Jardines, sitios...•6.0 - conjuntos históricos de salamanca

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Béjar Conjunto histórico
La trama y el paisaje urbano de Béjar, sus edificios y
monumentos reflejan la historia de una población que
se remonta esencialmente a la etapa medieval, inicia y
supera la Edad Moderna bajo el dominio omnipresente
de la Casa Ducal, y se desarrolla y transforma durante el siglo XIX en un importante enclave industrial de
Castilla y León, que hemos visto tristemente hundirse en el siglo XX.
En buena parte este pasado y esta configuración han
estado condicionados por su peculiar emplazamiento
geográfico: una depresión dominada por los imponentes macizos graníticos de la serranía de Béjar, en
las últimas estribaciones del Sistema Central. Gracias
al agua de los numerosos regatos y fuentes que bajan
de la sierra, la vegetación del lugar es rica y variada,
con abundantes pastizales que propiciaron desde la
antigüedad una importante explotación ganadera, completada con el cultivo, más o menos intenso según las
épocas, de un extenso viñedo, algunas plantas textiles y
tintóreas, cereales, frutales y todo tipo de hortalizas en
las huertas, a lo que hay que sumar el beneficio de los
bosques, en particular del castaño, que sigue siendo el
árbol predominante en los montes.
Todo esto hace del entorno natural de Béjar uno de los
más bellos de la provincia salmantina, pero también
uno de los peor comunicados. Para llegar a él desde
Salamanca, Cáceres o Ávila es necesario atravesar
Vista panorámica de Béjar
algún puerto de montaña –Vallejera, Baños o San
Bartolomé–, lo que ha supuesto un aislamiento que ha
dificultado su desarrollo, aunque en algún momento
de su historia pudo favorecer su resguardo.
Varios miliarios atestiguan la proximidad de Béjar a la
Vía de la Plata, el más importante eje de comunicación
en el occidente peninsular de la Antigüedad, constituido
sobre los caminos naturales ya existentes. No parece,
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sin embargo, que la
construcción de la
calzada fomentase el
poblamiento de esta
tierra bejarana más
de lo que estaba
antes de la ocupación
romana. A juzgar por
los restos cerámicos
y utensilios de sílex hallados en Valdesangil, ya en el
Calcolítico debía haber un pequeño núcleo de población en el valle, que posiblemente se trasladó al cerro
cuando en la Edad del Hierro se establecieron aquí los
vettones, ganaderos y pastores, buscando un emplazamiento más estratégico. A falta de restos arqueológicos
que la avalen, esta ocupación se apoya en el propio
topónimo de Béjar, de indudable origen prerromano
tanto si se hace proceder de la antigua Deóbriga como
de Bíclaro, según defiende Llorente Maldonado. De ser
así este castro habría estado enclavado en el mismo
lugar de la ciudad actual, un estrecho espolón que
emerge hasta los 959 metros de altitud entre el profundo valle del río Cuerpo de Hombre al norte y una pequeña vaguada labrada por el arroyo de los Moros en el sur
que confluyen en su extremo occidental, mientras el
desnivel va descendiendo suavemente hacia el sudeste
hasta fundirse con la llanura inferior.
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Hay quien sostiene que en lo más alto del cerro estuvo situado también en época visigoda el antiguo cenobio benedictino de “Bíclaro”, que habría sido destruido durante la ocupación musulmana. Pero lo que
sucedió con la pequeña población existente durante
las invasiones germánica e islámica no pasan de ser
conjeturas, dada la falta de testimonios fehacientes.
Es verosímil que, al quedar este territorio en la línea
fronteriza, en el siglo XI los árabes reforzaran las
defensas naturales del cerro mediante la construcción de un recinto amurallado, convirtiendo el extremo occidental en un reducto militar, cerrado en el
acceso más vulnerable por una alcazaba, que se
levantaría sobre el antiguo monasterio. Ciertamente
los restos de la muralla que todavía se mantienen en
pie no son árabes, pero es muy probable que en su
construcción se respetase el planteamiento de un trazado anterior allí donde lo había, como sucedió en
otras ciudades y villas configuradas a comienzos de
la Baja Edad Media.
En la fiesta del Corpus se sigue rememorando cada año
una antigua tradición, según la cual Béjar habría sido
reconquistada a los moros en 1180, siendo vencidos
por hombres cubiertos de musgo que entraron por la
puerta de la Traición. Sea como fuere, a finales del
siglo XII el control de este pequeño núcleo, aunque
Muralla
Casa de Clavijo
Puerta del Pico
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fue encomendada por Alfonso VIII de Castilla al Concejo
de Ávila. En torno a 1209 habría adquirido entidad propia, pasando poco después –en 1216– a depender de la
diócesis de Plasencia. El mismo monarca le otorgó quizá
un primer fuero y ordenó su cercamiento.
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Fachadas típicas de arquitectura popular
quizá por entonces semidespoblado, resultaba esencial a los monarcas castellanos tanto para consolidar
sus posiciones en el Sistema Central frente a los
musulmanes, como para asegurar su territorio frente
al Reino de León, debido a su proximidad a la Vía de
la Plata que marcaba el límite entre los dos reinos cristianos conforme al reparto realizado por Alfonso VII
entre sus hijos Fernando y Sancho.
Según testimonios históricos, cada vez más numerosos a partir de ahora, la conquista y repoblación de Béjar
Rincón de la Plaza Mayor (lienzo oriental)
La muralla de Béjar se adaptó a las peculiaridades y
accidentes del terreno, traduciendo en su perímetro
alargado y estrecho la forma oblonga del espolón
sobre el que se asentó la población. La distinción que
aparece en el plano de Coello de 1867 entre Puebla
Nueva y Barrio Nuevo, al norte y sur de la mitad
oriental, frente al barrio de la Antigua situado al oeste,
ha reforzado la idea de que el recinto amurallado se
construyó en dos etapas: en la primera, a comienzos
del siglo XIII, los repobladores ocuparían la superficie
de unas diez hectáreas que abarcaba la cerca musulmana reconstruida de nuevo, mientras que en una
fase no muy posterior, coincidiendo quizá con la elevación de Béjar al rango de villa y cabeza de un gran
alfoz, se ampliaría la muralla para proteger a los nuevos pobladores asentados en la zona oriental, englobando una extensión de unas veintiséis hectáreas. La
antigua alcazaba convertida en castillo vendría a
situarse casi en el centro del espacio cercado, “abrochando” los dos sectores, tal como señala Tomás de
Lemos en 1685 al referirse al palacio ducal que sustituyó a aquél.
Todavía se mantienen en pie importantes restos de
esta muralla en el extremo occidental, restaurados
hace unos años, que permiten hacernos una buena
idea de su aspecto. Se trata de un muro de mampostería de granito de gran altura, provisto de algunas
torres cuadradas o redondas que reforzaban los ángulos o protegían las puertas. De éstas quedan dos: la del
Pico, situada en la proa del espolón, y próxima a ella la
de San Pedro o San Antón, en el lienzo sur. Ambas están
conformadas por sencillos arcos ojivales con tramo
abovedado intermedio donde se alojaba el rastrillo y
el hueco para la tranca. Junto a las puertas, en la parte
interior, encontramos escaleras de piedra integradas
en el muro que permitían subir al adarve, resguardado
por parapetos almenados hoy reconstruidos. El hecho
de que hayan conservado su aspecto medieval manifiesta la situación marginal en que quedó este sector
de la población cuando la función defensiva dejó de
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ser decisiva, y su escasa importancia tanto desde el
punto de vista económico como representativo.
La prueba la tenemos en la puerta de Ávila, también
conocida como puerta de la Corredera o puerta de la
Villa, que se abría en el extremo oriental, como todavía recuerda la toponimia. Era sin duda la entrada fundamental, al confluir en ella los principales caminos de
comunicación, y por este motivo fue reconstruida en
fechas posteriores –probablemente en el siglo XVI–
alterando su aspecto original para ofrecer una imagen
más moderna. Según una fotografía de 1868 presentaba un gran arco de medio punto, con tondos en las
enjutas y ático almenado, flanqueado por torrecillas
circulares y decorado en su centro por el escudo ducal
de Béjar sostenido por putti.
Las fuentes documentales dan cuenta de la existencia
de otras puertas secundarias tanto en la zona norte
como en la sur –la de los Osos, Barrioneila, San
Nicolás, el Yezgal, Santa María, del Matadero o de la
Lanza, Nueva, de San Andrés, etc.–, que facilitarían a
los vecinos la salida a los huertos, los prados o el río.
Todas ellas, junto con los lienzos donde se encontraban, fueron desapareciendo o integrándose en otras
construcciones desde mediados del siglo XIX, como
consecuencia del gran crecimiento experimentado
por la población, que fue expandiéndose sobre todo
hacia el este y sur, donde el terreno era menos abrupto.
Sin embargo, la incidencia de la antigua muralla
sigue siendo evidente en la morfología del casco histórico de Béjar, como refleja su plano. Indudable-mente
la comunicación entre la puerta de Ávila y la del Pico
generó un eje fundamental, relativamente paralelo a
los muros, a cuyos lados se organizó el poblamiento,
eje que constituye aún hoy la calle principal. Su
mismo origen explica las características de su trazado: muy sinuoso, al irse adaptando a las irregularidades del suelo, y de escasa y desigual anchura. Dada
su gran longitud esta calle “Mayor” recibe distintos
nombres o adjetivaciones en cada tramo que, curiosamente, en lugar de remitirnos a la época medieval
en que se formó, como se podía esperar, recuerdan
hoy día acontecimientos o personajes de la historia
decimonónica de Béjar: el 29 de agosto de 1867 en
memoria de un incidente protagonizado tal día por
los liberales, a don Nicolás Rodríguez Vidal, diputado
y alcalde bejarano, al general Ramón de Pardiñas
vencedor del carlismo en 1837, a don José Sánchez
Ocaña y a don Mariano Miguel de Reinoso, políticos
bejaranos que llegaron a ser ministros de Hacienda e
Instrucción Pública, respectivamente, en el reinado de
Isabel II.
De la puerta de Ávila y de la del Pico arrancan también otras calles longitudinales, sin regularidad alguna
en su traza, que antes o después acaban confluyendo
en la calle Mayor. Todas ellas se comunican entre sí o
con las antiguas rondas y portillos a través de reducidas callejas transversales, que acusan la empinada
pendiente del cerro. En este caso su origen hay que
buscarlo en los caminos que unían las pequeñas
iglesias parroquiales en torno a las cuales se agruparon
los pobladores.
En época medieval Béjar llegó a contar con diez parroquias distribuidas por todo su perímetro cercado. El
templo, con su cementerio, solía mantenerse aislado
del caserío, dando lugar a placitas que a veces no van
más allá de un simple ensanchamiento de la calle para
realzar el edificio. El terreno intramuros, relativamenPlaza Mayor. Ayuntamiento
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te extenso aunque accidentado, se iría rellenando sin
plan preconcebido dando lugar al apretado entramado
de calles y callejuelas angostas y desiguales que conforman la estructura de Béjar, entre las que se hacinan
los edificios en manzanas irregulares. Esta configuración forjada en el siglo XIII, en la que tuvo también una
incidencia decisiva la topografía del lugar, experimenta sobre ella los sucesivos avatares históricos, que sin
modificarla en lo sustancial han ido cambiando la
fisonomía y el paisaje urbano de Béjar, entremezclándose en él las construcciones medievales de sus iglesias con las huellas e intervenciones del largo dominio
ducal y la transformación del caserío que impone el
auge industrial del siglo XIX.
Como se ha señalado, Béjar fue repoblada a finales del
siglo XII o comienzos del XIII esencialmente por castellanos, pero también por numerosos judíos y moros,
dado que según recoge el fuero las creencias no eran
obstáculo para conceder la vecindad. Los moros, de
paz o siervos, debieron vivir mezclados con la población cristiana en sus mismas colaciones, pero la minoría judía, que formaba aljama con la de Hervás, habitó hasta 1492 en un barrio independiente con su sinagoga. Éste –según Martín y Aguilar y los recientes
estudios de Muñoz Domínguez– estuvo situado en la
zona norte, detrás de San Gil, entre la iglesia del
Salvador y el convento de San Francisco, y no en el
barrio de la Antigua, en torno a la calle 29 de Agosto,
como muchos siguen sosteniendo.
Patio del palacio ducal
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Además de esta variedad étnico-religiosa, la sociedad
bejarana bajomedieval mostraba también una clara
diferenciación social, distinguiéndose en particular un
reducido grupo de caballeros, grandes propietarios
agropecuarios y exentos de contribuciones, que acabaron monopolizando en su favor los cargos concejiles. Los mismos privilegios que los caballeros tuvieron
los miembros del Cabildo, institución supraparroquial
creada en torno a 1229 que rigió la vida de los clérigos
del arcedianato de Béjar hasta el siglo XIX. Sin embargo, esta situación se vió alterada decisivamente al
cambiar su condición de villa de realengo, que había
tenido desde la repoblación, por la de villa señorial.
El origen del señorío ducal de Béjar está en la permuta que realizó en 1396 el rey Enrique III con don Diego
López de Estúñiga de la villa de Frías por la de Béjar,
concediéndole plena jurisdicción sobre las personas y
tierras de ésta. Casi un siglo después, en 1485, don
Álvaro de Zúñiga recibía de los Reyes Católicos el
título ducal. Los señores y duques de Béjar usaron y
abusaron desde el primer momento de todos sus privilegios en detrimento de los derechos del pueblo,
comportándose como auténticos señores feudales en
las facetas más diversas, aunque con matices según
señores y épocas como –señala López Benito–. De
hecho el dominio ducal sobre Béjar se extendió no
sólo al cobro de impuestos y derechos o al nombramiento de los cargos públicos, sino también –y sin
ánimo de hacer una relación completa– a los bosques,
los pastos, los ganados, las tierras, las fuentes, los ríos,
la nieve, el coto pesquero o el tinte.
La mejor imagen externa del poder político, económico
y social que detentaron los duques sobre esta antigua
villa, que consideraron su estado particular, es su palacio ducal, y en un plano inmediato las obras que patrocinaron poniendo en ellas sus armas como testimonio.
El palacio fue edificado durante el siglo XVI, cuando
los duques que habían vivido hasta entonces habitualmente en Plasencia establecieron su residencia en
Béjar. En realidad más que una edificación propiamente dicha debieron llevar a cabo una transformación del antiguo castillo medieval, convirtiendo la fortaleza por entonces inhabitable en palacio y adaptándola en lo posible a los nuevos gustos. Como se ha
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dicho, el castillo estaba situado en lo alto del promontorio, en una posición relativamente central dentro del
espacio cercado y unido a la muralla por dos muros
transversales, como todavía se aprecia en la plaza de
los Aires. El bloque cúbico, construido en mampostería de granito, tenía su entrada principal a poniente y
estaba fortificado por cubos redondos y torreones
poligonales.
En la reforma o construcción acometida en el siglo XVI
la fachada principal se traslada al este, abriendo en ella
una gran puerta adintelada, los muros exteriores se
perforan con numerosos vanos y la primitiva plaza de
armas se transforma en plaza ducal, disponiendo su
acceso desde la Plaza Mayor por un arco escarzan
–hoy desaparecido–, lo que manifiesta una apertura a
la población inexistente hasta entonces. Aunque las
potentes torres siguen recordando la función defensiva,
este carácter desaparece por completo cuando se entra
en el patio renacentista, elemento sustancial de todo
palacio y objeto de especial atención como exponente
del prestigio del propietario.
Las obras de la escalera y patio fueron contratadas a
finales de 1567 con el cantero Pedro de Marquina, uno
de los más activos en la Alta Extremadura durante el
tercer cuarto de siglo –según Andrés Ordax–, ajustándose la puerta a mediados del año siguiente. El patio
es rectangular, amplio (23,10 x 18,60 m) y de diseño
asimétrico. En sus lados oeste y norte presenta doble
piso de arquerías de medio punto sobre columnas de
fuste monolítico, el inferior con capiteles de volutas
resaltadas y elementos vegetales –similares a los del
palacio cacereño de los Perero– y el superior con capiteles jónicos y balaustrada, alternándose en las enjutas
los escudos de los Zúñiga y Sotomayor, correspondientes a los duques de Béjar, con las iniciales F. G.
alusivas a don Francisco de Zúñiga y Sotomayor
(1565-1591), cuarto de los duques de Béjar y artífice
de la reforma, y a su primera esposa, doña Guiomar
de Mendoza, ya fallecida en estas fechas. El flanco
meridional lo ocupa una elegante escalera paralela al
muro, abierta al patio por un largo arco deprimido
sobre columnas jónicas, que decrecen en altura a
medida que ascendemos buscando un curioso efecto
de perspectiva, que se acentúa por la posición oblicua
de las basas sobre el antepecho macizo. Por último, el
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Plaza de la Piedad
lienzo donde está el acceso se adorna con una fuente
de cubierta avenerada y enmarque arquitectónico de
columnas corintias, que lleva grabada en el friso del
entablamento la fecha de conclusión (A.D.M.Q.S.N,
es decir, Anno Domini Mil Quinientos Sesenta y
Nueve) y la identidad del promotor (F D II: Francisco
Duque II) en las cartelas de cueros recortados del
remate; sobre ella resaltan dos enormes blasones timbrados con corona ducal de los Zúñiga y Sotomayor.
La ausencia de mayores alardes decorativos se suple
por la nobleza del material bien tallado que debía contrastar con el blanco enjalbegado de los muros, donde
se abre todavía alguna puerta en arco apuntado. Fue
posiblemente en estas mismas fechas, a juzgar por los
blasones de la parte superior, cuando se reforzaron los
cubos de la fachada principal, modificando la forma
original de uno de ellos, y cuando se abrió una pequeña loggia de tres arcos en la cara norte –hoy perdida–,
desde la que poder disfrutar de la Huerta del Aire y de
la vista del río.
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duque don Juan Manuel, a quien se atribuye asimismo
una interesante “Vista de Béjar” de hacia 1727. El palacio fue declarado Monumento Histórico Artístico en
1931. Estuvo dedicado a usos de lo más dispares hasta
que en los años sesenta se restauró y se adaptó para
albergar el Instituto “Ramón Olleros”.
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Calle “29 de agosto”
Anterior al patio fue la ampliación de la fortaleza
mediante la construcción de una gran ala o galería en
la parte meridional. Debía estar ya iniciada en tiempos de la Gran Duquesa doña Teresa de Zúñiga y
Guzmán (1531-1565), que adornó su frente con un
pequeño jardín, según testimonio de 1552; no obstante su conclusión se prolongó durante todo el siglo XVI
y aún después. Tal como hoy la vemos consta de tres
plantas, reforzadas en su base por contrafuertes circulares, en las que se abren amplios vanos en disposición perfectamente regular, remarcados en los pisos
superiores por molduras simples y guardapolvos de
granito que destacan sobre el enlucido. La única decoración es de tipo heráldico a base de toscos escudos de
los Zúñiga entre las ventanas de la planta principal y
dispuestos sobre ellas en el piso superior. En este caso
además de variar su factura y tamaño, se combinan
con el apellido Sotomayor y se introduce entre el dintel y el guardapolvo de las ventanas una cartela desplegada con el anagrama FM en el centro, alusivo a
don Francisco III de Zúñiga y Sotomayor (1591-1601)
y su esposa doña María Andrea de Guzmán, quienes
se habrían ocupado de terminarla. Flanqueaban esta
fachada hasta el siglo XIX dos torreones circulares casi
totalmente desaparecidos, cubiertos con cúpulas
encamonadas que debieron añadirse en reformas posteriores. No se conservan tampoco sus salones ni las
obras artísticas que atesoraban, entre ellas veintiocho
cuadros de Ribera sobre la vida de Santa Teresa, una
asombrosa colección de armaduras y piezas armeras o
las pinturas murales realizadas en la primera mitad del
siglo XVIII por el italiano Ventura Lirios, protegido del
El palacio ducal precedido por su plaza ocupa el sector occidental de la Plaza Mayor de Béjar dominándola desde su ubicación más elevada y sus grandes
dimensiones. Presenta una forma alargada, sin regularidad en su trazado ni en los edificios del entorno. El
origen de esta plaza hay que buscarlo en el espacio
que rodeaba a la iglesia del Salvador, que sigue presidiéndola, en torno a la cual dispusieron sus casas los
pobladores, como era costumbre. Dada su posición
central y su mayor amplitud frente a otras, esta plaza
del Salvador asumió pronto otras funciones además
de la religiosa. Allí se reunía el concejo, se celebraban
todo tipo de festejos –incluidas las corridas de toros–
y los jueves acogía un mercado que la desbordaba
extendiéndose también hacia la Carrera (Rodríguez
Vidal) y las plazas inmediatas de la Piedad y San Gil.
El actual ayuntamiento está situado en un extremo del
costado meridional, haciendo esquina a la calle
Chorreras. Fue edificado en el último cuarto del siglo
XVI por el maestro cántabro Francisco de la Torre.
Siguiendo un esquema habitual en esta tipología, la
fachada consta de dos galerías porticadas superpuestas de cinco arcos de medio punto sobre columnas
graníticas con capiteles renacentistas y antepechos
macizos de escamas en el piso superior. En las enjutas
de éste hay medallones sin decoración mientras en el
inferior se disponen cueros recortados con los emblemas de la ciudad en los extremos y los escudos de los
Zúñiga en el centro, que fueron picados en 1812 como
rechazo del vasallaje. Una inscripción situada en uno
de los muros laterales recuerda unas reformas realizadas en 1739, que no parece que afectaran a su exterior.
Además del consistorio el edificio albergó la alhóndiga y la cárcel.
Todas estas dependencias, junto con las carnicerías,
estuvieron situadas en un principio detrás de la cabecera del Salvador, según Muñoz Domínguez. Del antiguo edificio concejil se conserva una parte del sopor-
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tal adintelado, junto a la Posada del Peso, apoyado en
dos columnas de basas góticas y capiteles blasonados
con las armas de los Zúñiga sin corona ducal, anteriores por tanto a 1485.
Algunas de las casas que demarcan el resto de la Plaza
Mayor son relativamente recientes, pero otras podrían datarse en el siglo XVII y sobre todo en el primer
tercio del XVIII, en que por iniciativa del duque don
Juan Manuel (1686-1747) se reformó la plaza buscando regularizarla en lo posible y darle mayor unidad y
nobleza. Se construyó entonces casi toda la línea septentrional, en buena cantería de granito y siguiendo
un diseño uniforme. En estas casas, además de acoger
un “colegio de niñas huérfanas”, debieron residir personas allegadas a los duques, como sugieren los escudos
–a veces picados– que aparecen en sus fachadas. Éstas y
las que cierran el lado oriental presentan soportales en
su parte inferior, elemento esencial en las plazas mayores castellanas con función mercantil, y dos pisos de
viviendas donde se abren balcones, algunos corridos
para ampliar el aforo.
Otros nobles o caballeros bejaranos buscaron su acomodo en la calle o en la plaza de las Armas, actual
plaza de la Piedad, unida a la Plaza Mayor por la calle
Mayor de Pardiñas. Era el espacio que se abría delante del “Palacio Nuevo”, la residencia que tuvieron los
duques frente a la iglesia de San Gil, antes de ocupar
Plaza Mayor. Lado norte e iglesia del Salvador
el castillo. Estaba ya habitable a la muerte de don
Álvaro I, primer duque de Béjar, en 1488 y ocupaba
una amplia manzana entre la calleja de Ferrer y la
cuesta de la Solana, que incluía corrales, cortinas y
también un jardín. Tras la amplia reforma del viejo
castillo, a fines del siglo XVI el duque Francisco II y su
segunda esposa doña Brianda Sarmiento de la Cerda
cedieron el “Palacio Nuevo” para albergar el “convento de la Piedad” de monjas dominicas fundado por
ellos. Se mantuvo allí hasta la Desamortización, transmitiendo su propio nombre a la antigua plaza.
Quedan algunos restos de lo que fue el patio o claustro interior integrados en los salones del Casino, levantado en 1871 en una parte de su solar. Estaba formado
por triple arco por panda sobre columnas, con empleo
de superposición de órdenes, toscano en la planta baja y
jónico en la galería superior.
En la misma plaza, haciendo esquina a la calle las
Armas, se levanta la llamada Casa de Clavijo, singularizada por varios blasones y una ventana de ángulo,
única en Béjar pero muy frecuentes en las construcciones renacentistas de Plasencia, con la que esta
villa estaba estrechamente relacionada. Allí vivió
González Suárez, hombre de confianza del duque
Francisco II, que ocupó diversos cargos públicos del
Consistorio en el siglo XVI. Casi frente a ella, en el
lado norte de la plaza construyó su casa el ganadero
y regidor perpetuo don Antonio Pizarro a comienzos
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del siglo XVIII. El aparejo es de sillería, pero lo que
más llama la atención es el estrecho pórtico de quince arcos de medio punto sobre pilares con cubierta
de arista de la parte interior, conocido como
“Portales de Pizarro”.
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Además de la fundación dominica que acabamos de
señalar, la Casa Ducal ayudó a otras órdenes religiosas
o instituciones asistenciales y contribuyó directamente a la ampliación o renovación de alguna de
las iglesias.
En época medieval Béjar llegó a contar, como ya se
apuntó, con diez parroquias, pero en el siglo XVI este
número se consideró excesivo y, a pesar del aumento
de la población, en 1568 se redujeron a las tres que
hay en la actualidad: Santa María –a la que se anexionaron Santiago, San Pedro y San Andrés–, San
Salvador –a la que se unió San Gil– y San Juan, a la
que se incorporaron San Nicolás, Santo Domingo y
San Miguel. Las fábricas de estas iglesias, a pesar de
las reformas posteriores, conservan rasgos significativos que nos hablan de su origen, que puede remontarse a la repoblación del siglo XIII. Todas se orientan
claramente hacia el este, como era preceptivo.
La iglesia de Santa María está situada en la mitad occidental, inmediata a la muralla. Presenta al exterior un
bello ábside semicircular con cornisa de nacela, que es
Iglesia de Santa María
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obra mudéjar de ladrillo sobre zócalo de granito. Se
divide horizontalmente en tres filas de nueve arcos de
medio punto ciegos, recuadrados y dispuestos en ejes
verticales; buscando la variedad, los inferiores se han
doblado y los centrales llevan amplias impostas de
nacela en su intradós, algo excepcional en las iglesias
mudéjares de la provincia salmantina –según Prieto
Paniagua–. En el costado norte de esta cabecera está la
torre construida también en el siglo XIII aunque en
sillares de granito. Los arcos apuntados que la aligeraban fueron cegados al añadirse un nuevo cuerpo de
campanas a fines del siglo XVI o comienzos del XVII,
como denota su sobriedad arquitectónica.
El interior de la iglesia fue también transformado en el
siglo XVI, conservándose exclusivamente de la fábrica
antigua el tramo recto que precedía al ábside, cubierto por bóveda de cañón apuntado reforzada por arcos
fajones. Consta de amplia nave con coro a los pies, en
la que destaca la original techumbre a dos aguas en
madera de castaño adornada con casetones de flores
talladas. La sostienen tres enormes arcos diafragma,
ligeramente apuntados, que son reforzados al exterior
por potentes contrafuertes sobre los que campean las
armas de los Zúñiga, patrocinadores de esta reforma
–posiblemente iniciada en tiempos de la Gran
Duquesa– y de posteriores obras de consolidación. La
puerta se abre en el costado sur, entre dos de los estribos, enmarcada por pilastras cajeadas y entablamento
partido que manifiestan una intervención ya barroca,
quizá contemporánea de la ventana que se abre en
el ábside.
A esa misma época pertenece buena parte del amueblamiento que todavía conserva la iglesia. Destaca en
particular el retablo mayor, realizado entre 1622 y
1640 por los ensambladores Andrés de Paz y
Francisco Hernández y el escultor Pedro Hernández.
Consta de calle central de mayor altura, cerrada en
frontón semicircular, y dos laterales articuladas en dos
cuerpos por columnas corintias y friso de follaje en el
entablamento. Los encasamentos alojan relieves de la
vida de Cristo y de la Virgen, sobresaliendo por la calidad de su talla el de la Asunción, situado sobre el
tabernáculo. Los cinco retablitos que se reparten por
el cuerpo de la iglesia son posteriores, como manifiestan el empleo de columnas salomónicas, la abun-
Fuente en el patio del palacio ducal
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Antes que la reforma y engrandecimiento de la iglesia
de Santa María se inició la de San Salvador, situada en
la Plaza Mayor, en la actualidad muy desfigurada tras
el incendio sufrido en 1936, que destruyó el retablo de
1612, obra del escultor Esteban Fernández. Como en
el caso anterior, en el siglo XVI el interés se centró en
ampliar la nave, quizá no sólo por necesidades del
culto, sino también porque en el interior de las iglesias
parroquiales se solían hacer representaciones teatrales
hasta que en 1601 fueron prohibidas por el obispo
González de Acevedo. De la primitiva fábrica del XIII,
construida en sillería de granito, se conservó el ábside
semicircular precedido por dos tramos de bóveda de
cañón apuntada reforzada con fajones, y se reaprovecharon de nuevo las dos portadas, formadas por sencillos arcos apuntados decrecientes sin decoración en las
arquivoltas, que en el caso de la meridional son flanqueados por pilastras. Al exterior llaman la atención los
canecillos tallados del ábside y destaca sobre todo la
torre, emplazada a los pies, con el cuerpo superior añadido a fines del XVI, como en Santa María.
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Iglesia de Santa María
dante decoración de hojarasca o la aparición de
motivos de rocalla en algún caso, que nos sitúa ya
avanzado el siglo XVIII. En Santa María se guardan
además obras de distinta procedencia. Del convento
de la Piedad se trajo el grupo de Nuestra Señora de
las Angustias, situado bajo el coro, obra del siglo
XVIII, de buena factura pero necesitado de una restauración. El cuadrito del Ecce-Homo, en la línea de
las obras de Morales, situado en la sacristía, se habría
sacado del antiguo retablo de San Andrés y colocado
aquí en 1703 –según inscripción leída por Gómez
Moreno–. Asimismo en la sacristía está ahora arrinconada la escultura orante del “licenciado
Castañares”, policromada en blanco para imitar mármol, que dicho autor vio colocada en una hornacina
de la costanera izquierda del presbiterio y datable
posiblemente en el siglo XVI. La iglesia posee también un buen órgano, restaurado recientemente. No
en vano contó entre sus organistas con el padre del
gran músico José Lidón, que nació en Béjar en 1848.
En el interior se pueden ver todavía algunos arcos con
molduración del XVI que sostendrían el coro o tribuna.
En el lado del evangelio hay un sepulcro enmarcado
por columnas corintias sobre altos pedestales, entablamento partido y frontón, que debió construirse a
fines del XVI o comienzos del XVII por la decoración
manierista utilizada. Sus rasgos coinciden con los del
túmulo del capitán Bolaños, fallecido en 1585, cuya
estatua orante, con arnés completo, llegó a ver
Gómez Moreno en el encasamiento, donde ahora
hay un escudo timbrado con casco y lambrequines
sobre varias lápidas de los Núñez, nobles de origen
burgalés, fechadas en torno a 1600. En la pared
opuesta se colocó una losa sepulcral con el grabado
inciso de una mujer yacente, que según Majada Neila
correspondería a Mari Fernández, datable a comienzos del siglo XV.
La tercera de las iglesias mantenidas, la iglesia de San
Juan, atendería la feligresía de la mitad oriental. Sus
rasgos esenciales son muy similares a los de las dos
anteriores. Como ellas conserva del momento fundacional la cabecera semicircular, con sencillos canecillos
en el alero como única decoración, las puertas ojivales
abocinadas abiertas en los costados de la nave, tal
Puerta de casa “Barrio de la Antigua”
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
como estaban originalmente en el Salvador, y también
la torre, a los pies aunque separada del cuerpo de la
iglesia, dividida horizontalmente por varias líneas de
imposta antes del cuerpo de campanas, que se abre
por medio de arcos doblados apuntados. Como es
habitual en Béjar toda la fábrica antigua está labrada
en granito.
En la segunda mitad del siglo XVI se reformó la nave
adoptando una estructura similar a la de Santa María:
una cubierta de madera –renovada quizá con posterioridad– apoyada en dos arcos transversales de notable
altura, que apean en ménsulas de volutas. Al exterior son
contrarrestados por sendos contrafuertes rematados en
pináculos renacentistas, entre los que se abren las puertas,
sin más adorno que los baquetones que guarnecen la portada meridional, la principal del templo.
En el interior destaca el enterramiento del licenciado
Bartolomé López de Ávila, canónigo de Plasencia,
que aparece representado en actitud orante dentro de
un arcosolio de formas manieristas. Fue construido
en 1635 y con la dotación de este entierro se sufragó
la obra del coro o tribuna erigida a los pies en el siglo
XVII. Otros dos nichos de características similares al
lucillo sepulcral, dispuesto a cada lado del ábside, sirven para alojar retablos. Flanquean la cabecera dos
estancias que cumplen ahora la función de sacristías.
La meridional, de forma cuadrangular y cubierta abovedada, debió construirse en el siglo XVI y
fue patrocinada por el obispo cuyas
armas aparecen al exterior sobre una
de las ventanas de arcos conopiales. La septentrional fue originariamente una capilla funeraria
fundada a principios del siglo
XVII por un clérigo de la nobleza,
como atestiguan tanto una lápida como los abundantes motivos heráldicos. Es rectangular,
cubierta con dos tramos de
bóveda de cañón y testero iluminado por dos ventanas
decoradas con veneras y
enmarcadas por una combinación de arcos y molduras
todavía muy manierista. Allí
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Plaza Mayor
se encuentra un lienzo de Bartolomeo Romano de
1629, con la Virgen y San José adorando al Niño.
Delante de la iglesia de San Juan se levanta la capilla
barroca de la cofradía de la Vera Cruz. Inicialmente era
una construcción abierta con arcos lobulados, a modo
de baldaquino, destinada al “Nuevo Descendimiento”
–según la vista de Ventura Lirios–, lo que sugiere una
finalidad similar al humilladero que se levantó en
Salamanca delante de la capilla del mismo nombre
a comienzos del siglo XVIII. Guarda imágenes procesionales, algunas del escultor bejarano Francisco
González Macías.
Tras la reducción parroquial las fábricas de las otras
iglesias fueron desapareciendo, con excepción de dos:
la de la Antigua o Santiago y la de San Gil. En el primer
caso su conservación sería el resultado de su emplazamiento en el extremo más occidental del primitivo
recinto amurallado, una zona que se había convertido
en marginal por estas fechas. Posiblemente siguió
manteniendo algún tipo de culto, lo que explica las
transformaciones que se aprecian en la primitiva obra
de comienzos del XIII, y sobre todo la realización de
un nuevo retablo en el siglo XVIII con el bajorrelieve de
Santiago en el ático. Se trata de una construcción
modesta de nave única, armadura a dos aguas sostenida por pies derechos y profunda cabecera semicircular de mampostería con reducidas saeteras. Al norte
de ésta se adosa la torre, recrecida con un nuevo cuerpo
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de campanas en el XVI, y la entrada se abre, como es
habitual, en el lado de la epístola mediante un sencillo
arco de medio punto. En el interior se conservan tres
lucillos de traza gótica, del siglo XIII. Uno de ellos, en
el lado del evangelio, presenta alfiz y rosca del arco
decorada con puntas de diamante; en otro se ha colocado un Cristo yacente del siglo XVI, que al parecer
procedía de la iglesia San Gil, lo mismo que el sepulcro renacentista de doña Juana de Carvajal, fechado
en 1520, con tres escudos nobiliarios sobre la tapa de
la urna dentro de tondos, y otro más sobre la hornacina adintelada. Esta obra está labrada en piedra arenisca, por lo que posiblemente se encargó a un maestro
foráneo. El edificio, convenientemente restaurado, se
dedica en la actualidad a actividades culturales.
Por lo que respecta a la iglesia de San Gil el obispo
don Martín de Córdoba y Mendoza dispuso en 1575
que se destinase a la fundación de un hospital, que
mantendría su advocación. Este Hospital de San Gil fue
posible gracias a los importantes legados que para este
fin dejaron tanto la mencionada doña Juana de
Carvajal, en 1520, como doña María de Zúñiga en
1533. Al suprimirse los antiguos hospitales se aplicaron también para su sustento los bienes de las ocho
cofradías asistenciales existentes hasta el momento en
Iglesia de San Juan
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Béjar. El hospital se edificó en el cuerpo de la iglesia
conservándose su cabecera como capilla del mismo y
también la torre, donde se colocó por esas fechas el
reloj de la Villa y Tierra, según Rodríguez Bruno. La
torre presenta todavía los rasgos de la primitiva fábrica
del XIII, mientras que la cabecera –rompiendo la tónica
general– se rehizo en torno a 1500. Sus rasgos son todavía góticos: ábside poligonal con contrafuertes angulares que recogerían los empujes de una bóveda de crucería hoy perdida, cuyos nervios se prolongaban en
baquetones de basas independientes adosados a los
pilares, como se ve en los restos del arco triunfal.
En su interior podemos contemplar las tablas del magnífico retablo hispanoflamenco que tuvo la iglesia,
datable a fines del siglo XV o comienzos del XVI. El
retablo de San Gil se compone de cinco calles y dos
cuerpos más la predela. La calle central está ocupado
por una tabla de San Gil de mayor tamaño, y bajo ella,
en el lugar que iría el tabernáculo, se ha dispuesto
ahora una imagen de la Virgen. En la predela se representan la Oración del Huerto, la Crucifixión, la Piedad
y el Noli me Tangere. El primer cuerpo está dedicado al
Ciclo de la Infancia de Cristo: el Nacimiento, la
Adoración de los Reyes, la Presentación y la Huida a
Egipto, mientras que en las tablas superiores se representan episodios de la vida de San Gil: herido por una
flecha disparada por el rey Wamba, entregando su
túnica a un mendigo, la Misa de San Gil y la muerte
del santo. La técnica es minuciosa y el colorido vivo,
obra quizá de un seguidor de Fernando Gallego, con
posible influencia del maestro de Ávila y ecos del estilo de Bermejo. Obstaculiza su contemplación el colosal Autorretrato sedente de Mateo Hernández.
Del hospital propiamente dicho sólo queda su portada, constituida por una puerta de arco adintelado
sobremontada por una pequeña hornacina avenerada
con la Virgen de la Leche, que aparece flanqueada por
los escudos de las dos fundadoras: el de los Zúñiga
con corona ducal y el de Carvajal, también con banda de
sable pero sin cadena y culminado por una cruz. Sirve
de ingreso al edificio que se construyó a fines de los
setenta para Museo de Béjar sin tener en cuenta el entorno. En la actualidad está reservado íntegramente para
exponer el importante legado al Estado español del bejarano Mateo Hernández, uno de los grandes escultores del
Torre de San Gil y Museo de Mateo Hernández
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siglo XX. Lo forman un total de cincuenta y una piezas,
representativas de sus temas más característicos, en
especial el animalístico –halcones, focas, monos, dromedarios, etc.–, retratos y figuras humanas, como la
bañista. Son obras trabajadas directamente en materiales de gran dureza granito, basalto, diorita o pórfido
cuyos motivos y tratamiento evocan la estatuaria egipcia. Como ésta prescinde de detalles anecdóticos para
quedarse con las formas esenciales.
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El resto de los fondos del Museo Municipal han sido
instalados recientemente en el edificio del antiguo
convento de San Francisco. Allí se trasladó también en
1867 el hospital de San Gil.
El convento de San Francisco de Béjar pasa por ser una de
las fundaciones franciscanas más antiguas de la comarca, cuya construcción se habría iniciado a principios
del siglo XIV junto a la cerca norte, casi extramuros.
Parte de la fábrica gótica quedó incorporada –como
atestiguan algunos arcos ojivales– en la ampliación y
reforma que se inició a finales del siglo XVI. En este
mismo siglo pasó de la provincia de Santiago a depender de la de San Miguel y se estableció la Observancia.
Como el resto de los conventos bejaranos, contó con
el apoyo de los duques que costearon el nuevo claustro y posiblemente también la iglesia, hoy destruida,
Palacio Ducal
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que se adosaba al sur dejando el característico compás
delante de su fachada. Aquí se abrió también, ya en el
siglo XVII, la sencilla portería del convento que hoy
vemos, con arco de medio punto flanqueado por pilastras cajeadas y hornacina avenerada sobre ella. Pero sin
duda lo más sobresaliente es el amplio claustro, ligeramente trapezoidal. Presenta dos plantas de siete arcos
por panda, de medio punto en la inferior y carpaneles
en la superior, en ambos casos sobre columnas toscanas de fuste monolítico unidas por antepechos macizos, que sólo se conservan en el piso alto. Es una construcción en granito de una gran sobriedad, en la que se
prescinde de toda decoración salvo los escudos de los
patrocinadores o las cartelas de cueros recortados con
los emblemas de la Orden dispuestos en las enjutas del
arco central de cada crujía. En el lado norte encontramos el escudo ducal de Zúñiga y otro con el anagrama
FMA, alusivo a don Francisco III de Zúñiga y
Sotomayor (1591-1601) y su esposa doña María
Andrea de Guzmán, que también figura en la clave; y
en el sur los escudos de Sotomayor y Guzmán. En las
otras dos líneas la cartela de la clave recoge las iniciales XF de Cristo y Francisco, flanqueadas por la representación simbólica de la estigmatización de San
Francisco, las llagas de los brazos, corazón y pies, los
instrumentos de la Pasión y la versión más frecuente
de las cinco llagas.
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
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Convento de San Francisco
El edificio es ahora un Centro Municipal de Cultura, y
parte de sus dependencias se han habilitado para
Museo Municipal. Sus fondos están constituidos en
gran parte por el legado de don Valeriano Salas y de su
mujer doña María Antonia Tellechea Otamendi, formado por una gran diversidad de objetos y obras artísticas adquiridos normalmente en sus viajes: bronces y
marfiles comprados en Japón, una serie de libros
miniados procedentes de la India, muebles, etc. Pero
sobre todos ellos sobresale la colección pictórica integrada por unas cincuenta pinturas de pequeño tamaño de la escuela flamenca (Pieter Bout, Pieter Neefs,
Cornelis Saftleven, etc.) y holandesa del siglo XVII
(Jacob Duck, Hegbert van Hemskerck, Jan Miense
Molenaer, Justum van Huysum, etc.), y por obras de
pintores españoles de los siglos XIX y XX, como
Villaamil, Eugenio Lucas, Francisco Padilla, Tomás
Campuzano, Sorolla, etc. El museo se completa con
una serie de piezas arqueológicas, algunas donaciones
pictóricas y un conjunto de esculturas, entre las que
figuran obras de Francisco González Macías o de
Marino Amaya.
Existió en Béjar un tercer convento, el de la
Anunciación o de “las Isabeles”, de monjas franciscanas, fundado en el siglo XVI en la zona del actual Casino
Obrero, entre la calle Mayor y la de San Nicolás. Igual
que los otros dos, tras la Desamortización fue adquiri-
do en 1838 por uno de los propietarios industriales
más destacado del siglo XIX, que lo convirtió en casafábrica. Es un pequeño reflejo de los cambios sociales,
económicos y políticos producidos por la gran expansión que experimenta la industria lanera bejarana desde
mediados del siglo XVIII, y sobre todo con posterioridad a la Guerra de la Independencia. En este progreso
tuvo también su parte, aunque interesada, la casa
ducal al impulsar en 1690 la fábrica de paños finos con
la traída de varios maestros flamencos para que enseñasen a los naturales. Sin embargo, el monopolio del
tinte supuso en el siglo XVIII un grave obstáculo para la
producción de los fabricantes que sólo se logró romper en 1782, al conceder la Junta de Comercio a Diego
López el privilegio de poder teñir en instalación propia. Béjar conserva todavía el recuerdo de estos dos
hechos que tanta repercusión tuvieron en su historia:
el Tinte del Duque, una construcción que se remonta al
siglo XVI donde luce el escudo de los Zúñiga, integrado en la actualidad en la fábrica “Tintes Gutiérrez
Morales” próxima al Puente Viejo, y la Fábrica de
paños de Diego López, instalada sobre los restos del
antiguo palacio de verano del obispo, frente a Santa
María, con el escudo real que Carlos III permitió
poner en su fachada.
La industria textil bejarana contó para su desarrollo
con un elemento natural de primer orden: el río de
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montaña Cuerpo de Hombre, que como se dijo, discurre rodeando la ciudad por el norte de este a oeste.
Tuvo un papel defensivo inicial, pero su incidencia
económica ha sido mucho más duradera y trascendental. Desde siempre ha proporcionado buena
pesca, en particular truchas y barbos, y sus aguas, unidas a las que aporta el río Frío, no sólo han facilitado
el riego de las huertas sino que han sido imprescindibles para lavar y teñir la lana. En la ribera inmediata a
la entonces villa se fueron instalando poco a poco
diversos establecimientos industriales. El Catastro de
Ensenada de 1753 nos habla de once molinos harineros sobre el río, más cinco batanes activos y el tinte
del duque. Aquí se concentraron también los establecimientos fabriles hidráulicos a medida que se incrementaba la producción de paños en los siglos XIX y XX,
grandes naves que podemos contemplar desde la
carretera de Ciudad Rodrigo: las fábricas de Gómez
Rodulfo, de García Cascón, de Agero, Gonsálvez,
Bruño, Gilart, etc., y allí se ha instalado el Museo
Textil, junto al puente de San Albín. Este puente fue
Calle Mayor
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durante mucho tiempo el único que tuvo Béjar. Debió
construirse poco después de la repoblación por la
forma ojival de su único arco, quedando perfectamente controlado su paso desde el castillo.
El desarrollo industrial y comercial de Béjar en los dos
últimos siglos estuvo acompañado de un incremento
demográfico que desbordó el casco antiguo produciéndose la expansión urbana hacia el este, donde se
fueron construyendo nuevos barrios, como la barriada
obrera “Virgen del Castañar” proyectada por Francisco
de Asís Cabrero en 1942. Esta nueva situación tiene
un claro reflejo en la transformación del caserío, más
intenso en la calle Mayor y a partir de la mitad oriental a causa del progresivo desplazamiento de las actividades vitales. Gracias a su posición marginal en el
barrio de la Antigua y detrás del ábside de Santa
María todavía permanecen en pie algunas viviendas
de finales del siglo XV, con portadas decoradas por
pomas, ventanas con conopios o voladizos de triple
hilera de canes tallados en maderas, de influencia
mudéjar. El tipo de parcelamiento medieval, de estrecho frente y crecimiento en altura, se mantiene también –aunque a punto de desaparecer– en lo que fue la
judería, así como la construcción tradicional de piedra
en la planta baja y entramado de madera y ladrillo en
las superiores. Podemos encontrar también casas de
los siglos XVI, XVII o XVIII, algunas con la fecha en el
dintel, pero siempre fuera de los tramos de la calle
Mayor, como sucede en la calle Tomás Bretón o en la
calle de las Armas. Estas casas presentan ya un rasgo
que va a ser característico de la tipología doméstica
bejarana para combatir su frío clima: la disposición de
grandes solanas al mediodía, con pequeños huertos o
jardines escalonados, siempre que lo permita la trama
urbana o el relieve, ofreciendo la imagen de “casas
colgantes” que señala Majada Neila. Este elemento se
mantiene en las casas que construye la burguesía
industrial en el siglo XIX y comienzos del XX. Merece
citarse la casa de los Rodríguez Arias, de ecos neoclásicos, con grandes pilastras jónicas enmarcando los
pisos y los balcones afrontonados, en la calle
Rodríguez Villar y próxima a otras dos viviendas de
gusto ecléctico, con vano de entrada escarzano, mirador central y medallones en la parte alta de la fachada.
Un carácter más monumental ofrece la casa de la
familia Olleros, en la calle Sánchez Ocaña, con varios
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
pisos y ático, proyectada en un eclecticismo barroco.
La moda neoplateresca que tanto éxito tuvo en
Salamanca, alcanza también a Béjar, como se ve en
una casa construida en 1920 por Benito Guitar en la
calle Mayor de Pardiñas, con mirador en el piso principal decorado con medallones y grutescos, alfices
enmarcando los vanos y empleo de azulejos en el
ático, en una valoración de texturas y policromía que
se repite en el portal. Pero al margen de estos y otros
edificios singulares, los antiguos inmuebles y los nuevos se ponen al día con la introducción de miradores
y la proliferación de balcones, que ofrecen una nueva
imagen arquitectónica y muestran una modificación
en los hábitos sociales.
Otra manifestación de ese cambio fue la creación en
1881 del Parque Municipal de la Corredera, donde antiguamente se celebraba la feria de ganado. Es posible
que este “salón” se proyectase ya a fines de siglo
XVIII, pero fue en el XIX cuando se transformó en
paseo público. Son también las necesidades lúdicas
de la pujante burguesía industrial las que justifican la
construcción de un teatro nuevo, detrás de San Gil.
Este teatro, conocido hoy como Teatro Cervantes, fue
inaugurado en 1857. Tenía capacidad para setecientos espectadores entre los palcos, la platea y las butacas de las galerías alta y baja. En el interior se esmera el adorno, mientras el exterior presenta un diseño
de gran sobriedad –que no se ha respetado plenamente en la reciente restauración– en una línea de
gusto neoclásico. Contrasta con la fachada modernista del Teatro de Variedades construido en la primera década del siglo XX en la plazuela de Olleros. De
él todavía se pueden ver varias puertas de la planta
baja enmarcadas por motivos ornamentales en estuco policromado. La educación de esta burguesía se
confía fundamentalmente a los salesianos, cuyo
colegio abrió sus puertas en 1855 recibiendo la plaza
donde se encontraba, detrás del palacio ducal, el
nombre de San Juan Bosco.
Fuera del casco histórico, aunque estrechamente vinculado a la historia de Béjar, está el santuario de “El
Castañar”, cuya Virgen se venera como patrona de la
ciudad y su comarca. Según Majada Neila tiene su origen en la ermita medieval de Nuestra Señora del
Monte, situada en la falda de la montaña, que pasó a
denominarse sucesivamente “del Monte Castañar” y
luego “del Castañar”. De este modo se cita ya en actas
del cabildo de 1447, y por tanto la devoción sería muy
anterior a la fecha del 25 de marzo de 1446 en la que
según la leyenda se había aparecido la Virgen al pastor Joaquín López y a su mujer. Este tipo de literatura
piadosa, favoreció la reanimación del fervor popular
hacia esta advocación mariana desde mediados del
siglo XVII, y tanto el cabildo como la casa ducal, el
obispado e incluso el pueblo se volcaron en realzar la
ermita y su entorno, dejando sus escudos como testimonio. Según la moda del momento, en 1663 se revistió la imagen con ricos ropajes jubón, basquiña,
manto... regalados por doña Teresa Sarmiento, madre
del Buen Duque y posiblemente también se reformó
entonces la talla original, que según la crónica era
sedente, con el Niño en brazos y morena, muy parecida a la de la Peña de Francia. El arcediano don
Francisco Rodríguez de Vega fundó una capellanía y
construyó una casa del sacerdote. Después se fueron
añadiendo la sacristía, el camarín de planta central
cuadrilobulada (en 1730), la tribuna (1749) y finalmente un nuevo retablo realizado en 1774 por el
tallista bejarano Lucas Barragán y Ortega dentro todavía de la estética barroca con detalles rococó. Las pinturas que decoran la capilla mayor se han atribuido a
Ventura Lirios y los óleos del camarín a los hermanos
Álvarez Dumónt, con representaciones de la mujeres
fuertes de La Biblia. Fuera del santuario, en la parte de
abajo en 1714 se construyó la fuente de dos caños que
preside la gran explanada.
La celebración de corridas de toros contribuyó a dar
popularidad a la fiesta y a la ermita. Venciendo la prohibición ducal a estos festejos, junto a la ermita se
construyó una plaza de toros, considerada una de las
más antiguas de España. La primera fue de madera,
pero en 1706 se hicieron muros de piedra, añadiéndose en 1712 los asientos y en 1714 los toriles.
Inicialmente la plaza era cuadrangular, como se aprecia en la vista de Ventura Lirios, y sirvió también para
representaciones teatrales hasta que en 1747 se construyó la casa de comedias. A mediados del siglo XIX se
le dio la forma actual y se añadió el edificio de tres
plantas con su puerta y fachada exterior. Junto al
Castañar se levanta hoy día una casa de espiritualidad
llevada por los teatinos.
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