RECITAL DE PIANO JORGE GARCÍA HERRANZ Patrocinan ESCUELA TÉCNICA SUPERIOR de INGENIEROS de TELECOMUNICACIÓN Salón de Actos del Edificio C Avda. Complutense 30 (Ciudad Universitaria) Lunes 18 de abril de 2.016 19:30 horas PROGRAMA JORGE GARCÍA HERRANZ Enrique Granados (1867-1916) I Danzas españolas Minueto Oriental Villanesca Andaluza Asturiana Danza triste Zambra Arabesca II Goyescas (Los majos enamorados) Requiebros Coloquio en la reja Fandango del candil Quejas o la maja y el ruiseñor El amor y la muerte Epílogo: serenata del espectro Nacido en 1970 en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), Jorge García completa sus estudios musicales en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid: piano, música de cámara, clavecín, contrapunto y fuga, composición y dirección de coro con las más altas calificaciones. Son sus profesores Manuel Carra, Edith Picht Axenfeld, Atty Lengyel, aunque también recibe consejos de Emile Naumoff, Esteban Sánchez, Joaquín Achúcarro. Dos veces premiado en el Concurso Internacional Bach (Saarbrücken) 2001,2004, Primer premio en el Concurso Internacional Piano Igor Nikiforov (Paris 1998), Primer premio en el Concurso Centralizado de Clavecín de Paris 1996, Premio Andrés Segovia 1990. Es becario de Juventudes Musicales de Madrid en 1992, al igual que de la Fundación Sofía Puche 1993. Ha ofrecido conciertos en España, Alemania, Sudáfrica, Méjico y Francia, donde llevó a cabo un ciclo de conciertos con la integral de las Sonatas de Beethoven en la Fundación Heinrich Heine de Paris 2003-2005, un ciclo de siete conciertos con las obras más importantes de Chopin (sonatas, baladas, scherzos, preludios, valses, impromptus, estudios, polonesas,...), una serie de recitales con violín, bajo el tema: la sonata clásica, Mozart y Beethoven, donde se incluye la integral de sonatas de Beethoven, y un ciclo dedicado a Bach, con las 6 partitas, 6 suites francesas, las tocatas y el primer libro del clave bien temperado. Junto con su amigo Angel Huidobro, forma un dúo de piano, tangopuntodos, con dos discos publicados con repertorio de tango, tanto clásico, como moderno (www.tangopuntodos.com). Tambien se presenta en sólo, ofreciendo la pasión y la elegancia del tango, a través de autores como Piazzolla, Salgán, Troilo, Gardel, etc., con arreglos originales. Recientemente ha grabado un Cd con la música de Astor Piazzolla. Apasionado de la improvisación, suele acompañar películas mudas, algún ejemplo: Metropolis, Asphalt, Nosferatu, Fausto, El abanico de Lady Windermere, Las aventuras del príncipe Ahmed... Desde 1998, es profesor acompañante en el Conservatorio Darius Milhaud en París, ciudad donde reside actualmente. NOTAS AL PROGRAMA Danzas Españolas Pese a ser hijo de un capitán de ejército, Enrique Granados y Campiña dio muestras a temprana edad de poseer un talento musical envidiable. Nacido en Lérida en 1867, a sus siete años la familia debió trasladarse a Barcelona, donde el padre, contumaz, consiguió que un colega de armas, otro capitán, diera al pequeño Enrique sus primeras lecciones de piano y solfeo. Tal era la facilidad para aprender que mostraba el muchacho que al poco tiempo sus padres decidieron proporcionarle una educación musical. Fue el inicio de un camino sin sobresaltos, solo interrumpido por las penurias que debió enfrentar a raíz de las dificultades económicas que, muerto el padre, llevaron al joven Granados a convertirse en el proveedor de una familia numerosa. Calificado por uno de sus profesores como el alumno más brillante que había tenido nunca, el joven Enrique, que a los diez años había dado sus primeros conciertos en público y que en 1883 había ganado el concurso de la Academia para pianistas noveles, debió abandonar sus estudios en 1886 para ofrecer sus servicios como pianista en los cafés de Barcelona, llegando a tocar hasta cinco horas diarias en uno de ellos. Pero simultáneamente tuvo la fortuna de ser contratado por un acaudalado empresario como profesor de sus hijos con un sueldo muy conveniente. Con ese dinero más el apoyo del empresario y otras pesetas adicionales obtenidas a costa de interpretar refritos operísticos en los cafés, en septiembre de 1887 marchó a París, visto que en España no estaba garantizado que pudiera completar sus estudios musicales. Pero al poco de llegar, enfermó de fiebres tifoideas, y cuando quiso postular al Conservatorio ya había superado la edad máxima de ingreso. Por ello, debió tomar clases privadas con un destacado profesor que en ese momento contaba entre sus discípulos a un alumno bajito, elegantemente vestido, cuyo nombre era Maurice Ravel. De esa época, al parecer, data una buena parte de sus Doce Danzas Españolas, si bien el autor declaró en cierto momento que la mayoría había sido compuesta en 1883, cuando contaba sólo dieciséis años. Pero en París no consiguió editores. De regreso a Barcelona en 1889, pudo editarlas individualmente con una prestigiosa firma. Las Danzas españolas son, junto a Goyescas y, en lo vocal, las Tonadillas, base máxima de la popularidad y el reconocimiento artístico de Enrique Granados como compositor. No son, ni mucho menos, sólo músicos españoles los que ensalzan el valor de la obra. Un hombre tan representativo en el paisaje nacionalista ruso como César Cui, habla con entusiasmo: «Gracias, muy cordialmente gracias, por sus Danzas españolas. ¡Son preciosas! Encantadoras por melodía y armonización. ¡Cómo es curioso que todas las auténticas, ricas muestras populares de ciertas naciones tengan un aire parecido y de familia que proviene de los modos antiguos en que fueron escritas! Sus canciones tienen un tal carácter de originalidad individual, que no esperaba encontrar este parecido.» Granados no armoniza melodías «folclóricas». Sus motivos son originales pero nacen en espíritu de lo popular. Surge así el fruto personal, de proximidad popular. Larregla y el Padre Nemesio Otaño muestran su calurosa aprobación. El autor está feliz: «Nuestra última danza va divinamente. Te aseguro que te gustará.» Lo escribe a su esposa, destinataria en época de noviazgo —«A la señorita Doña Amparo Gal»— de la primera danza. Sin que nos hallemos ante la obra redonda, madura, sí cabe referirse a una colección de calidad, atrayente, cuidada, al margen de la búsqueda, con los años, de un lenguaje más ambicioso. Podría considerarse el porqué de la no utilización de temas populares. Quizá surja de un deseo de mayor libertad por parte del autor, que de otra forma podría ver limitado su vuelo. Y por eso mismo tampoco emplea literarios programas. Quiere —dentro de la filiación romántica española— hacer simplemente buena música, sin españolada, con delicadeza antes que brillantez, sin afectaciones, aunque algún trasplante o arreglo posterior — ¡esa «Quinta» incorporada al mundo vocal!, ¡esos empleos con misiones coreográficas!— hagan tambalear el propósito noble. La colección se distribuye en cuatro cuadernos, a tres danzas por cada uno. Como la Iberia albeniziana, aunque la prioridad cronológica de Granados resulta evidente. En las Danzas Españolas se hace compatible el espíritu popular —en el estilo popular— y el aristocratismo, la distinción, ambos espontáneos. La obra supuso el primer reconocimiento internacional de Granados, recibiendo el efusivo elogio de compositores consagrados de la talla de Saint-Saëns, Massenet y Grieg. La serie de doce piezas para piano se constituyó así en una de las máximas aportaciones al repertorio pianístico español del siglo XIX. Goyescas En 1910 Granados tiene ya culminadas dos de sus partituras más recordadas: las Tonadillas al estilo antiguo para voz y piano, y Goyescas para piano. Desde finales de la década de 1890, el compositor se venía interesando por la cultura de finales del siglo XVIII español, especialmente por la obra de Francisco Goya, cuyos óleos y aguafuertes fueron expuestos al cumplirse los ciento cincuenta años de su nacimiento en 1897. En unión de la Iberia de Albéniz, Goyescas tiene asegurado un puesto destacado en la historia del pianismo español de altura. En una carta escrita por Enrique Granados a Joaquín Malats en 1910, un año antes del estreno, informa al gran pianista: «He compuesto una colección de Goyescas de gran vuelo y dificultad. Son el pago de mis esfuerzos por llegar. Dicen que he llegado. Por fin encontré mi personalidad. Me enamoré de la psicología de Goya y su paleta; de su maja señora; de su Maja aristocrática; de él y de la duquesa de Alba; de sus pendencias, amores y requiebros; aquel blanco rosa de las mejillas, contrastando con las blondas y terciopelo negro con alamares; aquellos cuerpos de cinturas cimbreantes, manos de nácar y carmín, posadas sobre azabaches, me han trastornado...» Granados no renuncia al pretérito de su creación. Utiliza, incluso, temas propios. De jácara, para el tema de Coloquio en la reja; de ovillejos, para el Fandango del candil. Pero en su inmensa mayoría, todo surge en su mente con frescura espontánea y se realiza con delectación. Tiene conciencia de lo alcanzado y se rebela contra cualquier juicio no ya adverso, incluso con todo el que coge alguna reserva: «He tenido la dicha de encontrar algo grande. Las Goyescas, los majos enamorados, llevan ya mucho andado. En su paso por el sendero de la verdad se han cebado en los alamares de las vestiduras goyescas una serie de reptiles. Gracias a ellos me voy perfeccionando. Me sirven como punto de comparación y sin esfuerzo alguno siento elevarme sobre ellos. Perdonemos.» Y la confesión: «Goyescas es una obra para siempre. Soy un convencido.» Si pensamos en la mesura proverbial del artista y establecemos la comparación, podrá captarse hasta qué extremo es un firmísimo creyente en el valor de su obra. Bien justificado. El tratamiento pianístico es de máxima madurez. Recoge el fruto de experiencias y trabajos anteriores, depura las calidades, consigue la mayor flexibilidad en las frases libres, originalidad en las curvas melódicas, encanto en el fondo armónico. Y poesía. Poesía a raudales. Vuelo innovador. Brillantez que nace del carácter mismo de lo escrito. «No olvidaré jamás —dice Manuel de Falla— mi lectura de la primera parte de Goyescas; aquellas frases tonadillescas traducidas con tal sensibilidad; la elegancia de ciertos giros melódicos, unas veces impregnados de ingenua melancolía, otros de alegre espontaneidad, pero distinguidos y sobre todo evocadores, como si expresaran visiones interiores del artista.» Goyescas se distribuye en dos cuadernos y un número independiente, El pelele. La primera parte se abre con Los Requiebros, pieza de gran envergadura técnica. Se trata de una Jota, cuyos ritmos se intercalan con gran fantasía y un colorido desbordante. Es un alarde de contrapunto, brillante hasta el máximo esplendor. La destacada ornamentación (mordentes, trinos, arabescos) hace pensar en maestros como Scarlatti, el Padre Soler o Mateo Albéniz. consustanciales en Granados. En la parte central se intercala un bello canto expresivo de hermosa melodía. El tresillo empaña el diseño rítmico de la pieza, recordando el soniquete de la castañuela. Atención especial merecen los últimos pasajes que encierran el más complejo virtuosismo y la mayor dificultad técnica. El Coloquio en la reja, inspirado en ambiente de amor y tragedia, representa un magnífico contraste que exige al intérprete una dulzura especial para abordar estos pentagramas llenos de encanto, melancolía, fogosidad, sensualidad... Las propias indicaciones del maestro mueven a la reflexión: «Todos los bajos imitando la guitarra», «con ternezza», «legato en las notas graves» y sobre todo reina el rubato a la española, difícil de proporciones, elegante pero atrevido. Quejas, o la maja y el ruiseñor es el fragmento más popular y, quizá, el más inspirado. Los numerosos trinos hacen audibles los cantos de la maja y del pajarillo. El romanticismo imperante en toda la pieza, deja traslucir la gran tensión emocional (cadenza ad líbitum). Se trata de una auténtica joya del repertorio pianístico, por su gran calidad en la elaboración y la forma. Para su adecuada interpretación es conveniente recordar unas indicaciones del propio Granados: «Con celos de mujer, no con tristeza de viuda». La segunda parte de esta colección se inspira en la dialéctica de El amor y la muerte, presente en los Caprichos de Goya. Lo más sorprendente de estas páginas es la sencillez de su forma y su escritura tan poco recargada. Sin embargo, los efectos son empleados con el mejor gusto en la recopilación de temas previamente escuchados, extraídos de las piezas ya comentadas. En el momento cumbre el tema de la maja, cobra un acento doloroso. La indicación es significativa: «Muy expresivo y como felicidad en el dolor». Finalmente, llega la Serenata del espectro, epílogo que remite a la fantasía delirante del último Goya. Es un allegretto misterioso, de intención fantasmagórica en la copla. Un espectro castizo, tonadillesco, esquelético, desaparece templando las cuerdas de su guitarra... La gallina ciega, de Francisco de Goya El Fandango de Candil, basado en la tonadilla de Las Currutacas modestas, es una danza rítmica repleta de riqueza armónica. El piano se hermana con la guitarra, siendo siempre fiel a la elegancia y el refinamiento