La Congregación de San Felipe Neri tenía su oratorio y casas

Anuncio
9| PÉREZ, Joseph
Proyecto de convento para la Congregación
de San Felipe Neri en Madrid. 1758
Dib/14/45/101
Dibujo sobre papel agarbanzado verjurado grueso : pluma, pincel, lápiz, tinta y aguadas
pardas ; 540 x 430 mm.
Barcia n.º 1547.
La Congregación de San Felipe Neri tenía su oratorio y casas conventuales
en la manzana 222 de la Planimetría general de Madrid, una manzana estrecha y alargada, entre la calle de las Huertas y la del Prado, compuesta originariamente de seis sitios. Dos de ellos ya habían sido privilegiados por
sus anteriores dueños, mientras el resto los dejó libres de cargas la propia
congregación entre 1670 y 1689. De los edificios que allí tenía no conocemos casi nada, solo que el oratorio, de muy reducidas dimensiones, ocupaba el vértice de la manzana hacia la plaza del Ángel, según dibuja Chalmandrier en su Plano geométrico y histórico de la Villa de Madrid y sus contornos,
publicado en 1761.
Aparte de la propiedad completa de esta manzana, los Oratonianos, en
los cien años que la orden llevaba en la corte, se habían hecho con muchas
otras casas repartidas por la ciudad. Hasta veinte figuran a su nombre en
los libros de asientos, algunas en sitios emblemáticos, como la que poseían
a espaldas de la Panadería, mirando hacia la calle Mayor, o la que cerraba el
testero del Coliseo de la Cruz, abriendo hacia la plazuela del Ángel, el inmueble que mayor renta les aportaba. Pero, a pesar de que podía considerarse un patrimonio importante, se trataba en general de pequeños edificios de viviendas dispersos por la ciudad. Solo las tierras y huertas situadas
tras el monasterio de Agustinos Recoletos, pasada la puerta del Prado y lindando ya con el campo, hubieran tenido superficie suficiente como para
poder implantar el proyecto que figura en el plano de José Pérez. Pero es
una opción imposible de sostener dado que estamos ante el templo principal de una orden con vocación claramente urbana, que no iba a ubicarse en
unos terrenos semirrurales, fuera de los términos de la ciudad.
La propuesta de Pérez hay que buscarla dentro del perímetro edificado,
pero una mirada detenida permite constatar que el perfil dibujado no se
corresponde con el de ninguna de las manzanas recogidas en la Planimetría. ¿Cómo es posible? Pues el mismo plano lo explica. En la parte de
arriba se encuentran una serie de aposentos y la sala de profundis, limitando
por ese lado el patio. Un sombreado permite entender que el solar original
se extendía algo más, cediéndose un espacio tanto en la parte de arriba
como a la izquierda del dibujo. Si continuáramos la línea así definida, prosiguiéndola por la cara norte del claustro hasta el quiebro que se produce
en la otra fachada, obtendríamos una superficie de terreno que se corresponde con exactitud con la vieja manzana del oratorio, la 222. La Planimetría da para ella unas medidas de 240 pies hacia la calle del Prado y algo
más de 241 hacia la de Huertas, mientras los testeros tienen 92 el grande,
que cerraba la calle de la Gorguera frente a San Sebastián, y 21 el pequeño
hacia la plazuela del Ángel, dimensiones que se corresponden con lo encerrado en esa pequeña parte alta del plano. Eso nos permite entender la
modestia de las instalaciones primeras de la orden. Pero también la ambición de su proyecto de ampliación. Pues la propuesta significaba cerrar
por aquel extremo la calle de Huertas, que quedaría incorporada al convento, y saltar a la manzana frontera, ocupando las cuatro primeras casas
situadas frente a la iglesia de San Sebastián y abriendo la fachada de su
nuevo templo a la calle de Atocha. A cambio de ocupar el terreno público
del final de Huertas, la orden donaba los dos extremos de su propiedad
originaria, que se ven sombreados en el dibujo y que efectivamente correspondían en superficie al trozo de calle tomado. El plan no era tan desca-
13
bellado, pues a esas alturas las calles de Huertas y Prado casi confluían y el
cerrar una solo significaba un pequeño desvío para tomar la otra, desvío
facilitado gracias a las cesiones de terreno que se hacían. No creo que haya
que buscar precedentes para el intento de los Oratonianos, pero podríamos recordar que una propuesta no muy diferente se hizo en la casa romana cuando se incorporaron los terrenos del nuevo oratorio a la iglesia
de la Vallicella.
Resumiendo, si tuviéramos que rotular el nombre de las calles que limitan el proyecto de José Pérez nos encontraríamos, abajo, con Atocha,
donde abriría sus puertas principales el nuevo templo. Junto a él se dilataría una pequeña plazuela, para dar más espacio al frente de San Sebastián,
en la que luego se llamará calle del Viento. Allí la nueva casa de San Felipe
tendría un acceso que conduciría directamente a la panda sur del claustro.
Arriba se ampliaría la embocadura de la calle del Prado, para hacer más fácil el tránsito desde Huertas, abriéndose una segunda entrada a las dependencias conventuales. Por último, el trozo cedido al extremo de la manzana permitía ampliar la plaza del Ángel, abriendo un pequeño trozo de fachada que se continuaba luego en una medianería recta correspondiente al
linde que separaba la casa n.º 4 del resto de propiedades de la manzana 234.
El proyecto de José Pérez planteaba la entrada a la iglesia retranqueada
respecto a la línea de la calle, dejando ante ella una pequeña lonja. La forma
cóncava de este espacio es muy original. Quizás solo implicara a los cuerpos bajos y luego la fachada se levantara exenta, pero el dibujo invita a suponer que más bien se cerrara arriba arropando con su concavidad toda la
fachada, en una solución parecida a la que Bort había dado para la catedral
de Murcia, edificio que Pérez, de origen murciano y que unos años antes
había dirigido en aquella ciudad las obras de la iglesia de San Nicolás de
Bari, conocía perfectamente. Pasada la lonja, y tras atravesar un amplio zaguán, se accedería a la iglesia de planta ligeramente elíptica, inscrita en un
octógono algo deformado. Tres capillas iguales se abren en las caras de los
ejes, mientras las diagonales se resuelven con nichos planos y altares, excepto una que comunica con las dependencias del convento. La cúpula
pasa de los 20 m en el eje mayor, lo que no parece inquietar demasiado al
arquitecto que no prevé ningún tipo de contrafuerte o estribos, pareciendo
confiar su estabilidad al propio grosor de los muros del octógono. Detrás
de la iglesia un patio cuadrado organiza las dependencias conventuales,
con una amplia escalera de tres tiros ocupando buena parte de su panda
oriental. La arquitectura del convento es precisa, clara y ordenada. Vale la
pena comparar la propuesta de Pérez con la que al año siguiente presentará
Ventura Rodríguez para el convento de Agustinos Misioneros de Valladolid. Porque, partiendo de elementos muy parecidos, refleja bien la distancia
que media entre los dos arquitectos formados a la sombra del gran Juvarra.
Y, en ese sentido, una última observación a propósito del proyecto de
José Pérez. Pérez había sustituido en 1747 a Fausto Manso —el cuñado de
Pedro de Ribera— en su cargo de teniente de maestro mayor de las obras
de la Villa. Tres años antes había concurrido junto con Ventura Rodríguez
a la vacante dejada por Francisco Ruiz como profesor de Arquitectura en la
Academia. Pero, examinados los méritos, la Junta decidió el 18 de marzo de
1745 rechazar a ambos pretendientes, considerando que las obras que habían presentado no merecían «una total aprobación» (Bédat 1989). Acababa entonces Pérez de terminar la iglesia de Murcia, promovida por Diego
Mateo Zapata, médico y filósofo, personaje heterodoxo pero muy influyente entre determinados círculos intelectuales de la corte. Con apoyos
contaba desde luego José Pérez, pues también cuando trató de acceder a la
plaza vacante en el Ayuntamiento encontró la oposición frontal de Sacchetti, que, como maestro mayor, debía informar los expedientes. No era
buena la relación entre ellos, habida cuenta de que a pesar del trabajo realizado junto a Juvarra, Sacchetti no quiso contar con Pérez en el proyecto del
14
Palacio Nuevo. Y la oposición de Sacchetti se sumó a la de la poderosa cofradía gremial de la Hermandad de Nuestra Señora de Belén, que llegó a llevar su nombramiento ante el Consejo de Castilla. Mas, a pesar de ello, la Villa le concedió el cargo, que José Pérez juró el 19 de febrero de 1748. Pocos
son los registros que quedan de su actividad. Al año siguiente de firmar el
proyecto de los Oratonianos, en abril de 1759, solicitaba licencia para
construir una tapia desde los edificios inmediatos al Pósito hasta los registros de la Puerta de Alcalá, por orden de la Junta de Abastos. Y tres años
después construía unas casas de su propiedad en la calle de Hortaleza
(González Serrano 2001). De ahí que el proyecto de San Felipe Neri constituya un dato valiosísimo para seguir su carrera, pues permite relacionarlo
con una orden tan poderosa como influyente. Este era un encargo de mucho prestigio, y que el nombre de Pérez vaya asociado a él habla de la consideración en la que se le tenía. Pero su proyecto acabó por no realizarse.
Tal vez era muy ambicioso, tal vez las reformas urbanas que implicaba resultaran inadmisibles. De todas maneras los Oratonianos necesitaban otra
casa y hubieran terminado por construirla, aunque no llegó a ser necesario,
pues la expulsión en 1767 de los Jesuitas puso en sus manos la Casa Profesa
cuya iglesia, levantada a principios del siglo XVII, era tenida por una de las
mejores de Madrid. La situación entonces cambió radicalmente y los edificios de la antigua manzana 222 se demolieron, no para reedificarse, sino
para dejar lugar a la nueva plaza del Ángel. El Plano topográfico levantado en
1769 por Antonio Espinosa de los Monteros, el más exacto que se había dibujado hasta entonces de la ciudad, pues se realizó partiendo de los datos
y las mediciones de la Planimetría, todavía dibuja la manzana del oratorio,
larga y estrecha, entre Prado y Huertas. Pero en el Plano geométrico de Tomás
López, realizado en 1785, su perfil ha desaparecido para dejar paso al vacío
de la plaza. [JMB]
15
Descargar