nuevo escenario: ¿qué clase de contracultura cabría movilizar si la sobrevivencia misma de los artistas e intelectuales comienza, cada vez más, a depender del éxito del modelo capitalista de desarrollo? ¿Si, además, el modelo, en la medida en que los gobiernos democráticos lo hace suyo, se convierte en una forma de cultura nacional estimulada desde el poder político, cultura de la que no es posible sustraerse del todo so pena de una marginalización extrema, inconducente, a la larga? No es casual, en efecto, que se haya instalado un sistema competitivo para acceso a recursos en casi todos los ámbitos de la institucionalidad artística, cultural, científica y de promoción social, lo que, desde luego, estimula el individualismo y, en el largo plazo, contribuye a aumentar la desigualdad. Esto, sin duda, es algo contrario al ordenamiento tradicionalmente cooperativo e igualitario de la sociedad chilota. No se debe olvidar que la dictadura instaló en Chiloé (y en todo Chile, por cierto) una situación de urgencia que requería respuestas urgentes. Y tales respuestas en Chiloé se materializaron, en el terreno de la estética y la cultura, en la creación de entidades parainstitucionales que realizaban (o impulsaban la realización) de actividades culturales alternativas, apelando tanto al paradigma cultural de las vanguardias emancipatorias como a elementos culturales locales herededados. Estos últimos no fueron movilizados sim plem ente com o “folclore” sino com o significantes culturales de “resistencia” por la vía de reconocer y de insistir en la singularidad de la cultura popular del archipiélago.15 Dadas así las cosas, el advenimiento de la democracia no podía sino conducir a la desaparición o, a lo menos, a una sustancial modificación de las instituciones y prácticas culturales en situación de urgencia. No es, pues, de extrañar que los talleres de los años 80 hayan desaparecido y que ya no existan las “sem anas alternativas” ¿A lternativas a qué? A lejandro B arrientos 15 Cabe consignar que lo cultural popular chilote también sirvió para legitimar políticas y prácticas culturales impulsadas por el poder político de entonces. El Festival Costumbrista y la P eñ a F o lcló rica “C o ch e M o lin a” — ambos en Castro— fueron, en su origen, actividades culturales oficialistas organizadas por la Municipalidad de Castro cuyo alcalde era nombrado directamente por el general Augusto Pinochet. Muchos artistas, sin embargo, participaban tanto en las actividades oficiales como en las alternativas. 25 Sergio Mansilla es m uy claro al respecto: “hubo una época en que los talleres estuvieron bien; cum plieron su función. P ero ahora hay que pasar a otra etapa” (entrevista personal, 2006). E sa “otra etapa”, para Barrientos, consiste en crear instituciones formales, insertas en la institucionalidad y legalidad vigentes, conducentes a la formación sistemática y continua de artistas e intelectuales, dotándolos de herramientas teóricas y técnicas para ejecutar, profesionalmente, las prácticas artísticas y sus consiguientes efectos sobre la identidad cultural. “N o creo mucho en la globalización” — nos dice— creo en la capacidad del individuo de marcar/construir territorios (culturalmente) diferenciados (… ) la globalización no puede suplantar el alma ya existente (entrevista personal, 2006). Siempre y cuando — agregaría yo, pero siguiendo a Barrientos— exista una intelligentsia diferenciadamente moderna en Chiloé.16 La preocupación por formar un contingente de nuevos chilotes en posesión de herramientas críticas y creativas aprendidas en escuelas especializadas, y el interés de que estas herramientas las usen para la creación y recreación artística que contribuya a complejizar el tejido cultural de Chiloé, es un asunto de particular importancia para una parte de los intelectuales entrevistados: Alejandro Barrientos, Alfredo Chatruc, Edward Rojas, Estanislao Jorquera. Están conscientes de que los antiguos talleres si no se convierten en escuelas formales, en universidades, en museos — es decir, en instituciones permanentes de formación avanzada y de irradiación cultural— el objetivo de construir una identidad cultural diferenciada que ponga a la globalización de la cultura al servicio del desarrollo de la cultura local (de la cultura producida y traducida localmente, se entiende) se volvería una utopía irrealizable, fuente que alimentaría a una identidad cultural victimizada, subalterna, reducida a la condición de folclore a lo más; algo que conduciría, tristemente, a una radical colonización de la subjetividad por parte de la cultura del modelo neoliberal de desarrollo. No es una tarea fácil, desde luego. En parte, por la resistencia o indiferencia de otros artistas e intelectuales que ven en este proceso de institucionalización un debilitamiento del impulso antineoliberal propio de la contracultura del período de la dictadura y de una contestataria integración a un sistema político y económico que estaría subvirtiendo (reificando, en rigor) la cultura del Chiloé tradicional. En parte, por la propia indiferencia (e 16 Alejandro Barrientos trabaja como encargado de cultura de la Ilustre Municipalidad de Castro. En tanto funcionario de cultura, uno de sus logros más significativos ha sido la creación y sostenimiento — con subvención municipal— de una Escuela de Cultura en Castro donde jóvenes de diversos estratos sociales se forman como artistas en música docta, danza y teatro. Se espera próximamente abrir otras áreas de formación artística. 26 Chiloé y los dilemas de su identidad ignorancia, a menudo) de los operadores públicos y privados del sistema que ven en la cultura y en la materialización de acciones y objetos estéticos un gasto superfluo contrario a toda inversión redituable, de modo que los esfuerzos para institucionalizar la formación de artistas e intelectuales ha devenido un trabajo cooperativo entre unas pocas personas convencidas de que hay que, necesariam ente, “pasar a otra etapa”. S e trata de una form a de operar que no es muy distinta de aquella que dio origen a los talleres de antaño. Es cierto, sí, que este trabajo cooperativo no está exento de un aura de individualismo en el sentido que el éxito de los proyectos de institucionalización del desarrollo artístico-cultural es, también, el éxito personal de quienes lideran tales proyectos (las líneas que dividen el beneficio personal y el colectivo en este terreno son, a menudo, muy sutiles o simplemente no existen); hecho, sin embargo, explicable en la medida en que para asegurar la supervivencia de una escuela o de un museo — sobre todo, en etapa fundacional— se requiere apelar a una especie de argumento de autoridad, es decir, generar visibilidad apelando a los contactos personales y al prestigio, como creador y como artista, de quien esté a la cabeza de la institución. MODERNIDAD APROPIADA Me parece que es en este ámbito de intersecciones en que cobra sentido el concepto de “m odernidad apropiada” que R ojas hace suyo a partir de la propuesta del arquitecto Cristián Fernández: “L a modernidad — afirma Fernández— que debía caracterizar a nuestra arquitectura era aquella capaz de contener las tres acepciones de lo apropiado; esto es, en tanto apropiado (adecuado), en tanto apropiado (hecho propio), y en tanto modernidad propia” (citado por R ojas, “R eciclaje insular”, 74). S e trata, com o se ve, de un concepto originado en el campo de la arquitectura y al que Rojas recurre, una y otra vez, para describir su propia propuesta arquitectónica que denomina “contem poraneización de la tradición” y que acontece, según su visión, com o un proceso de reciclaje técnico y semiótico de los objetos arquitectónicos heredados.17 L a noción de “m odernidad apropiada” puede, no obstante, ser extendida al actual proceso sociocultural chilote como un todo: este, con sus pérdidas y ganancias, puede verse como un proceso de construcción de una “m odernidad apropiada”, una de cuyas características definitorias (del proceso) es precisamente la discusión y elaboración de lo que sería 17 En la entrevista que me concedió en enero de 2006, Rojas recrea, en clave de conversación, gran p arte d e las an écd o tas y d e lo s co n cep to s q u e d iscute en su artícu lo “E l reciclaje in su lar”, publicado en un libro homónimo, del cual él mismo es editor. 27 Sergio Mansilla “adecuado” y lo que ha de ser “hecho propio” 18 en beneficio de una diferencia identitaria que requiere ser alimentada tanto por flujos culturales de origen exógeno como heredados. Todo esto conduce a la constitución de un ser sociocultural que deviene proceso en sí mismo: un hacer, un pensar, un comunicar que adiciona diversidad y que provoca el efecto de diferencia por la vía de instalar en la constitución identitaria misma la duda, la crítica, el cuestionamiento, la revisión permanente de lo que es dado como tradicional o como moderno. Proceso en el que igualmente confluyen obras y acciones de arte y artesanía, con sus respectivas adhesiones y rechazos, rituales y prácticas cotidianas de significación, acciones varias de memoria y de provocación de nuevas realidades con valor semiótico. Las diferencias de visiones sobre lo que es/debiera ser Chiloé y el rol que a cada intelectual le compete en la construcción y continuidad de una identidad cultural territorializada, la vemos como parte de la respuestapropuesta del sistema cultural chilote dirigida a asegurar la continuidad, ahora diversificada, de ciertas formas de ser/saber heredadas; diversificadas en el sentido de que su continuidad está, de hecho, aconteciendo de varias maneras: como prácticas de imagen, mercantilizadas para el consumo turístico; como prácticas de espectáculo o de ritos vividos como escape de la cotidianidad agobiante del trabajo asalariado o como modos de producción precapitalistas que, precisamente por lo mismo, se insertan con éxito en el mercado capitalista que requiere siempre disponer de oferta diversificada y exótica, si se trata de Chiloé. Las diferencias de visiones corresponden, en realidad, a lecturas diversas del proceso de reacomodo y resignificación de lo tradicional en un escenario chilote cada vez más “postm oderno”. P ostm oderno en el sentido de que en la identidad cultural de Chiloé están aconteciendo, por un lado, un movimiento de crisis de la modernidad por el rechazo radical que suscita su tendencia al imperialismo homogeneizante y adelgazante del espesor cultural local y, por otro, un movimiento de radicalización de lo moderno en sentido de construir/alimentar una vasta diversidad cultural que implica una coexistencia democrática y emancipatoria de representaciones, discurso y prácticas varias. La idea del reciclaje, en este punto, cabe entenderla como el despliegue de estrategias tendientes a volver a hacer funcional la tradición, sea por la vía de “contem poraneizarla” — como sostiene Rojas— o, a la inversa, “tradicionalizando” lo m oderno, com o sug iere el arquitecto Teófilo Cárdenas. “L os espacios, nos dice C árdenas, tienen vocación de ser algo y facilitan determ inados tipos de convivencia” (entrevista personal, 2006). ¿Qué tipos de convivencia serían, entonces, deseables para Chiloé? He aquí una de las 18 U so “h ech o ” en do s sen tid o s a la vez: co m o su stan tivo y co m o p articip io. 28 Chiloé y los dilemas de su identidad cuestiones claves sobre la identidad chilota ante las cuales no es posible, sin duda, tener un comportamiento neutral. Teófilo Cárdenas, por encima de reconocer el hecho de que es imprescindible que el arquitecto adapte sus diseños a los nuevos materiales disponibles en el mercado (las maderas nativas son cada vez más escasas y caras) y a las peticiones del cliente, asume que el arquitecto en Chiloé tiene la obligación de construir para los chilotes, es decir, generarles espacios de habitabilidad que contribuyan a mantener la continuidad identitaria de la sociedad chilota. No se trata, digamos, de instalar fogones en cada nueva casa que se construya para remedar un pasado campesino-pescador premoderno. Sí, se trata de construir espacios equivalentes, de comunión familiar, que inviten a la conversación, a la recreación por el habla del vivir cotidiano; algo que Cárdenas ve necesario y urgente en los tiempos que corren, precisamente, porque el ordenamiento neoliberal adelgaza peligrosamente — hasta la total desaparición, a menudo— los tiempos y espacios disponibles para el cultivo de las hablas identitarias que mejor perfilan la cultura local. La tradición, desde esta perspectiva, vale no simplemente por ser tradición: un pasado folclorizado — y, a veces, idealizado— al que se le recuerda, a lo más, con nostalgia: es una forma de vida que actúa como factor de equilibrio sobre aquella otra, individual, solitaria, competitiva, que ha emergido como consecuencia del proceso de industrialización chilota. Quizás, el “proceso de reciclaje” haya que verlo no com o una selectiva reutilización de elementos de una tradición ya disfuncional (p. e., objetos fuera de uso, algunas de cuyas piezas selectivamente se usan para construir un objeto nuevo) sino exactamente al revés: como un proceso, de tipo político en última instancia, que consiste en identificar elementos disfuncionales de la modernidad global y reemplazarlos por elementos de la tradición de manera tal que el resultado sea una “m odernidad apropiada”, o sea, una m od ernidad peculiar, pensada y construida para el bienestar de los chilotes atendiendo a la cultura heredada y a las características del entorno natural;19 una modernidad apropiada que garantice la continuidad de ciertos valores y prácticas identitarias que operan con efectos emancipatorios ante la laminación capitalista. La dura crítica que Teófilo Cárdenas hace al edificio del nuevo Mercado Municipal de Ancud (inaugurado a fines de 2005) la sustenta, 19 Teófilo Cárdenas considera la naturaleza como aliada de su arquitectura: hay que construir a favor de ella, no contra ella. Los clientes con recu rso s, d ice, “en fren tan ” a la n atu raleza invirtiendo mucho dinero en sus edificaciones, haciendo, por ejemplo, que les construyan grandes ventanales que miran hacia el norte, punto cardinal desde el que sopla el viento que trae las largas lluvias invernales de Chiloé (entrevista personal, 2006). 29 Sergio Mansilla justam ente, en la convicción de que se trata “de una edificación para turistas” que ignoró a quiénes irían pasar muchas horas de su vida trabajando como vendedores de artesanía y similares en los diversos puestos. La crítica de Cárdenas nos lleva a plantearnos algunas preguntas cruciales: ¿Qué es lo que debe prevalecer a la hora de construir cultura en Chiloé? ¿Si las necesidades de la cotidiana sobrevivencia de los habitantes chilotes — necesidades que se perfilan a partir de una actitud proidentitaria militante por parte del creador de objetos y/o de significados— o, en su defecto, la necesidad de instalar una poderosa im agen de C hiloé com o “tierra de m itos y leyendas” en la retina del turista para que éste vuelva, una y otra vez, a disfrutar de esta “rareza” cultural? Los operadores políticos del neoliberalismo probablemente dirían que la consolidación de un Chiloé turístico dará naturalmente paso a la satisfacción de necesidades de bienestar y desarrollo a los habitantes insulares, de modo que construir para atraer turistas sería también construir para beneficio de los chilotes. Si bien esto puede ser cierto, desde el punto de vista de los flujos sistémicos de la economía capitalista (la vieja tesis del “chorreo” de riqueza) no lo es desde el punto de vista de los flujos de identidad territorializada: construir una cultura para turistas o, más genéricamente, para instalar Chiloé en la retina de lo global, no es necesariamente equivalente a construir una cultura donde la vida cotidiana del chilote de a pie halla solución y sentido. Esta podría ser otra manera de ver lo que Renato Cárdenas denomina “sm oltización” de la cultura chilota: la identidad cultural de C hiloé ha sido afectada por la cultura exógena en términos tales, que la identidad cultural chilota ha devenido esquizoide, dividida entre lealtades en el fondo inconciliables pero que coexisten y se retroalimentan de los beneficios económicos que esta coexistencia implica. Un Chiloé de postal que proyecta, hasta la saciedad, una imagen de tradición premoderna construida a la medida de una sociedad de consumo sobresaturada de modernidad urbana. Y el Chiloé que está antes y después de la imagen prefabricada va construyendo una m odernidad isleña “apropiada”, que se mueve en un delicado equilibrio, no siempre del todo satisfactorio, entre ser apropiadamente moderno y ser moderno por colonización. Tener conciencia de estas múltiples aporías y dilemas es, también, señal de la “sm oltización” cultural, pues pone en evidencia cuán radicalmente crítica es la intelligentsia chilota y, por lo mismo, cuán moderna se está volviendo la sociedad isleña. Aunque esa modernidad esté todavía lejos de ser garantía de bienestar y desarrollo democráticos. En efecto, las desigualdades sociales que hoy vive Chiloé (como lo vive el resto del país) autorizan a hablar, con total propiedad, de colonización neoliberal del archipiélago; pero, al mismo tiempo, la 30 Chiloé y los dilemas de su identidad conformación de una intelligentsia crítica, más allá de puntos de vista encontrados, abre la puerta para acceder a un campo de identidad cultural emancipatoria a partir de una selectiva (re)articulación de elementos antiguos y nuevos. La cultura chilota es capaz de deglutir la modernidad global poniéndola a su servicio, aunque por ahora semejante logro sólo sea patrimonio de algunos intelectuales particularmente comprometidos con la tierra en la que viven. A MODO DE CONCLUSIÓN Todos estamos contentos de decirle adiós a Chiloé; esta sería, sin embargo, una isla encantadora si las lluvias continuas no produjeran tanta tristeza. En la sencillez y humilde cortesía de sus habitantes hay algo atrayente que nos compensa las molestias pasadas (Darwin 355-6). Esto escribía Darwin en el verano de 1835 con un tono algo m elancólico. C hiloé le había recordado “los lugares m ás salvajes de In glaterra, lo cual no deja de causarm e una cierta em oción” (354). Las molestias de Darwin no son sólo por las lluvias continuas o por las selvas impenetrables que le dificultan su desplazamiento. Le molesta, por sobre todo, la pobreza de los habitantes chilotes, su nulo acceso a la tecnología industrial, el hecho de que carezcan de una economía de mercado; le molesta la “fealdad” de los indios. T odo es precario a los ojos de D arw in, incluyendo el débil, si no inexistente, sentimiento de pertenencia a la nación chilena de los habitantes de Chiloé. Le sorprende, por ejemplo, que los chilotes vean con buenos ojos la llegada de barcos de guerra extranjeros, pues pareciera que siempre alimentan la esperanza de que estos barcos pudieran ser de la monarquía española que vuelve a su rescate.20 A la luz de estos antecedentes cobra sentido el planteamiento de Marcos Uribe en el sentido de que la “independencia de C hiloé” no fue tal, sino al revés: una o cupación militar por parte del Estado chileno y una posterior colonización más bien residual en el sentido de que las autoridades de la nación “chilenizaron” C hiloé con las sobras del Estado. Chiloé, en el siglo XIX y gran parte del XX, tuvo que valerse con lo que tenía a mano: la naturaleza, la herencia colonial hispana, la herencia indígena y lo poco y nada que recibía del Estado chileno. 20 A l resp ecto , el sigu ien te p asaje h ab la p o r sí so lo : “A p en as h abíam o s estab lecid o n u estro vivac (en Chacao), cuando el hijo del gobernador acudió, con los pies descalzos, a averiguar qué era lo que queríamos. Viendo la bandera británica izada en el palo mayor de la yola, con la mayor indiferencia preguntó si nos proponíamos posesionarnos de la isla. En muchos lugares, por lo demás, los habitantes, muy sorprendidos de ver barcos de guerra, creyeron, y hasta esperaron, que procedían de una flota española que acudía a quitarle la isla a1 Gobierno p atrió tico d e C h ile” (33 1 ). 31 Sergio Mansilla La pobreza que percibe Darwin en Castro a fines de 1834 habla más de una política centralista aberrante del Estado chileno que de un atraso propiam ente local. D arw in se queja de que uno de sus hom bres “no pudo adquirir en Castro ni una libra de azúcar ni un cuchillo ordinario” y que “ninguno de ellos (los castreños) posee ni reloj de bolsillo ni péndulo” (334); pero, al mismo tiempo, reconoce que los chilotes son “gente hum ilde, tranquila, industriosa”, dando a entender — me parece— que el atraso de Chiloé no se puede atribuir a la desidia de sus habitantes. Significativamente, com enta que “es m uy agradable el ver que los indígenas han alcanzado el mismo grado de civilización de sus vencedores blancos, por ínfimo que sea ese grado de civilización” (332). Ínfimo podrá ser el grado de civilización (medida, por cierto, con el parámetro de un científico inglés al servicio del Imperio), pero este se reparte bastante democráticamente, alcanzando a indios y a blancos casi por igual. Maribel Lacave, proveniente desde Islas Canarias, 172 años después de Darwin dirá que uno de los aspectos que más le llama la atención en Chiloé es precisamente el hecho de que se trata de una sociedad mucho más democrática, solidaria y amable que otras que ha conocido en Chile. “S em ejante a una pordiosera sentada sobre una mina de oro, la provincia de Chiloé perece de necesidad en medio de la exuberancia espléndida de sus bosques y de la riqueza inagotable de sus playas”. Era la queja que Francisco Cavada expresaba en 1914, movido, sin duda, por la creencia de que el progreso era posible sólo mediante la explotación intensiva de sus “inagotables” riquezas naturales.21 El tiempo ha demostrado que las riquezas naturales no son inagotables y que, precisamente, la sustentabilidad medioambiental constituye una de las zonas críticas del desarrollo capitalista a tal punto, que está obligando nada menos que a revisar los fundamentos rectores de la civilización occidental. Asimismo, las necesidades se materializan en contextos culturales concretos, de manera que la falta de ciertos bienes no constituye per se una necesidad insatisfecha. En el siglo XIX la vida en Chiloé fue dura, pero sus habitantes no vivieron más privaciones que las de cualquier pobre en los centros urbanos metropolitanos, donde sí había dinero y bienes industriales, pero muy mal repartidos. Los chilotes tuvieron siempre la naturaleza a su favor. La tierra, y sobre todo el mar, y las playas no fueron sólo riquezas disponibles para su explotación; fueron morada vital, espacios simbólicos en los que acontecían tiempos históricos y ahistóricos, sagrados y profanos, relatos de este mundo y de los otros mundos. Las leyendas y los mitos chilotes no fueron simples añadidos a la naturaleza: fueron la naturaleza de la naturaleza, es decir, aquella naturaleza que provee 21 Francisco J. Cavada. Chiloé y los chilotes. La cita corresponde a la página 38. 32 Chiloé y los dilemas de su identidad bienes para soñar, para hablar el ser, para construir permisos y prohibiciones cotidianas; en suma, la condición de base para que la otra naturaleza, la biológica, provea comida y esta alcance para todos. Se comprenderá, entonces, el enorme impacto cultural que está provocando la privatización masiva de las playas, el mar y los grandes bosques de Chiloé. La industrialización reciente de Chiloé le ha quitado a la naturaleza biológica su naturaleza mítica y metafísica, convirtiéndola, literalmente, en mercancía reificada. ¿Qué hacer con esta trama de significados que ha sido desalojada de su lugar natural? ¿Olvidarla? ¿Convertirla igualmente en mercancía reificada con la esperanza de que sobreviva en un escenario de oferta y demanda? ¿Reinstalarla en el habitar cotidiano como una manera de generar una respuesta-propuesta de avanzada ante la penetración neoliberal en el tejido social? ¿Mestizarla con significados importados de modo que el resultado sea una trama de significados cosmopolitas, pero no invasivos? En cierto modo, todo esto está ocurriendo a la vez. Hoy, cuando se ha convertido en realidad el deseo de Cavada de incorporar Chiloé al capitalismo global, artistas e intelectuales chilotes están empeñados, desde distintas posiciones y con diversos medios, en asegurar que el archipiélago no se convierta simplemente en un gran campamento de las compañías transnacionales que explotan sus recursos naturales y en el que los únicos habitantes que cuenten sean los gerentes, los capataces y obreros que producen masivamente para la exportación. En la última década del milenio Chiloé sigue enfrentada al desafío de lograr una síntesis entre lo propio y lo ajeno. En un lugar que cuenta con fax, teléfonos celulares y TV cable (TV satelital, internet, agreg uem o s) to d avía es válid o q ue una p erso na, “sup licand o una m inga”, traslad e su casa co n ayud a d e lo s co m p ad res y vecino s d e u na isla a otra; arrastrada hasta el bordemar por doce yuntas de bueyes, una lancha la llevará por los canales cuand o sub a la m area (R o jas, “L a invenció n d e C hilo é”, 3 5 ). En efecto, este sigue siendo el desafío; pero con una importante salvedad: no hay una síntesis entre lo propio y lo ajeno, sino muchas síntesis entre distintas maneras que las cosas tienen de ser propias y de ser ajenas. Estas distintas manera de ser, sin embargo, no pueden hoy en día sino ser modernas, lo que, en este caso, equivale a decir que tienen que estar sometidas al escrutinio de la crítica política al mismo tiempo que libradas a la creatividad innovadora, vanguardista, de la intelligentsia chilota. “E s la vida nuestra — dice el músico Ramón Yáñez— tenem os que defenderla, cuidarla”. “N osotros — agrega con tono de inamovible convencimiento— defendemos lo nuestro con el alm a” (entrevista personal, 2006). ¿Qué es lo nuestro, 33 Sergio Mansilla podríam os preguntar? “L o nuestro” — para Yáñez— es todo lo que guarda la memoria acerca de las vidas de la gente popular de las islas del archipiélago, y sus canciones son ejercicios de memoria en el sentido de narrar una épica de lo local popular sin más héroes que los hombres y las mujeres que se dieron maña para construir un modo de vida no capitalista. No se trata de volver a ese pasado que, por lo demás, estuvo lejos de ser idílico. Se trata de no olvidar que nuestros padres y abuelos nos han dejado una tarea: amar y preservar el lugar en que vivimos para nosotros y para nuestros descendientes, tal como a su turno ellos lo hicieron. Las canciones de Yáñez, de letra simple y ritmo pegajoso, son su aporte a la “sm oltización” cultural de Chiloé: memoria y reclamo por una tierra en peligro de adquirir una identidad cultural aberrante, como él mismo lo expresa en una pericona tradicional “¿C ó m o estás, C hiloé?”, al modo de una canción de protesta con formato de folclore tradicional. T e han b o ta‟o ya tus b o sq ues y ese árbol se conoce. T e han tala‟o sin p erd ó n; esa sobre explotación. Los mariscos y pescados están siendo exterminados, y los pobres de mi tierra sufriremos angustiados. Cómo estás, Chiloé, me pregunto cada vez. Cómo estás, Chiloé, ya no eres lo de ayer.22 Es la hora que el isleño recupere sus raíces; nuestro canto que se escuche y gritemos con empuje. Tus riberas, tus esteros la utilizan extranjeros, y el isleño pescador sólo está de observador “E s m ás fácil registrar la pérdida de los órdenes tradicionales de diferencia que percibir la aparición de otros nuevos” (C lifford 31). E n el caso de Chiloé, como hemos visto, una de las líneas de comprensión de la metamorfosis cultural de las islas expresadas por varios de los intelectuales entrevistados es, precisamente, insistir en la pérdida y la consiguiente queja política contra el poder dominante. Una queja, sin embargo, matizada por un sentimiento de incertidumbre y perplejidad que los vuelve, a menudo, erráticos a la hora de identificar el porqué y el cómo de un tiempo presente cargado de “basura” neoliberal. Y, más erráticos todavía, si es que no paralizados del todo, cuando se trata de imaginar prácticas creativas y culturales que no acontezcan simplemente como residuos de una época que, 22 Estribillo que se repite después de cada estrofa. 34 Chiloé y los dilemas de su identidad irremediablemente, se apaga. Pero es sólo un aspecto de la representación. La certeza de que es posible construir una forma de identidad que, aprovechando las posibilidades del mercado y las de la globalización, potencie lo local y lo vuelva una “avanzada del progreso” desde dentro hacia fuera, está igualm ente presente en las visiones comentadas. La memoria, la tradición heredada — incluso aquella que podría considerarse “inauténtica”— opera de hecho como un sitio de resistencia ante la invasión cultural del neoliberalismo. Pero no es una resistencia ciega, fundamentalista: es, por un lado, un filtro para seleccionar lo que convenga y, por otro, una manera de rearticular los significantes culturales globales de manera que estos, sin dejar de ser globales, sean también locales. Siguiendo a Clifford en sus reflexiones sobre el C aribe, diríam os que la historia de C hiloé es “de degradación, bufonería, violencia y posibilidades bloqueadas”. A unque, “es tam bién rebelde, sincrética, creativa”. Y esta especie de am bigüedad es parte de la sustanciosa riqueza cultural del C hiloé actual. Y si bien, al decir de C lifford, “no hay narrativa maestra que pueda reconciliar las tramas trágicas de la historia cultural global” (31), en C hiloé sí hallam os narrativas que tienen la habilidad de manejar creativamente estas ausencias de reconciliaciones. Universidad de Los Lagos* Departamento de Humanidades y Artes Centro de Estudios Regionales Casilla 933, Osorno - Chile. [email protected] 35 Sergio Mansilla BIBLIOGRAFÍA CÁRDENAS Álvarez, Renato. El libro de la mitología. Historias, leyendas y creencias mágicas obtenidas de la tradición oral. Punta Arenas: Atelí, 1998. CAVADA, Francisco J. Chiloé y los chilotes. Santiago: Imprenta Universitaria, 1914. CAYUQUEO, P edro. “H uilliches rechazan proyecto de S ebastián P iñera”. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=22771 (29 de mayo 2006). CLIFFORD, James. Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva postmoderna. Barcelona: Gedisa, 1995. DARWIN, Charles. Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Edición completa. Joaquín Gil, ed. Buenos Aires: Librería Ateneo, 1945. GRENIER, P hilippe. “H ay que salvar la diferencia, riqueza d el m undo”. Chiloé a 500 años. Dante Montiel Vera y Carlos Gómez Vera, eds. Santiago: Gráfica Andes, 1992. 19-21. HABERMAS, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad (12 lecciones). Trad. Manuel Jiménez R. Madrid: Taurus, 1989. 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Santiago: Musicales Zenteno, Sello Liberación, 2004. 36 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (37-56) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html OBJETOS PATRIMONIALES: CONSIDERACIONES METAFÍSICAS1 Patrimonial objects: metaphysical considerations Nelson Vergara* Resumen El artículo tiene como objetivo la determinación de la realidad de los objetos patrimoniales. Para esto revisa, en primer lugar, los caracteres más generales que se hacen presente en ellos en una investigación metafísica: su condición semiológica, estructural y axiológica, tanto a nivel de formalidades abstractas como empíricas. A continuación, se incursiona en su condición metafísica, propiamente tal, determinando su realidad en el contexto de la discusión histórica que enfrenta distintas concepciones de la realidad. En tercer lugar, se lleva al análisis la dinámica propia del patrimonio en esta condición metafísica, destacando tres aspectos claves: su realización como metáfora, su expresión conjunta de emoción y memoria, y termina con algunos alcances que ponen a la vista su propiedad testimonial, lo que por su carácter eminentemente provisional va en forma de anexo. Palabras clave: realidad, metáfora, emoción, memoria, testimonio, patrimonio. Abstract The article has as its objective the determination of the reality of patrimonial objects. In order to do this it reviews, in first place, the more general characteristics that are present in them through a metaphysical investigation: their semiological, structural and axiological condition, at the level of abstract formalities as well as empirical. Then, it incurs in their metaphysical condition as such, determining their reality in the context of a historical discussion that confronts differing conceptions of reality. In third place, an analysis of the dynamics of patrimony in this metaphysical condition, underscoring three key aspects: their realization as metaphor, their joint expression of emotion and memory, and it ends with some observations that bring to 1 Este artícu lo es p ro du cto d el p royecto d e in vestigació n “D e islas y frag m en tacio n es. P o éticas y políticas de los discursos artísticos y culturales chilotes relativos a la identidad de Chiloé en el siglo X X I”, p ro yecto fin an ciad o po r F on d ecyt p ara lo s añ o s 2 0 05-2007, y realizado en colaboración con Sergio Mansilla. Temáticamente continúa, desde otra perspectiva, reflexiones in iciad as en el trab ajo “O b jeto s patrim o n iales: co n sid eracio n es ep istem o ló gicas”, p u b licado en la Revista Líder Nº 12/2003 del Centro de Estudios Regionales de la Universidad de Los Lagos. Programáticamente, el texto está pensado para continuarse con consideraciones axiológicas y hermenéuticas, actualmente en preparación. Las tres primeras fases son, más bien, teóricas. En la última se realizarán aplicaciones a patrimonios específicos. Nelson Vergara light their testimonial property, which due to its eminent provisional character is included as an annex. Key words: reality, metaphor, emotion, memory, testimony, patrimony. DE LOS CARACTERES DE LOS OBJETOS PATRIMONIALES En todo objeto patrimonial se distinguen, teóricamente, por lo menos dos dimensiones de realidad. Una de carácter formal, constitutiva; otra de orden empírico, circunstancial. En la primera, el objeto revela su condición genérica: a ella pertenecen los aspectos semiológicos, estructurales y axiológicos del patrimonio; aspectos que hacen de estos objetos, aunque no sólo de ellos, realidades sui generis. Estas propiedades formales, en tanto se presentan como inherentes, son siempre abstractas. A diferencia de la dimensión anterior, la segunda representa esa condición situacional que hace del patrimonio una realidad histórica: es la concreta referencia a mundos en los que se sitúa y de los que adquiere su realidad efectiva. Estas propiedades conectan al objeto con el devenir humano, circunstancia en que se realizan todas sus notas y por la que ninguna de ellas puede ser absoluta. Es claro que la realidad total del patrimonio emerge siempre de la conjunción e interacción de ambas dimensiones. En ellas y en sus articulaciones concretas se van constituyendo las condiciones de realidad y, consecuentemente, según la terminología en uso, las posibilidades de realización material o inmaterial. Veámoslo por partes. 1. Desde sus dimensiones intrínsecas, el patrimonio consiste, en primer lugar, y para todos los casos, en algo que se presenta como un signo. Esta determinación es importante, porque establece, desde el punto de partida, que todo patrimonio se caracteriza por ser una entidad concreta, sustancial, dotada de una fuerza señaladora, que apunta a “otra cosa”. T al referencia tiene un modo específico de manifestación que permite delinear sus áreas e identificar el objeto, sea diferenciándolo internamente en sus formas, por ejemplo, como patrimonio natural, social, cultural, etc., así como también externamente, distinguiéndolo de todo aquello que, compartiendo su carácter de signo, puede no ser patrimonio: un medio de comunicación, una obra de arte, un vestido, por ejemplo. Por esto nos parece que, en cuanto signo, el patrimonio no es, sin más, un signo cualquiera. En este trabajo lo asumimos como uno de aquellos signos que Paul Ricoeur denomina un símbolo: esto es, uno de esos signos que poseen un doble sentido, no en el plano que revela equivocidad, sino en aquel en que algo dotado de un sentido digam os “prim ario”, rem ite a un sentido “secundario” en el que se cum ple el sentido total. “Q uerer decir otra cosa que lo que se dice, he ahí la función sim bólica”, afirm a R icoeur (Freud, 38 Objetos patrimoniales una interpretación de la cultura, 14). Y es por esto que el objeto patrimonial reclama siempre de una interpretación: su condición simbólica no puede darse sino en ella. A l respecto, el pensador francés afirm a que “la interpretación se refiere a una estructura intencional de segundo grado que supone que se ha constituido un primer sentido, donde se apunta a algo en primer término, pero donde ese algo rem ite a otra cosa a la que sólo él apunta” (15). P or esto, destaca la conveniencia de acotar su definición, sosteniendo que restringe “la noción de símbolo a las expresiones de doble o de múltiple sentido, cuya textura semántica es correlativa del trabajo de interpretación que hace explícito su segundo sentido o sus sentidos m últiples” (15). A sí, dirá que hay sím bolo “cuando el lenguaje produce signos de grado com puesto donde el sentido, no conforme con designar una cosa, designa otro sentido que no podría alcanzarse, sino en y a través de su enfoque o intención” (18). Precisando esto, Ricoeur dirá que es muy importante entender que símbolo e interpretación se dan correlativamente. Por tal razón insistimos en ello con un texto que nos parece clave: Diré que hay símbolo allí donde la expresión lingüística se presta por su doble sentido o sus sentidos múltiples a un trabajo de interpretación. Lo que suscita este trabajo es una estructura intencional que no consiste en la relación del sentido con la cosa, sino en una arquitectura del sentido, en una relación de sentido a sentido, del sentido segundo con el primero, sea o no una relación de analogía, sea que el sentido primero disimule o revele al segundo. Es esta textura la que hace posible la interpretación, aunque sólo el movimiento efectivo de la interpretación la ponga de manifiesto. (Ricoeur 19-20) [Las cursivas son suyas]. Nos queda, sin embargo, precisar un asunto clave: ¿Cómo abordar el estudio de los símbolos? Para esto recurrimos a una estrategia de Ricoeur mismo: el símbolo posee distintos niveles de profundidad, siendo el más cercano y evidente el que lo traspone en metáfora. En cuanto expresión de un lenguaje, la metáfora constituye la superficie más visible y, por lo tanto, manejable del símbolo. Por esto, en la descripción de las notas esenciales de la estructura del patrimonio identificamos a la metáfora como su constitución fundamental y es en torno a ella que elaboramos parte de estas conjeturas (Ricoeur: 66 y ss.). El principio que nos guía es la hipótesis que sostiene la función mediadora entre la metáfora, el símbolo y la experiencia humana. Así, según Ricoeur: 39 Nelson Vergara El símbolo está vinculado en un modo en que la metáfora no lo está. Los símbolos tienen raíces. Los símbolos nos hunden en la sombreada experiencia de lo que es poderoso. Las metáforas son sólo la superficie lingüística de los símbolos, y deben su poder de relacionar la superficie semántica con la presemántica que yace en las profundidades de la experiencia humana, a la estructura bidimensional del símbolo (82). 2. Lo anterior es, con toda probabilidad, un hecho básico que condiciona todos los demás caracteres del objeto, aunque — como se ha dicho antes— no es de la exclusividad del patrimonio. De conformidad con la concepción de Jan Mukarovski (1972 21-26), otros objetos, como las obras de arte, también lo ostentan. Y como no todo objeto patrimonial es, a lo menos primariamente, un objeto artístico ni viceversa, va a convenir luego, establecer algunas consideraciones que permitan diferenciarlos. Por lo pronto veamos un segundo aspecto formal que puede ser observado en todo objeto patrimonial así como también, de acuerdo con Mukarovski, en toda obra de arte y, en general, en todo objeto: su condición de estructura objetiva. Tal dimensión estructural tiene propiedades de gran significación que, en primer término, permiten comprender el patrimonio como un hecho complejo, una totalidad constituida de partes o elementos que se articulan entre sí y con el todo de que forman parte, tanto interna como externamente, según veremos, y cuyas correlaciones están determinadas por ciertas constantes que actúan al modo de dominantes. En segundo lugar, la estructura se revela como un sistema de correlaciones objetivas, que se instalan y reconocen allí como propio y no como producto de la subjetividad o de la vida interior. Por esto, sostenemos que el objeto patrimonial es, igual que las obras artísticas, irreductible a cuestiones de tipo psicológico. Ahora, si bien en lo inmediato nuestro interés no está centrado en los objetos artísticos, la noción de estructura que satisface nuestras expectativas procede de ese ámbito; en concreto, de la Escuela Lingüística de Praga y, en sentido estricto, de la teoría estética de Jan Mukarovski. Según este punto de vista, destacado y analizado en profundidad por O. Belic (1972: 9-19), el concepto de estructura artística, extrapolado por nosotros a toda estructura patrimonial y, en general, a toda estructura sociocultural, designa “el conjunto de elementos, cuyo equilibrio interior se rompe y reestablece sin cesar, y cuya unidad aparece, por consiguiente, com o una red de relaciones dialécticas” (en Belic 1972:10). Precisando esta caracterización, J. Mukarovski agrega que tal noción de estructura “está fundada sobre la unificación interior del todo por medio de las relaciones recíprocas de los elementos de aquella; y esas relaciones no solamente son positivas — concordancias y armonías— , sino también negativas — oposiciones y contradicciones— ...” (10). Esta 40 Objetos patrimoniales convicción es la que justifica al pensador praguense que defina la estructura com o “un equilibrio inestable de relaciones” (9), definición que com prom ete tanto a las relaciones de los elementos entre sí y con el todo de que forman parte, como a las relaciones de este con aquellos y otros todos, relaciones múltiples y complejas por las que se comprende que la estructura, en este caso, patrim onial, una vez creada “no perm anece inm óvil, fijada de un a vez para siem pre” (10). Dos aspectos nos interesa destacar en este punto. Primero, que las relaciones de los elementos en sus interacciones recíprocas, obedecen siempre a una constante: Se esfuerzan sin cesar por tener ventajas los unos sobre los otros; en otros términos, la jerarquía; es decir, el predominio o la subordinación recíproca de los elementos (que no es otra cosa que la manifestación de la unidad interior de la obra) se encuentra en un estado de reagrupamiento perpetuo. Y los elementos que, en este proceso de reagrupamiento, pasan temporalmente al primer plano, adquieren una importancia decisiva para el sentido global de la estructura (...), el que cambia constantemente como consecuencia de su reagrupamiento (Belic 1972: 10). Esta situación es la que hemos señalado previamente bajo el concepto de dominante, categoría que — a juicio de R. Jackobson— designa el elemento focal de una obra. Con esta noción se indican en forma explícita las maneras, contextos y entornos en que la estructura despliega su dinamismo. A partir de aquí, el segundo aspecto resulta una consecuencia necesaria: el dinamismo de la estructura — según J. Mukarovski— no fundaría sus iniciativas evolutivas en ella misma, como parte de un proceso inmanente, sino en impulsos externos, lo que exige entenderla como un sistema relativamente abierto (o relativamente cerrado) a estructuras mayores con las que instaura sistemas de interacciones; por ejemplo, sistemas sociales o culturales, o estructuras menores (subsistemas) como formas artísticas, tendencias, escuelas, generaciones, etc., o, como en nuestro caso, formas patrimoniales específicas. En este sentido, los objetos patrimoniales están sujetos, también, a transformaciones debido a impulsos provenientes de los entornos socioculturales; en definitiva, históricos, y por esto es que pueden representarlos y dar testimonio de ellos. A esta estructuración objetiva y compleja pertenecen de hecho las propiedades intrínsecas del patrimonio, aun cuando en muchos sentidos pueden ser también compartidas por otros objetos. Así, reconocemos en la estructura notas clave como su despliegue simbólico-metafórico, su ser 41 Nelson Vergara temporal o historicidad, su referencia a experiencias vividas en espacios y tiempos plurales, su condición de herencia, su propiedad identificatoria, su requerimiento de cuidado constante, su revelación en términos de rememoración, conmemoración y fiesta, etc.; es decir, todo un conjunto de notas que, al ir concretándose en las circunstancias, van configurando lo que el patrimonio es de manera efectiva. El núcleo fuerte de estas propiedades esenciales nos parece que está constituido por una condición que reúne metáfora, emoción y memoria (en conjunción e interdependencia), condición que, a lo menos en el sentido indicado, ningún otro objeto la ostenta. 3. Pero hay algo más en este plano formal y no es menor o secundario. Nos referimos a la dimensión axiológica. Según esto, toda obra patrimonial revela tal condición de una doble manera; por un lado, al modo de la trascendencia: todo objeto patrimonial pugna por alcanzar una dignidad superior a la que tendría como mero objeto, como algo puramente dotado de existencia; por otro lado, a la manera de las entidades dinámicas: el patrimonio es movimiento hacia aquello que es digno de ser conservado o preservado en una escala de importancias, y que, emergiendo de los oscuros dominios de la sensibilidad, aspira alcanzar los claros perfiles de lo espiritual, ámbito en el que el objeto adquiere la fuerza patrimonial (la resonancia afectivointelectiva) que le permite luchar contra toda forma de olvido, sin garantías, claro, de triunfar frente a este o frente a la ingratitud. En estos ámbitos axiológicos, lo que hace distinto al patrimonio de otros objetos como las obras de arte, radica en el fuerte lazo de compromiso colectivo de la comunidad respecto de su herencia histórica y sus tradiciones, su radical sensación de pertenencia. La obra artística, por el contrario, parece tener una autonomía mayor, pero que nunca puede alcanzar la fusión colectiva propia de lo identitario (cultural), fusión que es dable encontrar en la relación del hombre con sus objetos patrimoniales. Por otro lado, en tanto es creación, la ligazón fuerte de la obra artística parece serlo, en principio, con la subjetividad personal, individual, aun cuando esa subjetividad sea histórica, y la obra de arte, en cuanto objeto estético pertenezca, como dice Mukarovski, a la conciencia colectiva; lo patrimonial, por el contrario, incluido el caso de patrimonios muy acotados (como cuando se habla de patrimonio familiar) y productos de la acción de personas muy identificables, tiene siempre ese rasgo de trascendencia en que lo personal se transmuta en colectivo: en hecho colectivo (signo y estructura), por una parte, y en significatividad o importancia colectiva (valor), por otra. 42 Objetos patrimoniales DE LA REALIDAD DE LOS OBJETOS PATRIMONIALES P or lo dicho se puede reconocer entonces que “lo patrim onial”, en su triple formalidad y obligada pertenencia a circunstancias concretas, históricas, está ahí como una realidad sui generis. Pero, ¿en qué radica, específicamente, su realidad? ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos ante un objeto patrimonial? Con otras palabras: ¿Qué es el objeto patrimonial? Las respuestas más tradicionales dirán que el patrimonio es un “objeto cosa-sím bolo” encontrable en la objetividad de un m undo entendido com o independiente de la conciencia y de la voluntad del hombre, objeto al que se adhiere dicha objetividad concebida como autonomía. Tal es el caso de los realismos patrimoniales. O bien, esas respuestas apuntarán a que el objeto patrimonial se construye por efecto de una donación que el hombre realiza sobre ciertas cosas, otorgándole el estatus o la dignidad de lo patrimonial, dignidad que el mismo hombre puede también, eventualmente, arrebatarle, como cabe pensar en las direcciones del idealismo patrimonial. El patrimonio, manteniendo la nota de autonomía, es, en este segundo caso, una cuestión subjetiva y no objetiva y, como tal, está presente en el discurso tradicional del idealismo y en sus actuales vertientes constructivistas. Nosotros no compartimos la reducción del patrimonio a estas alternativas; más bien, estimamos que ambas posiciones reductoras simplifican en demasía un asunto que no es simple ni puede ser reducido a elementos simples. Veamos esto en pasos breves y contados. Según hemos dicho, los objetos patrimoniales presentan, correlacionadamente, propiedades formales y propiedades factuales, y en estas correlaciones descubren su coparticipación en el sentido patrimonial del objeto. En tal situación, toda propiedad patrimonial es siempre algo formal circunstanciado o circunstanciable. Y decim os “co participación” no solamente porque correlacionan propiedades, sino porque creemos, también, que el objeto-cosa y los símbolos representados en él (únicos ámbitos reconocidos, a su manera, por la tradición realista e idealista) son solamente una parte de la realidad llamada objeto patrimonial. La otra parte — y esto es lo que nos importa subrayar suficientemente— nos parece que es aquel ante quien, en determinadas situaciones que resultan insoslayables — y, en cierto modo, insustituibles— se ponen de manifiesto. La realidad del objeto patrimonial no reside, entonces, ni en la subjetividad u objetividad entendidas como independencia, sino que en esta triple correlación que compromete, al mismo tiempo, a símbolos, sujetos y mundos. Porque, insistimos, el objeto patrimonial ni es algo encontrable en el mundo, ni es algo emanado de una conciencia o construido por ella. En rigor, no es cosa alguna independiente, 43 Nelson Vergara sino algo constituido de propio, pero siempre con referencia a alguien ante quien se descubre como siendo o deviniendo en espacios y tiempos concretos. De esta manera, el patrimonio permite clasificaciones u ordenamientos diversos. Así se habla, por ejemplo, de patrimonio local, regional, nacional, o — como se dice ahora— “de la hum anidad”, para referir a m agnitudes territoriales. Pero, también, se habla de patrimonio acogiendo dimensiones que apuntan o señalan otras índoles como, por ejemplo, natural, social, cultural, histórica, etc. Combinando estas coordenadas con las de sujetos observantes y los mundos en que estos enraízan tenemos, entonces, que el objeto patrimonial deviene un asunto que reclama múltiples puntos de vista por ser múltiples también sus aspectos. Así reiteramos entonces que, en su triple articulación, el objeto patrimonial no es ni la cosa material que podemos ver en un museo o en la calle, en un paisaje en vivo o en una postal, ni la representación simbólica reconocida en la cosa material, así como tampoco reside en el sujeto-observador entendido como conciencia individual o subjetividad ante la cual algo se presenta como constituido por ella. Al contrario, el objeto patrimonial está — como hemos dicho— en una correlación que incluye símbolos, sujetos y mundos efectivos. Por esto, un mismo objeto-cosa o un mismo símbolo pueden ser o no ser patrimonio en tanto que pertenezca o no pertenezca a determinados sujetos y mundos, por cercanos que estén en el espacio y el tiempo. Y esto es válido tanto para sujetos y mundos tradicionales que parecen congelados en la historia, como para los acelerados y cambiantes mundos contemporáneos. Pero, ¿dónde y de qué manera, se constituye el objeto patrimonial en dicha correlación? ¿Cuál es el lugar de esta correlación? Para esto recurrimos, una vez más, a una extrapolación de la teoría de Mukarovski. Según ella, y recogiendo lo pertinente establecido hasta aquí, el objeto patrimonial es un objeto histórico que surge y se desarrolla en un medio cultural cualificado y, por lo mismo, sólo funciona en relación con ese medio. Por esta razón, todo patrimonio tiene que darse con relación a un fondo o trasfondo de tipo tradicional en el que tanto el objeto como las tradiciones se actualizan de acuerdo con sus grados de vigencia; esto es, de acuerdo a su condición social. Pero una cultura, dice Mukarovski, no está nunca suspendida en el vacío, sino sustentada por una colectividad, y es esta colectividad, que tam poco es algo unitario, “la que da a la evolución de la cultura su orientación” (1971:72). De aquí la necesidad de indagar en el ám bito de la relación “patrim onio -sociedad” el lugar en que las realidades patrimoniales hallan su sitio propio, pues se encuentran en determinados estadios de evolución y se constituyen cada vez sea en el modo de coherencias y armonías relativas, sea en el modo de antagonismos y contradicciones relativas. Por esto, hay momentos en que los patrimonios y las sociedades 44 Objetos patrimoniales pueden revelar relaciones profundas o superficiales, directas y más o menos plenas, o indirectas y distantes. Sin embargo, la relación está siempre presente. Algunas referencias a esta condición social del patrimonio podemos mencionar aquí, siguiendo las indicaciones de Mukarovski. En primer lugar, el hecho de que todo objeto patrimonial o es un texto en sentido estricto o se manifiesta como si lo fuese; esto es, está siempre abierto a la posibilidad de múltiples lecturas, lo cual quiere decir que — en su base más esencial— el patrimonio es una construcción de lenguaje; en sentido indirecto, es una “lengua”, o sea, un sistem a de usos verbales o de otra naturaleza que se manifiesta como signo, o símbolo, o metáfora. En tanto lengua cumple con mayor o menor efectividad la función social de servir de medio de comunicación entre los miembros de una colectividad o entre ellos y otras colectividades. Y en este plano, el patrimonio es notoriamente un medio de contacto o de distanciamiento social, de identidad o de diferencia. Por esto, el objeto patrim onial “habla a” o “habla de” relaciones específicas, las manifiesta o las silencia, las devela o las encubre, las verifica o las deforma, hasta que sectores de la colectividad, o colectividades en su conjunto, deciden un curso de acción. En segundo lugar, todo patrimonio — al entroncarse y hundir sus raíces en la vida social— tiene que definirse con relación a algo presente en la vida colectiva, desde el que se aprecia el objeto, incorporándolo o separándolo de lo que ella, la colectividad, estima como patrimonial. Y este algo no puede ser sino un determinado esquema normativo, por tanto, un sistema nocional y axiológico que opera como filtro para las impresiones provocadas por los objetos, en orden a decidir sobre su condición. Por esto, reiteramos que el esquema no puede pertenecer, por principio, a la conciencia individual, sino a la conciencia colectiva. A este esquema, en verdad plural y diferenciado socioculturalmente — y que aplicado a la obra artística Mukarovski llama “objeto estético”— llamamos nosotros, aquí, objeto patrimonial. Por esto, su dinamismo histórico, así como también su insoslayable condición axiológica. Y por esto, también, el objeto patrimonial no permanece estático: cambia cuando la colectividad cambia y contribuye, por lo mismo, a determinar las orientaciones sociales de dichas colectividades, o, como se dirá más adelante, el objeto patrimonial no mira solamente hacia el pasado. Así, la pregunta es ahora: ¿De qué manera se constituye el objeto patrimonial en la conciencia colectiva? Y aquí es donde interesa formular el sistema. Para esto desarrollaremos consideraciones relativas a lo que hemos llam ado el “núcleo fuerte” de las notas o propiedades del patrim onio, esto es, relativas al encuentro o eventual desencuentro entre metáfora, emoción y memoria, y testimonio. 45 Nelson Vergara DE LA DINÁMICA DEL SISTEMA PATRIMONIAL Conviene precavernos, sin embargo, respecto del alcance que para nosotros tienen las referencias de cada una de las notas que constituyen este núcleo. Por esto iniciamos nuestras hipótesis descartando acepciones que nos resultan muy distantes. E n prim er lugar, con “m etáfora” no querem os señalar un hecho lingüístico encontrable en la experiencia que la identifica con una figura retórica, tal como normalmente la hallamos en el lenguaje literario o científico. Y decim os “en principio”, porque no estamos desconociendo estos usos. Lo que nos interesa es la referencia que indica la radicalidad de la condición humana, en tanto somos en y con el lenguaje; experiencias que conllevan la necesidad de manifestación integral que, aunque la incluye, no se agota en su realización lingüística. D el m ism o m odo, en segundo lugar, con “em oción” y “m em oria”, que aquí abordamos en conjunto, o mejor dicho, en su conjunción, tampoco queremos indicar modalidades psíquicas de reacción subjetiva, o facultades mentales destinadas a la retención u olvido de experiencias, individuales o colectivas. En verdad, estamos muy lejos de destacar fenómenos psicológicos. Y así, de la misma forma como nos ubicamos respecto de la metáfora, nuestro interés es situar emoción y memoria en el plano de experiencias radicales con el mundo y que, precisamente por esto, son posibles después como realidades psíquicas. Nos referimos a esa instancia o condición que presenta lo humano como carencia radical, como falta, limitación o precariedad que nos constituye y que algunos describen com o “enferm edad” 2. Entonces, emoción y memoria no forman parte de algo natural, sino que aparecen como reacción a un disminuido y difícil comercio con el entorno, como una reacción funcionalmente adscrita al afán de transformar las circunstancias en mundos en los que se pueda habitar, porque, precisa y originariamente, el entorno no es habitable. En este nivel, cuasi arqueológico, estamos refiriendo un ámbito de reacciones plurales, de expresión, comunicación y elección de experiencias. L o m ism o debem os decir del valor “testim onial” del patrim onio. N o se trata de una evidencia meramente circunstancial u ocasional, que puede dar razón o fe de asuntos humanos en un sentido concreto, sino, más bien, de esa condición genérica que ciertas cosas asumen en su relación estructural con el hombre y que dan fe de sus afanes por apropiarse con sentido del mundo al que se aspira y que, por esto, va dejando huellas que lo atestiguan. El 2 Por ejemplo, Norman Brown, en Eros y Tánatos. 1967. 46 Objetos patrimoniales patrimonio es la experiencia misma decantada en el objeto y así la representan. Pero es claro que una teoría no puede componerse sólo de acepciones descartadas. Lo que sigue pretende circunscribir un sentido positivo en este núcleo esencial que creemos que constituye a todo patrimonio, en cualesquiera de sus formas concretas. Partimos de una experiencia originaria en que la metáfora, la emoción, la memoria y el testimonio se hallarían en su estado germinal. Esta experiencia nos sitúa en el espacio de una radical coexistencia del hombre con las cosas y tiene un rasgo distintivo: no es armónica, sino conflictiva; no es segura, sino incierta; no es evidente por sí misma, sino más bien extraña y enigmática. Así, según esta experiencia radical, el hombre está desde el inicio abierto a las cosas, a las distintas incitaciones que provienen del entorno y predispuesto a la acción, según la índole de estas incitaciones. Que el hombre se realice como acción, quiere decir que está entramado con las cosas del mundo y condenado a que le importen, por lo tanto, a hacer algo con ellas. Por esto, dice Ortega, que las cosas no son para el hombre primariamente “cosas”, cuestiones independientes y separadas, realidades en sí y por sí, sino “asuntos” en que el hom bre anda siem pre metido y comprometido, pragmas, entramados de asuntos, por lo que la manifestación más básica de la vida es, eminentemente, pragmática: la realización de finalidades o expectativas más o menos conscientes que dirime entre muchas posibilidades, según la mayor o menor riqueza de la vida. En este sentido, las cosas son importancias, tareas estimadas, empresas proyectadas que el hombre hace realidad efectiva o imaginaria y que median entre él y sus mundos. Las formas y contenidos de su acción están en relación dialéctica con sus proyectos, objetivos y metas que en cada caso se propone, constituyendo así sus mundos en las pluralidades que se van dando en el horizonte del quehacer: mundos del ocio y del negocio, de la comunicación y del aislamiento, de la guerra y de la paz, de la utopía y de la desesperanza, del recuerdo y del olvido; todo esto en un convoluto de quehaceres y motivaciones en los que el tiempo se gana o se pierde en una amplia gama de acciones, de entusiasmos y desganos, de triunfos y de fracasos. Pero esta trama inexorable que pone en correspondencia hombres y mundos, espacios, tiempos y lenguajes, se realiza siempre como experiencia común. En ella se muestran el quehacer y el pasar cotidiano como producciones en las que se teje y desteje la experiencia, se vive y se desvive, se acrecienta y disminuye, según aumente o decrezca el entusiasmo con que esa experiencia se registre en su historia. Ahora bien, es sabido que una de las dimensiones más radicales que la vida en común ostenta y moviliza, es la relación o interrelación comunicativa. 47 Nelson Vergara En ella, los hombres, las culturas, los mundos dicen lo que son en sus cotidianeidades rigurosas, lo revelan o lo subdicen, lo manifiestan o lo ocultan, encubriéndolo en formas enaltecidas o degradadas. Entonces, la vida humana está en la palabra como está en la certeza o en la incertidumbre, en convicciones duras o en dudas poderosas. De aquí que, entre las formas más pragmáticas de interacción esté — desde el origen— el constante afán y esfuerzo por decirlo, el nadar en el lenguaje habitual o en contra de sus corrientes normativizadas, por lo que el hombre tiene que abandonar, cada cierto tiempo, la articulación instrumental que lo entrama con la palabra y asumir la condición de apertura a nuevas posibilidades de acción y de habla; la utopía de nuevas palabras que le anuncien algo así como un horizonte de comunicabilidad en que la experiencia se integre productivamente, poéticamente. En estas zonas de trasgresión renovadora, creemos que se revela la necesidad de la metáfora en la dimensión de metáfora viva en que queremos proponerla. Así, entonces — y de pronto— en el quehacer cotidiano se descubren dimensiones no rutinarias de las cosas, por tanto, no nombradas o innombradas. Pero hay que decirlas, manifestarlas u ocultarlas, sacralizarlas o desacralizarlas y, para esto, el lenguaje común, recubierto ya de interpretaciones y tradiciones verbales o imaginativas, tiene que ser rehecho, resignificado, sea que refiera a los propios acontecimientos, sucediendo de otro modo, sea que señale a las cosas que pueblan esos acontecimientos: hombres, acciones, mundos o cosas que acceden a nuevas visibilidades, a presencias y ausencias que se enlazan y cohabitan. En este nombrar, que evita o resiste la habitualidad, estimamos que se encuentra el lugar donde la palabra se realiza com o m etáfora, abriendo nuevos cam inos en el lenguaje. “O tras voces, otros ám bitos”, escribió Truman Capote, como título de una de sus novelas. En estos nuevos ámbitos, los objetos reflejan el aura de lo inhabitual, de lo no contaminado por lo banal o insignificante y, religiosos o no, ostentan — a nuestro juicio— la presencialidad de lo sagrado. DE LA METÁFORA En un texto pertinente a nuestro propósito, el arquitecto mexicano F ernando M artín Juez escribe: “El patrimonio es una metáfora entrañable: una idea trasladada a un objeto, a una práctica un vínculo, a un modo de hacer que decidimos convertir en medio y en depositario de creencias estim adas” (Patrimonios, 6). Y, luego de una larga enumeración de objetos entre los que destacamos obras arquitectónicas, producciones artísticas, utensilios, tradiciones, usos y costumbres, lugares y templos, gastronomía, indumentarias, signos y símbolos, ritos, mitos, leyendas, etc., Martín Juez 48 Objetos patrimoniales agrega que “todos pueden ser patrimonios, ya que más allá de su utilidad directa y ordinaria, son soportes de afectos y vehículos de eventos extraordinarios. Son algo que, hablando de sí, nos hablan también por otras cosas que consideram os especiales” (3). P or esto, afirm am os que la m etáfora, en su mayor radicalidad — a caballo entre la manifestación y el silencio— es una experiencia humana que, desde el lenguaje, hacemos con las cosas, con el sentido de las cosas, lo que presenta a la metáfora como un modo humano de ser en el mundo, más que una determinada manera de hablar. A este respecto, Paul Ricoeur ha escrito: Así, parece que ciertas experiencias humanas fundamentales componen un simbolismo inmediato que preside sobre el orden metafórico más primitivo. Este simbolismo originario parece adherirse a la más inmutable forma humana de ser en el mundo, ya sea asunto de lo alto y lo bajo, los puntos cardinales, el espectáculo de los ciclos, la localización terrestre, casas, caminos, fuego, viento, piedras o aguas (...) Todo indica que la experiencia simbólica pide de la metáfora un trabajo de sentido, un trabajo que aquella parcialmente proporciona por medio de su red organizacional y sus niveles jerárquicos. Todo indica que los sistemas de símbolos constituyen una reserva, cuyo potencial metafórico está por ser expresado (2001:78). Ricoeur reafirma, así, su convicción de que la relación del símbolo y la metáfora tienen raíces profundas en la interacción del hombre y sus mundos. Ciertas metáforas son tan radicales, dice el pensador francés, “que parecen obsesionar a todo el discurso hum ano” (78). Pero, ¿en qué consiste este modo de ser? Por lo pronto, podemos señalar algunas precisiones sin pretensión de sistematicidad. Así, por ejemplo, Ortega en El Espectador (1961) afirma que la metáfora constituye un medio para decir aquello que de buenas a primeras no puede decirse: Cuando el objeto que intentamos pensar es muy insólito, tenemos que apoyarnos en signos ya habituales y, combinándolos, dibujar el nuevo perfil (...) La metáfora viene a ser uno de estos ideogramas combinados, que nos permite dar una existencia separada a los objetos abstractos menos asequibles. De aquí que su uso sea tanto más ineludible cuanto más nos alejamos de las cosas que manejamos en el ordinario tráfico de la vida (550-551). Por lo anterior, resulta importante insistir que la metáfora no es, en el objeto patrimonial, una figura retórica, sino una función de la vida misma. La función de las m etáforas, dice Julián M arías, “no es una sim ple alusión 49 Nelson Vergara indirecta a los objetos, sino una interpretación de estos, una posición de ellos en determinado escorzo, para hacer asumir a las significaciones — en sí mismas universales e invariables— un preciso valor circunstancial” (1995: 173). En esta línea se encuentra, también, el pensamiento de M. McLuhan cuando afirm a que “estructuralm ente hablando, una m etáfora es una técnica de presentar o de observar una situación en térm inos de otra”, destacando formalmente que es una técnica de conciencia, de percepción y no de conceptos (1990:133). Pero no podemos dejar de mencionar una acepción sobremanera significativa que nos da de la metáfora algo así como su sentido más profundo. Al respecto señala Ortega que la metáfora escamotea un objeto enmascarándolo con otro y no tendría sentido si no viésemos bajo ella un instinto que induce al hombre a evitar realidades (...) Ha habido una época en que fue el miedo la máxima inspiración humana, una edad dominada por el terror cósmico. Durante ella se siente la necesidad de evitar ciertas realidades que, por otra parte, son ineludibles (Citado por F. Soler 1965:220). Ahora bien, de estas experiencias radicales que hemos señalado como experiencias de lo sagrado, símbolos y metáforas pueden avanzar hacia otras formas más específicas como las figuras retóricas, literarias o científicas, pero creemos que aún allí conservan esas referencias que las pueden reconducir, fundamentalmente mediante la relación estética, a esas estructuras que algunos han llamado arquetipos y que representan lo que es arqueológicamente más profundo: los principios; por lo que, de tanto en tanto, las experiencias humanas se vuelven a ellas como un intento de renacer, sacudiéndose las ya gastadas y agotadas formas de vida que la historia va realizando. Por esto, las grandes crisis han importado siempre nuevos derroteros y, con ello, nuevos símbolos, metáforas renovadas, sensibilidades abiertas a otros ámbitos. DE LA EMOCIÓN Y LA MEMORIA Pero el patrimonio — ha dicho Martín Juez en un texto que nos interpreta— “es una m etáfora entrañable”. S ubrayam os el segundo térm ino , porque ahora queremos apuntar hacia los aspectos en que los objetos patrimoniales enraízan con revelaciones poderosas que tensionan la experiencia humana colectiva a niveles superiores de aquellos en que se manifiesta lo habitual y rutinario. De algún modo, toda trasgresión profunda o 50 Objetos patrimoniales superficial de la rutina eleva el nivel de emocionalidad; con mayor razón aquella que va a conducir a un acto de patrimonialización, en virtud del cual, una cosa, un lugar, una acción, trascienden su condición de mera existencia para alcanzar aquella en que se revelará como fuente de identidad, de reconocimiento de algo estimable y compartido. De este modo, compartimos con Martín Juez la idea de que los objetos son más que cosas útiles; son más que una plaza, un templo, un ideograma o una indumentaria que se usan. Las cosas se hacen solidarias con nuestra biografía, con nuestro buen o mal humor, con la esperanza y con la desdicha. Los objetos de todos los días y de los días especiales forman parte de un escenario donde cada cosa adquiere sentido cuando está en proximidad con la otra, y el conjunto provoca afecto o extrañeza, según sea nuestro inventario de creencias y vero sim ilitud es” (2). Este “más” es el que se revelará, precisamente, en su condición de patrimonio, condición que sirve de marco para la presencialidad de la relación entre emoción y memoria. En el exhaustivo estudio de Ortega, al que nos hemos referido anteriormente, Francisco Soler señala que en las perspectivas tradicionales sobre la memoria se daba por supuesto que lo fundamental allí eran siempre la idea, la imagen, la huella que un hecho cualquiera dejaba grabada en nuestra alma y que, por lo mismo, el recuerdo era considerado siempre desde el punto de vista del conocimiento, es decir, como acción intelectiva. Pero Ortega opera un cambio radical en esta tradición, afirma Soler, y pone el tema en la línea que queremos compartir. De acuerdo a este estudio, Ortega no consideraría al recuerdo como algo intelectual, sino vitalmente. Por ello, hablaría de “reviviscencia”, pero no en el sentido de una “asociación de ideas” o de imágenes puestas ahí delante, o aquí dentro, sino que concreta y efectivam ente de un asunto en que se trata de vivir y revivir… em ociones. Con las emociones, dice S oler interpretando a O rtega, “el hom bre consigue revivir hechos pasados, volver a tener presente “alegrías y dolores” de otros tiem pos; las em ociones hacen que al hom bre le pase su propia vida… ”, y le hacen retener lo que le pasa, sea individual o colectivam ente (139). “L a emotividad es la capacidad que tiene el hombre de tener reteniendo lo que le sucede y pasa (… ); por eso el hom bre tiene edad, es una edad, por eso tiene experiencia de la vida” (140). Lo que, según esto, transita, entonces, es la emoción, que puede pasar de un estado de latencia a un estado de recuerdo, de estar allí en el alma como si fuese inerte, a estar viva com o recuerdo. “E l entendim iento puede captar 51 Nelson Vergara algo como estando ahí delante, porque previamente la emoción ha hecho su labor, la labor de acarreo; el entendimiento registra lo que la emoción vive; la vida del hombre es (en su más plena radicalidad) una vida emocional o sentim ental” (S oler 1965:139), y sólo secundariamente una vida intelectual. Desde un punto de vista distinto, aunque en rigor pertenece a la misma atmósfera histórica, Norman Brown ha hecho notar que el pensamiento de Sigmund Freud se sostiene en fundamentos comunes a lo que hemos expuesto en relación con Ortega. En su interpretación del psicoanálisis, dice Brown que es un axioma freudiano la convicción de que la esencia conflictiva del hombre no se engendra en problemas intelectuales, sino que en propósitos, deseos, anhelos, y que “el uso frecuente que F reud hace el térm ino “idea inconsciente” puede resultar equívoco. Pero, a su juicio, el punto de vista freudiano se manifiesta en forma inequívoca cuando dice, citando a Freud: Permanecemos en la superficie mientras consideramos solamente los recuerdos y las ideas. Las únicas cosas que valen en la vida psíquica son, acaso, las emociones. Todas las fuerzas psíquicas son importantes únicamente por su aptitud de despertar emociones. Las ideas están reprimidas sólo porque están ligadas a emociones que no se manifiestan. Sería más correcto decir que la represión concierne a las emociones, pero estas no son comprensibles, sino por su unión con las ideas (Eros y Tánatos, 21). Pero la proximidad de ambos pensadores no se reduce a este axioma, como veremos. Por lo pronto, regresemos al planteamiento orteguiano. Por lo visto, hay un lazo inconmovible entre emoción y memoria; ambas se remiten mutuamente de modo que no es posible la existencia de la una sin la otra: lo que se revive son emociones y estas, a su vez, hacen posible la reviviscencia. Pero no se trata sólo de una cuestión personal o individual de que el hombre pueda tomar contacto consigo mismo sólo reviviendo emociones propias, sino que, también, reviviendo las de otros hombres y de otros tiempos. Y esto sí que es un asunto grave, dice Soler, porque las emociones, parecía, eran lo que constituían el yo de cada cual y si podemos revivir emociones de otros hombres, de otros tiempos p asad o s, q uiérese d ecir, visto p o r un lad o , q ue yo no so y “yo ”, q ue yo so y “no so tro s”; p ero d e o tro lad o , q ue el yo, se constituye, está constituido también por las emociones de los demás; en suma, que tomar posesión de todo el sí-mismo (… ) im p licaría u na rev iviscencia d e todo el pasado humano (140). 52 Objetos patrimoniales En otras palabras, nuestra vida personal será, al mismo tiempo, social e histórica; el hombre no se agotaría en la circunstancia inmediata, sino que esta circunstancia remite a un pasado desde el que viene y que, por esto, nos importa recordarla, presenciarla, revivirla en el espectáculo que fue. Por tal razón, los patrimonios no pueden ser arbitrarios: su realidad es parte inseparable de la realidad humana en su condición de transitoriedad que quiere ser retenida en sus momentos emocionales decisivos, momentos de los que no podemos escaparnos. Este carácter no individual, sino histórico, es resaltado también por F reud. A l respecto, N . B row n escribe que “el hecho em pírico que constriñe a Freud a englobar toda la historia humana en el área del psicoanálisis es la aparición en los sueños y en los síntomas neuróticos de temas sustancialmente idénticos a los grandes tem as (… ) de la hum anidad” (26). P or esto, concluye Freud, que “el inconsciente reprim ido que produce la neurosis (los sueños son en sí síntomas neuróticos) no es un inconsciente individual, sino colectivo” (27). De este modo, dice Brown, la teoría freudiana de la neurosis reenvía a una teoría de la historia y viceversa (27). De esta manera encontramos argumentos para indagar y para dar razón de las relaciones que hemos puesto a la vista y que se hacen presentes en los objetos patrimoniales; relaciones que apuntan a la emocionalidad, al recuerdo y olvido, a las fuerzas que los desatan o a las fuerzas que permiten o inhiben su reviviscencia, etc. Pero hay algo más de lo que aquí sólo podemos dar una muestra: es la referencia a la condición histórica. Esto nos permite conectar emoción y memoria con la teoría de la metáfora. Aproximando, a nuestro juicio, a Freud con Ortega, Brown afirma que en la perspectiva del psicoanálisis el “proceso histórico se apoya en el deseo del hombre de convertirse en otra cosa que lo que es. Y (que) el deseo del hombre de convertirse en algo diferente es esencialmente un deseo inconsciente” (30). P or su parte, en “M áscaras”, anejo al texto de su conferencia “Idea del T eatro”, O rtega dice que el hom bre se pasa la vida queriendo ser otro y que la única manera posible de que una cosa sea otra es la m etáfora, el ser “com o” o cuasi ser. “L o cual nos revela inesperadam ente que el hombre tiene un destino metafórico, que el hombre es la existencial m etáfora” (“Idea del teatro”, 103). Para esto, el hombre requiere la historia, la permanente posibilidad de revivir la experiencia, para tenerla a mano, para disponer de ella en esa utopía constante que realiza en tanto le va pasando la vida. Y en tanto requiere de esa experiencia viva, eleva a una condición de excepcionalidad ciertas experiencias decantadas en su memoria y emoción colectiva, dándole a esas experiencias las figuras que conocemos como patrimonios. De aquí la identificación. De aquí, también, su valor testimonial. Y, parafraseando a Francisco Soler, de aquí también la imperiosa necesidad 53 Nelson Vergara de tom ar posesión de nosotros m ism os m ediante “im ágenes, palabras, m itos”, formas ya tradicionales que constituyen a todo patrimonio. Un objeto pasa, entonces, a la condición de patrimonio, cuando vive de la memoria, al tiempo que la suscita y realimenta emociones. Entonces, la experiencia pertenece a un mundo, ayuda a constituirlo y lo pone a disposición mediante el recuerdo, actuando — en la medida de su vigencia— contra lo efímero de las cosas y contra el olvido. La memoria crea una atmósfera de reconocimiento: vivencias rescatadas de ese otro tiempo en el que todo se aniquila. Pero, también, de retención: el patrimonio actúa como una barrera a la disolución y pérdida total, no de un objeto sin más, sino de una experiencia reconocida en ese objeto y simbolizada por él. De aquí que la emoción forme parte necesaria de la vivencia. Por ejemplo, la emoción religiosa en la experiencia de un relicario, de un santuario o de un templo; la emoción de la nostalgia o del dolor en la experiencia de una tumba o de su falta; la experiencia del memorial, tan significativo en nuestra época. ANEXO A MODO DE CONCLUSIÓN: DEL VALOR TESTIMONIAL DEL PATRIMONIO Pero no queremos finalizar esta incursión en los ámbitos metafísicos sin referir algunas consideraciones sobre un aspecto crucial del patrimonio y que constituye un enlace con otras condiciones sociohistóricas como son las axiológicas y hermenéuticas. Nos referimos a su constitución testimonial, desde la que se puede iniciar indagaciones que nos retrotraen, al mismo tiempo, a lo más central de su realidad metafísica: las conexiones esenciales y su concreción circunstancial, según las cuales el patrimonio es signo, estructura, valor y situación. Así, conjeturar entonces que el patrimonio nos habla de lo humano en su devenir, en su historicidad, esa realidad según la cual pertenecemos a un lugar y a un tiempo dado y en vista de lo cual vamos siendo nuestros proyectos. En esta trama, ciertas cosas que nos rodean, nos hablan de forma que suscitan el reconocimiento de ser parte de nuestra pertenencia, incluido el ámbito natural y cultural donde estas cosas se dan. El modo de darse y su pasar es, de algún modo, un quedarse en nosotros como nosotros en ellas: como signos o señales, como huellas de algo que ha llegado al ser y puede ser narrado para conservarse o, eventualmente, para ser rescatado del olvido. Pero la experiencia que se queda atrapada en un objeto patrimonial no es algo que pueda objetivarse de cualquier modo. Por su condición intrínseca, vivencial, está determinada espacial y temporalmente: por un lado, remite a ciertos puntos del espacio; es un ambiente, un lugar, emerge de ese paisaje (natural o cultural) sin independencia, sin autonomía. Por otro lado, rescata 54 Objetos patrimoniales vivencias colectivas. El patrimonio está entonces doblemente localizado: en el paisaje del entorno y en el paisaje de la intimidad, puesto o supuesto allí como parte de un mundo compartido. Pero, también, como parte de ese mismo mundo, sitúa ese allí en las coordenadas del acontecer, de lo que va siendo, pasando-quedando y, por lo mismo, regresando cada vez en los encuentros (o reencuentros) de esa experiencia con nosotros mismos. Es el tiempo largo de la memoria colectiva y de su atmósfera emocional. Por esto, requiere de una constante atención que facilite su permanencia, o permita su regreso con la misma fuerza vital que alguna vez le dio origen. La vivencia es así un constante remitir y remitirse desde el espacio al tiempo, desde el lugar en que se sitúa al devenir que la configura como acontecimiento nuestro. De este modo, sólo en apariencia el patrimonio es puro pasado: mira también al porvenir, al destino ulterior de esa experiencia. Pero es claro que no lo garantiza, ya que en ninguna de sus formas lo es para siempre. Por esto, en la medida en que la apariencia va ganando terreno a su realidad efectiva, la condición patrimonial va desapareciendo y tornándose tiempo sin alma; realidad muda, puras ausencias. Y si ninguna palabra o imagen poderosa vuelve a ponerla en movimiento suscitando en el patrimonio la emoción necesaria, entonces, la realidad del objeto se volverá mera subjetividad y, acaso, durante un tiempo puede vivir como nostalgia de algo que ya no se comprende, como la pura sensación de un vacío sin tiempo. Pero entonces, de la nostalgia sin objeto a la pura indiferencia ya no habrá más que un paso. Muchos han tenido la experiencia de una desolación semejante, donde todo es indiferentemente esto o aquello. Pero el patrimonio se presenta también como pertenencia y, como tal, nos es legado, entregado, recomendado a nuestro custodia como propiedad a que tenemos derecho, porque nos ha sido dada como una conexión con el mundo al que pertenecemos. Este ser relativo a una circunstancia en la que nos encontramos siempre formando parte del objeto patrimonial, estructura y desestructura los sentidos de las cosas en su interacción con nuestra conciencia patrimonial. Así, podemos sentirnos parte de un movimiento que nos lleva a posesionarnos del objeto como aquello que nos afirma en una realidad incambiable, porque lo sentimos como nuestro pasado. Es la condición que nos hace herederos y nos permite reconocernos. Y en esa herencia descubrimos también, por retroefecto, al otro del que nos diferenciamos, personal o colectivamente, actual o potencialmente. De aquí la dimensión identitaria y testimonial del objeto que nos dispone o predispone a su rememoración o conmemoración y que, desata, eventualmente, nuestra innata disposición a celebraciones: al patrimonio le es consustancial su apertura a la fiesta, bajo cuyas formas y figuras específicas atestigua, también, la realidad que en cada caso le da origen. Por esto, la fiesta, transfigurada en 55 Nelson Vergara tradición revela, más que nada, su hondo contenido existencial al hacer manifiesta una de las perspectivas más antiguas y constantes de la condición humana: la dialéctica entre jovialidad y dramatismo, entre desganos y entusiasmos. Y acaso sea esta, la fiesta, la condición más profundamente semiológica de nuestra realidad cultural. Universidad de Los Lagos* Departamento de Humanidades y Arte Centro de Estudios Regionales Casilla 933, Osorno - Chile [email protected] BIBLIOGRAFIA B E L IC , O ldrich. “L a estructura de la obra literaria”, en Problemas de Literatura. 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Brünner sobre Posmodernismo, se comparan a nivel temático cinco cuecas de tradición oral (anteriores a 1980) con siete piezas de autores conocidos (aparecidas con posterioridad a 1987). Palabras clave: voces tradicionales, certidumbre, voces de protesta, voces testimoniales, incertidumbre. Abstract This article applies a literary semeiotic analysis to tw elve selected “cuecas” — Chilean traditional songs— , (scripts in the appendix), currently performed in Chiloé. T hese “cuecas”, called here “p o etic-m u sical vo ices”, belong to authors and singers from two different periods. Fo llo w in g J. J. B rünner‟s stud ies ab o ut Postmodernism, we compare the lyrics of five trad itio nal “cuecas”, selected from the oral tradition and identified from a period before 1980, to seven pieces of well-known authors, published after 1987. Key words: traditional voice, certainty, protest voices, testimonial voices, uncertainty. * Los textos analizados (cuecas) en este trabajo forman parte del corpus recopilado en Chiloé, en el proyecto de investigación Nº 021821 3/R, titulado “La danza nacional en las regiones VIII y X: Análisis comparativo de la forma poética, musical coreográfica e histórico-social”, desarrollado en la Universidad del Bío-Bío (2002-203), Concepción, a cargo del equipo formado por el profesor Roberto Contreras Vaccaro y el autor de este artículo. Mis agradecimientos a tres académicos que leyeron con atención este trabajo y me entregaron oportunas sugerencias: los doctores Oscar Galindo e Iván Carrasco, de la Universidad Austral de Chile, y el Dr. Eduardo Barraza, de la Universidad de Los Lagos. Juan Bahamonde 1. A MANERA DE ANTECEDENTE En las últimas décadas la cultura moderna ha llegado a Chiloé (la provincia más austral de la Décima Región de Chile) imponiendo otra forma de vida, un “cam bio de escenario”, según B . S ubercaseaux. 1 Si bien es cierto, producto de la penetración con fuerza de la cultura moderna, el Archipiélago ha experimentado un notorio desarrollo, las costumbres tradicionales están sufriendo bruscos cambios. Por otra parte, existen actualmente en el archipiélago chilote diversos organismos de resistencia y de defensa a la intromisión de esta nueva sensibilidad, a cargo tanto de personalidades destacadas como de agrupaciones culturales, que denuncian el resultado de los abusos y situaciones desfavorables, producidas por la presencia del capitalismo nacional y extranjero, cuyo único norte es explotar en forma desmesurada las riquezas naturales de esta zona. Entre estas formas de protesta también se han reactivado en este archipiélago diversas voces folclóricas contrahegemónicas (cantautores especialmente) que, con cierta autoridad cultural, al estar conscientes de esta problemática, la denuncian en sus textos y creaciones, como es el caso específico de un corpus de 360 cuecas (incluyendo variantes) recopiladas en ese espacio cultural, en el marco un proyecto de investigación de cuecas chilotas. Para esta ocasión se han seleccionado 12 piezas (ver Anexo, secciones I y II), a las cuales no se les aplicará una lectura folclórica centrada en el aspecto musical-coreográfico, sino que serán analizadas comparativamente — de acuerdo con el escenario cultural donde se sitúan— desde una perspectiva semiótica-literaria, esto es, siguiendo a Iuri Lotman, la función sociocomunicativa se produce en “el trato entre el texto y el contexto cultural”)2, en su calidad de creaciones poético-musicales. 2. PRESENTACIÓN DEL CORPUS Para efectos de esta descripción, en la primera sección del Anexo se han considerado cinco textos, de la forma tradicional cueca, cuya vigencia es 1 Bernardo Subercaseaux. “N u eva sen sib ilid ad y h o rizon te “p o st”, 19 9 1. 295-313. Iuri Lotman. La semiosfera. E n el cap ítu lo “L a sem ió tica d e la cu ltu ra y el co n cep to d e texto ”, p u ntu aliza q u e “en este caso el texto no interviene como un agente del acto comunicativo, sino en calidad de un participante en este con plenos derechos, como una fuente o un receptor de in fo rm ació n ”, 19 96 . 77-82. 2 58 Presencia de voces contrahegemónicas anterior a 1980. Algunas de estas composiciones fueron creadas por cantautores, como es el caso de Los remeros de Compu, y otras son anónimas y de herencia tradicional que están incorporadas en el repertorio de conjuntos folclóricos pertenecientes a diversas localidades urbanas y rurales de Chiloé. En el Anexo II se presentan siete cuecas, pertenecientes a cantautores, oriundos de Chiloé, y divulgadas en las dos últimas décadas (1987-2004). Como ya se aseveró, las cuecas anónimas son interpretadas por diversos conjuntos especialmente en peñas, festividades culturales y religiosas. Por su parte, las cuecas de autor conocido son en general interpretadas por sus propios compositores, en las peñas locales y festivales costumbristas, actividad veraniega y recreativo-cultural que se ha incrementado en Chiloé, con mucha fuerza en las últimas décadas, tanto en localidades urbanas como rurales. 3. LA ESTRUCTURA FORMAL (ESTRÓFICA) DE LA CUECA La mayor parte de los investigadores tradicionales de la cueca — Sady Zañartu (1929); Carlos Vega (1947); Antonio Acevedo Hernández (1953); Pablo Garrido (1976); Samuel Claro Valdés (1994)— coinciden en señalar que la cueca está conformada estróficamente por una estructura tradicional.3 Se trata de la única composición poética popular compuesta por tres formas estróficas diferentes; esto es, una estructura isométrica (la cuarteta o copla), seguida de una estrofa bimétrica (la seguidilla), para culminar con una estrofa de dos versos, con rima consonante o asonante. Aunque el estudio de la estructura formal de la cueca no es el propósito de este trabajo, se ilustrará la forma prototípica, mediante Tu olvido, texto que 3 La primera parte de la cueca se presenta a través de formas estróficas tradicionales como la cuarteta, copla y excepcionalmente redondilla. La copla es la forma más utilizada por los cultores y creadores populares. La segunda estructura estrófica consta tradicionalmente de una seguidilla moderna, pero de 8 versos, de los cuales el 5º no es más que repetición del anterior (al parecer, producto del proceso de asimilación), con el agregado de la palabra (o ripio) ¡sí! o ¡ay sí! , verso que sirve para marcar el ritmo de la música. A veces, la primera parte es consonante y asonante, la segunda. Otras variantes de seguidilla detectadas en el corpus procedente de Chiloé rompen dicho esquema, pues presentan más de diez formas de estructuración que se prestan para ser cantadas. En cambio, en la VIII Región las piezas mantienen la estructura tradicional de la seguidilla moderna, es decir, la alternancia de versos bimétricos: heptasílabos y pentasílabos: 7-5-7-5-5-5- 7-5. Finalmente, la cueca concluye con una estrofa sencilla, conocida estróficamente como pareado. En la mayoría de los casos, estos versos tienen estrecha relación con el sentido global de la pieza; no obstante, en otras situaciones (como ocurre en Chiloé) se desliga completamente del contenido, por cuanto el cultor-intérprete hace uso de la improvisación de un pareado consonántico, como una forma tradicional de finalizar la pieza cantada. 59 Juan Bahamonde nos fue entregado en la ciudad de Los Ángeles por el cantautor Cristián Cortés. Cabe destacar que en la zona centro de nuestro país, la estructura formal clásica de la cueca es respetada tanto por cultores como cantautores; en cambio, los cultores-intérpretes chilotes en general rompen con este esquema clásico y comienzan inmediatamente con la seguidilla, con predominio de las seguidillas ligadas. Tu olvido Cuarteta de rima libre: Una tarde nos juramos nunca dejar los amores; pero pronto te casaste y esto vino a terminar, Seguidilla: Si es que la primavera pudiera ser, que renazcan las flores de tu querer; con tu querer, ay sí, vida pasada, con flores de dolor de mi enamorada. Pareado: La flor sin su color, yo sin tu amor. 3.1 LA CUECA CHILOTA Los primeros antecedentes escritos sobre la cueca chilota emergen en la última década del siglo XIX y pertenecen — al parecer— a Darío Cavada, el posible autor del estudio Chiloé por N.N.N. (1896) quien, precisamente, al referirse a la actividad social, llamada minga (Cap. VII), describe cómo se baila la cueca en Chiloé.4 Es, al parecer, el primer antecedente escrito 4 “C o n clu id a la co m id a, p rin cipian lo s b ailes... Estos suelen ser muy variados; pero domina en ellos la cueca, y digo que son variados, porque todavía se bailan la seguidilla, el fandango, la pericona, el chocolate, etc.”. A grega: “...h ay q u e n o tar la m o d estia d e la m u jer, la cual mientras baila permanece con los ojos gachos y el rostro inmutable, en tanto que el hombre, entusiasmado con los palmoteos y dichos picantes, la asedia por todos lados, como si tratara de rendirla a fuerza de requiebro (guaras) y acompasados zapateos. Para que la cueca salga lúcida es necesario que el hombre esté calzado; así, hay quienes, estando descalzos en una de estas fiestas, se ponga zapatos sólo para bailar, pues el repiqueteo fu erte y rítm ico es lo esen cial”. Darío Cavada (1896) Cap. VII. 60 Presencia de voces contrahegemónicas referente a la descripción coreográfica de la danza-cueca, que ha servido de base a los investigadores y folcloristas surgidos con posterioridad. Particularmente, en el transcurso de nuestra investigación se ha podido comprobar que tanto los cultores como los cantautores chilotes en sus interpretaciones no son respetuosos de la estructura estrófica clásica de la cueca: una cuarteta, una seguidilla y un dístico o pareado; por el contrario, alteran especialmente la seguidilla. No obstante, en las piezas creadas en la actualidad por los numerosos cantautores se evidencian temáticas sobre contextos actuales y representativos; considerando, al mismo tiempo, una mayor preocupación por incorporar recursos lingüísticos y culturales. 4. VINCULACIONES DE ESTE TIPO DE TEXTO FOLCLÓRICOMUSICAL CON EL TEXTO LITERARIO Se debe admitir, en primer lugar, que la cueca pertenece a la obra folclórica, por cuanto cumple con las condiciones generales de todo hecho de este tipo.5 Además, es expresión del folclore literario, ya que toma en cuenta algunas propiedades discursivas importantes que, al mismo tiempo, le permiten a la cueca ser diferente de cualquier otra especie folclórica.6 Por último, es importante considerar que la cueca, como manifestación verbal, posee ciertas vinculaciones con el texto literario, pues tanto el texto literario como la expresión musical presentan una condición artística común: la de producir vivencias estéticas — la literatura ejerce esta influencia en el lector— en cambio, la obra folclórica — como es el caso de la cueca— la infunde en los participantes: intérpretes o cultor-intérprete, bailarines y observadores del hecho folclórico. También existe una estrecha vinculación en el ámbito de los textos, ya que en el caso de la literatura el texto es el único modo de existencia y, en tanto producto de la actividad escritural de un autor, permanece inalterado en cuanto entidad lingüística, es decir, habla o parole fijada artísticamente. No obstante, en el plano folclórico — en este caso la cueca— el texto, ya sea íntegro o fraccionado, es el factor principal que coordina los otros elementos extraverbales del género (musicales, coreográficos y performativos) y, por lo 5 Esto es, un fenómeno cultural. Nace y se desarrolla en canales no institucionalizados; se produce por vía oral; se transmite de generación en generación; es un tipo particular de comportamiento social en el que participan los integrantes de una comunidad, los que se reúnen a partir de la recreación permanente de una tradición aglutinadora que no ha perdido su vigencia, etc. Bahamonde, 1992. 15. 6 Es decir, se compone de un conjunto variable de versiones; por ejemplo, en Chiloé existen distintas versiones de la cueca La torre de Huillinco. Las alteraciones se producen a nivel formal, como la desigualdad de la forma estrófica, etc. Cfr. Bahamonde, 1990. 15. 61 Juan Bahamonde tanto, necesarios para constituir íntegramente el hecho, pues hay que considerar que los textos producidos por el acto estrictamente folclórico abarcan aspectos de un alcance mayor que los discursos, es decir, constituyen hechos de índole supratextual. Por último, el discurso folclórico es análogo al discurso literario, cuando se consideran en forma aislada las versiones escritas (transcripciones de relatos), puesto que ellas constituyen reproducciones de otro código del hecho folclórico primario, lo cual ha dado origen a diferentes estudios sobre la forma y el contenido de la danza nacional. De otra manera, una versión escrita o grabada de un texto folclórico — como sucede con la cueca— , al perder las conexiones de la paralingüística, propias de la interpretación, mostrará similitud con el texto literario sólo en su estructura lingüística.7 5. ANÁLISIS TEMÁTICO DE LAS PIEZAS POÉTICO-MUSICALES Para los efectos del análisis temático de las cuecas, se las ha separado en dos secciones. La prim era, denom inada “V oces poético -musicales vinculadas a un m undo de tradición y de certidum bre”, considera cinco piezas de autores anónimos, transmitidas de generación en generación. La segunda, titulada “V oces poético -musicales vinculadas temáticamente a un mundo de incertidum bre”, se centra en el análisis temático de siete cuecas compuestas por cantautores chilotes, con posterioridad al año 1987, creadores que residen en Ancud y Quellón, justamente los sectores de Chiloé donde el cambio de vida, en los últimos veinte años, ha sido mayor.8 El análisis de los textos se efectuará siguiendo de cerca el estudio de J.J. Brünner: Globalización cultural y posmodernidad (2002), por considerar que está más vinculado a la realidad chilena. Brünner, para este efecto, se apoya en Marshall Berman, quien ha podido afirmar que ser moderno es “encontrarnos en un am biente que nos prom ete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo, (pero) que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que conocem os, todo lo que som os” (2002:47-64). Cabría decir — manifiesta Brünner— que el clima posmoderno al que hemos ingresado, en cambio, sólo nos deja con la segunda parte de esa ecuación. Entonces, en un sentido más 7 Cfr. Iván Carrasco (1981:81-86) y Hugo Carrasco (1981:12-21). Como resultado de nuestro proyecto de investigación, en la Octava Región, especialmente en la zona de Chillán y Los Ángeles, los cantautores no perciben este clima de cambios en su medio, por lo tanto, concentran su producción actual en temas tradicionales de carácter amoroso y de exaltación patriótica, vinculados a las fiestas y costumbres de la zona. En el repertorio entregado el año 2003 por Magdalena Gutiérrez (Chillán), clasificó sus cuecas de acuerdo al tema de inspiración de cada pieza: Cuánto te quiero, romántica; Bahía en Dichato, de vivencia; Cueca sureña, recuerdo; Cuna de artistas, de arraigo, etc. 8 62 Presencia de voces contrahegemónicas realista, lo posmoderno equivale a estar en un ambiente que no promete nada, donde el sentido de la historia se confunde y donde reinan la incertidumbre y el temor al futuro. Continúa Brünner: “T enem os m iedo a perder todo lo que tenemos, en particular, el mundo de convenciones y jerarquías en que se fundan nuestras seguridades. Todo lo que conocemos, especialmente los saberes heredados y las verdades que iluminaron el camino de los últimos dos siglos. Todo lo que somos, que es lo más fundamental, pues toca el núcleo vital de nuestras identidades personales, de género, generación, etnia y nación”. (La cursiva es nuestra). Brünner finaliza su examen m anifestando lo siguiente: “E n tales circunstancias, todo se presenta ante nosotros como un torbellino de sucesos, heterogéneos, resonantes, fugaces. A esa sensibilidad de momento — la de hombres y mujeres suspendidos entre dos épocas, justo en medio de ellas— suele llamarse, confusa pero vitalmente, una sensibilidad posmoderna. (La cursiva es nuestra). Esta inseguridad contemporánea; esta inquietud y angustia se expresan en la literatura, el arte el cine, etc., es como una sombra que proyecta la cultura en que vivimos. Por lo tanto, este trabajo se centrará, como ya se dijo, en el análisis de 12 cuecas recopiladas mediante encuesta en Chiloé, pues, al parecer, este tipo de composición es la más adecuada para estos fines, por cuanto es más representativa genéricamente y está más ligada en lo temático a los sentimientos y clamores sociales y culturales del pueblo. Además, en el mundo postmoderno afloran distintas esferas culturales, tal como está ocurriendo en la zona de Chiloé en los últimos veinte años, donde ha surgido una generación de cantautores que actualmente se encuentra en plena producción y cuya edad actual fluctúa entre los 45 y 58 años. La mayor parte de esta creación está concentrada en cuecas, cuya temática está vinculada a los problemas actuales del archipiélago. Es más, incluso, se puede hablar de una convergencia de géneros, por cuanto estos textos han sido plasmados utilizando, destacadamente, recursos literarios.9 5.1. CUECAS VINCULADAS A UN MUNDO DE CERTIDUMBRE De un conjunto de cinco cuecas del corpus total recopilado en Chiloé — todas conocidas en el repertorio chilote, con anterioridad a 1980— sólo una pertenece a cantautores, como es el caso del conjunto Los remeros de Compu. Las demás son anónimas, de herencia cultural, transmitidas de generación en 9 A nivel de trabajos centrados en el tratamiento temático, sólo se conoce el antiguo artículo de Yolando Pino: La cueca en los campos de Llanquihue (1951) vinculado a piezas de raíz folclórica de la provincia de Llanquihue, transmitidas de generación en generación (no creadas por cantautores), en donde predomina esencialmente la temática amorosa. 63 Juan Bahamonde generación, e incorporadas al repertorio de conjuntos folclóricos de diversas localidades, urbanas y rurales de Chiloé. La diversidad temática abordada en estos textos, en general, tiene directa relación con el mundo cultural chilote. Su funcionalidad es recreativa, festiva y de orden social. Además, según se analizará, en todas estas piezas existe una armonía muy diferente a la sensibilidad posmodernista, por cuanto pertenecen a un mundo cultural que proviene de un pasado auténtico y sólido, en donde se respeta y se valora todo lo que tenemos (los derechos, como ciudadanos en un mundo jerarquizado), lo que somos (las identidades personales de etnia, género, generación y nación etc.) y lo que conocemos (saberes heredados y las verdades de los siglos que se fueron). a) La primera pieza, cuya versión se encuentra bastante fraccionada — producto de la recopilación en terreno, pero que de forma curiosa se asemeja comparativamente a la estructura geográfica accidentada del archipiélago chilote— lleva por título Chiloé, tierra querida (Texto Nº 1, sección I) y su acto enunciativo (Benveniste 1997:82-91) en tercera persona, corresponde a las voces que expresan este homenaje a su tierra, lo cual se justifica en la cuarteta inicial. Así, las voces se identifican plenamente con este espacio (o terruño) al que aprecian tanto, al extremo que aseveran, de manera retórica, que son capaces de dar hasta la vida por este suelo. En la seguidilla — donde se desarrolla tradicionalmente el contenido de la pieza— se produce un recorrido de este espacio idílico, secuenciado y ordenado, de norte a sur. El viaje finaliza en Quellón, el lugar más aislado, donde nuevamente prevalece esta alegría, ahora presente a través de dos elementos musicales tradicionales: la guitarra y el acordeón. El poema, aunque expresado en un lenguaje popular, exalta la armonía, que se traduce en una identificación plena de las voces con Chiloé, un espacio maravilloso que se describe semejante al Edén. E n esta cueca, los hablantes valoran “lo que som os” , por cuanto los chilotes se identifican con su isla y con su terruño. Pero también consideran “lo que conocem os” , esto es, los saberes heredados, como son las expresiones musicales, a través de la guitarra y el acordeón. b) En la cueca El invierno (Texto Nº 2, sección I), la temática es la estación más representativa de Chiloé. El acto enunciativo actualiza, durante el invierno chilote, lo que es propio de la primavera: ese juego amoroso entre el hablante y una tejedora. El texto adquiere dinamismo, precisamente, en la seguidilla redoblada por cuanto se evidencian los elementos propios del tejido artesanal como son los quelgos — dos maderos largos y cilíndricos de 2 m de largo y 10 cm de diámetro, empleados en el telar chilote— la lana chilota y la manta como producto final. En este contexto es donde ocurre este coloquio 64 Presencia de voces contrahegemónicas amoroso, graduado, entre el hablante lírico (un isleño que viste ojotas) y la tejedora, cuya seducción se inicia mediante una cueca zapateada para culminar en la reconciliación del amor. En el pareado final, el hablante finaliza el relato con una acción lúdica: “Hay que bailar ahora / con la tejedora” , versos al modo de un homenaje a la mujer representativa de este mundo cultural que desempeña dignamente esta actividad textil.10 Sin duda, el elemento artesanal es portador de identidad, por cuanto se produce una especie de refugio en lo auténtico. Además, a la luz de la teoría de J.J. Brünner, el hablante en este caso valora lo que conocemos y es respetuoso de los saberes heredados, como sucede, en este caso, con los oficios artesanales. c) En El Machucho11 (Texto Nº 3, sección I) en el acto enunciativo corresponde a un hablante lírico observador de las acciones lúdicas y festivas que ocurren en un lugar mítico tradicional: la cueva de Quicaví. En este espacio, quien celebra la fiesta bailando cueca es el dueño de casa llamado el Machucho, quien durante el jolgorio pierde la pierna quedándosele pegada en la espalda. Pero el poema no refleja una tragedia, sino, por el contrario, exalta una tradición natural del mundo mítico de Chiloé, en donde todo permanece en armonía. En esta cueca, de la misma forma como ocurre con el texto anterior, el poeta valora lo que conocemos; en este caso, el respeto y la identificación con el mundo mítico. Al igual como ocurre con la tejedora — representante del mundo artesanal— aquí los entes míticos son portadores de identidad, “por cuanto se produce una especie de refugio en lo auténtico, en lo propio de esta cultura: la mitología, en tanto arma ideológica y cultural de los pueblos”. (M. García 1996). d) En Las Misiones (Texto Nº 4, sección I) el desarrollo temático presenta una ligera discontinuidad. En el pareado inicial se actualiza el elemento foráneo (“ Y a llegaron las M isiones”) vinculado al proyecto de religión católica impuesto por el elemento colonizador y evangelizador, representado por la congregación de los jesuitas, orden religiosa que implantó la evangelización m ediante un sistem a conocido y recordado com o “m isiones circulares” 12. Los nativos tenían sus creencias míticas, no obstante, aceptaron 10 A manera de complementación, la artesanía de los tejidos a lana es una de la más representativa. No obstante, el postmodernismo se ha hecho presente en Chiloé, y ahora está o cu rriend o un a situ ación sem ejan te a la estip u lad a p o r N . G arcía C an clin i: “L as cu ltu ras tradicionales (en este caso, la artesanía en tejido) se han desarrollado transformándose, al interactuar lo moderno con lo tradicion al” (19 90 :221). 11 Francisco Cavada (1914:99) denomina a este ser deforme y contrahecho Invunche o Ivunche. Investigaciones efectuadas en la última década permiten determinar que es posible establecer la co n exió n d e algu n o s m ito s co m o “la fu sió n d el In vu ch e co n el M ach u cho ” (B ah am o n d e y U rra. 1994:360). 12 E n relación a las “M ision es C ircu lares”, en el an exo d el Diario del viaje i navegación del padre José García, en los años 1766-1767, aparece el artículo Breve noticia de la misión 65 Juan Bahamonde en forma sincrética los sacramentos impuestos, entre ellos, el matrimonio. Es más, la religión católica se arraigó con tanta fuerza en Chiloé, que muchas expresiones del mundo católico se actualizan con profundo fervor en las festividades religiosas tradicionales: novenas, rosarios en latín, gozos a la Virgen, etc. Ahora bien, en la primera seguidilla de esta cueca es el hablante quien relata su aventura amorosa a través de un recorrido por Rauco y Vilupulli, alterando el esquema del mundo sagrado. Luego, en la segunda seguidilla el relato vuelve al tema inicial, desembocando, ahora, en las actividades de los jesuitas, propias del mundo de las jerarquías y obligaciones morales y espirituales, objeto de estas m isiones: “celebran casam ientos” … “ pa‟ los solteros” , de modo que, aunque desordenado temáticamente, se valora lo que conocemos, esto es, la religión católica y los sacramentos y mandamientos profundamente arraigados en la cultura local. e) En Central Remehue (Texto Nº 5, sección I), su tema es un elemento externo, pero necesario para la formación del individuo como persona que, en este caso, es la educación. La carencia de centros educativos en Chiloé obligaba a sus habitantes jóvenes a buscar, fuera de este espacio, otros horizontes y, precisamente, esta pieza ilustra de manera anecdótica este proceso, visto de modo positivo, cuando se expresa: “ perfeccionar, ay sí,/ quien lo diría” . Como se puede apreciar, en esta interesante pieza musical de los cantautores de Compu se valora lo que conocemos, la educación sistemática que permite, según manifiesta el hablante lírico, en jerga juvenil: “tirar pa‟ arriba” , vale decir, progresar, salir adelante. A manera de síntesis, en estas cinco cuecas se rescatan la conservación de la herencia cultural chilota (la artesanía, la mitología) y la permanencia de los valores adquiridos mediante la doctrina y la formación sistemática (la religión, la educación e, inclusive, el clima). Todos estos son elementos constitutivos e identitarios del “ser” chilote. A quí, en este espacio tradicional, aunque apartado del resto del continente, el isleño vive feliz, en armonía con la naturaleza que le rodea, por cuanto goza y respeta lo que somos, lo que conocemos y lo que tenemos. andante por el archipiélago de Chiloé por el espacio de ocho meses. Estas misiones las efectuaban todos los años dos sacerdotes dependientes del colegio de la Compañía de Jesús u b icado en C astro E llo s reco rrían tod as las islas in stru yen d o y co n fesan d o a lo s “o n ce m il indios que (vivían) rep artid o s en el arch ip iélago ”. L o s n ativo s llam ab an B u ta P atiru , al p ad re misionero más antiguo y el Pichi Patiru, al segundo misionero. 66 Presencia de voces contrahegemónicas 5.2. CUECAS VINCULADAS TEMÁTICAMENTE A UN MUNDO DE INCERTIDUMBRE En esta segunda parte se describirán siete piezas poético-musicales, en su mayoría creadas con posterioridad a 1987 por cantautores de Ancud y Quellón que están viviendo la encrucijada de estas dos épocas donde se respira la sensibilidad posmodernista (Sección II). La temática de estas cuecas está vinculada a una dinámica que experimenta el mundo cultural del archipiélago chilote. La funcionalidad de estos textos está al servicio de la defensa del patrimonio geográfico, social y cultural de esta zona del país. En otras palabras — y siguiendo las líneas del posmodernismo— frente a esta situación, surgen voces de protesta por los cambios producidos.13 En este caso, remiten a grupos culturales de resistencia a la crisis que se está acentuando en la isla desde la década del 80 hasta nuestros días. Más bien, se trata de voces poético-musicales de denuncia, que expresan su angustia, su repudio e indignación ante estos problemas ya permanentes, y sin solución, que afectan a Chiloé. Como ya se mencionó, los cantautores han elegido la cueca, por ser la expresión poético-musical más singularizada en la isla y la más representativa de los chilenos, pero no lo hacen con fines festivos o recreativos, sino, por el contrario, como una forma simbólica de elevar sus sentimientos de protesta ante los medios hegemónicos (autoridades, medios de comunicación y público foráneo que visita la zona). Para el análisis de esta sección es importante considerar lo siguiente: como estas cuecas fueron recopiladas directamente por el autor — mediante entrevista directa aplicada a Héctor Leiva, Oscar Caileo y Carlos Chiguay— se considerarán, también en el análisis, a modo de cita textual, las vivencias y testimonios expresados por quienes dieron vida a estas interesantes composiciones. Sin duda, estos cantores presentan proyectos que evidencian — aunque con distintos enfoques— una motivación común: Chiloé invadido por capitales foráneos y a gran escala, en todo su espacio geográfico, lo cual provoca el exterminio de sus riquezas naturales (bosques y productos marinos, principalmente) e influyen en la forma de vida de sus habitantes. La visión posmodernista de estos textos se efectuará siguiendo, también, el enfoque de Brünner, esto es, se determinará si en estos discursos 13 Como manifiesta Bernardo Subercaseaux: “E n las d o s ú ltim as d écad as en secto res significativos de la cultura occidental se han estado produciendo cambios en el clima intelectual y cultural. Cambios que pueden caracterizarse como un conjunto de supuestos que se co n o ce co m o p o sm o d ern ism o ”. Y m ás ad elan te agrega, al referirse a las “A ctitu d es vitales”: “S e ap o staría en ton ces p o r el cam b io d en tro d e lo s p arám etro s d e la d em o cracia y co m o p arte de un proceso de agentes plurales (clase, raza, movimiento so cial, etc.)” (1 99 1 :3 07 -309). 67 Juan Bahamonde se percibe este ambiente en que el futuro no promete nada, sino que resulta un estar en el mundo donde reinan por sobre todo, la incertidumbre y el temor hacia lo que viene (2002:47). Los textos de esta sección se han seleccionado considerando su estructura temática y discursiva de la siguiente manera: primero, cuecas vinculadas a la defensa de la sobreexplotación de los productos naturales de Chiloé; segundo, cuecas testimoniales y, tercero, cuecas relacionadas con el tema etnocultural. 5.2.1. CUECAS VINCULADAS A LA DEFENSA DE LA SOBREEXPLOTACIÓN DE LOS PRODUCTOS NATURALES DE CHILOÉ a) En Faenas del mar (Texto Nº 1, sección II), cueca de autor desconocido, el acto enunciativo de la pieza se expresa en prim era persona plural (“Y estamos a bordo/, saliendo los cargadores/, quíñes (pilhua) al hombro”) y está centrado en las actividades marítimas de Carelmapu, desarrolladas tradicionalmente por los buzos de esta caleta típica. En la primera parte del texto no es posible apreciar ningún tipo de conflicto, por cuanto las faenas se desarrollan apaciblemente, siguiendo un proceso y ritmo normal. No obstante, al finalizar la última seguidilla ligada aparece el primer indicio del capitalismo tardío, por cuanto el propósito de los buzos (carelmapinos) es lograr en las profundidades del mar la mayor cantidad de recursos o “p roductos” m arinos (en especial locos, erizos, almejas, etc., que son más apreciados internacionalmente), para ser entregados a los “com pradores” (o interm ediarios), quienes abastecen las em presas pesqueras, con el fin de exportarlos a los mercados internacionales (Japón, España y Estados Unidos, principalmente). En el texto se hace evidente este matiz vinculado a la sensibilidad posm odernista, com o es el capitalism o tardío, representado por “los compradores”, nuevo oficio que ha surgido en los últim os tiem pos en el mercado de la pesca artesanal. El comprador o abastecedor es un sujeto conocedor de los productos del mar; no obstante, como generalmente carece de formación profesional, no tiene conciencia del exterminio de los productos. Su interés mayor es establecer relaciones con los buzos artesanales y abastecer las pesqueras, ligadas a las empresas transnacionales. El pareado final cierra la versión de la cueca con el indicio de una llamada de apoyo espiritual: “ ¿Q uién lanza su plegaria?,/ la C andelaria” . Se desprende, así, que todas estas faenas marinas se desarrollan con seguridad, gracias a que cuentan con el apoyo espiritual de la Virgen Candelaria, celebrada cada 2 de febrero por los buzos de Carelmapu, Calbuco y del sector norte de Chiloé (Chacao, Ancud, Linao, Quetalmahue, 68 Presencia de voces contrahegemónicas principalmente) quienes concurren, como es lo tradicional, a la parroquia de Carelmapu, para acompañar, agradecer y elevar sus oraciones a la imagen patronal. En fin, por su amplitud de sentido, en Faenas del mar tanto el buzo carelmapino, el chilote y, en general, todos quienes trabajan buscando productos en las profundidades del mar se aferran a los elementos espirituales tradicionales (sea en la festividad de La Candelaria, o en la fiesta de San Pedro, celebrada cada 29 de junio por los pescadores a lo largo del país, los que recurren a los saberes heredados para protegerse de este mundo de incertidumbre. En definitiva, el elemento espiritual — con más fuerza que el elemento comercial— aminora este desequilibrio incipiente que comienza a manifestarse en este mundo representado por buzos y pescadores, que se debaten en este contexto del capitalismo tardío que ha invadido la zona. b) En M e voy p‟al loco” (T exto N º 2, sección 2), el hablante lírico en el acto enunciativo de la copla se dirige a un lector implícito pluralizado, manifestándole en actitud competitiva: “ P reparen el equipo, /com enzó el loco;/ hay que llegar prim ero/ ya queda poco” En la seguidilla se actualiza el elemento posmodernista, cuyo síntoma es el capitalismo tardío, puesto que todo está relacionado con la parte comercial del producto (mercado y ley de la oferta y la demanda): “ E l precio es bueno” , “ ...buena es la plata ”. A dem ás, la seguidilla ligada continúa con la imagen vinculada al despilfarro del mundo moderno: “ L a chicas nos esperan/ vamos a Quellón”. El texto, en rigor, gira en torno a este mundo de consumo, placer y derroche. Por otra parte, a pesar de que no se percibe que la intención del poeta es expresar una sátira, el poema se inscribe en la sensibilidad posmodernista, por cuanto — siguiendo a José Joaquín Brünner— transita en dos planos: por una parte se evidencia un ambiente de aventura, alegría, crecim iento, pero que, al m ism o tiem po, “am enaza con d estruir todo lo que tenemos, todo lo que conocemos, todo lo que somos”. (2002:47-48). De esta manera, el poema concluye dejando un sabor de incertidumbre y de temor hacia el futuro: “Y a se acabó el buen rato/ y estam os pato” . Al respecto, con ocasión de la entrevista, el cantautor manifestó lo siguiente “E sta cueca surgió el año 1 9 87 (el profesor Héctor Leiva se encontraba cesante), cuando viví de cerca, en el puerto de Quellón, el comercio del loco. Cada buzo ganaba una enorme cantidad de dinero al vender su cuota de moluscos. Observaba con preocupación cómo el dinero se despilfarraba, por cuanto el buzo no estaba preparado culturalmente para ganar tanta cantidad de plata. En consecuencia, compuse esta pieza como una especie de sátira al momento vivido por los pescadores o 69 Juan Bahamonde buzos (Leiva cantaba esta cueca en las populares peñas). Con este mensaje quería manifestarles que el producto se podía acabar; además, q ue era necesario cuid ar el d in ero , aho rrarlo y no m algastarlo ”. c) En No al puente de Chacao” (T ex to Nº 3, seción II), el hablante lírico — en su condición de chilote y de campesino— eleva su voz, pero lo hace “con pena y rabia” para protestar contra las fuerzas hegem ónicas (las empresas transnacionales o el capitalismo internacional) que han limpiado, prácticamente, los mares, playas y costas de Chiloé: “Ya no hay mariscos/ en nuestras playas”. La voz enunciativa de la cuarteta inicial de esta cueca corresponde a un sujeto, vinculado al espacio rural, que expresa un cierto arrepentimiento de las acciones em prendidas con anterioridad: “Nuestras tierras dejamos/ no es cosa buena; / ya no sem bram os papas,/ trigo y avena” . Este hablante se identifica plenamente con su tierra y, por este motivo, alza su voz en señal de protesta contra las fuerzas usurpadoras, que han invadido el espacio geográfico de Chiloé, explotando sin piedad la riqueza marina y forestal. Primero, repudia la intervención de los capitales foráneos, que — en un mundo moderno y globalizado— han exterminado, prácticamente, la riqueza marina. También censura la llegada de los “gringos” con fines capitalistas para llevarse la riqueza forestal nativa más preciada del archipiélago, como son el alerce y el ciprés. Además, al finalizar la seguidilla, el hablante lírico denuncia la contaminación de los ríos, montes y lagos producida por la excesiva presencia de salmoneras. En el pareado final, la voz enunciativa recurre, mediante una sinécdoque, a un símbolo modernista representativo: la construcción de un puente en el canal de Chacao, proyecto que ha sido durante muchos años un gran anhelo de los chilotes. No obstante, el hablante concluye manifestando que — debido a la actual sobreexplotación de los recursos naturales— si la construcción del puente se hace realidad “estamos sonados”. E n otras palabras y mediante la sinécdoque — tropo que establece la relación de la parte por el todo— la construcción, a corto plazo que se prevé en esta cueca — pero que no se llevará a efecto en la realidad— de este enorme viaducto (equivalente a la “parte” ) se instauraría como signo evidente (o especie de pasillo sin control) del exterminio de las riquezas naturales de la provincia, en su conjunto (corresponde al “todo” ). Sin duda, en este texto poético-musical — más abarcativo y representativo en lo temático que los anteriores— se aprecia el clamor desesperado del hablante lírico por cuanto en un futuro cercano las fuerzas hegemónicas, con más poder y apoyo (legislación, dinero y tecnología), 70 Presencia de voces contrahegemónicas avasallarán las riquezas naturales, las costumbres e, inclusive, pondrán en peligro la identidad del chilote. En la entrevista concedida, Carlos manifestó: “E ste es u n tem a inéd ito , co nsiste en u na cueca d e rep ud io a la construcción del puente Pudeto, por el exterminio de productos y el cambio de vida que está ocurriendo en Chiloé, desde hace algún tiem p o ”. 5.2.2. CUECAS TESTIMONIALES Este tipo de poesía testimonial aparece vinculada formalmente a la cueca, evidenciándose como una creación más profunda.14 El cantautor, al no tener una formación académica o trayectoria como escritor, opta por un lenguaje realista y popular. No obstante, a lo largo de su producción se evidencia la historia del Chiloé actual, cuyo espacio marítimo (ríos, canales y lagos) se encuentra carente de productos y totalmente fraccionado, parcelado o dividido en microempresas, subsidiarias del capitalismo internacional. a) La cueca Río Pudeto (Texto Nº 4, sección II) se inscribe en el marco de una evocación testimonial de las vivencias del cantautor Oscar Caileo, en su condición de pescador, vecino y lugareño, oriundo del sector Pudeto Bajo, un barrio marginal de Ancud. En la primera seguidilla, el texto es de plena conformidad, por cuanto el hablante se refiere a las actividades rutinarias y secuenciales de este espacio marítimo que es el Río Pudeto, describiendo lo que ocurre en sus márgenes: “ V eo arriba del puente/ gente pescando ”. Más adelante se evidencia la riqueza marina ligada familiarmente a las costum bres cotidianas: “m uchos robalos” / que son ricos al horno/ y en estofado” ; es decir, hay una evocación plena de una experiencia vivida, en donde reinan la abundancia, la tranquilidad; en fin, un mundo familiar, tradicional.15 14 En el folleto Ecos de un canto olvidado, Carlos Chiguay Díaz manifiesta: “...voy a seguir amando a mi tierra, porque yo lo siento en el alma y, además, porque llevo sangre huilliche”. Más adelante agrega: “V o y a seg u ir cu ltivando la música, porque creo que lo más valioso que p u ed e ten er el ser h u m an o es su id en tid ad ...” a Sergio Mansilla (1992:23-41). “T al vez sea... la poesía testimonial el género que mejor articula la relación entre ficción literaria, que comporta complejos procedimiento discursivos que se inscriben dentro de un verosímil literario, y el discurso estrictamente testimonial, cuya realización ocurre en el marco de la Historia vivida (o sufrida) en el escenario de la cotidianeidad, de la intimidad personal, fam iliar y co m u n itaria”. 15 E l h ab lan te coin cid e o se id en tifica co n el can tau to r “d e su erte qu e u n a d e las co n ven cion es de la poesía testimonial es la transparencia del sujeto de la enunciación, esto es, la ilusión de que asistimos al decir de una persona real”. Sergio Mansilla agrega: “L o p arad ó jico d el caso es que se trata de una ilusión verdadera: efectivamente el hablante es el poeta dando cuenta de una 71 Juan Bahamonde No obstante, este mundo ha ido quedando atrás, pues ahora el espacio natural (el río) ha sido comprado, parcelado por los poderes hegemónicos: las concesiones, destinadas en exclusiva a los sindicatos. Precisamente, en la segunda parte del texto donde se prolonga la seguidilla, el hablante testim onial evidencia su conflicto (“ahora tengo una pena”); esto es, hay un quiebre del yo con el mundo que le rodea, por cuanto este hablante no siente como suyo al río Pudeto. Existen, ahora, otros elementos modernistas, por cierto, con otros proyectos sociales y económicos, como los sindicatos y las “agrupaciones de buzos artesanales o de algueros”, que se han apoderado de manera injusta de este territorio natural que anteriormente era propiedad de todos los habitantes y pescadores. Es más, el espacio marino ahora ha sido parcelado y cada microespacio o parcela son administrados por las denominadas “concesiones” o “áreas de m anejo” com o se les denom ina. Como se puede apreciar, es tan evidente la angustia del hablante testimonial, que cierra el relato con un dístico interrogativo: ¿A quién perteneces tú, /río Pudeto de Ancud? Que pone en evidencia el elemento posmodernista, por cuanto el poema finaliza con una manifiesta incertidumbre y tem or hacia el futuro. C om o dice, B rünner: “T enem os m iedo a perder todo lo que tenemos, en particular, el mundo de convenciones y jerarquías en que se fundan nuestras seguridades” . (2002:47). Oscar Caileo resume su testimonio de la siguiente manera: “Y o he vivid o siem p re en P u d eto . D urante m i in fancia y ad o lescencia recorríamos todo el río en bote, porque era nuestro espacio; incluso dejábamos que la embarcación sea arrastrada (conducida) por la corriente. Después de la década del 80 comenzaron a aparecer las concesiones marítimas (porción de terreno o espacios asignados a los sindicatos de algueros). Ahora el río está totalmente parcelado y todas estas personas se sienten dueñas de este espacio natural. Yo compuse esta cueca, porque me duele mucho lo que está ocurriendo con este medio natural, en donde yo, junto a mis familiares y amigos, me desarrollé como pescador aficionado. Soy testigo de este atropello y sentí el d eseo d e d en unciarlo en la p eña “L a M inga”, d o nd e actuáb am o s lo s integrantes d el co njunto “C anto s d el S ur”, integrad o po r la fam ilia C aileo , d e P ud eto B ajo ”. experiencia vivida, pero al mismo tiempo es la mediación entre la vida real y el enunciado poético, o sea, es una figura del lenguaje. Hablante y poeta no están en el mismo nivel o n to ló gico , d esd e lu ego , p ero se co n fu nd en en el ro l d e su jeto d e la en u n ciación ” (19 92 :26 ). 72 Presencia de voces contrahegemónicas E l “río P udeto”, por lo tanto, es el sím bolo metonímico de Chiloé o de las costas de Chile,16 donde se produce este tipo de parcelación de los ambientes naturales. Además, en esta cueca se evidencia la oposición tradición vs. modernidad. La modernidad ha traído el desequilibrio del medio natural, por cuanto mediante diversos recursos — sociales, políticos y jurídicos— implantados arbitrariamente (sindicatos, concesiones o áreas de manejo) han condenado a los lugareños a sufrir, por la fuerza, este verdadero desarraigo de sus dominios naturales. En suma, la cueca testimonial abre rutas imaginarias y poéticas para oponerse y quebrar el peso hegemónico, el peso del poder. 5.2.3 CUECAS VINCULADAS AL TEMA ETNOCULTURAL Las cuecas del cantautor Héctor Leiva Díaz están centradas en el tema étnico (huilliche) y, sin duda alguna, desde esta perspectiva forman una trilogía: Cueca por los hijos de la montaña, Cueca por el pueblo mapuche y Cueca por Estanislao Chiguay (Textos 5, 6 y 7, sección II). Leiva es un cantautor innovador, por cuanto su producción está vinculada a un tema definido y, además, utiliza estrategias textuales semejantes a la denominada “poesía chilena etnocultural”, tales17 como inserciones lingüísticas y el collage etnolingüístico, hibridando el mapudungun con la lengua estándar. En su documento Ecos de un canto olvidado, Héctor Leiva Díaz manifiesta: “C uando m e em piezo a su m ergir... en el m undo indígena, eso a mí me golpea muy fuerte y empiezo a construir canciones (mejor dicho cuecas) que tienen mucha relación con el mundo indígena. Lo primero que hago ahí es un poema, porque eran tantas las cosas que iba viviendo diariamente. Yo construyo un poema que se llama huilliche, y en él quiero plasmar todo lo que a mí me impresionó, lo que me conmovió en medio del pueblo huilliche. Y es un poema que tiene una carga muy fuerte de tristeza, incluso de indignación, pero que term ina con una parte de m ucha esperanza”. Veamos cómo se evidencian algunos códigos vinculados a la etnoculturalidad, en este proyecto poético-musical de Leiva: 16 Dice I. Lotman (1996:81): “L as relacio n es d el texto co n el co n texto cu ltu ral p u ed en tener un carácter metafórico... o también carácter metónímico, cuando el texto representa el contexto co m o u n a p arte rep resen ta el to do”. 17 La mayoría de los escritores del sur manifiestan de manera expresa o tácita esta situación del habitante de Chile, que vive inmerso en su hábitat y su cultura, no siempre consciente de las contradicciones y problemas que allí existen. I. Carrasco en “P o esía C h ilen a E tn o cu ltu ral” (2000:25) señala: “P ara exp resar (o mejor dicho, denunciar) en forma consecuente esta situación, los poetas han aprendido, modificado y mezclado distintos lenguajes y tipos de d iscu rso , tales co m o el m ap u d un gu n , el esp añ o l están d ar, el d ialecto d e C h ilo é”. 73 Juan Bahamonde a) Lo étnico es el tema que engloba esta trilogía, representado simbólicamente por los “hijos de la montaña” (m etáfora alusiva al huilliche, habitante rural), por el “ pueblo m apuche” y por Estanislao Chiguay, un “lonco williche”. En los textos mencionados, el hablante lírico, preocupado por el mundo étnico y sus problemas, eleva la voz (sinónim o de “vida”, expresada en defensa de lo que somos) como único elemento racional para luchar contra el poder hegemónico (el gobierno, las autoridades y las empresas transnacionales, etc.). A sí, en el prim er texto el poeta aparece “Gritando por los hijos/ de la m ontaña” ; luego, en la segunda pieza expresa: “Esta cueca yo canto/ con sentim iento” y, finalmente, en la tercera cueca, el hablante recurre a la tradición, a las palabras del lonco Chiguay, apostrofándolo: “gritabas con voz de trueno/ soy un L onco w illiche” . Estas cuecas están situadas en el escenario del mundo huilliche de Chiloé que aparece representado dignamente por sus líderes: José Santos Lincomán (cacique y poeta de Compu), Pedro Guenteo (cacique de Chadmo) y Estanislao Chiguay (cacique de Incopulli), símbolos de la defensa contra la larga represión sufrida históricamente por este pueblo. Por lo tanto, el poeta se refugia en estos loncos, como dignos de ejemplo y orgullo, con el objetivo de continuar con valor y constancia en esta lucha por la defensa de lo que somos auténticamente, centrada en tres proyectos esenciales: la unión de la etnia y la defensa de la identidad; la recuperación de los territorios heredados de los antepasados y convocar a la racional explotación de sus bosques. b) El estigma del genocidio está presente en dos piezas: Cueca por los hijos de la montaña y en Cueca por Estanislao Chiguay. En el primer texto, el poeta une su voz a la de sus herm anos huilliches, “hijos de la montaña”, para denunciar y defender la usurpación de la tierra y los bosques que están siendo sobreexplotados, víctimas de la enajenación de las fuerzas hegemónicas (en este caso, las empresas transnacionales, con más poder y dinero. En la entrevista sostenida el 21 de mayo de 2004, Leiva explicitó: “L a „Cueca por los hijos d e la m o n taña‟ está relacionada con la situación vivida con la empresa Golden Spring, cuando comenzó a trazar un camino en el sector de Yerbaloza (localidad cercana a Compu), sin pedir permiso a nadie. Esto causa preocupación en la gente indígena, pero nadie le escuchaba, hasta que un ministro de la época de Eduardo Frei le escucha y detiene este atropello. En fin, la cueca tiene relació n co n esta situació n testim o nial”. c) La doble codificación también es una estrategia textual de esta cultura alternativa o de resistencia de los cantautores de Chiloé. En la Cueca por Estanislao Chiguay, el hablante eleva su voz de protesta, mezclando el léxico 74 Presencia de voces contrahegemónicas mapuche-huilliche con el español estándar. En el pareado final expresa: “Ya estás con Buta Chao (se refiere al gran creador o Dios) / fuiste grande Estanislao”, estrategia textual presente en la poesía chilena etnocultural. En este sentido, Héctor Leiva es un cantor innovador en este tipo de discurso folclórico (cueca), por cuanto, en un mundo posmodernista, es posible hablar de convergencias de distintos géneros y códigos (Brünner. 2002:55), en este caso, a nivel textual, pero no musical, por cuanto la cueca es un subgénero poético-musical de esquema más rígido. Según se expresó precedentemente, en las tres piezas se evidencia una voz de resistencia en el sentido de continuar con valor y constancia en esta lucha por la defensa de lo que somos auténticamente: la unión de la raza y la defensa de los territorios heredados. La Cueca por los hijos de la montaña “grita”, contra la destrucción de un hábitat y contra el genocidio, contra la invasión de las empresas extranjeras en su proyecto de exterminio de los bosques y reservas naturales; la Cueca por el pueblo mapuche canta “con sentimiento” por los derechos y la defensa de la identidad, en tanto que en la Cueca por Estanislao Chiguay nuevamente se alza la voz por las defensa de una tierra herencia de los antepasados para que esté al servicio de sus descendientes. 5.2.4. En suma, a la luz de los temas expuestos en los textos de esta sección, es posible determinar que ellos están vinculados temáticamente a la incertidumbre del mundo cultural que vive Chiloé, producto de la sensibilidad posmodernista, que ha ingresado con fuerza a este espacio. Al mismo tiempo, es posible percibir que estas voces de resistencia se presentan de diferentes maneras, influyendo en el aspecto discursivo de las piezas: a) Los cantautores Leiva y Chiguay presentan sus textos desde la actitud o postura de quienes sienten el deber de actuar en defensa de la identidad cultural de Chiloé; de esta manera se expresan contra los elementos que conforman la cultura de mercado y, en tal sentido, son discursos denunciatorios. b) En cambio, Oscar Caileo presenta su discurso desde la postura de quien vive auténticamente la cultura de Chiloé y, por lo tanto, se manifiesta en contra de aquéllos que están involucrados como ejecutores de la cultura de mercado para lo cual se recurre a un discurso testimonial. 75 Juan Bahamonde 5.3. ANÁLISIS COMPARATIVO Un análisis comparativo de las piezas de ambas secciones (situadas en dos escenarios o épocas diferentes) permite establecer una dicotomía entre: Tradición vs. Posmodernismo en los términos siguientes: a) En la primera sección predominan los elementos propios de la tradición y una total ausencia de elementos posmodernistas), según se describe en el cuadro siguiente: TITULO 1. Chiloé, tierra querida 2. El invierno 3. El Machucho 4. Las misiones 5. Central Remehue Antes de 1980. Se excluyen elementos posmodernistas: no existe la incertidumbre; por el contrario, se exaltan los elementos culturales heredados. No hay temor, por el contrario se valora lo que somos y lo que tenemos. No hay temor, por el contrario se valora lo que conocemos: los saberes heredados. No hay temor, por el contrario se valora lo que conocemos: los saberes heredados. No hay temor, por el contrario se valora lo que conocemos por formación espiritual. No hay temor, por el contrario, valoración de lo que conocemos a través de la formación sistemática). Además, la lectura sucinta de este cuadro esquemático permite determinar que: — En la pieza anónima Chiloé tierra querida se evidencia — siguiendo a Brünner— lo que somos, es decir, la provincia de Chiloé, como pequeña nación o pueblo, que conserva arraigadas actitudes culturales. Pero también está presente lo que tenemos: el gran orgullo de pertenecer a esa cultura — amalgama de huilliche y de español cristiano— con valores y principios sólidos que los diferencian de las demás. — En El invierno y El Machucho se valora lo que conocemos; esto es, aquellos saberes heredados portadores de identidad — como la mitología y la artesanía— transmitidos de generación en generación, pero que forman parte de la vida auténtica del chilote. — En Las misiones y en Central Remehue se valora la herencia que llegó desde occidente. En primer lugar, la formación espiritual — especialmente a través de la religión católica— arraigada con tal fuerza, que mantiene a la fecha elementos conservadores. En segundo lugar, la educación sistemática 76 Presencia de voces contrahegemónicas que, por muchos años, el chilote ha debido buscar lejos de su territorio, consciente de sus aspiraciones profesionales. La suma de todos estos elementos, anclados en un extenso pasado, conforman la tradición cultural del chilote. b) En la segunda sección los cantautores presentan una sensibilidad posmodernista, que se evidencia ya sea mediante matices o en forma predominante, que interviene y modifica la cultura tradicional. De esta manera, la situación significativa es la siguiente: TITULO 1. Faenas del mar 2 . M e vo y p a‟l lo co 3. No al puente de Chacao 4. Río Pudeto 5. Cueca por los hijos de la montaña 6. Cueca por el pueblo mapuche 7. Cueca por Estanislao Chiguay Después de 1987. Se incluyen elementos posmodernistas: predominio de la incertidumbre Hay temor a perder lo que tenemos: porque hay indicios de que no se lo valora. Hay temor de perder lo que tenemos: porque no se valora. Hay temor de perder lo que tenemos y lo que somos: porque no son valorados. Hay temor de perder lo que tenemos: porque no se lo valora. Debemos proteger y defender lo que tenemos: para legarlo a nuestros descendientes. Debemos elevar la voz y defender lo que somos (como la raza), para no perderla. Debemos defender sin temor lo que tenemos (nuestra tierra), para no perderla. La lectura de este cuadro esquemático permite determinar lo siguiente: a) Las tres cuecas descritas como voces poético-musicales, vinculadas a la defensa de la sobreexplotación, especialmente Me voy p’al loco y No al Puente de Chacao, de Leiva y Chiguay — ambos, habitantes de Quellón donde, actualmente, predominan las industrias salmoneras y conserveras— se presentan desde la actitud o postura de quienes sienten el deber de actuar en contra del boom comercial de los productos del mar (capitalismo tardío) y, al mismo tiempo, en defensa de la identidad cultural del chilote. b) En cambio, Oscar Caileo, en Río Pudeto enuncia un discurso testimonial desde la postura de quien vive auténticamente la cultura de Chiloé y, por lo tanto, se manifiesta contra los que actúan como ejecutores de la cultura de mercado. Sin duda, en esta cueca chilota — elaborada con un lenguaje 77 Juan Bahamonde popular— se manifiesta una profunda incertidumbre vivida por los chilotes, quienes están sufriendo la enajenación de sus espacios naturales: ríos, lagos y mares. c) Por último, en la trilogía de Leiva los textos son presentados desde la actitud o postura de quien eleva su voz para defender al pueblo o etnia huilliche de Chiloé, expresándose contra los elementos que conforman la cultura de mercado, con más poder y dinero. En estas cuecas es permanente el sentido de continuar con valor y constancia en la lucha por lo que somos auténticamente, esto es, defender los territorios heredados de los antepasados, los bosques de estas tierras, la unión de la raza y la defensa de la identidad, postulándose un final esperanzador. El análisis en conjunto de estas siete cuecas, a la luz de los elementos posmodernistas, permite determinar que en Chiloé — producto de esta cultura dominante que impera con fuerza desde los últimos veinte años— reinan incertidumbre y temor a lo que sucederá en el futuro, tanto cualitativa como cuantitativamente. Por ejemplo, con la virtual construcción del puente Pudeto, — hasta ahora suspendida— con la sobreexplotación de los recursos naturales, con la invasión de las salmoneras, etc. En fin, existe un torbellino de sucesos que hacen ecos resonantes en un espacio limitado geográficamente, con una cultura representativa y cohesionada que es víctima de la posmodernidad. Como afirma don Juan Luis Ysern — ex Obispo de Ancud— al parecer, no sólo es Chiloé, “sino la hum anidad entera la que está desconcertada, sin saber qué está pasando. Se puede conocer en qué consiste (el desarrollo de una nueva tecnología, el boom industrial, la globalización del comercio, etc.), pero no se sabe qué efectos está produciendo en los comportamientos humanos. Lo que se ve es que algo nuevo está sucediendo: una nueva cultura” (2000:19). 5. CONCLUSIONES 1. Conforme a la tesis de J.J. Brünnner sobre el Posmodernismo, se puede determinar que esta sensibilidad ha alcanzado reactivamente a un grupo identitario cultural de resistencia como son los cantautores chilotes, que actualmente se encuentran en plena producción. Mediante sus cuecas, ellos elevan sus voces contrahegemónicas de carácter poético-musical para denunciar los enormes cambios experimentados en su medio, hecho que no ocurre en el resto del país. 2. Estas cuecas de resistencia o innovadoras están circunscritas a proyectos personales y grupales que crean temas para un grupo folclórico definido. En los enunciados de estos textos se revela una preocupación por problemas contingentes vinculados al Chiloé actual; además, se 78 Presencia de voces contrahegemónicas denuncian situaciones de represión, de injusticias y de defensa de la identidad. 3. También se han podido detectar innovaciones en el aspecto discursivo que dan paso a la “cueca testim onial”, por ejem plo. 4. Sobresalen cantautores innovadores, cuya producción está directamente relacionada con el tema étnico. Además, se utilizan estrategias textuales, como incrustaciones lingüísticas, mezclando el mapudungun con la lengua estándar, por ejemplo, lo cual permite establecer una relación de convergencia con la poesía etnocultural del sur de Chile. Universidad del Bío-Bío Facultad de Educación y Humanidades Departamento de Estudios Generales Avenida Collao 1202, Concepción - Chile [email protected] BIBLIOGRAFÍA ACEVEDO HERNÁNDEZ, Antonio. La cueca: Orígenes, Historia y Antología. Santiago: Nascimento, 1953. 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Algunas fueron creadas por cantautores (como Los remeros de Compu); otras son de raigambre generacional, anónimas, e incorporadas al repertorio de conjuntos folclóricos de diversas localidades (urbanas y rurales) de Chiloé. Todas estas piezas son anteriores al año 1980. 1. CHILOÉ TIERRA QUERIDA18 2. EL INVIERNO19 Chiloé tierra querida /: por ti estamos cantando, :/ por ti damos la vida por eso te quiero tanto. Chiloé , tierra querida. /: Ha llegado el invierno, la vida, hay que abrigarse,:/ /: hágase un buen chalcito, la vida, para taparse, :/ /: para taparse, ay sí, la vida, el frío espanta ,:/ /: preparemos los quelgos, la vida, p a‟cer m i m an ta ,:/ /: p a’cer m i m an ta, ay sí, la vida, lana chilota, :/ /: sácale brillo al piso, la vida, con tus ojotas, :/ /: con tus ojotas, ay sí, la vida, agua del río, :/ hay que dormir juntitos, la vida, p a‟n o sen tir frío . El Canal de Chacao, Ancud y Castro; /: no olvidemos a Queilen que está de lado. .......................... ......................... /: donde ahora llegamos hasta Chaiguao. :/ ......................... hasta Cailín, /: nuestra isla famosa donde no hay penas. :/ Justo con conocerte se ve Quellón, /: lo hace tocar guitarra y el acordeón .:/ .................................... Hay que bailar ahora, la vida, con la tejedora. 18 Versión/informante: C o n ju nto “S an Ju an ”, Q u eilen . Recopilada en Achao, febrero, 2003. Autor: Alfonso Paillaleve Quiñ án . V ersión : C o njun to “A u car”. (Este topónimo, según R. Cárdenas, proviene de Auca + cara: „po blad o reb eld e‟, comuna de Quemchi. 19 81 Juan Bahamonde 3. EL MACHUCHO20 /: Mi vida, y una vez en una cueva, ya, :/ /: me tocaron la cueca, bailó el machucho, si ayayay. :/ /: Por bailar el Machucho, perdió su pata, ya , :/ /: se le quedó la pierna, pega(da) en la espalda, si ayayay. :/ /: Por eso que el Machucho, no pueda caminar, ya, :/ /: camina y a saltito, muy despacito, si ayayay. :/ El Machucho vive allí, en la Cueva de Quicaví. 4. LAS MISIONES22 Ya llegaron Las Misiones, los jesuitas, /: a levantar bandera en las casas ricas . :/ Tengo un petiso blanco de buena rienda, /: cuando voy pa(ra) Rauco el pueblo tiembla :/ el pueblo tiembla, ay sí, la Lucha Pérez, /: que por no tener plata nadie la quiere ./ C u an do m e vo y p a‟rrib a co rro p a‟b ajo, /: me gusta Vilupulli en el mar bajo . :/ 20 Me dicen que llegaron Las Misiones, /: celebran casamientos p a‟lo s so ltero s. :/ Date vuelta en el aire con tu comaire. 5. CENTRAL REMEHUE21 Llegamos a Remehue, caramba, un seis de marzo; fecha aproximada para empezar los trabajos. Los campesinos vienen a aprender muchas labores; que les van a enseñar, caramba, los profesores. Los profesores, sí, personajes importantes; que hay que respetar mucho, caramba, en las centrales. En las centrales, sí, centros educacionales; donde el campesino se viene a perfeccionar. Perfeccionar, ay sí, caramba, quién lo diría; salimos del Instituto, caram b a, a tirar p a‟ arrib a. Tirar p a‟ arrib a , ay sí, caramba, quien lo diría. In fo rm an te: P ro sp erin a R enín R . V ersión : C on ju n to “C au cah u é” (kaukau: „gavio ta‟ y hue: „lu gar‟), co m u n a d e Q u em ch i. 22 V ersión : C on jun to “R aíces d e N alh u iltad ” o N ah u ild ad (Nahuel: „león‟ y dad: „voz común, pero no se ha definido‟), comuna de Chonchi. 21 Autores: Los remeros de Compu. Versión entregada por Hugo Antipani Oyarzo, profesor de Compu (junio, 2004). 82 Presencia de voces contrahegemónicas Anexo II. Conjunto de siete piezas poético-musicales (cuecas), en su mayoría creadas por cantautores, oriundos de Chiloé, a partir del año 1987. 1. FAENAS DEL MAR 23 2. M E V O Y P ’A L L O C O /: Amanece en Carelmapu, caramba, y estamos a bordo :/ Preparen el equipo, comenzó el loco, hay que llegar primero ya queda poco, ay, ay, sí, sí. /: saliendo los cargadores quiñes24 al hombro :/ quiñes al hombro, ay sí, caramba, se hacen a la mar :/ /: con la fe y esperanza, caramba, a trabajar :/ /: a trabajar, ay sí, caramba, :/ quien cielo sea, :/ /: los buzos trabajando, caramba en la marea :/ /: en la marea, ay sí, caramba, trabajadores, /: a entregar sus productos, caramba los compradores. ¿Quién lanza su plegaria?, La Candelaria. 25 Ya queda poco ay sí, y el precio es bueno, camarón que se duerme lo echan al medio, ay, ay, sí, sí. Lo echan al medio, ay sí, la mar es brava, no le tengamos miedo buena es la plata, ay, ay , sí, sí. Buena es la plata, ay sí, dale al motor, las chicas nos esperan vamos a Quellón, ay, ay, sí, sí. Ya se acabó el buen rato, Y estamos patos, ay, ay, sí, sí. 23 Versión: Conjunto Tierra Verde Fuente: Centro de Folclore Magisterio de Ancud. Informante: Héctor Leiva Díaz, autor y compositor. 24 Quiñe: Pilhua confeccionada con redes o con fibra vegetal. Se utilizan a nivel casero para transportar mariscos, frutas u otros comestibles. Hoy los buzos emplean este mismo objeto para levantar sus productos desde el fondo del mar. (Cárdenas, Renato 1994:195). 25 Informante: Héctor Leiva Díaz, autor y compositor. (Quellón, junio 2004) Recopilación: Juan Bahamonde Cantín. 83 Juan Bahamonde 3. NO AL PUENTE DE CHACAO26 Voy a cantar mi cueca, la vida con pena y rabia; ya no hay marisco, la vida, en nuestras playas. Nuestras tierras dejamos, mi vida, no es cosa buena; ya no sembramos papas, la vida, trigo ni avena. A la isla llegaron los gringos, con interés, a explotar el alerce, la vida, y el ciprés. Ríos, montes y lagos, la vida, contaminados. Llena de salmoneras tenemos, por todos lados. Si hay un Puente en Chacao, estamos sonados. 4. RIO PUDETO28 Por el río Pudeto voy navegando; veo arriba del puente gente pescando. Gente pescando, sí, muchos robalos, que son ricos al horno y en estofados. En estofados, sí, lindo era el río; ahora tengo una pena, que ya no es mío. Que ya no es mío, sí, se apoderaron de todo el río Pudeto los sindicatos. 26 Los sindicatos, sí, y agrupaciones; cambiaron su destino, las concesiones. ¿A quién perteneces tú, río Pudeto de Ancud? 5. CUECA POR LOS HIJOS DE LA MONTAÑA27 /: Esta cueca me nace, mi vida, de las entrañas; :/ /: gritando por los hijos, mi vida, de la montaña. :/ /: De la montaña, ay sí, mi vida, que están clamando; :/ /: hermanos nuestro mundo, mi vida, se están llevando. :/ /: Se están llevando, ay sí, mi vida y a pedacitos; :/ /: qué quedará mañana, mi vida, p a‟ nu estro s hijo s. :/ /: P a’ n u estros h ijos, sí, mi vida, y es nuestra tierra;:/ /: tenemos que cuidarla, mi vida, p a‟ lo s q u e ven gan .:/ Sabio es el pueblo que habla, no le volvamos la espalda. Informante: Carlos Chiguay, autor y compositor. Recopilación: Roberto Contreras Vaccaro y Juan Bahamonde Cantín. (Quellón, junio 22, 2004). 28 Informante: Oscar Caileo, autor y compositor. Recopilación: Juan Bahamonde Cantín. (Ancud, agosto 18, 2003). 27 Informante: Héctor Leiva Díaz, autor y compositor. Localidad: Quellón (28 de julio de 2003). Recopilación: Juan Bahamonde Cantín. 84 Presencia de voces contrahegemónicas 6. CUECA MAPUCHE29 POR EL PUEBLO 7. CUECA POR ESTANISLAO CHIGUAY30 /: Esta cueca yo canto, mi vida, con sentimiento; :/ /: por el pueblo mapuche, mi vida, que es un portento.:/ /: ¡Qué es un portento!, mi alma, mi vida, lo digo fuerte; :/ /: defienden sus derechos, mi vida, y hasta la muerte.:/ /: Y hasta la muerte, mi alma, mi vida, me voy cantando; :/ /: mis hermanos huilliches, mi vida, me están llamando.:/ /: Me están llamando, mi alma, mi vida, me voy ligero; :/ /: la dignidad del hombre, mi vida, y está primero. :/ /: Peleando tus derechos, gritabas con voz de trueno;:/ /: soy un Lonco williche, nuestra tierra defendemos.:/ /: La defendemos, sí, aunque la vida nos cueste;:/ /: se muere nuestro mundo, si de ella estamos ausentes.:/ /: Estamos ausentes, sí, la justicia buscaremos;:/ /: por los antepasados, por los hijos, por los nietos.:/ /: Hijos y nietos, sí, por mi pueblo, por mi gente;:/ /: ellos son el futuro, se merecen mejor suerte.:/ Lincomán y Guenteo, en mi corazón los llevo. Ya estás con Buta Chao, fuiste grande Estanislao. 29 Informante: Héctor Leiva Díaz, autor y compositor. Localidad: Quellón (28 de julio de 2003). Recopilación: Juan Bahamonde C. 30 Informante: Héctor Leiva Díaz, autor y compositor. Localidad: Quellón (28 de julio de 2003). Recopilación: Juan Bahamonde C. 85 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (87-100) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html NUEVOS LECTORES Y NUEVAS LECTURAS PARA “M A L D IT O G A T O ” D E JUAN EMAR New readers and new readings for “M aldito gato” by Juan E m ar Julio Piñones* Resumen Se aplicarán lo s co ncep to s centrales d e la “sem ió tica d e la cultura y d el texto ” de I. Lotman (La semioesfera I, 1996) para plantear e intentar resolver el problema de la in stalació n d e la “sem io esferia” y d e la “p eriferia” en u n n uevo texto recep tivo . A l establecer las múltiples conexiones de los elementos de este, se operará con las derivaciones del concepto de función planteadas por diversos autores. La función indicial dará información básica del relato, la función secuencial permitirá reordenar las series narrativas, la función agencial identificará los roles de los actantes; la función poética revelará la riqueza artística de este cuento y su interpretación, según B arthes (1 9 7 0 ), p erm itirá “ap reciar la p luralid ad q ue lo co nstitu ye”. Palabras clave: conceptos semióticos, Lotman, Emar. Abstract This article reviews the concepts of the semiotic theory of culture and the semiotic of the text by I. Lotman to state and intend to solve the installation of the “semioesfer” and “periphery” problem in a new receptive text. In order to establish multiple connections in “M ald ito G ato ”, b y Juan E m ar, we will use diverse concepts of the textual functions defined by different authors. The index function will provide basic information of a narration, the sequential function will allow us to reorder narrative series, the agential function will identify the actants‟ roles, the poetical function will reveal the artistic richness of this short-story and, according to Barthes (1970), the interpretation of this narration will allow the reader “to ap p reciate the p lurality that co n stitutes it”. Key words: concepts semiotics, Lotman, Emar. Julio Piñones PRESENTACIÓN1 “S em ioesfera” y “periferia” en “M aldito gato” 2. Según Lotman, la “sem ioesfera” corresponde a “un continuum sem iótico, com pletam ente ocupado por formaciones semióticas de diversos tipos y que se hallan en diversos niveles de organización” (19 96: I 22). La oposición de la semiosfera es la “periferia”, la que ha sido considerada com o “un entorno exterior no organizado” (I 29). Ambos espacios semióticos se encuentran delimitados por el concepto de “frontera”, que “es la sum a de los traductores „filtros‟ bilingües que pasan por el texto a través de los cuales un texto se traduce a otro lenguaje (o lenguajes) que se halla fuera de la sem ioesfera dada” (I 24). En consecuencia, aquí se analizará, describirá y problematizará la situación que se configura al pretender establecer las interacciones de los conceptos citados en el cuento “M aldito gato”. Para efectos de este artículo, ha ordenado este cuento de Emar por medio de dos macrosecuencias (I y II) que encabezan cada proceso de lectura y que, a su vez, han sido divididas en subsecuencias que son desarrolladas en el cuerpo central del trabajo. I. PRIMER CAMPO SEMIÓTICO NUCLEAR: LO EUFÓRICO 1.1. Esplendor matutino del 21/02/1919: Salida hacia los cerros del Melocotón (29). Funciones y escritura del nuevo texto. Para determinar las zonas predominantes y las marginalidades, la función indicial proporciona información sobre lo auspiciosa que es una mañana. En la 1ª subsecuencia se fija la fecha inicial del acontecer y se establece la doble función actancial y enunciativa del destinador, cuyo objetivo es galopar hasta los cerros del Melocotón (29-51). Observadas las correlaciones jerárquicas de los personajes, se identifica la función actancial: a) dominante del enunciador con relación al sirviente y al caballo; b) subordinada del sirviente; c) dominada del caballo. 1.2. Factores del esplendor: Temperatura y perfumes campestres (29/32). La temperatura, como factor suprarreal que circunscribe el entorno abstracto del jinete, interactúa con las acciones lúdicas de éste. Los cambios de ritmo que impone en el juego que ha inventado, dotan de suprarrealismo a la cabalgata y demuestran cómo se comportan los factores gravitantes dentro de esta zona 1 Este trabajo procede de la investigación Análisis evaluativo de las funciones semióticas en Diez, de Juan Emar; proyecto financiado por la Dirección de Investigación de la Universidad de La Serena (2005-2007), y patrocinado por el Departamento de Artes y Letras de esta Universidad. 2 Juan Emar, (1893-1964). 1937. “M ald ito gato ”, en Diez. Santiago de Chile: Nascimento. Citaremos por esta edición. 88 Nuevos lectores y nuevas lecturas nuclear. El destinador atraviesa y describe los sitios por los que cruza con su caballo; el enunciatario analiza y plantea un nuevo (su) texto abierto. Se advierten el egocentrismo y las capacidades actanciales del enunciador, atendiendo a los indicios que proyecta su actuar: da órdenes y busca la aventura. Por otra parte, en la mancomunión de esta singular empresa que comienza, el corcel del destinador se constituye en un apoyo fundamental para el desarrollo de los eslabones accionales posteriores. Así, en el corcel se cumple un programa narrativo, subordinado, pero esencial con relación a lo que aporta en las riesgosas peripecias por las que atraviesa su amo, por lo que acontece el acceso de la dupla protagónica al límite abstracto entre territorio marginal y nuclear. El caballo “T interillo” alcanza esta posición al cruzar la frontera, desde la libertad de la periferia hasta su ensillamiento, que lo integra a esta nueva estructuración primordial. Se constituye, de este modo, la com plejidad de esta “persona sem iótica” (L otm an I 25), generada por la confluencia de estos roles actanciales. E sta “persona sem iótica” activa el funcionam iento de este núcleo, creando fenómenos maravillosos. Después de experimentar las sensaciones térmicas extremas — calor y frío— se genera un tercer estado de bienestar acorde con la desaparición de la temperatura, acontecimiento que sólo puede aparecer en el interior de este sistema cerrado a lo extrasemiótico (29). Tal dialéctica connotativa origina dos sensaciones antitéticas y ubica — en el vértice superior de la síntesis imaginaria— un desiderátum de paz y dicha que suspende y alza al ser de las circunstancias físicas de lo humano, siendo este un núcleo de búsqueda recurrente en el texto. Estos giros suprarrealistas seguirán actuando dentro de las condiciones que se le atribuyen a esta dimensión, que es la de funcionar en una continuidad semiótica o la de su demarcación abstracta diferenciadora con relación a otras semioesferas o a otros espacios extrasemióticos (I 24). Las variantes de esta cabalgata dotada de impulsos extremos y de bruscas detenciones permiten percibir las inclinaciones hacia los movimientos y retracciones de este sistema semiótico. El eje de ambas instancias se instala en las configuraciones mutables de la enunciación que va descubriendo los resultados de ciertas órdenes recibidas por el corcel y sus efectos en el jinete: los manotazos en una oreja y en la grupa de la cabalgadura. Lo que afirmo se sostiene en la concurrencia tanto de nexos concluyentes como de oposiciones frontales de sus conjuntos significantes. Una nueva clase de lectura empezará a surgir cuando el texto entregue la vastedad de significantes generados por el jinete que narra y concreta su propia historia, al ir en tránsito hacia esa “larga alam eda de algarrobos” (29) y que, en seguida, endilga hacia los territorios abstractos de la cabalgata. La narración aquí retoma un sentido primario y 89 Julio Piñones fundamental del arte: el de descubrir, sobre lo cual escribió Hans Robert Jauss: “la experiencia estética (… ) hace que se vea de una m anera nueva” y, “con esta función descub ridora, procura placer por el objeto en sí, placer en presente” (1986:40). Por medio de una analogía fílmica, se puede afirmar que ante los ojos del lector se suceden con diversas velocidades las escenas de este cuento de Emar. La subjetividad que narra se enuncia a sí misma; ella concreta lo que inventa e involucra su emocionalidad. Tal subjetividad disfruta y comparte el placer estético con la audiencia que se inserta en el desarrollo dinámico de este sistema semiótico y de las funciones secuenciales que se potencian al fundirse con la índole fantástica de la cabalgata que se narra. La expresividad tiende a producir en el lector un interés constante, según vaya traduciendo las provocaciones del destinador y las vierta en su escritura como enunciatario. Derivado de lo anterior, este enunciatario asumirá la serie de fenómenos escriturales de esta enunciación ingresando en las brechas y en los cambios rítmicos del recorrido narrativo que le permitan percibir sus sentidos. Acotado este cuento como una confluencia de diversas corrientes semioesféricas y periféricas, el proceso de lectura puede comenzar a verse como un espacio dialógico: un ámbito de conexiones imbricadas por el juego activo entre enunciador y destinatario. Expuesto a los desplazamientos temporales del texto, el lector debe moverse con flexibilidad, atento a la fluidez de estas instancias que van y vuelven en el espacio semiótico. Así ocurre en el caso de las demarcaciones fronterizas que no son físicas, sino que son puentes abstractos que posibilitan o deniegan el ingreso de lo externo a la semioesfera. Los problemas que nos plantean estas diferenciaciones de niveles figurativos corresponden al funcionamiento del sistema que se va constituyendo como texto y a la identificación de conexiones que vinculan estas series. Que tal funcionamiento y series se muestren caracterizables en sus interacciones depende de las diversas lecturas potenciales de un sistema que se valida al manifestar su continuidad semiótica, dentro de la cual consideramos que el discurso cuentístico de Emar — en términos de Lotman— posee consistencia propositiva, gracias a su “hom o geneidad e individualidad” (I 24). La participación básica del lector es insustituible para la constitución del territorio nuclear imaginario del jinete/enunciador, un nivel extraordinario sostenido en el plano de las connotaciones que resultan de la práctica receptiva: cumpliendo su rol, el lector correlaciona los sentidos integrados al espacio semiótico. Cabe subrayar que los conceptos lotmanianos de “sem ioesfera”, “frontera” y “periferia” poseen una constante m ovilidad semiótica. Como se verificará al ingresar en la segunda secuencia mayor de este relato, se trata de conceptos que no pueden usarse como definitivos e 90 Nuevos lectores y nuevas lecturas invariables, puesto que los sistemas semióticos y sus procesos están expuestos a fenómenos transformacionales que proceden no sólo del campo cultural interno, sino que, también, de elementos extrasemióticos que pueden ser semiotizados de diversos modos. L a “persona sem iótica” obtiene placer en la cabalgata que había cerrado la subsecuencia narrativa de la “tem peratura” y que ha generado el ingreso al segundo de los factores ambientales que hacían muy atrayente aquella mañana. En la experiencia actancial acontecida en la alameda de algarrobos, lo predominante es la imposición de la sátira que opera sobre los caracteres de este campo, sátira que se acentúa cuando el enunciador emplea una voz perteneciente al campo léxico culto para comparar sintéticamente aquellas emanaciones con “un compendio de nuestras necesidades más apremiantes, compendio que entraba por las narices” (33). (Nuestra cursiva marca el nivel léxico diferencial). La siembra de otro potrero tampoco implica valorización de un nutriente actual y concreto, sino que opera como una metonimia que mienta toda clase de alimento universal. La reiteración del nutriente — al que está aludiendo el enunciador— remarca su distinción entre pan presente y valor abstracto del pan emariano, puesto que se trataba de: “Un pan por venir, de miga algodonosa y cáscara crujiente; un pan arquetípico. Un pan por venir — digo— por lo tanto, todas las posibilidades de pan para el hombre” (33). Similar alteración acontece con las vacas holandesas que emanaban olor a mantequilla; pero no a mantequilla real, sino que, también, arquetípica, todavía no hecha. El ingreso de uno y otro olor por cada ventanilla nasal generaba la confluencia de un pan con mantequilla, operación extraordinaria de índole claramente literaria. Esta escisión procedía de una mente que imagina ambos nutrientes; uno de estos, por su componente idealizador, se muestra como ajeno a toda contaminación procedente de lo real, es otra forma de verdad perenne; de aquello que no se corrompe ni se pudre. Esto puede verse como la esencia de la idea abstracta del nutriente que opera cual descriptor de esa materialización vista en un plano de menor rango, lo que evoca cierta resonancia platónica. La codificación de un repertorio universal de elementos que se deja leer como fuente de un poder fundacional, intacto y disponible, es el fundamento que confiere impermeabilidad a este orden, libre de aquellos factores erosivos. Jauss reparó en el modo cómo Aristóteles atendió al placer que provoca en la recepción “la representación de objetos feos” (1986:60) y en su aporte a la teoría receptiva actual, com o los que enuncia este narrador: “O lía, pues, este trecho a lo inútil de los cerdos, a putrefacción, a desechos pestilentes de carnes, vísceras y excrementos. C asi una náusea” (33-34). Lo representado inserta una nueva singularización en el tramo cuaternario del periplo 91 Julio Piñones simbólico del jinete. Esta presentación de lo porcino exhibe la posibilidad de revelar el extremo positivo del concepto bipolar de lo escatológico: el acceso probable al “arquetipo” al cual responden los registros de esos animales. La apreciación de esa carga se sitúa en el otro extremo repugnante de la curiosa bisemia de la escatología: aquella de los más altos fines y aquella de los más repugnantes desechos, instancia desde donde emerge — en este cuento de Emar— “E l arom a del destino” (34). El cierre de esta subsecuencia mantiene la sensorialidad auditiva predominante y la descripción peyorativa del ganado. Esta enunciación se inserta en los ámbitos periféricos con los cuales se ha ejemplificado la concatenación de instancias que configuran, a lo largo del texto, su contraste con otra formación predominante en el espacio semiótico de cada segmento textual. 1.3. Llegada a los cerros del Melocotón (51). Las subsecuencias de la exploración del jinete/enunciador tendrán sus cierres cuando éste llega a su primer destino. Conforme a la ambigüedad irreductible, característica de la poeticidad de Emar, se trata de una instancia de evocación. La función actancial había dado a conocer al lector el objetivo que este protagonista se había propuesto cumplir mediante su rol ecuestre por medio del juego anafórico y su término anaforizado: “llegar a los cerros del M elocotón” (29). La primera instancia de esta anáfora — correspondiente al inicio de esta función subsecuencial— atisba su futura correlación cuando se fija y queda abierta la expectativa de su cumplimiento futuro. Desde la emisión de este propósito expansivo hasta que acontezca el cierre de esta secuencia, será la intervención del factor anaforizante la que completará y sintetizará la enunciación abierta por el primer término de la anáfora. La dualidad correlativa de la figura vincula dos mañanas, pero conectar sendos referentes implica al enunciador y al enunciatario con las experiencias estéticas desplegadas, entre las cuales está la inédita cabalgata emprendida por el enunciador y su caballo “T interillo”. El fenómeno rememorativo de una dicha instalada en un plano temporal ya experimentado sólo resulta posible para el enunciador al encontrarse situado en la instancia excepcional de experiencias favorables de aquella zona nuclear. Una enunciación de gozo, ubicada en la cabalgata, fundamenta el rango de este acontecer: cuando el enunciador masca la flor de alfalfa había recordado una felicidad pretérita (47). Con años de anterioridad, otros enunciados nos remiten a ese pasado en el cual se apunta a esa amistad con el fallecido chino F a y a la com pra de su m isterioso “candiyugo”. Al administrarse su jugo en la lengua, se lee que “la dicha suprem a em pezaba, y la dicha suprem a duraba tanto com o duraba en deshacerse el candiyugo (… ) No sabría definir exactamente en qué consistía esta felicidad sin igual” (48-49). 92 Nuevos lectores y nuevas lecturas El modelo para obtener placer del jugo de las flores lo aproximaba a esa otra “dicha suprem a”, que era “una franca dicha” cuando la reactualizaba; sin embargo, no era la dicha plena, sino un “eco lejano” (50) de aquella otra experiencia total de la felicidad. Una vez más, se da este juego entre los niveles de plenitud del Ser y el de sus derivaciones menores. De allí que el gran pivote narrativo de este engranaje se instale por medio del enunciado que afirm a: “A sí fue cóm o aquella m añana, en las faldas de los cerros del M elocotón, pude evocar m i felicidad perdida” (51). II. SEGUNDO CAMPO SEMIÓTICO NUCLEAR: LO DISFÓRICO 2.1. Exploración actancial protagónica en la periferia (51-52). Con la llegada se inicia un nuevo proceso de exploración de esta persona semiótica que desmonta: se interna a pie por ese entorno, cavila y camina con dificultad entre elementos rústicos. Llega más tarde a un sitio amable, cuyas características coinciden con los rasgos distintivos de lo semioesférico. Al reencontrarse con esta clase de experiencia superior, la persona semiótica del explorador la enuncia así: “R einaba una paz d e cielo. A recalcarla venía de tiempo en tiempo un buitre cordillerano que pasaba allá arriba, muy alto, con sus alas extendidas e inm óviles” (51). El lector avanza, ahora, en su práctica receptiva distinguiendo las subsecuencias que poseen sentido semioesférico de aquellas otras, cuya dispersión organizativa las sitúa en la periferia. Se inscribe en esta última la serie no reflexiva, sino cavilosa que el explorador realiza en su caminata por esos cerros: “P ero no sé qué raciocinio tonto, sin base alguna, m e hizo llegar a la conclusión (… ). C osa absurda que en nada lógico puede asentarse… ” (51). Tales enunciados se insertan claramente en lo irrelevante, en lo que tiene una categoría inferior de sentir y de pensar con relación a las que se han situado como soportes y actos acontecidos en un nivel de excelencia estética y emocional. Lo periférico, también, se caracteriza por el desorden y la heterogeneidad permanente de sus referentes, según se explicita: “L argo rato avancé al paso dificultoso de mi cabalgadura que tenía que evitar constantem ente las piedras y m atorrales” (51). 2.2. Acceso a una segunda zona nuclear: Embudo/socavón (53-54). El desplazamiento de elementos dispersos en una periferia y su inclusión organizada en la semioesfera se presenta en esta instancia. Lotman caracterizó este fenóm eno afirm ando que la sem ioesfera “necesita de un entorno exterior no organizado” y se lo construye en caso de que esté ausente. La cultura — agrega— “crea no sólo su propia organización interna, sino, también, su propio tipo de desorganización externa” (I 29). Así, se observa un cambio en la percepción del explorador con relación a la conducta de los elementos 93 Julio Piñones periféricos, los que se comportan como factores positivos que inciden en la revelación de otro núcleo prim ordial del cuento: “Pude darme cuenta que la roca, como el grupo de árboles un momento antes, estaba allí para ocultarme y revelarm e después una nueva sorpresa” (53). 2.3. Nuevos roles actanciales: dominante/dominado (54-59 y ss.). Aquí se muestra al actante que está presente en la denom inación del cuento: “un sim ple y vulgar gato blanco… (sobre cuya) cabeza, entre ambas orejas, tenía una pulga” (54). La enunciación remarca la constitución de una nueva tríada actancial con rasgos semioesféricos: el gato, la pulga y el sujeto de la enunciación. Los nuevos actantes son presentados con sobriedad. Lo excepcional se muestra en que gato y destinador, para mirarse mutuamente, necesitaban “lanzar un rayo visual paralelo al nivel de las aguas” (55), lo cual se constituirá en indicio del poder felino sobre el enunciador que, con todo, ha perdido su condición humana. En la presente secuencia, sólo la expresión del sentido visual mantiene su funcionalidad y se apartan los restantes sentidos. Esta marginación permite la hipervaloración existencial del “rayo aquel de ojo a ojo” (55), aunque para gato y hablante esta unidad resulte “com pletam ente inútil” (56). Sin embargo, cuando se incorpora a esta dupla la pulga actancial, de lo inútil se pasa a la capacidad visual cósmica. Es notable observar cómo el lenguaje literario del enunciador emariano se encuentra tan próximo al discurso teórico lotmaniano, en especial, al concepto central de semioesfera, como puede observarse aquí: Y ya, haciendo entrar a dicha pulga en nuestro sistema, iremos fo rm and o una figura o rganizad a q ue (… ) p ued e ya p asar a ser o p asar a tener una relación, una conexión, una afinidad, una polarización, si se quiere, con todo el resto de lo cread o , co n la o tra y to tal fig u ra” (5 6). Desde aquí surgen las vinculaciones primordiales de la bisemia semioesférica del cuento, pues esta zona nuclear aparece relacionada con el campo semiótico de la excepcional cabalgata (esta es “la otra y total figura”), la cual, de hecho, ha favorecido el proceso completo del descubrir. Al conformarse una nueva triangulación actancial, el placer de esa paz característica de las instancias nucleares prepara la reformulación de nuevas expectativas semioesféricas. Esta experiencia de estabilidad y bienestar se profundiza y se hace extensiva al trío actancial. Las etapas del proceso generador de esta vocación semioesférica, considerando lo que se había mostrado como desarticulado y desorientado en lo periférico, aparecen así: “H abíamos realizado un equilibrio, un perfecto equilibrio entre fuerzas aisladas, fuerzas sueltas, tres fuerzas diferentes que, hasta ese momento, habían estado trotando desorientadas y a locas por el m undo” (59). 94 Nuevos lectores y nuevas lecturas Junto a esa forzada armonía, se advierte el temple angustioso ante la contradictoria y precaria estructuración, puesto que eran “tres fuerzas incoherentes en el caos de la vida, que por su misma incoherencia, por su mismo desequilibrio, al hallarse errantes, contribuían de más en más a intensificar ese caos” (59). Si las posibilidades de ruptura de este trío semioesférico — las consecuencias de tal hecho virtual y las limitaciones microcósmicas de sus potencialidades— son enunciados válidos, la aspiración globalizadora de este trípode semiótico se presenta, sin embargo, de modo ambiguo. El enunciador, por medio del control crítico de su discurso, reivindica su posición enunciativa, reformula el mecanismo activo que permitió a la frontera cohesionar aquellos elementos aislados en una semioesfera tanto como la recuperación — desde esta totalidad— de sendas singularidades semióticas. Anafóricamente, reaparece una instancia temporal cercana a la enunciada al comienzo del texto: las 12 del 21 de febrero de 1919. Esta precisión tem poral m arca un pasado periférico del trío “de errantes e inoculados com o fuerzas” (6 2) transformados al atravesar la frontera abstracta, en “tres elem entos estables de una nueva form a que, como tal, había inexistido hasta aquel m om ento” (62). L a “nueva form a” que adopta la dispersión de estos seres corresponde al conjunto de valoraciones diversas radicadas en lo “sem ioesférico”. Así, el sistema de escritura de Emar puede considerarse que sólo funciona dentro de la fluidez compartida de un cauce ininterrumpido de signos semioesféricos y periféricos, solidarios en sus conexiones pertinentes, los que posibilitan las funciones secuenciales, subsecuenciales y poéticas de un texto imaginario que traza sus rumbos desde las distintividades y homogeneidades de sus propios conjuntos significantes. Los enunciados del cuento tienen tal grado de especificidad y de fusión integrativa, que, en reiteradas ocasiones, el narrador estima necesario orientar al lector en los sentidos con que está usando los expresantes textuales, al gestar la apertura de sus profundidades semióticas. Estas últimas brotan de una actividad imaginaria consciente de sus excesos, que se hace responsable ante eventuales incomprensiones de los receptores y que se muestra puntillista hasta en las más mínimas resonancias y acepciones de su expresividad narrativa. Así, el triángulo semioesférico es referido com o “un espejo” (62), precisándose: “D igam os claram ente (… ) E ra un nuevo total, idénticam ente equilibrado com o el gran total” (62). Resulta interesante destacar cómo este viaje lingüístico es propuesto desde la variabilidad de las experiencias narradas. Cuando tal movilidad se manifiesta, se extiende la complejidad del dispositivo anímico de sus enunciados, gestando paralelismos retrospectivos, con distintas localizaciones 95 Julio Piñones textuales, com o en este caso: “¡L as doce!” Estas horas citadas son anafóricas con relación a otras eufóricas doce “del día 21 de febrero de 1919” cuando se constituyó esa “nueva form a” gravitante en este proceso de significaciones complejas. Después de esta imbricación, la persona semiótica asume que: “T uve una noción nítida de esa súbita e instantánea detención. Luego, como lo dije, vino aquella gratísim a sensación de reposo” (63). A ntes de reiterarse aquella “sensación de reposo”, se hace posible otra conexión de esa frase explicativa hacerse presente el enunciado “como lo dije” (63) que remarca el encuentro anafórico con otro expresante análogo: “¡L as doce! E l U niverso, entero, repito, se detuvo por un m ínim o instante”. (62-63). Las estaciones de este tránsito crucial continúan, cuando se exteriorizan sentim ientos “de estupor (… ) de solem nidad y de adiós (… ) (de) un arrepentim iento repentino” (… ) de pavor” (63) que experim entó esta persona sem iótica antes de ser “inundado por aquella sensación de reposo de que he hablado” (63). La premeditada búsqueda de credibilidad que se expresa en el texto, explicita el control metódico del discurso y expone la trascendencia semiótica de una transform ación relevante para nuestro texto receptivo: “V am os, pues, ordenadam ente (… ) súbitam ente, m i significado com o hom bre term inaba; m i signo cambiaba, mi signo hombre se iba, mi signo era otro al pasar a ser elem ento” (63). Lo dicho implica una alteración de la regularidad con que se había manifestado la persona semiótica en su trayectoria anterior. Si en este proceso la distintividad creativa había remarcado la humanidad de este ser, aquí recibe otra marca sígnica al perder esta condición. Tal hecho explícito faculta caracterizar este acontecer como un fenómeno degradante, aunque su configuración genera una especie de blindaje frente a un entorno espacial, cuyas amenazas son presentadas como extremadamente peligrosas. Por otra parte, este mismo proceso puede verse como una liberación de las peripecias propias de los comunes mortales, si se atiende al modo cómo estos últimos se alejan de él y lo eluden: “P ara ellos seguir a suelazos con la tierra, para yo sorprenderme amalgamado, aspirado por otra conformación y otro destino” (63). Los humanos aparecen como dispersos y golpeados en tanto que la persona semiótica, bajo su nueva máscara, aparece integrada: la ambigüedad persiste y no hay cómo eliminar este carácter, porque así es cómo se percibe la conducta del texto. Los desplazamientos de la persona semiótica subyacen al proceso aludido por el hablante. La pertenencia a una zona nuclear o a otra, dentro del núcleo de la gran semioesfera que las abarca a todas, posee caracteres diferenciales. En este desplazamiento, el destinador va a integrarse a otra estructuración que lo convoca. Teóricamente, su coexistencia anterior con los humanos es imposible, puesto que si estos lo rehúyen estarían en una 96 Nuevos lectores y nuevas lecturas situación prevista: la de una adscripción irregular entre figuras semióticas disímiles. Ahora interesa evidenciar la serie de sobredeterminaciones que afectan la transformación de la persona semiótica, violentada “por tres fuerzas puntudas com o víboras, m e am arraba y m e englutía en la nueva figura” (65). De hecho, el proceso de lectura en esta subsecuencia/secuencia está entregando una información profunda sobre lo que implica el desplazamiento de una frontera abstracta. Esta implica la reconversión de una zona nuclear que había sido identificada con una persona semiótica y que, en estas circunstancias, se encuentra abandonando una configuración ya internalizada para ingresar en otra formación semiótica que la condiciona de otro modo, justo cuando eran las doce en punto de ese “21 de febrero de 1919” y las fantasías se concretaban en realidades. La enunciación había indicado, allí, la frustración de la persona semiótica ante el cierre imperfecto de su rol anterior, pues: “sentía descom ponerse (… ) asuntos dejados inconclusos (… ) y no com o hubieran debido quedar: algo de un total, elemento inmovible, fijo, de un organismo com pleto y paralelo” (65). Este enunciado está revelando los costos afectivos que debe pagar esta persona por haber trasgredido dicha frontera. Como consecuencia de esto último, lo que era propio de la persona semiótica en las zonas nucleares iniciales pasa a ser sentido como ajeno. La vacilación que experimenta este actante deriva del distanciamiento que siente con relación a los elementos que constituyeron formaciones semióticas en torno a las cuales había vivido experiencias expansivas, gestoras de una experiencia estética poderosa e independiente (en el campo de arrayanes o de algarrobos, p. e.) junto a otros espacios semióticos de igual soberanía. La expresividad de aquellas instancias no puede dejar de ser reconocida; el problema radica en la frágil condición humana que hace imposible la continuidad de habitar en esas cimas. Por ello, lo anafórico reconoce la libre expresión de otras manifestaciones semióticas en el interior de una gran semioesfera cultural, abrazadora y respetuosa de los comportamientos textuales de cada una de las formaciones lingüísticas preeminentes que viven dentro de sus fronteras omniabarcadoras. Así, cabe evaluar las conductas del texto en la cabalgata fantástica inicial en los términos de etapas experienciales de la persona semiótica, las que tanto describen sus progresiones por medio de formas espirales y que elevan sus tentativas para alcanzar lo absoluto, como patentizan la imposibilidad de mantenerse en esos niveles. Tales esfuerzos pueden ser considerados como ímpetus de sus aprendizajes de mundo. Sus enunciados de vacilación, duda, angustia, son expresiones de una inseguridad que se manifiesta en su consciencia y que permiten exponer su doble pertenencia a 97 Julio Piñones esas etapas de su aventura cognitiva y a los sentimientos negativos que rondan en las zonas periféricas de su mente. Con lo recién apuntado, se relativiza la enunciación; gana en autenticidad existencial y se matizan las magnificencias de esta vertiente narrativa que se desliza hacia el interior de la subjetividad (63-64). La persistente búsqueda de serenidad en distintas localizaciones del texto, a estas alturas, se evidencia por medio de las insatisfacciones de un temple fragmentado, con relación a las aspiraciones ambiciosas de aquel primer proyecto de búsqueda. La diferenciación semiótica entre núcleo y periferia queda establecida, en este último caso, por medio de la persona que desnuda su intimidad para transferir a los lectores sus experiencias antinómicas y los hondos quiebres expresados sin dobleces e instalados aún, en su existir, por cuanto: “A hora m e venían a la m em oria m uchos actos de m i vida p ara los cuales, en esa vida m ism a, no hallaba explicación que m e satisficiera” (66). CONCLUSIONES: EVALUACIÓN DE UN PROCESO SEMIÓTICO Las conceptualizaciones semióticas aplicadas a este cuento han permitido analizar, sintetizar y evaluar este proceso semiótico en los siguientes térm inos: la sem ioesfera de “M aldito gato” es la vasta dim ensión que contiene en su interior las vidas semióticas de una diversidad de formaciones lingüístico/estéticas. Establecida la variedad de estas formaciones, aquí ha interesado centrar la investigación en la sucesividad de dos segmentos textuales. Sus conjuntos expresantes aparecen dotados de diferentes capacidades de significar y de gravitar en la totalidad semioesférica del cuento. En las dos macrosecuencias han sido identificados niveles narrativos nucleares y marginales. La primera configuración nuclear se desarrolla sobre la base de las expectativas eufóricas, así estimadas, en virtud de la cabalgata fantástica em prendida por la persona sem iótica y su corcel “T interillo”, segmento que contiene los caracteres de la aventura y de las peripecias paródicas. Este recorrido narrativo puede ser visto como una vertiente accional, cuyo final confluye hacia la vasta espacialidad semioesférica junto a la simultaneidad de los factores preeminentes del segundo segmento que se incorporan a la continuidad de la misma historia existencial de la persona semiótica ya instalada en la primera instancia del texto, comunicando ambigüedad a la postrera suerte de este desenlace. La recomposición de la obra cuentística en un nuevo texto ha posibilitado describir la primera fase como una formación semiótica, cuyas unidades de significancia aportan luces y sombras primordiales y periféricas. Estas últimas se desprenden de los cuerpos centrales de ambas vertientes 98 Nuevos lectores y nuevas lecturas como resultado de los grados de conciencia alcanzados por la persona semiótica bajo la forma de aprendizajes vivenciales implícitos adquiridos a lo largo de su tránsito en el relato. Así se establecen dos planos del Ser: uno corresponde a la matriz básica de los elementos integrados en un registro universal, simbólico y arquetípico que contiene las denominaciones de las cosas en un estado libre de contaminación. Es lo inmanifestado que aparece como realidad primigenia. C ontrapuesta a esta “realidad prim era” se configura un plano de manifestaciones derivadas de la primera idealidad: se trata de residuos periféricos. La condena intertextual de este funcionamiento sígnico radica en que tal proceso, inevitablemente, conlleva la degradación de las potencias virtuales cuando son requeridas por elementos que buscan ser derivados, desde estas, hacia sus realizaciones concretas. En esta profunda ironía puede encontrarse parte del drama, al menos, cierta zona legible, de esta escritura em ariana: la “persona sem iótica” del enunciador, tras vivir experiencias estéticas, cuya intensidad las inscribe entre las instancias semióticas relevantes del texto, termina acomodándose en otro núcleo que no le brinda estas posibilidades, sino un mero resguardo aprensivo ante los acontecimientos del ser humano, condición a la cual renuncia. Lo predominante y lo irrelevante de los conjuntos significativos de ambos segmentos confluyen hacia la integración con la semioesfera de este cuento, pero la frontera semioesférica rechaza los elementos desorganizados que han sido arrastrados por las corrientes centrales de cada macro secuencia. El segundo espacio semiótico coexiste, junto a la primera formación lingüística de la persona semiótica de la cabalgata, dentro de la gran semioesfera del texto. En esta segunda zona nuclear, la persona opta, preferentemente, por deambular en un ámbito existencial de sobrevivencia, más que nada, proclive a la mediocre aceptación de las cosas. Esto permite encontrar sentido a la formación del sistema triangular de gato, pulga y persona semiótica, instancia cuya estabilidad se muestra vulnerable al más mínimo movimiento de liberación que pudiera intentar dicha persona. La actitud pusilánime exhibida por esta ante cualquier desequilibrio de esta segunda reestructuración disfórica, difiere del temple audaz o desaprensivamente gozoso manifestado en su primer desplazamiento. Rasgos inherentes a la zona nuclear de la primera macrosecuencia insertable en la semioesfera mayor son todos los que hacen fantástica la cabalgata de la “persona sem iótica”; son rasgos com partidos por las dos zonas nucleares: el común poder enunciador que atraviesa ambas dimensiones relevantes. Atributos que integran la conciencia total de la persona semiótica en la lectura final de la narración son todos los que pueden ser leídos como 99 Julio Piñones etapas vitales de un mismo proceso existencial que puede ser traducido en los términos de saberes sobre sí mismo y sobre la terribilidad de las limitaciones humanas. Se demuestra, así, cómo ambas estructuraciones son confluyentes en la unicidad semioesférica del gran río sígnico del texto. La síntesis total de este universo semiótico puede representarse, visualmente, como un amplio círculo que representa la gran semioesfera del proceso de lectura/escritura de “M aldito gato” en acción. E n el interior de este círculo, pueden im aginarse otros círculos de menor tamaño que corresponden a varias configuraciones, más bien espirales por su vocación orientada hacia la semioesfera. Las vidas semióticas de estos últimos sistemas se desarrollan, libres e independientes, dentro del funcionamiento real y virtual de la gran semioesfera, sin otras vinculaciones que las conexiones que guardan entre sí. Estos dos territorios imaginarios parciales pueden delinearse como círculos medianos independientes, pero que se entrecruzan en una zona intertextual de conexiones recíprocas. Se crea, así, en ese trozo del círculo, un sector remarcado por las afinidades funcionales de ambas fuentes sígnicas. Con todo, en efecto, este texto receptivo de “M aldito gato” sigue mostrando una neta ambigüedad, con lo cual no estamos, sino reconociendo uno de los rasgos fundamentales de las obras artísticas y de las prácticas críticas contemporáneas. Más precisamente, esta tentativa hizo legible este cuento de Emar utilizando ciertos procedimientos hasta el límite de sus capacidades concretizadoras. Por tanto, estas conclusiones no pueden sino ser ambiguas, pues no sólo son ambiguas la escritura y la interpretación literarias: también lo son las realidades que cada ser humano está creyendo ver. Universidad de La Serena* Departamento de Artes y Letras Casilla postal Nº 599 La Serena - Chile [email protected] BIBLIOGRAFÍA BARTHES, Roland. S/Z. París: du Seuil, 1970.11-12. HOZVEN. Roberto. El Estructuralismo literario francés. Santiago: Universidad de Chile - Departamento Estudios Humanísticos, 1978. JAUSS, Hans Robert. Experiencia estética y hermenéutica literaria. Madrid: Taurus, 1986. LOTMAN, Iuri. La semioesfera I. Madrid: Cátedra, 1996. 100 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (101-115) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html FICCIONES DE PATAGONIA: LA INVENCIÓN DEL SUR EN LA NOVELA DE MEMPO GIARDINELLI Fictions of Patagonia: the invention of the south in Final de novela en Patagonia, by Mempo Giardinelli Silvia Casini* Resumen En este artículo se estudia la función del espacio en Final de novela en Patagonia (2000) de Mempo Giardinelli. Nuestra hipótesis es que las descripciones de esta novela están muy influidas por los estereotipos del texto fundador (la lejanía, el desierto, el vacío) por dos razones fundamentales: primero, porque el narrador es un foráneo y, segundo, porque esos clichés son los que convienen a los fines artísticos de la novela. L a teo ría d el “terceresp acio ” (thirdspace) de Edward Soja nos sirvió para trabajar la interrelación dinámica entre la práctica espacial, las representaciones del espacio, y los espacios de representación. El aporte fundamental de esta teoría radica en su estrateg ia crítica d e ver “lo T ercero co m o lo O tro ” (Thirding-as-Othering), lo que cuestiona todo intento de confinar el pensamiento y la acción crítica en dos alternativas. Palabras clave: Patagonia, narrativa argentina, espacio, Giardinelli. Abstract This paper studies the function of textual space in Final de novela en Patagonia (2000), by Mempo Giardinelli. The hypothesis of this research states that the novel is influenced by stereotypes of the Patagonian foundational texts (distance, desert, emptiness) for two main reasons: first, because the narrator himself is not from Patagonia and, secondly, because these narrative clichés are meant to serve artistic purposes. T he “T hird sp ace” theo ry, by Edward Soja, is used here to study the connection between a perceived spatiality, the conceived spatiality, and the lived spatiality. The b asic co ntrib utio n o f S o ja‟s theo ry is in its strategy called “T hird in g-as-O therin g” which challenges the traditional duality of thinking and performing critical analysis. Key words: Patagonia, Argentinean narrative, space, Giardinelli. Silvia Casini Final de novela en Patagonia posee una construcción novelística compleja. Es un rompecabezas en el que se superpone gran variedad de géneros discursivos. El registro incluye sueños, cuentos, poemas y relatos con reflexiones que van desde lo literario hasta lo político y lo filosófico. La naturaleza fragmentaria en el plano sintáctico está relacionada con el contexto, igualmente fragmentario, que corresponde al colapso económico y cultural de Argentina de los 90, que la novela trata de reflejar.1 Giardinelli recibió, en 1993, el premio Rómulo Gallegos por su novela Santo Oficio de la memoria de 1991. Unos años antes, en 1983, había recibido el Premio Nacional de Novela por Luna caliente (1983). Entre sus obras más conocidas se cuentan, además, las novelas La revolución en bicicleta (1980), El cielo con las manos (1981), ¿Por qué prohibieron el circo? (1983), Qué solos se quedan los muertos (1985), Imposible equilibrio (1995) y Final de novela en Patagonia (2000), ganadora del Premio Grandes Viajeros 2000. En este artículo se estudia la función del espacio en Final de novela en Patagonia en relación con el plano pragmático del narrador y con las necesidades de la trama. Nuestra hipótesis es que las descripciones de Patagonia de esta novela, como sucede en Patagonia Express, del escritor chileno Luis Sepúlveda y en La tierra del fuego, de la escritora argentina Sylvia Iparraguirre, entre otras, están muy influidas por los estereotipos del texto fundador.2 Pero observamos, además, que el narrador de Giardinelli 1 Durante esa década, el Presidente Carlos Menem (elegido Presidente, por primera vez, en 1989 y reelecto en 1995) pretendió hacer ingresar a Argentina en el Primer Mundo a partir de un proceso de liberalización económica. Durante su mandato se votaron leyes de “flexib ilizació n lab o ral” (q u e h oy están sien d o cu estio n ad as, porque se sospecha que algunos diputados y senadores fueron sobornados para conseguir sus votos) y se malvendieron todas las empresas estatales, colocando al país a las puertas de una de las crisis económicas más graves del país. Argentina del, año 2000, que el libro de Giardinelli retrata, es entonces, la Argentina del Presidente Menem, ya que al momento de realizarse el viaje, enero de 2000, el Presidente Fernando de la Rúa acababa de asumir el gobierno. El quiebre de este sistema económico liberal tuvo lugar en el año 2001 con la fuga de capitales y la desvalorización de la moneda nacional, lo que provocó una ola de protestas populares conocida como “cacero lazo s”, lo q u e motivó la renuncia del Presidente Fernando de la Rúa. 2 El espacio patagónico fue caracterizado de manera homogénea a partir de un discurso foráneo relacionado con prácticas imperiales de apropiación del espacio. Se configuró, así, una red textu al (q u e n o so tro s d eno m in am o s “texto fu n d ado r”), q u e p o see rasgo s sem ejan tes a lo s qu e E d w ard S aid d en un cia al referirse a lo s texto s d el “O rien talism o ”, cu an do d ice qu e en ello s la m irad a im p erial “d ab a sen tid o n o só lo a las activid ad es co lo n izadoras, sino también a las geo grafías y lo s p u eb lo s exó tico s” (Cultura e Imperialismo 25). De manera semejante, en los textos que fundan las primeras imágenes de Patagonia aparece la visión del americano como un salvaje que necesita ser civilizado, y una consideración del espacio como una inmensidad imposible de habitar: por desértica, por estéril, por fría, por la dureza del clima, entre otras tantas calamidades. 102 Ficciones de Patagonia utiliza ese espacio homogéneo con fines artísticos, porque es el que mejor se adecua a las agencias dramáticas de los protagonistas de su novela. Un breve sumario, antes de entrar en el estudio del espacio, servirá para ubicarnos en la particular situación narrativa de la novela. El narrador es un escritor que decide hacer un viaje hacia el sur en compañía de un amigo. El viaje está ligado a un doble propósito: conocer la Patagonia y finalizar una novela que ha comenzado a escribir (que es la continuación de Imposible equilibrio, una novela policial publicada por Giardinelli en 1995). Los capítulos que el protagonista va a ir escribiendo durante su viaje por el sur, entonces, configuran lo que podríamos llamar Imposible equilibrio. Parte 2, intercalada en el relato del narrador. Ubicado en el Chaco natal, el narrador intuye desde el comienzo que en la Patagonia va a encontrar lo que busca. Pero ese objeto de deseo no es algo que se encuentre en el espacio topográfico sino en sus motivaciones como escritor. Antes de iniciar el viaje, dice: “A lgo m e decía que la Patagonia me reservaba la resolución de ese texto que yo buscaba desde hacía mucho tiem po” (16). E l objetivo, entonces, está en relación con la finalización de su novela y, según nuestra hipótesis, esta es una de las razones por la cual la Patagonia aparece — desde el mismo título— confundida con la noción de final de un discurso ya comenzado. El viaje opera, además, como componente unificador de las dos tramas, a las que llamaremos relato de marco y relato enmarcado respectivamente, y también, novela principal y novela subordinada o secundaria, de acuerdo con su función estructural. Clelia y Victorio, los personajes del relato enmarcado, están escapando de la policía. En Imposible equilibrio, huyen en un globo aerostático conducido por Julio Verne. En Final de novela en Patagonia descienden de ese globo en una provincia del norte argentino y deciden fundar allí una familia; pero, por error, la policía los confunde con ladrones y deben huir otra vez. Esta saga tiene dos finales. En el primero de ellos, la Patagonia opera como un callejón sin salida y los protagonistas se suicidan. En la segunda versión la Patagonia se ofrece con la variante positiva del cliché fundador. Pero tanto en la primera versión (la de una Patagonia como espacio vacío, estéril y maldito, en donde los fugitivos terminan suicidándose) como en la segunda (la del espacio propicio para el asentamiento), Final de novela en Patagonia se ajusta al texto fundador que también oscila, de manera contradictoria, entre una y otra posibilidad. La Patagonia (maravillosa o infernal) es la tierra de las grandes aventuras y estas dos predicaciones hiperbólicas son las que modulan el relato del narrador. Las tramas de los dos núcleos estructurales se desarrollan en espacios interconectados. Ambos viajes (el del narrador de la novela principal y el de 103 Silvia Casini los protagonistas de la novela subordinada) se efectúan en un recorrido nortesur, a bordo de un Ford Fiesta colorado. El viaje de unos y otros avanza en forma paralela. Así como Victorio y Clelia huyen de la policía, el narrador quiere escapar de la influencia de los textos que ha leído para recorrer la Patagonia sin ningún tipo de prejuicios. P ero él m ism o reconoce que “las influencias son insoslayables” (19) y el rechazo a haberse contam inado con las lecturas se mezcla con el reconocimiento de que algunos autores están viajando con él Y es que ahora yo quería entregarme como lo hacía en este momento: con mi capacidad de asombro intacta y abierto como un lirio. No quería estar “p rep arad o ” en nin gú n sentid o (… ) De todos modos Luis (en referencia a Sepúlveda) me acompañaba. Desde Un viejo que leía novelas de amor y Mundo del fin del mundo, no hay viaje que no me lo haga presente (52-3). Si bien el narrador insiste en que ha emprendido un viaje sin tener una noción clara del lugar adonde se dirige, su discurso es contradictorio. No sólo ha leído muchos de los textos fundadores, sino que los trae prendidos en su memoria. Esto hace que el espacio de su novela se configure de acuerdo con lo aprendido (la espacialidad concebida de Soja), más que con lo que el narrador va experimentando sobre el terreno (el espacio percibido y vivido) y que, por esa razón, sus descripciones muestran una espacialidad compleja (el “T ercerespacio” de S oja) que reúne am bas visiones.3 Hay todo un sustrato literario (no solamente los textos fundadores) que opera como pre-texto, lo que da lugar a algunas características claves del relato, que se analizan en este artículo: a) aunque se describen paisajes, se priorizan los temas abstractos: ausencias y presencias en un sentido filosófico; 3 E l ap o rte fu n d am en tal d e la teo ría d e S o ja rad ica en su estrategia crítica d e ver “lo tercero co m o lo o tro ” (Thirding-as-Othering) poniendo en cuestión todo binarismo y todo intento de confinar el pensamiento y la acción crítica en dos únicas alternativas. Según Soja, hay tres “tercero s” crítico s fu n d amentales. El primero nos lleva a alejarnos del dualismo que ha hecho que confinemos el sentido práctico y teorético del mundo a la imaginación histórica y sociológica. Según él, es necesario tener en cuenta, también, a la imaginación espacial la que se combina con la imaginación sociohistórica, completándola. El segundo retoma la discusión entre modernidad y posmodernidad, sugiriendo una perspectiva más abierta y combinatoria, ya que la elección entre estos dos polos como si fueran excluyentes es poco fecunda. El tercero está implicado en la misma design ació n d e “terceresp acio ” (co n q u e titu la su en sayo ) q u e es, justamente, una recombinación y extensión creativa del espacio como otro, que se diferencia (p ero co m p lem en tán d o lo s) d el “P rim eresp acio ” (en fo cad o en el m u n d o “real”, m aterial) y d el “S egu n d o esp acio ” (un a esp acialid ad co n ceb id a, arm ad a co n las rep resen tacio n es “im agin ad as” de la espacialidad). 104 Ficciones de Patagonia b) hay una constante exotización del paisaje en tanto la Patagonia se muestra como un espacio misterioso y vacío, lejano y desolado. L A “B A JA D A ” H A C IA L A NADA Desde los primeros capítulos, la ida hacia lo desconocido potencia la audacia del narrador (y también la de los protagonistas de su novela) que siente que está recorriendo un territorio liminal: Durante los últimos cinco años yo había soñado intensamente con hacer este viaje al Sur del Sur de nuestra América. Esa región de la Argentina que para nosotros es como un final que no se quiere ver, una especie de caída del país en el mero fin del mundo. Un territorio y un límite que está en nuestra misma geografía, pero que nos resistimos a reconocer (17). Esta cita m uestra al narrador focalizando desde un “nosotros” que se encuentra — espacialmente hablando— muy arriba, ya que el viaje hacia la Patagonia se percibe como una caída y como un final. De manera semejante, la “inm ersión” de C lelia y V ictorio en la Patagonia se vincula con dos estereotipos de los textos fundadores: por un lado, con la idea del descenso al infierno y, por otro, con el perderse en un territorio lejano y misterioso: Montados en el cochecito rojo que parece un cohete entre los trigales, se meten por caminos secundarios de La Pampa bonaerense y poco a poco se van sumergiendo en Patagonia como han hecho siempre los locos, los aventureros y los desesperados, y hacen el mismo viaje que estamos haciendo Fernando y yo (72). En este sentido, Patagonia funciona como el escenario ideal para la huida: Clelia y Victorio están huyendo lejos de Dios y lejos de la ley. La Patagonia, tal como sucede en muchas otras novelas que adoptan el mismo paisaje, es el escenario ideal para acentuar el dramatismo de la situación.4 4 Estoy pensando en otras obras que utilizan a Patagonia como escenario para sus narrativas (y que repiten, con matices, los estereotipos del texto fundador) como: La tierra del fuego y El país del viento, de Sylvia Iparraguirre; De tales cuales, de Abelardo Arias; Culminación de Montoya, de Luis Gasulla; Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti; La rosa en el viento, de Sara Gallardo; La invitación, de Beatriz Guido; Yo, Antoine de Tounens, Rey de Patagonia, de Jean Raspail; El profundo Sur, de Andrés Rivera; Un piano en Bahía Desolación, de Libertad Demitrópulos, entre otras. 105 Silvia Casini LA CONTAMINACIÓN CON EL TEXTO FUNDADOR Junto con la idea de estar bajando, el narrador reafirma su sensación de estar yendo hacia la nada y su mirada no se aparta de lo que denominamos “espacialidad concebida” (el “S egundoespacio” de Soja). Si en el primer capítulo dice que “ la Patagonia argentina es una inmensidad vacía, un desalojo universal lleno de m isterio” (17 ), en uno de los últimos afirma categóricamente que los cam inos patagónicos son “una cinta de la nada hacia la nada pasando por la nada” (141). L a percepción de que se m ueve en el vacío lo lleva a apelar a los pretextos que le sirven para llenar la nada en la que se encuentra. Mientras lo topográfico (el espacio percibido, o “P rim erespacio”) desaparece, el narrador se aferra a los textos (el espacio concebido) diciendo que la Patagonia es “m ucho m ás que un vacío ancestral” (17) porque las obras precedentes la han convertido en “una tierra literaria” (17). Esta concepción de que el vacío geográfico se llena al ser representado en un espacio textual (un espacio en donde el imaginario concebido predomina por sobre la espacialidad vivida y percibida) es una de las constantes de la novela. La adhesión al texto fundador que observamos en el plano semántico se constata, también, en el plano sintáctico y pragmático. Aunque se registran sueños, poemas y relatos de variada procedencia, Final de novela en Patagonia no llega a conformarse como una novela polifónica, ya que, como en los textos modélicos del siglo anterior, el punto de vista novelesco permanece fijo en el yo del narrador,5 quien, en un momento, se autocuestiona el uso de la tercera persona omnisciente: Aunque quizá podría escribir la novela en primera persona y el cambio de voz narrativa me permitiría, por ejemplo, que Victorio evocara otro viaje patagónico durante el cual habría recorrido toda la ruta 40. La traslación de voz incluso podría tener otras ventajas: el fluir del pensamiento, el análisis especulativo interior de cada uno de los p erso najes (… ) P o rq ue so y co nsciente de que la novela, tal como la vengo resolviendo, es un texto de acción pura. Los personajes, en estas novelas, se mueven como marionetas cuyos hilos maneja el narrador en tercera persona (184). 5 El narrador de la novela principal es un narrador extradiegético homodiegético y el narrador de la novela subordinada es un narrador intradiegético-heterodiegético, de acuerdo con la categorización de Gerard Genette. Cfr. Figures III. 1972. 106 Ficciones de Patagonia Aunque la problematización del punto de vista está presente, el narrador no se decide por un cambio de perspectiva, la que continúa siendo autoritaria.6 Al referirse a una situación similar en los textos de Moravia y Theroux, Mary Louise Pratt dice: En los relatos de viajes co ntem p o ráneo s, la escena d el “m o n arca de todo lo q ue veo ” se rep ite (… ) P ese al hecho d e q ue tam b ién ello s están en territorio desconocido, estos escritores, como Burton, reclaman autoridad para su visión. Lo que ellos ven es lo que hay. No se advierte ningún sentido de limitación de sus facultades de interpretación (369). La metáfora utilizada por Pratt — “m onarca de todo lo que veo”— es permanente en Final de novela en Patagonia, donde no hay lugar para el registro de miradas diferentes. La perspectiva fija no sólo impide, como observa con agudeza el m ism o narrador, el “análisis especulativo in terior” (184) de los personajes, sino que ofrece, también, desde la perspectiva del narrador de la novela principal, una visión homogénea de la Patagonia. Otra de las características que vincula este texto con los textos modélicos es la aparición de un discurso abstracto (generalmente explicativo) destinado a un narratario foráneo. Al hablar de la debilidad de su acompañante por el dulce de calafate, por ejemplo, explica que es un dulce hecho con “la pequeña fruta típica de la Patagonia que es como una uva de intenso color azul y que se cosecha de un arbusto espinoso silvestre que se encuentra prácticam ente en toda la región” (115); cuando se refiere a las estancias dice que “es com o se llam an en la Argentina las haciendas de vastas extensiones” (74); cuando se cruza con una m anada de choiques dice que es así com o “se llam a una variedad de ñandúes enanos” (78). E n algunos pasajes la atención al lector foráneo es aún más explícita, como cuando dice: “M ientras busco la referencia, pienso que cualquier lector necesitará m irar un mapa de Sudamérica, aunque sea una vez, para comprender este territorio de novela” (73). La región queda convertida en un espacio que sólo cobra nitidez en los mapas. La preocupación por los mapas incorporados al relato no es la del geógrafo, sino la del escritor foráneo que sabe que su narratario — también foráneo— los va a necesitar y agradecer.7 Los mapas, finalmente, no dejan de ser textos y el viajero se escribe en ellos a medida que reconoce el espacio por donde anda. Mucho más en este caso, en que el protagonista va mirando el 6 Trabajamos aquí con las categorías de novela monofónica y polifónica tal como las enuncia Mijail Bajtin en su obra Problemas de la poética de Dostoievski. 1986. 7 En la página 8 de Final de novela en Patagonia se reproduce un mapa político de la República Argentina en el que se destaca la región patagónica, y en la página 9 aparece un mapa físico ampliado de la región patagónica. 107 Silvia Casini mapa para ver en el registro cartográfico la marca que corresponde a las ciudades y pueblos que recorre.8 LA INVENCIÓN DEL ESPACIO En el primer capítulo de Final de novela en Patagonia, el narrador se compara con Colón, ya que ambos, según su particular visión, encuentran el paisaje que esperan ver. Efectivamente, como Colón, este narrador no “descubre” ningún espacio nuevo, sino que revisita y reinventa un locus armado a partir de datos previos. Así como Colón describe las tierras del Gran K han que “conoció” en los textos de M arco P olo, el narrador de Final de novela en Patagonia describe la “inm ensidad vacía” que trae en su imaginario. Por esa razón, enfrentado con un paisaje que no es el que espera encontrar, vuelve al registro literario buscando sustento para sus descripciones: Para mí es inevitable que en esta ruta vacía, en este mundo despojado y solo que es la inmensa Patagonia, me acompañen — me salven, diría yo— todos los libros que he leído. Son ellos los que imponen este ritmo pausado, medio lento, de viajar haciendo literatura de cada observación, de cada recuerdo de ese otro viaje interminable y fantástico que es la literatura universal (71). En sus constantes referencias a un entramado de textos previos, esta novela se parece mucho a Patagonia Express de Sepúlveda y, también, a La tierra del fuego, de Sylvia Iparraguirre, donde la descripción del referente cartográfico se distrae frente al cúmulo de referencias librescas. El viaje, en la novela de Giardinelli, está armado a partir de una red citacional en la que predomina una visión homogénea del paisaje patagónico prefigurada desde el texto fundador. Para efectos de este artículo sólo daremos algunos ejemplos, de los muchos posibles, para fundamentar nuestras aserciones. Cuando cruza el límite norte e ingresa a la Patagonia, por ejemplo, el narrador está ansioso por encontrar el territorio que impregna su imaginario y dice: 8 Para este tema es interesante confrontar las reflexiones de Smith y Katz en el ensayo “G ro u n d in g M etaph o r”, do nd e exp lican , po r ejem p lo , qu e “(i)n geo grap h ical term s, „lo catio n ‟ fixes a point in space, usually by reference to some abstract co-ordinate system such as latitude and longitude. Location may be no more than a zero-d im en sio n al sp ace, a p o in t on a m ap ” (6 9 ); (“en térm in o s geo gráfico s, la „u b icació n ‟ fija un punto en el espacio, usualmente por referencia a algún sistema de coordenadas abstractas tal como la latitud y la longitud. La ubicación no es más que un espacio cero-dim en sio n al, u n pu n to sob re un m ap a”). 108 Ficciones de Patagonia Mientras dejáb am o s atrás B ahía B lanca (… ) b uscáb am o s co n lo s o jo s las primeras muestras de Patagonia: el desierto, los pastos ralos, las mesetas que nos indicaran que ya estábamos cabalgando sobre esas inmensidades míticas. Pero todavía era pronto para nuestra ansiedad. Y es que la Patagonia se va mostrando de a poco, se diría que sutilmente (37). El narrador va buscando certezas que le confirmen que está penetrando en el espacio “m ítico” sobre el que tanto ha leído : Sólo al cabo de unas horas de marcha aparecen las primeras piedras, los primeros suaves valles predesérticos. El paisaje va cambiando y uno quiere que se torne lunar, porque el viajero es ansioso y necesita que lo que ven sus ojos confirme lo que él espera. Es una idea clásica, inevitable, que la Patagonia confirma, sí, pero en esa región lo hace muy lentamente (37-38). Hay aquí un explícito reconocimiento respecto del imaginario armado sobre la base de los textos anteriores y, por esa misma razón, lo que se presenta ante sus ojos le resulta extraño: “C uando reanudamos la marcha, sin embargo, todavía la Patagonia no se muestra como uno la imagina: desértica, pedregosa, casi lunar. Durante un buen rato, la sensación dominante no es otra que la del tedio: la m onotonía del paisaje decepciona un poco” (38). Y como lo que espera (y también lo que esperan sus lectores foráneos) no aparece, tendrá que inventarlo. La Patagonia vacía y virginal de Final de novela en Patagonia se parece a las descripciones del “M undo N uevo” de A lexander von H um boldt. El supuesto vaciamiento del continente americano les brindó a los criollos (postindependentistas) la posibilidad de borrar tanto lo indígena como lo hispanoamericano, promoviendo un progreso ligado con las oleadas inmigratorias de Europa boreal. Este tema del ocultamiento de la América mestiza ha sido estudiado en profundidad, entre otros, por Leopoldo Zea y Mary Louise Pratt.9 Hay en Final de novela en Patagonia, escrita casi 200 9 E n su en sayo “A m érica L atin a, largo viaje h acia sí m ism a”, L eo p oldo Z ea se refiere a la segunda ola conquistadora y colonizadora de América, hecha por hombres de E u rop a “llam ad a occid en tal” (8 ) en el siglo X V II. A llí d ice: “E sto s h o m b res tam p o co q u ieren sab er d e asimilación alguna, aunque su cultura sea el fruto de una extraordinaria asimilación. La preocupación de estos hombres será también impositiva, asimilar, pero sin ser asimilados. Su misión es ahora llevar la civilización sobre la barbarie. Y expresión de la barbarie serán no sólo los aborígenes y mestizos, sino los mismos europeos que hicieron posible el mestizaje y cuya cultura será vista como anacrónica en relación con la cultura occidental que ahora se expande. 109 Silvia Casini años después del texto de Humboldt, el mismo afán civilizador e invisibilizador de lo nuestro. Hay, además, en la novela, algo de esa forma sutil de mostrar el sur del continente en términos abstractos, configurándolo como un espacio virgen, lejano y ancestral, donde todo está por hacerse. En camino hacia Península Valdés, por ejemplo, el narrador compara el camino con el mar10 y el paisaje con la nada, en una formalización simbólica muy cercana al registro estereotípico de los textos fundadores Entre San Antonio Oeste y la península de Valdés a lo largo de unos 320 kilómetros el camino es una larguísima recta ondeada. Ni siquiera sinuosa, pues casi no hay curvas. La carpeta asfáltica es como el d elicad o o leaje d e un m ar en calm a (… ) E s, d e hecho , u n a p lanicie d e piedra, de colores ocres y amarillos, en los que la Nada comienza a ser una costumbre. La misma Nada que encontraremos durante todo el viaje, que ha desencadenado mitos y leyendas y que ejerce un enorme atractivo sobre millones de personas de todo el planeta. Curiosa, la gente (51). Como hemos observado, la constante comparación del espacio patagónico con la nada (con mayúscula en la novela), es, también, una necesidad artística del narrador, quien necesita ubicar a los protagonistas del relato inserto en ese ambiente desolado para aumentar la sensación de desamparo. La narración va de un extremo al otro: o maravilla o infierno. Eso es lo que provoca el asombro y lo que despierta curiosidad, y el narrador, como tantos otros viajeros ilustres, se pregunta por qué, si se trata de una inmensidad vacía, hay tanta gente atraída por ese paisaje.11 E l viaje en “línea recta” tam bién condiciona las posibilidades de conocimiento. El narrador es incapaz de desviarse del camino establecido y acaba por no conocer lo que hay más allá de lo que ve a los lados de la carretera (ni lo que hay más allá de lo que ha leído). Las categorías con que se describen las ciudades patagónicas que visita (en línea recta hacia el sur) están (… ) Y lo que se incorporará a la civilización no serán los hombres como tales, sino como parte de la tierra, la flora y la fauna. Y sólo como parte de esta fauna estarán (… ) los naturales de las tierras bajo dominio. Naturales, por ser considerados como parte de la naturaleza que ha de ser so m etid a y u tilizad a p ara realizar la civilizació n ” (8 -9). 10 La comparación de la pampa y, por extensión, de la inmensidad americana con el mar es un recurso literario utilizado por varios escritores, que también se inicia en América con los escritos de Von Humboldt. Estoy pensando, concretamente, en dos textos modélicos de la literatura argentina: La cautiva de Esteban Echeverría y Facundo de Domingo F. Sarmiento. Adolfo Prieto, en su libro Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina, aborda este tema en profundidad. 1966. 11 Entre otros escritores foráneos, se han hecho preguntas similares George Musters, Charles Darwin y Guillermo Enrique Hudson. 110 Ficciones de Patagonia relacionadas con una tipificación que lo lleva a definir, recurrentemente, el todo por la parte, a partir de un lenguaje normativo que incluye tonos grises, tristeza, fealdad, suciedad, soledad y desam paro. S ierra G rande es “una película en blanco y negro” (57) y lo que el narrador observa está cargado con una “tristeza pertinaz, im placable, que lo envuelve todo com o un m anto viejo (...) y raído" (57). E sta ciudad patagónica es, para el narrador, “un cem enterio lleno de m uertos vivos” (57) al que com para con C om ala (el pueblo fantasm al creado por Juan Rulfo). Pero lo fantasmal en la Patagonia no termina en Sierra Grande, sino que el viajero observa, con cierta alarma, que los caminos “son com o víboras interm inables, que nunca se sabe dónde com ienzan ni dónde term inan” (81) y lo que es aún peor: “(que) jamás un camino patagónico acaba, ni siquiera en el m ar” (81). L a categoría de lo interm inable (lo que no tiene m edida, lo inm enso, lo “otro”) se m ezcla aquí con lo intangible/ fantasm al. E l narrador dice: “S on territorios vacíos, sí, pero en los que en todo lugar ya hubo alguien — un solitario, un loco— que anduvo antes por allí” (81). U n poco m ás adelante dirá: “M e im presiona esa infinitud de los caminos, cómo me encantan las presencias fantasmales que siempre se detectan” (81). E n esta novela, la Patagonia es un espacio propicio para la imaginación y los que se animan a recorrer ese territorio vacío y sin límites, sólo pueden ser tan locos y solitarios como el mismo protagonista o como los personajes de su ficción. Es constante el desplazamiento de las descripciones del plano concreto de la ficción (con el que se forma, de acuerdo con Martínez B onati, “im agen de m undo ficcional”) al plano abstracto (con el que, según el m ism o autor, se form a “im agen del narrador”). E n la descripción de C aleta O livia, por ejemplo, aparece, en un primer momento, la espacialidad vivida y percibida y, en ese momento, el narrador (como ha hecho antes con Sierra Grande) construye la representación del espacio a partir del registro estético de lo grotesco, lo feo y lo decadente. En un segundo momento, esta visión se une a la espacialidad concebida y se produce un desplazamiento (lo que está viendo se superpone a lo que trae in mente) y lo que ve en Caleta se hace extensivo a todas las ciudades patagónicas: Es un pueblo chato y con una ría casi deshabitada, que consta de una larga avenida central con negocios de todo tipo, varios hoteles y la sensación de que casi toda la gente está de paso y los nyc 12 sólo esperan la mejor oportunidad para irse. Quizás por eso hay tanta suciedad en las calles, esa desdichada característica de casi todas las ciudades patagónicas (106). 12 L a sigla “n yc” q u e u tiliza aq u í el n arrad o r se u sa co n m u ch a frecu en cia en la Patagonia, sobre todo, en la p ro vin cia d e S anta C ru z, p ara d esign ar a lo s “n acid o s y criad o s” en la región. 111 Silvia Casini La mayoría de las descripciones de las ciudades patagónicas insisten en lo desolado, lo melancólico y lo vacío. Refiriéndose a Tres Cerros, por ejem plo, dice: “L o que im presiona es vivir en tan trem enda soledad. T odo es gris alrededor y la certeza del abandono sobreimprime la melancolía del lugar” (121). Y la sum a de lo feo + lo abandonado + lo solitario, da com o resultado “la nada” que está esperando: “U no sabe que m ás allá no hay más que porciones de la Nada, pero si la vista puede detenerse en una elevación de piedras, o si el camino ofrece una curva, se tiene al menos la ilusión de que algo cam biará” (124). E l narrador parece estar repitiendo aquí, una vez m ás, la historia de muchos conquistadores europeos de los siglos anteriores, quienes, a pesar de temer el ingreso en el finisterre (la “N ada am ericana”), se aventuran en él por ambición (o por deseo), sin llegar a enriquecerse, ni siquiera humanamente.13 El registro generalizante (el que da imagen de narrador) es uniforme. Al llegar a Río Gallegos sólo percibe algunas imágenes legendarias, rodeadas por el viento y la suciedad, y dice: “N os reciben, a la entrada y sucesivam ente, el Gauchito Gil, la Virgen de Itatí y enseguida la mugre, que luego vamos a descubrir que parece emblemática de esta ciudad. Entrar a ella por la ruta 3 es como entrar a un enorme basural (… ) Es una constante patagónica, y sobre todo en S anta C ruz” (136). H acia el final de la novela el paisaje va a adquirir matices hiperbólicos y las imágenes que insisten sobre la nada se vinculan con la maldición de la esterilidad, que Darwin presagió para la Patagonia cuando se encontraba, precisamente, en esa provincia argentina. Para el narrador — como para Darwin— estos paisajes son “territorios olvidados de D ios” (179). CONCLUSIONES La lectura de muchas novelas contemporáneas en las que constatamos la presencia de los estereotipos del texto fundador del espacio patagónico — la maldición darwiniana de la esterilidad, unida a la idea de último confín, vacío y desamparo, entre otros— nos llevó a problematizar algunas construcciones metropolitanas. En investigaciones efectuadas con anterioridad, pudimos constatar que los textos fundadores subrayan la “realidad” de sus descripciones por referencias a un corpus culturalmente constituido. Por dar sólo algunos ejemplos de los muchos posibles, Darwin cita a Humboldt, Hudson a Darwin, Chatwin a Hudson, Sepúlveda a Chatwin, Giardinelli a 13 Otras novelas que recaen en esta misma postura, además de las que hemos enumerado como textos fundadores, son las de Benjamín Bourne, Cautivo en Patagonia y la de Auguste Guinnard, Tres años de cautividad entre los patagones, estudiadas en mi libro L o s “ b á rba ro s” de Patagonia. 2001. 112 Ficciones de Patagonia Sepúlveda y Chatwin, y así sucesiva y progresivamente. Este aparato citacional ha conformado una red anafórica que da coherencia y cohesión al imaginario. Esta red textual canónica provoca determinados horizontes de expectativas y también posibilidades de identificación y de legibilidad textual de ese imaginario estereotipado. En Final de novela en Patagonia, el narrador-viajero y los personajes de la novela que está escribiendo transitan los caminos de la Patagonia, muy al estilo de Chatwin, con una perspectiva parecida a la de los viajeros del siglo XIX, y en su recorrido hacia el sur lo único que ve es un extenso territorio desolado m etaforizado en “nada”. P ensam os que, de esta m anera, la novela de Giardinelli contribuye a configurar la representación metonímica estándar de la Patagonia en un registro que la hace extremadamente desolada, inmensa y misteriosa. Y si, desde lo espacial, la Patagonia es un lugar vacío, desde lo humano, se presenta con una imagen de condena y de acabamiento. Las descripciones plasman la decepción que el tránsito por las distintas ciudades le provoca, en un espacio que parece detenido en su inmensidad cósmica, del que sólo se rescata — de tanto en tanto— la cualidad — siempre abstracta e indefinible— de lo misterioso. Lo relevante no es el paisaje percibido, sino ese “final” que se busca y se encuentra en la “tierra literaria” (en el pre-texto famoso) donde se ha nutrido. El narrador de Final de novela en Patagonia describe el espacio con la suma de los estereotipos armados por el discurso fundador, lo que sirve para que sus personajes se muevan en un lugar adecuado a sus peripecias trágicas. Final de novela en Patagonia no es un relato que busque informar al lector sobre las determinaciones socioeconómicas y culturales de la sociedad patagónica. Por el contrario, las imágenes, los episodios y los espacios descritos son funcionales a la historia policial que se está narrando. El escenario patagónico, desértico y misterioso, colabora para que el mundo ficcional (cargado de dramatismo) resulte verosímil a los ojos del lector. Tanto en la primera versión del final, la de una Patagonia como un espacio vacío, estéril y maldito, en donde los fugitivos se suicidan tirándose al mar al llegar al extremo sur del continente, como en la segunda, la del espacio utópico donde Clelia y Victorio logran comenzar una nueva vida, Final de novela en Patagonia muestra las influencias del texto fundador. Los textos fundadores también oscilan, de manera contradictoria, entre una y otra posibilidad. La Patagonia, como espacio maravilloso o infernal, es una tierra destinada a las grandes aventuras. De acuerdo con nuestra tesis, estas dos posibilidades, igualmente hiperbólicas, son las estrategias discursivas de la novela de Giardinelli por dos razones fundamentales, por un lado, porque son las que el narrador trae adheridas en su imaginario y, por otro, porque son las que mejor se adecuan a la situación dramática de los 113 Silvia Casini protagonistas de su novela. Por una u otra razón, en la construcción del paisaje de Final de novela en Patagonia predominan las referencias literarias, lo que hace que el espacio topográfico tenga una marcada homogeneidad. Universidad Nacional de Patagonia SJB* Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Clarín 946. 9000- Comodoro Rivadavia. Chubut, Argentina [email protected] BIBLIOGRAFÍA ARIAS, Abelardo. De tales cuales. Buenos Aires: Sudamericana, 1973. BAJTIN, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski. México: Fondo de Cultura Económica, 1986. BOURNE, Benjamin Franklin. Cautivo en Patagonia. Traducción de César Aira. Buenos Aires: Emecé, 1998. BURTON, Richard. The Lake Regions of Central Africa: A Picture of Exploration. New York: Horizon Press, 1961. CASINI, Silvia. L os “ bárbaros” de Patagonia. San Juan, Argentina: EFFA, 2001. CHATWIN, Bruce. In Patagonia. New York: Penguin Books, 1988. COLÓN, Cristóbal. Los cuatro viajes del Almirante y su testamento. Novena Edición. Madrid: Espasa-Calpe, 1986. 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La lectura crítica de este particular discurso poético tiene el propósito de reconocer los pliegues que problematizan o tensionan la construcción de sujeto-mujer-mestiza a partir de un entre culturas del cuerpo y de la experiencia como lugar fronterizo de una existencia propia. Es por ello que este lugar cultural-experiencial indígena es abordado desde una perspectiva histórica friccionada por una historia occidental chilena etnocentrista. En este sentido se consideran el contexto cultural de la producción y la situación real de la poeta como emisora empírica de un texto que acude a la “performance” (reflexiva) de un “para sí”, situándose — la poeta y su trasvasije poético con toda la encarnadura de su cuerpo mestizo-fronterizo— , como protagonista múltiple y receptora ideal del texto. A partir de este enfoque de integración, se reflexiona desde el mismo texto en articulación dialogante con espacios teóricos pertinentes. Palabras clave: Adriana Paredes Pinda, sujeto fronterizo, identidad, diferencia, conciencia mestiza, mapuche. Abstract This paper explores from a theoretical and interpretative perspective, the poem “R elám p ago ”, published in Ralum, by the mapuche-huilliche (and Chilean) poet Adriana Paredes Pinda (Osorno, 1970). This reading (about this particular poetic discourse) intends to identify problematical poetic folds where the subject-womanmestiza is constructed, from an in-between cultures of the body, and a borderland exp erience o f the p o et‟s own existence. Therefore,, from a historical perspective, the indigenous cultural experience is viewed here in permanent conflict with the ethnocentric Chilean Western history. According to this, it is necessary to consider Fernanda Moraga the cultural context of production o f P ared es‟ text, and also the function of the poet as an empiric sender. In the poem, she is part of the “p erfo rm ance” (a reflexive process) to a “p ara sí”, defining herself — the poet and her mestiza-bordeland body— , as a multiple protagonist and ideal reader of the text. From this integrative focus, we study the text from an articulating dialogue in relation to specific theoretical spaces. Key words: Adriana Paredes Pinda, borderland subject, identity, difference, crossbred consciousness, mapuche. A MODO DE INTRODUCCIÓN De un modo general, la manifestación literaria del llam ado “T ercer M undo” 1 es la materia de diversos escritos críticos en la actualidad, con el intenso propósito de deconstruir el discurso colonial(ista)2 debido a que la descolonización no ha acabado con la disipación de la figura y representación presencial del colonizador. El discurso de descolonización está lejos de constituirse como el puro repaso de los perjuicios realizados por el colonizador en oposición con las dignidades indígenas, sino que es un examen activo que se enfrenta con un sistema dominante y hegemónico de representaciones e ideas de/sobre otros. Por lo tanto, corresponde a un proceso histórico y cultural de subversión y liberación, donde el desafío — según Mignolo— sería lidiar, al mismo tiempo que deshacer, los lugares de poder otorgados a los diversos tipos de conocimiento (Mignolo 21). De esta forma, la descolonización se distiende como un lugar activo contestatario y de ruptura a la dominación en todos sus modos, ya sean estos ideológicos o discursivos. De manera similar, el discurso de las mujeres tiende a ser subversivo respecto a la autoridad del discurso masculino dominante. El pensamiento eurocéntrico hegemónico se trasluce en el discurso colonial, del mismo modo que el dominio masculino se expresa en los cánones tradicionales de la 1 Utilizar el término “T ercer M u n d o ” m e p ro vo ca cierta in co m o d id ad no sólo porque esta denominación está sustanciada en las mismas nociones jerárquicas que intento subvertir, sino, también, porque la categorización sugiere algo uniforme. Por eso deseo subrayar la conciencia de una diversidad discursiva en el “Tercer Mundo” como modos de expresión que forman, no una fragmentación de discursos, sino que un conjunto de bilingüismos y, también, polilingüismos que deben ser reconocidos como enunciados legítimos de producción textual. 2 Como se sabe, varios intelectuales ya han iniciado un proceso-proyecto de denunciar y señalar las conductas y tácticas eurocentristas, etnocentristas — incluso, racistas— de algunos intelectuales de “Occidente” respecto a la visión de su “objeto” de estudio: el “Tercer Mundo”, cayendo, incluso, en la postura de una voz que “representa la verdad de este objeto subalterno”. Destacan por su visión crítica a esta representación unívoca: Aimé Césaire, Ranajit Guha, Edward Said, Gayatri Chacravorty Spivak, Franz Fanon, Homi Bhabha, Walter Mignolo, Silvia Rivera Cusicanqui y Gloria Anzaldúa, entre otros y otras. 118 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad literatura. La deconstrucción de estas categorías prearmadas y fijadas como “naturales” por am bas estructuras de colonización, despliega la posibilidad hacia el reconocimiento de discursos de grupos humanos marginalizados, tachados política, racial y/o genéricamente. Respecto a todo esto es interesante y necesario tener presente ciertos lugares que se refieren, justamente, al reconocimiento de estos discursos (en este caso, especialmente el discurso literario) y que están en relación con la recepción de estos discursos escritos desde la periferia: ¿Quiénes realmente leen estos textos producidos en el “Tercer Mundo”? Y más aún: ¿Quiénes leen los textos escritos por culturas locales que habitan diferentes entre medios de este “Tercer Mundo”? ¿Cómo conciliar la oralidad textual y la oralidad real que existe en estas culturas? ¿Cómo escribir a un/a receptor/a que no lee o no habla el idioma dominante, es decir, el del colonizador? Esta diferenciación jerárquica de lenguas ha sido impuesta desde el “fetichismo de la escritura” con que el colonizador se apropia y/o domina los cuerpos y los territorios latinoamericanos. Una de las consecuencias de esta jerarquización lingüística es el distanciamiento entre la oralidad y la escritura, imponiéndosele a la primera un estatus de producción cultural subalterna. En este mismo sentido y en articulación con lo anterior, se deriva una dominación ideológica que se traduce en una “violencia epistemológica” 3 histórica que es desplazada por la cara “invisible” (el colonialismo), de la modernidad sobre los cuerpos y las subjetividades de esos cuerpos colectivos e individuales silenciosos o silenciados. De esta manera, estas desigualdades a niveles lingüísticos e ideológicos (teniendo como soporte cultural, en este ensayo, la construcción de sujetos dentro de las literaturas), se perciben como un binarismo entre centro/periferia, colonizador/colonizado y/o sujeto europeo/sujeto subalterno. Para intervenir este (pre)juicio, es indispensable que el/la lector/a (y el crítico/a literario/a, también) se sitúen como sujeto de experiencia y contextualicen (experiencien junto al texto, no separado de sus significados corporales y textuales) el discurso leído en términos históricos, culturales, lingüísticos, sexuales, genéricos, raciales, etc.4 3 Tomo este término de Gayatri Spivak, quien se refiere a la violencia epistemológica al indagar la “rep resen tació n ” q u e F o u cau lt y D eleu ze realizan d el su jeto su b alterno n o co m o u n a constancia otra, sino, más bien, como un reflejo periférico de ellos mismos. Por lo mismo, Spivak alude a una representación eurocentrista de un sujeto otro, desde donde se produciría una tachadura sobre el sujeto, dejándolo sin voz propia. Es decir, que algunos intelectuales in fo rm an so b re el su jeto “sin rep resen tació n ” an u lan d o lo s elem en to s co n lo s q u e tal su jeto podría tomar posesión de su itinerario (huella de su subjetividad). “¿Puede hablar el sujeto su b alterno ?”, en Orbis Tertius. Año III. Nº 6, 1998. 192-193. 4 Respecto a esto, mi posición es similar a la de Francine Masiello, quien manifiesta lo sigu ien te en relació n a la h etero gen eid ad d el m argen : “P ara to d o s los grupos sociales marginados, la periferia ofrece tanto un espacio de exilio como un espacio de liberación en 119 Fernanda Moraga En este sentido, la relación de percepción y de concepto entre sujeto y objeto, que se establece en el engranaje-discurso político-social chileno, a la vez colonizado por un eurocentrismo y colonizador de ciertos márgenes, como son los grupos indígenas, las mujeres, los niños, la sexualidad, la subjetividad, etc., está bajo la inmovilidad del sinónimo. Respecto a las mujeres, se afirma permanentemente la falsa certeza de que la m ujer y las m ujeres “ganam os” territorio pasando de objeto doméstico a objeto público. Y a no es un “problem a” de lo privado, sino que se transform a en “problem a” social. L a situación subalterna de la m ujer y de las mujeres es una manifestación histórica, que en el presente actúa, simultáneamente, entre integración-participación/desplazamiento-exclusión. Esta es la zona de conexión que realiza el sistema político, social y cultural colonizador chileno (y, en general, latinoamericano) no sólo para disfrazar la sujeción de las mujeres, sino, también, para el (en)cubrimiento de un sistema dominante que finalmente enuncia, a través de discursos públicos (y también privados), las categorías sobre los cuerpos de las mujeres y, asimismo, de los hombres. El Poder de decisión continúa la herencia de los grupos, las clases y el género colonizador. REFLEXIONES INACABADAS SOBRE LA ESCRITURA DE MUJERES Por esto es necesario, e indispensable, comprender que las escrituras poéticas de las mujeres son un territorio posible de descolonización, que fisura los mecanismos de dominación. El texto poético constituye un cuerpo escritural que se resiste y se niega a ser espacio de inscripción impuesta. Es un cuerpo-lenguaje que dificulta una despersonalización y/o una dessituación ejercida por Otro que impone, para personalizarlo y situarlo en/y desde su perspectiva de sujeto reflejo de la modernidad-neocolonizadora (generalmente a través de la instalación de un yo único y universal-trascendental). Es urgente, entonces, descubrir en estos textos el registro corporal que señala la incursión en una historia propia, la que surge de una memoria social y cultural propia, mostrando en, y a través de sus propios intersticios, una ya reconocida relación problematizada entre cuerpo-subjetividad y Poder. De esta forma, la escritura y el/la sujeto de esa escritura se movilizan sobre un suelo que se sustrae, que se agrieta; un lugar donde los fundamentos son derribados para (re)tornar, interrogar(se) y potencia... Como una estrategia de conjunto, estos grupos marginalizados construyen un nuevo vocabulario para manejar esta doble cultura y privilegiar la heterogeneidad del margen por en cim a d e cu alq u ier d iscu rso to talizan te”. “D iscu rso d e m u jeres, len gu aje d e p o d er: reflexio n es so b re la crítica fem in ista a m ed iad o s d e la d écad a d el 8 0 ”. Hispamérica 45. 1986. 57. 120 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad pensar(se) desde este territorio insurgente, (des)centrado y ambiguo que explosiona diferentes y también nuevas conciencias que, al mismo tiempo, producen diversas formas de culturas. Un lugar fronterizo que emplaza, sin duda, sentido, valor y una importante alteridad de los cuerpos culturales desde y por entre la tensión colonizados-descolonizados. Sin duda, la escritura es compromiso estético, pero, también, es un compromiso político de subversión y ruptura respecto a la colonización de los cuerpos y de las culturas; la que corresponde a una instalación de un proyecto y de un trayecto histórico exclusivo que somete modos de expresión — generalmente, y como ya se ha dicho, a través de una violencia epistemológica que trae la dominación y/o de la hegemonía— a la “invisible” periferia. Por lo tanto, el “problema” de lo propio, de la diferencia y de las diferencias, es el desafío de otra(o)-otras(os)-nosotras(os) que escriben un cuerpo, una subjetividad de ese cuerpo; para así escribir(se) y manifestar(se) desde este cuerpo cultural. Territorio escritural que se hace político, en cuanto despliega libertades que se transfiguran en sujetos y poéticas subversivas que, más que denunciar una represión, la muestran y la intervienen. Por lo tanto, la escritura se transfigura en el escenario ob-sceno que expone las crisis del colonialismo, transformándose en unas escrituras de las diferencias y de los vacíos de la historia, unas historias del exilio, unos relatos exiliados. En este sentido, la escritura como cuerpo cultural se transforma y transforma al o a la sujeto en sujeto revolucionario.5 Dentro de esta perspectiva, emergen en el país escrituras poéticas — a partir de los años ochenta hasta la actualidad— enunciadas desde unos cuerpos dislocados de la costumbre colonialista. Entre estas escrituras asoman, también, escritos poéticos emitidos por voces mapuches que, sin duda y del mismo modo, problematizan la exclusión y la invasión de las y/o los sujetos. REFLEXIONES MAPUCHE INACABADAS SOBRE LA POESÍA ESCRITA El surgimiento de la poesía escrita mapuche se produce bordeando revolucionariamente la modernidad del mundo occidental chileno, por entre las fisuras de la dictadura de los años ochenta en nuestro país. Es una poesía que aparece de manera simultánea con otros/as poetas chilenos/as dentro de un ámbito de reivindicación y de subversión política, sobre todo, en la 5 Toril Moi, refiriéndose al planteamiento de Julia Kristeva, afirm a: “E l su jeto revo lu cion ario , masculino o femenino, es un sujeto capaz de permitir que la jouissance de la movilidad semiótica trastorne el estricto o rden sim b ó lico ” 19 95 . 177. 121 Fernanda Moraga problemática de hacer surgir un/a sujeto silenciado/a históricamente por el sistema de dominio etnocentrista de la estructura social y racial de los agentes del Poder en Chile. Sin duda, estos/as poetas mapuches conforman un corpus que contiene cierta particularidad y diferencia respecto a los/las poetas chilenos/as. Particularidad y diferencia que tienen, básicamente, su lugar en la enunciación de el/la sujeto que escribe. Desde aquí se construye un discurso poético (en su mayoría realizado por hombres) que se moviliza en diferentes apropiaciones de la escritura, lo que provoca diversas respuestas culturales, creativas e interpretativas de la realidad, de la historia y de los cuerpos de esa realidad y de esa historia. Es una producción poética que comienza, fundamentalmente, en el sur de Chile (Osorno, Temuco, Chiloé). Son poetas (en su mayoría) que han emigrado a centros urbanos y que han accedido a estudios universitarios. Por lo tanto, la enunciación se entrecruza y se pluraliza tanto en el emisor empírico como en el emisor poético del texto.6 Desde esta perspectiva de estudio, la aparición de la poesía escrita mapuche se ha ido constituyendo dentro de un proceso generador de experiencias, identidad(des) y de subjetividad(es) diferentes, particulares y en permanente fricción con otras culturas. Las estrategias discursivas de las y los poetas mapuches (especialmente huilliches) hacen reflexionar desde una conciencia de la identidad que ha sido resemantizada. Es una producción escritural con sentido y con valor (hacia dentro como hacia fuera de la propia cultura mapuche) que se concentra y se dilata en un permanente movimiento y transformación del y/o la sujeto de la enunciación. Corresponde a una tensión o unas tensiones de un/a sujeto fronterizo/a, donde el cruce provoca el primer movimiento y la primera transformación: el/la poeta se moviliza para trasvasijar(se) a una subjetividad encarnada, atravesada, plural, mestiza que se distiende en sujeto de un entre-medio como el único lugar posible de anunciarse, de exhibirse. Un “fuera de lugar” que, al mismo tiempo, se configura como un territorio desde dentro de la escritura y la producción poética en general. 6 A partir de este corpus, comienza a desarrollarse una práctica crítico-teórica, principalmente desde la academia literaria, que establece categorías tales como: etnoliteratura, escritura de doble registro, multidiscursividad, mutación literaria, interculturalidad e intraculturalidad, entre otras, según se observa en críticos como Iván Carrasco, Hugo Carrasco, Sergio Mansilla, Rolf Foerster, Verónica Contreras, Mabel García, con aportes que se extienden, también, a la producción plástica. Sin embargo, la corriente estructuralista de algunos de ellos no releva la interpretación literaria como sustento imprescindible en la relación con propuestas teóricas y en relación con la construcción del cuerpo cultural que en los textos asoma. Por ejemplo, la construcción del/la sujeto desde el punto de vista de una simbólica de sexo género y la tensión subalterno-Poder que siempre se movilizan en cualquier tipo de discurso. 122 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad Dentro de esta problemática de un/a sujeto de una frontera culturalmetafórica, que adquiere sentido y poder en el explosionar del exilio y el extrañamiento como territorio de un entre que se disemina en desplazamientos múltiples a través de la cultura mapuche y no mapuche, diluyendo cualquier intento de involucrar binarismo, es como se articula de manera imprescindible la producción poética escrita de mujeres mapuches. Así, esta zona de confluencia de territorios de la memoria, de la historia, de la cultura, del cuerpo, corresponde a escrituras de mujeres intersectadas en imágenes que, en sí mismas, retornan a una (des)pertenencia. Corresponden a una puesta en escena que va más allá de una identidad que se cuestiona; se trata de mujeres-sujetos-culturales y corporales (re)construyéndo(se) en una disposición sesgada y autónoma. Tiene que ver con unas escrituras que, con diversos matices, tienden a re-escribir la historia personal y colectiva liberando en la búsqueda memoria, cuerpo, muerte, lengua, signo, historia, vacío, pertenencia-despertenencia, mestizaje, fisuras existenciales, culturales y corporales. Esta excarcelación de experiencias y subjetividades corporales trae una red múltiple de soportes simbólicos que se singularizan en la escritura de mujeres mapuches, donde la palabra impresa se convierte en posibilidad de doble retorno: hacia y desde una existencialidad y un pensamiento cruzado, tanto por la histórica y prepotente exclusión-invasión colonialista (la que escribe la historia “oficial” acerca de gran parte de nuestro continente) como por una relación “intercultural” actual que pretende asimilar, desprender o marginar esta existencialidad corporal, a través de la construcción trascendental de un sujeto único, tanto indígena como occidental. Ambos movimientos provocados por las poetas y las sujetos de sus poemas intentan recuperar(se) y (re)encantar(se) en el imaginario cultural psicofísico depositado en el texto, como cuerpo escrito, que anuncia, desde una conciencia en movimiento, desde un exilio, el desarraigo de un sustrato original de representación. De esta manera, es una escritura que corresponde a instancias que surgen dentro de la misma metáfora escritural de las poetas, las que socavan el espacio colonizador al interrogar y hacer comparecer un margen. Es decir, exhiben un discurso que escapa al orden de la modernidad y va más allá, y por entre, la palabra oficial. De esta manera, los discursos poéticos de estas mujeres de filiación indígena avanzan desde la problemática de crear un dispositivo para la emergencia de una sujeto cultural7, hasta la configuración 7 Avtar Brah realiza una importante reflexión respecto a la construcción de sujeto, porque lo sitúa dentro de una movilidad multívoca desde donde puede dar sentido a la realidad como un proceso relacional de significaciones, habiendo, primero, tomado conciencia de sus propias 123 Fernanda Moraga de un sistema de signos que hace converger en la toma del lenguaje: cuerpos, hablas, memorias como sustancia literaria de agitación. Este viaje escritural que realizan estos cuerpos descentrados, desviados de la norma colonialista, desprende una concepción propia de la poesía como productora de modos y de mundos diferentes. Ejemplos de este contexto escritural-corporal son las escrituras de Adriana Paredes Pinda, Maribel Mora Curriao, Jacqueline Canihuán, Roxana Miranda Rupailaf y Graciela Huinao, entre otras. Todas confluyen (sin dejar de pensar y sentir sus diferencias individuales), ya desde una primera lectura, en el territorio del exilio, de la pérdida, de un “yo” (corporal) dividido que resuena desde el relato oral de sus antepasados. Un precedente verbal cargado de una tensión entre aprendizaje y muerte, desde donde — como ya se sabe— el proceso de construcción de sujeto se torna complejo y contradictorio. Voces-corporales, entonces, des-habitadas de un espacio fundante de cultura y existencia que se retuercen hacia un territorio premoderno en conflicto, las poetas deambulan por el (su) pasado original, mediado por el imaginario de la memoria y entrampado y cruzado en las fisuras de ese mismo cuerpo empapelado de “civilización”, de Poder. Es este lugar, el lugar de una escritura que detona en y a través de una crisis y por la cual nombra, se corporiza y da sentido a esta encarnadura del lenguaje en cuerpo propio. En este sentido, es un espacio de poetas mujeres mapuches donde el pasado no es una abstracción vacía ni una repetición ciega ni lineal, sino un tejido ancestral contenido en el (des)doblamiento mismo de esta palabra otra y propia, que va rubricando el espacio interior y exterior de un cuerpo que se piensa y se manifiesta en la frontera de un presente-pasado cultural. sign ificacio n es co m o su jeto en relació n a esa realid ad : “C u an do h ab lam o s d e la co n stitu ció n del individuo en sujeto a través de múltiples campos de significación estamos invocando la inscripción y la adscripción como procesos simultáneos por los que el sujeto adquiere significados en relaciones socioeconómicas y culturales a la vez que adscribe significados al dar sentido a estas relaciones en su vida cotidiana. En otras palabras, el modo en que una persona percibe o interpreta un acontecimiento variará de acuerdo a como “ella” esté culturalmente construida; la miríada de maneras impredecibles en las que estas construcciones pueden configurarse en el flujo de una psique e, invariablemente, el repertorio político de los d iscu rso s cu ltu rales d e lo s q u e disp o n e”. “D iferen cia, d iversid ad , d iferen ciació n ”, en Avtar Brah, Chela Sandoval, Gloria Anzaldúa. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid: Traficantes de Sueños. 2004. 123. 124 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad ADRIANA PAREDES PINDA: HABLAS ESCRITAS DE LA AJENIDAD Es partir de lo expuesto, que me interesa la escritura que Adriana Pinda deposita en el texto poético “R elám pago” 8 (aunque es el hilo conductor de toda su escritura). Lugar metafórico desde donde la escritura sobrepasa lo contingente para realizarse entera en la tragedia del cuerpo de su memoria, en la subjetividad cultural-corporal extrañada que traza la doble entrada entre un afuera y un adentro del lenguaje (que también es el adentro y el afuera de su cuerpo), es decir, entre el quiebre de la escritura y el borde de su existencia; pero, también, en la recuperación consciente de un estado anterior al derrumbe de la palabra. Es así como los textos nos enfrentan a una sujeto culturalmente fronteriza que es, al mismo tiempo, dilatación y contracción de una existencia interior que en la tensión del movimiento de su escritura respira preguntas y respuestas vertiginosas y complejas. Movimiento incardinado, desde donde la poeta trae y se convierte en emisoras(es) múltiples, en voces travestidas en una naturaleza animal y ancestral en reunión permanente con su territorio mestizo9 presencial y textualizado. Territorios — cuerpo, memoria, cultura, historia, pasado, presente— atravesados por la exaltación de su voz corporal por el entre-medio de un exilio metafórico que convierte a la escritura en cuerpo mixto y sexuado. Un cuerpo surcado, fronterizo que también se representa en la escisión que la poeta realiza en la escritura en español, la que atraviesa de zungún (lengua). De esta manera, “R elám pago” 10, el poema inicial de Ralum (Pinda 2000), ya evidencia un deseo propio de expresar un discurso poético sobre lo primigenio y contingente del instante como cuerpo contenido en la huella que se ha intentado borrar y que es la huella que traza como la experiencia 8 En un principio el proyecto de este trabajo consistía en abordar todos los poemas de Ralum, pero en el transcurso de su desarrollo consideré que esa amplia dimensión correspondía a un trabajo mayor en tiempo y espacio. 9 La noción de mestizo/la recojo de (co n cien cia) m estiza q u e p lan tea G lo ria A n zald ú a: “...a n ew mestiza conciousness, una conciencia de mujer. It is a conciousness of bo rd erland s”. (una nueva conciencia mestiza, una conciencia de mujer. Esto es, una conciencia de las fronteras) quien — a través de un poema— agrega: “B ecau se I, a mestiza,/ continually walk out of one culture/ and into another,/ because I am all cultures at the same time, /alma entre dos mundos, tres, cuatro/ me zumba la cabeza con lo contradictorio. /Estoy norteada por todas las voces que me hablan /simultáneamente” (P o rq u e yo , u n a m estiza/ co n tinu am en te cam in a fu era d e u n a cultura/ y dentro de otra/ porque yo soy todas las culturas al mismo tiempo/...). La traducción es m ía. G lo ria A n zald ú a, “L a co n cien cia m estiza” en Borderlands/La Frontera. San Francisco: Aunt Lute Books. 1999. 99. 10 La lectura que hago del poema no es lineal ni menos acabada, sino que está en un permanente movimiento oscilatorio de deconstrucción. El poema tiene muchos más bordes explícitos e implícitos que no fueron abordados por la gran extensión que tendría este ensayo. 125 Fernanda Moraga necesaria de ser recuperada. Un cuerpo surcado, que (re)torna hacia y por el camino del cual se ha extraviado: Héme aquí atravesada por el relámpago. /M uge el toro del am anecer sus presagios tibios. / “ m eli pu pillan meli pu pillan” — dice / la dueña de mi furia y de mi nieve (197). El proceso de transfiguración de la sujeto en sujeto propia y diferenciada ha comenzado a travestirse en el gran cosmos corporal de la naturaleza original, desde donde trae encarnado en su piel el impulso que la fracciona no en dos, sino que — más bien— la pluraliza: el “Relámpago”. Marca de significación en la experiencia de la sujeto del poema, porque despliega, también, la fuerza que rasga la tiniebla de un presente colonizador, a través del cual ha cruzado hasta remontar hacia un rastro que potenciará su genealogía corporal y cultural, para (re)afirmarse en los bordes externos e internos de un territorio presente que la ignora a partir de un esencialismo patriarcal y colonizador. Además, los cuatro volcanes (meli pu pillan...)11 son apelados por su conciencia, para alimentar aún más su recuperación existencial en la participación directa del mito. Por entre esta primera rajadura, la poeta (des)dobla a su protagonista poética en impulso volcánico que la contiene como conciencia (dueña); es decir, la sujeto se enuncia a sí misma como la conocedora de lo que tiene: memoria de un origen cultural. Un pasado retornándo(se) a ella misma. Este origen cultural, desde donde oblicuamente se reconoce Adriana Pinda, corresponde al encendido de una experiencia primordial que despierta a toda una cultura. La intención de esta escena primera es dar inicio, por parte de la sujeto, a un proceso de interpretación de unas (sus) experiencias bloqueadas por los paradigmas impuestos por la modernidad europeizante; y desde donde la sujeto puede dialogar y dialogar(se) en su recuperación. Por esto, desea relatar la metáfora de una historia que desplaza entre la oralidad que distiende en la escritura y entre los contornos de la apropiación de la lengua en un bilingüismo (y también multilingüísmo)12 potenciador de un pensamiento fronterizo como proceso otro en la configuración de una sujeto que, en este caso, se está (re)haciendo en conciencia mestiza. Desde este lugar de cruzamientos, la sujeto señala la primera fisura natural del pueblo mapuche: ...hora que viene / el mar / montado en las blancas caderas de la luna / a pedir niños febriles, cerros vírgenes/ ¿dónde iremos, kai-kai filu, /para no ahogarnos en tu rito de miedo y espesura? (197). 11 El pueblo mapuche reconoce que en Wenumapu (“Tierra Superior”) está la creación original, representada por una tetralogía primordial, arcaicamente llamada Futa Newen (“La gran Fuerza”) y que corresponde a una familia originaria: Anciano (Fucha), Anciana (Kushe), Hombre Joven (Weche Wentru) y Mujer Joven (Ülcha Domo). Estos cuatro integrantes de la familia primordial estarían representados en los cuatro volcanes. 12 Uno de los sustratos importantes de la escritura mestiza y fronteriza de Adriana Pinda es escribir en el cruzamiento del español, el mapuzungun y el chezungún (lengua huilliche). 126 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad Sin embargo, el relato en presente que realiza el cuerpo protagonista del poema respecto a la historia ancestral correspondería a la apropiación del espacio de lo perdido. Un territorio que necesita “ser traído” (encarnado, a través de la memoria), tanto para la (re)construcción de la huella ancestral en el cuerpo mestizo de la protagonista como para, también, manifestar lo incierto y lo ambiguo del ahora. Este pliegue en el imaginario escritural, de apropiación e incertidumbre, se transforma en lugar de convergencias culturales y temporales. El pasado cultural se emplaza en presente cultural y la sujeto interroga desde este pliegue experiencial (dónde iremos, kai-kai filu / para no ahogarnos en tu rito de miedo y espesura?). Kai-Kai, en este territorio de empalme subversivo, se transfigura en la pulsión negativa, en la amenaza de una hendidura brusca en la subjetividad y en la experiencia de la sujeto. Se convierte en un cruce más en su conciencia, la que Adriana Pinda representa entre el peligro del olvido y la necesidad que la sujeto mapuche tiene de sí misma. Este deseo de sí misma despliega una segunda necesidad que multiplica aún más el cuerpo mestizo: el tránsito desde ella en naturaleza hacia la naturaleza y viceversa, en una especie de diálogo telúrico del deseo propio: “Los volcanes hambrientos de luciérnagas” (197). En relación a esto, la misma poeta se hace llamar “luciérnaga”, por lo que el cruce mencionado se prolonga desde Adriana Pinda hacia su protagonista, es decir, la experiencia subjetiva se distiende desde el mundo “real” a la “realidad” del poema, articulando o sustanciando un cuerpo cruzado en la ruptura de cualquier dualidad cultural y también escritural. De esta manera, la dilatación del deseo se corporiza en la macrofigura de ella-naturaleza, expresando ansias de su cuerpo mapuche. Una dilatación erótica de un cuerpo que se incorpora en distensión de sus sentidos, para abrirse a la búsqueda de los cruzamientos que construyen su metafórico territorio corporal. En esta perspectiva de movilidad y multiplicidad del cuerpo, se produce un (re)conociéndo(se) en el deseo de la necesidad de construirse otra. Es decir, el cuerpo de la sujeto se sitúa en reciprocidad con la naturaleza. Una sujeto-vértebra que (re)produce el movimiento fundamental de relación hacia sí misma, un “para sí” que envuelve su experiencia. El deseo mutuo y propio produce la fricción entre el mundo interior y el mundo exterior de la protagonista, convirtiéndose en terreno plural de retroalimentación, al mismo tiempo que de rajaduras, pero desde donde la sujeto del poema construye la juntura13. En esta (re)conocida escisión-reunión 13 Para G. Anzaldúa la mestiza es un producto de una transferencia..., en perpetua transición, lo cual formaría su cultura comunicante: la juntura (a la vez rajadura). Y, además, éste sería el lugar donde se dan poderes contradictorios, lo que hace explosionar una nueva conciencia: “co n cien cia m estiza”. Esto quiere decir que la mestiza no tiene un “país”, “un territorio 127 Fernanda Moraga cultural corporal, el mundo chileno asimilador emerge como la gran amenaza que inunda una cultura con la clara intención de ahogarla, puesto que “ M uchos escaparon al silabario de la estirpe / enterraron sus cabellos en casas extranjeras / hora que viene el m ar...” (197). Desde la continuidad de la confluencia fronteriza de los espacios temporales (“escaparon” , “ enterraron” / “ hora que viene el mar...”), articulados a sonidos orales en imágenes de la escritura, la estructura colonizadora del mundo chileno es, para la sujeto, el escenario donde se desplazan las tensiones de su construcción de objeto a sujeto atravesada por destinos escamoteados y/o a los que desgarra una ausencia, una falta, un déficit existencial en el cuerpo cultural. Dentro de esta compleja y contradictoria red de espacios y tiempos, surge el cuerpo de la protagonista como un lugar de múltiples cruces, que la delatan como un cuerpo lenguaje desde donde emanan articuladamente14, al mismo tiempo, memoria (realidad “mítica”- histórica sostenida y movilizada en el tiempo), origen (instancia primordial), tiempos (el pasado cosmogónico depositado o detonado en el presente, como denuncia, subversión y búsqueda) y el ahora del cuerpo cultural de la sujeto que emprende el viaje de retorno, desde el exilio15, no a la nostalgia de un pasado, sino a un espacio cultural simbiótico; donde reside un pasado entre un presente y un presente entre un pasado. Desde este ángulo de junturas, la sujeto es cuerpo de una existencia histórica, sensualizada en la propia apertura de sus cruces, de sus terrenos porosos desde la misma interpretación de su experiencia. De esta forma, la sujeto de Adriana Pinda se distiende hacia genealogías16 como una conciencia geográfico”, sino que tiene un territorio propio (que es su experiencia). De esta manera se convierte en sujeto “culturizada”, porque está participando en la creación de nuevas culturas. Así, la sujeto mestiza se transforma en espacio de una historia otra para decir el mundo y su participación en él, op. cit., 100-101-102. 14 A vtar B rah in ten ta un a resign ificació n d e la no ción d e articu lació n señ aland o q u e “la articulación no es una simple unión de dos o más entidades específicas. Es, más bien, un movimiento transformador de co nfigu racio n es relacio n ales”, op. cit., 114. 15 Para Said el exilio es una idea que está muy popularizada, “en realidad (dice), totalmente equivocada— según la cual vivir en el exilio es sinónimo de estar totalmente desligado, aislado y separado sin esperanza de tu lu gar d e o rigen ”. A grega: “E l exiliad o existe, p u es en u n estad o intermedio, ni completamente integrado en el nuevo ambiente, ni plenamente desembarazado del antiguo, acosado con implicaciones a medias y con desprendimientos a medias... Aprender a so b revivir se co n vierte en el p rin cip al im p erativo ...” (...) “...es cierto que el exilio es una condición real, desde el punto de vista que a mí me interesa ahora es, también, una condición metafórica”. “E xilio in telectu al: Expatriados y marginales”, en Representaciones del intelectual. Barcelona: Paidós. 1996. 60 y 63. 16 Recojo la noción de “genealogía” de M. Jacqui Alexander y Chandra Talpade Mohanty: “...n u estra u tilizació n d e térm in o s co m o “g en ealo gías” y “legad o s” n o in ten ta su gerir un a herencia congelada o encarnada de la dominación y de la resistencia, sino un interesado y 128 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad mestiza, como una conciencia de ruptura, desde donde ella comunica esa ruptura al reinterpretar la historia y su experiencia en esa historia utilizando nuevos símbolos y significaciones del lenguaje. Es por entre este tejido anatómico de la ajenidad, que se desarrolla el atravesamiento marcado por la violencia de la amenaza de inmersión, de muerte cultural y experiencial. Violencia de imposición que se convierte, así, en cruce cultural que marca el cuerpo de la sujeto y la tensiona en su movimiento de desasimilación y descolonización17:“El tatuaje del miedo/quemadura en el ojo mendigo del tiempo”. (198). La otra cara de la modernidad ha marcado los cuerpos a través de su historia, fundamentalmente, con el tatuaje etnocéntrico metropolitano. Este colonialismo permanece actualmente, de manera subterránea, pero instalado en las instituciones y discursos públicos que agencian su neocolonización en nuestro país, por lo que la sujeto de los poemas insiste en delatar(se) y dilatar(se) en pertenencia a un sustento amplio diferenciador, en el mismo sentido articulador como Avtar Brah plantea la diferencia (como experiencia, como relación social, como subjetividad y como identidad). De este modo, Adriana Pinda retoma el/su relato oral para escribir que la sujeto de los poemas es una de las sobrevivientes a la inundación-invasión (pasada y presente): “bajamos entonces con metawe” 18 (198). Con esta (re)iniciación de su experiencia, además colectiva (“bajamos” )19, se (re)inaugura una genealogía que ha estado en conflicto y en variable movimiento. Este origen que se desplaza y que se transforma a través de fronteras que se desdibujan en la permanente creación, contención, dilatación y reunión con el cuerpo de la sujeto, correspondería a la exaltación de la juntura en el cuerpo cultural de la consciente pensar y repensar la historia y la historicidad. Un repensar que tiene como núcleo la au to no m ía...”, en “G en ealo gías, legad o s y m o vim ien to s”, en Bell Hooks, op. cit., 142. 17 Respecto al lugar de la “descolonización”, me parece que es un territorio inexistente como lugar puro y exacto. La contradicción, la tensión y la ruptura de la colonización son, justamente, el espacio de la descolonización. Correspondería a la apertura de la conciencia en el proceso de (re)construcción de la experiencia otra. Proceso en el que la “desterritorialización” y la interrogación permanente son los movimientos imprescindibles que el y/o la sujeto debe realizar para franquear tal colonización y/o neocolonización. En este sentido G. Anzaldúa, al referirse a la conciencia mestiza, argumenta que las indígenas-m estizas “so n u n producto de una en cru cijad a, d e u n cru ce q u e se p reserv a p o r u n a varied ad d e co n d icio n es” p o r lo qu e es “d ifícil d iferen ciar en tre lo h ered ado, lo adquirido y lo impuesto”, op. cit., 104. 18 “Cántaro de greda”. Fue con el metawe que los y las sobrevivientes a Kai-Kai cubrieron sus cabezas para protegerlas de las quemaduras del sol. 19 “...las trayecto rias h istó ricas y co n tem p o rán eas d e circu n stan cias m ateriales y p rácticas culturales que producen las condiciones para la construcción de identidades de grupo. El concepto hace referencia a la inscripción de las narraciones colectivas compartidas en los sen tim ien to s d e la co m u n id ad tan to si esta “co m u n id ad ” se h a co n stitu ido en en cu entro s cara-a-cara o en en cu en tro s im agin ad o s”. A vtar B rah , op. cit., 124. 129 Fernanda Moraga sujeto, porque ella es, ahora, la de “ silabarios perdidos” ; la extranjera que cruza de una cultura a otra. Al asumir este lugar de contradicciones respecto al proceso múltiple de su propia construcción de sujeto, la protagonista del poema se precipita con su cuerpo en la mixtura temporal que sustancia su lenguaje y se sitúa entre medio de esta (re)inauguración de una cultura mestiza y la instancia contenida en esta misma cultura que la comunica. Porque desde la realidad de este imaginario (permanencia del “mito” en la realidad histórico-experiencial de la sujeto), se moviliza el (con)tacto que evoca y promueve la palabra. Es decir, se produce el despliegue de una cultura que suscita y reúne lengua y cuerpo habitados por una experiencia otra: “Traigan mvrke, muzay, traigan. /Prepárenme una cazuela, una conversación /buenas palabras” (198). E n esta zona desperfilada del discurso globalizador, donde se realiza una concurrencia escritural, la sujeto asume la distancia temporal y carnal desde la cual ella (re)vuelve (“Son muchas las lunas / que nos separan”), para (re)vitalizar el territorio del pensamiento fronterizo20 de la palabra que la contiene. Al (re)situarse como territorio corporal-cultural mestizo, la sujeto adquiere una subjetividad en conflicto, ambigua, puesto que trasluce la extrañeza, el cuestionamiento y la búsqueda que trae consigo; se ha vuelto entonces, cuerpo crítico. En este lugar detractor de enunciación, la sujeto vuelve a interpelar desde el pliegue m últiple de su cuerpo: “Dime ahora / relámpago perdido entre pluma y pewma” (198). Se interroga a sí misma; pero, al hacerlo, está interrogando a toda la experiencia cultural del origen de una comunidad. Ella está travestida (no en el sentido de “disfrazada”, sino que encarnada). Es el “Relámpago” inaugural, el movimiento vital-primordial de una cultura otra que habita la desviación de la frontera (neo)colonización/ descolonización. Su cuerpo, en revolución persistente de interpretación, la sitúa en una trayectoria propia que le asigna conciencia de disolución, de 20 Según W. Mignolo, el p en sam ien to fro n terizo co rrespo nd e “al ru m o r d e lo s d esh eredados de la m o d ern id ad ”; p ero , al mismo tiempo, n o se d eb e gen eralizar y “sacarlo d e la h isto ricid ad d e d o nd e su rge” (la situ ación d e co lon ialid ad ). E l p en sam ien to fron terizo co rrespo nd ería a un paradigma otro y no a otro paradigma o a un nuevo paradigma, sino, más bien, a unos modelos de fractura de las historias coloniales, de sus memorias, de subjetividades. Desde aquí, en to n ces, la m ism a co lo n ialid ad es fractu rad a y em ergen “h isto rias o tras”, “d isco n tin u id ad es que salieron de la tiranía del tiempo lineal, del progreso y de la “evolución”. Estas “historias otras” son rupturas que se produjeron con los proceso s d e d esco lon izació n ”. A grega que estas “historias otras son pensamientos críticos, es decir, un pensamiento que piensa la descolonización no como “objeto”, sino como fuerza de pensamiento en la intersección de las experiencias de la colonización y la descolonización, como fuerza crítica del sujeto que no quiere ser “objeto” y/o estudiarse a sí mismo como “objeto”, sino que “pensarse” a sí mismo en proyectos liberadores, emancipadores. Historias locales / discursos globales. Colonialidad y pensamiento fronterizo. Madrid: Akal. 2003. 27-31. 130 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad ruptura y reivindicación de un lugar otro, desde donde comunica esta ruptura (que no es sólo ruptura, sino también es, a la vez, tensión de un entremedio), en pensamiento crítico hacia y desde su filiación otra, diferente. Esta comunicación (reciprocidad en el mundo ritual mapuche) reinterpreta la historia usando nuevos símbolos y significaciones (un lenguaje otro21). De esta forma, la protagonista es un cruce que persiste y desde donde da nuevos significados o, más bien, significados diferentes. Sin embargo, en este lugar de reciprocidades (el cuerpo y el texto), la sujeto no esconde la imprecisión de su territorio al sentirse “relámpago perdido” por entre la realidad que le proporciona el “pewma” (sueño)22, no como la manifestación de la ensoñación de lo “irreal”, sino como conocimiento, como experiencia desde donde está corporeizándose y subjetivándose a través de una lectura propia de una historia propia que dialoga con/en la juntura de su conciencia corporal y con/en el cuerpo mismo-otro cultural. Esta situación no de fragmentación de lo subjetivo entre una cultura y otra, sino que de ambigüedad, tensión y, sobre todo, de una problematización crítica de este tejido de junturas de un conocimiento cultural y una expresión corporal otros, desenvuelve una extrañeza de la sujeto desde su experiencia interior. Extrañeza que no desaparece ni en el (re)conocimiento de su mestizaje ni en su pensamiento fronterizo, puesto que vuelve una y otra vez a la interrogación cultural que mantiene su conciencia ampliada: “ ...dim e / si no tiene cueros mi alma / y apunto de ponerse el sol entrego / mis cabellos.” (198). Es nuevamente el cruce del “tatuaje del miedo”, la m arca en la piel interior y exterior que la colonización ha realizado y que la convierte en sujeto “subalterno”. Es la tensión que le provoca siempre la posibilidad de una “inundación” al cuerpo que ella misma ha “(re)inaugurado” y que lo transform en en “cuero” 23. 21 Sabemos que el y/o la sujeto se construye en y desde el lenguaje o en y desde lenguajes, y que no hay lenguajes sin sujeto en permanente proceso de significación y proyección, sujeto con/en interés, y con/en deseo. 22 Elicu ra C h ihu ailaf afirm a q u e “lo s sueños... no son para entregarse a las fantasías. Los sueños son una rendija de luz para el ejercicio del poder del espíritu. A su paso intemporal, y a veces incoherente, los sueños dan cuenta de tu historia personal que remontan hacia atrás o hacia delante, dejan signos en huellas, dejan signos, claves, rastros...”, en Recado confidencial a los chilenos. Santiago: LOM Ediciones. 1999. 84-85. 23 Trülke Wekufe: Trelaquehuecufe, Trelwekufe (“cuero maligno”): forma de cuero que toma el Weküfü (espíritu negativo). Vive en el agua alimentándose de los seres vivos que se adentran allí, a los cuales mata envolviéndolos y presionándolos con su cuerpo ancho y delgado... arrollándolos con sus enormes tentáculos y los arrastra hasta el fondo del agua donde les chupa la sangre. Después de saciar sus apetitos los suelta, dejando que la corriente se los lleve. También es llamado “manta” o “cuero de vaca u oveja”, el cual está bordeado de uñas afiladas. También rapta mujeres mapuches que van a la orilla del río. Esta unión es peligrosa. porque 131 Fernanda Moraga De tal forma, la sujeto del poema está interrogándo(se) por la posible muerte de su conciencia, si se deja atrapar por la estructura (neo)colonizadora que siempre intentará representarla y codificarla en sus discursos públicos, que muchas veces apelan a la diferencia, pero desde el sustrato sostenido en el tiempo de las desigualdades. El “cuero” es una metáfora más de una marca en su cuerpo cultural que puede succionar su existencia, a través de una estructura de tentáculos institucionales que se ensancha, para desparticularizarla dentro de un proceso de aculturación. Sin embargo, Adriana Pinda (como prolongación permanente hacia dentro y fuera del texto), en este instante remueve este cruce de temor de la sujeto (que es su propio temor), transformándolo nuevam ente en fuerza colectiva: “El Tarpial pide su monte, sorbe/ desde Icalma/ Llvfken su semilla ciega. Somos/ un rewe abrazado por la furia./ Foye Newen Kusé Foye newen Fvchá/ fuego de Kultrung” 24 (199). La protagonista es cultura que bordea otro cruzamiento en su proceso de configuración de sujeto: “Somos” , ahora es toda la cultura contenida en ella misma y ella misma contenida en toda la cultura. Es una apelación directa a la comunidad como proceso de proyección de un territorio encarnado en naturaleza como un cuerpo desanudando géneros propios y múltiples desde la experiencia local y colectiva, dislocando cualquier dualismo preconfigurado en la construcción de sujetos sexuados/as. Es la reunión de un erotismo (en el sentido de pulsión de vida) que se moviliza en un terreno amplio y distendido, y en una disposición plural del sentido y del poder (como valor) masculino (Abuelo), y femenino (Abuela) en la convergencia de un amasamiento25 sensual con una naturaleza múltiple (rewe, Llvufken, Trapial, fuego). De esta forma, Adriana Pinda a través de su escritura está resignificando el cuerpo de los y/o las sujetos que disienten del sistema dominante para hacer surgir desde estos seres causan daño, destrucción y muerte. Ziley Mora, Diccionario del Mundo Invisible Mapuche. Concepción: Editorial Kushé. 2001. 143-144. Creo necesario agregar que la cosmovisión mapuche no supone la existencia del “bien y el mal” separadamente, como en la cultura occidental, sino, más bien, un el perpetuo movimiento de fuerzas antagónicas pero, a la vez, complementarias. 24 Trapial (león chileno); Llufken, Llufke (relámpago); rewe (árbol sagrado que es imprescindible en el ritual de la Machi); “Foye Newen Kusé Foye newen Fvchá” (el poder del Canelo, de la Anciana y el Anciano). La traducción es mía. 25 La noción de amasamiento la tomo de G. A n zald ú a: “I am cu ltu red b ecau se I am participating in the creation of yet another culture, a new story to explain the world and our participation in it, a new value system with images and symbols that connect us to each other and to the planet. Soy un amasamiento… a creatu re th at q u estio ns th e d efin itio n s… and gives th em n ew m ean in gs”. (Yo soy cultura, porque estoy participando en la creación de otra cultura, una nueva historia para explicar el mundo y nuestra participación en él, un nuevo sistema de valores con imágenes y símbolos que nos conectan con cada otro y el planeta. Soy un amasamiento... una criatura que cuestiona las definiciones... y da a ellas nuevos significados). (La traducción es mía). Gloria Anzaldúa, op. cit., 103. 132 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad una rendija de esa misma estructura, cuerpos diferidos y que ahora son, en la escritura, fuerza de existencia incardinada. A partir de estas imágenes de (re)vitalización de la diferencia y pluralidad de los cuerpos culturales mapuches, la sujeto desnuda su cuerpo en “vasija de madera ritual”, en vehículo de contacto y de conocimiento que contiene la representación fundamental de la ideología mapuche: el “Kultrung” 26. El cuerpo de la sujeto nuevamente se transfigura y se moviliza en el despliegue de una nueva imagen que la reivindica como sujeto existencial, que se desprende o se prolonga de una historia local que habita dentro y fuera de la cultura global. Un dispositivo que Adriana Pinda realiza para escribir(se)27 en un movimiento recíproco desde la rajadura a la juntura. Este desplazamiento insistente y permanente de la sujeto la descentra de cualquier intento de sujeto único derivado de la cultura chilena dominante. Además, desanuda una y otra vez su cuerpo para nombrarse desde un punto de vista de género, como una sujeto que se piensa desde las fronteras, desde un despliegue transformador de sexualidades y sustrato imprescindible de (re)conocer en cualquier discurso que aborde la diferencia y que está en directa relación con la representación que los sistemas autocráticos hacen del cuerpo de mujer. De este modo, la raza y el género no pueden ser considerados o “estudiados” o tratados como “variables” aisladas la una de las otras. Cada una se contiene en la otra y, además, se envuelven y se desplazan en los cuerpos. 26 El Kultrún corresponde a la objetivación de la visión del mundo que tiene el pueblo mapuche, de esta manera, entonces, puede ser “leída”, interpretada o explicada su representación simbólica, tanto a nivel de instrumento ritual significante, de lo universal, como a nivel de cada uno de los símbolos en él inscritos. Leonel Lienlaf indica que “la cru z q u e lo divide en cuatro... marca los cuatro elementos. Los cuatro espacios de una existencia real. El Kultrún nos conecta desde esta realidad concreta hacia ese círculo infinito absoluto. El círculo es el diez: Mari. Y el cuatro es el Meli: la realidad. El existir involucra tiempo y espacio. Y los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, nos muestran en la realidad en que estamos. De esta realidad existencial el Kultrún nos ayuda a pasarnos a ese círculo de lo absoluto. En cuanto a los dibujos en cada uno de los espacios, unas espirales concéntricas, representan a Kai-Kai y Tren-Tren. Las dos serpientes que simbolizan lo negativo y lo positivo. En algunos Kultrunes, sin embargo, los símbolos son más transparentes: la luna, el sol, la estrella de la mañana. La finalidad última del timbal mapuche, que usa preferentemente la Machi, es inducir al trance extático. El éxtasis consiste en ponerse en contacto con lo absoluto y el Kultrún con sus sonidos n o s ayu d a”. M alú S ierra. Mapuche Gente de la Tierra. Santiago de Chile: Editorial Persona, 1992. 53. 27 La escritura es ya el primer cruce de esta sujeto mestiza y la apropiación resignificada de este espacio es la respuesta creativa, cultural y política de la existencia de su cuerpo en experiencia que la señala en diferencias culturales. 133 Fernanda Moraga ANOTACIONES INCONCLUSAS El poema de Adriana Pinda articula un proceso de construcción de sujeto-mujer-mestiza que deambula por unos espacios donde se realiza el viaje de aprendizaje de la sujeto. En realidad, corresponde al lugar del (des)aprendizaje (en palabras de Spivak), del territorio cruzado donde la experiencia, la subjetividad, las relaciones con la colectividad y, también, la(s) identidad(es) — indígenas, mestizas, sexuales, de género— surgen como fracciones intercomunicadas de la diferencia. Esta diferencia tomada como proceso de significación de la realidad y como lugar del proceso de formación de la sujeto. La experiencia dentro de la realidad del poema se textualiza en la recuperación de un sentido del mundo mapuche que la poeta va a articular al presente de la sujeto. Un ahora donde la sujeto es, permanentemente, amenazada por la invasión y por la marca del cuerpo como lugar propio de Otro colonizador. Sin embargo, la zona intersticial que ocupa la sujeto la impulsa persistentemente al cuestionamiento de su existencia, derrumbando de esta manera los fundamentos dominantes que se han inscrito en su territorio corporal. Por lo tanto, esta textualización del cuerpo como diferencia desata una subjetividad desde donde la sujeto se construye en el discurso, lo que significa que no es una construcción o un proceso de construcción dado de antemano. Corresponde a la movilización de una sujeto revolucionaria en cuanto rompe con el cuerpo político extranjero que está imponiéndose sobre el de ella. Es una sujeto que, a través de la interrogación, manifiesta sus emociones, deseos, intereses que no pueden comprenderse propiamente con los imperativos de las instituciones sociales. De esta manera, las experiencias “internas” y externas” que la protagonista del poema señala son mundos relacionales por las que se deconstruye y la hace sujeto heterogénea y descentrada. En este sentido, la subjetividad que Adriana Pinda desanuda en su poema es una subjetividad en proceso y en articulación a estas experiencias, es decir, en el texto se construye una subjetividad como un lugar de cruce donde se desenvuelven los procesos que transmiten sentido a la relación de la sujeto con el mundo. Así, la experiencia se señala en relación a una mujer mestiza con filiación mapuche; es decir, a un terreno corporal metafórico múltiple y en constante movimiento en el (re)conocimiento de su proceso de identidad.28 De esta forma la poeta va trazando una huella en su escritura que va difuminando 28 B rah d ice q u e “la subjetividad... es la modalidad en la que la precaria y contradictoria naturaleza del sujeto-en-proceso se significa o experimenta como identidad. Las identidades están m arcad as p o r la m u ltip licid ad d e po sicion es d e su jeto qu e co n stitu yen el su jeto ”, en op. cit. 131. 134 Adriana Pinda y el habla escrita de la ajenidad las fronteras paralelas y las va integrando como parte de un conjunto de articulaciones, como procesos en y desde la experiencia de la sujeto. Al proyectar el lugar de la experiencia como el lugar de las deconstrucciones, de las transformaciones y de las construcciones de una sujeto en tránsito permanente — desde dentro de un exilio que se enhebra por entre las rendijas de lo impuesto— Adriana Pinda expresa una lógica otra de extrañamiento que funciona como la sustancia del/y los (des)aprendizajes culturales desde los cuales va a articularse la significación que experimenta la sujeto desde la subjetividad corporal-cultural. Este espacio textual y relacional que compromete un proceso de construcción de una sujeto otra como lenguaje, como texto, como enunciación y como sujeto de la enunciación, distiende un espacio de escritura y representación, más precisamente, entre escrituras del yo y representaciones del yo que invocan desde y en sí misma la dislocación y la rebeldía a la subjetividad impuesta para convertirse en subjetividad múltiple y propia. Este desenfado escritural que produce Adriana Pinda nos introduce en la problemática de la representación y de la escritura que da lugar a movimientos de destrucción-construcción y reconstrucción de la experiencia. Se trata de una zona fronteriza, de un exilio que no olvida, sin embargo, el sentimiento de extranjería. El proceso textual se organiza desde la perspectiva de la ruptura del yo (colonizado), entendido como un representante insuficiente para la sujeto del poema. Esta deconstrución nos introduce en la cuestión del “abismo de una historia” o de unas historias. Junto a esta problematización de la sujeto, Adriana Pinda va configurando también un exilio otro, el propio, donde la sensación de extranjería no se produce únicamente en la incertidumbre, sino que despierta una lógica de una subjetividad otra que atraviesa en todos los sentidos este “cuerpo de mujer”. Los cruces de la sujeto corresponden a un “corpus” experiencial que trasgrede, al desterritorializar el espacio que ha sido confinado por la mirada oficial. En otras palabras, esta escritura de Adriana Pinda trasgrede, porque pone en escena lo irrepresentable para las estructuras del dominio etnocentrista occidental en Chile. De este modo, entonces, la(s) experiencia(s) configuran latencias imprescindibles en el texto estudiado, debido a que activan el deseo y el interés, el sentido y el valor de la sujeto de dicho texto, hacia la exploración crítica de su existencia propia, la que se atestigua, se dificulta y se contradice como expresión de un transcurso sociocultural, es decir, como consecuencia de un proceso semiótico, alojado principalmente en la construcción de esta sujeto mestiza. En síntesis, el poem a “R elám pago” y , en general, la escritura de Adriana Pinda abre la posibilidad de pensar la construcción de la subjetividad 135 Fernanda Moraga cultural de los cuerpos desde lugares otros y una de las posibilidades de realizar este gesto de desjerarquización es abandonar el estatus de “objeto” al que han sido confinados estos cuerpos por el sistema estructuralista occidental, porque de esta manera es posible entrever y (re)conocerlos como sujetos de escritura (emisor(a) empírico(a) y/o emisor(a) poética/o). Y, precisamente, a partir de procesos diferentes en la apropiación política de la escritura como la noción de sujeto, de raza, de clase, de género, construidas culturalmente por la historia del hombre occidental-heterosexual es que se agrieta y surge la autorrepresentación narrativa o imaginaria del “subalterno”. Universidad Cardenal Silva Henríquez* Doctora © en Literatura - Universidad de Chile Bucalemu 4769-C, Depto. 143, Ñuñoa, Santiago [email protected] BIBLIOGRAFIA ANZALDÚA, Gloria. Borderlands/La frontera. San Francisco: Aunt Lute Books, 1987. BELL Hooks, Brah, Avtar; Sandoval, Chela; Anzaldúa, Gloria. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid: Traficantes de Sueños, 2004. CHIHUAILAF, Elicura. Recado confidencial a los chilenos. Santiago: LOM Ediciones, 1999. MANSILLA Torres, Sergio. Identidades culturales en crisis: versiones y perversiones sobre Nosotros y los Otros. Valdivia. Secretaría Regional Ministerial de Educación, 2002. MIGNOLO, Walter D. Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid: Ediciones Akal, 2003. MOI, Toril. Teoría literaria feminista. Madrid: Ediciones Cátedra, 1995. MORA, Ziley. Diccionario del mundo invisible mapuche. Concepción: Editorial Kushe, 2001. NAGY-ZEKMI, Silvia. 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Se evidencia cómo, en este texto, el autor propone una visión irónica y marginal de la creación poética desde la experiencia del fracaso del lenguaje por designar otra cosa que sí mismo y de la disolución de las categorías totalizadoras de la poética elaborada por la modernidad literaria. Palabras clave: poética, modernidad, posmodernidad, marginalidad, escritura. Abstracts This article is an interpretation of El escupitajo en la escudilla by the chilean poet Enrique Lihn, in the context of the crisis of modern paradigm in the chilean contemporary poetry. It shows how in this text the author proposes an ironical and marginal vision of poetical creation from the experience of the failure of language to designate another thing but itself and the dissolution of totalizing categories elaborated by the literary poetics of modernity. Key words: poetics, modernity, postmodernity, marginality, writing. I. HACIA EL LUGAR DE LIHN EN LA POÉTICA CHILENA Desde sus orígenes griegos, la reflexión sobre la estructura y la producción del texto artístico, que llamamos Poética, ha estado estrechamente vinculada a la teoría general del arte o Estética a través de la meditación sobre la figura del poeta o creador artístico, en general, y la relevancia de su oficio. La tendencia hacia el formalismo, presente ya en la poética clásica, relega progresivamente este tema a un lugar secundario respecto del análisis de los géneros y de la composición del discurso, paradigma que viene a quebrarse en el período romántico, cuyo énfasis en la subjetividad creadora viene a poner la personalidad individual como factor determinante en la constitución de la Kristov Cerda obra de arte.1 Esta reacción antiformalista en poética, continuada en el siglo XX por las vanguardias, determina el horizonte desde el que se autocomprende la modernidad literaria, de modo que — habida cuenta del fracaso del proyecto romántico de conciliar la revolución social con el heroísmo individual del poeta, supuesto profeta de los nuevos tiempos— el creador literario se halla, desde entonces, forzado a cuestionarse abiertamente sobre su lugar en la sociedad y sobre la función de su discurso; problema tanto más acuciante cuanto la literatura se ve prontamente desplazada por las artes de consumo masivo en el imaginario social contemporáneo. Si, a su vez, estamos de acuerdo con el juicio, según el cual la figura paradigmática de la modernidad poética chilena es Vicente Huidobro (Pizarro 1994:21-57), hemos de asumir, también, que los rasgos que vinculan distintivamente la obra de aquél con las categorías estéticas que delimitan lo “m oderno” se encuentran estrecham ente ligados a su particular concepción de la creación literaria y a la hipertrofia narcisista del sujeto poético, resumidos ambos con precisión programática en el manido verso final de su Arte Poética: “el poeta es un pequeño dios”. D esde el período rom ántico los poetas se han venido concibiendo a sí mismos como seres de excepción, llamados a proferir una palabra absoluta, enteramente creadora, cuya singularidad radical le confiera al decir lírico un poder y un prestigio por encima del resto de los discursos de la cultura, de modo que pueda ocupar el lugar vacante de la palabra sagrada. E sta m itología de la “palabra esencial” mallarmeana, desarrollada ampliamente por las vanguardias, es reelaborada hasta el paroxismo en los textos metapoéticos huidobrianos, de modo que la postulación del creacionismo — cuyo corolario explícito es la inflación del Ego del poeta hasta asimilarlo al Verbo creador2— no hace sino continuar, con diversas inflexiones y matices, la aspiración a la total alteridad que, según Octavio Paz (1987:18), caracteriza a la modernidad en literatura. No obstante, tal exceso de confianza en los poderes con que la poesía inviste al sujeto creador no es compartido con la misma intensidad por las restantes figuras fundacionales de la poesía chilena contemporánea (Mistral, Neruda y De Rokha), pues persiste en todos ellos la tendencia a concebir el oficio poético como un decir de alcance universal, capaz de dar cuenta, globalmente, de todos los niveles de la realidad chilena e hispanoamericana y de hacer proposiciones sobre el sentido oculto o posible de esta realidad, desde una subjetividad, en muchas ocasiones, no menos abarcante y grandilocuente como la que campea en la producción huidobriana. Todos estos poetas se encuentran implicados por el proyecto literario de la 1 2 Cfr. Antonio García y Teresa Hernández. La poética: tradición y modernidad. 1994. 32ss. Cfr. Enrique Lihn. El lugar de Huidobro. 1997. 77-93. 138 Una poética desde la marginalidad y el fracaso modernidad, en la medida en que la alteridad deseada por esta se articula como el deseo de un orden social distinto salido de la crítica revolucionaria al orden imperante, o bien, como la concepción de un orden metafísico unitario anudado por la analogía (Paz 1987:65-114). El americanismo neorromántico, la pulsión cosmológica y el fervor revolucionario compartidos con mayor o menor énfasis por los grandes poetas chilenos y sus epígonos, indican la forma local en la que se concreta este proyecto así como, también, la vinculación de su horizonte con la ceguera típicamente moderna respecto de las contradicciones de la existencia, veladas por la fascinación narcisista del lenguaje poético consigo mismo.3 La emergencia de la antipoesía parriana en el horizonte de la poesía nacional contribuirá, por su parte, a disminuir la presión edípica que las figuras fundacionales ejercen sobre las generaciones siguientes de escritores, abriendo así la posibilidad de una poética que rompa con el personalismo y la grandilocuencia, para instalar en su lugar una subjetividad dislocada — que se sostiene precariamente en el absurdo existencial— más un discurso literario escéptico que se cuestiona constantemente a través del ejercicio humorístico (Lihn 1997:111). La singularidad idiosincrásica (casi idiolectal) del camino antipoético imposibilita, sin embargo, cualquier movimiento que aspire a configurar un campo de producción literaria compartido por un grupo o generación de poetas que aporten su individualidad situada a un derrotero común. Ello no impide que la demolición de los presupuestos estéticos de la generación de Huidobro por la antipoesía facilite a los poetas más jóvenes concebir una idea de su oficio a partir del rechazo a la fetichización del lenguaje y del Ego creador. Rechazo que se habría de lograr a través de la insistencia en la crítica de los recursos y las formas lingüísticas, así como en la recuperación de la experiencia personal, pero ahora fragmentada, condicionada por la precariedad de lo real (Lihn 1997:373). Según Waldo Rojas (2001:28ss.), la promesa de una poética tal se hace realidad en el horizonte de la literatura chilena con la aparición de La Pieza Oscura (1963) de Enrique Lihn, cuya obra se caracterizaría de ahí en adelante por articular la conciencia, propia de los poetas del siglo XX, y por la exterioridad del lenguaje. Frente a la creencia moderna en un sujeto omnipotente que manipula las palabras de acuerdo a sus fines, el lenguaje se manifiesta cada vez más como un sistema que impone sus propias reglas al hablante, hasta el punto que la subjetividad queda constituida por aquél antes que darse como una instancia precedente y autónoma. Esta dependencia se 3 Enrique Lihn. “M o m en to s esen ciales d e la po esía ch ilen a”. 19 97 . 58-68. Por otro lado, Didier Anzieu (1993:136) conecta la fascinación por el código — el lenguaje, en el caso de la obra de arte literaria— con las fantasías megalómanas y la autoimagen demiúrgica del creador. 139 Kristov Cerda manifiesta, también, del lado de la significación, en tanto las palabras no funcionan como entidades transparentes que presentan sin mediaciones una realidad extralingüística sino, más bien, como objetos opacos que imponen su lógica al horizonte de la experiencia y sólo, a duras penas, pueden ser sobrepasados en dirección de un dato puro presignificativo. El fracaso del lenguaje como herramienta de comunicación y representación del mundo — la objetividad resistente de las palabras— es comprendido por Lihn como la “nulidad de la palabra poética para romper e ir más allá del círculo de sus mismos significados, vueltos ellos mismos cosas, propiedades fijas de cada término... nulidad de la palabra poética para comprometer al poeta en tanto tal, y puesto que el hombre es uno e indivisible, nulidad para comprometerlo con lo real” (R ojas 2001:31), de modo que nos encontraríamos en presencia de una poética que — avanzando desde la magia y torrencialidad verbales de la generación de Huidobro— se hallaría en condiciones de superar el fetichismo lingüístico y el narcisismo poético en dirección de una visión desencantada del oficio. Notoriamente, Rojas describe esta poética del fracaso o el desaliento que atribuye a Lihn apoyándose en ciertos enunciados procedentes de La musiquilla de las pobres esferas, de un libro posterior del autor (1969). Por lo que cabe inferir que, si bien en los textos contenidos en La Pieza Oscura (1963) dicha poética se encuentra realizada, alcanzaría su formulación más acabada en el texto ulterior. Carmen Foxley (1995:103), por su parte, ha señalado cómo en estos dos poemarios se inicia el intento del autor por renovar el espectro de la lírica nacional en contraposición con la tradición. Contraposición que se define por el cuestionamiento a los supuestos estéticos y poéticos de la modernidad, concretado en dos amplios gestos: ante la poética de la creación pura, una poética del reciclaje o la rememoración de los fragmentos de experiencia desechados por los discursos culturales hegemónicos; en segundo lugar, a la posición central asignada al sujeto por la modernidad, Lihn opone una subjetividad disociada e histriónica, atravesada permanentemente por la angustia y el descalabro existencial (Foxley 1995: 29-34). El presente estudio intenta establecer el alcance de la mencionada contraposición entre la poética moderna y esta nueva poética formulada por Lihn a través del examen detenido de uno de los abundantes escritos metapoéticos del autor. “El escupitajo en la escudilla” (1969:73 -78) pareciera ocupar un lugar secundario entre el conjunto de textos que en La musiquilla de las pobres esferas constituyen alguna forma de meditación sobre la poesía y el oficio del poeta. Foxley (1995:89), quien ve en la reflexión metapoética la característica principal del poemario, se limita a ubicarlo en la lista de los textos que tratan explícitamente el tema, pero privilegia en su análisis — como 140 Una poética desde la marginalidad y el fracaso la mayoría de los críticos— las referencias a “P or qué escribí”, “M ester de Juglaría” u otros textos de expresa dimensión intertextual (Foxley 1995:95100). Juan Zapata (1994:120-121), en cambio, examina con mayor acuciosidad el texto en cuestión, pero lo pliega a “P or qué escribí” de m odo tal, que ambos aparecen trabados al interior de una peculiar dialéctica reflexiva en la que este último vendría a representar la expresión más acabada. Ciertamente, la comparación de estos textos opera en contra del que hemos elegido, por cuanto su forma aforística y su patetismo le confieren un carácter narrativo-confesional que pareciera agotar su significado, mientras que en los restantes poem as m encionados la com plejidad form al y el “retorcim iento figurativo” (F oxley 1995:75 ss.) articulan múltiples niveles de sentido que dan pie a interpretaciones presumiblemente más fecundas. Con todo, hemos escogido “El escupitajo en la escudilla” en tanto que su aparente secundariedad a los ojos de la crítica y aún la rareza que — como veremos— presenta en el contexto del poemario, nos parece reafirman el rol gravitante que posee la marginalidad en la concepción poética de Lihn, tanto más cuanto el texto describe un horizonte de sentido en el que tanto el oficio poético como la relación entre escritura y subjetividad se conciben desde la experiencia del fracaso y de la exclusión, conforme a la lectura de Zapata (1994). Esperando que ello sea explícito, luego de una lectura e interpretación más o menos exhaustivas, intentaremos formular algunas sugerencias respecto de la situación polémica de este texto frente al proyecto poético de la modernidad. Tal situación se halla sumariamente representada — según creemos— por una afirmación sobre el creacionismo huidobriano que Lihn desliza en una panorámica de la poesía chilena publicada en 1969 por Casa de las A m éricas: “N uestra propia definición como poetas puede surgir por oposición a su teoría… a través del exam en del relativo y apasionante fracaso de esa teoría en la praxis poética del propio H uidobro” (1997:65). II. UN “ESCUPITAJO” EN LA SOPA DE LOS POETAS “El escupitajo en la escudilla” es un texto breve, escrito en prosa e impreso con caracteres distintos del resto de los poemas de La Musiquilla de las pobres esferas. El rasgo más llamativo, desde la lectura inicial, lo constituye la alternancia de la primera y la tercera personas gramaticales, de modo que el discurso se moviliza pendularmente desde la reflexión del sujeto textual sobre su propia situación hacia proposiciones referidas al poeta y a la poesía en general. Aparece, así, escindido en un texto de carácter confesional o epistolar en el que el hablante exhibe su desazón creativa y existencial — en una instancia dialógica introducida por la apelación a una segunda persona gramatical no bien determinada— y un segundo texto aforístico en el que se 141 Kristov Cerda examina esta angustia como condición constitutiva del oficio poético. Como bien lo ha hecho notar Zapata (1994:121), estos cambios de perspectiva son indicios del descentramiento del sujeto textual — si no del “sujeto” sin m ás— que se intenta explicitar a través de la escritura y sobre el cual el texto (así como el poemario en su totalidad) vuelve, una y otra vez, con una insistencia tan obsesiva como disociada, generando un efecto de alienación que imprime al texto su especial patetismo. La primera marca significativa se encuentra en el título, que denota una acción y un espacio señalados por su marginalidad social y moral: la escudilla es el recipiente que caracteriza en las tradiciones literarias bíblicas y orientales a los mendigos o a los monjes mendicantes, es decir, a quienes son excluidos por completo de la sociedad o se excluyen voluntariamente, incluso, de las relaciones de producción. “Escupir en la escudilla” representa, por lo tanto, un gesto de sumo desprecio y humillación que reafirma la exclusión en tanto indica que el alimento que corresponde al marginado (la escudilla es también recipiente de alimentos) son los desechos de la sociedad y — particularmente— sus desechos orgánicos. Lihn utiliza el sustantivo “escupitajo” de clara connotación peyorativa, no obstante la expresión aparece en el cuerpo del texto dos veces para sugerir a su vez una actitud de mínimo reconocimiento: ...jamás una comunicación nunca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escudilla (1969:73). Que alguien se ponga en su pellejo: un escupitajo en su escudilla (1969:74). Ahora bien, la decisión de titular de ese modo al texto en su conjunto significa, en primer lugar, que aquel es concebido como señal ínfima de reconocim iento ante la com unidad aludida en el texto, la “cofradía” (1969:73) de los poetas, pero que a su vez es una mueca de desprecio, de distanciamiento, en tanto sólo se permite un escupitajo, no una obra mayor, sino un desecho, un texto breve y marginal. El título dice relación, en segundo lugar, con la concepción del oficio poético, que se propone, así, como una palabra fracasada, impotente y desechable, “una acotación en sordina, una mera idea que da su paseíto nocturno” (1969:76). Del mismo modo, como el escupitajo sale de la boca como una excrescencia sin valor, las palabras del autor que constituyen el texto salen sin sentido alguno, son detritus, porquería inútil: Estoy lejos de querer significar algo. Escribo, porque sí, no puedo dejar de hacerlo. Escritura de nadie y de nada... (1969:73). 142 Una poética desde la marginalidad y el fracaso Nos encontramos de lleno en un discurso que subvierte la imagen tradicional de la creación poética, que descansa en la concepción implícita, según la cual el lenguaje sería vehículo de expresión de una subjetividad demiúrgica que escribe para registrar y comunicar los estados de su espíritu. Esta concepción supone que la escritura, en tanto conjunto de signos, debe referir algo externo a sí misma, debe articular la significación en torno a un objeto del que se dice (escribe) algo y esta proferición debe, a su vez, designar el lugar de un sujeto, de un hablante (escribiente), que intenta comunicar algo. El texto de Lihn, sin embargo, alude a la condición intransitiva de la escritura, su incapacidad estructural para remitir a algo fuera de sí misma o — como lo enuncia en su entrevista con Marcelo Coddou (1989:164)— la “catástrofe” psíquica que genera la incapacidad del lenguaje de acceder a la verdad. La escritura no significa, no supone una intención o un motivo previos, ni siquiera un sujeto-autor; antes bien, se vuelve sobre sí misma y en este volverse instituye el espacio en el que emerge el sujeto-escritor. (Barthes 1994: 23-33). Esta constatación, que es la experiencia sobre la que se sustenta todo el texto que aquí procuramos interpretar, se describe en términos de la impotencia para alcanzar con la escritura el objeto de deseo que se designa con la segunda persona a la que se apela y que pareciera corresponder a la “Poesía” apostrofada: ...adiós, quiero decir hasta mañana a la misma hora frente a esta espantosa máquina de escribir, poesía, será el acoplamiento carcelario entre tú y yo: seres hasta de cuyo sexo se puede dudar, me incrusto en este rincón a esperar el deseo (1969:73). Te escribo, te escribo. No logro que ni una sola palabra se te parezca en lo más mínimo (...) No puedo decir que no te haya abandonado (1969:77). Julia Kristeva (1999:102-106) señala que el mecanismo de la sublimación opera en la génesis de la creación literaria, en tanto el acceso al orden simbólico supone que el niño — en el momento de la crisis edípica— sustituya el objeto materno del deseo por el lenguaje, de modo que este viene a reemplazarlo también como objeto de goce. El artista inviste su obra con los excedentes pulsionales que restan de su encuentro con los objetos en los otros terrenos de su vida (social, familiar, profesional, erótico, etc.), a fin de preservar la envoltura narcisista del Yo de las crisis derivadas de esta energía pulsional no dirigida, cuya alternativa sería la depresión (Anzieu 1993:236). La constatación de la intransitividad de la escritura poseería, entonces, para el sujeto textual la tonalidad angustiosa de una crisis narcisista de segundo orden: en principio, el lenguaje habría funcionado como sustituto del objeto 143 Kristov Cerda de deseo-madre, permitiendo así superar la angustia edípica y avanzar hasta el orden simbólico. En este proceso, sin embargo, la investidura del lenguaje por la pulsión instituye un fantasma que refuerza el narcisismo primario, la Poesía, que funciona en la tradición lírica bajo diversos avatares, todos ellos congregados en torno a una figura femenina con la que se mantienen relaciones eróticas ambivalentes.4 La sensación de éxito o fracaso al apropiarse de este objeto fantasmático, que dependería en gran medida de la estimulación temprana en la interacción del niño y su madre (Anzieu 1993:8390), determinaría sujetos que alimentan su narcisismo a través de la obra — Huidobro nos sirve otra vez de paradigma— o bien, otros que reproducen la angustia edípica, ahora ya no dirigida hacia una madre inalcanzable, sino a la inmarcesible belleza poética. Lejos de aventurar una especulación sobre el desarrollo del psiquismo infantil del autor, lo que nos interesa es destacar, a través de la lectura psicoanalítica, que en el texto de Lihn se registra la experiencia de la ineptitud del lenguaje poético como objeto de (deseo y) goce; el acto creador es un “acoplam iento carcelario”, una cópula forzada, estéril, de am bigua sexualidad, cuyo único producto es el “escupitajo”, excedente seminal que no habrá de fecundar jamás la gran matriz de la Poesía. Esta experiencia es el descubrimiento de la escritura como corporeidad (materialidad) que llena la fractura insalvable entre el sujeto y el objeto deseado. E l fantasm a “P oesía” es reemplazado por la aspiración al cuerpo (corpus) total de la obra, que no puede ser alcanzado, sino a costa de la muerte del escritor.5 La pulsión de muerte, antes que la de placer es el motor secreto de la sublimación que lleva hacia la escritura como sustituto para el goce narcisista (Kristeva 1999:102-103): Yo me deseo escritor, deseo mi escritura. Este movimiento autoerótico — al que Lihn alude más adelante al hablar del “m asturbatorio” com o habitáculo d el poeta (1969:74)— es el que constituye la obra. La obra nace así bajo la égida del fracaso y de la repetición incesante: mi escritura no me pertenece, se me escurre entre los dedos, debo recomenzarla una y otra vez para reproducir ese goce tan efímero como vacío (Blanchot 1969:20). Los poetas son, pues, m endigos. “P eor que m endigos. N os reducimos a la m endicidad” (1969:73), recolectando los desechos discursivos de la cultura para producir sus propios y contingentes dispositivos de goce (Foxley 1995:96). La marginalidad mendicante, sin embargo, es una elección, un acto 4 Cfr. El análisis de la relevancia de la figura femenina en el surrealismo por Julia Kristeva, 1999. 187ss. 5 Cfr. Maurice Blanchot. 1969:12. Recuérdese la afirm ació n d e “P o r qué escrib í”: T o do s los que sirvieron y los que fueron servidos / digo que pasarán porque escribí / y hacerlo significa trabajar con la muerte. 144 Una poética desde la marginalidad y el fracaso de autenticidad que se contrapone a cierta escritura inauténtica que se pone al servicio de los discursos hegemónicos de la cultura: ...o será que sólo yo he tomado en serio mi oficio. Bien pensado, veo a otros miembros de la cofradía — jamás una comunicación nunca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escudilla— ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional, continental o mundial. Mientras yo, a fuerza de desvivirme, quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua (1969:73-74). El poeta se margina, también, respecto de sus pares, de la tradición nacional-latinoamericana de los poetas-diplomáticos, poetas-comprometidos, o el sinnúmero de poetas que en algún momento de su vida han creado obras ad usum delphini.6 La exclusión, por lo tanto, es radical. Marginalidad social que no transa con ninguna forma de poder, ni siquiera el poder estatuido por la comunidad letrada; el poeta es un “infeliz” (1969:74), un “intocable” (1969:75), su lugar es el del paria exterior a todas las clases. Esta caracterización invierte el sentido de la aspiración de la poesía moderna a la alteridad: esta ya no se concibe como la novedad absoluta o el decir sagrado, sino que se realiza como exterioridad respecto de los discursos y del poder instituido, ubicada no en un afuera absoluto — lo que sería otra forma de sublimidad (Rojas 2001:33)— sino, más bien, en un camino oscilante (Foxley 1995:31) a través de los intersticios que se abren entre uno y otro discurso dominante: Su camino es el de la cuerda floja, pero siempre ha sido prudente: transita con pie de plomo entre uno y otro extremo de la noche. No zigzaguea, porque está borracho (1969:74). Sé que grandes problemas tiene al mundo ocupado como a una letrina. Lo harán estallar, la mierda llegará al cielo, y no me obstino. Esta no es más que una acotación en sordina, una mera idea que da su paseíto nocturno, despavorido, entre uno y otro basural (1969:76). La marginación del poeta alcanza, en la descripción del texto, ribetes paranoides. La incapacidad para tratar con las palabras como herramientas de comunicación y la exigencia de distanciarse de los discursos de poder arrojan 6 Cfr. Los comentarios de Enrique Lihn respecto de cierto episodio protagonizado por Braulio Arenas durante el régimen militar. 1997. 232-234. 145 Kristov Cerda al poeta a una soledad angustiosa, “carece de sentido del hum or”, “lo eriza el exceso de fam iliaridad” (1969:64). Esta soledad no se corresponde, sin embargo, con cierta estética espiritualista de la incomunicabilidad, cuyo origen se remonta a los Diarios de Pavese (1992), y que fuera explorada cinematográficamente por Antonioni. Se trata de una condición existencial, casi carnal, que se compara con la del anacoreta, ante quien el mundo y el otro aparecen como fantasmas peligrosos, simulacros de una felicidad inalcanzable en este orden de cosas. La marginalidad del poeta se acerca peligrosamente a la alienación: la opacidad del lenguaje que nos dificulta la comunicación, esa fascinación impotente que es el reverso de la fascinación demiúrgica de la vanguardia o del onirismo desatado, incapacita para acceder al otro. El Eros que se ha vaciado sobre el lenguaje en la sublimación, al descubrirse impotente, reaviva el temor a la castración — la “desgarradura” (1969:75)— transmutado en la pérdida absoluta del contacto con el otro debido a la impotencia del lenguaje-órgano/falo simbólico (Kriteva 1999:151): Él es un fraile, él es un fraile. Dondequiera que vaya estarán el gran desierto, las tentaciones. Nunca seres de carne y hueso a los cuales estrecharse en los momentos cruciales: eyaculación, ternura, muerte, nada más que fantasmas obscenos o los ausentes que le duelen o el mundo entero dejándolo pasar como un intocable (1969:74-75). La castración-impotencia es el resultado del proceso de subjetivación, de la Ley, el poder social institucionalizado. El poeta — marginado y marginal— es sólo un residuo de sí mismo, materia desechable en el orden mundano, el orden del poder y de las relaciones sociales: “O bjeto para los dem ás de uso efím ero” (1969:75). La escritura se concibe, entonces, como rescate de los residuos, operación de reciclaje que intenta reconstruir una subjetividad evanescente, en fuga perpetua, que así puede escapar a las fijaciones castradoras de la Ley. Contra el sujeto omnipotente, el burgués productor autónomo — implícito en la poética moderna— Lihn esboza un sujeto en proceso, que resiste a la heteronomía social y a la castración por los múltiples dispositivos subjetivadores que también han encarnado — como una herencia indeseada— en el lenguaje que el poeta usa para hacer su cuerpoobra, interminable como la travesía de este sujeto permanentemente descentrado: Sujeto a todos los vértigos, a todas las náuseas, a todas las desgarraduras del sujeto. Sujeto a la antigua: educación religiosa, amor y odio a la familia, miedo a la vida, ideas fijas, obsesiones, alucinaciones. No es raro que haya elegido esta profesión, escribiente. Bajo el peso del mundo me desgrano, así parezco soportarlo mejor. Me 146 Una poética desde la marginalidad y el fracaso escribo con minúscula, a renglón seguido, cada palabra es un obstáculo, etc. Casi todo lo que soy está por hacer (1969:75). “C ada palabra es un obstáculo”. H e aquí la paradoja del lenguaje: es la materia que permite la producción poética, pero que, también, instituye al sujeto en su dependencia del discurso social, se ofrece como objeto de deseo, pero se resiste al deseo, causa tanto goce como dolor e impotencia. La salida, si es que existe, es el trabajo de la escritura como descentramiento del lenguaje social; escritura como lenguaje-impotente que se opone (pero que, a su vez, trabaja desde) al lenguaje-poder. En la contratapa del poemario, Lihn m enciona una “dialéctica de la nulidad y el poder” como mecanismo ambivalente de desazón y gratificación que se encuentra en la base de la relación establecida con el lenguaje en el momento de la creación de los textos. La capacidad de “escribirlo todo”, es decir, de disponer del lenguaje como una materia femenina, pasiva, que se deja hacer al arbitrio del sujeto, pero tam bién la conciencia de “ese silencio que am enaza a todo discurso desde dentro”. E scritura dislocada, escritura de la imposibilidad de la escritura como piel transparente que deje ver tras de sí, o en sí misma, el resplandor del sentido. Antes bien, lo que la escritura poética hace ver es el reflejo del propio poeta, sus contradicciones, su mortalidad (Rojas 2001:33). Narcisismo de la escritura, narcisismo horrorizado del poeta que se enfrenta a sus miserias en este espejo oscuro que exhibe lo que debiera permanecer oculto, pues ofende a la Ley (al ideal del poeta demiurgo-pequeño dios), escritura impotente que, al exhibir impúdicamente su impotencia, se arriesga a la obscenidad: Digo poeta, porque la palabra me suena a cosa vieja y gastada, casi como un insulto. Con esta trompeta rota nada puede anunciarse, ningún juicio. Servirá, a lo sumo, para descargar los pecados de un testigo de Jehová: la obscenidad del alma (1969:77). La trompeta rota de la poesía es, desde el punto de vista de la Ley — y, por lo tanto, desde el punto de vista de quien se identifica con la Ley— , escritura obscena y delirante. Tanto más obscena cuanto el poeta mendicante se escribe a través de los residuos que ha tomado de la palabra social, ya no gracias a una inspiración poética que viene del más allá, ni a una idea única que se quiera comunicar, sino en la ausencia de pensamiento como condición de la creación: “H ay cabezas com o esta. Deshabitadas y, en ellas, cierto tipo de pájaros, cucarachas...” (1969:76). E s decir, el devenir de una pulsión — pulsión de escritura, deseo del lenguaje— que engendra poemas como fantasmas, animales obscenos, marcas o huellas en el devenir miserable de este sujeto desengañado del poder de la poesía: 147 Kristov Cerda El poeta hablará de los animales que no figuran, por pudor de la belleza, en la leyenda de Orfeo. Y ellos, lejos de escucharlo, anidarán en él, serán parte de la obscenidad de su alma, de su trompeta. Todo es intolerable (1969:77). El poeta en el margen; un Orfeo incapaz de hacerse oír por las fieras, víctima de animalejos que lo habitan como parásitos, así como la escritura habita el habla cotidiana y se alimenta parasitariamente de ella, citándola, transformándola, descontextualizando el discurso del poder, en fin, reciclando el lenguaje de la comunidad una y otra vez. El parásito es la imagen de lo marginal por excelencia, criatura despreciable que no tiene más vida que la que logra extraer de otro, se alimenta de los desechos e, incluso, del organismo de su anfitrión; es improductivo y, muchas veces, vector de enfermedades. Parásito es, también, el ruido que interrumpe o dificulta la comunicación, interferencia o redundancia que, paradojalmente — en tanto corta o distorsiona el sentido— abre la posibilidad de una ruptura creativa basada en el malentendido y en el montaje (Ulmer 2002:149ss). El parasitismo de la escritura es, con todo, una afirmación de la vida, un intento por montar el collage que es el sujeto, succionando el poder al lenguaje. Los poetas son, entonces, parásitos que viven sus escasas existencias a contrapelo en la economía de los grandes relatos históricos, residuos inútiles que sólo permanecen en tanto habitan fuera del foco de atención y sólo se vuelven visibles cuando el poder (las editoriales, los centros de conocimiento, las academias, la crítica, etc.) lo requiere ¡Sólo que — individuos de mi especie— el derecho a la inutilidad ha cambiado de precio! Si pudiéramos darnos el lujo de extinguirnos. La Historia, en cambio, nos economiza. Para los gastos menudos. Al nivel de los restos (1969:76). En los párrafos finales del texto se retoma la apelación al objeto del deseo como objeto de la escritura. El poeta da cuenta de su incapacidad para conciliar su escritura con el objeto deseado, que bien puede ser la amada real y concreta o — como hemos sugerido— la poesía personificada. La escritura es una búsqueda, un deseo insatisfecho, pero también el riesgo de la pérdida definitiva, de la separación irremediable a la que el poeta se siente arrojado como consecuencia de su debilidad constitutiva. Cristo en la cruz se queja del abandono del Padre (la Ley, otra vez); en su agonía: el poeta — Cristo invertido— en su agonía miserable reconoce que él es quien ha dejado el espacio seguro y gratificante del Eros materno simbolizado por la fascinación 148 Una poética desde la marginalidad y el fracaso del lenguaje (Blanchot 1969:26-27). Sabe, también, que la separación definitiva significaría el quiebre del orden simbólico, el poeta arriesga un paso en la locura: No logro que ni una sola palabra se te parezca en lo más mínimo. Y para ponerte aquí, por tu nombre tendría que sacar fuerzas de todas mis flaquezas, prepararme para lo peor que una palabra pueda hacernos. No puedo decir que no te haya abandonado. Tendría que gemir, en realidad, en ningún huerto de los olivos como no fuera el huerto de la casa de los olivos, los olivos es la calle del manicomio (1969:77). Ciertamente, la alternativa que ha tomado el sujeto textual no es la locura, sino la aceptación del fracaso y el trabajo de la escritura (Kristeva 1999: 140-141), pero ello no se verifica directamente en el interior del texto, sino sólo cuando lo tomamos en su integridad como un “escupitajo en la escudilla”; es decir, como sublimación de la crisis en la materialidad de la palabra impresa y — por lo tanto— como una forma de objetivar la angustia y sacarla de la escena consciente, como a un excedente molesto. La negatividad del deseo (pulsión de muerte), vuelta narcisísticamente contra el propio sujeto al constatar la impotencia de la palabra poética, se desplaza hacia el trabajo de la escritura, hacia la puesta en obra del lenguaje que — a pesar de todo— sigue siendo, de un modo irónico o distorsionado, poesía. El texto se cierra haciendo cuenta de sí mismo como un episodio ominoso, un lamento injustificado que sólo hace patente la mala conciencia del poeta, su aparente costumbre de dudar de sí mismo y dejarse llevar por la desesperanza de un modo neurótico que sólo contribuye a reforzar su inseguridad constitutiva: “A un año de distancia, ¿qué he ganado con ello fuera de perfeccionarm e en la culpabilidad?” (1969:77). E ste “talento” no es exclusivo del poeta, sino, más bien, un rasgo de la cultura contemporánea. “Se cultiva a escala m undial”, hasta el punto de que llegará un momento en que el propio poeta deberá “bajar los ojos en señal de abyección”, es decir, ya no un escupitajo, sino el abatimiento y el desprecio por partida doble: desprecio del mundo y desprecio de sí mismo. La opción por la escritura se hace, entonces, al precio de una identificación (transitoria) con el orden de la Ley, que impone al discurso de la crisis un comentario desde el discurso social: el poeta asume su marginalidad como una lamentación injustificada, un lapsus de mala conciencia que, en cuanto se escribe, exhibe lo que debiera permanecer oculto a las miradas del público. Escritura obscena, por lo tanto, escritura al fin, en tanto escribir es rebelarse contra el orden de la Ley y representar lo 149 Kristov Cerda irrepresentable: el deseo y el goce, las marcas (animales-grafías obscenas) que dejan sobre la hoja en blanco de la piel:7 Todas mis justificaciones no son más que otros tantos argumentos en mi contra. Ya me lo dijo un amigo de paso en una maldita esquina del boulevard Saint Michel. Le pareció que una lagartija me recorría el cuerpo. Era mi mala conciencia. Sumarle ahora el muro de los lamentos es algo rayano en la obscenidad. Es lo que hago (1969:78). III. ¿UNA POÉTICA POSMODERNA? La crítica ha destacado (Foxley 1995:29ss; Zapata 1994:230ss.) cómo la escritura de Lihn posee rasgos que la distancian o que se afirman críticamente ante los valores y discursos predominantes en la cultura moderna: el descentramiento del sujeto, la rememoración o reciclaje de los discursos excluidos por el poder, el distanciamiento irónico de los relatos fundadores de la cultura occidental, el fragmentarismo, etc. Si, a su vez, se examina la contraposición explícita entre la visión del poeta y el oficio poético que aparece en el texto que hemos interpretado y aquella esbozada desde el romanticismo que, según hemos sugerido, se traspasa a Latinoamérica a través de la figura paradigmática de Vicente Huidobro, es posible afirmar que — por lo menos en este punto— Lihn se sitúa en un espacio distinto de aquel delimitado por las categorías estéticas de la modernidad. El poeta como un ser marginal, un sujeto dislocado que se resiste a la subjetivación a través de la escritura; la poesía como una palabra impotente, residual, que no alcanza a colmar las expectativas del deseo, sino a costa de devenir otra cosa que ella misma: escritura irónica, obscena, que se alimenta de los desechos de la palabra social. Todos los elementos que surgen de nuestra lectura esbozan una imagen muy diferente del genio creador, cuya demiurgia se empina hasta proporciones divinas para crear un lenguaje absolutamente nuevo. Se ha señalado cómo la condición de la poesía en la cultura posmoderna es la de rendir cuentas del ocaso del lenguaje, es decir, del debilitamiento de su capacidad para representar la realidad, mientras emerge su capacidad para presentar el silencio, el vacío ontológico o la indecible mortalidad como el lugar desde el que surge la palabra.8 Experiencia que se 7 Para la discusión sobre la distinción entre placer y goce, en el contexto de una crítica literaria que se sirve libremente del utillaje conceptual del psicoanálisis, remitimos a Roland Barthes. 2000. 33-36. 8 Cfr. Gianni Vattimo. 1992. Heidegger y la poesía como ocaso del lenguaje. 67-84 y 1986. El quebrantamiento de la palabra poética, 61-71. 150 Una poética desde la marginalidad y el fracaso verifica en el texto de Lihn en tanto describe el descubrimiento de la poesía como un decir débil o impotente, privado de sentido, que se articula desde los márgenes de la representación y de la sociedad. La disyunción de instancias enunciativas (primera y tercera personas gramaticales), que indican tanto la disociación del sujeto como el devenir del propio texto un espacio de montaje de discursos heterogéneos, también, corresponde a las caracterizaciones de la formulación posmoderna del arte, que se tematiza desde la disociación esquizofrénica de lenguaje y realidad (Jameson 2001:46-52). Por último, la afirmación de lo marginal y de la dimensión parasitaria de la escritura — como cita o injerto desde y en los discursos de la cultura— así como también el carácter residual del sujeto, que deviene tal en el intersticio remanente entre los dispositivos de subjetivación y la resistencia (débil) del deseo, definen el ámbito típicamente posmoderno de la experiencia literaria, en el que la interioridad del escritor se define por el plegamiento o invaginación del lenguaje en ciertos puntos del texto social (Ulmer 2002: 125-163). La crítica velada al posicionamiento de los poetas en las esferas del poder y el ascetismo que se impone como consecuencia necesaria de una soledad relativamente autoimpuesta, remiten igualmente a un cuestionamiento del lugar de la poesía, o de la literatura en general, respecto de las condiciones de producción en la sociedad contemporánea. El escritor ha perdido el prestigio social que se le arrogara desde el Romanticismo, ya no es el educador de los pueblos ni la conciencia crítica de los oprimidos; es un productor casi artesanal, al margen de la economía de los grandes discursos (Barthes 2000:39), siempre seducido por la tentación de venderse a un poder y — por lo tanto— de abandonar la autenticidad supuesta por la conciencia de la impotencia de la escritura. Esta autenticidad se consigue a fuerza de ironía, incluso contra sí mismo. En la encarnación de este desencanto se juega la posibilidad de la escritura en una posmodernidad tan vacía de sentido como pululante de sucedáneos de aquel. El “escupitajo” de Lihn no se ofrece como un calmante, ni siquiera como el deleite efímero de ciertos juegos de palabras que hoy se transan en el mercado poético. Más bien, es un arrebato de lucidez que nos recuerda que, a pesar del fracaso — o desde un fracaso bebido hasta las heces— , la escritura persiste en la búsqueda de sí misma. Universidad de las Américas* Facultad de Humanidades y Arte Avenida Manuel Montt 948 Santiago de Chile [email protected] 151 Kristov Cerda BIBLIOGRAFÍA ANZIEU, Didier. El cuerpo de la obra. México: Siglo XXI, 1993. BLANCHOT, Maurice. El espacio literario. Barcelona: Paidós, 1969. BARTHES, Roland. El Susurro del Lenguaje. Barcelona: Paidós, 1994. _______ El placer del texto y Lección Inaugural. México: Siglo XXI, 2000. 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Macaulay, en alguno de sus estudios, se maravilla de que las imaginaciones de un hombre lleguen a ser los íntimos recuerdos de miles de otros. Esa omnipresencia de un yo, esa continua difusión de un alma en las almas, es una de las operaciones del arte, acaso la esencial y la más difícil. Jorge Luis Borges (Textos Cautivos) Resumen El objetivo de este artículo consiste en poner a prueba determinadas herramientas teóricas sobre el sujeto poético en función de textos de la posvanguardia argentina. Para esto, se exploran las principales corrientes filosóficas que abordan el problema de la subjetividad — especialmente la nietzscheana que cuestiona el sujeto cartesiano— que convergen en la famosa y rimb o m b ante “m uerte d el auto r” proclamada por el posestructuralismo. Este trabajo cuestiona las limitantes que conlleva este enfoque teórico por considerar necesario rescatar el concepto de experiencia para abordar el estudio del sujeto poético en el marco elegido. Para eso, se propone ampliar la perspectiva teórica a partir de aportes como el de la teoría de la enunciación. Por último, se analiza la necesidad de restituir una dimensión más amplia al sujeto que permita abordar sus relaciones con el mundo extratextual a partir del análisis textual de dos poéticas representantes de la posvanguardia: la de Joaquín Giannuzzi y la de Alfredo Veiravé. Palabras clave: sujeto poético, posvanguardia, posestructuralismo, teoría de la enunciación. Abstract This study tests modern theoretical concepts regarding the poetic subject in selected texts from the Argentinean Post-vanguard. In order to do so, this article explores the most important philosophical theories dealing with the concepts of subjectivity — especially the Nietzschean school of thought that confronts the Cartesian concept of the ego— , converging in the well known idea “T he d eath o f the Mariela Blanco autho r” p ro claim ed b y Post-structuralism. Secondly, this work discusses the limitation of this theoretical approach, to include the concept of the vital experience when studying the poetical subject in this chosen framework. Therefore, we propose to enrich traditional theoretical perspectives taking into account the contributions of the enunciation theory. Finally, we demonstrate through textual analysis of Joaquín Giannuzzi and Alfredo Veiravé, the necessity of broadening the definition of the poetic subject. Key words: poetic subject, post-vanguard, post-structuralism, enunciation theory. Desde la impronta biográfica de la crítica tradicional hasta la disolución postulada por el posestructuralismo, el sujeto poético ha sido objeto de múltiples miradas. Sin embargo, las diversas perspectivas se especializan en determinadas porciones o fragmentos (Scarano, Los lugares 19), tales como su relación con el lenguaje, su figuración/configuración y hasta su relación con lo social, algunas de las cuales propongo recorrer en este trabajo. 1. PERSPECTIVAS FILOSÓFICAS SOBRE EL SUJETO E n su “Introducción” a La desaparición del sujeto. Una historia de la subjetividad de Montaigne a Blanchot, Peter Bürger se encarga de señalar la sentencia de muerte que ha recaído sobre el paradigma de la filosofía del sujeto a partir del giro hacia la filosofía del lenguaje (9). El filósofo rastrea este eclipsamiento del yo por el lenguaje ya en el psicoanálisis lacaniano; pero más interesante aún resulta su análisis de la muerte del sujeto como consecuencia de la sentencia nietzscheana sobre la muerte de Dios. Gianni Vattimo coincide con Bürger a la hora de ubicar el origen de este asesinato metafísico en Nietzsche, a partir de la idea de cuestionamiento de la categoría fundante del pensamiento moderno a través de su postulación como algo “producido”, o, en palabras del propio Nietzsche: “una fábula, una ficción, un juego de palabras” (29 -30). Las implicancias estéticas de estos postulados son advertidas por el propio Vattimo al trazar un vínculo entre el descubrimiento del carácter constitutivamente escindido del sujeto con las experiencias alemanas de vanguardia (43), así como también creo que podríamos analizar paralelismos con ciertas experiencias latinoamericanas.1 Conviene no olvidar que el sujeto contra el que recaen estos golpes es el ego cartesiano que se funda en su oposición a la categoría de objeto y en clara supremacía con respecto a la misma. Resulta, por demás, obvio destacar aquí 1 B asta p en sar en lo s p ro ceso s d iscu rsivo s d e “ev ap o ració n ” q u e d escrib e M ign o lo p ara el caso d el d iscu rso p o ético d e la van guard ia latino am erican a en “L a fig u ra d el p o eta en la lírica d e van gu ard ia” (1982). 154 Teorías sobre el sujeto poético la influencia que este ataque a la metafísica tradicional produce en los filósofos posestructuralistas. Esta heredada crítica al sujeto y la primacía del lenguaje propugnada no sólo por la importancia adquirida por la filosofía del lenguaje, sino, fundamentalmente, por una no siempre reconocida impronta heideggeriana, confluyen en la teoría sobre la muerte del sujeto a la que no pocos pensadores de esa corriente adhirieron.2 El caso más renombrado es el de Roland Barthes, pero no menos importancia adquiere en el marco de la teoría poética el sujeto “cerológico” kristeveano o la absoluta disolución del sujeto postulada por Blanchot.3 Se trata, como la propia Kristeva lo enuncia, de dejar sentada la muerte del sujeto, pero creo que se hace necesario destacar una vez más el blanco del ataque: el sujeto cartesiano en el ámbito metafísico y, en el caso de la problemática que nos ocupa, del autor en tanto autoridad en la que recae la responsabilidad de cerrar el sentido del texto.4 Como ejemplo de esta corriente epistemológica, elijo centrarme en el no poco problemático caso de Foucault en cuanto al espesor de su pensamiento. En efecto, Laura Scarano señala que este arqueólogo del saber expone una perspectiva más flexible que la de otros filósofos posmodernos en cuanto propone la categoría de autor como lugar originario de la escritura (2000:32). Esto se constata en su famosa conferencia “¿Q ué es un autor?” (1969), en donde Foucault expone los límites de la entronización del concepto de escritura, que no logra dar por tierra con la categoría de autor. Cabe aclarar que, en este caso, la distinción entre autor y sujeto, tal como lo venimos tratando, resulta de fundamental importancia, ya que Foucault se encarga de precisar insistentem ente que su propuesta rem ite a una “función clasificatoria” (19), con lo cual se le restituye parcialmente un lugar al sujeto, pero alejado 2 E n “L a p o esía co m o o caso d el len gu aje”, V attim o an aliza las im p lican cias d e las consideraciones heideggerianas sobre el lenguaje en filósofos posmodernos como Derrida, Lacan y Deleuze. El principal fundamento que permite trazar esta relación genealógica puede subsumirse en la identificación entre ser y lenguaje que, para el posestructuralismo, conlleva la desaparición del sujeto como condición para la emergencia del ser del lenguaje, tal como lo enuncia Foucault en El pensamiento del afuera (1993:16). Por otro lado, a partir del análisis de Vattimo sobre la concepción de poesía en Heidegger, el ser es a la muerte lo que el lenguaje es al silencio, en el sentido de decir originario. Desde esta perspectiva, pueden trazarse p aralelism o s en tre el “o caso d el len gu aje” y el “o caso d e la su b jetivid ad m o d ern a” (1992:82-3). 3 Para advertir la relación entre el pensamiento de Heidegger y su resignificación a cargo de Blanchot, es interesante observar el último capítulo de E l esp a cio litera rio , “ La experiencia o rigin al” (19 95 ). 4 Tomo un fragmento de la teoría kristevean a co m o ejem p lo d e lo d ich o: “E n ese otro espacio en que las leyes del habla son conmovidas, se disuelve el sujeto y en el lugar del signo se instaura el choque de significantes que se anulan mutuamente. Una operación de negatividad generalizada, pero que no tiene nada que ver con la negatividad que constituye el juicio (Aufhebung) ni con la negación interna del juicio (la lógica 0-1) (...) Un sujeto „cerológico‟, un no-su jeto vien e a asu m ir ese p en sam ien to qu e se an u la” (1981:89). 155 Mariela Blanco del clásico fundamento originario, recordándole las condiciones de su regreso como mera función del discurso (42). Según Bürger, este modo de concebir un sujeto no-sustancialista “se aproxim a bastante al concepto sociológico de rol” (16); por eso, Scarano saluda en form a optim ista esta teoría “posicional”, porque sirve de piedra de toque para reinstalar al sujeto en sus propios contextos culturales (1997:24) a través de las marcas que deja en el discurso (2000:33-4). Sin embargo, coincido — al menos con respecto al artículo señalado— con Bürger en que la perspectiva que prima deja de lado un concepto demasiado caro a la poesía, el de experiencia (17), latente en la concepción poética borgeana que oficia de acápite de este trabajo, por ejem plo. N o es la dim ensión histórica y “la existencia que dim ana de ella” la que prima en la mirada foucaultina, sino que se observa la primacía de un yo “som etido a prácticas discursivas y no -discursivas que posibilitan antes que nada su hacerse sujeto” (B ürger 2001:15). Por otro lado, Foucault parece retomar (para el ámbito de la literatura) la primacía de lo verbal en pos del sujeto en un trabajo posterior como El pensamiento del afuera (1993) en donde despliega una verdadera ontología del lenguaje al más puro estilo heideggeriano-blanchotiano: “N os encontram os, de repente, ante una hiancia que durante tiempo se nos había ocultado: el ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto” (16). Retomando la importancia de esta nueva episteme posmoderna que, sin duda, instituyó un giro significativo con respecto a ciertos postulados de la modernidad y — como bien dice Scarano— “no se trata de cuestionar la ya admitida e indiscutible construcción discursiva de la subjetividad en los textos” (1997:17) coincido, también, con esta autora en que ha llegado la hora de “recuperar el lugar de esa enunciación con su complejo universo de saberes y poderes” (1997:24) para poder restituir categorías teóricas que no entrañen una flagrante contradicción con el carácter exclusivamente verbal de la subjetividad, como la de proyecto poético o el análisis de los metatextos que tienden a diseñarlo, por sólo citar estos ejemplos. Por otro lado, considero que la forma de restituir el análisis de la dimensión social de la subjetividad parte de retomar el postulado adorniano de que “la formación lírica es siempre, al mismo tiempo, expresión subjetiva de un antagonism o social” (1962:62). E n efecto, el sujeto escindido de Adorno encuentra refugio en la lírica en cuanto lugar en el que puede recuperar el vínculo perdido con la naturaleza y, al mismo tiempo, por tratarse de un género paradójico en cuanto en él confluyen la subjetividad individual y la objetividad introducida por la dimensión social del lenguaje. Si bien Adorno reconoce una “preem inencia del lenguaje en la lírica”, alerta sobre los peligros de que la absolutización del mismo atente contra el sujeto lírico, como observábamos antes con respecto a los herederos del pensamiento de 156 Teorías sobre el sujeto poético H eidegger: “L a lengua no habla, sino cuando deja de hablar como algo ajeno al sujeto y habla como voz propia de éste” (61). D e este m odo, advertim os que para abordar el sujeto en su totalidad, es decir, contemplando también su dimensión social, esta propuesta se aleja de las tentativas de eclipsamiento. Por el contrario, creo que es necesario tomar en cuenta las relaciones que establece la subjetividad contenida en el poema con el mundo para poder asir un sujeto poético en expansión no sólo porque encarna el todo, como coincide en proponer A dorno con “esa continua difusión de un alm a en las alm as” de la que nos hablara Borges, sino porque su expansión tiende a abolir los límites entre el texto y su afuera, como veremos más adelante. 2. EL SUJETO DESDE LA TEORÍA DE LA ENUNCIACIÓN A esta altura del trabajo cabe preguntar qué espacio pedirle que cubra a la categoría de sujeto en poesía. Sin duda, que estas peticiones atienden a reconocer la crisis de la subjetividad moderna que se advierte desde la perspectiva filosófica, así como el carácter eminentemente verbal de un sujeto constituido básicamente a partir de prácticas discursivas. Sin embargo, esta propuesta de travesía por distintas teorías tiene indudablemente la misión de interrogar a las mismas, en pos de sus respuestas y, al mismo tiempo, sus grietas, con el objetivo de arribar a un modelo parcial que me permita abordar textos poéticos de la posvanguardia. En primer término, creo que se hace necesario retomar la teoría de la enunciación desde sus orígenes para recuperar esa doble dimensión de la subjetividad en el discurso a partir de su distinción entre sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado. En términos de Benveniste, la realidad a la que se refiere yo es una “realidad de discurso”, porque “sólo vale en la instancia en la que es producido”; pero, al m ism o tiem po, “la form a yo no tiene existencia lingüística m ás que en el acto de palabra que la profiere” (173), de tal modo que, cada vez que se enuncia yo, el discurso contiene conjugada esta doble instancia de producción y producto. Si bien esta teoría nos permitiría recuperar parcialmente la dimensión de la enunciación del poema, es decir, la voz del autor, no es posible ignorar que existe una relación de asimetría entre ambas instancias. Dirimir, precisamente, esta escisión constituye el objetivo de W alter M ignolo en “L a figura del poeta en la lírica de vanguardia” (1982), donde justamente apela al concepto de figuración para introducir la gama de posibilidades que abre la infinidad de máscaras que puede adoptar el sujeto en la escritura poética. En este artículo, entrar en polémica con la tesis de Kate Hämburger — respecto de la correspondencia lógica entre el “yo” lírico y el “yo” real que profiere el enunciado— le perm ite al crítico argentino introducir su propuesta que distingue entre “rol 157 Mariela Blanco social” y “rol textual” para m arcar esa distancia ante la que un grupo de la crítica permanece miope, es decir, la que separa al autor de la figura del poeta.5 Caracterizar la figura del poeta en la lírica de vanguardia le permite a Mignolo introducir otra variante que, a mi entender, resulta sumamente productiva para ampliar aún más los límites del sujeto hacia la instancia de la enunciación, ya que la categoría permanecía demasiado ligada a la figuración de poeta, según la concepción cultural del género anterior a este movimiento.6 Me refiero al concepto de voz que propone para aprehender, discursivamente, el nuevo espacio que se genera tras la “evaporación” que sufre el sujeto en la vanguardia (134), diferencia que instaura un quiebre con respecto a concepciones estéticas anteriores como la modernista, por ejemplo. De este modo, esta perspectiva hace hincapié en la distancia que existe entre un concepto restringido de sujeto ligado a la imagen de poeta y otro que amplía los límites de la categoría de sujeto textual, lo cual permite extender sus posibilidades a un ámbito más amplio, las poéticas de la posvanguardia en los casos que analizaré a continuación, en tanto se trata de sujetos poéticos que se proponen, precisamente, trasvasar los límites espacio-temporales que impone el “personaje-poeta”. O bsérvese, por otro lado, que si bien este punto de vista permite advertir la progresiva preponderancia de una episteme que privilegia el lenguaje por sobre el sujeto a partir de la vanguardia, de ello no se desprende la disolución de este, sino su subsumición a una categoría — la de voz— que permite aprehender a ambos. Dentro de este marco, resulta interesante mencionar el aporte de Ducrot a la hora de cuestionar la univocidad del sujeto hablante desde una perspectiva lingüística, cuyo principal mérito consiste en enriquecer la teoría de la enunciación con las reflexiones sobre el dialogismo de Mijail Bajtín (2001:252). Esta operación de relectura bajtiniana se advierte también en 5 En la misma línea que Hämburger se inscribe Réisz de Rivarola en su conocido artículo “¿Q u ién h ab la en el po em a?”, donde, si bien reconoce que hay algunos casos en que puede hablarse de ficcionalización del sujeto, porque la imposibilidad de correspondencia entre sujeto del enunciado y de la enunciación es imposible, sostien e d e m an era gen eral q u e “só lo en cierto s casos resu lta n ítid a la p resen cia de u n „h ab lan te‟ d esgajad o d el p o eta” (1989:201). 6 Mignolo alude con insistencia a que la identificación entre la imagen de poeta y la de autor obedece a la configuración de la institución literaria misma (133). En la misma línea, Scarano insiste en varios de sus trabajos en la raíz romántica de este fenómeno que se continúa en el modernismo y resulta cuestionado por los poetas de la posmodernidad; en el ámbito de la lírica española, esta crítica ubica el corte a partir de los poetas sociales de posguerra, que oficiarían de bisagra entre dos formaciones discursivas diferentes (2000:21-2). La relación entre lírica y sociedad es de tal espesor para Adorno, que, según el filósofo, una de las dimensiones de ese vínculo se advierte en que la misma concepción que tengamos de lo poético obedece a una “exig en cia so cial” (56). 158 Teorías sobre el sujeto poético David Lodge, quien, luego de plantear a la lírica como un género problemático para ser abordado desde esta mirada polifónica, llega a extender los alcances de la teoría del maestro ruso al poner de relieve que, en sus últimos escritos, el mismo Bajtín cuestiona los límites de la distinción monológico/dialógico. Lodge aprovecha esta ampliación del dialogismo y lo hace extensivo a la lírica, al punto de proponer que el sujeto poético se constituye como un conglomerado de voces en el que conviven múltiples registros y ecos de variadas voces (1987:107). 3. SUBJETIVIDADES DEL LÍMITE Creo que sólo a partir de esta “polifonía de la enunciación” es posible abordar los modos de figuración del sujeto, así como las marcas de una dimensión ideológica que reenvía al ámbito extratextual, es decir, proponer el estudio del sujeto como producto y como productor del discurso. Tal operación se torna evidente en proyectos poéticos, como el de Alfredo Veiravé, en donde, si bien la reflexión sobre el lenguaje ocupa un lugar protagónico, la misma no intenta desplazar al sujeto, sino que, por el contrario, éste se configura como uno de los ejes que articula las constelaciones de sentido de su poética. Intentaré explicarme mejor a partir de estos versos de “S ignos en R otación”, pertenecientes a Puntos luminosos (1970): Mientras viajo solitario entre transparentes partículas me palpo y con las ondas disponibles quiero destruir en el cerebro las hostiles transmutaciones. Quizás los planetas que rotan en el espacio describan señales que hoy mi cerebro al fin pone al alcance de estas visiones que aparecen en la pantalla. (222) Los viajes espaciales del sujeto constituyen uno de los motivos del poemario lo cual, si bien en clave metapoética, nos obliga a reponer la figura de poeta comprometido en el proceso no siempre realizable de alcanzar los signos. Me interesa destacar este aspecto, porque dentro de las operaciones de dispersión y aglutinación que funcionan como principal motor de dinamización de esta poética, el sujeto se configura como un factor aglutinante que dota de sentido a la proliferación, ya sea de discursos ajenos o de materiales poéticos de variada procedencia (la historia, la ciencia, la sociología), que C alabrese denom ina “d iscursos-otros” (2002:70). Por eso, Veiravé, este “cazador” d e “signos en rotación” — luego de expandir sus partes por el espacio— recupera abruptamente, en el mismo poemario, las 159 Mariela Blanco coordenadas espacio-temporales de una de sus máscaras — la del sujeto autobiográfico— que nos obliga, como críticos, a la recuperación del correlato autoral, como procedimiento a través del que emerge un yo con un nombre y/o ciertos datos biográficos verificables, los del autor empírico: Los que la vieron dicen que la tierra es una esfera en el espacio, un planeta más bien pequeño del tamaño del dedo pulgar de los astronautas. Yo no lo dudo, porque he visto las fotografías y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa. Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar también mi casa es una parte del universo. Cómo no serlo si en el patio del fondo hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo la tierra aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo el olor de los helechos contra la pared la cara de Delfina o Federico entre los árboles y aquel canario que se nos voló de noche”. Mi casa es una parte del universo. (212) A esta altura del trabajo se hace evidente que, por un problema de extensión, no puedo abordar este problema de la impronta autobiográfica, también presente en la poética de Giannuzzi; pero, me interesa, al menos, mencionar la restitución de la corporalidad del sujeto que en este último poeta se convierte en una de las marcas distintivas de su escritura, como acertadam ente lo advierte Jorge M onteleone cuando sostiene que “en Giannuzzi la conciencia se halla cada vez más anegada en la carnalidad de un individuo en el mundo: orgánico, cardíaco, humoral, doliente” 7 (2004:347). Me limito, entonces, al menos a destacar que, si bien la poética de Giannuzzi se caracteriza por el intento de abolir las barreras entre sujeto y objeto, no hay disolución del sujeto al estilo metamallarmeano que describiera tan poéticamente Blanchot, por la recuperación de esa dimensión corporal que — según Mignolo— había cedido su lugar a la voz a partir de la vanguardia. En efecto, esta subjetividad tiende a fundirse con los objetos; pero, al mismo tiempo, se constituye en su “centro”: 7 Para el problema de la autobiografía como género es insoslayable El arte del olvido, de Nicolás Rosa (1991). En lo que respecta al género lírico en particular, Scarano aborda la relación con la autobiografía en La voz diseminada. Hacia una teoría del sujeto en la poesía española (1994) y con mayor profundidad aún en Los lugares de la voz. Protocolos de la enunciación literaria (2000). 160 Teorías sobre el sujeto poético Sobre esta mesa he apoyado los brazos y la cabeza. Piedad y desprecio por mi mundo. Los lugares comunes de la materia que me rodea. Un lápiz, una caja de fósforos, una taza de café, ceniza de cigarrillos sobre un desorden de papeles. Cuánta desesperanza de poesía sin porvenir. Y de pronto la certeza de que morir es apartarse de la mesa, la noción de que todo se perderá. Cada cosa se ausentará de la otra, los objetos de quienes soy el centro dejarán de amarse (...) La dispersión. (195) Conforme al precepto del poem a anterior, en “P oética” — que se resume en los versos “P oesía/ es lo que se está viendo”— Giannuzzi propone una subjetividad que entabla, así, relaciones con los objetos del mundo, principal materia poética, relaciones que adquirirán múltiples modulaciones en sus poemarios; pero en esas vinculaciones mediadas por el complejo mundo de la percepción, el sujeto se erige en foco existencial, aunque atravesado por las “C ondiciones de la época”, título de su tercer poem ario (1967) alude a otro de los aspectos que me propongo abordar. Si bien, tanto por sus metatextos como por las características de sus respectivas poéticas, no podemos encuadrar a estos poetas dentro de la poética del compromiso que se constituyó en una de las principales vertientes del campo poético argentino de la época, hay ciertas marcas insoslayables que dan cuenta de la inscripción de los poemas en determinadas coordenadas espacio-temporales.8 Basta pensar en el elocuente título “V ista al m ar: 1975”, de Veiravé, un poema de inusual referencialidad donde la aparente ausencia de procedimientos tornan más brutal la analogía final: 8 La crítica especializada reconoce dos líneas dominantes en el campo poético a partir de las producciones de las décadas del sesenta y sus prolongaciones en los setenta — aunque ambas se inscribirían en una genealogía, cuya procedencia se sitúa en las vanguardias históricas— y que implica dos modos diferentes de leer la relación arte/vida: la tensión entre ambos términos puede volcarse a la permeabilidad del discurso poético a lo extratextual (más concretamente, a la “realid ad ” extern a al poema) o, por el contrario, en un movimiento refractario a esta apertura, condensarse hacia el lugar de la palabra. La primera de estas líneas — surgida entre 1955, con “El solicitante descolocado” de Leónidas Lamborghini y prolongada hasta los 70— conocida como la de los “sesentistas”, se instaura en polémica con la índole gratuita y estetizante del arte. La segunda se inicia en los años cincuenta en torno de la famosa revista Poesía Buenos Aires, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre (Calabrese 2001). 161 Mariela Blanco El cuarto donde escribo no tiene vista al mar azul del Mediterráneo, sino a las paltas del vecino que caen sordamente a la tierra entre escudos de hojas amarillas. (Según el número de sus semillas se pueden calcular los crímenes políticos de este año). (85) Se advierte, aquí, la distancia con respecto a esa “volatilización del sujeto” que postulara M ignolo para el caso del sujeto poético de vanguardia o con respecto al sujeto cerológico que propone Kristeva. En efecto, nos enfrentamos a la operación inversa de restitución de la inscripción del sujeto en un aquí y ahora sin duda acuciante, urgente, que irrumpe abruptamente en el espacio de la escritura y que nos obliga, como críticos, a reponer teóricamente un marco para abordar las relaciones entre sujeto y sociedad cuando estos elementos extratextuales — ajenos a una concepción trascendentalista del arte— invaden el ámbito de lo poético. Si antes califiqué a este poema de inusualmente referencial es porque esta contundencia, esta alusión al contexto sociopolítico que se distingue del resto del discurso por el uso de parentéticas, no se repite en forma tan directa en otros poemas. En este caso, opera sólo la concentración; las asociaciones no son “interm inables”, com o se postula m etapoéticam ente en “A hora las explicaciones sensatas” (El imperio milenario, 1974:65) sino que, por el contrario, remiten a un referente preciso situado espacial y cronológicamente en la periferia, de acuerdo al lugar de enunciación desde el cual el sujeto sirve como referencia — en 1975— según se explicita en el título. Para vislumbrar aún más claramente la necesidad de contemplar los lugares de la voz, es interesante notar que “P oem a con color local” — el encargado de abrir La máquina del mundo (1977)— oficia como una declaración de principios de este sujeto poético escritor que recorre el poemario y que su primer gesto consiste, precisamente, en definirse a través de su entorno que, de este m odo, se transform a en el “m undo” del poem a (“V ivo en el C haco en la ciudad de R esistencia y conozco/ el quebracho, el algodonal y el viento norte/ en las siestas del verano...”, 83). “P inta tu aldea y serás universal” — dice a modo de acápite Tolstoi— de tal modo que autoriza una lectura en relación con los versos veiraveanos no sólo con respecto al lugar de enunciación (no hace falta escribir desde el centro, Europa o Buenos Aires, por ejemplo) sino, también, con respecto a los modos de decir. Este descentramiento irreverente con respecto a los lugares de consagración de la 162 Teorías sobre el sujeto poético escritura se retoma en otros poemas com o “L as carabelas de C olón”, donde el humor corrosivo horada el lugar común del poeta del interior esperando ser descubierto por los popes de los focos de poder, o el epígrafe de Tolstoi recién mencionado — espacio consagratorio si los hay— irónicam ente “citado de oído”. Otra modulación adquiere esta relación del sujeto con el espacio y el tiempo en el caso de la poética de Joaquín Giannuzzi. Dentro del amplio espectro que plantea esta forma de entrada, me centro solamente en una de las dicotomías que impregna su escritura. Me refiero a la oposición entre el ámbito que recubre lo material, lo finito, lo tangible, lo que se degrada, frente a un más allá aparentemente inaccesible, pero no por eso vedado a las aspiraciones del sujeto-poeta que presenta, como es obvio, las características opuestas, es decir, el ámbito del absoluto, lo infinito, lo perdurable, lo no accesible a través de los sentidos. Escindido entre estas dos esferas, se debate el sujeto en “P oeta enroscado en la silla”: Su mano movida en la mesa se vuelve especulativa haciendo girar la palabra raspada hasta su voluntad. Poeta enroscado en la silla, retórica sudada, hilos de sangre surcando la imaginación interna para reunir las contradicciones de una realidad de muslos peludos: allí, donde hay elementos que quieren ser integrados en un diseño más vasto que no quede atrapado como un insecto en el resplandor de esta lámpara, escapando para siempre de su propia finitud. (326) Nuevamente nos enfrentamos, aquí, a esa búsqueda de integración de los materiales como aspiración del poeta que recoge los diferentes elementos que integran esa “realidad de m uslos peludos” en un espacio que trasciende la materialidad de la retórica y la sangre. De ahí la última expresión del deseo de traspasar los límites estrechos sugeridos a través de la compresión del cuerpo del poeta en la silla y, a lo sumo, su extensión hacia el escaso perímetro que traza el reflejo de la lámpara. De este modo, se diseña en ambas poéticas un yo que se proyecta al reconocimiento de su situación en el mundo, que expande sus límites verbales, ya sea a través de la relación con los objetos, a través del procesamiento de materiales y discursos, o del juego con la inscripción del nombre propio; dejando, en definitiva, huellas que trasvasan la dimensión del propio texto y nos proyectan hacia un espacio extratextual. Tentativamente, 163 Mariela Blanco me gustaría concluir, a partir de lo apenas esbozado aquí sobre estos poetas, que se hace cada vez más evidente la necesidad de precisar el utillaje teórico que permita recuperar la carnalidad de los sujetos inscritos en sus poéticas, no ya a través de la homologación con la categoría de autor o poeta, o simplemente como un lugar vacío o protocolo, sino intentando no soslayar esos hilos de sangre y de sudor del “P oeta enroscado en la silla”. CONCLUSIONES Esta propuesta de lectura se reconoce deudora de las teorizaciones en torno al género formuladas por Jorge Monteleone, quien sostiene que “acaso una de las preguntas sobre la poesía lírica sea la pregunta sobre el Y O ” (La pregunta 63). Es interesante resaltar su postura, porque aborda la problemática cuestión de un desvío válido de acuerdo a la configuración metafísica occidental, pues traslada la pregunta al polo del objeto para allí delinear, si se quiere, la subjetividad implícita en los modos de entablar vínculos con el mundo. Creo que esta línea permite ampliar los límites estrechos a que ha sido confinada la categoría de sujet, especialmente, luego que se evidenciara la imposibilidad de diluir la dicotomía en instancias superadoras, como la de ser y lenguaje. Para poder restituir esta categoría — que se ha mostrado inalienable— propongo, por último, hablar de subjetividad en un sentido tan amplio que nos permita aprehender al menos estos aspectos: a. La instancia autobiográfica como una impronta que se enmarca en el poema, sin dejar de atender a la problemática distancia entre sujeto real y ficcional (Scarano, Los lugares 57-85). b. La carnalidad que, aunque discursiva instituye una subjetividad que intenta trascender el espacio del poema para instalar su cuerpo como un objeto más del y en el mundo a través de operaciones de exteriorización. c. La percepción, que presenta el sentido inverso a la instancia anterior, en cuanto se trata, en este caso, de contemplar las operaciones de interiorización del sujeto con respecto a los objetos externos, que la subjetividad se encarga de introducir al poema. d. Polifonía, la que permite contemplar que una voz se desglosa en múltiples voces. Desde esta perspectiva, también, podemos advertir que esta ampliación del concepto de sujeto lírico permite subvertir la univocidad del concepto, en cuanto en un corpus — o en un solo poema— podemos encontrarnos con más de una representación o figuración del sujeto posible. Se retoma aquí la diferenciación que, sagazmente, propone Mignolo entre error social y error textual. 164 Teorías sobre el sujeto poético e. La ideología como una de las instancias más difíciles de aprehender, pero se trata de atender a esa dimensión social del género lírico a la que aludimos. Esta instancia comprende, también, el espacio que trasciende al poema. Me refiero al contexto de enunciación, muestra textual, el autor y su figura, aspecto que también entabla relaciones con el sujeto textual imprimiendo, sin duda, huellas en el espacio del poema. Universidad Nacional de Mar del Plata* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas Urquiza 3965 Mar del Plata (7600) Argentina [email protected] BIBLIOGRAFÍA ADORNO, Theodor. “D iscurso sobre lírica y sociedad”. Notas de literatura. Barcelona: Ariel, 1962. 53-72. BENVENISTE, Émile. Problemas de lingüística general. México: Siglo XXI, 1978. BLANCHOT, Maurice. El espacio literario. Barcelona: Paidós, 1995. BÜRGER, Christa y Bürger, Peter. La desaparición del sujeto. Una historia de la subjetividad de Montaigne a Blanchot. Madrid: Akal, 2001. 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T he p ap er presents the co nn ectio n o f S ego via‟s letters and the literary H isp anic trad itio n and , p articularly, to the ep isto lary trad itio n, sp ecifically w ith the “m o ral ep istle”. Key words: letters, moral epistle, epistle tradition, radical of presentation. Durante algunos meses de 1995, Tomás Segovia publicó en forma de columna periódica en La Jornada Semanal, de M éxico, lo que llam a “C artas cabales”. S e trata de 50 artículos que respetan en punto y form a el cauce epistolar. Algunas de estas cartas no se publicaron. La recopilación de todas ellas apareció más tarde, en volumen aparte, en el libro de ensayos titulado Alegatorio y editado en la colección “Los libros del Arquero” de Ediciones sin Nombre, en México, en 1996 (Alegatorio 105-241). E l nom bre m ism o del conjunto epistolar, “C artas cabales”, rem ite a lo “ajustado a peso o m edida”; “lo que cabe a cada uno”; lo que es “excelente en su clase”; lo “com pleto, exacto, perfecto”. E l Diccionario de Autoridades es más preciso: “Cabal: se usa también como sustantivo para expresar la perfección de una cosa”. En este caso, la perfección a cabalidad de los escritos de Segovia hay que buscarla en el empleo del género epistolar. Aunque, acaso, el término que más le ajuste sea el de cauce antes que el de género. Señala Juan José Saer que: Pascual Gay El epistolar no es un género. Es más bien un procedimiento. Novela de género epistolar está mal dicho: hay una novela narrada en forma de correspondencia para lograr de ese modo una organización peculiar de los acontecimientos. La filosofía también se ha valido del procedimiento epistolar: Séneca, Pascal, Schiller, entre otros, han filosofado sobre moral, religión, estética, en forma de cartas. El procedimiento de la carta es un pretexto literario para encubrir formalmente un monólogo (241). Saer se aleja de la tradición del cauce epistolar: si es cierto que la carta es antes un procedimiento que un género, como bien dice Saer, no parece que desde siempre se haya concebido la carta como un recurso para el monólogo. Epístola, todos lo sabemos, significa carta; pero también significa mensaje, misiva. Establecido esto, surge entonces una de las preguntas fundamentales del género: ¿A quién se dirige una carta? Gustave Lansón, después de darle vueltas al tem a, concluye que una carta “son unos cuantos movimientos de un alma, unos instantes de una vida captados por el sujeto mismo, y puestos en el papel” (47). E l prim er beneficio, la prim era claridad, la prim era caridad de una carta, es para quien la escribe, y él es el primer enterado de lo que quiere decir por ser él mismo el primero a quien se lo dice. Entre renglones, comienza a surgir su propia imagen, el doble inequívoco de un momento de su vida interior. Todo el que escribe debe verse inclinado — Narciso involuntario— sobre una superficie en la que se ve, antes que a otra cosa, a sí mismo. Pero lo convenido y lo conveniente es que una carta presuponga y requiera de una segunda persona. Este es el círculo social mínimo de una carta: dos personas, el número de la perfecta intimidad. Muchas cartas hay que agotan así su función, del que la escribió al que la lee; cartas como miradas, que van derechas de unos ojos a otros; sin nada cruzado, ni tercero ni terciado entre ellas. Es la carta pura; es la carta privada, pero no solitaria; es la carta compartida, convivida. Más tarde se duplica y multiplica el destinatario. ¿Por qué? Por compartir con otras personas las noticias curiosas, los sentimientos sutiles que la carta contiene, porque la encuentra tan graciosa, interesante o conmovedora el que la recibió, que quiere que sus virtudes las gocen, además, otros. En este caso, se trata de un destinatario intencional único, pero de lectores varios. La carta así, pese a lo que pudiera parecer, no queda despojada de su carácter íntimo y privado. No, siempre que el grupo de lectores lo formen gentes de una modalidad de espíritu afín al destinatario, con análogas capacidades de entender y sentir esa carta. Otra cosa son las cartas abiertas, frecuentemente llamadas “epístolas”; cartas pensadas para un destinatario colectivo. Se trata de un género literario que apunta a muchos lados: al sermón suasorio, y al discurso de propaganda, 168 Cartas cabales de Tomás Segovia las cartas del Nuevo Testamento, las de San Pablo; a las gacetas y diarios, como las de Cicerón y sus amigos; a la explanación de ideas morales, por donde se tocan con el ensayo moderno, como en Séneca. A esta forma del género epistolar pertenecen las “C artas cabales” de T om ás S ego via. Tomás Segovia rubrica unas cartas que dirige a Matías Vegoso: un destinatario apócrifo, supuesto y fingido que, en virtud de un juego de palabras, es el mismo Tomás Segovia: su otro yo, su alter ego, el tú al que se dirige ese yo que escribe. “C artas cabales” es el juego de un desdoblam iento a partir de la palabra. La epístola participa de la naturaleza dialógica no sólo por la naturaleza de la palabra misma, sino, también, por las características del género literario al que pertenece: es decir, establece literalmente un vínculo entre dos. En este caso, un vínculo que se estrecha entre el autor real y un destinatario ficticio o fingido que, en realidad, es cualquier lector de esa colaboración periodística, aunque no sea éste el interlocutor explícito de la misiva, puesto que el interlocutor es Matías Vegoso que es Tomás Segovia su otro yo. La escritura epistolar, a diferencia de lo que comentaba Saer, está presidida por un doble pacto epistolar, como dice Claudio Guillén (1998:187). En primer lugar, hay que recordar que el destinatario que aparece en una carta: o que se supone, no es necesariamente el lector real. Ese destinatario es el “tú” al que el “yo” em pírico, el que escribe, tiene presente cuando compone una carta y cuya imagen se va perfilando de un modo u otro a medida que la redacta. Ese destinatario se va configurando a lo largo de los renglones de la epístola. Vendría a ser lo que Carlos Reis denomina narratario en un relato; y que se distingue del lector real, puesto que “el narratario es una entidad ficticia, „un ser de papel‟ con existencia puramente textual, dependiendo de otro „ser de papel‟, el narrador se le dirige de form a expresa o tácita” (162). Se podría llamar a este destinatario de la carta lector implícito, pero podría confundirse con el que la crítica señala en las novelas. Sin embargo, éste se distingue de aquél en que, en principio, el novelista no sabe con seguridad quién es su lector real y, por tanto, no puede sino medir con dificultad o conjeturar su relación con el narratario. Es razonable, en cambio, suponer que el autor y el lector de una carta sí se conocen o, al menos, tienen noticias uno de otro. Este conocimiento ha de ir en aumento, si hay correspondencia, o puede, también, ir transformándose o frustrándose. En el caso que nos ocupa, Segovia se dirige a Matías Vegoso, su narratario en primera instancia; luego, lo son, también, todos los lectores de esa columna semanal. Ahora bien, es esa instancia de narratario de Matías Vegoso la que le convierte en tú textual de Tomás Segovia; es decir, en destinatario de sus cartas. Y ese reconocimiento es el que permite a Tomás Segovia volver sobre temas ya tratados en otras 169 Pascual Gay cartas, es decir, lo que perm ite caracterizar “cartas cabales” com o un extenso ejercicio dialógico. Paul Valéry advertía al crítico y al historiador de la literatura que debían evitar siempre lo que él llamaba le m élange d‟un état civil avec la consideration intrinsèque d‟un ouvrage (113). Hay, a veces, aspectos de la vida de un autor — aunque no los haya incluido en la obra— que forman parte más del mundo de esa obra que su persona. Si hemos aprendido a distinguir tan minuciosamente al autor del narrador y a ambos de sus personajes, deberíamos aplicar también estas sutilezas para graduar más finamente la zona que separa la biografía de la escritura. Nadie confundirá hoy al “yo”, que habla en un poema particular, con el “poeta” a quien atribuim os los diferentes poemas firmados con el mismo nombre o pseudónimo. Hasta en la práctica más cotidiana de la literatura se nos plantea ese problema. Cuando un escritor hace declaraciones en los periódicos, o escribe lo que suele llamarse una “carta literaria”, o apunta notas “íntim as”, so bre su obra o su pensamiento: ¿Cómo decidir qué parte o aspecto de eso pertenece a su biografía y qué parte a su obra? Aún más particularmente necesaria es esa referencia en el caso del ensayista — en su estricta acepción literaria— puesto que él, como decía Montaigne, es la materia misma de su libro: aunque no siempre coincidan totalmente su persona social aparente y su “yo profundo”, visible sólo en la letra impresa. Y es todavía menos eludible la referencia biográfica cuando una fase sustancial de la vida del escritor trasciende el ámbito de su trayectoria personal y se confunde con la de muchos hombres de su tiempo y nación (Castañón 28). Tal es el caso de estas “C artas cabales” de T om ás S egovia; basten como ejemplo las primeras líneas de la primera de ellas: Gracias por tu amistosa carta y por el interés que pones en mis opiniones, claro que para rebatirlas. Yo he puesto el mismo en las tuyas, claro que para defenderme. Dices que muy mal nos estaría a los escritores quejarnos de las ayudas, becas, apoyos, premios y demás apapaches que los gobiernos de hoy tienen a bien derramar sobre nuestra necesitada comunidad. Estoy perfectamente de acuerdo. No creo haberme quejado nunca de eso. He tratado de demostrar algunas de sus implicaciones, que no es lo mismo. Tampoco me quejo si en una tómbola me toca a mí la canasta de vinos, mariscos en lata y sidra el gaitero (105). En este párrafo se advierte, ya, la estructura de la serie de cartas. Por un lado, el establecim iento de un yo que se dirige a un tú (“Y o he puesto el mismo en las tuyas, claro que para defenderme); (“tú rebates”; “yo m e defiendo”), que se reitera a lo largo de toda la serie de cartas: “C om o ves, nos 170 Cartas cabales de Tomás Segovia quedan todavía bastantes rounds. Estoy seguro de que los aprovecharem os” (120). “E spero tus com entarios cuando se te haya bajado un poco el coraje que estoy seguro que estas líneas te van a provocar” (130). “S í, nos falta todavía esa ronda de discusiones, pero esta vez preferiría que seas tú quien abra el fuego” (133). “E spero encontrarte pronto en ese terreno que confío en que sea más una liza que un ring” (139). “P ero m e parece escuchar ya, querido Matías, tus airados bufidos. Espero impaciente las páginas en que los desahogues” (152). Establecido el procedimiento dialógico se plantea la relación entre emisor y receptor en virtud de sus semejanzas profesionales, biográficas en últim o extrem o: por ejem plo, son escritores (“D ices que m u y m al n os estaría a los escritores quejarnos… ”) y, por tanto, com parten un horizonte de expectativas similar, además de la situación que viven en el presente. Una vez que se ha construido el procedimiento epistolar a partir de este reconocimiento, esta primera epístola se adentra en la discusión del tema que la justifica: “ayuda, becas, apoyos, prem ios y dem ás apapaches (con) que los gobiernos de hoy” ayudan a la com unidad de escritores. E s decir, el yo textual de Tomás Segovia se reconoce como escritor al tiempo que reconoce que el escritor es, también, Matías Vegoso, su destinatario para, inmediatamente asaltar el tema de esta primera epístola: los estimulantes que los escritores reciben de los respectivos gobiernos; se pasa, pues, del ámbito individual al ámbito social. Estos ámbitos están, además, marcados léxicamente. Hay un empleo de coloquialismos (“apapaches”, “filosofía de las tómbolas”, “literatura kleenex”, etc.) que se deslizan y contrapuntean el tono, más bien, grave de la carta. Resulta claro que el propósito de emplear estos coloquialismos es remarcar la cercanía que hay entre el emisor y el receptor de la epístola; pero, al mismo tiempo, el tono generalmente reflexivo incide en el carácter más universal del problema que se trata. Pero el empleo del coloquialismo no sólo enfatiza la proximidad, cercanía o familiaridad entre el emisor y el receptor, sino que, por otro lado, expone otra de las características que se le han atribuido a la epístola desde el principio: su carácter oral. Y es, precisamente, la oralidad la que aleja a la epístola del ensayo y la que, en últim o térm ino, m uestra “C artas cabales”: un diálogo inconcluso donde, en cada epístola, se retoman o no asuntos ya tratados y debatidos o se abren otros por discutir. “C reo recordar que ya algu na vez te señalé uno de los más claros ejem plos de esa oscuridad” (171); en efecto, se refiere T om ás S ego via a la noción de “ideología” que había establecido en la carta anterior: “E s para adelantarme a tu reconocida agudeza argumentativa, pues podrías oponerme que una política no puede dejar de tener ideología” (166); o escribe: “T e avisé desde el principio que no me proponía hacer una descripción de tu programa, sino una interpretación de su sentido” (187), aludiendo a la carta anterior que 171 Pascual Gay acababa: “D igo un Edén, digo cierta forma de inocencia, pero la caracterización de esa forma la dejo para la próxim a carta” (186-187). Concluye: “B ien, ya tenemos un punto de partida. Próximamente me esforzaré en mostrarte las conexiones de estos rasgos con la aspiración a una salida de la historia” (195); o com ienza: “S í, tienes razón, al final acabam os siempre volviendo al comienzo, a Platón o incluso a Parm énides” (206). Uno de los problemas fundamentales del género epistolar es su naturaleza polémica entre la oralidad y la escritura. Demetrio (siglo I a.C.) respondía a Artemón, quien había publicado las Epístolas de Aristóteles, de esta manera: Artemón, que editó las cartas de Aristóteles, dice que las cartas y los diálogos deben escribirse del mismo modo, ya que una carta es como un lado de un diálogo (absentium per litteras). Algo de razón lleva, pero no es todo. Una carta debería escribirse con bastante más cuidado que un diálogo. Un diálogo imita una conversación improvisada, mientras que una carta es un ejercicio de escritura, y se envía a alguien como una suerte de regalo (Guillén 1985:168). Asombra hoy la exactitud del criterio de Demetrio, que no coincide con el topos renacentista, tal como lo recogen Erasmo y Vives. Erasmo es cercano a Artemón en este asunto epistolar, por ello subraya el carácter conversacional de la carta: “Est enim... epistola absentium amicorum quasi mutuus sermo” (Guillén 1985:15). A ntonio P érez, m aestro del género en E spaña, dice que “es com o decir conversación privada” (S alinas, 23); y Lope, dirigiéndose al duque de S essa, recoge aquello de “oración m ental a los ausentes” (S alinas, 132). Pedro Salinas, en su espléndida Defensa de la carta misiva, se resiste a ese concepto “de la carta que la tiene por una conversación a distancia, a falta de la verdadera, com o una lugarteniente del diálogo im posible” (S alinas, 29). Más sutil, Salinas advertía ese tipo de relación que la carta proporciona y que no ha pasado inadvertida a T om ás S egovia: “L a carta que aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo, imagen, alm a”. Y Salinas concluye poéticamente, como no podía ser de otra manera: “cartearse — la hermosa palabra castellana— no es hablarse” (30). Gérard Genette explica en su análisis del relato que el diálogo es el único momento de una narración en que la mimesis no sustituye la experiencia narrada por el lenguaje, es decir, en que las palabras imitan o reproducen las palabras (34). Una carta no reproduce una conversación (aunque compense, a veces, su ausencia) parcial o completamente, excepto 172 Cartas cabales de Tomás Segovia cuando la cita. Demetrio, perfectamente consciente del carácter formal de un cuidadoso ejercicio de escritura, y de su diferencia respecto a la palabra hablada e improvisada, sabía que la carta representaba un tránsito esencial de una actividad a otra o una interacción entre las dos. La carta, en cuanto escritura, tendía a implicar a su autor en un silencioso proceso de objetivación, distanciación y modelado de su propia persona, o mejor, de la imagen ofrecida al otro y, por tanto, hacía posible cierto grado de conocimiento y hasta de ficción. Pero el hecho de emplear un cauce de presentación, como el de la epístola en una columna semanal, implica la intención de intimar de un modo u otro, de acortar distancias, de bisbisear al oído del lector, pues si algo distingue a la carta de otros géneros es, precisamente, que se circunscribe — por lo menos imaginariamente— antes al ámbito privado que al público; o, más precisamente, que el espacio privado puede abrirse al espacio público, que al espacio público se accede desde el espacio privado. Así aparece claramente expresado en el siguiente fragmento de la carta titulada “V ida pública y Res publica”: Bueno, vamos por partes si me permites ponerme utópico, yo diría que en los asuntos que incumben al público sería deseable en principio la mayor intervención posible del público. Pero te ruego observar que no es lo mismo la intervención del público que la intervención pública. Lo que pasa es que yo parto de una distinción que he tratado de hacerte aceptar, pero que sé que no tomas en consideración: que no es lo mismo la res publica que la vida pública, lo político que lo social, incluso la comunidad que la vida en común, como tampoco, en el otro extremo, es lo mismo la iniciativa privada que la vida privada o la libre empresa que la libertad humana (112). Tomás Segovia, en primer lugar, m anifiesta su punto de vista (“si m e perm ites ponerm e utópico”); y , una vez que ha expuesto su perspectiva y las características de esa subjetividad, pasa a exponer el tema general desde esa subjetividad (“yo parto de un distinción que he tratado de hacerte aceptar, pero que sé que no tomas en consideración: que no es lo mismo la res publica que la vida pública”). D e cualquier m anera, la epístola es un género social: lo propio del género, de lo logrado por Horacio, es que en él perdura y funciona la práctica social que era el mandar y recibir cartas, o sea: un cauce de presentación. La elección de la carta como género periodístico es para Segovia una declaración de principios: resulta la expresión de la pertenencia a una tradición literaria. No por casualidad Segovia tiene un diario, un prontuario, un libro de notas que, desde el título mismo, se sitúa en el centro de la 173 Pascual Gay tradición literaria hispánica: El tiempo en los brazos (2001). El título es una reescritura de los últimos versos de La epístola moral a Fabio, escrita poco antes de 1613, atribuida al poeta sevillano Andrés Fernández de Andrada. El serventesio con que acaba la epístola dice así: Ya, dulce amigo, huyo y me retiro De cuanto simple amé: rompí los lazos. Ven y sabrás al grande fin que aspiro, Antes que el tiempo muera en nuestros brazos (303-310). Tomás Segovia conoce bien el género de la “Epístola moral”. Quisiera notar que para leer la epístola en verso del Renacimiento — que es probablemente el momento más brillante de la historia del género: Marot, Wyatt, Garcilaso de la Vega, Sá de Miranda, Francisco de Aldana, John Donne, La epístola moral a Fabio (Guillén 167)— conviene tener en cuenta dos circunstancias constituyentes que me parece no le han pasado inadvertidas a Segovia. La carta en verso es, en Horacio, un contragénero de la poesía satírica; y, además, nos hallamos al mismo tiempo ante un género y un cauce de presentación.1 Lo que ocurre con la epístola en verso en el Renacimiento es algo parecido a lo que Tomás Segovia, guardando las distancias, hace con el género diarístico y, también, con el epistolar: algo tan elemental, tan generalizado, tan natural como componer cartas se convierte en poesía en el siglo XVI. En el caso de Segovia, algo tan elemental, tan generalizado y tan natural como escribir un diario o unas cartas se convierte en un largo ensayo que marca las pautas de sus intereses intelectuales a cada momento. Y es, precisamente, esa condición de apunte, prontuario, borrador de El tiempo en los brazos y de “C artas cabales”, el que les confiere un carácter proteico, móvil, cambiante. La epístola literaria aparece como ese gozne decisivo que unía y también separaba la palabra hablada y la palabra escrita. La teoría de la carta — Cicerón, Quintiliano— se encuentra en Demetrio (De elocutione), y aflora tam bién en la “E pístola” de G arcilaso a B oscán en 1534. Esta carta es, para R afael L apesa, “la prim era epístola horaciana de nuestra literatura. A unque no deriva especialmente de ninguna de las de Horacio, responde al tipo de aquellas en que el venusino m ezcla lo doctrinal y fam iliar”: 1 Entiendo por cauce de presentación o comunicación los tres cauces que Goethe calificaba de naturales: la narración, el poema cantado, la representación o simulación. Me apego al término empleado por Northop Frye, 1957. 174 Cartas cabales de Tomás Segovia Señor Boscán, quien tanto gusto tiene De daros cuenta de los pensamientos Hasta en las cosas que no tienen nombre, No le podrá con vos faltar materia, Ni será menester buscar estilo Presto, distinto, de ornamento puro, Tal cual a culta epístola conviene (vv. 1-7). Pienso, tam bién, en la “E pístola a A rias M ontano” de F rancisco de Aldana, quizás la mejor de las castellanas. Los versos más acertados de esta carta son aquellos con los que el autor corrobora que se trata de una epístola, cerrando el poema tal como se termina una carta: Nuestro Señor en ti su gracia siembre Para coger la gloria que promete. De Madrid a los siete de setiembre Mil y quinientos y setenta y siete (vv. 448-451). Algo tan fugaz, singular, acaso sin sentido, como una fecha, una ciudad en que se está de paso, una despedida, se salva para siempre. Nótese que me he referido a la epístola en verso que tiene un marcado carácter antigenérico, pues, desde Horacio, está mezclada irresistiblemente con poesía satírica. Reléase con cuidado la epístola del primer libro de Horacio y la oposición sátira-epístola cobrará todo su sentido humano. El poeta se dirige a Mecenas: ¡Tú, que nombraron los primeros acentos de mi Camena (o sea, la Musa que dedicó a Mecenas los demás libros) y que los últimos habrán de nombrar; tú, Mecenas, pretendes que me encierre en la sala de esgrima de antes, yo gladiador muy visto y que ha recibido su florete de gladiador retirado? Mi edad ya no es la misma, ni mi espíritu (Guillén, 1985:170). Esencial, y de una extraordinaria sencillez, es el verso cuarto: “Non eadem est aetas, non mens”, es decir, “no m e pidas que vuelva a las andadas, pues m i edad es otra, y tam bién m i espíritu...”. De esta confesión o actitud arranca la Epístola primera y todo cuanto sigue. La madurez — en aquellos tiempos de vejez— no se contenta ya con la censura de los errores y desatinos ajenos, el ademán negativo, el orgullo implícito en la burla. El poeta maduro ha de buscar el bien y la verdad, emprendiendo el camino de la filosofía moral. 175 Pascual Gay Llegamos, pues, a la “epístola m oral”. E lías Rivers elucidó los rasgos generales de esta epístola de origen horaciano en su estudio de la “E pístola a B oscán”. Y , ante todo, el papel importantísimo de la amistad: marco, situación y relación con un destinatario que permite y exige la búsqueda conjunta de “la verdad y el bien” en un ám bito íntim o y concreto (23). “C artas cabales” de T om ás S egovia participa de los tem blores prim arios del género de la “E pístola m oral”. S e trata de am istades varoniles: la serie de las 50 cartas com ienza con el saludo “Q uerido M atías V egoso”, a excepción de la última carta que comienza directamente con la despedida habitual del “corrido” — “Y a con esta m e despido”— y que apela directamente al género oral. La despedida de la misiva, como se acostumbra, suele ser afectuosa: “Y tú recibe la consiguiente envidia y el cariñoso abrazo de tu am igo” (108); “de lo que se trataba ante todo era de responder a tus apreciadas líneas y reiterarte m i am istad de siem pre” (111); “A la espera de ellos recibe un cordial abrazo” (114); “confiando en tu sensatez y tu heroísm o, te envía un fervoroso saludo tu incondicional” (116); “T u atento am igo” (120), etc. La epístola moral infunde vida real o existencial a las ideas abstractas mediante la amistad, consiguiendo que el pensamiento ético sea accesible al destinatario, al lector, al existir limitado de una sola persona. Por eso, la insistencia en estas cartas de la amistad y confidencialidad y respeto entre Tomás Segovia y Matías V egoso: “S ob re todo lo cual espera tus comentarios tu fraternal am igo” (123); “P ero sé que estás dem asiado ocupado con tus com pro m isos de notable intelectual, de modo que no te distraigo por ahora con más locuras. Tu resistente am igo” (127); “S í, nos falta todavía por lo m enos esa ronda de discusiones, pero esta vez preferiría que seas tú quien abra el fuego. Espero, pues, con im paciencia tu andanada” (133); “P roseguiré esta carta com o si nada la semana próxim a. P erdón y un abrazo” (143), etc. Y la epístola m oral roza el ensayo m oderno. E l “portarse bien” de Tomás Segovia poco tiene que ver con la exhibición ejemplarizante de un mascarón filisteo; su arte consiste en saberse llevarse a sí mismo, en mantener con paso regular el itinerario ético. Tomás Segovia se observa a sí mismo, pero también registra con minuciosidad su entorno como si la recompensa de ensanchar el fondo de sí mismo fuera la posibilidad de caminar cada vez más adentro del mundo. El procedimiento es siempre semejante en estas cartas en que la subjetividad del yo se abre hacia el exterior para tratar de comprenderlo No, querido Matías, si digo que hay conflicto entre el poder y la sociedad no es que proponga el derrocamiento del poder mediante la violencia de la sociedad. Es porque compruebo, me guste o no, que ese conflicto existe, que es el que mantiene en movimiento las relaciones del poder con la sociedad y explica gran parte de la historia del poder, 176 Cartas cabales de Tomás Segovia además de que es innegable que a veces la violencia social derroca en efecto a lo s go b ierno s (… ). Una vez más, trato de entender primero la estructura general de toda forma de poder, y luego, dentro de esa esencia común, la especificidad del poder democrático. Eso, querido Matías, no es denigrar a la democracia, sino pensar que sólo entendiéndola se la puede ayudar de veras, mientras que describir la democracia como si no tuviera absolutamente nada que ver con otras formas de poder es hipostasiarla y no hacerle ningún favor, sino más bien renunciar a entender el subterfugio con el que cualquier gobierno se declara democrático (152153). Pero Segovia no es de ninguna manera un observador sistemático. Él anda siempre de paseo, como el nómada de su particular mitología. Más bien, el método que emplea es el de la divagación: ¿Te das cuenta del juego de ping-pong bastante mareante en que nos estamos metiendo? A ti te parece sorprendente que yo encuentre sorprendente la fe en el sistema bipartidista en las democracias modernas, y a mí, por mi lado, no me sorprende que te sorprenda. Según tú, hubiera sido de esperarse, dadas mis demás posiciones, que ese sistem a m e p areciera, “si no la m ejo r, p o r lo m eno s la m anera m eno s m ala d e o rganizar el juego d em o crático ” (164-165). Curiosamente, la divagación es ese discurso interior tan cercano al discurso epistolar, porque se diría que sigue una conversación; una conversación a la que asisten diferentes interlocutores: no se trata ya de M atías V egoso, sino de los lectores a quienes dirige sus “C artas cabales”. Con Segovia sabemos dónde empiezan las cosas, pero ignoramos adónde van a parar. Resulta ilustrativo reseñar algunos de los títulos sus epístolas: “R esistencia a los estim ulantes”, “M i querido capitán”, “D em ocracia y transferencia”, “M árgenes de represión”, “Eppure si muove”, “E l desideo logizador que lo desideologizará”, “P ost-¿qué?”, “Inocente cinism o”, “M etafísico estáis”, “P latonism os”, “F reudism os”, “L as perlas de tu boca”, “E n los burdeles del lenguaje”, “Y a con esta m e despido”. S egovia es un escritor de razón, es un abogado de lo razonable. Llama la atención que no sea en modo alguno un espíritu rectangular y que su prosa, como también la de sus ensayos, avance como una enredadera, siempre en espiral, en parábolas, en un incesante ir y venir de paréntesis que se van abriendo y cerrando sobre sí mismos. No poco le debe este ritmo y sintaxis, cadencia también, a la intención conversacional, a la búsqueda de interlocutores 177 Pascual Gay válidos. Pero Segovia sabe muy bien — como decía Salinas— que la carta no es una conversación y, com o D em etrio, que es algo diferente, que es “un ejercicio de escritura”. Desde el punto de vista tem ático, estas “C artas cabales” se interesan en diferentes ám bitos de lo cotidiano: desde las “ayudas, becas, apoyos, prem ios y demás apapaches que los gobiernos de hoy tienen a bien derramar sobre nuestra necesitada com unidad” (105), hasta el espacio que la derecha ocupa en el gobierno de una nación, puesto que m ientras “la derecha o está en el gobierno, o está en la oposición (que es una zona del ámbito del poder); la izquierda sólo en parte puede estar en el gobierno o en la oposición” (128); desde los significados del térm ino ideología que “ha ido adquiriendo a lo largo de este siglo un sentido que no tenía originalmente, y que es uno de los que caracterizan a la m odernidad” (170); hasta el riesgo de la utopía, pues “no estoy describiendo lo que tú piensas, sino una absurda utopía que te atribuyo gratuitam ente (...), sólo que dicho con bastante enojo” (187). Pero la amistad supone también, al menos en Horacio y sus sucesores — así como también en Tomás Segovia— aquello que queda fuera, ambientes y lugares que los amigos rechazan. Esa búsqueda de la verdad responde a algo que no lo es. La superación de la sátira a través de la amistad tiene que repetirse en cada epístola nueva. Y quizás sean imprescindibles — para alcanzar la verdad moral— la conciencia de la mentira, el recuerdo del escándalo social y ese mínimo de ira sin el cual la sabiduría se aleja demasiado del mundo de los hombres: Pero otra manera de decirlo (porque dos cosas pueden compararse, aunque no sean simétricas) es que las reivindicaciones de la derecha, puesto que defienden ante todo y siempre el orden, no pueden ser reivindicaciones fundamentales. Las reivindicaciones fundamentales expresadas en el ámbito de lo político son reivindicaciones frente al poder mismo: defienden unos derechos o unos valores humanos atropellados por el poder de un gobierno (o por algún órgano, institución o autoridad de ese poder) no sólo más allá de ese gobierno y esas instituciones, sino más allá de esa autoridad y finalmente más allá del poder (129). P or eso, uno de los térm inos m ás reiterados en estas “C artas cabales” (no se olvide que su paradigm a es la “epístola m oral”) es el de “resistencia” o, más exactamente, el espacio de esa resistencia que debe habitar el intelectual Tratar de recuperar, por ejemplo, si me permites la cursilería, una izquierda más vivida, incluso la historia de una izquierda vivida por debajo o por detrás de la izquierda historiada. Si me atrevo a llevar tan 178 Cartas cabales de Tomás Segovia lejos la cursilería como para evocar un sentimiento de izquierda, me parece que ese sentimiento es ante todo reivindicativo. Reivindicar es defender o afirmar algo atropellado, reprimido o relegado (...). Su parte esencial, la reivindicación, está siempre fuera. Es Resistencia (sic) (128). Las epístolas de Tomás S egovia, com o esa “epístola m oral” a la que remiten, atienden a los siguientes impulsos: saturación de la individualidad, afán autobiográfico, conciencia teórica de la propia andadura, la profusión de cosas, la apertura a lo humilde y lo cotidiano. Tomás Segovia, desde estas “C artas cabales”, parece decirnos que la libertad individual es un fin en sí mismo y, a la vista de la historia de nuestros días, el fin más apremiante que pueda proponerse el hombre. Como la mayoría de los intelectuales de nuestros días, Tomás Segovia ha perdido muchas ilusiones; como muy pocos entre ellos, ha guardado siempre sus convicciones; unas convicciones que, como casi siempre en el caso de Segovia, vienen desde muy lejos, desde una mirada atenta y perpleja a una tradición, cuyos cauces de expresión son lo suficientemente solventes como para dar cuenta de las interrogaciones, inquietudes, curiosidades que suscita el fin de siglo. Universidad de Guanajuato Facultad de Filosofía y Letras* Ex Convento de Valenciana S/N Valenciana Gto. CP 36240 Guanajuato-México [email protected] 179 Pascual Gay BIBLIOGRAFÍA ALONSO, Dámaso. Epístola moral a Fabio. Madrid: Gredos, 1978. CASTAÑÓN, Adolfo. Por el país de Montaigne. México: Paidós, 2000. FERNÁNDEZ DE ANDRADA, Andrés. Epístola moral a Fabio. Dámaso Alonso (ed.). Madrid: Gredos, 1978. _______ “E pístola m oral a F abio”. Poesía lírica del siglo de oro. Elías L. Rivers (ed). Madrid: Cátedra, 1999. FRYE, Northop. 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Palabras clave: tiempo, espacio, semiótica del cine, Almodóvar. Abstract Film discourse offers specific particularities to organize spatial and temporal paradigms compared with verbal discourse and theatrical performance. This paper analyses spatial and temporal configurations as they appear in film narratives. Examples are drawn from a variety of world movies, and especially from the Spanish film Women of the Verge of a Nervous Breakdown (1988), by Pedro Almodóvar. Key words: time, space, film semiotics, Almodóvar. Espacio y tiempo son elementos imprescindibles de toda narración y premisas ineludibles del relato, con independencia del formato (verbal, fílmico, gestual) en que se presente o del sistema de códigos en que se base su expresión. Aunque muchas de las características del espacio y del tiempo son, en efecto, comunes a todos los soportes narrativos, el cine presenta algunas peculiaridades con respecto a la narración verbal en función de su particular estatuto semiótico como combinación de cinco códigos diferentes: imagen, grafismos, música, ruido y palabra. La narratología clásica — de inspiración fundamentalmente verbal— ha venido siendo aplicada con éxito al relato cinematográfico, y muchas de las nociones que a continuación vamos a presentar proceden de ella; ello no es óbice para que la especificidad propia del cine haya obligado a matizar algunas y a introducir otras nuevas (Carmona 1993; Stam 1992). Alfredo Martínez Por lo mismo revisaremos las nociones principales de la narratología del espacio y el tiempo y, para ello, presentaremos ejemplos de películas bien conocidas. Para facilitar el comentario y el análisis, iremos dando a lo largo del trabajo ejemplos de una película que lanzó definitivamente a Pedro Almodóvar en su carrera internacional: Mujeres al borde de un ataque de nervios, de 1988. El argumento de la película gira en torno a Pepa (Carmen Maura) e Iván (Fernando Guillén), actores de doblaje que han mantenido una relación sentimental durante años y que ahora acaban de romper. Pepa descubre que está embarazada y trata de ponerse en contacto con Iván, pero éste, que ha iniciado una nueva relación con Paulina (Kiti Manver), se hace el escurridizo. A esta línea argumental se añaden otras tres subtramas: la de la antigua esposa de Iván y su demencia; la de una amiga de Pepa que, tras acostarse con un terrorista, cree que podría ser acusada de complicidad en algún atentado y la del hijo de Iván y su novia quienes acuden, casualmente, al piso que Pepa acaba de poner en alquiler en un intento de huir de los años que en él ha vivido. La película está tratada como comedia de enredo, por lo que las conexiones entre las diferentes líneas argumentales están basadas en la casualidad, la anagnórisis y la condensación de múltiples acciones en un reducido espacio físico y temporal. De hecho, toda la acción transcurre en poco más de veinticuatro horas y más de la mitad de la película sucede en el apartamento de Pepa, con esporádicas excursiones a otras zonas de Madrid.1 1. ESPACIO Comencemos con algunos principios básicos. El espacio en el cine se construye, como es lógico, primordialmente a través de la imagen; pero todos los demás elementos del texto fílmico (ruidos, música, personajes, temporalidad) contribuyen a su creación y concreción. Como ocurre en la pintura y en la fotografía, la imagen fílmica es físicamente bidimensional, pero en la pantalla plana se representa un espacio tridimensional ficticio mediante imágenes fuertemente icónicas, aunque — a veces— se explota la bidimensionalidad de la imagen, como ocurre con los altamente estilizados títulos de crédito de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Como en toda narración, el espacio fílmico está mediatizado por una instancia narrativa, que en el relato verbal se denomina narrador y que en el relato fílmico se hace equivaler a menudo con ciertas características de la cámara: punto de vista, perspectiva y objetividad/subjetividad. El espacio del cine está sujeto a una fluida pluralidad de puntos de vista, tanto en cada plano concreto (en función de la posición de la cámara) como en 1 Para un análisis pormenorizado de esta película, véase Meter Evans, 1996. 182 Organización semiológica del espacio la globalidad del relato (la capacidad de la cámara en establecer distintos grados de subjetividad, desde la omnisciencia espacial hasta limitaciones extremas en su movilidad). Así, por ejemplo, la cámara puede ponerse en relación de identidad con un personaje determinado del relato y ofrecer la impresión de “cám ara subjetiva”. E n Titanic (dir. James Cameron, 1997), las escenas del hundimiento están repletas de planos subjetivos que consiguen que el espectador vea a través de los ojos de distintos personajes lo que está ocurriendo. A veces, este efecto de subjetividad depende de la combinación entre la banda de imagen y la de sonido, como ocurre con los primeros planos de Mujeres, donde la voz de Pepa — superpuesta sobre una toma de la maqueta de un edificio y unos animales que aparentemente guarda en la terraza de su casa— transmite la impresión de que el edificio y los animales se nos muestran a través de la perspectiva de Pepa misma. Gracias, por una parte, a la ubicuidad y movilidad de la cámara y, por otra, al montaje cinematográfico (que posibilita fragmentar y recomponer el relato indefinidamente), el cine posee una gran capacidad y flexibilidad para jugar con el espacio y para organizar los espacios de la ficción. Como veremos más adelante, la extrema ductilidad en el paradigma espacial no se ve reflejada en el paradigma temporal, en el cual el cine presenta serias dificultades en comparación con las posibilidades del relato verbal. Ubicuidad, movilidad y montaje resultan imprescindibles en las escenas de acción del cine norteamericano; la típica escena de persecución que corona la mayoría de las películas del género — recuérdense por ejemplo Speed y su secuela Speed: Cruise Control (dir. Jan de Bont, 1994, 1997)— explota estas tres características de la cámara, la cual presenta diferentes localizaciones (ubicuidad), está en constante movimiento (movilidad) y se ordena de modo no lineal en el discurso (montaje). Los tres son aspectos del trabajo de cámara que Almodóvar explota desde los comienzos mismos de Mujeres. De hecho, la película ofrece un verdadero catálogo de posiciones de cámara inusuales (desde dentro de un contestador telefónico, posiciones cenitales, enfoques desde el suelo, desde detrás de unas gafas, etc.), así como de movimientos: en los tres primeros planos de la película la cámara permanece inmóvil, pero en el cuarto vemos un movimiento panorámico de izquierda a derecha que describe el dormitorio de Pepa y en el quinto el mismo movimiento de derecha a izquierda que muestra a Pepa durmiendo. La construcción del espacio fílmico está condicionada, en primer lugar, por las características de la imagen cinematográfica, de las cuales comentaremos a continuación las tres más relevantes: iconicidad, encuadre y movimiento. La iconicidad de la imagen fotográfica en la que se basa el cine es la principal responsable de la ilusión de realidad con la que estamos 183 Alfredo Martínez acostumbrados a identificar el discurso fílmico. El carácter sígnico de la imagen es fácilmente detectable, si contrastamos la ilusión de profundidad tridimensional y el efecto de perspectiva que crea con la esencial bidimensionalidad de su significante. El espacio representado llega a confundirse con el espacio real gracias, asimismo, a la capacidad de movimiento de la cámara dentro del espacio representado y a la posibilidad de desplazamiento de objetos y personajes dentro de ese mismo objeto. Según Gauthier (1992:57-58), los factores que crean esa ilusión de realidad se pueden englobar en códigos que regulan la perspectiva, códigos que regulan la iconicidad y el mimetismo y códigos que regulan el modelado espacial (por ejemplo, el uso de sombras y luces). El encuadre aleja al cine de la representación mecánica de la realidad y lo aproxim a a lo que podríam os deno m inar vocación “antinatural” del arte. L a forma de construir el encuadre cinematográfico no tiene ninguna semejanza con el modo de operar del ojo humano, aunque, eso sí, ambos estén basados en una estricta separación entre lo que se ve y lo que queda fuera del campo de visión. La existencia de un marco que limita los bordes del espacio de la enunciación (pantalla) implica que el espacio del enunciado (ficción) está fragm entado al m enos en dos: el “cam po” o espacio film ado por la cám ara, y el “fuera de cam po” o espacio excluido del encuadre. L a existencia de estos dos espacios implica que el marco cinematográfico no contiene un espacio cerrado y autosuficiente, sino que el campo comprendido en el encuadre se prolonga más allá de los límites de la pantalla en un fuera de campo imaginario, latente, que se puede hacer presente de muy diversos modos y que, de hecho, puede transformarse en campo en cualquier momento gracias a la movilidad de la cámara y al montaje.2 El fuera de campo es siempre reversible, es decir, se puede transformar en campo; por eso podemos distinguir entre un fuera de campo concreto, cuando se trata de un espacio que ya ha sido mostrado previamente, y un fuera de campo imaginario, que el espectador aún no conoce, pero que puede concretarse durante la película, o bien, permanecer imaginario indefinidamente. Tomemos el ejemplo de Superman (dir. Richard Donner, 1978; Richard Lester, 1980 para la segunda parte): las conversaciones que mantienen Superman y Lois Lane están filmadas y montadas mediante la clásica consecución de planos alternos que encontramos en la mayoría de las conversaciones de a dos en el cine. Existe 2 Esta continuidad entre campo y fuera de campo, que es mucho más obvia en el cine que en cualquier otro discurso visual, es lo que lleva a A. Bazin (1959:128-12 9 ) a h ablar d el “carácter cen trífu go ” d e la p an talla, y a Noel Burch (1985) a tratar de dividir el fuera de campo en seis segmentos según su relación con el campo: la prolongación del campo hacia arriba, hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda, el espacio que hay detrás del decorado y el espacio que se encuentra delante de la imagen del plano (es decir, detrás de la cámara). 184 Organización semiológica del espacio también un fuera de campo imaginario, que es el universo cósmico del que procede el héroe (el planeta Krypton, la Zona Fantasma, etc.), pero que se concreta en momentos claves de la película perdiendo, así, parcialmente su carácter imaginario. Característica esencial de la construcción del espacio cinematográfico es la continua interacción del campo y del fuera de campo, a través de múltiples efectos: salidas y entradas de personajes y objetos en el campo, sonido en off, movimientos de la cámara, miradas y gestos de los personajes al espacio fuera de campo, figuras cortadas por el borde, etc.3 La tensión continua entre campo y fuera de campo hace que el espacio de la ficción se vaya (re)construyendo progresivamente mediante la sucesión de planos que van facilitando al espectador más información sobre el espacio global donde la ficción se desarrolla, y que sólo en rarísimas ocasiones se presenta en su totalidad. Ni siquiera los planos generales pueden recrear todo el espacio de la ficción y es un hecho conocido que el espectador suele obtener al final de la película una sensación de conocimiento del espacio muy superior a lo que ha visto en cada plano o en la suma de todos los planos de la película. Piénsese en el sorprendente efecto que Stanley Kubrick consigue en El resplandor (The Shining, 1980): llegamos a tener la sensación de que realmente conocemos la geografía del hotel, cuando en realidad sólo se nos han presentado planos de tres o cuatro zonas del mismo. Por eso Lotman habla de la doble naturaleza, a la vez delimitadora y desbordante, del plano cinematográfico: El espacio en el cine, al igual que en todo arte, es un espacio acotado, encerrado en unos determinados marcos y, al mismo tiempo, isomorfo al espacio ilimitado del mundo. A esta contradicción, común a todas las artes, el cine agrega su contradicción propia: en ningún otro arte figurativo las imágenes se empeñan tan activamente por romper esos límites y desbordarse más allá del perímetro. Este conflicto permanente es uno de los factores principales que crean esa ilusión de realidad del espacio cinematográfico (1979:115). En Mujeres al borde de un ataque de nervios, el departamento de Pepa ofrece un magnífico ejemplo de construcción de un espacio mediante sucesivas aproximaciones. El espectador, al final de la película, tiene la sensación de conocer cada rincón de ese departamento, pero lo cierto es que más allá de los planos que muestran el salón, el dormitorio, la terraza y la cocina, la película no ofrece información específica. Es decir, no sabemos si 3 Estos efectos podrían englobarse en tres grandes grupos: los que operan mediante huellas y señales (sombras o reflejos del fuera de campo en el campo), interpelaciones (frases o miradas dirigidas al fuera de campo) y tránsitos (figuras cortadas por el borde, entradas y salidas, etc.). 185 Alfredo Martínez hay otras piezas en el departamento o como es la disposición de las diferentes áreas; pero, con lo que sabemos tenemos la impresión de que conocemos lo suficiente. La película, por otra parte, hace de ese apartamento un espacio central, cuya familiaridad con el espectador resulta clave a la hora de construir los conflictos entre personajes que allí tienen lugar. No es extraño, pues, que desde el primer plano de la película se empiece a acumular información acerca de ese espacio privilegiado: una maqueta del edificio, la presencia de animales y plantas en la terraza, las huellas de un amor ya roto en el dormitorio y, muy especialmente, las huellas de los conflictos que se están viviendo en el salón central, cuya decoración, dimensiones y atmósfera están al servicio de la trama argumental. La tensión entre campo y fuera de campo determina el énfasis descriptivo de las primeras apariciones de este espacio. De hecho, la aparente escasez de planos generales se ve más que compensada por la abundancia de movimientos panorámicos de cámara que permiten una mirada típicamente descriptiva a un espacio que, por ser limitado y cerrado, no se presta fácilmente al plano general o de situación que se suele utilizar en espacios abiertos. El movimiento de la imagen fílmica hace que el plano se pueda transformar, ya por modificación de sus límites (encuadre), ya por cambios internos en la distribución de luces y sombras, entradas y salidas de personajes u otro tipo de desplazamientos, ya por la mera sustitución por otro plano. El montaje permite fragmentar cada escenario o espacio de la historia para, luego, recomponer esos fragmentos en diferente orden. De este modo, entre dos planos que aparecen en orden consecutivo en el relato, la relación espacial puede ser de continuidad (un mismo ámbito espacial) o de discontinuidad (diferentes ámbitos espaciales). Naturalmente, también se pueden dar grados intermedios de continuidad, si se muestran sucesivamente distintos segmentos de espacios contiguos. La sensación de continuidad espacial se puede potenciar minimizando cualquier marca de fragmentación o eliminando completamente el montaje mediante el uso de planos-secuencia. En Mujeres apenas se hace uso de planos largos: la película se caracteriza por un estilo rápido y ágil, basado en planos cortos y en un montaje vivaz que acentúa las discontinuidades espaciales y temporales, incluso, en las largas escenas dramáticas que acontecen en el apartamento de Pepa y que en principio se podrían haber prestado fácilmente a los planos largos o planossecuencia. El espacio cinematográfico se constituye primordialmente a través de imágenes, pero todos los demás códigos expresivos pueden ponerse al servicio de la espacialización. Así, el lenguaje hablado (conversaciones de personajes, voz en off), el lenguaje escrito (textos sobreimpresionados, letreros), la música y los efectos sonoros (especialmente a raíz de la 186 Organización semiológica del espacio estereofonía) se usan con asiduidad para definir, adjetivar, aclarar y sugerir espacios. Desde un punto de vista semiológico, y evitando cuidadosamente caer en la equiparación de códigos, Neira (2003) ha tratado de distinguir diferentes tipos de espacios en el cine tomando como base los espacios del teatro. Distingue así espacio escenográfico, lúdico, dramático y fílmico. El espacio escenográfico viene configurado por el decorado y por sus complementos que, por supuesto, no se limita a los interiores y a las escenografías de estudio, sino que incluye cualquier tipo de decorado, incluso, cuando se tom a la “realidad” exterior com o fondo o escenario de la acción. E n cuanto a la potencialidad semántica, este espacio y los elementos que lo configuran pueden permanecer en un discreto segundo plano, o bien, pueden cargarse de sentido a través de símbolos, elementos metafóricos y creación de atmósferas de gran expresividad; recordemos la extraordinaria fuerza expresiva del interior de la nave espacial en la que transcurre la acción de Alien (dir. Ridley Scott, 1979). Del mismo modo, la cámara puede narrar el espacio escenográfico con la aparente neutralidad del plano general o con la intención de destacar cierto objeto o cierto ángulo mediante primeros planos o angulaciones especiales. El espacio escenográfico de Mujeres al borde de un ataque de nervios es particularmente interesante, porque es utilizado para conectar la película con otras películas, creando intertextos cruciales para su funcionamiento postmoderno. Por ejemplo, la terraza y todo el apartamento todo de Pepa son indiscutiblemente similares a los que vemos en How to Marry a Millionaire (dir. Jean Negulesco, 1953); el tratamiento de la mirada de Pepa sobre las ventanas abiertas de un edificio de Madrid es una alusión directa a Rear Window (dir. Alfred Hitchcock, 1954) y el primer plano de los zapatos de Pepa con la cámara a ras del suelo evoca una espacialización similar al comienzo de Strangers on a train (dir. Alfredo Hitchcock, 1951), entre otros muchos posibles ejemplos. El espacio lúdico o gestual viene determinado por el movimiento, gesticulación y posición de los personajes. Se trata de una configuración del espacio determinada por la influencia de la actividad de los actores. Es, por lo tanto, un tipo de espacio de difícil delimitación física, pero cuyos efectos son innegables en casos como Rain Man (dir. Barry Levinson, 1988), en que Dustin Hoffman consigue crear una especie de aura semiótica alrededor de su personaje. En efecto, más que un sector del campo o del espacio, se trata de la modificación o impregnación semántica del espacio que rodea al personaje. Un ejemplo de este tipo de efecto lo constituye la mirada del personaje dirigida al fuera de campo que crea, como ya vimos, una tensión de activación entre el campo y el fuera de campo. El espacio lúdico se configura entonces como la zona tensiva afectada por esa mirada. Las interacciones entre 187 Alfredo Martínez personajes y elementos de la escenografía, la posición de los diferentes actores dentro de un mismo plano, y la sucesión de planos que muestra todas estas interacciones son casos de espacios lúdicos activados. Un caso especial de activación del espacio lúdico en Mujeres ocurre en la escena en que Iván telefonea a Pepa desde una cabina. En ese momento la cámara muestra una intensa actividad en las cercanías de la cabina: Pepa está arrojando una maleta a un contenedor de basura, Paulina espera impaciente a Iván sentada en su coche (desde donde ve toda la escena) y la esposa de Iván se acerca caminando por la acera, en dirección a casa de Pepa. La zona urbana en que todo esto ocurre tiene su epicentro en la cabina, donde Iván se siente de pronto atrapado y amenazado; al ver que su esposa se aproxima por la acera trata de ocultarse poniéndose en cuclillas en el interior de la cabina, en una actitud deliciosamente reminiscente del famoso ataque de los pájaros en The Birds (dir. Alfred Hitchcock, 1963) que también sorprende a su protagonista en una cabina telefónica. La coreografía de estos cuatro personajes en las inmediaciones de la cabina transforma ese espacio meramente escenográfico en un espacio lúdico, semantizado por la acción de los personajes como verdadera tela de araña. El espacio dramático viene a ser una espacialización del argumento o conflicto del relato y de las relaciones que se establecen entre los personajes. Los diferentes escenarios donde transcurre la acción se pueden ir cargando de sentido en función de las relaciones y tensiones que el propio relato va estableciendo. Así, existen oposiciones espaciales básicas que pueden ir tiñendo el relato (acciones, personajes) de sentido: alto/bajo (relacionado con oposiciones como estas bueno/malo, favorable/desfavorable), lejos/cerca, abierto/cerrado, finito/infinito, seguro/inseguro, etc. La topología de los espacios se pone, entonces, al servicio del desarrollo dramático del argumento. Stanley Kubrick se propuso que todos los espacios donde transcurre la acción dramática de 2001: A Space Odissey (1968) estuvieran marcados por la circularidad y, para ello, llenó las naves espaciales de rotaciones y circunvalaciones, excelente metáfora visual del viaje a ninguna parte que la película narra. Hay personajes inmovilizados, confinados a un espacio invariable y personajes sumamente móviles; hay acciones que tienden a ocurrir en espacios cerrados, otras en exteriores; hay espacios inmediatamente reconocibles, cuya familiaridad aporta ciertos efectos de sentido, mientras que otros son espacios desconocidos que, en principio, no ayudan al espectador a interpretar lo que en ellos ocurre. La importancia del espacio dramático es enorme desde el punto de vista de la semiótica del relato, dado que todo conflicto narrativo suele ser, simultáneamente, un conflicto espacial: la conquista, el abandono, el desplazamiento, pues la trasgresión de una frontera está en el origen de cualquier acción dramática. La 188 Organización semiológica del espacio oposición dentro/fuera juega en Mujeres un papel de especial relevancia, al configurar dos tipos diferentes de acciones relacionadas con Pepa: en su apartamento se dedica a esperar la llamada de Iván; en la calle se dedica a buscar a Iván. Se trata de la conocidísima alineación sémica entre el interior como pasividad y el exterior como actividad. Pero, en esta película, esta tajante división binaria de los espacios se ve sutilmente cuestionada mediante el uso de maquetas de edificios: la película comienza precisamente con el primer plano de una maqueta que aparentemente representa el edificio donde Pepa vive, maqueta que más adelante vemos contextualizada en una agencia inmobiliaria. Pero, además, los fondos escenográficos de los planos tomados en la terraza del apartamento de Pepa, que representan la silueta urbana de Madrid, son obviamente una maqueta y la película no trata de disimularlo. Hay, podríamos decir, un intento deliberado de construir algunos exteriores urbanos como si fueran meros simulacros, de igual modo que algunos interiores (la terraza, por ejemplo, con su fauna y su flora) parecen tender a la exterioridad. Por espacio fílmico entendemos la configuración del espacio por procedimientos específicamente cinematográficos. Es decir, si los espacios escenográfico, lúdico y dramático se encuentran de modos relativamente similares en cine y en teatro, el espacio fílmico es aquel que se construye mediante la cámara y el montaje. En la evolución histórica del cine desde un mero teatro filmado hacia el desarrollo de una serie de códigos relativos al plano fijo, al plano en movimiento y al montaje, se observa la creciente importancia del espacio fílmico como elemento verdaderamente definitorio del discurso cinematográfico. En cierto sentido, el espacio fílmico, que sólo es posible gracias a la existencia de la cámara y sus propiedades especiales, es mucho más parecido a la instancia narrativa de los textos literarios que a cualquier otro elemento presente en el teatro, en la pintura o en la fotografía, dado que la cámara determina ciertos recorridos, y no otros, a través del espacio. Gran parte de los análisis de novelas llevadas al cine se basa en este aparente isomorfismo. El plano fijo ofrece un espacio estático definido por el punto de vista o posición de la cámara. Si el cine primitivo apenas se desviaba del plano fijo en posición frontal, según lo aprendido de la pintura y la fotografía, pronto aprendió a colocar la cámara en puntos inusuales y, con ello, se empezó a codificar el punto de vista tal como hoy lo conocemos en planos generales, primeros o primerísimos planos, planos picados, contrapicados, etc. La capacidad expresiva — casi siempre de tipo simbólico o connotativo— de la angulación y el encuadre fue explorada con gran intensidad por el cine clásico. Además, el encuadre determina, también, la disposición de los diferentes elementos del campo y, por consiguiente, su sintaxis interna. 189 Alfredo Martínez Aumont (1997) estudia la imagen fílmica desde la pintura y comenta posibilidades de organización interna del encuadre como el centrado, el descentrado, el equilibrio interno de la composición, el sobreenmarcado, etc. El movimiento de la cámara (panorámica u horizontal, grúa o vertical, zoom o en profundidad, travelling, etc) contribuye a modificar la relación del campo con el fuera de campo y, por lo tanto, crea un tipo de espacio dinámico propio. Las posibilidades son innumerables. La cámara puede describir el espacio mediante movimientos panorámicos — travellings— o mediate movimientos de zoom. Puede identificarse con la mirada de un personaje mediante un plano subjetivo. Puede subrayar un objeto, un personaje o una acción. Puede indicar ciertos tipos de relación (enfrentamiento, distancia afectiva, tensión) entre los personajes mediante el desplazamiento de uno a otro. Un travelling frontal puede indicar el paso de un espacio exterior, objetivo, a uno interior, psicológico; de un nivel de ficción a otro de metaficción; de un espacio real a otro simbólico; de la vigilia al sueño. Si en el cine primitivo los movimientos de cámara cumplían una función casi exclusivamente descriptiva, el cine clásico explotó las posibilidades psicológicas mediante la relación, cada vez más sofisticada, entre movimiento de cámara y personaje. Así, la cámara no sólo puede identificarse con el personaje como cámara subjetiva, sino que, como cámara narrativa, puede desplazarse en torno a él a diferentes velocidades, con diferentes angulaciones, creando diferentes recorridos en el espacio lúdico. A estos efectos hay que añadir el im portante “efecto de m on taje” que una cám ara en movimiento puede crear, al cumplir por sí sola la fragmentación, discontinuidad y transición que normalmente son cometidos del montaje. En tal sentido, se ha hecho famoso el plano largo más extenso de la historia del cine, que abarca nada menos que toda una película: Russian Ark (dir. Aleksandr Sokurov, 2002). Volviendo a los primeros planos de Mujeres, podemos hacer el siguiente análisis respecto a los movimientos de la cámara. En el primer plano, la cámara está inmóvil y, por lo tanto, estamos ante un plano fijo en el que el espacio lo llena la maqueta de un edificio. El estatismo es prácticamente total, excepto por el levísimo y casi imperceptible movimiento ascendente de la luz que hace las veces de sol; una luz blanca, circular, cortada por la silueta del edificio, que será retomada unos planos después como luz de semáforo que se funde con silueta de un sol. El segundo plano es otro plano fijo, en el que la cámara sólo realiza un ligerísimo ajuste para que el sujeto (una pareja de patos en movimiento) no quede descentrado. Estos dos primeros planos se caracterizan internamente por el sobreenmarcado de las figuras (maqueta y animales), cuyos límites superan los del encuadre. El tercer plano también es fijo; pero, esta vez, la cámara pierde la relativa 190 Organización semiológica del espacio frontalidad de los dos anteriores y adopta un ángulo oblicuo sobre el sujeto: un cenicero con una colilla casi consumida, algunos objetos de escritorio, un programa de disco con unas letras manuscritas en varios colores, una de cuyas palabras es señalada con flechas. En rápida progresión, estos tres primeros planos nos han conducido desde lo más general a lo más detallado (edificioanimales-texto escrito). El cuarto plano inaugura el movimiento de cámara con una mirada descriptiva de izquierda a derecha en primerísimo plano a un reloj despertador (cuyas manecillas funcionan como eco de las flechas en el plano anterior), a una fotografía de un hombre y una mujer en blanco y negro (Iván y Pepa) y a una caja de píldoras. El quinto plano es otro movimiento horizontal, esta vez de derecha a izquierda, que muestra el cuerpo de una mujer vestida en traje color rosa, que (enseguida sabremos) está durmiendo. La cámara se detiene en la cabeza de la mujer, sobre la que hace un ligero zoom y, mediante un fundido, pasamos al sexto plano: en blanco y negro, zoom hacia fuera, un motivo de decoración geométrica vagamente arábigo y, de súbito, un primerísimo plano de una boca. La relación entre el blanco y negro de la fotografía del plano cuarto, las pastillas (¿somníferos?); la mujer que duerme, aunque el despertador está sonando; el subrayado de su cabeza mediante el movimiento de cámara y el fundido entre el plano de su cabeza y este nuevo plano nos sugieren, con poco lugar a dudas, que lo que el plano sexto nos muestra es la actividad onírica de la mujer. Este sueño está formado por varios planos en los que la cámara sigue, en movimiento horizontal de derecha a izquierda; Iván, que camina — a su vez— de derecha a izquierda de la imagen hasta que en el último plano del sueño sale finalmente del campo por la izquierda. E l retorno a la “realidad” se consigue m ediante el cam bio del blanco y negro al color y mediante el fundido entre luz de semáforo y sol que antes mencionamos. El montaje es, simplemente, la yuxtaposición en el discurso de diferentes planos. Implica una doble actividad de fragmentación y recomposición. La fragmentación se opera sobre un espacio, mostrado desde diferentes ángulos, desde el punto de vista de uno o más personajes, con diferentes juegos de campo y fuera de campo, con diferentes grados de acercamiento o distanciamiento respecto al centro de la acción, etc. La recomposición, en el relato fílmico, se posibilita gracias a los mecanismos de enlace entre los distintos planos, que facilitan al espectador la reconstrucción coherente del espacio en un discurso en el que cada plano tiene sentido con relación a los demás. En sentido amplio, el montaje permite una espacialización de los conflictos, las relaciones entre personajes y decorado, y del propio espacio lúdico. Hay en Mujeres una escena en la que el uso del montaje adquiere especial relevancia. Se trata de un efecto óptico que utiliza un espejo para 191 Alfredo Martínez establecer un caso extremo de campo y fuera de campo. Pepa y Candela (María Barranco) conversan en el apartamento, en una escena que contiene cuatro planos. En el primero vemos las figuras de Pepa y Candela reflejadas en el espejo, y la figura real de Candela. El plano lo llena la imagen de la pieza reflejada en el espejo. El segundo plano consiste en la imagen real, no reflejada, de Pepa; sabemos que se trata de la figura real, porque su mirada, dirigida al fuera de campo donde se halla Candela, va dirigida hacia la derecha del plano, mientras que en la imagen reflejada del plano anterior iba dirigida hacia la izquierda. El tercer plano reproduce la estructura del primero, sólo que en esta ocasión Pepa y Candela se han alejado unos metros entre sí y se establece una línea de miradas que va desde la esquina inferior izquierda hasta el centro del plano y se prolonga, en el espejo, hasta la esquina superior derecha. Entonces, Candela se desplaza en dirección a Pepa y, de esta manera, su figura real sale del plano quedando visible sólo su figura reflejada en el espejo. La última imagen del plano consiste en las figuras reflejadas de Pepa, sentada a la derecha, y de Candela que comienza a tomar asiento a la izquierda del plano. Y, entonces, llega el sorprendente cuarto plano de la escena que consiste en la imagen real no reflejada de las mismas figuras; es decir, en una inversión del plano anterior; o, lo que es lo mismo, un contraplano exacto. La rapidez del montaje hace que el truco óptico pueda pasar inadvertido en una primera visión, pero lo cierto es que el uso de espejos en la película constituye un verdadero rasgo de estilo que, además, es un sello típico del cine de Almodóvar. Esto no quiere decir que el montaje, en este caso, esté libre de defectos; por ejemplo, la postura de Pepa antes y después del corte que separa los planos tercero y cuarto es claramente incompatible con la continuidad que este montaje trata de conseguir. En el cine narrativo existen aún otros tipos de espacios que vienen determinados por las características del argumento literario y de la construcción de los personajes. Podemos hablar, por ejemplo, de espacios latentes, que nunca aparecen en pantalla y que podrían equipararse al fuera de campo imaginario. Un ejemplo, en Mujeres, sería la escalera del edificio donde vive Pepa, espacio por el que — como sabemos— transitan en algún momento casi todos los personajes de la película, y cuya existencia es incontrovertible, pero que nunca aparece en pantalla. Y, también, espacios narrados, mencionados o aludidos por el diálogo de los personajes, espacios que pueden estar geográficamente muy distantes del lugar donde transcurre la acción y que, por consiguiente, tienen poco que ver con el fuera de campo en sentido estricto; por ejemplo, Estocolmo en Mujeres. Por último, cabría hablar de espacios psicológicos, ligados a la actividad mental de un personaje, cuyas fantasías, sueños o alucinaciones se pueden presentar en la pantalla utilizando 192 Organización semiológica del espacio diversos efectos de cámara y de montaje, como el espacio onírico ligado a Pepa con que se abre la película, según ya hemos mencionado. 2. TIEMPO En todos los discursos narrativos, el tiempo constituye no sólo el soporte cronológico en el que se hilvana el conjunto de acciones de la historia, sino, también, una fuente de sentido que impregna lo contado en muy diversos modos. Hay historias, por ejemplo, que hacen del respeto a la linealidad cronológica un principio casi filosófico; otras hacen del desorden temporal de los acontecimientos una metáfora del desorden del recuerdo o de la vida. Orden y caos — como principios organizadores del relato— pueden, de hecho, partir de una ordenación determinada de los tiempos del relato. Podríamos, en tal sentido, hablar — además de la linealidad y del desorden— de la posibilidad de una temporalidad subjetiva, mediatizada por uno de los personajes de la historia, y de la posibilidad de la coexistencia de múltiples temporalidades, subjetivas o no, dentro del mismo relato. El cine es un arte eminentemente temporal, tanto por la naturaleza misma del plano, que implica una espacialización interna y una duración, como por la presencia de la narratividad, que implica un determinado tiempo de proyección. Son estos dos factores los que posibilitan, precisamente, el montaje cinematográfico, que no es otra cosa, sino la ordenación temporal de la materia fílmica. Sin embargo, el cine carece del sofisticado sistema de marcación temporal del lenguaje verbal (tiempos y modos del verbo, adverbios, conjunciones temporales, etc.). A lo largo de su historia se han ido desarrollando algunos mecanismos para expresar relaciones temporales dentro del discurso fílmico y, cierto es, que en la actualidad el lenguaje cinematográfico es capaz de expresar un abanico amplio de posibilidades temporales (Henderson 1983). Sin embargo, no es menos cierto que muchas de las marcas utilizadas en el discurso adolecen de una polisemia que puede provocar ambigüedad; por ejemplo, un mismo tipo de cambio de plano puede significar, según el contexto, “antes”, “m ás tarde”, “m ientras”, “en otro lugar”, etc. E ntre las m arcas tem porales m ás com ún m ente usad as en el relato cinematográfico podemos destacar aquellos simples textos escritos sobreimpresionados en pantalla, una voz narrativa que a menudo se presenta únicamente en la banda sonora (como la voz de Pepa que se superpone a los tres primeros planos de Mujeres), el diálogo de los personajes, la mera relación visual entre dos planos (si es de causa-efecto como, por ejemplo, un personaje joven seguido de ese mismo personaje más viejo, se sobreentiende una relación antes-después), el uso de música y del ruido con valor temporal, 193 Alfredo Martínez ciertos procedimientos ópticos (como el fundido encadenado, cuyo preciso valor temporal suele venir dado por el contexto) y diversos efectos de montaje. A pesar de los notables avances en la expresión del tiempo, el lenguaje cinematográfico presenta una serie de particularidades que conviene tener bien presentes. En primer lugar, el cine es capaz de expresar las relaciones de simultaneidad entre dos o más acciones gracias a la dimensión espacial del plano; por ejemplo, en una misma escena podemos estar contemplando dos o más grupos de actores evolucionando simultáneamente. Esta posibilidad está vedada al relato literario que, dada la esencial sucesividad del signo lingüístico, sólo puede expresar lo simultáneo de manera sucesiva. En segundo lugar, dado el poder de actualización de la imagen fílmica, el cine parece predestinado a narrar siempre en presente, por lo que la posibilidad de expresar el pasado resulta, en principio, discutible. En tercer lugar, y por la misma razón, existe una notoria dificultad para separar temporalmente el momento de la enunciación del momento del enunciado. Y, en cuarto lugar, hay que recordar que los cinco canales del cine (imagen, grafismos, diálogo, ruido y música) pueden estar expresando independiente y simultáneamente temporalidades distintas. Gran parte de las leyes que rigen la temporalidad de la narración fílmica son comunes a cualquier tipo de narración. Por ejemplo, la distinción entre un tiempo externo, de la recepción (lectura literaria y proyección fílmica) y otro interno, de la ficción, es una base universal del relato; aunque el significante fílmico haga que el tiempo externo esté predeterminado por la duración de la película y sea común, por consiguiente, a todos los espectadores, mientras que el de la literatura sea mucho más personal e imprevisible. Lo mismo ocurre con la distinción entre un tiempo de la historia (los hechos narrados) y un tiempo del discurso (los hechos tal como se narran): si el tiempo de la historia es necesariamente lineal y cronológico, el del discurso es un tiempo manipulado en el que los acontecimientos pueden haber sido reordenados de múltiples maneras. En el relato literario, lo normal es que los acontecimientos, que en la historia ocurren a la vez, sean expresados en el discurso uno detrás del otro; pero el cine es capaz de expresar los acontecimientos simultáneos de manera sucesiva y, también, de manera simultánea. La presentación sucesiva de acontecimientos simultáneos se puede conseguir simplemente presentando la acción A en el plano 1 seguida de la acción B en el plano 2. Un procedimiento alternativo lo constituye el denominado montaje alternado, según el esquema A1-B1-A2-B2-A3-B3. En este caso, la idea de simultaneidad viene dada por el contexto (por ejemplo, en una escena de persecución, donde cada plano, alternativamente, presenta al perseguido o al perseguidor; o en escenas de personajes que se aproximan a 194 Organización semiológica del espacio un lugar de encuentro, en un subtipo del montaje alternado denominado montaje convergente) ya que, en sí mismas, las estructuras A-B o A1-B1 pueden significar, también, simple sucesividad. La presentación sucesiva de lo simultáneo tiene dos efectos semióticos importantes: por una parte, implica una proliferación espacial, ya que cada acción debe ocurrir en lugares diferentes, y, por otra, conlleva una dilatación temporal, pues a nivel del discurso se necesita más tiempo para contar lo que en la historia ocurrió en menos. El montaje alternado, por su parte, puede afectar a una sola secuencia o a la película en su totalidad. Se ha observado, con frecuencia, que uno de sus efectos sobre el espectador es acrecentar el interés de cada fragmento por el mero hecho de dejarlo en suspenso para ser retomado luego, por lo que es un efecto típico en la creación del suspense. Muy al comienzo de Mujeres encontramos un caso de montaje alternado que expresa con éxito la idea de simultaneidad en las acciones: la serie A transcurre en el estudio de doblaje, donde Iván, tras hacer su trabajo, telefonea a Pepa, luego se va; luego, son la telefonista y el director de doblaje los que hablan por teléfono con Pepa; la serie B transcurre en casa de Pepa, donde esta se ha quedado dormida, a pesar de los varios despertadores que usa, se despierta repentinamente al oír el teléfono y trata en vano de contactarse de nuevo con Iván. (Ver anexo). La presentación simultánea de acontecimientos simultáneos no suele utilizarse para narrar toda la película, sino sólo en escenas cortas. Hay tres modos principales: presentar varias acciones simultáneas en campo, utilizando diferentes zonas del plano y utilizando la profundidad de campo con este fin (recuérdese la escena, ya comentada, en que Iván, refugiado en una cabina telefónica, se ve rodeado por las tres mujeres); fragmentar el plano, es decir, dividir la pantalla mediante una doble exposición, lo cual permite, a pesar de su artificiosidad, presentar acciones en espacios muy separados entre sí (como, por ejemplo, en el caso de una conversación telefónica; Almodóvar, que ya había ensayado este procedimiento en La ley del deseo (1987), no llega a ponerlo en práctica en Mujeres, a pesar de las muchas conversaciones telefónicas que contiene); y combinar la acción del plano con una acción presente en la banda de sonido y/o con huellas de una acción que transcurre fuera de campo. En cualquier caso, hay que advertir que las diferentes acciones que se presentan al espectador de manera simultánea suelen estar jerarquizadas por su importancia relativa, de modo que el propio discurso llama la atención sobre una más que sobre las otras. ¿Cómo expresar en el discurso los acontecimientos que en la historia son sucesivos? En principio, lo habitual es contar antes lo que ocurrió antes y después lo que ocurrió después; es decir, respetar el orden cronológico. Pero esto no siempre ocurre así. En ciertos casos, la relación temporal entre los 195 Alfredo Martínez distintos acontecimientos del discurso se deja ambigua o sin explicación, produciendo un efecto de acronía o falta de temporalización; más frecuentemente, sin embargo, los acontecimientos de la historia son presentados con claros indicios temporales, pero en un orden diferente a aquel en que tuvieron lugar.4 En este caso Genette (1972) propone hablar de anacronías. Las anacronías, o simples alteraciones del orden de la historia, son habituales en todo tipo de relatos; las más frecuentes son: las anacronías retrospectivas, también denominadas analepsis o, en cine, flash-back; pero, también, existe la anacronía anticipadora, o prolepsis, o flash-forward.5 Si consideramos la duración de los acontecimientos podemos distinguir dos situaciones: o bien, el tiempo de la historia coincide con el tiempo del discurso, o bien, no coincide. En el primer caso estamos ante una duración isocrónica del acontecimiento; en el segundo, ante una duración anisocrónica. La escena isocrónica se logra mediante dos procedimientos: o por la pura temporalidad del plano (plano-secuencia) o por un montaje que trata de recrear meticulosamente la continuidad temporal de la historia creando una relación artificial entre el tiempo de la representación y el tiempo de lo representado. Todos los casos de montaje en Mujeres, por ejemplo, tratan de representar la continuidad real del tiempo, aunque, como hemos visto, en algunos casos aparecen en pantalla extrañas vacilaciones de difícil explicación (que, en todo caso, y dado el ritmo vertiginoso del relato, generalmente pasan 4 Para el comentario de estos efectos puede usarse la inteligente película Amores perros (dir. Alejandro González Iñárritu, 2000) que, al narrar tres historias parcialmente simultáneas de modo sucesivo, se ve obligada a hacer un uso notable de las diferentes anacronías estudiadas por Genette. 5 En su clasificación de las anacronías, Genette propone considerar su alcance o distancia temporal respecto a la acción principal; su amplitud o duración; y si la acción que narran está completa o se presenta sólo de modo parcial (a veces esa acción se narra en varias anacronías, o combinando anacronía y relato principal). Existe una amplia gama de marcas discursivas que anuncian la anacronía; por ejemplo, una voz (de un personaje o de un narrador en off) da paso a una narración visual; un actor joven deja paso a un actor de más edad (o viceversa) en la representación del mismo personaje; cambios de vestuario o escenografía; una distorsión en la calidad de la imagen; la banda de sonido va ligeramente por delante de la banda visual (encabalgamiento sonoro); el sonido está en otro tiempo, relacionado con los recuerdos de un personaje (flash-back o flash-forward sonoro), etc. A menudo, las anacronías buscan efectos de intriga o suspense, o se relacionan con la actividad mental (recuerdo, deseo, premonición) de un personaje. En el caso de Mujeres, que es una película absolutamente lineal, sólo encontramos un caso digno de mención: se trata de la escena, ya comentada, del sueño de Pepa. Aunque no se trata de una anacronía, sí constituye un tiempo diferente al tiempo principal del relato. 196 Organización semiológica del espacio inadvertidas al espectador medio).6 Respecto a la anisocronía, Genette distingue cuatro posibilidades: elipsis, resumen, pausa y ralentización.7 Este último efecto nos conduce a considerar la frecuencia de las acciones, es decir, el número de veces que se presenta un acontecimiento. Genette habla de relato singulativo cuando se cuenta una vez lo que ocurrió una vez; relato anafórico cuando se cuenta varias veces lo que en la historia ocurrió efectivamente varias veces; relato repetitivo cuando se cuenta varias veces algo que sólo ocurrió una; y relato iterativo cuando sólo se cuenta una vez un acontecimiento que ocurrió varias veces.8 La expresión del pasado es enormemente problemática en el cine. Cualquier acontecimiento que llega a la pantalla es restituido a un presente que actualiza lo que representa. Sin embargo, gracias al montaje se pueden 6 Como ejemplo de una película de ficción donde la isocronía parece gobernar la estructura del discurso, véase Pepe Guindo (dir. Manuel Iborra, 1999). 7 La elipsis, que puede ser explícita o implícita según el segmento elidido, sea o no mencionado en la acción principal, implica siempre una discontinuidad temporal considerada indispensable para agilizar el relato y eliminar lo superfluo. Su duración, que puede ser vaga o precisa, se puede deducir del contexto o puede venir indicada por rótulos, lenguaje verbal, etc. Un segmento elidido siempre puede ser retomado más tarde mediante flash-back. El resumen, en cine, siempre es una figura difícil, porque va contra la tendencia isocrónica del plano; naturalmente, la duración del plano se puede manipular modificando su velocidad (caso del reloj, cuyas manecillas se mueven varias horas en cuestión de segundos, o de las hojas de calendario que caen rápidamente), o por efecto de montaje. Según su grado de condensación, el resumen puede afectar a secuencias breves o puede consistir en una verdadera recapitulación de amplios períodos de tiempo. La pausa se puede conseguir de tres modos: simple congelación de la imagen; mediante planos de comentario o reflexión que no hacen avanzar el relato; mediante la introducción de un flash-back o cualquier otra anacronía en el interior de un hilo discursivo, que se ve de ese modo interrumpido: si la duración de esa anacronía es superior al tiempo necesario para su relato (por ejemplo, un personaje recuerda en cinco minutos algo que ocurrió en breves segundos), estamos ante una pausa del relato. La ralentización, aparte de poderse lograr mediante la dilatación temporal implicada por la narración sucesiva de acciones simultáneas, también se logra por el recurso a la cámara lenta y por efectos de montaje como el denominado montaje repetitivo que no es sino mostrar varias veces lo que sólo ocurrió una sola vez. 8 El relato repetitivo, que suele presentar la misma acción con variaciones de tono o de punto de vista, supone una acumulación de información que de hecho puede venir, en el cine, por canales diferentes. El relato iterativo, que viene a equivaler al uso del aspecto imperfecto (“so lía”, “siem p re h acía”, etc.), ch o ca co n la ten d en cia sin gu lativa d el m ed io cin em ato gráfico , que, por su enorme precisión audiovisual, hace presente y singular lo que quizá en la historia es una acción repetida rutinariamente en el pasado. Muchos teóricos del cine han considerado que este tipo de relato es ajeno a la estética del medio y que, a lo sumo, se puede hablar de pseudoiteración, o de meras escenas singulativas de valor paradigmático. A veces, para tratar de crear una verdadera interacción se recurre a la voz de un narrador para realzar el valor iterativo de una escena determinada. 197 Alfredo Martínez conseguir efectos relativizadores de la temporalidad que pueden llegar a convertir en pasado fragmentos que en principio sólo eran anteriores a otros. La congelación de la imagen también puede transmitir la idea de pasado. Y, en fin, el uso de la voz narrativa puede transformar una acción o todo un relato en acontecimiento narrado en pasado, como ocurre con las películas basadas en un gran flash-back contado por un narrador desde el comienzo. Lo mismo ocurre con otras temporalidades y modalidades, como el futuro, el subjuntivo y el condicional, es decir, la presentación de imágenes irreales o hipotéticas, muchas veces en relación con la actividad mental de los personajes (hechos deseados, temidos, imaginados). Sin embargo, los planos que expresan este tipo de acciones no suelen diferenciarse formalmente de los planos que transmiten la “realidad”. P ara dar una idea de la enjundia de este tipo de dificultades, baste constatar que en Mujeres todo el relato parece desarrollarse desde la perspectiva de un presente real (excepto el sueño de Pepa) y que, sin embargo, formalmente todo ello se trata de poner en un pasado perfectivo a través de la modesta presencia de un narrador homodiegético en la primera escena; es la voz over de Pepa, con el siguiente texto (cursivas nuestras): Hace meses me mudé a este ático con Iván. El mundo se hundía a mi alrededor y yo quería salvarme, y salvarlo. Me sentía como Noé. En el corral que instalé en la terraza me hubiera gustado tener una pareja de todas las especies animales. En cualquier caso, no conseguí salvar la pareja que más me importaba: la mía. En suma, el cine ha ido encontrando recursos para expresar configuraciones espaciales y temporalidades subjetivas y distorsionadas, como las que caracterizan la expresión de los sueños, alucinaciones, premoniciones, las historias contadas desde la perspectiva de uno de los personajes, etc. En tal sentido, son cruciales las modificaciones en la velocidad (aceleración, ralentización), el montaje y la combinación de la voz con la banda de imágenes. University of Queensland* Head, School of Languages and Comparative Cultural Studies QLD 4072 Australia [email protected] 198 Organización semiológica del espacio BIBLIOGRAFÍA AUMONT, J. El ojo interminable. Cine y pintura. Barcelona: Paidós, 1997. BAZIN, A. Q u‟est-ce que le cinéma? París: Editions du Cerf, 1959. 128-129. BURCH, Noël. Praxis del cine. 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A3 Primer plano de la cabeza de Iván de perfil ante el micrófono. A4 Continuación del plano 2. A5 Continuación del plano 3. B1 Plano cenital de Pepa en la cama. A6 Continuación de los planos 3 y 5. A7 Continuación de los planos 2 y 4. A8 Iván ante la pantalla en la que se muestra: Johnny Guitar y fin de rollo, cuenta atrás número 8. B2 Primer plano de un despertador en el dormitorio de Pepa. Este despertador es rojo y marca las 11:04, a diferencia del aparato visto al comienzo de la película, que era azul y marcaba las 8:00. Estos aparatos muestran explícitamente el paso del tiempo. A9 Continuación del plano 9, la cuenta atrás muestra ahora el número 7: ha transcurrido apenas un segundo. B3 Despertador con pajarito, marca las 11:01. ¿Significa esto que hemos retrocedido en el tiempo con respecto a lo visto en el plano 10? En realidad, como se verá en el plano 15, no estamos ante una analepsis temporal, sino, simplemente, ante relojes que no son fiables. A10 Continuación de los planos 9 y 11, pero, ahora, la cuenta atrás muestra el número 8. La incoherencia temporal, en este caso, es más difícil de explicar que en el plano anterior. No hay razón para pensar que Iván se encuentre ante un nuevo rollo de doblaje; tampoco hay razón para pensar que el relato introduzca, aquí, la que sería la única analepsis de toda la película. B4 Despertador blanco, marca las 11:01. B5 Primer plano de Pepa, durmiendo, con varios despertadores al fondo. A11Telefonista del estudio de grabación, que marca el número de Pepa. La continuidad espacial de la serie A se ve rota con respecto al plano 13. B6 Primer plano del contestador y el teléfono de Pepa. A12 Primer plano de Iván, dejando un mensaje a Pepa desde una cabina. B7 Travelling contrapicado en el apartamento de Pepa, desde el teléfono hasta una puerta abierta que parece sugerir la presencia de Pepa en otro ámbito de la casa. B8 Plano frontal de Pepa, durmiendo, y su súbito despertar. B9 Plano medio de Pepa, corriendo hacia el teléfono (en el dormitorio). B10 Continuación del plano 21 (ahora en el salón). A13 La telefonista recibe la llamada de Pepa. B11 Diálogo de Pepa. A14 Continuación del plano 23. A15 Iván sale. A16 Continuación de los planos 23 y 25. B12 Continuación del plano 24. A17 Continuación de los planos 23, 25 y 27. B13 Continuación de los planos 24 y 28. A18 Continuación de los planos 23, 25, 27 y 29. 200 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (201-213) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html LA SOCIOLOGÍA INTERPRETATIVA DE ALFRED SCHÜTZ. REFLEXIONES ENTORNO A UN PLANTEAMIENTO EPISTEMOLÓGICO CUALITATIVO1 Alfred Schütz´s Interpretative Sociology. Thoughts about an Epistemological Qualitative Idea Rubén Leal Riquelme* Resumen L a “v id a co tid iana” es el ám b ito d o nd e viven lo s acto res, d o nd e fo rm ulan lo s proyectos de acción, y donde Schütz aplica la Teoría de la acción. Sus investigaciones abordan las relaciones intersubjetivas que establecen los actores sociales. El observador-científico , p o r su p arte, estud ia la “vid a co tid ian a” y, al hacerlo , interp reta la conciencia del actor que vive en ese mundo. Schütz, utilizando la fenomenología como método-teoría, trasciende interpretaciones inmanentistas de la conciencia para postular una epistemología social. Palabras clave: teoría de la acción, Albert Schütz, fenomenología. Abstract Every day life is a realm where actor live, where they express their action projects, where Schutz applies his action theory. His researches deal with inter subjective relations among social actors. The scientific observer, on his own, also studies every day life, but upon doing it he makes an interpretation of the conscience of the actor living in that realm. This author, using phenomenology as method-therory transcedens inmanent interpretations about conscience to propose instead a social epistemology. Key words: action teory, Albert Schütz, phenomenology. I. PRESENTACIÓN Hoy existe consenso respecto del carácter interpretativo y comprensivo que tiene la propuesta sociológica formulada por Alfred Schütz. Sus principales investigaciones giran en torno al actor social, al ámbito en el cual 1 Trabajo p resen tad o en el “II C olo qu io In tern acio n al sob re S ab eres y P rácticas: D ifu sió n d el conocimien to cien tífico y tecn o ló gico en la S o cied ad d el A p ren d izaje”, realizad o en la Universidad Federal de Bahía (Brasil) en el mes de octubre de 2005. Constituye una continuación de la Ponencia presentada en el I Coloquio organizado por esa misma Universidad en el mes de diciembre de 2002 y publicada por la Revista Alpha Nº 19 (2003). Rubén Leal éste se relaciona con otros actores y a las características que tienen los “proyectos de acción” que ellos form ulan. L os actores sociales desarrollan sus vidas en el “m undo cotidiano”, afirm a este autor. Schütz aborda el estudio del actor desde una perspectiva fenomenológica, por lo cual se acepta que sus trabajos adoptan un carácter claramente subjetivo. En rigor, se debe decir que estudia el problema de las relaciones intersubjetivas que establecen los actores en la “vida cotidiana” y, a través de ellas, incursiona en temas que trascienden una concepción inmanentista del Sujeto. En el presente trabajo, nos proponemos reflexionar sobre el sentido y los alcances que tienen algunas nociones establecidas por este autor y que nos parecen relevantes en el proceso de construcción de una epistemología cualitativa. Así, deseamos indicar que los estudios que realizarem os en esta oportunidad serán acotados en las ideas de “m undo de la vida” o “vida cotidiana” y en el rol del observador-científico en el contexto fenomenológico y, a su vez, tendremos en consideración el sentido que adopta la “T eoría de la acción” en el pensam iento schutzeano. II. E L “M U N D O D E L A VIDA” LAS RELACIONES INTERSUBJETIVAS Y EL ROL DEL OBSERVADOR P ara S chütz, el “m undo cotidiano” es el ám bito donde aplica la teoría de la acción, es decir, sus investigaciones nos hablan de las relaciones intersubjetivas que realizan los actores sociales. El observador-científico se preocupa de la “vida cotidiana” y, al hacerlo, procede a investigar sociológicamente la conciencia del actor que vive en ese mundo. E l “m undo cotidiano”, dice Schütz, (… ) “nos es com ún a todos y, en él, cada uno vive y actúa como un hombre entre sus semejantes, un mundo que se concibe como el campo de acción y orientaciones posibles, organizado alrededor de su persona según el esquema específico de sus planes y las significatividades que derivan de ellos (… ) Este mundo siempre me está dado desde el comienzo como un mundo organizado” (1974:22). A partir de esta cita podemos inferir que el actor y el observador desarrollan su vida en el m ism o ám bito (“vida cotidiana”), es decir, el observador también es un actor. Sin embargo, cuando el actor desempeña el rol de observador, en ese momento también deja de ser actor, ya que en el primer caso su rol le exige funciones diferentes, donde las exigencias gnoseológicas vienen a distinguir el nuevo sentido y el carácter que adoptan las nuevas funciones que desempeña el actor. No obstante, debemos reconocer que un actor también puede conocer a otro actor en la “vida cotidiana”, es decir, ambos — actor y observadorcientífico— pueden conocer a un actor, pero se debe precisar que ambos no 202 La sociología interpretativa de Alfred Schütz conocen del mismo modo. El actor procede a describir aquello que percibe y el observador, por su parte, además de describir lo observado, procede a interpretar el contenido de su observación. Pero hay más, este último cumple un rol adicional, en el sentido que a su esfuerzo cognoscitivo debe agregar el propósito de colocar en suspenso o entre paréntesis sus categorías culturales, de las cuales es heredero. De modo tal que, cuando el observador procede a conocer al Otro, por una parte, interpreta el “Y o de la conciencia del O tro” y, también, tiene que proceder a aplicar la epogé,2 como expresaría el propio Alfred Schütz. En síntesis, se puede decir que el actor, cuando desempeña la función de observador-científico, recurre a su conciencia de un modo intencional, con el propósito de seleccionar aquello que desea conocer y ese objeto de estudio es distante y distinto de la propia conciencia del observador. En buenas cuentas, al científico se le plantea una serie de exigencias metodológicas, que no se le presentan cuando cumple el rol de actor. La tarea del observador — léase investigador social— compromete, decíamos, una tarea descriptiva, comprensiva e interpretativa del significado subjetivo de la acción del actor, es decir, en este sentido podemos hablar de una especie de paso o salto cualitativo que realiza el observador y que, al mismo tiempo, tiende a superar, o al menos a distanciarse, del modo como se abordan los estudios tradicionales sobre este tema. La tradición epistemológica de carácter puramente objetivista concibe la conciencia del actor desde una perspectiva topográfica, tanto en el rol de actor como en la función de observador. Este nuevo enfoque, al que hacemos referencia, asume la conciencia como una capacidad mediante la cual es posible conocer la conciencia del Otro; ello, en un doble sentido: en primer lugar, como una conciencia que puede conocer a la conciencia de un congénere y, en segundo término, como una conciencia a la cual le es posible conocerse a sí misma. En este aspecto, es necesario reconocer que nos encontramos en un punto esencial donde Schütz y Weber, por ejemplo, tienen planteamientos coincidentes: ambos conciben la idea de acción social con un carácter relacional — es decir, entre dos actores— y donde la intención de ambas conciencias adoptan un carácter claramente subjetivo.3 2 Desarrollamos esta idea en la Ponencia que presentamos en el Primer Coloquio ya aludido (2002). Cfr. Rubén Leal. Análisis del desarrollo social intersubjetivo desde las nociones de “M u nd o d e la vid a y „Mundo de la ciencia‟ p ro p u esto s p o r A lb ert S ch ü tz” en ALPHA Nº 19. 2003. 263-275. 3 M. Weber, M. Economía y Sociedad. 6 y ss. 1996. 203 Rubén Leal Lo afirmado precedentemente no pretende desconocer que el actor no pueda tener una visión interpretativa de las acciones propias o de las acciones de otro actor. Por el contrario, el actor puede — y de hecho— realiza este ejercicio cognoscitivo; sin embargo, el carácter y el modo que tienen las interpretaciones que él realiza son distintas en el carácter y en el modo como interpretan (cognoscitivamente) los observadores-científicos. Por otra parte, cuando hablamos de la acción nos referimos al ejercicio que realiza la conciencia de un actor que tiene el propósito de establecer un proyecto que orientará sus actos. Sin embargo, es menester subrayar que en ella encontramos significaciones diferentes; el actor asume los significados de la acción con una visión exclusivamente vivencial y el observador, en cambio, procede a im prim irle significados que, sin duda, exigen un “escrutinio sistem atizador” (Schütz 1993:39). La distinción a la cual hacemos referencia muestra una especie de red de significatividades que presenta la acción (que formula un actor). Claro — y, aquí, debemos destacar— siempre y cuando esa red se encuentre vinculada con una exigencia interpretativa que, a su vez, compromete la inteligibilidad y la trascendencia de las propias interpretaciones que realiza el observadorcientífico. Este problema, al menos en una primera aproximación, lleva a pensar en interpretaciones de tipo significativo vinculadas con el comportamiento cotidiano de un actor y, en otro sentido, observamos el surgimiento de un fenómeno que muestra el modo cómo el actor se refiere a las posibles interpretaciones de ese comportamiento. En buenas cuentas, el actor se comporta y sus actos tienen significados que es necesario interpretar y, tal como habíamos insinuado anteriormente, las interpretaciones pueden ser realizadas tanto por el actor como por el propio observador social. P ero volvam os al fenóm eno de la vida o “m undo cotidiano” entendido com o ám bito de acción social. P ara S chütz, el “m undo de la vida” tiene su propia existencia, su propia lógica y su propia organización, es decir, el “m undo de la vid a” es independiente del actor. S in embargo, reconocemos que este puede ser conocido por el actor y ese conocimiento puede ser compartido con otros quienes, a su vez, también pueden interpretar y reinterpretar ese mundo. Los actores comparten sus interpretaciones y cuando realizan ese ejercicio comparten sus experiencias, comparten sus vivencias y construyen la vida de manera coparticipativa. Los actores sociales construyen y comparten objetos de todo tipo, sean materiales, sean inmateriales. Ellos comparten y proyectan sus propias vidas, ya sea de un modo personal o compartiendo sus proyectos de vida. (...) “E ste m u nd o siem p re m e está d ad o (… ) Nací, por así decirlo, en este mundo social organizado, y crecí en él. Mediante el aprendizaje y la 204 La sociología interpretativa de Alfred Schütz educación, mediante experiencias y experimentos de todo tipo, adquiero cierto conocimiento mal definido de este mundo y sus instituciones. Los objetos de ese mundo me interesan, sobre todo, en la medida en que determinan mi propia orientación, en que promueven o traban la realización de mis propios planes, en que constituyen un elemento de mi situación que debo aceptar o modificar, en la medida en que son la fuente de mi felicidad o intranquilidad (1974:22). Este sentido que ellos tienen para mí implica que no me basta simplemente conocer la existencia de tales objetos; debo comprenderlos, lo cual indica que debo poder interpretarlos como posibles elementos significativos respecto de actos o reacciones posibles que pueda efectuar dentro del ámbito de mis planes vitales. Pero este orientarse mediante la comprensión tiene lugar, desde el comienzo, en cooperación con otros seres humanos: (… ) Mi experiencia del mundo se justifica y corrige mediante la experiencia de los otros; esos otros con quienes me interrelacionan conocimientos comunes, tareas comunes y sufrimientos comunes. El mundo es interpretado como el posible campo de acción de todos nosotros: este es el primero y más primitivo principio de organización del conocimiento del mundo exterior, en general. Con posterioridad, d iscrim ino entre co sas naturales (… ) y, p o r o tra p arte, cosas so ciales, comprensibles únicamente como productos de la actividad humana, mi p ro p ia activid ad o la d e o tro s” (1974:22). E l m undo de la “vida cotidiana”, decíam os, es el ám bito donde los actores sociales realizan sus diversas interrelaciones, es decir, este mundo tiene un carácter social en virtud de lo cual en él encontramos significados y símbolos que el observador conoce y, si fuere menester, tendría que detectar el sentido que tienen las diversas interrelaciones que establecen los actores. De manera que el observador, necesariamente, deberá proceder a interpretar y a reconstruir el sentido y los significados de ese mundo y de las propias interrelaciones entre los actores. Este mundo social, en el pensamiento de Schütz constituye la realidad o, al menos, conforma un aspecto esencial de ella. En esta dirección, podemos hablar de un fenómeno que, quizás, constituye uno de los problemas clásicos de la epistemología: nos referimos a la noción de realidad que, como sabemos, puede ser interpretada de diversas formas, dependiendo del criterio, del paradigma o de la perspectiva epistemológica que decidamos asumir. Así, podemos afirmar que la realidad social puede ser intervenida cognoscitivamente y esa construcción, humana por cierto, de modo 205 Rubén Leal importante afectará a los proyectos de acción, a los actos y a las propias acciones que formulan los actores. A nuestro parecer, las interpretaciones permiten acceder cognoscitivamente a los demás y a nosotros mismos. En el mundo social nos va nuestra libertad y compromete el ejercicio de ella mediante las relaciones que establecemos con los Otros. El mundo de la “vida cotidiana” es, por consiguiente, la realidad fundam ental y em inente del hom bre. “P or m undo de la vida cotidiana debe entenderse el ám bito de la realidad que el adulto alerta y normal, simplemente, presupone en la actitud de sentido com ún” 4. En el mundo social, básicamente, podemos apreciar dos aspectos diferentes y, a la vez, complementarios necesarios de destacar: por una parte, un aspecto de tipo natural y, por otra, una característica de orden social. El carácter natural de este mundo significa que su existencia y ordenamiento no dependen del actor, más aún, es independiente de él y éste supone y acepta los objetos corpóreos que lo conforman, es decir, el actor no entra en conflicto con este mundo de la naturaleza. Según Schütz, éste tiene un significado que es común para m is sem ejantes y para m í (… ) “ya que fue experimentado, dom inado y no m brado por nuestros predecesores” (1973:25). En este sentido, se puede sostener que el mundo natural pasa a adoptar un carácter social, ya que es compartido, interpretado y vivenciado de modo similar por todos mis semejantes (presentes y predecesores). Por otra parte, y tal como lo hemos asum ido, el m undo de la “vida cotidiana” tam bién es social, a propósito que es compartido con mis semejantes en diversas situaciones y en distintas circunstancias, ya sea porque actué sobre ellos o debido a que ellos actúan sobre mí. Aquí debemos señalar que surgen — al menos— dos tipos de supuestos: uno, referido al supuesto vivencial de mis semejantes, donde ellos incluyen mi existencia, y dos, que supone la posibilidad de conocerlos del mismo modo como ellos pueden conocerme. En la obra de Schütz se pueden detectar ocho supuestos naturales que se encuentran relacionados con la “vida cotidiana” y todos ellos sirven de referencia para realizar relaciones cognoscitivas, especialmente, si se trata de conocer las relaciones de conocimiento que establecen los actores. Esos supuestos son: 1. 2. 3. 4. 5. 4 Existen hombres con su propia corporeidad (Otros). Los hombres tienen conciencia que es similar la mía. Los objetos que constituyen el mundo natural es distinto de la conciencia. El significado de los objetos es similar para todos (para los Otros y para mí). Es posible que yo establezca relaciones y acciones con mis semejantes. T. Luckmann y A. Schütz. Las estructuras del mundo de la vida”. 1 9 73 . 25. 206 La sociología interpretativa de Alfred Schütz 6. 7. 8. Es posible de establecer relaciones comunicativas con mis semejantes. Existe un mundo social y cultural, independiente de mí, que ha sido construido por mis semejantes (predecesores y actuales). Sólo, en parte, mis circunstancias son el resultado de una construcción personal. Cuando Schütz se refiere — directa o indirectamente— al conocimiento del hombre debemos tener presente que lo hace de un modo acotado, en el sentido que presupone su existencia y, al mismo, tiempo lo entiende de un modo dialéctico. Es decir, no tematiza en torno al origen o a la naturaleza del hombre; más bien, él parte del supuesto de su existencia. Cuando nace el observador — y el actor— el hombre ya estaba allí, sea personificado en mi abuelo, en mi padre o, simplemente, personificado en el abuelo o en el padre de Otros. De manera que, tácitamente, se acepta el principio de que el hombre-actor que puedo conocer es similar a mí, es decir, con el Otro compartimos características somáticas y, al mismo tiempo — y, por otra parte— él y yo estamos dotados de conciencia. La conciencia del Otro — decíamos— es sim ilar a la conciencia que yo poseo. L a “vida cotidiana” o mundo social son compartidos y nunca constituye un mundo particular o privado. No lo es para el Otro y no lo es para mí; más bien el mundo cotidiano es compartido. El mundo social es intersubjetivo sostiene Schütz. El dato esencial de este mundo intersubjetivo lo encontramos, precisamente, en su realidad; vale decir, no sólo en la posibilidad, sino, también, en las acciones y en los actos que observamos en las diversas interrelaciones que ocurren y que se establecen cuando ese mundo es compartido. Desde otro punto de vista, si el actor social desempeña el rol de observador-científico tendrá que examinar el modo cómo se encuentra constituida esta especie de comunidad en el “m undo de la vida”. E s decir, el cientista social tendrá que dedicarse a interpretar, por ejemplo, las organizaciones y las estructuras que han ido construyendo sus predecesores, con el propósito de facilitar los diversos procesos mediante los cuales él y los Otros establecen las relaciones intersubjetivas. De manea que el observadorcientífico podrá dedicarse a comprender y a interpretar el sentido que tienen esas relaciones en la acción social. En este contexto, parece necesario indicar que la “vida cotidiana” corresponde al m odo com o, habitualmente, el actor desarrolla sus actos y al modo cómo establece las relaciones con el o con los Otros. En cam bio, en el “m und o de la vida” él y los actores, en sus interrelaciones, han construido la cultura que tiene su expresión, por ejemplo, en las diversas instituciones que, en lo esencial, regulan esas diversas relaciones (léase intersubjetivas). En este último mundo es donde el observador-científico desarrolla su tarea interpretativa. 207 Rubén Leal III. E L “M U N D O D E L A V ID A ” Y E L S U R G IM IE N T O D E L “A C E R V O D E C O N O C IM IE N T O ” E l “m undo de la vida” incluye un m undo natural y un m undo social, decíamos. Además, ese ámbito constituye una especie de escenario donde acontecen las acciones y los actos sociales y, en esa misma dirección, Schütz viene a contextualizar (demarcar) las acciones y los propios actos de mis semejantes y, por lo tanto, los actos míos. Este contexto, también, permite y/o coarta los diversos tipos de relaciones intersubjetivas que ocurren entre ellos, conmigo mismo y con todos. Su idea es que de alguna manera actuamos en y sobre esa realidad natural, en el sentido de que el “m undo de la vida” es, permanentemente, modificado por nosotros y nosotros, también, somos modificados por ese mundo. Desde otro punto de vista, este mundo natural — y social— puede ser conocido e interpretado por todos (actores y observadores) para lo cual necesariamente debemos dirigir nuestra conciencia y pensar acerca de él. En los procesos de interpretación participa la conciencia intencional y se activa el propio pensamiento, es decir, cuando procedemos a conocer ese mundo nuestra conciencia se dirige a él y construye una representación del mundo, para lo cual es indispensable la intervención de nuestro pensam iento y la recurrencia a nuestro “acervo de conocim iento” 5. Por su parte, las interpretaciones y el propio conocimiento del mundo natural vienen a comprometer un cúmulo de conocimientos, de experiencias y de vivencias que históricamente han vivido los actores que hoy ya no están con nosotros. Todas esas experiencias han sido comunicadas por nuestros antepasados. Cada transmisión del conocimiento es portadora de procesos que integran situaciones que, a su vez, también han sido integradas por Otros. Nosotros mismos realizamos, permanentemente, integraciones de vivencias ocurridas en situaciones y en momentos diferentes. Sin embargo, estas vivencias, por independientemente que hayan ocurrido las unas de las otras en la “vida cotidiana”, todas han sido integradas y articuladas; o sea, a las vivencias les hemos dado una coherencia y una unidad que comprometen la participación de nuestro pensamiento. Las vivencias pueden ser transmitidas a 5 El pensamiento de Schütz corresponde a una especie de almacenamiento de vivencias, previas a la acción presente. Estas vivencias incluyen las experiencias directas que ha tenido el actor y aquellas que le han sido transmitidas por el Otro, sea en forma oral o escrita. El conocimiento q u e co n stitu ye este “acervo ” p ro vien e d e las exp erien cias que ha tenido el Sujeto y de los conocimientos que hereda socialmente. Las vivencias ayudan al actor a un desempeño más ad ecu ad o en la “vid a co tid iana” y le p erm iten asumir, describir y resolver las nuevas situ acio n es q u e d eb e exp erim en tar en el “m u n d o d e la vid a”. E n el caso d el o b servad o rcien tífico , el “acervo d e co n o cim ien to ” tam b ién cu m p le u n a fu n ció n d e in su m o ; sin em b argo , los recursos a los cuales recurre le son útiles en los procesos de interpretación. 208 La sociología interpretativa de Alfred Schütz nuestros semejantes actuales y, también, a quienes conformarán las generaciones venideras. Esta unidad presente de diversas vivencias es lo que Schütz denomina “acervo de conocim iento” y corresponde a una especie de recurso s que sirve de insumo para las interpretaciones y para las explicaciones que cada actor realiza acerca del mundo: (… ) “es „evid ente‟ para mí, en la actitud natural, que esos árboles „realm ente‟ son árboles para usted y p ara m í, así co m o eso s „p ájaro s‟ realmente, etc. Toda explicitación, dentro del mundo de la vida, procede dentro del medio constituido por los asuntos que ya han sido explicitados, dentro de una realidad que es fundamental y típicamente familiar. Confío en que el mundo, tal como ha sido conocido por mí hasta ahora, persistirá, y que, por consiguiente, el acervo de conocimiento obtenido de mis semejantes y formado mediante mis propias experiencias seguirá conservando su validez fundamental. Llamaremos a esto (de acuerdo con Husserl) la idealización d el „y así sucesivam ente‟. De este supuesto, deriva otro fundamental: que puedo repetir mis actos exitosos previos. En tanto la estructura del mundo pueda ser considerada constante, en tanto mi experiencia anterior sea válida, queda en principio preservada mi capacidad de operar sobre el mundo d e esta y aq uella m anera” (1 99 3 :28 -29). Lo expresado por Schütz es lo permite afirm ar que el “m undo de la vida” es un ám bito contextual, que sirve para que el actor se oriente en él, en el sentido que en ese mundo realiza y realizamos nuestros proyectos (de vida), nos relacionamos con Otros, recibimos sus influencias y, a la vez, procedemos a influir en ellos, es decir, no es posible abstraernos o ignorar la existencia de aquello que nos im pone la naturaleza y la sociedad. E n definitiva, el “m undo de la vida” es donde concretam os nuestras acciones, de m anera que los fenómenos que surgen de nuestras relaciones con ese mundo (incluyendo las relaciones con los otros) constituyen problemas de preocupación fundamentales, si nuestro propósito es analizar, conocer e interpretarlo. Por su parte, las orientaciones que obtenemos de las interpretaciones que realizam os del “m undo de la vida” se pueden vincular con los proyectos de acción, de m anera que existe una especie de funcionalidad del “m undo de la vida” con las acciones futuras que cada actor y nosotros mismos podemos ejecutar. Basta con expresar que las acciones que han sido ejecutadas forman parte del “acervo de conocim iento” (sólo pueden ser interpretadas y reinterpretadas) para aceptar que las mismas acciones tienen un carácter prospectivo. Con ello, queremos decir que los actos pasados o que ya han sido ejecutados no se pueden modificar y el actor sólo tendrá la posibilidad de 209 Rubén Leal intervenir en los proyectos de acción (futuro). A estos actos ejecutados, Schütz los denomina sucesos acaecidos y comparte la idea que ante ellos sólo podemos cumplir el rol de espectadores. Sin embargo, que seamos espectadores de los actos no significa que nuestra conciencia se paralice; por el contrario, no existe impedimento para que el actor tenga una activa participación en la formulación de proyectos de acción, ya que los mismos actos o sucesos activan y motivan nuestros proyectos y nuestras acciones futuras. En relación a los sucesos o actos futuros — susceptibles de modificar mediante nuestras acciones— debemos indicar, en primer lugar, que nos plantean una especie de exigencia, en el sentido que nos impelen a optar por realizar (o no) una acción determinada y, en segundo término, colocan al actor ante la disyuntiva de decidir acerca del modo cómo procederá a realizarla. Independientemente de estas exigencias, se debe tener en consideración que algunos elem entos que form an parte del “m undo de la vida”, entre los cuales se encuentra nuestro “acervo de conocim iento”, pueden ser m odificados a través de nuestras acciones; además, también se debe tener presente que algunos de esos componentes son inmodificables. Por su parte, los actos que son ejecutados en la “vida cotidiana” form an parte de un sistem a de planes que conforman el proyecto de vida del actor. Así, cada actor establece, más o menos, un proyecto de acción para cada momento de su vida, especialmente, en aquello que dice relación con los diferentes roles que él desempeña en ella. Por ejemplo, tengo proyectos para mi vida profesional, en relación a mi familia; tengo un proyecto en conjunto con mis compañeros de trabajo, con la institución social a la cual pertenezco, etc. Sin embargo, cada proyecto en particular, decíamos, es susceptible de ser modificado, como es el caso cuando me propongo visitar a un pariente que reside en una ciudad distante; organizo el viaje, pero antes de llegar a su domicilio, decido acompañar a mi padre que se encuentra enfermo y, al momento de iniciar mi viaje, me conmuevo y decido acompañarlo al médico, cambiando así el proyecto de visita que originalmente había formulado. Desde otro punto de vista, debemos decir que tanto el proyecto de acción como la modificación que de él he realizado, de alguna manera, form an parte de m i “acervo de conocim iento”, de tal modo que ambos — proyecto y modificación— tienen consecuencias típicas, en el sentido de que los componentes del proyecto de viaje (varios de ellos) presentan algún nivel de similitud con las vivencias tenidas anteriormente; pero, además, el planteamiento del proyecto, su ejecución y la modificación que realizo de él, tienen como resultado situaciones típicas acaecidas en un lugar y en un momento determinado. Este resultado, a nuestro parecer, constituye un factor producido por las vivencias personales que he tenido o, simplemente, por las 210 La sociología interpretativa de Alfred Schütz vivencias que ha tenido otro actor, pero que, a propósito de las relaciones que establecemos, en algún instante podemos compartir y relacionar sus vivencias con aquellas que yo he tenido. En este punto, podemos hablar de relaciones sociales directas o indirectas que, en el contexto schützeano, operan intersubjetivamente en nuestra vida diaria. No obstante lo expresado, el m undo de la “vida cotidiana” tam bién tenemos que asumirlo como un contexto más amplio que aquel que vivimos diariamente, puesto que en él tenemos la posibilidad de imaginar, de fantasear y de construir concepciones artificiosas para explicar el propio mundo, como es el caso de las construcciones o explicaciones científicas. En buenas cuentas, podemos decir que el actor, mediante su conciencia, puede trascender la cotidianeidad gracias a una creación simbólica y, por lo tanto, proceder a modificar su propia actitud natural. Siguiendo a Schütz, podemos decir que: (… ) “el m und o d e la vid a presenta los tipos primordiales de nuestra experiencia de realidad. En el transcurso de la vida cotidiana, somos mantenidos continuamente dentro del mundo de la vida y podemos, con cierta restricción, concebir los otros ámbitos de sentido como modificaciones de aquella. No se puede olvidar, por cierto, que el acento de la realidad puede ser otorgado a cada ámbito de sentido, de modo que desde la perspectiva del mundo de la vida cotidiana, en verdad, los otros ámbitos de sentido pueden aparecer sólo como cuasirealidades, pero al mismo tiempo, desde la actitud científica o desde la experiencia religiosa, el mundo de la vida cotidiana puede ser visto como una cuasirealid ad ” (1974:44). IV. CONCLUSIONES El notable aporte que realiza Alfred Schütz en el estudio de la conciencia, en el contexto de la “vida cotidiana”, tiene su prim era etapa cuando incursiona en el estudio del “Y o de la conciencia” del actor para, posteriormente, investigar acerca de las relaciones intersubjetivas que ellos ejecutan en el “m undo de la vida”. E n este sentido, utilizando la fenomenología como método-teoría, Schütz procede a trascender interpretaciones inmanentistas de la conciencia para construir una epistemología de carácter sociológica. A nuestro parecer, el carácter sociológico e interpretativo de su propuesta epistemológica adquiere una m ayor relevancia cuando procede a establecer la “T eoría de los m otivos”, especialmente, en el proceso en el cual se refiere a los “m otivos para”. Si bien Schütz se ocupa acerca del origen de las razones que motivan a una acción y a un acto, lo que parece relevante son los procesos interpretativos que él inicia; especialmente, las interpretaciones de los actos 211 Rubén Leal que aún no han sido ejecutados por un actor, es decir, las interpretaciones de las acciones o de los proyectos de actos que en el futuro realizará un actor. Sin embargo, se debe precisar que Schütz acepta la posibilidad de contemplar el futuro cuando sostiene que (… ) “sólo en térm inos de proposiciones S í… entonces… ” 6, es decir, Schütz concibe que el conocimiento de la conciencia de un actor es privado y sólo él m ism o podrá tener acceso a su “acervo de conocim iento”. D e otro m odo, un actor no tiene acceso al conocim iento de un semejante; sin embargo, al mismo tiempo, Schütz postula que las relaciones en la “vida cotidiana” tienen una connotación intersubjetiva de manera que las experiencias que el actor tiene cotidianamente pueden ser conocidas por un observador-científico. En este mismo proceso, Schütz acepta la posibilidad de acceder al conocimiento de las experiencias pasadas que tiene el actor. Desde nuestro punto de vista, nos parece que las nociones aquí reseñadas (actor, “m undo de la vida”, rol del observador-científico) motivan a pensar que es posible investigar y acceder al proyecto de acción del Otro; es decir, parece posible encontrar en la obra de Schütz un camino que ayude a estudiar la posibilidad y los modos de conocer los proyectos de acción del Otro por parte del observador-científico. Un estudio de este carácter, si bien puede ser realizado por un actor y por un observador, en ambas situaciones es diferente: el actor deja de serlo al momento que inicia un trabajo que lleva a interpretar el m odo com o el O tro ha desarrollado sus actos en la “vida cotidiana”, y al científico le es indispensable cumplir con las exigencias que plantea la fenomenología de aplicar la epogé. Universidad de La Frontera* Departamento de Ciencias Sociales Casilla 54-D, Temuco, Chile. [email protected] 6 A. Schütz, A. “Tiresias, o nuestro conocimiento de sucesos futuros”, en Estudios sobre teoría social. 1974. 256. 212 La sociología interpretativa de Alfred Schütz BIBLIOGRAFÍA BAUMAN, Zygmunt. La hermenéutica y las ciencias sociales. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1978. BERGSON, Henri. Obras Escogidas. Traducción y Prólogo de José A. Míguez, 1963. CIPRIANO, Beatriz. Acción social y mundo de la vida. Estudios de Alfred Schütz y Weber. Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1991. GARAGALZA, Luis. Introducción a la Hermenéutica contemporánea. Cultura, simbolismo y Sociedad. Barcelona: Anthropos, 2002. GOFFMAN, Irving. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Traduc. Hildegarde Torres y Flora Setaro. Buenos Aires: Amorrortu, 1971. HUSSERL, Edmundo. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Traduc. José Gaos. México: F.C.E., seg. Reimp, 1992. LEAL, Rubén. 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De acuerdo a Girard, el cristianismo es el principal promotor de la ciencia, pues, censurando las persecuciones de minorías, abre el paso a la indagación sobre los fenómenos naturales. Palabras clave: René Girard, orígenes de la ciencia, cristianismo. Abstract This article presents Rene Girard ‟s theo ry of the Christian origin of Science. B efo re ap p ro aching G irard ‟s theo ry, w e offer an overview of the common arguments used to attribute Christianity‟s participation in the formation of scientific activity. According to Girard, Christianity is the main promoter of science, because censoring the persecution of minorities, opens the possibility of natural phenomena research. Key words: René Girard, origins of science, christianity. INTRODUCCIÓN “¿Q ué tiene que ver A tenas con Jerusalén, la A cad emia con la Iglesia?”, preguntaba T ertuliano (De Praescriptione, 7) dos siglos después de Cristo. A diferencia de los esfuerzos reconciliadores de un Clemente de Alejandría, Tertuliano inauguró una actitud de confrontación entre la herencia clásica grecolatina y el mundo judaico que, a través de la cristiandad, se extendía por todo el mundo. Si bien, entrada la Edad Media, los escolásticos intentaron mantener un balance entre los clásicos y las raíces bíblicas del cristianismo, pareciera que la pregunta inicial de Tertuliano mantuviera gran vigencia entre los cristianos y los no cristianos de tiempos contemporáneos: se suele considerar que el cristianismo sólo ha contribuido al desarrollo de la fe en nuestra civilización, mientras que la herencia clásica es la única en haber inspirado el espíritu científico de nuestros días, pues sus dotes racionalistas Gabriel Andrade forman el proceder científico. Así, pues, a juicio de buena parte de los intelectuales contemporáneos, Atenas no tiene nada que ver con Jerusalén: los griegos fundaron nuestra razón y ciencia, los judíos y cristianos nuestra religión. En función de eso, predomina la imagen de un cristianismo que, con la bandera de la fe, obstaculiza el camino de la razón y, por extensión, de la ciencia. Los propulsores de esa imagen no toman en cuenta que, si bien en la filosofía y teología cristianas nunca se ha subordinado la fe a la razón, en modo alguno el ejercicio racional ha sido totalmente desplazado; la obra de Tomás de Aquino es, apenas, una muestra de la forma cómo el cristianismo estima a la razón como complemento de la fe. Pero, dejando de lado esta breve objeción a la imagen anticientífica del cristianismo, también hay que considerar que, en modo alguno, el mero ejercicio racional es garante del desarrollo científico. Si bien la ciencia no puede prescindir de procedimientos racionales, cuestión que le debemos a los griegos, irónicamente, la ciencia está en buena medida inspirada en una determinada fe. Se trata de una premisa que, desde los días de Comte y el surgimiento del positivismo, es difícilmente aceptable por las comunidades científicas. Ciertamente, la lista de aspectos irreconciliables entre fe y ciencia es larga: un cuerpo que muere no puede regresar a la vida, una mujer no puede parir sin tener relación sexual, etc. Pero el error de Comte y los positivistas ha sido la carencia de un sentido histórico en su estudio de la ciencia, pues la ciencia es un movimiento intelectual con una historia específica. Contrariamente a lo que se supone es usual, los dogmas de fe cristianos permitieron el cultivo de cosmovisiones y actitudes que favorecieron el auge de la ciencia, de forma tal que su participación en el origen de la ciencia es bastante amplia. Por fortuna, el siglo XX ha visto resurgir historiadores de la ciencia encabezados por Stanley Jaki (2000) que han hecho un revisionismo del tópico, según el cual, la ciencia moderna es casi exclusivamente herencia de los griegos. Estos historiadores han reivindicado al cristianismo señalando cómo el contenido de la religión cristiana es propiciatorio de la actividad científica. En lo que sigue, me aproximaré a la manera cómo el filósofo francés René Girard ha hecho una contribución a los esfuerzos de esta corriente de historiadores y filósofos que pretenden reivindicar la participación del cristianismo en la formación de la mentalidad científica. El origen de la ciencia no es un tema principal de la obra de Girard, pues le dedica unas muy escasas páginas, pero las implicaciones de sus reflexiones sobre la ciencia cobran gran importancia, pues reiteran la inmensa deuda que nuestro mundo tiene con el cristianismo, independientemente de que se acepten sus dogmas o no, como es el caso de quien escribe estas líneas. 216 Los orígenes de la ciencia según René Girard LAS RAÍCES CRISTIANAS DE LA CIENCIA Antes de entrar en profundidad sobre el tema que nos ocupa, a saber, los orígenes de la ciencia, según René Girard, hemos de considerar brevemente los argumentos que sustentan el juicio, según el cual, el cristianismo tuvo un papel importantísimo en la conformación de la ciencia moderna. En primer lugar, es necesario reconocer parcialmente la validez del argumento de aquéllos que acreditan a los griegos como los propulsores de la ciencia contemporánea. Si entendemos “ciencia” como una colección sistemática de conocimiento sobre la naturaleza a base de la razón y de la experiencia, entonces, ciertamente los griegos han formulado una importante contribución, pues, como ninguna otra civilización, ellos sentaron las bases para el uso de la razón. No en vano este aspecto de la filosofía griega fue aceptado y valorado por la Iglesia, pues hasta al día de hoy se enseña la lógica aristotélica en los seminarios. Pero el mero uso de la razón no garantiza el desarrollo de la ciencia, ya que los ejercicios racionales pueden partir de premisas aparentemente verdaderas, pero que bien podrían ser declaradas falsas por la experimentación. De hecho, aun con su refinada geometría euclidiana y lógica aristotélica, los griegos no pudieron desarrollar la ciencia, en el sentido que hoy la entendemos. Los griegos desarrollaron el conocimiento de entidades abstractas, pero tuvieron muy poco interés en conocer la realidad material del mundo, pues de forma, quizás, sorprendente no parecían estar demasiado interesados en confirmar con la experiencia lo que creían conocer con la razón. No deja de ser irónico que un refinador de la lógica como Aristóteles afirmase que los cuerpos, entre más pesados sean, llegan más rápido a la superficie terrestre al dejarse caer desde una altura (De Caelo, Libro II) — juicio que podría resultar bastante lógico— sin tomarse la molestia de elaborar una verificación empírica tan sencilla como la que, unos veinte siglos más tarde, haría Galileo para terminar de refutar semejante juicio. Si bien los griegos aportaron un importante elemento al desarrollo de la ciencia, a saber, su racionalismo, también tenían otros obstáculos que impidieron el desarrollo científico. Estos obstáculos provenían principalmente de su cosmovisión, lo mismo que la cosmovisión de otras civilizaciones ajenas a Occidente. La participación del cristianismo en los orígenes de la ciencia estuvo en aportar una cosmovisión que, fundamentada en principios de fe, abriera paso al cultivo de actitudes propiciatorias de la ciencia, especialmente la verificación empírica y la observación; pero no sólo eso, sino, también, el empleo de la razón para conocer la naturaleza. Estos principios de fe se fueron desarrollando a lo largo de la historia de la 217 Gabriel Andrade Cristiandad, pero todos pueden ser remontados al entendimiento que la Biblia ofrece respecto a Dios y a su relación con el hombre. Sería un grave error creer que en la Biblia no hay ninguna contradicción con la ciencia (como suelen hacer muchos fundamentalistas), pues, sencillamente, eso es falso. La ciencia jamás aceptará que el mundo fue creado en seis días, que los patriarcas pudieron vivir cientos de años, etc. Mucho menos podemos descifrar en la Biblia códigos científicos como, por ejemplo, sugerir que este verso del Libro de Job antecede la teoría new toniana: “D ios tendió el Septentrión sobre el vacío, suspendió la tierra sobre la nada” (26:7). Lo que la Biblia, sí, hace es propiciar una serie de cosmovisiones que, a la larga, motivan el cultivo de actitudes favorables al desarrollo de la ciencia. Quizás el aspecto más favorable de esta cosmovisión para el desarrollo de la ciencia es la convicción de un Dios racional y cuyo gesto creativo, por extensión, también lo es. Alfred North Whitehead (1997) fue, quizás, el primer filósofo de la ciencia en el siglo XX en reivindicar la herencia cristiana de la ciencia. Para este eminente pensador inglés, la ciencia no hubiese sido posible sin la noción desarrollada en la Edad Media, según la cual Dios es racional. Siendo un Dios racional, su creación también lo es. Y, puesto que el mundo es racional, es inteligible al hombre, motivando así su estudio. Si no hubiese aparecido la idea de un Dios racional, sino que hubiese persistido la idea de dioses irracionales enfrentados en batallas para crear el mundo, la naturaleza no sería concebida como un sistema lo suficientemente ordenado y racional como para ser inteligible a la mente humana. Sin la convicción de que el mundo ha sido creado por una inteligencia superior, el hombre encontraría a la naturaleza difícil (por no decir imposible) de comprender y renunciaría a la búsqueda de su conocimiento y comprensión. El atributo de la racionalidad a Dios somete su creación a leyes fijas, pues un mundo racionalmente diseñado no sería concebible sin esas leyes. La racionalidad de Dios supone, al menos de forma implícita, una limitante a Su omnipotencia, pues para Dios no sería racional hacer ciertas cosas, como suspender el funcionamiento de las leyes naturales. Esto es algo sobre lo cual insistieron los escolásticos: si el hombre tiene la convicción de que el Creador es racional y que, por ende, no puede alterar ciertas cosas, entonces, se abre el camino a la idea que propugna que las leyes naturales son fijas y aplican al mundo creado por Dios de forma constante. Alfred North Whitehead acreditaba a la filosofía cristiana medieval por ser la formadora de esta cosmovisión; pero, a decir verdad, los medievales no hicieron más que formalizar unos principios que ya se encuentran firmemente enraizados en la Biblia. Al crear el mundo, Dios vio que era bueno (Génesis 1:10; 1:12; 1:18; 1:20; 1:25; 1:31) y puesto que la creación es buena y, por 218 Los orígenes de la ciencia según René Girard extensión, racional y ordenada, el funcionamiento del mundo marcha sobre la base de principios fijos. A lo largo de la Biblia se exponen las perfecciones y racionalidades de la creación, quizás, siendo la confrontación de Dios con Job el ejemplo más emblemático. No obstante, en la Biblia hay aún misterios por resolver, pues quedan algunas dudas respecto a la racionalidad de la creación, surgiendo así el problema de la teodicea (a saber, por qué Dios permite el mal en el mundo), prominente en el libro de Habacuc y en la literatura sapiencial, especialmente el libro de Job. Pero si bien nunca se ofrece una respuesta racional a este problema, resoluble sólo a través de la fe (la mente humana no comprende los designios divinos), el equilibrio bíblico se inclina mucho más hacia un mundo racional inteligible por la mente humana, que hacia un mundo caótico e injusto sólo comprendido por Dios. Igualmente, en la misma Biblia se adelanta una visión en la cual, precisamente por su racionalidad, Dios no puede hacer ciertas cosas. Así, por ejemplo, San Pablo nos enseña que Dios no puede mentir (Tito 2:1) y, de la misma manera en que Dios no puede mentir, pues eso iría contra Su propia esencia, Dios no alteraría el funcionamiento fijo del mundo, pues eso iría contra Su diseño de creación. A favor de Whitehead, podemos señalar que la Biblia es un texto abierto a múltiples interpretaciones (pues no faltan pasajes bíblicos en los que Dios es bastante irracional, especialmente en lo concerniente a Su ira), pero precisamente fueron los medievales quienes privilegiaron la interpretación de un Dios y de una creación racionales. La importancia de la noción de un Dios racional para el desarrollo de la ciencia se aprecia, si se compara con la concepción islámica de la divinidad. Fiel a las enseñanzas del Corán, Al Gazali (citado por Leaman, 1999:25) postuló la existencia de un Dios tan trascendente, que su omnipotencia no se ve nunca matizada. Así, los fenómenos de la naturaleza no obedecen a leyes fijas derivadas de un orden racional del mundo en la Creación, sino que cada uno de ellos (como el mero hecho de que yo escriba estas líneas) ha sido conducido por Dios directamente y, por ende, podría cambiar en cualquier momento si así Él lo desea. En este sentido, no habría relaciones causa-efecto, pues todos los fenómenos son causados única y exclusivamente por Dios y no hay una causa natural detrás de ellos. Esta noción religiosa, según Stanley Jaky (2000), obstaculiza la búsqueda de leyes naturales fijas (pues está previsto que Dios las cambie en cualquier momento) y eso explica, en buena medida, por qué el Islam no llegó a los niveles científicos que Occidente sí alcanzó. Además de un Dios racional, la Biblia concibe un hombre que, creado a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26), también es racional. En este aspecto, la cosmovisión bíblica no está demasiado lejos de los griegos, quienes consideraban al hombre un animal racional (Aristóteles, Política, 1332b). 219 Gabriel Andrade Sabiéndose racionales, los hombres están en disposición de conocer el funcionamiento de las cosas. La diferencia respecto de los griegos es que, en la cosmovisión bíblica, el hombre es racional por ser creado a imagen y semejanza de Dios. Puesto que, a diferencia de los griegos, los judíos y cristianos se creen creados semejantes a Dios, sienten una vocación por conocer el funcionamiento del mundo creado por Dios. Más aún, la doctrina de la Encarnación supone un acercamiento entre Dios y la humanidad, pues Dios se hace hombre para redimirnos. Aproximándose Dios a la humanidad, los cristianos se sienten en la vocación de acercarse aún más a Dios conociendo su creación. De nuevo, el contraste con las nociones islámicas es ilustrativo: el Dios islámico es tan trascendente, que la humanidad no está hecha a su semejanza, mucho menos, encarnaría en alguien en particular; por ende, Dios y la humanidad están tan alejados entre sí, que el hombre no siente una vocación por acercarse a Él conociendo Su Creación. De la Biblia también se desprende la noción de la creatio ex nihilo, a saber, la idea según la cual el mundo fue creado de la nada1, doctrina ampliamente elaborada y difundida por los medievales. Esta es una innovación fundamental de la cosmovisión judaica y cristiana, pues virtualmente es inexistente en otras culturas. A los griegos les resultaba particularmente extraña, pues concebían la eternidad de la materia a la cual un demiurgo sólo le daba formas. La creencia de que algunas cosas son eternas y existen desde antes de la creación desmotiva la indagación científica, pues concede estatuto divino a ciertas entidades, prohibiendo su manipulación para ser observadas. El pensamiento religioso griego tenía una continua tendencia hacia el panteísmo; puesto que la materia es eterna, se considera divina, y, siendo la materia divina, no se propicia su examen a partir de observaciones científicas. Si se cree que la naturaleza es, en sí misma, divina y no producto de la creatio ex nihilo, también se cree que esta puede estar por encima del sometimiento de las leyes universales. En otras palabras, puesto que la naturaleza es divina, no está sujeta a leyes fijas, con lo cual la forma en que esta noción obstaculiza la ciencia es bastante evidente. Por su parte, la creatio ex nihilo postula una naturaleza temporal creada por un Dios que no es idéntico a ella y que, por ende, no es divina en sí misma, lo cual le permite estar sometida a leyes universales fijas. Más aún, el Dios bíblico se presenta como un legislador que cumple una Alianza con Su pueblo escogido, postulando una serie de leyes a las cuales promete y exige dar cumplimiento. En función de esto, también se concibe un Dios que, lo mismo que con los términos de la Alianza, garantiza el cumplimiento de las leyes naturales. 1 En la misma Biblia, esto tiene algunos matices (Salmo 89:11 e Isaías 51:9), pero resultan pasajes de menor importancia en el cristianismo. 220 Los orígenes de la ciencia según René Girard La Biblia separa al hombre de la naturaleza, induciéndolo a imponer su dominio sobre ella. Como bien diría Foucault (1997), para dominar hay que conocer. La trillada frase (y, valga agregar, repetida mecánicamente por los niños venezolanos) atribuida a S im ón B olívar: “S i la naturaleza se opone, lucharem os contra ella y harem os que nos obedezca”, no es m ás q ue una paráfrasis de Génesis 1:28. El hombre, separado de la naturaleza, no siente ninguna participación mística (por emplear la frase de Levy-Bruhl) con ella y no siente restricciones en conocerla, puesto que no la considera divina en sí misma. La Biblia aniquila la visión organimista del mundo, según la cual la naturaleza es un gran organismo con vida propia. Una de las razones por las cuales la astronomía aristotélica falló terriblemente fue, precisamente, la creencia de Aristóteles (y de los griegos, en general) de que los planetas tienen vida propia. Así, el ímpetu para la observación astronómica y para la formulación de leyes que rigen su dinámica se vio limitado. La concepción panteísta de la naturaleza cultiva un conformismo y una pasividad incompatible con la indagación científica. El hombre de cosmovisión panteísta no desea perturbar una naturaleza a la cual cree enteramente animada y, si llega al extremo lógico de la eternidad de la materia, la cree divina. De acuerdo a Jaky, este fue uno de los principales obstáculos de la ciencia en China: la concepción taoísta de la naturaleza no separó al hombre de ella, y, exigiéndole mantenerse en armonía con la naturaleza, confinó a los hombres a no manipularla para la observación y la experimentación. Aquéllos que acusan al cristianismo de propiciar la desmedida explotación de la naturaleza al separar al hombre de ella, lógicamente deben, también, reconocer que el cristianismo ha propiciado la ciencia, esta igualmente supone una separación del hombre con respecto a su entorno, porque, sólo así puede estudiarlo. Vinculada a la noción de la creatio ex nihilo, la Biblia adelanta una concepción lineal del tiempo. De nuevo, esta concepción es bastante singular, pues es inexistente en las cosmovisiones de otras culturas. Si el lector tiene dudas respecto a esto, lo remito a la monumental obra de Mircea Eliade (2001)2, en la cual se documentan los conceptos cíclicos del tiempo de casi todas las culturas vis-á-vis la concepción lineal del tiempo en la Biblia. No sólo Dios creó el mundo de la nada en un momento inicial de la Historia, sino que, también, encarnó de una vez por todas y habrá un final de los tiempos. La idea de un principio y de un fin cósmico era bastante ajena entre los griegos y completamente extraña en civilizaciones como la hindú. Para los 2 Hago referencia a El mito del eterno retorno por tratarse del texto más conocido de Eliade, pero el antropólogo rumano escribió una vastísima colección de libros desarrollando la comparación del tiempo cíclico con el tiempo lineal bíblico. 221 Gabriel Andrade pueblos ajenos a la Biblia, el tiempo es cíclico; el comienzo y el final se viven una y otra vez. El hombre con una concepción cíclica del tiempo cree estar en un déjà vu perenne: siente que todo ya lo ha vivido. Y, puesto que ya todo lo ha vivido, no se siente motivado a conocer e indagar, pues no hay nada nuevo; ya todo se conoce: el mundo no es más que una repetición cíclica. Más aún, la noción lineal del tiempo supuso el fundamento de la cronología, vital para el establecimiento de relaciones de causa-efecto. La noción bíblica del tiempo establece un “antes” y un “después”, cuestión inexistente en culturas con una acusada tendencia hacia la noción del tiempo cíclico. No creo necesario reiterar la importancia de la cronología en la formulación de leyes naturales y en las relaciones de causa-efecto. La noción lineal del tiempo también postula un progreso, aspecto fundamental en el desarrollo de la ciencia, cuestión que Comte y los positivistas (en especial los que diseñaron la bandera de Brasil: ordem e progresso) conocían muy bien. En las cosmovisiones ajenas a la Biblia, esta idea de progreso es inexistente: todo es un regreso al pasado y a los orígenes cósmicos. Para indagar sobre algo se debe tener la convicción de que eso existe y que es real, pues nadie se siente motivado a conocer algo que no cree real. El cristianismo, inspirado en la Biblia, postula la realidad del mundo y, en una civilización cada vez más materialista, se nos hace difícil concebir una cosmovisión en la cual el mundo es apenas una ilusión. Pero ha habido grandes civilizaciones con una tendencia a creer que el mundo no es más que una ilusión. Los hindúes llamaron “maya” a esta noción religiosa, la cual ha llegado a ser parte importante de su sistema religioso; llegaron a desarrollar la matemática y la lógica, disciplinas que tratan sobre entidades abstractas, pero nunca desarrollaron la ciencia, pues no confiaban plenamente en sus sentidos, en tanto creían que lo percibido es iluso. Relacionado con esta idea, el extremo idealismo platónico desvinculó a los griegos del mundo material en favor de las formas, quizás, cultivando la reflexión racional, pero desmotivando seriamente la observación empírica. Si bien el cristianismo no pudo evitar incorporar parte de esta cosmovisión platónica, prevaleció la noción bíblica de la realidad del mundo, cuestión que motivó su estudio mediante la observación. Por último, es de destacar la manera cómo el cristianismo, recogiendo su herencia judaica, ha impulsado la cultura escrita. Difícilmente puede haber innovaciones científicas sin un sistema de escritura. De ninguna manera el cristianismo es el único promotor de la escritura, pero la noción de que Dios se encuentra con la humanidad a través de un libro sagrado estimula la lectura, actitud favorable para el desarrollo de la ciencia. Más aún, el cristianismo tiene un mensaje abiertamente exotérico, pues el mandato evangélico es dar a conocer la buena nueva a todos los pueblos del mundo. En 222 Los orígenes de la ciencia según René Girard el seno del cristianismo no faltaron movimientos esotéricos (en especial, los gnósticos) que, contrariamente a la ortodoxia de la religión, intentaban cultivar un conocimiento secreto. De haber prevalecido los gnósticos por encima de los cristianos ortodoxos, probablemente la ciencia no hubiese alcanzado su actual desarrollo, pues el conocimiento científico necesita divulgación; la ciencia no puede prosperar con conocimientos celosamente guardados en secreto. En definitiva, la participación del cristianismo en los orígenes de la ciencia viene a ser más bien una prevención contra los obstáculos de la ciencia. Por sí solo, probablemente el cristianismo no hubiese desarrollado la ciencia, pues en la Biblia falta el impulso racionalista desarrollado por los clásicos. Por ello, los judíos, que tardaron en encontrarse con los griegos, no llegaron a desarrollar la ciencia. Pero si bien el cristianismo no es la única tradición en propiciar la ciencia, sí, es igual, o quizás, más importante que el legado clásico. Mientras que los griegos cultivaron un gusto por pensar, sus cosmovisiones limitaron la observación, dando por sentado que el mero ejercicio racional era confiable en el conocimiento del mundo. Si bien de la Biblia (especialmente el Nuevo Testamento) se desprende un llamado a la fe por encima de la experiencia, fue la cosmovisión bíblica la encargada de motivar al hombre a indagar sobre una naturaleza racional y creada (es decir, no eterna y no divina). A la pregunta inicial de Tertuliano, bien podemos responder de dos maneras: en efecto, Atenas no tiene nada que ver con Jerusalén, pues la creatio ex nihilo y la concepción lineal del tiempo es drásticamente diferente de los ciclos y la eternidad de la materia. Si la cosmovisión bíblica fuese como la clásica, quizás, hoy no tendríamos ciencia. Pero el encuentro entre Atenas y Jerusalén ha demostrado ser fructífero, pues ambas constituyeron matrices para la formación de la ciencia. Lejos de querer persuadir al lector de la prominencia del cristianismo por encima del legado clásico en la conformación de la ciencia, lo que he pretendido es matizar la imagen de Galileo perseguidos por una religión que desconfía del progreso científico. RENÉ GIRARD Y LA CIENCIA René Girard no es un filósofo de la ciencia, y a diferencia de Stanley Jaky o Alfred North Whitehead, el tema de los orígenes del pensamiento científico no le concierne directamente. Sólo puedo especular sobre su simpatía por los argumentos que he reseñado en la sección anterior, pues en su obra escrita no se ha manifestado al respecto. No obstante, en los últimos años la obra de Girard — que empezó siendo una apología cristiana independientemente de su vinculación con la ciencia— se ha ido convirtiendo 223 Gabriel Andrade en una importante contribución a la tradición filosófica que pretende reivindicar los orígenes cristianos de la ciencia. Si bien al tema del origen de la ciencia no le ha dedicado más de cinco o seis páginas en su producción escrita, este tema se ha vuelto cada vez más importante entre Girard y sus seguidores, pues apunta hacia una especial reivindicación del cristianismo en unos tiempos que, si bien son los más avanzados científicamente, también parecen ser los que han presenciado una mayor reacción anticristiana por parte de los mismos científicos. Debo reseñar, brevemente, una visión general de la obra de Girard para comprender cómo el autor en cuestión elabora su juicio respecto a los orígenes de la actividad científica. Girard es un pensador polifacético que ha estudiado desde las obras de Shakespeare hasta la filosofía de Nietzsche: pero, por razones de espacio, he de concentrarme exclusivamente en los aspectos de su obra que conducen a sus reflexiones sobre el origen de la ciencia. Para Girard, los orígenes de la Cultura, entendida en los términos genéricos de la antropología, a saber, como la oposición al estado natural del hombre, se remontan al homicidio de una víctima por una horda (Girard, 1987). Los paralelos con la hipótesis de Freud en Tótem y Tabú (1981) son evidentes; pero, a diferencia del fundador del psicoanálisis, Girard no acepta que esa víctima asesinada sea un padre o una figura paternal ejecutada por sus hijos. Por el contrario, Girard prefiere entender este homicidio como una vía de escape a la violencia intestina de la especie humana. El homo homini lupus3 de Hobbes es una realidad muy evidente para Girard, pues — por motivos que no podemos abordar en este momento— Girard considera que la especie humana, por encima de cualquier otra, es propensa a la violencia y a la autodestrucción. Antes de que la “guerra de todos contra todos” hobbesiana hubiese aniquilado a la naciente especie, los primeros homínidos descubrieron (probablemente, por azar) que la mejor manera de controlar la violencia en el seno de las unidades sociales era, o bien, proyectarla hacia fuera, uniéndose para luchar contra otros grupos, o mejor aún — desde el interior del grupo— seleccionar un individuo que, recibiendo la violencia colectiva (comúnmente desembocando en su muerte), canalice las iras del resto de los miembros del grupo. La muerte de esta víctima es propiciatoria de una solidaridad que controla la violencia y que le ha permitido a la humanidad desarrollar la Cultura, pues la amenaza de la autodestrucción, si bien latente, se mantiene bajo control. El mecanismo a través del cual la naciente especie contuvo su violencia intestina debió haber ocurrido de forma constante en las primeras etapas de la Cultura humana, y se sigue empleando hasta el día de hoy, pues, para Girard, 3 “E l ho m b re es u n lob o p ara el hom b re”. 224 Los orígenes de la ciencia según René Girard antes de la aparición del cristianismo, la única manera como el ser humano pudo desarrollar Cultura fue a través de la ejecución de este mecanismo victimario. Con el desarrollo de la condición cultural del hombre, este mecanismo no tiene necesariamente que desembocar en la muerte, pero sí debe haber una ejecución periódica del mecanismo victimario para contener a la violencia de mayor envergadura. Así, en un plano ritual, por medio del rito sacrificial, las culturas premodernas simbolizan el momento inicial de la Cultura; a saber, un homicidio. Pero no sólo eso: para poder mantener su estabilidad a flote, las sociedades continuamente buscan víctimas contra las cuales se vuelcan las mayorías. Estas víctimas pasan a ser “chivos expiatorios” que, especialmente en momentos de crisis, son responsabilizados de generar las crisis en cuestión y, tras ser castigados, perseguidos o eliminados, logran restaurar la paz en la sociedad, pues las colectividades dejan de lado sus rencillas para unirse contra ellos. De esa manera, Girard considera al rito — especialmente el rito sacrificial— una representación de los orígenes violentos de la Cultura. En continuidad con la llamada “escuela del mito y el ritual” de la etnología inglesa, Girard considera que los mitos representan el mismo tema: para el autor en cuestión, los mitos vienen a ser historias que narran los orígenes violentos de la Cultura. Puesto que el mito conmemora los orígenes, inevitablemente termina por celebrar y mistificar la violencia empleada para propiciar la Cultura. Siendo esto así, los mitos suelen presentar la perspectiva de la horda colectiva que justifica el asesinato de la víctima. Así, si a la víctima se le culpa de ser la responsable de una crisis particular, el mito toma como cierta esta acusación y no sólo considera justificado, sino, también, necesario y glorioso el castigo infligido al chivo expiatorio. Los mitos nunca están de parte de las víctimas perseguidas y ejecutadas; por el contrario, tienden más bien a distorsionar a esas víctimas convirtiéndolas en monstruos que merecen el reproche de la colectividad, por lo que se motiva aún más la violencia lanzada contra ellas. La teoría de Girard respecto al mito se esclarece, si se toma en cuenta que considera a los mitos estructuralmente similares a los llamados “textos de persecución”. Si bien un moderno texto de persecución no comparte con los mitos los eventos cósmicos que suele representar la mitología, su estructura es fundamentalmente la misma. De forma similar a los mitos, los textos de persecución son crónicas sobre el castigo infligido a determinadas víctimas. Pero lejos de presentar una narración objetiva de los hechos, los textos de persecución distorsionan a las víctimas en momentos de crisis, atribuyéndoles faltas que no pudieron haber cometido, volcando así a la comunidad en su contra. 225 Gabriel Andrade Girard le ha dedicado varios análisis a uno de los mitos más conocidos: el de Edipo. En medio de una peste en Tebas, el oráculo anuncia que esta cesará cuando se encuentre al asesino de Layo. Se descubre que es Edipo, su propio hijo, quien, además, se ha casado con su propia madre. Edipo es expulsado por los tebanos y la peste cesa. A lo largo de varios análisis literarios, Girard ha documentado el simbolismo de la peste en la literatura y llega a la conclusión de que, mucho más que crisis epidemiológicas, representan más bien crisis sociales. La peste es una representación simbólica (aunque, perfectamente, puede ocurrir en términos reales) de la violencia intestina en la especie humana. Ya se ha dicho que, frente a las crisis sociales, las colectividades se vuelcan contra chivos expiatorios a quienes culpan de haber generado la crisis. Con el castigo del chivo expiatorio, bien sea ejecutándolo, persiguiéndolo o expulsándolo, la crisis cesa y regresa la prosperidad. Es, precisamente, esto lo ocurrido a Edipo. Tebas vive una crisis y, para resolverla, la comunidad se vuelca contra uno de sus habitantes. Se le atribuyen a Edipo unos crímenes que es, muy probable, no cometió. Las acusaciones de parricidio e incesto hacen de Edipo un ser lo suficientemente monstruoso como para volcar a la colectividad en su contra, hasta que finalmente es expulsado. Al marcharse de la ciudad, la crisis social (representada en la peste) cesa. Puede ser que la crisis epidemiológica no haya cesado, pero para la conciencia mitológica, la solución de la crisis social es mucho más trascendente y eclipsa la posible continuidad de la crisis epidemiológica. Girard considera que, si se mira en profundidad, el mito de Edipo no es más que un texto de persecución; una crónica de persecución de un chivo expiatorio, narrado desde la colectividad que persigue y distorsiona a la víctima. La singularidad del cristianismo — según Girard— radica en presentar unos textos sagrados que, lo mismo que los mitos y textos de persecución, narran la persecución de un hombre, Jesús; pero, a diferencia del mito de Edipo, la víctima no es distorsionada por los cronistas. Allí donde en los mitos a los chivos expiatorios se les suele atribuir alguna falta que justifique su castigo, los Evangelios presentan a Jesús como una víctima totalmente inocente, que en modo alguno merece ser perseguida. Los mitos son narrados desde la perspectiva de las colectividades que persiguen víctimas, los Evangelios son narrados desde la perspectiva de las víctimas perseguidas. Para Girard, esta singularidad trata mucho más que de una simple inversión de perspectivas, pues lo contenido en los Evangelios viene a ser, más bien, una revelación de un profundo conocimiento antropológico. El cronista del texto de persecución o el preservador del mito participa del frenesí violento que se vuelca contra la víctima. No necesariamente participa de forma activa en la violencia ejercida contra las víctimas; pero, al 226 Los orígenes de la ciencia según René Girard presentar los hechos de la manera como los expone, se ve arrastrado por la ola persecutoria. El autor del mito o del texto de persecución está tan imbuido en la horda persecutoria, que llega a creer en la objetividad de la monstruosidad de la víctima y, cuando finalmente esta desparece, se convence a sí mismo de que, en efecto, era responsable de la crisis que se vivía. Nunca llega a caer en cuenta que, si la crisis desaparece, no es porque la víctima realmente la estuviese causando, sino porque existe un mecanismo psico-social que, al volcarse contra víctimas particulares, las colectividades se reconcilian, haciendo cesar las crisis sociales. En la medida en que los Evangelios presentan a una víctima inocente, permiten que la humanidad descubra el funcionamiento del mecanismo que ha estado empleando desde los orígenes de la Cultura. La representación de la inocencia de la víctima propicia el cuestionamiento de las suposiciones habituales: las crisis son generadas por las víctimas y, cuando estas mueren, automáticamente desaparece la crisis. Presentando una víctima inocente, las colectividades ya no pueden culpar a las víctimas de ser responsables de los desastres y, más aún, empiezan a comprender que las crisis cesan no porque el causante de ellas muera, sino porque las colectividades se reconcilian y resuelven sus crisis sociales al volcarse al unísono contra una víctima. Para Girard, la Biblia contiene una revelación no tanto teológica, sino antropológica: mucho más que revelar a Dios, la Biblia y, en especial los Evangelios, le demuestran al hombre el origen y funcionamiento violento de su propia Cultura. Este es el conocimiento más importante que la especie humana puede cultivar, pues se descubre a sí misma. Y, en función de este conocimiento, todos los demás conocimientos pueden ser desarrollados. Es así como Girard llega a su teoría sobre los orígenes cristianos de la ciencia. La ciencia, según Girard, surge en el momento cuando — por influencia de la Biblia— se inaugura en Occidente una conciencia de defensa de víctimas y una tendencia a sostener su inocencia en procesos de persecución. En la medida en que se tiene la convicción de que las víctimas perseguidas son inocentes, ya no es posible conformarse con la explicación que atribuye a las víctimas la responsabilidad de crisis y desastres. Por ejemplo, si en vez de atribuirle el crimen de parricidio e incesto a Edipo, la mitología griega hubiese sostenido su inocencia y simpatizado con él en tanto víctima (a la manera de los Evangelios), quizás los griegos hubiesen cultivado un mayor interés por indagar sobre las causas biológicas de las pestes, pues hubiesen comprendido que un solo hombre no es capaz de generar semejante catástrofe. Los griegos — y todos los pueblos del mundo ajenos al espíritu bíblico de defensa de las víctimas— han preferido las explicaciones de causas sociales de los fenómenos por encima de las causas naturales. No les interesa tanto saber cómo una peste es generada, sino quién la ha generado; pues, en función 227 Gabriel Andrade de esta especulación, asisten a la persecución de las víctimas, cuya ejecución resolverá la crisis social que es mucho más inquietante que la crisis natural. En palabras de Girard: “E n vez de causas naturales, distantes e inaccesibles, la Humanidad siempre ha preferido causas que son significativas desde una perspectiva social, y que permiten la intervención correctiva, a saber, las víctimas. Para llevar a los hombres hacia la exploración paciente de las causas naturales, los hombres deben primero alejarse de la persecución de víctim as” (1986:204). En efecto, la documentación etnológica de la brujería es un ejemplo paradigmático de lo que Girard expresa. Evans-Pritchard (1976), por ejemplo, uno de los más grandes investigadores de la brujería, documentaba cómo entre los azande es mucho más importante saber quién genera una desgracia y no cómo o por qué. Los azande, obsesionados con las brujas, están siempre atentos a encontrar alguien que haya enviado algún hechizo (a pesar de que, en el caso de los azande, las brujas no son perseguidas como sí lo fueron en Europa) para así explicar una desgracia. Si, desafortunadamente, un granero cae sobre alguien y lo hiere, el azande no está interesado en conocer el material con que fue construido o la ley de gravedad, sino, más bien, en saber qué bruja propició ese hecho. Una sociedad presta a perseguir chivos expiatorios y brujas no tiene la suficiente motivación para conocer las causas naturales, pues se conforma con atribuir el origen de los desastres a las víctimas que persigue. Es por ello que Girard escribe la siguiente frase, muy célebre entre los lectores de su obra: “L a invención de la ciencia no es la razón por la cual ya no hay cacerías de brujas, sino que el hecho que ya no hay cacerías de brujas es la razón por la cual se inventó la ciencia… El espíritu científico es un producto colateral de la profunda acción de los Evangelios” (1986:204). Esta frase no debe tomarse como un juicio historiográfico, pues cronológicamente es falsa. Al menos en Europa, la época cumbre de la cacería de brujas se sitúa alrededor del siglo XVII, siendo casi contemporáneo e, incluso, un poco posterior a los inicios de los grandes descubrimientos científicos. Pero la intención de Girard no es elaborar un juicio de exactitud histórica, sino dar a conocer que una sociedad no puede progresar en descubrimientos científicos si aún se complace en perseguir víctimas. Para el cultivo de actitudes favorables a la ciencia, hizo falta una conciencia que se situara de parte de las víctimas perseguidas, pues, censurándola, los hombres dejan de atribuirle responsabilidad en desastres e indagan sobre el verdadero funcionamiento de la naturaleza. Tal conciencia a favor de las víctimas es una herencia bíblica. Más aún, Girard forma parte de los historiadores de la religión que le atribuyen al cristianismo una importante participación en la desacralización 228 Los orígenes de la ciencia según René Girard del mundo.4 Ya hemos mencionado cómo la creatio ex nihilio, al separar a la naturaleza de Dios, desencanta al mundo, abriendo paso a la indagación por parte del hombre. Si bien Girard no se opone a esta idea, aporta otra consideración sobre cómo el cristianismo desacraliza el mundo. Cuando las víctimas son ejecutadas, la paz social aparece en forma repentina. Las primeras comunidades humanas se vieron tan impresionadas por ese momento, que este se convirtió en la matriz de lo sagrado. Los ritos y los mitos lo conmemoran. Y las víctimas pasaron a convertirse en dioses ambivalentes que, en vida, podían generar una gran crisis, pero cuya muerte devuelve a la comunidad la paz social. El hombre sacraliza el origen de la cultura y a las víctimas, porque no comprende la dinámica del mecanismo victimario. El cristianismo, en la medida en que sostiene la inocencia de la víctima y expone el funcionamiento del mecanismo victimario, desacraliza los orígenes. Por una parte, despoja a la víctima del aura sagrada que se le suele atribuir: la víctima no es responsable de las crisis y su muerte tampoco tiene poderes mágicos para la reconciliación. Por la otra, expone el mecanismo victimario como lo que realmente es: un vulgar asesinato, en oposición a una epopeya o una batalla cósmica, mistificadoras de la violencia. Desacralizado el mundo a partir de la desacralización de los orígenes culturales, el hombre está propenso a indagar sobre las leyes de la naturaleza. Más aún, el cristianismo ha constituido — a juicio de Girard— una minimización del rito. Esta minimización bien puede ser entendida como una continuidad del movimiento espiritual de los profetas bíblicos y de los reformadores protestantes; pero, de nuevo, Girard la entiende de otra manera; puesto que el rito es, a grandes rasgos, una conmemoración de los orígenes violentos (especialmente el rito sacrificial), el cristianismo se aleja cada vez más de ello.5 Y, para que se desarrolle la ciencia, el rito debe ser despojado de prominencia en una sociedad, pues, de lo contrario, el hombre intentaría dominar la naturaleza mediante fórmulas rituales. De nuevo, con el cristianismo las crisis no serán resueltas acudiendo a la repetición ritual o espontánea del mecanismo victimario, sino que se recurrirá a otras formas de resolverlas, a saber, mediante la indagación de causas naturales. Vale advertir que Girard no desea negar que los griegos hayan hecho una contribución a la ciencia y, en especial, a la conformación del mundo 4 El historiador más importante que considera al cristianismo una religión secularizadora es Max Weber (1991), el cual ha contado con suficientes seguidores como para documentar masivamente cómo el cristianismo ha propiciado la secularización del mundo. 5 Algún lector podrá objetar que el rito sacrificial es central en el cristianismo, especialmente en la m isa cató lica. P ero, a ju icio de G irard , el “sacrificio ” d e C risto en la m isa cató lica n o es como cualquier otro rito sacrificial, sino que es una entrega del mismo cristiano para evitar mayores sacrificios violentos, alejándose así de la conmemoración de la violencia. 229 Gabriel Andrade m oderno, pues en sus propias palabras: “¡P edirle a nuestra cultura que abra espacio a los griegos es como pedirle a la ciudad de Los Ángeles que abra espacio a los automóviles! Yo no aspiro a suprimir la influencia griega, y yo hablo mucho sobre ellos; pero, ¿por qué no podemos, de vez en cuando, hablar un poco de otra cosa?” (1994:89). Esa otra cosa es, por supuesto, el cristianismo. En efecto, Girard reconoce que otras civilizaciones, pero en especial los griegos, tomaron pasos significativos hacia la conformación de la ciencia. Algunos intelectuales griegos lograron despojarse del dominio religioso orientándose hacia la indagación sobre las causas naturales. Pero, a diferencia del cristianismo, en Grecia no hubo una desacralización sistemática, confinando los intentos científicos a una muy pequeña minoría. E n palabras de G irard, “en el m undo antiguo, sólo algunos grandes intelectuales emancipados se entregan al tipo de observación que propicia la ciencia. Es una actividad de gran lujo reservada a una elite m inúscula” (1994:82). Para Girard, la ciencia necesita de una democratización de los conocimientos, a fin de divulgarlos entre una amplia comunidad científica, cuestión que ya hemos abordado en la sección anterior. La democracia del mundo griego era demasiado restringida (excluyendo de su seno a bárbaros, esclavos y mujeres) como para contribuir a esa expansión del conocimiento científico. Por su parte, el mensaje universalista del cristianismo es mucho más favorable a la democratización del conocimiento científico, pues permite que cualquiera acceda a él. VALORACIÓN Y CRÍTICA Así, aún sin proponérselo, Girard se ha alineado en la tradición filosófica de Stanley Jaky al atribuirle al cristianismo una importantísima participación en la conformación de la ciencia. Según Girard, ha sido la Biblia — mucho más que los textos clásicos— el cuerpo literario encargado de cultivar una actitud favorable para el nacimiento y desarrollo de la ciencia. El gran mérito de la teoría de Girard respecto a los orígenes de la ciencia es que añade un componente sociológico a una reflexión que, fundamentalmente, ha estado concernida con la comparación de cosmovisiones: en la medida en que las sociedades dejan de instrumentar la persecución y castigos de víctimas y chivos expiatorios, la ciencia prospera. No obstante, consideremos algunas críticas a la hipótesis de Girard. En primer lugar, considera que la ciencia griega no pudo progresar, porque, apenas, se fue desarrollando entre una muy pequeña elite de ciudadanos y fracasó en la democratización del conocimiento científico. Ciertamente, esto puede ser así, pero la comparación que hace con el cristianismo no es del todo válida. En especial, Girard responsabiliza a la institución de la esclavitud y a 230 Los orígenes de la ciencia según René Girard las nociones aristocráticas griegas por im pedir el desarrollo de la ciencia: “E n un universo aristocrático, lo experimental aparece siempre como impuro y vulgar… si uno tiene suficientes esclavos, com o en la república de Aristóteles, para empujar los carros o incluso para montar los asnos, ¿para qué nos vamos a romper la cabeza en la invención del m otor de cam ión?” (1994:83). Girard no parece estar al tanto de que, si bien existe un ideal igualitario a medida que progresa la Biblia (especialmente en el Nuevo Testamento), el texto bíblico tampoco está exento de pasajes esclavistas (Levítico 25:44-46 y Éxodo 21:2-6), incluso compuestos por el propio San Pablo (I Corintios 7:20-21, Efesios 6:5 y I Timoteo 6:5). Así, la tesis de Girard no funcionaría como él pretende, pues también le correspondería explicar cómo los cristianos, aún con vestigios esclavistas, lograron propiciar la ciencia. Quizás el aspecto más cuestionable de la tesis de Girard sea la relación que nuestro autor configura entre la ciencia y la defensa de las víctimas. Se hace muy difícil negar que, para que una sociedad indague sobre las causas naturales, primero tiene que dejar de proyectar causas sociales en las víctimas perseguidas atribuyéndoles la responsabilidad de las crisis. Pero salta a la vista el hecho de que, en muchos escenarios, la ciencia no ha contribuido a la defensa de las víctimas, sino todo lo contrario, a potenciar aún más su persecución. El ejemplo nazi es quizás el más paradigmático. En nombre de un progreso aterrador, emplearon su mejor talento al servicio del genocidio y del fascismo. El Holocausto no deja de sorprendernos, precisamente, por la gran efectividad técnica con que se instrumentó semejante monstruosidad. Justamente, en vista de esta ciencia al servicio de la persecución, muchos filósofos llamados “posmodernos” han reaccionado contra lo que se ha venido en llamar la “racionalidad instrumental de Occidente”. No obstante, Girard es firme en su opinión respecto a la vinculación entre la ciencia y el espíritu de defensa de las víctimas, al punto de afirmar que el colapso de la empresa científica en la Unión Soviética se debió al hecho de que la ciencia es incompatible con las persecuciones de víctimas (1994:80). Ciertamente, el espíritu científico necesita de un suficiente espacio de libertad para innovar, libertad que es restringida por sistemas totalitarios como el soviético; pero la evidencia histórica persiste: los grandes descubrimientos de Einstein no se emplearon para reivindicar víctimas; todo lo contrario, se usaron para generar miles de víctimas en Hiroshima y Nagasaki. Se trata de un matiz que Girard no ha considerado en sus comentarios sobre el origen de la ciencia y que, quizás, debería atender. Por último, la teoría de Girard respecto a los orígenes de la ciencia puede resultar un poco cuestionable, de nuevo, por su injusticia al comparar al mundo clásico con el cristiano. De su argumentación se desprende que, 231 Gabriel Andrade quizás, la primera disciplina científica inspirada por la innovación cristiana es la medicina. Después de todo, el propio Jesús había dicho que todos necesitamos médicos (Mateo 9:12; Marcos 2:17; Lucas 5:31), a pesar de que la logia de Jesús se refiere a una medicina estrictamente espiritual. Pero el hecho es que, si a partir del cristianismo, ya no se indagará tanto sobre las causas sociales de las crisis, sino sobre las causas naturales, entonces los conocimientos médicos son los primeros en aparecer, pues es el mismo Girard quien ha sugerido que la peste (a saber, una crisis epidemiológica y, por tanto, de interés para la medicina) es el tipo de crisis natural que con mayor frecuencia se emplea para representar la crisis social. Con todo, el origen de la medicina moderna no está entre los cristianos, sino entre los griegos, y esto es algo que, difícilmente, los mismos defensores de los orígenes cristianos de la ciencia pueden negar. E, inclusive, la ciencia médica griega surgió por exactamente las mismas razones con las cuales Girard acredita al cristianismo como el origen de la ciencia. Si bien su teoría de los humores no es tomada en serio por ningún médico contemporáneo (Porter 2003:59-60), Hipócrates pasa por ser el padre de la medicina. Su gran innovación fue lo que se ha venido a llamar la “secularización de la enfermedad”, a saber, la aniquilación de la noción religiosa griega (y compartida por muchísimos otros pueblos), según la cual las enfermedades son castigos de los dioses. El corpus hipocrático (muy probablemente no escrito por él) lo expresa así: “(la epilepsia) no es más sagrada que otras enfermedades, sino que tiene causas naturales, y su supuesto origen divino se debe a la inexperiencia del hombre. Todas las enfermedades tienen su propia naturaleza, y surgen de causas externas” (citado por G uthrie y D ouglas 1993:778). De la misma manera en que Girard lo sugiere, lo hace el cristianismo: a partir de Hipócrates los hombres ya no estarán buscando las causas sociales de la enfermedad, sino sus causas naturales. La enfermedad no es enviada por ningún dios (el cual, vale recordar, según la teoría de Girard, sería una víctima deificada tras su ejecución), ni por ninguna bruja; de hecho, no es enviada por nadie en particular, sino que surge de causas externas. Lo mismo que los Evangelios, la tradición hipocrática, en la medida en que exhorta a los hombres a dejar de preocuparse por la búsqueda de agentes humanos (hechiceros) o divinos (dioses) que generen la enfermedad, los orienta hacia la búsqueda de las causas naturales de los fenómenos biológicos. Incluso, en lo que respecta a la epilepsia — enfermedad sagrada por excelencia— la aproximación hipocrática es mucho más cercana a la ciencia que la de los Evangelios, pues, si bien en algunos rincones de los Evangelios se cuestiona la idea de que una enfermedad sea un castigo divino por un pecado (Juan 9:1-3), se sigue concibiendo a la epilepsia como posesión demoníaca (Mateo 4:24; 17:15-18; y paralelos, entre muchos otros), lo que 232 Los orígenes de la ciencia según René Girard permite la suposición de que algún demonio o hechicero genera epilepsia en los demás a través de un maleficio, cuestión que es ampliamente superada por el pensamiento hipocrático. En definitiva, las críticas hasta aquí presentadas apenas constituirían matices a la teoría de Girard respecto a los orígenes cristianos de la ciencia. Por fortuna, Atenas sí tiene que ver con Jerusalén: ambas cosmovisiones aportaron de alguna manera al desarrollo de la ciencia (y, si hemos de tomar la frase de Tertuliano en un sentido literal, ¡no deja de ser irónico que, en estos tiempos de globalización, posiblemente, ambas ciudades terminen siendo una sola!). Pero, precisamente, el prejuicio renacentista a favor de los clásicos ha inclinado la balanza preponderantemente a favor de Atenas, cuestión que es necesario reconsiderar, pues — como hemos visto— el cristianismo, al menos parcialmente, tiene una participación en los orígenes de la ciencia. La Universidad del Zulia* Calle 70, Avenida 13-A. Sector Tierra Negra. R esidencias “ M i D elirio” . Apt. 4-A. Maracaibo, Venezuela. [email protected] 233 Gabriel Andrade BIBLIOGRAFIA ARISTÓTELES. On the Heavens. Consultado el 14 de junio de 2006. Disponible en: http://classics.mit.edu/Aristotle/heavens.2.ii.html ARISTÓTELES. Política. Madrid: Espasa, 1997. ELIADE, M. 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Sobrevolar la zona de desastre es una metáfora que me permite volver a la literatura como un lugar de claves para estos enigmas que la realidad nos plantea porque una historia de las soluciones no está completa sin la genealogía de los problemas. S i la ficción es “esa antropología especulativa” que propone S aer1 (si la ficción encierra esa verdad que otros discursos anulan), es necesario revisar las huellas de un futuro que la literatura ha mostrado y que, tal vez, no vimos. Hay escenas literarias que representan acontecimientos pasados, pero que definen, sin saberlo, la forma del presente. Quién no reconoció El matadero de Echeverría, en el episodio del asalto al camión volcado en una ruta de Rosario, cuando hombres, mujeres y niños golpeaban las reses que el camión transportaba hasta matarlas y luego descuartizaban los animales y huían con los restos que lograban. El matadero perdió la distancia histórica y narró la escena bárbara del presente: el relato de los excluidos. La Dictadura Militar es, sin duda, uno de los acontecimientos más aciagos de nuestra historia reciente. Una herida que no puede cerrarse, porque la ley no reparó el crimen. La sombra del Juez que dirime y castiga el delito muestra que el asesinato deja huellas indelebles que exige que se restañen las heridas. Cuando el crimen es del Estado, la falta es inconmensurable y las consecuencias de la falta, insospechadas. Si no hay juicio, no hay castigo, no hay reparación; si no hay reparación, la muerte circunda indefectiblemente el futuro. Como Sarmiento en la célebre evocación del comienzo de Facundo, tal vez, la estrategia sea cederle la voz a otro para poder hacer el diagnóstico correcto. Insisto: la literatura cuenta también la forma futura de lo que todavía no es, de lo aún no acontecido. Elijo arbitrariamente tres novelas de un proyecto antiguo de los años noventa que tuvo como origen la resistencia a los 1 Cfr. J.J. Saer. El concepto de ficción. Buenos Aires: Ariel, 1997. 16. Mónica Bueno decretos académicos. Permítaseme un pequeño relato: era la época en que la posmodernidad entraba con fuerza en la academia argentina y con la palabra, la carta de defunción de los grandes relatos, la muerte de la utopía. Muy cerca estaba la Dictadura como para no preguntarme si la literatura de esa época no era uno de los reductos más productivos para sostener ese relato contraideológico, futuro, alternativo que diseña el deseo social. Empecinada en la fuerza vital de una narrativa de lo que no es, pero puede acontecer, intenté mostrar que es imposible el decreto de muerte de la utopía y que, muy por el contrario, su gramática se expande en la novela de los años ochenta. Regreso ahora a ese trabajo, releo mi lectura, reviso los textos y encuentro que “las estructuras de sentim iento” de aquella época están hoy en las epifanías sociales que destellan contra el desencanto general. Las formas que la ficción diseñaba en esos relatos muestra una didáctica de lo posible: la literatura representa la ética de la resistencia y la memoria. Las escenas que, tal vez, no supimos construir en la narrativa social. El vuelo del tigre de Daniel Moyano, La casa y el viento de Héctor Tizón y El antiguo alimento de los héroes de Antonio Marimón son también relatos futuros de una literatura que narra y ficcionaliza el horror y la muerte en el pasado.2 Este trabajo es un homenaje a sus autores, que creyeron en la fuerza de la escritura, que lucharon contra la agonía del exilio. Moyano y Marimón murieron en tierra ajena; Tizón volvió a Yala, volvió a Jujuy, fue constituyente, es juez y sigue contando los relatos que escucha en la calle, en el juzgado. En El antiguo alimento de los héroes, Beatriz Sarlo — a la manera de un póslogo de la novela— escribe: “L a prim era vez que la leí pude leer sólo una historia política; ella me incluía hasta devorar la escritura misma que la hacía posible” (154). Sin embargo, en el relato del exiliado que cuenta el horror hay trazos más amplios que muestran la violencia en los cuerpos, la resistencia, la invención de un código secreto de solidaridad, el agón de la vida en el espacio del crimen. La novela termina con la salida del país del narrador. Desde el avión se ve por última vez la tierra que se abandona: una perspectiva aérea describe el panorama total de la patria. Antonio Marimón ha muerto hace poco en México. El sentido de experiencia nos lleva a redefinir esa imagen final de la novela y, tal vez, buscamos la perspectiva desde el aire para reconocer los errores, los excesos; pero, también, el enigma y la utopía de un relato de nación que se escamotean. Hoy parece haber un nuevo 2 Se han utilizado las siguientes ediciones de las novelas referidas: Daniel Moyano, El vuelo del tigre. Legasa: Madrid/Buenos Aires/México: Legasa 1981; Héctor Tizón, La casa y el viento. Madrid/Buenos Aires/México: Legasa 1984; Antonio Marimón, El antiguo alimento de los héroes. Madrid/Buenos Aires/México: Legasa. 1988. 238 Las huellas del futuro: Literatura y utopía destierro simbólico y estamos — como el personaje de Marimón— mirando una geografía perdida. Al respecto, Primo Levi escribe Si esto es un hombre (2000) para exorcizar no sólo el relato del horror en Auschwitz, sino para conjurar a los muertos del olvido definitivo: “E l dolor del recuerdo, la vieja y feroz desazón de sentirme hombre, que me asalta como un perro en el instante en que la conciencia emerge de la oscuridad. Entonces tomo el lápiz y el cuaderno y escribo aquello que no podría decirle a nadie” (149). El sobreviviente define en la escritura el acto ético que hace oír la voz acallada del muerto. Como Antígona, reclama para el hermano el ritual que indica su lugar en la muerte frente a la arbitraria ley de Creonte y supera, así, su propia imposibilidad individual. Aquel que logra poner en palabras lo indecible deja su propia voz en la voz del otro. En El antiguo alimento de los héroes esa es la empresa de Marimón. En la Advertencia lo expresa claram ente: el texto reúne “una crónica que asom a irregular desde sus caras”, “un haz oscuro de relatos”, “una m orosa y quizás inescribible torre del lenguaje”. Marimón cuenta la tortura de los presos políticos en la cárcel y — como Primo Levi— describe la tensión brutal, descarnada entre la vida y la muerte. Resistir es inventar maneras de hacer vida donde las condiciones son de muerte. La cárcel permite la tecnología de poder sobre los cuerpos, dice Foucault3; una sintaxis que se escribe definitivamente y que puede reconocerse aún mucho tiempo después: Aquel individuo entró a la sala, saludó a alguno de los presentes y, en un lapso indescifrable, al cambiar el foco de su campo visual noté que se distraía, se desunía de todos y aun de las cosas íntimas, que miraba con el matiz lejano de un ausente. Para mí esa era su marca de la prisión (34). La crónica de la prisión define el relato de la vida de un hombre que busca, en otras imágenes perdidas, los componentes secretos de la desolación. Un recuerdo de infancia se subsume en la concatenación de imágenes dolorosas o celebratorias, pero vivas. En el recuerdo: la militancia y la revolución; el “cordobazo ”, la figura de su m adre, la m aestra de inglés. C om o una suerte de cajas chinas, el relato se resuelve en la escena arcaica: su madre suelta la mano del chico en la plaza del pueblo: la memoria trae la imagen de la infancia y la imagen condensa el dolor, la soledad y el abandono. 3 M. Foucault. Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo XXI, 1987. 34. 239 Mónica Bueno Como en El ausente (1987) — film que dirige Rafael Filipelli sobre un guión que escriben Filipelli y Carlos Dámaso Martínez a base del relato de Marimón— esa soledad que se representa en la novela es parte de su posición ética frente al “hinchado coro de historias sin una escritura”. Y si “L orera” cuenta el horror en la prisión, “C encerro” es el relato de la autocrítica de una generación que se definía heroica. “T eníam os una visión de dioses” (43), dice el narrador, y admite no sólo la derrota de la guerra, sino, también, el fracaso de su empresa. Ésa es la postulación ética de su escritura: “M e preocupa que el relato, con su rapidez e ignorancia, olvide el sufrim iento” (45). Las dos representaciones del pasado: la tortura de los cuerpos y la justificación de la violencia son flashes de esta sociedad. Una se enlaza en la otra y los desaparecidos y torturados de ayer se encarnan en los episodios presentes de un relato infinito. El chico arrojado en el Riachuelo, los secuestrados y asesinados, los episodios del veinte de diciembre y del puente Avellaneda, los cuerpos devastados por el hambre y la miseria son algunas escenas del presente que remiten a estos dos dispositivos. Daniel Moyano fue escritor y violinista del Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara y profesor en el Conservatorio Provincial de Música. A fines de marzo de 1976 fue detenido en su casa de La Rioja por las Fuerzas Armadas y, luego de quedar en libertad, se exilió definitivamente en España. Allí fue obrero en una fábrica de maquetas para poder subsistir. Allí, también, murió el 1 de julio de 1992. En 1981 la Editorial Legasa, con sede en Madrid, publicó su novela El vuelo del Tigre y dos años más tarde Libro de navíos y borrascas. El vuelo del tigre tiene dos versiones. La primera escrita en La Rioja es guardada por unos curas amigos que entierran el manuscrito en la huerta de su casa mientras Moyano está en la cárcel. Cuando se exilia en Madrid, piensa en terminar la novela y manda a buscar el texto oculto. Excavan inútilmente: el manuscrito ha desaparecido. Entonces, Moyano reescribe la novela y hace notar el episodio: al finalizar anota las dos fechas y los dos lugares: La Rioja 1975 - Madrid 1980. Hualacato es un pueblo de músicos que quiebra su pequeña armonía social cuando llegan los percusionistas que se instalan en cada una de las casas y diseñan la vida de las fam ilias. “T odo prohibido en H ualacato”, declaran esos extraños seres que aparecen montados en sus tigres. El Estado (el gobierno) ha decidido que debe reestablecer el orden (un orden que desecha otras organizaciones posibles por subversivas). Los Aballay, una de las familias de Hualacato, debe acostumbrarse a las órdenes de Nabu, el percusionista; todos deben aceptar la arbitrariedad de las reglas, deben compartir el silencio: 240 Las huellas del futuro: Literatura y utopía Vengo a organizar las cosas, a enseñarles a vivir en la realidad y sacarles los pajaritos de la cabeza, que ya la han causado muchos sufrimientos si lo piensan bien (5). El silencio en un pueblo de músicos. Sólo los ruidos de los percusionistas y el robo de la identidad. Obligados a ser quienes no son y a aceptar la definición de ese nuevo orden social. Los ruidos son las palabras de un discurso homogéneo, que se autoabastece y define la arquitectura de lo real. Moyano condensa la significación alegórica en la cotidianeidad de una familia y muestra cómo las políticas del E stado interfieren la vida “pequeña” en un pueblo de provincia. Nos muestra Moyano cuánto de perverso puede ser el abstracto orden del Estado. Nabu, como un Hobbes provinciano — dice— proclama que su interés principal está en lograr la paz y el orden: “A sí que, en primer lugar, yo pongo como una inclinación general de toda la humanidad un deseo perpetuo y sin reposo del poder tras el poder, que sólo cesa con la muerte” (Hobbes 2003:23). De esta manera, Thomas Hobbes justifica y establece la racionalidad primera de la creación del Estado como un contrato para proteger al hombre de los demás hombres. Leviatán define el artificio de un hombre artificial. Sin embargo, como explicó Edgar Allan Poe con respecto al célebre jugador de ajedrez, un niño o un enano pueden esconderse dentro del artificio. Esta máquina, esta persona artificial, protege al hombre de su estado natural: el estado de guerra. Sin embargo, no basta con que los hombres tengan la voluntad de renunciar a sus derechos naturales — dice Hobbes— debe haber un pacto obligado que se cum pla. L a “M áquina del E stado” hace funcionar el discurso de N abu en la pequeña casa de los Aballay, donde instaura una nueva geografía con fronteras imaginarias que separan lo prohibido: paredes que no existen, pero que no pueden franquearse; pasillos y carteles que deciden cuál es el camino que la familia debe recorrer. Sin embargo, las fisuras de este orden artificial empiezan pronto a verse, pues el mundo natural se rebela: todos los gatos del pueblo durante la noche enloquecen con sus lamentos a los Percusionistas. Un grito de dolor: la voz natural del que reclama. (La voz de las madres que piden justicia en un viejo noticiero). En la novela, el grito desata la guerra: Nabu dispara su arma, acalla el grito y refuerza la ofensiva con un monstruoso perro atento a las directivas de su amo. Comienza el viejo juego de la guerra: ataque y defensa, avances y retrocesos. Enroques ocultos. El grito silenciado deviene silencio organizado. Los Aballay deciden resistir en la conservación de su historia familiar, saben que su identidad está resguardada en la fuerza de la memoria colectiva. Las imágenes del pasado se restablecen en la reconstrucción — fragmentaria y dinámica— del álbum familiar que Nabu ha requisado. Los Aballay han perdido las fotos y deben 241 Mónica Bueno recordarlas. El relato, sin embargo no tiene lenguaje. Es necesario inventar uno: Los idiomas nacen solos, por necesidades extremas. Cuando algo necesita ser nombrado, el primer sonido que surja ya le corresponde, ya está la palabra. Las cosas entran en lo real buscando la palabra (75). Entonces los Aballay van creando lentamente un complejo sistema, cuyos signos son los sonidos de las cucharas y los tenedores. El abuelo registrará cada nueva palabra y construirá el diccionario y la gramática. Las derrotas del viejo lenguaje, las palabras se vacian; se pierden, mueren y, casi al mismo tiempo, renacen en gestos y sonidos. En el nuevo nombre reaparecen las formas de la vida del pasado, se recupera la propia identidad. El sentido de libertad que implica decidir la manera de representar el mundo — de construir una imagen propia en un lenguaje propio— inserta la utopía. (Sabemos que una de las condiciones de la utopía para desplegar su condición crítica de “m undo al revés” es la construcción de una lengua hecha con restos de la lengua del lugar que se ataca). Es por eso que el silencio de los Aballay — y que Nabu traduce como aceptación— es un grito de lucha que se articula en los gestos de los cuerpos, en los golpes diminutos de las cucharas. La quema de los libros, la orden de aprender a hacer papirolas; los discursos ejemplarizadores de las conductas son las estrategias de Nabu para clausurar el mundo de los Aballay. Esta tensión entre dos lenguajes no sólo remite a la Dictadura Militar, sino que despliega escenas futuras. N o sólo fuim os víctim as de “derechos y hum anos”, sino que, también, tuvimos la obligación nacional de darnos cuenta de lo fácil que era pertenecer al primer mundo, un merecimiento que se nos debía. Me pregunto: ¿Cuánto de los Aballay o cuánto del percusionista pusimos en juego durante la última década? ¿Aceptamos la lengua de un Leviatán posmoderno que nos decía que pacificar era olvidar y que la narrativa de la patria era un texto arcaico y desterrado, o resistimos a sus designios como Casandras desmelenadas y elegimos nuevas músicas para contar nuestro relato? El vuelo del tigre nos inquieta hoy mucho más, porque muestra con eficacia el programa de la resistencia; porque insiste en la fuerza de la utopía y porque nos enseña una de las caras del Estado e instala el debate. La muerte y el exilio precipitan el desenlace del relato. El asesinato del Cholo y la confinación del anciano en el patio de la casa conjugan una fractura que parece marcar el final de la familia. Sin embargo, el viejo logrará la forma perfecta de la liberación. El mundo natural ofrece significaciones que el anciano reconoce y sobre ellas adquirirá un saber y una técnica que, finalmente, llevará al tigre por los aires, lejos de la casa, lejos del pueblo. El 242 Las huellas del futuro: Literatura y utopía happy end de la novela tiene, sin embargo, una vuelta de tuerca en la construcción del futuro: Tenemos que hacer un cerco que no sea cerco, de modo que el tiempo no se quede ahí encerrado, porque el tiempo es muy largo y contiene todas las migraciones. El tiempo tiene que poder ir y volver como los pájaros (175). Sabemos que la cita dice verdad. Sabemos que si el cerco que no es cerco no se construye y mantiene con la memoria — con la ley reparadora, con la fuerza de la justicia y de la equidad— sabemos, sin duda, que el tiempo vuelve y regresan las zonas más terribles y perversas de ese pasado. Toni Negri decide su vuelta desde el exilio a Italia en 1997 para ser encarcelado. S u decisión la explica así: “V olver a Italia, volver a la cárcel: ¿por qué? Para imponer a través de la fuerza de un acto de testimonio que, aun siendo personal, era también colectivo — la necesidad ahora ineludible— de una solución política al drama que desde hace veinte años se anuda en torno a las políticas de los años 70” (17). Héctor Tizón nació el 21 de octubre de 1929 en Yala, provincia de Jujuy. E s abogado, periodista, diplom ático, exiliado y “regresado”, com o a él le gusta decir. En La casa y el viento, novela del exilio, Tizón nos propone la crónica de los últimos días de un hom bre que decide irse. “D esde que m e negué a dorm ir entre violentos y asesinos”, nos dice al principio del relato, representación literaria de su propio exilio, de las causas y las consecuencias. El viajero se demora en el tránsito hacia la frontera, porque tiene el propósito de poner a salvo su identidad mediante la fuerza de la memoria. El conjuro se puede llevar a cabo si se observan con cuidado las imágenes que se abandonan, si se escucha el relato de los que se quedan. La novela es el retazo de la biografía de un hombre que se va y que decide su identidad en la memoria de la identidad colectiva y, desde el exilio, escribirá ese registro minucioso. El viajero de Tizón amplifica y completa la escena primera y fundante del que debe irse de esta tierra: la escena del Facundo de Sarmiento. Cuerpo y letra se conjugan en una representación de la tragedia de la partida. El exiliado se aleja herido y golpeado en el Facundo. La marca en el cuerpo muestra las formas de la barbarie; la cita en francés pone en evidencia al provinciano culto y la ignorancia del tirano. En La casa y el viento, el narrador también debe alejarse, pero, en ese recorrido, descubre la forma de la resistencia. En uno y en otro, la escritura tiene la fuerza del combate. En los dos textos, el enlace entre las heridas en los cuerpos y las huellas de la escritura dibuja el borde del exilio. Mientras la cita en francés de Sarmiento es la evidencia de una paradoja del siglo pasado que la mala traducción confirma 243 Mónica Bueno — ya que la lengua extranjera es la lengua del letrado que debe construir la literatura nacional— en el relato de Tizón, la lengua propia del relato colectivo se hará escritura en el tiempo del destierro. En Las armas y las razones — un libro escrito en el exilio mexicano— Noé Jitrik muestra, desde el principio, su condición de exiliado que se hace condición de la escritura. En esa figura se dibuja una línea de fuga entre el cuerpo lejos de su lugar, forzosamente alejado, y la palabra que se acerca, que busca la forma del enigma. Jitrik señala al principio del libro “el exilio es una cuerda que se estira y se estira y el cuerpo, que lo soporta, da siempre un poco m ás” y, agrega, “gracias a que salí de la Argentina (...) pude tomar distancia y pensar ciertas circunstancias de mi país que allí, por mis propias limitaciones y pasiones, no había logrado siquiera encarar” (15). Entonces, la resistencia: “sentir que un país es nuestro, porque es nuestro su sentido, sentir que un continente nos importa, porque sus imágenes no se nos pueden expropiar, aunque nos pongan en las orillas del goce efectivo de la propiedad de los bienes terrenales” (16). El narrador de la novela de Tizón también lo sabe Este será, al menos en mis apuntes, el testimonio balbuceante de mi exilio; pero quisiera que lo fuese también de mi amor a esta tierra y a los hombres, a mis vecinos en los días en que se acobarda, aterroriza y mata (...) el testimonio de alguien que en un momento se había puesto al servicio de la desdicha, que ahora huye, pero anota y sabe que un pequeño papel escrito, una palabra malogra el sueño del verdugo (14). Sin embargo, la experiencia del exilio es intransferible. La figura del que se va es un fantasma que asalta el presente no sólo para aquéllos que son arrojados fuera de las fronteras geográficas, sino, también, para quienes viven un exilio más sutil y degradado, que vacia la memoria, que destruye la narrativa de una nación; que nos deja a la intemperie, excluidos de las formas epifánicas de la patria. Volver es, entonces, dibujar otra vez el mapa propio; reconocer las borraduras y saber que se regresa a una tierra arrasada, pobre y mínima y, como el viajero de Tizón, entonces, tomar la decisión de contar otra vez la historia. En el diseño de estas escenas literarias encontramos zonas de legibilidad de la utopía, entendida como “función” que se despliega en el concepto de lo todavía-no, de lo aún no acontecido, como lo desarrollara Ernst Bloch en el Principio Esperanza (1980). La utopía, entonces, se convierte en dimensión antropológica esencial que está siempre en trance de realización. De lo que se trata es de categorizar ese gigantesco ámbito de lo 244 Las huellas del futuro: Literatura y utopía que todavía-no-ha-llegado-a-ser. Es ahora, en la situación presente — dice Bloch— cuando nos encontramos con los presupuestos económicosociales necesarios para una teoría de lo todavía-no-consciente. La función utópica — prosigue Bloch— es la actividad del presentimiento de la esperanza. El contenido histórico de la esperanza, representado primeramente en imágenes, indagado enciclopédicamente en juicios reales, es la cultura humana referida a un horizonte utópico concreto. La literatura, como señala Eduardo Grünner, en “su estructura de ficción articula una verdad que se puede leer entre líneas” (1992:1). Es en este sentido, que participa de esa suerte de anticipación cultural que reclamaba Bloch, que excede la ideología en la situación concreta, es decir, les da nada menos que el “sustrato de la herencia cultural”. En toda gran expresión de la cultura humana — según Bloch— existe un “espíritu de la utopía” e, incluso, en el seno mismo de las ideologías existe un excedente susceptible de ser recogido: “L a función utópica arranca los usos de la cultura humana de este lecho corrompido de la mera contemplación; y abre así, desde cumbres verdaderamente escaladas, la visión no falseada ideológicam ente del contenido de la esperanza hum ana” (234). La literatura es un reducto privilegiado de esa dimensión utópica y, como tal, reclama de sus lectores el ropaje de Rafael Hithloday — el viajero portugués de Tomás Moro— por lo m enos, lo que la etim ología de su nom bre significa “expertos en sinsentidos”, es decir, buscadores de sentido futuro. Universidad Nacional de Mar del Plata* CELEHIS (Centro de Letras Hispanoamericanas) Balcarce 4066 Mar del Plata (7600) Argentina mbuenomdp.edu.ar 245 Mónica Bueno BIBLIOGRAFÍA ADORNO, Theodor W. Minima Moralia. Taurus: Madrid, 1999. BLOCH, Ernest. El Principio Esperanza. Madrid: Aguilar, 1980. CHABOD, Federico. La idea de nación. F.C.E.: México, 1997. FERNÁNDEZ BRAVO, Álvaro (comp.). La invención de la nación. Buenos Aires: Manantial, 2000. GRÜNER, Eduardo. “L iteratura y utopía, la m utua seducción”, en La hoja del Rojas, año V Nº 36 (mayo): Centro Cultural Ricardo Rojas, 1992. HOBBES, Thomas. Leviatán, Tomos I y II, Buenos Aires: Losada, 2003. 12. 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Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2000. 246 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (247-258) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html LA ANAMORFOSIS EN LA OBRA DE SEVERO SARDUY Anamorphosis in the work of Severo Sarduy Valeria de los Ríos* Para estudiar el Barroco,1 el escritor cubano Severo Sarduy (19371993) estableció una comparación con la ciencia. Tomando como modelo la Estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn, Sarduy desarrolló un sistema propio que no pretende ser científicamente riguroso, sino, más bien, generar un análisis netamente visual o figurativo. En su ensayo titulado Barroco, el escritor cubano asegura que el paradigma de este periodo histórico surge por la oposición entre dos formas claramente definidas: el círculo de Galileo y la elipse de Kepler. El sistema geocéntrico de Ptolomeo (cosmología prebarroca) que se mantiene casi intacto hasta Copérnico, consiste en un modelo de esferas concéntricas en el que la tierra ocupa el lugar central. L a llam ada “R evolución C opernicana” no es una transformación de carácter epistémico, sino que consiste, simplemente, en un cambio de eje: la tierra es desplazada por el sol como centro del sistema. El modelo no se reforma ni se subvierte, solamente se modifica, movimiento que el cubano identifica con el tropo retórico de la metonimia. En contraste, el modelo de Kepler (la cosmología barroca por excelencia) constituye un cambio radical. En él, el centro se ha duplicado (desdoblado) y el círculo se ha transformado en una elipse. El antes centro único, irradiante, luminoso y paternal (sol), ha sido reemplazado por un doble centro que opone al foco visible uno igualmente real, pero obturado, muerto, 1 José Antonio Maravall (2000) define el Barroco como un periodo histórico que surge alrededor del siglo XVII por la crisis económica, los trastornos monetarios, las guerras, el fortalecimiento de la propiedad agraria señorial y el empobrecimiento de las masas, que crean un sentimiento de amenaza e inestabilidad en la vida social y personal, dominada por las fuerzas represivas de la monarquía absoluta. Foucault (1997) d escrib e este p erio do co m o “el tiempo privilegiado del trompe-l’œ il, de la ilusión cómica, del teatro que se desdobla y representa un teatro, del quid pro quo de los sueños y de las visiones; es el tiempo de los sentidos engañosos; es el tiempo en que las metáforas, las comparaciones y las alegorías d efin en el esp acio po ético d el len gu aje” (1997:58). Aunque también se lo ha utilizado para nombrar un estilo que atraviesa periodos históricos, la noción de Sarduy del Barroco está fuertemente conectada con su origen histórico y epistemológico. Valeria de Los Rios como si se tratara de su punto ciego.2 E l descentram iento es la “perturbación” del círculo que producirá consecuencias teológicas, espaciales y culturales. La anamorfosis puede ser ubicada claramente dentro del paradigma barroco. Tal como la elipse es una perturbación del círculo; la anamorfosis3 es una perversión de la perspectiva y de su código que es la vista de frente (Sarduy 1220). La perspectiva o costruzione legítima es el sistema matemático desarrollado en el Renacimiento para la representación de un espacio tridimensional en una superficie bidimensional. La anamorfosis no se relaciona con la perspectiva en su sentido clásico, sino, más bien, con su aspecto más fantástico y absurdo: constituye una inversión y un descentramiento de los principios de la perspectiva pictórica, sin negarlos, utilizándolos para crear un efecto perturbador que deforma la imagen. Para explicar la anamorfosis, Sarduy recurre a Galileo, quien describe así esa clase de imágenes: Esas pinturas que, consideradas de lado y desde un punto de vista determinado, nos muestran una figura humana, pero están construidas siguiendo una regla de perspectiva tal que, vistas de frente, como se hace natural y comúnmente con las otras pinturas, no dan a ver más que una mezcla confusa y sin orden de líneas y de colores, donde con mucha aplicación se puede formar la imagen de ríos y de caminos sinuosos, de playas desiertas, de nubes y de extrañas quimeras. (Barroco 1219). Para Galileo, las anamorfosis resultan extrañas e incomprensibles. Más aún, ellas exigen del espectador un m odo de ver “antinatural” que se opone a la tradicional contemplación del arte. En contraposición a la visión del científico pisano, Sarduy celebra el efecto barroco de la anamorfosis, transformándolo en un objeto de estudio y en una figura retórica que ocupará un lugar central en su proyecto poético. 2 A partir de este análisis del Barroco, Sarduy establece una relación con el psicoanálisis, donde el “p u n to ciego ” o cup a el lu gar del in co n sciente. 3 Según Jurgis Baltrusaitis (1977), la anamorfosis es mencionada por primera vez en el siglo XVII. B altru saitis afirm a q u e la an am o rfo sis, “in stead o f red u cin g fo rm s to th eir visib le lim its, it projects them outside themselves and distorts them so what when viewed from a certain point they return to no rm al” (I). (En lugar de reducir las formas a sus límites visibles, las proyecta fuera de sí mismas y las distorsiona, de modo que cuando son vistas desde cierto punto, retornan a la normalidad). La traducción es de mi responsabilidad. 248 La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy LAS EMBAJADAS DEL BARROCO Sarduy elabora su concepto de anamorfosis a partir del análisis de la emblemática pintura Los embajadores (1533) de Hans Holbein, el joven (1497/8-1543), obra que fue ampliamente analizada por el autor en La simulación, un ensayo de 1982. La pintura — que fue realizada durante la estadía de Holbein en Inglaterra— representa a dos embajadores franceses: Jean de Dinteville, seigneur de Polisy (1504-1565), y Georges de Selve, obispo de Lavour (1509-1542). Ambos personajes aparecen retratados a tamaño natural, parados frente a una mesa sobre la cual se extiende un paño oriental. Detrás de ellos cuelga una cortina de seda. El piso es de mármol y sus decoraciones son una reproducción de los mosaicos de la abadía de Westminster. Los objetos sobre la mesa han sido escogidos cuidadosamente: arriba, un globo celeste, instrumentos astronómicos, un libro, un cuadrante solar. Abajo, un globo terrestre, una escuadra, un compás, un laúd y dos libros: L ’A rithm étique des M erchands de Petrus Apianus (Ingelsatdt, 1527) y Gesangbüchlein de Johann Walter (Wittemberg, 1524) abiertos en un coral de Lutero. En la esquina izquierda aparece suspendido un objeto extraño, flotando sobre el suelo. De frente, parece un hueso o una concha marina; pero, en realidad, se trata de una distorsión visual, de una anamorfosis de un cráneo humano. Jürgis Baltrusaitis explica: All the objects have a symbolic value and relate to the quadrivium of the liberal arts: arithmetic, geometry, astronomy, music. But some of them are at the same time themes of perspective, often described in books. (… ) The still-life mounted on shelves between the two am b assad o rs b rin gs to m ind a list o f co ntents in an artists‟s m an ual, and the treatment of the skull is like a practical application of the anamorphic procedures often taught in such books. The painting is a systematic study and a demostration of perspective in all its forms and at the same time an allegory of the Arts and Sciences (… ). (1977:93)4 Baltrusaitis añade que el misterio de Los embajadores se revela en dos actos. Acto primero: se produce cuando el espectador entra por la puerta 4 Todos los objetos tienen un valor simbólico y se relacionan con el quadrivium de las artes liberales: aritmética, geometría, astronomía, música. Pero algunos de ellos son al mismo tiempo in stru m en to s d e la p ersp ectiva co m ú n m en te d escrita en lo s lib ros (… ) L a n atu raleza muerta ubicada en los estantes que están entre los dos embajadores trae a la mente la lista de contenidos de un manual de artista. El tratamiento de la calavera es una aplicación práctica de los procedimientos anamórficos comúnmente enseñados en esos libros. La pintura es un estudio sistemático y una demostración de la perspectiva en todas sus formas y, al mismo tiempo, una alego ría d e las artes y las cien cias (… ) La traducción es de mi responsabilidad. 249 Valeria de Los Rios principal (National Gallery, Londres) y se encuentra a cierta distancia de los dos nobles. Se maravilla por el despliegue de lujo y de realismo en la pintura. De repente, nota un extraño objeto a los pies de los retratados. El visitante se acerca para tener una vista más cercana. Mientras avanza, la escena se vuelve cada vez más realista; pero, al mismo tiempo, el objeto extraño se torna cada vez más enigmático. Desconcertado, el espectador decide salir de la sala por la puerta de la derecha, la única abierta, y es ahí cuando se produce el segundo acto. Cuando entra a la habitación contigua, se vuelve hacia atrás para echar un último vistazo y, en ese momento, todo se aclara: en vez del esplendor humano, ve la calavera, símbolo de la muerte, del final. (1977:104-105). Sarduy, por su parte, interpreta la figura anamórfica como un típico motivo barroco: la Vanitas que simboliza la brevedad de la vida humana y recuerda la fugacidad de los placeres y logros mundanos. Con ello, el cubano establece un nexo explícito entre la anamorfosis y la alegoría: Falacia de la imagen y futilidad de las embajadas. Lo que preside y se superpone en el primer plano de los retratos y de los emblemas — la naturaleza muerta astronómica y musical— , la calavera, es el símbolo de lo impermanente y efímero de su misión, la muerte que la clausura en lo ilusorio de toda representación. La simulación (1275). En la figura de la calavera, entonces, es donde se produce el cruce perfecto entre la anamorfosis y la alegoría: se trata, a la vez, de una deformación visual y de sentido. El espectador es instado a hacer una doble lectura: por un lado, debe trasladarse espacialmente y descubrir la figura oculta y, por el otro, interpretar alegóricamente el significado que esta encierra. S e trata, com o dice S arduy, de una “lectura” m arginal que perm ite al sujeto acceder a un segundo sentido. Esta aseveración supone la existencia de un segundo acercamiento que sólo se produce mediante el desplazamiento oportuno del observador/lector. Tanto la alegoría como la anamorfosis constituyen el soporte del Barroco. Según Sarduy, ambas figuras ejecutan una desestabilización del sistema imperante, del mismo modo que la elipse de Kepler transforma el m odelo circular del universo: “M ás que la anulación del sistem a, la anamorfosis logra su desajuste sistemático y ello — hay que insistir— utilizando los m edios del código definido com o regulador” (B arroco 1220). E l código regulador aquí referido es el de la perspectiva. En su libro de poemas Un testigo perenne y delatado (1993), el soneto ecfrástico “A legoría de H olbein” que da título al opúsculo, S arduy tem atiza y describe la anamorfosis en la pintura de Holbein 250 La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy Un testigo perenne y delatado, depuesto ya el disfraz y la ceguera simulada, se entrega. Lo que espera revela su dibujo de costado. De frente es garabato alambicado, hueso de jibia, nave estrafalaria que enseña su figura funeraria al que se va despacio y descuidado. El cartílago seca y resquebraja bailando al son de la orquestica muda sin fanfarria que anuncie los conciertos. Flores letales tejen su mortaja. La granizada fue de azufre. Y ruda la danza de los vivos y los muertos. Un testigo perenne y delatado (219). La imagen no puede ser interpretada con claridad si se m ira “de frente” y sólo “se entrega” al que la m ira “de costado”. S e ensayan varias hipótesis sobre lo representado — hueso de jibia, nave estrafalaria— pero la alegórica “figura funeraria” sólo se percibe al desplazarse, es decir, cuando se cambia el punto de vista. Al final del soneto, se hace hincapié en la danza macabra en la representación en que vida y muerte conviven en dos regímenes de perspectiva que se excluyen mutuamente. En La simulación hay una referencia explícita al “lector de la anam orfosis”, a quien se relaciona con el analista en la práctica psicoanalítica.5 Esta alusión encierra cierta tendencia de Sarduy a textualizar lo visual, probablemente influenciada por el trabajo de teóricos franceses contemporáneos a él. La lectura barroca de la anamorfosis se produciría mediante dos movimientos contiguos: el primero, una asimilación de lo visto a lo real; y el segundo, un alejamiento y especificación del objeto, que conlleva una crítica de lo figurado y una desasimilación de lo real. La conclusión del autor cubano respecto a Los embajadores es la siguiente: Ni concha ni cráneo — meditación sin soporte— ; sólo cuenta la energía de conversión y la astucia en el desciframiento del reverso — el otro de la representación— ; la pulsión del simulacro que en Los Embajadores, 5 Sarduy cita los Écrits de Jacques Lacan para confirm ar esa an alo gía: “S u acció n terap éu tica, al contrario, debe ser definida esencialmente como un doble movimiento gracias al cual la imagen, al comienzo difusa y rota, es regresivamente asimilada a lo real, para ser progresivamente desasimilada de lo real, es decir, restaurada en su realidad p ro p ia” (La simulación, 1275). 251 Valeria de Los Rios emblemáticamente, se desenmascara y resuelve en la muerte. La simulación (1276). La anamorfosis aparece, entonces, como alegoría, artificio y como simulacro: una crítica interna al sistema de la perspectiva, que implica una racionalización de la mirada y la jerarquización de las figuras del espacio y la realidad objetiva. La anamorfosis se funda sobre la existencia de una “perspectiva secreta” que funciona m arginalm ente y que pervierte esa legitimidad establecida por la perspectiva. De ahí que, establecida en principio com o una m era “curiosidad técnica”, la anam orfosis produjera conmoción, llegando incluso a ser relacionada con las ciencias ocultas y con teorías que promovían la duda en relación a la realidad (Baltrusitis). En el caso específico de Los embajadores, la figura anamórfica alude a la muerte, como el reverso de la representación satisfecha y orgullosa de los diplomáticos franceses. EL ESPEJO EN LA LITERATURA Para Sarduy, el ejemplo clásico del barroco en literatura es la poesía gongorina. En los poemas de Luis de Góngora (1561-1627), Sarduy observa una “ocultación teatral” de un térm ino en favor de otro. E l trabajo de D ám aso Alonso con las Soledades sería, pues, para Sarduy, el de la iluminación de ese lado oscuro y obturado6, propio del Barroco. En sus Relecturas, Roberto González Echavarría afirma que el Barroco fue el arte de la C ontrarreform a, “el cortocircuito hispánico entre el hum anism o renacentista y el siglo de las luces” (1976:130), que reduce la ideología y la conciencia individual a un dogma. El ejemplo representativo de la escritura neobarroca — según Sarduy— es Lezama Lima, quien multiplica el artificio ilimitadamente y con su uso de falsas citas y de injertos de otros idiomas, revela la ausencia de un centro único y armónico (Barroco 1253). Para Lezama, el Barroco es el primer movimiento artístico latinoamericano. Este se caracteriza por ser un estilo “revolucionario por su m arginalidad cultural y geográfica” (1976:130), ya que sus grandes manifestaciones se dan en España (ya en decadencia), en Italia y en América; es decir — en palabras de González Echavarría— “en la periferia de O ccidente” (1976:130). L a literatura de Sarduy se vincula al Barroco a través de la visualidad. González Echavarría afirma: 6 La figura retórica de la elipse sería para Sarduy la supresión o represión de un contenido desagradable (Barroco, 1235). 252 La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy Al regresar al barroco, los escritores neobarrocos persiguen, precisamente, cerrar la escisión, reducir la ideología humanista y burguesa a exterioridad. En las obras de Lezama y Sarduy, sobre todo, esa ideología será fijada textualmente, quedará reducida a algo visual y pictórico. (1976:131) En Gestos (1963), su primera novela, Sarduy confiesa seguir el modelo pictórico7, aparentemente compensando su textualización de la imagen con un acercamiento visual a la literatura. En De dónde son los Cantantes (1967), Sarduy obliga al lector a adoptar diversas perspectivas: las continuas metamorfosis de Auxilio y de Socorro a través del relato constituyen una opacidad que puede ser aclarada sólo si el lector abandona la perspectiva única y asume la multiplicidad como única opción. En su poesía, Sarduy experimenta con la figura de la anamorfosis. Esta aparece como una forma de lectura (encontrar el “sentido” del texto exige al lector un cam bio de perspectiva) y como figura ecfrástica encarnada en el espejo. En las décimas de Un testigo fugaz y disfrazado (1985), el empleo de esta forma poética para tratar este tema barroco es significativo, porque, con ella, se extiende un puente entre la tradición europea y la latinoamericana; es decir, se establece un nexo explícito, visual y estilístico, entre el barroco y el neobarroco.8 En La ruta de Severo Sarduy (1987), González Echavarría sostiene que la décima es la estrofa preferida de la poesía campesina cubana. Sarduy trabaja específicamente la espinela que, según el crítico cubano, encarna al barroco “populachero” y juguetón.9 Sin embargo, al tratar la anamorfosis, las décimas de Sarduy mezclan el ingenio de la técnica poética con constantes referencias a la muerte Cuerpo con cuerpo: las pieles se aproximan y se alejan entre espejos que reflejan 7 “L a p lan ta eléctrica q u e d escrib o , p o r ejem p lo , es u n V asarely y luego un Soto; los muros son Dubuffet. Esos gestos no son, como se ha dicho, movimientos de gente que habla o, al menos, no son únicamente movimientos de manos, sino pintura gestual. El arte me sirvió de intermediario co n la realid ad … ” (C itado en Relecturas de González Echavarría 1976:151). 8 El propio Sarduy define el neobarroco como el reflejo estructural de un deseo que no puede alcanzar su objeto, como la incertidumbre de un saber que sabe que no está cerrado sobre sí mismo y como un arte del destronamiento y la discusión. 9 “E l so n eto y la d écim a n o tien en p o r qu é ser serio s o so lem n es, y n o lo fu ero n en el B arro co . Pero la décima, por su historial en Cuba, por estar hecha de versos de arte menor (octosílabos), y por ser, en fin, más breve, se presta más a la ligereza. Las décimas son más aptas para el alarde de ingenio, más dadas al concepto gracianesco breve y agudo, con frecuencia cómico, al desp liegu e d e d estreza técn ica”. La ruta de Severo Sarduy (225). 253 Valeria de Los Rios su deseo. No develes la imagen — esos laureles fenecen— ; no te aconsejo confiar en ese reflejo, porque ese doble perverso te revelará el reverso: hueso con hueso: pellejo. Un testigo fugaz y disfrazado (211). El espejo produce una imagen perversa de la que se debe desconfiar. Si bien en el Barroco se tiende a la visualidad y a la duplicación en lo que Christine Buci-G lucksm ann (1994) ha denom inado una “locura de ver”, el sentido de la vista siempre se pone en duda. En estas décimas, el motivo barroco de la Vanitas queda inscrito en la mención al espejo y en la referencia a la muerte como su reverso.10 La muerte es presentada en su versión más corpórea, com o el destino final de la carne: “hueso con hueso, pellejo”. El espejo convexo típico del Barroco es mencionado asiduamente por Sarduy en las décimas. Como en el famoso autorretrato manierista del pintor Francesco Parmigianino (1503-1540) — celebrado por John Ashbery en su poema de 1975— Sarduy se sirve de la alusión a este tipo de espejos para describir el truco visual: En la sed y en el alivio de la sed crepuscular, en la honda noche insular sobre el mío tu cuerpo tibio. Silencioso, especular de simetría, el guarismo de mirada, voz y sexo en la alquimia de lo mismo: como al revés o en abismo en un espejo convexo. Un testigo fugaz y disfrazado (215). El problema de la simetría o del reflejo de lo mismo es expresado comparativamente con una visión en el espejo. Los cuerpos de los amantes se asemejan, de ahí que se los compare con un espejo. La décima como forma elegida para el poema también es significativa, puesto que es, en sí misma, una figura especular formada por dos cuartetos unidos en el medio por dos 10 En el soneto “P ágin a d e u n d iario ” d e Un testigo fugaz y disfrazado (1993) también se vincu la la m u erte a lo s esp ejo s: “… No es la muerte / lo que derrumba con su hachazo — fuerte /así es el hombre— , sino el tu rb io esp ejo / q u e n o s tien d e” (23). 254 La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy versos aparentemente sueltos. Estos dos versos que conectan a los cuartetos reproducen la rima de estos (especular/crepuscular-insular, guarismo/abismomismo); pero no reproducen la rima del verso inmediatamente anterior o posterior directamente, emulando formalmente una especie de anomalía visual o deformación especular. La mirada a la que se refiere el hablante en el poema no es simple ni directa, sino com pleja: se m ira “al revés” o “en abism o”, aludiendo a la superposición de un espejo frente a otro. La estructura en abismo es reproducida también en esta décima, en que los dos versos conectores, sí, reproducen como espejo la rima del verso que lo antecede y sucede respectivamente (convexo/sexo y flujo/lujo): Sin otra razón o nexo que el anudar dos estratos, aparecen los retratos en un espejo convexo. Desnudos. Manos y sexo Se prolongan en un flujo de líneas. Mas ese lujo de detalles complicado revela, visto de lado, el dibujo en el dibujo. Un testigo fugaz y disfrazado (216). Los amantes son reflejados en un espejo que los alarga y desfigura. En esta décima, Sarduy introduce el tem a de “la lectura de anam orfosis” que se produce com o lo “visto de lado” que “revela” una estructura secreta; en este caso, la estructura en abism o o “el dibujo en el dibujo”. L a m irada oblicua es la única capaz de recomponer los signos deformados a la posición frontal, como en esas anamorfosis circulares descritas por Baltusaitis, en que el reflejo reestablece las tres dimensiones de la perspectiva tradicional. Olimpia González analiza de este modo esta décima de Sarduy: Las superficies planas de los cuadros se reflejan en el espejo convexo — que también puede ser la retina del ojo— , y eso las hace perder su naturaleza plana, frontal. Para observarlos en el abrazo, formando una unidad, el espectador debe correrse a un lado, hacia el ángulo que le permita obliterar la distancia entre los dos cuerpos (… ) (1995:150). ¿Pero qué es ese núcleo misterioso que debe ser descifrado? Si bien en el soneto sobre el cuadro Los embajadores Sarduy se centra en la figura de la calavera como aquello que permanece ilegible visto de frente, pero que — de 255 Valeria de Los Rios lado— se manifiesta como una alegoría de la muerte, ¿qué es en definitiva lo que oculta la anamorfosis en estas décimas? El ocultamiento parece estar ligado al contacto sexual explícito de los amantes. El Barroco es, paradójicamente, el período de la Contrarreforma; pero, al mismo tiempo, es una época en que se vuelve al cuerpo.11 En contraste con el Renacimiento — en que, según palabras de M artín Jay, el “deseo ocular” desaparece en favor de un ojo absoluto y descorporizado del espectador, cartesiano de la perspectiva renacentista— el Barroco posee una cualidad táctil. Más aún, la anamorfosis recupera el cuerpo del espectador quien debe desplazarse para percibir la imagen distorsionada de manera clara. La poesía neobarroca de Sarduy vuelve también al cuerpo, incorporándolo de manera cifrada. El deseo experimentado por los amantes no se puede contemplar directamente en el “óvalo azogado” que los refleja. V istos frontalm ente, sólo pueden percibirse como una amalgama confusa que los aprisiona. En cambio, la vista de lado, aunque voyerista, los libera: De frente no: se confunden los rasgos y la figura que en la doble arquitectura forman los cuerpos que se hunden en el espejo. Difunden en el óvalo azogado el finísimo entramado del deseo. Esa madeja, que apresa más que refleja, libera, vista de lado. Un testigo fugaz y disfrazado (216). Pero en esta liberación también es posible encontrar un elemento alegórico: el desplazamiento permite acceder, por primera vez, a la imagen de los amantes abrazados; esos amantes incógnitos, conscientemente obliterados por la mirada tradicional. Se trata, específicamente, del amor homosexual; de ahí la centralidad del espejo como objeto duplicador. La simetría de los cuerpos reflejados en las décimas está dada precisamente por la presencia de dos cuerpos del mismo sexo. La poesía de Sarduy incluye la temática homosexual a partir de la figura barroca de la anamorfosis. Con este gesto neobarroco, el hablante de los poemas manifiesta su subversión de manera 11 M artin Jay afirm a: “E n realid ad , el d eseo , tan to en su forma erótica como en su forma metafísica, recorre todo el régimen escópico barroco. El cuerpo retorna para destronar a la mirada desinteresada del espectador cartesiano descorporizado” (2003:237). 256 La anamorfosis en la obra de Severo Sarduy performativa: reafirma la existencia de una matriz heterosexual,12 al mismo tiempo que la critica. Como la anamorfosis, el sistema imperante no se niega, pero sí se cuestiona. Con ello, se obliga al espectador/lector no sólo a percibir diferencia, sino que a intentar descifrarla. La restitución visual de la figura anam órfica constituye una “liberación” en el poem a. E n estas décim as de Sarduy, el juego barroco se manifiesta como codificado, en el límite entre el decir y no decir, entre la clausura de la obra de arte y la referencia a un afuera que no se percibe directamente, sino sólo como un reflejo en el espejo. Universidad Diego Portales* Instituto de Humanidades Vergara 210, Santiago - Chile [email protected] 12 A partir de la noción de performativos formulada por J. L. Austin, Judith Butler define la id en tificació n sexu al co m o un a p ráctica o b ligato ria qu e d eno m in a “m atriz h etero sexu al”. E n “Im itatio n an d G en d er In sub o rdin ation ” (1990) so stien e: “gen d er is a kin d o f im itatio n fo r w h ich th ere is no o rigin al” (21 ) (El género es una suerte de imitación para la que no hay un original). E n ese sen tid o , la h etero sexu alid ad d eb e ser en ten did a co m o “co m p u lsive an d co m p u lso ry rep etitio n th at can o n ly p ro du ce th e effect o f its o w n o rigin ality” (2 1 ) (una repetición compulsiva y obligatoria que sólo puede producir el efecto de su propia originalidad). 257 Valeria de Los Rios BIBLIOGRAFIA BALTRUSAITIS, Jurgis. Anamorphic Art. New York: Harry N. Abrams, Inc. Publishers, 1977. BUCI-GLUCKSMANN, Christine. The Baroque Reason. London, Thousand Oaks, New Dehli: Sage Publications, 1994. BUTLER, Judith. “Im itation and Gender Insubordination”. Gender Trouble: Feminism and Subversion of Identity. New York and London: Routledge, 1990. GONZÁLEZ B ., O lym pia. “D el C uadro a la M irada por el C uadro: Aproximación a unas Décimas de Severo Sarduy”. Puente Libre. México. Nos 5-6 Verano. 147-151. 1995. GONZÁLEZ Echavarría, Roberto. Relecturas: Estudios de Literatura Cubana. Caracas: Monte Ávila, 1976. _______ La ruta de Severo Sarduy. 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A continuación, sin perder de vista la novela como unidad estética, analizaré el texto bajo los aspectos siguientes: — En primer lugar, el cine es símbolo de la globalización: gracias a las grandes distribuidoras, las mismas películas se ven en diversos puntos del mundo, creando un trasfondo cultural com ún y un cierto “im aginario colectivo”, si es lícito em plear la expresión en este contexto; — En segundo lugar, funciona como medio de percepción de la realidad: si Hollywood significa globalización veremos cómo los primeros años del sismólogo Beltrán Soler — protagonista de esta novela— están inmersos en ella por las circunstancias que rodean su vida; — Y, en tercer lugar, actúa a modo de proyección de la situación personal del protagonista guiándonos a través del periplo de su familia y mostrando el im pacto causado en ella por el choque entre “lo global” y “lo local”. Si bien es cierto que podemos observar momentos en la historia con m ayor tendencia a la “globalización ” 1 (el Helenismo con Alejandro, la koiné 1 A cerca d e la co m p lejid ad d el co n cep to d e glo b alizació n, R o b ertso n afirm a q u e “A n y attem p t to theorize the general field of globalization must lay the grounds for relatively patterned discussion of the politics of the global-human condition, by attempting to indicate the structure of any viable discourse about the shape and meaning of the world-as-a-w h o le.” (1990: 17) (“T o d o in ten to d e teo rizar el cam p o gen eral d e la glo b alizació n debe abrir el camino a una discusion estructurada acerca de la política de la condición humana global, tratando de mostrar la estructura de cualquier discurso viable acerca de la forma del mundo como un to do ”). “T h e co n cep t o f glo b alizatio n p er se sh ou ld be applied to a particular series of developments concerning the concrete structuration of the world as a whole (...). It has to be focused upon the production and reproduction of ´the world` as the most salient plausibility stru ctu re o f o u r tim e”. (“E l concepto de globalización en sí debería ser aplicado a uina serie de desarrrollos relativos a la estructuración concreta del mundo como u n to do (… ) Debe centrarse en la producción reproducción d e „el m u n d o ‟ co m o la estru ctu ra plausible más destacada de n u estro tiem p o ”) (20). Adelaida Caro en el imperio romano o los Códigos napoleónicos a principios del siglo XIX) y otros con tendencia a la “dispersión” (la E dad M edia), es desde la Revolución Industrial y el pleno desarrollo del capitalismo que la necesidad de encontrar mercados cada vez más amplios precipita la globalización burguesa. Puede, por tanto, afirmarse que, de modo consciente, un conjunto de naciones comienza a funcionar globalmente desde los tratados posteriores a la Primera Guerra Mundial. Al tratarse de un tema de gran complejidad que abarca distintos ámbitos y disciplinas, cualquier análisis del sistema global debería contemplar tanto los aspectos económicos como los culturales, requiriendo un tratamiento interdisciplinar (Robertson 1990:18). El autor chileno Alberto Fuguet (Santiago, 1964) ha expresado en diversas ocasiones sus opiniones al respecto, siendo probablemente el caso más conocido el prólogo a McOndo, antología de autores hispanoamericanos y españoles contemporáneos editada en 1996 por Sergio Gómez y el mismo Fuguet. En dicho prólogo, “P resentación del país M cO ndo”, ofrece la visión de una Latinoamérica marcada por la cultura bastarda y los medios de comunicación internacionales, diseñando los autores su propia noción de una identidad globalizada. Buen ejemplo de ello sería la MTV latina, en palabras de Fuguet y Gómez: “aquel alucinante consenso, ese flujo que coloniza nuestra conciencia a través del cable, y que se está convirtiendo en el mejor ejem plo del sueño bolivariano cum plido” (16). El prólogo culmina afirmando: “E l m undo se empequeñeció y compartimos una cultura bastarda similar, que nos ha hermanado irremediablemente sin buscarlo. Hemos crecido pegados a los mismos programas de televisión, admirado las mismas películas y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de considerarse m ágica” (18). Fuguet ha dejado, asimismo, constancia en diversas ocasiones de la influencia de Estados Unidos en la cultura de Latinoamérica, considerando el flujo bidireccional, al afirmar — en una entrevista concedida a Time en noviembre de 2000— que los hispanos están infiltrándose en la cultura mainstream estadounidense. Y, de un modo que podría parecer paradójico, considera que Chile tiene mucho más cultura local que nunca en su historia,2 lo cual vendría a confirmar la teoría de lo “glocal”, según la cual, la globalización ha traído consigo el restablecimiento de conceptos como patria, comunidad o localismo (Robertson 1998:2000; Cortínez 2003). Es interesante observar, a este respecto, lo que ocurre en Las películas de mi vida, donde, por una parte, diversos elementos globales se ven enriquecidos de nuevos matices en Santiago de Chile, lo que se incluiría en el m arco del debate acerca del llam ado “im perialism o cultural”, encontrando — por otra parte— los distintos grados de adaptación al choque cultural de los 2 En entrevista con Marc Steiner para The Marc Steiner Show. 260 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler miembros de la familia, desde la asimilación plena a la nueva cultura, en el caso de la hermana, del protagonista hasta la aculturación de que es víctima el padre. Las películas de mi vida (2003) narra de modo retrospectivo la infancia y adolescencia de Beltrán Soler, transcurridas en las ciudades de Los Ángeles y Santiago de Chile. Los recuerdos del protagonista son evocados a raíz de una escala en Los Ángeles, “un aeropuerto que no tiene nombre (61), en un viaje que realiza a Japón por motivos profesionales. El encuentro durante el vuelo con una joven abogada de inmigración norteamericana y la conversación que surge entre ambos serán el detonante para los recuerdos de Beltrán, quien abandona el viaje a Japón y se dedica a escribir, en un motel de carretera, acerca de todas las películas que marcaron su infancia y su adolescencia. Nacido en Chile en 1964, Soler — cuya biografía presenta cuantiosos puntos en común con el propio Fuguet— pasó los primeros años de su infancia en el barrio californiano de Encino para, posteriormente, regresar a Chile en 1974, durante la dictadura militar. Esta decisión — que coincide con la brusca finalización del gobierno de la Unidad Popular— produce un choque cultural del que la familia difícilmente se recupera, consiguiéndolo al fin parcialmente a costa de perder al padre, que retorna a California y desaparece de las vidas de su mujer y de sus hijos. Para el adolescente Beltrán, el choque entre el m undo altam ente “globalizado” de C alifornia y el localismo del Chile de la dictadura sólo es asimilable sustituyendo el espacio real que le rodea por el espacio simbólico de Hollywood. El texto participa, en parte, de la tradición de la llamada Hollywood Novel (Fine 2000) cultivada desde los años 20 y con su apogeo a finales de los años 30 y principios de los 40. Este tipo de literatura, de desigual calidad y ejemplificada en los mejores casos por novelas como The Day of the Locust de Nathanael West (1939) o The Last Tycoon de F. Scott Fitzgerald (1941), presenta como tema principal, con el trasfondo de Hollywood, la confusión entre la realidad y la ilusión, entre las vidas vividas y las llevadas a escena, apareciendo la ciudad de Los Ángeles como una extensión de los decorados de una película. Algo de esto tenemos en la novela de Fuguet, así como la visión de California ya referida en la abundante literatura acerca de Los Ángeles de que disponemos desde principios del siglo XX: California como el final del oeste, el destino final de quinientos años de colonización europea. Para el protagonista de Las películas de mi vida, y más aún, para la figura de su padre, la ficción y la realidad nunca estuvieron nítidamente diferenciadas, y ambos recogieron la herencia de la tradición que veía en California la tierra soñada. De este modo se establece en el texto una relación con un modelo 261 Adelaida Caro preexistente en la tradición literaria norteamericana, muestra del fuerte impacto de dicha cultura en el autor. La novela está dividida en dos partes escindidas geográficamente: la primera transcurre íntegramente en Los Ángeles, en los barrios de Inglewood y Encino; la segunda narra la llegada a Chile y los primeros años de su vida en el país. Los capítulos corresponden a películas que el joven Soler vio en diversos momentos de su vida y actúan como hilo conductor del relato, desempeñando, al mismo tiempo, las funciones que ya he mencionado. 1. EL CINE COMO SÍMBOLO DE LO GLOBAL Si definimos globalización como la concepción del mundo como un todo (“ the w orld as a w hole” ), entonces podemos decir que en la novela de Fuguet el cine, y más concretamente el cine de Hollywood, funcionan como ejemplo o símbolo de dicha globalización. En los años sesenta y setenta, superada la crisis de la industria posterior a la Segunda Guerra Mundial, Hollywood era un imperio presente en todas partes, con superproducciones de amplia distribución. Como Soler afirma: “al final, todos hem os visto las m ism as películas, sólo que en distintos lugares y con distintas personas” (161). El mundo aparece, aquí, a los ojos de Soler como un lugar donde, en diversos países y en diversos continentes, las referencias culturales son (parcialmente) las mismas, ofreciendo al lector un discurso explícito acerca de la globalización cultural. Prueba de ello son los ejemplos que encontramos en el texto: la película El hombre de California (Encino man, que el protagonista vio en París, con el título de L ‟Homme d´Encin). De la estancia en París del joven Soler poco se dice, exceptuando que allí realizó su doctorado en geofísica, trabajó unos años com o profesor asistente y vivía en la rue C ujas, de la que recuerda “los afiches de las viejas películas hollywoodenses en los cine-arte que repletaban m i angosta calle”. (32). Las mismas películas que llenaron su infancia en California están de algún modo presentes en el París de su juventud.3 O bien, Bullitt, con Steve McQueen, película de su infancia que vuelve a ver en Kobe (Japón) tras el terremoto de 1995, y le hace pensar en su padre. A pesar de estar en japonés, a Soler le resulta relativamente fácil seguir la trama de la película, que recuerda, si bien de modo nebuloso, desde su 3 Resulta cuando menos llamativa la mención a las películas hollywoodenses en los cine-arte Parísinos, reproduciendo una situación más bien propia de los años cincuenta, momento de apogeo de la Nouvelle vague. En los años ochenta, cuando debemos ubicar la estancia del joven Soler en París, la actitud francesa ante el cine estadounidense era más bien de rechazo, coincidiendo con un fuerte proteccionismo para con el cine de producción nacional. 262 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler infancia. Aquí vemos que el sism ólogo, representa al nóm ada, “típico” personaje globalizado, al que tan pronto encontramos en California como en Japón, en París o en Santiago de Chile. Pero, sobre todo, son interesantes las películas que ve tanto en Los Ángeles como en Santiago y los distintos significados que ellas adquieren. Su primer invierno en Chile está marcado por Consider Yourself, canción perteneciente a la banda sonora de la película Oliver (Carol Reed, 1968), que Beltrán vio en Encino y cuya melodía se repite ininterrumpidamente en la radio chilena “com o la cortina del noticiario de una radio de ultraderecha” (77). Lo que en California es la banda sonora de una película infantil, sin mayores connotaciones a tener en cuenta, en Santiago aparece asociado inmediatamente a la política, como se aprecia con mayor claridad en el próximo ejemplo. De mayor interés en este sentido es lo que ocurre con la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973) que Beltrán ve en Estados Unidos poco antes de su marcha a Chile y reconoce inmediatamente en los afiches que la anuncian a su llegada a Santiago. En este caso, el cine es muestra explícita de una globalización que no es indiferente a las distintas idiosincrasias locales, ya que si bien la película es la misma, no lo son las condiciones (socieconómicas, políticas, culturales) de recepción, lo que lleva a la adquisición de nuevos matices y en ocasiones incluso de significados diferentes a los iniciales. Cuando el destino nos alcance — que impresinó fuertemente a Beltrán por el hecho de que los alimentos fueran producidos con cuerpos de seres humanos recogidos al azar por el gobierno— cobra un nuevo significado en el Chile de la dictadura, donde las desapariciones eran un hecho real. La inocencia de Beltrán no le permite saberlo, pero, sí, intuirlo al preguntar a su abuelo: “— Tata, aquí no se llevan a la gente, ¿no? Uno puede caminar sin tener miedo a desaparecer— le pregunté a mi abuelo pensando en la película. Yo no conocía Nueva York, pero el Santiago de 1974 se parecía al Manhattan decrépito de 2022” (176).4 El contexto político es, en este caso, definitivo para el significado que adquiere la película. Lo que en su origen es simplemente inquietante, en Chile adquiere mucho más fuerza dramática, pues actúa como representación de las abundantes desapariciones acaecidas durante el gobierno militar,5 todo lo cual 4 Considero oportuno destacar el paralelismo de esta escena con el inicio del largometraje Gringuito, de Sergio Castilla (1997), en cuyos primeros minutos asistimos al temor a las desapariciones en Chile expresado por el personaje, aún en Estados Unidos. 5 Es estremecedora la cantidad de desapariciones y torturas que se cometieron con absoluta im p u n id ad y el “m isterio ” laten te d u ran te añ o s en to rno al tem a. E fectivam en te, el D ecreto L ey 2191, aprobado en 1978, funcionó a modo de autoamnistía para los crímenes cometidos por agentes del Gobierno desde el Golpe de Estado de 1973 (Loveman, 2001: 276). Sólo en 1991, 263 Adelaida Caro hace ver el relativismo del llam ado “im perialism o cultural”, ya que productos culturales provinientes de E stados U nidos, principal productor de “cultura global”, están sujetos a variaciones dependiendo de las condiciones de recepción. 2. EL CINE COMO MEDIO DE PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD El cine mediatiza, igualmente, la percepción de la realidad del protagonista. Para su descripción del mundo, Beltrán emplea elementos pertenecientes a un sistema semiótico propio del cine y buenos ejemplos de ello encontramos a lo largo de todo el texto. Elementos fílmicos son, con frecuencia, utilizados para la caracterización de ambientes, como se observa en una de sus prim eras definiciones de C hile: “E ncino siem pre m e pareció a color y al final, cuando term iné en C hile, todo se volvió blanco y negro” (89), donde la descripción no hace referencia únicamente a la ciudad en sí, sino a la relación del protagonista con ella. Del mismo modo, a su paso por Venezuela de cam ino a C hile afirm a: “C uando aterrizam os en M aiquetía todo m e pareció raro, pero al rato comprendí que la gente que nos rodeaba sabía inglés, por lo que V enezuela se transform ó en un país con subtítulos” (177). Y una de sus primeras reflexiones a su llegada a Chile es la siguiente: “M ás que un país tercermundista, la escena parecía el comienzo de una vieja película B. (...) En contraste con Venezuela, todo aquí era en blanco y negro. Al menos me parecía que era así; lo recuerdo así. Yo creo que, en efecto, era así. Los pocos canales de televisión, que comenzaban a transmitir a eso de las cuatro de la tarde, transmitían en el más contrastado black and white. (...) ¿Estaba en el Santiago de 1974 o en una ciudad enemiga durante la segunda guerra m undial?” (173). A l hacer referencia a elem entos tales com o el color, el blanco y negro y los subtítulos, estos elementos semióticos correspondientes al lenguaje cinematográfico son transferidos a los códigos literarios, convirtiéndose en descripciones. Podemos decir que nos encontramos ante una mención intermedial6 (ya que en este caso el elemento semiótico del otro sistema no es reproducido, sino mencionado) al sistema fílmico en un texto literario. bajo la presidencia de Patricio Aylwin, y tras las investigaciones realizadas por la llamada Comisión Rettig, vio la luz el Informe homónimo en que se ponía de manifiesto el terrorismo de Estado acaecido durante el Gobierno Militar. Acerca de las desapariciones y el informe Rettig, véanse Loveman (315-16) y Boeninger (1997: 404 y siguientes). 6 No me atrevería a calificar la novela de intermedial en el sentido estricto del término. Sin embargo, puede hablarse de relaciones intermediales en aspectos puntuales del texto, como es en este caso la mención al sistema semiótico cinematográfico. Para los diversos niveles de relaciones intermediales, véase Rajewski, 2002. 264 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler El padre del protagonista es visto, igualmente, desde un prisma hollywoodense, por medio de la constante comparación con actores, especialmente con Steve McQueen: “E n un principio, en todas esas fotos de fines de los cincuenta, mi padre se parecía a F rankie A valon” (75). D el m ism o modo, pasa a describir la metamorfosis de su padre desde el crooner con traje oscuro y gafas de montura negra de su época chilena al pandillero californiano posterior, lo que Fuguet denomina el California-dreaming look (75). Poco a poco, el padre se va aproximando al estilo con el que será recordado por su hijo: “C on el tiem po m i padre se fue transform ando en S teve McQueen. Al menos yo lo recuerdo como Steve McQueen: esos anteojos de sol cuadrados, las patillas, sus cam isetas rayadas” (79). P ara S oler, del m ism o modo que McQueen elegía bien los papeles que interpretaba, su padre eligió California como el escenario de su vida, escenario del que no supo despegarse posteriormente. No olvidemos, por otra parte, que McQueen se hizo popular en los años sesenta interpretando el clásico papel de antihéroe. Como vemos, los puntos de referencia del joven Beltrán son, desde su infancia, cinematográficos. A ello contribuye el escenario en que se desarrollaron sus primeros años de vida. El mero hecho de vivir en Los Ángeles podría haber sido definitivo al respecto, una ciudad de la que, a raíz de la presencia cada vez mayor de la industria cinematográfica, se dice que “gas stations w ere built to look like the T aj M ahal”, o bien, “H ouses look like pagodas and gas stations, and gas stations look like lighthouses”, com o afirm a Alison Lurie en The Nowhere City (1965, Fine 2000:18). Pero los Soler no solamente viven en Los Ángeles, sino en Encino. Tras unos años en el barrio de Inglewood, la familia se traslada a Encino, de por sí marcado por la industria del cine: ubicado entre Hollywood y Burbank (sede de la Wagner, Columbia, Disney, NBC), lugar donde casi todo el mundo estaba ligado al mundo del cine y la televisión y escenario de numerosas películas antes de ser un barrio residencial: “E ncino fue el inm enso patio trasero de la R K O 7, el sitio donde se filmaban las escenas de guerra entre indios y vaqueros, donde se reconstruyó el P arís m edieval o el C hicago de A l C apone” (86). O , al respecto de ¡Qué bello es vivir! (It‟s a Wonderful Life, de Frank Capra) al mencionar que es incapaz de separar la película de E ncino, “no porque la haya visto allí o porque yo asocie Encino con familia, sino porque Bedford Falls, el ficticio pueblo de la película, es E ncino”. L o cual llena de orgullo a B eltrán, que en un determinado momento afirma haber tenido mucha suerte al haber vivido sus primeros años en un sitio colonizado por Frank Capra y James Stewart, y no por unos “m alo lientes y resentidos españoles” (87). 7 Productora cinematográfica fundada por el excéntrico multimillonario Howard Hughes y activa desde 1948 hasta 1955, año de su venta tras malas gestiones (véase Davis, 1997:31). 265 Adelaida Caro No sólo el barrio está íntimamente ligado a la industria de Hollywood, también el grupo de amigos de Beltrán, capitaneados por Drew Wassermann, guiño cinéfilo a Lew Wasserman, durante más de cuarenta años presidente de MCA (Music Corporation of América), y en los años setenta uno de los hombres más poderosos en la industria del cine (Davis 1997), un vecino algo mayor que ellos que pasa sus ratos libres filmando réplicas o sus propias versiones de películas de éxito con su cámara de 8 mm y visita asiduamente en su vieja casa gótica, “una casona tipo Sicosis” (90), al actor retirado Edward Everett Horton, igualmente vecino de Encino. Como vemos, la industria del cine es el ambiente imperante y el principal modo de percepción de la realidad durante la infancia de Beltrán, de quien podemos decir que no solamente ve el cine de Hollywood, sino que vive en Hollywood, lo que es propio del sujeto en un contexto globalizado, donde el entramado de símbolos constituye de por sí un lugar más que un sistema de referencias. Así, la simbología cinematográfica se constituye en espacio, al tiempo que el espacio real, Los Ángeles, funciona a modo de símbolo del show business. En 1974, a la edad de diez años, Beltrán regresa a Chile junto a su madre y su hermana en lo que en principio se concibe como unas vacaciones de dos meses y que, posteriormente, se convierte en un regreso definitivo. El cambio es brutal. La California de finales de los sesenta y principios de los setenta, donde la conciencia política está marcada por la guerra fría y el conflicto armado en Vietnam, poco tiene que ver con el Chile del gobierno militar. Asuntos que, si bien de repercusión internacional, afectan sólo parcialmente al ciudadano medio, se ven sustituidos en la vida cotidiana de los Soler por el toque de queda y la omnipresencia del ejército de la dictadura militar cuando llega a Santiago: “L o que m ás nos llam ó la atención fue la cantidad de soldados que patrullaban el aeropuerto. Estaban en la pista, detrás de las columnas, al lado de la fila de policía internacional. Al bajarnos del bus que nos trajo desde el 707 me fijé que sujetaban metralletas. — Mom, is there a war here?— preguntó m i herm ana” (173). Que en Chile se va al cine de vez en cuando, pasa a ser un aspecto tangencial en la vida de Beltrán, porque, como suele decirse, la realidad supera la ficción: “H abía tanto que ver en S antiago que ir al cine resultaba innecesario (...) En Chile todo era tan intenso, tan absolutamente raro e inexplicable, que la gente iba al cine sólo cuando necesitaba relajarse y descansar” (181). D e vivir el m undo de H ollyw ood desde dentro, desde “la trastienda de la R K O ” o el B edford F alls de ¡Qué bello es vivir!, Beltrán pasa a verlo desde fuera, inmerso ahora en las costumbres locales. A raíz de estos ejemplos, puede afirmarse que nos encontramos ante una identidad que, especialmente durante los primeros años de vida del protagonista, se encuentra totalmente mediatizada por el cine. También 266 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler podemos afirmar que el traslado desde California a Chile constituye un cambio de plano a este respecto: el protagonista pasa de estar situado dentro del mundo de Hollywood a ubicarse fuera de él. Dicho de otro modo, la pérdida de un territorio material deviene con el cambio de escenario en su recuperación como espacio simbólico. 3. EL CINE COMO PROYECCIÓN DE LA VIDA DEL PROTAGONISTA Diversas producciones fílmicas ejemplifican el destino del joven Soler: el choque con un mundo cerrado e impregnado de una cultura a la que su familia no sobrevive como entidad. Ya el mismo título, con la yuxtaposición de los térm inos “películas” y “vida”, nos anticipa un texto en que la vida del protagonista es percibida a través del cine. Veámoslo en algunos ejemplos. Todavía en Encino, Beltrán tiene la oportunidad de conocer al actor Yul Brynner, casado con su tía abuela, a raíz de cuya visita hace una reflexión acerca de la serie televisiva Ana y el Rey (Anna and the King, basada en la película del mismo título y protagonizada por Brynner) acerca de un niño y de “cóm o llega a S iam con su m adre, una institutriz, y cóm o debe adaptarse a las raras costum bres locales (la serie fue, sin querer, prem onitora de m i destino)” (132-33). Posteriormente, a su llegada a Chile, afirm ará: “L as costum bres eran raras (los niños no pueden comer con los grandes, a la empleada se la convoca con una campanita, la gente vieja vive en las casas junto a los jóvenes), pero tenían la gracia de subrayar la idiosincrasia del lugar” (183). E s el primer pasaje en que una película actúa como proyección de su propia vida, anticipándole la llegada a un mundo que le resulta ajeno y la necesidad de adaptación. El segundo ejemplo, ya más concreto, lo encontramos a los dos años de su llegada a Santiago, cuando Soler hace referencia a La novicia rebelde (The Sound of Music, Robert Wise, 1965; célebre musical protagonizado por julie Andrews).8 Tras encontrarse durante la proyección con una familia del vecindario — vista por los Soler con algo de compasión por los defectos físicos de todos los hijos y su mala situación económica— la misma familia participa en un programa televisivo llamado Fa-Mi-La en Familia, donde tienen un gran éxito cantando las canciones de la mencionada película, lo que lleva a Beltrán a reflexionar de este m odo: “L a tesis del program a, sin duda, era fascista, pero lo m ás probable es que tam bién fuese cierta: „L a fam ilia que 8 Es interesante destacar el hecho de que, mientras la película fue en España traducida como Sonrisas y lágrimas, la traducción difundida en Chile, La novicia rebelde, parece ser la única que hace alusión a la condición de religiosa de la protagonista, yuxtaponiendo el término “n o vicia” al ad jetivo “reb eld e”, m u estra d e la m o ral cató lica im p eran te en el p aís. 267 Adelaida Caro canta unida se m antiene unida‟ (irónico contraste con la célebre consigna com unista “E l pueblo unido jam ás será vencido”). N osotros éram os sanos y no estábamos tan mal económicamente, pero quizás el hecho de que tuviéramos mala voz, de que nunca fuimos capaces de entrar en armonía, nos condenó. Vimos el programa en silencio y, una vez que los Echaurren ganaron, mi padre se subió al BMW y salió a dar un paseo. Llegó, me acuerdo, pasadas las tres de la m añana” (213 -214). La amenaza de un futuro oscuro se ha concretado ya y la descomposición de la familia es imparable. La familia Echaurren, al igual que la familia Von Trapp en La novicia rebelde, permanece unida ante todas las adversidades y, en este caso, no es la proyección, sino el contrapunto de los Soler. Estos últimos consiguieron salir adelante, pero separando sus caminos. Pero el caso más explícito es, sin duda, el relativo a Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977), a cuyo estreno acude la familia, siendo evidente la ausencia del padre, “el único asiento vacío en todo el cine”. E n el caso m ás abiertamente “explícito” de proyección que encontram os en el texto, Beltrán afirma: “A l final, R ichard D reyfuss se sube a la nave m adre y abandona a sus hijos y a su mujer para irse al espacio exterior. El cine se llenó de aplausos, pero yo no pude aplaudir. „N o estam o s solos‟, decía el afiche, pero nosotros sí lo estábamos. Durante Encuentros cercanos empecé a creer en los ovnis y dejé de creer en la fam ilia” (242 -243). Un mes más tarde su padre regresa a California y la familia se descompone definitivamente. Tres elementos durante la proyección de la película anticipan la marcha del padre: su butaca vacía en el cine repleto, el final de la película — con la marcha del protagonista, dejando atrás a su familia— y la publicidad de la película, el slogan “no estam os solos”. E l significado de dicho slogan, “no estam os solos en el universo” se ve alterado para B eltrán pasando a significar “no estam os solos en el m undo”, o en su caso “sí lo estam os”, sin un padre ni un núcleo familiar estable. Este es el ejemplo en que con mayor claridad se observan los paralelismos, a veces engañosos, entre la realidad y la ficción. El mismo hecho repetido en ambos planos — el abandono del hogar por parte del padre— resulta heroico en la ficción, mientras que en la realidad conduce a la descomposición familiar y al desengaño del protagonista. El conflicto entre los dos mundos, el de California, mucho más cosm opolita y “globalizado”, y el de los círculos de la clase m edia-alta pinochetista, anclados en sus tradiciones, es demasiado para el California Dreaming Guy, el Steve McQueen en que el padre de Beltrán se ha transformado. Para hacernos una idea de los círculos en que el joven Soler se ve inmerso, basta una breve referencia a la conciencia política, diametralmente opuesta en los ambientes donde transcurre la historia, como 268 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler observamos en estas palabras de B eltrán: “E n E ncino, todo el barrio odiaba a Nixon y decía que era un ladrón y un mentiroso; en Chile, parecía que todos amaban a Pinochet y consideraban que era un salvador” (180). S i N ixon — si bien efectivamente corrupto, pero un presidente electo democráticamente— es criticable: ¿Qué se puede decir de P inochet? ¿Q uiénes son esos “todos” que aman a Pinochet?9 O como afirma un miembro de la familia: “acá estam os al fin del mundo, lejos de toda contam inación m oral” (186), com entario de fidelidad discutible, al margen de la moralidad o inmoralidad de que la industria de entretenimiento norteamericana fuera representante, si consideramos la ya comentada presencia de ella en el Chile del momento, pero en todo caso ilustrativo respecto a la posición política de la familia. La cita es, igualmente, interesante si tenemos en cuenta la cuestionable tendencia, dentro del debate acerca de la globalización, de considerar el localismo como un modo de resistencia a la hegemonía global. Los miembros de la familia, enfrentados al nuevo contexto, reaccionan de diverso modo alcanzando distintos grados de adaptación, que van desde la asimilación total en el caso de Manuela, la hermana de Beltrán, al extremo opuesto, representado por el padre. En opinión de B eltrán: “M i herm ana se transformó en tiempo récord no sólo en chilena, sino en una fiel representante de la moral saintluquiana10 y no pude contar más con ella. Aquellos que se integran al mundo tienden a olvidarse del m undo del que vinieron” (234). E l mismo Beltrán no llega a olvidar completamente el mundo del que vino, pero alcanza cierto grado de adaptación, desde la confusión de la llegada en que “no entendía si m i fam ilia era rica o pobre” (173) hasta la sorpresa a la llegada de sus abuelos paternos — residentes en California— a Santiago, cuando afirm a que “no podía creer lo gringos que eran. N o podía entender si estaban disfrazados o si habían planeado llegar con esas tenidas” (216). E n cuanto a la figura del padre, ya hemos visto que, incapaz de adaptarse al nuevo ambiente, pues regresa a California, abandonando definitivamente a su familia. A modo de conclusión, puede afirmarse lo siguiente: El cine actúa como índice de la globalización, pero de una globalización no indiferente a un localismo que aporta nuevos matices al elemento original, enriqueciéndolo, 9 La familia del joven Beltrán es, sin embargo, representativa de una gran parte de la población ch ilen a. A cerca d el “cu lto ” al d ictad o r en lo s m ás d iverso s estrato s so ciales, véase el film e documental de Marcela Said I love Pinochet (2002). 10 A lu sivo al co legio S aint L u ke‟s al q u e la jo ven asiste, d escrito po r S o ler co m o “u n co legio m ixto , d e clase m ed ia/alta, ligad o a la d erro tad a „izqu ierd a civilizad a‟. L as fam ilias q u e enviaban a sus hijos ahí no eran beatas, pero tampoco se atrevían a colocar a sus hijos en un colegio laico (...) E l S ain t L u ke‟s parecía asegurar una felicidad instantánea y, a la vez, eterna. La confianza en ti mismo que te otorgaba estar ahí, al parecer, penetraba el sistema sanguíneo y te aco m p añ ab a p o r el resto d e tu vid a” (1 9 1 ). 269 Adelaida Caro como observamos en el inquietante significado que adquiere la película Cuando el destino nos alcance a la luz de las desapariciones durante la dictadura militar en Chile; funciona, también, como medio de percepción de la realidad, como se observa en ejemplos tales como la descripción del padre en relación al modelo del actor Steve McQueen, produciéndose, asimismo, un cambio de plano con el cambio de escenario, de Los Ángeles a Santiago de Chile, al pasar el protagonista, cuya identidad se muestra fuertemente mediatizada por el cine, de vivir Hollywood desde dentro, a verlo desde fuera; y, finalmente, el cine actúa como proyección de la vida de Beltrán mostrando tanto los paralelismos como las diferencias entre la realidad y la ficción, emparentando el texto con la citada Hollywood novel, como hemos visto en el ejemplo relativo a Encuentros cercanos del tercer tipo. Ninguna de estas funciones aparece aislada en el texto, de modo que podemos afirmar que la articulación de todas ellas contribuye al tema principal de la novela, la sustitución, propia de la globalización, de la pertenencia a un espacio físico como elemento articulador de la existencia por la adhesión a un cierto imaginario constituido por elementos provenientes de un sistema semiótico, el cine de Hollywood, un espacio simbólico, cuyo alcance global hace que se proyecte sobre las fronteras nacionales, constituyendo lo que G. M arcus denom ina “una república invisible”. (1998). Universidad de Göttingen* Leinestrasse 4 a, 37073 Göttingen - Alemania [email protected] 270 L a “ R ep ú b lica in visib le” d e Beltrán Soler BIBLIOGRAFÍA BOENINGER, Edgardo. Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1997. CORTÍNEZ, Verónica. “M acondo vs. M cO ndo: la teoría de la aldea global”, en La literatura iberoamericana en el 2000. 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Esta habitación, donde la encontramos frecuentemente, funciona como una alcoba-guardarropas que se instala no com o un estático telón de fondo de los sucesos que le acontecen a “la de B ringas”, sino com o una dinám ica escenificación de sus acciones y pensamientos. En términos subjetivos, ella es ama y señora de este lugar. En términos objetivos, no es la auténtica propietaria, puesto que, junto con su fam ilia, vive en el P alacio, “en una de las habitaciones del piso segundo que sirven de albergue a los em pleados de la C asa R eal” (III, 12). Inquilina y no dueña, Rosalía recién se preocupa por esta condición al final de la narración: cuando cae el trono, los republicanos llegan al poder y su marido, contrario a estos últim os, quiere m archarse “de lo que había venido a ser el P alacio de la N ación” (L , 223) y quiere m anifestar su desprecio por la revolución desalojando la vivienda que no les pertenecía. 1 Benito Pérez Galdós, 1994 (1884). La de Bringas. Edición de Domingo Ynduráin. Madrid: Biblioteca Castro-Turner, Vol. V. 1-226. La de Bringas forma — junto con El doctor Centeno y Tormento— un ciclo de novelas, pero la concebimos independiente de las otras en esta o p ortun id ad , aco rd an do co n la idea d e G erm án G u lló n , q u e “p u ed en ser leíd as co m o n o velas autónomas, pues la trama es diferente en cada una de ellas y la relación entre los elementos que componen la estructura es d iferen te en cad a o b ra” (75). Luciana Mellado EL CAMÓN: ESPACIO DEL BOVARYSMO Y LAS MANÍAS El Camón es un espacio que, al igual que todos los aposentos de la morada de los Bringas, es bautizado con un nombre que imita el de una famosa estancia del piso principal. El narrador no puede indicar con certeza si la acción de nominar las habitaciones de la casa copiando los motes de los espacios reales “partió de la fértil fantasía de B ringas o de la pedantesca asim ilación de P aquito”, su hijo m ayor, pero sí nos inform a que “(a)l m es de habitar allí, todos los B ringas chicos y grandes” (V , 21) los designaban con los nuevos apodos, en una acción que revela claramente la inadecuación entre la modestia del mundo real y el lujo del mundo ideal. Rosalía es quien evidencia con mayor claridad esta inadecuación, en una constante actitud bovarysta que podemos definir como una particular condición de la persona que consiste en creerse otra cosa de lo que es.2 Ahora bien, ¿cómo se manifiesta en los espacios de Rosalía este bovarysmo, esta condición espiritual que — como advierte Correa— es frecuentemente explorada por G aldós “en la serie de novelas escritas entre 1880 y 1885”? (1982:25). Las respuestas a la pregunta anterior nos llevan al Camón, lugar donde se despliega uno de los conflictos principales de la protagonista: la manía por los trapos. Allí vemos, hasta la hiperbolización, el despliegue de telas, paños, cintas, pruebas de ropa, figurines; observam os con detalle “la acción intoxicante de una embriaguez de trapos” (X I, 47) que em puja a R osalía a una serie de acciones desventuradas que, tal como plantea Varey, pueden resum irse en dos renglones: “su seducción por P ez, y los arreglos m onetarios, cada vez m ás desesperados” (1966:64) que realiza para cubrir sus gasto s en las tiendas de modistas. El Camón actúa como un escenario donde la protagonista puede exhibir sin tapujos su pasión por los trapos, pasión por un lujo que la acerca simbólicamente a personas de más alta posición socioeconómica, pero que no es acorde con los ingresos de su marido, un modesto empleado de la administración que sostiene — además de una estricta economía familiar— una actitud opuesta frente al capital. Mientras ella, al inicio de la novela, “si algo com praba, después de pensarlo m ucho y dar mil vueltas al dinero, pagaba siem pre a tocateja” (X , 42), él “tenía por sistem a no com prar nada sin el dinero por delante” (X I, 45). A estas diferentes apreciaciones económicas entre Rosalía y Don Francisco, su esposo, debe 2 “L e p o u vo ir d ep arti à l‟h o m m e d e se co n cevo ir au tre qu ‟il n ‟est” (2 5 ) es la d efin ició n gen eral del bovarysmo a las que nos atenemos. Fue acuñada por Jules de Gaultier en Le Bovarysme (París, 1902) y citad a p o r C o rrea, G . en “E l b o varysm o y la n o vela realista esp añ o la”. Anales Galdosianos XVII, 1982. 274 El Camón: El espacio y la intimidad sumársele — para comprender la conflictiva posición de la protagonista respecto de los gastos que afronta— el hecho significativo de que, como afirm a B lanco A guinaga, “en el capitalism o naciente de la R estauración empezaba a ser contradictorio que, siendo ya la circulación del dinero la clave de todo valor social, todavía las mujeres sólo pudieran acceder a él por m ediación de los hom bres” (1994:24). M aterialm ente dependiente de su esposo e ideológica y celadamente enfrentada a él, en una relación asimétrica de poder, la única salida que encuentra Rosalía para proseguir consumiendo objetos suntuosos es la mentira, cuyos encadenamientos la llevan a peligros crecientes y la obligan a “ocultar las adquisiciones que hacía de continuo por los medios más contrarios a la tradición económica de Bringas” (X V , 60), siendo, por antonomasia, el Camón el lugar de sus escondites. EL CAMÓN: ESPACIO DE LAS EXAGERACIONES No hay en las descripciones del Camón demasiadas marcas referidas a su conformación arquitectónica o a su diseño interior. No se nombran colores, materiales de construcción, detalles sobre la edificación. Sí, aparecen consignados algunos mobiliarios: una cómoda, un sofá con brazos, unas sillas, baúles. La amplitud de la habitación se señala directa e indirectamente, ejemplificando el primer modo el capítulo V, donde se describen, de manera general, los “pocos pero tan grandes aposentos” de B ringas (20). E l segundo modo lo ejemplifica el capítulo XV, donde se retrata el desorden de telas esparcidas por un espacio que muestra una gran capacidad de contención y de despliegue de objetos. Espacio de las exageraciones, el Camón — y lo que en él ocurre— es conocido, recurrentemente, a través de cadenas enumerativas, yuxtaposiciones, hipérboles, recursos todos que acentúan la paradoja de un lugar que es, a la vez, la dilatada zona donde Rosalía despliega su sociabilidad y sitúa la estrecha región de su intimidad. En esta habitación, la protagonista esconde sus telas y vestidos; así, evita desprenderse de ellos y, consecuentemente, de su manía. En el capítulo X , m ientras su esposo estaba “zam bullido en el m icrocosm os de la obra de pelo”, ella y M ilagros “se encerraban en el C am ón, y allí se despachaban a su gusto sin testigos” (39). E ntonces, sin el control m asculino, “(t)iraba R osalía de los cajones de la cómoda suavemente para no hacer ruido; sacaba faldas, cuerpos pendientes de reforma, pedazos de tela cortada o por cortar, tiras de terciopelo y seda; y poniéndolo todo sobre un sofá, sobre sillas, baúles o en el suelo si era necesario, empezaba un febril consejo sobre lo que se debía hacer para lograr el efecto m ejor y m ás llam ativo dentro de la distinción” (X , 39). Esta escena pone de relieve tres puntos que reaparecen en otras descripciones de esta “alcoba-guardarropa”: prim ero, la hiperbolización de lo suntuario a 275 Luciana Mellado través de una profusa enumeración de telas y vestidos de rasgos refinados; segundo, el emborronamiento de los límites funcionales de los muebles en el espacio, debido a que las telas y vestidos se diseminan en la habitación con una total indistinción; tercero, y último, la acción femenina de imaginar modelos, diseños, seleccionar telas y detalles para futuros trajes, revela una pasión que debe esconderse de la autoridad marital, por lo que es imprescindible guardar silencio. Veamos cómo los tres puntos delineados reaparecen en la novela cuando Rosalía se encuentra en el Camón. En el capítulo XV aparece un claro ejemplo de la exageración de lo fastuoso. Allí se narra cómo Don Francisco — al regresar antes de lo acostumbrado de la oficina— sorprende “a R osalía en lo más entretenido de su trabajo, funcionando en el Camón, como si este fuera un taller de m odista”, a lo que el narrador agrega “(m )ás que taller parecía el C am ón la sucursal de S obrino H erm anos” (X V , 61). L as dos comparaciones equiparan un espacio casero con uno comercial; operan como imágenes aumentativas que preceden y anticipan la hiperbolización del arrebato y el desenfreno por los trapos que afecta a “la de B ringas” y que se patentiza en la descripción del caótico cuadro visual que halló, ese día, el esposo de Rosalía en el Camón: Había allí como unas veinticuatro varas de Mozambique, del de a dos pesetas vara, a cuadros, bonita y vaporosa tela (...) La enorme tira de trapo se arrastraba por la habitación, se encaramaba a las sillas, se colgaba de los brazos del sofá y se extendía en el suelo (...) Sobre el sofá, media docena de figurines ostentaban en mentirosos colores esas damas imposibles, delgadas como juncos, tiesas como palos, cuyos pies son del tamaño de los dedos de la mano; damas que tienen por boca una oblea encarnada, que parecen vestidas de papel y se miran unas a otras co n fiso no m ía d e im b ecilid ad ” (XV, 61/2). La escena citada ejemplifica, simultáneamente, tanto la exageración de lo suntuario como el emborronamiento de los límites funcionales del espacio. La exageración se muestra en predicaciones cuantitativas y cualitativas. Las primeras incluyen números, cantidades, medidas, con lo que se retrata el carácter geométrico de un espacio continente afectado por la desmesura y el caos de lo contenido. Las segundas valoran los objetos de deseo de la protagonista desde una perspectiva narrativa doble que, por un lado, emite juicios estéticos y, por el otro, juicios éticos, ambos a través de un conjunto de calificativos disímiles y opuestos. El espacio es estéticamente apreciado por la belleza de las telas y de sus colores, pero es ideológicamente despreciado por el exceso acumulativo de elementos suntuosos, así como por el también excesivo valor que la 276 El Camón: El espacio y la intimidad protagonista le adjudica a estos últim os. L os “figurines”, con que la descripción se cierra, bien pueden interpretarse como sinécdoques, partes antropomórficas que aluden a una realidad humana y femenina criticada, que se caracteriza por promover un desmedido deseo de lujo y ostentación y por obstruir, con ello, el desarrollo de la inteligencia de damas que, entonces, al igual que los figurines, se condenan a m irarse “unas a otras con fisonom ía de im becilidad”. EL CAMÓN Y LOS MOVIMIENTOS EMOCIONALES El Camón aparece desordenado en tanto realidad física, pero sucede que — tal como nota Bachelard— “(e)l espacio habitado trasciende el espacio geo m étrico” (83) y se hum aniza al funcionar “com o un espacio de consuelo e intim idad” (85), razón por la que es posible entender que esta habitación no sólo visibiliza una desordenada exterioridad objetiva, sino, también, una perturbada interioridad subjetiva que encuentra en este espacio la posibilidad de compartir su pasión y de resguardarla de la autoridad y del control marital que la inhibe. Allí la protagonista conversa con la marquesa de Tellería sobre ropas; pero, también, sobre mujeres, sobre sus proyectos, sus pensamientos y sus evaluaciones del mundo social y familiar propio y ajeno. En esta habitación, Rosalía entabla diálogos con una par, hecho no común en una sociedad patriarcal que se reproduce en el ámbito familiar, junto con un verticalismo que ejerce sobre la protagonista un constante enmudecimiento de su voluntad y de sus gustos. Pero este verticalismo, relativizado en parte por ser noble M ilagros y no “la de B ringas”, no im pide que esta última siga teniendo que dar cuenta de sus actos a su marido, a quien debe esconderle sus constantes compras y su progresivo endeudamiento. El silencio es, entonces, crucial para llevar a cabo el engaño. Las amigas, cuando conversaban sobre telas y ropas, “hablaban en voz baja para que no se enterase Bringas, y era su cuchicheo rápido, ahogado, vehemente, a veces indicando indecisión y sobresalto, a veces, el entusiasm o de una idea feliz” (39). Así como el Camón le permite a Rosalía comunicar y compartir su fervor por los trapos, le posibilita realizar dos movimientos emocionales: el de alejarse y aislarse de la familia y de sus problemas, y el de acercarse a ella misma, al autoconocimiento. Estos diferentes movimientos se traducen en una idéntica acción espacial: los encierros de la protagonista en esta habitación. En el primer caso, cuando ella se aparta de los conflictos hogareños, bien lo ejemplifica la escena del capítulo XXXIII en la que Rosalía, harta de la vigilancia dom éstica de su m arido ciego, “por no oírle, le dejaba solo con Paquito o con Isabelita la mayor parte del día, y pretextando ocupaciones, se 277 Luciana Mellado daba largas encerronas en el Camón, donde nuevamente empezó a funcionar Emilia en medio de un m ar de trapos y cintas” (144). Su reclusión tiene mucho de conducta reactiva y evasiva. Por un lado, el lugar resguarda a la mujer del mandato marital que se verbaliza en órdenes y prohibiciones referidas a la economía casera, contrarias todas a los deseos de consumo de R osalía. P or otro, el lugar posibilita a “la de B ringas” escaparse de la realidad e ingresar en un mundo de ensueños y pomposidad donde ella reafirma su convicción “de que tal vida es la que le corresponde a ella por derecho, sin tener en cuenta que las entradas que tiene su marido, como modesto empleado de la adm inistración, no le perm iten tales extravagancias” (C orrea 27). El segundo caso de movimiento espacio-emocional muestra que, tal com o afirm a B achelard, “las pasiones se incuban y hierven en soledad. Encerrado en su soledad el ser apasionado prepara sus explosiones o sus proezas” (42). T res m om en tos narrativos ilustran este punto. U no se encuentra en el capítulo XVII, otro en el XIX y el último en el XLIII. En el primero de ellos, el narrador nos inform a que “(e)n su casa, cuando trabajaba en el Camón (...) la de Bringas solía rumiar las expansiones de la mañana, añadiéndoles conceptillos que no se atrevían a traspasar las fronteras del pensamiento. Sin desatender los trapos, la soñadora dama se iba por esos mundos, ejercitando el derecho de revisión y rectificación de las cosas sociales, concedido en el reino de la mente a todos los que se creen fuera de su lugar o m al apareados” (X V II, 68). E n el segundo, m ás breve, pero no menos importante, se nos presentan las cavilaciones de Rosalía sobre el modo de resolver sus deudas y seguidam ente su desplazam iento al C am ón “para pensar m ejor, pues allí tenían siem pre sus ideas m ás claridad” (X IX , 82). Y , finalmente, en el último se describe cómo — luego de su adulterio— Rosalía “encerróse (...) en el C am ón, y allí, sentada, cruzados los brazos, la barba sobre el pecho, se entregó a las meditaciones que querían devorar su entendim iento com o la llam a devora la arista seca” (194). Los tres casos citados muestran cómo la intimidad se asocia con la espacialidad. E l prim ero exhibe cóm o el C am ón perm ite a “la de B ringas” verbalizar, en un discurso interior y subjetivo, sus opiniones sobre un orden social que encuentra perfectible; opiniones que, por otro lado, ni siquiera ella, m ujer “inserta socialm ente en la pequeña burguesía” (B lanco A guinaga 23), puede expresar públicamente, limitada a pronunciarse dentro de los estrechos límites del ámbito de lo privado y familiar. El segundo y el tercero presentan la “alcoba-guardarropa” com o un lugar que favorece la reflexión e introspección de la protagonista, presuponiendo que la preferencia de esta por la habitación se motiva en sus dos virtudes espaciales encadenadas: a la vez que propicia la autocognición en soledad, permite el aislamiento y el retiro que dicho conocimiento requiere para desarrollarse. 278 El Camón: El espacio y la intimidad EL CAMÓN: ESCENARIO DE RELACIONES INTERPERSONALES Si bien el Camón se instala recurrentemente como espacio de la intimidad, es cierto, también, que cumple un importante rol como escenario de relaciones interpersonales, las que vienen a resultar disfóricas para la protagonista que ve cómo sus expectativas quedan truncas y sus pactos rotos. D os desengaños de desigual im portancia im pactan a “la de B ringas” estando en este espacio. El primero, menor aunque desencadenante de males mayores, se describe en el capítulo XXXVI; y el otro, en el que cae en la cuenta de lo “im productivo” de su adulterio, en el X L IV . En el primero de estos capítulos la marquesa de Tellería le dice a R osalía, “a solas con ella en el C am ón” (161) que no le entregará antes de irse de viaje, como habían acordado, el resto de dinero que le debe. Le pide a su am iga que espere “unos días” y se com prom ete a entregarlo en una fecha próxima, con una responsabilidad que los lectores sabemos, finalmente, no asumirá. Este primer acto fallido forma parte de una secuencia de endeudamiento creciente que el Camón ayuda a silenciar, escenario de malas relaciones com erciales que harán que ella sea “ob ligada a vender su honor” (Correa 27) y a malvenderlo a don Manuel de Pez, quien será el otro personaje cuyo engaño Rosalía experimente en el Camón no a través de una interlocución inmediata como la mantenida con Milagros, sino con una comunicación mediatizada por una m isiva que éste le envía a “la de B ringas”. Cuando esta carta llega a manos de Rosalía, esta se m ete “en el C am ón para abrir el sobre a solas, pues andaba por allí Cándida con cada ojo como una saeta”. A l abrirlo, descubre con cólera, que “la carta no traía consigo com pañía de otros papeles”. L as tres carillas que P ez le había escrito sólo pudieron desilusionarla al informarle que — contrariamente a lo que ella esperaba— el hombre a quien se entregó, interesadamente en adulterio, no le brindaría ninguna ayuda económ ica. A R osalía “(c)ada frase de ella le desgarraba las entrañas com o si las palabras fueran garfios” y, por eso, “no pudo acabar de leer. L a ira, la vergüenza la cegaron”. E n el C am ón, entonces, ella termina rompiendo la carta y echándose a llorar por un dolor que no se debe tanto a la infidelidad que la epístola recuerda como a la falta de ganancia material por dicho acto, al carácter ineficaz de la entrega. Piensa la de Pipaón: “¡Q ué error y qué desilusión! (...) M erecía que alguien le diera de bofetadas y que su marido la echara de aquel honrado hogar... Ignominia grande era venderse; ¡pero darse de balde...! (197). Rosalía ofreció a Pez, tal como observa B lanco A guinaga, el “cuerpo propio com o m ercancía” (24), en una relación que presuponía un compromiso económico, una retribución que Pez no asumió. En este sentido, tanto la marquesa de Tellería como Pez vendrán a quebrar, en el espacio del Camón, cara a cara la primera y por escrito el 279 Luciana Mellado segundo, la posibilidad del lucro y de la ganancia que Rosalía espera como consecuencia de sus vínculos comerciales. EL CAMÓN: GUARIDA PARA LA TRASGRESIÓN La alcoba-guardarropas es el lugar en donde la de Bringas conoce el engaño de la que fue objeto, pero, también, es el lugar donde esta realiza sus tretas y mentiras. Dos son las artimañas que Rosalía realiza en el Camón: el engaño de la bata y el del dinero falso. El primero se narra en el capítulo XXIII y el segundo en el XXXIV. En ambos el destinatario del ardid es el marido ciego. La primera trampa que la protagonista lleva a cabo en el Camón consiste en cambiarse allí una bata de seda por otra de algodón, para así engañar a su marido que, exigente de una conducta ahorrativa, la ha regañado, porque su “pícara retina enferm a” le perm itió reconocer que su vestimenta era de seda, una tela cuyo costoso valor era contrario a los apretados gastos permitidos por el jefe de hogar. Una vez que su marido la increpa por dilapidar su dinero, ella “salió prontam ente”, y “(e)n el C am ón m udó la bata que tenía puesta por otra m u y vieja, que era la que generalm ente usaba”. Luego del cambio de muda, se presenta Rosalía nuevamente ante su marido, quien nota que la bata que ella lleva puesta no es de seda y, estrujando entre sus dedos la tela, expresa “(l)o que es al tacto, lana es, y m uy señora lana” (98). Una vez que Don Francisco ha hecho esta comprobación, el engaño ha concluido, a pesar de la suspicacia que le permite pronunciar la duda de que ella se haya cambiado. La segunda trampa que se realiza en el Camón tiene también, como la primera, un fondo de engaño económico que manifiesta el problema de la relación mujer-dinero y la desigual y asimétrica posición de los géneros en el control y la distribución de los gastos. Pero, además, nos muestra el bovarysmo de la protagonista que — como ya dijimos— frecuentemente manifiesta su inadaptabilidad al ambiente en que vive, a causa — diría Correa— “de una falsa apreciación de su naturaleza o de sus circunstancias personales (27). La maquinación del dinero falso es el segundo paso de un engaño previo que consistió en el robo del dinero guardado en el doble fondo de la caja de B ringas. R osalía, entonces, planifica falsificar los billetes “(p)or si por segunda vez se le antojaba registrar el doble fondo” a su m arido. P ara realizar esta tarea “(e)ncerróse en el C am ón para evitar indiscreciones”, “allí arrugaba el papel, dejándolo como una bola. Luego lo estiraba, lo planchaba con la palma de la mano, hasta que los repetidos estrujones le daban la deseada flexibilidad” (149). En síntesis, el Camón opera, entonces, como guarida en la que la protagonista lleva a cabo acciones transgresivas; la mentira y el robo serán 280 El Camón: El espacio y la intimidad prácticas que este espacio le permite planificar y ejecutar. Por lo mismo, en esta novela de Pérez Galdós se observa cómo toda subjetividad se manifiesta espacialmente, de modo tal que si analizamos los lugares propios de un sujeto, su hábitat, podemos conocerlo mejor. En consecuencia, en La de Bringas se puede describir e interpretar la interioridad de la protagonista, observando las formas expresivas y las funciones narrativas que asume el Camón. Universidad Nacional de Patagonia San Juan Bosco* Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Ciudad Universitaria. Ruta 1. Km. 4. Comodoro Rivadavia. Chubut. Argentina. C.P. 9005. [email protected] BIBLIOGRAFÍA BACHELARD, Gastón. La poética del espacio. México: F.C.E, 1965. BLANCO A guinaga, C arlos. “D e vencedores y vencidos en la R estauración, según las N ovelas C ontem poráneas de G aldós”. Anales Galdosianos XXIX-XXX, 1994-5. 13-49. CORREA, G ustavo. “E l bovarysm o y la novela realista española”. Anales Galdosianos XVII, 1982. 25-32. GULLÓN, G erm án. “T res narradores en busca de un lector”. Anales galdosianos V, 1970. 75-80. PÉREZ Galdós, Benito. La de Bringas. Edición de Domingo Ynduráin. Vol. V. Madrid: Biblioteca Castro-Turner, 1994. 1-226. VAREY, John. “F rancisco B ringas: nuestro buen T hiers”. Anales Galdosianos I, 1966. 63-69. 281 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (283-290) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html DISCURSOS ESPIRITUALES CONTRAHEGEMÓNICOS Y RESISTENCIA FEMENINA EN GEOGRAPHIES OF HOME DE LOIDA MARITZA PEREZ Cynthia L. Palmer* En el prólogo de la novela Geographies of Home (1999), Loida Maritza Pérez traslada al lector a la provincia rural de Azua, en la República Dominicana, para presenciar el fin de una vida y el comienzo de otra. En el momento cuando la anciana Bienvenida muere, su hija menor Aurelia — la única que no vigila la agonía de la madre— se despierta sobresaltada. De repente, Aurelia recuerda que la última vez que la había visto, su madre le había dicho que si estaba ausente cuando ella muriera, igual sabría cómo avisarle. Al recordar esta conversación, Aurelia experimenta los primeros dolores del parto. “M adre m ía, ayúdam e”, reza (x). A continuación, conocemos a Iliana, la hija menor de Aurelia, nacida la misma noche que falleció su abuela Bienvenida. Hace tiempo que Iliana siente la presencia de su madre, a pesar de la distancia que las separa. Se siente perseguida por una voz misteriosa llamándola a abandonar la universidad en una ciudad lejana y volver al hogar familiar ubicado en un barrio humilde de la ciudad de Nueva York. Así, en las primeras páginas de la novela, Loida Maritza Pérez, de ascendencia afrodominicana, plantea hábilmente los temas principales de la obra: la importancia de las relaciones femeninas y de las prácticas espirituales feminocéntricas ante el desplazamiento físico y/o metafórico del pueblo dominicano en el exilio. Para una comunidad diaspórica, la pérdida de la memoria y la identidad comunitaria representan la muerte espiritual. En Geographies of Home, el cuidado de la memoria es oficio femenino y la transmisión de la historia familiar y nacional se ve estrechamente ligada a una tradición espiritual matriarcal. En este estudio, se explorará la representación de la figura de la mujer sabia — la “sacerdotisa” o “cham án”— como vínculo entre el pasado y el presente, como una presencia caribeña en el contexto contemporáneo y urbano de la comunidad inmigrante dominicana en Nueva York. Específicamente, veremos cómo L. Pérez rompe con las representaciones estereotipadas de las prácticas afrohispanas (y de sus practicantes) que se suelen enfocar en los elem entos “exóticos” y/o “prim itivos” de estas. En cambio, L. Pérez enfatiza la función social de estas prácticas religiosas prehispanas y el patente valor simbólico de un sistema religioso basado en la Cynthia Palmer sabiduría y en el poder femenino. La tradición espiritual feminocéntrica se representa en la obra como un discurso cultural contrahegemónico que sirve como base de la resistencia femenina a múltiples niveles de opresión de la mujer en una sociedad netamente patriarcal. Primero, el texto establece un contraste entre la ideología patriarcal del cristanismo y las prácticas de índole feminocéntrica. El crecimiento de los movimientos evangélicos en las comunidades latinas en Estados Unidos es un tema frecuente en la literatura escrita por autores latinounidenses. En la mayoría de los casos, se establece una relación de oposición entre la Iglesia Católica y las sectas protestantes. En Geographies of Home, L. Pérez añade matices políticos al patrón binario, relacionando la temática religiosa con la historia política de la República Dominicana. El texto insinúa una correspondencia entre la Iglesia Católica y el régimen de Rafael Leónidas Trujillo, figura nefasta que sigue atorm entando a A urelia y a “P apí”, su marido, desde el pasado. De joven, Papí se había convertido del catolicismo al adventismo y dicha conversión se explica en términos políticos, como reacción a las vicisitudes de la vida bajo el régimen represivo de Trujillo, descrito com o “reino de terror”: (Papí) reflexionó sobre su conversión del catolicismo de su juventud. Lo que le había atraído de la doctrina adventista era su especifidad en distinguir lo bueno de lo malo. En un país donde la definición de ambos términos había mudado de acuerdo con los caprichos de un tirano y había poco alivio o esperanza, la religión le había concedido la salvación, acceso a lo divino, y reglas a seguir las cuales él ofreció a sus hijos como defensa contra la pobreza y el dolor1 (149). Entonces, la conversión de Papí a la doctrina protestante se presenta como un acto de resistencia motivado por el anhelo de vivir en un mundo racional y estable, gobernado por leyes universales e inmutables (muy distintos a los “capricho s de un tirano”) y con la prom esa de vida eterna para quienes las obedecen. Para Papí, la fe en la doctrina adventista le da fuerzas para ejercer la resistencia política. Sin embargo, más tarde, cuando se convierte en padre de familia, Papí se porta como un tirano caprichoso, sobre todo, con sus hijas. Basándose en la doctrina netamente patriarcal de la iglesia adventista, el padre pretende controlar sus vidas, con resultados dañinos: una hija padece de trastornos mentales, otra es golpeada por su marido, y la menor, Iliana, sufre una profunda crisis de identidad. A través de este 1 Las sucesivas citas de esta novela — y de los artículos a que se hace referencia— traducciones del inglés efectuadas por la autora. 284 son Discursos espirituales contrahegemónicos personaje masculino autoritario, L. Pérez establece una aguda crítica de las instituciones sociales patriarcales: la familia y la religión cristiana. El texto expone la ideología sexista que subyace en el pensamiento cristiano — tanto en la vertiente católica como en la protestante— al oponerlas a la tradición espiritual afrohispana y feminocéntrica. La representación de la m ujer “cham án”, o “adepta”, es clave en cuanto al proyecto ideológico feminista de la obra. En los personajes femeninos Bienvenida y Aurelia, L. P érez nos ofrece un retrato com plejo de la “sacerdotisa”, o líder espiritual femenina, haciendo hincapié en la potencia positiva de quien es dotada con sabiduría espiritual. Muchos eruditos afirman que en las sociedades tradicionales caribeñas se le otorga a la sacerdotisa o mujer chamán tanto o más respeto, prestigio y autoridad que a cualquier líder espiritual masculino. Brinda Mehta, en su estudio “T he S ham an W om an, R esistance, and the Powers of T ransform ation”, sobre la isla de G uadeloupe, (1997) afirm a que la m ujer “cham án” desem peña un papel fundam ental en las sociedades caribeñas. Aunque el estudio de Mehta se limita a la isla de Guadeloupe, investigadores de la figura de la chamán en otros contextos caribeños han llegado a conclusiones similares. Por ejemplo, Margarite Fernández-Olmos, en su artículo “L a B otánica C ultural: A rs M edica, A rs P oetica” (1997), señala que las prácticas espirituales alternativas, como el curandismo, representan un espacio donde las m ujeres “pueden clam ar una autoridad que les es negada en las instituciones dominantes y tienen más libertad para utilizar las tradiciones fem eninas de cuidado para aliviar a sus com unidades sufrientes” (11). Además, Fernández-Olmos afirma que la participación femenina en estas prácticas es cada vez más importante, y que hay varios estudios recientes en que “se observa la im portancia creciente de la m ujer en el m antenim iento de prácticas curativas/espirituales caribeñas dentro de la región y en su dispora” (11). Además de servir como curandera y partera, la chamán actúa como defensora de los intereses de la mujer dentro de la sociedad patriarcal. Mehta señala dos funciones de la chamán que resultan ser de suma importancia para nuestro análisis: primero, esta mujer sirve como un modelo de resistencia femenina y, segundo, como mentora espiritual, asegurando la continuación de la tradición matrilineal o feminocéntrica. Según Mehta, estas mujeres representan “paradigm as de resistencia a otras mujeres para contrarrestar las fuerzas del sexism o dentro de la com unidad” y siendo entendidas com o “m entoras espirituales que aseguran la preservación de sistem as de creencia fem inocéntricos”. (233). M etha afirm a: 285 Cynthia Palmer Aunque las chamanas trabajan para el bienestar general de toda la comunidad, quisiera enfatizar que la fuerte presencia de modelos espirituales femeninos, sensibles a las preocupaciones particulares de las mujeres en sociedades tradicionales androcéntricas, es clave en el proceso de la actualización femenina (233). Mehta afirma que el discurso colonizador suele restarle prestigio a la figura de la mujer chamán y representarla com o figura “exótica”, sensual, y marginal: entre estos estereotipos se encuentran la “bruja”, la “loca” o “histérica”, o bien, “la m ulata exótica” tratándose usualm ente de una m ujer de color, mientras que muchas escritoras caribeñas pretenden reapropiar la figura de la chamán, afirmando así las raíces africanas (prehispanas) y la potencia femenina (233-34). La novela de L. Pérez refleja esta tendencia recuperativa. En este texto, Bienvenida y Aurelia — en tanto personajes fenmeninos— ejemplifican el papel fundamental de la chamán en la sociedad transcaribeña. Bienvenida es descrita como mujer sabia de gran renombre e influencia en la provincia de Azúa. De hecho, ella es más respetada que el cura católico que hace visitas mensuales al pueblo: En (su pueblo) su madre era más respetada que el sacerdote viajante que visitaba una vez por mes. Era ella la que, como partera, presidía sobre nacimientos y muertes. Era ella la que iniciaba los ritos para apaciguar a los muertos prematuros y dar esperanza a los sobrevivientes. Durante días su casa resonaba con el movimiento constante de aquéllos que buscaban sus consejos. Por las noches, la casa vibraba con los suspiros consternados de los espíritus (132). Queda claro que la figura de la mujer chamán tal como se representa en esta obra se asocia con la inversión de las relaciones de poder basadas en sexo-género, especialmente, en contraste con el papel subordinado de la mujer en la tradición cristiana, ya sea en la Iglesia Católica o en las sectas protestantes o fundamentalistas (como la adventista). Además, como Bienvenida — en su condición de líder espiritual— es la que realmente manda en el pueblo, su presencia hace patente la falta de control sobre las zonas rurales (periféricas) ejercida por las instituciones sociales céntricas (la Iglesia Católica, el régimen de Trujillo). Bienvenida, la mujer chamán, encarna, así, la ambigüedad del espacio marginal/marginado (como el cuerpo femenino), ese denom inado por H om i B habha com o un espacio “tercer espacio” (“third space”); un espacio “en el cual la negociación de diferencias incon mensurables crea una tensión peculiar de la existencia fronteriza” (218). Aurelia, como hija menor, debía heredar los dones espirituales de su madre, pero ella rechaza el legado materno por temor al poder. Su hermano, 286 Discursos espirituales contrahegemónicos Virgilio — que compartía con Aurelia la clarividencia— enloqueció y se suicidó para escapar de los espíritus. Por eso, Aurelia teme compartir no sólo las dotes, sino el destino de su hermano. Ella asocia su poder con la locura y con la muerte; es más, parece ver el sino de Virgilio como un castigo de Dios por el pecado de la rebeldía. S u “conversión” a la doctrina adventista, entonces, representa un deseo de escapar de su propio poder: Ella no quería más de tal legado. Habiendo presenciado el final de Virgilio, juró no seguir su camino, ni el de su madre. Por esta razón se convirtió a la religión de su marido y había compartido con él muy poco de su pasado. Simplemente quería vivir su vida y, al momento de morir, presentarse ante Dios como una de los humildes y no como una rebelde dominada por habilidades en las cuales no se atrevía a confiar (134). Una vez casada con Papí, Aurelia reprime sus dones espirituales y se conforma con las expectativas de la comunidad adventista para la mujer: es esposa sumisa y madre abnegada. No obstante, su hija Iliana — por ser la hija menor— comparte la herencia espiritual de su madre y abuela, y sospecha intuitivamente que bajo la fachada de señora de Aurelia yace un poder oculto. Desde niña, Iliana es capaz de superar su formación adventista, descifrando el discurso corporal que comunica indicios de su verdadera identidad. Está fascinada con las huellas de rebeldía lejana — o acaso mal contenida— visibles en el cuerpo femenino de Aurelia: Iliana recordó las orejas de su madre. Esas orejas, perforadas en un pasado del cual Aurelia pocas veces hablaba, la asustaban e intrigaban. Criada en una religión que condenaba como pagano perforar las partes del cuerpo, ella había imaginado que si los agujeros tapados de su madre hubieran sido desembarazados, esta se habría transformado en una maga bailadora, no en secreto en un día sabático cuando se quedaba en casa fingiendo estar enferma, sino libremente, desencadenando impulsos oprimidos por la religión de Papí (3). Además de esta lectura del cuerpo-como-texto, Iliana también interpreta la “actividad incesan te” de A urelia com o otra señal de una potencia trasgresora apenas detenida: “E sta actividad incesante, aun en m o m entos cuando podría haber optado por descansar, ahora le sugería un intento de contener fuerzas luchando por escaparse” (4). Cuando finalmente toma la decisión de recuperar el legado materno para defender a sus nietos de su padre violento, Aurelia cumple con la función netamente feminista de la mujer chamán, actuando como madre espiritual y 287 Cynthia Palmer defensora de los intereses de la mujer (o sea, la mujer-como-madre, quien protege a los niños indefensos) dentro de la sociedad patriarcal. El asesinato de Pasión, su yerno — efectuado por medio de ritos arcanos— no sólo marca el clímax dramático de la obra, sino que, también, señala la ruptura radical con el statu quo en el texto. Sin embargo, la descripción del rito es simple, concisa y evita todo detalle sensacionalista. Minimaliza los elementos “prim itivos”. N otem os, por ejem plo, que A urelia no participa de la vio lencia en el plano físico, pues no mata ni sacrifica los pollos; eso lo hace el carnicero siguiendo sus instrucciones explícitas: “E lla le había pedido al carnicero del mercado que los degollara y desangrara. Le había explicado que no quería que los desplum ara” (253). El hombre había bromeado con Aurelia, preguntando: “¿U sted piensa h acer “hoodoo” con estas aves?” Ella lo había negado rotundamente (253-54). Además, el rito coincide con la preparación de una cena familiar navideña y Aurelia se encuentra en la cocina, espacio doméstico feminino que se asocia nada más que con la alimentación. Así, Loida Pérez crea una alternativa a la representación estereotipada de la mujer chamán afrocaribeña com o “bruja” o “m ulata exótica”, lo cual es un lugar común en el discurso colonizador. En cambio, L. Pérez enfatiza el control y la concentración mental de Aurelia como fuente de su poder. Aurelia se responsabiliza por sus acciones: se hace visible a su víctim a y se queda a presenciar su m uerte: “E lla decidió que él la viera también. Quería que él supiera que lo que iba a ocurrir no era mera casualidad, sino que lo había planeado… Tal como había pensado, él la vio sentada en el marco de la ventana al otro lado del mismo cuarto donde él estaba parado” (255). Así, este acto violento adquiere valor ético, pues Pasión se vuelve cóm plice en su propia m uerte: “A urelia perm aneció el tiem po suficiente para que su conciencia atem orizara su alm a (… ) H abiendo conjurado la m uerte, A urelia se m antuvo respetuosam ente en su presencia” (255-6). L. Pérez también problematiza el uso del poder femenino y la responsibilidad personal y social. Aurelia siempre le recuerda a su hija Rebecca, la esposa de Pasión, que ella misma perpetúa su propia victimización al volver una y otra vez a su marido. Esta intervención de Aurelia es motivada por amor a sus nietos indefensos, no para rescatar a Rebecca de la situación. A la vez, Aurelia reconoce que su propia complicidad con la doctrina machista adventista ha contribuido a los problemas de sus hijas. En este momento, Aurelia reconoce la falta que le hace su m adre B ienvenida. E cha de m enos sus consejos: “T antas lecciones se había negado a aprender, porque estas habían sido enseñadas por su m adre” (135). Al concluir la novela, Aurelia asume el papel de madre espiritual como un compromiso social al decidir compartir sus dones con sus hijas y 288 Discursos espirituales contrahegemónicos enseñarles a usar su sabiduría para mejorar la condición de la mujer en su comunidad. Finalmente, Aurelia recobra los consejos de Bienvenida, la madrechamán, que siempre le había recordado su herencia: “P orque quiero que nunca te olvides… porque el futuro te hará m ás daño si niegas el pasado” (295). Esta cita subraya el poder de la memoria y la importancia de la historia femenina en la conservación de la familia y la cultura. La tradición oral es el vínculo que une las sucesivas generaciones de la familia y de las comunidades de las diásporas africanas y caribeñas. Bienvenida, Aurelia, Iliana y Soledad, la hija menor de Rebecca, son las herederas y serán las guardianas de la historia familiar, ellas son la sabiduría de la tradición espiritual femenina. B rinda M ehta afirm a que: “E l acceso de la m ujer a la historia oral sirve com o (esc)rito de iniciación (“rite/w rite of passage”) a la individuación y auto afirmación femenina, reinvidicando la reinserción de lo femenino a la expresión literaria para rectificar la exclusión tradicional de la mujer negra de la producción literaria” (1997:235), siendo evidente que L oida M aritza P érez participa en este proyecto recuperativo. En Geographies of Home, L. Pérez le ofrece al público lector un retrato inolvidable de la resistencia espiritual femenina de la comunidad dominicana en Estados Unidos. Al reapropiar la figura de la mujer chamán afrocaribeña, Pérez socava las representaciones racistas y sexistas de las prácticas religiosas femeninas perpetuadas en el discurso colonizador. La novela afirma las raíces culturales afrohispanas de la comunidad dominicana, haciendo hincapié en el papel de las mujeres — las madres espirituales— en la conservación y transmisión de la sabiduría cultural. L a suya es una voz m ás que susurra a nuestro oído: “P orque quiero que nunca te olvides”. The College of Wooster* Department of Spanish Wooster, OH 44691 [email protected] 289 Cynthia Palmer BIBLIOGRAFIA BHABHA Homi K. The Location of Culture. New York: Routledge, 1994. FERNÁNDEZ Olmos, Margarite. “L a B otánica C u ltural: Ars Medica, Ars Poetica”, en Sacred Possessions: Vodou, Santería, Obeah, and the Caribbean. Ed. Margarite Fernández-Olmos and Lizabeth ParavisiniGebert. New Brunswick: Rutgers U P, 1997. 2-15. MEHTA, B rinda. “T he S ham an W om an, R esistance, and the P ow ers of Transformation: A Tribute to Ma Cia in Simone Schwartz-B art‟s T he Bridge of Beyond”, en Sacred Possessions: Vodou, Santería, Obeah, and the Caribbean. Ed. Margarite Fernández Olmos and Lizabeth Paravisini-Gebert. New Brunswick: Rutgers U P, 1997. 231-247. PÉREZ Loida, Maritza. Geographies of Home. New York: Penguin Books, 1999 (2000). 290 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html DOCUMENTO ALPHA N° 23 Diciembre 2006 (293-302) ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html EL TEXTO DEL DECAMERON: ENTRE AUTÓGRAFOS Y EDICIONES CRÍTICAS José Blanco* El sueño declarado de todo filólogo es llegar a establecer la edición crítica de un texto con tal precisión, que, si fuera encontrado un autógrafo del mismo, correspondiera palabra por palabra. O que, por lo menos, representara la última o una de las etapas de la voluntad del autor. Se trata de una tarea particularmente emocionante para aquéllos que nos dedicamos a la literatura medieval y humanística; pero, sobre todo, en el caso de los creadores que han dejado exceso de material o que son intrínsecamente polémicos por psicología. ¿QUÉ MEJOR EJEMPLO QUE BOCCACCIO? De la mayoría de las obras de Boccaccio se conserva más de una redacción y, aunque en este último siglo se ha ido confirmando la existencia de diversos autógrafos suyos, estos contienen modificaciones que a veces son variantes, pero otras son simples descuidos de copista. Sabemos de muchos otros que podemos considerar como dispersos (aunque nadie asegura que estén perdidos) y de trabajos suyos que constituyen documentos para el estudio de otros autores. El caso paradigmático es el Cod. Zelada 104.6 de la Biblioteca Capitular de Toledo, donde copió la Commedia, la Vita Nuova y 15 canciones de Dante, obras a las que agregó una biografía del gran poeta que tanto admiraba. Sin embargo, difícilmente puede existir un texto más complicado de reconstruir que el Decameron, ni siquiera por el hecho de haber sido encontrado un autógrafo hace medio siglo y que dicha autografía haya sido demostrada hace más de cuatro décadas.1 Cuando en 1573, un grupo de “deputati” — bajo la dirección de Vincenzo Borghini— asumió la tarea de realizar una “rassettatura” del 1 Toda esta temática fue desarrollada por mí en el artículo “L ‟au to g rafo b o ccaccesco b erlin ese: identificazione, dimostrazione, edizion e (co n do cu m en to s in éd itos)”. 1 99 4 . Santiago de Chile: Ediciones Video Carta. La traducción de todas las citas italianas me pertenece. José Blanco Decameron2 se valieron, por sobre todo, del actual manuscrito Laurenziano X L II l, que fue considerado hasta hace poco com o el “O ttim o”. Y las razones para ello son varias. Fue escrito en 1834 por Francesco d‟ A m aretto M annelli quien agregó numerosas notas al margen especificando que, en algunos puntos, el texto presentaba lecciones aparentemente equivocadas. En vista de los numerosos cambios que presentaban otros m anuscritos, los “d eputati” llegaron a pensar que B occaccio había dejado dos originales; pero no fueron más allá. El códice de Mannelli — que se conoce con la sigla Mn— fue proclamado como muy exacto a tal punto que, en la reproducción tipográfica de 1761, se aseguraba que era una copia muy fiel del original mismo de Boccaccio. S egún M ichele B arbi, “esta veneración del cód ice Mannelli — proclamada por tan alta autoridad— permaneció por muchos siglos como una capa de plomo sobre la crítica del texto del D ecam eron” 3; pero fue justamente Barbi, quien planteó la cuestión en otros términos. Los alemanes Tobler y Hecker se habían ocupado en el último ventenio del siglo XIX de otro códice, que ya los “d eputati” habían considerado el Hamilton 90, de Berlín (denominado B) en un segundo lugar de importancia. Nació así la sospecha de que, incluso, el Mannelli derivase de este último. Sin embargo, había demasiados puntos oscuros como para aceptarlo de inmediato. Barbi estudió el problema con miras a la edición crítica de la Accademia della Crusca. Y, gracias al trabajo de sus colegas y ayudantes, llegó a una conclusión: “¿C opistas correctores? E h no, serían dem asiados, y sería necesario imaginarlos demasiado atentos y demasiado inteligentes” (1977:50). Era necesario “m utare strada”. La edición de Aldo Massera (1927. Bari: Laterza) se basó completamente en el Berlinés, sustituyendo de hecho la de Pietro Fanfani (1857. Firenze: Le Monnier) que se apoyaba en el Mannelli. El mayor inconveniente era la laguna que el texto presenta, puesto que faltan dos quinternos completos. Para sustituirlos, Massera recurrió al mismo Mannelli y a la edición Deo Gratias (llamada así por terminar con esas palabras), que debería ser anterior a la de Cristoforo Valderfer (Venecia 1471) y, por lo tanto, la más antigua conocida. Según Massera, ambos textos provenían del códice Berlinés, pero el asunto no debía considerarse un punto de llegada, 2 Al respecto dejaron unas A n no tazio n i e d isco rsi sop ra alcu n i lu ogh i d el D eca m ero n fatte d a ‟ Deputati alla correzione del medesimo, que han sido reimpresas en numerosas ocasiones. 3 Cfr. M ich ele B arb i. 1 9 27 . “S ul testo d el „D ecam ero n ‟ p ub licad o en Studi di filologie italiana I. 9-68. Formó parte del vol. La nuova filologia. Firenze: Sansón. 1938. Cito de la 3ª edición, Firenze: Sansoni, 1977. 50. 294 El texto del Decameron sino de partida para la gran empresa de la edición crítica definitiva. Precisamente así fue. Barbi no creía que se hubiera demostrado que Mn proviniera de B, porque algunas lecciones que pertenecían a la tradición común del Decameron en Mn las veía aparecer y, en cambio, estaban perdidas en el pretendido original. Mannelli no recurrió a otros textos (lo habría dicho, ya que con el mayor escrúpulo advierte hasta sus más ínfimos cambios) y no era adivino, por lo mismo, conservó los errores y las lagunas de su original y donde intentó corregir con la ayuda del contexto, por lo general, no dio con la tradición común. Todo lo anterior se demuestra con tablas y cotejos minuciosos. La conclusión era que las lecciones genuinas, que Mn conserva y B ha perdido, no puede tenerlas, sino es porque deriva de un códice colateral a B en el que se habían conservado. Por lo tanto, habría que revisar la tradición manuscrita completa y llegar a pensar en una segunda copia por mano de Boccaccio, lo que no era imposible puesto ya lo había hecho con la Vita Nuova de Dante. En esos años, trabajaba en el grupo de Barbi el joven Alberto Chiari a quien le cupo revisar las notas manuscritas de Massera y confrontarlas con Mn. Pronto se dio cuenta que necesitaba tener a la vista los dos manuscritos. Su tarea consistía, también, en examinar el Cod. It. 482 de la Bibliotheque Nationale de París (denominado P) considerado como de la segunda mitad del siglo XIV y, por lo tanto, contemporáneo al autor. Lo habría escrito un cierto G iovanni d‟A gnolo C apponi, quien afirmaba, aparentemente, tal cosa en una nota. De él hablaré más adelante. El hecho relevante es que Chiari consiguió tener el B en sus m anos… ¡y allí se produjo el gran descubrimiento! Cuando conocí al profesor C hiari en F irenze, m e perm ití felicitarlo “sin retórica” com o el verdadero descubridor del autógrafo decam eroniano. E n esa ocasión, y en muchas otras en que conversamos, puso énfasis en aquello que ya había escrito antes que yo naciera: partió de pruebas internas. En efecto, pudo constatar que lecciones comunes a P no eran erradas, sino que habían sido transcritas fielmente y, en un segundo tiempo, borradas y reemplazadas por la misma mano con otras que consistían, con respecto a las primeras, en verdaderas variantes de gusto, variantes de autor. Sólo que Chiari no era un conocedor de “la m ano” de B occaccio, p ero su maestro Barbi sí. Entonces, Chiari puso el Códice en sus manos después de transmitirle sus sospechas. Barbi lo hojeó, miró algunos párrafos, fue para adelante y para atrás “com o si buscara de inm ediato m iles de respuestas a miles de preguntas que se le iban agolpando en la mente, impaciente, excitado”. D espués m iró a C hiari, que lo observaba trepidante, y le susurró “con su herm osa so nrisa lum inosa”: “T iene razón. E s él”. Y, luego de 295 José Blanco examinar nuevamente el códice, sentenció: “Es él, y no de los primeros, sino más bien de los últimos años”. Pero, al igual que ocurre con un diagnóstico médico, se necesitaba una segunda opinión. Y Barbi quiso que fuera la de Giuseppe Vandelli, el otro conocedor de la grafía de Boccacccio, quien había descubierto recientemente la autografía del Teseida — obra juvenil en verso de Boccaccio— en el Cod. Laurenziano Acquisti e Doni 324 y, por lo mismo, era la persona más indicada. Chiari resolvió pacientemente las incertidumbres de Vandelli, quien quería ver aparecer algunas figuras de letras y se las encontró por centenares. Además, Chiari le puso en evidencia algunas figuritas que, también, han resultado autógrafas de Boccacccio. Había que proseguir el trabajo, justamente en torno a la línea sugerida por Barbi. Chiari habría de resumirlo así, en 1948: “C uando, en efecto, se hubiera podido demostrar que no sólo ese códice era autógrafo, sino que también de años avanzados hacia la vejez; que el códice de París representaba una redacción inmediatamente precedente que podía servir para preciosos cotejos en lugares inciertos o lacunosos; o que el códice Laurenziano era copia del Berlinés, diligente aunque, naturalmente, no perfecta, y que podía óptimamente servir para todos los pasajes ya perdidos del original; las perspectivas para la edición crítica de la obra maestra de Boccacccio se habían aclarado y mejorado mucho desde cuando Barbi dio las primeras luminosas demostraciones y los primeros óptimos consejos acerca de lo que había que hacer”. Desgraciadamente los ilustres investigadores terminaron su ciclo vital. Vandelli falleció en 1937, a los 72 años; Barbi en 1941, a los 74. El joven Chiari ganó un concurso universitario fuera de Firenze y tuvo que partir para Milano. Después vino la guerra y todo el vasto programa tuvo que postergarse. Sólo el 11 de julio de 1948 habría de publicar su artículo “¿Un nuevo autógrafo de Boccaccio?” en el periódico Fiera Letteraria. El 14 de ese mes ocurrió el atentado contra Palmiro Togliatti — destacado dirigente del Partido Comunista— y Chiari, según me confesó, quedó impresionado. Se hablaba nuevamente de revolución y ya el conflicto bélico había sido bastante. Hombre sensibilísimo no estaba de ánimo para seguir adelante y, tanto menos, para entrar en polémicas, porque se lanzaron contra él prácticamente todos con una violencia inaudita, casi como si Chiari hubiera descubierto lo que sólo ellos tenían derecho a descubrir. 4 La traducción ha sido tomada del texto republicado por Alberto Chiari en el vol. Indagini e letture. Terza serie. Firenze: Le Monnier. 1961. 347. 296 El texto del Decameron Recurriendo a un maquiavélico recurso, los detractores de Chiari prefirieron no escribir directamente, sino que servirse de una alumna: María Sampoli Simonelli (que luego pasó a firmarse Marie Picchio Simonelli por haber cambiado su apellido de casada) quien publicó un artículo lapidario en los prestigiosos Annali della Scuola Normale di Pisa.5 Mario Casella, maestro de la autora, aprobó lo dicho por ella por tratarse de un trabajo “conducido con seriedad de investigaciones y seguridad de método filológico” 6. Un camino parecido siguieron Vicenzo Romano, cuando reseñó el Decameron de Giuseppe Petronio,7 y otros estudiosos ignoraron los resultados de Chiari prefiriendo aceptar los de la Sampoli.8 En 1955, Chiari volvió sobre el tema9 reproduciendo fotográficamente dos apuntes de Barbi, que confirmaban su juicio acerca de la autografía de B. En estos apuntes aseguraba que debía fundarse el texto de la edición crítica en el B erlinés (“¡y no será una repetición de la edición M assera!”) anotando en cursiva las variantes de los códices P y Mn; pero de poco sirvió esta ampliación del tema. Vittore Branca estaba estudiando el texto Decameron desde hacía años, pero no había tenido el Berlinés en sus manos. De hecho, lo utilizó poco para su propia edición del año 1951-52, por lo mismo, no aceptó la opinión de Chiari y prefirió acoger la otra corriente, porque mientras tanto tenía su polémica personal con el filólogo norteamericano Charles Singleton, que también había publicado su edición crítica. Una de las dudas que más avalaban a los detractores de Chiari era: “¿Por qué, si Barbi sabía que el Berlinés era autógrafo, no lo dijo?” Y la respuesta es simple: “Porque era un descubrimiento de Chiari y a él le correspondía publicarlo”. ¡Qué lección de honestidad académica! El alumno no pudo evitar dejar constancia de ello en un apunte al margen de una de las 5 Cfr. “Il „D ecam ero n ‟. Problemi e discussio n i d i critica testu ale”, en Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa, sez. Lettere, storia e Filosofia, XVIII (1949-50), serie II, fasc. IIIIV. 129-172. 6 Cfr. “S tudi Dan tesch i”, X X IX (19 5 0). 728. 7 Cfr. Belfagor, Nº 6, noviembre 1950. 236. 8 Basta recordar a Vittore Branca, Natalino Sapegno, Giuseppe Billanovich y Pier Giorgio Ricci, sólo por recordar a los principales. Me di el trabajo de buscar las reseñas y artículos uno por uno, lo que constituye el tema de otro trabajo. Al rechazo de lo que Chiari había descubierto, siguieron después los aplausos por el descubrimiento, pero sin considerar al verdadero descubridor. Toda una crónica que dio origen a una lectio deformada y vulgata de la entera cuestión. El mismo Chiari se dio el trabajo de aclararlo en el vol. Studi Letterari. Firenze: Nardini. 1981. 114-129. 9 Cfr. Alberto Chiari. 1 95 5 . “A nco ra su ll‟ au to grafia d el co d ice B erlin ese d el „D ecam ero n ‟ Hamilton 90”, in Convivium, N. S. XXIII. 352-356. 297 José Blanco venenosas reseñas. Su maestro prefirió llevarse la noticia a la tumba antes que apropiarse de ella para prestigio personal. Pero la verdad es hija del tiempo, como señaló Francis Bacon. Alberto Chiari publicó por tercera vez su artículo con un apéndice en el que incorporaba las variantes (1961:337-351). Según parecía, para un trabajo serio era imprescindible revisar el códice, pero no fue fácil encontrarlo, pero, por fin, fue enviado en prestamo interbibliotecario a la Biblioteca Marciana de Venecia, cerca de la Universidad de Padova, donde enseñaba Vittore Branca. Branca fue el organizador del trabajo y llamó a colaborar a Chiari y a Pier Giorgio Ricci, también florentino, pero que enseñaba en el sur. Chiari se excusó, pero Ricci — que ya había escrito en contra de éste último— se presentó deseoso de ver el códice. La historia de Ricci merece un párrafo aparte. Estudioso de Dante, Petrarca y Boccacccio, fue quien descubrió la autografía del De Mulieribus Claris y de sus dos fases redaccionales, en 1959.10 Era la voz autorizada que faltaba, después de haber revisado todos los otros autógrafos existentes (La Genealogía Deorum Gentilium, los Zibaldones Laurenziano y Magliabechiano, el Teseida, el Toledano y otros menores descubiertos por Hecker). Ricci se sintió en la necesidad de comunicar sus impresiones en un artículo publicado en el principal diario de F irenze: “R ecuerdo con em oción el primer encuentro en la Biblioteca Marciana: abrimos el volumen, y he ahí el corte caraterístico de los manuscritos salidos del escritorio de Boccaccio, he ahí la atmósfera particular de sus páginas, he ahí la conocida, querida, bella escritura. Ninguna duda posible: teníamos delante el autógrafo de la prosa m ás grande de nuestra literatura” 11. Y R icci haría de inm ediato una confesión de parte: “R ecuerdo que rechacé la propuesta de Chiari; y hoy lo reparo, reconociendo el haberme equivocado y haberme precipitado. En efecto ninguno de aquéllos que negaban la autografía había visto el códice: no aquéllos que ponían en relieve los errores del texto, no la Sampoli Simonelli que negaba la autografía del hamiltoniano después de haber analizado la escritura de éste basándose en 10 Cfr. Pier Giorgio Ricci. 1 9 59 . “Un autografo del „De mulieribus claris‟, en Rinascimento, X. 3-12; y “Le fasi redazionali del „De mulieribus claris‟”, ibídem .12-21. Ahora en Studi sulla vita e le opere del Boccaccio, op. cit., 115-135. 11 Cfr. La Nazione, Firenze, agosto 7, 1962. 3. Con su título original “Ho participato alla sco p erta d el „D ecam ero n ‟ autografo”, fue incorporado en el vol. Pier Giorgio Ricci, Rari ed inediti, Edizioni di storia e letteratura. Roma. 1981, y en sus Studi sulla vita e le opere del Boccaccio, Ricciardi. Roma-Napoli. 1985. 256-260. He preferido mantener el texto en su lengua original por su valor estilístico y documentario. 298 El texto del Decameron mediocrísimas y anticuadas fotografías, no los que, como yo, se dejaban convencer por los argum entos ajenos” 12. ¡Otra prueba de honestidad académica! Pero Ricci también nos dejó el 22 de abril de 1976, cuando tenía sólo 64 años. Su viuda, Adriana Materassi Ricci, transform ó su casa de T agliente d‟A rtena (Frascati) en un archivo y me abrió las puertas. Tenía aún mucho que decir; pero, al igual que Barbi, dejó directivas precisas para lo quedaba por hacer. El libro Studi sulla vita e le opere del Boccaccio, publicado póstumo en 1985 por Ricciardi Editore de Milano-Napoli, resulta fundamental para cualquier filólogo que, como yo, quiere proseguir la tarea. Paradojalmente, el que más provecho sacó del descubrimiento de Chiari y de la demostración de Ricci fue Vittore Branca, que ha dedicado toda su vida al tema. En los años sucesivos al pequeño, pero significativo, libro del C.E.D.A.M., aparecieron tres ediciones que llevaban su firma: la reproducción anastática de Alinari;13 una edición para todo público, que primero debía publicar Le Monnier y que luego apareció bajo el sello Einaudi de Torino;14 y la tan esperada edición crítica de la Academia della Crusca.15 Pero no se detuvo ahí, puesto que reeditó — corregida y aumentada— su serie de estudios recogidos en Boccaccio Medievale16 y su Profilo Biografico.17 A la intensa actividad editorial de Branca hay que agregar un volumen de 584 páginas, publicado por Edizioni di Storia e Letteratura, bajo el título de Tradizione delle opere di Giovanni Boccaccio-II. El número romano es fundamental, puesto que Branca publicó el primer tomo en 1958, por la misma editorial. Después de tantos años, esta segunda parte parecía poco probable. En todo caso, Branca ya advierte en nota que espera presentar 12 Cfr. Pier Giorgio Ricci. “Svolgimento della grafia del Boccaccio”. Traducimos del texto publicado en el vol. Un autógrafo del „Decameron‟ (Codice Hamiltoniano 90), Casa Editrice Dott. Antonio Milano (C.E.D.A.M); Padova. 1962.61-62. Fue reimpreso en los Studi sulla vita e le opere del Boccaccio, op. cit. 286-296, con el título “Evoluzione nella scrittura del Boccaccio e datazione degli autografi”. (S e eliminan algunos problemas contingentes) 13 Cfr. Giovanni Boccaccio. 1975. D eca m ero n , fa csim ile d ell‟ a u to g ra fo co n serva to n el co d . Hamilton 90 di Berlino. Firenze: Editrice Alinari. 44, 224 láminas. 14 Cfr. Giovanni Boccaccio. 1980. Decameron. Torino: Giulio Finaudi Editore. CX-1362 pp. Reproduce sustancialmente el IV volume de Tutte le opere. 1976. Milano: Mondadori. XL1614. Otro producto del Centenario y de la utilización del autógrafo. 15 Cfr. Giovanni Boccaccio. 1976. Decameron. Edizione critica seco n d o l‟ au to grafo Hamiltoniano. Firenze: Academia della Crusca. CXXXVI-760. 16 Cfr. Vittore Branca. 1975. Boccaccio medievale. Firenze: Sansoni Editore, Firenze. 384. Es importante hacer notar que a esa 4ª edición siguieron otras y que fue publicado nuevamente con el título Boccaccio medievale e nuovi studi sul „Decameron‟. 1996. Firenze: Sansoni Editor. 17 Cfr. Vittore Branca. 1977. Giovanni Boccaccio. Profilo biografico. Firenze: Sansoni editore. 228. 299 José Blanco nuevos resultados en un tercer volum en… “se a tela ordita D io m anderà ancora un po‟ de buon filo” 18. No estaba mal para uno que estaba por cumplir los 80 años y, de hecho, falleció a los 92, el 28 de mayo de 2005. En todo caso — como veremos— alcanzó a proponer algo más. La segunda parte de la Tradizione presentaba pocas novedades para quienes habíamos ido siguiendo las intervenciones de Branca en Congresos Internacionales y en publicaciones científicas. Eran poquísimas las páginas nuevas, pero tenían dos méritos insustituibles: reunía textos difíciles de encontrar (y que en estado de fotocopias o de extractos suelen estar rayados y anotados), y agregaba notas de actualización con bibliografía preciosísima. Hay que hacer notar que los estudios de Branca sobre el texto del Decameron de 1950 y 1953 y — sobre todo— sus trabajos acerca del autógrafo y de la edición crítica de la Academia della Crusca (que es una edición de biblioteca, por su precio, y dedicada a los especialistas). También resulta interesante el “Intermezzo autobiografico-narrativo” (477-482), donde reconoce el aporte de Chiari y de Ricci, lo que es fundamental, puesto que sus editores no dudaron en publicitar que Vittore Branca había descubierto y demostrado la autografía del códice decameroniano (!). En cuanto a la edición crítica (que no es todavía definitiva), ¿cuáles son los resultados? Pueden resumirse así: — Se utiliza como base el Cod. Hamilton 90, integrando la parte de texto que falta en los testimonios finales. — La edición Deo Gratias no es copia de B, sino testimonio afín ampliamente contaminado y corregido. — Mn no es copia, sino afín de B. — P no depende de B o de Mn, sino que refleja un estado del texto anterior a los otros dos. Al respecto, esta edición crítica de Branca propone el siguiente árbol genealógico: AX AX1 AX2 (Ax2+) X X1 B P Mn 18 Cfr. Vittore Branca. 1991. Tradizione delle opere di Giovanni Boccaccio. II. Roma: Edizioni di Storia e Letteratura. 5, nota 1. 300 El texto del Decameron Esto es: de un ejemplar de servicio (AX) tuvieron origen dos redacciones. De una de ellas tuvo su origen P; de la otra Mn (a través de un atígrafo X1) y B, que debe haber pasado por un estadio de redacción (AX2+) de 1370 que pudo, incluso, no existir materialmente (o sea, que Boccaccio pudo modificar sólo mentalmente al momento de transcribirlo en B). Y es, precisamente, a P al que Branca dedicó sus últimos años e hizo confluir sus diferentes artículos en el segundo volumen de Il capolavoro del Boccaccio e due diverse redazioni.19 Pero quien esta vez hizo el gran anuncio que remeció el ambiente filológico fue Aldo Rossi, pues creyó identificar en ese códice un nuevo autógrafo del Decameron. Verdadero demostrador de la primera redacción contenida por el Códice Parísino,20 se atrevió a escribir: “H oy sé lo que entonces para mí habría sido difícil de decir: esto es el Parísino es un libro de autor, es un autógrafo en cancilleresca con influencias de la bastarda del mismo Boccaccio, mientras que Capponi tal vez es sólo el destinatario de la copia” 21. Y la historia volvió a repetirse. Fue Marco Cursi quien, en los Studi sul Boccaccio dirigidos por Branca, aceptó sólo en parte la tesis, afirmando que el copista del Códice imitó algunos aspectos de la escritura de Boccaccio, pero sin aceptar que fuera de mano del autor.22 Rossi falleció el 2 de diciembre de 1999 y, por lo tanto, no puede replicar. La cuestión permanece abierta y será necesario revisar con calma las centenares de lecciones anotadas por todos los que se han interesado en el asunto. Para terminar, vaya la siguiente reflexión: se puede asegurar que se cierra un ciclo de casi un siglo. Apoyándose en la labor de los que lo acompañaron, todos los citados llegaron a cumplir el primer paso indicado por 19 Cfr. Il capolavoro del Boccaccio e due diverse redazioni. 2002. Venezia: Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed A rti; I. M au rizio V itale. “L a riscrittu ra d el „D ecam ero n ‟”. I mutamenti linguístici, 571 pp. II. Vittore Branca. Variazioni stilistiche e narrative, 220. Los artículos de este ú ltim o fu ero n : “P o ssib ile id en tificazio m e n el P arigin o it. 4 82 d i u n a red azio ne del “D ecam ero n ” an terio re all‟au to grafo d egli an n i S ettan ta”, en Studi sul Boccaccio. XXII (1994), pp. 225-2 34 ; “S u u n a red azion e d el “D ecam ero n ” an terio re a qu ella co n servata n ell‟au to grafo ham ilto n ian o ”, en “Id ” X X V (1 9 97 : 3-131); “A n co ra su un a red azio n e d el “D ecam ero n ” an terio re a qu ella au to grafa e su po ssib ili in terven ti “sin go lari” su l testo ” en “Id ” X X V I (1 99 8 ), pp. 3-97 ; y “P rim e p ro po ste su lla d iffu sio n e d el testo d el “D ecam ero n ” red atto n el 13 49 -52 (testimoniato nel Codice Parigini Italiano 482 )”, en “Id ” X X V III (20 0 0). 35-72. 20 Cfr. Giovanni Boccaccio. 1977. Il Decameron, edición crítica de Aldo Rossi. Bologna: Cappelli. XLVII-639. 21 Cfr. Aldo Rossi. 1997. Cinquanta lezioni di filologia italiana. Roma: Bulzoni. 129. La sucesiva demostración se encuentra en 165-178. 22 Cfr. M arco C u rsi. 20 00 . “U n n u o vo au to grafo b o ccacian o d el “D ecam ero n ”? N o te su lla scrittu ra d el cod ice P arigin o Italian o 4 82 ”, en Studi sul Boccaccio. XXVIII. 5-34. 301 José Blanco Barbi, porque no otra cosa es su edición crítica, que ya preparara Aldo Francesco Massera. ¡Bien por la filología y sus cultores! Universidad de Las Américas* Escuela de Comunicación Avenida Manuel Montt 948 Santiago de Chile 302 ALPHA N° 23 Diciembre 2006 ISSN 0716-4254 www.ulagos.cl/alpha/Index.html RESEÑAS Alpha Nº 23 Diciembre 2006 Juan Carlos GARCÍA. 2004. Crimen sin castigo. Neltume, Santiago, Tejas Verdes. Santiago de Chile. Mosquito Editores. 298 pp. Hacía falta un libro como Crimen sin castigo de Juan Carlos García, en la nómina de textos de testimonio escritos en Chile sobre los episodios de abusos y represiones vividos en nuestro país a partir del Golpe Militar de 1973. Es poco lo que aún sabemos de ese horror. Poco sabemos de lo que realmente pasó en la provincia de Valdivia, en el complejo maderero de Neltume, en las montañas de Panguipulli, en la Universidad Austral y en las cárceles y los sitios de tortura de esta parte del sur de Chile, donde nos tocó vivir la amarga experiencia. Uno termina entendiéndose a sí mismo tras la lectura de estos textos. Desentrañando poco a poco el complejo sistema de posiciones, ideologías y conductas diversas en que estuvimos y acaso estamos todavía, inmersos en la vorágine de la vida y el misterio de toda la existencia. Porque en la base de este transcurrir están las preguntas fundamentales que regulan el comportamiento de una sociedad y de un grupo humano: ¿Por qué tanta irracionalidad y fanatismo? ¿Será verdad que ese fue el mundo que nosotros construimos? Miedo, terror o simple esquizofrenia desatada e inventada por los mismos que perseguían, encarcelaban y torturaban a sus hermanos, a sus iguales y semejantes. ¿Es que nadie pensaba? ¿Es que todos estábamos locos de remate? El libro de García se inscribe en la ya larga lista de un género literario que legitimó Casa de Las Américas, en Cuba, creando un premio para aquellas obras que sobrepasan la ficción y rescatan la historia, encarnada en la experiencia directa de sus protagonistas. La dura realidad vivida en alguno de los rincones de Latinoamérica. Ya se cita como clásico a uno de los primeros testimonios en este género: Biografía de un Cimarrón, del cubano Miguel Barnet, la historia de la fuga de un esclavo cubano de finales del siglo XIX, quien relata a un antropólogo la peripecia de convertirse en un negro cimarrón — es decir, fugitivo— y la vida casi animal a que estaban condenados los esclavos en la Isla caribeña. Con el paso de los años, el género del testimonio se ha visto enriquecido por valiosísimos textos que son historia y son novela al mismo tiempo. Novela de horror verdadero, ficciones que superan a la ficción, porque son dolorosamente verídicas, dramáticamente reales. Baste recordar el testimonio de Roberta Menchú sobre su vida de pobreza y mortandad familiar en Guatemala o Sangre en el Trópico de Hernán Robledo (1931) y La montaña es más que una estepa verde (1982), de Omar Cabezas, Reseñas libros referidos a aspectos diferentes de la intervención norteamericana y de la Revolución Sandinista en Nicaragua, que intentaron y lograron dejar huella testimonial (no novelesca, sino real) de episodios vividos por los personajes narradores. En esta finísima línea de definiciones de géneros es donde se inscribe este Crimen sin castigo de Juan Carlos García. Pariente muy cercano de la autobiografía, el testimonio de García reivindica rasgos de la crónica y de la novela picaresca, que han sido señalados como rasgos distintivos del discurso testimonial. El narrador de este libro lo hace desde su posición marginal: como víctima de un sistema de represión absurdo, rígido y sanguinario. El libro de García registra la peripecia de su autor a partir de septiembre de 1973 hasta su presidio en el campo de concentración de Tejas Verdes y su liberación y salida hacia Canadá, a fines de abril de 1974. Estos siete largos meses condensan el cúmulo de atrocidades, persecuciones, torturas y vejámenes que un grupo de militares al mando del poder en Chile, cometieron en la más absoluta impunidad, amparados por un régimen de terror que se impuso, a nivel nacional, en todos los rincones de Chile. Crimen sin castigo se mueve en estos dos planos: El del testimonio y el de la autobiografía. Como autobiografía el libro comienza en 1964, año cuando el autor se titula como Profesor Primario en la Escuela Normal de Valdivia y es enviado a una escuela rural, en la época en que la efervescencia política y los ecos de la revolución cubana comenzaban a cambiar el panorama ideológico e histórico de América Latina. En esta perspectiva, el libro termina con un político convertido en profesor universitario en Canadá en la primera década del siglo XXI, con hijos y nietos que — acaso— ya ni recuerdan, ni les concierne, el episodio amargo de esos siete meses que constituyen la médula del libro, periodo durante el cual el protagonista podría fácilmente haber sido fusilado, encarcelado o desaparecido, como muchos de sus compañeros de peripecia. Por supuesto que la parte medular del libro la constituye el testimonio, es decir, la situación de marginación, de lucha y de represión a que es sometido un grupo humano, una clase social y política que constituye una minoría. Por lo mismo, el salto del yo biográfico al rescate de la memoria epocal se realiza al convertirse el libro en homenaje de recuerdo y admiración a los compañeros asesinados y fusilados en el ámbito donde el autor realizaba estudios de Literatura en la Universidad Austral de Chile, en los años previos al golpe de estado. Hay que destacar que la aparición de este libro coincide con un importante recordatorio realizado en mayo de 2006 en los jardines del campus de la Universidad Austral del Chile, donde fue inaugurado un monolito de piedra andina, instalado en el patio de las banderas de la casa universitaria para recordar a nueve de sus estudiantes asesinados y para pedir 306 Alpha Nº 23 Diciembre 2006 perdón por los errores cometidos por la Universidad en un trance tan triste y tan cavernario de su historia. En verdad, el libro es la historia de estos jóvenes idealistas — muchos de ellos profesores— entre los cuales pudo haber estado el autor, al igual que René Barrientos, por el solo hecho de haber sido militantes del Movimiento de Izquierda revolucionario (MIR) cuyo grito partidario lo decía todo: “P ueblo, C onciencia y F usil: M IR ”. G rupo político con el que A llende nunca tuvo buenas relaciones y al que culpaba, en parte, del caos existente. Por primera vez, este libro recoge la historia de la creación del MIR en Valdivia, por un grupo muy pequeño de estudiantes universitarios que imponían un modelo ya probado por los estudiantes de la Universidad de Concepción, entre quienes se contaban, Miguel Henríquez, Juan Bautista von Shouwen y Luciano Cruz, verdaderas figuras legendarias en los años 70, que deslumbraron a gran parte de la juventud universitaria de todos los ámbitos sociales y encendieron las más álgidas revueltas políticas y las más enconadas discusiones acerca de lo que debía ser un gobierno popular y, específicamente, el gobierno de Salvador Allende. No en vano el libro de García trae en su portada el mapa de la zona geográfica más conflictiva a partir del golpe militar: la zona del complejo maderero Neltume, tal vez el único lugar en Chile donde el MIR trató de organizar una resistencia armada decidida a enfrentarse y resistir el embate de las fuerzas militares. El libro es un homenaje a estos mártires: José Gregorio Liendo, el “Comandante Pepe”; Pedro Purísimo Barrientos, un lisiado; René Barrientos Warner, un violinista, y Fernando Krause, estudiante de sociología, todos dirigentes del MIR y ligados a la vida universitaria de la ciudad. Todos ellos fueron fusilados entre el 3 y 4 de octubre de 1973, días fatídicos cuando el coronel Sergio Arellano Stark y su “C aravana de la m uerte” posan su helicóptero en la ciudad de Valdivia, ordenando ejecuciones sumarias. Este testimonio se estructura en grandes secuencias históricas marcadas por años decisivos: 1964-1966, son los años de formación de primeras experiencias con la pobreza y con las necesidades del mundo rural. Otro bloque lo constituye el período que va desde 1966 a 1973. Lo conforman los preparativos para la creación del MIR en Valdivia, las reuniones con la directiva central instalada en la Universidad de Concepción bajo la égida de Miguel Henríquez y los otros ya nombrados, todos ellos muertos. Henríquez y Von Shouwen ultimados por las armas de la dictadura y Luciano muerto accidentalmente por una fuga de gas en su departamento. El bloque central del testimonio lo constituye el periplo que va desde la detención y el encarcelamiento hasta la obtención de la libertad condicional en febrero de 1974. La peripecia continúa con otra detención en Santiago para ser enviado al campo de concentración de Tejas Verdes por otros dos meses. Lo 307 Reseñas interesante del testimonio carcelario es la mirada de primera fuente sobre un grupo de prisioneros que estuvieron en la mira de los golpistas desde mucho antes del golpe de estado: eran ellos los militantes del MIR — sin excepción— y los dirigentes y pobladores del complejo maderero de Neltume, en la cordillera de Panguipulli, que venían realizando una transformación muy significativa y revolucionaria en un sector productivo y estratégico. Es en esta línea donde se inscriben los relatos de los fusilamientos de Gregorio Liendo, alias el “Comandante Pepe”, de Pedro Barría, un profesor lisiado que usaba muletas en plena cordillera; René Barrientos Wagner, alias el Cabecita, y de Fernando Krause, todos ellos alumnos de la Universidad Austral de Chile, acusados de ser los autores materiales e intelectuales del asalto al retén de Neltume. Los fusilamientos de los días 3 y 4 de octubre de 1974, así como los episodios de experiencias previas y conversaciones entre el narrador y los protagonistas, son relatados mediante el recurso del flash back, resaltado por la letra cursiva, que permite al narrador abrir episodios del pasado y vivencias personales autobiográficas, algunas humorísticas, otras trágicas. Se incluye, también, a lo largo de todo el texto un interesante material literario, sobre todo, poético, de textos que se refieren a los hechos narrados, donde se incluyen poemas de Omar Lara, escritos algunos de ellos en la misma cárcel de Valdivia; de Germán Weztfalt, de Enrique Valdés y de Juan Armando Epple. Crimen sin castigo se incorpora a una importante lista de libros sobre estos largos años de horror en Chile. Se echa de menos, sin embargo, una reflexión más profunda sobre el significado del Movimiento de Izquierda Revolucionaria como doctrina política en una época de crisis y como conducta revolucionaria en un gobierno que lo único que deseaba, precisamente, era ser un gobierno revolucionario. El tema se insinúa en varias oportunidades, pero nunca se le toma en serio: está en las conversaciones con Carlos Olivares, el anarquista-nihilista, está en las dubitaciones de Gregorio Liendo y, principalmente, en las interesantes conversaciones que se transcriben en el episodio del Campo de Concentración de Tejas Verdes durante el encuentro que se produce entre el narrador y Hernán Valdés — escritor radicado actualmente en Alemania— autor precisamente de Tejas Verdes, un testimonio clásico sobre el tema. Enrique Valdés Gajardo Universidad de Los Lagos Departamento de Humanidades y Arte Casilla 933, Osorno - Chile [email protected] 308 Alpha Nº 23 Diciembre 2006 Eduardo LABARCA. 2004. Cadáver tuerto. Santiago de Chile: Catalonia. 343 pp. Una novela política de un escritor chileno para los chilenos; el ajuste de cuentas de un chileno exiliado con el régimen de Pinochet, pero también algo de literatura… de poesía… de cosas, que también un crítico no-chileno puede apreciar. Todo eso es para mí la última novela de Labarca. Bajo un camuflaje fácil de detectar se narran las experiencias del protagonista Lautaro o E leuterio, respectivam ente, prim ero en “A cullá”, “una ciudad entre oriental y occidental” (16) — que podría ser Viena, la ciudad donde vive Labarca desde hace mucho tiempo— ; luego, en “A llá antes”, que puede interpretarse como Chile en el tiempo de la presidencia de Allende, del golpe y de la represión de la dictadura; en “A llá después” que es, otra vez, “el país que se cae del m apa” (16) o sea la patria chilena durante el tiem po de la captura de P inochet en G ran B retaña o en varios aspectos de “A cá”(arriba, adentro, abajo, al fondo), que podría interpretarse como Gran Bretaña, pero posiblemente también como otros lugares del hemisferio norte (¿EE.UU. con las torres?). En cuanto a los personajes de la novela, algunos parecen fáciles de reconocer como el “S eñor G eneral en Jefe“, al que se alude, tam bién, com o “(E x)T irano“ o , incluso, “F ivroket”, “N uestro P residente” o el “C om andan te S uperestrella de la Isla om bligo del trópico”. O tros com o “el P ope”, “el T opo” o “la T opo”, “el F ata” — y, muchos más— son difíciles de reconocer para un no-chileno como el autor de la reseña. En la historia narrada destacan las escenas de tortura de la “V isión quinta: A llá antes”, escenas repugnantes, que ya tienen su tradición en la literatura hispanoamericana; pensemos, solamente, en la novela Abaddón el exterminador de Ernesto Sabato, o en la novela más reciente La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa. Estas escenas son una expresión literaria de la memoria colectiva, que tantas veces sirve de argumento en la literatura contemporánea de países que tuvieron sangrientos conflictos internos en los últimos años como Chile o España. Si estos libros de memoria colectiva servirán para crear un futuro mejor o para abrir de nuevo trincheras casi cerradas por el tiempo y, por eso, para provocar nuevos conflictos, el futuro lo dirá. Lo que distingue esta novela de muchas otras es el aspecto formal. En cada página encontramos una nueva sorpresa estilística: cambios de perspectiva narrativa, a veces, incluso en una misma frase, alternaciones en el tiempo narrado con retrospectivas más o menos largas. El mejor ejemplo es la “V isión quinta”, de casi cien páginas, en la que Lautraro revive las experiencias atroces de la tortura, m ientras se encuentra en el baño en “A cá adentro”. E n este contexto quiero destacar el m anejo excelente del tiem po 309 Reseñas narrado, que parece detenerse casi com pletam ente en el capítulo 10 de “A cá adentro”, o sea inmediatamente antes de que Lautraro se hunda en sus recuerdos. A veces, el texto se aproxima a la poesía, por ejemplo, en pasajes del segundo y cuarto capítulo de la “V isión tercera” que hacen pensar en los “poèm es conversation” de los Calligrammes de Apollinaire: leemos una serie de frases sin obvia relación lógica entre sí, como se las puede oír si mucha gente habla a la vez, por ejemplo, en un tren del metro. Hay pequeños textos como entradas en un diario, cartas, escenas de teatro y muchas cosas más. Las escenas del Teleteatro Fivrokret — donde se representa la vuelta del Ex Tirano al País— me parecen más bien largas y, por eso, un poco pesadas; también, a veces, un poco melodramáticas, por ejemplo, la escena en la que el Ex Tirano del Teleteatro pide perdón (337). Sin pretender a la universalidad, la novela me parece un libro importante para Chile en estos días y la obra de un gran artista de la palabra. Ewald Weitzdörfer FH Kempten Bahnhofstr. 61 87435 Kempten, Alemania [email protected] Andrea MATURANA. 2006. No decir. Santiago de Chile: Alfaguara. 200 pp. En No decir (2006), Andrea Maturana desarrolla y amplía, desde diversas miradas narrativas, tópicos ya manifestados en El daño, una novela del año 1997. Ahora, en esta serie de once relatos explora los alcances y repercusiones de la palabra dicha y de la no dicha, en tanto paradojas constantes de la comunicación. Por lo mismo, cada relato — desde una mirada personal— indaga en las hipocresías, miedos, traumas, secretos revelados y oscuros silencios de una burguesía contemporánea en decadencia. Maturana rastrea, así y a modo de antítesis, en la facultad liberadora de la palabra, que entra en contradicción con el descubrimiento simultáneo de una verdad dolorosa. Al igual que el tropo utilizado en el cuento que da título al volumen, la colección examina el gran peso y espacio que produce y ocupa el vacío de la mentira para la familia burguesa chilena, según describiremos acontinuación. “P artículas de sol” introduce, desde una óptica infantil, lo que será el tem a general de estos rtelatos: un niño de unos seis años observa que “las verdades de los adultos” son un vacío, algo que no se puede percibir 310 Alpha Nº 23 Diciembre 2006 claramente, pero que está allí, latente. Sin embargo, este cuento no sólo presenta el problema desarrollado en No decir, sino que, también, introduce al niño, mediante un salto, a ese mismo vacío que él percibe en los adultos: el peso de la mentira que se carga por el resto de la vida. “Interiores”, publicado inicialm ente en la antología Líneas aéreas (1999), está enfocado en la mirada abúlica de un ginecólogo, con años en la profesión, quien sospecha el abandono de su esposa. La voz narrativa utiliza una fría visión especular para describir, de manera científica, un examen ginecológico ejecutado por un sujeto que ha perdido toda posibilidad de sorprenderse frente al otro. El relato contrapone la acción de no detectar nada inusual en una paciente con una común infección ginecológica, con el hecho de que no encontrar en casa ni siquiera un mensaje que justifique la separación de la mujer. E n “C aperucita roja y los perros”, una joven estudiante de arquitectura visita la casa de su abuela. Por medio de la visión de la nieta, el relato describe la decadencia de aquellas rancias familias chilenas, preservadas en medio de mentiras y engaños. La abuela, un sombrío fantasma gótico en completa decrepitud, cuenta a su nieta un secreto de familia que, a su edad, ya no en nada la afecta, pero que, por el contrario, podría remecer al padre de la joven, quien maneja la imagen mental de una perfecta fotografía familiar. “A fuera y en ropa interior” es la historia de un encuentro entre una madre y una hija, quien tras varias semanas de gestación, ha ocultado que va a ser madre. Ambas siempre intentaban aparentar perfección, pero descubren verdades reveladoras la una de la otra. En este caso, la palabra, el habla, se vuelve una herramienta liberadora para las protagonistas. “L o m ism o de siem pre” revive de m anera fantástica el m ito de S ísifo, pero el relato de Maturana se aproxima a una reflexión psicoanalítica sobre la represión individual de impulsos instintivos. En este cuento, el personaje está constantem ente “frenando a tiem po el im pulso de llevarse las m anos a la cabeza, para encontrar el origen de ese dolor” (69) que nunca llega a definir claramente. Sin duda, se trata de uno de los relatos más inquietantes de la serie al reducir en una fracción de segundos los momentos cruciales en la vida del individuo, proyectados hacia una eternidad en constante repetición. “S olo” es tam bién un relato que se adentra en una experiencia traumática reprimida por el lenguaje. Una playa y un accidente se transforman en un estímulo para hacer aflorar recuerdos constreñidos en la memoria. Es este caso, desde un enfoque psicoanalítico, se produce una yuxtaposición de tiempo y espacio en un lugar público para liberar un superego moderador de la conducta humana. El vacío, el abismo, la incomunicación son — de igual forma— temas esenciales de “L as cosas com o son”. E ste relato se concentra, también, en la 311 Reseñas relación entre una madre y su hija; pero, ahora, se trata de aceptar no sólo el embarazo de la hija, sino, finalmente, aceptar que en su niñez fuera abusada por un familiar. Desde una perspectiva de género, Maturana se permite observar en este cuento un agudo retrato de la conflictiva relación que se produce entre madre e hija cuando esta es abandonada y desacreditada por la madre. Sin duda, éste es un relato que permite reflexionar sobre la conciencia y la solidaridad de género de una identidad femenina por descubrir. E n “S er ellos” la narradora-protagonista y su hermano — tras años de ausencia— reciben la visita un tanto inesperada de su padre, quien los abandonó al poco tiempo de que la madre muriera. En la ocasión el padre les revela la existencia de una familia paralela, presentándoles a tres hermanos de la misma edad. Una vez solos, los jóvenes concluyen que el dolor que sienten no es por la ausencia del padre, sino por no haber sabido de la existencia de los otros hermanos. “A l fondo del patio” es, quizá, uno de los relatos que dialoga de manera más abierta con El daño. Entre ambos textos se establece un proceso de intratextualidad referido al trauma del incesto y el abuso de menores como secretos latentes de la familia burguesa chilena. A la vez, este motivo del abuso del poder, se encuentra estrechamente asociado a una represión de la memoria reciente del país. Es decir, es un tópico que se puede interpretar como el bloqueo de la memoria al modo de una autorrepresión histórica de la sociedad chilena respecto al régimen militar. De tal forma, esta narrativa se presenta como una modalidad de resistencia al olvido por medio del poder de la enunciación. E n “L as dos vidas de P errito”, M aturana nuevam ente utiliza la dualidad y el espacio/tiempo paralelo para relatar 24 horas en la vida de un hombre que ha perdido la vida. El relato no deja de fascinar por el recurso de lo fantástico para describir la alienación que produce la cómoda y placentera vida de la burguesía contemporánea. E n “E nferm edad m ortal” se produce un cam ino de ida y vuelta: una nuera se entera por medio de su suegro que su marido padece de una extraña enfermedad hereditaria. La mujer, psicóloga al fin y al cabo, con el fin de evitar tener que enfrentar el peso de la muerte (aunque como diría el anciano “todos tenem os una enferm edad m ortal”), decide entender que su esposo tiene una crisis de pánico tratable con medicamentos y terapia. Por lo mismo, la verdad revelada aquí se vuelve un abismo para ocultar una realidad que no cabe bajo una explicación racional. “N o decir”, el últim o cuento de la serie, es un relato excepcional. A quí, Maturana se concentra en el espacio y en el peso que ocupa el vacío de la mentira y también recurre al tropo de lo fantástico con el propósito de presentar el quiebre de un matrimonio que ha durado años. Lo significativo es 312 Alpha Nº 23 Diciembre 2006 que, luego del paso de los años, el protagonista descubre su homosexualidad y, a través del silencio, de “la obesidad m órbida” de un silencio, oculta esta decisiva verdad a su esposa. En síntesis, Andrea Maturana escudriña, ahonda y se pregunta por los tejidos y recovecos de la palabra en esta colección de cuentos. El lenguaje y, de manera transversal, la comunicación son fenómenos que esta autora trabaja con una mirada singular e inquietante. Asimismo, no deja de sorprender cómo las voces de estos relatos se pueden dejar llevar por recursos fantásticos e insospechados, tanto como caer en los oscuros abismos de ocultar(se) la realidad. Vania Barraza Toledo Central Michigan University Dept. of Foreign Languages, Literatures and Cultures Pearce Hall 315 Mt. Pleasant, MI 48859 [email protected] 313 INFORMACION PARA LOS AUTORES La revista ALPHA acoge artículos, notas, documentos y reseñas. 1. Los temas deben ser inéditos y apropiados para una revista de humanidades (literatura, lingüística, filosofía, artes, estudios culturales, teoría crítica) o temas que — sin pertenecer exclusivamente a alguna de estas zonas del conocimiento— constituyen puntos de encuentro de las mismas. 2. El tipo de trabajo puede ser en la modalidad de estudio, ensayo, documento, nota o reseña, escrito en español. 3. Extensión recomendable de los artículos: 12 a 20 carillas mecanografiadas a doble espacio incluyendo bibliografía. Para las notas y documentos se recomienda entre 5 a 10 páginas. 4. Todos los trabajos, exceptuando las reseñas y documentos, deberán enviarse con un resumen (abstract) en castellano y en inglés, de una extensión de entre 5 a 10 líneas. Incluir traducción del título del artículo y entre cuatro a seis palabras claves, en español e inglés. Los resúmenes deberán aparecer inmediatamente después del título del artículo. Asimismo, al final del artículo deberá escribirse la dirección postal y electrónica del autor, indicando la institución a la que pertenece (si corresponde). 5. Los trabajos se publican sólo sin son aprobados por unanimidad por el Comité de Redacción de la Revista y por sus pares representados en los Consultores Externos. Para efectos de la edición, el Consejo de Redacción se reserva el derecho de efectuar las precisiones que sean necesarias para mantener el estilo de Alpha. 6. Los trabajos deben enviarse a la Secretaría de Redacción o a la Dirección de la Revista, considerando una copia en papel y otra en disquete usando procesadores de texto (para IBM o compatible o Macintosh); la copia computacional deberá grabarse usando el formato RTF. También se pueden enviar por correo electrónico a través del sistema de archivo adjunto (attached file), igualmente en formato RTF. Si se opta por esta forma de envío, es igualmente recomendable enviar copia de respaldo en papel por correo ordinario, sobre todo, para el caso de trabajos que incluyan esquemas, tablas, gráficos. 7. Desde el año 2006, Alpha será una revista semestral que aparecerá en julio y diciembre de cada año y tendrá una versión impresa y otra electrónica, indexada en SciELO. Por lo mismo, para el Nº 24 — correspondiente al primer semestre del año 2007— se recibirán colaboraciones hasta el 31 de marzo de 2007 y para el Nº 25 — correspondiente al segundo semestre de 2007— se recibirán colaboraciones hasta el 31 de julio de 2007. Las colaboraciones recepcionadas fuera de estos plazos serán consideradas para los números siguientes. Su aceptación será comunicada a los autores, a lo menos, dentro de los treinta días siguientes a la recepción. 8. El aspecto formal de uso de citas y referencias debe ceñirse en lo esencial al estilo MLA (Modern Language Association). Las especificaciones básicas requeridas son las siguientes: 8.1. Citas de libros o revistas académicas en papel. Las citas directas breves deben ir entre comillas en el cuerpo del texto. Si son extensas (cuatro líneas o más), en renglón aparte, haciendo doble retorno a inicio y final de cita, con margen adentrado y sin comillas. En ambos casos, al fin de la cita, en paréntesis se indica el apellido del autor y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si se está trabajando con más de una obra del mismo autor, se indica el apellido del autor, el título abreviado de la obra citada escrito en itálica y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si en el cuerpo del texto se anuncia la cita indicando el apellido (o nombre y apellido) del autor, al fin de cita en paréntesis sólo se indica la página (o el título abreviado de la obra y la página si se está trabajando con más de una obra del mismo autor); no se menciona el apellido del autor, pues, ya fue mencionado en el encabezamiento de la cita. Ejemplos (sólo se ejemplifica con citas breves): a) Segú n N elly R ichard , “lo s texto s d e crítica cultural serían tex to s in term ed io s que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que d efinen lo s sab eres o rto d o xo s” (1 4 4). b ) S e ha d icho tam b ién q ue “lo s tex to s d e crítica cultural serían te xtos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucio nales q ue d efinen lo s sab eres o rto d o xo s” (R ichard 144). c) “L a sacralizació n d el texto co rresp o nd e a la p ro b lem ática d e la co ncep ció n d el texto co m o ab so luto ” (C arrasco , Nicanor Parra 95). d ) “P ara el antip o eta no só lo la escritura está en crisis; la so cied ad entera lo está” (C arrasco , Para leer 88). Se procede exactamente de la misma manera si la fuente citada es de un autor institucional o corporativo (Naciones Unidas, Consejo de Libro y la Lectura). 8.2. Citas de fuentes en internet. En lo fundamental, se procede de la misma manera que con fuentes tomadas de publicaciones en papel. La diferencia es que, en lugar de ind icar p ágina, se escrib e la ex p resió n “en línea”. Ejemplo: “L a necesid ad d e p reservar la b io d iversid ad se hace cada d ía m ás urgente, especialmente por los graves cambios climáticos y, también, por la profunda saturación existencial a la que nos está llevando una modernidad contraria al o rd en natural d el m u nd o ” (P oland, en línea). 8.3. Citas tomadas de comunicaciones electrónicas (e-mails). Al fin de cita, en p aréntesis, se ind ica el auto r y se escrib e “co rreo electró nico ” y la fecha q ue corresponda. 316 Alpha Nº 23 Diciembre 2006 8.4. Cita tomada de entrevista inédita realizada por el autor del artículo. Al fin de la cita, en p aréntesis, se ind ica el ap ellid o d el auto r, y luego se escrib e “entrev ista p erso nal”. 8.5. Cita tomada de un programa de televisión. Al fin de cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor (si procede), el título del programa y la estación que lo emitió. 8.6. Cita tomada de un film. Al fin de cita, en paréntesis indicar el apellido del director y título de la película. 9. Lista de obras citadas (o bibliografía citada). Al final del artículo se hace la lista de las obras de hecho citadas, cuyas referencias básicas se han dado parentéticamente en el texto del artículo. Se ordena por orden alfabético tomando como base el apellido de los autores (excepto en los autores institucionales). Si se ha trabajado con más de una obra de un mismo autor, ordenar sus obras desde la más reciente a la más antigua. Se utiliza sangría francesa. Carrasco, Iván. Para leer a Nicanor Parra. Santiago: Cuarto Propio / Universidad Nacional Andrés Bello, 1999. _______ Nicanor Parra. La escritura antipoética. Santiago: Universitaria, 1990. Barrera, Andrés. “R e: L iteratu ra m o d ernista”. Correo electrónico enviado al autor. 15 Nov. 2000. (En este caso, se trata de una comunicación electrónica. Se indica el autor, título del mensaje si procede, indicación de que es un correo electrónico enviado a — puede ser al autor o a otra persona, indicar el nombre si es a otra persona— , fecha del correo). Matus, Alberto. Entrevista personal. 13 de octubre de 2004. (En este caso se trata de una entrevista inédita hecha por el autor del artículo a Alberto Matus). M o gro vejo , N o rm a. “H o m o fo b ia en A m érica L atina”. L ‟Ordinaire Latino Americain 194 (2003): 109-115. (Correspopnde este caso a un artículo aparecido en una publicación periódica). P aulsen, F ernand o . “T o leranciacero ”. C anal C hilevisió n. D o m in go 1 7 d e o ctub re d e 2004. (La fuente en este caso es un programa de televisión). Poland, Dave. “D efensa d e la b iod iversid ad ”. Roughcut. 26 Oct. 1998. Turner Network Television. 28 Oct. 1998. <http://www.roughcut.com>. (En este caso, se indica el nombre del artículo, la fecha de publicación dado que es un artículo noticioso, el medio por el que se publicó el artículo, fecha en que la fuente de internet fue consultada, dirección URL). R ichard , N elly. “A ntid iscip lina, transd iscip lina y d iscip linam iento d el sab er”. Residuos y metáforas (Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición). Santiago: Cuarto Propio, 2001. 141-160. (En este caso, se trata de un artículo independiente que forma parte del libro mencionado). Wood, Andrés, dir. Machuca. A. Wood Producciones / Tornasol Film, 2004. (La ab reviatura “d ir.” co rresp o nd e a d irecto r d el film citad o ). 317 Para conocer más sobre el estilo MLA, se puede adquirir el manual correspondiente, editado por Modern Language Association de Estados Unidos, o revisar también sitios de internet que publican instrucciones precisas al respecto. Buscar por Google u otro buscador digitando MLA style o simplemente MLA. 10. Se recomienda que se usen las notas al pie exclusivamente para agregar información o hacer comentarios, cuyo texto no es conveniente que vaya en el cuerpo del artículo. 11. En lo fundamental, estas instrucciones no difieran de aquéllas que son exigibles para la versión electrónica de ALPHA. Para mayor información, dirigirse al Secretario de Redacción de ALPHA, Dr. Sergio Mansilla. Universidad de Los Lagos, Casilla 933, Osorno, Chile. Fax: (56)-(64) 333394. Correo electrónico: [email protected] 318 www.androsimpresores.cl