madrld i.° de Aflostó de t s e o . Año I I I . srúm. e8. P I R I t o QUINCENAL, DEDICADO AL BELLO SEXO. á tí, que habías nacido destinado para los placeres de una reina 1 Apenas puedes ahora exhalar tus gastados sonidos, mas sí pudieses hablar, revelárnoslos días de tu gloria El clavicordio de ia Reina María Antmieta, por Adolfo cuando Gluck, el inmortal Gluck, protegido de tu augusta Adam.—Doctrina de Salomón (continuación), por D. Jerónimo Moran.—JEÍ Ramillete (continuación), por M,—Un equipo de no-señora, llegó á la corte de su antigua djscipula, tú podrías referirnos los aspavientos de los parásitos cortesanos de via (continuación), traducción de la Señorita DoBa Elvira CorVersalles, al ver que su joven reina honraba más que á ellos nelias.—Pensando en íí, por A, G, V. Q.—Costumbres orientaá un simple músico. ¿Recuerdas por ventura la primera enles.—Miscelánea.—Charada-^ Jeroglifico, — Pliego de dibujos, trevista del gran maestro con la reina? por Hagistris. . . . . En cuanto fué anunciado el caballero Gluck, aquella se adelanta hacía el artista, esclamando: —\ Ah 1 ¿sois vos, sois verdaderamente vos, mi querido EL C L A V I C O R D I O ; maestro?" DE LA REINA HARÍA ANTOMIETA. Y el buen alemán, sonriente y reconociendo apenas á la díscípula que había dejado aun niña, —¡Ohl señora, respondió con su acento tudesco, cuánto (Recuerdos de un músico.) ha- engruesado vuestra majestad desde que no la he visto. Ante semejante franqueza germánica , la gravedad de Fué un hermoso y noble instrumento aquel soberbio los cortesanos no fué posible sostenerse; la etiqueta fué clavicordio, que pasaba desde el taller de construcción á la olvidada un momento y se atrevieron á reír: la reina partimorada regia, para la cual habla sido fabricado. ¡Cuan bien resonaba en su niagníflca envoltura de laca y orol i Qué cipa de la alegría general; mas bien pronto viendo la confusión del pobre compositor, que no creyendo'haber dicho orgulloso {^ecia de ;iá rica, ornamentación de sus bellas alguna tontería, buscaba la causa de dónde pudiera nacer pinturas! No es que no hubiera ya por entonces pianos en París; aquella estraña hilaridad, —Señores, dijo con la gracia encantadora que poseía en pero estos instrumentos, ciasi en su infancia por aquella alto grado; debéis hallaros llenos de satisfacción por hacer época, pertenecían en su mayor parte á los artistas de profesión, no siendo para los aficionados más que un objeto, conocimiento con uno de mis compatriotas de quien más se honra con justicia la Alemania. Habla bastante mal el franno de lujo, sino de curipsídad. El'clavicordio, aprovecés , es cierto , pero en cambio posee un lenguaje mucho chándose de los tiltimos días de su gloria, parecía mirar con desden al humilde rival que reducido todavía á su es- mas elocuente, que se comprende en todos los países. Vamos , pues, mí buen maestro , añadió conduciendo á éste tructura mezquina y cuadrada, debía, no tardando mucho, donde se hallaba el clavicordio, hacednos oír algún recuerdestronarle por completo. Del que hablamos , era un Glavicordio que se había he- do de Víena. Gluck comprendió instantáneamente, que había allí una cho para Madanaa la Delflna: era ésta alemana, poseía con revancha que tomar: animáronse sus ojos con la llama del perfección la música, y'la proporcionaron el instrumento genio; extiende su mirada sobre la falange de cortesanos y más acabado que pudo fabricarse. ¡Pobre clavicordio I toen seguida deja correr sus dedos sobre el instrumento. davía existes , pero no ya en la mansión de un rey ; si de vez en cuando haces resonar tus voces agrias y chilloEncontrósefor de pronto en aquellos acordes algo de nas, que parecían tan llenas y hermosas durante tu juvenvago é incomprensible ; siendo, difícil á los oyentes darse tud, es la mano temblorosa de un anciano la que te anima: cuenta de aquellas notas contrapuestas entre las cuales se SUMARIO., 306 LA GUIRNALDA. anunciaban cien melodías que en el punto de nacer quedaban interrumpidas bruscamente para dar paso á uiMi Wieva idea. Poco á poco se vá todo aclarando: el rostro ád, (3uck resplandece con un fuegé divino, no vé dónde ie hirfla: habla empezado delante de la reina, y como si se encontrase solo en su. casa, desarr(^la un aire de wáis de aquel ritmo vigoroso que no pertentoe más que á los alemaneg, haciéndose bien pronto comprender de todos. L» reina se esforzaba por contener dos lágrimas que asomaban á sus bellos ojos, porque antes de todo queria parecer francesa de corazón: sabiendo que se la llamaba la Austriaca , por apodo, hubiera querido olvidar á su país. En la ocasioft presente, sin embargo, bien podía llorar con toda libertad sin que nadie lo notara. La atención de los duques, marqueses y demás personajes de la corte, se hallaba absorbida por aquellos sublimes acordes de que la pálida música francesa, única que habían hasta entonces escuchado, no les hubiera podido jamás dar una idea : comprendían el arte por la primera vez. Aún duraba él éxtasis de los palaciegos y Gluck habia, dejado de topar. Gruesas gotas áe sudor se resbalaban por su ancha frente. Parecía como salir de un sueño penoso, y tardó algunos monáentos en recobrarse. La reina le cumplimenta dieiéndole muy despacio en su lengua materna: —Gracias, gracias, mi buen maestro. ¡Quedáis sobradamente vengado! Después de esto el compositor alemán se retira, y aquellos grandes señores se ¡nclitiaron eon grande acatamiento cuando atravesaba por susfilas: la nobleza creyó esta vez que no se rebajaba prestando homenaje al talento sublime que en tal forma acababa de mostrárseles. ¡ Cuántas otras escenas interesantes podría hacernos conocer el vetusto clavicordio! y como él sabiia referírnosla harto mejor que yo, pobre hombre que, gracias al cielo, no cuento con edad suficiente para haber visto todas estas maravillas. Pero en cambio he visto él clavicordio, hace ya de esto algunos días-, y me creo en el deber de contaros cómo y en dónde encontré esta reliquia de nuestra antigua monarquía. Hacia poco que habia ido al cuartel de los inválidos á visitar á un amigo , antiguo jefe militar á quien hacia ya mucho tiempo que yo no había visto. Después de haber ' charlado de la lluvia y del buen tiempo , materias de mucho interés para un inválido, de los espectáculos que se representan en el Odeon, que constituyen el gran placer de los moradores de la casa, vino á recaer nuestra conversación sobre la niúsica. Mi amigo puso en mi conocimiento que muchas damas aficionadas al arte divino, y aun profesoras, eran sus comensales , y que allí mismo en el cuartel algunos oficiales se distinguían bastante en la música. Entre estos mis camaradas, anadia, hay uno que posee un magnífico clavicordio que mira con singular aprecio y en el que toca no pocas veces para nuestro recreo, divirtiéndonos mucho, ^upliquéle al oírle, que me pusiera en contacto con el aficionado que tal alhaja poseía, y haciéndolo sobre la marcha el nuevo interlocutor, me hizo notar amablemente twifte los pormenores de suelavicordio. No pude menos de aiifírar su perfecto estado de conservación: maqueado de tiegVo, con brillantesfiletesdorados, y sobre todo las pintuWS que me pirecieron de gran valof. El vi^rano militar me brindó á que hiciera un ensayo, y yo teeptando la irupuestá tropecé á preludiar algunas tocafiasi mas juzgando leaso pqír mí aspetcto que no me encoatriba muy entusiasmado éel poco armonioso sonido que hacían los remates de la pluma hiriendo las cuerdas, —•¿Es por ventura, me preguntó, que no os parece bueno •IsooMo? —Sf, respondí yo; demasiado bueno para un clavicordio, pero el peor piano vale más que esto. —j Ah! caballero, replica el inválido; no hay piano ni instrumento en el mundo que pueda hacerme gustar tanto placer como este antiguo clavicordio. Consiste tal vez en que somos casi de una misma edad y me ofrece tantos recuerdos! Y el buen anciano parecía enternecido al pronun* ciar tales palabras. Con esto escító vivamente mi curiosidad y no pude menos de manisfestaríe el deseo que tenia de verla satisfecha. El oficial veterano accedió de buen grado á mí súplica y aun pareció complacerse mucho en ello. Yo presté desde luego oído atento entre tanto que mi amigo, que probablemente habría escuchado la historia más de una vez, se apresuraba á dar una vuelta á su habitación, bieh convencido de que todavía se vería obligado á tornar á ella en más de una ocasión. Del propio modo que los cuentos de hechicerías empiezan siempre por: Érase cierta vez; asi todas las historias de los franceses viejos empiezan: Antes de la revolución; y con efecto así comenzó su narración nuestro inválido veterano. . (Extractado de Adolfo Adana.) (Se concluirá en el Biguiente número.) DOCTRINA DE SALOMÓN. (Continuación.) LECCIÓN X. No busques impiedades 60 la casa del jiisto, ni asechanzas armes á sus bondades. t Ni tarbes su reposo sus faltas ponderando y susdefectos, locuaz ó otalicioso. Que el justo alfinlevanta, , cayendo siete veces cada día, ' su descuidada planta: Los impíQs en tanto . Gaenpnecipítados paxgyiiempre al reiáo del espjinto. 307 LA GUIRNALDA. Si se bunde tu enemigo, anres de complacerte en m desgracia de Dios teme el castigo: Recuerda que te mira, y que en tí del contrario, pues le ofendes, traspasará su ira. Teme i Dios, hijo mió, y teme al Rey, y nunca te acompañes del que murmura impío. Pasé del perezoso por el camfM» desierto, y por la Tifia del necio presentaceo, -. Y no vi más despojos sobre aquellos terrenos descuidados, que espinas y que alrójos. y viéndolo con pena, reflexioné, y un útil escarmiento hallé en cabeza ajena. LECCIÓN XI. . Si disputas con calor, no digas en tus enojos lo que hayan visto tus ojos, que pueda causar rubor. Porque no podrás tornar á la amistad que has herido, cuando luego arrepentido la quisieres recobrar. Bueno es qtte temiendo engaiio i un amigo te confies, más nunca imprudente fíes tus secretos á un estrafio. Porque podrá suceder que te insulte y te zahiera, después que el secreto adquiera que te entrega ei^ ro poder. Sin capa que le dé abrigo . coDtra la nieve y el hielo, queda el que en su desconsuelo se vale de infiel amigo.. Pues la tristeza que toma asiento en el corazón, le roe sin compasión como polilla ó carcoma. Cuando tenga tu enemigo hambire, dale de comer; y cuando sed, de beber, que así será Dios contigo. Callar al murmur«Íor un rostro severo hace, * como la lluvia deshace del viento norte el r^or. {Sg eMünuará.) EL RAMILLETE. (Continuación.) La botánica registra diferentes clases de laurel, pero aquí haremos mención únicamente del laurel común, que es el que corona la frente de Apolo , de los guerreros y de los poetas. Ningún árbol ha disfrutado de mayor celebridad entre los antiguos, ni ha sido cantado con más constancia por los favoritos de las Musas. Creíase que infundía el don profetizo. Virgilio en su Eneida, hace remontar hasta Ips tiempos del héroe de su poema la costumbre de ceñir de laurel las sienes de los vencedores. Los grandes capitanes le ostentaban en los aparatos triunfales, no solamente alrededor de su cabeza, sino también en sus manos; y aun se plantaba en los pórticos y en torno de los palacios de los emperadores. La mitología le consagra una de sus más bellas metamorfosis. Hé aquí un resumen de ella. t Desterrado Apolo de la corte celeste por cierto desaguisado que hizo á los cíclopes, forjadores del rayo, vióse reducido en este picaro mundo á ejercer el oficio de pastor de ganado. En tan humilde condición se enamoró perdidamente de una hermosísima ninfa llamada Dafne, y trató de conquistarla por medio de la música, á cuyo fin inventó la lira. Pero este divino instrumento que obraba prodigios tales como ablandar las piedras, no tuvo poder, ni aun pulsado por el mismo Apolo, para cautivar el corazón de la bella Dafne, que suspiraba en secreto por un mortal más afortunado que aquel Dios. Éste, tenaz en su empeño, persiguió un año entero á la nTnfa fugitiva, no solo vibrando las cuerdas de su lira, sino dirigiéndola razonamientos rimados, poco más ó menos como el siguiente: (¡Ab cruell deten tu paso, Que no aoy un «sesino: < Soy quien gobierna el Parnaso ¿ Desciendo del gran Jovino; Soy médico, soy pintor. En la música maestro, En la poesía diestro. Bailarín, compositor; Soy químico, boticario. Gramático y orador, ' De astrología doctor, Y soy en fin...—¡Temerario! ¿Así enamoras doncellas? Si agradarlas pretendieres Sin manifestar quién er^s. Diles antes que son bellas (!).> Talvez por no seguir este consejo, acoatecióle al Dios ienamorado que la "desdeñosa niúfa redoblase más el paso, huyendo de sus importunidades. Corrió con nuevo ardor (1) Cartas á Emilia sobre la mitología de Mr. Demonstier: Iradacoiob de D. Roffloalde Gallardo. 308 LA GUIRNAIDA; Apolo tras ella; ya la inexorable Dafne extenuada de cansancio, se veia en peligro maniñesto de ser alcanzada, cuando la ocurrió implorar el auxilio de todas las divinidades del Olimpo, las cuales movidas sin duda por tanta virtud, trasformaron á la ninfa en laurel; cuéntase además que Apolo al llegar ante el árbol prorumpíó en quejas parecidas á estas: • Pues que los cielos envidiosos, han estorbado que sejis mi esposa, no evitarán que seas mi árbol predilecto: Que tu oloroso follaje adorne mi carcax, mi arco y mis cabellos: Que en los muros del capitolio, cuando Roma celebre con fiestas brillantes sus asombrosas conquistas; seas tú, árbol querido, el más dulce premio del vencedor: Que tus ramas respetadas del rayo, protejan la entrada de los palacios de los Césares; y que así como la juventud divina de mi frente no ha de probar jamás las injurias del tiempo, conserven tus hojas inmarchitable su Verdura.» El título de bachiller en nuestras universidades, bacalaureüs en latin, tanto quiere decir como ceñido de laurel. Simboliza-el triunfo y la gloria de las armas, de las letras y de las artes. Está 'consagrada esta bella planta á las primeras emociones del amor, porque no hay nada que pueda competir con el dulce efecto que produce su aparición al anunciarse la primavera. Con efecto la frescura de su verdor, la flexibilidad de su ramaje, la abundancia de sus flores, su belleza misma tan delicada y tan pasajera, sü color tan nacarino y tan variado, todo en tan gracioso arbusto hace recordé aquellas sensaciones celestiales que embellecen, si así puede decirse á la belleza misma y prestan á la adolescencia una gracia infinita. El Albano, famoso pintor, jamás pudo fundir sobre su paleta, que le habia confiadoelamor, colores tan dulces, tan frescos, tan suaves para reproducir el aterciopelado, la delicadeza y la dulzura de los matices seductores con que se ostenta la frente de la primera juventud. Por eso otro pintor no menos célebre cuéntase que dejó caer su pincel delante de un racimo de lilas. No parece sino que la naturaleza se ha complacido en hacer de cada uno de esos racimos un ramillete embelesador por su dulzura y su variedad. La degradación del color, desde el botón purpurino bástala flor que se descolora, es el menor atractivo de estos grupos deliciosos, alrededor de los cuales la luz se descompone en mil matices, que fundiéndose al fin en una sola tinta, constituyen aquella feliz armonía que desespera á los pintores y confunde al naturalista. ¡Cuan inmenso es el trabajo emprendido por la natuleza para producir este débil arbusto que parece salido de su laboratorio para el placer de los sentidos I ¡ Qué suavidad de aroma, qué frescura, cuánta gracia, cuánta delicadeza! ¡Qué variedad de pormenores y qué belleza de conjunto I 1 Ah! sin duda que desde el principio del mundo la Providencia le tenia destinado para ser el lazo, que habia de unir un dia á la Europa con el Asia. Las lilas que el viajero Bus- b'eck nos trajo de la Persia, crecen ahora sobré las montañas de la Suiza y en las florestas de Alemania. Las lilas, según otros, representan los hermosos y risueños días de nuestra juventud. Reflexionemos un instante y notaremos la propiedad de la aplicación, Hijo de la naturaleza, ligado ú su existencia, el hombre recibe sucesivamente las diversas impresiones de aquello mismo que le rodea, y sin poder evadirse se encuentra, por regla general desfallecido bajo la influencia de la canícula, ágilbajo la del fresco sagitario, triste y aturdido durante el invierno, mas renace bajo el alegre influjo de la primavera y las primeras flores le ofrecen efectivamente los primeros dias bellos. Aquellas duran bien poco á semejanza de nuestra vida que no tiene mas que una primavera, ni puede contar más que con muy pocos dias felices. Refcuérdese á este propósito el famoso testamento del califa de Córdoba Abderraman III, de que hicimos mérito no há mucho en LA GUIRNALDA. Alcanzó una vida muy prolongada y antes de morir dejó trazadas por su propia mano las siguiente^ notabilísimas palabras: • He reinado con gloria cincuenta años, dichoso en el seno de mi familia, amado por mis vasallos, respetado por mis enemigos: he visto colmados todos mis deseos, salir con buen éxito todas mis empresas: he gustado tojdos los goces que el amor, la líortuná f h grandeza pueden proporcionar. Calculando después de todo esto los dias que me he considerado feliz, los encuentro reducidos al número de... ¡catorcel* . [Se continuará.) »aa»ca««M ÜN EQUIPO DE NOVIA. Tradneclon de 1« seilortta Dofia Elvira Cornelina. (Continuación.) III. Dos dias después qae ambas amigas se habian-vuelto á encontrar, la señorita Belmoncey llamaba á la puerta de la elegante Casa que la señora Benoit ocupaba en la Calzada de Antin. El antiguo droguero (pues tal era en otro tiempo la posición del señor de Benoit), fuéen persona con lapatiUas y bata d abrir á la joven. Parecía tener un humor mas negro que una noche de invierno, y las nubes que cubrían su frente no se disiparon á la vista de Julieta, antes por el contrarió, empezó la conversación prorumpiendo en am&rgos reproches contra la negligencia de su mujer, la frivolidad de sus gustos y su falta de gobierno para ios cuidados dotnésticos. —¿Cree V.', añadió, arrugando entre sus manos el periódico que habia sido hasta entonces su único entretenimiento, que son ya más de las doce y aún no he podido lograr que se me sirva el almuerzo? t a cocinera está haciendo recados para la señora, la doncella trabaja para la señora.^, del am&no se cuida nadie. A la señora Benoit la encontrará V. en su cuarto, añadió con el mismo tono, y puede Vs decirla-de mi parte queme voy á almorzar á la fonda, puesto que Di««és Imposible hacerlo en mi casa. Que lo que acababa de oir fuese una simple amenaza, ó q,ue el LA GUIRNALDA. - t ^ señor de Benoit peasase sériamdnte en ponerlo en práctica, poco le importaba á Julieta; por lo tanto se apresuró á dejar al gru&on del marido para ir ¿ encontrar á su amiga. El aspecto del cuarto de Hortensia justiGcaba completamente la negligencia y desorden de que habla sido acusada. Al ver la eenfusion de trastos de aquella habitación, nadie hubiera dicho que hacia ya ocbo dias que la señora Benoit habia llegado á París. En cajas medio vacías se velan objetos de todas clases; sobre la cama, cuya colcha cala hasta el suelo^, estaba tirado un magní6co traje de terciopelo; en una falleba se vela colgado un sombrero; las sillas y butacas estaban llenas de objetos en completo desorden. Hasta por el suelo se veían restos del tocado y calzado de todas clases, con que el perrito de la señora Benoit jugaba ¿ su placer, atrayéndose de este modo estrepitosos aplausos de so ama. A la vista de su amiga, Hortensia nu pudo disimular al principio alguna confusión. —Solo siendo t ú , dijo, puedo sin sonrojarme recibir en una pieza donde hay semejante desorden; pero el revoltillo que estás viendo es en parte obra de Mirsa, el pobre animalito... luego como hace todavía tan poco que hemos llegado del campo, no he tenido tiempo de arreglar nada. ¿Quién te ha inducido á venir á buscarme hasta aquí? —El señor de Benoit, á quien has de saber que he encontrado furioso, y lo que es peor famélico, tanto, queme he apresurado á huir de i \ —¿Has tenido miedo de ser devorada? añadió sonriendo la señora Benoit. —Precisamente devorada, no; pues parece que está decidido ¿ ir á buscar fuera el alimento que tú le rehusas. —(De veras! mejor; con eso estaremos libres para charlar á nuestro gusto, .—Alabo tu flema: ¿según eso no te dá cuidado alguno ver á tu esposo poseído de un enfado mayúsculo? . Hortensia se encogió de hombros con aire de indiferencia. —Además, dijo ella, tengo que tomar el desquite del tiempo que me ha hecho permanecer en el campo, á pesar mió. —Bien. Tenemos que tratar de un asunto más importante para mí, que vuestras insignificantes querellas conyugales. ¿Tienes tiempo para escucharme? Por toda respuesta la señora Benoit, condujo á su amiga á un gabinetito que estaba junto al dormitorio, y cuando las dos estuvieron sentadas en un elegante confidente, Julieta dijo con un tono que manifestaba á la vez curiosidad y alguna turbación: —Vengo á saber tu opinión respecto á... Vamos con franqueza: ¿qué te ha parecido ? , — Muy bien, respondió mi amiga; pero apresurándose sin embargo á añadir, pues siempre sns elogios iban acompañados de alguna restricción; lo que temo solamente en interés tuyo, es que la fortuna del señor de Norville, no esté en armonía con sus demás, cualidades. Con tal que tu futuro esposo conserve su empleo, pues todo el que cifra su fortuna en él, debe estar siempre con alguna inquietud, espero que podréis vivir. —Si el señor de Norville perdiese su empleo, replicó Julieta", encontrarla fácilmente otro, mientras que ciertas personas si llegasen á perder su fortuna, mal habian de andar para labrarse otra. —Me callo ante tu modo d« pensar.. Hubo un corto intervalo de sil^acio que la señorita Belmoncey rompió diciendo: — Con razón deseaba tu- vuelta, querida Hortensia; pues tú eres en quien he tenido siempre la más absoluta confianza. Tu intervención vá ¿ serme necesaria en un asunto muy delicado y que necesita de todo tu tacto. 309 —Me adulas y eso basta para probar que me necesitas. | Vamos I ¿de qué se trata ? —Puesto que mi boda con el señor Norville no solamente es asunto decidido, sino que está ya próxima, es preciso ocuparse de escoger el equipo; y estoy'segura que si alguien se ofreciese á ayudarle en la elección, él se lo agradecerla. Mi padre no entiende nada de eso, y no pudiendo aconsejarle; solo tú... Pero yo apenas conozco á tu futuro esposo. —¿Qué importa? ya sabe la amistad que nos profesamos. Además puedes esperar todavía algunos dias antes de emprender ese importante negocio. —I Bien 1 pero es preciso que me manifiestes claramente tus deseos. —¡ Oh! ño soy exigente, y con lo que en tales circunstancias han recibido nuestras antiguas compañeras estoy contenta. Tengo bastante confianza en tí, querida, para esperar que desempeñarás bien esta delicada tarea, y que dejarás satisfecho mi amor propio de recien casada al lado de aquellas de nuestras amigas á quienes la fortuna baya favorecido mas que á mí. —Emplearé toda mi diplomacia, y si el señor de Norville no se porta como el más generoso y amable de los novios, puedes estar segura que no será la tsulpa mia. Algunos dias después de esta conversación, Edmundo reoihia una graciosa esquela de la señora Benoit, en que le rogaba la destinase una hora de la noche; quería hablarle á solas de asuntos de igual importancia para los dos. Le esperaba á las ocho y no recibíria mas que á él. ^ La primera impresión del joven, al recibir esta invitación, fué una extraña sorpresa; pero des|ues de reflexionar un poco, acabó por encontrar una explicación demasiado plausible para no aceptar con preferencia cualquiera otra. , Julieta no tiene madre-', se d^o él, y la señora Benoit es su más íntima amiga; ¿ qué más natural que ésta se interese por la felicidad de mi encantadora prometida, y quiera hacerme deístas observaciones que crea necesarias sobre su carácter, sus gustos; é indicarme al mismo tiempo lo que debo hacer ó evitar para asegurar una felicidad que pronto me vá á ser de mas interés que la mía propia? Agradezco á esa señora el haber tenido semejante idea que la califica de más juiciosa que lo que yo la suponía. Durante todo el día „ antes de esta entrevista, Edmundo hizo infinitas conjeturas sobre lo que la señora Benoit tenia que confiarle, y decía entre sí: ¿cómo corresponderé dignamente ¿ s u tierna solicitud por la felicidad de su amiga ? Comunicaré á mi madre, decía Edmundo, todo lo que acontezca en esta entrevista, y eso le hará apreciar mejor á su futura bija. > Al mismo tiempo que Edmundo llegaba á la puerta de casa de la señora Benoit, se oían dar las ocho; la exactitud acredita también la buena educación. Apenas habia pronunciado las frases de cortesía que sirven de preludio á toda conversación, cuando la señora Benoít4e interrumpió, para excusarse de una indiscreción, cuya única causa era su tierno afecto hacia Julieta. En tal caso, señora, interrumpió vivamente su interlocutor, soy yo quien tengo que darle las más sinceras gracias, poi* considerarme digno de hacerme las interesantes confianzas, que escucbacon interés tan grande, como la amistad que las motiva. —Me hace V. considerar mi tarea más fácil que la habia creído, añadió Hortensia con risa encantadora. —¿No me ha hecho V, e! honor, señora, de escribirme que era en interés de la señorita Belmoncey el asunto de que vamos á tratar 7 Su felicidad debe ser en adelante el mayor cuidado de mi 310 LA GUIRNALDA: vida; le ruego á V. que me hable con franqueza. ¿Ha encontrado SM amiga de V. algún defecto en mf, que se pueda enmendar? Yo pondré de mi parte todo lo que pueda por corregirlo. Si existe algún punto en que nuestras ideas no estén de acuerdo, le examinaré^con cuidado, bien sea para h«cer un sacrifício, ó bien para procurar que mi mujer tenga mis propias ideas. Cien veces m¿s ' indulgencia de la que yo crea necesitar, tendré para ella; pues no ha de ser falso el juramento que voy á pronuncii^r de procurar hacerla feliz. Hable V., pues, señora, que la escucharé con religiosa atención. —Al punto á que han llegado las cosas, caballero,,es de suponer que^e le haya ocurrido, quizás no sin dificultades, por no tener madre que le aconseje, que debía ocuparse de la elección de los regalos que se acostumbran á ofrecerá una novia. Edmundo se quedó por un momento petrificado como si le hubiessa echado un jarro de agua fría sobre la cabeza ; hasta tal extremo, qu« pa^reoia privado de sentido. I Ppsar tan rápidamente de una generosa exaltación de sentimientQs á la más cruel realidad; soñar en la completa unión de dos almas ó al menos en heroicos sacrificios, para venir á faxer i esta prosaica conclusión! Habiá motivos para que un corazón tan noble y generoso como el del señor Norville no dejase de resentirise, y ño es de extrañar que al ver tan amargo desengañó se quedase absorto y sin saber qué decir. Sin embargo, al observar la mirada de sorpresa que Hortensia fijaba en él, biso un esfaerzo para vencer sus penosas sensaciones y dijo: —Dispense Y., señora; mi ánimo estaba preocupado en otro órdea de ideas y al principio'llo la había comprendido. —¿Tal vez le parezca á V. indiscreta, oabailero? '—Nada de eso, señora, le han dado á Y. una comisión, y nada de particular tiene que Y. lapumpla. Es mi deber dejar que usted guie ihi inexperiencia en semejante asunto. Mi madre me ha mandado ui)os diamafites que conservaba desde que se casó, y pienso regalárselos de su parte á mi futura. —Será necesario cambiar la montura, que debe ser harto antigua para uña señorita. Edmundo hizo un signo de aprobación y la señora Benoit prosiguió: —Además, los diamantes no sirven más qne par» trajes de noche^ y á todas las señoras sobre todo á las recien casadas, les gusta tener otras alhajas de menos valor, como alfileres y peodientes de turquesas ó de esmeraldas; le reeontieado especialmente las primeras, por ser nuestra querida Julieta rabia. Es inútil hablar del reloj y de su eadens, moes ittdispeásttble. Gtti:se puede decir otro tanto del chai largo de la india ~ creo no haya hoy un soló cqóipo de novia en que lio se encuentre alguno, y es lo que mis le gusta á Julieta. Las blondas negras y blancas i tan i^ecesarias para adornar los trajes de baile, no dejan de ocupar su lugar, aunque secundario en la lista que le voy haciendo. Sin embargo, i mi parecer, no está completó un equipo, si no bay ^volantes de Chaatilly. Un traje de terciopelo es muy elegante; pero Julieta se conteataria coa algunos de seda',•oon tal qu& fuesen de superior calidad. Solo me falta recordarle la cagita provista de guantes, el necessaire^^e oto j otras frioleras; él bolsillo, en vez de lo que se llamaba en otro tiempo los alfileres. ¡Pero quizás le parezca á Y. harto larga esta lista!... La setiora Benoit hizo esta observación al ver la saciedad con que Edmundo la babia escuchado, sin permitirse hacer la menor interrupción. —Señora, dijo entonces él con aparente insensibilidad, antes de darme Mtos detalles, ¿ ha tratado Y. de ellos coa la señorita Bel- moncey, ó debo solo considerarlos como una simple indicación de V.? * Esta franca pregunta no dejó dé túrbár'á su interloeutora. Sin embargo, después de una corta indecisión respondió: , —Julieta y yo hemos tratado de este asunto bastante detenidamente para que tema haber cometido algún error: c«n todo puedo volver á consultarla. Edmundo hizo otro signo de aprobación. —Solo me resta, señora, añadió él, darle á Y. las gracias por las luces que me ha suministrado, sin las cuales no hubiera podido obrar con acierto. El señor Norville estaba algo pálido y conmovido, caando pronunció estas palabras. Esta agitación ao pasó desapercibida para Hortensia, aunque no se imaginó sus consecuencias. Solamente dijo para sí con ironía: —Este caballero, habia creído sin duda que para salir del paso no tenia que gastar tanto. | Pobre Julieta f la compadezco. Cuando en la situación de novio es tan mezquino, | qué será euando sea marido! (Se eottcluká.) PENSANDO EN Tí. Al rayo, misterioso De incierta luna, Que los verdes collado* Débil alumbra, Mientras qué sc^re La playa el mar sus olas A mis pies rqmpe, Estoy ea ti peasando, Bien de mi vida; 1f .el corazoQ amante Triste suspira. Porque la muerte Hace nuestros caminos Tan diferentes. Mas l«iego me coiuuela Pensáis que te amó. Que t^eano det destino Fué el enoontrarpot; Que ao sia causa Hizo DjQs taa iguales Naestris dos aliñas. Tú tal vez te preguates. Por qué taa poco t e digeroa mis labios, Taato mis ojos. j Ay I aún ao sabes Qué sacrificios deatro Del alma cabea! Pero dudar no puedes Del amor mío, Coastante, inestinguible, Puro, infiuitó; Como^ey#FOD Inspirarlo tua ojos De azul de cielo. 311 LA GUIRNALDA. Por eso aquí en la orilla Del Océano Á cielo tierra y mares Pregunto acaso, Si de mi dicha Al inspirado puerto Llegaré un día. Y tal vez imagino Que del distante Horizonte que pinta Cielos y mares. Llega sonora En las ¿las del viento Yoz misteriosa. DfCIMA. Filis, tus adoradores ^ burlas alegre y festiva, cual la ninfa fugitiva que juega con los amores. Joven beldad, los ardores que inspiras, aun no has sentido; más cuando prenda Cupido en tu corazón su fuego, verás cuan serio es el juego que empieza con un gemido. Alberto I<is(a. Como si de tas Jabios Trajese éi, mi alma Un mensaje de amores Y'dé esperanza; Y. al escucharle Yo me digo á mí mismo: Su/re y combate. Feliz yo si un suspiro Luego responde Al eoo melodioso De mis canciones: , Si hasta ti llegan, Y escuchándolas dices: Ama y espera. A. o. V. COSTUMBRES ORIENTALES. Bien sabido es la pasión que tienen los orientales por el fausto. Junto al trono del gran Mogol se levanta una, palmera de oro cuyos dátiles son otros tantos diamantes, y los lienzos ó paredes de la estancia donde aquel' moifarca recibe á los embajadores, están revestidos de parras de oh> ricamente esmaltadas, y cuyos racimos están formados de amatistas, de záfiros y de rubít, para representar sus diversos grados de madurez. Todos los años hay la costumbre de pesar al ensoberbecido poseedor de tanta riqueza; las pesas que se colocan en la baláata, consisten en pedazos pequefios de oro, que se arrojan concluida la ceremonia en medio de los cortesanos. los cuales suelen conducirse como muchachos en un bateo. Estos palaciegos son los más grandes dignatarios de la India ; asi las falsas riquezas cuya simple vista sorprende y encanta al vulgo, enTiIécea i^almente al que logra alcanzarlas yá aquellos que se las envidian. ¡Bellos pensiles de la antigua Grecia, vosotros no encerrabais m palmeras, ni parras, ^i frutoe de oro y piedras preciosas; y sin embargo todos los tesoros del gran Mogol, no alcanzarían á pagar nno solo de aquellos hermosos y sublimes árboles que el divino Ho. mero cubría de flores y de frutos en todasJas estaciones! «•WOMI»' MISCELÁNEA. LoB especitáeuloB de verano favoreeidog por los calores qué en estos días nos ahogan, van adquiriendo cada vez más animación, hallándose frecuentados loa jardines del Buen íletiro, los de Apolo y el circo de Price, por lo inásescogido qué encirara la corte, y especittlm«nte los días que la moda ha dispuesto distribuir equitativamente nuestras elegantes damas entre cada uno deaquellos sitios para consuelo de los empresarios. Hace pocos dias se celebra un matrimonio en el que ocurrid un incidente digno de atención. El esposo, que era un hoi^bre honrado y trabajador, no sabia escribir, y cuando se le mandó firmar el acta de consentimiento hizo la seSal de la cruz. La espo* sa, por el contrario , á pesar de pertenecer á una familia pobre, había recibido una educación completa. Sin embargo, cuando su prometido le dio la pluma parafirmar,ella puso igualmente una cruí. La madrina le llamó la atención, expresándola su admiración por lo que habia hecho, y á lo que contestó: —¿Quiere V. que avergtience en este acto solemne á mí esposo? Desde mañana yo le enseñaré á escribir. Bolas de azul inglés para planchar la ropa blanca.—£1 procediiniento de Mr. William Story para la fabricación de las bolas de azul celeste, que hoy se traen del extranjero, es el «ir guíente: ' • «Se toma una libra de añil de lo mejor qwe se encuentre; se re. duce á polvo y se echa en una caldera de hierro, oon unas tres deácitfo sulfúrico, ó lo que es- lo mismo aceite de vitriolo; se agita ó menea bien la mezcla, y se la deja en reposo por veinticuatro horas. Se hacen disolver aparte, dier libras debuena potasa en cuartillo y-medio de aiguí. De esta disolufiion ^ potasa se echa una gran parte en la caldera, mezeUtndola biea oonel añíldisueUo» añadieado después de hecha la mezcla, una libra del mejor jabón jaspeado que se halle, cortado ea menudos pedazos, y so remueve bien todo. Continúa echándose en la caldera lo que haya quedado de la disolución de potasa, revolviéndolo sin cera,r, hasta que sa eche todo. En seguida se mezcla con lo que hay en la caldera, una media libra de alumbre en polvo fino, pasado por tamiz. Después de tenerlo tres días en reposo , la pasta estará ya en 312 LA GUIRNALDA. punto para ser empleada, se haeen bolas del tamaño que se quiera dejándolas secar al aire. Cuando quiera usarse de este azul, se deslíe en una cantidad de agua caliente, al mismo tiempo ó antes que se deslía el almidón en la dosis conveniente, según el azulado mayor ó menor que se desee dar á la ropa.» « «' Cuéntase de un orador de la antigua Roma, que defendiendo á una mujer criminal, de notable hermosura, en un arranque retórico , desgarró las vestiduras de aquella, para apoderarse del ánimo de los jueces descubriendo sus encantos. De otro abogado, en tiempos ya más modernos, se refiere que haciendo una defensa en causa en que figuraba un niño, cogió á éste en sus brazos, para enternecer á la audiencia, presentándosele todo empapado en lágrimas. Sorprendió por el pronto este espectáculo; pero el abogado contrario, que era hombre diestro en estos debates, preguntó con aparente sencillez á la criatura: —¿Nos quieres decir, niño, por qué lloras? —Porque me pellizca con todas sus fuerzas, contestó el angelito gimoteando. Escusado es Aecit que lo que empezó por enternecimiento acabó por una risa general. Los agricultores cuentan hoy día 300 clases de peras comestibles. Si á este crecido número añadimos las que se emplean en la fabricación de bebidas, la cifra total se elevaría á 500. > Las diferentes clases de peras comestibles se aumentan todos los dias. sin que podamos calcular dónde se detendrán los descubrimientos de los arboricultores.' La mayor parte de las peras destinadas á la fabricación de bebidas se encuentran en Asturias y las provincias vascongadas. Las peras comestibles se producen por los árboles cultivados en las huertas y jardines, donde son objeto de los mayores cuidados. Algunos de estos frutos adquieren grandes proporciones. La pera era una fruta muy apreciada en tiempo de Homero: el príncipe de los poetas cita el peral bajo el nombre de Ocliné entre los árboles que adornaban el jardín de Meinoó. El peral cultivado era llamado por los griegos apios, y pffr*t por los latinos. Algunos autores aseguran que los griegos fabricaron estatuas con la madera del peral salvaje. Pausanias habla de una estatua de' Juno sentada, hecha de un solo trozo de peral, por el escultor Pyraso de Argos; dicha estatua adornaba el templo de Tyrinthes. Según esto, los perales de Oriente debían alcanzar unas proporciones que no igualan los perales de nuestros dias y de que solo podrían darnos una idea los castaños de nuestro país. Un caballero que tenia dos pares de botas, uno de charol y otro de becerro, le dijo á su criado al levantarse: —Juan, tráeme las botas. El criado le trajo una de charol y otra de becerro. —Pruto, ¿quieres que me ponga una de cada claseT —Pues, señorito, contestó el criado, yo no lo puedo remediar, porque el par que queda allí es igual á éste. Hallándose un día en su despacho el célebre inglés que introdujo el tabaco en Europa, y creyéndose S0lo, se puso A fumar, según tenia poir costumbre. Pero fué el caso que acertó á presentarse un criado de improviso, ^1 cual, viendo que su amo arroja» ba torbellinos de humo por boca y narices, cuyo espectáculo era hasta entonces desconocido, salió gritando: —1 Socorro, socorro 11 que se quema el amo I Y tomando un cubo lleno de agua que halló al paso, se lo arrojó á su descuidado amo por la cara, poniéndole como una sopa. Solución al acertijo anterior; Azotea. CHARADA. " Sin decirte lo que es ya te muestro mi primera: la segunda y la tercera suele ponerse en los píes. Cuarta y quinta es la ciudad de donde un gran soberano se -ufanó en ser ciudadano, según propia autoridad. Sueña tercia y quinta ser, aunque los haga perversos, el desgraciado que versos se dedica á Componer. Pero de cualquiera modo, hágalos malos ó buenos, le han de aplicar, por lo menos, como epíteto, mi todo. Solución á la anterior: Camisa. ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ N ^ ^ ^ ^ ' JEROGLÍFICO. Solución alanterior: Ni kermosa 4ne mate, ni fea que espante. LA GUIRMALDA. PRKCIOS B i : §IJS€llICIOM. Madrid, mes. . 4 FS. . Trim. . IS. Sem. . 84. Afio. 48 Provincias. . . . . . . . Id. . . 14. Id.. . S8. Id.. 50 Bxtraqjero y Ultramar, haciendo la siuorioioii en la Administración. 80 ' Id. id. suscribiéÉdbse por medio de Comisionados. 100 _Números , ,4. |I^coa mMloa. . . rs. ^6 sueltos. ^ ^^^ Piezas de música. 4 Se insertan annncios & precios convencionales. Adminittruion , Jaeometroto. T T • . • • " « r o . derecha. Madrid: 4869,—Est. >>?• ^ &OLDAN, Sacramento, 5.