[ie 653] (24 mayo 1922)

Anuncio
Núm. 651
Pamplona 24 de mayo de 1922
Aflo XXVIII
rrcia:
BIBLIOTECA CATÓLICO-PROPAGANDISTA
Teieria, 4O,
3.°
EN LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
ADMINISTRACIÓN, ESLAVA, 3
DIRECCIÓN, NAVAS DE TOLOSA, 23, 2.o
"Yo me voy (decía el Salvador a sus discípulos), Yo
me voy a preparar a cada uno de vosotros un lugar y
asiento en la mansión bienaventurada.,, Expresión llena
de consuelo; pero antes había dicho otra que es de gran
instrucción: "Yo os prometo (decía) este Reino, pero ha
de ser con las mismas condiciones con que mi Padre me
lo tiene prometido.„ Y en efecto: el Hijo de Dios no entró a tomar posesión de él sino mereciéndolo; muy justa
consecuencia es que tampoco lleguemos nosotros a conseguirlo sino después de haberle merecido.
L Salvadc del mundo manifiesta hoy su gloria a sus discípulos, porque quiere sean testigos de su triunfo después de haberlo sido
de sus abatimientos y trabajos. Quiere por
este medio afirmarlos en la fe, prevenirlos contra peligrosas tentaciones, prepararlos a las persecuciones y cruces, hacerlos capaces de padecer como Él, no sólo con
paciencia, sino aun con alegría. Por esto se les manifiesEsta recompensa celestial no se consigue si no se meta con todo el resplandor de su
rece, no se consigue sino pormajestad; por esto les da sensiPAMPLONA
Q u e s e merece, no se consigue
ble y alta idea de la mansión
sino en cuanto se merece... En
bienaventurada, donde va a diseso está, dice Santo Tomás, que
ponerles asiento; por eso les
sea verdadera gloria por excellena de tal dulzura interior, que
lencia. Lo que se da por favor
los detiene sobre la montaña,
puede muy bien ser una gracia,
aun después de desaparecido el
una distinción, un privilegio;
Divino Maestro, siendo necesapero, hablando en propiedad,
ria la presencia de dos ángeles
no puede ser una gloria.
del cielo para hacerles salir de
aquel prolongado éxtasis.
No se llega a conseguir la
gloria por el camino del placer,
Apliquémonos esto mismo,
porque este a nada conduce y
ya que hay entre nosotros tinada tiene de grande. Lo que
bios y cobardes en el camino
se llama vida cómoda jamás ha
del Señor, y. es preciso animarproducido una virtud, jamás ha
les; almas que gimen bajo el
inspirado sentimientos nobles,
peso de la adversidad, y es prejamás ha elevado al hombre
Movimiento de tierras para el Ensanche, junto a la calle
ciso darles consuelo; otras que
sobre sí mismo. El placer y la
de San Ignacio
gozan de pasajeras prosperidagloria son incompatibles en esFoto. A, García Deán
des, pero que pueden perderte mundo, y lo son también palas, y es conveniente disponerlas. Ved para todo eso un
ra el otro. Es necesario ir a la gloria por el camino de
medio excelente. Esperamos un Salvador que transforlos trabajos.
mará nuestro cuerpo, y aun siendo hoy tan vil y despreciable, lo hará como el suyo, radiante y glorioso. Y no
Pero también es cierto que no toda clase de trabajos
solo lo esperamos, sino que lo vemos ya y lo admiramos.
conducen a esta gloria. Es necesario ir a ella por los traLa vista de este Salvador, coronado de gloria, nos asegubajos, como los sufrió Jesucristo... No nos oigáis, Señor,
ra en la esperanza de esta misma gloria, cuya posesión
si alguna vez en este mundo os pedimos cierto falso sonos promete.
siego... No nos castiguéis tanto que nos lleguéis a tratar
110
-LA AVALANCHA
en esta vida más favorablemente que lo fuisteis Vos, y
no apartéis de nosotros lo que debe darnos una 'santa
semejanza con Vos.
Una prosperidad completa, si alguna hubiera en esta
vida, sería como una reprobación anticipada. Un hombre
perfectamente feliz en este mundo, si discurriese bien,
debería creerse perdido, porque debería pensar: Yo no
voy por el camino por donde conduce Dios a sus escogidos.
P. B.
S. FRANCISCO JAVIER
E la hermosísima pastoral que con motivo del
Centenario de la Canonización de cuatro
grandes Santos españoles ha publicado el
Excmo. e limo. Sr. Obispo de Madrid-Aicalá,
Dr. D. Prudencio Meló, arzobispo electo de
Valencia, reproducimos los siguientes notables párrafos
dedicados a nuestro esclarecido Apóstol y Patrono San
Francisco Javier.
"Mientras Iñigo de Loyola buscaba en la Universidad
de París la ciencia indispensable para trabajar provechosamente en bien de las almas, tropezóse con un joven de
nobilísima alcurnia, de claro entendimiento y corazón levantado, que por e! camino de las letras pretendía y buscaba la misma honra mundana que Iñigo solicitó antes
por ei de las armas. La mirada de Ignacio vio en el navarro Javier una alteza de miras, una grandeza de corazón, una energía indomable, que bien encauzadas prometían ser instrumento poderosísimo para la gloria de Dios,
y determinó ganarlo para sus intentos. Pero la pobreza
que se traslucía en su persona daba en el rostro al atildado Francisco, y sólo con burlas correspondió a las primeras insinuaciones amistosas. Ignacio no cejó: con paciencia y tesón, con alabanzas y favores siguió un día y
otro, hasta que el ánimo noble de Francisco se rindió a
tanta cortesía; y cuando lo tuvo por amigo, con aquella
sentencia del Evangelio: "¿Qué aprovecha al hombre
ganar todo el mundo si pierde su alma?B, remachada con
los Ejercicios espirituales, lo conquistó para el apostolado, y con él millones de almas para la fe.
Apóstol llama la Iglesia a Javier; digno de compararse
con los doce primeros lo calificó León XIII. Y, en efecto,
miradlo en Goa, recién llegado de Portugal; a su vista se
extiende un campo más dilatado que Europa; la idolatría
tiene allí cimientos más hondos que en parte alguna; castas orgullosas la amparan; siglos de pacífica posesión la
consagran; vicios de todas clases lucharán por ella. Javier
está solo; pero la dificultad de la empresa no le acobarda;
es mayor aun su corazón. Y descalzo, mendigando corre
las costas de Malabar, Travancor, Pesquería, Santo Tomé, Meliapur, las islas del Moro, la península de Malaca,
corrigiendo las costumbres medio paganas de los europeos y catequizando a los gentiles. Ni los soles de los
arenales ni las borrascas del Océano Indico amedrentan
su celo: el vigor de su elocuencia y la admiración de sus
prodigios rinde a los pueblos, y la voz se le enronquece
y el brazo se le cansa de bautizar.
Apóstol es verdaderamente Francisco: cuando se considera su ansia de llevar la cruz de Cristo por todo el
mundo; cuando se ve lo que Javier hacía por Dios y !o
que Dios hacía por mano de Javier, no podemos menos de exclamar: ¡Así debieron ser los Apóstoles, así
fue su carrera triunfal por el mundo antiguo, así, como
en Javier, se cumplían en ellos por admirable manera las
promesas divinas de poner en sus manos la omnipotencia
de los milagros!
La caridad de Cristo, que urgía a San Pablo, no dejaba reposar a Javier. Oye que allá, tras procelosos mares,
hay unas islas de adelantada cultura, de gentes despier-
tas, pero aferradas a sus errores: la ruta es medio desconocida; los riesgos de naufragar, inminentes; el peligro
de perecer a manos de piratas o a la furia de los gentiles,
casi cierto. Nada de eso ve Javier; sólo ve almas que se
condenan, almas que él pu'cde llevar a los pies de Cristo.
Pasa al Japón, y a fuerza de heroísmo se capta el respeto
de los naturales, y a fuerza de lógica doblega su orgullo,
y a fuerza de milagros hace creíble la nueva religión.
Simiente que él sembraba no se perdía: y la cristiandad del Japón, por él plantada, por sus hermanos los misioneros jesuítas cultivada, emuló en fervor y en mártires
a la Iglesia primitiva. Tan profundas fueron sus raíces,
que sola y sin riesgo, sin sacerdotes, sin maestros, sin
otros sacramentos que ios que pueden administrar los
seglares, el bautismo y el matrimonio perduró durante
siglos. La persecución horrorosa de varios emperadores
acabó con los misioneros: los cristianos quedaron desamparados; pero Javier velaba por ellos desde el cielo; y
cuando en 1865 los cañones europeos barrieron la muralla que cerraba a los extranjeros desde el siglo XVII
las puertas del Japón, y los sacerdotes católicos volaron
allá, y donde esperaban hallar campos yermos encontraron una cristiandad de 40.000 fieles adheridos ansiosamente a la fe que les llevó San Francisco Javier.
: Pero ni la India, ni el Japón, ni los centenares de miles de bautizados bastaban al celo de Javier: al encaminarse al Japón pasó delante de un imperio poblado de
centenares de millones de almas... todas sumidas en la
idolatría, todas desconocedoras del Evangelio; ni les
aprovechaba la sangre de Cristo, ni Cristo era reverenciado por aquellas sus criaturas. Javier no vacila: él irá a
abrirles las fuentes de la vida, él hará resonar las alabanzas al Redentor en las infinitas tierras de la China. Si
hay pena de muerte a quien viole las leyes que, más eficaces que la famosa muralla, alejan de allí al extranjero,
esas leyes para él, para la predicación evangélica, no son
nada: el martirio, blanco de sus anhelos, lo empujaría,
aun sin la esperanza de otro fruto.
No había sonado la hora de China: a sus puertas, en
la isla de Sanchón, Javier muere. Dios Nuestro Señor se
contentó con los sudores de su Apóstol hasta entonces
vertidos, y quiso galardonarlos como Él sabe hacerlo.
Mas su obra no murió: la imagen de Javier agonizante
en el mísero cobertizo, solo, desamparado de los hombres, con los ojos, ya vidriados, fijos en la tierra de sus
anhelos, parecía indicar el camino a otros que se lanzaron tras sus huellas, y con sus trabajos y con su sangre
lograron introducir en el corazón del Celeste Imperio la
Cruz redentora, lumbrera que esclarezca a aquellas
gentes.
(Concluirá.)
RASGOS DE LA PATRIA
La muerte del héroe
dispuesto otro trabajo para
este número de LA AVALANCHA;
pero la realidad manda, y la realidad, como reina y señora, me
lleva, camino adelante, hacia el
tema de palpitante actualidad que
domina en el actual momento histórico.
Y mi pluma ramplona se rinde
y prosterna ante el tema sugestivo que la realidad impone con
fuerza avasalladora.
Es el héroe legendario que,
destacando su figura militar entre
el humo de la pólvora, levanta la
enseña gloriosa entre una lluvia de balas enemigas, hasta
que el plomo traidor corta la vida del valiente y del patriota sin rival.
ENIA
LA AVALANCHA
111
Es la patria enlutada que, sacudida por el más intenso
cepcionalmente extraordinarios, y que, sin embargo,
estremecimiento de dolor, llora con amargura indescripquien como él figuró en primera línea en toda la campatible la muerte del héroe, y se abraza, desconsolada, al
ña del Rif, salvando al Ejército de las situaciones más
cadáver en el campo de batalla, acariciado ya por el óscudifíciles, desde que con su legión de Regulares llegó a
lo del sol de la victoria.
Melilla desamparada, hasta que en Tazarut concluyó de
Es, en suma, el incomparable guerrero D. Santiago
abatir el poderío del Raisuni, no ha conseguido ni un solo
González Tablas, el gran español, el navarro entusiasta,
ascenso en su carrera, aquí donde suelen prodigarse lóel insigne hijo de Pamplona, que después de recorrer inmente, con motivos insignificantes, y que, después de
trépido el áspero y difícil camino del honor, y en el premuerto, no haya merecido el honor de que su cadáver
ciso instante de llegar a la cumbre de la gloria, cae su
fuera reclamado por su patria, para guardarlo en la miscuerpo al panteón de los patriotas ilustres, mientras vuema tierra que meció su cuna, como, después de manifesla su alma hacia la inmortalidad.
tar su extrañeza, dijo una voz autorizada en los Cuerpos
colegisladores, y no precisamente en elogio nuestro.
Rígido, triste y luctuoso es, pues, el tema que la actualidad hace rafaguear en la sombra misteriosa. Sobre seY basta por hoy de este tema frío, yerto y desabrido
vero catafalco descansa; coronas brillantes lo envuelven;
que la realidad impone. Y aunque ni en vida ni en muerblandones funerarios lo alumbran; lágrimas copiosas lo
te la patria haya otorgado oficialmente los honores a que
riegan y perfuman.
se ha hecho acreedor González Tablas, considerado por
González Tablas, el distinguido pamplonés, el soldado
algunos como nuestro primer prestigio militar, somos y
invicto y el hombre bueno, cuya fama
adornaba a sus hazañas épicas, de toNAVARRA
dos conocidas, con la aureola de la
gloria, ha muerto en el Rif como mueren los héroes.
González Tablas ha caído en las
avanzadas, capitaneando sus huestes
aguerridas, frente al enemigo alevoso;
como el denodado Ursúa, general baztanés del siglo XVI, conquistador de
las selvas inmensas Del Dorado y
Omagua, en América, donde sucumbió gloriosamente; ,o como el célebre
tafallés del siglo XVII D.José Arbizu, quien, después de asombrar con
sus proezas inenarrables, perdió la
vida en las vanguardias del ejército
español, cubierto de honrosas heridas.
González Tablas ha caído poco antes de alcanzar el triunfo; lo mismo
que sucedió a Sancho Ramírez, rey
de Aragón y Navarra, muerto delante
de Huesca, al disponer el plan que
debía rendir la plaza, como aconteció
poco después.
González Tablas ha caído peleando
contra los moros, los eternos enemigos de nuestro Dios y nuestra patria;
como Alfonso I el Batallador, muerto
en los campos de Poleñino; como los
cruzados de Teobaldo I y Teobal•Via.d-u.cto en el t é r m i n o dio Gulina
do II, que quedaron en Tierra Santa
Foto. José Martínez Berasátn
y en Túnez; como los adalides de
Sancho el Fuerte, que sucumbieron
en las Navas de Tolosa; como los valerosos soldados que,
seremos muchísimos los ciudadanos que hagamos justiacaudillados por el célebre roncales Vereterra, dieron su
cia al pamplonés notable, al navarro sobresaliente, al esvida por España en los abrasados arenales africanos.
pañol meritísiirio, al guerrero valeroso y al héroe inmortal que acaba de morir por nuestra vida y nuestra honra,
González Tablas ha caído en titánica lucha, herido por
abrillantando sus glorias; y sobre todo, elevando nuestras
los moros en el vientre; lo mismo que el Rey de Pamoraciones a Dios, para que le conceda la eterna bienavenplona García Iñiguez, del cual dice el escritor anónimo
turanza.
dei tiempo de D. Teobaldo, citado por Moret, que acosado por la morisma y después de publicar el apellido, saY concluyamos diciendo como un distinguido escritor:
lió a hacerles frente al valle de Aibar, según unos, o a
González Tablas ha muerto: ¡Viva González Tablas!
Larráun, según otros, combatiendo denodadamente, hasJUAN P. ESTEBAN Y CHATARRIA.
ta que el enemigo consiguió dar a nuestro Rey una o varias lanzadas en el vientre, de cuyas resultas falleció en
el campo de batalla.
González Tablas ha caído, ha muerto, pues, como caen
y mueren, en la guerra santa, los patriotas y los héroes
más famosos, luchando por su Dios y por su patria y cubierto de laureles inmarcesibles.
Ahora bien; González Tablas, ¿ha sido premiado, ha
(Continuación)
sido siquiera bien comprendido por la patria, a la cual hadado generosamente su vida? No entra en mi propósito
XI. Treinta de diciembre.— Conocido es en la ciudad de
la idea de aquilatar ahora los méritos sobresalientes de
Pamplona, por su hombría de bien, D. Hilario (Mazarán.
tan esclarecido patriota, ni menos aún la de descubrir la
Lleno de pena, escribía coa eBa fecha, al mismo que lo
deuda de gratitud que con él hayan contraído sus concuenta, una sentidísima carta, manifestándole cómo BU
ciudadanos. A pesar de todo, es imposible ocultar que los
sobrina, dofia Tomasa Zuza, residente en San Sebastián
servicios prestados por el inmortal caudillo han sido exy mujer del farmacéutico don Ramóa Jaurrieta, había
EL CASTILLO DE JAVIER
112
LA AVALANCHA
/
dado a luz, el día 20 del mismo mes, una ñifla, y a consecuencia del parto le habían sobrevenido unas ñebree
puerperales tan graves, que loa médicos QO habían hallado modo de cortarlas, antea bien, declarando BÜ impotencia, hablan desahuciado a la enferma.
Suplicábame coa todo encarecimiento tuviese la bondad de celebrar, lo antes posible, una misa en el altar de
San Francisco Javier, pidiéndole la salud de su querida
sobrina, e insinuándome que encomendasen también a la
enferma los niños que, con sas estudios, se preparan en
este santo castillo para misioneros.
Algún tiempo después tropecé casualmente en Pamplona con la mujer de don Hilario, doña Miura, y me
dice, llena de alegría:—|No sé con qué pagárselo a usted!
—Y ¿qué ea lo que usted me debe? repuse sin atinar
con lo que significaba aquella tierna exclamación.—Pues
ha de saber usted, Padre Escalada, que San Francisco
Javier ha hecho un milagro de loa grandes con mi sobrina Tomasa. Pues, mire usted, que todoa ios doctorea que
llamamos a conaulta, después de recetar y más recetar,
no ¡a pudieron cortar las fiebres puerperales, y cuando ya
ae daba todo por perdido, ae le quitan de repente. Espantados los médicos del caso, no hacían más que dar vueltas a la coea, sin poder hallar explicación satisfactoria.
Entonces, yo les dije: No se devanen los sesos inútilmente, porque la explicación me la sé yo muy bien. A mi sobrina le ha quitado las fiebres puerperales San Francisco
Javier, pues han cesado en el momento que han dicho
para este fia una misa en el castillo de Javier. |Y era
ciertol
XII. Año mil novecientos veintiuno,—-En febrero de este año se presentó en el castillo, procedente de Ibilcieta
(valle de Salazar) Manuela Goyena con su hijito de cinco
años Francisco Altoleta. Contrajo éste unas malignas calentaras y quedó casi «in habla. Prometió BU madre a
San Francisco Javier venir a visitarle y decirle una misa, y luego el chico se puso bueno.
XIII. Dieciséis de marzo.—Es Uncastillo (Aragón) una
villa de mucha historia y monumentos, así antiguos como
modernos, que piensa recoger en un librito el que escribe
estas líneas, y de ella era dou Baldomero Pueyo, que vino a visitar al Santo y encargar una miaa, porque, habiendo estado enfermo y desahuciado, le ofrecieron loa
de caaa a San Francisco Javier, y se curó.
Con él venia Joeé Ronaeo, que había conseguido del
Santo la misma gracia en favor de su hijo Francisco.
XIV. Tres de mayo.—A la ve« que las colegialas y
monjitas de Aibar (Navarra) llegó al santo castillo la niña de cuatro años Joaquina Alzueta, traída por su buena
madre.
Habla estado la ñifla muy grave; ana noche pareció
que el angelito ee iba al cielo a ver a la Virgen; pero su
madre pidió al Santo que se la dejase todavía en este
mundo, y le prometió traérsela a su casa, y mandar decir
una misa si se la ponía buena.
En la miema noche se inició en la enfermit • una franca mejoría, que continuó hasta ponerse buena por completo.
XV. Nueve de mayo.—Al otro lado de la sierra de Leire se halla el pueblo de Napa!, de donde se presentaron
hoy en el castillo Anunciación Cabodevilla y eu hermana (casa del Rojo) a cumplir la promesa hecha al Santo
por haber salido de una desesperada pulmonía.
XVI. Catorce de mayo.—Tres bienaventurados tuvo el
guato de ver en BU casa San Francisco Javier, procedentes de Liédena, a saber: Isidoro Ibáflez, su mujer y su
hijita Patrocinio. Isidoro estuvo gravísimo. Le salieron
en la pierna derecha trea granitos, insignificantes al parecer, pero que le hicieron sufrir horrores, y se dio por
desesperada su vida. En la consulta médica convinieron
en que aquellos granitos eran tres carbunclos blancos.
Lo que el enfermo padeció y la fe con que aun en el
delirio invocaba a San Francisco lo sabe todo el pueblo.
Y el Santo no abandonó en tan gran apuro a su devoto;
antes, contra toda esperanza, le ha pueato bueno.
Traían consigo la hijita, porque era casi muda, y se la
ofrecieron a San Francisco, y ahora tiene la lengua tan
Buelta que casi hay que mandarla callar.
XVII Quince de mayo.—He sabido que liego en eate
día a visitar a San Francisco deede Arguedas (Ribera de
Navarra) una señora que, Begúu me dijeron, hubia logrado del Santo una gracia muy grande.
(Concluirá)
El Apostolado de las masas populares
Conclusión
Corno ejercer este apostolado
Por eso debetnoB, con actividad y empello, excogitar
loa medioB mejores y má9 activoa para ponernos en contacto eñcaz con esas masa?. Lo cual puede hacerse de dos
manera?.
Primera manera, yendo adonde están ias masas formadas, para formarlas eu Cristo.
Segunda manera, atrayendo a las masaB adonde las
fórmennos para Cristo.
Primera manera—Hay, en efecto, aglomeraciones de
pueblo en las fábrica», en los talleres, minas, almacenes, etc. Si pudieran los apóstoles meterse en esas aglomeracinneB... Y ¿por qué no hun de poderlo? Para ello
habría que persuadir primero a los directores de lae fábricas de la conveniencia y necesidad de ejercitnr el
apostolado ontre eeaa masas. Y si loe Consejeros y las
Befloras o hijas o hermanas de los Couaejeroa ayudasen a
los apóstoles, ¡cuánto se llegaría a hacer en esos centros,
y cómo ee podría regenerar en Cristo mucha plebe!... En
las fábricas y talleres y minas, dirá alguno, no puede
ejercitarse ese apostolado, porque allí se va a trabajar.
Que allí se va a trabajar, es cierto, y que, durante el trabajo, poco o ningún lugar hay para el apostelado, puede
también darse por cierto. Pero al lado de la fábrica y de
la mina y del taller, y con ocasión de tenerlos reunidos
eu eaos ce-itros, hay tantas maneras y tan buenas de ejercer el apostolado!...
De todos modos, esta primera manera de apostolado
de ir y meterse como se pueda, pronta o lentamente,
abierta o disimuladamente, en las aglomeraciones obreras, es muy útil y aun necesaria. Hay que buscar a la
masa que no viene.
Segunda manera.—La segunda manera ea juntar y
atraer a las masas. ¿Cómo? Cuestión difícil, pero necesaria. Cuestión de habilidad y de celo, de suavidad y de
constancia. Porque ello ee así, que hay que formar masas católicas. No basta formar individuos católicos, ni
contentarse con convertir a hombrea ea teadoe; es necesario convertir toda la masa y hacerla buena. Enseñad a
todas las gentes, decía el Maestro; y a las gentes, a iae
turbas, reunía Él y predicaba. Para ello hay que reunir
a los obreros en aBOCÍaciones católicas; ai soto son profesionales, serán acaso un bien, y un mal acaso, porque
fácilmente, Bin los raíles de la religión, se convertirán en
socialistas, por lo menos prácticamente; pero de todos
modos, no aeran apostolado, no son para nuestrofin,que
ea traer las almas a Cristo, a no ser que sean profesionales únicamente al principio, para después, sin dejar de
Ber profesionales, ser también católicas. Lo que el que
reúne estaa masas con el criterio y designio de apóstol ha
de procurar, es meter en tales asociaciones cuanto más
pueda el espíritu cristiano y \&B prácticas religiosas, que
es lo que se trata de resucitar.
Ni basta esto, y hay que tener presente que es necesario traer las raasaB a las iglesias y a las prácticas religiosas. Porque mientras las iglesias no se llenen de gentes del pueblo y sean frecuentadas de él, y mientras las
gentes no participen de la vida eclesiástica, no es lícito
decir que hemos evangelizado al pueblo.
Y esto hay que meditar seriamente, y eobre esto hay
que trabajar empeOadamente, a mi parecer, sobre el modo de atraer a los obrero8 y a laB masas a la iglesia y a
sus cultos y prácticas. ¿Será posible? Tiene que serlo. Y
:-. •!. i.
t"1
LA AVALANCHA
si nosotros, con la gracia de Jesucristo, trabajamos, ba de
serlo; esto llevamos por delante: la certidumbre de que
eBto debe ser y puede ser; la seguridad de que eu esto,
no en otros eeudoapostoiadoe, nos ba de ayudar la gracia
de Cristo; la convicción de que si trabajamos, nuestro
trabajo será eficaz. Lo que resta es averiguar de qué medios nos valdremos para atraer a laB masas a la Iglesia.
Desde luego, podemos decir que es necesario hacer a
la iglesia, al culto, a la predicación, atractivos, agradables, gustosos. Lo cual no requiere que prestemos a la
liturgia encantos profnnoB, sino que le demoe el que ella
requiere, con aquella lucidez, expedición, alegría y participación del pueblo que contiene la práctica del culto.
De una manera o de otra, es preciso volver a aquellos
tiempos en que el pueblo hacia suya ia vida de la iglesia
y gozaba en ella como en casa propia.
Hoy no sucede asi. El obrero, o no va a la iglesia, o no
ve en ella Bino malas y desgraciadas funciones, que no
entiende, de que no participa, de que no gUBta. Los mismos apóstoles de los obreros, los llevan a fiestas tristes y
desgraciadas, a que asisten desde un rincóu, a prisa, como si sólo se tratase de pasar alil un rato incómodo y
molesto en silencio, mientras allá algún cura hace una
cosa que no entienden.
Muchas cosas tiene que hacer el apostolado en las raaBas, pero, sin duda, una de las principales es acomodar
a ellas ta iglesia, hacerles atractivo y familiar el templo.
£1 templo fue y el templo ha de ser el gran educador del
pueblo. Mucho hay que trabajar para esto, pero es necesario. Hay que ir al pueblo, es verdad; pero hay que ir
al pueblo, no para estar con él donde está, sino para
atraerlo adonde debe estar, para traerlo a CriBto, para
conducirlo a la iglesia. Nuestra predicación, nuestras
fiestas, nuestra administración de sacramentos, todos los
Bervicios parroquiales y eclesiásticos hemos de acomodarlos, cuanto dentro de lo prescrito podamos, a atraer
al pueblo y hacerle gustosa Ja estancia en las iglesias, y
la participación en el culto y prácticas religiosas.
Llevemos a Cristo al pueblo
Y siempre hemos de tener presente que lo que máB ha
de convertir ai pueblo no es nuestra elocuencia, ni nuestra habilidad, ni nuestros desprendimientos, ni nuestra
ciencia, ni nada nuestro, sino todo lo nuestro, pero con
Jesucristo. Nosotros, plantar; nosotros, recoger; pero el
crecimiento, el fruto, la conversión, la dará Jesucristo.
Por eso hemos de pedir al Corazón de Jesús que preste eficBcia a nuestros esfuerzos, y que El, dueflo de los
corazones y de los pueblos, vuelva otra vez su mirada,
como en el monte, a las turbas, y respire de nuevo aquel
hondo suspiro que salió de su corazón: Misereor super
turbam, porque los veía como quien no tiene pastor... y
que, así como multiplicó entonces los cinco panes y dos
peces que le presentaron sus discípulos, así bendiga boy
y multiplique y haga eficaces nuestros pobres recursos y
debilidades, para que las turbas vuelvan a Él.
Por 6BO además hemos de llevar al pueblo a Jesucristo
Sacramentado, donde está realmente, y hemos de hacer
al pueblo venir a su Dio?, a su Cristo, a su Maestro, a su
Padre. Porque más, incomparablemente más, puede hacer Cristo deBde la hostia, eu que se ha quedado precisamente para desde ella hacer bien al pueblo, que nosotros
sin Jesús.
Figurémonos que el mundo es pagano y que hay que
convertirlo a Cristo.
Figurémonos que Cristo de nuevo noB envía y nos dice
lo mismo que a sus apóstoles:
cid y predicad el Evangelio a todae las gentes. Y enseñadles a guardar todo lo que Yo os he encargado.
»Y Yo estoy con vosotros hasta elfindel mundo.
»Y en cuanto me crucifiquen Yo traeré a mí todas laa
cosas.»
Este ha de ser nuestro apostolado. Y cuando nosotros
nos demos a él, Jesucristo nos bendecirá y dará eficacia,
y hará que los pueblos se vuelvan a Él, y después nos
dará por añadidura la paz, la justicia, la ordenación de
todas laa cosas.
R. VlLARIÑO, 8. J.
113
VIAJES POR NAVARRA
(IMPRESIONES DE UN PERIODISTA MADRILEÑO)X
La Condesa de Guaquí
mi llegada a Sangüesa empecé a oír de labios de todos los
vecinos, cualquiera que fuese su
clase o su opinión, entusiastas
alabanzas a la señora Condesa de
Guaqui, cuya casa me enseñaron
como una de las principales copan notables de la histórica ciudad. Pero yo no quería ver lo
que fue la ilustre familia de los
Guaqui, sino lo que es boy y lo
que han dejado tras sí ia piedad
y las cristianas obras de la Condesa, sobre la cual caen bendiciones Bin cuento, allá, en los
abruptos rinconea del caserío y monasterio que fue cuna
de San Francisco Javier.
Como consecuencia del viaje por eetoa lugares de don
Pedro de Madrazo y del artista Iturralde, y de lo que
éstos pregonaron acerca del milagroso Cristo que encierra el palacio de Xavier, BO organizó una peregrinación a
la casa donde nació el famosísimo compañero de San Ignacio de Loyola.
Mas como el convento y palacio, el monasterio y castillo amenazaban convertirse en ruinas, y si propagaban la
fe proclamaban también las inclemencias del tiempo, los
Condes de Guaqui acudieron con sus bienes a restaurar
la histórica reliquia, que en cada piedra conserva huellas
de la fiereza navarra, en contienda primero con IOB reyes
de Aragón, en brava rebeldía después contra Castilla y
el emperador Carlos V de Alemania. El cardenal Cisneros lo mandó arrasar.
A poco de realizarse, en 1886, la peregrinación, comenzaban las obras restauradoras, y hoy no hay en Javier ni vestigio de la descripción que hace de él el eeflor
Madrazo. Todo lo ha transformado la piadosa mano de
los señorea del Coto redondo de Javier. Saben ser nobleB,
saben ser dignos de sus antepasados, saben conmemorar,
en muros y piedras, loe blasones heredados. Y han sabido hacerlo en bien de esta cour.arca, donde han tenido y
tienen ocupados en la obra centenares de obreros que,
sin la restauración del histórico castillo, irían implorando la caridad pública por los caminos.
En cuanto Be sale de Sangüesa y se sube cou dificultad
una empinadísima cuesta, Mena de hoyos, charcos y barrizales, se entra en una carretera de sólido afirmado,
plana como la palma de la mauo, cui lada camo una sala.
Esta carretera la construyó la Diputación Foral de Navarra, para facilitar el acceso a Javier y para contribuir a
la peregrinación que, de los puntos más extremos de la
provincia, se dirigió, en 1886, a prosternarse ante el crucifijo, a implorar al Santo de las ludias orientales, al que
bautizó en las Molucas a más de 25.000 bárbaros.
Javier no se ve hasta qne se está encima de él, a una
distancia de veinte metros. La carretera termina al pie
del caserío, a las puertas de la hospedería, en la plazoleta
que forma el castillo. Y como no se ve hasta encontrarse
CBBÍ en el primer peldaño del monte, la emoción ee más
viva.
Setenta mil duros ha costado a los Condes de Guaqui
la restauración de Javier. Mucho más costarán las empresas que tienen empezadas, unas y otras en proyecto.
La Condesa no cree terminada su obra sin conatruir unas
escuelas, donde acudirán a recibir instrucción todos los
niños pobres de la comarca. Las buenas obras son como
1
Nuestros lectores verán con interés, en el Centenario de San.
Francisco, estas curiosas notas escritas hace veintiocho años.—(Nota
ESDE
de LA AVALANCHA.)
l
114
LA AVALANCHA
escala que coeduce al cielo; pero una escala interminable,
sin ñn, que toca al infinito.
Para la Condesa de Gaaqui, Javier ya no es aolo la
mansión de su ilustre progenie, sino el logar donde se
unieron con ella, en cuito al santo San Francisco, las almas de BU padre y de sa esposo. Allí, eu una habitación
del castillo, está la cama en donde murió, en febrero de
1893, el Conde, y el lecho en donde murió el Duque de
Villahermoaa, en 1888. Ai par que reza por la memoria
de loe suyos, derrama a inauos llenas loe beneficios de su
fortuna sobre los miseros aldeanos que la tienen en taa
alto predicamento y devoción.
S. Francisco JaTrier en ISL agonía.
(Cnadro de"JAoratta. existente en la iglesia de Jesús en Roma)
•
/
•
'/
El P. Alberdi
I ' Preguntamos por el Padre Superior de los Jesuítas que
habitan Javier. El P. Saturnino Ibarguren se hallaba
predicaudo ejercicios espirituales, y durante ellos no
puede hablar ni tener comunicación con nadie. Aeí, que
tuvimos que tomar por guía y aceptar IOB francos y espontáneos ofrecimientos del P. Ángel Alberdi, que forma, con el Superior y tres Hermanos, toda la comunidad.
Con el P. Alberdi pusiéronse a nuestra disposición,
para enseñarnos el castillo, el administrador de la Con lesa D. Joaquín Larambe y el ayudante del arquitecto saflor Goicoechea D. Victorino Alfonso. Comenzamos nues-
tra vieita y nuestra ascensión por las galerías del amurallado recinto.
A trechos, nos sentíamos transportados al tiempo en
que D. Fernando de Aragón otorgaba a Sancho el Fuerte carta de liberación de los1 castillos empeñados a au
hermano el rey don Pedro. Í . trechos, nos parecía asistíi
a la época del grande Apóstol de las Indias San Francisco Javier. De tal modo la voluntad de la Condesa de
Guaqui y la dirección inteligente del arquitecto Sr. Goicoechea han sabido dar a la restauración todo el sabor,
color y carácter de aus diferentes períodos históricos.
El P. Albardi 68 un jesuíta que comprueba la fama de
todos los individuos de la Compañía. Un hombre de vasta instrucción, de espíritu abierto a todaB las maneras de
sentir y de pencar del mundo, sin contradecir eu espíritu
cuasi mÍBtico, y su figura austera, las insinuaciones y
agasajos del que ha de conquistar almas en las batallas
del eigio.
—La piedad de la Condesa, inagotable como sus virtudes—noa decía el P. Alberdi—ha hecho que eBte eea el
monumento insigne en que se meció la cuna de uno de
IOB santos más gloriosos de la España del siglo XVI. Ha
honrado la memoria dB sus mayores. Vea usted la historia: Un don Martín de Aznárez, eaeatio con dona María
Pérez, recibió del miBmo rey don Teobaldo la propia
merced que recibió don Adam de Sada, prueba de que
el estado de Javier había vuelto a la corona, no Be sabe
cómo. Por esta cesión quedó para siempre en la familia
de Aznárez el señorío de Javier.
La madre de Francisco de Jaeso, doña María de Azpilcueta, era hija de don Martín de Azpilcueta y doña Juana Aznárez, señora de Javier, y habiendo heredado el
título que llevó sn madre, era notorio que este título correspondía a BU hijo primogénito don Miguel de Jas&o,
hermano mayor de nuestro Santo, Don Miguel heredó,
pueB, el señorío, y tuvo por eu hija y heredera a doüa
Ana, que casó con don Jerónimo de Garro, vizconde de
Zolina, de quien proceden los Duques d<? Granada de
Ege. A la muerte del penúltimo Duque de Granade, conde de Javier, ee dividieron sus eBtadoB y títulos entre sus
dos hijas por falta de varón, y recayó el señorío de Javier, ya condado, en la segunda, madre de la actual Condesa Duquesa de Luna y Condesa de Javier, casada con
el Excmo. Sr. D. José de Goyeneche, conde de Guaqui.
Al morir éBte, la actual Condesa de Guaqui iepume en
sí, por lo tanto, toda esa ilustre prosapia, toda esa sangre de santos y de nobleB, cuyos hechos se perpetúan en
estos muros a menudo.
Y en efecto, la impresión no podía ser más profunda
y verdadera, cual si fuéramos trasladados a otras edades.
Las piedras, el herraje, laB almenas, las puertas chapeadas de hierro, todo nos producía la emoción de estar recorriendo una fortaleza de los sigloB medios. No hay un
detalle olvidado, y cuando nos asomábamos a la torre
del homenaje, parecíanos ver que por el camino venía
don Sancho de Navarra a desempeñar el castillo del poder de la corona de Aragón.
Todo recuerda por aquellas tierras las eternas luchaB
entre navarros y aragoneses, todo menos la iglesia nueva,
en que están unidos los estandartes y pendones de la peregrinación, como tributo de España entera y una a la
Bantidad de Francisco Javier, conquistador para la Cruz
de millones de almas.
El crucifijo.—El estandarte de los condes
El oratorio está sumido en una profunda obscuridad.
Una lámpara de aceite, casi extinta, aumenta los tonos de
misteriosas tinieblas de la capillita. A medida que se
acostumbran nuestros ojos a la Bombra, va apareciendo
en el fondo del altar la imagen imponente de un cristo,
mayor que del tamaño natural, que reclina su cabeza, ensangrentada y llorosa, sobre el hombro derecho.
No hay memoria ni noticia de caándo se hizo el cristo.
Ningún crucifijo podría prodacir tal impresión de horror
por sus cruentos martirios. Ea la imagen de un Ber en la
postrer agonía, en el último estertor. Parece que sa cuerpo aun vierte sangre, y que su cabeza, coronada de espinas, no puede con el peso de tanto sufrimiento. Ea sus
LA AVALANCHA
manos y piee, horadados por IOB clavos, se conserva el
desgarramiento de los tejidos. En sa boca amoratada, negra, está empapada la hiél y vinagre con la blanca espuma del hipo de la muerte...
Cuentan que allí rezaba San Francisco Javier siendo
niflo. Cuentan que durante el último afio de la existencia
del Santo, el cruci6jo sudaba sangre todos los viernes.
Cuentan multitud de leyendas. Y es que la imagen, en
toda su pavorosa grandeza, es estímulo de ios transportes de la fe. No se puede mirarla sin Bentir un gran dolor, sin ver reproducidas las escenas del Calvario, sin padecer con él IOB dolorosos pasos del camino de amargura.
8alimos del oratorio... La impresión intensa de la imagen del crucifijo trastornaba todas las ideas, y al respirar el aire puro del encantado foso del castillo, creímos
ver que en la torre del homenaje ondeaba un estardarte
blanco. Era el estandarte de IOB Condes de Guaqui, que
OBtentaba en oro grabados los nombres de tos Beüores del
castillo y ia fecha de la peregrinación. Aquel
estandarte llamaba desde lejos a todos IOB habitantes de Navarra y de España a rendir un
tributo a San Francisco Javier, al Apóstol de
las Indias. Y con eu color blanco denotaba
que no era el pendón de guerra, sino bandera de paz que derrama bienes eobre todos los
pobres de la comarca.
116
grises en el rostro impenetrable del aragonés, como si
hubiese querido adivinarle el pensamiento.
—Si en todas partes las echasen, buen cuidado tendrían de portarse bien; pero en las grandes ciudades tienen una condescendencia escandalosa que a todos nos
inficiona. En mi pueblo, la que comete una de esas faltas,
tiene que marcharse, porque todas la desprecian.
—D.Juan, me han dicho que este ministerio le coloca
a usted, dijo Paquita, a quien no gustaba el sesgo que iba
tomando la conversación.
—Ni este ni otro. A mí, señora, la única colocación
que me darán es la de ponerme, entre cuatro tablas, en
la fosa cuando me muera, y luego, si Dios tiene misericordia de mi alma, también me colocará en el cielo.
—¡Ya! dijo el médico con sorna. Cuando eso suceda,
me avisa usted, para tener noticia de su paradero, amigo
don Juan.
,
—¡Como usted no cree en nada!...
']
NAVARRA
M.
1894
Renglones derechos por líneas torcidas
NOVELA POR RAQUEL
XXIII
Doña Irene tenía un egoísmo feroz y no
comprendía que nadie se sacrificara sin interés determinado. Gustaba de hacer favores si
en ello no recibía molestia alguna, y sobre todo si se habían de saber y aplaudir; pero cuando se trataba de perder el reposo y las comodidades, ya no había que pedirle nada, porque
permanecía dura como un peñasco.
Al ver, pues, que doña Caridad pasaba días
y noches acompañando a Mariquílla, para cuidar al herido, no se conformaba con ello, y
decía que era una tonta; sobre todo cuando él
había despreciado a Rosa, abandonándola por
una mujercilla como Nieves.
En vano Lolita y Antonio la querían persuadir del desinterés y de la abnegación de
doña Caridad: estaba convencida de que lo
hacía para ver si de aquel modo lograba arreglar otra vez la boda de Rosa, en cuya vocación tampoco creía porque estaba poco fuerte
en asuntos de aquella índole.
Casas antiguas en el p-u-etolo de Maya
Una noche se hallaba reunida, como de
Foto. Arxiv Mas, iie Barcelona
• >
costumbre, la tertulia murmuradora: a un extremo del salón, cerca de la ventana, estaban la madre
—Sino en lo que veo.
jde Lolita, las dos hermanas que ya conocemos, D. Cris—¿Y ve usted los dolores que cura?
pulo, el correveidile, que era una nulidad en todos los
—O que exaspera...? añadió riendo doña Irene.
sentidos, el magistrado cesante y el doctor impío.
—Eso es distinto.
Junto a una mesa cosían una envoltura Rosa y Lolita,
—Ya se ve que lo es... Buenfintendrá usted.
y Antonio leía, en alta voz, "La gaviota» de Fernán Ca—¡Lo mismo me da! Esas patrañas que ustedes creen
ballero.
no las he de creer yo, hombre de ciencia.
—He ahí una bribona como Nieves, dijo doña Irene.
—Hombres de más ciencia, doctor, exclamó Rosa, han
Esa Marisalada, engañando al bonachón de su marido,
creído todo lo que usted afecta despreciar. Es el caso
me da ira... a bien que él se tiene la culpa... ¿Quién le
que se coloca en la categoría de! bruto, de la planta o de
aconsejó casarse con aquella bestiezuela que solo Momo
la piedra.
conocía bien?
—¿Y qué más da?
—Las mujeres honradas, dijo don Críspulo, acentuan—Pues, amigo mío, debiera usted buscar más alto
do mucho lo que decía, deben escupir en el rostro a las origen.
perdidas, y no admitirlas nunca en su compañía.
— ¡Valiente chamusquina le aguarda en el infierno! dijo
—Es verdad, exclamó Salomé, enrojeciendo hasta podoña Irene.
nerse morada, en tanto que Paquita clavaba sus ojitos
—Allí tendré el gusto de ver a todos ustedes, dado ca-
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•
•
LA AVALANCHA
116
so de que exista ese lugar tan feo... Doña Salomé, usted
me hará el vis a vis.
—¡Dios me libre! ¡Herejel Vayase usted con todos los
diablos, si así le acomoda, que yo, para ia hora de la
muerte, quiero tener por amigo a San José, y le rezo cada día un padrenuestro.
—Mejor haría con no murmurar. '
—Esas cosas las saben todos; si yo no las dijera, otro
las diría; por consiguiente, no son pecado.
— Qué conciencia tienen esas gentes, Lolita, dijo Rosa
a media voz. Me irrita oírlas bromear con tanto desenfado sobre asuntos tan serios. ¡Dios les perdone!
—Nada sacaremos con decirles algo en contra, sino
que blasfemen. Nunca he podido explicarme cómo mamá
puede profesar afecto a esos hombres tan antipáticos y a
esas dos hermanas que deberían estar a la sombra en alguna casa de reclusión. Pero, hija, me he de callar en
este punto, porque se enfada si la advierto algo, y me
llama parlanchína.
—¡Qué mundo, Dios mío! El que no blasfema, aplaude... Mira, Lolita, prima mía, cuando te cases, como la
señora de la casa es la que da tono a la reunión, e indica, con su comportamiento, el carácter de ella, te ruego
que destierres de la tuya la murmuración, que impidas
esas bromas poco rectas y muy libres y que no transijas
con la tertulia de tu mamá.
—Descuide usted, Rosita, que el matasanos ese, con
sus ribetes de presuntuoso y su impiedad recalcitrante,
no entrará en mi casa para nada, porque no se la ofreceré... y digo de las dos hermanas lo mismo.
—¿Sabe usted algo de nuevo, D. Grfspulo? preguntó
doña Irene, que ya se cansaba de no oír algún cuento.
—Pues, sí; pero no me han dejado ustedes decirlo. Sé
que el inglés murió esta tarde; que Nieves perdió el conocimiento, no se sabe si de susto o de pena, porque se
la halló al lado de la cama del herido, bañada con ia sangre que él arrojó por la boca, y que, según cuentan, la
ha dejado riquísima.
Rosa no dijo una palabra; Lolíta la miró con intranquilidad, y Antonio lanzó a D. Críspulo una mirada terrible.
—¡No me mire usted así, amiguito!
—¿Qué necesidad teníamos ahora de ese notición? Yo
lo sabía como usted, y nada dije.
—¿Y qué afecta a nadie la noticia? ¿Qué nos importa
el inglés? Con tal que siga bien Julián... y ese está mejor.
—¡Gracias a Dios! exclamó Lolita. Está perfectamente
cuidado por su madre y la de Rosa.
—¡Valiente gansa está mi prima! opinó doña Irene. Ir
a velar y asistir al bribón que desairó a Rosita, que la
hizo traición con su protegida Nieves, que no merece
que se interese por él quien tenga sangre en las venas...
¡Buen cuidado me da a mí que reviente!... ¡Tal día hará
un año!
—Mamá, por Dios, que a Rosa no le gustan esas cosas: calla y deja a mi tía que cumpla la ley de Dios, perdonando a quien la ha ofendido. ¿Para cuándo se guardan las obras de misericordia y la doctrina cristiana?
—Para la escuela, hija; después, ya no pega en ciertas
ocasiones. ¡Yo, a! que te ofenda, no lo miro en toda mi vida!... Una cosa es predicar y otra moler trigo: si hubiésemos de cumplir la Ley, todos seríamos santos.
•
.
-.••••*
. . .
„.
{Continuará.)
SAN FRANCISCO JAVIER AGONIZANTE
En salvaje peñón, que al mar rugiente
Altiva alza su frente,
Vese una choza vil; allí, tendido,
Un Santo Apóstol, en ingrato suelo,
Bajo extranjero cielo,
Abrazado a su cruz, lanza un gemido.
Es Javier; va a expirar: de su carrera
Es la ilusión postrera
Un reino conquistar para su Amado;
Frústrasela, cruel, temprana muerte;
Se ve el soldado fuerte,
Antes de la batalla, aprisionado.
"Diez años nadi más, y al gran misterio
De la Cruz un imperio
Doblará su cerviz, Rey de los reyes,
Y entrarán por tus prósperos caminos
Estos gentiles chinos
Y tu sagrado amor les pondrá leyes.
Mas sólo tu querer cumplir aspiro,
Por Ti solo suspiro,
Amor de mi Jesús; si de este suelo
Llevarme quieres hoy, venga la muerte,
Que es el amor más fuerte
Que mi sufrir, aunque mi amor es celo.
Pero, antes de partir, rogar os quiero
Que el aliento postrero
~
Recibáis de mi vida y mis amores,
Y a esta grey que yo dejo abandonada,
A anunciar la alborada
De tu luz enviad nuevos pastores.»
Oyó el cielo su voz; el sol la cumbre,
Con su potente lumbre,
De los montes doró, y el alma pura,
Creyendo ya cercana su victoria,
Las puertas de la gloria
Abiertas vio a la luz de su hermosura.
Con sus trémulas manos, tierno hijo,
El santo crucifijo
De Jesús apretó contra su pecho, v
Como el soldado que, en batalla ruda, '•
De su espada desnuda
Aprieta el pomo al sucumbir maltrecho.
Ya el ángel de la paz sus ojos toca;
Cambian de luz; su boca,
,
Con su postrer aliento nos convida;
Y al morir sonrió, quizá a su suerte,
Que más que con la muerte,
Ha venido luchando con la vida.
M. REDONDO.
CRÓNICA
EL SUENO DE UNA ROCHE DE PRIMAVERA
aún en los aireB, repercutiendo en nuestros oídos, las
últimas notas del Saeris sólemnis, y IR iglesia iba quedando
solitaria después de )a reserva.
En la sacristía daban y recibían
parabienes los sacerdotes y Hermanos de la Congregación, y
según costumbre inmemorial,
todos ee disponían a pasar a la
casa del mayordomo, donde ee
servía un espléndido refresco,
postdata de la fiesta y la mejor
salea y comidilla de ella. Delante de mí, ana vieja, setentona
salió de la nave central y ee puso a rezar ante un altar
donde había un famoso cuadro representando a Jesucristo en medio de los doctores, e instintivamente, sin darme
cuenta, me senté al lado de la vieja, mirando el cuadro.
Y me pasó la cosa más peregrina del mundo, porque lo
primero imaginé buena porción de COSKS que no se me
habían ocurrido jamás a propósito del.Nifio Jesús perdido y hallado en el templo.
He aquí nna de las COSBB. Me entretuve pensando
'dónde dormiría aquellas doe noches el Niño Jesús, que
IBRABAN
/
-
'
LA AVALANCHA
ya desde pequeño dedicaría a la o ración tiempos extraordinarios; pero como quizá no fuese permitida entonces
la Adoración nocturna, eu el único tounplo del mundo en
que se rendía adoración al Dios verdadero, no fuera disparatado pensar que algún pndoao empleado, sacristán,
ostiario, o lo que fuere, tendría la dicha de aposentar en
su casa al Niño Jesús, enamorado de su dulzura, de BU
sabiduría, de ea santidad, diciéndole algo parecirio a lo
que otro día le dijeron los discípulos de E n;mÚ3:—quédate conmigo, niño, que se hace tirde, ¡y se va a cerrar!
Ahí va otra e"moderación que me traía a la memoria
el recuerdo del Rvdo. P. Aicardo, de la Compañía de Jesús:—Admirados IOB doctorea ds la ley, de la sabiduría
del Niño Jesús, y no eoc mirando minera de cogerle en
un renuncio, quizá acabarían por hacersa un lío, hasta
que uno de IOB más hábiles le diría:—Chiquillo: ¿y tú
por qué no te quedas con nosotros, y estudias para cura?
¡Lo pasarías más bienl...
De aquellas raras consideraciones me sacó un personaje en traje de peregrino que, tocándome suavemente
en el hombro, me dijo:—¡Levántate, y vamos a acompañar a Grieto nuestro Señor.
—¿Sale el viático?— preguntó admirado.
—No; sino que Jesucristo nuestro Bey, eu figura humana, tal y como paeó por el mundo haciendo bieu, se
propone devolver algunas de las visitas que le han hecho
en este famoso novenario. Levantó I03 ojos y observó
delante de nosotros y a cierta distancia una figura indescriptible, envuelta en una nube de luz; eeutí que ee me
erizaban IOB cabellos, que el corazón me aporreaba el
pecho como queriendo salirse de allí, y no se me ocurrió
más que caer redondo sobre el suelo, repitiendo con Santo Tomás:—Señor mío, y Dios tai).
—Nosotros, dijo el personaje en traje de peregrino,
después de levantarme del suelo, iremos a respetuosa
distancia, como van loa soldados cuando acompañan a
caballo a su capitán; yo te iró explicando lo que veas.
Y lo primero que vi fuó que Jesús pasó por la casa
del mayordomo sin hacer ademán de detenerse allí.—Yo
miró a mi coaipaüero, y mi compañero me dijo:—Dioa
es celoso de su gloria, y el mayordomo quiere para sí, y
atribuye a su ingenio y diligencia lo que no le pertenece.
Y pasamos adelante.
Cruzamos por la casa de un famoso predicador, de
universal renombre, que había asombrado a las, gentes
eu los días más concurridos del novenario. Miró de nuevo
al compañero de viaje como interrogándole y me dijo:—
Tampoco se detendrá ahí nuestro Bey y Oapitáa; es un
orador que se predica a sí mismo.
Y seguimos andando.
Pasamos por delante de un palacio, animadísimo en
aquellas horas. Su dueña era una excelentísima señora,
presidenta de varias ligas piadosas y de la portentosa
obra de loa Sábados blancos, ¿Tienes noticias do la dueña
de eBte palacio y de las empresas que patrocina?—preguntó mi compañero.
Y yo contesté, poseído de una emoción singular que
no me explicaba:—Conozco a esa señora, y sé que los
sábados blancos eon funciones representadas por actores
y actrices que dedican Beis dlae a espectáculos, unas veces peligrosos y otras veces obscenos, y un día de la semana descansan de la labor. Yo no entiendo de teologías,
amigo mío; pero si en una casa injuriasen a mi madre
seis días a la semana y el restante no, a mí me parece
que cometería una acción incalificable asistiendo a dicha
tertulia, a no ser por razones extraordinarias o yendo armado de un buen palo para armar un escándalo.
El compañero en traje de peregrino sonrióse y me contestó:—En el árbol de la Cruz sufrió Cristo nuestro Señor una sed abrasadora, y en más de una ocasión le ofrecieion vino mezclado con hiél; pero después de probarlo
no lo quiso beber. Ahora, como entonces, ae le ofrecen
muestras extrañas que no son gratas a su corazón amoroBÍBimo. Seguramente no entrará en el palacio para visitar a la dueña.
Y efectivamente no entró; y seguimos adelante, hasta
que a la vuelta de una calle estrecha tropezamos con un
edificio de aspecto triste, ante el cual se paró nuestro
•
'
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117
Señor y Capitán. Era uno de los hospitales de la capital,
y el que tenía fama de peor administrado, por pertenecer
a la beneficencia oficial. Entró en él Cristo nuestro Señor, sin que nadie se percatase de ello, y de la misma
manera y guardando la distancia, penetramos nosotros
tras de Él. Olmos todavía, como un eco lejano y suavísimo, aquel Pax vobis, ordinario saludo de Jesú? reBucitado a sus apóstoles y amigos; pero bien ae veía que en tal
casa no todos eran de la causa y partido de Cristo nuestro Señor. A su paso por aquellas Balas, las religiosas que
estaban al servicio de los enfermos, y muchos de éstos,
sentían una sacudida grata, una influeucia bienhechora,
y nosotros pudimos observar en laB monjas sonrisas celestiales, y en los enfermos actitudes y gestos de conformidad y paciencia que daban clara idea de lo que es y
cómo subsiste la belleza moral en medio de las mayorea
aflicciones y ruinas mUeri-Ues. En cambio la inmensa
mayoría de los empleados de la casa, ajenos a la influencia de la soberana visita, permanecieron indiferentes. El
administrador, hombre duro y soberbio, a quien había
que dar tratamiento siempre y hablarle con la cabeza
descubierta los hombres, continuaba muy atareado el
examen de uaae proposiciones de suminiatroa de servicios, en la más decente de tas cuales robaba el sesenta
por ciento del carbón y patataB, y el treinta y cinco en
las carnes y aves. En la titulada secretarla había dos empleados jugamlo a laa cartas, mientras el portero les pedía un vale para el encargado del pan que acababa de
traer el servicio de la tarde. Sufría el pobre portero, porque, entre tanto ocurría aquello en secretarla, dos mozos
de la caaa andaban sacando propinas a los que tenían la
desgracia de tener que llevar un enfermo al hospital, socaliña que evitaba siempre que podía el portero, diciendo
a loe enfermos y atribulados que no consintiesen en dar
una perra a ningún ladrón de la casa, en la cual, por lo
visto, abundaba el género. En todas aquellas oficinaB,
verdaderos sepulcros blanqueados, no causó impresión la
visita del Salvador del mundo, a no ser que ee entienda
por tal cierta actividad febril en las maldades ordinarias
y cierto recrudecimiento en las burlaa y ofeneaa que dirigían a las religiosae y personas decentes empleados en
el edificio, a quienea llamaban clericales e inquisidores.
Acabada la viaita Me las salas, Cristo nuestro Señor
subió por una escalera interior donde estaba la habitación
de las religiosas, y al pasar por allí, bendijo a la santa
familia, haciendo la aeflal de la cruz sobre la puerta, ea
la que se destacaba una hermosa placa del Corazón de
Jesús y el rótulo Reinaré en España.
Pero continuó subiendo, y entró en una buhardilla,
baja de techo, donde había una mujer ajada, de edad indefinible, leyendo el sabroso artículo del inolvidable Clavarana La fin del mundo, riendo a vecea a carcajadas,
como una bendita, y ain guardar etiquetas sociales, porque estaba sola. Vi a Nuestro Señor que, tomando asiento frente a la pobre mujer, parece que ee complacía en
oír sua rieas y observar sus gestos, como una madre que
ee complace en las palabras disparatadas de los hijos pequeños.
—¿Quién 68 esta pobre Beflora, pregunté a mi cicerone, y en qué se emplea?
A lo que me coateató mi compañero.
—Es la criada de las monjaB, y esta es eu hora de recreo. Ahí la tiene usted. Se levanta todoa los días a las
cuatro y media de la mañana; oye misa diaria, donde se
prepara para la comunión; de allí va a la compra; cuando
vuelve, lava, friega, barre y sirve a las religiosas, y eu
esa diversidad de ocupaciones no pierde la paciencia ni
la presencia de Dios y ofrece continuamente sus trabajoa
y molestias en desagravio de las ofensas que infieren a
Cristo nuestro Señor loa malos sacerdotes y religiosos de
todo el mundo. Robándolo al descanso, fue todoa los días
al novenario.
Calló entonces mi acbmpañante y me pareció que el
Salvador abría eu divina boca, y que volvía a repetir:
—Bienaventurados los pobres de espíritu.
—Bienaventurados los pacíficos.
—Bienaventurados los limpios de corazón.
Una voz desagradable clamó cerca de mí, haciendo
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LA AVALANCHA
118
raido con las llaves:—/Se va a cerrar! Y cuando me desperté, restregándome loa ojos para ver dónde estaba y
hacerme cargo de lo que me ocurría, me tropecé de ma
nos a boca con mi buen amigo don Antonio el Beneficiado, que entre risueño y burlón me dijo:—Quéjese usted
de que no duerme de noche. ¿Cómo va usted a tener euefio reposado y tranquilo, si ecba usted en la iglesia las
grandes siestaB? Y como iba a disculparme, don Antonio
me tapó la boca y me dijo:—Anda, vamonos al refresco
del mayordomo.
—Hombre, le dije: dispénseme y discúlpeme coa 6BOB
señorea lo mejor que pueia. He sollado ais;o raro eu esta
atesta profanadora y no me encuentro en disposición eBta
noche de tomar refrescos...
VlNATBA
REVUELTA
El brazo de San Francisco Javier.—Desde el día 9
del actual se halla en nuestra querida Navarra esta insigne reliquia de nuestro glorioso Apóstol y Patrono.
El recibimiento que se le hizo en Pamplona fue realmente grandioso.
Como decía muy bien el ilustre jesuíta navarro Reverendo P. Egaña, en la preciosa plática de salutación que
pronunció en San Nicolás, podía compararse aquel recibimiento a la vía triunfal de Roma.
Fuó su llegada—agregaba el citado Padre—eí día de
Pentecostés de Navarra.
[Bien venida sea ta,n preciadísima reliquia que nos trae
la bendición de DiosI
Por la prensa diaria tienen noticia nnestros lectores de
la muerte de nuestro querido paisano el bravo militar
pamplonés don Santiago González Tablas, teniente coronel de Regulares de Ceuta, a consecuencia de las heridas recibidas en la ocupación de Tazarut, el día 12 del
mes actual.
Asociándonos al sentimiento general que ha producido el fallecimiento de eete héroe, rogamos a los lectores
de LA AVALANCHA encomienden en sus oraciones a quien
tanto bien ha procurado para su Patria.
R. I. P.
Signo de los tiempos.—En la ciudad del cinema, en
LOB Angeles (Estados Unidos), se ha descubierto una escuela adonde acudían los profesionales del robo en concepto de catedráticos, para ensefiar a los alumnos las
asignaturas del crimen con procedimientos prácticos y
hasta con proyecciones cinematográficas
La policía ha detenido a cinco individuos en quienes
recaen sospechas de componer el claustro de la universidad criminal de LOB Angeles.
¡Maravillas de la civilización materialista moderna!
Las Congregaciones Marianas—El primer domingo
del corriente mes de mayo celebróse en toda España, con
gran esplendor, la fiesta confedera! de las Congregaciones Marianas.
Les organizadas por las Congregaciones de Madrid revistieron extraordinaria solemnidad.
En San Francisco el Grande tuvieron comunióa general. OSció el Nuncio de S. S. y le ayudaron en el Santo
Sacrificio sus altezas los infantes D. Luis Alfonso y don
José Eugenio, hijos del infante D. Fernando, congregantes de los Luises.
El presidente de la Congregación, Conde de Gondomar, leyó el acto de la consagración a la Sma. Virgen.
El director, R. P. Pedro M.a Ayala, S. J., y dicho Presidente, en nombre de la Confederación española, enviaron un expresivo telefonema al Padre Santo.
Felicitamos por la brillantez de estos actoa a los simpáticos congregantes qu* pueden dar gran esplendor a la
Iglesia y España.
Una circular plausible.—El «Boletín Oficial» del día
15 del actual publica una circular del digno gobernador
civil D. Manuel Foz, sobre el cumplimiento de los preceptos de las Ordenanzas municipales y cierre de cafés y
tabernas, y sobre el castigo que ha de imponerse a los
blasfemos y mal hablado?.
El señor Gobernador encarga a las autoridades y agentes y a todos IOB ciudadanos que denuncien a los blasfemos e inmorales para imponerles la merecida sanción.
Aplaudimos con todo entusiasmo esa acertadísima disposición del señor Gobernador, disposición que todos debe in o B secundar para que desaparezca de Navarra el crimen de la blasfemia y el lenguaje soez.
Centenario de San Francisco Javier.—Noticias interesantes.—En el mes de septiembre próximo van a coincidir en Pamplona el Congreso Misional y el Triduo de
preparación para la peregrinación magna a Javier y la
procesión extraordinaria que ha de celebrarse en la capital.
El Congreso se celebrará entre el 17 y 24 de septiembre. Sus organizadores dedicarán tres días al estudio fie
cuestiones técnicas de las misiones.
Todos los elementos del Congreso tomarán parte en la
peregrinación y en la procesión magna que ha de celebrarse en Pamplona el domingo 24.
Para esta fecha es casi seguro que se estrene en el coliseo de Pamplona un drama relacionado con San Francisco Javier, obra de un literato navarro.
Durante el Congreso Misional Be celebrará una exposición de objetos relacionados con las misiones, en la cual
figurará una sección dedicada exclusivamente a S. Francisco Javier.
—¿Estamos?...
Interrogó don Mamerto, dando una chupada formidable a su magnífico «Henry Clay>.
Ramírez sacó presuroso de la máquina de escribir una
cuartilla escrita en sus dos terceras partes, y marcando
mucho las comas, comenzó a leer: c... LOB diputados que
firman esta proposición entienden que es urgentísima e
inaplazable la discusión y aprobación de aquellos proyectos de ley que la libertad de conciencia reclama y que
constituyen un poderoso dique frente a las coacciones e
intolerancias que tienen un reconocido origen en los confesionarios y en los pulpitos...»
Don Mamerto, que ha escuchado la lectura con la mejilla apoyada en la palma de la mano, eonríe, y BU satisfacción se traduce en una mayor familiaridad con su secretario.
—-¿Qué le parece a uBted, Ramírez?...
Ramírez, un cuitado poseído de BU insignificancia, y
humilde, y lacayuno por temperamento y por costumbre,
responde con una voz melosa:
—¡Admirabilísimo, don Mamerto, admirabilísimo!
Don Mamerto le interrumpe:
—¡Sí, señor...; ea una vergüenza lo que está sucediendo... Esa gente nos ha sitiado en el alcázar de la libertad... Las izquierdas no pueden consentir esto... Lo dije
en la reunión que celebramos hace ocho días... Hay que
darles la batalla; hay que ir a la secularización, al divorcio, al triunfo de lo que es el contenido, las esencias ideo-
11»
LA AVALANCHA
lógicas de la democracia, antípoda del viejo espantajo
clerical y de todas las supersticiones! ¿No le parece a UBted, Ramírez?...
—I Admirabilísimo,-don Mamerto, admirabilísimo!
—Esta campaña hay que comenzarla y...
Don Mamerto no concluye la frase. En la lujosa puerta,
de cristales esmerilados, que hay al fondo del aposento,
suenan unos golpecitos, y una voz infantil pregunta:
—¿Se puede, papé?...
Don Mamerto se vnelve rápidamente, sacude la ceniza
del puro y dice cariñoso:
—¡Entra, hijital...
Carlota, en traje de calle, irrumpe alegre en el despacho.
Es una linda rubia, de doce afios, alta, espigada, de
ojos muy azules y de abundosa y crespa cabellera. En un
santiamén ha besado a au padre, ha pasado revista a todos los objetos que hay sobre la mesa y ha saludado al
amanuense mecanógrafo con un jovial y zumbón c|Hola,
Felipito!»...
Don Mamerto contempla extaaiado a la chiquilla.
—¿Vais a salir, o venís de la calle?—interroga.
—Nos vamos... Mamá ha pedido el automóvil para las
BeÍB, como todos estos días...
Don Mamerto arruga el entrecejo.
—|Ah, no me acordaba!...
—¡«Seguimos» con la Novena en!... No sé cdónde tocará hoy»...—dice, procurando a toda costa vestir ingeniosamente sus irreverencias.
—¿Y cuántas «representaciones» lleváis?... — agrega
riendo.
La ñifla, muy seria, que le ha escuchado sin pestañear,
exclama Bevera:
—¡Eres muy herejote, papalto, y yo no quiero que
seas así!...
Y besando a su padre, y diciendo adiós con la mano a
Ramírez, Carlota hizo mutis, dignamente ofendida, Bin
volver la cabeza.
—¿Qué le ha parecido a usted?—exclamó don Mamerto
al cabo de una pausa, dirigiéndose a sn secretario. ¡Las
novenitas, los sermoncitos, el «chu-chu» en el confesonario, dejándole a uno solo en su propio hogarl... ¿Eh?...
jCaspitina con la mozal... «¡Herejotel»... así como suena...
es decir... reprobo... apestado del alma, de quien es preciso huir o de que se debe acordonar al menos... ¿Qué
ta), Ramírez?
Ramírez, con sus ojos estúpidos de lechuzo, oye a don
Mamerto como a un oráculo, siempre con un dedo sobre
una de las letras de la máquina. El cerebro de Ramírez
es un atelarañado desván donde en la vida no B6 albergó
un pensamiento propio. Tan autómata como la máquina
de escribir, que es caBÍ una prolongación de él, Ramírez,
«que no sabe io que es ni lo que quiere», suscribirá Biempre cuanto BU amo crea o diga; «su amo», impío o devoto, iguorante o sabio, perverso o bueno.
La campaña antirreligiosa a que don Mamerto se refería comenzó poco tiempo después. Toda la prensa radical
puso a don Mamerto por las nubes, comentando la «valentía de su discurso» o calificándole de «azote de la
reacción» y «tribuno excelso, cuya palabra aceradísima
era a la vez tremendo ariete que pulverizaba viejos prejuicios, explotados por la cogulla enemiga de una España
moderna, sin frailes, ni dogmas que estrangulan la
razón >.
Don Mamerto, consecuente con su impiedad, vivía absolutamente alejado de la Iglesia. Una vez hubieron de
decirle:
—¿Usted tolera que su esposa y su hija se confiesen?...
—Le diré a usted...—contestó don Mamerto con una
sonrisa.
—Las religiones son males necesarios cuando se trata
de la mujer... Se distraen con «eso»; y en definitiva,
mientras de «eso» se ocupan, no idean cosas quizá peores. ¿Me entiende usted?...
***
Un sacerdote muy anciano iba con frecuencia al domicilio del diputado incrédulo, en busca de limosnas para
un asilo de niños desamparados. La piedad de la señora
de la casa proveía con largueza a las grandes necesidades de aquella hermosa y humilde fundación.
Durante algún tiempo el diputado y el ancianito sacerdote no se encontraron frente a frente. Una prudencia
discreta evitaba el desagradable «vis a vis». Sin embargo, una tarde don Mamerto, al bajar del automóvil, le
vio salir. Preguntó a BU mujer y a su hija. Le contestaron
con evasivas. Insistió don Mamerto enérgicamente, y
hubo que contárselo todo. Aquel sacerdote era un santo,
un viejecito bueno, inofensivo, que vivía en la pobreza
más grande para socorrer a unos pequeñueloB sin cariño
y Bin pan. Don Mamerto escuchó atentamente, y cuando
madre e hija esperaban una escena lamentable de indignación y de reproches, don Mamerto exclamó, con afeetada y conmiserativa actitud:
—¡No está mal; ese «pobre viejo» ee un sugestionado,
pero, indudablemente, una buena personal...
Y «acanio de su cartera un billete de cincuenta pesetas, le dijo a su mujer:
—¿Cómo Be llama ese buen hombre?
—Don Agapito.
—Bien... pues dadle a don Agapito eeto para su asilo...
pero sin que eepa que es cosa mía. (Ya sabéis que no
quiero nada con esa gente «negra»!...
En la sala, a toda luz, celebraron los médicos la consulta. Cuatro señores ceremoniosos y eu le vitados habían
convenido en que «don Mamerto eataba muy grave». El
médico de cabecera, interrogado por la afligida esposa,
se mostró más pesimista aún.
—No debo ocultarles a ustedes que un colapso puede
presentarse en cualquier momento... y según mi costumbre, y para satisfacción de mi conciencia, creo un deber
advertirles que ha llegado el caso de confesar al enfermo... ei el enfermo es católico, naturalmente.
Madre e hija callaron y se miraron con fijeza. Ya a
Bolas, hicieron venir a Ramírez, que andaba por los pasillos como perro sin dueño. Ramírez «opinó» que sería
inútil tratar de convencer a don Mamerto: su historia, su
significación, los amigos, la prensa, eran otras tantas ligaduras irrompibles...
Loa pobres mujeres, deshechas en llanto, veían llegar
la catástrofe sin poder evitarla.
—(Mamá!—exclamó de pronto la ñifla.
Su madre, enjugándose laa lágrimas, levantó la cabeza:
—¿Qué quieres, hija mía?
—{He rezado mucho a! Sagrado Corazón y me atrevo!...
—¿A qué, hijita?
—|A decírselo!
—¿Tú?—exclamó ta madre estupefacta.
—Sí... mamá... Y sin perder un minuto... (Ahora
miamol...
La ñifla, halbuciond) una pa'7^, er-tró en la a'coba...
Don Mamerto, atormentado por la utaue*, xa üüeó con loa
ojos...
—|Papál...
—|Hija... ven... acércate...1
Carlota se abrazó sollozando al cuello de su padre.
Unas cortinaB del gabinete oscilaban... Dos personas,
ansiosa y ocultamente, presenciaban aquella eacena...
Don Mamerto, acariciando la rubia cabellera de Carlota, se pasaba la mano por la frente.
—¡Hijita... hijita de mi alma... me siento muy malo!...
¡Oye, hijita, óyeme...! ¿Está por ahí don Agapito?...
Y de las cortinas, rápidamente separadas, surgió un
sacerdote anciano, de mirada dulce, que acercándose al
lecho del moribundo hubo de decirle con ternura:
—¡Hijo mío, don Agapito está aquí, le esperaba a
usted!...
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