Plaza del Duque

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Plaza del Duque
© Joaquín Arbide
© De esta edición Guadalturia Ediciones
Primera edición: Noviembre, 2014
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ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del Copyright».
COLECCIÓN: SEVILLA EN TU MANOS
Guadalturia Ediciones
Edición a cargo de: J.M. Toro
Maquetación: Rafael Moreno
www.guadalturia.es
mail: [email protected]
Imprime:
ISBN: 978-84-942619-5-4
Dep. Legal: SE 2087-2014
Hecho e impreso en España. Made and printed in Spain
Joaquín Arbide
Plaza del
Duque
2014
Charles Aznavour, el cantautor francés, considerado
como el embajador de la canción francesa en el mundo, el creador de títulos
históricos como Venecia sin ti, La bohème o Isabel. que tanto nos acompañaron
en nuestros años de radio, estando en gira de conciertos por España, cuando
contaba 90 años de edad, dijo:
“Sigo trabajando porque me gusta y porque me mantiene vivo. Si dejara
de trabajar, me moriría. Y para morirme así, es mejor suicidarse…”
Antonio Gala: “Quiero morirme vivo”.
Y en ello estamos.
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1. RAQUEL, NUEVA EN EL DUQUE.
–Sería capaz de hacerte el amor, una y mil veces, en cualquier rincón de esta
Plaza del Duque.
–¿Porque me quieres a mí, o porque quieres a la plaza?
–Por las dos cosas. Te voy a contar muchas historias que este lugar encierra
para mí y para muchos sevillanos.
–¿Dónde me vas a hacer el amor? ¿En un banco de la plaza? ¿En un bar? ¿En
un taxi? ¿En un portal? ¿En los probadores de señoras de esos almacenes mirándonos en el espejo? ¿En cualquiera de esos dos hoteles nuevos?
–En absoluto. En ninguno de esos lugares.
–¿Entonces?
–Aquí mismo. Sentados en esta terraza del bar Victoria.
–¿Exhibicionismo?
–Y de una forma más penetrante y más mía.
–¿Más penetrante y más tuya?
–Sí. Es muy sencillo y lo vas a entender rápidamente.
–Ya me dirás.
–Algo que te penetrará hasta el infinito y que es mía, solamente mía…
–Me tienes intrigada. ¿Quieres hablar claro de una puñetera vez?
–Escucha bien.
–Eso estoy haciendo.
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Joaquín Arbide
–¡Desde mi memoria!
–Vamos a ver. Déjame entenderte. ¿Me vas a hacer el amor con tu memoria?
¿Cómo es eso?
–Si, porque tú, acuerdate, me pediste hace algún tiempo que recordase contigo mi vida y la de muchos amigos y compañeros que de una u otra manera han
tenido que ver con esta plaza. Y eso, para mí, es una forma de hacer el amor. Te
haré sentir placer con mis recuerdos…
–Reconozco que me has sorprendido…
–¿Entonces?
–Me gusta la idea. Pero antes, dime. ¿Por qué vienes aquí todos los días?
–Es verdad. Desde que me jubilé vengo todos los días a la Plaza del Duque y
me siento en esta terraza del bar Victoria. Ahora lo llaman cervecería, pero bueno… Dejo pasar las horas sumido en mis recuerdos. Leo, escribo, tomo apuntes,
charlo con la gente… Los mejores años de mi vida transcurrieron en este cuadrilátero, que podría parecerse a un ring de boxeo, sobre todo por lo mucho que
aquí se ha luchado.
En esos ratos, aparentemente muertos, revivo sucesos, anécdotas, vivencias
que experimenté con amigos y compañeros del mundo del periodismo, de la
radio, de la prensa, de la política, del sindicalismo, del arte, de la literatura, del
cine, del teatro, de la música, de la calle… Personajes que entonces empezábamos nuestras carreras profesionales y que ahora hemos culminado nuestros
tiempos de trabajo, unos con éxitos, otros con fracasos… Muchos, ya no viven…
Los de menos edad, todavía andan con sus portafolios en la mano esperando
una pronta jubilación. Y alguno de los más viejos, continúa en activo por deseo
propio, para que el cerebro no se oxide.
Otros pasan casualmente, se sientan, charlamos y recordamos cosas… También los cito para vernos. Los hay que vienen expresamente a visitarme, como si
hiciesen una peregrinación a las fuentes de la memoria. Con frecuencia terminamos creando una tertulia en torno a la mesa.
A veces vienes tú, querida Raquel, que nos conocemos de siempre y no sabemos exactamente de qué. De la Universidad, de la cultura, del periodismo o de
todo junto… Lo mismo vengo a desayunar, que a tomar la cerveza de mediodía,
comer, saborear el café de sobremesa, la copa, o contemplar las últimas luces de
la tarde cuando cae el sol por ahí enfrente, por la Plaza de la Gavidia y empiezan
a encenderse los escaparates.
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La Plaza del Duque fue, y sigue siendo, un hormiguero que me recuerda
aquel variopinto mosaico de personajes de la Colmena de Cela, donde era fácil
conocer a seres pertenecientes a diversas clases sociales en aquellos difíciles e
intrincados tiempos del franquismo, la transición y la llegada de la Democracia.
Desde esta Plaza se le podía tomar el pulso a toda la ciudad. La supervivencia,
la hipocresía social, la represión, la lucha política, el sexo, las novias, las bodas,
el primer coche… Existió, durante mucho tiempo, una separación total entre la
Sevilla oficial y la Sevilla real.
¿Viste la película Niágara? Me ocurre lo mismo que a Joseph Cotten, su
protagonista, en la primera secuencia. Cotten decía: “¿Por qué me habrán arrastrado hasta aquí las cataratas a las cuatro de la mañana? ¿Para demostrarme lo
grandes que son ellas y lo pequeño que soy yo? ¿Para demostrarme que ellas
pueden seguir adelante sin ayuda de nadie? Bien. Ya lo han demostrado. Y por
qué, no. Ellas han tenido diez mil años para hacerse independientes. ¿Qué tiene
de extraordinario? Yo también podría hacerlo. Tal vez necesitase un poco más de
tiempo…”
A mí, la Plaza del Duque, me llama, me atrae…Y me pregunto por qué. ¿Para
demostrarme lo grande que ha sido, y sigue siendo, y lo pequeño que soy yo a su
lado? Ella ha tardado siglos en hacerse y ha pasado por muchas etapas, épocas,
costumbres, personajes… Yo la conozco en profundidad desde 1967. Aquí me
hice profesional, conocí mundo, gentes, viví acontecimientos… La Plaza puede
ser independiente como las cataratas… Pero yo no soy capaz de independizarme
de ella… En fin… Ya sabes por qué vengo aquí todos los días…
–Me has convencido. Quiero sentir placer con tu memoria. Lo necesito. Yo
también quiero recordar cosas del pasado que, estoy segura, se han quedado en
ese maldito trastero que llamamos olvido. ¿Me vas a permitir que grabe nuestras
conversaciones?
–¿No pensarás que le voy a hacer el amor a una grabadora?
–No. Lo que se grabe me servirá para recomponer aquellos tiempos, con sus
buenos momentos y con sus momentos menos buenos. Y quizás, con tu permiso, hasta lo utilice para escribir alguna cosa… No sé. Quizás un libro.
–¿Y cómo le llamarías?
–Así de pronto…
–¡Plaza del Duque!
–Me gusta. Aceptada la propuesta.
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–Si echamos la vista atrás, recordaremos que en esta plaza y su entorno estaban una serie de lugares que hicieron vibrar la vida de aquellos años difíciles.
Allí al fondo la comisaría de la Gavidia, la sede de la policía social, la represora.
A su derecha, la plaza del mismo nombre con la estatua de Daoiz. Luego, en
San Hermenegildo, estaría la sede del primer Parlamento de Andalucía, en la
iglesia de lo que antes fue cuartel del Duque. A la izquierda se derribaron casas
y palacios para construir el Corte Inglés. Enfrente, el hotel América y la cafetería
amarilla, por cierto, lugar de citas de algunas señoras libertinas de nuestra ciudad, porque era muy fácil entrar en la cafetería y luego pasar al hotel por una
puerta interior… “No, si yo iba a tomar café con una amiga…” –decían con cara
de inocencia–. Pared por medio, el edificio de los sindicatos verticales. Y allí, las
sedes de la radio La Voz del Guadalquivir y del Diario Pueblo. En la acera de enfrente, la Cámara Oficial Sindical Agraria, vecina de una Caja Rural, la cafetería
Siena, que luego se llamaría Garden y este bar Victoria que nació a la vez que
el Corte… Siguiendo esta acera se derribó otra casa enorme, la de los Cavaleri,
para hacer los almacenes Lubre. Más allá estaba la casa de fotografías Pinto y en
la cuarta acera, el bar La Barbiana que atendía Manolo con unas gafas de culo de
vaso como las de El Pali. Luego una sala de fiestas, El Patio Andaluz, y el hotel
Venecia, que desapareció para que en su solar se construyera Simago, al que muchos llamaban, nunca supe por qué, “Saimago”. Sin olvidar una tiendecita donde
vendían pollitos de colores. Todo aquello fue desapareciendo en el transcurso de
muy pocos años, mientras se ponían en marcha otros inventos.
Luego, el ámbito de la plaza se convirtió en un ágora en el que, no utilizando
demasiado el arte de la palabra, la convivencia y el entendimiento, los manifestantes y las fuerzas del entonces denominado orden público, dirimían, sin muchas lindezas, sus diferencias ideológicas… Este bar, el Victoria, recibió la herencia de otros anteriores que ocuparon su mismo espacio, el Rueda, el Petit, creo
recordar, y al que solían venir los familiares de los retenidos en la Gavidia para
interesarse por su situación. Este bar se convirtió en lugar de cita y reunión de
rojillos, periodistas nuevos, intelectuales y artistas del teatro y del flamenco, que
se mezclaban desordenadamente con los dependientes del Corte y los policías de
la social que, por cierto, vestían casi igual y nunca sabías quien tenías a tu lado.
Y cuantos acontecimientos históricos: Los últimos coletazos del franquismo;
la muerte de Franco; la proclamación de Juan Carlos I; la legalización del PC y la
primera visita de Carrillo a ese edificio de sindicatos; la Constitución; dos sevillanos gobernando en Moncloa; un golpe de Estado; la entrada en la UE; un cambio
de siglo; un cambio de moneda; la abdicación de Juan Carlos I; la proclamación
de Felipe VI…
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Mírala, mírala, aquí está la Plaza del Duque viendo pasar el tiempo como la
Puerta de Alcalá…
El bar Victoria en la actualidad.
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