EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR Contribución vicenciana a

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EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR
Contribución vicenciana a la nueva evangelización
IV Asamblea General de JMV Internacional
Salamanca, 25 de julio de 2015
Por: CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M.
Cuando hablamos de “evangelización”, casi siempre nos referimos a la
necesidad de ir a la “otra orilla” para comunicar el Evangelio a los demás (Cf Mc 4, 35),
al imperativo evangélico de ser testigos de Jesucristo hasta los últimos confines del
mundo (Cf. Mc 16, 15; Hch 1, 8). En definitiva, asociamos evangelización con anuncio
hacia afuera y a los de fuera.
Sin embargo, hay otro aspecto de la “evangelización” que tenemos un poco
olvidado y que debe ser complemento imprescindible del anterior. Porque si no,
corremos el peligro de desenfocar la cuestión evangelizadora. Me refiero a la
evangelización hacia adentro, es decir, a la tarea de “evangelizar a los
evangelizadores”, al convencimiento de que “para evangelizar, hay que ser y estar
previamente evangelizados”. Sin este complemento, la evangelización no será sólida ni
convincente.
En la preparación de esta IV Asamblea General, habéis sabido captar
perfectamente estos dos polos. Porque al decir “evangelizados para evangelizar”, os
implicáis en una doble dimensión simultánea y complementaria. Os comprometéis a
tomar en serio la evangelización en su totalidad y en su profundidad, sin dicotomías ni
fragmentaciones.
Eso es lo que yo pretendo con esta modesta reflexión: ayudar a los miembros
de una Asociación vicenciana a tomar conciencia de cuál es su misión dentro del actual
proyecto global de la nueva evangelización, e indicar una serie de insistencias,
urgencias, líneas y caminos para hacer efectivo el evangelio, como diría San Vicente de
Paúl. Todo ello, teniendo como marco de referencia y como impulso dinamizador el
lema de esta Asamblea General: “evangelizados para evangelizar”.
LA EVANGELIZACIÓN, TAREA DE TODOS LOS CRISTIANOS
El 8 de diciembre de 1975, el Papa Pablo VI lanzó a la luz pública el mejor
documento que conocemos hasta ahora sobre la evangelización: la Exhortación
apostólica “Evangelii nuntiandi” (“La evangelización del mundo contemporáneo”). En
este documento, hay un principio eclesiológico fundante y fundamental: “Evangelizar
constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, nº 14).
Este principio eclesiológico nos recuerda que no hay una evangelización
vicenciana, como tampoco hay una evangelización ignaciana o franciscana o
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dominicana. Porque la evangelización es urgencia, ministerio y mandato universal para
toda la Iglesia. Por tanto, el vasto campo de la evangelización es de todos los cristianos
y para todos los cristianos. Es la tarea de toda la Iglesia. No es una tarea más entre
muchas. Es la tarea fundamental y la razón de ser de la Iglesia. Hay que poner el
énfasis en el artículo “la”. Por eso, hay que afirmar taxativamente que la
evangelización ha pasado a formar parte esencial del corazón de la Iglesia.
Una Asociación vicenciana tendrá que aportar su carisma, su espiritualidad, su
estilo propio a la tarea eclesial de la evangelización. La misión de los miembros de esta
Asociación es evangelizar y ser evangelizados desde su vivencia específica y en los
ámbitos propios de su vocación vicenciana neta y específica. Ahí es donde está su
colaboración y su lugar en la evangelización universal de la Iglesia.
ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
En el título de esta conferencia se habla de la “nueva evangelización”. Es el
vocablo que solemos usar con más frecuencia en los últimos años, desde que el Papa
Juan Pablo II, en una visita pastoral a Polonia en 1979, hablase de “una evangelización
nueva en su ardor, en su método y en su expresión”. El Papa Benedicto XVI, hizo de la
nueva evangelización el tema medular de su Papado e instituyó el “Consejo Pontificio
para la promoción de la nueva evangelización”. El último Sínodo de los obispos ha
tratado sobre la nueva evangelización. Y, por supuesto, el Papa Francisco tiene la
nueva evangelización como norte y guía de su pontificado. Su Exhortación apostólica
“Evangelii gaudium” está marcando un antes y un después en el tema. Es decir, hoy al
hablar de evangelización, siempre se emplea el adjetivo calificativo “nueva”.
Hablemos de “nueva evangelización” o solamente de “evangelización”, lo
verdaderamente importante es saber qué significa, qué contiene y qué conlleva el
anuncio del Evangelio en este siglo XXI y en esta sociedad secularizada, laicista y
postmoderna. Lo importante es qué queremos decir cuando hablamos y escribimos
sobre “evangelización”.
-- La nueva evangelización significa dos cosas. Obviamente, y en primer lugar,
significa que de nuevo hay que volver a evangelizar, puesto que la secularización se
está decantando como una galopante descristianización. Los valores del evangelio,
tales como el amor, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad... han cedido
estrepitosamente ante el empuje de nuevos valores “seculares” como el progreso, la
eficacia, el éxito, el consumo... Pues aunque los valores cristianos siguen en la boca,
hace tiempo que ya no están en el corazón. No son los que nos mueven cada día, sino
los que dejamos que solamente nos conmuevan en días señalados y contados con los
dedos de una mano.
--Pero la nueva evangelización significa también, y sobre todo, que hay que
evangelizar de nuevo, de una manera nueva, con nuevos métodos, nuevas metas y
nuevas estrategias, para no incurrir en los errores del pasado. La nueva meta no puede
ser el formar otra cristiandad, sino la construcción del reino de Dios. Y eso nada tiene
que ver con la ocupación conquistadora del mundo, sino con la presencia testimonial
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en el mundo. No se trata de bautizar una cultura o un territorio, sino de bautizar al que
crea, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje de Jesús de Nazaret.
-- Tampoco hay que olvidar lo que el Papa Francisco viene repitiendo con
insistencia en todas sus alocuciones y, más concretamente, en su Exhortación
apostólica “Evangelii gaudium”: que la evangelización (o la nueva evangelización) tiene
que poner a la Iglesia, a toda la Iglesia, en “estado de misión”, de “salida”, y tiene que
moverse en las “periferias” de la vida, periferias materiales, morales, geográficas,
existenciales, espirituales...; y que esta evangelización tiene que ser diálogo, sanación,
esperanza y alegría (Cf. Evangelii gaudium, nn. 20, 30, 46, 191). Lo mismo que dijo, el
13 de octubre del año 2013, a los miembros del Pontificio Consejo para la nueva
evangelización: “La Iglesia es la casa en la cual las puertas están siempre abiertas no
sólo para que cada uno pueda encontrar allí acogida y respirar amor y esperanza, sino
también para que nosotros podamos salir a llevar este amor y esta esperanza. El
Espíritu Santo nos impulsa a salir de nuestro recinto y nos guía hasta las periferias de la
humanidad”.
Por eso, después de todo lo dicho, me atrevo a trazar unas claves o líneas
específicamente vicencianas que nos aproximen a lo que pudiera ser hoy nuestra
contribución genuina a la nueva y urgente evangelización.
PUNTO DE PARTIDA: EL MARCO ESPECÍFICO DE LA MISIÓN VICENCIANA
Una Asociación vicenciana, si quiere ser coherente con ella misma, tiene que
partir de un marco específicamente vicenciano. Y este marco nos lo proporciona el
mismo San Vicente de Paúl, el 6 de diciembre de 1658, en una conferencia a los
misioneros paúles: “(Nuestra misión es): dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles
a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los
pobres” (SVP, XI, 387, en la edición española).
Aunque esta frase originalmente está dirigida a los miembros de la
Congregación de la Misión, forma parte de la más genuina tradición vicenciana y es
aplicable y aplicada a todas las ramas de la Familia Vicenciana. Esta frase, para mí,
constituye el mejor resumen de lo que debe ser el sello vicenciano de la
evangelización. Y nos lleva a las grandes resonancias de la “Evangelii nuntiandi” de
Pablo VI.
Desde este marco específico deben inspirarse, orientarse y articularse todas
nuestras acciones evangelizadoras, y también hacia este marco específico deben
confluir todas nuestras actitudes y disposiciones.
PUNTO NUCLEAR: EL ALIENTO VITAL DE LA MISIÓN VICENCIANA
Ese marco específico de la misión vicenciana nos presenta lo más nuclear, lo
que da consistencia y aliento vital a los evangelizadores vicencianos. Aún más, ese
marco específico nos descubre que sin este aliento vital, la evangelización se quedaría
en una estrategia meramente altruista o en un discurso demagógico. Son tres
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coordenadas que estuvieron en la base de la opción radical de Vicente de Paúl y de
Luisa de Marillac, y que tienen que estar en la entraña evangelizadora vicenciana:
a) La experiencia del buen Dios protector de los pobres:
A finales de la década de los años sesenta del siglo pasado, el famoso teólogo
alemán Karl Rahner decía: “El cristiano del futuro será un místico, es decir, una
persona que ha experimentado a Dios, o no será cristiano”. Lo que entonces pudo
parecer una ocurrencia teológica, hoy se ha convertido en una verdad incontrovertible.
Sin una vivencia profunda de Dios, sin un encuentro personal y totalizante con el Dios
que nos ama, que nos perdona, que nos guía, que nos habita, que nos transforma..., la
evangelización se queda en palabrería, en propaganda o en proselitismo.
Pero el Dios que tiene que experimentar, anunciar y manifestar un vicenciano
es el Dios “protector y defensor de los pobres y desvalidos”. El Dios revelado por
Jesucristo y vivido y experimentado por Vicente de Paúl (Cf. SVP, IX, 1057). El Dios del
amor, de la misericordia. El Dios que es el primero en optar por los pobres y que, por
eso, la causa de los pobres es la causa de Dios y la cuestión de los pobres es la cuestión
de Dios.
Con razón se ha dicho que el verdadero y auténtico místico, es decir, el que
tiene una verdadera experiencia de Dios y un auténtico encuentro con Él, es la persona
más revolucionaria. San Vicente de Paúl subrayaba: “Dadme una persona de oración y
será capaz de todo” (SVP, XI, 778).
b) La centralidad de Jesucristo evangelizador y servidor de los pobres:
El rasgo cristológico que más destaca Vicente de Paúl es el de Cristo
evangelizador y servidor de los pobres: “Ved, hermanos míos, cómo lo principal para
Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como
de pasada” (SVP, XI, 56). La vida evangelizadora de un vicenciano consiste en “hacer y
continuar lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra” (Cf. SVP, IX, 34). La vocación de un
vicenciano tiene su punto de inflexión en “expresar al vivo la vocación de Jesucristo
evangelizador y servidor de los pobres” (Cf. SVP, XI, 55). Un vicenciano opta
radicalmente por los pobres porque la causa de los pobres es la causa de Cristo, y la
causa de Cristo es la causa de los pobres.
Además, un miembro de una Asociación vicenciana tiene que fijar su mirada en
el capítulo 4, versículos 18 y 19 del evangelio de San Lucas (“El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres...”). Ahí
encuentra el punto clave de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad.
c) La pasión por los pobres:
No se trata solamente de preocupación por los pobres o de cercanía a los
pobres, que ya sería un gran avance, sino de algo más. Se trata de vivir aquello que
expresaba Vicente de Paúl: “Los pobres, que no saben qué hacer ni a dónde ir, que se
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multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor” (Carta de Vicente de Paúl al P.
Almerás, el 8 de octubre de 1649. Cf P. Collet, La vie de Saint Vincent de Paul, vol. I, 479).
Se trata, pues, de que los pobres sean nuestra pasión dominante, y ante una
pasión así, todo lo demás queda en un segundo plano. Vicente de Paúl, movido por esa
pasión por los pobres, llega a decir: “Tendríamos que vendernos a nosotros mismos
para sacar a nuestros hermanos de la miseria” (SVP, IX, 451).
PUNTO FUNDANTE: EN LA “ESCUELA DE LOS POBRES”
Cuando decimos que hay que prestar atención al segundo polo de la
evangelización, al “ser evangelizados”, un vicenciano sabe que, en coherencia con su
carisma y con su espiritualidad, sólo hay una “escuela” para “ser evangelizado”: los
pobres, que son “sacramento de Cristo” y “amos y señores”.
“Ellos (los pobres) tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del
sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos
nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a
reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la
Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus
causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Papa Francisco,
Evangelii gaudium, 198).
Cualquiera diría que este párrafo es la traducción al lenguaje actual de un texto
de Vicente de Paúl. Pero es de la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” del Papa
Francisco. Y no es de extrañar que en un documento sobre la evangelización aparezca,
con énfasis, una alusión explícita e interpelante sobre los pobres como
“evangelizadores nuestros”. En definitiva, es lo que Vicente de Paúl subrayó: que los
pobres, además de ser nuestros amos y señores, son también nuestros “maestros”. Es
cierto que Vicente de Paúl nunca dijo o escribió, de forma textual, que “los pobres nos
evangelizan” o “somos evangelizados por los pobres”. No es lenguaje imaginable en la
teología, en la espiritualidad y en la pastoral de su tiempo. Pero no es menos cierto
también que la mejor hermenéutica vicenciana nos dice que Vicente de Paúl dice en su
lenguaje lo que nosotros decimos hoy en el nuestro.
Por eso, para un vicenciano, el clamor de los pobres, sus necesidades básicas, el
abandono y la marginación que sufren... son claros signos de la voluntad de Dios, son
manifestaciones palpables de que Dios nos está urgiendo a luchar por ellos, a llevarles
la Buena Noticia de la salvación integral. En la “escuela de los pobres”, el vicenciano
tiene que aprender una serie de lecciones vitales para llevar a cabo su tarea
evangelizadora. Por ejemplo, San Vicente de Paúl destaca las siguientes lecciones que
nos dan los pobres: nos enseñan cuál es la voluntad de Dios y dónde está nuestro sitio
en la Iglesia y en la sociedad; nos introducen cerca de Dios; nos remiten sin cesar a
Jesucristo; nos interpelan con su sufrimiento; nos invitan a una pobreza más radical;
nos muestran la mordedura de la pobreza; nos evangelizan mediante su paciencia y su
capacidad de acogida.
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Vicente de Paúl tiene un párrafo memorable en una conferencia a los
Sacerdotes de la Misión: “Lo que me queda de la experiencia que tengo, es el juicio
que siempre me he hecho: que la verdadera religión, hermanos míos, la verdadera
religión está entre los pobres. Dios los ha enriquecido con una fe viva: ellos creen,
palpan, saborean las palabras de vida. No los veréis nunca, en medio de sus
enfermedades, aflicciones y necesidades, murmurar, quejarse, dejarse llevar de la impaciencia; nunca, o muy raras veces. Lo ordinario es que sepan conservar la paz en
medio de sus penas y calamidades. ¿Cuál es la causa de esto? La fe. ¿Por qué? Porque
son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que les niega a los ricos y sabios
del mundo” (SVP, XI, 462).
PUNTO DE LLEGADA: ALGUNAS INSISTENCIAS EVANGELIZADORAS DESDE LA
ESPIRITUALIDAD Y EL CARISMA VICENCIANO
Todo proceso evangelizador debe aterrizar en un mensaje, un anuncio, un
compromiso de vida, una manifestación concreta de la alegría del Evangelio. Pero lo
primero que tenemos que preguntarnos, antes del aterrizaje concreto, es si el
evangelio que anunciamos es Buena Noticia para los pobres y si nosotros hacemos
creíble ese evangelio. A veces, nos puede ocurrir que estemos anunciando mensajes
vacíos que a nadie interesan o que estemos anulando y oscureciendo esos mensajes
con nuestra forma antievangélica y antivicenciana de pensar y de vivir.
A continuación, tenemos que hacernos otra pregunta: ¿qué evangelio -es decir,
qué Buenas Noticias- anunciamos o debemos anunciar, hoy y aquí, los vicencianos? No
se trata de inventar nada nuevo. No se trata de buscar originalidades o novedades. Se
trata de subrayar algunas insistencias de ayer, de hoy y de mañana que están en la
entraña de nuestro carisma y de nuestra espiritualidad, y que forman parte de la
contribución vicenciana a la evangelización nueva y de siempre.
Voy a señalar, como una muestra, algunas de estas insistencias vicencianas
evangelizadoras que debería tener muy presente un miembro de una Asociación como
la vuestra.
a) El evangelio de la encarnación:
El teólogo J. B. Metz puso en circulación, hace algunos años, una expresión muy
gráfica para entender el “evangelio de la encarnación”. Dice así: “La experiencia de
Dios inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de
ojos abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una
percepción intensificada del sufrimiento ajeno”. Vicente de Paúl acudía al himno
prepaulino de la carta a los Filipenses donde se canta la “kenosis”, el abajamiento, el
anonadamiento de Cristo hasta tomar la condición de esclavo (Cf. Flp 2, 5-11).
Son maneras de expresar que para ser evangelizados y para evangelizar sólo
hay un camino, el que tomó Jesucristo: encarnarse, poner la tienda en el reverso de la
historia y en el compromiso con las víctimas del sistema. Porque sin encarnación, sin
inculturación, sin comunión con las personas, no puede haber evangelización. Habrá
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simplemente burocracia. Sin encarnación, el pretendido evangelizador no pasaría de
ser un buen funcionario de la religión.
b) El evangelio de la sensibilidad:
“(El efecto de la caridad) consiste en no ver sufrir a nadie sin sufrir con él, no
ver llorar a nadie sin llorar con él. Se trata de un acto de amor que hace entrar a los
corazones unos en otros para que sientan lo mismo, lejos de aquellos que no sienten
ninguna pena por el dolor de los afligidos ni por el sufrimiento de los pobres... ¡Cómo!
¡ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él!
Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser
peor que las bestias” (SVP, XI, 560-561).
Estos dos párrafos forman parte de una conferencia de Vicente de Paúl a los
sacerdotes y hermanos de la Misión sobre la caridad. Entre las muchas dimensiones
que vertebran la caridad, subraya, con gran énfasis, la sensibilidad ante las
necesidades y los sufrimientos de nuestros hermanos los pobres porque la base de todo está en ser auténticamente sensibles ante el prójimo sufriente.
Sin sensibilidad, no hay apertura y cercanía a los pobres. En el camino que baja
de Jerusalén a Jericó, y que define la vida, la falta de sensibilidad nos convierte en
explotadores como los asaltantes o en falsos neutrales como el sacerdote y el levita.
Sin sensibilidad, el clamor de los pobres se ahoga y se silencia entre la insolidaridad y el
egoísmo. Sin sensibilidad, el cruel mundo de los pobres se queda en los libros y en las
noticias frías. Sin sensibilidad, no puede haber descubrimiento de Jesucristo en los
pobres y en los marginados, porque la fe y la evangelización se quedan en un conjunto
de doctrina aprendida y recitada de memoria.
En resumen, el evangelizador vicenciano debe saber que la sensibilidad
conduce a la pasión por los pobres, al amor afectivo y efectivo a los pobres, y a la lucha
por la nueva justicia a favor de los olvidados en las periferias de la vida, y, a la vez,
debe saber también que, en esta sociedad mecanizada y calculadora, la sensibilidad es
un testimonio evangelizador más convincente que los grandes discursos teológicos y
espirituales. Por otra parte, pienso -y la experiencia diaria lo confirma- que la
sensibilidad hacia los pobres es un soporte fundamental para la nueva evangelización.
No hace falta nada más que asomarse a los evangelios para ver cómo las obras de
Jesús de Nazaret anunciando el Reino estaban llenas de una sensibilidad entrañable y
especial hacia las personas aquejadas por alguna contrariedad.
c) El evangelio de la caridad:
No creo que haya ningún grupo eclesial, ya sea laico o religioso, que no esté totalmente convencido de que la caridad es tarea y deber de todos los cristianos sin
excepción, que es la marca única y auténtica del cristiano verdadero y que la forma
esencial de ser y estar los cristianos entre sí y ante el mundo es el servicio de la
caridad. Y, por supuesto, no creo que ningún vicenciano ignore algo tan elemental y
tan obvio.
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Dentro del común denominador que es el evangelio de la caridad, el vicenciano
tiene que dar un nuevo empuje, una audacia creativa, un rostro renovado a ese
evangelio de la caridad. Como Vicente de Paúl, los miembros de una Asociación
vicenciana tienen que atreverse a rescatar la caridad del intimismo espiritualista, de la
falsa tranquilidad, de la rutina cumplidora. Tienen que transformar la caridad en
mucho más que una simple virtud en el sentido tradicional del término.
Una escena muy sugerente y significativa de la película “Monsieur Vincent” (“El
señor Vicente”), mezcla de historia real y ficción ajustada a la realidad, nos puede
ayudar a entender qué significa “dar un impulso nuevo” al evangelio de la caridad. Y
ello, para hacerle efectivo, solidario liberador y portador de Buenas Noticias, para que
se haga patente que la caridad es el fundamento y el eje de la evangelización, para
poner de manifiesto que el evangelio de la caridad es lo más genuino y específico de la
contribución vicenciana a la nueva evangelización.
En dicha película, Vicente de Paúl se entrevista con el Canciller Séguier, una
especie de Ministro de Justicia y de Interior, y éste le comunica que, dentro de unos
días, no habrá ni un solo pobre en la ciudad de París. Ante el asombro gozoso de
Vicente de Paúl, el Canciller Séguier le da la clave para acabar con los pobres: “Los
encarcelaré a todos”. Vicente de Paúl, enojado, replica: “La caridad, señor Canciller,
consiste en ayudar a los pobres a mantener su dignidad de personas”. Y el Canciller
Séguier corta el diálogo con un arrebato de ira: “¡La caridad! ¡La caridad! Es la que vos
habéis inventado. Antes no era más que una virtud, era perfecta. Se invitaba a las
damas de linaje en sus parroquias, se la mencionaba en los sermones, provocaba una
lagrimita, una moneda de la bolsa y todo el mundo estaba tranquilo. Vos habéis sido
un visionario. Habéis removido cielo y tierra. Y tanto fastidiáis con vuestra caridad que
la habéis echado en manos del gobierno... Sinceramente, ¿creéis que tenemos
necesidad de vuestra caridad? Antes de vuestra cruzada, también había pobres y no
perturbaban el sueño de las personas decentes...”.
d) El evangelio de la misericordia:
“¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para
poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! Que a
todos, creyentes y alejados, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del
Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”. Así nos dice el Papa
Francisco en su magnífica Carta-Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la
Misericordia.
Y así hablaba Vicente de Paúl: “Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacerlos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo,
pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu
propio de Dios. Pues, como dice la Iglesia, es propio de Dios hacer misericordia y
conceder el espíritu de ella. Pidámosle, pues, a Dios, hermanos míos, que nos dé ese
espíritu de compasión y de misericordia; que nos llene de él, que nos lo conserve, de
forma que quienes vean a un misionero puedan decir: he ahí un hombre lleno de
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misericordia. Pensemos un poco en la necesidad que tenemos de misericordia
nosotros, que debemos ejercitarla con los demás y llevar esa misericordia a toda clase
de lugares, sufriéndolo todo por misericordia” (Cf. Luis Abelly, Vida del Venerable
Siervo de Dios Vicente de Paúl, Fundador y primer Superior General de la Congregación
de la Misión, CEME, Salamanca 1994, 632).
Parece que últimamente se habla más de la misericordia en homilías, discursos,
documentos pastorales..., fruto de que el Papa Francisco ha hecho de esta actitud una
especie de brújula de su pontificado. Pero, en realidad, el evangelio de la misericordia
siempre ha estado -o ha debido estar- en la primera línea de la evangelización. Incluso
ha sido y continúa siendo como una prueba de “verificación eclesiológica”, en el
sentido que ya apuntó el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia”
(“Dios, rico en misericordia”): “La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y
proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y Redentor” (Dives in
misericordia, nº 13).
e) El evangelio de la esperanza:
En el discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, el
Papa Pablo VI resumió, en un hermoso, párrafo la letra y el espíritu conciliar: “El
Concilio ha enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimentes diagnósticos,
remedios alentadores; en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza”. Y, a
continuación, daba la razón de ese mensaje de esperanza: “Los valores (del mundo
contemporáneo) no sólo han sido respetados, sino honrados; sostenidos sus
incesantes esfuerzos; sus aspiraciones, purificadas y bendecidas” (Concilio Vaticano II,
Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1966, 828).
Cuando la nueva evangelización no proclama ni manifiesta la Buena y
consoladora Noticia de la esperanza y, por el contrario, lanza condenas, juicios
negativos, amonestaciones apocalípticas..., ya no puede considerarse evangelización,
sino adoctrinamiento fundamentalista. Cuando el presunto evangelizador se apoya,
sobre todo, en leyes, códigos, normas, moralinas agresivas e intolerantes, tradiciones
superadas... y no es capaz de abrir caminos nuevos de vida, de ilusión y de esperanza,
está echando vino viejo en odres nuevos, y, lógicamente, está estropeando el vino y
los odres (Cf. Mt 9, 17).
El Papa Francisco, en el capítulo V de su Exhortación apostólica “Evangelii
gaudium”, nos habla de cómo ser “evangelizadores con espíritu”. Y, entre otras cosas,
nos dice: “Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón
de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos
advierte muy claramente: ‘Hacedlo con dulzura y respeto’ (1 Pe 3,16)... Queda claro
que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y
mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras
posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que
no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante... De ese modo,
experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios
tratando de encender el fuego en el corazón del mundo” (Evangelii gaudium, nº 271).
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Con qué fuerza resuena la voz escrita del Papa Francisco cuando, al finalizar el
nº 86 de su Exhortación tantas veces citada, exclama: “¡No nos dejemos robar la
esperanza!”.
UNA CUESTIÓN DE FONDO: ¿EVANGELIZADOS PARA PODER EVANGELIZAR?
El lema que aglutina y cohesiona esta IV Asamblea General de JMV
Internacional es una cuestión que viene debatiéndose, desde hace tiempo, en los foros
teológicos y pastorales. Esta cuestión ha surgido desde que ha penetrado en la
sociedad la increencia, el secularismo, el pluralismo, la multiculturalidad... En una
sociedad de cristiandad uniforme no había lugar para la duda ni para la discusión:
bastaba con estar bautizado y ser un buen practicante piadoso de los sacramentos.
Desde un frente más radical se dice: “Si no estás evangelizado, no evangelices;
si no has hecho una opción seria y lúcida por Jesucristo y su mensaje, no cometas la
arrogancia de evangelizar, antes tienes que estar evangelizado”. Desde otro frente
igualmente riguroso se advierte: “Para evangelizar, hay que haber pasado del
evangelio “aprendido”, “sabido” y “conocido teóricamente” al evangelio “vivido y
vitalmente experimentado”.
Hay también una tercera posición más equidistante y céntrica que suaviza las
exigencias anteriores y, sin restar importancia alguna a la necesidad imperiosa de “ser
evangelizado”, propone que el cristiano, por ser cristiano, tiene el deber y el mandato
de evangelizar, aunque no sea perfecto o esté lejos de una completa conversión. Aún
más, todo evangelizador va madurando y avanzando en el camino de la fe en la
medida en que va avanzando y comprometiéndose en su tarea evangelizadora.
Ciertamente, el Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la
nueva evangelización, el 26 de octubre del año 2012, advierte que la evangelización se
refiere, en primer lugar, a nosotros mismos y que hay que ponerse en estado de
conversión (Mensaje al Pueblo de Dios de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos sobre la nueva evangelización, nº 5).
El Papa Francisco, en la segunda parte del capítulo segundo de su Exhortación
apostólica “Evangelii gaudium”, se acerca, desde otro ángulo, a esta cuestión. Él no
plantea la alternativa entre estar evangelizado y evangelizar. Lo que el Papa pretende
con sabiduría pastoral, con realismo y con lucidez es una fuerte llamada a la
“conversión” de los agentes pastorales, de los evangelizadores. Es otra forma de llamar
la atención sobre la necesidad de que los evangelizadores se esfuercen por ser
evangelizados.
Así, en ese apartado que se titula “tentaciones de los agentes pastorales”, el
Papa va desgranando una serie de situaciones de la cultura actual y del propio
evangelizador que inciden negativamente en su identidad y en su misión. Situaciones
como el dominio del individualismo, la crisis de identidad, la caída del fervor que lleva
al relativismo y a actuar como si Dios no existiera y como si los pobres tampoco
existieran. El Papa Francisco subraya con fuerza una tentación que denomina “acedia”
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(expresión muy jesuítica por ser muy empleada y citada en los Ejercicios Espirituales
ignacianos): una mezcla de tristeza, tedio, desidia, pereza, negligencia, indiferencia,
mediocridad... Y, por supuesto, pone también el énfasis en la tentación del “pesimismo
estéril de los profetas de calamidades”. Todas las tentaciones de los agentes pastorales
las resume el Papa Francisco con la expresión “mundanidad espiritual”, es decir, el
acomodamiento a los criterios, juicios, maneras de pensar y de actuar de este mundo,
en lugar de seguir los criterios y valores del Evangelio de Jesucristo.
Esta cuestión de fondo está ahí y, a buen seguro, seguirá siendo objeto de
debate. Lo cual significa que es una forma de tomarse en serio la evangelización y de
intentar que la evangelización -la nueva y la de siempre- sea la preocupación
primordial del cristiano y, por supuesto, del vicenciano. Para ese debate sería bueno
no perder de vista lo que dice Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelii
nuntiandi” al hablar de la “conversión” que debe producir la verdadera evangelización:
“Evangelizar es provocar un cambio interior, transformar desde dentro, de manera
vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la realidad de la persona, de la
humanidad y de las culturas” (Cf. Evangelii nuntiandi, nn. 18-19).
CONCLUSIÓN: CONVENCIMIENTO DE LA VOCACIÓN EVANGELIZADORA
Si la Iglesia existe para evangelizar, una Asociación eclesial y vicenciana también
debe existir para evangelizar. Si la vocación propia de la Iglesia y de la Familia
Vicenciana es la evangelización, la vocación básica y esencial de una Asociación
perteneciente a la Iglesia y a la Familia Vicenciana tiene que ser también e
inexcusablemente la evangelización.
Pero estas afirmaciones, que nadie pone en duda, y todo lo anterior que hemos
reflexionado tienen que llevar el respaldo de una actitud fundamental: el
convencimiento real, efectivo y práctico. De nada nos valen las grandes teorías y los
bellos documentos, si no tenemos un convencimiento existencial de nuestra vocación
evangelizadora. Cuando Pablo, con acento desgarrador, exclama en su primera carta a
los cristianos de Corinto: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16), lo hace
desde su más profundo convencimiento. Cuando Vicente de Paúl se lanza a la
evangelización de los pobres, lo hace porque está sinceramente convencido de que ésa
es su vocación y ahí se juega su existencia humana y cristiana.
Y desde este convencimiento tenemos que demostrar que, a pesar de las
dificultades, la evangelización no es una carga pesada o una responsabilidad
incómoda, sino una vocación gozosa. Por eso, quiero terminar con otra exclamación
vibrante del Papa Francisco: “¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!”.
CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M.
Salamanca, 25 de julio de 2015
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PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR
IV Asamblea General de JMV Internacional
Salamanca, 25 de julio de 2015
1) ¿Te sientes capacitado para evangelizar o piensas que todavía no has
dado el paso de un cristianismo teórico, aprendido, a un cristianismo
convencido y vivido? ¿Dónde te encuentras?
2) ¿Qué espacios (lugares, grupos, personas, instituciones...) están más
necesitados de evangelización en la sociedad, en la cultura y en el entorno
donde tú desarrollas tu vida de ciudadano y de cristiano?
3) ¿Estás convencido de que la Asociación JMV existe para evangelizar?
¿Estás convencido de que tu vocación fundamental es la evangelización?
¿Por qué y cómo?
4) ¿Puedes contar alguna experiencia evangelizadora que hayas llevado a
cabo y que haya influido fuertemente en tu vida o que haya transformado
tu persona y tu estilo de vida?
CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M.
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