VIII CERTAMEN LIT

Anuncio
VIII Certamen Literario
1
VIII CERTAMEN LITERARIO
“VIVIR EN EL GUADIATO”
ÍNDICE
páginas
1er. Premio de Relato Corto Adultos
“El silencio era completo” de Antonio Gómez de la Torre…………………….…..3-9
2º Premio de Relato Corto Adultos
“Historia de una letra” de Miguel Andrés Castaño.………..…….…………….……10-19
1er. Premio de Poesía Adultos
“Desde lejos regreso, desde lejos” de Feliciano Ramos Navarro…………….…20-25
2º Premio de Poesía Adultos
“Versos Efímeros” de Ladislao Barra Silva…………………………………..……….…26-30
1er. Premio de Relato Corto Escolares
“El hada de la cascada” de Silvia Daza Dueñas…………………………………………31-33
2º Premio de Relato Corto Escolares
“Nieva en Peñarroya” de Alejandro Barrena Jurado……………..…….……..……..34-35
1er. Premio de Poesía Escolares
“Mi Comarca” de Montserrat Cañizares Soriano…………………………….….............36
2º Premio de Poesía Escolares
“Mi pueblo” de Cristina Murillo Montero…………………………………..……………….37
2
1er. Premio Relato Corto Adultos
“EL SILENCIO ERA COMPLETO”
Antonio Gómez de la Torre
El silencio era completo. Aquel día por fin me decidí a conocerte. Me aproximé a la
puerta y giré el pomo. Con paso firme y decidido me acerqué al mostrador de madera,
nuevecito, inmaculado. Tras él una cabeza se giró y unos ojos negros se clavaron en mí,
recorriéndome de arriba abajo.
- Buenos días, Antonio.
- Hola, Manuel. Este local es precioso, aquí da gusto venir.
- Fíjate como se han quedado todos los libros en su sitio.
Sonreía mientras señalaba las estanterías. Parece que te están llamando cual sirenas en
busca de sus marinos para hacerlos zambullirse en sus aguas y enredarlos en un mar de
aventuras.
- Vaya, veo que no pierdes el tiempo. Te gusta leer.
- ¿ Qué te trae por aquí?.
- Pues verás, quiero echarle un vistazo a los libros de Geografía, Arte, Historia y
Arqueología. Me apasionan esos temas.
- A mí también. Ven te indicaré donde hemos puesto esos libros.
Con su tranquilidad habitual y esa constancia por las cosas bien hechas me fue
enseñando toda su catedral de sabiduría, bueno del pueblo, bueno de ti y también de mí;
sólo hace falta acercarse a beber de su pozo del saber y saciar esa sed de lo desconocido,
pasado, presente o futuro, real o imaginario. Muchas veces es mejor evadirse por el mar
de páginas para poder llegar a la orilla de la realidad del día a día, cansado sí pero con
nuevos bríos y henchido de ideas, amor y fantasía para mover la rueda del mundo.
- Mira, estos son.
Señalándome una estantería de libros de todos los tamaños y todos los colores.
- Eh, mira este me gusta.
Señalando un viejo libro de historia local pequeño y con las hojas apergaminadas por
el lustre que dan los años, como la solera de un buen vino.
- Mira este lo tengo. Este grande debe ser nuevo, no me suena, está inmaculado.
- Sí, me parece que todavía no me ha dado tiempo a inventariarlo, vino esta semana
y con el traslado, ya sabes, no hemos podido todavía. Fíjate como está esa zona de
ahí abajo, queremos hacerlo un rincón infantil –todos los muebles desordenados
y los libros sin desembalar-.
Me encontraba delante de los libros como el niño que va a escribir a los reyes magos y
no sabe que poner, los quiere todos, el nerviosismo lo embarga y el ansia por pedir el
máximo posible, pues ha sido bueno –por lo menos ese día, que recuerde-.
- ¿Cuántos libros puedo sacar?.
- Los que quieras, tu sabes que lo importante es leer.
3
Me dijo Manuel, mientras se alejaba y bajaba los escalones, pues dos niños acababan
de llegar, voluntariamente –los tiempos están cambiando-, a tomar el mando del timón de
su nave. ¿A qué nuevos puertos transportaría a estos grumetes? ¿Dónde recalaría tras el
envite de las olas?¿Con qué peligrosas tribus trabaría relaciones, serían hostiles o los
tomarían por dioses?...
Bajé las escaleras tan contento portando por estandarte un paquetón de libros, tres en
cada mano y más porque no había venido el abuelo y la niña, si no ya veríais.
- Déjame el carnet.
Se lo di con rapidez. Con diligencia lo pasó por el terminal y apareció mi ficha, divina
tecnología. Acto seguido hizo lo mismo con los libros, por el código de barras –que así se
llama.-, en vez de números, yo le pondría letras.
Como un Romeo que sale con su Julieta, como un niño con zapatos nuevos –eso era
antes-, como un niño con su videojuego –eso está mejor-, salí a toda prisa y casi sin
despedirme de mi benefactor.
Creía ser el “niño” más feliz del mundo, atrapando con mis brazos aquel tesoro,
aquellas preciadas perlas arrancadas una a una del generoso árbol de la sabiduría. No
sabía cuantas veces más volvería, y aun no me había ido. Pensé en cien, quizás más. Sólo
ansiaba aumentar la suma, saber más y más. Mi cuerpo, flacucho y huesudo, en vez de
carne y hueso, más bien parecía de goma, pues se retorcía, se deformaba, se encogía, por
el peso de aquellos vástagos que reposaban en silencio. La rica cosecha llegaba a su
destino, no iba a amedrentarme ahora por una menudencia, y ni corto ni perezoso y sin
pensármelo más, de una vez, me estiré estilo camaleón o serpiente rosqueadora, y
ayudándome de brazos y piernas, con pequeños y breves impulsos, en trayectos cortos,
recuperé el terreno perdido. Llegué al vestíbulo, con el escudo del pueblo hecho de
piedrecitas en el suelo. Lo miré, era el castillo. El ávido empeño valió la pena y los libros
estaban en su sitio. Sin embargo aquella incómoda postura dio lo que tenía que dar,
porque un cuerpo cuando dice que no aguanta, no aguanta más. Me fallaron las fuerzas, o
mejor dicho los dedos de las manos, que se agarrotaron de tanto estiramiento y no logré
el propósito, y el suelo los recibió con alegría estrechándole las manos primero y
abrazándoles y besándoles después, hasta finalmente abalanzarse sobre ellos.
- Zas, craf, plof. -Menudo porrazo-.
Como la madre que acude en ayuda de sus hijos cuando “besan” el suelo. Acudí a
salvar a mis retoños. A primera vista se encontraban vivos, sanos y salvos. Tuve suerte. No
se hicieron nada, ni siquiera se rompieron, ni un arañazo, vamos.
Con nuevos bríos, y jurándome no repetir el batacazo, los recogí, quitándoles el polvo
y moldee mi cuerpo como el de un contorsionista de circo, aligerando el paso.
¡En casa! ¡Eureka! ¡Prueba superada! La verdad es que he cogido demasiados pero
no podía desheredar a ninguno.
Con un rápido ademán los dejé sobre la mesa.
-
Tengo mi corazoncito dividido, soy mitad provinciano, mitad pueblerino, es decir por
un lado soy de Córdoba y por otro de aquí del pueblo -como mi mujer-, del pueblo de mis
padres y de los padres de mis padres. Me fui con cinco años a la ciudad, cuando era
normal o no tan normal, eso de emigrar, buscar nuevos horizontes para tus hijos, como
hacía la mayoría de la gente -volvían los fines de semana, algunos festivos y las vacaciones
de verano-. Allí estudié, allí crecí y allí se me pegó lo de la ese.
- A mí lo que más me gusta del pueblo de mis padres es la morcilla.
4
Les decía a mis compañeros de clase en la hora de recreo, enseñándoles un
bocadillazo de los de antes, con su pan de medio kilo y media pieza de toma pan y moja,
con un olor que quitaba el sentido. Son aromas de la infancia que nunca se olvidan. ¡Qué
tiempos!.
Después vino el trabajo y con él, cada vez me iba alejando más del pueblo, sí porque
aunque no lo he dicho, vi la luz en una pequeña habitación de dos por tres metros, con
una matrona de las de antes, vamos una anciana sin estudios que no sabía leer ni escribir,
pero que no importaba. Cada arruga de su cuerpo y cada cana de su pelo era un diploma,
con su licenciatura y tesis doctoral, en problemas de la vida cotidiana, cum laude y
matrícula de honor. Vamos, como los ancianos de hoy, personas de la tercera edad, que
tienen que vivir con esa paguita de ...
- A estirar, a estirar que el día uno viene ya. -Piensan mientras van a sacarla toda a
Cajasur-.
Espero llegar yo algún día, pero con todos los míos.
Decía que por trabajo me fui a Sevilla, Cádiz, Algeciras –la novena provincia de
Andalucía según ellos-. Pero no perdía la fe y cuando tuve la menor oportunidad me fui
acercando. Primer zarpazo, Lebrija; segundo, El Viso y tercero, ¡zas!, ¡tú!, ¡sí tú!, y para
siempre, espero.
Estaba muy cansado, pero no podía esperar, me acomodé en el sofá y cogí el primer
libro que tenía a mano, ese viejo libro de historia local, pequeño y raído por el tiempo; se
llamaba Calizo. Lo abrí con cuidado pues le faltaba el índice y el autor, se caía a pedazos y
no tenía ni código de barras.
- Te dejo éste, pero cuídalo -me había dicho Manuel-. Le tengo un cariño especial,
pues lo encontraron dentro de un arca de cuatro llaves, en el sótano del viejo
pósito –actual ayuntamiento-, cuando lo iban a remodelar hace cuatro años. Tiene
un embrujo especial, un no sé qué.
- ¿A qué se referirá?¿Será un incunable? -Pensaba mientras comenzaba mi aventura...
He llegado a lo alto. La ascensión casi me agota, no obstante me gusta este paseo,
zigzagueando entre rocas y vegetación de monte bajo. Sentado sobre una piedra puedo
contemplar la belleza del paisaje. El horizonte se ve lejano, lejanísimo.
- ¡Dios, cuanta belleza, como te esmeraste en esta tierra!. Pienso en voz alta.
Abajo se ve el pueblo, mi amado pueblo, donde se trabaja, donde se ríe y se sufre,
donde se muere... El campo antes alegre y bullicioso tiene una soledad impresionante, sus
cortijos blancos y numerosos, están deshabitados; ya no se ven niños jugando en sus
puertas, ni zagales que dan voces aglutinando las ovejas, ni gañanes caminando
lentamente tras la paciente yunta.
De pronto me incorporé y avancé unos pasos. El miedo se había borrado por
completo. Aquel vértigo poseso que me aterrorizaba se disipó como por arte de magia. Me
sentía dichoso, pletórico por haber superado, por vencer a las pavorosas alturas. Nunca
había estado tan alto, y mucho menos tan cerca del abismo, pero en la cima, en el cenit,
en la cúspide de tan excelsa roca. Allí arriba me sentía pájaro libre, ave animosa, águila
imperiosa que avizora sin descanso ni tregua todo lo alcanzable a su vista. Divisaba todas
las montañas, todos los montes, con sus picos, con sus extrañas formas caprichosas, con
sus oquedades, con sus abrigos; y el valle, con su río, ahora pantano, fuente de vida.
5
Aquello era como estar en otro mundo, embebido por el inconmensurable paisaje.
Me alegro de estar aquí. El viento en las alturas era de otra manera, soplaba más fuerte y
excitado, y sabía como de otra forma. Por eso me llevaba grandes bocanadas a mis
henchidos pulmones, lo dejaba dentro, aguantando la respiración, y por fin lo expiraba
sintiendo en mi paladar las esencias que el viento había arrebatado a la naturaleza, su
tesoro; y yo creía ser cómplice de aquel viento advenedizo que arrancaba de los árboles y
arbustos sus preciadas perlas, una a una, sin descanso. Me sentía afortunado por el
hallazgo, el despertar de los sentidos. Me sentía poderoso mientras lanzaba piedras al
vacío del precipicio.
- ¡Ah! ¡oh! ¡uy! ¡cuidado!.
- ¿Quién es?
Me sentía extrañado, un pellizco me recorría el estómago, el corazón me latía con mas
fuerza y me faltaba ahora el aire. Estaba preocupado, preocupado de verdad.
- Mira que si le he dado a un alpinista. Lo he matado.
Pero no, eso era algo imposible, y nadie se veía allí abajo. Pensaba tumbarme en el
suelo y, al ser bastante más seguro, perder ese vértigo que ahora me impedía
completar la visión del precipicio.
- No hay nadie, es mi imaginación. El viento me ha jugado una mala pasada.
Pensativo, cabizbajo, absorto en mis propias meditaciones, andaba abstraído, cuando
de pronto surgió una voz, un rugido.
- ¡Eh, tú!.
- ¿Quién yo?.
- Sí tú.
- ¿Dónde estas?¿Quién anda ahí?¿Quién eres?.
El miedo me dejó paralizado. Nadie a mi alrededor.
- No busques, estoy aquí a tus pies, soy Calizo.
- ¿Calizo?. Debo estar soñando –mientras me pellizcaba las mejillas y sacudía los
oídos con el pulgar-.
- Soy la montaña, y ya no podía más ante tanta agresión, y he tenido que despertar
y estallar... Yo sé quien eres. Tú eres de esta tierra, hijo mío.
Apenas si oía su voz, y cobijaba la idea de que todo fuese una broma de alguien
escondido; pero nada, la voz estaba ahí oculta y yo no podía averiguar su origen. Era
verdad, parecía salir de la tierra. Impotente, desaparecieron los nervios y al fin, por no
poder hacer nada, me relajé, dispuesto a todo, poniéndome en lo peor.
- Haz lo que quieras conmigo.
- Sólo quiero hablar.
De pronto, recobré la lucidez y las fuerzas, con un gesto rápido desenfundé mi
cinturón y me lié a golpes: primero con uno de los troncos de una encina, y finalmente,
viendo que aquello no servía para nada, con un ir y venir alocado, lo emprendí con el
suelo ante la desesperación, por mi desgracia, y la fatiga; y claro tropecé y estampé los
morros contra el suelo perdiendo el conocimiento. Al recobrar la lucidez, creí estar libre,
pero la voz volvió a susurrarme.
- No puede ser, una montaña hablándome, bueno que digo, si tú no eres un ser
vivo.
- ¡Alto ahí, eso sí que no te lo tolero!.
De un golpe seco me tiró al suelo.
- Siéntate y hablemos, no quiero hacerte daño.
- Perdona si te herí antes.
6
- No importa, tú no tienes la culpa. Has sido la gota, que me ha colmado...
- No ha sido mi intención. Debo estar loco.
- ¡No!, te lo digo yo. Escucha.
La voz se dulcificó a la vez que perdía el eco que la hacía insoportable hasta entonces.
Yo no podía pensar nada, tenía la mente fuera de mí, era como un mareo confuso, una
embriaguez envolvente, un mar de dudas, una sensación que nunca había padecido antes.
- Estoy loco.
- El silencio era completo, y la mar estaba en calma. Hace millones de años, vi la luz
en un golpe áspero y seco, un volcán de rocas y piedras ascendía a toda marcha,
desbocado hacia su libertad. En esta vorágine de estruendo estaba yo, Calizo, un
monte feo y grisáceo rematado de aristas. Con mis múltiples hermanos bramaba
de pánico y dolor. Una vez asentado me palpé las heridas y magulladuras de mi
cuerpo; la tierra me cubrió actuando como bálsamo reconfortante. Tenía esa
fuerza que da la juventud y pronto me recuperé y adquirí belleza.
- Yo pensaba que tú eras así, como ahora.
- No, que va. El viento y el agua se encargaron de arrebatarme mi belleza con el
paso de los años. El frío y el calor se aliaban con ellos para hacerme saltar de rabia
y vencer mis aires de grandeza. Creo que siempre me han tenido envidia. Cansado
por librar múltiples batallas, y con el paso de los años, dulcifiqué mi carácter. Pero
el río no cesaba en su lucha y en cada avenida tomaba nuevos bríos,
despojándome y dejándome al descubierto de mi fiel aliada.
- Sí ya veo que tus heridas siguen abiertas –señalando un gran boquete abierto en la
montaña tras el último temporal del invierno-.
- Algunas de estas heridas han forjado mi persona y forman parte de mí. Observa la
raja que me parte en dos, mi columna vertebral, es mi carnet, mi código de barras
–como se diría hoy-. Me gusta, me he acostumbrado a ella, me hace única y
diferente, una distinción que dan los años.
- Es verdad. Todos la conocemos de siempre y veníamos aquí para asomarnos al
otro lado, al precipicio. Porque tú tienes dos caras, ¿verdad?.
- Sí, pero no como lo entendéis hoy en día. Mi grandeza se dulcifica para vosotros
en una pendiente no muy difícil, aunque sí prolongada.
- Media horita de subida con la lengua fuera o descansando cada diez minutos.
- Y por el otro lado, mis orígenes, mi fuerza, mi raza indómita, que ni el tiempo y
sus feroces aliados han podido derrumbar. Ahí estaba yo, sin tierra que me
proteja, pero altivo y agreste, recto y orgulloso como el primer día, dispuesto para
la batalla: nieves, vientos, aguaceros, granizos, y hasta algún rayo, sin perder de
vista el fuego.
- ¿El fuego dices?.
- Sí, el fuego, no creas que ha sido neutral, también me ha atacado, destruyendo las
encinas y alcornoques que me habitaban, y aunque alguno queda, es como un
recuerdo, el matorral me acompaña desde hace mucho ya. Pero es tan bello, y tan
salvaje a veces. Aulagas y juagarzos me defienden.
- ¿De quién?.
- De los seres vivos.
- ¿Por quién lo dices, por el hombre?.
- Sí, por el hombre, pues los animales son una grata compañía: La víbora y el
lagarto al sol; el conejo corretea juguetón haciéndome cosquillas en el vientre; los
meloncillos, qué procesión, uno detrás de otro; el jabalí hozando mientras busca
7
-
-
-
-
-
los manjares preferidos –candilitos-; el venado y la cabra, buscando los tallos
verdes; el zorro y el lobo; hasta el oso...¡Qué tiempos!...Y por el aire, veo a la
abubilla corretear de un lado a otro como si quisiera invitarme a juegos; el avión y
la golondrina compitiendo a hacer piruetas en el aire; la tórtola y la paloma; los
sonidos de los grajos y abejarucos; y el volar majestuoso de la reina, el águila. A
todos ellos protejo y doy cobijo en mis oquedades. Porque yo también tengo
secretos, ya te contaré en otra ocasión –mientras se reía-; terrazas inaccesibles,
cuevas, abrigos,... Por mis venas corre “la sangre”, pura y cristalina, en forma de
agua fresca y clara, con un chorro que no para de caer.
En la huerta del Caño, ¿verdad?.
Así lo llamáis vosotros los hombres.
Yo siempre iba a por agua allí para los garbanzos cuando joven, o a pasear con mi
novia.
Los hombres, siempre os fasciné, recuerdo que llegasteis por aquí casi sin querer,
ibais de paso, y al verme os quedasteis. De esto ya casi no me acuerdo, ya
empezaba a perder la memoria por entonces, la vejez no perdona. Erais pocos,
unas decenas tal vez, quizás unos cientos. Me habitasteis en distintas zonas, por
familias según creo, controlando los pasos de personas y animales en el valle. Mis
cuevas fueron su hogar. Envalentonados por sus piedras afiladas y cortantes se
asentaron en mis laderas, aprovechando los manantiales que les ofrecía, con sus
chozas de piedras, barro y ramas. ¡Qué tiempos!.
Veo que sabes mucho de nosotros.
Lo peor vino cuando descubristeis secretos de mis entrañas con los que
fabricasteis objetos que utilizabais primero para vuestra vida pero después
endurecisteis al igual que vuestros corazones, para utilizarlos contra vosotros
mismos. Fue el principio del fin para vuestra raza y quien sabe si la de todos.
Desde entonces, nos fuimos separando. Recuerdo perfectamente como en vuestra
ansia de poder veníais a mí, para que os ofreciera mi altura. Y desde aquí,
pertrechados de flechas, lanzas, escudos y odio a raudales, esperabais la orden.
Una y otra vez. Vuelta a empezar. Señales luminosas con los espejos, señales de
humo, mis hermanos también habían caído. Los hombres llegaban con diferentes
ropas, pero con la misma idea: riqueza, riqueza, riqueza. La que yo les brindaba.
¡Ignorantes!, ese era mi caramelo, mi trampa, para que os quedaseis aquí conmigo.
Todo lo tenías bien preparado.
Sí, me fascinasteis desde que os vi. Primero la visión privilegiada y estratégica
desde mis alturas, después el agua, luego los metales, el carbón, y por último yo
misma, mi caliza.
Eso te costará la vida.
Sí, lo sé. La ambición del hombre no se sacia nunca... Como te decía, mis mejores
momentos llegaron con unos hombres que tenían por bandera la media luna.
Los árabes.
Sí, esos. Nos honraron a mí y a mis hermanos con sus mejores galas. Los mejores
años de mi vida. Y a cambio yo les ofrecía protección. Pero los tiempos cambiaron
y los vencedores me destruyeron y llevaron a mis benefactores al destierro. No
dejaron piedra sobre piedra: edificios, murallas, aljibe, torreones...
De aquí viene el nombre que te damos ahora de El Castillo.
En efecto. Grandeza efímera, espejismo cruel. Me dejé encandilar por los
hombres. De aquí bajaron a mis pies como castigo –Bodonal lo llamaron-, pero
8
duró poco y a las faldas de mi hermano se marcharon, al refugio de los vientos y al
calor del atardecer. Me abandonasteis.
- Bueno, siempre hemos estado contigo. Te vemos de lejos, nada más salir a la calle,
al subir a la terraza, en el paseo, desde el cementerio en el último adiós al
trasponer la cuesta.
- No, tragedias no. Te contaré algunas anécdotas recientes que me han sucedido:
parejas de enamorados que se declaraban en mi cumbre, grupos de valientes que
decidían tomarme por unas horas entre juegos y chascarrillos, cazadores
perdigoneros en busca del “reclamo” de su vida, religiosos que ponían la cruz en
mi cima cual monte calvario, alpinistas que en sus más de doscientos caminos
abiertos me recorren cual tela de araña, buscadores de tesoros,...
- Ese es Rafalito, el tamborilero.
- Creo que así lo llamaban. Estuvieron todo el día dale que te pego: cargaron tres
burros, uno con aguaderas para llevar la comida y la arroba de vino, otro con un
serón para llevar las herramientas y el tercero vacío para bajar los cofres que
esperaban encontrar. Cuanto me reí ese día, al igual que ellos –cocinero, aguador
y los que cavaban-. Les entregué una moneda de plata y una tinaja, en prenda, por
el buen día que me hicieron pasar.
- Me decías al principio que no podías aguantar más, por qué.
- He visto a muchos hombres morir en mis brazos, por guerras, por descuidos, por
osadía. Y ahora yo también estoy enfermo, herido de muerte. La mal llamada
civilización está atentando contra mi cuerpo calcáreo por los costados, por donde
más duele, dejando mis flancos al descubierto. Recuerda mi infancia, mi
juventud, mi madurez, mi decadencia y si desaparezco no olvides que este tu
pueblo, también lo siento mío, como dice el poeta.
- ¿Qué te parece la réplica que han hecho de ti a la entrada del pueblo?
- Es un hijo “precioso”, un detalle, o tal vez una estela, un epitafio, un cromo de
recuerdo para los nostálgicos o los niños que no me conocerán y no podrán
disfrutarme. No habrán siquiera tenido la opción de conservarme y defenderme
como legado para sí y para sus hijos; como hasta hace poco y desde que vi la luz
hicieron esos otros, los antepasados, bueno vosotros mismos... ¡No me
abandonéis!, ¡no me destruyáis! Yo siempre os acogeré en mis entrañas. ¡A mis
brazos!.
En ese momento unas lágrimas recorrieron mi mejilla, la emoción me embargaba. No
podía respirar, me faltaba el aire. Abrí los ojos, y me incorporé de un salto. Había sido
todo un sueño. Giré la cabeza y estabas allí en el suelo, despanzurrado y, con las hojas
sueltas. Con mimo te arreglé y con un sudor frío, recordando aun los momentos pasados
juntos como reales, o tal vez lo fueron, te cerré y puse fin a tu fugaz libertad.
Tú hoy me has enseñado algo, lo más importante. Aunque vueles muy lejos y muy
alto, nunca debes de perder de vista el suelo y tus raíces. No te olvidaré nunca Calizo.
El silencio era completo.
9
2º Premio Relato Corto Adultos
“HISTORIA DE UNA LETRA”
Miguel Andrés Castaño
Una sombra se arrastraba sinuosa por los pulcros
pasillos del palacio.
Su dueño, Francisco de Sandoval, más conocido
por su título nobiliario –Duque de Lerma-, caminaba con
paso firme. El rey Felipe III le había mandado llamar.
- ¿Qué querrá ahora ese retrasado mental?
La frase había salido de su boca en un tono casi
inaudible.
Desnudó su mano del guante que la cubría y
golpeó la puerta que daba acceso a los aposentos del
monarca.
- Ah, Curro, eres tú... pasa –dijo desde el otro lado
Felipe III con su característica voz aflautada, esa que ponía
nervioso a todo el que conversaba con él.
Un rictus de odio estuvo a punto de asomarse a la boca del noble. Odiaba que el
rey le llamara “Curro”, como si se tratara del mozo de cuadras.
- Buenas noches, Alteza.
- Buenas noches.
- Me habíais mandado llamar, ¿no?
El rey, sentado en su cama, sostenía un pergamino amarillento y una larguísima
pluma de pavo real.
- Sí –el monosílabo cortó el aire de la estancia con su fuerza.
- ¿Qué desea Su Majestad? –preguntó Francisco de Sandoval con tono sosegado.
- He pensado que desde que eché a esa gente, a los moriscos, de nuestra amada
España, no he hecho nada que me permita ganarme el favor de mi pueblo. Quizás alguien
debería escribir una obra para ensalzar la figura del rey. ¿Quién es, en tu opinión, ahora
mismo, el mejor escritor de la corte?
El de Lerma meditó su respuesta durante unos segundos.
- Un tal Miguel de Cervantes ha publicado un libro jocoso titulado “El ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha”, una flor de un día, pero que ha gustado mucho al
populacho. Pero el mejor, a mi humilde entender, es Don Félix de Lope de Vega y
Carpio.
- Ahhh, Lope, es cierto. Ese hombre ha escrito muchas obras de teatro. él me
valdrá, sí, él me valdrá.
- He de informar a su Majestad de que las malas lenguas dicen que algunas de esas
obras no han salido de su pluma –murmuró el de Lerma con expresión ofidia-. Además...
he oído por ahí que su mujer y su hijo murieron no hace mucho. Quizás su ánimo no
esté preparado para esta empresa.
10
El rey se rascó la cabeza. Después jugueteó con el bigote. Tras unos segundos
acabó farfullando:
- Quizás ese sea precisamente el acicate que necesita ese genio para crear mi mejor
homenaje. Hacedle saber que quiero que escriba una obra de teatro que ensalce la figura
de la monarquía. Estamos entrando en tiempos oscuros, Curro.
***
Lope estaba descansando en su cama, masticando su enfado por no haber
conquistado (sin pagar) a ninguna mujer en el último mes –la edad no perdonaba y la
mirada triste no era suficiente afrodisíaco para las damas con las que había topado-.
Necesitaba un cuerpo caliente que aplacara el dolor que atormentaba su mente por culpa
de los entierros que había sufrido hacía demasiado poco tiempo.
Su criado le sacó de sus pensamientos con una palmada en el hombro.
- ¿Qué quieres?
- Ha venido un hombre que dice ser emisario del rey.
Lope pensó que quizás se tratara del bufón al que pagaba para que le mantuviera
informado de los tejemanejes que se cocían en palacio. Había trabado amistad con él al
inmortalizarle en una de sus obras y había reafirmado ese lazo con numerosas
aportaciones monetarias a la familia del enano que tanto hacía reír al rey de España. O
quizás fuera el cosedor de virgos que tantos años había trabajado para los Austrias y al
que había intentado sobornar para que le contara los entresijos de las historias más
oscuras de los nobles.
Se vistió con uno de sus mejores trajes por si no se trataba del bufón y bajó las
escaleras hasta la sala donde siempre recibía a las visitas. Un soldado de pelo color azafrán
jugueteaba allí con un pergamino lacrado.
El militar cambió su postura a una más formal en cuanto vio al escritor..
- He sido enviado para entregarle una misiva que le remite Su Majestad Felipe III,
Rey de todas las Españas –el dramaturgo sonrió al notar, tras la cárcel de la mirada, que el
soldado había estado ensayando la frase antes de soltarla.
Félix Lope de Vega rompió el lacre y leyó en silencio el mensaje. El monarca le
rogaba que escribiera una gran obra de teatro en la que se ensalzara el valor del rey como
mensajero de Dios en la Tierra, como único gobernador posible de todos y cada uno de
los territorios que le pertenecían.
“De nuevo voy a tener que trabajar gratis” pensó tras acabar con la última palabra
caligrafiada por el secretario del rey.
- ¿Se espera respuesta?
- Sí –replicó el soldado, marcando el monosílabo con su mejor tono gallardo.
Lope tomó uno de sus pergaminos más lujosos y redactó una carta preñada de los
más floridos recursos literarios que pudo extraer de las catacumbas de su mente. Le dio
un “sí” a su rey, la única respuesta posible para alguien que no quisiera tener problemas
con la justicia. Tomó de un cofrecillo de madera de boj el lacre de color morado -el más
caro que tenía- y lo acercó a una vela, hasta que logró que supurara dos gotas espesas
sobre el pergamino. Lo selló con su anillo antes de entregárselo al soldado, que salió de la
casa inmediatamente después de recibir la respuesta entre sus manos.
Félix fue a su despacho y abrió uno de los armarios. Extrajo algunas de sus notas,
para buscar algo que pudiera utilizar en la obra que el rey le había pedido.
11
- Esto no, esto tampoco –murmuraba mientras tiraba al suelo, uno a uno, los
pergaminos que allí habían estado dormitando.
De repente, cayó en sus manos un documento que había manejado mientras
escribía La muerte del Maestre. Estaban esbozadas varias notas con la característica caligrafía
picuda de Lope:
Rebelión de Fuente Ovejuna.
Antepasado del Duque Rodrigo Téllez de Girón.
Rebeliones parecidas en Ocaña y Alcaraz.
Orden de Calatrava.
Exaltación de la monarquía.
Más información en: Chrónica de las tres Órdenes y Caballerías de Santiago, Calatrava
y Alcántara de Rades y Gesta hispaniensia de Alfonso de Palencia.
Era lo que necesitaba; la frase “exaltación de la monarquía” distinguía a aquellas
notas de las otras que había desechado. Estaba demasiado cansado para buscar otra
semilla para su obra. Tendría que servir. ¿Qué sería Fuente Ovejuna? ¿Qué tendría que
ver todo aquello con Téllez, el Duque de Osuna, su antiguo mecenas? Las preguntas se le
agolpaban en la cabeza, como si trataran de impedir un sueño que pronto le vencería.
***
En cuanto despertó, Lope se dirigió a la biblioteca que había en el palacio del
Duque de Osuna. Estaba seguro de que allí estarían los libros que se mencionaban en sus
notas. Supuso que el noble no estaría en su mansión pero que, como los criados le
conocían, le permitirían manejar los volúmenes a su antojo.
Tal como había imaginado, logró entrar sin dificultades en su santuario particular.
- Ojalá pudiera yo tener tantos libros -murmuró Lope a las estanterías alfombradas
de obras maestras e incunables.
Poco después ya se encontraba ojeando la Chrónica de Rades y la Gesta de
Palencia.
- ¿Dónde estará la Fuente Ovejuna esa? ¿O será el nombre de algún general, un tal
Francisco o Rafael de Fuente y Ovejuna?– murmuraba mientras las sombras se iban
alargando en el interior de la habitación. Una auténtica plaga de datos estaba recogida en
los libros que se le ofrecían desde sus manos, pero ninguno se adecuaba a las notas que
había encontrado la noche anterior.
- La próxima vez pienso apuntar las páginas en las que están las cosas; soy un
desastre.
Cuando uno de los criados acababa de pasar para preguntarle si deseaba tomar
algo de vino o un poco de pan, Lope encontró lo que buscaba. En la Chrónica se relataba
cómo, el día 23 de abril del año 1486, “la villa de Fuente Obejuna” se había levantado en
armas contra el Comendador Mayor de la Orden de Calatrava. La localidad se había
puesto bajo autoridad real desde ese momento por petición popular y se había unido
administrativamente a la ciudad de Córdoba –Lope pensó que quizás los nobles
cordobeses hubieran incitado a los habitantes del lugar a rebelarse con la única intención
de sacar alguna tajada del revuelo levantado-.
- Este tal Rades no debía saber que es un error escribir “oveja” con la letra b.
¡Cuánto inculto se permite escribir un libro! –susurró Félix Lope de Vega a la soledad de
la estancia.
12
El comendador había heredado el gobierno de la localidad junto con el de otro
pueblo cercano llamado Belmez, además del de Osuna y el de Cazalla. Los Reyes
Católicos habían investigado los robos que se habían producido durante la revuelta y el
asesinato del comendador sin encontrar ningún culpable –Lope supuso que se habían
preocupado más por lo primero, porque la muerte del gobernador les otorgaba más
poderes en la localidad-.
Tras rellenar casi tres papiros con datos acerca de la violenta muerte del
comendador –junto con todo lo que podía serle útil acerca de la localidad- volvió a su
casa.
***
Después de varios días de trabajo la obra empezaba a tomar forma. Destacarían los
versos octosílabos, sobre todo los romances y las redondillas; aunque no habría problemas
por utilizar algunas otras estructuras poéticas. Lope sabía, por experiencia, que los
octosílabos le darían a la obra el ritmo que necesitaba.
Solamente aparecerían cuatro personajes: Fernán Gómez (el comendador),
Frondoso, Cimbranos y Jacinta. Lope estaba harto de escribir obras que acababan en los
pantanos del fracaso porque alguno de los actores no sabía bien su papel o porque moría
en una reyerta días antes del estreno.
- Cuantos menos comediantes, más fácil es que no falle ninguno.
Había decidido introducir varias tramas en la obra, ya que sus mejores comedias
se habían apoyado en ese pilar tan propio del estilo que algunos habían bautizado como
“barroco”. Modificaría la historia ligeramente para que el drama ganara en intensidad
literaria. Era consciente de que el arte debía imitar a la realidad, pero no copiarla, porque
al público le gustaba más la perfección de la ficción que los recovecos de la verdad.
Releyó los versos en los que estaba trabajando:
Luego la infamia condeno.
¡Cuántas moças en la villa
del comendador fiadas
andan muy engañadas!
- No me gusta, le falta ritmo...
Miró al techo y lo releyó en voz alta:
- Ya está... del comendador fiadas andan ya descalabradas.... mejor.
Los versos le gustaban, pero no lograba que la trama estuviera a la altura del encargo
que había llegado de palacio.
- Puede que al rey le guste esta porquería, pero no es suficiente –masculló-.Tiene
que gustarle al autor, a Don Félix de Lope de Vega y Carpio. Esta pieza teatral no tiene la
magia que debería destilar.
Un repiqueteo en la hoja de la puerta le sacó las marismas de su trabajo.
- ¡Adelante!
Uno de los criados entró portando una carta:
“¿Será del rey? ¿Habrá anulado el encargo? ¿Querrá saber cómo va todo?” pensó
Lope. Tras mirar dos veces el pergamino descubrió que el remitente era su amigo
Francisco Pacheco, que le escribía desde Sevilla.
13
Querido Félix:
Te escribo para invitarte a que vengas a mi taller para conocer al que será el mejor pintor
de todos los tiempos. Es un aprendiz que he tomado bajo mi ala protectora después de que hubiera
sido denostado por Francisco de Herrera. Su nombre es Diego Velázquez y sus pinceladas parecen
sacadas de las mismísimas manos del Creador.
Recuerdo que un día me dijiste que querías conocer a un buen pintor antes de que llegara a
ser famoso y fuera pervertido por los tejemanejes de la corte. Sería una maravillosa inspiración para
escribir tu obra culmen, la que querías titular “Vida de un pintor”.
Ven a mi taller, a Sevilla, y te lo presentaré.
Atentamente,
Francisco Pacheco
Lope no recordaba haber hablado nunca de una obra llamada “Vida de un
pintor”. Pensó que quizás todo fuera fruto de una noche de borrachera, de aquellas
épocas en las que había caído en una espiral de alcohol y amnesia. Sin embargo,
reconocía que, desde que había visto cuadros del pintor llamado Tiziano, deseaba
descubrir cómo era el aprendizaje de un maestro de la pintura. Envidiaba a aquellos
hombres capaces de plasmar en un solo lienzo lo que él necesitaba páginas y páginas para
describir.
“Ellos sí que pasarán a la historia, no como yo, que solo he logrado dinero con mi
escritura y ninguna obra que merezca la pena” barruntó.
De repente una idea invadió su mente.
- Podría ir a ver a ese joven pintor y detenerme en Fuente Ovejuna –murmuró-.
Quizás sirviera de inspiración para mi drama.
Tras juguetear un rato con el pensamiento en su cabeza, ordenó a sus criados que
prepararan el equipaje y una carroza para viajar al sur de España.
***
- Este es el lugar –gritó el cochero con su característica voz de metal grave.
Lope estaba ya harto de los embarrados caminos, del sol castigador y del ejército
de encinas que les había acompañando durante las últimas horas.
- Por fin –gruñó el dramaturgo.
- ¿Dónde me dirijo? –le preguntó el cochero.
- Ve hasta la iglesia. Si algo he aprendido en esta vida es que los sacerdotes son las
primeras personas con las que hay que hablar en un pueblo. Conocerá a todo el mundo y
me podrá decir dónde pasar la noche.
Al llegar al templo Lope vio a un cura departiendo amablemente con un labrador.
- Buenos días -saludó desde la carroza.
- Buenos días tenga usted –respondió el religioso, despidiendo al labriego.
- Me llamo Félix Lope de Vega –dijo el escritor, bajando al suelo, para estar a la
misma altura que su interlocutor-. Me gustaría ...
- ¿No será usted el autor de La Arcadia?
- Sí –respondió Lope, sorprendido porque su novela fuera conocida en un rincón
tan remoto.
14
- ¡Qué maravilla! Un escritor famoso aquí.
- Querría que me dijera un lugar donde alojarme.
- Usted y sus criados pueden ir a mi casa –sonrió el sacerdote-. ¡Un escritor famoso
bajo mi techo!
Guió al grupo hasta una enorme vivienda. Una joven morena, de figura juncal,
recogía fruta de un árbol que crecía sobre la sombra de la casa. Lope se quedó extasiado.
Desde la muerte de Juana, su esposa, no había vuelto a sentir nada espiritual por una
mujer.
- Laurencia –gritó el cura-. Traigo invitados.
- Estupendo, tío. Echaré algo más a las cazuelas.
- Pero antes ven aquí –ordenó el cura.
La muchacha se acercó y les sonrió.
- Se trata de un escritor. Se trata de Félix Lope de Vega.
- Encantado –acertó a saludar el dramaturgo.
- ¿Tenemos algún libro escrito por él?
- Sí –afirmó el religioso-. La Arcadia.
- Ahhh, he de reconocer que no me gustó –dijo ella sin ningún resquicio de
vergüenza.
Aquella frase golpeó en el centro de la mente de Lope. Un aguijonazo le atravesó
su ya maltrecho corazón. Sin embargo, no dejó que su cara demostrase ningún
sentimiento.
- Pasen.
Cuando se sentaron a la mesa, el cura estaba ansioso por lanzar su pregunta al
aire:
- ¿Qué hace usted en esta tierra perdida de la mano de Dios?
- Voy a escribir una obra sobre una rebelión que se dio aquí hace más de cien
años.
- ¿La del comendador? ¿La de la época de los Reyes Católicos? –preguntó la joven.
- Esa misma –sonrió Lope, regalándole una mirada tierna.
- Tengo libros en los que se habla de ella. Mi biblioteca es austera, pero quizás le
sea útil –añadió el cura.
- Muchas gracias. Todo lo que haya sobre Fuente Ovejuna me vendrá bien.
- Fuente Abejuna –graznó el sacerdote con tono de enfado.
- No le haga caso a mi tío. Está obsesionado por lograr que este lugar sea fiel a su
historia. Está haciendo un estudio del nombre del pueblo desde Mellaria, que es como se
llamaba en época romana, al menos según Plinio, hasta ahora.
- Estoy harto de que la gente crea que el topónimo tiene que ver con las ovejas.
Mellaria viene de miel. Encontré un viejo pendón de cuando el rey Carlos y en él hay una
abeja...
- Por eso leí yo Fuente Obejuna con “b” –masculló Lope.
- Porque viene de abeja –repitió el cura con un tono que evocaba la erupción de
un volcán.
La sobrina rió, ante lo que el escritor supuso era una repetición de anteriores
enfados.
- ¿Podría leernos algo de lo que lleva escrito? ¿O aún no ha empezado?
- Precisamente he estado dándole forma a unos versos en la carroza... ja, ja –rió
Lope-... pero no le gustarán, porque están inspirados en el nombre del pueblo... y yo no
sabía ... bueno, se los voy a leer.
15
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
¡Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois bronces
pues sois jaspes, pues sois tigres...!
Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
- Que el nombre viene de abeja, no de oveja –gruñó el cura de nuevo y todos
rieron.
***
Esa noche, mientras Lope no podía quitarse de la cabeza los ojos merengados de
dulzura de la joven, tres golpes sonaron en la puerta.
- ¿Quién es?
- Soy Laurencia.
- Pasa –convino el dramaturgo. Pensó que quizás todos los males iban a
desaparecer, desde los tortuosos recuerdos de la muerte de su hijo Carlos Félix hasta los
tristes años del destierro. Sabía por propia experiencia que una bella moza entre las
sábanas podía tener ese efecto.
- No quiero que usted piense nada extraño –murmuró ella con timbre autoritario-.
Pero me haría mucha ilusión ayudarle con esa obra suya.
- ¿Cómo podrías ayudarme? –respondió Lope, decepcionado ante la sobriedad de
las ropas de Laurencia y la mirada totalmente vacía de lascivia.
- Me ha gustado siempre leer y creo que he tenido grandes ideas para la escritura,
pero no soy capaz de plasmarlas en papel... o quizás no tengo tiempo para ello, no lo sé.
El caso es que yo me planteé escribir una historia sobre la muerte de ese comendador.
Quizás alguna de mis ideas le sea útil.
“Si le digo que no, quizás esté dilapidando mis oportunidades de enamorarla”.
- Cuenta. Quiero que sea una obra que pase a la historia y, por ahora, no es más
que una colección de versos que no llevan a ningún sitio.
- Mi primera idea fue que no hubiera protagonistas, que el protagonista fuera todo
el pueblo.
- Eso llevaría a tener muchos actores y...
- Ya, pero le daría mucha fuerza –interrumpió ella con brusquedad-. Todas las
obras son iguales, siempre hay alguien que hace algo: un héroe que realiza un gloriosa
gesta, una pareja que se enamora... ¿Por qué no es posible que sea un grupo de muchas
personas el que cambie las cosas? Las personas unidas tienen más fuerza que cuando están
separadas. En los ejércitos tienen más importancia los soldados que los generales.
16
A Lope de sorprendió tanta inteligencia encerrada en las mazmorras de la mente
de esa mujer de campo. Siempre había considerado a las féminas inferiores al hombre en
todo; pero aquella muchacha le estaba sorprendiendo. Pensó que quizás tuviera los ojos
tapados por el velo del amor (o de la lujuria), pero aquellas palabras le parecieron sabias y
no se las había oído soltar a ninguno de los cultos y refinados escritores que poblaban
Madrid.
- ¿Qué más ideas tienes para mi obra?
- Si te las digo... yo podría considerarla nuestra obra, ¿no? ¿Yo podría
considerarme, en parte, escritora de ese drama?
- Si las tomo, sí. Pero, en cuanto a eso de tener muchos personajes...
- Cuando mataron al comendador, los Reyes Católicos nunca supieron quién
había sido el culpable. Todo el pueblo decidió responder a las preguntas del juez con
frases como: “La mató Fuente Obejuna, señor” o “Fuente Obejuna lo hizo”. Lo he leído
en un libro de mi tío que se llama Tesoro de la lengua castellana o española.
- ¿Qué más ideas tienes? –respondió Lope, acariciando el pelo de la joven.
Ella se apartó con un respingo.
- Pensé que los artistas no eran como el resto de la gente, que no estaban todo el
día pensando en fornicar como animales.
Las mejillas de Lope tomaron un intenso color cereza.
- Lo mío no es pasión, sino amor. Me he enamorado espiritualmente de ti.
- Eso lo decís para tenerme rendida a vuestros pies, pero yo sé que es mentira.
- Pedidme lo que queráis para que os demuestre mi amor.
Ella clavó su mirada en el fondo de la mente de Lope.
- Mañana hablaré con vos sobre este tema. Después de la comida, venid al patio
trasero.
***
Lope no estaba disfrutando del delicioso salpicón. Tenía la mente puesta en la
sobremesa. Apuntó mentalmente los ingredientes del plato –carne picada, pimienta, sal y
cebolla- por si los podía utilizar en la obra. La gastronomía de una zona hablaba mucho
de sus habitantes.
En cuanto hubo apurado su escudilla y su copa de vino, salió al patio trasero.
- ¿Habéis pensado ya vuestra respuesta?
- Sí –soltó ella con un cierto matiz pícaro encerrado en el iris de sus ojos.
- ¿Cuál es?
- Escribiréis el drama con las indicaciones que os he dado. Os ordenaréis sacerdote
y me mandaréis una copia de la obra dentro de siete años. Si, entonces, seguís enamorado
de mí... os entregaré mi cuerpo y mi alma... hasta el último día de mi vida.
- Pero... eso que me pedís es absurdo. ¿Ordenarme sacerdote?
- Si me amáis haréis todo lo que os pida. He leído en varias obras que eso es lo
que hacen los enamorados: seguir todos los deseos de su amada.
Lope no podía creer lo que estaba oyendo, pero decidió asentir.
- De acuerdo. Me ordenaré sacerdote y seguiré vuestros consejos. Muchos
personajes y ... ¿qué más?
- No se debe ver en escena la muerte del comendador. Eso también le dará fuerza a
la obra. Lo que se sugiere es más fuerte que lo que se muestra.
“Eso es lo que estás haciendo tú para seducirme” pensó el dramaturgo.
17
- ¿Algo más?
- Quiero que mi nombre aparezca en la obra, que haya un personaje llamado
Laurencia. Quiero ... – y siguió dando instrucciones a Lope.
***
Habían pasado ya siete años desde que Lope hubiera visitado la localidad de
Fuente Abejuna. La obra había sido acabada según los deseos de la muchacha y el rey
había dado su beneplácito. Sin embargo, la representación no había tenido más gloria
que otras tantas de Lope.
“El primer acto se parece mucho a Peribáñez y el comendador de Ocaña” le había
murmurado con malicia el Duque de Lerma en una cena en la que se habló de la obra
titulada Fuente Ovejuna –el título lo había sugerido la muchacha, como una pequeña
broma a su tío, el sacerdote-. Lope no había podido evitar alegrarse cuando, poco después,
el valido cayó en desgracia por su implicación en diversas tramas de corrupción.
Aunque ya casi había olvidado a Laurencia y había violado sus votos sagrados
amancebándose con Marta Nevares, no había caído en el pozo de la amnesia la promesa
que le había hecho a la sobrina del cura de la villa que por tantos nombres había pasado:
Mellaria, Fuente Ovejuna, Fuenteovejuna, Fuente Avejuna, Fuente Abejuna...
Tenía en sus manos el libro en el que estaba impresa la obra, junto con otros
libretos teatrales: Ello dirá, La sortija del olvido, La cortesía de España, La desdichada
Estefanía... El volumen se titulaba Dozena Parte porque al rey le había parecido que era
“un título interesante”. La parte fácil sería enviar la obra, lo que más temía el escritor era
redactar la carta que la acompañaría. El amor se había ido diluyendo con el tiempo, la
ordenación sacerdotal que había recibido era una mera pantomima y la obra no había
tenido tanta repercusión como él y Laurencia habían deseado. Nada sabía de ella, pero
temía que se hubiera convertido en una solterona que contase los días del calendario
hasta la fecha en la que Lope volviera al pueblo montado en un caballo blanco,
abandonara el sacerdocio y la besara con pasión.
***
- Laurencia, un caballero trae algo para ti –dijo una voz.
La mujer de trasero prominente que se encontraba amamantando a su hijo se giró
hacia el lugar del que provenía la arenosa voz de su vecina.
- ¿Qué es? Ahora no puedo atender a nadie.
- Un libro y una carta. Dice el caballero que lo trae desde Madrid.
- Déjalo en la mesa de la sala y no alcahuetees el contenido, que te conozco –rió
con su benjamín en brazos.
En cuanto pudo, leyó el pergamino. Rió ante las palabras de Lope de Vega, ante el
miedo de haberla hecho permanecer soltera. Nunca pensó que el juego con el que había
coqueteado con él pudiera haber sido tomado en serio por un hombre tan mayor. Abrió
el libro y se puso a curiosear, hasta que topó con Fuente Ovejuna.
Se sentó bajo su encina favorita y empezó a leer. Ni siquiera se dio cuenta del
tiempo que había pasado hasta que el cielo empezó a vestir sus galas purpuradas y la luz se
hizo insuficiente para proseguir con su lectura. Volvió a la cocina y encendió un candil.
18
Al cerrar el tomo se sintió orgullosa de haber participado en aquella obra. Félix le
había dicho que no había tenido mucho éxito, pero a ella le parecía maravillosa. No debía
entender tanto de literatura como antes de convertirse en madre, porque sus gustos no
parecían corroborar los del autor y los del público.
- No pasará a la historia, pero a mí me ha gustado –murmuró a la juguetona llama
del hogar.
Fin
EPÍLOGO
En la época en la que Lope de Vega escribió Fuente Ovejuna, la villa se llamaba
realmente Fuente Abejuna (nombre que tuvo de 1613 a 1622). Anteriormente había
pasado por los nombres que se detallan en este relato. Más tarde cambió a Fuente
Obejuna, su nombre actual.
La obra es revolucionaria en su estilo literario, sobre todo porque tiene como
protagonista al pueblo, en lugar de tener a un clásico héroe.
Su importancia no fue reconocida hasta mucho tiempo después de ser escrita,
siendo en la actualidad una de las obras más importantes del teatro español. Así, Lope,
pese a ser reconocido en su tiempo, no fue tan valorado entonces como lo es ahora.
19
1er. Premio Poesía Adultos
“DESDE LEJOS REGRESO, DESDE LEJOS”
Feliciano Ramos Navarro
DESDE LEJOS REGRESO
CUÁNTOS RECUERDOS GUARDO EN MI MEMORIA
SE DESPLOMA LA TARDE
ABRO EL OÍDO, ESCUCHO
PREPARO MI EQUIPAJE Y ME DESPIDO
20
DESDE LEJOS REGRESO
Desde lejos regreso, desde lejos,
y al regresar mi alma se remansa
porque aspiro perfumes de encinares
y mato de repente mi añoranza.
Ay, Valle del Guadiato,
cuántas veces, de noche, yo soñaba
con tu cielo estrellado,
con tu Luna de plata,
con el ruido crujiente de la escarcha
cuando mis pies de niño
pisaban tus caminos de mañana
en el gélido invierno
que alfombraba tus campos con su sábana.
Ay, Valle del Guadiato,
ahora vuelvo de nuevo y la esperanza
me inunda el corazón
al poder escuchar en plena calma
los susurros del río Guadiato
en sus ondas de agua
y poder escanciar con mis dos manos
sus ondas cristalinas como el nácar.
Ay, Valle del Guadiato,
con tu agua fresca y clara
hoy puedo humedecer entusiasmado
las arrugas sufrientes de mi cara
y sentirme más tuyo, un sacramento
que bautiza mi alma.
Desde lejos regreso, desde lejos,
y al regresar mi alma se remansa.
21
CUÁNTOS RECUERDOS GUARDO EN MI MEMORIA
Cuántos recuerdos guardo en mi memoria,
los tengo tan grabados
que cuando rememoro sus pasajes
los vivo a diario.
Recuerdo que mi padre me llevaba,
pasado ya el verano,
al pueblo de Belmez, era costumbre
la visita obligada cada año.
Cuando se despertaba la mañana
el tren se detenía, resoplando
sus metálicas quejas,
sus espesos gemidos de humo blanco.
Puestos los pies en tierra
cruzaba por las calles cogido de su mano
hasta llegar a casa de mis tíos,
un cortijo muy viejo y siempre blanco.
Allí, junto a mis primos,
cuando el otoño, dueño de los campos,
prendía en las encinas
racimos de bellotas a puñados,
recogíamos los frutos ya maduros
sin tregua y sin descanso,
desnudando las ramas de su peso
y rebosando a tope nuestros sacos
para que en la zahúrda del cortijo
poder cebar bien gordos los marranos.
Cuántos recuerdos guardo en mi memoria,
los tengo tan guardados
que cuando rememoro sus pasajes
los vivo a diario.
22
SE DESPLOMA LA TARDE
Se desploma la tarde
arropada de púrpura dorada
cuando el ocaso ciñe por los cerros
sus luces color grana
y sentado en tu orilla que me ofrece
su alfombra de esmeralda,
Oh, río Guadiato,
al compás susurrante de tus aguas
recobro mi sosiego y se amontonan
de golpe mis nostalgias
y abro de par en par al horizonte
las puertas de mi alma
para escuchar tu paso, una canción
para mí dulce música de nana.
El tiempo junto a ti se ralentiza
mientras con ansias cubre mi mirada
el manto que recubre con sus verdes
tu epidermis serrana
y un vuelo de palomas
como copos de nieve, blancas, blancas,
van cruzando tu valle y su zureo
me ha hecho proseguir mi lenta marcha.
Se desploma la tarde
arropada de púrpura dorada
cuando el ocaso ciñe por los cerros
sus luces color grana.
23
ABRO EL OÍDO, ESCUCHO
Abro el oído, escucho
como llega la brisa en la mañana
desde Cerro Muriano
por sus piñas de sierra perfumada.
Me voy tras de la brisa,
por San Benito baila
cuando escondido Obejo por su intrincada sierra
de fiesta se engalana
y por Villaviciosa, flor preciosa del valle,
alegre se disfraza
gozando el carnaval con traje largo
tejido con romero y hojas de jara.
Me voy tras de la brisa,
ya llega a Villaharta
para beber los sorbos cristalinos, de la novia del monte,
fresquitos de agua agria
y cruzar como un rayo el casco viejo
que a Espiel le da su fama
y rezarle a la virgen de la Estrella,
su querida patrona, Virgen Santa.
Me voy tras de la brisa,
su vuelo ahora levanta
hasta el castillo altivo de Belmez
donde otea el paisaje en lontananza
y desciende de nuevo ,
muy rápida, muy rápida,
a los famosos centenarios ruedos
que Villanueva planta.
Me voy tras de la brisa,
al ritmo de sus alas,
porque por Peñarroya - Pueblonuevo
se esconde por oscuras galerías de minas subterráneas
y sube luego al cielo para por la Granjuela
jugar entre las grullas y avutardas
y llegar a los Blázquez,
tranquilidad de calles encaladas.
Me voy tras de la brisa
hasta Fuenteobejuna, teatro de comedia recordada,
y al fin en Valsequillo,
del valle centinela de la entrada,
la brisa se detiene y se sosiega
y yo cobro mi calma.
Abro el oído, escucho
como llega la brisa en la mañana.
24
PREPARO MI EQUIPAJE Y ME DESPIDO
Preparo mi equipaje y me despido,
tengo que regresar, nunca perdona el tiempo,
clavándose en mi alma la partida
mas sin lanzar mi boca algún lamento.
Pesan mucho los años
y mi vida pasada la contemplo
en la hermosa comarca del Guadiato
que la llevo muy dentro.
No sé si volveré porque en mis pasos
la muerte la presiento,
ojalá que retrase su llegada
y no impida de nuevo mi regreso.
Pero me voy tranquilo
pues voy con mis recuerdos:
el perfume de encinas, el bullir de colmenas,
el sabor del torrezno,
el hornazo en San Blas,
la fragancia de jaras, el olor del romero,
la frescura del pino,
el tapiz singular del azul de tu cielo,
rezar a Santa Bárbara bendita
cuando retumba el trueno,
buscar en la hojarasca de los pinos lo níscalos ocultos,
paladear la magia del pan tierno,
contemplar al ocaso de la tarde
las piaras de cerdos
y sentir en mis piernas ya cansadas
el calor confortante del brasero.
Adiós, tierra del Guadiato,
en mi alma te llevo
y si ya no regreso a contemplarte
me llevo tu recuerdo.
Adiós, adiós. adiós…
nunca perdona el tiempo.
Desde lejos regreso, desde lejos,
y al regresar mi alma se remansa
porque aspiro perfume de encinares
y mato de repente mi añoranza.
25
2º Premio Poesía Adultos
“VERSOS EFÍMEROS”
Ladislao Barra Silva
“Te regalo un poema”
Dibújame una rosa,
sin lápices y sin color…dibújame una rosa.
Ven, mira…tiene los pétalos morados,
duros de tanta piedra y de tanto invierno;
es como una roca que se hace nube para bailar
al compas del viento… aire, aire…más aire…
y en lo alto, más alto, piedra de mina y raíz de agua.
Rosa, dibújame tu rosa.
Esa de tallo largo y hojas quebradizas,
la que asoma por tus ojos en cada mirada,
la que en invierno es frío
y en primavera vuelo de golondrina.
Dibújame una rosa de barro
con espinas de cristal
y olor a rosa de rosal,
una rosa de agua y de humo de chimenea alta,
una rosa de cantera y de sierra guadiata…
Una rosa,
solo una…
que ponga color al negro de la mina
y olor a la esperanza,
una rosa de valle y atalaya,
de almena de castillo y aldea sosegada…
Dibújame una rosa y te regalo un poema,
una poesía de amistad y de manos extendidas
desde el alba a la tarde más alta;
un poema nacarado que en tus oídos
se transforme en rosa dibujada.
26
“Once pueblos”
Calle arriba se mece la zarza en el viento,
calle abajo se disfraza de ola de mar.
En la plaza,
en la fachada más blanca,
hay pintado un beso,
una caricia escrita,
una súplica de amor
trazada con líneas rojas.
…solo tus ojos la ven…
Calle arriba el valle se hace sierra,
calle abajo gota de agua y pregón.
Un firmamento lejano
tan negro como el fondo de la mina
se ilumina de luciérnagas blancas, azules, coloradas,
de labios pintados de embustero carmín,
de oraciones y súplicas a Santa Bárbara…
Truena el barreno,
la pólvora estalla calle arriba,
calle abajo hay surcos de arados
que arañan el barbecho
y varas largas
que se cimbrean sobre los olivos cenicientos.
El pueblo se hace grande…
pequeño de tanta grandeza pasada
prisionero de lejanos recuerdos
y tanta zarza mecida por el viento….
27
“Naufragios”
Todos tenemos restos de algún naufragio,
y, dentro, en cualquier orilla del alma,
atesoramos puestas de sol,
trozos de abrazos,
pedacitos de besos,
sonrisas esquivas,
lágrimas fugaces,
los sueños que no recuerdas al despertar,
la caricia del viento…
allí, en cualquiera de las dos orillas,
duermen esperando
que un dulce sobresalto
los despierte de su letargo…
Saben que las palabras,
algunas veces,
se consumen al borde de los labios,
las miradas se llenan de mil ocasos
y de la melancolía de los días nublados.
Es como sentir que tu propia vida no depende de ti
ni de tu voluntad de morir.
Es un día más,
amanecido entre volantes y puntillas
que anuncian fiesta y romería…
Me encierro en casa,
me arropo con los recuerdos de aquellos naufragios,
esos, que en cualquier orilla del alma,
esperan el latido de la vida
para dejar de ser botín y tesoro olvidado
en la profundidad del alma.
28
“Las historias del abuelo”
Cuéntame la historia más bonita,
esa que sólo tu sabes,
la que escuchaste en la mina
y en los pozos donde acechaban lobos de carburo
y cenizas de barreno.
Una historia de hombre bueno
que tiznaba sus sueños
cada vez que picaba en la galería sin fondo.
Léeme el poema más largo y más triste,
ese que sólo tú sabes de memoria
y que hace que vibre tu garganta
al ponerte sed en la boca.
Un poema de pastores en la sierra
y doncellas que lavan en el río.
Píntame el valle de los once pueblos
que beben del mismo agua,
esa que brota en tus orillas
antes de hacerte pantano.
Un cuadro pintado con tizas de colores
donde el azul del cielo
se confunda con el blanco de la cal.
Píntame una calle que sube y que baja,
y que vuelve a subir
buscando las piedras del viejo castillo.
Cántame, cántame una canción,
la que bailan los hombres agarrados de las manos,
de esa que sirven para conquistar a mocitas casaderas…
Una canción sin letra,
que rebose de música y chasquidos de espadas…
Vueltas y más vueltas
queriendo cortar el aire para hacerlo verso.
Cuéntame una historia,
léeme un poema,
píntame un cuadro,
cántame una canción,
y haz que sueñe contigo
y que los días pasen sin olvidar tu nombre.
29
“Guadiato”
El campo se hace cielo
cuando se mira en tu espejo de azogue y cristal,
el agua corre despacio,
se detiene en cada junco a contemplar la orilla,
en cada remanso a soñar que es ola de mar…
El agua canta ribera abajo
acuna con su nana la soledad de la piedra
y la esperanza por llegar…
por llegar a ser torrente,
por llegar a cascada de espuma
o charquito de cristal.
La sierra se hace llana,
la niebla le presta su horizonte
y tu,
que naces en La Coronada,
bajas y bajas trotando como caballito de feria
buscando la alegría de la encina,
el olor del romero,
el pinar florecido de tanta jara
y las adelfas blancas que soñando soñando
se hace nube baja.
Guadiato
que reflejas chimeneas y castillos,
de tu agua
tomo prestado el olor del tomillo,
el zumbido de la abeja,
la espina de cardo borriquero…
Guadiato
te cambio tu cauce por un camino
lleno de vagonetas, espuertas y mineros.
30
1er. Premio Relato Corto Escolares
“EL HADA DE LA CASCADA”
Silvia Daza Dueñas
Un día de primavera fuimos mi
familia y yo de excursión. Salimos
andando de Belmez y a unos tres
kilómetros, llegamos al arroyo
Fresnedoso y pronto comencé a
oír un sonido muy hermoso me
acerqué intrigada y me encantó el
paisaje que vi, era una preciosa
cascada. Enseguida llamé a mis
padres y a mis dos hermanos para
que todos la vieran, mi padre me
dijo que se llamaba El Chorrero
¡nunca había visto nada igual!
Estuve jugando con mi
hermanita pequeña un buen rato, hasta que mamá nos llamó para que fuéramos a comer,
pero antes de acudir fui a lavarme las manos y al agacharme sobre el agua en lugar de mi
reflejo vi a otra persona, me froté los ojos y volví a mirar y vi a una especie de hada que
me sonreía en el fondo del lago. Tenía una cara muy blanca y sus ojos de un extraño color
dorado. Al principio me asusté bastante pero su mirada era tan dulce que enseguida me
tranquilicé. Entonces me atreví a preguntarle quién era y ella con voz suave me dijo que
era el hada de la cascada y que vivía allí desde el comienzo de los tiempos, pero que muy
pocas personas podían verla.
De pronto comenzaron a salir del
agua gotitas de colores, como chispas de
fuegos artificiales; se formó como un
remolino que dio lugar a un bonito arco
iris. El hada flotando sobre el agua y
extendiendo su mano hacia mí me invitó a
subir al arco iris, yo dejándome llevar por
la magia le di la mano y mis pies se fueron
despegando del suelo y sin saber cómo me
estaba deslizando por él hasta que mis pies
tocaron de nuevo el suelo.
Cuando de nuevo abrí los ojos, ya
no veía al hada por ninguna parte. Miré a mi alrededor y observé el lago, la cascada….
Entonces comencé a pensar que todo había sido un sueño, sin embargo algo notaba
distinto.
De pronto, oí a alguien que venía tarareando por el camino. Me escondí muy
asustada hasta que apareció una niña. Tenía más o menos mi misma edad, pero su
31
vestimenta era bien distinta, era como de piel y llevaba un cántaro de barro que empezó a
llenar de agua. Me acerqué a ella y le dije:
-
¡Hola! Me llamo Silvia y creo que ando un poco perdida. ¿Me puedes decir dónde
estoy y quién eres tú? Yo nunca te he visto en mi colegio…
¿Colegio? ¿Qué es eso? Yo soy Yhira y vivo cerca de aquí en mi poblado.
¿En tu poblado? Supongo que te refieres a Belmez, que es el pueblo que hay aquí
cerca.
¿Belmez? No, nunca lo he oído nombrar. Pero te veo un poco extrañada, ¿quieres
venir y te lo enseño? Ahora voy a llevar el agua porque mi madre la está esperando
para beber y cocinar.
Yo la seguí, había algo en ella que me hacía confiar. Enseguida llegamos a un
poblado. Sus casas eran de piedra y redondas. Había muchas familias atareadas y niños
pequeños que correteaban divertidos. Yhira me llevó hasta su casa y todos me miraban
muy extrañados y tocaban mi ropa y hasta mis zapatillas con mucha curiosidad. Sin
embargo no me daban miedo porque todos eran muy amables conmigo, aunque nadie
entendía de dónde venía ni conocían mi pueblo. Todo era muy extraño. La mamá de
Yhira me ofreció una comida muy sabrosa, servida en un plato hondo muy bonito y
decorado.
Yhira me enseñó todo aquello y me iba explicando todo lo que veía. Me contó que los
mayores trabajaban en el campo y en unas minas de donde sacaban cobre y oro, además
me enseñó unos monumentos muy raros, hechos con unas piedras gigantes que se
llamaban dólmenes y donde eran enterradas algunas personas.
Yo estaba alucinada de ver cosas tan extrañas, pero pronto empecé a echar de menos a
mi familia y empecé a preocuparme por la forma en que podía volver a mi tiempo,
porque ya me había dado cuenta de que Yhira y toda la gente pertenecían a otra época
distinta a la que yo vivía.
- Estás un poco triste ¿Qué te pasa Silvia?- me preguntó mi nueva amiga.
- Es que no sé cómo voy a hacer para volver de donde he venido.
- Me parece que algo va a tener que ver en todo esto el hada de la cascada
- ¿Conoces tú al hada?
- ¡Claro que sí! A mí me gusta mucho estar con ella y cuando voy a por agua, como
lo he hecho hoy, me cuenta historias fantásticas que me entusiasman.
- ¿Y tú crees que me ayudaría a volver?
- ¡Por supuesto! Vamos corriendo a El Chorrero, allí la encontraremos.
Cuando llegamos, Yhira, al igual que
yo había hecho antes, se agachó y miró
dentro del agua. Entonces vimos aparecer
de nuevo al hada que nos sonrió y nos
cogió de la mano.
- ¿Qué tal lo has pasado Silvia? –me
preguntó el hada.
- ¡Oh, estupendamente! Ha sido
genial y Yhira y yo nos hemos
hecho muy buenas amigas.
32
-
-
-
Me alegro mucho, pero supongo que tú querrás volver con tu familia ¿no es así?
¡Ya lo creo! Aunque me da mucha pena alejarme de mi nueva amiga, también
tengo muchas ganas de estar con ellos.
No te preocupes, otro día podrás volver a El Chorrero y yo te traeré de nuevo con
Yhira y si os apetece también Yhira puede acompañarte a tu casa para que le
enseñes cómo se vive en tu tiempo.
¡Eso sería fantástico! –contesté entusiasmada ante esa idea.
Sólo hay que prometer una cosa… No podéis desvelar mi secreto y ayudar siempre
a conservar este lugar tal como está, para que las generaciones que vengan puedan
siempre disfrutar del sonido de esta agua cristalina.
¡Por supuesto! Lo prometemos –contestamos las dos al mismo tiempo.
Con un beso y un abrazo nos despedimos y el hada me subió de nuevo al arco iris. Al
instante me encontré de nuevo arrodillada en la orilla y viendo cómo se diluía el reflejo
del hada en el fondo del lago.
- Silvia, mamá te está llamando para comer, ¿no la estás oyendo?
Mi hermana pequeña estaba a mi lado. Me levanté de un salto y con un guiño me
despedí del hada que casi había desaparecido.
- Vamos –le dije. Me muero de hambre, pero… luego me ayudas a dejarlo todo
limpio y recogido ¿vale?
33
2º Premio Relato Corto Escolares
“NIEVA EN PEÑARROYA”
Alejandro Barrena Jurado
La almohada estaba empapada en sudor, y yo sin poder dormir por ese motivo,
rodaba entre las mantas por lo ancho del colchón.
No podía dormir, así que me incliné y me senté con la espalda apoyada en la pared. La
ventana tenía un reflejo blanquecino mezclado con verde lima. Me froté los ojos para ver
mejor, pero seguía sin saber de dónde provenían ambos colores. Me salí de mi cama y me
puse las zapatillas.
Anduve con sueño hasta la puerta y por el estrecho pasillo miré a la ventana. ¿Era verdad
lo que mis ojos veían?
¿De verdad la nieve ocupaba una espesa capa en el suelo y llenaba las hojas de los árboles
de blanco?
Pues entonces, al estar tan sorprendido, entré de nuevo en la habitación, cogí mi cámara
de fotos del cajón, y abrí la puerta del patio.
Era una tarea costosa, porque la nieve al menos cubría cuatro centímetros. Sin bufanda,
guantes, ni ningún otro elemento para protegerme del frío salí e hice fotos.
Solté la cámara y salí de nuevo al patio.
A medida de que avanzaba se iba abriendo un pequeño camino de huellas.
Entré de nuevo a casa e intenté buscas mis guantes pero, como no los encontraba, fui a la
habitación de mis padres.
- ¡Papá, mamá! –grité- ha nevado esta noche. Asomaros al patio. ¿Me podéis dar los
guantes?
- Busca en los cajones del dormitorio. Creo que están en el cuarto –me dijo mi
madre con voz soñolienta.
Corrí a mi habitación y busqué los guantes con tal nerviosismo, que cada vez que cerraba
un cajón daba un tremendo golpe. Lo que conseguí hacer con eso fue despertar a mi
hermano.
¡Qué nervios!. Era la primera vez que veía nieve en Peñarroya-Pueblonuevo.
Cuando al fin me puse los guantes, salí al patio y unos minutos después llegó mi
hermano.
Allí, los dos hicimos muñecos y formas raras, hasta que mis padres dijeron:
- Nos vamos.
- ¿Por qué?. Yo quiero jugar con la nieve –le contesté.
- Vamos a ir al Hoyo y a Ojuelos Altos. Seguro que allí hay más nieve.
Obedecimos y nos montamos en el coche con un chándal de tela gruesa.
Cada minuto que permanecimos allí nos entretuvimos porque papá nos contaba historias
de su niñez.
Cuando paró el coche en el Hoyo, agradecí haber venido. Había una capa de nieve de
treinta centímetros al menos.
34
En el maletero llevábamos unas grandes paletas, para tirarnos por las colinas montados en
ellas, así que cogimos y subimos un gran monte, poblado de encinas con las copas llenas
de nieve.
En la punta más alta, pusimos las palas en el suelo, nos montamos en ellas y avanzamos.
Por la pendiente, la pala avanzaba sola y así nos tiramos un par de veces colina abajo.
Cuando nuestros pantalones ya estaban húmedos y teníamos los guantes empapados, nos
montamos de nuevo en el coche, para terminar la ruta prevista en Ojuelos Altos.
Allí, cuando aparcamos, nos dirigimos a la cuneta de la antigua carretera. Nos tiramos
desde el asfalto, y nos cubrimos de nieve hasta el ombligo. Costaba mucho andar allí.
Al avanzar, llegamos a un camino que comunica el pueblo con el cementerio, y mi
hermano y yo nos dimos cuenta de que había una gran rampa hacia abajo.
Nos sentamos en el suelo y la utilizamos de tobogán.
Algún tiempo después de estar allí, nos llevamos la mayor sorpresa. Empezaron a caer
grandes copos.
Recién caídos al suelo, cogíamos puñados de nieve y hacíamos bolas con ellos. Ése era el
mejor juego. La guerra de bolas.
Por la tarde, mucho tiempo después de que cayeran los copos, empezó a derretir la nieve,
y las cunetas quedaron encharcadas.
Nos montamos en el coche y cuando llegamos a Peñarroya, me di cuenta de un fallo. ¡Se
me había olvidado hacer los deberes!.
Había que responder preguntas de un texto.
En casa abrí el libro y sonreí.
Un fragmento del texto decía:
“Así, empezó a nevar esa noche. Los niños hicieron muñecos y figuras con la nieve y, a la mañana
siguiente, todos los patios y árboles amanecían con una fina y, algunos, con una gruesa capa de
nieve”
Fue un día maravilloso.
35
1er. Premio Poesía Escolares
“MI COMARCA”
Montserrat Cañizares Soriano
¡Qué bonita es mi comarca!
Con sus ríos y sus plazas.
Con sus flores y sus casas.
Con sus fiestas y sus gentes
que rebosan de esperanza.
¡Qué bonita es mi región!
Que me alegra el corazón.
Pueblecitos y ciudades
llenos de historia y pasión,
que visitan otras gentes
dejando buena impresión.
¡Qué bonita es mi comarca!
Con sus encinas y campos.
Su Semana Santa y sus Santos.
con su música y sus llantos
Que te inunda el corazón.
¡Qué bonita es mi comarca!
Tierra de gran afición
que acoge al visitante
con todo su cariño y calor.
36
2º Premio Poesía Escolares
“MI PUEBLO”
Cristina Murillo Montero
Villa enclavada en un cerro
que invita a hacer poesía,
poesía por su gran belleza
y por su gran valentía.
Situada al norte de la provincia,
es un gran ejemplo de gallardía
por su magnífica historia
y su enorme valentía.
Mi pueblo está en una colina
rodeado de encinares y de
grandes olivares.
Es un pueblo pequeñito, pero a la vez
acogedor y con un encanto infinito.
Es un pueblo con historia y
de gran solera, sus gentes son
sencillas pero a la vez orgullosas y altaneras.
Herencia que recibieron, de su heroína
Laurencia,
mujer que representa, la valentía
y el orgullo de la mujer mellariense.
Me siento orgullosa de haber nacido
en él.
37
Descargar