Tío Nano

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Tío Nano
Índice
PROLOGO .................................................................................................................. 3
Treinta Minutos .......................................................................................................... 4
Autobiografía de la biblioteca .................................................................................... 5
de una residencia privada ........................................................................................... 5
La ventana ................................................................................................................... 6
Ruidos molestos ........................................................................................................... 6
Popotis ......................................................................................................................... 7
Una carta (cuento)....................................................................................................... 9
Tío Nano .................................................................................................................... 12
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Tío Nano
PROLOGO
Es posible imaginar la pulsión que mueve a narrar. Al principio la idea
aparece como una iluminación repentina sobre una historia y, a veces, ni
siquiera sobre una historia sino sobre un núcleo que encierra algo que necesita
ser dicho y que se presenta como una incitación apremiante a tener forma. La
índole de la respuesta a esa demanda de escritura se califica por el modo en
que esa forma se redondea en un relato: hábilmente, con el dominio de las
tensiones de quien sabe crear suspenso narrativo. Clara Cavallini es una de
esas narradoras que saben modelar la materia. Y si digo «materia», es decir la
argamasa o el yeso que erige el cuento, es porque voy a decir,
correlativamente, el «espíritu».
La inventiva de sus cuentos no está separada de esa dimensión que
podríamos llamar existencial, es decir, ligada a situaciones humanas en la que
todos podemos reconocernos: la violencia en la calle que cae por azar sobre
una pareja desprevenida en «30 minutos», el primer cuento de su libro,
creando una sensación agobiante y desolada por el transcurso del tiempo,
parecida angustia en el breve relato «La ventana», parábola del deseo
imposible. Y sigo enumerando: «Ruidos molestos», un título que enuncia una
situación común que luego habrá de ser acto irreparable. «Popotis, un texto»,
un texto alegórico sobre la condición humana que se remonta al pasado para
extraer de él una noción clara de la huella, irrepetible pero imperecedera, y de
la lucha entre la especie humana y la especie animal en nuestro pasado
prehispánico. «Una carta», un relato sobre la intemperancia y el rencor que
reinó en tiempos de la dictadura y cuyos efectos parecen ser irreparables. Y,
por fin, «Tío Nano», un cuento largo o novela corta, narrada con buenos
recursos que llevan el relato desde la objetividad de los hechos a la dimensión
interior que permite el diario. Y, en todos los textos, una escritura fuerte, sin
concesiones sentimentales, pero con un arraigo profundo de los sentimientos.
TUNUNA MERCADO
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Tío Nano
Treinta Minutos
Corrió hasta quedar sin aliento. Se detiene a escuchar. Nada, no se oyen
pisadas. Por el momento cree que los perdió de vista. Un poco más tranquilo
comienza a caminar a paso vivo en dirección a la avenida, allí hay gente y está
más iluminado. Pero todavía le faltan dos cuadras para llegar.
«-No me gusta nada la facha de esos tres que vienen atrás.-¿Dónde?-Por la vereda de enfrente-Apurémonos-Están cruzando la calle y se acercan demasiado-Yo me apuro, pero vos… con esos tacos. ¡Sacátelos!-¿Estás loco? No puedo correr descalza, me duelen mucho los pies.-¡Sacátelos, te digo!»
Un trecho de la cuadra está más oscura; la arboleda impide que las
luces de la esquina lleguen ahí. Camina con precaución tratando de identificar
los bultos que lo rodean. Cuando pasa frente a un portón nota que en el interior
algo se mueve, pestañea como si eso le fuera a aclarar la vista, al no poder ver
se inmoviliza y trata de guiarse por el oído. No, imposible que hubieran tenido
tiempo de adelantarse tanto. Continúa su camino y de repente queda quieto
contrayendo todos sus músculos; desde la verja que sin querer ha rozado, un
enorme perro lo aturde con sus ladridos.
Pero está perdiendo demasiado tiempo. Larga todo el aire que tiene en
los pulmones y sigue corriendo. No quiere pensar, pero un recuerdo le viene a
la mente como idea fija; «quince minutos». Julián asegura que se necesitan
quince minutos para concretar una violación, «si hay resistencia por parte de la
víctima». Mira el reloj, apenas pasaron cuatro.
«-¡No me tirés así del brazo, me hacés doler!-¿Corré más ligero que nos están alcanzando!-¡Ya no puedo más…! Seguí vos solo, la policía está cerca.-¿Y dejarte sola? ¡Ni lo soñés!-¡No puedo más! ¿Entendés?-Levantate estúpida! ¿O no sabés lo que quieren?-¡Andate de una vez! ¡Traé la policía!-»
Sólo le faltaban unos metros para llegar a la avenida. Mientras la idea
fija sigue taladrando su cerebro.
«Siete minutos», Juan José le discute a Julián, «con sólo siete minutos
el violador logra su objetivo si es hábil y tiene práctica, o ayuda.»
Algunos transeúntes miran extrañados a ese muchacho que corre como
loco pidiendo a gritos un agente de policía. Alguien le indica que la comisaría
está a media cuadra. Llega sin aliento, sudoroso, con marcas de golpes en la
cara, la camisa salida del pantalón y la campera desgarrada y sucia de tierra.
«-¡Déjenla tranquila! ¡Suéltenla!
-Y si no la soltamos ¿qué, eh? ¿qué nos vas a hacer?
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Tío Nano
-Mejor picátela, macho.
-Andate, loco, con vos no es la cosa.
-Vos llevate la mina, Negro, que a éste lo arreglamos nosotros.
-¡Suéltenla! ¡Hijos de puta!
-¡Ah, con que te hacés el gallito ¿eh?»
El guardia que está en la puerta no lo deja pasar sin que antes le
explique el motivo. Habla entre jadeos mientras el agente lo escucha con toda
paciencia, luego lo hace entrar a una oficina; allí, nuevamente debe contar todo
lo ocurrido a un oficial. Contiene los sollozos que desde el pecho empujan a su
garganta. Le cuesta explicar pero finalmente consigue que lo acompañen con
un patrullero.
El oficial da varias órdenes, llama a un agente y suben al auto.
Mordiéndose los labios se sienta en la parte trasera del vehículo. Mira el reloj
con ansiedad, al ver el tiempo transcurrido no puede contenerse más. Se
desploma en el asiento y larga el llanto.
Desde que empezó a correr han pasado treinta minutos.
Fin
Autobiografía de la biblioteca
de una residencia privada
Mi color es caoba, mi textura suave y mi consistencia sólida. En mí se apoyan
infinidad de objetos, desde los lógicos hasta los más insólitos; creo que en la
casa no hay otro mueble que tenga tantas funciones como yo.
A mí me usan para ordenar, guardar y hasta esconder cosas. Se supone
que mi única obligación es la de exhibir hileras de libros con el lomo a la vista,
pero en mi caso, sostengo a un montón de viejos que han perdido la cubierta
donde figura título y autor, por lo que no me explico para qué diablos están
parados de canto, sujetándose unos a otros mostrando un lomo ciego que no
dice nada.
Además, a mí me cargan con portarretratos, estatuillas, llaveros que
arrojan desde lejos sobre mí sin darse cuenta que me lastiman, y hasta me
usan para esconder dinero y cartas comprometedoras entre las páginas.
Si yo pudiera escribir me llenaría hasta colmarme con las historias de las
que fui testigo en esta sala. Desde hace 155 años he visto crecer y morir a
varias generaciones de la familia que es mi dueña. He presenciado
declaraciones de amor, conspiraciones, adulterios, y hasta una violación y un
crimen; pero lo que me produjo mayor indignación pasó días atrás, cuando
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Tío Nano
quedó sola en la casa la menor de las hijas; dejó entrar en la casa a su amigo,
y quedé ¡con un preservativo en uno de mis estantes!
Por lo tanto, ya estoy completamente harta y cansada, así que he
decidido que es hora de poner fin a mi larga existencia. Comenzaré por permitir
que entren en mí los eternos enemigos que siempre he combatido, esos
bichitos que anidan y se alimentan de las buenas maderas. Dejaré que me
devoren poco a poco hasta que mi estructura se desmorone, y por fin podré
descansar que bien lo merezco.
¡Polillas, termitas, pueden entrar. Bienvenidas sean!
Fin
La ventana
A la salida del sol el pequeño cuadrado se ilumina. El hombre despierta, trata
de tocarlo pero no lo alcanza; lo mira fijo mientras se incorpora estirando los
brazos, aún no llega. Coloca la única silla que tiene, se sube a ella y trata,
aunque más no sea, rozar el cada vez más estrecho rayo de sol. El hombre se
desespera porque sabe que dentro de pocos minutos la luz desaparecerá y no
tendrá la oportunidad de atraparla hasta el próximo amanecer. Salta desde la
silla hacia la abertura cerca del techo y cae desarticuladamente al suelo,
agregando nuevos moretones a los ya formados en días y días de intentos.
El rayo de sol se ha transformado en una fina línea que se va
reduciendo. El sujeto lo mira sonriendo. En el momento de apagarse el último
vestigio de luz, la sonrisa se le congela. La pequeña celda ha quedado en
penumbras. Camina unos pasos en círculos, hasta que al fin se arroja en el
camastro, y cerrando los ojos da la espalda a la ventana.
Fin
Ruidos molestos
¡Pum! ¡Pum! Hace dos horas que en la casa de al lado comenzaron a golpear.
¡Pum! ¡Pum! Los golpes aturden. Uno enciende el televisor y manipulando el
control busca en la pantalla algo interesante que disimule los golpes, pero con
tanto ruido no se puede escuchar el programa.
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Tío Nano
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Es inútil, uno no consigue concentrarse en las
imágenes; ¿y si se tapa los oídos? ¡Pum! ¡Pum! De nada sirve tirarse en la
cama y cubrirse la cabeza con la almohada; es peor, los golpes parecen salir
del colchón y retumban en el cerebro, y eso produce un dolor insoportable
entre los ojos. Uno sigue paseándose con las palmas de las manos
apretándose las orejas. ¡Pum! ¡Pum! No cree poder aguantar eso mucho
tiempo más. Con dedos temblorosos uno forma dos bolas de algodón y se
tapona los oídos.
¡Pum! ¡Pum! No hay solución. Los golpes siguen taladrando desde la
base del cráneo hasta las sienes, por lo tanto, uno decide pasar el tiempo
recostado en un sillón contando los golpes. Cuatro, cinco… quince, dieciséis…
y se pierde la cuenta. Entonces, uno agarra lo primero que le viene a la mano;
un palo de amasar de la cocina, y con él corre hasta donde se producen los
ruidos y comienza a golpear. Golpear, golpear en donde sea; brazos, espaldas,
cabezas. Pero el ruido sigue, aunque ahora más apagado, como de ramas que
se quiebran, y hay gritos que se transforman en gemidos al romperse dientes y
hundirse bocas, y uno sigue golpeando para callarlas. Y hay cabezas que se
deforman, y cabellos que se empapan en sangre, y recién entonces viene el
silencio, por fin el silencio. Y uno se sienta en una silla ajena y respira hondo,
relajado, tranquilo, satisfecho.
A la mañana siguiente, la primera plana del diario dice:
«Vecino Mata a Golpes a Padre e Hijo por Ruidos Molestos»
Fin
Popotis
Cada paso de los pies morenos se va asentando en los manchones de gramilla
evitando pisar la tierra demasiado caliente, gira la cabeza mirando en todas
direcciones; no ve movimiento alguno, quizá en los montes cercanos al río
encuentre algo para cazar. Lleva en una mano el arco hecho el día anterior con
ayuda de su hermano. Es un buen arco, fuerte, como el de su padre. Con la
mano libre palpa las flechas que cuelgan de su cintura, ahí están.
El sol le pica en los hombros, el sudor resbala de la frente a la
mandíbula, no hay brisa y el canto de las chicharras lo aturde. A medida que
avanza comienza a sentir la frescura de la cercanía del río, la sombra de los
primeros árboles dan alivio al cuerpo recalentado. Al oír el ruido del agua deja
caer el arco, con movimientos torpes se quita la faja de cuero donde van
sujetas las flechas y corre hacia el río. Después de nadar un rato sale del agua,
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y sin esperar a que el aire seque su piel, se coloca la faja, levanta el arco y se
dirige a un matorral. Ahí, agazapado, cubierto por los arbustos, espera.
No sabe cuanto tiempo ha pasado cuando de pronto se pone tenso;
escucha ruidos que vienen de la espesura, ¡es un animal muy grande para
quebrar así las ramas! Con todos los sentidos alertas prepara el arco y coloca
la flecha. Debe hacer un gran esfuerzo para tensar la cuerda que apenas se
estira unos pocos centímetros. Al ruido de ramas ahora se agregan gruñidos
inconfundibles; no hay dudas, son cerdos salvajes.
Y aparece el primer hocico. El miedo le impide apartar los ojos de esos
tremendos colmillos rodeados de pelos duros, sucios de tierra y baba.
Haciendo un esfuerzo logra desviar la vista, y ve a los cerditos que siguen a la
madre. Uno de ellos se rezaga para husmear entre las hojas amontonadas en
el suelo. ¡Esa será su presa! La boca se le llena de saliva imaginando el sabor
de la carne mientras suspira de orgullo anticipado por los comentarios de
admiración que hará la tribu.
El esfuerzo para estirar el arco pone en relieve los músculos de brazos y
hombros. Está impaciente por lanzar la flecha, pero el animalito es muy
movedizo. ¡Al fin!, parece que el hocico encontró algo sabroso. Es el momento.
Acentúa el esfuerzo y ¡ya!, el disparo sale con buena dirección pero poca
fuerza. La punta de piedra golpea en el costado del animal y, rebotando, cae a
varios metros de distancia. Los agudos chillidos alertan a la madre que, furiosa,
mira en todas direcciones buscando al causante del dolor de su hijo; al ver que
nada extraño sucede, gruñe amenazadoramente como advertencia y se aleja
orillando el río seguida por su prole.
El niño se levanta de entre los yuyos, se sacude pecho y cara que han
quedado llenos de tierra y paja pegadas por el sudor. Tiene ganas de llorar,
pero recuerda que su padre siempre aconseja: «un cazador no llora, busca otra
presa». El sol se está escondiendo detrás de las sierras; los animales ya
estarán todos en sus guaridas, es inútil buscar más. Comienza a caminar
rumbo a los toldos.
Está muy cansado y hambriento. El pensar que esa noche otra vez
comerá mazamorra lo llena de tristeza. De repente se detiene; algo se ha
movido entre la gramilla. Busca con la mirada, cerca hay una gruesa rama, la
agarra muy fuerte y mira sin pestañear lo que se mueve entre los tallos de
hierba, los brazos en alto con la rama lista para el golpe. Espera unos
segundos más a que el bicho salga de esa pequeña mata que lo cubre
momentáneamente. ¡Ahora!, los brazos caen con fuerza, la rama golpea una y
otra vez. Una pata de la araña tiembla a pocos centímetros del cuerpo
mutilado. El niño la mira jadeando por la excitación. Descarga un golpe más, el
de gracia, luego gira indiferente y continúa el regreso.
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Tío Nano
300 años después a orillas del Río Quinto
Llueve sobre Villa Mercedes. Chaparrones con fuerza intermitente azotan los
techos y terrazas. Cuando deje de llover todo quedará limpio, con colores
vivos, sin hollín ni polvo.
Ahora, el agua que baja de los tejados recorre su camino. Cae a los
mosaicos de los patios, se amontona en charcos que presionan con fuerza las
rejillas de desagüe y, con un ronroneo penetra en los caños que dan a la calle.
Ahí se une a las demás aguas para seguir por banquinas y cunetas,
incorporando a su paso suciedad y deshechos del hombre.
Cuando llegue al río, el agua se habrá espesado hasta convertirse en
barro líquido; un líquido que corroe el suelo, formando grandes y pequeñas
zanjas, dejando a la vista guijarros y piedras sepultados hace mucho tiempo.
Entre todas esas formas que asoman a la superficie se destaca una; es una
punta de flecha, mellada por el paso de los años.
Una carta (cuento)
La mano que frota el vidrio de la ventana deja un círculo transparente lo
suficientemente amplio como para mirar un buen trecho de calle en ambas
direcciones. Afuera sopla viento invernal, la temperatura es muy baja a juzgar
por lo abrigada que va la gente. El, hace muchos años que no siente el viento
frío en la cara.
Todos los días ve pasar al viejo caminando con dificultad, el bastón en
una mano, y la bolsa con pan en la otra, y lo envidia. Envidia a la mujer con el
hijo que padece Síndrome de Down; envidia al perro que husmea en los tachos
de basura; envidia a todo ser viviente que puede trasladarse con sus propias
piernas o patas. El, depende de Gabriela hasta para ir al sanitario. Y como
todos los días, espera que la ira acumulada en su pecho abra una grieta y
salga en un estallido que termine con su torturada existencia.
Al escuchar el ruido del motor del auto de Gabriela deja de pensar y la
ira atenúa hasta casi desaparecer. Espera el grito de «¡ya llegué!» con el que
anuncia su regreso del trabajo. Pero esta vez el grito se demora.
-Gabriela… ¿Sos vos? – Pregunta en voz alta. No recibe respuesta, sólo
escucha ruidos de papeles. Espera unos segundos y vuelve a preguntar:
-¿Pasa algo? – ahora sí los pasos se acercan, pasos vacilantes,
distintos a los de Gabriela cuando se mueve por la casa. Pero es ella la que
aparece en la puerta con la cara pálida, desencajada, trayendo en las manos
un manojo de papeles.
-¿Qué pasa? ¿Qué es eso?
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Ella se acerca lentamente. Le alcanza los anteojos, un sobre ya abierto y
varias páginas escritas. No han transcurrido más de diez segundos, los
suficientes para leer las primeras líneas, cuando hojas de papel y anteojos son
furiosamente arrojados al suelo.
-¡Por favor… papá! – exclama Gabriela. El la interrumpe con
brusquedad:
-¡No…! ¡No! ¡Sabes bien que para mí está muerta! ¡Y no se te ocurra
nombrarla!
Ella lo mira largamente, luego recoge anteojos y papeles, los apoya en la
mesita del teléfono y dando media vuelta entra en la cocina a preparar la cena.
Mientras corta tomates, trata de distraerlo haciendo comentarios en voz
alta. Desde la otra habitación no llega respuesta. Al rato reniega interiormente,
el obcecado viejo no quiere hablar. Finalmente coloca los platos con comida en
una bandeja y se dirige a la sala.
El estrépito retumba en toda la casa; platos y comida se desparraman en
pedazos. Los trozos se mezclan con las páginas escritas caídas al suelo; las
salpicaduras hacen resaltar algunas palabras. Unas gotas de salsa remarcan
«comprensión»; una astilla de loza señala «tuve suerte»; un cuchillo subraya
«un castigo merecido» y una pincelada de aceite transparenta la palabra
«cariño».
En el cuerpo del anciano no hubo el mínimo estremecimiento ante la
explosión de la bandeja cuando cayó al piso. La cabeza caída, apoyada en el
pecho, los ojos fijos en las hojas de papel Gabriela se inclina poco a poco hasta
quedar arrodillada mientras murmura ahogadamente:
-¡Papá… papá!-.
La carta
Villa Mercedes, San Luis, agosto de 1997
Gabriela:
¿Cómo empezar una carta después de tanto tiempo? Sé que la sorpresa
es grande y tenés el impulso de tirar sin leerla, pero, ¡por favor!, no lo hagas
todavía. También sé que no tengo derecho a comunicarme con nadie de la
familia, pero las circunstancias me obligan.
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Creo que durante veinte años no han tenido noticias mías, y como sé
que en el fondo te interesa, lo cuento. Ojalá encuentre comprensión. Fíjate que
no utilizo la palabra perdón; reitero, ojalá encuentre comprensión.
Cuando salí de casa después de aquella tremenda discusión en que casi
nos fuimos a las manos y que papá, con su característica autoridad cortó con
un sopapo que me aflojó algunos dientes, me fui al departamento de Fredy; ¿te
acordás de él?, Alfredo Cánepa, compañero de universidad. El bueno de Fredy,
sin hacer preguntas me dio albergue y hasta pagó el taxi que me llevó a su
departamento. Durante dos días con sus noches las pasé llorando, hasta que
reaccioné, paré de llorar y se lo conté todo. Entonces, por fin pude dormir y lo
hice durante 18 horas seguidas. Cuando desperté me presentó unos amigos.
Ahí comenzó mi «trayectoria»
Con mis nuevos amigos viajé a Tucumán donde pasé varios meses. No
entraré en detalles, pero quiero que sepas que estuve viviendo en los montes,
ahí recibíamos entrenamiento; que cambiábamos de lugar frecuentemente, que
viajábamos a distintas ciudades cada dos o tres días, que volvíamos al monte y
de nuevo a otra ciudad. Así, durante casi dos años hasta que caí; me
detuvieron.
Habrás escuchado muchas veces lo que se decía que pasaba con los
detenidos; estoy segura que nunca lo creíste, si hasta me parece oírte decir
que exageraban. Pues yo puedo confirmar que la realidad superó los
comentarios. Lo viví, mejor dicho lo padecí, y puedo jurar que no se exageraba
nada. Pero tuve suerte, sobreviví. Y cuando pasó todo, cuando se curaron mis
heridas, cuando conocí a Fabián y me casé, cuando tuve a mi hija Alejandra y
después a Gabrielito, fue cuando me di cuenta que lo vivido estando detenida
fue merecido; cruel, inhumano, ilegal, pero merecido, porque nosotros también
mutilamos y asesinamos, y cuando poníamos las bombas caían más inocentes
que culpables. Entonces llegué a una conclusión: no éramos mejor que ellos.
Bueno, ya te conté cómo y qué hice en estos años y estarás
preguntándote el porqué de esta carta. Sucede que mi hijo Gabriel está muy
enfermo y necesita un trasplante de médula. Los estudios hechos a toda la
familia por parte del padre, y a mí, confirman que ninguno de los miembros es
compatible. Es por eso que recurro a vos, hermana. Sé que no me perdonas el
haber sido la causa del ataque de papá, pero si vos hubieras visto ¡cómo se
«divertía» en la celda de torturas su amigo y compañero de armas el capitán
Roberto Rosas… (sí, el tío Boby)! Te aseguro que también preferirías verlo en
silla de ruedas antes que en el banquillo de los acusados.
Sos la última esperanza de mi hijo adolescente de apenas 12 años.
Lleva tu nombre y te quiere aún sin conocerte pues siempre le hablé de vos
con cariño. El no sabe de nuestras diferencias y espera con ansiedad que
vengas. Aceptes o no este pedido quisiera darte un abrazo que tengo guardado
hace tanto tiempo. Se lo envío a la hermana que admiraba con entrañable
cariño y todavía quiero. Cualquiera sea tu decisión este sentimiento
permanecerá inalterable.
Te mando el abrazo, ojalá no lo rechaces. Clara
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Tío Nano
Tío Nano
Yo, Gabriel, todavía no sé mi apellido, escribo este diario por si algún día me
encuentran mis padres. Cuando me separaron de ellos tenía 2 años, ahora
creo tener 10.
Quizá les llame la atención la forma de expresarme a mi edad; eso se
debe a la educación que durante casi cuatro años me dio un hombre
maravilloso al que no dejaré de agradecer durante toda mi vida.
Como no tuve la suerte de pasar una infancia normal, y sé de la
preocupación desesperada de mis progenitores por saber de mí, espero que
este relato les dé, aunque más no sea, un poco de consuelo.
Diario de Gabriel 1
Mis primeros recuerdos son de cuando tenía 2 ó 3 años, hace más o menos 7 u
8, por lo tanto calculo tener entre 9 y 11, y se me aparecen en sueños. Galiano
dice que son puros sueños y nada de recuerdos, que él es mi abuelo; y
Marcos, Nacho y Leo son mis primos; que nuestros padres murieron en un
accidente cuando iban en una excursión, nos habían dejado a su cuidado, y por
eso él se hizo cargo de nosotros y nos crió.
Pero mis recuerdos son otros. Estoy en un parque con el césped muy
verde y un perrito lanudo marrón claro; corremos detrás de una hermosa pelota
de muchos colores. Una mujer detiene la pelota con un pie que tiene puesto un
zapato muy fino, de los caros, de esos que vemos en las vidrieras del centro.
No me acuerdo de la cara de la mujer, pero sé que era muy bonita; me mira
sonriendo hasta que llego a su lado, me alza, me abraza riendo, me «apreta»
suavemente contra su pecho y me besa mucho por toda la cara. Huele
riquísimo y yo río de placer.
Esa fue la última vez que me besaron.
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Capítulo 1
-¿Quién era esa señora linda que jugaba a la pelota conmigo antes de
venir acá?Gabriel aprovecha que Galiano está de buen humor para hacerle
preguntas. Este lo mira sorprendido y titubea un poco, hasta que,
nerviosamente, le contesta:
-No podés acordarte, eras muy chico. Seguro que lo soñaste. Ya te
conté como llegaron acá.-¡Pero te digo que me acuerdo!- insiste Gabriel tomando coraje, aunque
sabe que con Galiano puede irle mal.
-¡Te callás! ¿Entendés? ¡Que no te oiga contarle tus ridículos sueños a
los otros porque vas a saber lo que es bueno! – hizo una pausa y siguió: -andá,
andá a ponerte las pilchas que vamos a salir, y ayudá a los otros.-
Diario de Gabriel 2
Mis recuerdos o sueños siguen. La mujer me baja de sus brazos y yo
corro a la pelota que cada vez se aleja más. De pronto siento que unos dedos
se me clavan en el cuerpo y me hacen doler; es un hombre, y tiene un olor
repugnante. Yo grito cuando me lleva hacia la calle, grito cuando salta el cerco
y sigo gritando cuando me tira sin ningún cuidado dentro de un furgón.
Recuerdo que quedo mudo de sorpresa, cuando recibo en la boca un fuerte
golpe que me hace callar. Era la primera vez que me pegaban, ¿cómo voy a
olvidarlo?
Y después tengo otros recuerdos. Uno es cuando trajeron a Nacho y a
Leo que gritaban como si los estuvieran matando, y un tiempo después a
Marcos. Por eso no le creo a Galiano cuando dice que nuestros padres nos
dejaron a su cuidado a los tres juntos el mismo día.
-Vamos, antes que el loco nos pegue, apúrense. Tomá Marcos, ponete
esta remera que está más rota que ésa.
Por ser el mayor Gabriel ha tomado la tutela de sus compañeros. Los
ayuda a vestirse, calzarse y como proceder para evitar palizas. Nacho, que ya
está listo pregunta:
-¿Adonde vamos hoy? ¿Ya te lo dijo?-
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Tío Nano
-No, todavía no lo sé, pero no tardaremos en saberlo, ¡y que importa
donde vamos si hacemos lo mismo en cualquier lugar!- Nacho lo mira
preocupado y le dice:
-Estás enojado Gabriel, ¿con quién?-Con el chancho de Galiano, porque me miente. No vayan a contarle
porque «cobramos» todos ¿eh?!
-¿En que te miente? – insiste Nacho.
-El dice que es abuelo nuestro, ¡mentira!, dice que nos trajeron a todos
juntos, ¡mentira!, porque me acuerdo bien que ustedes llegaron después que
yo. Y si fuera mi abuelo no me hubiera golpeado tan fuerte; también dice que lo
que me acuerdo no es cierto, que lo soñé, ¡mentiras, todas mentiras!- Las
últimas frases se mezclan con llanto. Por eso Nacho, mirando hacia la puerta le
dice en voz baja:
-Bueno, callate, dejá de llorar que puede entrar y se «arma»Gabriel se limpia las lágrimas. Termina de vestir a Marcos cuando
escuchan un penetrante silbido y el grito de - ¡vamos de una vez!-
Diario de Gabriel 3
Galiano es un tipo perverso, quiere que lo llamemos abuelo y así lo
hacemos para evitar golpes. Cuando éramos demasiado chicos para andar
solos por la ciudad, nos vestía con las ropas mas rotas y sucias que podía
encontrar y nos llevaba de la mano a pedir monedas a las estaciones de trenes
o al centro.
Un día que fue a comprarse algo para comer o tomar, nos dejó en un
rincón de la estación con la orden de no movernos de ahí hasta que volviera.
Yo no sé que pasó, porque no vi a nadie que se nos acercara, pero cuando
Galiano volvió teníamos los jarros llenos hasta el borde de monedas y billetes.
En los días siguientes nos ubicaba en el mismo lugar, pero mientras él
estuvo con nosotros nadie se acercó, y los jarros permanecieron vacíos. Se
escondió detrás de una columna y desde ahí observaba, pero mientras él
espiaba no pasó nada.
Cansado de esperar se fue al baño para después volvernos a casa:
habrá demorado unos 10 minutos, cuando volvió, ¡oh sorpresa!, los jarros
estaban llenos.
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Tío Nano
Ya en casa, nos azotó un rato para que le dijéramos quién nos llenó los
jarros; por supuesto, no podíamos decirle porque no habíamos visto a nadie.
Eso pasó cuando tendría unos seis años.-
Galiano les ordenó ubicarse en un rincón de la estación. El se alejó y
quedó detrás de una columna: el sujeto nunca se dejaba ver, decía que cuando
la gente ve a chicos solos, dejan más plata. Al rato se acercó y les tironeó el
pelo por tener los jarros vacíos, además, los sermoneó por no poner
entusiasmo al pedir; les dijo que saldría de la estación un rato y cuando
volviera tenía que haber algo de plata, sino, «sabrían lo que es bueno». Y se
fue.
Nacho y Marcos se frotaban la cabeza donde aún les ardía el tirón de
pelo. Tras un corto espacio de tiempo, Galiano regresó con cara de enojo; de
pronto se quedó inmóvil mirando el suelo donde estaban los jarros y les gritó:
-¡Ah, sinvergüenzas! ¡Con que querían quedarse con mi plata ¿eh?! ¡de
vez en cuando les hace falta unos buenos tirones de mechas!- Los chicos
miraron el suelo y vieron los cuatro jarros llenos de dinero. Se miraron entre
ellos. No entendían nada.
Galiano los empujó hacia la salida, camino a la villa donde tenían la
vivienda. Una vez ahí les preguntaba una y otra vez:
-¿Quién dejó la plata? Si no me dicen quién, van a probar «la
chiquitina».- «La chiquitina» era una lonja de grueso cuero al que Galiano le
había puesto un pedazo de caño de hierro como mango. Era su último invento
y estaba muy orgulloso de él.
-Vos, Marcos, decime ¿quién les llenó los jarros?- El niño se encogía de
hombros mientras negaba.
-No sabemos, no vimos a nadie, y tampoco nos dormimos.- Galiano
levantó el brazo para descargar un latigazo sobre el niño, entonces Gabriel, de
un salto se colocó delante de Marcos para protegerlo y gritó:
-¡Pará!- y bajando un poco la voz: -¡pará «abuelito». Te juro, te juramos
por el alma de tu santa esposa, la abuelita, que no vimos a nadie.Galiano quedó inmóvil, observó la cara de Gabriel y la de los otros
chicos, bajó el brazo armado, con tono desconfiado y resignado los mandó a
dormir.
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Diario de Gabriel 4
Cuando digo «en casa» hablo de 5 ó 6 chapas atadas con alambre a
unos postes, y 2 ó 3 más atravesadas como techo. No quiero contar lo que es
el frío en el invierno y el calor del verano en esa covacha, sólo comentaré que
cuando llovía no podíamos cambiarnos la ropa mojada porque la que se
guardaba dentro de la «casa» estaba peor.
No sé como sobrevivimos Marcos, Leo y yo, Nacho no pudo. Estuvo
tirado en el piso entre trapos con una fiebre que volaba. Galiano se asustó.
Después de una semana de verlos tan grave tuvo miedo que se muriera ahí y
no podía llevarlo al hospital por no tener los documentos.
Cuando creyó que Nacho ya se moría lo envolvió en una manta
mugrienta y lo dejó «olvidado» en una sala de primeros auxilios.
No supimos nunca qué pasó con él.
-¿No paró… de llover? Estoy todo mojado y… tengo mucho frío…- dijo
Nacho. Gabriel se le acercó, vió como tiritaba y sintió el calor que irradiaba el
cuerpito de su amigo. Miró hacia donde estaba Galiano tomando vino
directamente de una caja de cartón, y levantando la voz le dijo:
-«Abuelo», Nacho está que quema y tirita mucho; hace cinco días que
está así y no se compone. ¿Qué vamos a hacer?Galiano se levantó del cajón donde estaba sentado, se acercó y miró a
Nacho. De pronto se estremeció de miedo, ¿Qué pasaría si Nacho se moría
ahí? ¿Cómo lo haría pasar por su nieto? Y de los demás chicos ¿Qué diría?
Seguramente habría una investigación y él terminaría en la cárcel. Solo le
quedaba una solución.
-Gabriel, Leo, busquen una manta, lo llevaré a la salita de primeros
auxilios.Los chicos trajeron la única manta que tenían, estaba sana aunque muy
sucia. Galiano envolvió el cuerpito tembloroso, lo cargó en los brazos y salió.
A la hora y media estuvo de vuelta sin Nacho. Cuando los chicos le
preguntaron qué había pasado, les contestó que lo dejó internado, y que
cuando estuviera bien volvería.
16
Tío Nano
Diario de Gabriel 5
El misterio de los jarros obligó a Galiano a dejarnos un poco en libertad.
Había comprobado que mientras estaba presente, cerca o espiando, los jarros
permanecían vacíos, entonces decidió dejarnos solos todas las mañanas y
parte de las tardes.
Los jarros se llenaban todos los días: Galiano no podía controlar ni saber
la cantidad de plata que juntábamos, así que ¡por fín pudimos comer sin quedar
hambrientos! Nos comprábamos sándwiches de milanesas o pollo asado, o
empanadas, alfajores, leche chocolatada, todo. Todo lo que no pudimos comer
antes y todo lo que se nos antojaba en cualquier momento.
Hasta que Galiano se dio cuenta que crecíamos no solamente en altura
sino también en ancho. Como no podía comprobar que gastábamos «su plata»,
tuvo que resignarse, no sin antes darnos, por las dudas, unos buenos golpes y
patadas.
-¿Hoy nos dejará solos otra vez?- preguntó Leo. Gabriel iba muy
pensativo hasta ese momento, porque de pronto se paró delante de ellos y
teatralmente, como en un discurso exclamó:
-¡Señores! ¡Desde hoy se acabaron nuestras hambrunas! ¡Hoy y todos
los días comeremos como reyes! Nos compraremos manjares, tortas,
choripanes, bizcochitos de grasa, y todo lo que se nos antoje porque el señor
Cochino Boludo Galiano no puede saber si gastamos plata o no. ¡Viva el amigo
que nos llena los jarros!- y sus amigos le hicieron coro.
El día que Galiano se dio cuenta que los chicos habían aumentado
varios kilos, de regreso en la casa descolgó la «chiquitina» y les dio unos
cuantos azotes a cada uno. Al fin tuvo que aceptar el juramento por el alma de
la «santa abuelita» que no tocaban un solo centavo de los jarros.
Diario de Gabriel 6
A los 20 días en que nos dejaban solos en la estación, estábamos
sentados en el banco del «rincón milagroso», muy aburridos. Marcos, el más
chico, se había dormido ocupando el solo la mitad del asiento. Como Leo
bostezaba y trataba de acomodarse para hacer lo mismo, me levanté y me
alejé unos pocos pasos sin perder de vista los jarros, que todavía no se habían
llenado.
De pronto noté algo raro, una especie de niebla muy blanca, diría casi
brillante, se movía como una pequeña nube, bueno, no tan pequeña, quiero
17
Tío Nano
decir que en el resto de la estación no había nada. Solamente en nuestro
rincón flotaba ese vellón de niebla con una altura de dos metros.
Lo curioso es que nadie notaba lo que yo veía, «¿me habré quedado
dormido y estoy soñando?» pensaba mientras me frotaba los ojos.
La gente pasaba a su lado sin verla, de eso estoy seguro, porque por
momentos al rozarla se les desaparecía un brazo, un hombro o una cabeza, y
reaparecían enteros cuando terminaban de pasarla sin un gesto de extrañeza.
La nube estuvo revoloteando un buen rato entre nosotros. Yo
permanecía paralizado a unos cuatro metros del banco donde dormía Marcos,
Leo me miraba asustado, vaya a saber qué cara tendría yo. Al fin la nube giró
varias veces alrededor mío y de pronto se esfumó, desapareció. Quedé
atontado, hasta que un grito de Leo me hizo reaccionar.
-¡Eh, Gabriel, ¿qué te pasa?Miré hacia el suelo y ahí estaban los tres jarros desbordando de billetes
y monedas.
Marcos dormía en el banco del rincón y Leo no tardaría en hacer lo
mismo cuando vio la expresión de Gabriel; éste parecía estar mirando el aire
con ojos desorbitados. Lo que Gabriel veía era una pequeña nube que al
principio le pareció humo y estaba cubriendo el rincón, entonces se dio cuenta
que las demás personas no lo notaban, ni siquiera Leo, que lo miraba
extrañado.
-¿Viste eso?- le preguntó a Leo.
-¿El qué? yo no vi nada ¿qué te pasa?La nube desapareció y los jarros quedaron llenos como todos los días.
-¿Seguro que no viste nada? Como una pelota grande de niebla brillante
que se movía en este rincón, ¡solamente en este rincón! ¡Seguro que no viste?insistió Gabriel. Leo estiró la mano y le tocó la frente:
-Vos no estás bien. ¡Tenés una cara de rara! ¿No tenés fiebre? ¿Te
duele algo?- preguntó Leo con tono preocupado. Gabriel, con un manotón se
sacó de la cara la mano de Leo y le contestó un poco agitado:
-¡Estoy bien! ¡Cómo no voy a estar raro si veo cosas que los demás no
ven! ¡Y mirá, es esa nube la que nos llena los jarros.
-¿Vos la viste? ¿Estás seguro?- preguntó ansiosamente Leo.
-¡Claro que la vi! Los jarros estaban vacíos, la nube pasó por encima y
cuando se despejaron de la niebla estaban llenos.
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Tío Nano
Gabriel calló y se quedó reflexionando unos segundos. De pronto de le
ocurrió una idea; puso las manos en los hombros de Leo, lo miró a los ojos y le
dijo:
-Creo que soy de esas personas que tienen poderes, como los videntes.y con tono seguro y mandón agregó:
-De esto ni una sola palabra a Galiano, ¿entendiste?.-
Diario de Gabriel 7
Al otro día esperé ansiosamente a la «nube brillante». Les había contado
a mis compañeros todo lo que vi; al principio no me creyeron, aseguraban que
ellos no vieron nada, sin embargo esperaban sentados muy quietos con los
ojos bien abiertos.
Vi formarse la nube delante de mí. Al ver mi cara mis compañeros se
dieron cuenta que algo pasaba y empezaron a acribillarme a preguntas:
-¿Y Gabriel? ¿Ya vino? ¿La ves? ¿Ya está aquí? ¡dale, decinos!Eso estaba por hacer cuando casi caigo sentado del susto, pues de la
cumbre de la nube salió una voz muy grave y autoritaria que me dijo:
-¡Haz callar a esos renacuajos, que tú y yo tenemos mucho que
conversar! ¡Y mira para arriba cuando te hablo!Hice caso, miré y ahí, en lo más alto de la nube asomaba una cabeza
que parecía haber salido de una película que vimos la única vez que fuimos a
un cine gratis; era de un personaje que caminaba muy cómico con zapatos
grandes, usaba un sombrero ridículo y bastón. Esta cabeza que salía de la
nube también tenía sombrero, pero era distinto. Era la cabeza de un viejo de
más o menos 50 años.
A pesar de su modo de hablar no me dio medio; su mirada tranquilizaba
y sus bigotes me fascinaban.
Salí de mi estado de aturdimiento y les grité a los chicos que se callaran
pues quería escuchar lo que me estaban diciendo. Ante mi asombro,
inmediatamente cerraron los ojos y se quedaron dormidos. Mi corazón
galopaba que parecía querer escaparse.
Y con la nube nos pusimos a conversar. La gente pasaba indiferente a
nuestro lado sin dar señales de ver algo raro. Eso sí, la cabeza me recomendó
que no hablara en voz alta, la gente podría pensar de mí que era un loco
hablando solo. Y conversamos en silencio, ¿cómo? No puedo explicarlo, pero
yo lo oía y el me escuchaba. Charlamos un buen rato mientras los chicos
dormían. A pesar de su extraño modo de hablar le entendía perfectamente.
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Tío Nano
-Dime tú ¿tienes recuerdos de cuando Galiano te trajo a vivir con él?-Si, aunque no estoy muy seguro. Galiano dice que son sueños,contesté. La cabeza de la nube me observó un rato, al fin me pidió: -Cuéntame,
cuéntame todo lo que recuerdas, aunque te parezcan sueños-
Así lo hice y creo que no me olvidé de nada. También le conté de Nacho,
su enfermedad y desaparición. Cuando terminé le dije:
-Ahora, ¿puedo preguntarte algo? ¿Quién sos o… qué sos? ¿Y cómo te
llamás?-
-¡Ay…! Ya veo que tendré un duro trabajo por delante,- comentó con un
suspiro, y continuó: -para empezar, no debes tutear a las personas mayores,
salvo que sean parientes de mucha confianza. Tendrías que haber hablado de
esta manera: «¿puedo hacerle una pregunta, señor? ¿Quién es o qué es
usted? ¿y cómo es su nombre?.» Esa es la forma correcta. Ahora te contestaré
una sola, las otras serán respondidas a su debido tiempo. Puedes llamarme Tío
Nano.
Comenzó a dar un giro como para empezar a disolverse, pero se
reafirmó, volvió a enfocar sus ojos en mí y me dijo muy serio:
-Ayer te escuché decir que crees tener poderes de vidente, ¿por qué no
dejas las estupideces para los estúpidos? Tú no tienes poderes de esa clase.
¡Y basta por hoy! Comenta con tus amigos pero ni una palabra al sabandija de
Galiano.
Revoloteó unos segundos y se disolvió sin despedirse.
A los 10 minutos llegó Galiano a buscarnos. Noté que había estado
tomando, así que hice señas a mis compañeros para que evitaran enojarlo;
cuando está en ese estado pierde el control y nos golpea brutalmente.
Logramos zafar de los golpes, pero no de los insultos y algunos empujones.
Pero teníamos miedo de lo que podía pasar cuando llegáramos a la covacha.
Desgraciadamente los presentimientos se cumplieron. Cuando llegamos
Galiano mandó a Marcos a comprar vino. Menos mal que habíamos comido
hasta hartarnos en la estación porque él nunca se acordaba que nosotros
teníamos que comer.
El lío se armó cuando Marcos volvió con la caja de vino. La mala suerte
hizo que se golpeara un codo con el poste que servía de marco a la puerta, la
mano se le aflojó, la caja cayó reventándose y el vino desparramado fue
chupado por la tierra.
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Tío Nano
Muchas veces había visto a Galiano furioso pero nunca como esta vez.
Empezó a gritar insultos mientras se desataba el pedazo de soga que usaba
como cinto y comenzó a golpear a Marcos, y menos mal que en su estado no
se acordó de «la chiquitina». Leo y yo queríamos sujetarle el brazo para evitar
que los golpes cayeran sobre Marcos; éste era pequeño, su cuerpito débil y
delgado, no podría soportar el castigo. Recibimos unos cuantos azotes de
rebote. Leo y Marcos estaban caídos en el piso; ahora los golpes iban dirigidos
a mí. Yo me cubría la cara y cabeza como podía.
En ese momento escuché en mis oídos la voz autoritaria de Tío Nano.
«Hazle frente, no seas cobarde», y así lo hice. Estiré los brazos y la soga se
enredó en mis manos; pegué un tirón y Galiano cayó de boca al piso; y ahí
quedó, roncando la borrachera, mientras escuchaba unos «¡Je, je!» llenos de
alegría que se alejaban.
Ese día, cuando volvieron a la covacha con Galiano borracho y quiso
golpear a Marcos, Gabriel descubrió que tenía una fuerza mucho más
poderosa que la de Galiano. Esa fuerza era su inteligencia y la ayuda de Tío
Nano.
Aún no sabía quién era o de qué se trataba. ¿Era su ángel de la guarda,
era un hado o un espíritu? Se hacía miles de conjeturas hasta que, casi
mareado, decidió seguir el consejo de Tío Nano, ya lo sabría a su debido
tiempo.
Diario de Gabriel 8
Afortunadamente al otro día Galiano no se acordaba de nada. Nos dejó
en la estación como todos los días y al rato apareció la nube brillante, pero
había cambiado, porque además de la cabeza tenía la mitad del cuerpo hasta
la cintura. Mostraba la parte superior de un traje gris oscuro, un poco ajustado
en comparación con los que veía en la gente que pasaba cerca nuestro. Usaba
de corbata un moñito muy gracioso, y en el bolsillo del pecho asomaban las
puntas de un pañuelo. Sus manos eran fuertes, y al mismo tiempo, delicadas.
No puedo describirlas de otra manera.
La nube brillante había cambiado de altura, ahora tenía el pecho de tío
Nano a la altura de mis ojos. A pesar de la mirada juguetona de los suyos, me
sentí fuerte, como protegido y lleno de confianza.
Me senté en un banco y él revoloteaba entre los chicos, que se habían
quedado dormidos. Aproveché para preguntarle si siempre los haría dormir; me
contestó que por unos días, hasta que organizara todo. Como ya lo estaba
conociendo no le pregunté qué era lo que tenía que organizar, ya me enteraría
a su tiempo.
21
Tío Nano
Por fin empezó a hablar:
-Lo primero que haremos será comenzar con la educación de los tres. A
esa lagartija de Galiano jamás se le ocurrió enviarlos a la escuela. Tú tienes 7
años, estás atrasado pero eres inteligente y recuperarás en poco tiempo.
Además, tengo que advertirte algo, -hizo una pausa como pensando lo que me
iba a decir y continuó:
-Estoy aquí en una misión de la que no puedo darte detalles por el
momento, sólo te diré que es la de ayudarte. Pero no creas que mi ayuda será
darte todo servido. No señor, es decir, que el éxito que obtengas dependerá de
ti, de tu trabajo y del empeño que pongas en el estudio, es decir, tú serás el
que formará tu futuro; yo contribuiré con… digamos un 20 por ciento,
¿entiendes?Yo no entendía mucho que digamos, pero lo escuchaba con mucha
atención. Y continuó:
-Tú y tus amigos tendrán que trabajar doble para recuperar el tiempo
perdido.Aproveché la pausa que hizo para preguntarle:
-¿Cómo sabes que tengo 7 años? ¿Me conocés de antes? ¿Sabés de
donde me trajo Galiano?Las preguntas se amontonaban en mi boca, pero él me pfrenó con unos
gestos y sonidos muy raros; nunca había oído algo así:
-¡Chito! ¡chito! ¡chitón!, todo lo sabrás a su tiempo- Bueno, -acepté- pero
hay algo que sí podés decirme ahora, ¿por qué estás seguro que soy
inteligente?El sonrió, lo que hizo que sus bigotes se movieran cómicamente, y me
contestó:
-He aquí una pregunta que me da la oportunidad de comenzar tu
instrucción; hasta ahora no sabías que la inteligencia de una persona comienza
a desarrollarse antes de nacer, en el vientre de su madre, y depende de la
alimentación que ésta consuma durante el embarazo y la del bebé en los
primeros años: además de la inteligencia, también depende de la alimentación
en ese período, la estatura y la salud. Por eso te habrás preguntado porqué a
Marcos le cuesta tanto comprender algunas cosas y porqué crece tan poco en
comparación a ustedes.Yo lo escuchaba fascinado, con esa primera lección se me aclararon
mucha cosas. Me animé y le pregunté: ¿Conocés a mi madre? ¿Tengo padre?
El se puso seri y en voz baja me dijo: -Comprendo tu ansiedad y la
apagaré un tanto. Sí, tienes padre, y tu madre es esa señora bonita de tus
primeros recuerdos. Ellos nunca dejaron de buscarte. –Y desapareció de golpe
22
Tío Nano
como todos los días. Yo estaba aturdido, no podía estar quieto, caminaba de
una punta a la otra del banco donde dormían los chicos, hasta que los sacudí
para despertarlos.
Alcancé a contarles todo antes que llegara Galiano. Otra persona se
hubiera dado cuenta que algo nos pasaba, pero él no tenía ojos más que para
los jarros llenos.
Con patadas y empujones nos sacó de la estación y emprendimos el
camino a la «villa» donde teníamos la covacha. No sentí los golpes, yo iba
flotando en el aire.
Gabriel parecía tener hormigas en el cuerpo. ¡Tenía padres! ¡Y no
habían dejado de buscarlo! No sabía porqué tenía tantas ganas de llorar
cuando debería estar saltando de alegría. Y no se explicaba porqué creía tanto
en Tío Nano.
-Gabriel ¿tenemos que estudiar mucho?- preguntó Marcos con cara de
susto.
-Sí; Marcos, piensen que una vez que me encuentren mis padres, en
poco tiempo aparecerán los de ustedes. Yo no quiero que me vean como soy
ahora. Mírenme, mírense, parecemos animales. Por eso quiero seguir viendo a
Tío Nano. El nos va a ayudar, ¡le tengo tanta confianza!
-¿Cómo le podés tener tanta confianza si no existe? Nosotros no lo
vimos- le discutió Leo.
-Ya lo van a ver y le van a tener la misma confianza que le tengo yo,
porque es mágico, y en un susurro les dijo -¡silencio, ahí viene el chancho,
durmamos.
Diario de Gabriel 9
Al día siguiente, a los 10 minutos de habernos dejado Galiano en el
rincón habitual, veo aparecer de golpe frente a mí a Tío Nano, ¡sin nube y de
cuerpo entero! Miré a mis compañeros, no demostraban ver lo mismo que yo,
por lo tanto, Tío Nano seguía siendo invisible para ellos. Menos mal, porque el
personaje que tenía delante les hubiera provocado un ataque de risa.
Ya describí más o menos su parte superior, ahora lo veía de cuerpo
completo. El saco de su traje gris era ajustado y corto, con muchos botones, y
el pantalón era suelto sin ser ancho y se afinaba en los tobillos. Pero lo más
raro eran los zapatos, bueno, no tanto los zapatos como lo que se había puesto
encima de ellos, como un cubremedias de color blanco que los tapaba dejando
23
Tío Nano
a la vista solamente las puntas redondeadas. En la mano llevaba un enorme
paraguas que usaba como bastón. Se paró delante de mí y me dijo: -¿Estáis
listos?
Yo lo miraba sin comprender, entonces, con un gesto de impaciencia
siguió hablando:
-¿Queréis o no libraros de Galiano? Si queréis, toma de la mano a tus
amigos y sígueme… -dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida de
la estación.
Mientras empujaba a los chicos les iba explicando lo que pasaba y no
perdía de vista a Tío Nano. Después de caminar varios minutos, de pronto Leo
frenó mi empuje y se quedó parado mientras me decía:
-¿Y si este Tío Nano resulta ser más sinvergüenza que Galiano y nos
hace cosas peores?
-Si fuera un ser de carne y hueso no lo hubiera escuchado ni una sola
vez. Pero Tío Nano es diferente, si vos pudieras verlo sentirías la confianza y
seguridad que siento yo. Vamos antes que se nos pierda de vista- Pero ya no
se veía. Habíamos caminado muchísimo desde la estación; preocupado por
seguir a Tío Nano no me fijé por donde íbamos. No sabía hacia donde ir ni
tampoco volver. Nos habíamos perdido.
Cuando Galiano llegó a la estación a buscar a los chicos y el dinero, no
podía creer lo que veía. En el rincón y en el banco no había nadie, y los jarros
estaban desparramados y vacíos. Buscó con la mirada, el no verlos le produjo
un ataque de furia. Comenzó a patear todo lo que encontraba a su paso;
cuando se cansó se sentó en el banco del rincón. Doblado en dos con los
codos sobre las rodillas, se pasaba las manos por la cabeza mientras
murmuraba: «-¡Se escaparon, los pendejos de mierda se escaparon con mi
plata!»
Dos hombres que estaban observándolo desde hacía rato, se le
acercaron y le preguntaron:
-¿El señor Galiano?- Galiano los miró con desconfianza y asintió.
-Queda detenido por el secuestro de cuatro niños y la muerte de uno de
ellos.
Lo tomaron de los brazos para ponerlo de pie y lo esposaron. Mientras
se lo llevaban, Galiano se retorcía y proclamaba su inocencia, hasta que, ya
fuera de sí, comenzó a gritar:
-¡Malditos mocosos! ¡Con todo lo que hice por ellos! ¡Más vale que no
los tenga cerca cuando lleguemos a la comisaría, porque los mato!Al oír esto, uno de los policías le dijo:
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Tío Nano
-No te gastés en hacer teatro, primero vas a tener que decirnos qué
hiciste de los chicos, porque no aparecen por ningún lado.
Diario de Gabriel 10
Estábamos perdidos y muy cansados. Nos sentamos un rato en el
cordón de una vereda y creo que dormitamos un poco. Cuando nos
despabilamos no sabíamos que hacer, Marcos lloraba y Leo me insultaba. Me
puse a observar a mi alrededor, era un barrio de casas antiguas y frente a
nosotros estaba la más vieja y aparentemente abandonada, pues yuyos,
árboles sin podar y enredaderas del jardín habían cubierto paredes y
ventanas. Pero la puerta de la verja y del frente de la casa estaban abiertas; y
parado observándonos estaba Tío Nano moviendo un pie con impaciencia.
Me costó convencer a los chicos de entrar en la casa, la verdad es que
tenía un aspecto bastante sombrío y asustaba.
Cuando pasamos la puerta del jardín, ésta se cerró sola
automáticamente, de golpe. Caminamos por un corto sendero de piedras hasta
la entrada de la casa; Tío Nano se hizo a un lado para dejarnos entrar. Adentro
era bellísima. Yo nunca había visto muebles, lámparas y cortinas tan lindas,
pero lo más asombroso era la cara de mis amigos. Miraban a Tío Nano con
ojos que parecían que ya se les escapaban de la cara. ¡Sí, lo veían, por fin!
Tío Nano estaba contento, sonreía, se frotaba las manos e iba de un
lado a otro esperando que se nos pasara la sorpresa. Después de unos
minutos, Marcos quiso sentarse, pero Tío Nano lo frenó:
-¡No m´hijito! No, primero os vais a volver personas. Mañana comenzará
el trabajo duro, pero no os asustéis, también habrá diversión.
Leo y Marcos me miraron y preguntaron al unísono:
-¿Qué dijo?
Gabriel caminaba mirando al frente sin apartar los ojos de Tío Nano. En
un momento Leo lo distrajo y Tío Nano se le perdió de vista. La confianza ciega
que le tenía al personaje sufrió una sacudida; el miedo a lo desconocido se
apoderó de Gabriel. Una debilidad, que el le atribuyó al cansancio, le hizo
cerrar los ojos unos instantes. Lo que nunca supo Gabriel y mucho menos Leo
y Marcos, es que Tío Nano, con su nube brillante los envolvió junto con él y los
transportó en pocos segundos a cientos de kilómetros de la capital, a un pueblo
muy antiguo y abandonado hacía décadas.
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Tío Nano
Cuando Gabriel abrió los ojos vio frente a él, en la puerta de una casa
muy vieja, a la querida figura de Tío Nano. El miedo se esfumó y la confianza y
tranquilidad lo invadieron nuevamente.
Cuando entraron a la casa no terminaban de pasar de un asombro a
otro. Lo que era sencillo confort, para ellos era lujo; estaban aturdidos y sin
palabras.
Tío Nano comprendió lo que les pasaba y con mucho tacto les dio
suficiente tiempo para que asimilaran lo que estaban viviendo.
Diario de Gabriel 11
Nos llevó a otra habitación donde nos esperaban un hombre y una mujer
que empezaron a desvestirnos. La mujer tironeaba con la punta de los dedos y
cara de asco los harapos mugrientos de Leo. Este se resistía pues nunca lo
había tocado una mujer y mucho menos desvestido.
Al fin, los tres desnudos fuimos llevados a otra habitación, que ahí nos
enteramos, era un cuarto de baño con una gran bañera que humeaba, y nos
metieron en el agua. En ese momento tuve otro primer recuerdo. Yo había
sentido antes esa deliciosa sensación del agua tibia en mi cuerpo, y no había
vuelto a sentirla desde que estaba con Galiano.
La pareja, ella se llamaba Laura y él César, nos fregaron con esponja de
pie a cabeza durante unos 40 minutos; el agua de la bañera se cambió varias
veces hasta que no la oscurecimos más. Y por fin nos envolvieron en unos
toallones tan suaves que no queríamos salir de ellos.
Yo pensaba en la ropa que nos pondríamos después de ese baño, sería
un crimen volver a ensuciarnos con las hilachas que traíamos puestas. Pero
no, Laura y César nos llevaron a otra habitación donde había ropas sobre tres
camas fabulosas. Nunca había visto nada igual. La habitación era tan linda
como la que vimos a la entrada, pero ésta era un dormitorio, nuestro dormitorio.
En los respaldos de las camas estaban escritos nuestros nombres,
según nos dijo Laura, y nos indicó cual era la de cada uno.
Nos ayudaron a vestirnos, sobre todo la ropa interior, que no
conocíamos. No sabíamos para qué era una especie de pantaloncito muy
ajustado, cortísimo y elástico. César nos dijo que se llamaban calzoncillos, eran
muy cómodos. Leo y Marcos se resistieron un poco, pero al ver mi cara de
gusto cuando me puse los míos, consintieron sin más protestas.
Después, unos pantalones de jean, unas remeras buenísimas, medias y
zapatillas. ¡Ah… qué zapatillas!. Siempre habíamos usado las que
encontrábamos en la basura, y a veces distintas en cada pie. Por primera vez
estrenábamos zapatillas, ¡y estaban tan nuevas!
26
Tío Nano
Cuando terminamos de vestirnos nos mirábamos unos a otros
extrañados, no nos conocíamos. Hasta ese momento nos habíamos visto las
caras grises y amarronadas y el pelo color tierra y en mechones apelotonados.
Laura y César nos llevaron frente a un gran espejo que había en una de las
paredes y nos miramos. Leo tenía la piel blanca, mejillas rosadas, pelo y ojos
de un negro brillante; Marcos era de color moreno claro, sus cabellos castaños
y ojos color café; y yo, más moreno que Marcos y con ojos más claros, en un
tono gris. Pero lo que más me llamó la atención, y sería por la suciedad que
nunca me lo había visto, era un lunar con forma de medialuna y otro al lado
más chiquito, como una estrellita, que tenía delante de mi oreja izquierda.
Después que nos dejaron observarnos un buen rato en semejante
espejo, la pareja nos llevó al comedor donde nos esperaba Tío Nano. La mesa
estaba puesta para tres y nos hicieron sentar. ¿Es que acaso ellos no
comerían? Le pregunté a Tío Nano y me contestó que no hiciera preguntas
estúpidas. Laura nos sirvió una comida riquísima y de postre ¡postre!, bananas
con dulce de leche.
Capítulo 2
Ese primer día en la casona fue una andanada de sorpresas. Los chicos
estaban atontados de tantas emociones, por eso, Tío Nano tuvo el buen criterio
de darles un espacio de tiempo de adaptación entre descubrimiento y
descubrimiento. Pero lo que más les emocionó fue el baño y estreno de ropas
y, sobre todo, zapatillas.
Se vieron limpios por primera vez y no se conocían. Gabriel notó unas
marcas de nacimiento que la suciedad había ocultado todos esos años. No se
cansaba de mirárselas en el espejo.
Diario de Gabriel 12
Después de la comida, Tío Nano nos llevó a recorrer la casa. Tenía
muchas habitaciones. Había una que era la sala de música, con instrumentos
de todo tipo, hasta un piano; otra era la biblioteca, con libros en estantes que
ocupaban las paredes hasta cerca del techo. La sala de juegos y gimnasio con
aparatos era grandísima.
Después pasamos al parque detrás de la casa; los árboles, por lo grueso
de sus troncos se notaban que eran muy viejos, y entre ellos crecía un césped
tupido, con un verde que alegraba con solo mirarlo. Nosotros corrimos entre los
árboles y nos revolcamos en el césped como perros cachorritos. Pasamos en
ese parque toda la tarde hasta que nos llamaron a tomar la merienda.
27
Tío Nano
Mientras tomábamos la leche con galletitas, Tío Nano nos dijo que ésa
sería la última tarde tranquila que tendríamos, porque al día siguiente
comenzaríamos con el trabajo duro. Así que después de la leche nos llevó a la
galería donde había un televisor muy grande, y nos dejaron ver una película de
dibujos animados que me gustó mucho. Se trataba de un león que era rey.
Después nos obligaron a bañarnos, ¡otra vez bañarnos! ¡Lo que no
hicimos ni una vez en cinco años lo hicimos dos veces el mismo día!, después
comimos y a dormir.
Esa tarde en el parque de la casona, los chicos vieron por primera vez a
Tío Nano enojado, y el que lo motivó fue Leo.
El parque parecía un bosque por la cantidad de árboles de distintos
tamaños y especies, por lo tanto, proliferaban pájaros de toda clase. Era un
concierto de canto de aves acompañadas con la percusión de aleteos.
Leo, acostumbrado a la necesidad de carne, que solamente comían en
lo de Galiano cuando podían cazar un pobre animalito, despabiló su instinto de
cazador y se trepó a un árbol donde alcanzó a ver un nido con pichones. Tío
Nano lo vio y adivinó la intención de Leo. Llamaba al niño a los gritos mientras
corría para llegar junto al árbol antes que destruyera el nido.
-¡Niño! ¡baja de ahí inmediatamente!
Leo, asustado del tono de enojo bajó con rapidez y facilidad y quedó
parado sin comprender. Tío Nano continuó en tono airado: -¡Aquí se matan
animales únicamente para el consumo necesario!- y tranquilizándose un poco,
bajó la voz:
-Mira Leo, cuando yo era niño recuerdo que miraba el cielo, y siempre,
¿escuchas?, siempre estaba de horizonte a horizonte lleno de pájaros. Ahora,
es raro ver uno volando; dime, ¿qué quieres tú? ¿Qué no haya ni una sola ave
en el cielo?- y terminó con una palmadita en el hombro de Leo:
-Vamos, y no lo hagas nunca más, aquí no necesitamos cazar para
comer.
Llamó a los demás y los llevó adentro a tomar la leche.
Diario de Gabriel 13
A la mañana temprano, recién estaba aclarando, nos despertó una
música maravillosa. Aparecieron en el dormitorio Tío Nano, Laura y César; se
28
Tío Nano
habían llevado la ropa que nos sacamos para bañarnos la noche anterior y no
sabíamos que ponernos. César abrió unos armarios que no habíamos visto,
estaban metidos en la pared, y sacó ropa para cada uno mientras Tío Nano,
con esa sonrisita que le torcía el bigote nos decía:
-Sacaos el pijama ¿o pensáis dejarlo de bajo de la ropa? Y apuraos, que
hay mucho que hacer.
Terminamos de vestirnos y Tío nos llevó al establo. Ahí había una vaca
con su ternero; nos enseñó a ordeñar, lo que le llevó bastante tiempo y muchas
risas, y luego pasamos al gallinero; era muy amplio; tenía como 30 gallinas y 2
gallos hermosos. En esos dos lugares teníamos que cumplir con nuestras
obligaciones, además de las clases.
Después de lavarnos y desayunar, fuimos al cuarto de estudio que
estaba al lado de la biblioteca. Y ahí empezó nuestro calvario, que en las
primeras semanas nos produjo intensos dolores de cabeza, pero al poco
tiempo nuestro cerebro se adaptó al trabajo y los dolores desaparecieron.
Levantarse temprano para los chicos no era difícil, estaban
acostumbrados. Además, la diversión era tanta que al primer llamado saltaban
de la cama.
Con unos trajes de fajina holgados y botas de goma demasiado grandes,
entraban corriendo al establo para ordeñar la vaca. Nano les había enseñado a
hacerlo el primer día.
El que más disfrutaba de esta tarea era Marcos, pues estaba encargado
de entretener al ternero mientras Gabriel y Leo se turnaban para sacarle la
leche a la madre. Marcos montaba en el lomo del ternerito y se deslizaba por el
costado del animal hasta caer en una montaña de pasto seco. Las alegres
carcajadas de Marcos hacían reír a Gabriel y Leo.
Después del ordeñe, Marcos debía retribuir su hora de diversión con la
peor parte del gallinero; mientras Leo y Gabriel recogían los huevos de los
nidos, Marcos debía barrer y alzar el guano en paladas que volcaba en un
balde; éste era llevado a vaciar en un gran pozo que se encontraba al final del
parque. En esta tarea lo ayudaban Gabriel y Leo.
Les quedaba el tiempo justo para lavarse y cambiarse antes de
desayunar. Y ¡que rica les parecía la leche recién ordeñada!
Después, a estudiar. Al principio les costó adaptarse a la disciplina, pero
a medida que pasaban los días se iba acelerando el aprendizaje. Es que Tío
Nano era un maestro claro y paciente.
29
Tío Nano
Diario de Gabriel 14
Tío Nano nos daba clases personalmente con un sistema muy particular;
el horario era de lunes a sábados, se cumplía estrictamente y era el siguiente:
Lengua de
Matemática
Ciencias Sociales
Ciencias Naturales
Almuerzo
Computación de
Música
Dibujo
8:40 a 9:30
9:40 a 10:30
10:40 a 11:30
11:40 a 12:30
15:00 a 16:00
16:10 a 16:50
17:00 a 17:40
En cuanto a Educación Física decía que ya hacíamos bastante en el
establo, gallinero y sobre todo en el parque, el gimnasio lo usábamos cuando
llovía o hacía mucho frío.
En los pocos minutos entre materia y materia teníamos que aprovechar
para ir al baño, comer o tomar algo, porque si interrumpíamos una clase para
pedir permiso teníamos que aguantar un sermón de 15 minutos que después
se recuperaba del horario del recreo. Las clases de Tío Nano eran muy
entretenidas y aprendíamos rápido; al que le costaba un poco era a Marcos
pero Nano le tenía mucha paciencia, siempre estaba cerca de él para ayudarlo.
A los 4 meses ya sabíamos leer y escribir lo rudimentario (palabras de
Nano), y conocíamos los números hasta 1.000. Al año ya conjugábamos
verbos, aplicábamos reglas ortográficas y en matemáticas manejábamos a la
perfección las cuatro operaciones.
Al comienzo de las clases Tío Nano debía repetir una y otra vez el
mismo tema para que los chicos comprendieran. Sus cerebros estaban
entumecidos por la falta de ejercicio, pero a los 15 días se les agilizó y ya no
hubo demoras; parecían esponjas sedientas de conocimientos. Marcos era un
poco más lento que los otros, pero sus ansias de aprender suplían sus
pequeñas dificultades.
Tío Nano estaba contento, disfrutaba enseñándoles, sobre todo cuando
miraba sus caritas de satisfacción cuando resolvían un problema o les
festejaba un trabajo bien hecho.
La devoción de los chicos por Tío Nano crecía y se afirmaba cada día
más.
Un día, en plena clase y en medio de una explicación, Tío Nano le hace
una pregunta sobre un tema a Gabriel, y la termina con:
30
Tío Nano
-¿Qué puedes decir sobre esto Fabián?- El niño lo miró asombrado
preguntando:
-¿Por qué me llamaste Fabián, Tío Nano?- Nano titubeó un poco, le dijo
que estaba pensando en un próximo trabajo, y cambió de tema reclamando la
respuesta de la pregunta anterior.
Diario de Gabriel 15
Tendría yo unos 10 años, había crecido en alto, ancho y mente. A pesar
de su carácter cascarrábico y burlón le habíamos tomado un gran cariño a Tío
Nano. Por las noches, antes de dormirnos, comentábamos con los chicos las
cosas del día, y nos preguntábamos qué habría sido de nosotros sin Tío Nano.
Como siempre que había que tratar con él algo serio era yo la voz
cantante designada por el grupo. Los chicos me presionaban para que no
demorara más la charla. Y así lo hice. Esperé el día domingo y cuándo
estábamos descansando en el parque lo encaré:
-Tío Nano ¿cuántos años creés que tengo?- El me miró con esa chispa
traviesa en los ojos y me contestó:
-No creo, estoy seguro que dentro de un mes cumplirás 11 años- Yo
seguí preguntando:
-¿Y Leo y Marcos?
-¡Ah, de ellos sí que no estoy seguro!
Lo miré extrañado, era la primera vez que no estaba seguro de algo. Se
lo dije con un tono un poco impaciente y seguí:
-¿Cómo puedes estar seguro de mi edad y no de la de ellos?- Un poco
alterado, a mi parecer, me respondió:
-Eso es algo que sabrás a su debido tiempo.
Con voz burlona acompañé y le hice dúo en la frase «a su debido
tiempo». ¡Eran tantas las veces que se lo escuché decir en los años que
estábamos juntos! Me levanté de un salto y en tono de protesta empecé:
-¡A su debido tiempo! ¡A su debido tiempo! ¿Hasta cuando? ¿No te
parece que ya es el tiempo debido? Cuando nos trajiste me dijiste que antes de
aclararme mucha cosas debías civilizarnos. ¿No creés que ya estamos
bastante civilizados? Tenemos más conocimientos que chicos de 17 años ¿no
te parece que ya esperamos bastante?
31
Tío Nano
Me atoré de ansiedad y me senté esperando oír su respuesta. Estuvo
serio y pensativo un rato, luego dijo:
-Tienes razón, muchacho. Lo que pasa es que me encariñé con
vosotros, y mi egoísmo me hizo demorar la separación; porque sabrás que
desde el momento que aclare tu historia te reencontrarás con tus padres y yo
desapareceré para siempre-. Caviló unos segundos y al rato continuó:
-Dame una semana para hacer los preparativos y te prometo que el
domingo que viene estarás con tu familia.
Se me amontonaban las preguntas en la garganta, una mezcla de
felicidad y angustia me hacía tartamudear:
-Pe…pero… ¿por qué tenés que separarte de nosotros? Y ¿qué pasará
con Leo y Marcos? ¿Acaso no podemos seguir todos juntos?Con una triste sonrisa me contestó:
-Leo y Marcos irán contigo, ustedes ya son hermanos, y tus padres
tienen medios para buscar a sus familiares. En cuanto a seguir juntos es
imposible, ahora no preguntes más, el porqué ya lo sabrás (hizo una pausa y
me miró fijo) a su debido tiempo.
En la casona se respiraba un ambiente de expectativa. La única rutina
que se mantenía era la del establo y gallinero en las mañanas temprano, pero
sin las risotadas de antes.
Las clases se interrumpieron pues Nano había desaparecido hacía
cuatro días. Gabriel ocupaba su tiempo escribiendo su diario, Leo y Marcos
jugaban a la pelota en una canchita que Nano les había hecho en el parque;
cuando se cansaban, deambulaban como almas en pena entre los árboles.
A Laura y César no se les podía preguntar pues nunca sabían algo.
Mientras tanto, en una casa en las afueras de Buenos Aires, un hombre
y una mujer de unos 35 años se miran con una mezcla de esperanza,
incredulidad y temor. Tienen frente a ellos a dos miembros de la Policía Federal
vestidos de civil. Les han traído una noticia que no quieren creer del todo para
no sufrir otra desilusión como tantas ya sufridas.
Los detectives llegaron con una hoja de papel amarillento, casi marrón,
donde habla de los chicos. Uno de estos niños sería el hijo de ellos, robado en
el jardín de su casa en presencia de la madre.
-La posibilidad que sea su hijo, señora, es de un 95% pues lo menciona
con nombre y apellido. Pero de todos modos apenas aparezcan pediremos el
ADN.La mujer, casi ahogándose, pregunta:
32
Tío Nano
-Pero ¿dónde está? ¿por qué no lo trajeron? ¿Cómo se enteraron
ustedes?
-¡Calma, señora! Es todo muy extraño. No lo tomamos como una broma
más porque en este papel se menciona la forma en que fue raptado su hijo, con
detalles que no se publicaron. Estamos analizando el escrito y aún tenemos
muchas dudas. Lo que sí sabemos es que es un papel que dejó de fabricarse
hace 80 años, por eso tiene ese color marrón, y la escritura está en un
castellano que ya no se usa, por lo menos en este país, desde fines del siglo
XIX o principios del XX. Creemos que el que lo escribió es un español culto.
El otro detective, más escéptico, viendo que la entrevista se estaba
prolongando demasiado, interrumpió a su compañero:
-Señores, les pedimos que estén atentos pero tranquilos. No se ilusionen
demasiado por si se trata de otra broma de mal gusto. Cualquier novedad que
surja, avisen a nuestro jefe.
Saludaron y se fueron dejando a la pareja en un estado de perplejidad.
La mujer corrió hacia la ventana. No quitaba la vista del trozo de vereda
y calle que alcanzaba a ver desde allí. Es que el papel amarillento que les
había mostrado la policía decía:
Sres. Del Destacamento Policial:
Me es muy grato comunicaros que tengo alojados en mi casa desde
hace más de cuatro años a unos niños que encontré hambrientos, sucios y
analfabetos. Conozco el nombre y apellido de uno de ellos, es Fabián López
Romano; el de los otros dos será tarea vuestra el buscar a sus familias.
El sinvergüenza que secuestró a Fabián frente a los ojos de su madre y
lo arrojó dentro de un furgón sin importarle los golpes que pudiera sufrir un niño
tan pequeño, los tenía en su poder. Vosotros lo detuvisteis hace cuatro años
como resultado de mi denuncia, y espero que siga en prisión por mucho
tiempo. El sujeto nunca supo qué fue de los niños, en eso les confesó la
verdad, pero sí es culpable de la muerte de un cuarto niño, sucedida hace
varios años. Lo abandonó en una sala de Primeros Auxilios cuando estaba
agonizando. Cuando aparezca Fabián y los otros les darán más detalles sobre
esto.
Mientras tanto, os pido que aviséis a los padres de Fabián que pronto,
muy pronto lo tendrán a su lado nuevamente.
También, os aconsejo que no tratéis de encontrarme porque no lo
lograréis. Sería trabajo y tiempo perdidos que necesitáis para solucionar casos
más importantes.
Os saludo muy cordialmente.
El hombre se acercó a la mujer, ésta miraba por la ventana.
33
Tío Nano
-Mi amor, tomá las cosas con calma, no quiero que sufras otro
desencanto.
-No Luis, esta vez creo que es verdad; no sé porqué, pero tengo el fuerte
presentimiento que por fin recuperaré a mi Fabián.
El hombre la abrazó y le dijo:
-Si es así, no sabemos cómo es. Probablemente sea un niño lleno de
defectos de conducta, malhablado, como los de la calle. Tendremos que tener
mucha paciencia.
-Eso no importa, Luis, eso no importa. Además, si ha estado los últimos
años con el hombre que escribió a la policía, no puede ser tan maleducado.
Algo tiene que haber aprendido de él.
El hombre tomó por los hombros a la mujer y suavemente la retiró de la
ventana.
Diario de Gabriel 16
Los días se sucedían en una creciente tensión, la mayor parte del tiempo
la pasábamos en el parque.
Una tarde que estábamos muy aburridos se nos ocurrió hacer algo que
Tío Nano nos tenía prohibido. El parque, que ocupaba más o menos una
manzana y media, estaba rodeado por un muro de 3 metros de alto. De pronto
nos dimos cuenta que nunca se nos había ocurrido asomarnos para ver qué
había del otro lado, y mucho menos escaparnos para curiosear.
El que empezó a trepar el árbol que estaba más cerca del muro fue Leo.
Era un árbol con abundante enramada. Lo seguimos y pronto estuvimos a su
lado; Leo miraba por sobre la tapia para todos lados. Lo imitamos y quedamos
extrañados porque lo que veíamos no era natural. El parque, nuestro parque,
estaba bañado por un hermoso sol, tenía árboles y plantas de un verde intenso,
pájaros que cantaban y agua que corría por una acequia. Del otro lado del
muro estaba todo cubierto y oculto por una niebla tan espesa que no pudimos
ver ni oír absolutamente nada. Nos asustamos y bajamos rápido.
Me propuse pedirle a Tío Nano que me aclarara ese misterio. Por fin el
sábado apareció Tío Nano, y con muy buen humor.
34
Tío Nano
Capítulo 3
Tío Nano esperó a que los chicos desayunaran y llamó a Gabriel a la
biblioteca, a Marcos y Leo los mandó al parque con la promesa que más tarde
hablaría con ellos. Cuando el niño acudió a su llamado Nano le dijo:
-Siéntate Gabriel, tengo que contarte una historia muy larga y parado te
vas a cansar.
Gabriel se sentó al tiempo que le decía:
-Y yo quiero preguntarte algo, Tío Nano.
-Primero escucha mi historia, Gabriel, escúchala y recuérdala muy bien,
porque cuando la comprendas tendrás las respuestas a todas las preguntas
que quieras hacerme ahora.
Al ver a Gabriel atento y a la espera, comenzó su relato:
-Hace mucho, muchísimos años, a principios del siglo XX, en una
casona muy parecida a ésta en las afueras de la capital, vivían dos hermanos
que se querían mucho. Estos hermanos eran ricos, no exageradamente, pero
cuidando y trabajando la fortuna que habían heredado tendrían buen pasar
hasta varias generaciones de descendientes.
Uno de ellos era el que administraba y llevaba adelante las fábricas y
negocios de la familia, ése se llamaba Mateo. Era un hombre honrado,
trabajador y digno de confianza. Vivía para su trabajo y su familia; amaba a su
esposa y sus tres hijos, un varón y dos mujeres.
El otro era soltero, le gustaban más las fiestas que el trabajo, éste se
llamaba Fernando.
Estos hermanos, repito, se querían mucho, tanto, que Mateo disculpaba
las «travesuras» de Fernando. Pero lo cierto es que las deudas de juego, viajes
a Europa con telegramas que llegaban solicitando más, y más, y más dinero,
ya pasaban de ser travesuras.
Mateo hacía malabarismos comerciales para llevar adelante la Empresa
de la familia, pero el modo de vivir de Fernando se prolongó por espacio de 10
años, y no hay fortuna ni capital que prospere y aguante con semejante sangría
que le aplicaba este despilfarrador.- Nano hizo una pausa y preguntó a Gabriel:
-¿Te aburro? ¿quieres ir un rato al parque y más tarde sigo con mi
historia?
-¡No, por favor! Seguí, Tío Nano, seguí!
-Bueno, pero cuando te canses me avisas.- y continuó su relato:
35
Tío Nano
-Un día, Mateo recibió una nota donde le decían que tenían a su
hermano «retenido» por una deuda de juego, que si no pagaba todo dentro de
los días siguientes, al tercero encontraría su cadáver en la puerta de su casa.
La suma era altísima, Mateo sabía que no llegaría a esa cantidad con lo
menguada que había quedado la fortuna familiar. Asimismo, malvendió lo que
quedaba y pidió prestado a amigos que conocían su honradez, hasta que logró
juntar la cantidad debida. Y salvó la vida e su hermano, pero quedaron en la
ruina total y con deudas.
Cuando Fernando tomó conciencia del desastre causado por él, se
dedicó a la bebida. Solía vérsele tambaleándose por las calles, pidiendo para
beber. Hasta que, en una mañana de invierno muy crudo, encontraron su
cuerpo congelado en el banco de una plaza.
Mateo se convirtió en un hombre triste y depresivo. Consiguió trabajo en
una oficina, pero lo, que ganaba apenas le alcanzaba para mantener a su
familia. Un día, en el trajín del transporte cuando iba a trabajar, resbaló de la
escalerilla del tranvía donde viajaba casi colgado, su cabeza golpeó en el
asfalto y murió instantáneamente.
Su familia vivió pobremente durante muchos años. Recientemente, sus
descendientes lograron progresar gracias al estudio y el trabajo intenso.
Tío Nano calló, miró su reloj de bolsillo y dijo:
-Es hora de tu almuerzo, tendrás hambre. Ve a comer.
Gabriel no quería levantarse de donde estaba sentado.
-¿Y así terminó tu historia? ¡Es muy triste!- se lamentó Gabriel.
-No m´hijito, aún no terminó. Después del almuerzo te contaré la parte
más interesante. Ahora vé, querido, vé a comer y vuelve aquí.
Gabriel se levantó del sillón y salió corriendo hacia el comedor.
Después de comer y nuevamente en la biblioteca Tío Nano sorprendió a
Gabriel con una pregunta:
-¿Tú crees en «otra vida» después de la muerte?-No sé, Tío Nano, nunca nos hablaste de eso, ¿es lo que llaman el más
allá?
-Mira Gabriel, se llame como se llame, te diré que es muy cierto que los
errores cometidos, sobre todo cuando perjudican a otras personas, se pagan,
durante esta vida o después.
Y Nano continuó su relato:
36
Tío Nano
-Fernando pagó una parte en esta vida al morir solo y en la indigencia,
pero le quedó una enorme deuda con la familia de su hermano. Y Mateo pagó
por la debilidad y falta de límites hacia su hermano tarambana con años de
miserias y estrecheces, viendo sufrir a su familia.
-¿Qué quiere decir tarambana, Tío Nano?
-Tarambana es una persona frívola y de poco juicio. Continúo:
Cuando murió Fernando, en el más allá, o en el otro mundo o como
quieras llamarlo, yo prefiero denominarlo el Juicio Final, lo recibió un tribunal de
jueces muy severo. Lo sentenciaron a pagar su deuda a la familia de su
hermano, y para concretarlo tendría el apoyo y subvención de los jueces. Esa
deuda sería pagada a un miembro familiar descendiente que necesitara una
gran ayuda y fuera el único que pudiera verlo; mientras, vagaría por el espacio
cerca de la tierra en forma invisible. Una vez cumplida la sentencia recién
podría descansar en paz.
Tío Nano miró a Gabriel, el niño nunca lo había visto tan serio cuando le
dijo:
-No olvides Gabriel, nunca olvides esta historia. Y te repito lo que dije
cuando comencé a contarla; cada vez que me recuerdes y te preguntes algo
incomprensible, en ella encontrarás la respuesta. Ahora vete y dile a Marcos y
Leo que vengan, quiero charlar un poco con ellos.
Diario de Gabriel 17
Después de la charla con Tío Nano, más que charla fue escuchar el
relato de su fabulosa historia, me fui al parque a pensar como hacer para no
separarme de él, o al menos continuar viéndonos de vez en cuando. Pero la
expectativa de ver a mis padres al día siguiente impedía hacer trabajar mi
cerebro.
Leo y Marcos estuvieron charlando con Tío Nano como hora y media.
Salieron al parque y corrieron donde yo estaba. Venían serios y con cara de
afligidos. Les pregunté qué les había dicho Nano y me contaron lo siguiente:
por el momento los dos vendrían conmigo a lo de mis padres. Ellos, junto con
la Policía Federal se encargarían de ubicar a sus respectivas familias; sería
cuestión de pocos días concretar el encuentro.
Después, Tío Nano se despidió de ellos aconsejándoles que
siguiéramos siendo amigos como siempre.
Yo quedé intrigado, Tío Nano se había despedido de Leo y Marcos pero
no de mí, ¿es que nos separaríamos sin despedirnos?
37
Tío Nano
Quedé muy triste el resto de la tarde.
Esa noche, Tío Nano, Laura y César les hicieron una fiesta de
despedida. Hubo cosas riquísimas en la mesa, jugos de frutas de distintas
clases, música y juegos durante un buen rato.
Leo y Marcos se divirtieron muchísimo, pero Gabriel no se separaba de
Tío Nano. Este, en un momento dado, sacó el reloj del bolsillo de su chaleco y
les dijo a los chicos que era hora de dormir pues al día siguiente sería muy
agitado. Gabriel miró anhelante a Nano y le preguntó:
-¿Te veré mañana para despedirnos?
Tío Nano asintió y con un suave empujoncito le dijo:
-Por supuesto, ahora vete a la cama.
Gabriel creía que no podría pegar los ojos, pero apenas apoyó la cabeza
en la almohada quedó profundamente dormido.
Diario de Gabriel 18
Al día siguiente nos despertaron un poco más tarde que de costumbre.
No hubo establo ni gallinero, pero sí un desayuno abundante.
Nos hicieron poner las ropas más nuevas. Estábamos muy elegantes,
según Laura. Esta nos dio un beso a cada uno y nos pidió que la recordáramos
con cariño. César nos despidió con un apretón de manos y se fueron a sus
quehaceres.
Nos quedamos en el comedor unos segundos hasta que entró Tío Nano
a despedirse de Leo y Marcos con un abrazo; yo lo miraba un poco resentido
porque de mí no se despedía, hasta que me miró y me guiñó un ojo, entonces
quedé tranquilo. Seguro que tenía una despedida especial para mí.
De pronto nos envolvió una luz brillante, tan brillante que tuvimos que
cerrar los ojos para no enceguecernos, cuando los abrimos estábamos en la
vereda de una linda casa con un jardín. Delante nuestro había un alto portón de
rejas de hierro. Tío Nano estaba a mi lado, Leo y Marcos, muy excitados me
preguntaron:
-¿Qué pasó? ¿Dónde estamos, Gabriel? ¿Sabés a donde vamos a ir?
¿Y Tío Nano dónde está?
38
Tío Nano
Miré a Tío Nano y me dijo en silencio. Si, en silencio, como
conversábamos cuando nos conocimos en la estación hacía 4 años, que los
chicos ya no podían verlo porque estábamos fuera del Recinto.
El Recinto era la casona donde habíamos vivido los últimos años. Para
tranquilizar a los chicos les dije:
-Vamos a espera aquí unos minutos, ya tengo las instrucciones de Tío
Nano.
Leo y Marcos se sentaron en el umbral del portón que teníamos adelante
y Tío Nano me miró, abrió los brazos y me llamó a ellos en nuestro idioma
silencioso. Yo lo abracé fuerte, muy fuerte y él dijo como hablando para sí
mismo:
-Más que pagar ha sido un premio.
No le entendí muy bien y pedí que me repitiera lo que había dicho. No
me contestó, volvió a abrazarme, puso algo en mi mano y retrocedió unos
pasos. De pronto lo cubrió una niebla espesa con forma de nube y en un
instante desapareció.
Miré lo que había puesto en mi mano, era su reloj de bolsillo con cadena.
Su hermoso reloj, que yo siempre le admiraba.
Una brisa, con un volumen no mayor que el de un pequeño globo de
cumpleaños cuando se desinfla, rozó la cabeza de Gabriel y sopló a gran
velocidad hacia el lado del cementerio a unas 15 cuadras.
La brisa se detuvo frente a un panteón antiquísimo. Este conservaba en
el frente unas obras de arte que representaban a un tribunal celestial juzgando
a un hombre.
La puerta también era magnífica, con relieves artísticos de flores y
plantas exóticas e inexistentes.
La pequeña brisa «ubicó» el ojo de la cerradura y por él penetró al
panteón con un siseo; a los pocos segundos se escuchó un prolongado
suspiro, como el de alguien muy cansado que por fin se recuesta en su lecho
después de un día agotador.
Arriba de la puerta, grabado a cincel en el mármol, el artista había
escrito el apellido de la familia propietaria. En letras góticas, muy bien
trabajadas, aún se puede leer:
FAMILIA ROMANO
39
Tío Nano
Diario de Gabriel 19
Tío Nano desapareció y yo sabía que no lo vería nunca más. Se me
llenaron los ojos de lágrimas y un nudo me oprimía la garganta. Apreté su reloj
y lo guardé en mi bolsillo; lo conservaría siempre. Me quedé quieto un rato
esperando que se me secaran las lágrimas y se me pasara la angustia.
Ya un poco más tranquilo observé por entre las rejas del portón el jardín
de la casa. En él se encontraba una niña de unos 5 ó 6 años jugando con un
perro. Ese perro me trajo a la memoria mis primeros recuerdos.
Llamé a la niña y vino hasta el portón, el perro la seguía saltando a su
alrededor. Cuando estuvo cerca, a través de las rejas le dije:
-¿Qué lindo cachorro! ¿Cómo se llama?
La niña me miró con unos grandes ojos castaños, era bonita, y me dio la
impresión que la conocía. Con una vocecita muy dulce me contestó:
-No es cachorro, es viejo. Se llama Tifón.
-Y vos, ¿cómo te llamás?- le pregunté.
-Clarisa ¿y vos?Yo estaba por decirle Gabriel pero me frené, titubeé un instante y no sé
porqué le contesté:
-Me llamo Fabián- y quedé asombrado de mí mismo por mi respuesta.
El perro, muy lanudo y de color marrón, se arrimó al portón. Me agaché y
estiré la mano para acariciarlo. La niña se sobresaltó y me alertó:
-¡Cuidado! Puede morderte, no le gustan los extraños.- Le sonreí para
tranquilizarla y le dije:
-No me hará nada, ¿verdad Tifón?
El perro se acercó a olerme las manos. Estuvo un rato olfateándome, de
pronto empezó a saltar, ladrar y aullar con evidentes muestras de alegría, y yo,
con la garganta nuevamente estrangulada por un nudo, acariciaba al perro
entre salto y salto mientras decía:
-Sí Tifón, estoy de vuelta en casa.
40
Tío Nano
La pareja terminó de desayunar. El hombre leía el diario con
tranquilidad, por ser día domingo no había apuro. De pronto él levantó la
cabeza, dejó de leer y preguntó a su mujer:
-Susana ¿dónde está Clarisa?
La mujer se alarmó. Desde que le robaron a su primer hijo si no tenía a
Clarisa bajo su mirada, se sentía intranquila. Enseguida recordó que jugaba en
el parque, y el parque ahora era seguro. Así se lo dijo a su marido, pero no
obstante, se acercó a la ventana para ver que hacía la niña.
Desde ahí la veía parada frente al portón y al perro que saltaba, ambos
miraban hacia la vereda. Susana se puso muy nerviosa. Mientras corría hacia
la puerta le gritó a Luis:
-¡Clarisa está hablando con alguien en la calle!- y salió antes que él
pudiera contestarle.
El, acostumbrado a los arranques histéricos de su mujer con ese tema,
se quedó leyendo muy tranquilo.
Con el corazón en la boca, Susana empezó a correr velozmente los
veinte metros que separaba la casa del portón de entrada. A unos diez metros
aminoró el paso, que cada vez hizo más lento; entonces vio a un niño
agachado haciendo caricias a Tifón mientras conversaba amigablemente con
Clarisa. Lo que más llamaba la atención era la actitud del perro. Siempre que
venía gente a la casa tenían que encerrarlo pues atacaba a los extraños, pero
a este niño le hacía fiestas.
Susana llegó al lado de su hija; el niño, entusiasmado con el perro, no
levantó la cabeza. Ella lo miraba sin parpadear, el corazón parecía querer
saltar de su pecho, porque alcanzó a verle delante de la oreja izquierda dos
lunares, uno era una perfecta medialuna y el otro al lado, como una pequeña
estrella.
A Susana no le salían sonidos de su boca, hasta que Clarisa, con su voz
cantarina, le dijo:
-Mamá, él es Fabián, y ¡Mirá! Es amigo de Tifón. ¿Ves que no le hace
nada?
Susana se tambaleó por unos instantes, al fin pudo decirle a su hija:
-¡Corré! ¡Corré, llamá a papá y decile que abra el portón! ¡Pronto!
Fabián se había erguido y miraba a Susana a los ojos. Si ella hubiera
tenido alguna duda, al ver la mirada de Fabián se le hubieran disipado
inmediatamente. Se miraron durante varios segundos hasta que Susana estiró
los brazos y se aferró a los barrotes para no caer. Fabián apoyó sus manos
sobre las de ella, mientras, casi ahogándose y los ojos llenos de lágrimas le
decía:
41
Tío Nano
-¿Mamá? ¿sos mi mamá?
Susana no podía hablar pero asentía con la cabeza, y Fabián, con la voz
casi apagada le decía:
-Sí, es tu perfume ¡sos mi mamá!
En eso el portón comenzó a correrse. Luis estaba abriéndolo con el
control mientras se acercaba. Madre e hijo acompañaron unos metros el
portón, manos sobre manos en las rejas, hasta que la pared les impidió seguir
aferrados. Cuando la entrada quedó libre Susana y Fabián se encontraron sin
impedimentos para abrazarse. Un abrazo con más de 8 años de retraso y
espera.
Luis llegó al lado de ellos, de una sola mirada comprendió todo y
esperaba que el abrazo terminara; en eso vio a los otros niños que miraban la
escena muy sorprendidos.
Por fin Susana y Fabián se separaron. El niño giró y vio a su padre. Otro
tipo de abrazo intenso, interminable. Luis no creyó nunca poder conmoverse de
esa manera. No hablaban, no era momento de palabras, para eso tenían
mucho tempo por delante.
Fabián llamó a Leo y Marcos y se los presentó a sus padres:
-Mamá, papá,- estrenaba esas palabras y le parecíeron maravillosas, y
continuó: -les presento a mis hermanos.
Susana y Luis abrazaron y besaron a los chicos, les dieron la bienvenida
y dijeron:
-¡Vamos, vamos adentro!, hace mucho tiempo que los estábamos
esperando.
Cuando la policía se enteró del regreso de Fabián, hubo una serie de
investigaciones para descubrir donde habían estado durante 4 años. No
pudieron saberlo, los chicos tampoco aportaron datos pues nunca habían
salido de la casona. «El Recinto» se convirtió en un misterio insondable para la
policía.
En cuanto a Leo y Marcos, se les hizo el ADN y enseguida se encontró a
sus padres. El reencuentro fue tan emotivo como el de Fabián con los suyos.
Leo no se acordaba que tenía dos hermanos mayores, y no sabía de
una hermana menor nacida después de su rapto. Y Marcos dos hermanitas
menores.
Cada uno fue a vivir con su familia, pero Fabián, Leo y Marcos
consideran sagrados los fines de semana, siempre las pasan juntos.
42
Tío Nano
Cierto día, Fabián estaba mirando las fotos enmarcadas de una repisa.
Había varias de él cuando era bebé, de su hermanita y de sus abuelos ya
fallecidos. De pronto se le ocurrió preguntarle a su madre si no tenía fotos de
familiares y amigos. Ella le trajo tres voluminosos álbumes diciéndole:
-Aquí tenés todas las fotos existentes de la familia desde que se inventó
la fotografía; no necesitás preguntar quién es quién porque todas tienen
nombre y parentesco escrito debajo de cada una.- Y le dejó a su alcance los
álbumes.
Fabián comenzó a hojear y mirar fotos de su padre cuando era niño, de
su madre, del casamiento de ambos, de él mismo, de su hermanita y hasta de
Tifón.
Cambió de álbum. Este otro era de fotos muy viejas. Había un caballero
con tremendos bigotes con forma de manubrios de bicicleta; ése era el padre
de su tatarabuelo. Siguió mirando muy divertido por los atuendos de cada
época. En otra foto un señor sonreía bondadosamente, era muy elegante; lo
acompañaban tres niños, uno de más o menos 8 años, una niña de 6 y otra de
3 ó 4. Debajo decía:
Mateo Romano con sus hijos
César, Laura y Camila
1902
Mateo fue bisabuelo de luis, o sea tatarabuelo de Fabián y Clarisa.
De repente quedó inmóvil de sorpresa. Ahí, frente a sus ojos, tenía la
foto de Tío Nano junto a su tatarabuelo. Estaban de pie, y como fondo tenían el
frente de una fábrica con un letrero que decía:
«ACEROS ROMANO»
Fabián bajó la vista hasta el pié de la fotografía y leyó:
Mateo y Fernando Romano
Abril de 1904
De vez en cuando la familia Romano se llegaba al cementerio a llevar
flores a los abuelos y familiares, y siempre que dan por finalizada la visita el
mayor de los hijos pide a los padres que lo dejen unos minutos más y lo
esperen en el auto. Ya a solas, el adolescente acaricia la hermosa puerta del
panteón y dice:
-Hola Tío Nano. Vine a visitarte porque te extraño. Todo está bien.
Descansá tranquilo.
***Fin***
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