LA APOTEOSIS DEL CLASICISMO El término “clásico” en música no se refiere únicamente al período histórico del Clasicismo, sino que expresa una perfección en la estructura, independencia formal, claridad y simplicidad, sensibilidad cultivada y buena factura, pero también una complejidad expresiva y riqueza de ideas. Si dejamos a un lado el marco temporal, la “música clásica” abarca un corpus de obras que pueden ser consideradas como ideal artístico, desde Schoenberg al jazz de Nuevas Orleans o la música tradicional japonesa. No obstante, la consolidación del sistema tonal, el desarrollo de la música instrumental y el perfeccionamiento de los instrumentos confluyeron hacia 1770 en la creación de un lenguaje musical sencillo, directo, cosmopolita e ilustrado, que fue admirado en toda Europa y daría sus mejores frutos en los grandes compositores vieneses de las últimas décadas del siglo XVIII. Como el resto de las artes, la música se debate entre la razón y los sentidos, entre la perfección y la sensibilidad, entre las grandes formas y la expresión subjetiva. De esa dialéctica entre la perfección formal (Apolo) y la expresión (Dionisos), llevada a su propia vida por Wolfgang Amadeus Mozart (1756-91) en sus últimos años, emana la energía que hace únicas las obras que conforman este programa. Nuestro tiempo ha desdibujado la línea divisoria entre las manifestaciones artísticas privadas y públicas, escuchamos en el mismo escenario un solista, un cuarteto o una gran orquesta, pero en el último cuarto de siglo XVIII, los compositores empezaron a darse cuenta de las posibilidades de los grandes conjuntos: en lugar de contrastar y oponer los distintos sonidos de la orquesta, lo que hacían era fundirlos para conseguir un nuevo tipo de masa sonora. Mozart prefería una orquesta sorprendentemente numerosa: 40 violines, 10 violas, 6 chelos, 10 contrabajos (¡!), y todos los instrumentos de viento doblados. Aún sabiendo que en aquella época todos los instrumentos sonaban más apagados que los de hoy, el compositor de Salzburgo gustaba de un volumen considerable para interpretar en sus conciertos públicos las obras sinfónicas. La Sinfonía núm. 40 en Sol menor, K. 550 pertenece a las grandes sinfonías de la producción mozartiana, que se inicia en la Sinfonía núm. 38 “Praga” y constituyen un modelo de excelencia formal. Paradójicamente, es también la sinfonía más conocida del compositor, que rompe esa frontera inexistente entre la música “culta” y la popular, al convertirse hace una década en melodía de moda para teléfonos móviles. El Molto allegro inicial se estructura en torno a una pequeña célula repetitiva, construyendo un tema que articula una maravillosa forma de sonata. El segundo movimiento es un Andante con un característico motivo repetitivo al que se van sumando instrumentos e intensidad dramática, provocando el deleite en las combinaciones tímbricas y melódicas que sugiere. El Menuetto vuelve a la tonalidad menor inicial con un tema enérgico, denso, tratado contrapuntísticamente, muy lejos de la danza que asoma sólo en el trío central. Termina la sinfonía en un Allegro assai con un tema en arpegio que despliega la sonoridad del conjunto y contrasta con un segundo tema lírico en los vientos donde asoma la delicia melódica mozartiana, para dar paso a un magistral desarrollo y una recapitulación grandiosa que culmina toda la obra. En los últimos años de su vida, las energías creativas de Mozart se concentran en lograr un triunfo operístico, que era el género más aclamado en la sociedad vienesa de la época. Sin embargo, su reconocimiento como compositor lírico no llegaría hasta el estreno de Don Giovanni en Praga en 1787. Mientras tanto seguía componiendo obras para piano, cámara, sinfonías y conciertos, en los que obtenía un gran éxito estrenándolos él mismo al piano. Este afán operístico probablemente propició que el solista de sus conciertos se pareciera más a un personaje de ópera que cualquier compositor anterior, acentuando las cualidades dramáticas del género. Para Mozart, el hecho de que la forma concierto procedía del aria era algo más que un dato histórico: era una influencia vivificante. El período clásico dramatizó el concierto del modo más literalmente escénico: el solista adquirió una categoría distinta a la de los otros instrumentistas. En todos los conciertos de Mozart a partir de 1776, la entrada del solista es un acontecimiento, algo así como la presencia en el escenario de un nuevo personaje que se sabe destacar, realzar y animar mediante una desconcertante variedad de recursos. De las composiciones anteriores a Beethoven, sólo Mozart comprendió las consecuencias de este contraste dinámico entre solista y orquesta, y sus posibilidades formales y coloristas. El Concierto para piano núm. 20 en Re menor, K. 466 está inmerso en el pathos prerromántico del Sturm und drang (tormento y tensión) o acaso ya anuncia un romanticismo incipiente. Mozart interpretó esta obra en un concierto de suscripción (a beneficio del compositor) el 10 de febrero de 1785, tras varias sinfonías y dos arias cantadas por una diva italiana. No había tenido tiempo de estudiar el rondó final, pues estaba terminándolo el copista y aún así, se convertiría en uno de los más admirados por Beethoven, Brahms y otros músicos que lo mantuvieron en su repertorio y escribieron varias cadencias para el mismo. El Allegro inicial, en tonalidad menor con desplazamientos rítmicos y una agitación intensa, crea un clímax que engrandece la entrada sublime del solista. La Romanza central canta una melodía inocente, una flor entre dos abismos. El Rondó (Allegro assai) final vuelve a Re menor, contrastando un tema rotundo y decidido con otros motivos sin perder nunca la agitación inicial. La cadencia del solista engrandece un final en el que solista y orquesta concentran todas las ideas de la obra para terminar rotundamente un gran drama. La Sinfonía núm. 41 en Do mayor K. 551 “Júpiter” es una obra grandilocuente en sus dimensiones, en el gran equilibrio formal, en la brillante tonalidad mayor y en su escritura, de gran maestría armónica y contrapuntística. En su última sinfonía Mozart parece unir los extremos, desde el tema inicial del Allegro vivace, que condensa en cuatro compases un motivo marcial y un lamento, a la intertextualidad de la cita de un aria cómica propia justo antes de terminar la exposición. El Andante cantabile se inicia con una melodía evocadora de gran lirismo en los vientos, que por momentos se torna sombría, sin renunciar nunca a la belleza sonora que florece en la coda. El Menuetto sí aparece ahora claramente en una gran orquestación, con un trío central protagonizado por los vientos. Para concluir toda la obra, el Finale: Molto allegro es una apoteósica forma de sonata tratada en el estilo fugado de los maestros antiguos. No es de extrañar que la última aparición del tema, a cinco voces, fuera considerada digna de los oídos del supremo dios romano. Francisco J. Giménez-Rodríguez ANDREA MARCON Andrea Marcon nació en Treviso en 1963. Inició sus estudios musicales con Vanni Ussardi diplomándose en órgano y clavicémbalo. En 1983 se traslada a Basiliea, donde obtiene el diploma en Música Antigua. En 1985 gana el Concurso Internacional de Brujas, el Concurso de órgano “Paul Hofhaimer” en Innsbruck al año siguiente y en 1991 el Concurso de Clave de Bolonia. Desarrolla una intensa actividad concertística en los más prestigiosos festivales y auditorios europeos como director y como solista. Tiene en su haber más de 50 grabaciones en CD como director y como solista de órgano y clave, contando con numerosos premios: Premio Internazionale del Disco Vivaldi per la Musica Antica Italiana (Fundación Cini de Venecia), Diapason d’ Or, cinco veces ha obtenido el Preis der Deutschen Schallplatten Kritik, l’ECHO Preis de la crítica alemana, premio EDISON de la crítica holandesa, el premio de la crítica española “Premios Líricos Teatro Campoamor” por la mejor dirección musical de la temporada de ópera 2009/10 (Ariodante), entre otros. En calidad de director invitado ha dirigido algunas de las mejores formaciones del mundo: Orquesta Sinfónica de la Radio WDR de Colonia, HR de Francfurt, NDR de Hannover, RSN de Berlín, Kammer Akademie de Potsdam, Oriol Ensemble de Berlín, Orchesta Sinfónica de la Radio Holandesa, Filarmónica de Berlín, etc. Andrea Marcon también desarrolla una intensa y activa labor pedagógica tanto en seminarios como en cursos de perfeccionamiento por toda Europa: Helsinki, Hamburgo, Lubecck, Amsterdam, Malmö, Karlsruhe, Copenhagen, Royal College of Organists de Londres, Universidad de Göteborg y Birmingham. Actualmente es profesor en la Schola Cantorum Basiliensis (Suiza), en el Mozarteum de Salzburgo (Austria) y director artístico de la OCG. YASUYO YANO Yasuyo Yano cuenta en la actualidad con un gran prestigio, tanto en su calidad de pianista como en el ámbito de la música de cámara y especialista en fortepiano. Ha participado en los más prestigiosos festivales europeos: Menuhin Festival, Festival de Baden-Banden, Ludwigsburger Festival, así como en los principales salas de conciertos y festivales de Alemania, Suecia, Francia, Suiza e Italia. Forma habitualmente dúo con el violinista Giuliano Carmignola, al que acompañó al fortepiano en una exitosa gira por Japón, interpretando la integral de las Sonatas para violín y piano de Wolfgang A. Mozart. Yasuyo Yano nació en Tokio, ampliando estudios en la Accademia Santa Cecilia de Roma, Hochschule für Musik de Lucerna, Academia Musicale Chigiana de Siena y Accademia Filarmonica de Bolonia, entre otras. AUDITORIO MANUEL DE FALLA ANDREA MARCON viernes 10 octubre 2014, 20:30 horas director artístico* ABONO A (1) sábado 11 octubre 2014, 20:30 horas Concertino Friedemann Breuninger Violines primeros Peter Biely Atsuko Neriishi Julijana Pejcic Annika Berscheid Andreas Theinert Piotr Wegner Saho Shinohara Isabel Mellado Violines segundos Alexis Aguado Marc Paquin Joachim Kopyto Milos Radojicic Berj Papazian Wendy Waggoner Edmon Levon Violas Hanna Nisonen Krasimir Dechev Andrzej Skrobiszewski Donald Lyons Mónica López Josias Caetano Violoncellos Kathleen Balfe Arnaud Dupont Matthias Stern Philip Melcher Ruth Engelbrecht ABONO S (2) Contrabajos Gunter Vogl Stephan Buck Xavier Astor Flauta Juan C. Chornet I Wolfgang Amadeus MOZART (1756-1791) Sinfonía núm. 40 en Sol menor, K. 550 Oboes Eduardo Martínez José A. Masmano Molto allegro Andante Menuetto: Allegretto Allegro assai Clarinetes José L. Estellés Carlos Gil Fagotes Santiago Ríos Joaquín Osca Trompas Carlos Casero Jorge Marcial Trompetas Esteban Batallán Manuel Moreno Timbal Jaume Esteve Wolfgang Amadeus MOZART Concierto para piano y orquesta núm. 20 en Re menor, K. 466 ORQUESTA CIUDAD DE GRANADA 32´ Allegro Romanza Rondo: Allegro assai Gerencia Alicia Pire Méndez de Andés Auditorio Manuel de Falla. Paseo de los Mártires s/n. 18009 – Granada Tel. 958 22 00 22 Fax: 958 22 23 22 [email protected] www.orquestaciudadgranada.es TAQUILLA Orquesta Ciudad de Granada Corral del Carbón C/ Mariana Pineda s/n. 18009 – Granada *Dirección artística / Con el patrocinio de: 35´ II Wolfgang Amadeus MOZART Sinfonía núm. 41 en Do mayor, “Júpiter”, K. 551 Allegro vivace Andante cantabile Menuetto - Allegretto Finale: Molto allegro Información y reservas 958 22 11 44 [email protected] Y una hora antes de cada concierto en la Taquilla del Auditorio Manuel de Falla si hubiera disponibles. www.redentradas.com venta telefónica 958 108 181 Consultar otros puntos de venta en www.orquestaciudadgranada.es www.redentradas.com Yasuyo Yano piano ANDREA MARCON director 31´