De las riñas y su posible funcionalidad

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CENTRO DE REFERENCIA NACIONAL SOBRE VIOLENCIA
Vol. 8 No.4 Abril de 2003
COLOMBIA
CRNV
ISSN 0124-4140
DE LAS RIÑAS
Y SU POSIBLE FUNCIONALIDAD
Marta I. Soriano B. (Estadística CRNV)
Juan I. Cardona G. (Filósofo CRNV)
P
ara el año 2002, el sistema de información médico-legal supo de 107.387
reconocimientos clínico-forenses por
violencia común, de los cuales, 31.720 se
practicaron en la ciudad de Bogotá (ciudad
que no reporta sus datos discriminados según móvil), mientras que los restantes 75.667
se llevaron a cabo en otros sitios del país.
De esta última cifra, se pudo establecer los
posibles móviles en 66.554 casos, de los
cuales 50.290, (88%), fueron riñas. Sin
embargo, estos datos se encuentran subestimados, porque muchos eventos de esta
clase no se reportan, ni son conocidos por
el sistema de justicia o, mucho menos, por
el sistema médico-legal.
La tasa de reconocimientos por riñas durante el año 2002 fue de 213 por 100.000 habitantes, y representa un decremento de 14.5%
con respecto al año anterior, cifrado en 8.507
casos menos. De los 50.290 lesionados a
causa de alguna riña, se determinó que un
62.5% correspondió al sexo masculino y se
estableció una razón hombre/mujer de 3:1. A
escala nacional, la tasa de participación del sexo
Tasa de lesionados por riña,
masculino y femenino fue de 270 y 157 por 100.000
habitantes, respectivamente.
El grupo de hombres entre 18 y 24 años, registró la
tasa más alta (508 lesionados por 100.000 habitantes). En lo que respecta al sexo femenino, los intervalos de edad en los cuales se observaron las tasas
más altas fueron el de los 18 a los 24 años y el de
los 15 a los 17 años de edad, con 293 y 262 víctimas por 100.000 habitantes, respectivamente. Además, se encontró que en todos los grupos de edad
correspondientes al sexo masculino, las tasas fueron
superiores a las registradas para el sexo femenino.
La edad promedio de las víctimas de riñas fue de
32 años para los hombres y 30 años para las mujeres. El promedio de dictámenes por riñas fue: 4.191
por mes; 967 por semana; 138 por día y 6 por
cada hora.
El número mensual de reconocimientos médicos por
riñas, se distribuyó en forma relativamente constante
a lo largo del año, a excepción de los meses de enero
(4.929) y diciembre (4.829), los cuales registraron
un incremento significativo, que pudo haberse debido tanto a la época de vacaciones, como al consumo
de licor, la disminución de los controles sociales y el
incremento de los desplazamientos, tanto en el ámbito ur2002
bano, como en el rural.
Comparando los datos de los
municipios donde tiene presencia Medicina Legal, según
la tasa de riñas por 100.000
habitantes, se encontró que 15
de ellos superaron 2 o más veces la tasa nacional y representan un 11.4% del total de
municipios donde hace presencia directa la Institución;
56 municipios no alcanzaron
13
tal magnitud, pero presentaron tasas iguales o mayores a
la nacional (42.4%), y en 61 municipios las tasas fueron
menores a esta (46.2%).
riñas, teniendo la mayor participación los mecanismos
contundentes (82.1%) y el arma blanca (12.9%). Estas
cifras representaron una tasa de 133 por cada 100.000
habitantes, siendo la tasa nacional un 60% más alta que la
registrada para la capital. Las tasas más altas se presentaron en las localidades de Los Mártires (209), Kennedy
(199) y Santa Fe (186); y las más bajas en San Cristóbal
(87), Puente Aranda (75) y Rafael Uribe (46).
En orden descendente, los municipios con tasas más altas a las registradas a escala nacional fueron: Cáqueza
(985), Chocontá (799), Chiquinquirá (768), Puerto
Carreño (634), Garzón (633), San Gil (602), San Andrés
(581), Popayán (574), Duitama (514), Pacho (506),
Pamplona (505), Leticia (472), Tolú (464), Quibdó (464)
y Líbano (454) -cinco de los cuales corresponden al altiplano Cundiboyacense-.
De otra parte, el 50% de estos casos se registraron entre
las 7 p.m. y las 4 a.m.; siendo los sábados y domingos
los días que presentaron un mayor número de lesionados
por riñas (49.4%).
Sin embargo, estas cifras se deben analizar con mucha
prudencia, porque en muchos puntos de atención del
Instituto se practican algunos reconocimientos a personas provenientes de lugares donde la institución no hace
presencia directa.
Discusión
Puesto que con las cifras anteriores sólo podemos determinar muy someramente la frecuencia y participación de
los diferentes sexos, edades, modos, tiempos y lugares,
“característicos” de aquello que se reporta al sistema de
información médico-legal con el nombre de riñas, decidimos entonces preguntarnos, por las posibles funciones
que estas acciones pueden cumplir en una comunidad
concreta.
Puesto que para las riñas no se conocen las características particulares de variables como el agresor, el arma o
mecanismo causal y el lugar del hecho, entonces se
mostrará el comportamiento de las lesiones
interpersonales valoradas por el Instituto en Colombia
durante el año 2002 (categoría de la cual hacen parte las
riñas y en la que además se registran los reconocimientos clínico–forenses por atracos, intervenciones legales,
venganzas y otros); se destaca de manera especial, que
tres cuartas partes de las víctimas incluidas en esta categoría, fueron lesionadas en riñas.
Con la palabra comunidad, se hace alusión a una agrupación de personas más pequeña que, por ejemplo, la
que pretende abarcar los conceptos sociedad o país.
Se denomina sociedad pequeña o comunidad, aquella
cuyos habitantes pueden contarse por decenas de millar
o incluso por centenas (y por que no decirlo, por decenas), en vez de por millones. Estas sociedades pequeñas
o comunidades, generalmente tienden a estar demasiado
encerradas en sí mismas y a ser muy introspectivas.
El comportamiento de las lesiones interpersonales fue el
siguiente:
9 En el 63% de los casos, las lesiones se causaron
con armas de carácter contundente, en el 15% con
armas cortocontundentes, en el 12% con armas
cortopunzantes, en el 6% con armas de fuego y en
el 4% con otros elementos.
En ellas, las relaciones interpersonales son excesivamente
integradas y estrechas, y sus actores, debido a la estrechez de sus relaciones, deben cumplir unos roles muy
amplios; deben desempeñar simultáneamente múltiples
funciones, que ameritan de una gran coordinación, pues
la familiaridad de un sujeto cualquiera con otro distinto
y de estos con las tradiciones, hábitos y costumbres de su
comunidad, así lo exige.1
9 El 68% de los agresores eran conocidos de las víctimas, el 27% desconocidos, y en un 5% de los casos, éstos fueron miembros de la fuerza pública.
9 El escenario del hecho se conoció en un 97% de los
eventos. En orden descendente, el 57% de los casos sucedieron en la vía pública, 21% en residencias, 6% en tabernas o bares, 5% en lugares de trabajo, 4% en sitios de diversión y 7% en otros lugares.
Una comunidad de las características señaladas, no puede
regirse por un libro de leyes; su ética es sumamente difusa (no se encuentra formulada en una doctrina unitaria,
ni mucho menos a modo de valores y principios).2 Esto
podría deberse, tanto a la plasticidad o maleabilidad de
Según los datos proporcionados por el “Observatorio de
Violencia y Delincuencia de Bogotá”, en esta ciudad durante el año 2002 se presentaron 8.846 lesionados por
Cfr, Silberbauer George, La ética de las sociedades pequeñas, en
Compendio de Ética, Singer Peter. Traducción de Margarita y Jorge
Vigil, Alianza Editorial, Madrid 1995, pág 43.
2
Cfr, Ibid pág 44.
1
14
se supone sucede y precede a un comportamiento o acción en particular.
las relaciones que se dan al interior y exterior de la misma, como a la coordinación necesaria para establecer y
mantener cualquier relación.
Esta categoría puede figurarse como si fuese un
“constructo mental” de valores, invocados en tanto principios, que sirven para determinar los preceptos y pautas, a partir y a propósito de los y las cuales, se decide o
se evalúan los ya mencionados comportamientos o acciones.5
Llegados a este punto, debemos aclarar que Silberbauer
utiliza el concepto sociedad pequeña, para referirse a
aquellas sociedades no industriales, cuya tecnología se
centra en la producción agrícola, de pastoreo, caza y
recolección; es decir, cuya tecnología y producción sólo
apunta a satisfacer las demandas de su propio consumo,
de sus expectativas internas.3
En la práctica, la moralidad de una comunidad se conserva, crea y transforma en una misma temporalidad; de
igual forma, en una comunidad, la moralidad se transporta como si fuese una herramienta susceptible de ser
adaptada a necesidades siempre distintas.
Sin embargo, en las mismas sociedades industriales contemporáneas, se puede ver claramente, como coexisten
ciertas comunidades tan dependientes como marginales
a las dinámicas de las industrias y de otras comunidades
un poco más amplias. Ejemplo de lo anterior son los
llamados vecindarios, parches o pandillas, agrupaciones en las que abiertamente funcionan los mecanismos
de contención y fuga, operantes en las comunidades descritas por Silberbauer.
Por ello se afirmaba, que la plasticidad es uno de los
principales atributos de la moralidad de una comunidad; pero igualmente se sostenía, que toda representación de una moralidad y todo cálculo o deliberación
moral, se construye o lleva a cabo teniendo como referente los valores y principios de una propia moralidad.
La maleabilidad de los vínculos y relaciones que se dan
en las sociedades pequeñas, se presenta como una de las
dificultades prácticas promotoras del etnocentrismo ético y/o moral4 , de aquella actitud que no permite pensar
la posibilidad, ni mucho menos reconocer la existencia
de una moralidad distinta a la que prodiga el que realiza
semejante juicio.
Según esta hipótesis, lo que se supone varía de una moralidad a otra, son los vectores de reciprocidad, así como
los métodos para evaluar los bienes, servicios y demás
manifestaciones constituyentes de una interacción específica.6
Para Silberbauer, en el caso de las grandes sociedades el
ejemplo de una relación intensamente recíproca puede
verse en la amistad; en esta forma de relación, la reciprocidad se equipara a la confianza y esta última al
mutuo consentimiento de unas mutuas expectativas. Se
denomina amistad, a aquellas relaciones donde se ha
ganado un grado de personalización tal, que se ha logrado crear un sí mismo en la relación con los o el otro.7
Posturas de este estilo, no permiten pensar la plasticidad como un atributo de la moralidad, ni mucho menos
ver a esta última como medio o “instrumento de navegación” para las relaciones interpersonales. Ven a la
moralidad como El Fin de la sociabilidad humana, como
aquello hacia lo que debería tender toda interacción entre
seres humanos; en otras palabras, la confunden con ciertos principios y valores.
Por ello, en una sociedad pequeña las relaciones son
más personalizadas que las que se dan en una sociedad
más grande; puesto que en las primeras, la idea de un sí
mismo solo se construye en la relación con el otro, mientras que en las segundas, ese sí mismo es un constructo
más independiente, “las relaciones son menos intensas y
menos significativas para la vida de las personas y para la
estructura de estas sociedades”8 (lo que casualmente podría verse reflejado en la diferencia de las tasas registradas
para el municipio de Cáqueza y la ciudad de Bogotá, siendo la primera 7 veces más alta que la segunda).
O lo que sería lo mismo, porque al dar por supuesto que la
moralidad es ajena a todo contexto y situación específica,
inmediatamente se da por sentada su inmutabilidad, y se le
equipara al “deber ser”; es decir, se desliga de las mismas
prácticas que la generan, conservan y transforman.
Recordemos que estos prejuicios obedecen a motivos
eminentemente prácticos; uno de ellos se encuentra estrechamente ligado con la moral, categoría intelectual
que, según Silberbauer, pretende versar sobre aquello que
3 Cfr, Ibid pág 43.
4 Sobre este concepto, cfr, Ibid pág 45; y Bartra Roger, violencias
salvajes: usos, costumbres y sociedad civil, en El Mundo de la
Violencia, Sánchez V. Adolfo, F.C.E, Méjico 1998, pág 180.
5
6
7
8
15
Cfr, Ibid pág 46-47.
Cfr, Ibid pág 48.
Cfr, Ibid pág 49.
Cfr, Ibid pág 60.
Como se pudo haber visto, las características de una
sociedad pequeña hacen a una relación cualquiera, aún
más expectante que la amistad en sociedades más grandes. En ello tiene que ver directamente la maleabilidad
de sus aparatos morales; el hecho de que su moralidad
se construya y gestione continuamente, en el curso de las
interacciones y confrontaciones cotidianas.
del etnocentrismo ético y/o moral); de hecho, como tratamos de hacerlo manifiesto y sin pretender hacer ninguna apología a tales prácticas, la riña o el asesinato, en
ciertas situaciones poseen un claro contenido de racionalidad, hacen las veces de mecanismos de contención o
fuga, regulatorios y/o compensatorios de las cargas y
tensiones de una comunidad.
El conocimiento común de los usos y leyes operantes en
una comunidad, crea, como en caso de la amistad, expectativas de las consecuencias y de las reacciones a actos específicos, en circunstancias y con sujetos igualmente
específicos. Expectativas que hacen las veces de algo
parecido a un mapa conceptual, multidimensional, dinámico y relativista, del posible estado o situación actual de una relación concreta.9
Suponer que las riñas o los asesinatos en general, son
fruto de conflictos irracionalmente resueltos, es decir, no
concordantes con aquellos valores y principios respecto
de los cuales se deberían o podrían haberse desarrollado, es un juicio ajeno a la práctica, en tanto que a su
base se encuentra el supuesto de que los seres humanos
actuamos atendiendo a preceptos o pautas, desconociendo así que la mayoría de las veces, nuestras acciones se
desarrollan en circunstancias que no permiten adelantar
tales cálculos.
Según esto último, las costumbres y leyes de una comunidad, antes de operar como un programa de acción social, más bien funcionan como una especie de instrumento para este tipo de travesías. Su utilización viene a
suplir necesidades concretas (sin que con ello se restrinjan las posibles aplicaciones de dicha herramienta a unos
usos específicos), y exige discernimiento, experiencia y
propósito; es decir, demanda un conocimiento previo del
aparato aludido.
Circunstancias que antes de predeterminar o desatar un
tipo de acción en particular, suscitan unas formas de
racionalidad alternativas, que valoran de forma distinta los preceptos y pautas, antecesores y sucesoras de un
acto concreto; puesto que la estrechez de los vínculos
entre sus actores, la frecuencia con la que estos
interactúan, así como la variabilidad de los contextos en
los que se desenvuelven tales acciones o plasticidad moral,
llevan a actualizar los mencionados valores y principios
morales, de una manera siempre distinta.
Lo anterior se puede clarificar retomando el problema
del etnocentrismo ético y/o moral, que en esta ocasión
podría equivaler, al supuesto de que las riñas o los asesinatos en general, son prácticas en las que se ejerce
abierta y legítimamente la venganza10 ; siendo esta última, por ende, el valor y principio moral que supuestamente impera en semejantes comunidades.
Por ello, suponer que las sociedades pequeñas o comunidades se caracterizan porque en ellas prevalece el interés colectivo sobre el particular, no es una actitud inteligente, en la medida que la realización de lo primero puede implicar radicalizar lo segundo o viceversa.
Supuestos de este estilo se desdicen en la misma práctica. Una riña, en un momento determinado, puede hacer
las veces de disuasión o de mecanismo compensatorio
para evitar un posible asesinato, de la misma manera
que puede surtir un efecto contrario y desencadenar una
serie de muertes. Así mismo, un asesinato en un momento específico, llevado a cabo por una o unas personas en
particular, antes de expresar vestigio alguno de canibalismo, puede hacer las veces de una decisión racional,
tomada con vistas a frenar o evitar una serie de riñas o
muertes.
FISCALÍA GENERAL DE LA NACIÓN
DR. LUIS CAMILO OSORIO
INSTITUTO NACIONAL DE MEDICINA LEGAL Y CIENCIAS FORENSES
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SUBDIRECCIÓN DE SERVICIOS FORENSES
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La moraleja que se puede extraer de lo dicho hasta el
momento, sería algo así como que no todas las riñas y
homicidios son fruto de conflictos interpersonales
irracionalmente resueltos (otro de los prejuicios propios
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La información contenida en este boletín puede ser citada o reproducida mencionando la fuente.
Nota: Los cifras estadísticas están sustentadas en datos oficiales, los conceptos asociados
son responsabilidad de los autores.
Cfr, Ibid pág 49.
10
Cfr, Bartra Roger, Op. Cit, pág 182.
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