¿PUEDE UN ESTADO LIBERAL JUSTIFICAR ADECUADAMENTE

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¿PUEDE UN ESTADO LIBERAL JUSTIFICAR ADECUADAMENTE
EL RECONOCIMIENTO DE DERECHOS DIFERENCIADOS Y LA
TRANSFORMACIÓN DE SU ESTRUCTURA PARA LAS MUJERES?
por Javiera Arce
Javiera Arce
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RESUMEN
El trabajo que a continuación se desarrolla, tiene por objetivo realizar un análisis conceptual, basado en el
dilema ético del Estado de reconocer las diferencias entre hombres y mujeres. Para ello se utilizarán como
marco de análisis las propuestas de Brian Barry y Will Kymlicka, que se harán dialogar con autoras feministas
como Iris Young, Julieta Kirkwood, Simone de Beauvoir, que plantean que la ciudadanía se ha construido
sobre la base de uno de los cuerpos (el masculino), lo que ha traído consecuencias negativas tanto para el
sistema de representación política que se ve afectado por la ausencia sistemática de mujeres, y por un sistema
de toma de decisiones políticas, basado en la opresión y los imperialismos culturales de los hombres y los
blancos.
Abstract
The work then develops, aims to conduct a conceptual analysis based on the ethical dilemma of the State to
recognize the differences between men and women. This will be used as an analytical framework proposals
Brian Barry and Will Kymlicka, who will talk with feminist writers such as Iris Young, Julieta Kirkwood, Simone
de Beauvoir, who argue that citizenship has been constructed on the basis of one of the bodies (Male), which
has brought negative consequences for the system of political representation that is affected by the systematic
absence of women, and a system of political decision-making, based on oppression and cultural imperialism
of men and whites.
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INTRODUCCIÓN
El segundo gobierno de Michelle Bachelet, ha impulsado una serie de reformas “estructurales” que intentarán
afectar la esencia de la estructura del Estado neoliberal-subsidiado amparado en la Constitución Política de
1980, que ha impactado por más de veinte años, profundamente en la conformación de las relaciones sociales
entre el Estado y la ciudadanía, cristalizando una democracia con áreas grises que persisten y se profundizan
con el tiempo como la desigualdad no sólo económica sino también política (Auditoría a la Democracia, 2010),
en que importantes sectores de la población (las mujeres, los pobres, los pueblos originarios), no poseen
igual acceso al ejercicio de los derechos ciudadanos, económicos, sociales y culturales. Implícitas en dichas
reformas encontramos tres que afectarán en particular a las mujeres: el Ministerio de la Mujer y la equidad
de género, la reforma al sistema electoral binominal que incorpora la acción afirmativa de género en la
competencia política, la despenalización voluntaria del embarazo restringido sólo a tres causales: riesgo de
vida de la madre, riesgo de vida del feto, y casos de violación, que será ingresado el segundo semestre de
2014.
Dicha agenda que reconoce las diferencias que existen entre los hombres y las mujeres en la gestión del
Estado y en la política, intenta incorporar una serie de recomendaciones que ha realizado sostenidamente
la Convention on the Elimination of All Forms of Discrimination Against Women (en adelante CEDAW), en
materia de desigualdad política, en que insistentemente se ha solicitado la incorporación de medidas de
acción afirmativa en la vida pública-política; corresponsabilidad en los roles dentro de las familias; término
con la discriminación laboral; término de los estereotipos de género, avanzar en las garantías de acceso a los
derechos sexuales y reproductivos, incluido el derecho a abortar; profundización en políticas tendientes a
erradicar la violencia contra las mujeres, y una serie de otras recomendaciones que realizó el Comité el año
2012 (CEDAW, 2012).
Pese a la resistencia cultural y religiosa de las reformas, ellas se enmarcan en el reconocimiento de que la
estructura institucional puede actuar como un reproductor de las desigualdades que se producen en la
sociedad (PNUD, 2010), teniendo su expresión más visible en la opresión de las mujeres por parte del Estado, al
resistirse a una incorporación invariable de los acuerdos internacionales, y a las demandas que han realizado
los movimientos de mujeres (Valdés, 2011).
Es posible afirmar que hoy existe una importante brecha entre los rápidos cambios de la sociedad, que ha
evolucionado hacia el reconocimiento de los derechos de las personas (derechos individuales), y el sistema
político e institucional chileno, que no logra incorporarlos (Medina, 2007). Dentro de estos cambios sociales,
la aceptación a nuevas identidades de género, y nuevos conceptos de familia, son aceptados de manera más
acelerada en la sociedad civil, que en las élites políticas chilenas (ibíd., 2007).
¿Qué respuesta debe dar el Estado de Chile a esta problemática? ¿Puede el Estado Liberal reconocer derechos
diferenciados entre hombres y mujeres y plasmar este reconocimiento en la estructura político-institucional?
Las asimetrías existentes en las sociedades actuales, son generadas por desigualdades de carácter
económico y de estatus. Para ello el liberalismo ha entregado respuestas en torno a políticas de redistribución
y reconocimiento a las diferencias, basadas en tres grandes grupos: liberalismo igualitario, multiculturalismo
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Javiera Arce
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liberal y multiculturalismo (Pérez de la Fuente citado en Villavicencio, 2012). Sin embargo las teorías propuestas
para el análisis constriñen las necesidades de las mujeres por una ampliación en el reconocimiento de derechos
diferenciados, por lo que su vinculación se hace necesaria con las teorías feministas por el reconocimiento
(Villavicencio, 2012). Es posible poder conciliar feminismo y multiculturalismo, debido a que es fácilmente
observable las “brutales vulneraciones de los derechos básicos de las mujeres que se cometen en nombre de
la cultura” (Villavicencio, 2012,10), por lo que su relacionamiento se produce de manera natural.
No obstante, algunos autores como Villavicencio(2012), Zúñiga (2010), han planteado que los enfoques
feministas no encuentran respuesta en el modelo liberal igualitario de la ciudadanía no-diferenciada, en
particular en la estrategia de la privatización impulsada por Brian Barry (2001), pero las expresiones liberales
del multiculturalismo como la de Will Kymlicka (1996), permiten ampliar dicha conexión.
El Estado Liberal por tanto debe incorporar un trato diferenciado entre hombres y mujeres, reconociendo
las profundas asimetrías entre ambos sexos para desenvolverse en la sociedad, en que las mujeres se
encuentran desprotegidas y perjudicadas ante la institucionalidad e incluso por la democracia liberal, por lo
que la ética pública involucraría no sólo el reconocimiento de esta desigualdad sino también la adaptación de
la institucionalidad para materializar dicho reconocimiento y no transformarlo en letra muerta.
Liberalismo y feminismo
Brian Barry en su obra Culture and Equality: An Egalitarian Critique of Multiculturalism, plantea que todas
las personas son iguales: liberales y no-liberales. No es función del Estado promover la diversidad cultural,
pues peligra el marco neutral que asegura las elecciones autónomas de los individuos, por lo que propone
como estrategia la privatización de las diferencias, que desde su perspectiva podría satisfacer las demandas
por el reconocimiento de la multiculturalidad, debido a que en la esfera privada los individuos son libres
de asociarse con quienes deseen y practicar su cultura sin restricciones, por lo que es deber del Estado
resguardar la neutralidad de la esfera pública, para Barry “The strategy of privatization entails a rather robust
attitude towards cultural diversity” (Barry, 2001: 31).
El autor, no está de acuerdo con un trato especial a los grupos, puesto que atenta contra el principio de justicia,
no obstante considera la posibilidad de generar algunas adaptaciones legales para el reconocimiento de
determinadas culturas pero para él, lo fundamental es el proceso constante de revisión de las normas, con
el fin de buscar su perfeccionamiento y adecuarse a la necesidad de la diversidad de la sociedad. Si bien el
Estado tolera la diversidad, no es tolerante con las culturas no-liberales (Barry, 2001).
Will Kymlicka por su parte en su libro Ciudadanía Multicutural: una teoría liberal de los derechos de las
minorías, reconoce una estrecha relación entre libertad y cultura, en que los individuos podrán escoger a
qué cultura pertenecer y qué elementos de dicha cultura incorporar en sus vidas (la libertad se relaciona con
la pertenencia cultural). La diversidad para el autor, es un valor, y es deseable su existencia. A diferencia del
planteamiento de Barry, el autor propone que es deber del Estado promover y potenciar dicha diversidad
(derecho a la cultura). El intercambio de culturas que se genera con la expresión de ellas en la esfera pública
es positivo para los ciudadanos, pues para Kymlicka la cultura es un proceso de construcción constante, y para
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potenciar su evolución, la diversidad y el intercambio son fundamentales (Kymlicka, 1996). Asimismo el autor
plantea que el Estado posee un dilema ético, que consiste en la opción del reconocimiento de la diferencia o
la “omisión bienintencionada” del liberalismo igualitario, sin embargo el camino que propone es el primero,
debido que el segundo presenta una comprensión limitada de las cultura nacionales y los estados.
Si bien ambas teorías plantean un reconocimiento de las diferencias, los modos de abordarlas son
diametralmente opuestos. Por una parte se plantea la acción positiva del Estado en la protección de los
derechos de las minorías (Kymlicka), por el otro se nos invita a un modelo de ciudadanía no-diferenciada
(Barry). No obstante, ambas propuestas enmarcadas en el liberalismo, poseen componentes o principios de
carácter universal.
El carácter universalista del liberalismo según Villavicencio (2012), es trascendental, pues puede emplearse
para “desafiar o descartar uno o más valores públicos relevantes” (Villavicencio, 2012: 40). Villavicencio (2012)
plantea que al invocar valores universales puede traer consigo connotaciones positivas como la radicalidad
y la interrelación con otras contiendas políticas liberadoras de opresión, pero también pueden traer consigo
connotaciones negativas, como la vaguedad en su interpretación, la abstracción, y la escasa claridad en las
diversas formas de interpretación (Villavicencio, 2012).
Es aquí donde se instala la mayor de las exclusiones. Más allá de las minorías o grupos desaventajados, se
trata de la desigualdad en el trato con el segundo sexo llamado por Simone de Beauvoir: las mujeres. La autora
plantea que “las mujeres no son como los negros de Norteamérica o los judíos, una minoría: en la tierra hay
tantas mujeres como hombres” (De Beauvoir, 1949: 20). Para la autora, hombres y mujeres han funcionado
de manera autónoma unos de otros, pero por razones históricas el más fuerte ha terminado por doblegar
al más débil, como ha pasado con los judíos, los afro descendientes y los esclavos en América Latina. De
Beauvoir, plantea un antes y un después para dichas minorías, sin embargo las mujeres poseen un vínculo
con sus opresores muy diferente a los otros grupos, el cual respondería a lazos afectivos (marido, padre), por
otro lado la autora propone que “la división de los sexos es un hecho biológico, no un momento de la historia
humana” (Ibíd.: 21).
La democracia liberal y su desarrollo, ha intentado la reproducción de cuerpos legales amparados bajo
preceptos universales que intentan generar normativas similares para todos los habitantes de un determinado
territorio, pero el nivel de abstracción de la legislación impide su adecuada aplicación (Zúñiga, 2010). Es más,
las asimetrías en que viven las mujeres y los hombres en la sociedad son fácilmente observables en materia
económica, política, representación en la vida pública, incluso De Beavoir afirma, que la historia ha sido
construida por los varones y en el momento en que irrumpen las mujeres, se encuentran con un mundo que
les pertenece a ellos (De Beauvoir, 1949).
Las teóricas feministas plantean, que el proceso de construcción de la ciudadanía moderna, ha estado marcada
por una constante exclusión de las mujeres. La instalación de la representación y participación política,
genera un espacio de transmisión recíproca entre la ciudadanía y el Estado. En esta nueva construcción, la
ciudadanía se materializa “intermediada por representantes para permitir la construcción de la democracia a
gran escala” (Zúñiga, 2010: 135). En esta democracia moderna, el interés de los individuos se desplaza desde
la participación en la esfera pública hacia la esfera privada, por lo que las libertades individuales se vuelven
inviolables. Pero, la representación política y su proceso de consolidación como forma de gobierno, comienza
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a tener efectos negativos en los ciudadanos, pues ellos notan mermas en el poder de influir en los asuntos
públicos, resultando la construcción de un ciudadano “ensimismado y despojado de todo atributo social, cuya
única característica relevante, en materia de asignación de derechos, es su pertenencia a la especie humana”
(ibíd.: 135), por lo que la universalidad de los derechos, es el punto de partida del “proyecto liberal-moderno,
que amenaza con difuminar casi por completo la frontera entre el individuo y el ciudadano” (Ibíd.: 135).
Esta separación entre lo público (la sociedad) y lo privado (la familia) plantea Zúñiga “sellarán un pacto entre
democracia y patriarcado, que tendrá por efecto la exclusión de la mitad de la humanidad” (Zúñiga, 2010: 136).
La instalación de esta democracia exclusiva, afirma Zúñiga (2010) amparada por el ideario universalista,
servirá para sujetar las imperfecciones del diseño de la democracia. Para la autora “la ciudadanía será
concebida predominantemente como una fuente limitada de derechos: participación política, mientras que
para la asignación del resto de los derechos (civiles), la doxa moderna tendrá éxito en difundir la ilusión de la
universalidad” (Zúñiga, 2010: 137).
El enfrentamiento principal de las mujeres a lo largo de la historia ha sido con la cultura, debido a que
ésta “opera en demasiados casos como una pseudo-justificación para violar los derechos de las mujeres”
(Villavicencio, 2012), prácticas como la mutilación genital, tráfico sexual, matrimonios concertados, etc. Es
posible observar al establecer la relación entre mujeres y cultura, que éstas son las más perjudicadas con
determinadas costumbres, que han avalado la privatización de los elementos identitarios de la esfera pública
(asumiendo la postura de Barry), “tu cultura o tus derechos” (Shachar citado en Villavicencio, 2012). Pese a
ello, las demandas por reconocimiento, no son incompatibles con las demandas de género, sino que todo lo
contrario, se podría establecer la demanda de justicia enmarcada en las aspiraciones de libertad e igualdad
de las mujeres en el mundo globalizado. Villavicencio (2012) nos hace una invitación a conciliar algunas de
las tesis multiculturalistas con ciertas tesis liberales que según él “deben ir más allá del simple derecho de
salida (abandono de la propia cultura) que genera un costo demasiado severo para aquel o aquella que decide
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alejarse” (Phillips, citado en Villavicencio, 2012:10).
En este ejercicio de conciliación del multiculturalismo y género, las teorías de Barry son insuficientes. La
aplicación de una ciudadanía no-diferenciada, se contrapone al reconocimiento de las fallas del modelo de
derechos universalistas. Las normas legales si bien deben ser respetadas por la sociedad (aún cuando éstas
se construyan bajo prácticas excluyentes), “casi todas… afectarán a las personas de manera diferente y no
hay nada intrínsecamente injusto en ello” (Villavicencio, 2010: 46). La idea tampoco consiste en replicar los
enfoques de regla-y-excepción-, por lo que en ese sentido el proceso de revisión constante de las normas y
leyes propuesto por Barry, para adecuarlas a la evolución de la sociedad, podría adaptarse (sólo en una parte)
a las necesidades del multiculturalismo (Ibíd.: 46). Si bien Barry, reconoce que gracias al liberalismo, se han
llevado a cabo demandas emancipatorias del movimiento de mujeres, como la prevención de la violencia
y el matrimonio forzado por ejemplo (Barry, 2001), su propuesta sobre la privatización de las diferencias, se
contrapone al reclamo planteado por el feminismo de superar la separación de las esferas pública (hombre)
y privada (mujer). De la misma forma, es posible encontrar en esta neutralidad de la esfera pública que ofrece
la teoría de Barry, una nueva forma de opresión, al desconocer las diferencias entre los grupos (en particular
a las mujeres). Dicha opresión es “causada por las prácticas cotidianas de una bien intencionada sociedad
liberal. La opresión así entendida es estructural y no tanto el resultado de las elecciones o políticas de unas
pocas personas” (Young citado en Villavicencio, 2010:114).
Es en este punto, en que la tesis de Kymlicka, nos entrega mayores herramientas de análisis para la
transformación de la institucionalidad y la adaptación de ella mediante el reconocimiento de la diferencia
principalmente, y por la acción positiva del Estado al promover determinadas condiciones que garanticen
la supervivencia de determinadas culturas, así como también la adaptación de las instituciones estatales a
las necesidades del multiculturalismo (Kymlicka, 1996). Pero al momento de alcanzar plena igualdad en la
sociedad, las medidas positivas del Estado deberán cesar, es decir son de carácter temporal (Kymlicka, 1996).
Este análisis es plausible conjugarlo con el planteamiento de Julieta Kirkwood (aún cuando éste sea un poco
más radical). La autora plantea que la liberación femenina no sólo se trataría resolviendo la incorporación
de las mujeres a la sociedad introduciendo pequeños ajustes al mundo ya definido por la masculinidad. “La
incorporación de las mujeres al mundo será para el movimiento feminista un proceso transformador del mundo…Se
trata de un mundo que está por hacerse y no se construye sin destruir el antiguo” (Kirkwood, 1986:56).
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Las políticas de acción positiva (cuotas electorales)
y la transversalización de género
En el marco de la posición planteada por Kymlicka, es posible introducir acciones positivas desde la
institucionalidad política, que tiendan a afectar las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres.
Rawls plantea que emplear determinados talentos que intrínsecamente las personas poseen para alcanzar
determinados puestos, es tan injusto como entregarlos por conceptos de raza o sexo, ya que las personas no
son responsables de tener dichos talentos. (Rawls citado en Young, 2000). El autor en su texto La Teoría de
la Justicia, insiste en que el principio de igualdad democrática pasa por el reconocimiento de la diferencia,
principio fundamental para comprender la incertidumbre existente en el principio de eficacia cuando
hablamos de una posición particular, a partir de la cual se juzgarán las desigualdades económicas y sociales de
la estructura básica (Rawls, 1979). Para Rawls el principio de la diferencia “resulta una concepción fuertemente
igualitaria en el sentido de que a menos que exista una distribución que mejore a las personas… se preferirá
una distribución igual” (Rawls, 1979:98).
A partir de esta premisa Iris Young plantea la necesidad de generar las llamadas acciones afirmativas raciales o
de género para “socavar la opresión racial y sexual” (Young, 2000:335). Para la autora las acciones afirmativas se
tratan de una propuesta que aborda la desigualdad de los grupos de manera más segura. Young entiende que
las acciones afirmativas “fueron creadas para compensar prácticas discriminatorias, para mitigar la influencia
de los prejuicios actuales y la ceguera de las instituciones y personas que toman decisiones: los hombres y los
blancos” (Young, 2000: 335).
El desafío planteado por Kirkwood para transformar el mundo y las estructuras del Estado, se materializa en
dos herramientas: 1) La cuota de género en los sistemas electorales; 2) la transversalización de género en las
políticas públicas. Ambas herramientas, apuestan a generar cambios performativos de la institucionalidad
estatal, y lograr introducir nuevas interpretaciones del mundo que se encuentran ausentes del Estado. Se trata
de un proceso de deconstrucción de la matriz socio-estatal, que apunta a superar el concepto de ciudadanía
entendido como “algo integral y hegemónico” (Pautassi, 2009), y que intenta integrar la pluralidad de visiones
de la sociedad actual.
Para ello, no sólo será necesario avanzar hacia la concreción de la representación descriptiva de género
mediante la utilización de mecanismos de acción afirmativa en las elecciones apuntando a un incremento
numérico de mujeres en las estructuras de poder, sino también avanzar hacia criterios sustantivos, que logren
plasmar la incorporación de la perspectiva de género en el quehacer del Estado y en su proceso de toma
de decisiones, vale decir, afectar todas las estrategias político-electorales-institucionales, para alcanzar la
democracia paritaria.
La democracia paritaria significa “la total integración, en pie de igualdad, de las mujeres en las sociedades
democráticas, utilizando para ello las estrategias multidisciplinarias que sean necesarias” (Declaración de
Atenas citada en Zúñiga, 2005). Los organismos internacionales, en particular las Naciones Unidas, han jugado
un papel fundamental en la articulación y promoción de las estrategias para avanzar en la concreción de
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derechos y deberes de los estados que suscribieron la Cedaw (1981), y ha insistido incansablemente en una
serie de medidas orientadas a perfeccionar la democracia liberal (De Beauvoir, 1949). Su función es examinar
periódicamente a los estados miembros sobre la etapa de cumplimiento de las medidas propuestas. En
particular abordaremos de aquí en adelante dos de las estrategias: acción afirmativa de género en sistemas
electorales y transversalización de género en las políticas públicas.
Pippa Norris define los sistemas electorales como “las reglas que representan el más poderoso de los
instrumentos que sustentan los repartos de poder con un potencial de largo alcance de las consecuencias
para la competencia entre partidos, la inclusión de las legislaturas y la composición de los gobiernos, todo lo
cual puede influir en los procesos de consolidación democrática” (Norris, 2008:103). Dichas reglas electorales,
operativizan la democracia representativa. Las consecuencias de estas normas, no han sido muy diferentes
al resultado del proceso democrático liberal moderno, es más, es fácilmente apreciable las desigualdades en
la competencia política entre los sexos. En Chile es posible distinguir una escasa presencia de mujeres en el
Poder Legislativo, que solo alcanza el 16%. Asimismo en otros cuerpos electorales como las concejalías y los
municipios, la participación de las mujeres es bastante baja con un 12,5% de alcaldesas, y un 25% para las
concejalas. 1
Los factores socioeconómicos, la disparidad en los niveles educacionales, y las asimetrías en las
remuneraciones, inciden fuertemente en el acceso igualitario de las mujeres y hombres a los cargos de
representación política (Flacso, 2006). Asimismo existen una serie de factores estructurales como el predominio
de las actitudes tradicionales de género (la cultura), que explican la escasez de mujeres en política (Norris e
Inglehart; 2003).
Es así como a partir de la ceguera institucional, y de la aplicación no-diferenciada de las reglas electorales, el
desempeño de las mujeres en las elecciones ha presentado resultados deficientes, y la sub-representación de
las mujeres en los parlamentos ha traído fuertes consecuencias en la agenda pública y en la articulación de
sus propios intereses (Norris, 2003).
En reacción a las desigualdades en la competencia política, fueron creadas las políticas de acción positiva.
Norris (2004) las define como diseños electorales que benefician a las mujeres en un escenario temporal
hasta alcanzar la paridad de género en el Poder Legislativo y en los cuerpos electorales. La acción positiva
incluye tres tipos de estrategias: el sistema de bancas reservadas, establecidas con un número máximo de
escaños a ocupar en una norma legal; cuotas de género estatutarias que controlan la posición y número de
las candidatas en las listas para todos los partidos y, las cuotas voluntarias de género, utilizadas por algunos
partidos específicos o para determinados aspectos del gobierno (Norris, 2004).
La aplicación de estas medidas, ha traído consecuencias positivas en el aumento de la representación
descriptiva de género. En los países en que se han aplicado las políticas de acción afirmativa, la presencia de
mujeres en los parlamentos ha aumentado sustantivamente.2
En cuanto a la transversalización de género en las políticas públicas (gender mainstreaming), es posible
definirla como “un concepto que promueve un cambio revolucionario en las políticas públicas internacionales y
nacionales. En el que los asuntos de género se vuelven una consideración central, no sólo para los departamentos
o instituciones encargados del tema de la mujer, sino para todos los actores de un rango de análisis de gobierno
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1
2
Ver anexos 1 al 3.
Ver anexo 4.
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y en todas las etapas del proceso de políticas públicas: el diseño, la legislación; implementación y evaluación”
(Hafner-Burton y Pollack, citado en Von Berries, 2012:10).
La difusión del concepto de transversalización de género, se plasma a partir de la Cuarta Conferencia Mundial
de la Mujer realizada en Beijing en 1995, que introduce en el campo de las políticas públicas el concepto de
igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (Von Borries, 2012). A partir de este hecho, el Consejo
Económico y Social de Naciones Unidas, adopta el concepto como política oficial de la ONU y comienza su
propagación en el mundo.
Para la concreción de dicha política en los países, se debe considerar un nuevo rol de las agencias
gubernamentales de la mujer, incorporar la perspectiva de género, la igualdad de género, en todas las esferas
de la política y en todos los niveles del gobierno (ONU citado en Von Berries, 2012). Para ello, las instancias
de coordinación deben situarse en el más alto nivel del gobierno, y propender al desarrollo institucional
integrado basado en las políticas de la transverzaliación de género.
Existen dos tipos de estrategias para implementar la transversalización de género, por una parte la
integracionista y por otro la fijación de la agenda. La primera consiste en la integración del género en la
corriente dominante del proceso de formación de políticas públicas. Busca la integración instrumental de
la perspectiva de género en rutinas y procesos organizacionales para volverlos más eficaces, sin apuntar a
objetivos sustantivos como la igualdad entre los sexos. La “igualdad de género es vista como una orientación
normativa arrastrada por la corriente dominante principal del proceso de formación de políticas públicas, en
vez de nadar contra la corriente” (Von Berries, 2012: 15).
Por su parte la fijación de la agenda, consiste en alcanzar la igualdad entre los sexos. Su objetivo es incorporar
el análisis de género en las políticas para que sean más efectivas de acuerdo a sus propios objetivos. Para su
materialización, dicho enfoque requiere la transformación de la estructura y conlleva a un proceso de carácter
deliberativo de las políticas públicas, con invitaciones constantes de manera consultiva y/o vinculante a las
propias beneficiarias de las políticas públicas, para que participen no sólo en el proceso de evaluación de los
programas, sino también en toda la cadena de decisiones del proceso (Von Berries, 2012).
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Reflexiones finales
En el transcurso de este trabajo, se ha intentado dar respuesta a la pregunta inicial, sobre la factibilidad de
que un Estado liberal reconozca las diferencias entre hombres y mujeres, y a partir de este reconocimiento
comenzar el proceso de transformaciones de las estructuras del Estado y del gobierno, para hacerse cargo de
la incorporación de las mujeres en la vida social, laboral y política.
El Estado liberal, puede justificar de manera adecuada y sin contradicciones el tratamiento diferenciado para
las mujeres y adaptar su estructura. Para ello, el liberalismo multicultural de Kymlicka, entrega interesantes
herramientas que vinculándolas a las teorías feministas contribuirían sin duda al proceso transformativo de
la matriz institucional. No así Barry y el liberalismo igualitario, cuyas estrategias como la privatización de las
diferencias y la ceguera en su reconocimiento, no se ajustan a las necesidades que las feministas plantean,
puesto que bajo esta “privatización de la diferencia”, podrían llegar a esconderse un sinnúmero de formas de
opresión, que se volverían a invisibilizar por medio de dicha estrategia el maltrato y femicidio como “práctica
cultural”, las mutilaciones vaginales, casamientos forzosos, entre otras prácticas; además de un regreso forzoso
de las mujeres a la vida privada, y a hacerse cargo de los asuntos domésticos, aduciendo que dicha dicotomía
planteada por las feministas (vida púbica- vida privada), podría salvarse sólo desde el ámbito “privado”.
Kymlicka por su parte, proporciona evidencia empírica de que “muchas democracias liberales multinacionales
aceptan ya tal obligación, por lo que propician escolaridad pública y servicios gubernamentales en la lengua
de las minorías nacionales” (Kymlicka, 1996: 178). Dichas afirmaciones, proporcionan herramientas que
apuntarían a la transformación institucional del Estado para hacerse cargo de la multiculturalidad existente.
La transversalización de género y las políticas electorales de acción positiva entran como mecanismos de
adaptación de la diferencia. Es posible apreciar su uso en una serie de países en Europa, Estados Unidos,
América Latina e incluso Asia y África. También los organismos internacionales como las Naciones Unidas,
ha generado una serie de convenciones y tratados orientados a impulsar y propiciar su exigibilidad en su
cumplimiento por parte de la ciudadanía, permitiendo que grupos ajenos al Estado, como las ONG de género,
puedan introducir sus “informes sombra”, a modo de contribuir a la evaluación de las disposiciones formales
y las acciones de los gobiernos en estas materias (Medina, 2007).
Durante el desarrollo de este informe, es posible advertir evidencia suficiente del desarrollo académico y
político que ha ayudado a sostener las medidas de acción afirmativa de género, y su visibilización en la esfera
pública. No obstante estas temáticas generan resistencia en las élites políticas y sociales, en particular por la
posición de las diferentes iglesias, credos y actores políticos, que poseen una posición relevante en la opinión
pública de los países, en particular en América Latina, por lo que temas relacionados con las concepciones
de familia y la interrupción voluntaria del embarazo, son altamente controvertidos (ver la discusión chilena
y ecuatoriana en torno a dichas materias)3 4 . A pesar de ello, cuando los gobiernos de turno, presentan
verdadera voluntad política de avanzar en materia de reconocimiento de los derechos de las mujeres, es
fácilmente observable. En el caso de Chile, el progreso en materia de reconocimiento de las desigualdades de
género se ha propiciado por la presencia de una mujer con sensibilidad de género en la más alta magistratura
del país, quién ha impulsado una agenda transformadora, pero si analizamos los gobiernos anteriores, los
avances han sido modestos y consecuencialistas5, en particular en el gobierno de Sebastián Piñera, en que la
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línea conservadora se apoderó de la definición de las políticas de igualdad de oportunidades entre los sexos,
exacerbando la visión convencional del estereotipo de género en el cuidado de la casa y de los niños (Valdés,
2013).
Para avanzar hacia la concreción de un nuevo pacto social fundado sobre la ética del reconocimiento de
las diferencias, será necesario desprivatizar las asimetrías que existen entre los sexos, a modo de seguir
visibilizando y generando consciencia acerca de las brechas de género existentes hasta nuestros días.
Para dicho tratamiento, el feminismo nos propone avanzar hacia la transformación de la matriz estatal que
contemple un modo de gestión y reconocimiento de corte binario. Asimismo la implementación seria de
las políticas de transversalización de género, apuntando no sólo a ingresar las temáticas de género en la
corriente dominante, sino invitar a la ciudadanía a la transformación de la esfera pública y el Estado, que
logre progresar hacia el reconocimiento de la diversidad y el pluralismo. No obstante dichos instrumentos,
deben provenir desde las más altas jerarquías del poder político, de lo contrario es probable que no puedan
materializarse y se transformen sólo en meras declaraciones de buenas intenciones (Rigat-Pflaum, 2008).
De Beauvoir plantea que “es imposible tratar ningún problema humano sin tomar partido: la manera misma
de plantear cuestiones, las perspectivas adoptadas, suponen jerarquías de intereses; toda cualidad implica
valores; no hay descripción supuestamente objetiva que no se levante sobre un segundo término ético” (De
Beauvoir, 1949: 30). La autora, nos invita a plantear las diferencias desde el comienzo, pero poniendo énfasis
en la libertad de todo ser humano de concretar sus proyectos y auto-determinar su futuro. De Beauvoir vincula
las libertades personales y el derecho a la autodeterminación del futuro de los propios individuos como la
posibilidad de trascender, pero dicha trascendencia no alcanza “su libertad sino por medio de su perpetuo
avance hacia otras libertades… hacia un porvenir infinitamente abierto” (ibíd., 31). Esta trascendencia y
libertad no debe ser contenida por los sujetos, puesto que degradaría la propia existencia humana. En singular
la situación de la mujer, en que al igual que el resto de los seres humanos, exige una libertad autónoma, son
otros los que le imponen determinados roles, por lo que el reconocimiento a sus diferencias es un proceso en
constante construcción, y busca trasladarse desde una consideración in-esencial atribuida por los otros, a una
esencial que le permita su reivindicación.
El reconocimiento de las diferencias entre hombres y mujeres, es la puerta de entrada a otros tipos de
reconocimientos como la identidad de género, las minorías étnico-culturales e inmigrantes. El reconocer
la diferencia pasa a convertirse en un precepto ético, para alcanzar la igualdad y la justicia, como nuevos
desafíos propuestos a la democracia de los modernos y las modernas.
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“Correa amenazó con dimitir 13 veces en 7 años”. Diario El Comercio del Ecuador http://www.elcomercio.com/actualidad/politica/
correa-amenazo-dimitir-13-veces.html
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“Arzobispo Ezzati por el aborto: con todo respeto por las mascotas, la vida humana vale más que eso”
http://www.biobiochile.cl/2014/05/21/arzobispo-ezzati-por-aborto-con-todo-respeto-por-las-mascotas-la-vida-humana-vale-mas-
que- eso.shtml
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Observamos la existencia del Servicio Nacional de la Mujer desde 1991, que ha impulsado una serie de políticas orientadas a profundizar la transversalización de género en las políticas, por medio de los Programas de Mejoramiento de la Gestión Institucional, y la conformación del Comité de Ministros para la Igualdad de Oportunidades. Sin embargo, Chile no posee avances sustantivos en materia de legislación sanitaria para la interrupción voluntaria del embarazo, y tampoco posee una ley de cuotas para las elecciones legislativas (Ridríguez y Caminotti, 2009; Arce, 2014).
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Bibliografía
Libros y Papers.
• Arce, Javiera (2014): “Respuesta de los Estados en sus reformas a las demandas de las organizaciones de mujeres en Chile y Argentina”. Revista Al Sur de Todo Nº 8.
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• Kirkwood, Julieta (1986). Ser Política en Chile. Chile: LOM.
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• Medina, Cecilia (2007): “La situación de los derechos humanos de las mujeres según el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la mujer. Observaciones finales realizadas por el Comité, al cuarto informe periódico de Chile”. Anuario de Derechos Humanos, Universidad de Chile.
• Norris, Pippa (2004): “Electoral Engineering”. Cambridge University Press.
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• Rigat-Pflaum, María (2008): “Gender mainstreaming: un enfoque para la igualdad de género”.
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Javiera Arce
Colecciónideas
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• Salame, Nicole y Villavicencio Luis (2010): “Liberalismo, Multiculturalismo y Estado de Bienestar”. Revista Ideas y Valores, Universidad Nacional de Colombia.
• Valdés, Teresa (2011): “¿Construyendo Igualdad? 20 años de políticas públicas de género”. Santiago, LOM.
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• Young, Iris (2000): La Justicia y la Política de la Diferencia. Cap. “La Acción afirmativa y el mito del mérito”. Pp. 323-378.
• Villavicencio, Luis (2012): “Minorías étnico-culturales y derechos de las mujeres”.
(2012): “Un diálogo intercultural, más allá del multiculturalismo”. Opinión Jurídica Vol. 11. Medellín, Colombia.
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• Von Berries, Vincent (2012): “Reflexiones en torno al concepto de transversalización de género. Delineando una tipología para el análisis de sus expresiones empíricas”. Revista Punto Género Nº 2. Núcleo de Género y Sociedad Julieta Kirkwood, Universidad de Chile. Pág. 9 - 29.
• Zúñiga, Yanira (2005): “Democracia Paritaria, de la teoría a la práctica”. Revista de Derecho Vol. XVIII.
(2010): “Ciudadanía y Género: representaciones y conceptualizaciones en el pensamiento moderno y contemporáneo”. Revista de Derecho universidad Católica del Norte, sección Estudios, año 17, N° 2.
Prensa Escrita.
• Diario El Comercio - Ecuador: “Correa amenazó con dimitir 13 veces en 7 años”. Disponible en: “http://www.elcomercio.com/actualidad/politica/correa-amenazo-dimitir-13-veces.html”
• Radio Bíobio-Chile: “Arzobispo Ezzati por el aborto: con todo respeto por las mascotas, la vida humana vale más que eso”. Disponible en: “http://www.biobiochile.cl/2014/05/21/arzobispo-ezzati-
por-aborto-con-todo-respeto-por-las-mascotas-la-vida-humana-vale-mas-que-eso.shtml”
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Anexos
Anexo 1: Presencia de Mujeres en el Poder Ejecutivo.
Anexo 2: Presencia de Mujeres en el Poder Legislativo, cifra total y por bancada.
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Colecciónideas
Javiera Arce
Anexo 3: Presencia de Mujeres en Partidos Políticos y Nivel Municipal.
Anexo 4: Países con sistema de cuotas e impacto en la conformación del Parlamento.
Fuente: Segpres. Actualizado datos Cepal.
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