1939 y el azaroso destino del sargento fabra

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1939 Y EL AZAROSO DESTINO DEL SARGENTO FABRA
José Antonio Vidal Castaño
Historiador
"Al querer la República habéis abierto la puerta a la diversidad.
Y esa puerta ya no hay quien la cierre."
Gaziel, La Vanguardia (2-10-1931)
PRESENTACIÓN
El tiempo es fundamental para datar y parcelar la historia, pero el instante preciso que representa el
guarismo en el que la detenemos se escurre con facilidad entre otros trazos -de los más gruesos a los más
finos- de esa propia historia o de las que le precedieron y sucedieron, y este trasiego se refleja en cada
sujeto histórico influyendo en su capacidad de penetración y conocimiento
de los hechos. El tiempo, como toda magnitud relativa, se desvanece en
relación con nuestro propio devenir como hace la arena del desierto
cuando escapa a impulsos de los vientos que generan las tormentas.
John Elliot, que como es bien sabido considera la importancia del
individuo como uno de los hilos conductores de la historia, comenta
que nada impide a un historiador que investiga comportamientos
ante determinadas situaciones históricas «la adquisición de un
conocimiento detallado de sus trayectorias personales y el ambiente
mental, social y político en que actuaron», y que «la concentración de
un intenso haz de luz sobre un único individuo, ilumina a alguien o a
algo más que a él mismo»1. Con este propósito evocaré en este trabajo
las primeras secuencias catastróficas, es decir, la derrota y el comienzo
del exilio republicanos en la azarosa vida del sargento Fabra, que se
producen en el año de referencia. Pero antes de abordarlas daremos
una ojeada al contexto donde se enmarcan.
1939 es sin duda fecha imprescindible para intentar fijar el desarrollo
Fotografía
de
Fabra
publicada
en
el
diario
ABC
de las catástrofes que forjaron la Europa del siglo XX. La fecha
representa el punto álgido de un proceso que hizo girar
violentamente los molinos de la historia europea e incluso mundial hacia coordenadas de violencia
política y malestar social impensables tan solo una década antes. Los «felices veinte» fueron años en los
que se teorizó sobre el ocaso de las guerras tras la «Gran Guerra» (1914-1918) considerada como el
mayor desastre humanitario, hasta ese momento. Las arruinadas potencias europeas con la imprescindible
ayuda americana se dotaron en 1919 de un presunto instrumento de pacificación: la Sociedad de
Naciones. Un organismo de vocación universal que no haría más que acumular fracasos. Un instrumento
que se revelaría ineficaz no solo para evitar sino para minimizar las catástrofes que se avecinaban.
Los primeros síntomas se presentaron con la crisis económica mundial (1929/30) y la vuelta de las
guerras: guerras imperialistas como la italo-etíope y la chino-japonesa (iniciadas en 1935 y 1937
respectivamente) o guerras civiles como la española (1936-1939) con perfiles de aguda lucha de clases y
amplia resonancia internacional; conflictos que evidenciaban así mismo la crisis de las democracias
europeas y el declive de las opciones políticas reformistas o moderadas engullidas por «soluciones»
revolucionarias políticamente radicalizadas. En estas circunstancias, los credos nacionalsocialista y
fascista en Alemania e Italia respectivamente obtuvieron, y no solo en sus países respectivos, un eco
social inesperado. Compartían afanes imperialistas y totalitarios, xenófobos y militaristas; disponían de
programas que hacían de la guerra un objetivo (aunque se declarase públicamente lo contrario) a la par
que una metodología para implantarlos. Como ejemplo de la nueva situación política resulta muy
instructivo leer las Crónicas desde Berlín (1930-1936) que el periodista Eugeni Xammar envió al diario
republicano Ahora que dirigía Chaves Nogales2.
Para Fernando Schwartz «el estallido de la guerra civil española sorprendió a Gran Bretaña en medio de
una tremenda crisis de conciencia». El conservadurismo social (más del 60% de los votos) y la
desconfianza del gobierno británico hacia la Sociedad de Naciones y sus pactos multilaterales,
«descontando el marasmo económico provocado por la crisis americana de 1929»3, condujeron al pacto
de "No Intervención" alcanzado en Londres en 1936, -cumbre pedida por el socialista Blum- de nefastas
consecuencias para el desarrollo de la guerra civil española y germen de la desastrosa política de
«apaciguamiento». El pacto y la política internacional apaciguadora, que de ella se derivó, fueron
esencialmente responsabilidad del premier Chamberlain, quien sobrado de aplomo pero falto de
capacidad de análisis y experiencia internacional, según Juan Pablo Fusi, creía saber lo que le convenía a
Europa4 llevando a su terreno al vacilante gobierno francés, presidido por un Blum tan inexperto como él.
La oposición laborista criticó la postura no-intervencionista, pero sin salirse de un marco pacifista, es
decir sin convicción. «Los trabajadores ingleses reaccionaron con bastante indiferencia ante la guerra»
observo David T. Cattell como recoge Schwartz, y aunque el partido laborista apoyaba a la República, lo
hacía de forma tan moderada que llegó a expulsar a la Liga Socialista de su seno por pedir una
intervención armada a favor del gobierno español5.
Si el Anschluss (marzo de 1938) evidenció los peores temores sobre los objetivos expansionistas
alemanes, la Conferencia de Munich (septiembre 1938) los refrendaron plenamente poniendo en
entredicho la política de «apaciguamiento» de Chamberlain» (1937-40) secundada, en este caso, por
Daladier. La entrega de los sudetes checos a la voracidad hitleriana a cambio de falsas promesas de paz
para Europa fue un fiasco. Esta nueva fractura, que formaba parte de la cosecha sembrada por la nointervención, contribuyó no poco a acelerar la ayuda nazi-fascista a Franco en el delicado momento en el
que se reñía la cruenta batalla del Ebro, tan decisiva para la caída de Catalunya.
Pese a todo ello la estrategia internacional de los gobiernos de la República española y en particular el de
Negrín siguió pivotando, en lo que a diplomacia se refiere, en torno a conseguir apoyo y reconocimiento
de Francia y Reino Unido (Ángel Viñas: El honor de la República, c.10, pp. 241-245 y c. 14, 413-439)6.
No parece sino que la política general de una parte y la estrategia militar (ceñida a los suministros de
armas y pertrechos rusos y a los asesores soviéticos) de otra, estuvieran divorciadas de los esfuerzos
diplomáticos o, cuanto menos, que estos estuvieran condicionados por las relaciones con la URSS, asunto
que, en modo alguno, funcionó así. El gobierno republicano durante la Guerra Civil -cabe insistir- mostró
preferencia y buscó el entendimiento político con las democracias occidentales como correspondía a su
situación geopolítica y a los intereses de una coalición electoral como el Frente Popular (alianza
defensiva de las capas medias con el proletariado) determinaban. También en la vecina Francia, ante la
escalada del fascismo, había triunfado el Frente Popular. Ello no es óbice para reconocer la gran
influencia que ejerció la Unión Soviética en la organización del Ejército Popular y en la dirección de la
guerra. Pero está más que demostrado que sus intereses en aquellos tiempos de preguerra mundial, y
siguiendo la doctrina de «edificar el socialismo en un solo país» (la inmensa Rusia), no estaban por
extender «la revolución proletaria mundial», sino por apoyar la política de frentes populares propugnada
por la Comintern. En España, sus asesores policiales (agentes de la NKVD) se opusieron de manera
coactiva, tanto a los comunistas del POUM como a buena parte del anarcosindicalismo para limitar la
extensión del colectivismo agrario e industrial. Actividades que no podían calificarse de revolucionarias.
Los acuerdos de Munich cerraron, pues, la última puerta para el mantenimiento de la República
democrática en España y anunciaron la primera de las situaciones catastróficas. La derrota republicana en
la Guerra Civil, consumada en los meses de febrero y marzo de 1939, introducía un factor desequilibrante
en Europa que no fue interpretado en este sentido al dejar cerca de 400.000 muertos directos (en buena
parte víctimas civiles), cerca de medio millón de exiliados, así como miles de fusilados y desaparecidos,
entre otras secuelas. Apenas transcurridos cinco meses, el uno de septiembre de 1939, la maquinaria
bélica alemana invadía Polonia dando comienzo la Segunda Guerra Mundial. Fue el principio del una
catástrofe mucho más grande y devastadora que la de 1914. Catástrofe demográfica y humanitaria sin
parangón que dejó sesenta millones de muertos. El período sin duda más sombrío de la historia del siglo
XX, sin que por ello (un buen asunto para la reflexión) dejara de consolidarse y extenderse, incluso con la
«guerra fría» en marcha, la democracia parlamentaria.
LA TRAGEDIA PERSONAL DE UN SOLDADO DE LA REPÚBLICA
"Sucede que no soy político. El político de verdad es un hombre que vive al día, sin pasado, sin futuro, sin problemas
morales."
Max Aub (Diarios, iniciados en 1939)
La catástrofe «española» que se materializó en 1939, más allá de sus macro efectos nacionales e
internacionales, más allá de las implicaciones políticas, económicas o sociales de carácter general, del
interés que merecen las luchas ideológicas y las vicisitudes de sus mayores protagonistas, representó un
cambio profundo e irreversible en las vidas de millones de personas corrientes que rara vez aparecen en
las crónicas y relatos que se escriben a propósito. Estos pequeños-grandes protagonistas afectados por
acontecimientos catastróficos, pueden ser tomados, sin embargo, como paradigma de su generación y de
su tiempo entre la gente corriente y pueden explicar -pese a sus rasgos excepcionales o precisamente por
ellos- de una manera diferente la realidad cotidiana del intenso drama de 1939, que la épica o la retórica
aplicadas de manera harto habitual a situaciones tomadas como trascendentales, es decir, que se entiendan
como «decisivas» en un determinado periodo histórico. Se olvida demasiado frecuentemente que quienes
vivieron estas situaciones no podían conocer de antemano la trascendencia histórica de las mismas7. Con
este tratamiento se desenfocan a menudo comportamientos y sucesos que suelen ser más complejos que
los relatos o los análisis que se nos ofrecen y en los que se suele olvidar fácilmente la profunda incidencia
de la vida cotidiana y del factor humano.
La vida de Carlos Fabra Marín sufrió un vuelco; algo así como si se tratase de los efectos de un tsunami
personal. Quedó desbordado, más que por la previsible derrota del Ejército Popular, por el conjunto de los
acontecimientos que se sucedieron. Nada parecía estar
donde debiera. Las noticias e incluso las acciones de ciertas
personas emitían señales contradictorias, difíciles de
resolver para nuestro hombre. Fabra era un hombre bueno
(al estilo machadiano) dotado de un profundo sentido de la
familia que compartía con las virtudes castrenses de
obediencia debida y patriotismo que trató de hacer
compatibles con las sólidas convicciones republicanas de
raigambre liberal, basadas en las ideas de justicia social y
fraternidad humanas, que le inculcara su padre. Michael
Alpert8 apunta con total perspicacia: «Había un
Fabra
junto
a
otros
cargos
militares
considerable número de militares cuyas actitudes políticas
no estaban dictadas por su pertenencia a un partido sino más
bien por sus estrechas relaciones con políticos republicanos y con aquellos que habían conspirado contra
la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera». Carlos Fabra encajaba dentro de ese grupo. Estaba
‘cortado’ en alguna medida con ese patrón. Y una persona así no podía encajar los vaivenes y crueldades
de una guerra, sin dejar jirones de su identidad en el camino.
Pero antes de evocar la relación de Fabra con los avatares de catástrofe republicana de 1939, símbolo
también de la quiebra de su destino, debemos conocer algo más sobre este militar profesional que llegó a
encarnar el mito del "héroe popular". Ascendido tras su valerosa acción en el cuartel de Paterna en la
madrugada del 29 al 30 de julio de 1936, pasó de la aclamación popular a un anonimato casi total que se
prolongó durante toda la guerra. Se dice, y no sin razón seguramente, que es difícil sobreponerse a los
efectos de la fama y de los halagos sin caer en un desmedido orgullo o en el desaliento. Fabra parece que
superó estas tentaciones, sobrellevando misiones en la retaguardia tan necesarias como exentas de relieve
social (más bien lo contrario) o soportando las servidumbres de un sector poco activo en el frente de
Madrid. Y así transcurrieron dos años muy largos, opacos, que se animaban con frecuentes idas y venidas
a Valencia. Pese a la preocupación por los suyos y su desilusión creciente ante la dura realidad de la
decadencia republicana, se mantuvo hasta la recta final de la guerra en su puesto sin dejar de velar por la
seguridad de sus familiares y allegados. Ni el ensordecedor ruido de las batallas, de los rumores y las
disidencias que se presentaban a la vuelta de cada esquina pudieron sacarle de la siempre difícil batalla
por la supervivencia.
Su postura, como veremos, puede resultar de complicada interpretación.
No he podido encontrar fuentes primarias ni testimonios (orales u escritos) que avalen con rigor cuál fue
exactamente su posición ante el golpe del coronel Casado perpetrado el 5 de marzo de 1939 que condujo
a una pequeña guerra civil entre parte de la milicia comunista que defendía Madrid a las órdenes de
Barceló y las tropas del anarquista Mera que lograron reducirlas. Fabra no pudo sumarse materialmente al
golpe, aunque le hubiera resultado fácil dados sus contactos con Miaja. Pero sabemos que no pudo
hacerlo, porque se dispone del documento que acredita su salida el dos de marzo, en vuelo directo desde
Alicante a Toulouse en Francia9. Todo parece indicar que, como la mayor parte de los militares no
comunistas, no confiaba en la política de resistencia a ultranza propugnada por Negrín, y menos en el
papel dirigente de los cuadros del PCE en la fase agónica de la guerra. Estaba convencido, al parecer de
que la República había agotado su capacidad militar tras la batalla del Ebro y la caída de Catalunya,
compartiendo así un visión bastante generalizada que, en ciertos medios políticos o militares afines al
gobierno, era calificada de derrotista. Parece oportuno aclarar que de hecho el equilibrio militar, si es que
lo hubo (nunca en cuanto a calidad de armamento y número de aviones) comenzó a romperse de manera
efectiva con la llegada de las tropas de Franco al Mediterráneo y la división del territorio leal a la
República en dos, tras la decisiva batalla de Teruel. Desgarrado por la desoladora imagen de "la retirada"
de los restos del orgulloso ejército que había luchado hasta la extenuación en el Ebro y la pronta caída de
Barcelona se preguntaba: ¿cuánto tiempo aguantarían Madrid y Valencia? Fabra consiguió la autorización
pertinente para salir de España, en búsqueda de su familia, el 27 de febrero de 1939, el mismo día que,
desde su reciente exilio en Francia, el presidente Azaña dimitía de su cargo y unos días después salía
hacia el país vecino. Pero volveremos más adelante sobre este asunto.
Parece el momento oportuno para acercar la figura del personaje, su perfil humano, político y social antes
de acompañarle en los últimos días de la contienda y en los primeros pasos de su exilio.
Carlos Fabra Marín había nacido en 1904 en la localidad valenciana de Chella, en el seno de una familia
numerosa de raigambre rural, venida a menos tras la prematura muerte de sus padres. Con 14 años tuvo
que vivir con unos tíos, fajarse con el terruño y ejercer de improvisado cartero. Nuestro hombre, que tenía
sus ambiciones, decidió no continuar siendo una carga familiar y sentó plaza como voluntario en el
Ejército a los 18 años10. Tras cumplir el periodo de instrucción en el Cuartel de la Montaña de Madrid,
fue destinado a Melilla en el territorio marroquí del Rif, bajo «Protectorado español». Eran malos tiempo
para aventuras coloniales: el 17 de julio de 1921 se produjo el desastre de Annual. «Ocurrió algo
catastrófico. El prestigio español pisoteado por rifeños»11. Allí tomó parte en la cruenta guerra del Rif,
libró diversos combates, fue herido y ascendido a sargento en 1923. Puede decirse que fue en el Ejército
de África donde templó su carácter y se forjó como militar profesional sirviendo en idénticos escenarios
donde actuaron buena parte de los militares de carrera y con mando que lucharon en bandos opuestos en
la Guerra Civil. El sargento aprovechó sus permisos para fortalecer su compromiso con Lucía Pardo
Pareja, joven chellina, con la que contrajo matrimonio el 11 de abril de 1931. El 14 estaban en Madrid en
viaje de novios para ver el desfile de la guardia real, pero a lo que asistieron fue a la proclamación de la
Segunda República y se sumaron al júbilo popular que acompañó al acontecimiento. Tras 10 años en
África, volvió en 1932 a su cuartel de origen y un año después, ¡por fin!, fue destinado a Valencia al
batallón de Ingenieros Zapadores-Minadores nº 3 acuartelado en Paterna.
HÉROE DE VALENCIA Y DE LA REPÚBLICA
"Roto el encanto de la paz
vino la locura, primero;
pero luego la guerra tenaz
que te llevó en su pico de acero."
José Moreno Villa: Hora de España (noviembre 1938)
La rebelión militar, iniciada en Marruecos el 17 de julio de 1936 y en la península el 18, creó en el
territorio correspondiente a la Tercera División Orgánica, que abarcaba las tres provincias valencianas,
más las de Murcia y Albacete, una situación ambigua, delicada y de alta tensión. Era difícil saber lo que
iba a pasar y pudo pasar de todo. Como en el tenis, la suerte del partido que jugaban las fuerzas oscuras
de la sublevación contra el gobierno del Frente Popular dependía del lado en el que cayera la pelota, y
esta permanecía suspendida en la punta de las estrellas y los sables militares. Por su parte los sindicatos
UGT y CNT en nombre del «pueblo trabajador» y la «revolución social» declararon la huelga general.
Las tropas fueron acuarteladas por orden del general Martínez Monje. La mayoría de sus mandos
esperaba órdenes para reaccionar. En la ciudad, en el cinturón proletario de l’Horta, etc., los colectivos
sociales, los comités y los dirigentes republicanos se tensaron al límite, pero nadie tomaba las medidas
necesarias, para salir del impasse, mientras se iniciaban los primeros desmanes que no podía controlar el
Comité Ejecutivo Popular (CEP) que había asumido el poder real en paralelo a los organismos oficiales
de gobierno (locales, regionales y estatales). Desbordados, pues, los cauces oficiales, las milicias
populares eran la única autoridad reconocida en las calles y grupos de hombres armados rodeaban los
cuarteles de Valencia y Paterna. Los milicianos apoyados en ocasiones por mandos del Ejército y de la
Guardia Civil «leales» a la República organizaron columnas bajo supervisión del CEP que pronto
partieron hacia los primeros frentes en Córdoba, Madrid y por supuesto hacia Teruel… Se vivía una
evidente paradoja: en cualquier momento, los destacamentos militares que habitaban los
acuartelamientos, bien equipados y dirigidos por mandos experimentados y adictos a los sublevados,
podían tomar la ciudad de Valencia y decantar la situación violentamente a favor de quienes se habían
alzado contra la Constitución republicana y el régimen democrático que habían jurado defender.
El sargento Fabra empuñando su pistola reglamentaria Bergman de 9 milímetros (hay quien dice que dos)
y con un pelotón de cabos y soldados cortó este nudo gordiano, abortando la rebelión militar in situ, en el
cuartel de Paterna. La acción, tan eficaz como atrevida, estaba dirigida contra sus propios jefes y oficiales
del batallón de Ingenieros Zapadores, reunidos en el cuarto de banderas, a los que, tras desarmar los
guardianes, conminó a rendirse y deponer su actividad conspirativa. Esta legítima petición de lealtad al
gobierno fue contestada con el inicio de un tiroteo en el que Fabra y sus hombres lograron imponerse, con
el resultado de 3 muertos y seis heridos12.
La acción resultó decisiva si se valoran, más allá de los tópicos, su significación política y repercusión
militar ya que suponía ganar la batalla de Valencia por la legalidad republicana en los cuarteles; fue,
volviendo al tenis, y tras caer la pelota del lado legal, voleada a la contra por Fabra y sus hombres, el
punto de ventaja que permitió en unos días conseguir el match point y desalojar a los conspiradores de sus
posiciones sin ocasionar un baño de sangre13.
No es misión de este trabajo, ya que forma parte de otro más extenso, en construcción, el dar cuenta ni
analizar los pormenores de aquellos hechos, recogidos prácticamente por todos los historiadores de la
Guerra Civil, si bien es cierto que, en los relatos de la misma, rara vez aparece el sargento Fabra y cuando
lo hace es en el papel, un tanto gastado y esquemático de "soldadito valiente", algo así como un personaje
secundario. Pocos se han detenido a analizar las motivaciones ni las consecuencias de aquella acción y lo
que debió de pasar por su agitada cabeza en ese momento… En conclusión, parece como si lo sucedido
en los cuarteles de la Tercera División Orgánica que controlaba una de las regiones más prósperas de
España fuera un acontecimiento menor o un suceso propio de la rutina militar, sin tomar en consideración
lo que suponía en un ejército de casta como el español que un «clase» (así se le llamaba en África a los
sargentos) se enfrentase a sus jefes y se jugara la vida hasta conseguir doblegarles y salvar con ello el
honor de la República. Entre los historiadores especializados en aspectos militares y que han tratado este
acontecimiento, cabe destacar el relato de Salas Larrazábal. En su texto sobre lo sucedido en Valencia y
sus cuarteles, en los inicios de la rebelión, Salas se muestra más explícito que la mayoría; también con
respecto a la figura de nuestro sargento pero, aun reconociendo su «audacia», no duda, al parecer influido
por su propia condición militar, en restar mérito a su acción en Paterna. Escribe: «para ser heroica (a la
acción) le faltó enemigo», conclusión que acompaña con una serie de consideraciones que confirman sus
conocimientos bélicos pero que también denotan menor perspicacia para analizar un asunto complicado
por un momento político tan delicado14. Vicente Talón rebatió las argumentaciones de Salas en la revista
militar Defensa sosteniendo que la acción protagonizada por Fabra «paró en seco a quienes en diversos
acuartelamientos de la capital del antiguo Reino se disponían a alzarse y que ahora (…) vieron que no era
tan fácil y que la intentona, además, podía costarles la vida15. Sin duda «aquesta acció de guerra va
reforçar la confiança política y moral de les persones senzilles»16 y «tuvo amplia repercusión (…) siendo
uno de los ejes que evitó el triunfo de los sublevados»17. Eladi Mainar presenta una versión actualizada de
lo ocurrido en Paterna, valorando positivamente la acción de Fabra18.
Fabra se convirtió en un personaje de leyenda sobre cuya acción en Paterna se contaban diversas
versiones boca a boca, a cual más divertida o disparatada que salían de las comidillas de los cafés o de los
«saraos» domingueros y circulaban por pequeños comercios y mercadillos de ciudades y pueblos de la
geografía levantina. Tuve ocasión de escuchar algunas de estas historias por boca de personas ya
fallecidas que no vacilaban en añadir nuevos detalles de su cosecha que, naturalmente, ‘habían oído’ a
otras personas. Una de ellas relataba como Fabra procedía a dejar fuera de combate, en la ya famosa
madrugada del 29 al 30 de julio, al campeón de tiro de Valencia, un oficial de alta graduación, por más
señas, que erró su disparo dirigido al sargento, casi a bocajarro. Era difícil, lo sigue siendo, saber
exactamente lo acontecido y separar lo real de lo imaginario. Día a día cobraba fuerza el mito, el
personaje heroico para desplazar al hombre real de carne y hueso con sus grandezas y miserias
personales. La prensa, sometida a férrea censura, habitual en tiempos de guerra, difundió una versión
sucinta y recortada de lo sucedido que fue ampliando con cuentagotas. Se presentaba a Fabra,
por unanimidad, en su dimensión heroica. Hacerlo así formaba parte de la necesidad social de elevar la
moral ante los primeros reveses de las columnas milicianas en los frentes de batalla. La República además
no estaba sobrada de militares profesionales capaces de dar su vida por la causa. Durante un par de meses
largos, su imagen puño en alto o rodeado de jefes militares, uno de ellos el general Miaja, y dirigentes
políticos se hizo un hueco en las páginas de los periódicos e incluso alguna revista ilustrada. Participó en
desfiles y homenajes, tanto a su persona como a las milicias populares; presidió corridas de toros, saludó
a las masas que llenaron en un gran mitin el campo de Mestalla… Meses después, ya en 1937, recibió el
homenaje de sus paisanos en Chella, donde intervinieron desde el balcón del ayuntamiento los diputados
López Fandos y Federico Miñana.
Es interesante constatar que en aquellos momentos de gloria que se prolongaron durante más de medio
año, Fabra conoció a importantes jefes militares como Miaja, Gamir, Bayo, Uribarry, y a políticos como
Julio Just (ministro del Obras Públicas y miembro del Consejo Superior de Guerra con el gobierno
Caballero), Ballester Gozalbo, Puig Espert, Cano Coloma y Domingo Torres (alcaldes de Valencia),
Isidro Escandell (periodista y dirigente político), los hermanos Pellicer (jefes de la Columna de Hierro),
Joan Peset (diputado y Rector de la Universidad de Valencia) etcétera, amén de los citados Fandos y
Miñana, dirigentes y/o diputados en su mayoría de Izquierda Republicana, partido que gozaba de las
máximas simpatías de Fabra.
EL AMIGO DEL GENERAL MIAJA
En medio de tanto halago y de la confusión propia de los primeros meses de la guerra, en la que el
gobierno pugnaba por conseguir la militarización de las milicias frente a las resistencias de carácter
revolucionario, compartidas por buena parte de los obreros industriales y sindicalistas libertarios, Carlos
Fabra no dejaba de tener claras sus prioridades personales, que según la documentación escrita y
testimonial de la que se dispone, seguían siendo básicamente las mismas de su juventud o de su periplo
como soldado en Marruecos, a saber: la familia, ampliable a vecinos y allegados, y sus deberes para con
la patria, que él identificó con una República democrática y liberal; laica y burguesa donde se
equilibraran orden y libertades con un marcado acento humanitario. Una República ideal que a duras
penas encajaba con la realidad frentepopulista. Resulta complicado saber cuál de estos dos sentimientos
ocupaba el primer lugar, pero en cualquier caso, el orden de los factores no alteró su dedicación y sentido
del deber hacia ambas prioridades. El álbum familiar ilustra bien esta faceta y nos muestra, por ejemplo, a
Carlos Fabra jugando con sus hijos Carlos y Leonor en la playa de Valencia en 1936; una estampa que se
repetiría a lo largo de su vida en las geografías del exilio «francés» y pese a las enormes dificultades y
estrecheces por las que pasó la familia Fabra-Pardo. Comprometido con las políticas del Frente Popular
pese a las divergencias personales con las posiciones políticas «extremistas», simpatizó incluso con la
filosofía que animaba el complejo asunto de las colectivizaciones. De origen campesino y amante de las
tradiciones de la tierra creyó cercana esta filosofía a sus propias ideas sobre el funcionamiento
cooperativo, consistentes en la práctica de la ayuda comunitaria entre compatriotas más allá de ideologías
políticas para superar situaciones difíciles. Una convicción que materializó años después en el exilio
poniendo en marcha una red de ayuda a sus paisanos de la emigración económica, que llagaban en buen
número a los aledaños de París para buscarse la vida. No en balde, Fabra y su familia no olvidaban los
años pasados en Perpignan y Narbonne rodeados del afecto de otros emigrantes económicos.
Confirmado su ascenso, primero a teniente y luego a capitán, Miaja que ejercía la jefatura del Ejército del
Centro, le requirió como hombre de confianza para disponer
de información de primera mano sobre las actividades
militares y políticas en Valencia. Fabra aceptó y pasó a
ocupar vivienda en un suntuoso edificio situado en la céntrica
plaza de San Agustín, esquina con la calle San Vicente
(rebautizada como Largo Caballero) y a dirigir un equipo de
personas para ayudarle en su labor de intentar mantener «el
orden público y la seguridad civil y militar de la región»19.
Probablemente es a partir de este momento cuando se granjeó
la enemistad de los comunistas que tras cruenta batalla con
los anarquistas de la FAI (octubre del 36) comenzaban a
dominar el aparato militar y no veían de buen grado lo que
imaginaban un control de sus actividades. Pero también los
anarquistas radicales manifestaron su antipatía por esta
El
sargento
Carlos
Fabra
junto
a
Miaja
y
la
Pasionaria
situación y entorpecieron sus funciones. De hecho, según el
documento citado (ALF), tuvo que «intervenir muchísimo
para evitar crímenes e injusticias», logrando salvarse «de atentados repetidos procedentes de la FAI y de
los comunistas»20.
Su sintonía con Miaja, militar brillante y muy valeroso pero políticamente ambiguo (había pertenecido
primero a la UME, y luego se afilió al PCE)21, le proporcionó tantas alegrías como sinsabores. En estos
menesteres la inmensa popularidad de Fabra se disolvió como un azucarillo, si no se trocó en su contrario,
en la medida en que se encrespaba la guerra. Parece existir relación directa entre las dificultades de
nuestro personaje en Valencia y su nombramiento y consecuente traslado, como capitán del Ejército del
Centro al frente de Madrid, en marzo de 1937. Aunque este «traslado» no afectó, en principio, a su
residencia familiar, ni a parte de sus ocupaciones en el cap i casal de la «región levantina», como el
dirigir la ‘Escuela de Guerra’ del arma de Ingenieros que el propio Miaja le había confiado según consta
en el ALF. Miaja de nuevo. El general que gozaba de gran popularidad y poder desde que demostró su
capacidad al mando de la Junta de Defensa de Madrid, volvía a ostentar el Jefe del Ejército del Centro y
calculaba que con Fabra en su nuevo destino, cubría dos objetivos: disponer de ojos y oídos en ambos
lugares y en particular en los frentes cercanos a la capital de España, vitales para la orientación de la
guerra o de la paz, si esta llegaba a producirse, al tiempo que, conseguía proteger de las peligrosas
insidias políticas que acechaban a su subordinado en la capital valenciana.
Entre el general Miaja y el capitán Fabra parecía existir un vínculo más allá de la defensa de la causa
republicana o de las afinidades y divergencias personales, un invisible cordón umbilical que no podía ser
otro que su «ideología» militar. Veamos: Ambos habían pasado por la escuela africana, ambos
compartían la idea de que ganar la guerra pasaba por el orden jerárquico y la disciplina; ambos eran
militares que amaban la vida y la familia, tanto, que eran capaces de incomodar a veces a sus iguales
(caso de Miaja) o superiores (caso Fabra) en el mando, por actitudes o posiciones ante ciertos asuntos: A
Miaja, por ejemplo, le gustaba vestir informalmente, comer bien (algunos dirían que demasiado bien) y
epatar al personal. A Fabra, menos veleidoso, le importaba reducir la distancia entre los militares de
carrera y los que, como él, habían comenzado desde abajo; peleó por conseguir más derechos para los
suboficiales; es decir, disponía de un cierto orgullo de pertenencia a clase subalterna, del que su general
carecía; también era más atildado y reverencial en las formas22. Pero en definitiva ambos se consideraban
de facto, fuera de la vida partidaria y las actividades propias de la militancia política23 y, tal vez por ello,
confiaban, ante todo, en sí mismos. La diferencia más importante giraba en torno a la lealtad debida a la
República que, mientras en el caso de Miaja podía tratarse de una «lealtad geográfica» (según Alpert y
otros), en el de Fabra se trataba, como ha quedado probado, de una indudable confianza en ideales y
valores republicanos clásicos y en las personas que los encarnaban, aunque discrepase de las políticas
concretas para implantarlos.
Buena muestra del tipo de relaciones que se produjo entrambos la encontramos en dos curiosos
documentos. El primero es una carta que Fabra dirigió a Miaja, fechada el 23 de abril de 1937. Carta que
se hizo pública en la prensa valenciana y fue reproducida por la revista madrileña Crónica ilustrada por
un montaje fotográfico en el que la silueta del capitán Fabra se recortaba sobre el pecho de una inmensa
foto del general. Más allá de la imagen, cabe reseñar algunos de los párrafos más personales de la misiva
cuyo texto habla por sí mismo:. «Ya sé que usted me estima, a pesar de mi humildad; pero usted no sabe,
no puede sospechar cuál es el caudal infinito de respeto, de admiración, de entusiasmo, de fe que brota en
mí, y se dirige a usted como si fuese lava hirviendo…» (…) «Es usted un soldado de la revolución; es
usted el héroe de la Independencia de la Patria» (sic) «Es así mi general; así es lo que usted merece y creo
que ningún revolucionario habrá de regatearlo»24. El objetivo de Fabra en esta carta era proponer la
creación de una nueva condecoración: la ‘Medalla de la Independencia’ que sustituiría a la tradicional
Laureada de San Fernando como mérito supremo al heroísmo militar en el Ejército Popular.
El general, el 15 de mayo de ese mismo año, hace llegar al capitán de Ingenieros, sin hacer referencia a la
carta anterior que sepamos, una fotografía en la que escribe en la parte superior, de su puño y letra, lo
siguiente: «Al amigo y camarada Fabra en prueba del cariño que le profesa, El General, José Miaja». La
frase no merece mayor comentario pues, viene a constatar lo que sabíamos. El uso de la palabra
"camarada", por otra parte, se había generalizado en la zona republicana y lo mismo que el saludo militar
puño en alto no indicaban una relación particular con el comunismo, pero sí hablaban del peso político y
militar creciente de los comunistas españoles entre los comisarios políticos, jefes y oficiales del nuevo
Ejército. En todo caso Miaja la utiliza como complemento de la palabra "amigo" que para ellos tenía
mayor significado.
Se crea pues, entre estos dos hombres, desde el momento que Fabra comienza a trabajar en la órbita de
Miaja, un confidencialidad que para el ex sargento supuso un plus de información privilegiada sobre el
curso de algunos acontecimientos de índole política y militar que pudieron, sin duda, ayudarle a tomar
decisiones tanto respecto de su familia como respecto de su propio futuro. ¿Pudo así prever con
antelación la catástrofe que se avecinaba cuando las tropas de Franco se encontraban a muy poca
distancia de alcanzar sus «últimos objetivos militares»? Volvamos a los escenarios entre los que
discurrían su vida y la de sus familiares que pasarán a ser la principal de sus preocupaciones.
Fabra pasó gran parte de la guerra pivotando entre Madrid y Valencia y viceversa, aunque su destino
oficial estuviera en Madrid. Desde septiembre de 1937 (D. O. nº 232) pasa por orden superior al Cuadro
eventual del Ejército del Centro. El 19 de octubre por orden comunicada del General Jefe de dicho
ejército, pasa a ostentar el mando de la 26 Brigada Mixta del I Cuerpo de Ejército que opera en el sector
de Buitrago (Somosierra), pero el 2 de diciembre, es decir dos meses después, obtiene por orden del
antedicho Jefe, y como ‘mayor de milicias’ el mando de la 17 Brigada Mixta del III Cuerpo de Ejército
acantonada en Morata de Tajuña, que operaba en el frente del Jarama25. Su paso por la unidad es también
fugaz, como confirma Carlos Engel, ya que es sustituido por el también mayor de milicias Gregorio
Herrero. Finalmente, deja de estar adscrito a Infantería y pasa como «agregado a la Comandancia General
de Ingenieros del Ejército del Centro» a la que es trasladado el 16 de febrero de 1938. El 25 de marzo se
incorpora a su nuevo destino, «prestando sus servicios como "Delegado-Inspector, Jefe de Personal"26.
Engel, pues, se equivoca al afirmar que «fue destituido» de la 26 BM (¿?) después del golpe de
Casado»27. El autor parece confundir el orden de la estancia de Fabra en las Brigadas Mixtas y los
avatares de su salida de España. Fabra estuvo primero en la 26 y luego en la 17 para recalar en la
Comandancia de Ingenieros como hemos visto. No pudo ser destituido tras el golpe de Casado, porque no
estaba físicamente ni siquiera en las cercanías de Madrid cuando éste se produjo, el cinco de marzo de
1939. Está probado que el dos de marzo del fatídico 1939 Fabra estaba volando hacia Francia. Fabra no
podía estar y no estuvo en dos sitios a la vez. No secundó el golpe de Casado. Y no lo hizo, no tanto por
estar en desacuerdo con la necesidad de una salida militar negociada para la República como por
imposibilidad material. Además porque llevaba algún tiempo preparando su salida de España, pues no le
dejaba vivir la preocupación por la situación de su familia -los informes eran alarmantes- que un año
antes, pensando en su seguridad, habían salido para establecerse en el sur de Francia. No era menor la
desilusión sufrida por la vacilante actitud de su admirado Miaja ante el final de la contienda, de quien,
presumiblemente obtuvo las credenciales que le permitieron conseguir el 27 de febrero la autorización
para su vuelo a Francia. (Véase nota nº 9.)
EN EL FILO DE LA NAVAJA
Entre marzo del 1938 y marzo del 1939 sufrirá Carlos Fabra su annus horribilis. Es prácticamente
imposible determinar cuándo empieza a ser consciente de ello, pero todo se produce tan rápidamente
como sus cambios de destino. El "empleo" en Madrid le permitirá alejarse periódicamente de Valencia.
Pero la hoja de servicios no lo dice todo, al menos no dice que nada le ataba a una oficina ni a un horario
determinados lo que le permitía libertad de movimientos. Fabra observa tras la vuelta de sus frecuentes
viajes cómo la ciudad ha ido cambiando de piel; cómo la ciudad que le vitoreara en el verano de 1936 le
había vuelto la espalda. Por momentos tenía la sensación de moverse en el filo de una navaja, de estar
atrapado por una maraña de sospechas, insidias y traiciones. Sentía cómo la otrora orgullosa «capital de la
República»28 donde -pasada la marea revolucionaria de los primeros meses- apenas se tenía conciencia de
estar en guerra y había derivado, con las primeras escaseces, las primeras bombas y la llegada de
refugiados, hacia una ciudad de ambiente hosco y gris que poco se parecía a la capital dinámica y
colorista, organizara de congresos internacionales y otros eventos. Un buen día es advertido por su escolta
personal de que están siendo vigilados su movimientos. En otra ocasión un grupo de hombres armados
intenta detenerle en plena vía pública sin conseguirlo, según testimonia su hija. Carlos Fabra toma
entonces una de las decisiones más importantes de su vida. Decide enviar a su mujer y
a sus hijos a Francia donde estarán más seguros. Con sus ahorros y la ayuda de la familia de su mujer
reunió un dinero para adquirir una casa en el sur de Francia. El 28 de abril de 1938, llegaron a Barcelona,
donde permanecieron durante un tiempo. El contacto entre el capitán y su esposa Lucía, estando ambos
separados por la distancia, no se perdió en ningún momento, como atestiguan algunas cartas: el 30/06/38
le dice en carta escrita desde la Escuela Popular de Guerra: «añoro tu ausencia (…) los vecinos me
preguntan por ti (…) en la copa que me regalaste bebo el agua, con ella me sirven la cerveza y en ella veo
la representación de tu recuerdo que jamás olvido. La beso con amor y admiración...» El recuerdo a sus
hijos está igualmente presente. Le pide la dirección donde viven y le anuncia una sorpresa. Pero la dura
realidad era otra. El lugar donde fueron a parar los Fabra era una propiedad agrícola que Forner (persona
de máxima confianza del militar) compró y, traicionando ésta, puso a su nombre. Se encargó de la
manutención de la familia como si fueran sus inquilinos. «Forner resultó ser un estafador, un negociante
que ayudaba a la gente por dinero», manifestará su hija Leonor, que también afirmó que su padre siempre
sospechó que fue Forner, quien le denunció en 1943 a la policía de Vichy cuando le detuvieron para ser
confinado en el campo del Vernet d’Ariège29. Pero esta es ya otra historia.
Con todo esto encima y las informaciones inquietantes que obtiene vía Miaja, Fabra vive en estado de
ansiedad casi permanente. Nada ni nadie le parecen ya estables a principios del fatídico 1939, pese a que
en enero el frente valenciano se mantiene firme en la línea Viver-Segorbe-Nules bajo la supervisión del
propio Miaja. Ni siquiera le distraen las visitas a Carmen Martínez, una pitonisa y echadora de cartas a la
que consultaba con frecuencia y que, al parecer, fue una de las personas que le aconsejó sacar a su familia
de Valencia. El lunes 23 se conoce el bando de Miaja declarando el estado de guerra en la zona Centro. El
26 cae Barcelona lo que, según Vicente Abad: «produjo una enorme conmoción entre los valencianos»30,
como quedó reflejado en la prensa. Negrín insistía en resistir a toda costa en su discurso del castillo de
Figueres que reprodujo El Mercantil Valenciano el tres de febrero.
Fabra tuvo probablemente conocimiento directo de la entrevista que Negrín y Alvarez del Vayo tuvieron
el 10 de febrero con los generales Miaja y Matallana, en Valencia. En los momentos finales el gobierno
Negrín intentó atraerse a Miaja con un nombramiento de Teniente General. La medida no surtió efecto.
¿Tuvo lugar en esos días la última entrevista personal entre Miaja y Fabra? No hay ninguna constancia de
ello, pero a partir de ese momento los caminos del capitán y el general se bifurcaron. «Fabra comenta con
Miaja que su anterior fe en la victoria republicana la ha perdido. El general le expone que él también.
Pero le ordena que bajo ningún pretexto abandone su puesto, que se proteja, pero que no le
abandone»(sic)31. Este cambio de impresiones entrambos, que parecen venir a cuento, tiene escasa
credibilidad. Tal vez hubo una conversación privada, pero la decisión de cada uno, con parabienes y
despedidas; con agradecimiento por parte de Miaja incluido, era ya un hecho.
El 18 de febrero se conoce la existencia de la Ley de Responsabilidades Políticas, implacable coartada
«legal» del franquismo para iniciar la represión a escala masiva; el 27, Inglaterra y Francia reconocen al
gobierno de Burgos. Una fecha aciaga, la misma y no es casual, en la que Azaña anunció su dimisión. Y
ese mismo día, Carlos Fabra obtiene la autorización para volar a Toulouse. Y lo hará el 2 de marzo, en
«misión oficial».
EL SUEÑO TRUNCADO
Una vez en Francia su primera preocupación es localizar a su familia y saber exactamente lo que ha
sucedido con su ex amigo Forner. Pero también le preocupa ponerse en contacto con otros exiliados para
conocer la situación y tantear las posibilidades de volver a cualquier punto de España pues, pese a todo,
no pierde la esperanza en que la guerra pueda terminar con una paz negociada. Su angustia, la dicotomía
personal en la que se vio envuelto por la catástrofe, está muy lejos de terminar. Una vez en el exilio,
comprueba que las cosas se ven de otra manera más allá del peligro inminente. Fabra por de pronto se ha
ahorrado el calvario de la retirada, la humillación y el mayor desconsuelo de la derrota más humillante; la
entrega y rendición de sus armas, la pérdida de su mismidad, el hambre y el frío, la miseria y la muerte de
los campos de concentración que los franceses prefieren llamar de "internamiento" o, la espera temerosa
en cualquier puerto mediterráneo a la espera de unos barcos que no llegan, ni llegarán nunca para decenas
de miles de ex combatientes y personas que hicieron suya la causa del Frente Popular.
Lo primero lo consigue muy pronto y los Fabra se reúnen de nuevo, en las cercanías de Perpignan.
Comprueba el engaño de Forner pero no puede tomar medida alguna pues no había papeles de ningún
tipo en los que apoyar una denuncia y los exiliados como él, en situación ilegal y clandestina en Francia,
no tenían existencia legal reconocida. Muchos franceses de a pie se mostraban, cuanto menos,
sorprendidos por aquella desmesurada oleada de españoles arrojados a sus tierras por una guerra fraticida;
amedrentados, ellos mismos, por rumores de una nueva guerra con Alemania.
Lo segundo pronto obtiene respuesta. El golpe de Casado se consumó al tiempo que Negrín abandonaba
España; la flota abandonó Cartagena rumbo a Bizerta dejando la base a merced de los navíos de Franco
con millares de personas sin protección en los puertos de Valencia y Alicante… Federico Miñana,
exiliado y residente ya en París le convence de que no hay nada que hacer. La República ya no existe, le
viene a decir y lo mejor es trabajar desde aquí para volver a luchar por ella… Fabra, en ese momento, no
sabe probablemente, que su amigo Miaja había aceptado la presidencia de la Junta de Casado… Lo que
llega a saber es que el general Miaja reaparece en México donde ha conseguido trasladarse.
Una las esperanzas concebidas en el verano del 37 es trasladarse a México con los suyos. Una esperanza
que se derrumbará también como un castillo de naipes. En una carta fechada en Perpignan el 16 de agosto
comenta a Miñana: «(A) Max le dije lo suyo, está contento y yo estoy aquí esperando una carta suya que
me diga algo de todo cuanto quedamos convenido. De lo mío no sé nada, si lo tiene la junta (…) si se
encuentra en el despacho del Sr. Osorio y Tafall a quien escribo en estos momentos». Sabemos que estos
políticos republicanos se ocupaban de confeccionar las listas para acceder a los embarques hacia
México… ¿Quién podría ser ese Max con el que el sargento Fabra inicia abruptamente una frase? Un
pequeño misterio sin resolver para finalizar esta inacabada historia. Max Aub (hubiere sido fácil y
gratificante encontrarlo aquí) salió de España en febrero dejando gran parte de sus amados libros en el
Ateneo Mercantil de Valencia y en estas fecha se encontraba con Malraux en París, trabajando en el guión
de Sierra de Teruel y en la confección de su gran sinfonía literaria del exilio: El laberinto mágico.
Consiguió establecerse en México pero fue a partir de 1943. Fabra lo intentó y disponía de los
salvoconductos necesarios, pero en el último momento con el pie en la pasarela, un policía de Vichy le
sujeto por el brazo y le condujo, de nuevo, a tierra, tras consultar esa siniestra libretilla de tapas negras…
NOTA: El presente trabajo, es la última versión de la comunicación, que con este mismo título fue
aceptada en el Congreso Internacional: «Europa, 1939: El año de las catástrofes». (Barcelona, abril
2009.)
Fotografía
tomada
en
Chella
en
1937
seguramente
en
el
homenaje
a
Carlos
Fabra
en
la
Calle
Nueva
ANEXO
Con la finalidad de ofrecer algunos datos orientativos sobre la vida del sargento Fabra se ofrece la
siguiente guía cronológica:
07/02/1904 Nace en Chella (Valencia). ALF
1922 Voluntario. Instrucción Cuartel de la Montaña. ALF
01/02/1923 Empleo de sargento (destino Melilla). MD
11/04/1931 Se casa con Lucía Pardo Pareja. ALF
14/04/1931 Asiste proclamación II República (Madrid). ALF
1933 Destino: Zapadores Minadores nº 3 Paterna. MD
29/07/1936 Sofoca rebelión militar en el cuartel de Paterna. HUV/ HMV/BV
30/07/1936 Declara como sargento, primer jefe accidental batallón de Z-M., (sumario 1), en juzgado nº 3 de Valencia sobre
los sucesos de Paterna. AHN/Causa General, caja 1389. Pieza 2ª. Tomo LXX.
01/08/1936 Ascenso a teniente-jefe de Ingenieros en Paterna AGGCE- DNSD Exp. 394.
02/0871936 Es vitoreado por la guardia de Gobernación al cumplimentar al Ministro de la Guerra.
04/08/1936 Interviene en la toma del cuartel de Caballería. HUV/ BV de la Alameda en Valencia.
23/08/1936 Saluda a los 90.000 asistentes del ‘Gran Mitin’ antifascista del campo de Mestalla.HUV/BV.
31/08/1936 Ratifica y completa declaración de 30-07-36. AHN/ Causa General. Ibíd.
13/09/1936 Confirmado ascenso teniente (firma Largo C.). AGMA D.O.Nº 183.
06/09/1936 Preside junto a las autoridades valencianas la corrida de toros de UGT-CNT. Miaja asiste. HUV/BV.
08/01/1937 Capitán de ingenieros, 1º Jefe del Batallón de Barna. Exp. 791 Zapadores-Minadores nº 3 (Paterna). AGGCE.
01/03/1937 Capitán Ejército del Centro. Serie Militar 409/3 AGGCE 16/03/1937 Nombramiento (Largo C.) cargo anterior.
AGMA D.O. Nº 65.
26/04/1937 «Crónica» publica una carta suya a Miaja. Aparece «Pico y Pala» impulsado por Fabra. ALF.
30/11/1937 1º Jefe, (mayor de milicias) 17 Brigada Mixta. AGGCE/S- PS. Bilbao Exp.23.
dic. 1937 Consta (informe) que está al mando de la 17 Brigada Mixta, III Cuerpo de Ejército. AGMA/C.2507, Cp.1, D.1,
F.1, Cuartel General: Casa Viejo, Madrid. F.112. (Ex AGL).
28/04/1938 Envía su familia a Francia, y se alojan en una granja agrícola (Perpignan). FO.
mayo 1938 Sigue al mando de la 17 BM en ídem. AGMA/C.224.Cp.1, D.1, F. 29.
junio 1938 Escribe a los suyos desde la Escuela de Guerra (Ingenieros y Transmisiones) ALF.
27/02/1938 Autorización oficial para salir de España, en misión especial Ibíd.
02/03/1939 Vuela desde Alicante a Toulouse. Ibíd.
abril 1939 Se reúne con su familia en Perpignan. FO.
mayo 1940 La familia se muda a Narbonne. Los niños asisten a una escuela. ALF.
verano 1940 Los suegros regresan a Valencia. La casa de Chella ha sido requisada por Falange. TO.
julio 1941 Tiene noticia fusilamiento del rector Peset. Ibíd.
abril 1942 Tiene noticia de la detención de Julio Just. Ibíd.
12/04/1942 Obtiene visado para Méjico, pero la policía francesa les impide embarcar. ALF/FO.
04/03/1943 Es detenido por la policía de Vichy. Ibíd.
05/03/1943 Es internado en el campo de concentración del Vernet d’Ariège. ADA.
28/08/1943 Trasladado a Bordeaux para trabajar en Org. TODT. Un certificado médico permitirá regreso a Narbona. ADA.
agosto 1944 Deja de ser prisionero político. ALF.
otoño 1945 Relación con personalidades republicanas: Just, Miñana, Ballester, Puig, Sarabia... Ibíd.
1946/1947 Actividades clandestinas en las «Fuerzas Combatientes Republicanas del Interior». Ibíd.
año 1949 Se emplea como peón en las minas de azufre del Sur-Oeste y pierde un dedo. ALF.
año 1954 Despedido (con su hijo) por cierre de las minas. Ibíd.
1950 a 1960 Ya en Saint-Denís (París), crea cooperativas de ayuda a emigrantes españoles. Ibíd.
21/12/1957 Casa a su hija Leonor con el joven francés J. L.Portail. Julio Just es el padrino en la boda. Ibíd.
años 60 Trabaja en la fábrica Hotchkiss de armamentos. Afiliado a I. R., hace vida política y cultural. Ibíd.
18/02/1969 Su hijo Carlos, muere a los 37 años. Se agrava la úlcera que padece. «Pierde ganas de vivir». Ibíd. /FO.
06/07/1970 Muere en Saint-Denis. El féretro es envuelto con la bandera del Gobierno Republicano en el exilio. Julio Just,
pronunció el epitafio. ALF/HMV.
26/04/1986 Sus restos son trasladados por gestión de su hija Leonor y sepultados en Chella, en el marco de los actos
«Valencia capital de la República». Ibíd.
22/06/2006 Recibe el homenaje póstumo de Paterna a su heroísmo. HUV.
Fuente: Elaboración propia sobre los archivos, hemerotecas y fuentes orales.
Siglas: ALF: Archivo Leonor Fabra; MD: Ministerio de Defensa; HUV: Hemeroteca Universidad de Valencia; HMV:
Hemeroteca Municipal de Valencia; BV: Biblioteca Valenciana; AHN: Archivo Histórico Nacional; AGGCE: Archivo
General de la Guerra Civil Española; AGMA: Archivo General Militar de Ávila FO: Fuentes orales; ADA: Archivo
Departamental de l’Ariège.
1.- ELLIOT, John: «El oficio de historiador», en FERNÁNDEZ, R., PASSOLA, A., VILALTA, J. M., (coords.): John Elliot el oficio de
historiador, Lleida, Milenio, 2001, pp. 12-20.
2.- El 6 de octubre de 1933 Xammar titulaba así la crónica del día 5: ‘BAJO EL SIGNO DE LA SVASTICA. GOEBBELS DICTA LA
NUEVA LEY DE PRENSA ALEMANA’. «La nueva ley -escribía- lleva el nombre de ‘ley de redactores’. "De ahora en adelante los
redactores de los periódicos alemanes no estarán ideológicamente sometidos a un patrón, pero estarán sometidos, en cambio, a la autoridad
del estado". El día 14, informa sobre el resultado del plebiscito convocado por el gobierno de Hitler en apoyo de su política internacional:
«Se equivocó el ministro de Propaganda al anticipar que el 90 por ciento del censo electoral alemán votará ‘sí’ en el plebiscito… Ha votado a
favor el 94 por ciento. Se equivocó también el ministro al decir que en las elecciones para el Reichstag el número de votos recogidos por la
candidatura única nacionalsocialista no llegaría al 80 por ciento del censo. Ha pasado del 90. (…) La ciudad y el campo, fábricas y talleres,
pobres y ricos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos han respondido al llamamiento de Hitler.» Por último, el 12 de noviembre de 1935,
reproducía las palabras del dictador en la crónica del congreso nazi de Nuremberg: «Los enemigos principales del nacionalsocialismo fueron
siempre y seguirán siendo, tres: El marxismo judío y la democracia parlamentaria, pariente suya; el Centro Católico pernicioso en lo político
y en lo moral, y ciertos elementos burgueses de una tontería reaccionaria incorregible. De estos tres enemigos -recalcó- el más peligroso es el
primero: «el judío moscovita ha declarado de nuevo al mundo una guerra de destrucción…» Eugenio Xammar: Crónicas desde Berlín (19301936) Barcelona, El Acantilado, 2005, pp. 144, 145; 159, 160; 289, 293.
3.- SCHWARTZ, F.: La internacionalización de la Guerra Civil Española, Barcelona, Planeta, 1999, pp. 109-120.
4.- FUSI, J. P.: «Apaciguamiento y no intervención», El País (15-04-2004).
5.- SCHWARTZ, F.: Ibíd., p. 113.
6.- El esfuerzo de los gobernantes republicanos y en particular de Negrín por ganarse la confianza de Francia y Gran Bretaña, pese a la no
intervención, ha sido reconocido por autores como Moradiellos, Miralles, Jackson, Graham, Juliá, etc. No faltan autores tendenciosos como
Bolloten, Alba, Gorkin, Payne y Radosch, o neo franquistas como Jiménez, Comín, Vidal y Moa… que se esfuerzan en presentar a Negrín
como un sicario de Moscú. Angel Viñas en el libro citado más arriba (Barcelona, Crítica, 2008) explica que se practicó el «cortejo a las
democracias». Enamoramiento estéril pero consecuente con las políticas del Frente Popular identificado en buena medida con las
aspiraciones de las capas medias burguesas. Este ‘cortejo’ era ya una tradición republicana desde 1931: Chaves Nogales, desde Ginebra y
París, da cuenta de las cordiales relaciones establecidas por Lerroux con la Sociedad de Naciones y la embajada francesa: «Los españoles que
han desfilado por la embajada (…) han tenido la sensación neta de que realmente la República es un régimen democrático». Véase: Camba,
J., Gaziel, Plá, J., y Chaves, M: «La primera salida a Europa de la República», en: Cuatro historias de la República, Barcelona, Destino,
2003, pp. 226-235. Lo primero que hizo Giral el 20 dejulio de 1936, fue dirigir al gobierno francés (Blum) este telegrama: «Hemos sido
sorprendidos por peligroso golpe militar. Solicitamos se pongan inmediatamente de acuerdo con nosotros para suministro de armas y
aviones. Fraternalmente, Giral.» Alvarez del Vayo, Madariaga, Azcárate, Pascua… intentaron parar la guerra apelando a la mediación
británica o francesa. Alvarez y Modesto (entre otros) acompañaron a políticos ingleses en su visita al frente del Ebro como descubren las
fotos que ilustran el texto de Rojo, V.: España heroica. Diez bocetos de la guerra española, Barcelona, Ariel, 1975. Azaña hizo desde La
Vajol (4/2/39) su última propuesta a Jules Henry de un plan de paz que Francia e Inglaterra, con el apoyo de Estados Unidos, deberían
presentar a Franco. El plan no encontró eco. Nos lo cuenta Juliá, S.: Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940), Madrid, Taurus, 2008, pp.
446-447.
7.- Carece de sentido el uso sistemático de frases o expresiones tan manidas como: «Está/estamos haciendo historia», «hoy es un día
histórico» etc. Vale como formulación mediática, pero la historia siempre se escribe a posteriori de los hechos. Cuando estos sean
analizados, tiempo después, lo serán desde una ‘perspectiva histórica’ distinta en tiempo y lugar. Lo mismo ocurre con los protagonistas de
los mismos.
8.- ALPERT, M.: El Ejército Popular de la República 1936-1939, Barcelona, Crítica, 2007, p. 107.
9.- En el archivo de la familia Fabra, custodiado por su hija Leonor, al que en adelante llamaremos Archivo Leonor Fabra (ALF) figura el
pasaporte de su padre con visado de salida y sellos reglamentarios, fechado el día 2 de marzo de 1939 en el aeródromo de El Altet (Alicante),
cercano a la base aérea de Rabassa y autorizado durante la guerra para el transporte. Fabra despegó ese día en vuelo de Air France con
destino Toulouse. Tan solo cuatro días después, Negrín, tras abandonar las posición Yuste en la finca El Poblet de Elda, salió a primeras
horas del 6 de marzo, desde el aeródromo improvisado de El Mañà en el término de Monóvar (Alicante), en un Douglas que pilotaba Hidalgo
de Cisneros, también, por cierto, con destino Toulouse.
10.- ALF: Notes (21/02/09).
11.- GIMÉNEZ CABALLERO, E.: «Memorias de un dictador», Historia 16, nº 6 (1976), p. 145. Giménez que fue un ideólogo fascista,
publicó en 1923: Notas marruecas de un soldado español, donde criticó la política norteafricana de la monarquía, tras hacer allí el servicio
militar de «cota» (pago). Casualmente coincidió su estancia con el comienzo de la experiencia africana de Fabra. Pero no fue la única
coincidencia. También hizo la instrucción en el Cuartel de la Montaña. El destino de ambos se cruzó dos veces sin coincidir y para seguir
caminos muy distintos.
12.- AHN/Causa General, Caja 1389. Pieza Segunda. Tomo LXX.
13.- El telegrama de Luis Lucia, jefe de la Derecha Regional Valenciana, contribuyó, sin duda, a desmovilizar a sus partidarios en apoyo de
la rebelión militar. Bien caro le costó al político valenciano el cumplimiento de su deber democrático. Pero no fue suficiente para desactivar
el arsenal explosivo de los cuarteles. Contribuyó, y mucho, a paralizar iniciativas golpistas la temerosa -para algunos, vergonzosa- actitud del
general González Carrasco, enviado de Franco para dirigir a los rebeldes.
14.- SALAS LARRAZÁBAL, R.: Historia del Ejército Popular de la Republica 1. De los comienzos de la guerra al fracaso del ataque
sobre Madrid (noviembre de 1936), Madrid, La Esfera de los libros, 2006, pp. 227 y 228.
15.- TALON,V.: Defensa, nº 284, Madrid, 1975, p.14.
16.- VIDAL C., J. A.: «La guerra civil de Carlos Fabra», El Punt (juny/juliol, 2006), p. 7.
17.- VIDAL C., J. A.: «Mito y memoria del sargento Fabra», El Periòdic de Paterna, (abril, 2006), p. 9.
18.- Mainar, E.: «El fracaso de la sublevación militar», en Girona, A., y Santacreu, J. M.: (Dir.): La Guerra Civil en la Comunidad
Valenciana, Valencia, Prensa Valenciana/Prensa Alicantina/, 2006, tomo 2, pp. 66-67 y 137-138.
19.- ALF: Notes: (21/02/02), p. 2
20.- Ha quedado constancia en testimonios orales de que Fabra, salvando distancias y comparativas ideológicas con otros personajes de la
época, fue algo así como un ángel protector para personas (incluidos sacerdotes y derechistas), a las que evitó una muerte cierta, por envidias
o injustificadas sospechas, tanto en Chella como en Valencia. Familiares de estas personas testimoniaron agradecimiento a su hija
posteriormente.
21.- José Miaja Menant estuvo afiliado a la UME, formación derechista del Ejército. Durante la guerra se afilió al PCE, junto al general
Rojo, que también perteneció a la UME. Ambos rompieron sus fichas en el registro militar pero quedó constancia por escrito. Miaja se
desmarcaría del PCE para presidir la junta de Casado en los últimos días. Véanse: Rojas, C.: «José Miaja. El defensor de Madrid», en
Retratos antifranquistas, Barcelona, Planeta, 1977, pp. 200 a 212; Suero, M. T.: «José Miaja Menant. Una vida fluctuante» en Militares
republicanos en la guerra de España, Barcelona, Península, 1981, pp. 233 a 266; Madridejos, M.: Miaja Menant, José, entrada del
Diccionario onomástico de la guerra civil. Las fuerzas en presencia, Barcelona, Flor del Viento, 2006, pp. 228-231. Muy interesantes son las
apreciaciones de ALPERT, M.: Ibíd., pp. 69, 99 y 112 a 121… No puede decirse lo mismo, según este mismo autor, de la biografía escrita
por Somoza, L.: El general Miaja, México, 1944.
22.- El mejor ejemplo del contraste de personalidades entre Miaja y Fabra queda reflejado en la foto tomada en la plaza de toros de Valencia
(agosto de 1936) por el reportero valenciano Finezas. Miaja sonriente, orondo y de particular; Fabra serio, atlético y perfectamente
uniformado.
23.- Ya hemos comentado las veleidades políticas de Miaja. Fabra se afilió a Izquierda Republicana en el exilio al término de la II Guerra
Mundial. Perosu relación con el partido de Azaña y el trato con algunos de sus dirigentes como Julio Just y Federico Miñana, también
valencianos, fue fraternal.
24.- ALF: recortes de prensa (sin fecha). Llama la atención el uso de las palabras revolución y revolucionario, en la carta de Fabra, publicada
días después de acabado el II Congreso Internacional de Escritores en defensa de la cultura, con sesiones iniciales en Valencia a las que
presumiblemente pudo asistir el ex sargento. Términos que estaban en desuso en el vocabulario frentepopulista, al menos desde que se
consolidara la existencia del Ejército Popular y se acentuara en él el dominio del PCE. Manuel Aznar en un artículo sobre el evento
(http://hipatia.uab.cat/exposiciones/exili/1937/aznar.asp) señala: «Ese cambio de un Congreso Internacional de Escritores «en defensa de la
cultura» y no «revolucionarios» no era baladí sino que venía a expresar la nueva política cultural antifascista que iban a impulsar desde
entonces los Partidos Comunistas».
25.- Lucía Pardo refirió a sus hijos una anécdota que ilustra la humanidad de su hijo. Tras una visita de inspección al frente del Guadarrama,
regresó con los pies maltrechos, pero convencido de haber hecho lo correcto al regalar sus botas a un soldado que tenía agujereadas las suyas
(ALF. Ibíd)
26.- Los datos que permiten reconstruir el trasiego de destinos están tomados de «La hoja de servicios del Capitán D. Carlos Fabra Marín
perteneciente al arma de Ingenieros» que figura en el ALF aunque está por confirmar su procedencia.
27.- ENGEL, C.: Historia de las Brigadas Mixtas del Ejército Popular de la República 1936-1939, Madrid, Almena, 1999, pp. 31, 32 y 40.
28.- Valencia fue capital de la II República española entre el 7 de marzo de 1936 y el 31 de octubre de 1937. Una de las escasas recreaciones
de la capitalidad valenciana de la República española es la novela de Martínez de Pisón, I.: Enterrar a los muertos, Barcelona, Seix Barral,
2005, siguiendo los avatares de José Robles, traductor de John Dos Passos, intérprete al servicio de la República que a comienzos de 1937
desapareció misteriosamente en Valencia. Según PRESTON, P.: Idealistas bajo las balas, Barcelona, Destino, 2007, Robles trabajó como
enlace entre el general Miaja y el general soviético Górev, quien fue víctima de las purgas de Stalin.
29.- Entrevista realizada por el autor a Leonor Fabra y Vicente Durban en Valencia el 03/07/2005.
30.- ABAD, V.: Valencia, marzo de 1939, Ayuntamiento de Valencia, 1987, pp. 12-17.
31.- CASTELLANO, A.: «Carlos Fabra Marín. Sargento Fabra» fragmento de Historias de la traca, texto inédito, ‘recogido de una
narración de un miembro de la guardia de Miaja’ (sic) según reza en una nota del original mecanografiado, pp. 15 y 16.
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