SECCIÓN BIOGRAFÍAS UN REFORMADOR PARA UN PUEBLO: EL ILUSTRADO ANTONIO JOSÉ NAVARRO (Lubrín, 1739 - Baza, 1797) ANTONIO GUILLÉN GÓMEZ I. ALGO MUY PARECIDO A UN PACTO DE SILENCIO Tan verdad como esa luz que nos alumbra: la dantesca representación de Saturno devorando a sus hijos es algo más -creemos- que un inquietante hito pictórico surgido de la fecunda imaginación de don Francisco de Goya. Es permítasenos la apropiación indebida- el fiel reflejo de una irreverente Andalucía, siempre madrastrona y patética, que acaba fagocitando la memoria de sus hijos más notables y exquisitos, para arrojarles luego en la sinrazón de una fosa común de sombras y de olvido. Razón de la sinrazón de una Andalucía tan superficial y tan real como la vida misma. ¿Cómo se entiende sino que hombres con la fuerza rompiente de un Antonio José Navarro hayan hibernado en el subsuelo de la Historia durante doscientos años, sin haber logrado pulverizar el pacto de silencio que, al parecer, se intentó apilar sobre su tumba? ¿Cómo se explica, también, que toda una rimbombante Enciclopedia Andaluza -Arte, Historia, Cultura, Deportes...naciera plagada de mediocridades rijosas y de oportunistas ídolos de ocasión e ignorara olímpicamente la peripecia vital de hombres como este gran andaluz nacido en Filabres? ¿Y no resulta todavía más imcomprensible que un historiador coterráneo como José Ángel Tapia Garrido en su Almería, hombre a hombre, olvidara totalmente la presencia señera de este su antecesor y colega, Antonio José Navarro? Debemos anticipar que Tapia fue cura de Vélez Blanco y que A.J. Navarro lo fue de Vélez Rubio. Y que a pesar de la distancia temporal doscientos años- decir que el primero no supo de la existencia del segundo, sería tanto como poner en entredicho las fuentes historiográficas de su información, toda vez que el historiador velezano, Palanques Ayén, ya vislumbró y elogió, ¡en 1909!, la gran personalidad intelectual del postergado Navarro. Lo cierto es que resulta muy triste, profundamente doloroso y hasta humillante, el hecho de tener que presentar ahora, al que en su día fuera el gran personaje ilustrado del Sureste, partiendo del cero absoluto. Como si de un vulgar trepa o de un ladino «parvenu» se tratara. La historia –la vida- es así de injusta, muchas veces. Demasiadas veces. II. ERA DE LUBRÍN Y SE LLAMABA NAVARRO Antonio José Navarro y López nació en Lubrín, el 18 de octubre de 1739. Hijo de una familia humilde, muy pronto comienza a dar señales de un talento poco común, lo que conduce a que el avispado muchacho sea llevado a estudiar a la ciudad de Murcia, primero; a la Universidad de Orihuela, después, y finalmente, al atrayente emporio universitario de Alcalá de Henares. Son los años cruciales del medio siglo (1750-60), en cuyo ámbito esplendoroso se viene incubando el embrión de una nueva ciencia, de una nueva mentalidad económica, de un nuevo concepto de vida... Son los primeros latidos firmes de una Ilustración que finalizará -Carolus Rex- por dar nombre y apellido a toda la centuria: el Siglo de las Luces. Navarro comienza a abrir los ojos de la razón y del intelecto, precisamente, en este ambiente auroral de Alcalá de Henares. Aquí tiene ocasión de conocer y de tratar a personajes de tanta significación intelectual como el P. Maestro Enrique Flores, gran historiador y excelente naturalista, autor de la modélica obra de investigación titulada España Sagrada. En cualquier caso, el joven lubriñés ya ha quedado tocado de por vida por el virus de conceptos tan sugestivos -y ponzoñosos»- como «felicidad pública», «utilidad social», «buen gusto», «reformismo», etc. Y a su teórica y práctica, dedicará con alma y vida -bajo cuerda, casi siempre, por mor del Santo Oficiopara ponerlos en ejecución sobre la piel de una tierra, la suya, que agoniza día a día entre ignorancias y rutinas multiseculares. En 1761 se doctora en la Universidad de Orihuela. Desde este punto, su vida será un vertiginoso ir y venir por las tierras del Sureste. De 1761 al 63 desempeña su primer empleo en la ciudad de Vera, como Catedrático de Teología Moral de su Vicaría. Es un tiempo precioso que aprovecha para visitar con cierta frecuencia a su pueblo natal, Lubrín, en donde descubre unos importantes yacimientos de amianto, que él dará a conocer -urbi et orbe- entre científicos de la época. A la vez, se ordena sacerdote y consigue su primer curato en Olula del Río, villa en la que residirá hasta 1766, año en que oposita y gana el importante curato de la Encarnación de Vélez Rubio. Y en los Vélez, por fin, se destapa la verdadera personalidad ilustrada de Antonio José Navarro: escribe memorias, experimenta, digiere las doctrinas de un escogido elenco de escritores europeos, para acabar traduciendo y glosando, él mismo, la obra del gran naturalista francés, Conde de Buffon, su primer maestro. Aquí investiga escrupulosamente hasta el último rincón de las tierras comarcanas o de la cuenca del Almanzora, sintiendo una especial atracción por las ruinas romanas de Chirivel. Aquí viene a ser consultado por científicos y colegas de muchas partes del País, y aquí, en fin, comienzan a cobrar nombradía sus extraordinarias dotes de orador, no sólo en ciudades relativamente cercanas, como Murcia o Cartagena, sino en Granada y Madrid. Aún así, todavía saca tiempo para crear la primera Sociedad Económica de Amigos del País que se establece en el Reino de Granada, la de Vera, en 1775. El rey Carlos III y los sucesivos Secretarios de Estado le agradecerán estos incansables servicios en pro de la causa pública. III. A CABALLO ENTRE LOS FILABRES Y LA SAGRA: LAS ATADURAS DE UNA PLAZA CANONGIL En 1777 traslada su residencia a la ciudad de Baza, luego de haber conseguido la Canonjía Lectoral de la Colegiata de Baza. Desde aquí prosigue sus ajetreadas investigaciones de campo y sus relaciones con importantes figuras de la Ilustración, como don Pedro Franco Dávila, Director del Real Gabinete de Historia Natural y uno de los primeros naturalistas de España, tras de haberse codeado en París durante muchos años con todos los grandes capitostes de la nueva Filosofía y Ciencia. Navarro remitirá al Real Gabinete -vía Franco Dávila- varios cargamentos de producciones naturalistas y arqueológicas del Sureste, entre los que descuellan, por su gran atractivo, los mármoles de varios colores de los Vélez y los amiantos de Lubrín. Porque una cosa debe de quedar clara: definitivamente, él, Navarro, sólo trabaja y se dedica a una franja de terreno muy concreta, la que va, según sus propias palabras, «desde la costa de Vera hasta el puerto de Águilas, seguirá por Lorca, Vélez, Huéscar, Baza, Almería y, siguiendo la costa por el Cabo de Gata, vendrá a concluir en Mojácar». Fiel a esta premisa, todos sus escritos irán destinados a este lejano y, para él, entrañable rincón peninsular. También aquí, en Baza, erige de la nada otra Sociedad Económica de Amigos del País, con el fin de revitalizar la declinante actividad económica de la ciudad y de su extenso Partido. Pero este valioso impulso reformista no puede ni debe ser desaprovechado. Los santones del Despotismo Ilustrado lo saben. Consecuentemente, Navarro es elegido por el ministro Floridablanca para desempeñar la Dirección de los Caminos de Levante. Desde 1781 hasta 1792, el Canónigo Bastetano logrará modernizar -en beneficio de un Comercio y de una Economía agonizantes- la llamada red de carreteras de Levante, que naciendo al poniente de Baza, encuentra su lógico final en las inmediaciones de Lorca. Pero este tal Conde de Floridablanca bien merece un punto y aparte. Este Primer Ministro de Carlos III -y cuñado, además, del entrañable amigo de Navarro, el Magistrado Antonio Robles Vives- recurrirá en varias ocasiones a la personalidad del Canónigo Bastetano para poner en práctica sus planes reformistas. En una de ellas encarga a su fiel agente de Baza la redacción de una Historia Natural de los Reinos de Granada y Murcia en varios volúmenes, que Navarro entregará, finalmente, antes de 1792. Y desde luego no es la única obra que este animoso investigador deja escrita, tanto de Historia Natural, como de Economía Política, de Arqueología, de Viajes Científicos, de tantas y tantas cuestiones como poblaron, en algún momento, su curiosidad enciclopédica. IV. LA MUERTE ES MENOS ABSURDA QUE EL OLVIDO En 1790, el canónigo Navarro es ascendido por Carlos IV a la dignidad de Abad mitrado de la Abadía de Baza. Poco después será galardonado, también, con el título de socio del Instituto de París y con el de Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia, sin olvidar otros lauros y honores relativos a varias Sociedades Económicas de Amigos del País. Incluso se barajaba su nombre, en la citada Corte de Carlos IV, para ocupar la vacante surgida en los obispados de Almería y Barcelona. Pero no habrá lugar a esta última promoción. En un dramático visto y no visto, la muerte se le presenta de pronto y arrasa sus activos 57 años de vida. Es enterrado el 12 de mayo de 1797. Este año, justamente, se cumplen 200 años. Tras esta repentina desaparición, una gran parte de su voluminosa obra inédita del Abad Navarro saldría a pública almoneda. Otra importante porción fue robada. Sólo una pequeña muestra pudo ser rescatada por su sobrina, la docta velezana doña Juana Martínez Serna, y por el canónigo y amigo bastetano, don Francisco Zenteno. Exceptuando, pues, este minúsculo testigo, el resto de las valiosísimas colecciones de Historia Natural, Antigüedades y Numismática, la estupenda Biblioteca y sus numerosos manuscritos de variado contenido, junto con sus dibujos, se perdieron. Si no físicamente, sí, al menos, para la investigación y para el estudio. ¡Para su conocimiento!. Pues ocurrió que gran parte de dicha obra original fue acaparada y ocultada, después, por algunos «eruditos a la violeta» que la dieron a conocer como propia. Así, don Mariano Cossío, y así, también, el canónigo de la misma vecindad, don Juan Bautista Cassasola. Este último, en 1855, publicaría en Guadix en Ensayo histórico sobre la ciudad de Baza y pueblos de su Abadía, en el que ofrece como propios y al pie de la letra, párrafos enteros de una obra escrita por Navarro en 1789. De ahí el pacto de silencio al que nos referíamos al principio. Porque los eruditos de ocasión que tuvieron la suerte de encontarse con alguna obra del difunto, en vez de divulgarla honradamente con sus legítimas señas de identidad, optaron por echar siete cerrojos al sepulcro de Navarro, para así, de este modo, apropiarse impunemente de una autoría que no les pertenecería jamás. Durante muchos años esta patraña histórica se mantuvo firme y erecta: el nombre de Antonio José Navarro fue borrado de la faz de los archivos. Sería, por tanto, tremendamente injusto e innoble dejar pasar la ocasión de este segundo centenario de la muerte del gran ilustrado del Sureste - antiguo Reino de Granada- sin enmendar el secular entuerto. Razones de admiración a la obra bien hecha, y también -¿por qué no?- de paisanaje, nos han llevado a levantar la voz. ¡Basta! Un hombre que trabajó hasta la extenuación por elevar la cultura de toda una región y, de rebote, por alcanzar la felicidad pública para la vasta población del Sureste, no merece tal olvido. Gracias, pues, a la Revista Velezana y al Instituto de Estudios Almerienses, que una vez más han desmostrado su exquisita sensibilidad por los temas de su entorno, publicando un estudio titulado Ilustración y Reformismo en la obra de Antonio José Navarro, cura de Vélez Rubio y abad de Baza, libro de próxima aparición. En cualquier caso, nuestro ilustre antepasado Navarro merecía eso y mucho más.