Trato de no tener imposturas, de hablar en voz baja

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LATERCERA Viernes 3 de junio de 2016
Imagen y
semejanza
Sociedad
Cultura
[GERMÁN
CARRASCO]
Editorial Lumen
283 págs.
$ 14.000
Germán Carrasco
Poeta chileno:
“Trato de no
tener imposturas,
de hablar en voz
baja de los
grandes temas”
R El prestigioso sello Lumen publica
Imagen y semejanza, antología que reúne
dos décadas de escritura del destacado
autor de la generación de los 90.
RR Germán Carrasco ha recibido numerosos premios, entre ellos el Pablo Neruda. FOTO:JOSE LUIS MUÑOZ
Javier García
“Desciendo de gente que miraba al
suelo y hablaba sola / pero fui parido al ritmo de rock por padres jóvenes”, escribe Germán Carrasco (1971)
en su poema El bastón de fresno es
de ceniza. “Mi fobia mide lo que mi
cuerpo: 1,83 mts. / según los soldados, que me midieron hace mucho;
/ si no es por mi estrabismo, me dejan adentro / en el ejército tienen debilidad por la altura”, anota en el
texto que ahora es parte de la antología Imagen y semejanza, publicada por el sello Lumen.
El ejemplar reúne la producción
poética de dos décadas de Carrasco,
seis libros, que van desde La insidia
del sol sobre las cosas (1998) pasando por Clavados (2003) hasta Mantra de remos (2016).
Destacado poeta de la generación
de los 90, que también integran Leonardo Sanhueza, Andrés Anwandter
y Kurt Folch, ha recibido premios
como el Sor Juana Inés de la Cruz
(2000) y el Pablo Neruda (2005).
Ahora forma parte del catálogo Lumen, antecedido por autores como
Raúl Zurita, Claudio Bertoni, Enrique
Lihn y Neruda.
En casi 300 páginas que abarcan 20
POESIA CHILENA
“Cuando hago algún taller,
yo evito pasar poesía
chilena: la gente se divide,
empieza una especie de
hinchadas rivales, patotas”.
años, Carrasco registra como un cronista el barrio de Independencia, la
molestia social postdictadura, las
huellas de los inmigrantes en calle
Maruri, el lautarista Marco Ariel Antonioletti cuando estudiaba en el Liceo Gabriela Mistral, recorridos por
Latinoamérica y el diálogo constante con la tradición de la poesía chilena, en versos que unen soltura,
experiencia y oficio.
“Estamos frente a la obra consolidada de un poeta que ha mantenido,
más que una voz, un discurso, en el
mejor sentido de la palabra”, apuntó el crítico Ernesto Rodríguez Serra.
El poeta toma distancia de los elogios, pide un té, mira a su alrededor
cuando ya oscurece en Santiago.
¿La experiencia es fundamental para
construir sus poemas?
Yo hablo de mi entorno, de imágenes que he visto, ficcionado y relacionado. Mis poemas tienen, si se
quiere, contenido y por tanto son
legibles, trato de no tener imposturas, de hablar en voz baja de los grandes temas. La espontaneidad es una
palabra mayor, uno intenta prepararse para que se dé eso. Casi nunca
he sido programático. Sentarse y decir: voy a escribir sobre esto. Escribir en sencillo puede parecer populista y llenarte de culpa, como un culebrón o una película de infidelidad
hecha por publicistas; por otro lado
escribir explorando y que nadie entienda nada da la misma culpa. Para
evitar esas culpas hay que ser fiel a
uno mismo, emocionar sin golpes
bajos, seducir.
¿Su obra también es una respuesta a
la tradición de la poesía chilena?
Quizás en lugar de hablar de poesía
chilena se podría agrupar la poesía
por otras filiaciones, en otras familias o galerías. Quizás lo generacional y lo geográfico son categorías insuficientes. Cuando hago algún taller, yo evito pasar poesía chilena: la
gente se divide, empieza una especie de hinchadas rivales, patotas.
Hay algo que se podría llamar poesía chilena: la grandilocuencia, la
violencia de clase por ambos lados,
la queja, la idea de mártir, o el chistorete grueso si ves lo negativo; de
positivo hay mucho. Creo que es funesto dividirse en sub grupos, algo
muy de la izquierda chilena, y precisamente a la hora de los puñetes o
el peligro, o cuando se puede golear
o noquear.
¿Y qué prefiere entonces?
Me interesa más unificar, los trabajos colectivos, la poesía y su relación
con los quehaceres de cada uno y los
lugares. Tener ingenieros de terreno,
de bototos embarrados, médicos,
gente de leyes, de cine, de otros
quehaceres y disciplinas es lo mejor
que le puede pasar a un taller. Me
imagino que hay algo de lo que uno
admira en lo que escribe, pero de
aquí, de allá y de más allá; no creo en
romperla. Uno presenta su álbum de
láminas o imágenes con tranquilidad, tratando, creo, de emocionar y
hacer pensar.
“En el país de las patotas, / el guacho
se muere de hambre”, escribe en un
poema de hace 15 años. ¿Cómo interpreta esos versos hoy?
Las interpretaciones van por parte
del lector. Piensa ahora en el Sename, en la obsesión del manga japonés con la huerfanía, en Nobody
knows, la película de Hirokazu Koreeda, en el padre de la patria, en la
gente que no tiene ninguna salida,
ninguna manera de ver alguna luz y
salir del infierno. Escribí pensando
eso en los grupos de poder y cómo se
protegen, en el cuoteo. Si no perteneces a ningún grupo, es muy difícil sobrevivir, pero vale la pena
aguantar. Los partidos políticos,
completamente divorciados de la
ciudadanía, las minorías, los políticamente correctos y los incorrectos,
la academia, todas las patotas que actúan con pactos sicilianos para disputarse el poder simbólico o real y
que hacen difícil mantener la independencia.
Este año el Premio Nacional debería
recaer en un poeta... En sus poemas
cita a Hernán Miranda, ¿Cree que algún día le den el premio?
Cito a Miranda, a Zurita, a Kim Deal,
a medio mundo. Cada poema lo escribimos entre todos... Si le preguntas a la gente que escribe hay un
acuerdo en que lo debería recibir Elvira Hernández, Tomás Harris o Carlos Cociña, que no sólo son los mejores escritores, sino también los más
generosos. Pero agregaría que el premio no habla nada bien de un país
donde sus escritores se mueren en estado de calle, como pasó con Alfonso Alcalde, Rolando Cárdenas, Aristóteles España y muchos otros. b
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