8 la fe en el evangelio según san juan

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8 LA FE EN EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
Oración (una oración de escucha)
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame al cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.
No te desesperes, no me dirijas una oración agitada,
como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.
Cierra los ojos del alma y dime con calma: "JESÚS YO CONFIO EN TI".
Evita las preocupaciones angustiosas y los pensamientos
sobre lo que puede suceder después.
No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas.
Déjame ser DIOS y actuar con libertad.
Entrégate confiadamente a mi.
Reposa en mi y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente "JESÚS YO CONFIO EN TI".
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas
y querer resolver las cosas a tu manera.
Cuando me dices "JESÚS YO CONFIO EN TI",
no seas como el paciente que le dice al médico que lo cure,
pero le sugiere el modo de hacerlo.
Déjate llevar con mis brazos divinos, no tengas miedo, yo te amo.
Reflexión
Antes de adentrarnos en la reflexión puede ser interesante señalar algunas curiosidades estadísticas. El vocabulario de
la fe es abundante en el evangelio según san Juan. El verbo creer (PISTEÚEIN) aparece 98 veces; pero no aparece en
griego ni una sola vez el sustantivo fe (PISTIS). El adjetivo creyente y su contrapuesto incrédulo ( PISTÓS y APISTÓS) sólo
se encuentran en Jn 20, 27.
Dentro de esta perspectiva es muy instructivo ver cómo el evangelista construye gramaticalmente el verbo, si nos
atenemos al griego. Creer a (19 veces): a Jesús, al Hijo, al Padre, a la Escritura, a Moisés, a los profetas, a las obras. Esta
construcción pone de relieve el aspecto de confianza que implica la fe. La confianza es parte integrante de la fe. Ni es
un añadido ni algo previo, se halla siempre presente en el acto de creer. Creer que (12 veces): que Jesús es el Santo de
Dios, el Cristo, el Hijo de Dios, el enviado del Padre… La fe incluye siempre un contenido. La fe no es una simple actitud
subjetiva. Tiene un contenido y éste determina el hecho de creer, como sucede en las 33 veces que se usa creer en
sentido absoluto, sin complemento. La fe está determinada por el contenido. Creer en (36 veces): Esto supone un
movimiento de adhesión a la persona del Señor, de entrega a él y a su palabra con plena confianza. Es salir de sí para ir
existencialmente al encuentro del Señor. Creer en el nombre de (3 veces): es como una síntesis. Supone la adhesión
confiada a la persona de Jesús para aceptarla y vivir de acuerdo con lo que significa su nombre. Si a esto añadimos que
el verbo creer se usa en paralelo con expresiones como «venir a» Jesús, «acoger» o «seguir» (cf. Jn 6, 35; 10, 25-27), se
comprende con facilidad la importancia de la fe para el evangelista. El verbo creer lleva consigo ponerse en camino
hacia la vida, la luz, la verdad y la libertad que se encuentra en Cristo Jesús.
Juan escribe su evangelio para que los hombres creamos en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Bienaventurados son los
que creen sin haber visto. Los que crean en Jesús tendrán vida en su nombre (cf. Jn 20, 29-31). La fe para Juan es el
principio y el corazón mismo de la vida cristiana. Creer en el que Dios ha enviado es la obra del propio Dios (cf. Jn 6,
29.40). El que crea de verdad en Jesús será salvo (cf. Jn 3, 16-18) y el Espíritu le será dado (cf. Jn 7, 37-39). Realmente es
dichoso el que cree en Jesús, el Hijo venido a unir el cielo y la tierra. En el «acto de fe» confluye una actividad muy rica:
reconocer, acoger, ver, escuchar, comprender, entrar en contacto personal, obedecer. Venir a la luz es realizar la
verdad (cf. Jn 3, 21). Y realizar la verdad significa iniciar un proceso por el que el hombre se esfuerza en ir hacia la fe y
acoger de forma existencial la verdad, que es Cristo. Esto supone dejarse trabajar por Dios, pues nadie puede ir a Jesús
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si el Padre no lo lleva (cf. Jn 6, 44). Pero al mismo tiempo, la fe da ojos nuevos, oídos nuevos y una sensibilidad nueva
para captar y vivir las cosas de Dios. La fe nos hace caminar en la luz de Dios.
Los signos y prodigios de Jesús como camino hacia la fe madura
Como en los evangelios sinópticos la fe tiene que ver también en el evangelio de Juan con los signos o prodigios de
Jesús. Pero la insistencia se desplaza. El cuarto evangelio presenta los portentos de Jesús como signos que conducen o
deberían conducir a la fe. Por ello quienes rechazan a Jesús después de haber visto el testimonio de sus obras se hacen
culpables. En las bodas de Caná Jesús realiza el primer signo y los discípulos creen en él (Jn 2, 1-12). La fe aparece así
como la respuesta al signo, sin que antes se haya hablado de la fe. La fe hace que los discípulos se pongan en camino
con Jesús. También Jn 2, 21-23 pone de manifiesto cómo los signos suscitan la fe, pero una fe imperfecta, pues Jesús no
se fía de ellos. «Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los
signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie
sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre». «De la gente, muchos creyeron en él y decían:
“cuando venga el Mesías, ¿acaso hará obras mayores que las que ha hecho este?» (Jn 7, 31)
En el relato de la curación del hijo de un oficial real (Jn 4, 46-549), el segundo de los signos, Jesús reprocha al centurión:
«Si no veis signos y prodigios no creéis». Pero luego añade el evangelista: «el hombre creyó en la palabra de Jesús y se
puso en camino». Así la fe es fiarse de la palabra de Jesús y avanzar de acuerdo con ella. Y más adelante concluye el
relato de esta forma significativa: «El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: “Tu
hijo vive”. Y creyó él con toda su familia». El signo ratifica, consolida y amplía la fe. El verbo creer en sentido absoluto
muestra que el hombre cree que Jesús es realmente el Mesías esperado, el Salvador del mundo, como acaban de
reconocerlo los samaritanos. En la misma dinámica se encuentra en el relato de la resurrección de Lázaro, se pide la fe
para que se vea el signo y el signo suscita la fe. La oración de Jesús ante la tumba lo expresa de forma magnífica: «Para
que crean que tú me has enviado» (cf. Jn 11, 35-44).
En los relatos de la curación del paralitico y del ciego de nacimiento, Jesús realiza el signo sin que sea realmente
conocido por ellos. Luego lo conocerán y se abrirán a la fe. No obstante los signos permanecen ambiguos, pues unos
creen y otros se niegan a creer. Su palabra es eficaz y actúa a favor del necesitado e indigente de salvación. Pero
muchos se niegan a acoger estas palabras y darles crédito. Razón por la que dice con toda claridad a los que se niegan a
creer en él y en su palabra: «Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados, pues si no creéis que “Yo soy”,
moriréis en vuestros pecados» (Jn 8, 24). El pecado está en negarse a creer en Jesús, a reconocerlo como el Hijo venido
en la carne.
Las obras de Jesús tienen, pues, como finalidad conducir a los hombres a creer en él como el Salvador, Mesías e Hijo de
Dios. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). La salvación no viene de las obras, sino de la fe en aquel que
realiza las obras de Dios, que Dios da testimonio de él. Por ello cuando los judíos le preguntan «qué han de hacer para
hacer las obras de Dios», Jesús responde con meridiana claridad: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha
enviado» (Jn 6, 29). No son las obras las que nos salvan, sino la adhesión vital a la persona del Enviado, del Salvador del
mundo, del Hijo venido en una carne semejante a la nuestra.
El ver y oír en relación con la fe
Los evangelistas no escriben con la preocupación propia del intelectual que trata de presentar los datos de una forma
organizada y coherente según una tesis determinada. Tampoco son historiadores según los criterios de hoy día. No
pretenden hacer una crónica, sino dar un testimonio de unos hechos y de su significación de acuerdo con la revelación
de Dios. Por ello podemos encontrarnos con textos en Juan que parecen contradecirse, pero que si los examinamos de
cerca muestran una gran coherencia: el camino de la fe no es uniforme para unos y otros. Lo importante, por tanto, es
ver la relación que el evangelista establece entre esos diferentes caminos.
En algunos relatos, la fe parece provenir del «ver». Se nos dice que vieron los signos y creyeron (cf. 11, 45; 20, 8.29). En
otros, por el contrario, la fe hace posible el ver (cf. 11, 40). En otros textos el ver y el creer se ponen en paralelo: ver al
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Hijo y creer en él se ponen al mismo nivel (6, 40). El ver y el creer se implican mutuamente. Y esta misma relación se
establece entre el creer y oír. Conviene notarlo: en la fe según el evangelio de san Juan se da siempre un elemento de
visión y un elemento de audición. Y estos elementos se van profundizando en la medida que los creyentes, animados
por el Espíritu, entran en comunión con Cristo el revelador del Padre.
Pero no se puede olvidar que el evangelista, por otra parte, insiste en la necesidad de decidirse, de optar y
comprometerse ante la persona de Jesús. Esta decisión por Jesús es la garantía de la vida eterna, quien cree ya posee la
vida eterna (3, 36). Para Juan, que no habla mucho de normas y conversión, la fe supone asumir un estilo de vida
conforme con la luz, esto es, de acuerdo con el seguimiento de Jesús en quien el creyente debe permanecer. La fe, por
tanto, exige una ruptura con el mundo, una verdadera liberación con relación al mundo, en cuanto éste es hostil a Dios.
Hay que estar en el mundo, pero sin ser del mundo.
La vida del creyente ha de estar fundada en la verdad y el amor. Conlleva un nuevo nacimiento, como lo recuerda el
encuentro de Jesús con Nicodemo (cf. Jn 3, 1ss), un renacer del agua y del Espíritu de la verdad y santidad. De hecho al
que cree se le da la posibilidad, el poder, de llegar a se hijo de Dios (Jn 1, 12). De ahí que el creyente viva y permanezca
en Cristo, como los sarmientos en la vid para producir un fruto bueno, abundante y duradero (cf. Jn 15). Quien cree
camina en la libertad y con una clara conciencia de victoria. Dada la importancia que tiene en san Juan el tema de la
filiación, el creyente participa ya de la vida misma de Dios, es lo que Pablo recalca con el tema de la nueva criatura. El
creyente ha de vivir como hijo de la luz. La vida eterna no es para mañana, el evangelista presenta esa vida como actual
ya en el creyente (3, 36; 5, 24; 6, 40.54). Esto no quiere decir que no exista una cierta tensión entre el presente y el
futuro hacia el que nos encaminamos; pero el evangelista subraya cómo el creyente en Jesús posee ya la vida eterna en
él como don y posibilidad a cultivar. El Espíritu Santo prolongará la obra salvadora y reveladora en los creyentes, en los
discípulos que han creído en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.
Fe y conocimiento
Para san Juan la fe y el conocimiento están intrínsecamente unidos. La fe, por lo general, precede y culmina en el
conocimiento. La confesión de fe de Pedro se expresa en estos términos: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios» (Jn 6, 69). Para Juan el conocer debe entenderse en la perspectiva bíblica: es un conocimiento vital e
implica una relación de comunión, de amor e intimidad con Dios por medio de Jesús, su Hijo y en el Espíritu Santo, que
él envía desde el Padre.
El conocer arranca de la visión y de la escucha en la fe. Conocer la verdad es conocer a Jesús y vivir en él. No se trata de
poseer la verdad, sino de dejarse poseer por la verdad, que es Cristo, en una relación de un auténtico diálogo de amor.
«Conocer es entrar en el mundo del amor», que se nos ha revelado en Jesucristo. Esta relación de amor exige del
creyente un darse sin condiciones al Salvador y Revelador, a Jesús. Por ello se trata de conocer a Jesús, el Enviado del
Padre, a fin de seguirlo y de vivir como auténticos hijos en el Espíritu de la verdad y de la libertad. La fe y el
conocimiento conducen al amor. La fe es el inicio. El amor y la comunión es la culminación de la vida del creyente.
Permanecer en la fe y el amor, permanecer en Cristo
La palabra permanecer es capital en el pensamiento del evangelista Juan. Es necesario responder con amor al amor.
Permanecer en el Verbo encarnado, en el Hijo es la garantía para llevar a cabo la verdadera vocación filial que se nos da
en la fe. Permanecer en la palabra de Jesús para ser sus discípulos (8, 31), esto es, dejar que su palabra nos transforme
y configure. La conversión del discípulo exige de este que se sepa unido a Cristo y que realice su vida en él. Permanecer
en Cristo es permanecer en sus palabras, amor, mandamientos, en el camino, la verdad y la vida. Esto supone cultivar
sin descanso el don de Dios, el diálogo con aquel que ha asumido nuestra carne para habituarnos a vivir en Dios.
Como lo expresa la imagen de la vid verdadera y los sarmientos, entre el discípulo y Jesucristo se da una verdadera
inmanencia. «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante;
porque sin mí no podéis hacer nada» (15, 5). Así se comprende que quien permanece en Cristo posea ya desde ahora la
vida eterna, pues él está en Cristo y Cristo en él.
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Qué obstaculiza la fe en Jesús, el Revelador y el Salvador
El evangelista Juan presenta a Jesús, ante todo, como el que Dios ha enviado al mundo como el Revelador y el Salvador.
En Jesús es Dios quien habla y actúa. Más el que ha visto a Jesús ha visto al Padre. Pero muchos se cierran y se niegan a
creer. Juan señala unos cuentos motivos de la incredulidad de aquellos que se presentan como personas
profundamente religiosas. No se trata de hacer una análisis exhaustivo, pero es interesante señalar algunos puntos.
Los que buscan la gloria y el aplauso de los hombres se incapacitan para acoger la persona y el mensaje de Jesús.
«¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No
penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si
creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en
mí?» (Jn 5, 44-47) Los oyentes de Jesús utilizaban las Escrituras para sus propios fines, buscaban la gloria de los
hombres. No podían aceptar a Jesús, pues cuestionaba sus vidas.
Las muchedumbres quisieron proclamar rey a Jesús. Lo buscaban porque habían comido hasta saciarse. Pero cuando
Jesús cuestiona su búsqueda y les plantea el camino de la fe con toda su crudeza, se echan para atrás. «Muchos de sus
discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”… Desde entonces, muchos
discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 60.69) Aquellos discípulos pretendieron avanzar
desde su razón religiosa y dejaron de seguir a Jesús. La fe es fiarse de manera incondicional de la palabra de Jesús:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios» (vv. 68-69). Quien busca servirse del poder de Dios y antepone su razón religiosa a la palabra de Jesús no
puede acceder a la fe.
Nicodemo, el honrado maestro de la ley, debió recorrer un largo camino para llegar a la fe. No entendía el testimonio
de Jesús y quería entender en lugar de entregarse a la palabra del Maestro venido de Dios (cf. Jn 3, 1-12). Hoy también
muchos siguen su razón en lugar de entregarse a la palabra proveniente de Dios. Prefieren su razón a la revelación.
Finalmente, el gran obstáculo para la fe se encuentra en la manera como Dios ha querido llevar la salvación de mundo a
través de la cruz de su Hijo (Jn 12, 20-50). Se aferran a la ley y la interpretación del Mesías político y triunfal en lugar de
abrirse al designio de Dios. En una palabra prefieren el camino triunfal de la religión al camino del Siervo.
Para la reflexión y oración
LA FE EN LA VIDA Y CARTAS DE SAN PABLO
Para comprender el sentido de la fe en Pablo, es necesario partir de su encuentro con el Resucitado en el
camino de Damasco. La salvación es gracia. En el centro de la vida y predicación del apóstol de los
gentiles se halla el misterio pascual. La justificación por la fe frente a la pretendida justificación por las
obras de la ley. La fe que actúa por amor.
Textos:
Hch 22, 1-21; Rom 1, 1-7; 10, 1-21; 1Cor 10-2, 5; Gal 2, 15-21; 3, 1-4, 7; 5, 1-12; Ef 2, 1-22
Cuestiones:
¿En qué consiste el paso a la fe para Pablo, hombre profundamente religioso?
¿Qué pone de relieve Pablo al hablar de la fe?
¿Cuál es el contenido de la fe que Pablo predica?
¿Cómo enriquece el apóstol el sentido de la fe?
¿Qué cuestiones te plantea la manera de hablar Pablo de la fe para el compromiso cristiano?
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