IL 4L6M DE MS - Hemeroteca Digital

Anuncio
Barcelona 1." de setiembre de 1861.
NAm. 46.
Tomo 111.
IL 4L6M DE MS
PERIÓDICO SEMANAL.
Gratis á los suscritores del DIABIO DB BABCBLONA.-Un número suelto un real.
La pólvora ! dijeron los truhanes. (Pág. 360, col. 2.)
SUMARIO.
Bl capitán 1.a Cbesnaye
por ErnesUj Capeudu.
F ó r m u l a s t Contra las escrófulas.
EL CAPITÁN LA CHESNAYR
por Ernesto Capendii.
(CoDlinuacioD )
. X I .
LOS l l E C U a S O S B E
GIKABD.
Hemos dicho que acababan de aparecer en el
oriente los primeros rayos de la aurora ahuyentando las densas tinieblas de la noche, y que á la
furiosa tempestad principiaba á suceder una calma reparadora.
La orilla, el valle y el mar presentábanla profunda huella de la gran lucha que habían sostenido los airados elementos. Yeíanse desplomes re-
causadoTpor ¡la^tempestad, examinando con procientes, hendiduras violentamente practicadas,
piedras arrastradas por la tempestad, y en el va- • funda ansiedad las barcas que la tarde anterior
hablan retirado á la playa, y hasta las cuales haHe árboles desgajados ó arrancados deraiz, ramas
rotas, paredes destruidas, cabanas arruinadas, y ' bla llegado el mar á pesar de tan prudente precaución.
campos arrasados y cubiertos de lodo.
A la izquierda de la aldea , dando la espalda
La luz tímida é indecisa que lanzaban en orienal mar, se alzaba á la entrada de la carretera de
te algunas listas rojas, destacándose como largas
Fecamp una casita de apariencia mas sólida que
y estrechas cintas de un cielo amarillento, comlas cabanas de los pescadores.
batido aun por las últimas y tenaces sombras de
Esta casita, aislada del grupo de las demás
la noche, la pálida aurora luchando con las posmoradas y separada de ellas por una distancia de
treras ráfagas de las estrellas, iluminaba aquel
lamentable cuadro de una desolación sin igual.
I algunos centenares de metros, estaba cercada de
Las aves, aterradas por la tempestad que huia
una pared de piedra seca, que abarcaba al mismo
i rencorosa, no se atrevían á saludar con sus aletiempo un patio bastante espacioso y un huerto.
' gres cantos la aparición de la claridad y la calma,
Hacia algunos meses que esta casa se hallaba
i y únicamente bandadas de gaviotas pasaban rádesierta y parecia abandonada. Aunque habla circulado por el pais el rumor de que la había adpidas por los valles movibles formados entre dos
olas, repitiendo con las ondulaciones de su vuelo ; quirido recienternente un noble de la corte el
los movimientos caprichosamente majestuosos de ! propietario no habla hecho aun ni la mas breve
visita á su finca.
j las verdosas aguas del mar.
Sin embargo, en la mañana en que tenían lui
E n Etretat empezaban á abrirse las ventanas y ¡
i las puertas de las cabanas, y los pescadores se i gar los acontecimientos que vamos relatando, si
' dirigian á la playa para cerciorarse del estrago I los pescadores hubiesen estado menos ocupados
3G2
en la playa, habrían podido advertir que la casa desierta estaba ocupada por algunas personas.
En efecto, durante las últimas Doras de la noclie brillaba una viva claridad en las ventanas, y
desde los primeros instantes del dia podia oirse
el relincho quejumbroso de los caballos pidiendo
su pienso.
Al través de las tablas mal unidas de la puerta,
que sin embargo estaba cuidadosamente cerrada,
hubieran podido verse cuatro hermosos caballos
españoles atados debajo de un cobertizo en los
anillos fijos en la pared.
Después de algunos relinchos repetidos de los
animales deseosos de su desayuno, la puerta de
la casa que comunicaba con el patio donde estaba
el cobertizo se abrió de par en par y dejó pasar
un hombre llevando sobre los hombros un saco
de respetable peso.
Este hombre, vestido con un traje completo de
pescador, dejó el saco en el suelo, se acercó al
podebrc y repartió la cebada con una destreza digna del mas hábil caballerizo.
Los cuatro caballos inclinaron entonces la cabeza , y el ruido de sus vigorosas mandíbulas moliendo activamente el grano formó un concierto
de completo y monótono compás.
El hombre dejó el saco en un rincón y se volvió hacia la casa, en la cual entró empujando
tras sí la puerta
La oscuridad que reinaba aun en el interior, y
que la naciente aurora no había podido hacer desaparecer del todo, no permitía examinar círcunstMUciadamente el aposento de pequeña dimensión
donde acababa de penetrar el pescador que tan
bien había desempeñado el cargo de caballerizo.
El aposento estaba al parecer sencillamente
amueblado. El pescador lo recorrió diagonalmente y abrió una puerta que comunicaba con un
aposento inmediato , el cual estaba brillantemente alumbrado por dos candelabros cargados de
velas de cera y además por un gran fuego encendido en la chimenea.
Se hallaba alli en pié y con la cabeza descubierta un joven cuyo rostro altivo, inteligente y
gracioso iluminaban los candelabros y el fuego,
y se podia reconocer en él á> primera vista al barón Marcos de Grandair.
— Í D C dónde venís, Gifaudl preguntó al hombre que acababa de entrar
—De dar un pienso á los caballos, señor barón , responjlió el ex-arquero del prebostazgo de
Rúan. Tal vez los necesitaremos durante el dia y
era preciso darles fuerzas.
—Tenéis razón.
Giraud miró la chimenea y dijo:
— i Cómo! i Aun no está todo pronto?
—Nó, respondió bruscamente Marcos.
— I Por qué?
—Porque me repugna lo que me proponéis.
Giraud se encogió de .hombros.
— ¡No soy verdugo! añadió el barón.
— ¡Y lá venganza! iNo la comprendéis acaso 1
preguntó el arquero con expresión de feroz ironía.
— Sí, respondió vivamente Marcos. Ponedme
frente á frente de un hombre armado. y libre de
defender su vida, y entonces heriré y no tendré
compasión... pero atormentar á una mujer...
martirizará un hombre con las manos atadas. .
eso no puedo hacerlo.
—En ese caso, repuso fríamente Giraud, conozco que no habéis padecido nunca. Comprendo
el sentimiento que os domina, señor barón, y en
otro tiempo hubiera cedido como vos á ese sentimiento generoso. Vos tenéis aun corazón... pero
yo iio le tengo ya! Han arrancado tan bien de mí
pecho aquel corazón que en él latía en otro tiempo tan generosamente, que en la actualidad solo
hay un vacio en el sitio que ocupaba. No queréis
ser verdugo, yo lo seré por vos. i ftijé me importa el odioso nombre que me den con tal que se
cumpla mi venganza! iNo es preciso que devuelva en algunas horas de dolor y de angustia todo
lo que he sufrido durante tantos años!
Y mientras hablaba así, Giraud se quitó el capote de pescador que llevaba sobre su traje, se
arrancó las largas botas que le cubrían las pieriias y le llegaban hasta encima de la rodilla, y
viendo una pesada mesa de encina colocada j u n to a la pared, la cogió con sus brazos i obustos y
la arrastró hasta el centro del aposento.
Puso después sobre la mesa largos clavos de
punta aguda y cabeza ancha, redonda y plana,
un martillo de hierro y cuatro correas de cuero
guarnecidas de sólidas hebillas. Abrió entonces
EL ÁLBUM
un almario, y sacó dos pares de enormes tenazas,
pasándola por uno de los pies de la mesa, atrajo
dos tallos de acero, dos pedazos de hierro en forhacia sí la pierna izquierda de Bernardo que ató
ma de cuñas y unas largas pinzas. Arrojó las tepor encima del tobillo.
nazas, los tallos de acero y las cuñas de hierro en
Cortó entonces los lazos que unían los dos
medio del fuego de la chimenea y colocó á un la-r
miembros inferiores del bandido, y ató la pierna
do las pinzas.
*
derecha al otro pié de la mesa. Después ató del
E n uno de los ángulos del aposento había un
mismo modo los brazos.
tonel vacío que indudablemente sirviera para conBernardo había recobrado el conocimiento y restener cerveza. Giraud cogió un hacha que penpiraba con fuerza como quien acaba de estar lardía de la pared, se acercó al tonel, y de un golgo tiempo privado de aire vital.
pe violento hizo saltar por el aposento las dueMarcos contemplaba la operación de Giraud con
las medio rotas y los aros que se esparcieron danrepugnancia; en tanto que de minuto en mi-.,
do saltos en todas direcciones.
ñuto iluminaban la fisonomía del arquero los reEligió seis duelas de una misma elevación y
flejos mas feroces.
anchura y las puso sobre la mesa al lado de las
—Ya tengo el primer hilo de esta odiosa macorreas.
quinación, murmuró, y lo voy á desembrollar
—Ya estS todo dispuesto, dijo. Ahora es prehasta el fin. He dado el primer paso en el camiciso activar el fuego.
no de la venganza, y no me pararé hasta conseguir mi objeto
Y pasando al primer aposento, volvió casi al
' Y volviéndose hacia Bernardo añadió con expreinstante con un brazado de leña seca que arrojó
sión siniestra:
á la chimenea.
Marcos presenciaba estos preparativos sin pro— i Oh! vas á padecer!. . •.
nunciar unU palabra; y con el entrecejo fruncido
El barón apartó la mirada del paciente, y Giy la frente pálida, parecía presa de un malestar
raud se inclinó, cogió las pinzas y con ellas sacó
que abrumaba á la vez su alma y su cuerpo. Se
del fuego una de las tenazas candentes.
acercó á la ventana, y abriéndola, se apoyó en
—Escucha , dijo acercándose á Bernardo ; tú
la piedra que formaba un reborde, bañando de
formas parte de la partida" de La Chesnaye, y vas
este modo su frente en las frescas brisas de la
á revelarnos á este caballero y á mí todos los semañana; pero la intención evidente del joven no
cretos que posees. H e oído ésta noche antes de
era tanto la de desahogar sus pulmones hacienapoderarme de tí la conversación que has tenido
do circular el aire puro en su pecho, como la de
con aquel que bajó á las grutas, y vas á explievitarse el espectáculo de los extraños preparaticarnos ahora la significación de vuestras palabras.
vos de Giraud.
Vas á responderme en fin á todas mis preguntas,
y de lo contrario, padecerás todo lo que ha inEste se ocupaba por el contrario en terminarventado el arte del tormento.. H e sido arquero
los con una calma y una sangre fria que indicadel prebostazgo de R ú a n , he visto trabajar mas
ban una firme decisión.
de una vez al verdugo de la ciudad, y sé cómo
—Ya está todo dispuesto, repiti(í dirigiéndose
se hace abrir la boca á los que se niegan á haal barón. Vamos á,dar principio á nuestra obia.
blar. Reflexiona p u e s , y prepárate. Voy á prinj Queréis ayudarme á traer aquí los presos!
cipiar mi interrogatorio.
Marcos se estremeció.
—¡No la mujer! dijo
Bernardo escuchó impasible.
Giraud le miró fijamente.
— (.Formas parte de la partida de La Chesnay e ! preguntó Giraud.
—Y sin embargo es una infame, respondió.
—Si, respondió Bernardo.
—Sí, pero es mujer.
— ¿Cuánto tiempo hace!
Giraud se sonrió como si le compadeciese.
— Sois joven, señor barón, dijo, y jamás habéis
— Siete años.
amado ni habéis sentido loa efectos de los celos.
—{(Conoces al que se hace llamar conde de
—Será posible, pero os repito que no podré
Bernac!
ver atormentar á una mujer indefensa.
-Sí.
—Cazáis bien sin embargo y matáis de un tiro
—(Le has visto !
de arcabuz una corza inocente sin sentir el menor
— Algunas veces.
remordimiento. Si encontrarais una loba rabiosa
— I Qué relaciones existen entre él y La Chesi vacilaríais en matarla!
naye!
-Nó.
—No lo sé
—Pues bien, j á qué viene ahora esa compa—Responde ! dijo Giraud con voz imperiosa.
sión por una mujer mil veces mas peligrosa que
—No lo sé... repitió Bernardo.
una fiera!
Giraud abrió las tenazas con auxilio de las pin—Os digo que es una mujer, y no quiero prinzas y mordió con ellas la mano derecha del bancipiar por ella
dido. Bernardo exhaló un rugido de dolor.
—Bien; sea el hombre el primero.
—¡Responde! volvió á decir Giraud.
Y volviendo después de haber dado algunos
—No lo s é , balbuceó Bernardo.
pasos, añadió:
—Es preciso que lo sepas!
—{Quién diría al oíros que hace apenas media
Marcos, que se había acercado, sitó el puñal
hora habéis peleado con tanto arrojo y habéis dasobre el paciente.
do muerte á dos hombres cuyos cadáveres están
-^Habla Ó vas á morir!
en la pla^ra para atestiguar vuestro valor! Respe—No le matéis, seiSór barón¿ exclaínó Giraud
to empero el sentimiento que os impulsa á hablar
desviando el brazo- amenazador-del noble, dejádasí; principiemos pues por el hombre que cacé y
melo por mi cuenta, ó de lo contrario no sabréis
que vos habéis pescado en el momento en que os
nada. No os impacientéis; este hombre va á hale enviaba por el camino mas corto. Pero os adblar , y lo que no podrá decimos, nos lo revelará
vierto que después del hombre le tocará el turno
esa mujer que llaman Catalina... ¡ E a ! ya ves en
á la mujer... Confio en que la primera (operación
qué manos has caído; responde sin rodeos.
os dará valor.
- R e p i t o que nada s é , dijo Vivamente Bernaido; os lo 'Juro, no sé mas que lo que C a m a Y sin esperar la respuesta del barón, Giraud
león me ha dicho esta noche.
se dirigió á una puerta de cristales que se abria
i Quién es Camaleón!
al lado de la chimenea, y estuvo ausente durante
algunos minutos, para volver á entrar llevando
—El que roe acompañaba á las grutas.
en hombros el cuerpo de un hombre que tema las
— ¡ E n dónde están esas grutas! preguntó Marpiernas y los brazos sólidamente atados.
cos
Puso el cuerpo sobre la mesa de encina, sacó
—En la orilla escarpada del mar.
el cuchillo que llevaba al cinto, cortó el nudo del
— i E n qué sitio!
pedazo de lienzo que formaba como una mordaza
— Lo sabéis muy bien, señor, porque vuestra
en derredor de la cabeza del preso, y apareció el
barca estaba debajo de la entrada.
rostro de Bernardo.
— {Solo tienen una entrada esas grutas!
E l bandido estaba sin duda desmayado, porque
—No mas.
no abrió los ojos.
—{Aquella por donde penetró el que llamas
Giraud cerró la puerta de cristales que había
Camaleón!
.
dejado abierta, y cogiendo después un cántaro de
—Sí.
agua fresca que había en el suelo, lo vació en el
— {Juras qu(f no se puede entrar en ellas por
rostro de Bernardo.
otra parte!
El bandido se estremeció y abrió los ojos al
—Lo juro.
momento
— {Cuántos hombres pueden contener!
Giraud, continuándola operación con l a m a s
—De cuatrocientos á quinientos.
imperturbable sangre fría, tomó una correa, y
—{Y están llenas en la actualidad!
DE LAS FAMILIAS.
—No \ó creo.
— i Quién es el hombre que salid después de tí
al frente de una partida numerosa ? preguntó Giraud.
—No lo sé... porque no le he visto.
<
—Es verdad , dijo el arquero bajando la cabeza.
— ¿Cuándo saliste de las grutas! preguntó Marcos
—Ayer por la mañana
—¡A quién dejaste allil
—No lo sé.
—Responde!
—No lo Sé...
— ¡Vive Dios! exclamó el barón con ira, ya es
de dia, y pasa el tiempo sin que nada sepamos.
— Ya veis, señor barón, que es preciso echar
mano de mis recursos, dijo Giraud con acento de
triunfo. Dejadlo por mi cuenta, y este hombre
va á charlar mas que una tabernera de buen humor.
•
'
—Haced lo que os p'azca, dijo Marcos retrocediendo. ."
Giraud aflojó una de las correas que sujetaban
las piernas, y tomando rápidamente dos ó tres
duelas que habia puesto sobre la mesa. Jas colocó
en torno de la rodilla y las asegu^1 sólidamente
con una cuerda que arrolló en todas direcciones
con maravillosa destreza.
Bernardo trataba de luchar, gritaba y arrojaba
espuma de rabia, pero esta furia era impotente
en sus esfuerzos y causaba una risa irónica al arquero.
Este arrojó las ten««as, se inclinó hacia el fuego , buscó durante algunos momentos en medio
de los tizones que esparció con sus gigantescas
pinzas , y cogió una cuña de hierro que estaba
candente y roja como una ascua.
Habia una abertura entre una ie las duelas y
la rodilla, y Giraud aplicó alli lá cuña candente.'
Bernardo lanzó un grito de dolor, y su cuerpo se
re'orci<5 con tal fuerza que crujió la mesa.
Giraud tomó el pesado martillo que estaba al
alcance de su mano, y con un golpe vigoroso,hundió la cuña en las carnes quemándolas. E l
tormento llegó á ser tan dolooso que se ahogó su
voz en la garganta.
—Va á morir, dijo Marcos.
—Nó, respondió Giraud; siente el fuego, pero
nada mas Dentro de un instante hablará.
Se esparció por el aposento un olor nauseabundo , y el barón volvió otra vez el' rostro sin
poder contener una expresión de profunda repugnancia.
— i Hablarás ahora 1 preguntó Giraud.
Bernardo hizo un ademan afirmativo, y Giraud
sacó la cuña con las pinzas.
— i Cuánto padezco ! dijo Bernardo cuyo rostro
estaba lívido.
Marcos volvió á acercarse á la mesa.
,—(Estaba La Chesnaye en las gratas cuando
saliste 1 preguntó el baion.
—Nó, balbuceó el paciente.
—i Cuántos eran los que dejaste allí al salir!
—Unos cincuenta.
— i Quién m a s !
— E l tnaese. —I Quién 68 el maesel ,
—Un anciano á quien llaman así.
— ¡Un anciano 1 repitió Giraud. E l que he visto esta noche! i Quién es ese hombre!
—El padre del capitán,
—ISe llama también La Chesnaye!
—Sí.
.
Marcos se pasó la mano por la frente bañada
en sudor.
—I Qué edad tiene ese anciano! preguntó vivamente. .
—No podria decirlo... dijo Bernardo. Tal vez
tiene sesenta años.;, le suponen ciento... y hay
quien asegura que no puede morir. Pero por favor... por compasión, no me atormentéis La herida_ que me habéis hecho me causa todos los tormentos del infierno...
—Piensa en los que tú y los tuyos habéis martirizado, dijo Giraud.
— ¡ O h ! el dolor me despedaza... No puedo
mas... n o . . . v«o...
E l rostro de Bernardo se trocó de lívido en verdoso. Giraud, obedeciendo á u n ademan de Marcos, tomó una vasija llena- de aceite y vertió una
parte sobre la herida. Este calmante produjo un
efecto casi instantáneo, y Bernardo exhaló un suspiro de alivio.
—jSabeB quién fué en otro tiempo ese anciano
de quien hablas! prosiguió el barón cogiendo uno
de los brazos del preso.
—Dicen , respondió Bernardo reuniendo sus
fuerzas, dicen que en otro tiempo estaba al frente de una partida temible y conocida en toda la
Francia.
— ¡ O h ! exclamó Marcos, principio á comprender y Van Helmont no me engañaba! Madre
mia. . padre mió, os vengará ! •
—Sí, s í , añadió Giraud, venganza, venganza
para todos!
— Encontraremos á eso anciano aunque tengamos.que ir á buscarlo al fondo del abismo , dijo
Marcos.
Y añadió volviéndose hacia Bernardo:
—i Quién estaba además en las grutas con ese
hombre!
—Dos mujeres.
—i Jóvenes!
- -Si.
—(Diana y Aldah! _ •
—Creo que así las llamaban.
•—¡Oh! exclamó Marcos. Está visto que Difs
nos protege i
- A h o r a , añadió Giraud, vas á revelarnos t i s
intenciones y las do Camaleón de que solo he podido sorprender una parte.
Bernardo se estremeció creyendo que Giraud aspiraba 6. los tesoros de las grutas. El bandido había entregado el secreto de las pei'sonas; pero no
pedia resolverse á revelar el del oro. Animado de
una vaga esperanza, pensaba que se libertaria
tal vez algún dia de las manos que tan vigorosamente le sujetaban, y se decia que no haciendo
traición á los proyectos de Camaleón, este- le daría parte del poder que le habia prometido. Así
pues, cuando oyó la pregunta de Giraud, hizo un
e^uerzo dé energía y de paciencia'para resistir á
los tormentos que le amenazaban.
— Nada diré, respondió con voz sorda. '
Giraud lanzó mi grito ronco.
— Revela ciiailto sabes, dijo con tono aratmazador
Beinardo no respondió.
— ¡Habla! grito el arquero.
Bernardo le lanzó una mirada de reto. Giratd
se volvió de un salto, cogió las pinzas y b u s c ó m
el fuego otra cuña de hierro candente.
La fisonomía del paciente se contrajo de un
modo horrible, pero no se desplegaron sus labios.
Giraud acercaba la cuña fatal, cuando se oyó
en el exterior rumor de pasos, y Marcos corrió á
la ventana
Tres ginetes se dirigían á galope hacia la casa
aislada.
— i Van Helmont! exclamó el barón.
— I Qué sucede! preguntó Giraud interrumpiendo el tormento.
La puerta se abrió al mismo tiempo, y entró
e n e ! aposento Van Helmont seguido del caballero de La Guiche y del marqués d'Herbaut. Los
tres estaban mojados,y salpicados de lodo como si
hubiesen corrido toda la noche cuando la tempestad estallaba con todo su furor.
—¡Han vuelto á prender á La Chesnaye! dijo
el sabio
— ¡ E l ! exclamó Marcos.
—Si, y su prisión se debe á los esfuerzos del
preboste de París, añadió La Guiche.
—Y á las indicaciones mas exactas dadas por
el conde de !Bernac,,dijo d'Herbaut.
— ¡Por el conde de Bemacl exclamó Marcos.
—Sí, por el conde de Bernac, dijo Van Helmont, por el que ha robado al menos ese título
ilustre. H a sacrificado á uno de sus hermanos...
porque son tres Por fin he averiguado la verdad.
Animo; hijo mío; vamos á conseguir nuestro objeto.
Pero no lo sabéis aun todo, dijo el barón tomando las manos del sabio; hay otro...
—Lo sé.
Un anciano...
—Le conozco.
Que se llama también L a Chesnaye.
—Ese es el que asesi-nó á tus padres, Marcos.
—¡ O h ! sé dónde le hallaré ahora, dijo el j o ven.
— i E n dónde! preguntó La Guiche.
- E n las grutas de Etretat, y allí están Diuia
y Aldah.
—¡Aldah... bija m i a ! exclamó Van Helmont..
iQuién te ha dicho!...
—Ese hombre, dijo Marcos designando i Bernardo. ,
565
— iQuién es ese hombre! preguntó Van Helmont.
—Uno de los de la cuadrilla de La Chesnaye
que he sorprendido esta noche, respondió vivamente Giraud. ¡ A h ! hemos trabajado sin descanso. Mientras el señor barón arrostraba !a tempestad en el mar para sorprender los secretos do
nuestros enemigos, yo vigilaba en la playa, y tenemos en nuestro poder esta buena pieza que sabe muchas cosas y una mujer que sabe muchas
mas.
—(Qué mujer! preguntó Van Helmont.
— (Qué mujer! repitió Giraud cuya fisonomía
expresaba una alegría salvaje. L a querida do La
Chesnaye, la baronesa Catalina, J u a n a en íin,
la sobrina del jardinero de B u a n , mi novia antigua, la causa de todos mis males y todos mis dolores. Está allí!,
Y Giraud designó con el ademan la puerta de
cristales por donde habia ido á buscar á Bernardo.
—Y sabemos ahora, añadió , el secreto d« las
grutas.
— ¡A caballo! ¡á las grutas ! gritó Van Holmont haciendo un movimiento para partir.
Giraud le contuvo con fuerza por un brazo.
—Esperad, señor, le dijo; jno es forzoso que
antes de partir arranquemos á este hombre y á
esa mujer los secretos que poseen! ¡ O h ! veréis
cómo les haremos hablar.
—Pero ¡y Aldah! i y Diana! Cuando La Chesnaye sepa la prisión de uno de sus hijos, las matará.
—Mas i sabéis acaso si vals á caer en un lazo! iPor qué ha entregado á La Chesnaye el quí
ha tomado el nombre de conde de Bernao? Decís que ese hombre es uno de sus hermanos..
— S í , dijo Van Helmont interrumpiéndole. Son
tres; estoy seguro, porque esta noche he sorprendido su conversación, y he visto y oído á los
tres.
—Puiís ipor qué ha entregado á La Chesnaye!
—No lo sé aun .. debe haber en esto alguna
nueva maquinación.
—Ya veis que es forzoso que antes de partir
hagamos hablar á los que están en nuestro poder.
—Pero iy Aldah! i y Diana! Pueden morir en
tanto, Y si el anciano está aun en las grutas,
puede ser sorprendido, y su prisión es de la
mayor importancia.
—No obstante, es forzoso hacer hablar á este
hombre y á esa mujer.
—Pwes bien, dijo Marcos que hacia un instante estaba hablando en voz baja con La Guiche
y d'Herbaut, continué Giraud su obra. Qi e daos con él , Van Helmont, y ayudadle con vuestros consejos y vuestra experiencia. Yo intentaré
entre tanto un golpe de mano en el antro de La
Chesnaye. Dios nos protege, y triunfaremos'
—tQué haréis, Marcos, solo contra esa horda
de bandidos que indudablemente guardan las
grutas!
—No estará Marcos solo, se apresuró á decir
L a Guiche; d'Herbaut y yo le prestaremos nuestro brazo y nuestras espadas.
—Estamos prontos, añadió el marqués. Hace
nueve meses que somos los fieles compañeros del
barón de Grandair, y eso que no sabíamos hasta
hoy la historia de las desgracias de su infancia y
hasta ignorábamos realmente quién era. Le servíamos con toda nuestra amistad por sus prendas
personales; pero desde la confidencia qvie nos habéis hecho estamos prontos á dar nuestra vida en
prenda de nuestro afecto.
—Además, dijo también La Guiche, hemos sido, el juguete de un miserable bandido, é import a á nuestro honor personal que castiguemos al
que tan indignamente nos ha engañado.
—Mi mano está manchada con el contacto de
la suya, repuso d'Herbaut, y es preciso que se
purifique con la sangre de La Chesnaye.
—¡ A las grutas pues ! exclamó La Guiche.
—¡ A las grutas! dijo d'Herbaut.
—El tiempo apremia, apresurémonos ! añadió
Marcqs.
- P a r t i d pues, dijo Van Helmont, y si dentro
de una hora no estáis de regreso, iré yo también
con Giraud.
Los tres jóvenes f u e r o n del aposento.
Los caballos estaban dispuestos. Marcos nionló
el que acababa de dejar Van Helmont porque el
suyo no estaba ensillado y no habia comido aun
el pienso que le habia dado Giraud.
S6i
EL ÁLBUM
Ya veis que tuvistc'is una exculente idea al pntifvU's marcüs distintas. (P:ig, 365,
— ¡Marcos! dijo Van Helmont asomándose á la
ventana.
El barón levantó la c-abcza.
—{Tienes aun, preguntó el anciano, la caja y
el puñal ciue te entregué ayer noche í
—Si, respondió el barón.
—Parte pues, hijo mío, y Dios sea contigo.
Los tres caballos salieron del patio y partiei'on
á escape siguiendo la orilla del mar en dirección
á Fecamp.
Quedáronse solos Van Helmont y Giraud, Este
habia tomado la segunda cuña candente que le
había hecho dejar momentáneamente la repentina
llegada de Van Helmont y sus dos compañeros.
—Este hombre sabe sin duda menos que la
mujer de quien me has hablado, dijo vivamente
el sabio, y á quien debemos interrogar es á ella.
— ¡ A h ! vos me comprendéis, exclamó Giraud
arrojando la cuña que sacaba del fuego. Voy á
atar á este y á taparle la boca.
—Es inútil, dijo Van Helmont.
—Pero...
Van Helmont interrumpió á Giraud con un ademan, y acercándose al paciente, abrió una cajita
forrada de cordobán de color oscuro que acababa
de sacar del bolsillo. Esta caja contenia algunos
pomitos.
El sabio sacó uno, lo destapó, y poniendo la
mano derecha extendida sobte la boca de Bernardo para impedirle que no respirara sino por las
narices, le aplicó el pomo que tenia en la mano
izquierda.
Bernardo quiso oponerse á la aspiración del contenido del pomo, retorciéndose, volviendo la cabeza y hasta tratando de morder la mano que le
tapaba la boca, pero fueron vanos todos sus esfuerzos , y Van Helmont le obligó á respirar en la
abertura del pomo.
El efecto de esta aspiración fué instantáneo.
Bernardo palideció, sus facciones presentaron una
completa inmovilidad, perdieron su tirantez los
músculos, se cerraron sus ojos y pareció un cadáver.
—Desátale ahora y déjale libre, porque no se
despertará hasta que yo quiera, dijo friamente
Van Helmont volviendo á tapar el pomo y colocándolo en la preciosa caja.
Giraud habia presenciado este espectáculo sin
desplegar los labios, pero su mirada, al fijarse en
«1 sabio, expresó Id. admiración profunda que le
inspiraba el extraordinario poder de su compañero.
. Obedeciendo la orden que acababa de recibir,
desató las cuatro correas de cuero, pero Bernaidn
no se movió. Hubiérase dicho que era un cadáver si la elasticidad de las articulaciones no hubiera revelado la vida.
Giraud cogió en sus membrudos brazos al bandido y lo colocó sobre una silla.
^ j E n dónde está Catalina ó mas bien J u a n a !
preguntó Van Helmont.
Giraud fué á abrir la puerta con cristales y dijo:
^Aqui!
Van Helmont se dirigió á la puerta y vid en el
aposento cuyo interior designaba el ex-arquero
de Rúan una mujer tendida en una cama. Aquella mujer era la baronesa Catalina.
— i Cómo te has apoderado de ella t preguntó el
sabio.
—^Matando á dos hombres mientras el barón
mataba á otros dos, respondió Giraud.
— j E n dónde 1
—En la playa, cerca de aquí.
— i Cuándo]
—Hace apenas una hora, en el momento que
la aurora aparecía en el oriente.
—¿Sabias pues que debia hallarse en ese sitio!
—Sí. Por la conversación que sorprendí entre
ese hombre que acabáis de adormecer y el que
llaman Camaleón, supe que Juana debia hallarse
al amanecer en Etretat.
Van Helmont reflexionó algunos instantes.
—Antes de interrogar á esa miserable criatura,
dijo levantando la cabeza, es preciso que me
cuentes circunstanciadamente lo que recuerdas de
la conversación que has sorprendido.
—Me acuerdo de todo.
—Habla pues.
Giraud obedeció, y refirió con brevedad pero fielmente lo que habia presenciado cuando,
oculto detrás de los arbustos, acechó con extremada atención la mayor parte de los acontecimientos de la noche anterior, acontecimientos que
conocen nuestros lectores, y cuya narración seria
por consiguiente inútil.
— i Es decir que Camaleón y este iacian traición á La Chesnayeí dijo Van Helmont después
de escuchar el relato de Giraud.
—Al menos esta traición se desprendía claramente de sus palabras, respondió el arquero.
— iV volvii'i á bajar Camaleón á las gvutast
— Sí.
— i. Sin sospechar tu presencia!
Sin sospecharla.
— j, Y maese Eudo salió después al fi-ente de
hombres que no eran los truhanea cuya llegada
presenciaste!
— Es cierto,
— ¡Iba en busca de su hijo!
— Lo' supongo al menos.
" >
—Bien!
Reinó un largo intervalo de silencio. Van Helmont reflexionaba y Giraud esperaba.,
—Hubieras cometido un grave error matando
á este hombre, dijo por fin el sabio designando
con la mano á Bernardo que continuaba inerte y
adormecido ; esta traición puede sernos de suma
utilidad. No solamente es preciso que este hombre no muera, sino que no padezca mas , y que
despierte y quede en libertad. Será para nosotros
el sabueso que levantará la caza. Sin embargo y
ante todo debemos interrogar á Juana. Sus respuestas me probarán si son exactos mis nuevos
planes. Tómala, pues, y tráela á este aposento;
Giraud entró en el cuarto donde estaba Catalina con la boca tapada como Bernardo, pero no le
impedia respirar el lienzo que la sujetaba. Al pasar su brazo en torno del flexible talle y al estrechar contra su pecho aquel cuerpo tan gracioso,
Giraud sintió desfallecer sus fuerzas. Se acordaba de que habia amado con locura á aquella
mujer, y este amor habia conservado una parte
de su formidable poder para trasformarse en odio.
Van Helmont vio la frente del arquero inundada en sudor, y viéndole desfallecer, adivinó
lo que pasaba en su alma.
—¿Hallas acaso demasiado pesado , le preguntó
con voz irónica, el cuerpo de la hermosa querida
de uno de los hijos de La Chesnaye!
Giraud se irguíó, cogió á Catalina con fuerza y
la arrojó rudamente sobre la mesa.
Las palabras del sabio le habían hecho ruborizar de vergüenza y de ira.
—Estoy pronto á hacerla sufrir los tormentos
que me ha causado, dijo con voz ronca.
Se apartó , y Van Helmont se acercó á la j ó van que estaba inmóvil y fingiendo hábilmente un
profundo desmayo.
bE lAS
xn.
Hemos dojndo á macse Eudo solo en la casa
arruinada del bosque antes de amanecer y después que Reynold le reveló sus seci'etos y partió á las grutas.
El anciano permaneció
durante algunos momentos con la mirada fija en
la dirección ([ue habia tomado Reynold, se levantó con lentitud, dio algunos pasos por el aposento y volvió á sentarse
junto íi la chimenea.
— Grande es sin duda
su inteligenr'ia , muiiiiu.ró respondiendo en voz
baja á sus propios pensamientos ; su proyecto
es hábil, y ha sabido despi'Cnderse para ejecutarlo di; todas esas estúpidas
trabas que loiMnan las leyes sociales , pero su ambición es vulgar.
vul
I Oro!
honores!. .. , N c e d a d !
[vanas quimeras! \.\h\
j nadie es capaz de comprenderme , ayudarme y
serviiine!... ¡Qué insensatos son los tres! La discordia se desliza entre
ellos en el momento que
mas necesitaba sus servicios, i Es esta la recompensa que debia esperarme después de haberlos adoptado como hijos 1... ¡Mis hijos! añadió
después de un instante de
silencio. ¡Si Reynold supiera!...
Maese Eudo se interrumpió é inclinó su frente meditabunda,
—Pero no , no puede
saberlo, no lo sabiíx jamás ! repuso volviendo á
levantar la cabeza. Tanto
él como los demás ignorarán este seci'eto. ¿Quién
lo sabe! Ricardo y yo...
Pero Ricardo no hablará...
Maese Eudo aiiadió
La cuerda se
después de uiía nueva
pausa:
—Mi afán es mas noble, mas grandioso... descubrir los arcanos, el secreto de la inmortalidad.
Lo descubriré, aunque para conseguirlo tuviera
que emplear el medio de Synerio , la sangre virgen de mi propia hija.
— ¡Mi hija 1 repitió maese Eudo después de un
nuevo silencio. ¿Qué ha sido de ellaí ¿existe
aunl ¿será preciso que la busque en el fondo del
Asia! ¡ Oh! me faltan los años de porvenir...
I Cruelmente se vengó la Tsygana !
El anciano se levantó y recorrió con rapidez el
aposento como si le aguijara una vivísima emoción.
—^Y esos tres locos me abandonan en el momento'en que mas los necesitaba!... ¡Malditos
sean!
Maese Eudo se paró cerca de la abertura de la
cabana.
La tempestad principiaba á calmarse , y los primeros albores de la mañana brillaban débilmente
sobre los árboles del bosque.
Grandes nubarrones corrían hacia el mar , pero el viento habia cesado de pronto, y reinaba en
torno de la cabana medio arruinada el silencio que
precede siempre al instante en que despierta la
naturaleza.
El anciano con sus cabellos blancos que caian á
los lados hasta sus enjutas mejillas, su frente descubierta y reflejando los primeros rayos de la aurora, y el cuerpo abrigado con su holgado traje de
FAMÍUA^.
%m
celente idea al ponerles
marcas distintas.
— i Has preso tú á
Mercurio?
— Mi; he visto obligado á hacerlo. Llevaba cin• cuenta arqueros , y estábamos á las órdenes del
teniente criminal, del civil y de M. d'Aumont que
dirigía en persona la expedición,
— ¿Dónde han enconti'ado á Mercurio?
—En la parte oriental
del busque
— ¿ Quién habia dado
las indicaciones necesarias ]>ara prenderle?
— El preboste de Pa •
lis y los demífs creen quilas deben al conde de
Bcrnac , y no se pquiVDCiin , porque Reynold
fs el que ha hincho que
picndau á Mercurio Desdi; que este sali,> de F e caiiqj cuatro hombivs le
i'uerun sif^uienilo , y todos
estaban separados , ]}ero
(judian reunirse fácilmente. Avisado el preboste
salió un cuarto de hora
después que Mercurio y
le alcanzó en el bosque.
— i Y Humberto f
— Ha muerto , respondió Ricardo inclinando la
cabeza.
— ¿Quién le mató? pieguntó maese l'.udo
— Mercurio.
—;Cómo!
— De un pistoletazo.
En el mouiento que vimos á Mercuiio se hallaba fíente á frente de otro
hombre , el cual cayó
• con la cabeza traspasada
de una bala cuando llegamos. Estaba muerto y
desconocido cuando me
bajé para verle, pero por
el ti'aje y la estructura
del cueriio me pareció
Humberto, fi^ntonces hice
la señal convenida enti'e
Reynold y yo.
— ¡Muertol repitió maese Eudo. No mentía Reynold...
— Todo lo habia p r e rompió precipitando en el abismo á los truhanes. (Pág
visto , añadió el sargento.
color oscuro . adquiría en medio de aquella soleMaese Eudo dio con ''I pié en el suelo dando
dad una apariencia sobrenatural que realzaban su
muestras de viva impaciencia.
inmovilidad y su mirada fija.
—i Locos! i miserables! exclamó con arrebato.
Se oyó un ligero rumor á la izquierda, en el
No importa , añadió después de un momento de
bosque sumido aun en densas tinieblas, y maese
silencio, Reynold es realmente fuerte... es de teEudo volvió la cabeza hacia el punto de donde
mer 1 Sin embargo ha cometido un error exposalia aquel ruido que habia llamado al momento
niéndose al azar. La casualidad le ha servido, pesu atención.
ro ha hecho mal. Cuando interesa hacer desaparecer á un hombre no se ha de armar una mano
Un choque semejante al que produce un cuerpo'
ajena, y así se tiene seguridad del éxito. Pero
pesado saltando sobre la tierra cubierta de lodo siesta juventud vana y orguUosa se cree con sufiguió casi al momento al primer rumor que acabaciente inteligencia. ¿ Y si Reynold quisiera luchar
mos de indicar, y se vio en medio de la sombra un
ahora conmigo! ¿ Y si mi obra se destruyera por
hombre que se acercaba con rapidez á la cabana.
habérseles antojado á esos tres insensatos compeMaese Eudo miró hacia aquel paraje esforzándotir en ambición y egoísmo ? Creo , Ricardo , que
se en penetrar con sus miradas entre las tinieblas.
cometiste una falta el dia que robaste sus tres hiSe oyó entonces el canto del gallo.
jos á la gitana.
-—¡Ricardo ! dijo Eudo en voz baja.
— S i , respondió el sargento del prebostazgo de
— ¿ Se hubiera presentado nunca mejor ocasión?
París entrando rápidamente en el circulo luminodijo Ricardo con un movimiento de hombros.
so que proyectaba por la abertura de la cabana
— Dices bien', pero pronto sentí los efectos de
la llama del hogar.
la venganza de la Tsygana , y aquello debió servirme de aviso.
— ¿Han preso á uno? preguntó el anciano.
—Si, volvió á responder Ricardo.
,,
— ¿Podía yo prever esa venganza?
—No , Ricardo ; es verdad.
•''
— i A quién?
—Pues hice lo que debia, y hasta ahora nunca
—-A Mercurio.
, ,;
os habíais arrepentido.
—iEstás seguro?
— ¡ Y si necesitase la sangre de mi hija para
—Al atarle las manos he levantado la manga
de su justillo y he visto la señal que tiene encicompletar mi obra ! murmuró maese Eudo, pero
ma del codo, por medio de la cual conocemos
en voz tan baja que su interlocutor no pudo oír
é, cada uno de ellos. Ya veis que tuvisteis una exesta abominable reflexión.
,566
—Pensad pues cdmo pareeian secundar nuestros
planes las circunstancias, continuó el sargento
del prebostazgo de París. ¡Se presenta con frecuencia semejante'fenómeno! Tres niños, tres gemelos, los tres de un mismo sexo y viva represrnta'ion uní. del otro, con una semejanza tan
comp'cta é idéntica que si .les hubiesen presentado
uno tiab otro (Í su madre habría creído ver un solo hijo!
— La oí-asion era en verdad extiaordinaria,'dijo
nvaese Elido.
— Y hubiera sido una necedad no aprovecharla .. i D f qué podía servir la niña queacababade
n a ' e r ! De obstáfulo para nuestra existencia, en
tanto que aquellos tres niños podían y debian Ueg:n- i\ sel' alf;\m día tres medios de acción de uñ
poder infompanible
— Es í'iiMto, Ri'ardo. pero r^ípi'o que cometimos una falta.
-iCu!''!!
— Erii i^eciso robar los tres gemelos y con^servnr ]n niña.
— Ya sabéis que no era posible y que debíamos
hit-^er el '-ambio so pena de exponernos á ser, asesin-idos sin piedad por los fiitanos.
Maese Eudo nori'>p()ndí'.
— ; No era omuípotintc la Tsygana , continuó
Kifiírdo , y reina y soberana abso uta de toda Ja
horda ene í\ una indicaM(m suya nos hubiera dego'liido iiremi-iüilemi'nlf '. La Tsvgnna acababa de
parir «n sil tienda , y yo solo estaba A sn lado. .
Eran tan 'ruelcs sus dolores que no podía sufíirloíi, y me iudi'ó fi.n vi>z moribunda y u n , a d é - '
man desesüeíado un poiro que contenia sin ¿uda
un uiii'i'jii'i) de exMí'iiuida energía. Yo ignoraba
sil (•¡•("•lo y la Tsygana no tenia clara la inteligen(ia , de modo oue derramé sin duda en sus labios
crispados una dosis muy fuerte, porque quedó al
momento sumida en profundo letargo. Los tfM.
giMuelos vinieron al mundo sin que su madre lo
advirtiese, y al ver su increíble semejanza , os
los presenté y os asombrasteis también.' Vuestra
imaginación abarc('i enton"es en un moméfttp ^odp
un porvenir que me d('slumbró; resolvisteis quedaros con los gemelos, pero era preciso presentar
un hijo k la Tsygana ruando cesase su ctesmayo.
— jr-.8 verdad! ¡es verdad! dijo maese Eudo,
cuyos ojos brillaban al recordar aquel extraño
acontecimiento.
—Entonces fué cuando me apoderé de vuestra
hija que había nacido ü la misma hora por una feliz coincidencia que demostraba que el infierno
nos protegía. Vuestra mujer estaba ya en las convulsiones déla agonía y no advirtió nada. Coloqué
los tres gemelos en el heno extendido en la tienda, y me llevé á Judit que di ¡i besar á la Ts.Vgana como el fruto de sus* entrañas. Una hora
después vuestra mujer era cadáver , y por medida
de prudencia, soló presentamos ü los gitaneas uno
de los tres gemelos.
—Sí, dijo maese Eudo, pero la Tsygana por
medio de su ciencia sobrenatural, no tardó en descubrir el engaño.
— Decid mas bien por medio de la revelación
que hizo mas adelante una de las gitanas enamorada dg mi y que vio como me llevaba los tres gemelos. Pero i qué nos importaba la cólera de la
Tsyganal Estábamos muy lejos cuando supo la
vcriwd.
Maese Eudo miró fijamente á Ricardo.
—i Olvidas, dijo con voz ronca , el poder infernal de la Tsygana 1 i olvidas el talismán fatal que
fabricó con sus propias manos , según las leyes de
la magia oriental, con un árbol del mar cuya esencia es tan fina que con el simple contacto puede
petrificarse vivo, con un árbol que sin embargo
no tiene flores, hojas, frutos ni raizl
— i Habláis tal vez de la rama de coral t dijo
Ricardo,
—Sí, respondió el anciano, hablo de ese talismán sobre el cual amontonó los conjuros mas
infalibles y enérgicos.
— Pero i no está en vuestro poder ese talismán?
i No fui yo quien por vuestro mandato no se apartó un momento de la gitana mientras duró la enfermedad á que debía sucumbir 1 j No fui yo quien
entró en su tienda la noche que siguió á su muerte, y no me apoderé de esa rama de coral cuya influencia og preocupaba tanto 1
— Aquella noche debías haberme traído también á mi hija, Ricardo.
—Señor, la niSa había desaparecido.
—A la misma bora de la muerte de la Tsygana
I no e» cierto!
EL ÁLBUM
— Al menos desde aquella hora no volvió á
verla ninguno de los gitanos. Durante varios días
recorrí el país sin poder descubrirla.
— Ya ves p u e s , Ricardo, que es incontestable
el poder de la Tsygana.
— Pero i no habéis destruido sus conjuros con
nuevos conjuros? ¡Me habéis dicho que es tan
poderosa vuestra ciencia!
— Sí, dijo gravemente Eudo , he opuesto á los
encantos de la gitana la influencia planetaria , y
he ahuyentado á los demonios que custodiaban el
talismán con el auxilio de los espíritus elementales. En la actualidad el talismán está expuesto en
el laboratorio bajo la iiradiacion de una lámpara
llena de aceite preparado según las reglas del arte
mágico, y colocado entre cuatro corrientes iguales de fluidos diferentes.
Siempre creí que triunfariais de la influencia
de la gitana.
— Pero i, sabes lo que he hecho para conseguir
los efectos de mis conjuros? He tenid't que enlazar mi vida con el talismán... Mientras se conserve intacto, durafá mi exislííncia...
—jY si llegara á romperse» piejguntó Ricardo.
—Tendría ties dias de tiempo paia encontrar
al que hubiera roto ia rama de coral, tres dias para sacrificarlo y exprimir sn sangre gota agota en
los fragmentos rotos. Asi lo quiere el destino. .
Mí vida depende en adelante del talismán...
— ¡Ya es de d í a ! dijo Ricaido internimpiéndole bruscamente. Kó puedo permanecer mas aquí.
Todo está preparado para vut'stra partida c«iiiw
hai mandado Reynold. í Queréis partir*;
— ; Partir 1 n^pitió el anciano recobrando sus
ideas perdidas en el espacio de lo desconocido.
¡Partir? Eli efecto, Reynold me. habia díchti V.
Peí o debía volver con la hija de" Van Helmont,
y aun no ha tuelto. Reynold ha hechíj traición
á Sus hermanos... ¡Qnen'á venderme á mí también? •
Y «I rostro del anciano se inflamó de súbito.
-^No se atreverá, se apresuró á decir Ricardo;
os teme y espera en v o s , á pesar de su incredulidad aparente hacia vuestra misteriosa empresa.
—Sin embargo, no viene.
•~ i Cuándo debia estar aquí?
T-Al amanecer.
—Es extraño! dijo Riíardo reflexionando.
—Ya lo ves... no viene! repitió maese Eudo
con creciente impaciencia.
— i A dónde ha ido!
— A las grutas, á buscar á Aldah.
— (Habrá caído en algún lazo!
— ¡ E l ! dijo maese Eudo con el acento de un
nombre que ni siquiera puede admitir .la posibiiiúsiá de semejante proposición.'
—i*Y si Mercurio hubiera descubierto los proyectos de Reynold? Mercurio es diestro, inteligente, atrevido... y se vengará... ji'Y si Humberto viviera? iy si hubiese ayudado á Mercurio á
corresponder á la traición de Reynold con algiisa
otra traición mas terrible?
— í Q u é es lo que te induce á hacer esa suposición? preguntó con afán el anciano.
—Ningún temor fundado, señor; pero recuerdo
ahora que cuando hemos preso á Mercurio no parecía tan sorprendido y furioso como debia estar
naturalmente... H a luchado con los arqueros, ha
opuesto una resistencia formal' para todos los que
estaban presentes; pero me ha asombrado, conociendo su fuerza hercúlea, que le hubiesen sujetado tan pronto los soldados del prebostazgo.
Maese Eudo escuchó á Ricardo con la mas viva
agitación.
,
—Es preciso averiguar la verdad, le dijo con
el acento mas imperioso; Reynold es el único qne
puede ahora, si quiere, prestarme su auxilio. Ya
que es forzoso un sacrificio, prefiero el de H u m berto y Mercurio... Reynold me ha prometido á
Van Helmont! Ven... vayamos á las gintas. Allí
sabremos lo que pasa.
E l anciano se paró y exhaló de pronto una sorda exclamación.
_ —¡A las grutas! ¡á las grutas! dijo estremeciéndose. H e dejado el coral en el laboratorio..
El conjuro no estaba terminado y ningún encanto
lo protege!... ¡Partamos. . partamos, Ricardo!
—i Habéis venido á pié? preguntó Ricardo.
—Si... Partamos! ¡ O h ! soy mas ágil de lo que
supones. V e n , Rícarilo... no perdamos un segundo. H a trascurrido mas de una hora desde que
salí de las grutas, y Reynold debia estar aquí.
Y el anciano cogió del brazo al sargento del
prebostazgo y le arrastró fuera de la cab&fia coa
una energía de que por cierto no sé le hubiese
creído capaz en su avanzada edad
Los dos torcieron á la izquierda del bosque y
se dirigieron en línea recta hacia la parto oriental de la playa.
—Señor, dijo de pronto Ricardo parándose , es
ya de dia, y mi traje puede atraer las miradas.
Si me vieran aquí, cuando el preboste me cree
en Fecamp, no tardarían en despertarse las sospechas, y serian en adelante imposibles mis servicios. '
—Quédate aquí y espérame, respondió maese
Eudo. Si dentro de medía hora no estoy de vuelta, será señal de que he entraido en las grutas.
Entonces volverás á Fecamp y esperarós mis órdenes.
—Voy á esconderme detrás de esta pared, dijo
Ricardo designando un lienzo do pared desmoronada en su mayor parte y que probablemente habia servido en otro tiempo (Je albergue, pero cuyo techo habia destruido la mano de los hombres
ó la de los elementos.
El anciano hizo un ademan afirmativo, y mientras Ricardo se ocultaba tras la pared, empeztí á
subir la pendiente que formaba la parte posterior,
do, la colína que terminaba en el mar en un cortado precipicio. Apenas había cruzado las tres
cuartas partes de la distancia que separaba la falda de la cima del despeñadero cuando, sea por
prudencia ó~por cansancio, se paró, é inclinándose hacia el suelo escuchó con atención. Después
se levantó y siguió su camino con lentitud calculada.*
. Cuando llegó al borde del precipicio se arrodilló, y se arrastró hasta sacar la cabeza fuera del
abismo teniendo cuidado de ocultarse detríis de
una -alta mata de yerba. Lo que vio bastó sin duda para su ojo penetrante, porque arrastrándose
hacia atrás, volvió á recorrer con rapidez en dirección opuesta el camino que había seguido, y
bajó con paso ágil y precipitado la vertiente que
habia subido con trabajo.
Cuando volvió al valle, miró á todos lados, y
convencido de que ningún indiscreto le espiaba,
corrió h á d a l a pared donde estaba oculto Ricardo.
Maese Eudo estaba pálido como un cadáver, y
sus faecimies descompuestas revelaban el estado
de su alma.
—¡Qué sucede? se apresuró á preguntar Ricardo , que se asombró 'al ver el cambio profundo
qne se Kabta efectuado en la fisonomía de su compañero.
— ¡Sigúeme! dijo maese Eudo sin responder al
sargento.
Pero es preciso que vuelva á F e c a m p , le
hizo observar Ricardo.
-^Repito (jue me sigas! dijo el anciano.
. —Señor...
—Aun.que nunca hubieras de volver á empuñar la .alabarda y ser conocido por todos como
uno 'de los míos, es preciso que me sigas, porque jamás he necesitado tanto de tu brazo y de
tu valor, dijo maese Eudo llevándose á Ricardo.
—Pero ¡qué sucede?
—Que si no hubiéraiiios venido aquí, estaríamos perdidos todos, porque tus amigos del prebostazgo custodian en este momento la entrada de
las.grutas... H é aqui porque no venia Reynold.
Ricardo lanzó un grito dé ansiedad y de c ó lera.
— Pero ¡quién les ha revelado la; entrada de
las grutas? dijo esforzándose en seguir el rápido
paso del anciano.
—¡Lo sé acaso?... Mercurio quizás.
— i E s imposible 1 No hubiera entregado los t e soros.
— i Qué sabes! i No se trataba ante todo para
él de perder á Reynold? Ven... Sígneme!
—^¡A dónde vamos?
—A salvar á Reynold si es tiempo aun.
—Pero Reynold está en las grutas.
-Sí..
—En tal caso es preciso ir á las grutas, y según decís, la única entrada está custodiada por
los s o l d e o s del prebostazgo.
Maese Eudo no respondió y Ricardo le siguió á
lo largo de la costa hasta un paraje donde una
hendidura profunda formaba una especie de pozo
en el peñasco.
El anciano se detuvo de pronto.
DE LAS FAMIUAS.
xni.
EL LIBEBTADOB.
Los acontecimientos áfi esta historia son tantos
y se, verifican ál mismo tiempo en tan diferentes
sitios,, que nos vemos precisadps á dejar unos
personajes para encontrar á otros lo mas pronto
que nos es posible.
Una hora habría trascurrido desde que dejamos al capitán La Chesnaye obligando á los
truhanes sublevados á volver á la obediencia.
El osado bandido habla empleado hábilmente
estaho^a, porque la cueva principal presentaba
un aspecto muy diferente del que antes hemos
tratado de describir.
E n el momento en que volvemos á entrar, los
truhanes y los bandidos, sentados en grupos sobre la arena, continuaban la interrumpida orgía.
Dos toneles mas dejan verter un licor rojo y
aromático, digno de la mesa de un principe.
Habían vuelto á principiar los cantos y alegres
gritos , y en un rincón yacían los cadáveres del
gran cóesre, Pedro el Acogotador y Tallebot el
Jorobado, viéndose junto á ellos á Camaleón atado y con mordaza: testimonios irrecusables del
poder reconquistado del capitán La Chesnaye.
— ¡ Por Belcebú! decía J u a n de la Horca bebiendo en el casco de cuero con que se cubría la
cabeza y que había convertido en copa de nueva
forma pero de dimensiones colosales, íbamos á
hacer una necedaid, porque La Chesnaye es el rey
de loü amigos.
—Un jete como él no se encontrai'á en el mund o , dijo Matías.
—Es la generosidad personificada , añadió J a cobina la Larga.
—Como que nos ha perdonado, dijo Jaime.
—Y nos ha dado lo que habíamos sacado de
las grutas, dijo Sulpicio abriendo su mano izquierda llena de oro y piedras preciosas.
—Y nos dá su malvasía, añadió Juan de la
Horca.
— i Viva La Chesnaye! gritó Jaime apurando
un vaso lleno.
—¡Viva La Chesnaye! repitieron á c o r o los
truhanes y sus compañeros.
Con esa versatilidad de carácter peculiar al
pueblo en todas las épocas y países, q u e , tan po-.
co razonable como los niños, está pronto á destruir hoy lo que edificó ayer, á insultar el ídolo
de ayer y aclamar mañana lo que hoy desprecia
y escarnece, los truhanes celebraban en|:odosloa
tonos las cualidades del jefe que habían intentado
matar algunos momentos antes.
Mientras bandidos y truhanes se entregaban á
la embriaguez de la orgia, La Chesnaye salió á
la abertura de las grutas, examinó primeramente
el océano , y seguro de que el horizonte no p r e sentaba ningún indicio alarmante, subió por la
cuerda de nudos hasta el borde del precipicio.
Llegaba al sitio donde vigilaba Cabeza de Lobo
al mismo tiempo que Van Helmont, La GKiiche y
d'Herbaut se reunían con Mareos y Giraud en la
casa de Etretat, y que maese Eudo y Ricardo
terminaban su conversación íntima en la cabana
arruinada del bosque de Benzeville.
Aquel sitio estaba por lo tanto desierto. Reynold examinó la colina por todos lados, y ningún
objeto inquietó su mirada investigadora.
Cabeza de Lobo, mojado hasta los huesos, esperaba en sileneio y con una impasibilidad estoica qne-roereció la aprobación del capitán.
—Baja á las grutas, lo dijo L a Chesnaye.
Cabeza de Lobo obedeiád sin contestar, y el
capitán quedó algunos instantes solo; pero no teniendo en sus subordinados mas que la confiaiiza
que se merecían, esto e s , muy dudosa, no quería dejar dueño de la entrada de las grutas á un
solo bandido después de la rebelión afortunadamente ahogada^ Por otra parte , se tenia la costumbre de no dejar centinelas durante eL día,
porque su presencia hubiera revelado el secreto
de las cuevas á los transeúntes 6 á los pescadores.
La cuerda y el aniRo á que estaba atada desaparecían bajo un montón de piedras y un arbusto que tendía sus ram«s hasta, encima del abismo,
de modo que quien no hubiese sabido el secreto
de este medio de descenso, habría pasado cien
veces por encima ó cerca sin verlo.
El restó de la ¿uerdá que colgaba hasta el mar,
estaba pintada de un color muy semejante al de
367
la piedra y se confundía enteramente con ella, y
— i Diana! \ Diana querida I exclamó arrodillánpor otra parte, las olas se estrellaban con tanta
dose á los pies de la señorita de Aumont asombrafuria en aquel paraje, que ni aun en tiempo de
da y cubriendo de besos las manos que estrechacalma se atrevía & acercarse hasta allí ninguna
ba entre las suyas. ; Por fin te encuentro, por
barca.
fin voy á salvarte I
Y volviéndose después precipitadamente hacia
, Reynold se cercioró con atención minuciosa de
Aldah, prosiguió con extremado ardor .
que la tempestad no había alterado en nada las
disposiciones tomadas para disimular el secreto de
—Y vos, pobre n i ñ a , ] cuánto habéis padecido
las grutas, y bajó por el mismo camino que Capor mi causa i ¡ Oh I vuestro padre, mi excelente,
beza de Lobo.
amigo, me lo ha confiado todo. Sé que un hombre , abusando de una extraña semejanza, se ha.
Cuando estuvo en la abertura de la cueva y
burlado de él y de vos usurpando mi título, pero
soltó la cuerda, dijo reflexionando:
se sabe ya la verdad; vuestro verdugo va á reci—Es preciso ahora que me asegure de la pobir el castigo de todos sus crímenes, y esa semesesión de los millones que los truhanes no han
janza que ha causado mi desgracia y la vuestra,
podido descubrir, y que me lleve á Aldah y á Diame sirve hoy para llevar á cabo vuestra libertad.
na para entregar la primera á mi padre y la sePara vosotras soy realmente el conde de Bergunda al preboste de París. Para conseguir mi
nac , pero para los que me esperan allí | y desigmtento debo hacer salir á todos esos hombres,
nó las grutas donde estaban los truhanes) soy el
cerrar herméticamente la entrada de las grutas,
temible capitán La Chesnaye.
é impedir que nadie pueda penetrar por este
lado.
Y el conde bajó la voz al pronunciar estas palabras.
Y después de reflexionar algunos minutos mas,
siguió la primera galería interior y volvió á enDiana y Aldah , cada vez mas asombradas, se
trar en la gruta cuando los truhanes celebraban
miraron con nueva angustia, porque indudablecon mayor algazara el nombre del capitán La
mente no le comprendían.
Chesnaye.
—Todo se os explicará muy pronto, continuó
— I Preparaos á partir I gritó Reynold dominanReynold. El señor de Aumont y Van Helmont os
do bruscamente el tumulto.
dirán tam!<ien lo que acabo de anunciaros. Sabed únicamente que por un prodigio increíble de
Los truhanes guardaron silencio.
la naturaleza, el que se llama La Chesnaye es mí
^ j N o os he prometido nuevas batallas y un
viva imagen. Durante una ausencia , é ignorando
botín mas rico aun que el que os entrego! contiyo esta semejanza funesta, el malvado se intronuó La Chesnaye en medio de la atención genedujo en varías casas con mi nombre y mi traje , y
ral.
engañó á todo el mundo. Para continuar este pa— ,Sí! ¡si! gritaron los bandidos.
— Pues bien, prometer y cumplir es una mis- pel, que le permitía llevar á cabo con seguridad
sus viles hazañas, se apoderó de mi en el palacio
ma cosa para La Chesnaye. Preparaos pues á pardel embajador de España con la esperanza de hatir, porque ha llegado el momento. Dentro de
cerme desaparecer. Pero el cielo me ha salvado;
diez minutos estad prontos y armados, y os llevaré
preso durante algunos meses en una de estas gruá donde hay que combatir, pero también rica
tas , fui libertado hace diez días al quererme traspresa que conquistar.
ladar La Chesnaye á otro sitio, y debo mi liber^ I Viva el capitán! gritó la turba levantándose
tad á vuestro padre, Diana, y al vuestro, Aldah.
en tumulto.
La Chesnaye ha sido preso esta misma noche, y
La Chesnaye atravesó la gruta y entró en la
todos han podido cerciorarse de la semejanza de
galería que conducía á las cavernas secretas,
que os he hablado. Supe entonces el doble papel
prohibiendo con un ademan imperioso que le sirepresentado por el bandido , y mientras la justiguiesen.
cia seguía su curso, mientras todos se maravillaCuando estuvo en la galería desierta se quitó
ban de este prodigio de la naturaleza, pensaba eu
la capa roja, se arrancó con la rapidez del penaprovecharme de esta semejanza para arrancaros
samiento la larga barba que le cubría el rostro y
de esta horrible cñvcel. Existia todavía una parte
la cabellera inculta que caía sobre su frente, y el
de la partida de La Chesnaye mandada por un secapitán de bandidos desapareció de pronto para
. gundo; esta noche me he disfrazado con el traje
presentarse el brillante conde de Bernac.
completo que llevaba el capitán, me he puesto su
Hecha esta trasformacion, Reynold cruzó el
barba y su cabellera postizas, y como acabáis de
umbral de la puerta rota por los truhanes una
ver, he llegado á tiempo para preservaros de un
hora antes, y entró en el salón central al cual
nuevo peligro. Los bandidos se asombraron al
daban los otros tres aposentos que conocemos, '
principio, pero se convencieron después y volvieDiana y Aldah, trasportadas á las grutas seron á la obediencia que deben á su jefe. En este
cretas después de la escena violenta que había
momento esperan mis Ordenes, pero es preciso,
determinado á los bandidos á volver á la'obedienapresurarnos por temor de otra sorpresa. Vamos
cia pasiva, estaban vencidas por la emoción, el
á partir. Una vez en libertad, quedaremos salvaterror y la ansiedad, sin atreverse á hacer el medos y sin temor de nuevos peligros. Un hombre
nor movimiento; era tal su estado que una comseguro conducirá á Aldah al lado de Van Helpleta postración de* tas fuerzas físicas y morales
mont que la espera, y yo mismo os pondré en mahabía paralizado sus músculos y su espíritu.
nos de vuestro padre, Diana. ¿Me entendéis
Resignadas á la horrible suerte de que se creían
ahora ?
amenazadas, esperaban sin tratar de luchar y ni
aun poder orar al cielo. Los clamores de los
Como se v e , Reynold lo había previsto todo,
truhanes al continuar su orgia no eran los mas
hasta, las confidencias que hubieran podido hacerpropios para tranquilizarlas y habían aumentado
se y se habían hecho las dos jóvenes. La semesu espantosa angustia.
janza del noble y el bandido lo explicaba todo.
Cuando oyeron resonar los pasos de Reynold
Diana y Aldah no comprendieron claramente
en la galería, se estrecharon mutuamente, busesta explicación dada con tanta rapidez, pero
cando un consuelo supremo en el deseo de recivieron por fin en las palabras del joven que se
bir juntas la muerte que casi deseaban.
presentaba la libertad á que aspiraban hacia un
Pg:o en vez del innoble bandido que creían
año, y la esperanza de esta libertad les hizo r e ver llegar hasta ellas, apareció á sus asombrados
cobrar inmediatamente la fuerza y el valor.
ojos el elegante conde de Bernac.
Las dos hicieron á un tiempo un movimiento
Diana lanzó un grito de alegría impregnado de
hacia el conde de Bernac.
u n triple sentimiento de amor, gratitud y admi— i Salvadnos! le dijeron; no nos abandonéis...
ración , y hasta Aldah se levantó con un trasporte
¡ Partamos!
de alborozo. No sospechando en manera alguna
— Os juro que os salvaré, ó moriré á vuestros
el papel que representaba el que afortunt^damente
ojos, exclamó el conde con ardor.
aparecía en un momento tan crítico, había reco •
— I Partamos ! i partamos! dijo Diana dando alnocido al conde de Bernac, y la presencia en las
gunos pasos.
grutas de un hombre de la posición brillante del
— ¡Partamos! repitió Aldah siguiendo á su
conde solo podía parecérle una garantía de secompañera.
guridad.
— ¡Esperad! dijo vivamente el conde conteniéndolas con el ademan; es forzoso que antes de
E l conde se precipitó hacia las jóvenes con 'un
partir recobre la apariencia del capitán. Esperadgrito de alegría y ademanes apasionados: era el
m e , luego vuelvo; pero no os asustéis.
amante ebrio de placer al recobrar la mujer que
ama y de la cual se creyera separado para siemReynold desapareció al terminar estas palabras,
pre.
y volvió casi al momento echándose sobre los
hombros la larga capa roja y llevando en la maSu rostro , animado por las escenas anteriores,
no la barba y la cabellera.
daba un encanto mas á su belle2a varonil.
368
EL ÁLBUM DE LAS FAMILIAS.
Diana y Aldah no pudieron reprimir un movimiento de repugnancia y terror.
—Perdonad sime presento con la asquerosa librea del crimen, pero lo hago para salvaros.
¿Qué no haria para conseguirlo 1
Mientras Diana palpitante de esperanza y do temor , permanecía casi fascinada bajo la mirada de
aquel hombre en quien habia depositado en otro
tiempo todos los tesoros de su cariño, y cuya llegada súbita en aquella situación terrible le hacia
palpitar con violencia el corazón, la hija adopti- |
va de Van Helmont daba algunos pasos hacia el :
laboratorio.
:
Aldah palideció al volver á ver los fragmentos :
de la rama de coral. Lo que habia sucedido desde el momento en que Diana habia arrastrado en i
su caida el coral míigico habia borrado de la me- '
moria de Aldah aquella amenaza de la fatalidad,
pero el aspecto del talismán roto i'enovó con ma- ;
yor violencia tan tei'rible recuerdo
— j Estoy perdida! ¡ estoy perdida! repitii'i bajándose para coger los restos del precioso objiíto.
Reynold estaba dispuesto á salii', y al volverse, vio la rama de coral en las manos de la \
joven
;
—¿Qué es esoí preguntó con asombro, porque
á pesa)' de saber lo que contenían las grutas, jamás
habia visto aquella alhaja de su padre; tal ora el ,
esmero con que maese Eudo ocultaba el talismán á todas las miradas.
— ¡No lo toquéis! dijo vivamente Aldah lechazando la mano que habia alargado el jóvi^n. Esto
me pertenece; es el decreto de mi duslino...
— ¡Perdóname, Aldah! exclamó Diana acoidándose también de la historia maravillosa que le habja revelado su compafieiu.
— ¡ Perdonarte , Diana querida ! dijo Aldah abrazando á la hija del preboste de París, i Peidonarte! ¿Y podría dejar de hacerlo aunque quisiera !
Si me espera la muerte, tu mano la hará mas
grata.
Reynold no entendía el sentido de esta conversación, pero el tiempo era muy precioso para que
pensara en pedir explicaciones.
— I Partamos! dijo arrastrando á las dos jóvenes.
Los truhanes estaban pi'oparados á ejecutar las
('rdenes del capitán. Las armas brillaban , los mas
1 ebrios habían encontrado su equilibrio natural, y
Camaleón, de quien nadie hacia ya caso, vacia
aun atado entre los tres cadáveres.
La Chesnaye entró en la gruta mayor precediendo á Diana y Aldah.
— Flor de Manzano, dijo al bandido que conocemos , ponte al frente y así te seguirán loa demás. Salgamos de las grutas, amigos! Nos esperan allí nuevas victorias y rico bolín.
— jSalgamos! gritó la tulba.
Y Floi' de Manzano fué el primero en entrar
en la galería que conducía á la abertura exterior.
Los demás le siguieron marchando uno tras otm.
La Chesnaye cenaba la marcha y detrás de él
iban Diana y Aldah
Al pasar por delante del sitio donde Camaleón
estaba en la absoluta imposibilidad de hacer el
menor movimiento , Reynold se paró como si tuviera intención de dar alguna nueva orden á los
truhanes que le precedían; pero cambiando probablemente de resolución, se acercó á Camajeon,
se inclinó para examinar si estaba sólidamente
atado, y volvió á donde estaban las jóvenes murmurando para .sí:
—Mas valdrá no matarle ahora. Tal vez le utilizaré. Si Humberto existe aun, lo cual podría
ser muy bien, Camaleón me servirá.
Flor de Manzano había llegado á la abertura
que daba al mar y ante la cual colgaba la cuerda, y se detuvo esperando las órdenes de su jefe,
quedando los truhanes amontonados en la angos• ta galería.
— ¡Adelante! dijo La Chesnaye. ¡Arriba!
Flor de Manzano se preparó para emprender la
peligrosa ascensión.
, , XIV.
.
; •
LA CUERDA
Deseosos los truhanes de salir de las grutas
llevándose el botín que les habia abandonado foraosamente la generosidad de Reynold, se disponían á encaramarse todos unos tras otros. El primero que llegara al borde del precipicio debía ayudar al siguiente, el cual prestada su auxilio al
tercero y así sucesivamente para terminar el difícil viaje, porque los truhanes no tenían el hábito de subir que daba tanta destreza á los bandidos
Mientras se preparaba de este modo la expedición , La Chesnaye, Reynold ó el conde de Bernac, pues la misma persona representaba á un
tiempo estos tres papeles diferentes, La Chesnaye se ocupaba del cuidado de subir á Aldah y á
Diana.
No queriendo confiar á ninguno de sus compañeros estos dos preciosos seres, seguro de que ni
Aldah ni Diana podrían verificar tan solo la mitad de la ascensión sí quedaban reducidas á sus
propias fuerzas , y no atreviéndose á llevar á una
de ellas hasta el borde del precipicio y dejar á esta para volver á, bajar por la otra , temei-oso de
que la que abandonara así durante algunos minutos pudiera desaparc^cer por algún acontecimiento
impi'evistü y sin embargo muy ])osible , Reynold
vacilaba y meditaba un medio para salir del
apuro.
Salió por Kn de .la galería y volvió precipitadamente á las grutas en el momento que Flor de
Marrzauo se lanzaba al espacio, seguido d é l o s
primeíos truhanes.
Reynold regresó muy ])ronto llevando en la mano dos magníficos chales de la India,
—Dadme el biazo, Diana, dijo con voz cariñosa á la hija del preboste de París
— i El brazo! repitió Diana.
•
'
—Sí, los dos brazos teirdidos hacia adelante y !
uniéndolos por las manos.
I
— ¿Qué intentáis 1
|
—Ataros las manos.
— ¡Atarme! exclamó la joven letrocediendo.
—Diana, os suplico que obedezcáis sin oponeros á mi voluntad. Lo hago por salvaros. Es forzoso ci'uzar el abismo para ser libres, y si os negáis á hacer lo que os pido, solo podré sacar de
aquí una de las dos
—Partii'emos juntas', se apresuró á decir Aldah.
—Sí, partiréis las d e s j u n t a s , os lo j u r o , pero
repito que me obedezcáis.
Vencida Diana por el tono de ferviente súplica
con que el conde de Bernac acababa de pronunciar estas palabias, tendió sus blancos brazos vn
la posición que le indicaba el conde, esto es, con
las nmñecas juntas.
Reynold envolvió aquellos míend)ros delicados
con el tejido suave y sedfiso que ató con fuerza,
de modo que las dos muñecas estuviesen unidas,
pero sin causar el menor dolor á la joven.
Cuando tej'niinó la operación, se volvió hacia
la hija adoptiva de Van Helmont, invitándola con
lá mirada á que imitase la obediencia de Diana.
Aldah vaciló, pero víi.'udo á Diana res gnada,
hizo lo que le pedia Reynold.
En el momento que el conde hacia estos preparativos para salvar á las dos jóvenes , solo quedaban cuatro truhanes en la galería; los restantes de la partida habían llegado ya á la cima de
los peñascos, ó estaban suspeildidos aun entre el
cíelo y el mar.
Dos de los truhanes, viendo la cuei'da libre,
la cogienm sucesivamente , y los dos últimos se
acercaron dispuestos á seguir á sus compañeros.
Reynold se inclinó vivamente, tomó entonces
los dos brazos atados de las dos jóvenes y pasándolos en torno del cuello, Aldah á la derecha y
Diana á la izquierda, se volvió á levantar despacio calculando el doble peso que sostenían sus
hombros
—No os mováis, dijo , no hagáis movimiento
alguno que pueda entorpecer los míos; tened^onfianza, porque respondo de vosotras y de miLas dos jóvenes permanecieron inmóviles, suspendidas por sus brazos atados encima de cada
hombro del conde de Bernac; que sostenía sin
gran trabajo aquel doble peso.
Los dos últimos truhanes iban á lanzarse á su
vez por la senda peligrosa, y Reynold se acercó
á la abertura y esperó con un pié puesto al borde
extremo del precipicio.
La cuerda sostenía entonces cerca de catorce
hombres, y la distancia que separaba las grutas
del paraje donde la cuerda arrastraba sobre el
suelo era de unos treinta metros, pero como cada uno de los que se encaramaban estaba casi
plegado en dos para hacer fuerza con los brazos
y las piernas, los catorce hombres se movían sucesivamente en este espacio, dando á la cuerda la apariencia de una larga serpiente cuyos ani-
llos se plegan y extienden imprimiendo al cuerpo
un movimiento de ascensión.
De pronto, en el momento que el primero de
los catorce truhanes llegaba á la cima del precipicio , cuando Reynold cogía la cuerda con la mano izquierda y se inclinaba con las dos jóvenes
para suspenderse sobre el abismo, desgarró los
aires un grito ronco, salvaje y espantoso que parecía el rugido de una fiera en presencia de un
horrible peligro, y respondieron á este grito furiosos clamores.
Reynold saltó hacía atrás, soltando la cuerda y
retrocedió á la abertura de las grutas.
Catorce gritos semejantes al pi'imero resonaron
á un tiempo y los catorce truhanes que estaban
suspendidos de la cuerda cayeron al mar describiendo un semicírculo roto.
Sea que la cuerda no hubiese podido resistir
á tanto peso, sea que alguna mano enemiga la
hubiera cortado, acababa de romperse precipitando en el abismo á todos los que sostenía.
E l choque de los cuerjjosen las aguas hizo saltar una lluvia de espuma , se oyeron algunos gritos ahogados, una ola gigantesca se arrastró sobie los peñascos de la orilla, arrolló en sus repliegues los cadávei-es que despedazó contra la
roca, y retirándose majestuosamente, se inclinó
(!n su camino para dar paso á otra ola que venia»
bramando.
Algunos segundos habían bastado pjra tan espantosa catástrofe. Reynold estaba ateri'ado, y
Diana y Aldah, felizmente ocultas detrí's del joven, no habian ]>üdido ver nada, pero los gritos
desgarradores que oyeron les hicieron temer un
nuevo peligro.
Reynold depositó las dos jóvenes en el sueUi,
y desembarazado de este doble peso, volvió hacía
la abertura, se arrodilló y cogió la cuerda , la
•cual pasada ])oi' el anillo clavado debajo de la
abertuia de las gi'utas y detenida por los nudos,
colgaba doblada en dos hasta el mar.
Reynold subió los dos cabos de la cueida y los
exauíinó con atención. Uno de ellos estaba desfilochado y atestiguaba una larga permanencia i n
el mar, y Reynold lo volvió á arrojar, pero miró
con cuidado el otro extiemo diciendo:
—No está gastado y veo que han cortado la cuerda con un hacha Luego no ha sido esto efecto de
la casuaiidad, sino de la traición. ¡Quién me vende? (Son los tiuhanes! N o , porque han (aídn al
mar un gran número de ellos. ¡Habrán caído en
algún lazo preparado por mis enemigos! /tiué, debo creer'! ¡Qué pensará maese Eudo (¡ue me espera! Sí el anciano creyera qui' lei'ugaño... si se
hubíeía salvado Humberto ó Mercujiu! Peni si
sucumbo, no conseguirán su intenle, y será terrible mi venganza.
Y dirigió al levantarse una mirada ardiente'á
Diana y á Aldah, las cuales, ammadadas nuevamente por las emociones incesantes que hacia muchas horas las combatían sin descanso, estaban
apoyadas en la pared de la galería sin atreverse a
preguntar al que eieian aun conde de Bei-na'-.
—Hemos estado ex]iuest(is á morir, les dije Revliold, y Dios nos ha salvado milagi'osamente. F,s
probable que los que desean nuestra muerte traten
de reducirnos por medio de la violencia, pero no
temáis; el que os protege en este momento sabe
luchar cuando es preciso contra sus mas poderosos
enemigos.
Y Reynold lanzó con ademan altivo una mirada triunfante sobre Diana y Aldah.
(Se continuará,)
FÓRMULAS.
Contra las escrófulas
El doctor Bouchut administra el arseniato de sosa
en uu julepe gomoso, en vino de Burdeos, en jarabe
de quina ó en jarabe de goma.— Hé aquí una buena
fórmula:
Jarabe de quina. . . . 300 gramos
Arseuiaio de sosa. . . .
8 centigramos.
De una á cinco cucharaditas de café al día.—Cada
cucbaradita contiene cosa de un miligramo de arseniato de sosa.
Ksla sal arsénica] conviene en las escrófulas cutáneas, mucosas y glandulares.—Su eficacia es dudosa
en las enfermedades de los huesos —En las escrófulas terciarias (tuberculización), no es mas que un
paliativo.
Por iodo lo que antecede, JDAHBRÜKBT, editor respoDsiMfl.
Imprenti del Diuiio oft BABCILOHA , k cargo de FriDcisco Gabnuack
«alleNaeTi de S . Franeiaco, núm. 1 7 .
Descargar