La Gaceta núms. 533-534 del FCE. Mayo-Junio de 2015

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C TRA S TRAMA S
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¿Y ahora qué les parece su complot?
—FILIBERTO GARCÍA
Además EL PÁJARO
TRASMUTADO
EN PIEDRA
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Ilustración: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
533/534
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Esquina del adiós
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E DI TOR I A L
Rafael Bernal:
complot y otras tramas
—————————
6
Rafael Bernal
a cien años
de su natalicio
ALFONSO DE MARIA Y CAMPOS
10
Primeras obras
de Bernal en el Fondo
VICENTE FRANCISCO TORRES
12
El complot mongol
(novela gráfica)
R A FA E L B E R N A L ( A DA P TA C I Ó N
DE LUIS HUMBERTO CROSTHWAITE,
ILUSTRACIONES DE RICARDO PELÁEZ)
14
Jesús Reyes Heroles
y la política
FERNANDO ESCALANTE GONZALBO
14
El pensamiento vivo
de Reyes Heroles
E M I L I O C H UAY F F ET C H E M O R
16
Alfa y omega
de Reyes Heroles
Á LVA R O M AT U T E
17
Reyes Heroles:
el maestro y el lector
E
n la introducción a Alfonso Reyes, “un hijo menor de
la palabra” —obra aparecida en las semanas recientes pero inscrita en el programa de festejos por las
primeras ocho décadas del Fondo—, Javier Garciadiego sostiene que el escritor regiomontano es víctima de un fenómeno geográfico-literario: como en la
ancha cordillera alfonsina no hay una cumbre indiscutida, a los paseantes recién llegados les cuesta trabajo orientarse y emprender el ascenso. A Rafael
Bernal, cuyo centenario de nacimiento se cumple a
finales de junio, le aqueja el mal inverso: El complot mongol brilla tanto que
ha opacado al resto de su abundante producción. El Fondo ha querido participar en la fiesta bernaliana llamando la atención sobre esas otras tramas
de su literatura, sin olvidar desde luego el relato protagonizado por el rudo
Filiberto García.
Luego de una muestra mínima de su desconocida faceta lírica, este número de La Gaceta arranca con la veloz semblanza de don Rafael preparada
por Alfonso de Maria y Campos, frecuentador de la obra y la vida de su colega en la diplomacia nacional, como puede confirmar quien se asome al texto
de bienvenida a El Gran Océano, esa magnífica obra de historia redactada
por un diletante, no por un académico. Y es que Bernal fue un hombre de
letras con y sin credenciales: en sus cien años hemos recuperado la que fue
su tesis de doctorado, que vio la luz en una edición casi clandestina del Banco de México y que hoy reaparece en Lengua y Estudios Literarios. Antes
habían aparecido con nuestro sello dos volúmenes de prosa, reseñados en
esta entrega por Vicente Francisco Torres.
Una colección de novelas breves y cuentos de corte policiaco es parte de
nuestra invitación a ver las otras tramas de la narrativa policiaca de Bernal,
en las que plantea acertijos que se resuelven con gracia e ingenio. Pero quizás el plato fuerte de esta celebración sea la sorpresa que les reservamos a
nuestros lectores: tras más de dos décadas de trabajo de Luis Humberto
Crosthwaite y Ricardo Peláez, guionista y dibujante respectivamente, nos
preparamos para publicar, en coedición con el Grupo Planeta, una novela
gráfica basada en la intriga internacional que Bernal hizo confluir en el Barrio Chino de la Ciudad de México; en nuestras páginas van tan sólo dos planas que permiten imaginar la estupenda adaptación a un género que prefigura otra adaptación, en proceso, esta vez al cine. Agradecemos desde aquí, primero, a todos los que contribuyeron a que ese proyecto naciera y, luego, a los
que ayudaron a vencer los obstáculos que lo mantuvieron oculto en un cajón.
Esta Gaceta aloja también las contribuciones de quienes, en marzo, participaron en el homenaje a Jesús Reyes Heroles a treinta años de su fallecimiento, ocasión que sirvió para que publicáramos una antología preparada
por Eugenia Meyer, en la que se subrayan dos características de este “hombre de acción, hombre de historia”.
Y cerramos con un paseo, de la mano de Freja Cervantes, por los primeros 75 años de Tezontle, nuestra colección para los libros sin colección.
Aprovechamos este párrafo para notificar a nuestros lectores que, al menos
por lo que resta del año y en atención a las políticas de austeridad a que nos
orillan las circunstancias nacionales y foráneas, La Gaceta aparecerá bimestralmente, con números dobles (éste, por ejemplo, es el 533-534).W
R A U D E L ÁV I L A
18
18
CAPITEL
NOVEDADES
José Carreño Carlón
León Muñoz Santini
D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E
ARTE Y DISEÑO
Tomás Granados Salinas
Andrea García Flores
D I R E C TO R D E L A G AC E TA
F O R M AC I Ó N
Martha Cantú, Adriana Konzevik,
Susana López, Alejandra Vázquez
Ernesto Ramírez Morales
V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T
C O N S E J O E D I TO R I A L
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
IMPRESIÓN
20
El pájaro trasmutado
en piedra: 75 aniversario
de Tezontle
F R E JA I . C E RVA N T E S
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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,
Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado
de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas
Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto
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RAFAEL BERNAL: COMPLOT
P O ES Í A Y OT RAS TRAMAS
Dramaturgo, historiador, novelista, cuentista, publicista, historiador,
guionista de cine, radio, y televisión: la pluma de Rafael Bernal tejió un entramado
complejo para el que se sirvió toda clase de géneros. Pocos recuerdan que la hebra
inicial de esta urdimbre fue la poesía. De uno de sus primeros libros,
Improperio a Nueva York, extrajimos un puñado
de versos para abrir este festejo
Esquina del adiós
R A FA E L B E R N A L
Para decirse adiós cualquier esquina es buena,
una esquina del tiempo o del aire o de la vida.
En el adiós complotan los trenes y pañuelos
y el desusado llanto…
Cualquier esquina es buena
para romper el hilo, para clavar la ausencia.
Te estrecharé la mano
sin pañuelos ni llanto y sin rumor de trenes,
solamente tu cara, tu sonrisa y el sol.
Ya luego vendrá el tiempo con la angustia del llanto
y los ojos crispados en recuerdos viajeros;
pero ahora, tranquilos,
cualquier esquina es buena para decirse adiós. W
(1939)
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Ilustración: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
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DOSSIER
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CoTRA S TRAMA S
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Bernal fue un aventajado autodidacta,
dueño de talentos diversos, dispuesto siempre a recorrer
este mundo y a inventar otros. Su trashumancia lo hizo
recorrer su patria, su continente y el lejanísimo oriente,
enamorado de la vida que se desarrolla en torno al mar.
Acompañémoslo en su caminar por países y géneros,
en algunas de sus aventuras dramáticas y narrativas,
verdaderos ejercicios de análisis antropológico.
Y veamos qué tan bien funciona en monitos
su magistral retrato de la corrupción
y la violencia en el México
de mediados del siglo XX
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Fotografía: A R C H I VO D E L A FA M I L I A B E R N A L
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
A RTÍ C U LO
Rafael Bernal
a cien años
de su natalicio
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Ilustraciones: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
La vida del autor cuyo centenario celebramos en junio estuvo marcada por su origen familiar
y su vocación trashumante. De origen acomodado, Rafael se fue construyendo a sí mismo
imponiéndose retos —personales, literarios, incluso políticos— que lo conducirían por una
sinuosa y muy rica trayectoria vital. Arrancamos este homenaje a su obra con una sucinta
biografía preparada por quien también prologó para el Fondo El Gran Océano
Para Idalia Villarreal y para todos los hermanos,
hijos y sobrinos de Rafael Bernal. En particular,
Rafael Bernal Arce y Carlos Bernal Verea
LA FAMILIA
Rafael Bernal y García Pimentel nació en la Ciudad de
México el 28 de junio de 1915. En ese año la famosa generación de los Siete Sabios iniciaba su ascenso en la
vida nacional. Fueron sus padres don Rafael Bernal
Bernal y doña Rafaela García Pimentel y Elguero. Por
el lado materno, sus antepasados —tanto los García
Pimentel como los Elguero— habían sido todos ricos
propietarios y muy destacados hombres de letras del
siglo xix mexicano.
Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), bisabuelo
de nuestro Rafael Bernal, sumó a sus miles de hectáreas en el campo varias decenas de libros salidos de su
pluma. Investigador, historiador de México y lo mexicano, García Icazbalceta heredó a su hijo Luis García
Pimentel (1855-1930) ambas riquezas, que éste supo
incrementar al convertir en empresas azucareras las
haciendas de Tenango y Santa Ana en Morelos, así
como al publicar materiales inéditos de su padre y
otros que fueron resultado de sus propias investigaciones. Casó Luis García Pimentel con Susana Elguero
y Pérez Palacios; entre sus hijos se contaría a Rafaela
García Pimentel y Elguero, futura madre de Rafael.
La otra rama materna, los Elguero, constituía una
vertiente igualmente culta, rica y católica. Basta recordar al ilustre abogado y ministro de Comonfort,
don José Hilario Elguero (1815-1867), quien se unió en
matrimonio a doña Rafaela Pérez Palacios y cuya descendencia incluyó a la mencionada abuela de Rafael
Bernal, Susana.
Por lo que se refiere a las haciendas del abuelo materno en Morelos —Tenango, Santa Clara y San Ignacio—, concentraban más de 68 mil hectáreas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, incluidas obras de
riego y la parte fabril que antes de la Revolución era la
más importante del estado de Morelos, entonces el
cuarto productor mundial de azúcar. Pero además
esta región alojaba una sugestiva veta literaria. En
efecto, según nos relata John Womack, biógrafo de
Zapata y quien glosó también las memorias y correspondencia inéditas de Luis hijo —tío de Rafael—, la
vida rural antes y después de la Revolución, entre 1906
y 1920, es un material rico y novelable. Basta leer alguno de los pasajes memoriosos del tío Luis dirigido a
sus hermanos Joaquín, Lola y Rafaela, esta última
madre del escritor y diplomático, para comprobar que
aparecerían de nuevo, treinta años después, en las
fuertes y realistas novelas rurales de Rafael Bernal.
AUTOEXILIO EN LA SELVA
Poco después de la muerte de su abuelo materno, Luis
García Pimentel, en 1930, al término de la guerra cristera en México, el quinceañero Rafael Bernal salió a
Montreal para estudiar su bachillerato en filosofía y
letras en el Loyola College de los jesuitas. Fue ahí
donde aprendió y perfeccionó los idiomas inglés y
francés que habrían de sustentar su carrera diplomática. Después regresó a México para concluir sus estudios preparatorios en los colegios Francés de San Borja y en el Instituto de Ciencias y Letras, ambos de la
ciudad capital.
En 1933, con sólo 18 años de edad, Rafael Bernal
decidió probar fortuna en Chiapas con el famoso “oro
verde”: el cultivo del plátano. Si bien el resultado fue
un rotundo fracaso en lo económico, que él, con su ingeniosa ironía, recordaría después: “¡qué oro verde ni
que nada, puro loro verde fue lo que encontré!”; en lo
intelectual y lo humano mucho fue lo que aprovechó
con este autoexilio en la selva chiapaneca. Al rico patrimonio de imágenes bucólicas de Tenango y La Gavia, ese campo del México del Altiplano, vino a sumar
la exuberancia y crueldad de la costa, la sierra y la selva chiapanecas. Éstas le dieron un material riquísimo
que supo explotar durante muchos años en cuentos,
novelas y obras de teatro. Su estancia en el sureste
mexicano se prolongó tres años, hasta 1936.
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Fue ésta, sin duda, una oportunidad para perderse
en la selva, alejarse de la “civilización” y encontrarse
consigo mismo y con Dios. Beber, fumar y abrir los
sentidos para conocer el mundo brutal de la selva y
sus horrores. Hasta Chiapas, cuenta la tradición familiar, fue su queridísima hermana mayor Lola Bernal de Yturbe para arrancarlo del influjo destructor
de la selva que amenazaba con enloquecerlo. Recrearía esta experiencia el protagonista de su futura novela de ciencia ficción —Su nombre era muerte (1947)—,
un misántropo alcohólico refugiado en un caríbal lacandón que sólo saldrá parcialmente de su sopor etílico y su marasmo intelectual y religioso al decodificar
el zumbido de los mosquitos, su lenguaje, y comunicarse con ellos para planear el sometimiento de la terrible raza humana que lo ha condenado al ostracismo. Sólo el amor por una antropóloga y el encuentro
final con Dios evitarán que se cumpla ese malévolo
plan, así se traduzca esto en un fracaso personal.
EUROPA Y UNA DENUNCIA LITERARIA
DE LA BARBARIE EN LA CIUDAD,
EL CAMPO Y LA SELVA
Arrancado de los horrores de la selva, que, como él
bien sabía, todo lo destruye, Rafael Bernal regresó a la
Ciudad de México y coqueteó con la idea de estudiar
alguna carrera universitaria, como Derecho o Filosofía y Letras, y siguió algunos cursos pero decidió entonces ir a probar fortuna a Europa. Más tarde, en su
edad madura como diplomático, lamentó no contar
con una carrera universitaria, “con los papeles al menos”, que le permitiera convertirse en académico, profesor e investigador. Hacia fines de la década de los
años treinta, colaboró como guionista en dos películas de la naciente industria del cine mexicano. Con lo
ahorrado, partió a Europa a estudiar, escribir y abrirse nuevos horizontes.
Llegó pues a París, donde estudió cinematografía, lo que le serviría para elaborar luego sus guiones dramáticos y de radio y televisión. También
trabajó en el periodismo y enviaba regularmente
crónicas y artículos para periódicos de México como
Excélsior y Novedades. La segunda Guerra Mundial
había comenzado y poco antes, en una visita a Berlín, según relata su familia, fue testigo de Hitler
frente a las masas del pujante nacionalsocialismo.
Todo esto habría de dejar una viva impresión en el
joven veinteañero. También conoció Nueva York y
más tarde la costa oeste: Hollywood, “la Meca del
cine”, donde también probó fortuna como guionista
y se acercó a actores como Dolores del Río y Jorge
Negrete.
En 1941 publicó su primera obra literaria formal
bajo el título de Federico Reyes el cristero, en la serie
Prosas Breves de la editorial Canek, que fundó con
José Muñoz Cota. Se trata de un elaborado pero eficaz
poema narrativo, una especie de corrido, lleno de imaginería popular y religiosa que canta el drama de los
cristeros y en donde el protagonista es un hombre “rápido en el combate y lento en el consejo”.
Dos años más tarde, en 1943, ya de regreso en México, Bernal pasa de la denuncia cristera al gripo anticapitalista. El tema no puede ser más cosmopolita: la
ciudad de Nueva York; pero el tono es crítico y desgarrado, lo que, a pesar de sus orígenes sociales, lo aleja
de la generación literaria que lo antecede, la de los llamados Contemporáneos. Así, bajo el exótico sello de
ediciones Quetzal —probablemente de su propia creación también—, Improperio a Nueva York y otros poemas retrata esa nueva jungla, la de asfalto, la urbe capitalista denigradora del hombre, racista y destructiva. El subtítulo que Bernal dio a su obra fue el de
Poema en tres barbaries y dos intermedios civilizados.
Esta crítica al capitalismo racista, a la explotación del
hombre por el hombre, lo mismo evoca el “edén subvertido” de los indios aborígenes y sus canoas y venados, que lamenta la suerte del europeo y el negro.
A mediados de la década de 1940, Rafael Bernal se
casó con Pilar Arce. Con ella procreó a sus tres primeros hijos: Rafael, Francisco y Pilar Bernal Arce. La ra-
a
dio, la publicidad y la televisión, con sus nuevos teleteatros, fueron entonces su fuente de trabajo. También se integró a la docencia, en la Escuela Nacional
Preparatoria de la unam.
Cierra este primer ciclo de publicaciones una novela corta. Se trata de la original Memorias de Santiago
Oxtotilpan, publicada por editorial Polis en 1945,
acompañada con unas xilografías de Abelardo Ávila.
Es una novela antiagrarista, en la que el pueblo, como
protagonista, cuenta su historia colectiva en primera
persona del singular.
Apenas un año después, en 1946, Rafael Bernal
publica en editorial Jus, que lo acompañará casi
siempre mientras vivió, seis cuentos breves de la selva bajo el título sugerente y eficaz de Trópico. La
portada del libro fue bellamente ilustrada con un lagarto o caimán, del pincel del célebre muralista y
pintor Fernando Leal. Los seis relatos poseen resonancias trágicas. “La media hora de Sebastián Constantino” aborda el escaso valor de la vida humana y
el carácter pendenciero del hombre del trópico; “El
compadre Santiago” es la historia de un chino que,
en vez de enterrar a su compadre muerto por la mordida de un lagarto, lo usa como carnada de los mismos caimanes para cobrar sus pieles; “Lupe” cuenta
la vida de esclavo de un negro grandote que paga con
servicios personales su excarcelación en los sucios
esteros de Chiapas; “El secretario José López” es un
funcionario que a su pesar persigue a un tal Filadelfo Suárez, quien ha huido en lancha entre los manglares después de vengar con el asesinato la violación de su mujer por un cacique; “Tata Cheto” tiene
como escenario San Andrés Chamula, donde el regidor y todo el pueblo deben arruinarse no sólo para
festejar al santo patrón sino por tener que aportar
sus ahorros por supuestas órdenes de su santidad
que exigen la fabricación y bendición de un badajo de
oro puro para la campana de la iglesia, y “Niña Licha”, una tierna historia de amor y prostitución.
LA NOVELA POLICIACA
Bernal cultivó con éxito el género policiaco, al cual
regresaría casi al final de su vida para conquistar el
mundo literario mexicano con El complot mongol
(1969), tres años antes de su muerte. Empero, de más
de 20 años antes datan dos libros publicados en
1946, ambos por editorial Jus: Tres novelas policiacas y Un muerto en la tumba. El primero luce una
portada sencilla, ilustrada nuevamente por Fernando Leal, con las armas asesinas involucradas en los
tres cuentos, más que novelas: un frasco de arsénico,
una hipodérmica y una pistola.
Abre el tomito El extraño caso de Aloysus Hands, en
el mejor estilo inglés del asesino inteligente que disfruta confundiendo a todos, incluido el detective, a
quien aconseja y guía hasta confesarle cómo, él mismo, ejecutó el crimen obligado por temor de quedar en
el anonimato. El segundo relato, mucho más breve y
en un estilo casi pedagógico propio de Agatha Christie,
es De muerte natural: una rica dama muere víctima de
uno de sus herederos, quien utiliza una jeringa para
inyectarle aire mientras ella convalece en el hospital;
por ingenuo y sencillo que sea este argumento, lo importante es que introduce por primera vez a Teódulo
Batanes, personaje clásico, del detective casi involuntario, pero dotado de un sorprendente sentido común:
como el de los personajes de Arthur Conan Doyle. La
tercera historia, El heroico don Serafín, que desarrolla
una intriga académica para asesinar a un mediocre
rector universitario y culpar injustamente a un estudiante inquieto. De nuevo, la estructura es sencilla, y
tiene como principal virtud ser entretenida y de final
inesperado. Sin duda, Rafael Bernal logra —con Usigli
y otros autores de su tiempo— una adaptación pionera al ambiente mexicano de la novela policiaca
clásica. También fue Bernal el primer autor de
lengua castellana que publicó un cuento en Selecciones Policiacas y de Misterio: “La muerte poética” y después “La muerte madrugadora”, ambas protagonizadas por don Teódulo Batanes (1947).
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Fotografía: A R C H I VO D E L A FA M I L I A B E R N A L
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
RAFAEL BERNAL A CIEN AÑOS DE SU NATALICIO
La escritura de este volumen de cuentos o novelas
policiacas es una suerte de divertimento que afina la
publicación de una novela de mayor aliento, también
con Teódulo Batanes —anagrama de Leopoldo Batres,
el arqueólogo porfirista— como protagonista. En Un
muerto en la tumba, Bernal se propone recrear el ambiente de exploración arqueológica en que vivía su hermano mayor, Ignacio Bernal y García Pimentel, al lado
del maestro Alfonso Caso en Monte Albán.
Ironía, ingenio, humor, crítica de la política y los políticos ramplones surgidos de la Revolución, se mezclan con los esplendores arqueológicos y coloniales de
la ciudad de Oaxaca, mundo entrañable para Ignacio
Bernal y su familia —uno de sus perros criollos se llamaba Dainzu, sitio arqueológico descubierto por él—.
La ironía que preside el relato se soslaya en la descripción de actitudes del político local: “pero el señor Gobernador, sabiendo que siempre es útil en política el
fingir interés por la cultura, quería estar presente; y
todo buen político sabe que siempre hay que estar donde está el gobernador”.
Estos dos volúmenes han sido reeditados por el fce
en uno solo con motivo del centenario del natalicio de
Rafael Bernal.
ACTIVISTA Y NARRADOR SINARQUISTA
Poco antes de llegar a los treinta y cinco años de
edad, hacia el final de la década de los cuarenta, Rafael Bernal se entregó de manera casi total al activismo político y a la causa del sinarquismo que defendía
el partido Fuerza Popular. El dato es relevante porque, como se sabe, el sinarquismo se formó con el
campesinado católico del centro y norte del país, y
sus líderes fueron todos ellos profesionistas de clase
media, sin descontar a intelectuales que, sin ser
miembros del movimiento, simpatizaron con él,
como José Vasconcelos o el fundador del Partido Acción Nacional, Manuel Gómez Morin. Rafael Bernal
fue una excepción y para cuando llegó el sexto jefe
nacional, Luis Martínez Narezo, Bernal ocupó la
cartera de secretario de finanzas.
Convertido ya en un escritor y orador destacado, a
Bernal se le recuerda también por los hechos registrados en pleno alemanismo, cuando el gobierno llevó a
cabo la agresiva campaña contra la aftosa mediante la
aplicación del “rifle sanitario”, que consistía en matar a
los animales de pezuña que estuvieran enfermos o pudieran ser contagiados. A la sombra de esta estrategia,
sostenían no sin razón los sinarquistas, “germinaron
muchos vivales que por artes de birlibirloque ‘mataban’ dos o más veces un mismo animal ‘enfermo’ y así
cobrar dos veces o más el precio asignado”. De esa manera, a la pérdida del ganado —la única “esperanza del
campesinado” que queda cuando la cosecha falta— se
sumó la corrupción de los caciques y políticos, que vino
a agravar y hacer más insultante la situación.
Tal es precisamente el tema de la novela realista de
Bernal El fin de la esperanza. Se trata de un auténtico
compendio de los ultrajes de la Revolución, la guerra
contra los cristeros, el agrarismo cardenista y la corrupción del campo en la época alemanista, acentuada
por la campaña contra la aftosa y el uso del “rifle sanitario”. Todo es promovido, según el autor, por el dinero
y la actitud afrentosa de Washington. Hoy inconseguible, esta novela magistral no corrió mejor suerte en su
momento. Publicada en 1948, en el mismo año en que
8
Bernal cayó varias veces en la cárcel por su activismo
político, “la novela El fin de la esperanza tuvo una suerte un poco extraña. Fue impresa en Editorial Estilo
[sic], pero esta empresa no quiso publicarla, por parecerle muy fuerte políticamente, así que salió bajo el
nombre de Editorial Calpulli (que no existe) y fue distribuida por Porrúa Hermanos”.
El final de la novela resulta dantesco. En el pueblo
de Galeras, que no es un nombre casual, el ganado es
lanzado a una zanja que han tenido que cavar los propios campesinos, para después encargarse de rematar
puercos, borregos, vacas y bueyes en medio de los gemidos lastimeros de los animales y el sollozar de sus
dueños. Sobre esto hay que contar el escenario de la
cantina, convertida en lupanar y ruleta de juego, parque los campesinos gastaran el pago del gobierno y
ahogaran sus penas, mientras los caciques y políticos
cobraban las ganancias y registraban dos o tres veces
la muerte de un ejemplar para cobrar el precio tasado
por un supervisor gringo. Otro aspecto interesante es
que la novela alude ya al éxodo de los campesinos mexicanos que se van enganchados al norte, a Estados Unidos, huyendo del desastre rural mexicano de esos años.
Todos los personajes campesinos de la novela —sinarquistas o no— sufren la usurpación de sus tierras
por el cacique, la violación o el engaño de sus hijas; explotados, inconscientes por el alcohol, dejan en el abandono y la miseria a sus mayores. Se trata de un drama
rural de proporciones inmensas narrado sin concesiones, como sólo Azuela, Yáñez o Magdaleno lo habían
hecho hasta entonces (1948).
En 1952, bajo la dirección de P. Galván, el legendario
Teatro Caballito fue inaugurado con una obra de Bernal: El ídolo. La propietaria del teatro, la primera actriz
Marilú Elízaga, lo había remodelado y cambiado su
nombre porque se encontraba en la calle de Rosales
frente a la efigie ecuestre de Carlos IV. El empresario
era el propio Rafael Bernal, quien junto con su hermano Joaquín pasaba por una especie de fiebre teatral,
pues ambos planeaban abrir otro teatro, éste totalmente de su propiedad y en donde Novo dirigiría El retorno del hijo pródigo, de Gide.
Para 1954 encontramos a Rafael Bernal traduciendo
prácticamente sobre las rodillas obras de éxito al alimón con algunos colegas y estrenando otra obra de su
autoría, La paz contigo o El martirio del Padre Pro en el
Teatro Fábregas. Esta pieza había sido leída por Novo y
se pensaba para inaugurar un nuevo teatro en la calle
de Sullivan. Al estreno asistió nada menos que la legendaria Madre Conchita, quien, se asegura, no dejó de
llorar durante toda la obra.
Su trabajo en la publicidad con Augusto Elías lo
unió más a la televisión, para la que cubrió la carrera panamericana en 1952 y después hizo programas
para el consorcio de Telesistema Mexicano, ya fusionados los canales 2, 4 y 5 bajo el control de don
Emilio Azcárraga.
Volviendo al teatro. Hay que recordar que el Caballito se convirtió en un espacio creativo para los universitarios y el decisivo movimiento Poesía en Voz Alta, que
tantos talentos congregó (Octavio Paz, Juan Soriano,
Juan José Arreola, León Felipe, Juan José Gurrola,
María Luisa Elío, Leonora Carrington, Diego de Mesa,
Héctor Mendoza y muchos otros). Hacia 1955, Marilú
Elízaga rentaba su teatro los martes a bajo precio, “a los
chicos de la universidad”, y también rellenaba espacios
a
entre las puestas en escena con los Diálogos de Salvador Novo que ella misma actuaba.
Cierra este ciclo de la dramaturgia de Rafael Bernal
la adaptación, en 1956, de un cuento de Somerset
Maugham para teatro que se llamó Nancy Brown,
puesta en escena en El Caballito. De la obra dirigida
por Juacho Bernal, Novo destacó “el agudo sentido del
humor de Marilú Elízaga y la capacidad innata de proyectarlo con un tamiz sin el cual el mejor chiste naufraga y se diluye en una tontería frustrada […] [La adaptación de Bernal] abunda en breves chistes, en frases a
la Wilde o a la Coward”. También por entonces tradujo,
bautizó y montó otro éxito teatral: Con M. de muerte, y
había escrito varias radionovelas como Senderos de angustia, Juan Diego el indio predestinado, Sangre en la
tierra y La mina.
En el caso de la radio, el ciclo lo cierra la serie Caribal. El infierno verde, quizá la más notable, sobre el drama chiclero en Quintana Roo y que publicó La Prensa
en 1956, en dieciséis entregas, sin más ilustraciones
que las lujuriosas portadas de ese culebrón de amor en
la selva. Se anunciaba como la “novela de las 7” ya que
se transmitía de lunes a viernes a las siete de la noche
por xew y xeww, y después aparecía impresa en un
fascículo semanal. En carta a la profesora Fletcher,
Bernal afirmaba que Caribal no era propiamente una
novela, sino una serie radiofónica (soap opera), que ya
impresa era una serie de “cuadernitos lamentables en
todo concepto. Cosas del hambre”. Para Vicente Francisco Torres, en cambio, es una obra bien desarrollada,
inspirada en los clásicos latinoamericanos como Doña
Bárbara, Huasipungo y La vorágine.
Luego de separarse de su primera mujer, Rafael Bernal casó con la locutora, guionista y asistente de medios, en radio y televisión, Idalia Villarreal. Con ella
inició una nueva etapa de su vida en Venezuela desde
fines de 1956, en tiempos del dictador Marcos Pérez Jiménez, quien gobernó de 1952 a 1958, y donde Bernal
fue contratado como gerente de producción del canal 4
de Televisa Venezuela, que, por cierto, era una empresa
estatal y no tenía nada que ver con la estación mexicana. De guionista y narrador, los cuatro años de estancia
en Venezuela le permitieron volver al trópico y la selva,
ahora en el Orinoco.
En Venezuela, Rafael Bernal adaptó las novelas de
Rómulo Gallegos Victoria, Doña Bárbara, Cantaclaro, así como El camino del dorado original de Arturo
Uslar Pietri, como series de televisión. Auxiliado
profesionalmente por su esposa Idalia, regresó
a la radio ante los problemas económicos que
enfrentó la empresa televisora luego de la caídaa
del presidente Pérez Jiménez, quien había apoyado permanentemente a Bernal. Por entonces
impartía clases en la Universidad Central de
Caracas e hizo amistad con miembros del exilio
español, como Benjamín Merchant. El golpe
militar alcanzó proporciones violentas en las
calles de Caracas durante 1959. El refugio del
matrimonio Bernal fue Radio Valencia, en laa
ciudad provincial venezolana del mismo nombre, donde conoció y se mezcló con un interesante grupo intelectual, ya que también habíaa
sido profesor de la Universidad de Carabobo, en
Valencia. Años más tarde, en 1963, ya como diplomático en Filipinas, Bernal publicaría en laa
colección Letras Mexicanas del Fondo de Cul-
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RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
tura Económica Tierra de gracia, novela sobre la selva y la dictadura venezolanas.
En una carta personal, Bernal relata cómo, hacia
1960, decidió cambiar de profesión e ingresar en la diplomacia. Fue el caso de que en Caracas pudo tratar
personalmente al secretario de Relaciones Exteriores,
don Manuel Tello padre, por la visita del presidente
Adolfo López Mateos a Venezuela, en enero de 1960,
siendo ya presidente don Rómulo Betancourt. Don
Manuel, que conocía sus aptitudes literarias y su trayectoria familiar, lo convenció, y a fines de ese año Bernal se incorporó al Servicio Exterior Mexicano.
HONDURAS. LA DIPLOMACIA
DE LA EDUCACIÓN Y EL INGENIO
“Enganchado” en la diplomacia por el propio secretario de Relaciones Exteriores, Bernal coincidió nuevamente en el trabajo de esos años con su querido hermano Joaquín, varias veces director de protocolo y
embajador en Etiopía, Senegal, Suiza, cónsul en Nueva York y embajador en República Dominicana, país
donde murió en la última década del siglo xx. La trayectoria diplomática de Rafael habría de ser más corta
y menos impresionante que la de Joaquín, pero intensa y creativa en lo intelectual y literario.
Ingresó el 1º de noviembre de 1960 como segundo
secretario y no se ostentaba con estudios profesionales. Su expediente enlista una extensa obra literaria y
otra periodística en Excélsior, Novedades y La Prensa.
En cuanto a su colaboración en revistas, menciona
Hoy, Lecturas y la de tipo literario América. Toda esta
bibliografía justificaba lo que el documento llama “inclinación cultural”, que contaba también con el manejo de los idiomas inglés y francés. Su expediente establece con toda claridad que ingresó al servicio sin exámenes, por artículo especial, obteniendo más tarde la
necesaria regularización, mediante riguroso examen
—en éste obtuvo las más altas calificaciones, conforme a su cultura e inteligencia—. Incluye, finalmente,
como dependientes económicos a su esposa Idalia y a
su hija del mismo nombre para “efectos de traslado”.
Menos de dos meses después se ordena su traslado
a Tegucigalpa, Honduras, a donde llegó el 21 de diciembre de 1960. Sólo seis meses residirá en el país
centroamericano, pero nada menos que como encargado de negocios ante la intempestiva salida del embajador César Garizurieta, mejor conocido como El
Tlacuache Garizurieta por sus célebres y atrevidas
frases, como aquella de “Vivir fuera del presupuesto
es vivir en el error” (horror). El hombre de Tuxpan,
abogado laboral y exoficial mayor de Agricultura, había tenido que salir del país por problemas de protocolo en la fiesta de cumpleaños del muy popular y apreciado presidente de Honduras, don Ramón Villeda
Morales, alias El Pajarito.
El 29 de junio se ordena el retorno de Bernal a México por haber llegado ya el nuevo embajador mexicano ante el gobierno de Honduras, Reyes Ruiz, al que
llamaban de cariño el señor Bonjour Tristesse. En Tegucigalpa empero, su trabajo fue paciente y sensible,
pues debía reconstruir la confianza con el presidente
y su gabinete después del incidente protocolario. Su
éxito no pudo ser mayor dadas su inteligencia, educación y chispa personales. También le fue de utilidad
haber conocido en México, como estudiante universitario, al entonces secretario de Trabajo del gabinete
hondureño, quien le sirvió de intermediario.
FILIPINAS, EL APOGEO
DE LA DIPLOMACIA EXTRAORDINARIA
A TRAVÉS DE LA CULTURA
Desde fines de 1961 se encuentra Rafael Bernal en Manila. La embajada está encabezada por un embajador
de carrera con experiencia, Muñoz Zapata, y durante los cuatro años que permanece ahí Bernal es
ascendido a primer secretario. Era presidente de
Filipinas el muy ilustrado Diosdado Macapagal, y
el hecho de que Bernal fuera un hombre de cultura
y de letras le permitió una especie de diplomacia
extraordinaria de notables resultados. En efecto,
aprovechando la visita del presidente Adolfo López Mateos, el “presidente viajero”, y el aniversario
de los cuatrocientos años del descubrimiento de
las islas por los novohispanos que partieron de México, se creó una “corriente intelectual transpacífica” de gran utilidad.
De inmediato Bernal estableció contactos académicos con la Universidad Dominica de Santo
Tomás, hija de la Real y Pontificia Universidad de
México, y con los círculos de tradición hispánica.
Invitó a Filipinas a intelectuales mexicanos como
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Jaime Torres Bodet, Miguel León-Portilla, Ignacio
Chávez, Luis Villoro y Lothar Knauth, entre otros, y
las publicaciones sobre la Nao de China, o de Acapulco,
o el también llamado Galeón de Manila, no se hicieron
esperar. Durante su breve visita, el propio presidente
López Mateos donó a la Biblioteca Rizal una selección
de ediciones finas reunida por el historiador Arturo
Arnáiz y Freg.
Posteriormente, Bernal escribió su largo ensayo
México en Filipinas. Estudio de una transculturación,
publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la unam, con prólogo de Miguel León Portilla,
en 1965, poco antes de que Bernal dejara las islas. Obra
sin parangón hasta la fecha, en ella sobresale el influjo
mexicano sobre las Filipinas del siglo xvi, especialmente a través de la lingüística y lo popular. Celebra no
sólo a los grandes navegantes, militares y religiosos
novohispanos, sino a los llamados guachinangos, mestizos mexicanos de las clases bajas —marineros y soldados, entre otros— que llevaron y trajeron a través del
Pacífico sus costumbres: comida, vestido, etcétera.
Bajo el signo del Año de la Amistad México y Filipinas
1564-1964, en sólo cuatro años Rafael Bernal dejó una
huella indeleble en la historia de ambos países. Sus servicios fueron tan provechosos que, poco antes de la visita del presidente López Mateos a los países asiáticos,
fue trasladado a Japón, entre el 25 de junio y el 1 de septiembre de 1962, para apoyar el relevo del embajador
saliente, Jorge Castro Valle, por el que sería designado
con motivo de la visita presidencial. Sus servicios discretos y exactos oficios fueron entonces reconocidos
por su profundo conocimiento de la cultura y la historia de los pueblos de Asia y su relación con México.
Fue también en Filipinas donde Bernal escribió y
publicó, esta vez en inglés, la lengua franca entre el español en desuso y el tagalo local, su prólogo para Historia de Filipinas durante el siglo XVI y una sección de la
historia de Los chinos en Filipinas. Empezó en esos
años también la investigación que sustentaba su libro
mayor, El Gran Océano, publicado muchos años después de su muerte, en 1992, por el Banco de México. Auténtica biografía del mar Pacífico, protagonista semejante, toda proporción guardada, al que Fernand Braudel perfiló en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo
en la época de Felipe II. De la obra de Bernal comentó el
escritor y crítico José Luis Martínez, su compañero diplomático en Grecia: “Pero antes que limitarse a reunir
las experiencias de los grandes viajeros, Bernal se propuso estudiar el pensamiento, siempre cambiante, de
los hombres que llevaron a cabo esas empresas, según
las diferentes maneras de pensar de los pueblos expansionistas, que modificaron las formas de contacto con
los pueblos receptores de la expansión”.
La gira de López Mateos fue un éxito en lo diplomático; su propósito más ambicioso era la búsqueda de
una defensa conjunta de los precios de las materias
primas producidas “por los países en desarrollo”, y
abrir nuevos mercados especialmente para los manufactureros mexicanos, y las fuentes de diversificación
de la inversión extranjera. El recorrido que tuvo lugar
en el otoño de 1962 incluyó la India, Filipinas, Indonesia y Japón, llevó también un mensaje de paz y la propuesta de una política para el control del armamentismo y los ensayos nucleares.
Durante sus años en Filipinas Bernal pudo escribir, además de la mencionada Tierra de gracia publicada en 1963, sobre Venezuela y el Orinoco, otra serie
de relatos que no vería la luz sino hasta 1967, cuando el
autor se encontraba en su siguiente adscripción diplomática, el Perú. Lleva por título En diferentes mundos
y fue también publicada, gracias a Agustín Yáñez, en
la prestigiada colección Letras Mexicanas del Fondo
de Cultura Económica. De fina factura, entremezcla
los asuntos de su preocupación perenne, el campo
mexicano, con los cuadros y estampas asiáticas. Incluye este volumen “El tío Merced”, nueva incursión
en el devastado campo mexicano y el amor por la tierra; “El alacrán”, que con ironía cuenta la historia de
un pícaro que se hace pasar por el célebre bandido
mexicano de ese nombre y paga las consecuencias;
“Los hombres de San Mateo”, que prosigue la saga sinarquista; “El ciclista tuerto”, triste historia de un padre divorciado que pierde la custodia de su hija en Manila; “El mexicano”, que también se ambienta en la
capital de Filipinas y que tiene como protagonista a
un ex combatiente del Escuadrón 201 de México;
“Nueva York”, iniciación sexual y amorosa de un joven
mexicano de clase alta en la urbe norteamericana;
“La declaración”, que desarrolla en Tokio la trama de
un crimen por celos después de la segunda Guerra
Mundial, y “Hong Kong”, trágica historia del odio ra-
a
Ilustraciones: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
RAFAEL BERNAL A CIEN AÑOS DE SU NATALICIO
cial que enfrenta a negros, amarillos y blancos, en medio de un tifón del Pacífico en las calles de Kowloon.
Por cierto que hasta esta última ciudad llevó Bernal la
representación de la Universidad de Santo Tomás al
Congreso de Historia de Hong Kong.
El 10 de noviembre de 1965, Rafael Bernal, que para
entonces ya había reunido con él y su esposa a los tres
hijos de su primer matrimonio, luego de la muerte de
la madre de éstos, Pilar Arce, en Guadalajara, recibe su
traslado a la embajada de Lima. Volvía de este modo a
América, por el Pacífico, por la ruta del tornaviaje que
tanto intrigó y complicó los afanes de los navegantes
del siglo xvi, desde Magallanes y Elcano hasta Urdaneta y Legazpi.
El 27 de diciembre de 1965, con cincuenta años
cumplidos, Rafael Bernal es informado por la Secretaría de Relaciones Exteriores que tendrá la función de
encargado de negocios ad interim en la embajada de
México en Perú. En 1966 el presidente de ese país era
Fernando Belaúnde Terry padre. Encabezaba la embajada mexicana don Daniel Escalante, hombre fino y
católico que se entendió a la perfección con su primer
secretario. Dada la premura de su traslado, el embajador le concedió a Bernal vacaciones que éste aprovechó para viajar por tierra a Argentina y Chile.
EL FINAL, BERNA, FRIBURGO
Y EL IRREMEDIABLE TRASPALEO
DE LOS MUERTOS
El 23 de mayo de 1969 Bernal recibió su traslado a Berna, Suiza. Consideraciones de tipo personal y de salud,
que sabía deteriorada y detectado el mal desde una breve visita a Texas para dar conferencias durante sus vacaciones de junio de 1968, ayudaron a dicho traslado
por intermediación de don Alfonso de Rosenzweig, por
entonces director general del Servicio Exterior. También gracias a don Alfonso se defendió Bernal contra
las “cejas alzadas” que se levantaron dentro de la Secretaría por la publicación de su novela El complot
mongol.
Instalado ya en la capital suiza, fue condecorado por
el gobierno del Perú, y con apoyo del embajador Federico Mariscal buscó los contactos con el medio académico local, que en todas sus anteriores adscripciones le
había resultado útil y placentero. En la Universidad de
Friburgo encontró tanto la masa crítica de los temas
que más le interesaban entonces —la expansión de Occidente en Asia y América durante el siglo xvi— como
el grupo de autoridades y estudiosos, sobre todo laicos
y religiosos, que podrían ayudarlo en sus estudios.
Tras reconocer sus méritos de inteligencia, cultura
y buena pluma, la Universidad de Friburgo le abrió las
puertas, “aún sin papeles grises” como diría otro poeta,
de suerte que poco antes de su muerte pudo doctorarse
con todos los honores —summa cum laude— con una tesis escrita en español, Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI. Con ese mismo título su familia logró, veinte años después, que el Banco
de México nuevamente sufragara su edición, misma
que ha sido reeditada por el fce.
Tras su fallecimiento en Berna el 17 de septiembre
de 1972, y por disposición del propio Rafael Bernal, que
odiaba lo que él llamaba con ironía “andar traspaliando muertos”, sus restos fueron sepultados en esa ciudad, donde murió confortado por su vigorosa fe católica. Paradójicamente, veinte años después (cosas de la
vida que él conocía), sus restos tuvieron que ser cremados para ser “traspaliados” a México en donde ocupan
una cripta en la Catedral Metropolitana. Sobreviven a
Rafael Bernal García Pimentel su viuda Idalia Villarreal y sus hijos Rafael, Francisco y Pilar Bernal Arce,
y su hija María Idalia Rafaela Bernal Villarreal.W
Alfonso de Maria y Campos dirige
el Instituto Matías Romero.
9
Ilustración: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
R ES EÑA
Primeras
obras de Bernal
en el Fondo
VICENTE FRANCISCO TORRES
10
a
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RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
El centenario de Rafael Bernal ha traído tres nuevos libros al catálogo del Fondo.
En los años sesenta habían aparecido con nuestro sello dos compactos volúmenes en Letras
Mexicanas, en los que confluían la penetrante prosa y algunas obsesiones temáticas
y estilísticas de un narrador hasta entonces no muy bien recibido por el medio editorial.
En esta reseña a medio siglo de distancia se valoran esos dos volúmenes
I
Rafael Bernal (1915-1972) publicó sus primeros libros,
muy probablemente, de su propio peculio: Federico Reyes el cristero (Polis, 1941), Improperio a Nueva York y
otros poemas (Quetzal, 1943), Memorias de Santiago
Oxtotilpan (Polis, 1945). Luego vinieron cuatro volúmenes en la editorial Jus y en 1948 reincidió en una editora muy poco conocida (Calpulli) con El fin de la esperanza. No fue sino hasta 1963, con su duodécimo volumen, que apareció, gracias a los buenos oficios de
Agustín Yáñez,1 en el Fondo de Cultura Económica con
Tierra de gracia, que replantea el añejo tópico inaugurado, en 1845, por Domingo Faustino Sarmiento con su
aluvional Facundo. Civilización y barbarie.
Con el marco de las luchas civiles iniciadas en 1810,
Sarmiento escribe la biografía de Juan Facundo Quiroga, sanguinario caudillo hijo de la pampa, para mostrar el atraso de la sociedad argentina y denunciar las
tropelías de otro caudillo al que combatió, Juan Manuel Rosas, quien encarnaba también la fuerza bruta y
torrencial de la campaña que rodeaba las ciudades e
impedía el progreso civilizatorio. “Las ciudades son islotes de civilización: la pampa las rodea como un mar
de barbarie”, escribió Enrique Anderson Imbert.2
Para formular su hipótesis, Sarmiento partió del
principio de que la geografía condiciona a los seres que
la habitan: en las pampas están los gauchos que doman
potros y matan reses. Sus más altos valores son la fuerza y la valentía. Como no están organizados en una sociedad urbana, se reúnen en las pulperías a beber y a
competir con los cuchillos. Detestan a los habitantes
de las ciudades —muchos de ellos emigrantes europeos— porque tienen cultura libresca, buenos modales, visten frac y viven en una organización civilizada:
“el mal que aqueja a la república argentina es la extensión —escribe Sarmiento—, enormes llanos en donde
merodean los indios que asaltan a los troperos para robar el ganado y asesinar a los vaqueros”.3 Una vez asentado que la tierra produce un tipo especial de hombre,
pasa a escribir la biografía de Juan Facundo Quiroga.
Sostiene que las pampas producen gauchos salvajes,
nómadas que han sojuzgado las ciudades, mismas que
representan el progreso y el desarrollo industrial.
Facundo, mixtura de todos los géneros, fue cuestionada hasta por sus más grandes admiradores, como
Ezequiel Martínez Estrada, quien siempre ponía pasión y vasto saber en sus ensayos, tal como muestran
los que dedicó a William Henry Hudson y a Horacio
Quiroga, al Hermano Quiroga, como lo llamó en un célebre libro. Escribió Martínez Estrada: “Sarmiento
simplificó demasiado un problema y lo redujo a una
antítesis: civilización (ciudad, Europa, educación) y
barbarie (España, América, campo)… El problema
quedó transfigurado más bien que simplificado. No
había tal barbarie, sino formas renitentes a la civilización, tradiciones de religión, mando, pereza, inmoralidad, codicia, crueldad, influyendo activamente en
sentido contrario al esfuerzo por realizar una experiencia nueva de orden, justicia, trabajo y progreso.
Pero tampoco había civilización, sino el intento de
concluir con las fuerzas inertes del pasado, con la tendencia indígena, mestiza e inmigratoria que pugnaba
por barbarizar para perdurar”.4
Facundo ha ejercido una fuerte influencia entre filósofos, sociólogos y hombres de letras. Sus ideas sobre la
naturaleza devoradora del hombre, y la preeminencia
de las ciudades sobre las tierras del interior, me parece,
subyacen en la animadversión contra la narrativa telú-
1 Me dijo Idalia Villarreal, esposa del escritor: “Estábamos fuera de México y no era tan sencillo [conseguir editor], pero estaba don Agustín Yáñez, que era admirador de Rafael Bernal y estaba al pendiente para ayudarlo. Él recomendó Tierra de gracia en el Fondo de Cultura Económica y
México en Filipinas en la Universidad Nacional Autónoma de México”.
Véase Vicente Francisco Torres, La otra literatura mexicana, México, uam
Azcapotzalco, 1994, p. 41.
2 Enrique Anderson Imbert, Genio y figura de Sarmiento, Buenos Aires,
Eudeba, 1967, p. 61.
3 Domingo Faustino Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie, Madrid, Alianza Editorial, 1970 (Clásicos), p. 31.
4 Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento, Buenos Aires, Sudamericana,
1968 (Índice), p. 78.
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rica que mantuvieron, entre otros, Luis Alberto Sánchez en su hoy olvidado libro América, novela sin novelistas (1933) y los narradores del boom. Veamos lo que
escribió Mario Vargas Llosa: “Odio la palabra telúrico,
blandida por muchos escritores y críticos de la época
como máxima virtud literaria y obligación de todo escritor peruano. Ser telúrico quería decir escribir una
literatura con raíces en las entrañas de la tierra, en el
paisaje natural y costumbrista y preferentemente andino, y denunciar el gamonalismo y feudalismo de la
sierra, la selva o la costa, con truculentas historias de
mistis (blancos) que estupraban campesinas, autoridades borrachas que robaban y curas fanáticos y corrompidos que predicaban la resignación a los indios”.5
Pues bien, la lista de obras que abordaron el asunto
civilización y barbarie, oponiendo la vida en las grandes urbes a los días de las pampas, los andes, los llanos
o la selva, es larga e incluye al mismo Vargas Llosa, a
narradores muy sabios aunque poco conocidos, como
el peruano Arturo D. Hernández con Sangama (1942)
y, sobre todo, a Alejo Carpentier con su novela Los pasos perdidos (1953). Las afinidades entre esta novela
del gran maestro cubano y Tierra de gracia son dos.
Los pasos perdidos hace un contrapunto entre los
intelectuales de la gran ciudad y los “contemporáneos
primitivos” de las selvas del Orinoco. “Tierra de gracia”, como sabemos, es el nombre que Cristóbal Colón,
después de su tercer viaje, le dio a Venezuela, lugar en
donde el genovés creyó ver el asiento del paraíso terrenal. La novela de Rafael Bernal también guarda un
contrapunto entre los intelectuales y adinerados de
Caracas y la vida bronca de los habitantes de la selva
(baqueanos y grupos indígenas); las acciones más dramáticas de la novela tienen lugar también en el Orinoco y sus afluentes. Pero hasta aquí llegan las afinidades porque, mientras Carpentier va en busca del origen de la música entre el hombre primitivo, Bernal
plantea en su novela el drama que lo perturbaba durante los tres años que pasó en Venezuela.
Para nadie es un secreto que Bernal era un cristiano convencido,6 que permaneció en Caracas tratando
de resolver el dilema del sacramento del matrimonio y
su disolución, tema que lo desvelaba entonces y detonaría las acciones de Tierra de gracia. La novela comienza con Antonio de León, un pintor de Caracas
que ha ido a la selva a pintar indígenas y hacer un calendario por encargo de una compañía petrolera. Lo
atormenta un dilema: para ser cristiano, ¿basta con
amar y tener caridad o debe someterse a los preceptos
que los clérigos han acumulado para coartar la libertad de las personas? Sus disquisiciones parecen excesivas, pero cuando leemos que mantiene en Caracas
un romance con una mujer casada y que sus creencias,
sus familiares y los clérigos condenan esa relación, entendemos por qué tanta obstinación padecida en la
selva para aclarar si el amor basta para legitimar una
relación que no puede pasar por el matrimonio.
Este conflicto tiene como contexto la subversión
que derribó a Marcos Pérez Giménez en Venezuela el
23 de enero de 1958, hecho que sirve a Bernal para
decir que las revoluciones siempre son traicionadas,
que nunca faltan canallas que las usurpan, que los
más felones resultan abanderados de las conquistas y
la gente que se jugó la vida queda desencantada y
en la misma miseria.7 Si el conflicto personal que vivía le hizo plantear el drama del pintor Antonio de
León,8 la insurrección contra Marcos Pérez Giménez
pudo pintarla fielmente por la simple y sencilla razón
de que la vivió. Estuvo trabajando en Caracas para
Televisión Venezolana de 1956 a 1959; después entró
5 Mario Vargas Llosa, Diccionario del amante de América Latina, Barcelona, Paidós, 2006, p. 379.
6 Así lo demuestran sus libros Federico Reyes el cristero, Trópico (1946)
y su breve militancia sinarquista.
7 Esta visión antirrevolucionaria ya la había planteado Bernal, en México, desde El fin de la esperanza.
8 “Fue educado dentro de la tradición católica. Se apartó de ella por convicciones personales pero después volvió a la iglesia. Era un hombre religioso, tal
como se observa en gran parte de su obra, sobre todo en Tierra de gracia; aquí
Bernal puso muchas cosas autobiográficas”. Torres, op. cit., p. 40.
a
al Servicio Exterior Mexicano y salió hacia Tegucigalpa, Honduras.
Rafael Bernal siempre sintió una fascinación particular por la selva. Estuvo en la manigua chiapaneca
tres años y de ahí surgieron Trópico (1946), Su nombre
era muerte (1947) y Caribal (1954-1955), pero siempre
entregó una visión hostil de ese ámbito feraz: “la selva,
secreta, como una muralla de muerte […] la selva impenetrable, enemiga del hombre, nodriza de la hormiga.
El sol empezaba a caer y el bosque se llenaba de murmullos sin nombre, de sugerencias pavorosas de animales que se arrastran”.9
II
Rafael Bernal vivió muchos años fuera de México, aunque sin desvincularse de la tradición literaria de nuestro país y de Latinoamérica. En diferentes mundos
(1967) confirma esta observación porque es un puñado
de cuentos que tienen lugar en el Estado de México, Filipinas, Nueva York, Japón y China.
“El tío Merced” es un cuento emblemático por la calidad de su hechura, por la nostalgia que lo invade y por
sus diálogos afortunados. Así platican una niña y su anciano abuelo:
“—Me da miedo cuando hablas de entierros —dijo.
”—¿Por qué te da miedo? Cuando es uno viejo como
yo, la muerte no nos puede quitar más que lo poquito
que nos ha ido dejando la vida. Y el maíz es mejor que el
hombre, porque al hombre lo entierran para olvidarlo y
al maíz para que nazca con alegría.”10
En “El tío Merced”, Bernal planteó un tema al que
siempre volvía: la experiencia de los ancianos y el desplazamiento que sufrieron cuando la tecnología avasalló los antiguos saberes. Y repite el señalamiento que
hace en varios de sus libros: el desacuerdo con la revolución, no sólo porque despojó a su familia, sino porque
rompió un orden, feudal si se quiere, pero un orden legítimo porque la antigua hacienda se convirtió en ejido y
la plaza de aquélla se hizo pueblo; el tractor suplantó la
mano campesina, que sembraba con coa y trabajaba ritual y morosamente… A la Revolución mexicana Bernal
siempre le vio una mancha moral, porque sus huestes
cambiaban fácilmente de bandera, robaban, violaban y
destruían, siempre en medio de grandes borracheras.
“Los hombres de San Mateo”, por su final desconcertante, pertenece a la familia de “La muerte tiene
permiso”, de Edmundo Valdés. Los une además la pintura de ladinos lacayos y terratenientes que se apropian de lo que la revolución le dio a los indígenas.
“La declaración”, es otro cuento significativo porque
vuelve a nuestro autor al enigma criminal que cultivó
en sus comienzos de escritor, y que ahora recibe una solución moral: la asesina queda libre, toda vez que mató
a un hombre que despreciaba la paz y la bondad.
El resto de los cuentos apuntan el interés por el
oriente que siempre guardó Rafael Bernal y que cristalizó en su más conocida novela, El complot mongol
(1969), que, dicho sea de paso, no me parece la cumbre de su vasta y diversa obra. Lo mejor de ésta, creo
yo, es El Gran Océano, libro escrito bajo el influjo
de Emil Ludwig y que encarna otra de las pasiones de
nuestro autor, la del mar, aprendida en Emilio Salgari, quien le inculcó también su pasión por las atribuladas vidas de los piratas. El Gran Océano, su monumental obra, ya se encuentra también en el Fondo de
Cultura Económica.W
Vicente Francisco Torres es académico
de la Universidad Autónoma Metropolitana.
9 Rafael Bernal, Tierra de gracia, México, fce, 1963 (Letras Mexicanas), pp. 154 y 155.
10 Rafael Bernal, En diferentes mundos, México, fce, 1967 (Letras Mexicanas), p. 28.
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Fotografías: © P E D R O VA LT I E R R A ( i z q .) Y R O G E L I O C U É L L A R (d e r.)
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
Reyes Heroles fue mucho más que un hacedor
de frases redondas. Como funcionario público pero sobre
todo como político fue generando una gran variedad
de sentencias que expresan un credo y orientan una vida.
Fue por ello uno de los principales ideólogos del régimen
posrevolucionario, al que quiso dotar de sentido con sus
acciones y sus reflexiones. Aquí se enfatiza
su vertiente de hombre de ideas
El pensamiento vivo
de Reyes Heroles
E M I L I O C H UAY F F ET C H E M O R
A 30 años del fallecimiento de Jesús Reyes Heroles,
el Fondo y la SEP le rindieron un doble homenaje:
por un lado, un sentido acto de recordación de sus
aportes intelectuales y, por el otro, la publicación
de una antología que muestra la amplitud de
intereses de este atípico político mexicano. Éstas
son las palabras de quien presidió el acto, en las
que se anuncia la creación de un premio
para honrar a don Jesús
C
onocí a don Jesús cuando él pasaba apenas los 50 años y yo recién había egresado de la Facultad de Derecho. De ninguna manera fue un encuentro casual: literalmente lo perseguí largo tiempo, porque ya
desde entonces, en el aula, admiraba su trayectoria, leía sus obras y observaba su actuación política. Fue la primera una impresión indeleble. Superó la imagen que, desde lejos, tanto atraía a
muchos de mi generación: culto hasta la erudición, moralmente intransigente, clara e impecablemente dialéctico. Imprimió a sus enseñanzas
la virtud de su propio ejemplo.
Hoy, a 30 años de su partida, su pensamiento
se mantiene vivo y nos interpela con plena vigencia. Él decía: ojalá que en el futuro habiten
mexicanos que crean en las ideas que exponen,
que digan lo que piensan y que piensen lo que digan. Ésa era la ambición de don Jesús: fundada
en sus convicciones.
Para entender y transformar su circunstancia, se dedicó a explorar la singularidad de México, consciente de que era crucial analizar los momentos y las tensiones, los personajes y los procesos que habían construido el espíritu y las
instituciones del país. Como lo expresó en un ensayo sobre Justo Sierra, “si la historia es la política mirando hacia atrás, puede decirse, igualmente, que la política es la historia mirando hacia adelante”.
Gracias a su erudición y rigor, pudo percatarse
de que los grandes protagonistas de la Independencia, la Reforma y la Revolución habían hecho
suya la doctrina liberal, a la cual, servido de su
originalidad, denominó “liberalismo social”. Si
se hubiera dedicado exclusivamente a indagar el
pasado, lo recordaríamos como un gran sociólogo e historiador, pero fue más allá. Al precisar
causas y factores, vio que el presente no es un
punto estático, sino parte de un flujo interminable. Armado de este conocimiento, pudo antici-
14
ENSAYO
Jesús Reyes Heroles
y la política
FERNANDO ESCALANTE GONZALBO
E
n contra de lo que se acostumbra, y a riesgo de quitarle el
chiste a lo que sigue, quiero decir de entrada lo que más me
importa, lo que me quedo casi
diría que como resumen, después de pensarlo largo. Don Jesús Reyes Heroles entendió
con una claridad que se da muy
rara vez que la política es también —mejor dicho: que la política es sobre todo— creación de sentido. Esa intuición básica es como el hilo
conductor que junta los innumerables asuntos de los
que se ocupó, es lo que da coherencia a trabajos de índole muy distinta —y es también lo que lo hace tener
vigencia hoy, como intelectual y como político. Digámoslo: como ideólogo.
Pero hay que empezar por algún lado. Y se me ocurre una conferencia que dictó Reyes Heroles en 1956,
“Sobre el significado del estudio de la ciencia política”. Es una síntesis notable, igualmente útil para un
estudiante medio siglo después. En particular, me llama la atención una frase, cuando habla sobre la teoría
a
del Estado tal como evoluciona con Jellinek, Kelsen,
Krabbe: “Formalizado el derecho —dice— e identificado el Estado con el derecho, se llega a la completa
despolitización del Estado”. La expresión es exacta, y
a la vez desconcertante. ¿Qué significa “despolitizar”
al Estado? ¿Cómo se podría “despolitizar” al Estado?
Y bien: porque la política es otra cosa, algo más.
No es un dato. Despolitizar al Estado es quitarle contenido —su contenido propio.
El tema se puede seguir a lo largo de sus discursos,
de sus textos. En adelante, décadas después, tendría
ocasión de volver a él, pero con un matiz. No era entonces el derecho, sino la economía lo que se empleaba para “despolitizar” al Estado. Desde luego, los argumentos técnicos de la economía los conocía mejor
que nadie, con la experiencia de muchos años de gestión concreta de asuntos económicos, desde el petróleo hasta la seguridad social. El problema no era ése,
sino que el lenguaje técnico se impusiera como horizonte último, ajeno a consideraciones normativas,
históricas, políticas. El problema era una idea del
desarrollo sin metas ni objetivos sociales y políticos.
El problema era una idea del Estado a la que le falta-
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RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
JES Ú S R EYES H ER O L ES Y L A P O L Í TI C A
ba la política, es decir, la conciencia de que en la gestión económica hay siempre un propósito colectivo,
que forma parte de una historia.
Hay algunos temas imposibles: Balzac y la novela,
por ejemplo, o Mozart y la música. A esa clase pertenece Reyes Heroles y la política. Si mirásemos la
obra, y la vida, de Jesús Reyes Heroles podríamos
hablar largamente de economía, de petróleo, de elecciones por supuesto, de educación, de historia —y
siempre estaríamos hablando de política—. Por otra
parte, el material es de verdad inagotable. Obligado a
escoger, mientras preparo estas notas, me quedo de
manera más o menos arbitraria con unas cuantas
cosas: dos o tres discursos perfectos, su deslumbrante estudio sobre Mariano Otero y la olvidada coyuntura de 1842, y desde luego su ensayo sobre Ortega y
Gasset, con motivo del “Mirabeau, o la política”. Es
poca cosa, ya sé, poquísima. Pero tendrá que bastar.
Como sucede a veces, con figuras emblemáticas,
Reyes Heroles ha quedado en la cultura popular
mexicana como autor de frases. Más o menos crípticas algunas, densas, muy elocuentes. Y digo bien que
ha quedado en la cultura popular porque no hay un
periodista, un locutor de radio, que no haya dicho alguna vez que en política la forma es fondo, o que lo
que resiste apoya. Es una forma menor de la inmortalidad, que lo hace entrañable. Sin duda, son frases
de una concisión magnífica. Pero importa recordar
que no se llega a ellas por accidente, ni tampoco por
una voluntad aforística. Sencillamente, son el resumen de una idea suficientemente elaborada, y vista
con perfecta claridad.
Pienso por ejemplo en el discurso de 1962 para
explicar la reforma electoral propuesta por Adolfo
López Mateos. Es un ensayo sobre la representación política, que explica cuidadosamente la trama
de vínculos de los representantes con sus electores,
con su partido, con las instituciones nacionales, y
explica también el sentido de la representación
para estructurar la revolución. Y en ese contexto,
ya para terminar, y como de pasada, dice que “el
presidente López Mateos, sabedor de que lo que resiste apoya, ha querido dotar de un nuevo apoyo a la
Revolución: la resistencia de una oposición orgánica”. La frase puede ser bonita. Pero no es una frase
bonita. Es política.
Por otra parte, pocos como él para destripar frases bonitas que son sólo eso. El ejemplo por antonomasia del hacedor de frases, y está en las antípodas
de Reyes Heroles, en todo, es Ortega y Gasset. Y por
eso tiene un interés adicional su ensayo sobre Mirabeau, uno de los textos por los que siento verdadero
afecto, un ensayo perdurable por lo que dice de Ortega, de Mirabeau, y de la política. Es duro con Ortega.
Es duro en su juicio de la política de Ortega, pero sobre todo de sus ideas, de la ligereza un poco oportunista, un poco dandi, de sus frases.
Decía Ortega que se viene a este mundo a hacer política, o a hacer definiciones. Era su manera de hacer
un deslinde entre políticos e intelectuales (haciendo
una definición). Pero incluía a renglón seguido un
elogio bastante ambiguo de la turbiedad: la política es
clara en lo que hace, y es contradictoria cuando se la
define. Es un modo de disculparse, puesto que él es
hombre de claridad, de inteligencia, de complicada
vida interior, y por eso incapaz de hacer política. Reyes Heroles lee con cuidado, a la luz de la biografía de
Ortega. Es breve, exacto: Ortega, “más que generar
los hechos, los seguía”, y en lo fundamental, “o se inhibe, o llega tarde”.
La política que mira Ortega, la de ese animal de
piel dura y movimientos impensados, vacío de espiritualidad, es la política gris, de distancia corta. Por
eso se le escapa el político revolucionario, el político
intelectual. Por eso se le escapa la función creadora
de la política.
En un pasaje especialmente revelador dice: “Junto a Azaña, que únicamente entiende la política de
altura y no la de cabotaje, Ortega desconoce ambas”.
Dejo ya el “Mirabeau”, pero me quedo con la frase,
porque apunta a la que es acaso una de las claves de
la verdadera grandeza de don Jesús Reyes Heroles.
Saber de ambas cosas, ocuparse de las dos cosas, de
la política de altura, y la de cabotaje.
En un tono más ligero, se refería a eso mismo en
un discurso circunstancial de 1972. Hablaba de la
necesidad de ocuparse de lo grande y lo pequeño. Y lo
explicaba bien: “la calificación arbitraria de lo que es
pequeño y lo que es grande distorsiona las cosas e induce a error”. Habrá quien piense, decía, que ocuparse de algo como Tabamex, y escuchar con atención a
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todos, es perderse en una pequeñez: “Claro que no
piensan así los campesinos de Nayarit”.
Sin duda, significa que hay que tener ánimo, capacidad, energía, para estar en lo grande, que puede ser
la definición de un programa de gobierno, y lo pequeño, que puede ser la negociación para resolver ese
conflicto de los campesinos de Nayarit. Pero no es
sólo eso. En la idea de Reyes Heroles, entender la política de altura y la de cabotaje quiere decir entender
la cohesión, la vinculación de ambas cosas —y que la
política es precisamente eso.
Menciono sólo otro ejemplo, para explicarme,
porque creo que importa. En una conferencia de
1974 dedica dos páginas brillantes al caciquismo.
Nos enfrentamos —decía— al “caciquismo tradicional… que se vale de instrumentos elementales. El
del que controla el teléfono, la agencia de correos, el
cacicazgo de pistola y terror, el del que se impone en
las comunidades indígenas porque sabe leer y hablar castellano”; el de quienes hacen creer a unos que
“están muy bien parados con el centro”, y a otros
que “únicamente ellos pueden garantizar la paz”
hacia abajo. Se puede hablar más alto, pero no más
claro. Y sigue: “En otros lugares, el cacicazgo ha nacido del abigeato y se sustenta de ofrecer garantías
frente a éste, y no es extraño que el cacique que
ofrece garantías frente al abigeato, en la penumbra
lo practique o lo dirija.”
El resto es igualmente interesante, como lección
de realismo. Me importa sobre todo señalar la conciencia del problema —en detalle—. Sabe, dice, que
en el cacicazgo se acusa un problema de comunicación: teléfonos, correos, el idioma, y también una relación ambigua con el Estado nacional, con la legalidad. El que habla es presidente del Comité Ejecutivo
Nacional del pri, pero también autor de una obra
mayor sobre el liberalismo mexicano del siglo xix.
Una obra en la que, entre otras cosas, dice que la originalidad de nuestro liberalismo consistió en que
tuvo que plantearse al mismo tiempo la defensa de
las libertades individuales y la necesidad de construir al Estado, en contra de fuerzas centrífugas, y
poderes fácticos.
Para la mirada de Reyes Heroles, el pequeño problema de ese cacique que controla el teléfono sólo se
entiende cabalmente a la luz de un proyecto nacional, de integración del Estado. No es algo obvio. No
es fácil de ver, no con semejante claridad.
Llego ya a lo que me importa, a manera de resumen. El interés singularísimo de su gran obra histórica sobre el liberalismo reside precisamente en ese
tránsito entre los pequeños problemas prácticos, y la
traza de las ideas, y entender lo uno con lo otro. Desde luego, hay hallazgos notables desde un punto de
vista puramente historiográfico, algunos que se han
seguido muy poco, como haber señalado la importancia para nuestro liberalismo de la escuela napolitana de economía política. Pero en este momento me
interesa subrayar su importancia no como historiador, sino como ideólogo, en el sentido más fuerte de
la expresión.
Para decirlo en una frase, su propósito fundamental es producir sentido: reconstruir la historia como
un proceso significativo, que nos concierne, que tiene que ver con nosotros. No es lo que peyorativamente se llama “historia patria”, que es reiterativa,
didáctica, hecha a base de clichés. De hecho, está en
las antípodas. Porque precisamente no es repetición,
sino creación. Y si nos resulta familiar, si nos parece
casi obvia la interpretación, es porque podemos entender a partir de ella nuestro presente —y parece
una explicación muy clara, convincente.
Ese momento de comprensión es la política de altura. Es creación de sentido: imaginar el proceso
histórico como hecho político, que obedece a un propósito colectivo, en el que uno puede reconocerse.
Con el que uno puede comprometerse. Y de esa manera, hacer nuestro el pasado, hacer imaginable el futuro, un futuro concreto, y así hacer inteligible el
presente, es decir, darle dirección —decir hacia dónde vamos.
“El propósito del auténtico político, dijo alguna
vez, es crear las condiciones para hacer las cosas.” La
primera de todas, es que el mundo se entienda. Y que
se entienda el sentido del presente. Eso hizo, en su
tiempo, como pocos, Jesús Reyes Heroles.W
Fernando Escalante Gonzalbo es investigador de El
Colegio de México. Está por aparecer, en la serie
Historia Mínima de esta institución hermana, un libro
suyo sobre el neoliberalismo.
a
par problemas y trazar soluciones para incidir,
decididamente, sobre su tiempo.
Su adiestramiento político comenzó nada más
y nada menos que con Adolfo Ruiz Cortines,
quien le mostró el valor de la sensibilidad, la congruencia y la experiencia. Dotado para la tarea,
comenzó a ejercerla sin desconocer sus riesgos.
Decía Reyes Heroles acerca de estos riesgos que
hacer política es como montar un tigre: resulta
igualmente peligroso ir sobre la bestia, que querer descender de ella abruptamente, exponiéndose a ser devorado.
A lo largo de su carrera como servidor público,
cuando no contribuía a ejecutar ideas, aportaba
para concebirlas. Ahí quedan como muestra de
pensamiento y acción la reforma política y la reforma educativa, ejemplos de su invaluable labor. Su paso por la Secretaría de Educación Pública fue la culminación de todas sus convicciones. Una formación integral y armónica, decía,
debe ofrecer un equilibrio entre la teoría y la
praxis, entre el saber y el hacer. Sólo así la enseñanza trasciende las aulas y asume su papel central en la vida de los mexicanos.
La antología Hombre de acción, hombre de historia reúne las distintas facetas, los intereses
múltiples y las encendidas convicciones de nuestro homenajeado. Quiero dar las gracias al trabajo de Eugenia Meyer, quien con lúcido esmero
coordinó esta importante obra. Es particularmente oportuno que el Fondo de Cultura Económica se haya encargado de publicarla. Durante
sus 80 años de vida, esta casa editorial se ha consagrado a la indispensable tarea de difundir las
contribuciones de los principales exponentes del
panorama intelectual. Al incluir a don Jesús en
su catálogo desde 1974, el Fondo reconoce a un
mexicano fundamental que es actor invaluable
para la discusión pública. Es de destacarse el valioso papel del maestro Carreño al frente de esta
institución. Su gestión ha contribuido a afirmarla y a proyectarla como el máximo designio editorial de su tipo en Iberoamérica.
Me complace anunciar que la Secretaría de
Educación Pública ha instituido el Premio Jesús
Reyes Heroles. Se otorgará anualmente esta distinción al mejor ensayo en historia política o en
ciencia política sobre México, o en derecho constitucional, elaborado por un alumno o investigador nacional que curse o que realice estudios en
centros de educación superior. El galardón busca
reconocer el trabajo de aquellos que en el estudio y el análisis de la política han encontrado
una forma de explicar no sólo nuestro origen,
sino el porvenir. En su primera edición será entregado a finales de este año y, subsecuentemente, a partir del que sigue, el 3 de abril, fecha del
natalicio de Reyes Heroles.
En mayo de 1985, tuve el privilegio de participar en un sentido homenaje a sólo dos meses de su
partida. En aquella ocasión, concluí mi mensaje
buscando traducir en palabras el legado que su
vida representó a nuestra generación. Tres décadas después sigo sin encontrar una mejor forma
de referirme que aquélla: “Jesús Reyes Heroles es
compromiso, arquetipo, futuro y respuesta. Es,
por la riqueza moral de su magisterio, aun antes
que por su brillante inteligencia, un arma extraordinaria a esgrimir en épocas de desencanto;
un arma poderosa que prueba, por sí sola, que la
política, la buena política, la verdadera política, es
oficio reservado a las personas”.W
Emilio Chuayffet Chemor es secretario
de Educación Pública.
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Fotografía: A R C H I VO D E L A FA M I L I A R E Y E S H E R O L E S G O N Z Á L E Z G A R Z A
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
Versátil y profundo, don Jesús dejó una sólida obra de corte académico.
En esta apretada crónica de sus principales aportes como historiador se da
cuenta de su originalidad como teórico y practicante de una disciplina que
él consideraba esencial para el ejercicio de la política. En la antología
que acabamos de publicar pueden leerse los textos inicial y final del autor
de El liberalismo mexicano
A RTÍ C U LO
Alfa y omega de Reyes Heroles
Á LVA R O M AT U T E
T
uve ocasión de estar con Jesús Reyes Heroles sólo una
vez: nos recibió a mí y a mi
viejo amigo Manuel Villa
Aguilera en su oficina del Seguro Social, cuando era subdirector, porque Villa y yo
nos dedicábamos a organizar conferencias y mesas redondas en la —en aquel entonces— Escuela Nacional de Ciencias Políticas de la
unam y lo fuimos a invitar. Declinó la invitación
pero fue muy amable en los minutos que nos concedió en su oficina. Como lectores de sus discursos e
intervenciones en la Cámara de Diputados, y habiendo realizado algunas consultas breves a El liberalismo mexicano, sabíamos perfectamente quién era el
autor y obviamente, como personas de a pie, seguíamos su trayectoria. Cierro el vínculo con Manuel Villa, porque justamente hace 30 años, el 19 de marzo,
nos reunimos a desayunar en Sanborns de Perisur
con Javier Garciadiego, quien llegó un poco más tarde. En cuanto nos vimos, le di a Manuel la noticia del
16
fallecimiento de don Jesús —lo cual quiere decir que
desde entonces oigo la radio muy temprano; la prefiero a la televisión.
En mi libro La teoría de la historia en México
(1940-1968), cuya segunda edición acaba de ser publicada por el Fondo, reuní una serie de textos con
reflexiones y pensamientos sobre esta materia; uno
de los textos escogidos fue precisamente “La historia y la acción”, el discurso de ingreso de Reyes Heroles a la Academia Mexicana de la Historia. Yo lo leí en
El Día, que publicaba una sección llamada “Testimonios y documentos”, cuyo recorte conservé; cuando
armé mi libro —entonces ni soñábamos con las computadoras—, lo mecanografié para entregarlo a la
imprenta copiado tal y como apareció en el periódico. Para esta edición, la de 2015, lo tomé de las memorias de la Academia Mexicana de la Historia.
Por cierto, también a propósito de la academia,
don Jesús convocó, por última vez hasta el momento,
la visita de un presidente de la República a nuestra
sede. Antes lo había hecho Adolfo López Mateos,
cuando tuvo lugar la recepción de don Arturo Arnaiz
y Freg, de quien por cierto este año celebraremos el
a
centenario de nacimiento. La segunda ocasión fue la
visita del presidente Díaz Ordaz, el 7 de agosto de
1968, cuando don Jesús ocupó el sillón que dejó vacante don Ángel María Garibay.
Se pueden decir muchísimas cosas acerca de este
gran personaje, a quien se le podría colocar junto a
esa gran pléyade de historiadores-políticos, o políticos que escribieron historia, que estuvieron activos
en el arranque de México como nación: Zavala,
Mora, Alamán; fueron hombres de Estado y hombres
de pluma, hombres devotos de Clío que escribieron
grandes obras monumentales, como cien años después hizo Reyes Heroles: su obra fundamental, El liberalismo mexicano, la fue publicando paulatinamente, entre 1956 y 1961, cuando apareció el tercer
tomo —el Fondo la recuperaría de manera unitaria
cuando la edición de la unam estaba agotada.
Es una obra fundamental de la historiografía
mexicana. En un libro que yo mismo coordiné junto
con mi esposa Evelia Trejo, llamado Escribir la historia en el siglo XX. Treinta lecturas, escogimos treinta
libros, tal vez no “los treinta libros”, pues no tuvimos
esa pretensión, pero sí treinta libros fundamentales,
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RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
ALFA Y OMEGA DE REYES HEROLES
representativos de la producción histórica en México, y uno de ellos fue, obviamente, El liberalismo
mexicano. Encomendamos la tarea de analizarlo y
comentarlo a nuestra antigua discípula Laura Moya,
que había escrito un pequeño libro sobre don Jesús
en el arranque de su carrera (En política la forma es
fondo). En nuestro libro, Laura valora El liberalismo
mexicano, por lo que remitiría a los interesados a
este interesante análisis sobre la obra capital de Reyes Heroles. Puedo agregar que se trata de una visión
amplia, integral, con una cobertura que va del siglo
xix al xx, donde analiza la continuidad y los cambios
sufridos por la doctrina en su adaptación y su desarrollo en el caso mexicano. Ya en la época de historias más especializadas, El liberalismo mexicano es
una obra de cobertura amplia en la que ideas y acción se conjugan.
Como historiador también nos obsequió el rescate de uno de los grandes pensadores del siglo xix,
Mariano Otero. A Reyes Heroles se debe el acceso a
la obra —hasta donde es posible— completa del joven
pensador y político jalisciense, a quien se le puede
considerar con justicia el primer historiador sociólogo mexicano. El resultado son dos volúmenes con su
obra, recogida por don Jesús, por lo que los estudiosos del siglo xix no tenemos sino que agradecerle ese
esfuerzo. Del ensayo de Otero de 1842 se habían hecho ediciones, y en ocasiones también de alguno de
sus discursos, pero faltaba rescatar y publicar sus escritos producidos hasta el año de su muerte, ocurrida en 1850. Además de la recopilación, don Jesús elaboró un estudio preliminar amplio y detallado en el
que ubica al jalisciense en sus distintos contextos, de
manera que se facilite la comprensión de su obra y
las nuevas generaciones aprecien a uno de los pensadores políticos del xix.
Recuerdo que como elogio a don Jesús y a su biblioteca, mi maestro don Edmundo O’Gorman dijo:
“Este trabajo de Chucho está muy bueno y, lo que es
más, él no debe haber salido de su biblioteca para hacerlo”. El elogio era a la biblioteca; todos desde fuera
sentimos una sana envidia por poseer un acervo que
le permitió consultar, si no el cien por ciento, sí el no-
Reyes Heroles:
el maestro y el lector
R A U D E L ÁV I L A
La presentación de la antología de este
“hombre de acción, hombre de
historia” sirvió para recordar algunas
facetas no tan encomiadas de don
Jesús. En esta breve pieza, un joven
académico, en cuya tesis de
licenciatura se ocupó del político
veracruzano, destaca al educador y al
amante de los libros, dos facetas que
revelan su generosidad y su rigor
N
o tuve el privilegio de conocer a don Jesús Reyes Heroles,
pero su figura me ha marcado, personal y profesionalmente. La lectura de su obra y el trato
con sus allegados han sido experiencias muy formativas para mí. La estatura de un maestro, decía Jaime Torres Bodet, se mide por la sombra que
proyecta sobre sus alumnos y yo creo
que la sombra de don Jesús es tan amplia que muestra de ella son los que
estamos aquí, porque don Jesús fue
ante todo un maestro y por eso quiero
hablar de su vocación pedagógica,
siempre educador.
A Reyes Heroles puede aplicársele
la frase que usó para describir a Ignacio Manuel Altamirano: “enseñó, enseñó y, cuando se cansó, volvió a enseñar”. Institución por la que pasó se
preocupó en formar cuadros. Así, por
ejemplo, a su paso por Pemex creó el
Instituto Mexicano del Petróleo, para
capacitar los técnicos e ingenieros que
requería la industria energética nacio-
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venta y tantos de las obras que cita en su estudio introductorio entero, pues él las tenía ahí, lo cual para
todos los historiadores es un sueño: no tener que
trasladarse a ningún lado para poder armar lo que
estudiamos.
Jesús Reyes Heroles. Hombre de acción, hombre de
historia, con el cual se rinde homenaje por el treinta
aniversario luctuoso de don Jesús, tiene una alfa y
una omega: alfa y omega que muestran al hombre de
pluma y de pensamiento conjugado con el hombre de
acción que fue Reyes Heroles. “La historia y la acción” —su discurso de ingreso a la academia—, que
no está en el libro nuevo, pero sí en mi libro recientemente reeditado —y desde luego en las obras completas recopiladas hace algunos años por Eugenia Meyer—, expresa la conjugación de historia y acción,
desde el comienzo.
Conjugar estas dos vertientes del actuar, del hombre que piensa, y piensa porque trae un acervo de lectura envidiable, y lo hace no para simplemente satisfacerse a sí mismo sino para orientar sus actos, es lo
que nos enseña Reyes Heroles en todo El liberalismo
mexicano y desde luego en su acercamiento a Mariano Otero. Pero vuelvo al punto: esta antología contiene una alfa y una omega. Eugenia Meyer nos obsequia con lo que, hasta donde ella alcanza, fue el primer texto publicado por don Jesús, “Humanismo y
revolución”, de 1939, escrito a los 18 años, acaso entre
el final de sus estudios preparatorios y el inicio de los
facultativos. Impresiona un joven de 18 años que está
citando a Platón y San Agustín para empezar, y continúa con el necesariamente citable en aquel tiempo
Oswald Spengler, el interesante Nikolái Berdiáyev y
desde luego Ortega y Gasset. Entonces la recepción
de Ortega obviamente estaba a la orden del día, y a
partir de ahí creo que Reyes Heroles va a ser un lector frecuente de Ortega, como muchos otros miembros de su generación que lo leen, lo dejan, regresan a
él y nunca lo abandonan.
La omega: “Mirabeau o el político”, ensayo que creo
haber leído en la Revista de la Universidad y que acaso fue producto —lo digo de memoria— de una invitación que le hizo Fernando Pérez Correa, entonces
nal. Cuando llegó a la presidencia del
Comité Ejecutivo Nacional del pri,
impulsó fuertemente el Instituto de
Capacitación Política, hoy Escuela
Nacional de Cuadros, y pronuncio
discursos importantes que siguen
siendo materia de análisis entre las
nuevas generaciones priistas y más
allá de los priistas (cualquier interesado en la política mexicana, y en la política en general, encontrará mucha
materia de reflexión en la obra discursiva de don Jesús). Como secretario de
Gobernación le debemos varias cosas:
la publicación de numerosos folletos
y revistas políticas, la forma en que
auspició publicaciones: las revistas
Nexos y Vuelta, incluso intentó rescatar el periódico Excélsior para Julio
Scherer —desafortunadamente no
logró ese empeño—.
Una vez llegado a la Secretaría de
Educación Pública creó el Sistema
Nacional de Investigadores, que todavía hoy opera para el servicio de México con más de 20 mil investigadores,
cuyo objetivo final era que el Estado
premiara el mérito, pero sin que decidiera el mérito, para que así los talentos mexicanos en el área de ciencias
no tuvieran que salir de país a buscar
otros horizontes.
Como todo buen maestro, don Jesús empezó por formarse a sí mismo
antes de formar a otros. Se habla mucho de Jesús Reyes Heroles el historiador, el estadista, y se habla poco de
la faceta, para mi gusto, más interesante de Jesús Reyes Heroles lector.
Don Jesús fue sobre todo un lector de
los clásicos y de los contemporáneos,
lo mismo de literatura que de filosofía,
de economía que de antropología:
todos los temas, lo que recuerda la
frase de Terencio de que nada humano
le fue ajeno. Reyes Heroles leyó de
coordinador de Humanidades de la unam, cuando,
en uno de esos breves lapsos en que don Jesús no estaba al frente de un organismo del Estado, configuró
el estudio sobre Mirabeau; tampoco me consta que
sea el último texto de don Jesús, pero es el último
reunido en el libro. Convengamos aquí, independientemente del detalle, que sí es el último gran ensayo
de don Jesús Reyes Heroles y yo podría especular
que se trata del mejor, y está a contrapelo de la opinión de Ortega: éste quiere aislar, a partir de Mirabeau, al hombre de ideas del hombre de acción; Reyes
Heroles, por el contrario, los conjugó. Hubo después
una edición en España, en donde están publicados
los dos textos, las dos aproximaciones a Mirabeau: la
del gran maestro español y la del gran hombre de acción y de pensamiento mexicano.
Ahí tenemos una ida y vuelta: el joven que entre
otras cosas cita a Ortega, pero que rescata el mensaje
del humanismo que debe conjugarse con la revolución; desde ahí apunta el joven dieciochoañero, un
chamaco culto, lo que va a hacer cuando transite por
la Facultad de Derecho y vaya adquiriendo experiencia en los diferentes cargos que desempeñaría con
amplia responsabilidad. Esto, desde luego, nos revela a un lector empedernido, a un lector que nunca
dejó de quitar los ojos de los libros y que siempre estableció un diálogo con ellos; esto lo encontramos al
principio de su trayectoria y lo vemos de nuevo al final de su último ensayo sobre Mirabeau.
Concluyo con una pequeña anécdota. En una de
esas conferencias que a veces nos daba don Daniel
Cosío Villegas, dijo refiriéndose a José María Iglesias: “éste es uno de los últimos políticos capaces de
escribir de su puño un discurso y algo más que un
discurso”. Afortunadamente no se quedó esto en
José María Iglesias, sino que siguió adelante y Jesús
Reyes Heroles lo ejemplifica.W
Álvaro Matute es historiador. Bajo el sello del Fondo
acaba de aparecer una nueva edición de La teoría de
la historia en México (1940-1968) (Biblioteca
Universitaria de Bolsillo, 2015).
todo y procuró que sus allegados leyeran de todo.
A nuestra generación le conviene
recordar que la lectura no es una ocupación de hombres imprácticos o estéril para la política; es una educadora
del carácter y una forjadora de la voluntad. Así lo fue en el caso de don
Jesús y de manera similar ocurrió con
estadistas de otras latitudes —léase
Winston Churchill en Inglaterra, Manuel Azaña en España o Charles de
Gaulle en Francia—. Primero tuvo un
vasto camino que recorrer como lector para formarse una idea propia del
país y en función de ella actuar. Es
muy importante este aspecto y a mí
me gustaría que lo recordáramos.
Don Jesús tenía una idea muy particular de la política; decía que “es tan
limpia que ni los políticos sucios logran mancharla”. Se oponía incluso a
la idea que de ella tenía don José Ortega y Gasset: en su famoso texto “Mirabeau o la política” —que está incluido
en Jesús Reyes Heroles. Hombre de
acción, hombre de historia—, don Jesús
señaló que la reflexión sin acción es
estéril y la acción sin reflexión es muy
peligrosa. No estaba, en consecuencia,
de acuerdo con la tesis de Ortega, de
que el político tenía que ser un hombre exclusivamente práctico; a Reyes
Heroles le parecía que era indispensable que se formara y que pensara, porque se preguntaba: “¿acaso es posible
actuar sin pensar?”
La obra de don Jesús no es dogmática. Siempre entendió su actuar dentro
del marco de lo que llamaba el “liberalismo social”, una corriente que se
desprendió de sus estudios históricos
y a la que vio como una responsabilidad política: el respeto a las libertades
políticas y económicas, pero sin echar
en olvido a los desposeídos, recordan-
a
do siempre que hay gente desfavorecida, recordando también a los grupos
étnicos e indígenas de México para
que el liberalismo no se desentendiera
de ellos.
Muchos recuerdan en estos días la
frase de don Jesús: “México es más
grande que sus problemas”. Las crisis
en esta concepción de Reyes Heroles
no son momentos para el desánimo, ni
justificaciones para el desaliento. Don
Jesús produjo lo mejor y más perdurable de su obra escrita y política en momentos de crisis, política durante el
sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, económica durante los gobiernos de Luis
Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Sin embargo, don
Jesús nunca dejó de producir y no se
desanimó.
Por eso es que hoy celebro la publicación de este libro conmemorativo,
porque don Jesús sigue vivo y seguimos aprendiendo de él. El testimonio
más importante de esto somos todos
los que estamos aquí reunidos para
recordarlo con gratitud.W
Raudel Ávila se graduó como licenciado
en Relaciones Internacionales con la
tesis Militancia y reflexión: Justo
Sierra y Jesús Reyes Heroles.
17
Ilustración: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
CAPITEL
Tezontle,
laboratorio editorial
P
ara una editorial como el Fondo, que se
precia del rígido orden de sus colecciones, contar con un espacio desmelenado
como el que ofrece Tezontle es un agradecible contrapunto. A la manera del Siroco,
que arrastra calidez y exotismo ahí donde rige
sobre todo la razón, esta serie ha permitido a
nuestra editorial un sabroso juego de cintura,
pues lo que la define es la versatilidad, la fluidez
para aceptar obras un tanto anómalas que de
otra manera no habrían tenido cabida en la férrea taxonomía de nuestro catálogo. Pero, dentro del jaleo aparente de la colección que por estas fechas cumple 75 años de actividad, ha habido, como muestra Freja Cervantes en las páginas finales de esta Gaceta, continuidades que le
confieren identidad. Una de ellas, tal vez no
muy evidente, es su carácter de laboratorio, de
ámbito para la refrescante experimentación,
de cuyos resultados puede desprenderse —lo
que tal vez resulte paradójico— una colección
hecha y derecha. Permítame el lector describir
este carácter lúdico de Tezontle a partir de algunos de los proyectos que tenemos en cartera
y que pronto, si los veleidosos hados de la edición no disponen otra cosa, verán la luz.
S
uele reconocerse que la puerta por la
que la literatura entró al Fondo estaba
hecha de tezontle y que, una vez aclimatada entre los severos tratados de
economía, historia y sociología, se independizó,
al punto de que hoy la rama en que más títulos
publicamos es la de las bellas letras. Pero sigue
habiendo fuertes, comprensibles restricciones
para el tipo de obras que llegan a Letras Mexicanas o Poesía, colecciones que en su nombre
explican lo que alojan, y aun a Tierra Firme,
donde ha echado raíces sobre todo la producción literaria de América Latina; resultado de
esas reglas autoimpuestas es que el Fondo no
busca ser hoy una editorial para la literatura
traducida, que, si bien nunca tendrá toda la presencia que se requiere, cuenta con abundantes
vías para colarse hasta los lectores en español.
La excepción que aún hoy sigue reforzando la
regla nos la ofrece Tezontle, donde tenemos en
preparación una entrega más, la cuarta, de la
serie Para Leer a…, dirigida por Philippe OlléLaprune: un equipo de traductores coordinado
por David Huerta trabaja ya para poner en
nuestra lengua una selección de la rica y muy
compleja escritura de Henri Michaux, que habrá de sumarse a las antologías ya publicadas
de otros “raros” de las letras francófonas: Aimé
Césaire, Michel Leiris y Georges Bataille. Paralelamente nos aprestamos a publicar la versión castellana de Agustí Bartra de los Viajes de
Gulliver, el falso relato fantástico de Jonathan
Swift, ese ironista al que le interesaba más este
mundo que los imaginarios; con notas tomadas
de la edición que aparece en Oxford World’s
Classics y con la curaduría, como suele hoy denominarse a cierto trabajo editorial, de Gerardo Villadelángel, este volumen engrosará las filas narrativas de Tezontle en una serie no explícita, donde ya lo esperan Cuentos completos en
prosa y verso de Voltaire y Cuentos completos de
Dostoievski. Deliberada una, fortuita la otra, en
el futuro este conjunto podría desprenderse de
Tezontle y adquirir autonomía, tal como ocurrió con los textos que siguieron al poemario de
Francisco Giner de los Ríos, pionero de la lírica
en nuestro catálogo.
18
DE MAYO-JUNIODE 2015
ANTOLOGÍA POLICIACA
R A FA E L B E R N A L
Debido al éxito de El complot mongol, el resto de la obra de Rafael Bernal prácticamente fue olvidado, a
pesar de que la mayoría de sus narraciones fueron construcciones
sólidas, repletas de suspenso y de un
humor inteligente, y de que además
de la novela el autor incursionó en
otros géneros literarios con frutos
de igual modo notables. La Antología
policiaca que ahora sale de las
prensas del fce, en ocasión del
centenario del nacimiento de Bernal,
rescata lo mejor de la producción de
este autor en el llamado “género
negro”, y ofrece así cuatro novelas
policiacas: El extraño caso de
Aloysius Hands, De muerte natural,
El heroico don Serafín y Un muerto en
la tumba, y tres cuentos: “La muerte
poética”, “La muerte madrugadora”
y “La declaración”, todos ellos textos
muy difíciles de encontrar.
En este libro, como apunta
Martín Solares —prologuista de la
antología—, el lector verá con
transparencia la técnica con la que
Bernal sembró cuidadosamente las
pistas justas para que el protagonista
busque descifrar los enigmas,
además de su capacidad para
envolver los relatos en un aura
misteriosa.
colección popular
Prólogo de Martín Solares
1ª ed., 2015; 291 pp.
978 607 16 2966 1
$135
MESTIZAJE Y CRIOLLISMO
EN L A LITER ATUR A
DE LA NUEVA ESPAÑA
DEL SIGLO X VI
R A FA E L B E R N A L
Bernal entendía la lengua como un
organismo vivo sujeto a cambios de
origen interno que expresaban
modificaciones en el pensamiento
de los hablantes, lo mismo que a
otros originados externamente,
como la transculturación o la aculturación debidas al contacto con
otras lenguas. En la consideración
de estos factores, se enfocó el el
análisis de las transformaciones
que sufrieron el idioma y la literatura durante el proceso histórico de
expansión hispánica en el Anáhuac
durante el siglo xvi y, para comprenderlo, realizó una comparación
de escritos de autores novohispanos y de textos de los pueblos originarios de México, así como testimonios españoles del mismo periodo.
Durante su estancia en la Universidad de Friburgo desarrolló la
tesis doctoral que nutre este libro;
en ella se sirve de sus conocimientos de filosofía, historia, antropología, etnología y filología para examinar variaciones provocadas tanto en la vida de los pueblos conquistados como en la de los conquistadores, y entender así los procesos
culturales, pues para él la literatura
es un espejo que refleja con precisión las singularidades del mundo
novohispano y el surgimiento del
pensamiento mestizo y el criollo.
EL GR AN OCÉANO
R A FA E L B E R N A L
Publicada originalmente en 1992 y
alejada por completo de la ficción
y las tramas detectivescas, esta
obra del también historiador y
diplomático traza un apasionante
recuento de los intercambios políticos y culturales que se han dado
a través del oleaje del océano Pacífico. La historia del colonialismo,
de las aventuras acuáticas, del
espíritu expansionista y de los
motores —económicos, sociales,
ideológicos o espirituales— que
han impulsado a los distintos pueblos bañados por las aguas del
Gran Océano a izar las velas se
desgranan en este volumen, que
reconstruye así quinientos años
de un complejo entramado de
transculturación.
Obsesionado con el tema, Bernal acumuló materiales durante
toda su vida y su repentina muerte
le negó la dicha de ver publicado el
libro, cuya primera edición llevó el
sello del Banco de México. Ágil y
entusiasta, la escritura de Bernal
navega el ancho universo de agua
con minuciosidad y alegría, logrando el infrecuente equilibrio
entre erudición y amenidad.
historia
1ª ed. 2012 (reimp., 2015); 519 pp.
978 607 16 1010 2
$390
lengua y estudios liter arios
1ª ed. (fce), 2015; 339 pp.
978 607 16 2924 1
$220
a
M AY O - J U N I O D E 2 0 1 5
Ilustración: © R I C A R D O P E L Á E Z G OYC O C H E A
NOV EDA D ES
T
EN DIFERENTES MUNDOS
TIERR A DE GR ACIA
R A FA E L B E R N A L
R A FA E L B E R N A L
Evidencia de que no toda su escritura se reduce al género policiaco
o al estudio de la historia, los ocho
cuentos que conforman En diferentes mundos permiten el acercamiento a un prosista experimentado que se mueve con destreza y
soltura en los terrenos de la narrativa breve. Los relatos contenidos
en estas páginas sitúan hechos y
personajes en diversos ambientes
—cada uno el más adecuado para
el desarrollo del tema— y mantienen un ritmo vigoroso en el que se
comparten el dolor y las preocupaciones ajenos. Lo mismo en la
soledad de dos personajes en Nueva York que en la dura existencia
de quienes en Hong Kong luchan
bajo un tifón implacable o en el
sutil desenlace de una investigación policiaca nipona, todo es justificado en las andanzas del investigador y diplomático, a quien su
aportación a este género le basta
para situarlo en las primeras filas
de los narradores de habla
española.
Una extravagante revisión de una
sociedad considerada dicotómica
atrajo la pluma de un Rafael Bernal muy distinto al escritor de
relatos policiacos o al historiador
preocupado por la transculturación entre españoles y americanos;
Tierra de gracia deja entrever a un
autor encarnado en un personaje
que se debate entre el ser y el querer ser, entre creencias que lidian
con instintos o prejuicios que chocan contra el idealismo, todo presidido por una crisis de valores que
Bernal sabe mostrar delicadamente de inicio a fin.
Mediante el entrecruzamiento
de escenarios —que lleva a personaje y lector de la espesura de la
selva del Orinoco, habitada por
seres en condición de barbarie, a la
civilizada ciudad de Caracas, en
una suerte de cambio externo e
interno— se advierte el acoplamiento de dos historias que terminarán siendo una unidad en la que
un héroe sufre las contradicciones
de su conciencia.
letr as mexicanas
letr as mexicanas
1ª ed. 1967 (reimp., 2005); 192 pp.
1ª ed., 1963 (reimp., 2005); 276 pp.
978 968 16 7513 4
978 968 16 7512 7
$80
$100
JESÚS REYES HEROLES
Hombre de acción,
hombre de historia
JESÚS REYES HEROLES
Hace tres décadas murió Jesús
Reyes Heroles, un liberal convencido, el ideólogo más lúcido de una
etapa de la revolución institucionalizada en la que se daba el fin de
un periodo de crecimiento en la
estabilidad y el inicio de otro que
planteaba la urgencia de cambios
económicos, sociales y políticos
profundos. Este pensador político,
historiador, funcionario, leyó en la
historia una lección: el único cambio racional consiste en transformaciones graduales, que evitan a
la vez el inmovilismo y las rupturas catastróficas.
Esta antología reúne varios de
los textos más significativos del
veracruzano sobre el liberalismo
mexicano, la Iglesia y el Estado, el
petróleo, la seguridad social, la
reforma política y la educación; es
un homenaje a su vida intelectual
y un llamado a que los lectores de
hoy analicen y entiendan los aportes de este personaje público.
Encabeza esta selección el primer
artículo publicado de Reyes Heroles: “Humanismo y revolución”, y
remata con su último escrito: “Mirabeau o la política”. La selección
incluye también las voces de Luis
Villoro, Jorge Sayeg Helú, Alejandro Sobarzo y Fernando Zertuche,
entre otros, que ilustran su pensamiento y sus acciones.
vida y pensamiento de méxico
Selección y estudio preliminar
de Eugenia Meyer
1ª ed. 2015; 332 pp.
97860716 2615 8
$200
ambién está cocinándose, a fuego más
lento del que esperábamos, una iconografía de Octavio Paz, que forma parte
de los festejos bibliográficos por el centenario del Nobel mexicano. Ésta es quizá la
parcela más fértil, más nutrida en tiempos recientes de Tezontle: en el último lustro sumamos los álbumes biográficos de Agustín Yáñez,
José Vasconcelos —compuesto por Rafael Vargas y Xavier Guzmán Urbiola, quien en su momento hizo lo propio con Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán—, Efraín Huerta y José Revueltas a una galería en la que han ocupado un
lugar hombres de letras como Julio Cortázar,
Luis Cardoza y Aragón o el propio fundador del
Fondo, Daniel Cosío Villegas, y pintores como
Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. La sola
enumeración de estos volúmenes de fotografías
señala la existencia de una colección no reconocida, a la que tal vez convenga extirpar de la ígnea Tezontle con el ánimo de darle vida propia.
E
stá por irse a la imprenta un volumen
que, de no contar con el cajón de sastre
de Tezontle, seguramente habríamos
visto aparecer con otro sello editorial.
Se trata de una selección, preparada por Paulina
Lavista, de los deslumbrantes diarios de Salvador Elizondo. A caballo entre el libro de artista y
el mero documento literario, el material producido por el autor de Farabeuf a lo largo de las décadas vale por el contenido y el continente, pues
lo mismo da cuenta de las ideas y las preocupaciones literarias de Elizondo que testimonia su
sensibilidad pictórica y fotográfica. Con diseño
de León Muñoz Santini y edición del ya citado
Villadelángel, será un volumen demasiado ilustrado como para considerarlo sólo de literatura
y demasiado lleno de palabras para tenerlo por
álbum de fotos. Pero tal vez ésa sea la clave
para que el experimento se reproduzca con éxito más adelante, con otros escritores en los que
también confluyen la veta literaria y la gráfica.
E
s de algún modo lo que ocurre con una
obra que suena a disparate pero cuya
historia explica el aparente galimatías.
Sin atreverme a decir cuándo, puedo decir que pronto aparecerá una versión bilingüe
en japonés y español del Popol Vuh, con ilustraciones de Diego Rivera y varios textos introductorios, entre ellos uno de Yukio Mishima. Por
exótica que parezca, esta mezcolanza tiene una
génesis relativamente simple aunque muy extendida en el tiempo: Eikichi Hayashiya, uno de
los más perseverantes constructores de puentes
entre Japón y las letras hispánicas, emprendió
por cuenta propia la traducción del libro maya, a
partir de la versión de Adrián Recinos, y concibió este punto de confluencia de la cultura de su
patria, la de esos antiguos mexicanos y la del
pintor guanajuatense; con el impulso reciente
de Alejandro Basáñez, funcionario en nuestra
embajada en el país asiático, y la ayuda de Aurelio Asiáin, este híbrido ejemplifica como pocos
la vocación de Tezontle por la apuesta.
A
l momento de cerrar esta edición nos
debatimos sobre la pertinencia de
incluir en esta serie una obra insólita, de la que el lector puede ver una
muestra en las páginas 12 y 13. Con la adaptación de El complot mongol al lenguaje de la novela gráfica estamos dando los primeros pasos
hacia territorio desconocido; probablemente le
seguirá un ejercicio parecido con Los de abajo y
más adelante con otros libros clave de la historia literaria del Fondo. ¿Deben ser parte de Tezontle o conviene hacerlos nacer dentro de, digamos, Monos Mexicanos o Letras MexicanasSerie Gráfica? Tal vez lo prudente sea tomar el
teléfono, de preferencia con una línea que distorsione la voz, y dar alguna instrucción en
español cerradísimo a quien esté preparando el
libro para la imprenta; si así, in illo tempore,
el Centzontle se convirtió en una piedra porosa que nos ha acompañado ya por tres cuartos
de siglo, al repetirlo hoy de seguro saldrá un
buen nombre para el proyecto en ciernes.
TOMÁS GR ANADOS SALINAS
@tgranadosfce
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Fotografía: © J A Z M Í N P I N TO R PA ZO S
A RTÍ C U LO
EL PÁJARO
TRASMUTADO
EN PIEDRA:
75 ANIVERSARIO
DE TEZONTLE
El nombre de una piedra rojiza,
símbolo de la arquitectura mexicana,
ha estado en el corazón mismo del Fondo
casi desde su fundación. Celebramos aquí,
a vuelapluma, las andanzas de una colección
que le abrió las puertas de la casa a la literatura
y que hoy alberga libros del más variado plumaje
(acaso porque esta serie debía llamarse como un ave).
Cantamos así el feliz cumpleaños a Tezontle
F R E JA I . C E R VA N T E S
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Fotografía: © J A Z M Í N P I N TO R PA ZO S
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
EL PÁ JARO
JA R O TRASMUTADO EN PIEDRA: 75 ANIVERSARIO DE TEZONTLE
No sé si de tezontle estarán hechas también las piedras
angulares que sostienen al Fondo de Cultura, aunque como
a todo buen monumento mexicano no debieran faltarle en
su arquitectura. Lo que sí creo es que este Tezontle
que se le fue metiendo en casa un buen día no desentona
del conjunto y le suma gracia, y a veces desenfado,
a la severidad del edificio
Francisco Giner de los Ríos
D
el vasto catálogo histórico del Fondo de Cultura Económica con más de 110 colecciones, incluidas ediciones
especiales y sus publicaciones periódicas, como La Gaceta del Fondo, la colección Tezontle se distinguió en un
principio por ser la primera entre sus series en no publicar ninguna ciencia económica o social. En este
2015, Tezontle cumple la distinguida edad de 75 años,
pero quizás su heterogéneo y polifacético perfil la han
salvado de envejecer y perder su carácter enigmático.
Los libros de Tezontle circularon con las publicaciones
del Fondo y simularon cierta independencia del resto de títulos de Economía, Política y Derecho, Historia y Sociología, porque en principio se diferenciaban por
inscribir en su interior literatura, en específico, poesía.
Los primeros títulos de Tezontle carecieron del pie de imprenta de la editorial,
y se anunciaban bajo las voces recientes del exilio español republicano. Su primer autor, Francisco Giner de los Ríos, publicó su Rama viva en mayo de 1940 y
en septiembre de ese año León Felipe entregó a las prensas El gran responsable
(Grito y salmo). Al año siguiente apareció Primavera en Eaton Hastings. Poema
bucólico con intermedios de llanto, del casi olvidado Pedro Garfias, seguido de Recinto y otras imágenes, del mexicano Carlos Pellicer. Entre los libritos naranjas
del Fondo destacaban las portadas de Tezontle por su belleza tipográfica, el papel
matizado de sus cubiertas con hermosas viñetas a cargo de José Moreno Villa y
Antonio Rodríguez Luna. En 1941, el Boletín Bibliográfico, el antecedente de La
Gaceta, dedicó un número especial para difundir con reseñas lo que en principio
pareció ser una serie poética.
Cuando la editorial por fin habitaba su propia residencia en Av. Universidad,
Arnaldo Orfila Reynal le encargó a Francisco Giner de los Ríos la presentación
de la colección Tezontle para el Catálogo general de 1955 por su doble y entrañable vínculo con la editorial, como autor y editor del Fondo en los años cuarenta.
En su texto, Giner de los Ríos cuenta el origen del primer libro bajo su autoría y
la intervención de la editorial para su producción y distribución. Asimismo, narra la leyenda que acompaña el nacimiento de Tezontle, la cual, a pesar de ser
bastante conocida entre bibliófilos, no deja de cautivar por la metáfora que entraña: “En uno de sus escasos momentos líricos —recuerda Paco Giner—, Cosío
Villegas propuso que se pusiera al libro como pie centzontle, por aquello de la
poesía y del ruiseñor. Dictada por teléfono a la imprenta la palabra, las zetas españolas debieron ser tan sólidas que el pájaro se trasmutó en piedra”. La imagen
que representa a la colección fue resultado de una errata auditiva y sugiere que
alguna vez quiso ser la piedra un pájaro de bello canto, pero sus primeros autores mineralizaron con su acento el nombre dicho al impresor, quien atónito realizó la metamorfosis del pájaro y fijó, para la eternidad de sus lectores, el pie de
imprenta: Tezontle.
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Pero si la leyenda es seductora, la historia de la colección no es menos reveladora de grandes e importantes periodos de la política cultural y de la historia editorial de México e Hispanoamérica. Tezontle, en principio, fue un sello compartido entre dos instituciones hermanas: la Casa de España en México, que muy
pronto cambiaría a El Colegio de México, y el Fondo de Cultura Económica.
Cuando la casa mudó a colegio, la creación literaria que venía imprimiéndose con
ímpetu encontró en el sello Tezontle la vía para su publicación, y gracias al consentimiento y a la complicidad de sus responsables, Alfonso Reyes y Daniel Cosío
Villegas, la literatura se alojó en las instalaciones de la casa editora, al margen de
sus labores proyectadas para las primeras colecciones disciplinarias. De ahí que
la edición de los títulos de Tezontle pueda fácilmente imaginarse en la convivencia del taller editorial con la tertulia literaria, una actividad difícil de enlazar con
las nuevas tareas académicas de El Colegio de México, pero viable de coexistir en
la conformación del Departamento Técnico del Fondo.
Respecto de la genealogía de Tezontle, el Catálogo histórico de la Casa de España y El Colegio de México puede dar fe entre sus páginas. Publicado en 2000,
consigna como primer título de la institución, y curiosamente del sello pedregoso, un libro de poesía de 1938, El payaso de las bofetadas y El pescador de caña,
de León Felipe, que para asombro de poetas y editores en su portada lleva el pie de
imprenta del Fondo de Cultura Económica. En la entrada del título se lee la precisión siguiente: “Este poema se publicó antes de la creación de la Colección Tezontle, pero por sus características tipográficas es claro que forma parte de ella”.
No sólo este título inaugural se incluye como parte de ese primer boceto de la
colección compartido entre instituciones, sino todo el catálogo de Tezontle hasta
1958 se consigna como parte de las publicaciones del Colegio. Porque Tezontle,
afirma el editor José María Espinasa, “Marcó un hito en la historia del libro
mexicano y el Colegio estuvo ligado a ese privilegiado momento”.
Este parentesco entre los catálogos de El Colegio de México y el Fondo de Cultura con Tezontle da cuenta ante todo de la relación artística e intelectual entre
escritores, editores y artistas de ambas orillas, afincados en la tradición y la cultura del libro. También habla de la relación que prevaleció durante la gestión editorial del fundador y primer director del Fondo, Daniel Cosío Villegas, con el primer presidente de El Colegio de México, Alfonso Reyes, mediante diferentes modalidades como la coedición, la edición de autor y la autopublicación; todo ello
continuó con mayor soltura y en diferentes fórmulas editoriales en la época del
director Arnaldo Orfila Reynal, quien supo aprovechar el sello a manera de un
laboratorio editorial para ensayar y prefigurar el lanzamiento de nuevos proyectos y formatos, como la muy esperada Letras Mexicanas, en 1952.
Durante los primeros 25 años de vida de la colección, que corresponden a las
dos primeras direcciones de Cosío y Orfila, el catálogo alcanzó un total de más de
cien títulos publicados, de los cuales el 98 por ciento fue literario, pese a la falta
de un programa específico. No obstante, es destacable que la colección conservara durante un cuarto de siglo su perfil literario. Si al comienzo Tezontle alojó a la
poesía, muy pronto introdujo a su cuerpo el ensayo literario, histórico, filosófico
y antropológico, además del cuento y la novela, la crónica, las memorias y la biografía; incluso el teatro encontró un acomodo en ese gran escenario de la colección que, sin duda, se distingue hoy en día por su función pragmática. Además de
los primeros libros ya mencionados, a este periodo corresponden las obras poéticas Mínima muerte y Circuncisión del sueño, de Emilio Prados; Poesías completas
(1926-1959), de Manuel Altolaguirre; La realidad y el deseo, de Luis Cernuda; El
extrañado, de Juan José Domenchina; Canto llano, de Nuria Parés, y Quetzalcóatl, de Agustí Bartra, con portada de Vicente Rojo. En cuanto a la poesía mexicana, destacan Fronteras y Sin tregua, de Jaime Torres Bodet; Libertad bajo pala-
a
21
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
EL PÁ JARO TRASMUTADO EN PIEDRA: 75 ANIVERSARIO DE TEZONTLE
bra —cuya primera portada la ilustró Ricardo Martínez—, Semillas para un himno y Piedra de sol, de Octavio Paz; Los demonios y los días, de Rubén Bonifaz Nuño;
Décimas a Dios, de Guadalupe Amor, y Nocturna suma, de Elías Nandino. Y para
completar el cuadro poético, recuérdense Las estaciones y otros poemas, de la
uruguaya Sara de Ibáñez, y Poemas de un joven, del nicaragüense Joaquín Pasos,
editada por Ernesto Cardenal.
En cuanto al relato, el cuento y la crónica, Juan José Arreola publicó Varia invención; José Durand, Ocaso de sirenas. Esplendor de manatíes; Ignacio Helguera,
El monstruo y otros cuentos; Pedro Salinas, El desnudo impecable y otras narraciones, y Francisco Tario su Tapioca inn, mansión para fantasmas. En novela destacan la primera edición en español de Angustia, del brasileño Graciliano Ramos,
cuya ilustración de portada es obra de José Narro Celorio; Una manera de morir,
del guatemalteco Mario Monteforte Toledo, y la edición conmemorativa de Doña
Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos, bellamente ilustrada por Alberto Beltrán y con prefacio del autor, publicada en 1954. En ensayo se advierten El tonel
de Diógenes, de Manuel González-Prada; Topía y utopía, de Eugenio Ímaz; Extremos de América, de Daniel Cosío Villegas; Confesiones profesionales, de José Gaos;
Regreso de tres mundos, un hombre de su generación, de Mariano Picón-Salas, con
portada de Josep María Giménez-Botey; El heroísmo intelectual, de José Antonio
Portuondo; Ensayos sobre literatura latinoamericana, de Arturo Torres-Rioseco;
Sentido de la presencia, de Ramón Xirau, y La filosofía como compromiso, de
Leopoldo Zea.
Mención aparte merecen los autores Alfonso Reyes y Max Aub en Tezontle durante este primer periodo, por su profusión y presencia en el catálogo. El autor de
Visión de Anáhuac acompañó con sigilo las primeras dos décadas de la colección,
enriqueciendo el catálogo con la publicación de veinte obras en total, de Los siete
sobre Deva: sueño de una tarde de agosto publicada en 1942 a la edición de Albores:
crónica de Monterrey. Segundo libro de recuerdos en 1960. Esta última fue póstuma, una edición homenaje si se considera que representó el último libro que A. M.
M. Stols compuso tipográficamente para su querido autor mexicano. A la primera obra de Reyes le siguieron otras, como Ancorajes, Homero en Cuernavaca y Memorias de cocina y bodega, impecablemente ilustrada por Elvira Gascón; a lo largo de 18 años Tezontle fue uno de los sellos predilectos de Reyes, el cual le rindió
espacio material y proyección literaria, y al que no dejaría de entregarle sus escritos paralelamente al inicio de la publicación de sus Obras completas en 1955.
A unos meses de su arribo a México, Max Aub publicó en 1943 San Juan Tragedia, con el pie de imprenta Tezontle. Aub le entregó sus primeras obras de exilio:
ahí quedaron Campo abierto, Campo cerrado y Campo de sangre de su serie El Laberinto Mágico, la edición completa de su Sala de espera y a la colección terminaría ofreciéndole una de sus mejores obras de madurez: Jusep Torres Campalans
de 1958, libro ilustrado por él mismo y maquetado a manera de una parodia gráfica de los libros comerciales de arte de Albert Skira, y que en la actualidad resulta
una de las más lúdicas e inteligentes muestras que ofrecen los libros de colección
en Tezontle. En un periodo de 15 años, Aub publicó un total de 14 obras, pero a la
muerte de su amigo y protector Alfonso Reyes, la ausencia de Aub se dejó sentir
en el catálogo. Y no es casual. Ya que, si bien nunca figuró un director oficial de la
colección, Reyes fue, hasta su muerte, el responsable de las ediciones bajo el sello
Tezontle. Eso explica por qué, en carta a Arnaldo Orfila, el autor de Mallarmé entre nosotros llamó a esta colección la “amante compartida” entre El Colegio de
México y el Fondo de Cultura Económica.
A partir de la inclusión oficial del sello Tezontle, en 1955, como una sección del
Fondo de Cultura Económica —sin duda un acierto editorial—, “la colección de
colecciones particulares” estuvo para atender los intereses del director editorial
y su administración en turno, lo cual se evidencia con la partida de Arnaldo Orfila Reynal en 1965, que marca el cierre de una época de plenitud para Tezontle, la
cual culmina con la publicación de sus primeros autores: la edición homenaje que
dedicaría Paco Giner a su tío, el ilustre pedagogo de la Institución Libre de Enseñanza, Ensayos y cartas, de Francisco Giner de los Ríos, en 1965, y ¡Oh, este viejo y
roto violín!, de León Felipe, en 1966. Una vez puesta en marcha la colección Letras
Mexicanas, la producción de Tezontle se redujo considerablemente y sirvió para
mitigar los riesgos con tirajes muy menores cada vez que se publicaba un título
de dudosa recepción.
Las direcciones posteriores, designadas desde entonces presidencialmente, le
darían a la colección un perfil todavía más variopinto en géneros, disciplinas, estilos, formatos y tipos de edición. Esta cada vez mayor utilidad de Tezontle caracterizaría aún más el aspecto y contenido de sus libros en ediciones fuera de colección, libros únicos aglutinados en un catálogo similar a un cajón de sastre, o de
reservorio de lo que no encaja en ninguna parte. Si bien es cierto lo anterior, convendría observar el desarrollo de Tezontle en su siguiente medio siglo por su capacidad estratégica para resolver la política editorial de la empresa. A toda editorial le conviene, tarde o temprano, una “colección blanca”, recuerda con ironía
Gérard Genette en el caso de Gallimard, para ejercer la práctica editorial sin
afectar los perfiles de sus colecciones y corresponder a las necesidades culturales
y comerciales que marca la política del momento. Quizás por lo anterior, y siempre por la coyuntura, la conformación del catálogo de Tezontle se puede corresponder con la pericia de sus editores para resolver las tensiones y obstáculos diversos que en su larga historia editorial ha remontado el Fondo de Cultura
Económica.
El siguiente periodo, desde Salvador Azuela y hasta la llegada de José Luis
Martínez a la dirección editorial (1965-1982), la colección Tezontle resintió los
acomodos y reajustes de cinco directores, uno de ellos adjunto, en el rescate del
proyecto original del Fondo en correspondencia con las exigencias políticas y
administrativas exigidas a la empresa. José Luis Martínez, como autor y colaborador cercano a la institución, supo legar a las direcciones posteriores, especialmente a la de Jaime García Terrés, quien a su vez, continuó con éxito la coedición como una práctica efectiva de su política editorial y bajo el respaldo presupuestal que el entonces Plan Nacional de Desarrollo le otorgó durante su
gestión.
Pese a la heterogeneidad en aumento del catálogo de Tezontle, la publicación
literaria predominó en sus títulos, en especial la poesía y el ensayo. En principio,
incluyó a autores y miembros del Seminario de Cultura Mexicana afines a Azue-
22
la, como Griselda Álvarez, Margarita Michelena y Francisco Díaz de León; se advierte también la presencia de poetas de los estados, como el zacatecano Roberto
Cabral del Hoyo con Rastro de arena y el regiomontano Ernesto Rangel Domene
con Canción junto al abismo, y las obras Himnos del hierofante, del colombiano
Germán Pardo García, y Confín de llamas, del costarricense Alfredo Cardona
Peña, quienes radicaron en México hasta su muerte. Dos títulos de ensayo abrieron la década de los setenta en Tezontle: Oficio de leer de Julieta Campos y Saturnino Herrán de Luis Garrido; el relato histórico apareció con Pancho Villa: un intento de semblanza de Marte R. Gómez y en la correspondencia con Don Sebastián
Lerdo de Tejada y el amor de José Fuentes Mares; también la dramaturga Maruxa
Vilalta publicó una selección de sus obras en 1972. En contraste, se incluyó en la
colección un título de éxito de venta para la época: el ensayo El “shock” del futuro,
de Alvin Toffler, con diez mil ejemplares, a diferencia de las tiradas no mayores de
tres mil en los títulos literarios de Tezontle.
La coedición ha sido una política que define en gran medida el comportamiento del catálogo histórico de Tezontle, sobre todo, cuando bajo su nombre se hizo
germinar proyectos para trasplantarlos después en nuevas colecciones. Así, en el
último año de gestión de Francisco Javier Alejo y el director adjunto Guillermo
Ramírez Hernández, la poesía retorna a Tezontle con Esquemas para una oda tropical, de Carlos Pellicer, uno de sus primeros autores, y Poesías completas, de Luis
Cardoza y Aragón, acompañado de un prólogo de José Emilio Pacheco. Pero será
otro guatemalteco el que despuntará con mayor fuerza en el catálogo, no sólo por
el prestigio que Tezontle adquirió publicando a su primer Nobel de literatura,
Miguel Ángel Asturias, sino porque, al saldar una vieja deuda de la editorial con
el autor en tiempos del primer director, se fijaban los antecedentes de uno de los
proyectos editoriales más importantes de ediciones críticas que haya tenido la
literatura latinoamericana del siglo xx: la Colección Archivos, dirigida por el editor francés Amos Segala a partir de 1988. Una década antes, en 1978 se publicaron Tres de cuatro soles —hasta ese momento inédito—, una edición crítica de Dorita Nouhaud, con prefacio de Marcel Bataillon y un homenaje del poeta y ensayista Aimé Césaire; El señor presidente, con testimonio de Arturo Uslar Pietri,
estudios críticos de Gerald Martin e Iber H. Verdugo, entre otros, y Viernes de
Dolores con prefacio de Marcel Brion y estudios de Claude Couffon e Iber H. Verdugo, cuando Segala dirigía Éditions Klincksieck. Un magno proyecto que mereció la atención de más de treinta instituciones académicas y culturales a nivel internacional, así como el interés especial de la unesco. Todavía en 1981 Miguel
Ángel Asturias destacó en el catálogo de Tezontle con Hombres de maíz acompañado de un prefacio de Jean Cassou y de los estudios de Mario Vargas Llosa, Gerald Martin y Giovanni Meo Zilio; aunque ninguno de los títulos del Nobel centroamericano llevara el pie de la colección, es claro que por las características del
proyecto coeditor forma parte de la historia de Tezontle.
Otro elemento digno de observar en esta época, y que se acentuaría en la dirección de Jaime García Terrés, es la presencia de ediciones fotográficas y la aparición
de iconografías, lo que reactualizó la personalidad visual y artística de la colección
y abrió el camino para ediciones de lujo, además de que haya inspirado el surgimiento de la colección fotográfica Río de Luz, bajo el cuidado y diseño de Pablo Ortiz Monasterio y Peggy Espinosa, una serie que recibió dos años después el Premio
Internacional de Fotografía en 1986. Con García Terrés al frente de la editorial,
apareció Orozco. Iconografía personal, del pintor jalisciense, y la primera edición
de lujo de Los de abajo, de Mariano Azuela, ilustrada por Orozco y prologada por
Valéry Larbaud. Es una edición inalcanzable a la vista del lector común, pero cuya
imposibilidad se ve recompensada, desde 2012 con la nueva edición de lujo en Tezontle de Los de abajo, ilustrada esta vez por Diego Rivera y con un excelente prólogo de Víctor Díaz Arciniega, en el que narra la historia editorial de una edición oficial de esta obra interrumpida en 1929 por conflictos político-culturales. En 1983
se publicaron los libros fotográficos de Lola Álvarez Bravo Escritores y artistas
mexicanos y el Álbum fotográfico, de Carlos Pellicer. Las iconografías de Tezontle
son en la actualidad una tradición de la casa, ediciones homenaje que intiman y
acercan al espectador a observar a la gran familia del Fondo de Cultura Económica; de ahí que puedan considerarse álbumes, libros en los que se aprecia de manera
sustancial la vida de personalidades históricas, autores, colaboradores, editores y
amigos de la empresa editorial. La aparición de las iconografías en la colección se
relaciona, en gran medida, con la apertura de una sección de diseño en la Gerencia
de Producción del Fondo en 1978 a cargo de Rafael López Castro, ya que el catálogo
registra en 1979 su primer antecedente: Zapata: iconografía, de Alba C. de Rojo y el
propio López Castro, con textos de José Luis Martínez, entonces director de la editorial; después aparecieron las de Julio Cortázar, Diego Rivera, Martín Luis Guzmán, Luis Buñuel, José Moreno Villa, Alfonso Reyes, David Alfaro Siqueiros, Daniel Cosío Villegas, Nicolás Guillén, Carlos Pellicer, Jaime García Terrés, Max Aub
y Luis Cardoza y Aragón ya entrada la primera década del siglo xxi. Finalmente, en
2012, Tezontle le rindió un homenaje a su casa de origen con la aparición de Fondo
de Cultura Económica. Iconografía en su 75 aniversario, realizada y diseñada por
Jaime Soler Frost, con presentación de Alí Chumacero y liminar de Consuelo Sáizar, directora de la casa entre 2002 y 2009.
A partir de la dirección de José Luis Martínez, la política de reeditar y reimprimir las obras del catálogo general en coedición para nuevas colecciones, como
SepOchentas y Lecturas Mexicanas, marcaría la pauta en las gestiones editoriales
que le sucedieron, especialmente cuando la producción de la industria editorial se
veía afectada por las sucesivas crisis económicas. De ahí el tránsito constante de
las obras de Tezontle a otras colecciones del Fondo, con el propósito de difundirlas
en relanzamientos editoriales o para celebrarlas con ediciones conmemorativas,
de lujo u homenaje. Así, en 1980, Juan Rulfo ingresó a Tezontle acompañado de su
hijo, el pintor Juan Pablo Rulfo, quien ilustró las nuevas ediciones de lujo de El llano en llamas y Pedro Páramo, ambas publicadas con anterioridad en Letras Mexicanas. La primera obra de Juan José Arreola publicada en Tezontle, Varia invención, regresó a su colección de origen 50 años después con Bestiario para constituir
la edición conmemorativa una vez desaparecido el escritor en 2002. Varia invención, publicada en 1949, ya había emigrado para hacer dúo a la segunda edición de
Confabulario en Letras Mexicanas en 1955. A su vez, esta última obra de Arreola
regresaría a Tezontle en 1966 para componer una elegante edición empastada con
prólogo de Jorge Luis Borges e ilustraciones de José Luis Cuevas.
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EL PÁ JARO TRASMUTADO EN PIEDRA: 75 ANIVERSARIO DE TEZONTLE
La fórmula editorial de la antología es afín al perfil diverso de la colección dimensionándola en una “puesta en abismo”, ya que cumple con la analogía de representar esa gran antología que es el catálogo de Tezontle. Sus propuestas selectivas se permiten partir desde cualquier criterio temático, genérico e incluso cronológico, cuando de 2004 a 2007 adoptaron la forma de anuarios poéticos, a
cargo de Tedi López Mills y Luis Felipe Fabre, David Huerta, Pura López Colomé
y Julián Herbert. Otro ejemplo lo determinó el Premio Juan Rulfo: una década.
Antología, que en 2002 mereció su publicación conmemorativa, con prólogo de
Juan Gustavo Cobo Borda y en coedición con la Universidad de Guadalajara.
Destaca por su valor documental la coedición bilingüe de la Antología de la poesía
mexicana moderna firmada por Jorge Cuesta en 1928, con el sello quebecuá Écrits
de Forges. Y en el tránsito de ediciones literarias, antológicas y bilingües, vale
mencionar otro proyecto de coedición entre la Fundación para las Letras Mexicanas y el Fondo para promover la traducción de la literatura mexicana, como la
antología de cuentos Sun, Stone and Shadows. 20 Great Mexican Short Stories,
editada por Jorge F. Hernández.
El último cuarto de siglo de la colección Tezontle, que comprende las direcciones del ex presidente Miguel de la Madrid, Gonzalo Celorio Blasco, Consuelo Sáizar, Joaquín Díez-Canedo Flores y la actual de José Carreño Carlón, parte de un
proyecto transformador que consistió en modernizar la estructura y organización administrativa con el propósito de alcanzar el equilibrio entre la oferta cultural de calidad y los aspectos financieros y comerciales de la institución. El inicio de esta etapa corresponde también con la última mudanza del Fondo a sus actuales edificios en la Carretera Picacho-Ajusco. Es un periodo que ha resultado
especialmente renovador y en el que las últimas direcciones han mostrado una
continuidad emprendedora con el lanzamiento de nuevas colecciones y secciones, programas culturales y apertura de librerías y filiales en el país y en el
extranjero.
Quizás el estigma metafórico de Tezontle y la costumbre editorial determinen
la fidelidad de la colección a la poesía: si se observan detenidamente los lomos de su
biblioteca, en las dos últimas décadas del siglo xx Carlos Pellicer concentra un total de 14 títulos, lo que ha sido un modo de edificar su propia colección poética publicando sus obras tempranas, como Piedra de sacrificios: poema iberoamericano
1924 y Hora y 20. 1927, además de sus primeros títulos de origen en Tezontle: Práctica de vuelo 1956, cuya portada ilustró Ricardo Martínez, y Reincidencias 1978; Octavio Paz sería el segundo de la colección, con diez títulos reeditados en ediciones
conmemorativas y facsimilares. Las obras de Paz publicadas en Tezontle han transitado a otros catálogos multiplicando sus ediciones y retornado décadas después a
su colección de origen para ser motivo de merecidos homenajes. Así, Piedra de sol,
de 1957, regresó medio siglo después, como Lecturas de Piedra de sol. Edición conmemorativa del poema de Octavio Paz, en edición conmemorativa y facsimilar a
cargo de Hugo J. Verani, con estudios críticos de Ramón Xirau, José Emilio Pacheco y Tomás Segovia. También ¿Águila o sol?, de 1951, con ilustraciones de portada e
interiores de Rufino Tamayo, regresó a su colección de origen en su 50 aniversario
con un formato mayor y en pasta dura —además de publicarse en edición bilingüe
español-portugués, con la traducción de Horácio Costa—. El laberinto de la soledad,
que mereció edición de lujo en 1981 en Tezontle, volvió a encontrar en la colección
su edición conmemorativa por el 50 aniversario en 2000.
Además de las ediciones facsimilares antes aludidas, en 2005 se publicó el facsímil de la primera edición en Tezontle de Luz de aquí, de Tomás Segovia, y al año
siguiente El arco y la lira, de Octavio para conmemorar su 50 aniversario en una
versión facsimilar. Posteriormente aparecieron las coediciones de dos cuadernos
de artista con la Galería Avril: Libreta de apuntes/Sketchbook, de Francisco Toledo, y Libreta de apuntes, de Vlady, ambas en edición bilingüe español-inglés.
En el periodo que comprende las direcciones de Miguel de la Madrid a Consuelo Sáizar se incorporaron a la colección poetas y narradores de épocas distintas, como Enrique González Martínez, Salvador Novo, Hugo Gutiérrez Vega
y José Gorostiza con Muerte sin fin en 2001, para los festejos del centenario de
su natalicio. El relato, la fábula y la novela hallaron una vez más lugar en Tezontle con la publicación de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato; La oveja
negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso; Farabeuf, de Salvador Elizondo, y La muerte del estratega y tres conversaciones con Julián Meza, de Álvaro
Mutis.
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Las ediciones de lujo en Tezontle fueron cobrando mayor presencia en el catálogo, sin abandonar ese aire de familia de sus primeras ediciones en las que prevaleció el diálogo estético de la literatura y el arte en la tradición del libro. A partir de la dirección editorial de Miguel de la Madrid, los libros de Tezontle adquirieron la dimensión de libros de arte, ediciones de colección y, en más de una
ocasión, la serigrafía y el grabado conformaron los títulos de Tezontle modificando sus formatos. Fue el caso de Diferencia y continuidad, que consistió en una
carpeta con 24 serigrafías de Manuel Felguérez en diálogo con una serie de aforismos de Juan García Ponce, quien, por cierto, se adscribió al catálogo de Tezontle por la literatura y su crítica de arte con Las formas de la imaginación: Vicente Rojo en su pintura y El gato y otros cuentos en 1995. Otra segunda edición
memorable de Tezontle, Los poemas solares. VII grabados de Francisco Toledo, de
Homero Aridjis, fue una edición de lujo, de elaboración artesanal, con grabados
originales del artista. Hoy en día estas ediciones de Tezontle, como la mayoría de
sus libros conmemorativos y facsimilares, son codiciados por coleccionistas y valorados por bibliófilos.
También el grabado y la xilografía, como dos grandes tradiciones en la cultura
gráfica de México, han sido tema histórico en la colección Tezontle mediante diversas expresiones: por ejemplo, la caricatura política es motivo de las más recientes investigaciones de Rafael Barajas, el Fisgón, en El país de “El Ahuizote”.
La caricatura mexicana de oposición durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), al cual le sigue El país de “El llorón de Icamole”. Caricatura mexicana de combate y libertad de imprenta durante los gobiernos de Porfirio Díaz y
Manuel González (1877-1884) y Posada, mito y mitote. La caricatura política de
José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manila. Para el siglo xx, Humberto Musacchio historia el arte social de El taller de Gráfica Popular, uno de los antecedentes clave para conocer, junto con el muralismo, el desarrollo de las artes plásticas en México. De los títulos más recientes de Tezontle que continúan recuperando el arte gráfico desde la perspectiva del diseño editorial, Historia en
cubierta, de Marina Garone Gravier, es un libro que desde su aparición se ha convertido en obra de consulta para especialistas y aficionados de las artes del libro
en México.
Algunos directores del Fondo forman parte del catálogo de Tezontle, como
Daniel Cosío Villegas con Extremos de América, José Luis Martínez con De la naturaleza y carácter de la literatura mexicana y su Bibliofilia, cuyo diseño e impresión estuvo a cargo del Taller Martín Pescador. Pero sin duda Jaime García Terrés es el que figura con más títulos: Las provincias del aire. Todo lo más por decir,
Parte de vida, Jaime García Terrés: 1924-1996 y Carta viviente. En cambio, Arnaldo Orfila Reynal reposa indirectamente en el catálogo de Tezontle como traductor de Supervivencias de un mundo mágico, de Laurette Séjourné, en edición ilustrada por Leonora Carrington.
Si Tezontle fue inspiración y laboratorio editorial para el nacimiento de colecciones, también ha compartido con otras, como Tierra Firme y Biblioteca Americana, un vínculo literario a nivel continental, especialmente en la época de Arnaldo Orfila Reynal, sin por ello perderlo del todo en los siguientes periodos. Y si
Tezontle derivó en colección estratégica para la gestión editorial, por su fondo
abierto e incluyente ello no le restó presencia y prestigio en el catálogo general;
por el contrario, a su pragmática funcionalidad se debe la adopción de las filiales
al incorporar la colección a sus programas editoriales, como Chile, Argentina,
España, Perú y Colombia, entre otras, por lo que en su proyección Tezontle continúa diversificándose en más libros.
De esta breve semblanza de Tezontle sobresalen las diversas prácticas editoriales de la colección que abarcan la edición de autor, la coedición y la edición estrictamente institucional, espacios que descubren mundos paradójicos en los que
la edición bien puede apreciarse, según Pierre Bourdieu, “como un signo intencional habitado y regulado por algo distinto, de lo cual también es síntoma”. La
diversidad gráfica de Tezontle, en palabras de Marina Garone, es “el elemento
que une los distintos libros de esta colección”, y el que la distingue para valorarla
edición por edición en el amplio espectro de su catálogo, al que continúan adhiriéndose títulos diversos. Un conjunto que sorprende por su capacidad para combinar áreas de conocimiento, tradiciones artísticas e intereses varios que convienen en una biblioteca singular, en la que aguardan los libros más hermosos, disímiles y selectos del Fondo de Cultura Económica.W
Freja I. Cervantes es editora; su tesis de doctorado,
aún en preparación, aborda la historia de la colección Tezontle.
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Fotografía: © J A Z M Í N P I N TO R PA ZO S
RAFAEL BERNAL: COMPLOT Y OT RAS TRAMAS
Premio
JESÚS REYES
HEROLES
La Secretaría de Educación Pública ha instituido el
Premio Jesús Reyes Heroles, distinción que se otorgará anualmente al mejor ensayo en historia
política o en ciencia política sobre México,
elaborado por un alumno o investigador
nacional que curse o que realice estudios en
instituciones del sistema educativo nacional.
El galardón busca reconocer el trabajo
de aquellos que en el estudio y el análisis de la política han encontrado
una forma de explicar no sólo nuestro origen, sino el porvenir.
Los ensayos serán recibidos a partir de
la fecha de publicación de esta Convocatoria y hasta las 18:00 horas del 26
de agosto de 2015.
Consulta las bases completas en:
www.fondodeculturaeconomica.com
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