277 277 Dar y recibir en la política social: los movimientos piqueteros en un mundo de planes 1 Julieta Quirós El desempleo estructural y las transformaciones del mundo del trabajo en la Argentina (cf. Beccaria y López, 1996; Barbeito y Lo Vuolo, 1995) han sido acompañados por desplazamientos en el eje del conflicto social y en las formas de movilización colectiva: entre otros fenómenos, en la última década emergen y proliferan organizaciones de desocupados, organizaciones que hicieron del trabajo su demanda distintiva frente al Estado, y del piquete o corte de ruta su principal método de protesta 2. Principalmente a partir del año 2000, cuando los cortes se propagan alcanzando puntos medulares de la vida nacional, como el Gran Buenos Aires y los accesos a Ciudad de Buenos Aires, los piqueteros se instalan como asunto de Estado, y abren un campo de opinión, siendo admirados, justificados, cuestionados, reprobados. El interés por el fenómeno alcanza el campo de las ciencias sociales, y da origen a una vasta producción bibliográfica sobre lo que dio en llamarse “nuevas formas de protesta social” y “nuevos movimientos sociales”. Aun cuando los estudios académicos sobre piqueteros constituyen un campo heterogéneo, y parten de preocupaciones distintas, entiendo que un elemento común reside en la naturaleza del objeto que recortan: un “actor colectivo” –el movimiento o los movimientos. A partir del análisis de un conjunto de ideas y prácticas –prácticas visibles y oficiales, como diría Florence Weber (1991)– que se enmarcan en “la organización” –piquetes, asambleas, actividades productivas, documentos y publicaciones de prensa, entrevistas a dirigentes–, los “piqueteros” son estudiados 1 Este artículo está basado en uno de los capítulos de mi disertación de maestría, defendida en 2006 en el Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social del Museu Nacional, UFRJ, y publicada después en libro como parte de la colección Serie Etnográfica (cf. Quirós 2006) 2 Sobre las transformaciones en las modalidades de la protesta social en la Argentina, véase Giarraca (2001), Lobato (2002), Lobato y Suriano (2003). Sobre las condiciones de génesis y desarrollo de las organizaciones de desocupados en nuestro país, véase Svampa y Pereyra (2004); sobre otros modos de acción colectiva asociados a la problemática del desempleo –como las recuperaciones de fábricas–, véase Fernández Álvarez (2006). 277 277 278 278 278 Antropología del consumo en tanto que “piqueteros”, una “nueva identidad social”, definida por lo que –se presume– esas personas hacen: piquetes 3. Como resultado, y con raras excepciones (véase Auyero, 2002, 2004; Manzano, 2007) 4, las organizaciones tienden a ser aisladas del contexto social concreto del que forman parte, y sobre todo, de la vida de quienes las constituyen. Al iniciar mi investigación sobre el tema, y específicamente mi trabajo de campo en Florencio Varela 5, sur del Gran Buenos Aires, algunas experiencias me llevaron a discutir los prismas identitarios, como también otros presupuestos compartidos por lo que llamé “sociología de los movimientos” (Quirós, 2006:26). En primer lugar, me encontré con que la mayor parte de las personas que participaba en organizaciones de desocupados no siempre se identificaba como “piquetero”, sino que solía decir “estar con” un movimiento, o “estar con los piqueteros”. En segundo lugar, que en su vida cotidiana, los llamados piqueteros hacían muchas más cosas que piquetes y marchas, no solo dentro del movimiento, sino también fuera de él. En tercer lugar, que además de un mundo social signado por la desocupación, la subocupación y el trabajo precario, Florencio Varela era un universo signado por una omnipresencia estatal específica: la generalidad de los planes de empleo o planes sociales 6. Cuarto, que las 3 Cross y Cató (2002: 88) escriben que “se ha producido un pasaje desde la definición negativa ‘no tengo trabajo’ a otra positiva, ‘soy piquetero’ ”. Lenguita (2002: 61) señala que “para sus protagonistas, ser piquetero significa que su identidad ha dejado de estar asociada a un trabajo, desde ahora estará signada por lo que se hace: cortar la ruta”. Véase también Massetti (2004: 52-94), Svampa y Pereyra (2004: 168 y ss.), Grimson et al. (2003: 74). 4 Aun cuando los trabajos de Auyero toman el referencial conceptual de las teorías sobre acción colectiva, el autor propone un recorte biográfico que busca dar cuenta de las motivaciones, sentidos y creencias de aquellos que participan en acciones de protesta. Desde la antropología, el trabajo de Manzano articula procesos políticos locales, tradiciones asociativas y vivencias cotidianas de sus interlocutores en campo, y explora las condiciones socio-históricas a través de las cuales el piquete se instaló como la forma apropiada de establecer vínculos con el Estado y obtener compromisos por parte del gobierno en relación con la distribución de recursos. Aquí, como en otros trabajos recientes que también exploran aspectos de la vida cotidiana entre organizaciones piqueteras (por ejemplo Ferraudi Curto, 2006), el “actor colectivo” aparece desagregado en sujetos concretos. Cabe señalar que el trabajo de Svampa y Pereyra (2004), como el informe realizado por Grimson et al. (2003), buscan conectar la experiencia piquetera a otras trayectorias asociativas ligadas al territorio. Sin embargo, en ambos trabajos el sujeto desde el cual se enuncia son “organizaciones”. 5 Con una población de 348.767 habitantes, Florencio Varela es un municipio ubicado a 24 km de la Ciudad de Buenos Aires. Según la clasificación del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Florencio Varela forma parte del “Conurbano IV”, la región más pobre y con los índices más elevados de desempleo del Gran Buenos Aires. 6 Desde el año 96, los gobiernos nacional y provincial han lanzado subsidios y planes de empleo para desocupados. Un elemento común a casi todos ellos es su monto, de 150 pesos mensuales (50 dólares) por destinatario. Además, la mayoría de los planes exige una contraprestación laboral de 4 horas diarias, en proyectos comunitarios, productivos o educativos. En abril de 2002, en el marco de la declaración de “Emergencia Ocupacional Nacional”, el gobierno provisional de 278 278 279 279 Dar y recibir en la política social. . . 279 organizaciones piqueteras formaban parte de ese mundo de planes en la medida en que eran –junto al gobierno municipal y a los políticos locales– uno de los actores que adjudicaban planes y organizaban la contraprestación que correspondía a los destinatarios 7. Aun cuando mi trabajo de campo revelaba que estar con los piqueteros no se reducía a la obtención de un subsidio o a la actividad de marchar, el plan ocupaba un lugar central en las narraciones de mis interlocutores sobre su aproximación a un movimiento. A la luz de esas narraciones, el plan aparecía como aquello que había incorporado a esas organizaciones al “horizonte de los posibles” 8 de mis interlocutores. Finalmente, Florencio Varela me mostró que el plan era uno de los recursos a través de los cuales se tejían (y destejían) múltiples relaciones entre vecinos, parientes, agentes estatales, organismos municipales, militantes y referentes políticos, organizaciones piqueteras. Este artículo explora algunas de estas relaciones en funcionamiento; relaciones que, creándose y actualizándose a través de recursos públicos como el plan, ponen en juego moralidades, reputaciones, y sistemas específicos de derechos y obligaciones entre las personas vinculadas, como también producen formas de acción política que escapan a las fórmulas estatales. El plan como medio de vida y lenguaje colectivo Desde la esquina podía oírse el ruido de una soldadora. Un hombre manipulaba el aparato, enderezando el portón de rejas. Dentro del patio, otro hombre picaba una de las paredes laterales. Y más adentro, un tercero alimentaba el horno de barro con maderas. En la cocina, dos mujeres lavaban algunas ollas. Debajo de la parra, sentadas en sillitas y bancos de escuela, un grupo de seis tejía prendas de croché. Solo más tarde sabría que todas esas actividades que se realizan en el cabildo Mayo –sede del Movimiento Teresa Rodríguez, una de las organizaciones piqueteras más importantes Eduardo Duhalde crea el “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados” (JJDH), destinado a todos los desocupados con al menos un hijo menor de 18 años a cargo. En menos de un año, el plan JJDH alcanzó una dimensión extraordinaria, llegando a contar con dos millones de beneficiarios (cf. Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social 2003, y www.trabajo.gov.ar). 7 En el año 2000 el gobierno de Fernando De la Rúa dispone que la gestión de los planes –hasta entonces en manos de entidades municipales– puede ser asumida, también, por asociaciones civiles y organizaciones no gubernamentales. Fue en el marco de esa disposición que muchas organizaciones piqueteras se constituyeron en asociaciones civiles y pasaron a gestionar sus propios padrones de destinatarios de planes sociales. 8 Retomo esta expresión con que Sigaud (2004:16 y ss) plantea, en su estudio sobre ocupaciones de tierra en el Brasil, la pregunta por la creación de disposiciones para ocupar entre los trabajadores rurales. 279 279 280 280 280 Antropología del consumo de Florencio Varela– están cuidadosamente pautadas, organizadas en dos turnos de cuatro horas, y que constituyen el trabajo que, por disposición del gobierno, cada destinatario debe llevar a cabo como contraprestación del plan que recibe –en este caso– a través del movimiento. Atravesé el primer patio y me presenté al grupo de mujeres del tejido. Olga, una de ellas, me dio la bienvenida 9. Me invitó, además, a la “charla” que habría ese día –Por unos planes del gobierno para los jóvenes, explicó–, y seguidamente, sin que yo preguntara nada, llamó a Ana, una mujer unos veinte años menor –calculo que Ana tendría 35–, que salió de la cocina con una taza de mate cocido y asumió la tarea de mostrarme “lo que hacemos”. Ana dio inicio a un recorrido sintético y resuelto, a la manera de una visita turística: me llevó a la guardería, un cuarto con dos camas y unos armarios de cocina, donde se cuida a los chicos de los compañeros; a la panadería, un gran galpón con un horno y pilas de asaderas de pan; al centro de salud, una sala con algunos estantes, donde, según explicaba, trabajan compañeros que fueron capacitados por la Cruz Roja; a otro cuarto, donde se fabrican los artículos de limpieza que los compañeros salen a vender por el barrio; a la huerta, ubicada en el fondo, con plantaciones de tubérculos y verduras; más al fondo todavía, al gallinero, a la biblioteca y al depósito de mercadería –Ana me mostró la puerta, solo más tarde conocería ese gran galpón, en el cual se almacenan los alimentos que el cabildo Mayo recibe del gobierno nacional y provincial, y distribuye a los comedores de todos los demás cabildos de Varela. Allí se almacenan, también, los productos que, una vez por mes, el movimiento reparte a cada uno de sus integrantes. Finalmente, subiendo la escalera de hierro, Ana me mostró la fábrica textil, un gran salón con unas seis o siete máquinas de coser, adquiridas “por un subsidio del gobierno”. Al ver esa sala recordé a Nani, una mujer que, durante mi primer día de trabajo de campo en Varela, me había guiado en la búsqueda de un “comedor de piqueteros”, e irritada, me había dicho: Veinte días duré con los piqueteros, después no me los banqué más. Me habían prometido que iba a trabajar en un taller de costura y después todo quedó en la nada 10. Mientras Nani se había ido decepcionada, la experiencia de Ana 9 A excepción de personas de conocimiento público, los nombres propios son ficticios. También han sido cambiados los de barrios y calles de Florencio Varela. 10 En este artículo, a excepción de fragmentos de discurso indirecto, la palabra de mis interlocutores no está antecedida de comillas, sino marcada por una mayúscula que indica que es otro –y no yo– quien enuncia. Sobre este recurso narrativo y sus implicancias analíticas, véase Quirós (2006). Las cursivas indican términos nativos fuera de contextos de situación específicos. 280 280 281 281 Dar y recibir en la política social. . . 281 parecía ser bien diferente: Ellos me ayudaron mucho, yo no tenía nada y me ayudaron mucho, me contó cuando la conocí. Ana lleva casi dos años en el movimiento. Suele ir todos los días al cabildo Mayo, en general, acompañada por los tres más chicos de sus cinco hijos: a la mañana a cuidar la biblioteca y a la tarde a preparar la copa de leche que el cabildo sirve a los del turno tarde. Desde que la conocí, a Ana podía vérsela preocupada por conseguir trabajo. Tiene que ser por agencia –dijo esa misma mañana a otra compañera del cabildo que le había preguntado cómo andaba la búsqueda–, porque por agencia presentás las referencias y listo. Ayer presenté las referencias de la casa donde trabajé doce años, y bueno, vamos a ver. Como la mayoría de las mujeres que conocí en Varela, Ana trabajaba en el servicio doméstico. El día de mi visita guiada por Mayo, andaba con los clasificados del diario bajo el brazo. Cuando nos sentamos en el patio, dijo estar preocupada porque en breve empezarían las clases de los chicos y tendría que comprar útiles y zapatillas. Además, dijo que si no trabajaba se aburría, No sé, es como que me deprimo –comentó. Nuestra conversación se interrumpió con el llamado de Olga, quien nos anunció que era la hora de partir para “la charla por los planes para jóvenes”, que tendría lugar en un cabildo de un barrio vecino, el barrio Villa Salcedo, ubicado a unas veinticinco cuadras de donde estábamos. Salimos de Mayo Olga, Ana, dos chicos de unos 14 años y yo. Caminamos dos cuadras por la misma calle del cabildo y nos detuvimos un momento en la casa de Ana, que tenía que buscar la bandeja de rosquitas que había cocinado esa mañana para vender en la reunión de Villa Salcedo. Las mismas rosquitas que Ana solía vender en el cabildo Mayo cuando había algún evento importante; las mismas que solía vender, también, durante las marchas. Tomamos la gran Avenida 1 o de Abril, que estaba siendo asfaltada y contaba al momento con tres cuadras de pavimento. Olga comentó que ese año el desfile de carnaval se haría allí. Donde acababa el asfalto, había varias máquinas estacionadas y un grupo de obreros haciendo mediciones. Comenzaban las cuadras de tierra nivelada; a lo lejos podían verse dos aplanadoras funcionando. En algún momento doblamos a la izquierda, por una calle de tierra más angosta. Volvimos a doblar y nos fuimos internando en calles más precarias. El escenario me resultaba muy diferente del que había transitado hasta entonces. Y me costaba concentrar mi atención en las conversaciones de Olga y de Ana –que me explicaban el porqué de los nombres patrios de los distintos cabildos y el porqué los cabildos se llamaban cabildos. Pensaba, en cambio, 281 281 282 282 282 Antropología del consumo que cada vez había más barro, menos árboles y menos sombras. Que las casas iban siendo más frágiles: paredes de ladrillo a medio acabar, paredes montadas con pedazos de maderas, techos de chapa, algunas casillas de madera y cartón. En varias esquinas había montículos de tierra y basura. En otros tramos, las calles se desdibujaban. Se trataba, más bien, de grandes extensiones de tierra, con casillas rodeadas de alambrados improvisados. Además de esas casillas, cada terreno contaba con otros objetos: muebles a la intemperie, bolsas, cartones, casillas más chicas en el fondo, tanques de lata y piletas pelopincho. El camino se volvía zigzagueante por las partes de barro y los pozos a ser sorteados. Olga tenía dificultad para seguir la velocidad de los chicos. Che, vos, ¿seguro que sabés el camino?, preguntó algo nerviosa a uno de ellos. Sí, ya le dije que sí, doña, por acá por el asentamiento es más rápido, respondió el chico. Entonces yo le pregunté en qué barrio estábamos y él me corrigió: Este es un asentamiento –dijo–, el Asentamiento 7 de Noviembre. Después de un rato, las calles fueron delineándose nuevamente, las casas de material reaparecieron y volvimos a pisar asfalto. Estábamos, según dijo otro de los chicos, en “la principal” del barrio Las Canillas. En comparación con el asentamiento, se trataba de una zona transitada, con algunos quioscos, una iglesia, algunos comedores comunitarios y carteles de “panadería” o “pan” en varias casas. En un sentido, podría decirse que la diferencia entre barrio y asentamiento es de carácter temporal. Los hoy llamados barrios comenzaron como asentamientos, es decir, como tomas de terrenos –fiscales o privados– loteados por los propios ocupantes. En el caso del barrio Villa Margarita donde se ubica el cabildo Mayo –como en buena parte de la provincia de Buenos Aires– esas tomas datan de los primeros años de la década del 80 11. Muchas de las personas, de entre 40 y 60 años que conocí durante mi trabajo, contaron haber llegado a los barrios cuando “no había nada”, cuando “todo se inundaba”, cuando “esto era tierra de nadie”. 11 Uno de los casos mejor documentados de tomas de tierras durante la década del 80 es el del partido de La Matanza (Merklen, 1991). Otros trabajos (Aristázabal e Izaguirre, 1988; Fara, 1985; Cravino, 1998) tratan casos del sur del Gran Buenos Aires, centrándose en tomas masivas como las de Quilmes y Almirante Brown. Como señalan todos estos autores, las tomas de tierras se enmarcan en un proceso de corrientes migratorias hacia el Gran Buenos Aires, provenientes de las provincias del interior del país, de algunos países limítrofes y de la ciudad de Buenos Aires, donde la dictadura militar (1976-1983) estaba ejecutando el “Plan de Erradicación de Villas”. Cabe señalar que, en el marco de este proceso, el segundo cordón del Gran Buenos Aires es el área que asiste al mayor crecimiento poblacional. Dentro de ese cordón, Florencio Varela ocupa el segundo lugar: después de Moreno (con un crecimiento del 47,6%) Florencio Varela asiste al 46,7%, lo cual significa que el municipio pasó, entre 1980 y 1991, de 173.452 a 254.514 habitantes (cf. Morano, Lorenzetti y Parra, 2002:24-36). 282 282 283 283 Dar y recibir en la política social. . . 283 Los asentamientos –que llevan el nombre de la fecha en que se iniciaron las ocupaciones y que en general tienen entre uno y seis años de antigüedad– carecen de la infraestructura que caracteriza a los barrios –agua corriente, tendido eléctrico, calles trazadas, construcciones de material. La casa a medio hacer, junto a un conjunto de casillas provisorias, constituye una fotografía paradigmática del asentamiento; y son estas condiciones lo que, para los moradores de los barrios, hace de los asentamientos villas. Los lotes, como varios me indicarían más tarde, son de treinta por diez metros. En general, ni los terrenos de los asentamientos, ni los terrenos de barrios como Villa Margarita, Las Canillas o Villa Salcedo, tienen título de propiedad. Un bien preciado que, según algunos, Dicen que está por salir. Avanzando recto por la principal de Las Canillas, llegamos a Villa Salcedo y al cabildo donde se realizaría la charla. Un terreno con una casa de material y un alero de chapa que protegía del sol a buena parte del patio. Allí había una mesa rectangular de madera, rodeada de bancos, sillas y banquitos, que reunía a unas cincuenta personas. Grandes y chicos, hombres y mujeres, algunos sentados y otros de pie, escuchando a la mujer de cabellos castaños que hablaba desde el centro de la mesa, esforzándose para elevar el tono de voz. La charla, entonces, había comenzado. La mujer, de unos 30 años, llamada Claudia, llevaba un pañuelo celeste atado al cuello –símbolo distintivo del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR de aquí en adelante)– y decía al público presente, Lo que yo quiero que quede claro es que las becas no están, lo único que hay es la posibilidad de presentar un proyecto de talleres para los chicos, y ahí el gobierno va a dar las becas. Hizo una pausa y miró las caras que la escuchaban en silencio. Ahora –continuó–, los proyectos no los vamos a hacer nosotros, los tienen que hacer ustedes, son ustedes, los padres y los chicos, los que tienen que pensar qué es lo que quieren hacer. ¿Se entiende lo que estoy diciendo?, preguntó haciendo una nueva pausa. El silencio parecía interrumpirse por un bullicio, algunos comentarios por lo bajo, movimientos, suspiros, gestos de malestar. Alguien murmuró a media voz, Es que en la otra reunión se había dicho que iba a haber becas. . . Entonces una mujer que estaba de pie, asintió con la cabeza y con voz bien alta dijo: Por eso yo vine acá, por eso vinimos muchos de los que estamos acá. Yo no soy del movimiento, pero yo quiero que los chicos dejen de estar en la calle y hagan cosas. Agitada y elevando más el tono de voz, prosiguió: Acá hay mucha gente que no es del movimiento, o que es de otros movimientos, y que vino porque se dijo que estaban las becas. 283 283 284 284 284 Antropología del consumo Ahora –dijo interpelando a Claudia–, lo que yo te pregunto a vos es qué le digo a mi nene, que está entusiasmado y piensa que va a tener beca, ¿qué es lo que yo le digo a mi hijo? El aire se había espesado. Claudia trató de apaciguar los ánimos, diciendo que, evidentemente, había habido un malentendido: ¿Cuál es su nombre señora?, preguntó. Gloria, respondió la mujer. Bueno Gloria, a los chicos hay que decirles la verdad. Becas hay, pero para conseguirlas tenemos que presentar proyectos de talleres. Gloria –esa mujer de presencia imponente que me había llamado la atención desde el inicio– escuchaba a Claudia con una mirada glacial, fumando un cigarrillo tras otro. Si le habían preguntado su nombre, no era tanto por su anonimato, como por el desconocimiento de Claudia, que no era de Villa Margarita ni de Villa Salcedo sino de General Vega, una localidad de Florencio Varela más distante. Como advertiría en poco tiempo, para el resto de los que estaban allí, y principalmente para la gente de Villa Margarita, Gloria era alguien bien conocido. Así que los que quieren, yo les devuelvo toda la documentación ahora, porque esto ahora no se precisa, dijo Claudia refiriéndose a la pila de fotocopias de DNI que había sobre la mesa. Una pila que había ido creciendo a lo largo de la reunión: algunos se habían acercado a la mesa a dejar su papelito; otros lo habían conservado en la mano, esperando el final de la charla para entregarlo. Lo cierto es que me encontraba, por primera vez, con un signo redundante en mis visitas a Varela. Varias veces volvería a ver esas “primera y segunda hoja” del DNI fotocopiadas, el principal documento a ser presentado para poder ser destinatario de los diversos planes de empleo otorgados por el gobierno. Claudia preguntó si alguien tenía alguna duda, y se hizo un nuevo silencio. Gloria encendía otro cigarrillo. A lo lejos podía escucharse un chorro de agua rebotando contra un balde: era Ana, del cabildo Mayo, cargando unos bidones de plástico de la canilla que estaba en una de las esquinas del patio. Es que el agua de Villa Margarita no se puede tomar, la de este barrio está más limpia porque los pozos están más abajo, me explicaría más tarde. Claudia volvió a preguntar si había dudas, y una mujer intervino tímidamente, hablando a media voz: Yo quería saber si el proyecto afecta el plan, porque nos dijeron que si anotábamos a los chicos en las becas, entonces nos iban a sacar el plan. Claudia no llegó a responder porque en ese mismo momento una chica atravesó violentamente el grupo de gente que estaba de pie, se acercó al centro, y, dejando sobre la mesa 284 284 285 285 Dar y recibir en la política social. . . 285 una nueva pila de fotocopias y otras planillas que llevaba en mano, dijo, Yo vengo a decirles que acá dejo todo y me voy. Su declaración generó una mudez generalizada. Y entonces la chica trató de explicarse, diciendo que había sido “amenazada por un compañero del cabildo Mayo”: Me dijo que si a él le sacaban el plan por mi culpa me cagaba a palos. ¿Cómo?, exclamó Claudia. La gente que yo anoté a las becas de los chicos –explicó la chica– me preguntó sobre el plan, y yo dije que capaz le sacaban el plan por tener la beca, y ahí me amenazaron. El alboroto fue estrepitoso. Claudia intentó poner orden, rogando silencio y pidiendo a las personas que se quedaran tranquilas: Los que tienen plan –explicó con voz esforzada– no pueden tener la beca, pero sí los hijos que no tienen plan. Por ejemplo, yo tengo plan con cargas. Mi hija, como tiene 12 años, no tiene. Entonces ella sí puede recibir beca. Ahora, los chicos mayores de 16 que tienen plan no pueden recibir beca, ¿se entiende? Y de nuevo el silencio. En aquel momento la respuesta de Claudia me resultó esotérica. ¿Por qué habría incompatibilidad entre el plan –de los adultos– y las becas –de los chicos? Entonces, recordé la explicación sobre los distintos tipos de planes de empleo que, un día atrás, una vecina de otro barrio me había dado: la diferencia entre los planes con carga familiar –aquellos que son obtenidos por quienes, además de acreditar su condición de desocupado, demuestran su condición de jefe o jefa de hogar, con al menos un hijo menor de 18 años a cargo– y los planes sin carga familiar –aquellos que se obtienen declarando la condición de desocupado, se tenga o no se tenga hijos menores de 18. Desde el inicio de mi trabajo de campo vi que las bajas en los planes solían darse por la superposición de dos planes con cargas, puesto que en teoría dos planes de ese tipo no pueden ser asignados por los mismos hijos, es decir, un hijo no puede constar como carga de más de una persona, o lo que es lo mismo, un matrimonio no puede recibir dos planes con cargas presentando como carga familiar a los hijos comunes. Entonces –como me explicaba aquella vecina en una oportunidad–, a veces los hijos están anotados como carga de los dos padres, y ahí se arma el quilombo y les dan de baja. Para los planes con cargas, el destinatario debe presentar no sólo la fotocopia de su DNI, sino la del DNI de sus hijos menores de 18 años –lo cual certifica que, efectivamente, tiene cargas. Tal vez de allí, entonces, el temor por la discrepancia del plan –de los adultos– con las becas –de los chicos– en la reunión de Villa Salcedo: muchos de los que estaban en esa reunión y habían inscripto y entregado los DNI de sus hijos para las becas, 285 285 286 286 286 Antropología del consumo ya habían entregado esos documentos, en carácter de carga familiar, para la obtención de su plan. Fuera como fuese, la sola inquietud de aquella mujer que preguntó si “el proyecto afectaba el plan”, me había llamado la atención. Algo significativo tenía que estar en juego para que esa mujer se decidiera, a pesar de su timidez, a hablar frente a todos. Junto a su duda, aquella joven irrumpía impetuosamente, denunciando haber sido amenazada por un compañero que creía que, por haber anotado a su hijo en las becas, su propio plan podía ser dado de baja. La situación revelaba una preocupación y un temor compartidos por la eventual pérdida del plan. El plan aparecía como un bien valorado que podía correr peligro y debía ser protegido. Aún más, aparecía como un lenguaje colectivo, manejado y entendido por todos. Anotarse en el plan, esperarlo, recibirlo, cobrarlo, darlo de baja, perderlo eran signos de ese lenguaje, como también lo eran las fotocopias, las planillas y las firmas. Recordemos que cuando aquella mañana en el cabildo Mayo Olga me convocó a la reunión, había dicho que era “por los planes para jóvenes”. Y resultó que no eran planes, sino becas. Podemos pensar que se trató de una confusión de términos –y de allí las sospechas de incompatibilidad entre ambos. Pero podemos pensar, también, que más que una confusión, lo que estaba en juego era el uso del plan como un signo general, capaz de referir a toda una serie de recursos que el gobierno da. Independientemente de los significados que pudiera tener para cada uno de los presentes en la reunión, el plan operaba como lenguaje compartido, permitiendo la comunicación a un conjunto de personas diverso y heterogéneo. Digo esto porque allí pude conocer gente como José Luis, un quiosquero de Villa Salcedo que no tenía plan alguno ni era del movimiento pero que había anotado a sus dos hijos a las becas, y según me dijo, siempre que podía, daba una mano. En la reunión también tuve oportunidad de conocer a Enrique, un chico de 25 años que estaba interesado en los talleres de computación. Enrique vivía en Villa Margarita, con su mujer y su hija de 2 años. Cuando lo echaron de la pizzería donde trabajaba, fue indemnizado con 2000 pesos. Entonces se compró el terreno, arregló su moto, empezó a construir su casa y se quedó “sin nada”. No conseguía laburo –me dijo Enrique cuando la reunión de Villa Salcedo estaba terminando–, y ahí fui al cabildo Mayo. Estuve varios meses esperando el plan, pero no salió. Igual, los de Mayo me ayudaron mucho, por eso vengo ahora. 286 286 287 287 Dar y recibir en la política social. . . 287 Como Ana, Enrique se sentía ligado a quienes en momentos difíciles habían sabido ayudarlo y –también como Ana– expresaba su retribución en términos de una obligación moral. Mientras me hablaba, peinaba su pelo largo hasta la cintura y lo sujetaba con una gomita. El problema de los de Mayo –dijo en un momento– es que ellos pelean por los 150 pesos, pero eso no alcanza para progresar. Una mujer del cabildo de Villa Salcedo que lo escuchaba hablar conmigo intervino algo consternada: ¡Pero cómo! Ahora estamos luchando por los 300 pesos. Las cosas son así, hay que lucharla, nadie te va a regalar nada. Sí –respondió Enrique–, ya sé, pero esto para mí no es definitivo, ustedes se van a morir acá y yo no quiero eso. Si en la reunión de Villa Salcedo había gente sin plan, también era claro que no todos los que allí tenían plan lo habían obtenido a través del MTR. Eran los “padres” y “vecinos” a los que Claudia interpelaba, pidiendo colaboración en el armado de los proyectos: Los proyectos los tienen que armar ustedes. No los voy a armar yo ni el movimiento, repetía Claudia, una y otra vez. Porque capaz que yo armo un proyecto de carpintería o de música y no tiene nada que ver con lo que ustedes quieren. ¿Y así, de qué sirve? La propia Gloria había dicho públicamente que allí había gente que no era del movimiento, o que inclusive era de otros. Más tarde, conversando conmigo, Gloria dijo tener plan. ¿Por algún movimiento?, pregunté. No, por un político, respondió ella. Mientras tanto, su marido –que había asistido a una reunión anterior organizada por el MTR, a la que había llevado los papeles para anotar a los chicos– no tenía plan. Porque dice que eso es para vagos –me dijo Gloria–, así que cuando le salen hace algunas changas. Sentada junto a Gloria, y rodeada de seis de sus siete hijos, Leticia –que no debía pasar los 30 años– también había estado escuchando atentamente las noticias sobre las becas. Algunos días después, conversando con Leticia, supe que ella y Gloria eran comadres. Ahora Gloria está cuidando a mi nene mayor –me dijo Leticia–, que tiene 17. Se lo dio el juzgado, porque él estuvo en mala junta, viste, y Gloria lo tiene cortito, trabajando en la panadería. Cuando le pregunté a Leticia por el tiempo que llevaba en el movimiento, ella respondió: No, yo tengo plan de la UGL, vine acá porque anoté a los chicos a lo de las becas. “UGL” iba a ser una de las siglas que más escucharía durante mis visitas a Varela. En una oportunidad, un funcionario municipal me explicó que UGL era la abreviatura de “Unidad de Gestión Local”, unidades que, 287 287 288 288 288 Antropología del consumo enmarcadas en el programa municipal de “Gestión Participativa”, funcionan como “pequeñas sedes de la municipalidad que apuntan a mejorar la comunicación entre el intendente y la comunidad”. Mientras tanto, la gente de Villa Margarita, Villa Salcedo y otros barrios solía definir UGL en otros términos. Cuando en la reunión por las becas le pregunté a Leticia qué era UGL, ella me respondió, Son los planes que da el gobierno. Del mismo modo que muchos otros me responderían, Son los planes que da la municipalidad. Una asociación –entre UGL y planes– que se corresponde con el hecho de que la gran expansión de las UGL se da hacia el año 2002, cuando, por disposición del gobierno nacional, los municipios pasaron a ser el canal distributivo del recién creado Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (JJDH), el plan de empleo que adquirió una magnitud desconocida hasta entonces. Fueron las UGL los organismos encargados de ejecutar dicho Plan en Florencio Varela, empadronando destinatarios, estableciendo los criterios de prioridad en la asignación –la necesidad, cuantificada en el número de hijos– y organizando la contraprestación de cuatro horas diarias que corresponde a cada beneficiario. A Leticia, por ejemplo, en calidad de contraprestación por su plan de la UGL, le corresponde trabajar en una quinta municipal. Más tarde sabría que Leticia siempre había sido ama de casa: Me anoté en el plan cuando mi marido se quedó sin trabajo. Él trabajaba en la construcción, y ahora va haciendo unas changas, y también está en el plan. Y era precisamente por eso que Leticia estaba preocupada: Los dos tenemos el Jefas y Jefes, y ahora dieron muchas bajas a los planes que están con la misma carga. Me dijeron que me anote acá con los piqueteros, porque ahí me pueden dar un plan distinto, pero a mí no me gusta eso de marchar. En efecto, Leticia sabía bien que anotarse con los piqueteros implicaba no solo cumplir las horas de trabajo como contraprestación, sino también marchar; sabía, también, que la asistencia a las marchas era la condición de posibilidad para tener derecho a un plan. Mientras las UGL reivindican como criterio de asignación de planes la necesidad de los aspirantes –necesidad cuantificada en el número de hijos–; mientras, en las redes del Partido Justicialista planes y otros recursos circulan como parte de los favores personales que los políticos tienen para con sus referentes y militantes barriales –como Gloria–, y que estos, a su vez, tienen para con sus vecinos, parientes y/o bases electorales –de quienes esperan, por su parte, un agradecimiento y una retribución, expresados en el acompañamiento político, por ejemplo– ; los movimientos piqueteros reivindican como criterio de asignación la lucha de cada compañero: lucha cuantificada prin- 288 288 289 289 Dar y recibir en la política social. . . 289 cipalmente en la cantidad de marchas de las que cada uno participa. El movimiento –como la UGL, como el PJ– constituye, así, un espacio propio de derechos y merecimientos. Fue sobre el final de la reunión en Villa Salcedo que Claudia anunció la iniciativa de tomar un local abandonado en Las Canillas. Enrique preguntó por qué no esperar a que salieran las becas y recién ahí tomar el lugar. Claudia explicó que teniendo un lugar donde funcionaran los talleres, las becas saldrían más rápido. Desde el inicio, la teoría nativa sobre la toma estuvo fundada en una relación intrínseca entre “hacer” y obtener una retribución y un reconocimiento por parte del Estado. La toma se llevaría a cabo en la mañana siguiente, Pero lo que necesitamos –dijo Claudia– es saber si vamos a contar con la ayuda de los padres, porque si no tenemos el apoyo, no vamos a tomar el lugar. Una vez más, la reunión quedó en sigilo. Enrique preguntó en qué consistía la toma. Claudia explicó que la idea era estar allá a las siete de la mañana, Hay que llevar palas y rastrillos para limpiar, porque el local está muy sucio. Ahí va a aparecer la policía, pero sólo para registrar el hecho. Si no aparece el propietario, nos quedamos. Si aparece, intentamos negociar con él, diciéndole, ‘Mire señor, este es un lugar abandonado hace años, acá se juntan chorros, hubo varios intentos de violación, nosotros queremos armar un centro cultural para los chicos del barrio’. Claudia hizo hincapié en que era importante la colaboración de los padres, Porque no es justo que nosotros hagamos el trabajo y después todos usen el local. Claro que lo pueden usar todos, pero todos tenemos que luchar. Y nuevamente el silencio. Zoila, una mujer de unos 50 años que estaba sentada en uno de los bancos, justo enfrente de Claudia, dijo en voz casi inaudible que lo que era bueno para los chicos ella lo apoyaba. Al día siguiente, se presentaría en el local tomado, con el pan de chicharrón, que ella misma fabrica en su casa, para la merienda. Es que además de su plan de la UGL, Zoila tiene una panadería, que tuve oportunidad de conocer algunos días después de la reunión. Anunciada por un cartel de cartón en la esquina, el mostrador está en la parte del frente de la casa, que queda en Villa Margarita, a la vuelta de donde vive Gloria –de quien Zoila, como Leticia, también es amiga. La casa de Zoila es una casa de material bien terminada; ella misma la fue levantando a lo largo de veinte años, cuando salió del Chaco y se estableció en Varela. Tiene un jardín con pasto cuidado y una pelopincho imponente. Allí vive con su hija adolescente, La que está anotada en las becas. También ahí Zoila cuida a su nieta de 2 289 289 290 290 290 Antropología del consumo años todas las noches, desde que su hija mayor consiguió trabajo en el tercer turno de una fábrica de paraguas. Quiero saber quién está de acuerdo, con quiénes contamos para la toma del local, repitió Claudia. Entonces Gloria volvió a manifestarse: Yo no voy a ir a la toma, dijo terminante. Puedo ayudarlos en otras cosas, pero yo a la toma no voy, ni llevo a mis chicos. Además –agregó, dirigiéndose a Claudia–, yo te quiero decir algo. Yo no fui a la primera reunión de las becas. Fue el padre de mis chicos. Y yo vine hoy porque él no podía venir. Él me contó que en la reunión se habló de tomar el SUM. Y yo les sigo, yo trabajo en el SUM. Si ustedes presentan al SUM una carta, el SUM les da el espacio, pero tomándolo no. . . Entonces, los murmullos aparecieron nuevamente. El SUM (Salón de Usos Múltiples) es un espacio que depende de la municipalidad de Varela, creado por el intendente para funcionar como un centro cultural barrial. Actualmente, en el SUM de Villa Margarita funcionan diversas actividades: cursos de alfabetización y escuela nocturna para adultos; talleres de manualidades para los beneficiarios del plan Jefas y Jefes; tres veces por semana, un centro de salud de un programa del gobierno provincial. Y es Gloria quien, día a día, se encarga personalmente de la apertura y cierre del local. Su acusación en la reunión levantó varias discusiones. Claudia respondió que el movimiento nunca tomaba instituciones públicas: Como son del gobierno y el gobierno nunca nos da nada, tomamos lugares abandonados, como fue este cabildo, como fue el caso del cabildo Mayo y de todos los cabildos –dijo. Algunos de los que estaban en la reunión dijeron haber estado en esa primera convocatoria a la que se refería Gloria, y aseguraban que no se había mencionado al SUM. Otros decían que sí, pero que nunca se había hablado de tomarlo. Creo que te informaron mal, dijo alguien a Gloria en tono algo sarcástico, mientras ella se ponía cada vez más seria: Yo les digo –repitió–, nosotros el SUM se los cedemos para los talleres, pero tomarlo no. Claudia intentó contemporizar: Te agradezco que te hayas animado a hablar, porque es importante hablar para toda la gente. Mientras tanto, los rumores continuaban, y parte de las personas comenzaba a dispersarse. Leticia trataba de juntar a sus hijos para partir; Ana acomodaba sus bidones en la bicicleta de un compañero. Claudia trató de convocar nuevamente la atención hablando en voz más alta. Dijo que esperaba ver a todos al día siguiente, porque la presencia de los padres y vecinos era fundamental para la toma. Recordó, además, que los vecinos de Las Ca- 290 290 291 291 Dar y recibir en la política social. . . 291 nillas –donde quedaba el local a ser tomado– apoyaban ampliamente la ocupación, ya que aquel lugar era una “cueva de delincuentes”. Unas veinte personas iniciaban el camino de vuelta en dirección a Villa Margarita. Entre ellas estaban Olga, Ana y otros del cabildo Mayo. Había, además, otros vecinos, como Zoila y Leticia; Gloria también estaba allí y avanzaba a paso lento con dos mujeres más jóvenes. Era Gloria quien llevaba el cochecito del hijo de una de ellas, mientras esta lidiaba con un chico de unos 5 años que la desafiaba desviándose del camino, en tanto la otra avanzaba alzando un bebé, en un brazo, y remolcaba a un nene de unos 3 años, con el otro. Conversando con Gloria, supe algo más sobre la historia de aquella reunión. Según me contó, el MTR había estado anotando a los chicos de los barrios entre 12 y 25 años para ser beneficiarios de las becas de 75 pesos mensuales que estaban siendo “bajadas de Nación”. Ellos dijeron que iba a haber becas y ahora yo qué le digo a mi hijo, repetía Gloria mientras avanzaba con el cochecito. Y, también más de una vez, dijo irritada: Ellos dijeron de tomar el SUM, el padre de los chicos me lo dijo. Se hacen los que no son políticos, que no tienen nada que ver con la política y después vienen a decir que los peronistas hacen política. . . Estas palabras, la política como acusación, la reacción de Gloria ante la presunta toma del SUM, fueron, tal vez, la evidencia más fuerte de que participar en una reunión convocada por el MTR no solo no significaba estar en el movimiento, sino que tampoco significaba adherir a él. En esa reunión convergían personas con diversas filiaciones, y con diversas opiniones en relación al MTR. Quizás Gloria era el personaje más disonante: tenía plan por un político, había manifestado su discrepancia en relación a la toma, había cuestionado la ausencia de becas y ahora incriminaba al movimiento de hacer política. Pero además de ella, en la reunión estaba Enrique, quien había insistido en aclararme que él no era como “los de Mayo”; estaba Leticia, quien a pesar del peligro que corría su plan y el de su marido, parecía resistirse a anotarse con los piqueteros, ya que eso de marchar no le gustaba nada. En el camino de vuelta a Villa Margarita, Gloria retomó nuestra conversación: Lo que pasa es que me da bronca que digan que los peronistas hacen política y ellos no. Yo soy del PJ –dijo haciendo una pausa. ¿Ah sí? –pregunté. Sí –respondió–, trabajo para Pereyra 12. Cuando le pregunté a Gloria si Pereyra le gustaba, ella respondió que no, Pero me lo tengo que 12 Con cinco mandatos consecutivos, Julio Pereyra es, desde 1992, el intendente del municipio por el Partido Justicialista. 291 291 292 292 292 Antropología del consumo tragar –dijo–, lo que él necesita, yo estoy ahí. ¿Y qué hacés? –pregunté. ¿No te digo? De todo, lo que se necesite –contestó Gloria rotundamente, indicando la obviedad de mi pregunta. Y lo cierto es que muchas veces tuve contestaciones de este tipo al preguntar “y qué hacés” a quienes me dijeron estar en política o trabajar para un político. La respuesta de Gloria –“de todo”, “lo que se necesite”– es paradigmática. Se trata de algo que no precisa ser explicado, exceptuándome a mí, claro, para quien no es evidente en qué consiste ese trabajo que, ofensivamente, suele ser referido con el término de puntero. A lo largo de esa caminata, y con el pasar de los días, fui conjeturando que la reacción de Gloria en relación a la presunta toma del SUM iba más allá de su trabajo como portera de ese espacio. Gloria parecía ser una figura íntimamente ligada al peronismo local, y no sólo por trabajar para Pereyra, por tener plan por un político y por operar el funcionamiento del SUM. Como sabría poco tiempo después, Gloria era hija de La Polaca, una referente barrial histórica del Partido Justicialista. Poco a poco, la reunión sobre las becas iría cobrando una nueva densidad: los comentarios de Gloria –Nosotros el SUM se los cedemos, pero tomarlo no–, Claudia diciendo que “el gobierno nunca nos da nada”, traslucían una tensa relación entre el movimiento y la gente de Pereyra. De hecho, durante las primeras semanas que pasé en Varela no me resultó fácil aproximarme a Gloria, y pienso que parte de la distancia que ella establecía se debía al hecho de asociarme al MTR. Mientras sus cuatro hermanos integraban el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón –otra de las organizaciones piqueteras más importantes del distrito–, Gloria se ocupaba de aclararme que ella no tenía “nada que ver con los piqueteros”. Cuando hablábamos, solía preguntarme por la toma del “local de los chicos”, por las becas y por lo que acontecía en las reuniones que se sucedieron; e inmediatamente me aclaraba que tenía que ir al local tomado a retirar los papeles de sus hijos. Por su parte, la gente del MTR marcaba su antipatía hacia Gloria, y se mostraba molesta cuando se enteraba que yo iba a verla. Lo mismo pasaba cuando sabían que iba a ver a Mabel, integrante de la Unidad de Gestión Local (UGL) de Villa Margarita, a quien conocí a través de Gloria. ¿Para qué vas a hablar con ellas?, cuestionaban muchos compañeros del MTR. Te van a decir cualquier cosa, me advertían otros. Gloria no le va a servir para hacer la historia de Villa Margarita, me dijo Vero, una adolescente de 14 años que, con una pasión extraordinaria, tendría un lugar central en la toma del local convocada por Claudia. En una oportunidad, Vero me 292 292 293 293 Dar y recibir en la política social. . . 293 denunciaría ante Juan, su padre, diciéndole: Papá, ¿vos sabés con quién se anda juntando Julieta? ¡Con Mabel y con la hija de La Polaca! Juan –quien entonces dijo que yo estaba “perdida”–, había trabajado para Pereyra durante mucho tiempo: Pereyra me prometía que cuando subiera me iba a dar trabajo, y nada. Me cansé de Pereyra, de La Polaca, de Gloria, ya no quiero saber nada. Para Juan –como para muchos otros–, Gloria y La Polaca eran una suerte de ícono del gobierno de Pereyra. ¿No viste la foto de él que tenemos en casa?, me preguntó Juan con entusiasmo. Está con Vero de chiquita. La tengo ahí, atrás de la puerta, porque la voy a tirar a la mierda en cualquier momento. Piqueteros y punteros: algo más que “mediadores” Hasta aquí, mi relato puede dar la impresión de un escenario escindido en ‘piqueteros’, por un lado, y ‘la gente de Pereyra’, por otro. Se trata, por cierto, de una oposición muy recurrente en la literatura sobre piqueteros, protesta social, movimientos sociales y otros rótulos afines. Una oposición que suele ser planteada en términos de experiencias cotidianas de confrontación entre organizaciones de desocupados y aparatos partidarios (cf. Svampa y Pereyra, 2004:53); o en términos de modalidades de acción que se presumen radicalmente disímiles, como “espacios de verticalidades” y “lógica del favor” en el caso del “puntero”, y “espacios de horizontalidades” y “lógica de los derechos” en el caso del “piquetero” (Mazzeo, 2004:76-77); o, en otros casos, en términos de una preocupación acerca de la posible influencia que la “cultura clientelar” (Grimson et al., 2003:74-76), establecida por la estructura del Partido Justicialista ejercería sobre las organizaciones de desocupados. Una oposición que también tiene sentido desde el punto de vista de los dirigentes y militantes de los movimientos, para quienes los punteros del PJ constituyen, día a día, los mayores competidores en la disputa por recursos gubernamentales –y por la adhesión de la gente que los recibe. Y si es cierto que podemos identificar relaciones tensas entre personajes como Gloria y Claudia, o entre Gloria y Juan, también es cierto que codificarlas de antemano en esas etiquetas puede estancar una realidad compleja y oscilante, al tiempo que perder la perspectiva de aquellos que son denominados –algunas veces por otros– como punteros y piqueteros. Por el momento tenemos algunas pistas de esa complejidad: Gloria estaba allí, en la reunión convocada por el MTR, con la intención de incluir a sus hijos como beneficiarios de las becas; ya mencioné, además, que en 293 293 294 294 294 Antropología del consumo la reunión participaban personas con otras filiaciones, que no necesariamente abrazaban al movimiento. En este sentido, no interesa solo lo que se dijo en la reunión, como también lo que es dicho por ella. La reunión como situación social habla de la generalidad del plan como posibilidad y como medio de vida; de que personas con diversas pertenencias se encuentran, hablando un mismo lenguaje: un lenguaje asociado a los planes, pero también a distinciones como la que separa barrio de asentamiento; a preocupaciones comunes como “sacar a los chicos de la calle”; a siglas vividas como UGL, MTR, y SUM –que solo podían resultar crípticas a un extraño como yo–; a una relación con el gobierno y con el movimiento como aquellos que dan –o como aquellos que podrían dar. Junto al lenguaje de los planes, estos vecinos comparten otro, asociado al dar: un lenguaje que incluye la promesa, la espera, la ayuda, el pedido, el ofrecimiento, la obligación, el agradecimiento. Si, por un lado, todos mis interlocutores en Varela saben que los planes son programas gubernamentales –de hecho, todos saben si tal o cual plan es de Provincia o de Nación–, al mismo tiempo, el plan es pensado –y referido– como siendo “de la UGL” o “de los piqueteros”; mis interlocutores hablan de los planes que da la municipalidad, los que dan los piqueteros, los que dan los políticos. Mientras es corriente que en la literatura sociológica los movimientos –y también las UGL, y los militantes o punteros– aparezcan conceptualizados como “mediadores” o “intermediarios” 13 entre el Estado y los destinatarios de políticas y recursos públicos, argumento que esa relación puede ser vivida de forma diádica desde la perspectiva de las personas involucradas. La noción de mediador, como indica Goldman (2006), corre el riesgo de jerarquizar las relaciones, presumiendo una relación –la del Estado y la población– como la más importante, y confinando a un segundo plano aquella otra que es efectivamente vivida: el vínculo entre esos que se suponen ‘mediadores’ y ‘la gente’, un vínculo sui generis que supone su propia cadena de derechos y obligaciones. Es el movimiento el que da el plan, el que anota, el que pasa asistencia; es el movimiento –y no el Estado– con quien las personas se sienten comprometidas y agradecidas. Es al movimiento, también, a quien las personas cuestionan o reclaman ante una expectativa no cumplida. En la reunión de Villa Salcedo, por ejemplo, Claudia dice que “el gobierno va a dar becas”, pero sus interlocutores viven ese recurso como una posibilidad –y un compromiso– abierto por el movimiento; semanas después, cuan13 Cf. Auyero (2001:93 y ss); Svampa (2004:8); Grimson et al. (2003:14, 33, 76); Cravino et al. (2002:66 y ss.); Scaglia y Woods (2000:250). 294 294 295 295 Dar y recibir en la política social. . . 295 do se arman los proyectos y las becas no llegan, Claudia responsabiliza al gobierno: Las becas están, no quieren dárnoslas a nosotros; mientras tanto la gente responsabiliza al MTR: Yo quiero saber por qué dijeron que había becas si ahora no hay; El movimiento anda diciendo mentiras, prometiendo cosas. Estas observaciones no presumen que “mediador” sea una noción intrínsecamente inadecuada para pensar una relación triangular entre población, movimientos (o punteros, o UGL) y Estado. Antes bien, lo que quiero subrayar es la importancia de especificar desde el punto de vista de quién estamos hablando cuando empleamos nuestros términos analíticos. Por otro lado, quiero señalar la importancia de no reducir a los “mediadores” a meros canales de distribución de recursos, porque eso clausura un rasgo esencial: su poder de creación y transformación. Tanto en lo que refiere a los militantes del PJ, como a las UGL y a los movimientos de desocupados, estamos frente a actores que instituyen –y operan con– sistemas propios de merecimientos, como también, lógicas diferenciales de obligaciones recíprocas entre los que, según el momento, dan y reciben. Aquello que los movimientos de desocupados ponen en juego en Florencio Varela son planes, pero también son criterios de merecer –la lucha–; formas de ser reconocido –como compañero, como militante, como trabajador–; espacios de producción de valores y reputaciones –estar con los piqueteros es juzgado por los otros en las coordenadas de la dignidad/indignidad: según el contexto, puede ser clasificado como trabajo o, al contrario, como vagancia; como algo que confiere orgullo o vergüenza (cf. Quirós, 2007). De la fragmentación a la interdependencia La reunión de las becas nos habla, también, de que un movimiento como el MTR se sostiene con la participación de personas que en teoría no forman parte de sus bases. Gloria, Zoila, Leticia, el quiosquero, y otros, no estaban en el movimiento. Y, sin embargo, contaban con relaciones a través de las cuales saber sobre la reunión organizada por él. Por su parte, para realizar la toma convocada por Claudia –y para que esa acción ilegal fuese percibida como legítima– se precisaba de la colaboración de esos vecinos. En lo que respecta a la obtención de las becas, no sólo esas personas dependían del movimiento, sino que el movimiento también dependía de ellas: sólo con un lugar propio, con extensas listas de inscriptos, con una movilización que excediera al movimiento e hiciera del centro cultural una 295 295 296 296 296 Antropología del consumo iniciativa de “los chicos del barrio”, el MTR estaría en mejores condiciones de negociación con el gobierno. La reunión nos dice, así, que en Florencio Varela la gente no está, de antemano y en todo momento, escindida en punteros y piqueteros, ni tampoco confinada a la organización piquetera a la que pertenece. Proponer –como propongo– una mirada descentrada de los movimientos como objeto, es proponer una etnografía capaz de dar cuenta de las tramas de relaciones de interconocimiento que desafían escisiones que han devenido parte de nuestros presupuestos. Tramas que pueden ser pensadas en términos de lo que Elias (1991, 2006) llama figuración, es decir, como lazos de dependencia recíproca que ligan a las personas en múltiples direcciones. Valiéndome de esta noción –relacional, y no sustantiva– propongo, también, un recorte metodológico y analítico –“figuracional”, si se quiere–, alternativo a los otros establecidos: me refiero al organizacional –el estudio de uno o más movimientos piqueteros– y al territorial –el barrio como unidad de análisis (cf. Quirós, 2006). Si volvemos a esa situación social que fue la reunión por las becas, es posible ver ese tejido de interdependencias en acto: la figuración a través de la cual mis interlocutores circulaban –y por las cuales me hacían circular– desafiando no solo fronteras organizacionales y territoriales, sino también, recortes y clasificaciones sociológicas. Es en este sentido, también, que me interesa recuperar la expresión nativa de estar con los piqueteros. No tanto porque el verbo estar –a diferencia del verbo ser– supone un estado, una circunstancia, o algo transitorio, sino, sobre todo, porque esa expresión nos llama la atención sobre un hecho fundamental: que más que una identidad o una trayectoria, las personas son una multiplicidad de relaciones, siempre parciales (cf. Strathern, 1992); que nuestros interlocutores no son unidades que entran en relación con otros, sino parcialidades que se constituyen a cada momento, en y por cada relación. Hablar de parcialidad, no obstante, no es hablar de fragmentación. En la literatura sobre protesta social y movimientos sociales es corriente encontrar el diagnóstico de la “fragmentación”, la “desafiliación” y la “descolectivización” para describir a la sociedad contemporánea 14. En muchos casos, esa fragmentación no es calificada o descripta, sino tomada –en general a partir de una lectura particular del trabajo de Castel (1995)– como presupuesto de la sociedad post-salarial. 14 Cf. Isman (2004:22, 144, 156); Svampa y Pereyra (2004:14, 30, 53, 219, 222); Delamata (2004:14). Cross y Montes Cató (2002:90). 296 296 297 297 Dar y recibir en la política social. . . 297 Partiendo de la relevancia –epistemológica y política– de estudiar los efectos de la disolución de la sociedad de pleno empleo, creo que cabe preguntarse, no obstante, qué totalidades del pasado suponen términos como el de fragmentación (Fonseca, 1995). Tal vez las cosas resulten más claras si nos obligamos a indagar qué se ha fragmentado, qué lazos se han disuelto; y si partimos –siguiendo a Strathern (2005)– de otro supuesto: hay muchas más cosas sucediendo que la mera “fragmentación de la sociedad”, y la desconexión involucra, siempre, otras (nuevas y viejas) conexiones a ser mapeadas. Si hay algo que Florencio Varela nos sugiere es que las personas están indisolublemente amarradas las unas a las otras, y ligadas por relaciones de interdependencia (otra vez, nuevas y viejas) que no solo involucran a los piqueteros, sino también a parientes, vecinos, agentes y políticas estatales, estructuras partidarias. Deberíamos pensar, entonces, qué preguntas y caminos de investigación son clausurados cuando apelamos a conceptos preconstituidos –como desafiliación o individuación– sin especificar, concretamente, qué estamos significando con ellos. Las relaciones de interdependencia e interconocimiento reveladas por una pesquisa de tipo etnográfica escapan, muchas veces, a las grandes instituciones asociadas a la sociedad salarial. Al ser excluidas del análisis, e invisivilizadas, los conceptos a los que se apela para describir la sociedad actual contienen, de antemano, las conclusiones de la investigación: subjetividades en crisis, individualismo, debilitamiento de los lazos, retirada del Estado, disolución de los grupos de pertenencia –cuando no, desaparición de la clase. Bibliografía AristazÁbal, Z. e I. Izaguirre. 1988. Las tomas de tierra en la zona sur del Gran Buenos Aires. Un ejercicio de formación del poder en el campo popular. Buenos Aires, CEAL. Auyero, Javier. 2004. Vidas Beligerantes: dos mujeres argentinas, dos protestas y la búsqueda de reconocimiento. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes. —. 2002. La protesta. Retratos de la Beligerancia popular en la Argentina democrática. Buenos Aires, Libros del Rojas. —. 2001. La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo. Buenos Aires, Manantial. Barbeito, A. y R. Lo Vuolo. 1995. La modernización excluyente. 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