Roque Dalton: ética y estética de la liberación

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Razón y Revolución nº 17
Razón y Revolución nº 17
D
OSSIER: EL ESCRITOR AUSENTE...
Roque Dalton: ética y
estética de la liberación
revolucionaria
Jorge Majfud*
La poesía de Roque Dalton,
militante del PC salvadoreño,
demuestra que el artista que
asume conscientemente un
programa político no abandona por ello la metáfora, ni
lesiona su estética. El texto
que presentamos es una selección y adaptación que el
autor escribió para RyR de su
prólogo a��: Los testimonios, de
Roque Dalton (Tenerife, Baile
del Sol, 2007).
El marco histórico
Cien años antes que Roque Dalton fuera expulsado de su país para
repetir el eterno viaje iniciativo del héroe por tierras lejanas, Adolfo
Bécquer se adentraba en la España íntima de las leyendas populares.
Aunque la pluma del español no estaba libre de implicaciones políticas,
bien podríamos decir que su mirada hacia el pasado fantástico era la mirada de un romántico tardío que salía de su yo atormentado. En su más
famoso poema, “Rima LIII”, no sólo nos presenta un marco natural que
se repite eterno e indiferente a las pasiones humanas, sino que dentro
de ese marco pone la historia del hombre y la mujer como individuos
que sólo pueden esperar la pérdida de la vida en un tiempo lineal que
no puede volver. Como en las cosmogonías más conservadoras desde
Hesíodo, todo cambio sólo podría agravar la corrupción, la pérdida de
la armonía. “Porque, no hay duda -anotó el poeta-, el prosaico rasero de
la civilización va igualándolo todo. Un irresistible y misterioso impulso
tiende a unificar los pueblos con los pueblos, las provincias con las provincias, las naciones con las naciones, y quién sabe si las razas con las
razas. A medida que las palabras vuelan por los hilos telegráficos, con el
ferrocarril se extiende, la industria se acrecienta y el espíritu cosmopolita
de la civilización invade nuestro país, van desapareciendo de él sus rasgos característicos, sus costumbres inmemoriales, sus trajes pintorescos
y sus rancias ideas”.
Jorge Majfud es un escritor uruguayo. Actualmente enseña literatura latinoamericana en la Universidad de Georgia, EEUU.
Bécquer, Gustavo Adolfo. Desde mi celda. [1864] Edición, introducción y notas de
Darío Villanueva. Madrid: Editorial Castalia, 1985, pág. 138.
*
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No muy diferente es la reacción, la ideología y la sensibilidad de la
gran mayoría de los intelectuales españoles de su tiempo y de los tiempos por venir: una constante reacción contra el cambio que sugería la
larga decadencia del imperio español, casi tan larga como la llamada
Reconquista. Como fue casi una constante de la generación del '98, el
rechazo a un presente marcado por la decadencia y la derrota se traduce
en la mirada hacia la naturaleza y hacia un pasado estático o hacia una
férrea interioridad defensiva, como en Unamuno o en Maeztu. Aunque
en la misma actitud de reacción contra los cambios de la historia moderna, será Ortega y Gasset quien comience a articular un pensamiento alternativo a esta actitud esencialista que llevaba a los intelectuales, como
Manuel García Morente, a afirmar que “la hispanidad es aquello por lo
cual lo español es español”.
Semejante y diferente es la obra de los latinoamericanos: en 1900,
con Ariel, el uruguayo José Enrique Rodó impone la reivindicación de
España y de un pretendido espíritu latino en América. 1898 no sólo había significado el fin simbólico de España como imperio sino, sobre todo
para los latinoamericanos, la confirmación de la nueva amenaza imperial: Estados Unidos. Rodó le reprochará a Darío su torre de marfil
modernista. Por esta razón o por cualquier otra, el poeta nicaragüense
bajará a tierra y encarnará su talento en la reivindicación política hasta
convertirse en uno de los primeros íconos intelectuales de la nueva lucha social de los pueblos oprimidos. Tal vez el compromiso político lo
tomó tan desprevenido como a Julio Cortázar. No fue el caso de otros
escritores como Ernesto Che Guevara, Roque Dalton, Rodolfo Walsh,
Haroldo Conti, Juan Gelman, Osvaldo Dragún, Griselda Gambaro,
Érico Verísimo, Pablo Neruda, Ariel Dorfman, Nicolás Guillén, Heberto
Padilla, Ernesto Cardenal, Elena Poniatowska, Mario Benedetti y
Eduardo Galeano.
En casi todos, la primera condición de la sensibilidad estética es la
implicación ética. Esta estética de la ética casi siempre se tradujo al lenguaje más claro pero también más simple de la política partidaria. Es
decir, la gran reivindicación política del margen, de los oprimidos de
todo género, que en el fondo es una continuación del humanismo europeo, se traduce en una toma de partido, en un compromiso concreto: la
pertenencia a un partido político o la militancia revolucionaria.
Ya en Pablo Neruda nos encontramos con esta insistencia: el primer
romántico, perdido en las turbulencias existenciales de su individualidad, baja de su tormentosa torre de marfil y pone los pies en la calle.
Al igual que Rubén Darío, Neruda encontrará en este descenso en la
sociedad la verdadera transformación del individuo. Éste es el momento,
entiendo, en que el humanismo, iniciado en el siglo XV con su dedo en
el hombre como individuo, descubre su plena realización en su aparente
opuesto: la sociedad. Así surgirá la idea del Hombre Nuevo de Ernesto
Che Guevara, el romántico que murió con un libro de Pablo Neruda en
Manuel García Morente, Idea de la hispanidad. Madrid: Espasa Calpe, 1947, pág.
201.
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su mochila, mezcla de utopía europea y mitología americana. Del carácter tormentoso y oscuro del romanticismo decimonónico, aislado y perdido en su yo, los intelectuales revolucionarios descubren la alegría del
compromiso social. Palo Neruda recuerda y poetiza este cambio así:
Cuando yo escribía versos de amor, que me brotaban
todas partes, y me moría de tristeza
errante, abandonado, royendo el alfabeto
me decían: ‘Qué grande eres, oh, Teócrito!’ […]
y luego me fui por los callejones de las minas
a ver cómo vivían otros hombres. […]
me dejaron de llamar Teócrito, y terminaron
por insultarme y mandar toda la policía a
encarcelarme
porque no seguía preocupado exclusivamente
de asuntos metafísicos.
Pero yo había conquistado la alegría.
En “¿Por qué escribimos?”, Roque Dalton lo formuló así, con un
tono festivo y provocador que recuerda al persa Omar Kayyam:
Uno hace versos y ama
la extraña risa de los niños
el subsuelo del hombre
que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,
la instauración de la alegría
que profetiza el humo de las fábricas.
Y en otro poema:
la alegría es también revolucionaria, camaradas,
como el trabajo y la paz.
En Los testimonios leeremos el verso tradicional y el antipoema -técnica
y poética que experimentaron Nicanor Parra y Mario Benedetti- para
terminar en una serie de viñetas en prosa que nos recuerda a Memorias
del Fuego y otros libros de Eduardo Galeano, tal vez sin la perfección
que alcanzarán en este último. Pero no sólo es la forma: el tema de fondo
será, como en todos los anteriores, la historia frustrada, la ruptura de la
memoria y el pecado original de la Conquista, la reivindicación de unos
dioses en los que no cree pero con los cuales el poeta se solidariza. Una
historia indígena, una anti-historia -es decir, una mitología- americana
que resulta una obligación ética y estética ante la injusticia de la historia
Pablo Neruda. Antología esencial. Selección y prólogo de Hernán Layola. Buenos
Aires: Losada, 1971, pág. 126.
Roque Dalton. Poesía escogida. San José: Editorial Universitaria Centroamericana,
1983, pág. 22.
Dalton, Roque. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983,
pág. 116.
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oficial, de la barbarie de la civilización europea y de la insaciable sed del
Próspero americano.
No obstante, como José Mariátegui, Pablo Neruda, Mario Benedetti
o Eduardo Galeano, Roque Dalton encontrará un apoyo ideológico sólido en una tradición europea: el marxismo en algunos casos y el humanismo implícito en casi todos. Es decir, el derecho a la utopía, aunque
esa utopía sea el regreso al orden original, aunque esa utopía no sea el
futuro soñado por los humanistas europeos sino el pasado destruido por
este mismo sueño con las armas ciegas de la ambición.
Roque Dalton, un hombre de su tiempo
En 1956 los militares incendiaron la Universidad de El Salvador,
“una vieja casona donde cabían todas las manifestaciones científicas y
culturales”, según recuerda Danilo Argueta. “No se iba a permitir una
casa de subversión en pleno centro de San Salvador” había dicho un
funcionario militar que se vanaglorió de la acción vandálica. “De ese
fuego, entre esos humos, vaticinadores de lo que llegaría después, comienza a surgir la persona de Roque Dalton.”
Seis años después, en el libro de poemas El turno del ofendido, Dalton
introduce una dedicatoria al general Manuel Alemán Manzanares: “Para
conseguir fuertes sanciones en mi contra, hizo el mejor elogio de mi
vida, muy exagerado, a decir verdad…” El informe del militar, del 10 de
octubre de 1960, hacía referencia a un allanamiento donde le incautaron
al bachiller Roque Dalton “varios libros de ideología puramente comunista, tales como El Materialismo Histórico, El materialismo dialéctico,
Sóngoro Cosongo de N. Guillén, y otros”. El informe describe al poeta
como alguien que “constantemente vive agitando a la masa obrera, campesina y estudiantil”, incitando a los campesinos “para que protesten o
empleen la violencia contra los terratenientes […] Es uno de los principales dirigentes intelectuales de todo este movimiento subversivo que ha
alterado la paz y la tranquilidad de la nación”. Seguidamente, el mismo
Dalton recuerda, considerando la modestia de sus propias obras: “El
general Manzanares actuaba de rectificación del verdadero vacío de mi
vida. E hice un juramento solemne: a partir de entonces yo mismo me
encargaría de proveer de materiales en mi contra al juez. Por eso escogí
mi profesión actual”.
En estas palabras no sólo destaca la ironía sino lo que entiendo es la
dinámica histórica del intelectual comprometido: el individuo es transformado por su espacio social, por los valores culturales y dialécticos que
cuestiona. Al punto de agradecer al propio enemigo por el favor. La reacción (y la confirmación) es una respuesta al contexto concreto, no un
simple idealismo individual, no un misticismo centrado en el yo -como
el de Buda o el de Santa Teresa- que actúa en la sociedad, en la sociedad
Dalton, Roque. Poesía escogida. Selección del autor. San José, Costa Rica: Editorial
Universitaria Centroamericana, 1983, pág. 8.
Ídem, págs. 106 a 108.
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objeto, sin ser cambiado por ésta, sin intentar cambiarla como sujeto. Al
igual que en los escritos de Ernesto Che Guevara, de Eduardo Galeano
y de tantos otros, Los testimonios de Dalton marcan un periplo (19621968) posterior al exilio: México, La Habana, Praga y vuelta a Cuba.
En la tercer y última parte de Los testimonios, Dalton inicia con una
cita de Bernal Díaz: “Después que a Dios, debemos nuestra victoria a
los caballos”. Especulando con la muerte de ese dios, reflexiona: “Los
creyentes inconformes podrán pasarse al culto del caballo basados en la
poca distancia que la Historia dejó establecida entre ambos. Por mi parte
declaro que no pienso creer en el caballo”. De la poesía en verso pasa a
la poesía en prosa, a la viñeta fraccionada, decontructiva de la historia
oficial. Con esta tercer y última parte de Los testimonios, Roque Dalton
ha madurado y completado el perfil del intelectual comprometido, que
es la consecuencia y la continuación de un espíritu humanista que se
desarrolla en Occidente a lo largo de varias centurias. Será este héroe
dialéctico, quien reúna en una sola manifestación lo que el Occidente
capitalista separó: ética y estética.
El descubrimiento del yo en los ensayistas del siglo XVI (hombres y
mujeres sin título de nobleza y por lo general conversos o bastardos) se
acentúa en el romanticismo del siglo XIX. Quizás haya una línea histórica que une a los románticos de ese siglo con los existencialistas de la
segunda posguerra y los rebeldes de los años sesenta que protagonizan
la primavera del 68. En los tres casos se trata de la rebelión del individuo,
pero en los dos últimos es un individuo que se va descubriendo al descubrir la sociedad. Al redescubrir el yo, el humanismo descubre el otro.
No es casualidad que la literatura del siglo XX -y en particular la poesíarepita el mismo proceso en cada individuo: del romántico alienado al
revolucionario social, del yo al otro, de la conciencia individual, solitaria
y desolada, a la conciencia social, colectiva, siempre amenazada por la
propaganda; de la angustia metafísica del existencialismo a la alegría
de la aventura colectiva. En “Hablan los exquisitos”, Dalton expresa la
conciencia de del revolucionario que aspira al hombre nuevo a través
de una nueva sociedad, después del sacrificio del revolucionario que ha
alcanzado la conciencia pero no la liberación de la moral anterior:
La literatura comprometida
Supongo que somos un par de personas marcadas por el veneno de nuestra fastuosa educación, por las mariposas negras de los templos, por los vampiros de las elites. Nos gusta el whisky, Maribel, nos gusta quedarnos demasiado tiempo desnudos
[…] Nos fascina además el arrepentimiento.10
No podemos hablar de “literatura comprometida” ya que la literatura es un fenómeno social, cultural e histórico, por lo cual cualquier
hipotético compromiso depende, en última instancia, de las interpretaciones que haga el lector de cada texto. Por otra parte, en América
Latina no existió un fenómeno artístico de importancia que adhiriese a
los preceptos del “realismo socialista”, aunque en ocasiones los dirigentes más influyentes de la Revolución cubana se manifestaron a favor de
este principio: “Dentro de la revolución todo, fuera de ella, nada”.
Por lo general, los intelectuales resistieron o reaccionaron contra
los preceptos stalinistas del “realismo socialista” y adhirieron a corrientes estéticas y de pensamiento de Europa occidental, especialmente de
Francia y del existencialismo de postguerra. Incluso Ernesto Guevara
(que paralelamente criticó la burocratización del bloque socialista) tomará una posición a favor de la libertad de la creación artística.
Sin embargo, al separar la ética de la estética, nuestra cultura alienó
y privatizó el referente trascendente a uno: la ética. Es decir, hizo de la
estética el mundo de la forma y lo superfluo, de la belleza descarnada,
de lo prescindible, del lujo. El arte alienado se vanaglorió de “la intrascendencia del arte”. El arte comprometido, por el contrario, realizó la
conmovedora experiencia de la reunificación. El compromiso personal
ha creado lo que llamamos aquí una “estética de la ética”. Es en ese sentido que nos referimos cuando hablamos de “arte comprometido”.
Roque Dalton. Poesía escogida. Selección del autor. Prólogo de Manilo Argueta. San
José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983.
José Ortega y Gasset. Misión de la universidad, Kant, La deshumanización del arte.
Madrid: Galo Sáez, 1936.
La forma de la ética, el deber de la estética
Si fuese por la creatividad formal, hoy Sor Juana Inés de la Cruz no
sería Sor Juana: algunos versos suyos no tienen nada de originalidad,
pues su arte radica en una reivindicación, en su valor ético-estético de
la observación crítica, en su lucidez y en su coraje dialéctico. Diferente,
la poesía revolucionaria se resiste a los prodigios de la forma en su búsqueda de la rebelión del significado. Dalton es en parte consciente o
sospecha la vanidad de los prodigios estéticos
Como decía Enrique Muiño, cuando mueren las palabras comienza
la música, y eso es muy grave para quienes no somos inmunes a los dolores de cabeza de 70 amperios. Uno de los crímenes más abominables de
la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo
son elementos significantes. Que la palabra cebolla sólo tienen sentido
por la existencia de la cebolla.11
En la misma tradición filosófica que se continúa con el psicoanálisis
(la realidad existe y se encuentra oculta detrás de los símbolos) y en la
renovación siguiente que pone en los símbolos mismos una categoría
de lo real, Dalton encuentra un indicio de la existencia de la realidad en
Roque Dalton. Poesía escogida. San José: Editorial Universitaria Centroamericana,
1983, pág. 70.
11
Roque Dalton. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983,
pág. 92.
10
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observaciones de este tipo: “Debemos reconocer que al aceptar que hay
palabras que no se pueden decir de ninguna manera establecemos un
hecho gravísimo”.12
Esta rebelión no puede descansarse en la complacencia del esteticismo. El arte ya no puede ser la pluma que adorna el sombrero, el paisaje que embellece la pared del individuo alienado (sea el oprimido o el
opresor), sino el hacha del leñador que golpea el bosque, el martillo del
obrero que golpea el hierro y no la herramienta que mueve el brazo, el
fusil del hombre masa que se revela contra su categoría social de masa
informe al servicio de un orden heredado.
Yo llegué a la revolución por la vía de la poesía. Tú puedes llegar (si lo deseas,
si sientes que lo necesitas) a la poesía por la vía de la revolución. Tienes por lo tanto
una ventaja. Pero recuerda, si es que alguna vez hubiese un motivo especial para que
te alegre mi compañía en la lucha, que en algo hay que agradecérselo a la poesía.13
La poesía crítico-revolucionaria y la antipoesía renuncian a la rima
como recurso fundamental. Pero no renuncia al ritmo de las palabras, al
verso que nos recuerda el inevitable y necesario diálogo con la tradición.
Aunque desparejo, no renuncia al metro del verso, a las aliteraciones.
Los escritores comprometidos saben que el arte no es política pero no
conciben un arte libre de sus implicaciones políticas.
En cierta forma, la poesía revolucionaria rechaza la aparente alienación de la estética en un mundo que se sirve de ella para reproducirse, y
procura la integración de ética y estética como resultado de un mundo
que procura romper los límites establecidos por un orden social injusto.
Es decir, el arte del rebelde será la reivindicación no sólo de otra realidad
sino que confirmará la existencia de la realidad más allá de los reflejos.
Será, en su integración de ética y estética, una declaración ontológica
y epistemológica: existe el mundo, un mundo doloroso que debemos
cambiar, un mundo que ha estado deformado por el diamante cuando
no oculto por sus propios brillos de colores.
Las metáforas siguen siendo las del romanticismo del siglo XIX.
Desde Pablo Neruda hasta Roque Dalton las palabras preferidas son las
que nombran a la naturaleza. Salvo el futurismo que se propuso cantar
a la máquina, la antipoesía de Nicanor Parra que procuró bajar al poeta
del Parnaso y subir la voz del hombre común a los libros, la poesía revolucionaria no le canta a las ciudades ni a la máquina ni a la abstracción.
Si le canta al obrero no le canta a la industria. Si le habla al dinero, como
Nicolás Guillén, le habla con burla, le habla con la ironía de la firma del
Che en los nuevos billetes cubanos de los años sesenta.
La literatura comprometida o crítico-revolucionaria es el romanticismo que ha encontrado al otro colectivo, que ha cambiado la soledad
por la sociedad, el egoísmo por el altruismo, el autismo por el dolor ajeÍdem., pág. 93.
Dalton, Roque. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983,
pág. 11.
12
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no, el amor de la amada muerta -que es el amor a sí mismo, el amor
romántico- por el amor de la amada en el pueblo oprimido, el amor
multiplicado, integrado, finalmente trascendido. También la recurrencia a la muerte, al sacrificio, a un más allá que no es el Paraíso de las
grandes religiones sino la memoria de los hombres y mujeres que deben
sobrevivirlos pertenece al linaje romántico. Elementos que encontramos
reunidos todos en otro poeta de la generación: Ernesto Che Guevara.
“En la lengua del sueño” es ese tipo de poesía en prosa que como
nadie ensayará Eduardo Galeano en su trilogía Memoria del fuego. Pero
Dalton todavía incluye el narrador poético en primera persona. El nosotros de la poesía crítico-revolucionaria es reconocido antes que nada por
sus individuos, por sus grandes nombres. Pero el yo todavía predomina
en los versos aunque ya no en el mundo poético de sus autores.
Mito y utopía en la literatura comprometida latinoamericana
Una constante que podemos observar en la literatura y el pensamiento latinoamericano desde la Conquista hasta nuestros días es la aspiración de Liberación. Esta necesidad nace con la percepción de un pecado
original que se renueva al mismo tiempo: Liberación de las amenazas
cíclicas del cosmos precolombino; la liberación de la furia de los dioses;
la liberación del conquistador; la liberación del colonizador; la liberación del despojo y la esclavitud; la liberación del caciquismo primero y
del caudillismo después; las sucesivas liberaciones de los imperios español, británico y norteamericano; la liberación de la opresión de clases; la
liberación de la Iglesia Católica; la liberación de la teología y la teología
de la liberación; la liberación de la pedagogía del oprimido, etc.
Esta aspiración de liberación se articula de dos formas diferentes, a
veces en un proceso de mestizaje y sincretismo y otras veces de formas
conflictivas y contradictorias: la utopía humanista y el regreso a los valores comunitarios de la América indígena. Una, como continuación de
los ideales europeos de progreso de la historia; la otra, como regreso a un
estado ideal, americano, interrumpido por esa misma historia.
En ninguna de las dos variaciones observamos la opción oriental de
la salvación mística del individuo apartado de la sociedad, como en el
budismo o en el misticismo cristiano. En ambas -la variación utópica y
la mítica- el individuo, poseedor de una conciencia social, sólo se proyecta como un ser liberado luego del proceso de inmersión en los problemas sociales, políticos a través de la revolución o la purificación social.
El llamado escritor comprometido no puede centrarse en el “fenómeno literario” como una manifestación aislada e independiente de la sociedad por varias razones: primero, porque, como fenómeno, no existe
una literatura indiferente a su contexto, aunque cierto tipo de lectura
reclame el lícito derecho a ejercitarse sin el contexto original de donde
surgió el texto (Roland Barthes); segundo, porque el factor principal de
escritura de este tipo de literatura es el contexto, especialmente los conflictos de ese contexto.
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Podemos advertir un factor central y fundacional de los escritores
comprometidos que aparece negado -ya que no totalmente ignoradoen los escritores “no comprometidos”: la relación particular del creador
individual y la sociedad de su época. Veremos que el escritor comprometido se reconoce como individuo, como yo, en un mundo en crisis. Es
la angustia existencialista -el individuo y su libertad- y es la conciencia
del revolucionario como “denunciador del presente”. Esta denuncia del
presente será realizada casi siempre desde una perspectiva histórica que
revela una decadencia y una injusticia. Una conciencia que es producto
de la modernidad y de su desilusión.
Una vez producida esta conciencia crítica, el escritor comprometido
no vuelve su mirada hacia su yo sino para expresar el conflicto social,
histórico. No se refugia en la torre de marfil, en la literatura solipsista;
no reivindica la fantasía como mero juego de la imaginación, como ejercicio de evasión, como única posibilidad ética, sino que la concibe como
fin y como medio. Como fin, según la filosofía estética predominante
que reconoce un universo de reglas que le son propias al arte, que son
propias de una dimensión humana que no puede ser abarcada por otras
disciplinas, como la psicología o el pensamiento abstracto; como medio, según su filosofía social, que generalmente lo llevará a asumir un
compromiso, una necesaria conexión -ética- entre ese universo artístico,
individual, y el universo político, social. Como fin y como medio, en el
entendido de que la obra de arte es salvadora, es reconstituyente de la
humanidad y la unidad perdida, la ética y la estética reunidas otra vez
para una obra de arte integral.
Si para el marxismo la conciencia de “los hombres” es un producto de un orden económico, de una infraestructura, de un momento de
la historia, para el revolucionario esa conciencia comienza por una excepción: la vanguardia (no el pueblo) alcanza la conciencia, provoca el
cambio estructural mediante una necesaria violencia y, finalmente, este
cambio hace posible la nueva “conciencia de los hombres”, el hombre
nuevo. Podemos advertir aquí una superposición: el revolucionario -el
guerrillero, el intelectual comprometido- es el individuo que alcanza
una conciencia crítica en un estado de crisis de la sociedad.14 Pero ni
él ni mucho menos el resto de los individuos alienados por la sociedad
decadente podrán alcanzar la liberación sin antes cambiar la sociedad.
Aunque poseedor de la conciencia crítica inicial, el revolucionario se
reconoce impuro y necesariamente infeliz debido a que no hay hombre
nuevo, hombre liberado en una sociedad corrupta, doliente, decadente
sin una Nueva Sociedad. La plenitud debe armonizar ambos aspectos
del ser humano: el individual y el social. El divorcio de éste -el caso de
los intelectuales no comprometidos, burgueses, esteticistas- produce individuos alienados, reproductores y legitimadores de un presente injusto.
Para el intelectual comprometido no existe intelectual no comprometido
José Martí: “Los tres héroes” (liderazgo moral entes que el pueblo) [1889].
Bombona? Cita de Bolívar en la independencia cuando el pueblo no quería, etc.
14
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sino adversarios que han hecho la opción contraria, evitando el cambio,
la revolución, la igualdad, la justicia y, finalmente, la liberación.
La temática de Roque Dalton, su tono lírico, recuerda a otros poetas
comprometidos como Pablo Neruda. En la misma dirección pero por
caminos diferentes seguirá Eduardo Galeano: los mitos autóctonos, las
leyendas que nutrieron la literatura latinoamericana y la historia de la
Conquista europea narradas desde la otra voz. Es la visión de los vencidos: los dioses autóctonos perdieron porque eran ingenuos. La crueldad
es requisito del vencedor, de la conquista y de la liberación (“Matar un
tigre”).
En “El duende” recrea una leyenda americana que recuerda a las
leyendas de Neruda y del más lejano Adolfo Bécquer en Desde mi celda:
es el romántico que no cree pero mira hacia el pasado en busca del tiempo perdido, del tiempo desgarrado por la historia, por la violencia de la
historia. También Octavio Paz vuelve su mirada a los mitos americanos,
a las leyendas y a las piedras del antiguo México. Pero no toma la voz de
los vencidos sino la del antropólogo que escribe en verso.
La poesía crítico-revolucionaria ha sido, sucesivamente, la poesía de
la esperanza, de la lucha, de la resistencia y, finalmente de la derrota. Es
el camino trágico del héroe. La derrota, la muerte es la suspensión del
triunfo final, como la noche procede al día. Podría resultar incomprensible que la literatura crítico-revolucionaria no se haya caracterizado por
el naturalismo europeo y, por el contrario, haya optado por la re-mitologización americana. Pero la poesía críticorevolucionaria, en cambio, no
abandona el tiempo y el espacio mítico. Por el contrario, lo revindica en
nombre de una revolución que es hija de la historia y, más precisamente,
de la modernidad. En la América conquistada, en la América marginal, la modernidad nunca es completa sino contradictoria. Los poetas
revolucionarios ensayan su originalidad como regreso al origen; no es
la adopción de lo nuevo que le fue largamente impuesto sino la permanente adopción de unos dioses en los cuales no cree pero con los que se
solidariza. Dalton adopta a un espectro de Quetzalcoatl como metáfora
pero no como dios.
Pocas religiones hubo más socialistas que el cristianismo primitivo.
Pocas, sino ninguna otra, fundaron y representaron el capitalismo y al
vencedor como el cristianismo tardío. Los poetas crítico-revolucionarios
como Neruda, como Dalton, como Galeano no creen en los antiguos
dioses americanos sino en el alma de los pueblos que creyeron en ellos y
por ellos cayeron vencidos. Es un acto de desafío, entonces, adoptar o recuperar los cadáveres de la violencia y volverlos a la vida, como un gesto
del rebelde americano que se representa como revolucionario europeo.
Bécquer todavía es un romántico cristiano. En un país orgulloso y en
derrota, podía admirar el progreso y lamentarse por el tiempo perdido.
Del otro lado del océano, el romanticismo había sido la novedad europea
que importaron los intelectuales americanos para legitimar ante el arte la
independencia de las nuevas naciones. En el siglo XIX todavía Esteban
Echeverría lo asociaba al espíritu cristiano y a la liberación (humanista)
de los individuos y de los pueblos. En el siglo siguiente, católicos como
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Teoría-Historia-Política
Roque Dalton ya habían perdido la fe, si no en Dios por lo menos en la
religión de los opresores. Si en España los intelectuales se identificaron
e identificaron un país -hecho de diversos países- con una sola religión
-la católica- en América los crítico-revolucionarios no podían hacer la
misma opción. Aún con un pueblo mayoritariamente convertido, sus
intelectuales se volvieron incrédulos, cuando no simplemente laicos.
Creo que Los testimonios no sólo es una obra fundamental en el
mundo poético y revolucionario de Roque Dalton; además es una de sus
obras más recomendables para aquellos que entran por primera vez en
su mundo y pretenden acercarse al conocimiento -si no a la experiencia
plena- del mundo del intelectual comprometido, del rebelde marginal;
del mundo donde ética y estética, para bien o para mal, alcanzaron uno
de sus grados máximos de comunión. Pero la poesía, aún la poesía más
popular, si es poesía, conserva siempre un grado mínimo de hermetismo. No todos los aprendices sobrevivirán. Ésta, como cualquier gran
poesía, no es una puerta universal: para unos será la vertiginosa entrada
a una revelación; para otros, sólo será el ojo de la aguja del que hablaba
el Maestro.
Razón y Revolución nº 17
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Relaciones: entre la
vida, el arte y la política
Vicente Zito Lema*
Paco Urondo y Maximialiano Kosteki. Dos contextos históricos diferentes
y el mismo problema: el
silencio del artista como
complicidad. El compromiso militante como la
mejor opción estético política en una Argentina que
aguarda su transformación
revolucionaria.
¿Qué busco con el arte?
que ocurra la poesía.
¿Qué busco con la poesía?
Que resucite la verdad de la vida.
¿Qué busco con la vida?
que el temor de la muerte
no oscurezca la conciencia.
I. Una vuelta de tuerca
Para lograr ser lo que es en el deseo, y todavía más en el devenir de la
necesidad, el arte -que busca la verdad de la vida y del ser en la belleza-,
también se define desde su no ser, con sus rechazos a un orden social
perverso y en su negativa a la parodia o al camuflaje de su esencia. (Ya
abundan en el campo de la realidad social los bufones y alcahuetes de
la Parca).
Por ello, con balbuceos y a dentelladas, marginada y entre silencios,
traída y alejada de puerto por un mar siempre cambiante que esconde
los rostros y los destinos, en un viaje que se acepta dramático pero nunca trágico, obligada por la relación de fuerzas y el espíritu de la época al
uso y el abuso de la blasfemia y el lenguaje atroz para no menguar su
eficacia, la creación artística encara –quemando sus naves– a un poder
tan cruel como implacable (hablamos, finalmente, de la personificación
metafórica de un imperio y a la par de una multiplicación de acciones
dominantes que cubren toda la trama social), que se sostiene sin temblor
en un sistema de reproducción material de la existencia cuya naturaleza
Poeta, editor de diversas revistas culturales, entre ellas Crisis. El texto que aquí publicamos fue elaborado para este dossier, pero los acápites “La cuestión de histórica”
y “La cuestión estética” pertenecen a su obra: La pasión del piquetero, Buenos Aires,
Ediciones Patagonia, que próximamente llegará a las librerías.
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