Moscú - Lauro Zavala

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Una semana en Moscú
Las notas que ofrezco a continuación son un registro de la experiencia de haber visitado
Moscú durante una semana, con motivo de haber asistido como ponente al Séptimo Encuentro
Internacional Mijaíl Bajtín, que tuvo lugar en la Universidad Pedagógica de esa ciudad del 26 al 30
de junio de 1995.
En las últimas páginas comento brevemente la experiencia académica de haber participado
en este Congreso, como investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Xochimilco.
Esto no es Ohio
Llegué a Rusia el domingo 25 por el Aeropuerto Internacional de Vissna, uno de los más
grandes de las ex repúblicas soviéticas, y uno de los dos aeropuertos internacionales que hay en
Moscú.
Mientras esperaba mi turno para presentar mi pasaporte en la aduana, reconocí a los otros
ponentes que también habían viajado desde Nueva York en el mismo avión, y a quienes esperaba
una camioneta para llevarnos al hotel. Este grupo estaba formado por otros dos mexicanos
(Maricruz Castro, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Toluca;
y Ramón Alvarado, de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco), un
norteamericano (Brian Kennedy, de Cedarville College, en Ohio), un canadiense (Barry Rutland, de
Carleton University) y una investigadora de la India, que también participó en el congreso que se
realizó en México (Lakshmi Bandlamudi, de la City University of New York).
En este aeropuerto internacional nadie habla inglés, y cada recién llegado debe mostrar su
pasaporte a un funcionario que tiene ante sí un extraño aparato con dos pequeños focos de color
rojo. El foco del lado izquierdo se enciende cuando el visitante presenta su pasaporte, y después de
un lapso considerablemente largo se enciende el foco que está a la derecha, momento en el que se
devuelve el pasaporte al visitante. El sentido de este ritual sigue siendo para mí un misterio.
El trayecto del aeropuerto a la ciudad dura cuarenta minutos, y durante todo el viaje sóo
podímos ver una foresta similar a la que hay al norte de Cuernavaca. Brian Kennedy dijo en un
tono un poco triste: "This looks like Ohio!" ("¡Esto se parece a Ohio!").
Gulnara es el nombre de la estudiante que nos recibió en el aeropuerto y que nos acompañó
en la camioneta, y fue quien nos indicó, al entrar a la ciudad, que estábamos pasando frente al hotel
Salyut, donde estaríamos hospedados durante una semana. La camioneta siguió su camino hacia la
universidad, pero pudimos echar un rápido vistazo al hotel. Este es un edificio antiguo (construido
antes de la segunda guerra mundial) ubicado exactamente frente a un grupo de más de 50 edificios
blanquecinos con más de veinte pisos de altura, similares a los que hay en el área de Tlatelolco en
la Ciudad de México.
En los alrededores de los edificios de departamentos observamos estacionados varios
pequeños autos, la mayor parte de los cuales estaban protegidos por unas grandes cubiertas
flexibles de metal para evitar ser robados.
La camioneta siguió de frente. Pasamos junto a la Academia Militar y al lado de una
pequeña iglesia ortodoxa, y finalmente nos detuvimos en la Universidad Pedagógica. Al llegar al
lugar, Gulnara lanzó un jubiloso grito: "This is the university! Look at it!" ("¡Ésta es la universidad!
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¡Mírenla!"). Al descender de la camioneta, alguien comentó: "Estamos en medio de todos los
dioses", refiriéndiose a las instituciones religiosa, militar y académica que nos rodeaban.
Era domingo por la tarde, y el lugar estaba completamente vacío. En los alrededores de la
universidad sólo encontramos a algunos estudiantes que se ganaban un poco de dinero lavando un
grupo de pequeños autos, aunque el resto de la semana también los encontramos en el mismo lugar
realizando la misma actividad.
Entramos al enorme edificio, una mole blancuzca con una altura de doce pisos. Estábamos
ubicados en el extremo suroeste de Moscú, y la construcción nos recordó inmediatamente al
aeropuerto, con una vieja capa de pintura amarilla sobre las paredes.
Ese día los elevadores no estaban en servicio. Después descubrimos que también los nuevos
cajeros automáticos que hay en la ciudad suspenden el servicio los sábados y domingos, por
razones que nunca pudimos conocer. Subimos por las escaleras para llegar al sexto piso, guiados
por Gulnara, y recorrimos varios pasillos hasta llegar a una pequeña oficina donde nos recibió Irina
Pukova, responsable de las relaciones públicas del congreso, acompañada por un par de estudiantes.
Todos nosotros habíamos intercambiado faxes con ella durante los diez meses anteriores, y
estábamos familiarizados con su letra, pues en su oficina no había computadora o máquina de
escribir.
Lakshmi quedó al frente de la fila, así que fue la primera en adelantarse para pagar la cuota
de registro al congreso. Irina le pidió su pasaporte, su visa, los 40 dólares del taxi y los 250 dólares
del registro. En ese momento los colegas que estaban junto a mí recordaron que durante el congreso
anterior, realizado en México en 1993, se cobró una cuota de 50 dólares para el registro. En esta
ocasión Lakshmi sólo tenía cheques de viajero, lo cual significaba un gran problema. Ser regañado
por una mujer rusa es algo que no se quiere experimentar cuando se acaba de llegar a Moscú,
especialmente después de cruzar el océano en un vuelo de más de 8 horas desde Nueva York.
"I told you so in the fax six months ago!" ("¡Se los advertí por fax hace varios meses!"), dijo
Irina. Nada de cheques de viajero. Nada de bancos abiertos o cajeros automáticos en Moscú el día
domingo. Y pagar en dólares todavía era ilegal en Rusia. Alguien tenía que prestarle el dinero a
Lakshmi, o ella tendría que quedarse ahí hasta el lunes.
Entonces llegó la siguiente sorpresa. Uno de los billetes que ella entregó a Irina tenía
dibujado un bigote sobre el retrato de Benjamin Franklin. "It's very funny but we can't take it" ("Es
muy chistoso pero no lo podemos aceptar"). Uno de nosotros le preguntó a Brian: "Would you take
it if you were in Ohio?" ("¿Lo aceptarías si estuvieras en Ohio?"). Y antes de que él pudiera
responder, una de las estudiantes nos recordó:
"This is not Ohio!" ("¡Esto no es Ohio!")
Primer contacto con la ciudad
La Plaza Roja es el lugar más característico de la ciudad. Estar de pie ante la tumba de
Lenin y frente a la catedral de San Basilio, con sus nueve torres y construida bajo Iván el Terrible
en el siglo XVI, es muy emocionante para cualquier extranjero.
Llegamos ahí después de visitar el hotel Radisson para cambiar nuestro dinero por rublos.
Hay que señalar que el hotel Radisson de Moscú se encuentra en el interior de un viejo edificio
color mostaza, por lo que al principio creímos que nos habíamos equivocado de lugar. Sólo al
entrar comprobamos que es uno de los hoteles más caros de Moscú, donde pudimos comprar una
guía y un mapa de la ciudad.
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Al llegar a la zona turística de los alrededores del Kremlin, pudimos comer una pizza en un
restaurant italiano. De hecho, esto fue lo mejor que pudimos comer durante nuestra estancia, debido
a nuestro magro presupuesto como investigadores universitarios. Pero al pasear por la Plaza Roja lo
primero que llamó nuestra atención fue que las muchachas rusas lucían muy diferentes a cualquier
cosa que hubiéramos esperado.
En primer lugar, hay que decir que las jóvenes rusas (digamos, menores a los 25 años) son
realmente muy hermosas: ojos color verde claro, piel blanca, labios de un rojo muy intenso y
mejillas también rojas, cabello rubio muy claro, y un aire angelical, combinado con una voz y unos
movimientos corporales extremadamente enérgicos.
Pero lo que realmente nos impresionó fue que todas las muchachas rusas paseaban por la
Plaza Roja vestidas con ropa extraordinariamente elegante. Una de las colegas mexicanas (Teresa
García, de la Universidad Veracruzana) dijo que se parecían a las muñecas que adornan algunos
pasteles de cumpleaños.
De hecho, esta ropa tan llamativa nos recordó al mismo tiempo las discotecas de Nueva
York y las ceremonias de presentación en sociedad que se acostumbran en México durante las
fiestas de quince años. Los hombres llevaban corbata, aunque muy bien podrían haber llevado un
smoking para acompañar la elegancia de las mujeres. Alguien nos comentó después que pasear por
la Plaza Roja es una de las diversiones más populares (además de ser gratuita) para los jóvenes
rusos. De hecho, esa clase de vestidos nos hicieron sospechar que existe un mercado negro en
Moscú, no sólo de ropa sino también de otros bienes y servicios, aunque no tuvimos tiempo de
comprobarlo personalmente.
Por otra parte, a lo largo de nuestra estancia nos entristeció comprobar que casi ninguna
mujer mayor a los 30 años conservara rastros de esa extraordinaria belleza juvenil, seguramente
debido a lo frío que llega a ser el invierno en Rusia y a las difíciles condiciones de la vida
cotidiana.
Una estudiante se aproximó a nosotros y nos ofreció ser nuestra guía durante un par de
minutos a cambio de 25 000 rublos (aproximadamente 5 dólares). Su nombre era Nadya, y nos
informó que la iglesia que se encuentra en la esquina opuesta a la catedral de San Basilio fue
originalmente construida en el siglo XIV y posteriormente dinamitada en la década de 1930 por
estar al margen de los cánones del realismo socialista. En 1993 fue reconstruida y en ella se da misa
todos los días del año. ¿Alguna pregunta?
Por supuesto, teníamos muchas preguntas como recién llegados al país. A la pregunta sobre
el origen del nombre del lugar donde nos encontrábamos (Plaza Roja), Nadya nos informó que en
la tradición popular rusa la palabra "rojo" (krasny) también significa "bello", y la plaza recibió este
nombre (Krasnaya Ploshchad) desde el siglo XVII.
Después de formular algunas preguntas muy generales para orientarnos en la ciudad,
terminamos nuestra breve experiencia turística con una pregunta que nos pareció muy natural: ¿Es
posible visitar San Petersburgo sin tener la visa correspondiente? Por supuesto, la respuesta es un
rotundo NO, a menos que se quiera correr el riesgo de ser expulsado del país después de 48 horas
de encierro sin derecho a apelación. Esta visa la debimos haber tramitado antes de salir de nuestro
país.
Nos quedamos en la Plaza Roja caminando y conversando, observando a los visitantes y
regateando los precios de las matrioshkas con los artesanos locales. Las matrioshkas son las típicas
muñecas rusas, construidads con madera, que a su vez contienen otras muñecas en su interior.
Además de representar a mujeres con atuendos típicos, algunas matrioshkas (o, más bien,
petrushkas, tratándose de figuras masculinas) representan, respectivamente, a los más importantes
escritores rusos, o bien a los líderes políticos de Rusia durante este siglo, empezando por Yeltsin,
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Gorbachov, y así sucesivamente hasta llegar a Lenin. Por supuesto, la figura de Marx ya no existe
ni siquiera en estos juguetes.
Por la luminosidad del cielo teníamos la sensación de que eran apenas las seis o siete de la
noche, pero comprobamos que eran ya las dos de la mañana. El jet-lag y la cercanía con el polo
norte empezaban a causar sus primeros efectos sobre nosotros. Claramente, era tiempo de regresar
al hotel y descansar para asistir al día siguiente a la inauguración del Congreso y conocer otro poco
de la vida en Rusia.
Un hotel en el suburbio
Después de la espléndida conferencia inaugural del congreso, a cargo del coordinador
científico, Vitali Makhlin, los participantes nos trasladamos a la cafetería de la universidad para
hacer una pausa y tomar un poco de té.
En la cafetería compartimos las primeras experiencias en Moscú. Por supuesto, nuestra
referencia obligada era el hotel, en el cual sólo era posible entrar o salir mostrando el pasaporte o la
contraseña que nos entregaron al llegar al mostrador y pagar por adelantado toda la estancia.
También era necesario mostrar esta contraseña para poder utilizar los elevadores (las escaleras
estaban clausuradas, por razones misteriosas).
Y aunque parezca extraño, también era necesario mostrar la contraseña para poder entrar o
salir de la habitación. Para esto último había una encargada responsable de canjear la contraseña
por la llave de la habitación en cada piso del hotel (había varios turnos de encargadas durante las 24
horas). Esta contraseña era canjeada temporalmente por la llave de la habitación, la cual era
necesario devolver nuevamente a la encargada para poder entrar al elevador y salir del edificio.
Esto nos pareció una herencia del sistema de control que creíamos que había desaparecido varios
años antes.
Una botella de jugo, importada de Polonia, Italia o Alemania --como casi todo lo que uno
compra en Moscú-- nos costó 10 dólares en el bar del hotel. En cambio, un litro de vodka, sin duda
un producto básico para la vida en Rusia, costaba sólo tres dólares, y era posible comprarlo en
cualquiera de los doce pisos del hotel, donde cada una de las responsables de recibir las contraseñas
tenían acceso a un refrigerador.
Las habitaciones eran austeras y sólo nos costó 60 dólares la noche. En un hotel ruso es
necesario pagar en rublos por adelantado y firmar un documento por cada noche que uno va a
quedarse. De lo contrario no es posible recuperar el pasaporte. También es necesario pagar por
adelantado, además de la estancia completa, los 10 dólares diarios que cuesta el desayuno, sin
derecho a cancelación. Al pagar por cada una de estas comidas se recibe una contraseña que es
necesario entregar al entrar al restaurant.
El desayuno fue toda una aventura. Un plato con algo así como avena fría y, para los que
tuvieron suerte (el servicio es muy exigente con los huéspedes), una taza de café. Algunos de
nosotros decidimos caminar hasta los puestos que rodean a la estación del metro (a treinta minutos
a pie) para comprar algunas frutas, entre las cuales recordamos por su delicioso sabor las cerezas
blancas que crecen cerca de Finlandia.
Al regresar al auditorio principal de la universidad esa mañana tuvimos otra experiencia
difícil de olvidar, pues se nos presentó una grabación, con duración de diez minutos, de la poderosa
voz de Bajtín leyendo poesía rusa poco antes de su muerte, ocurrida en 1975.
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A partir de ese momento y durante el resto de la semana alternamos la intensa participación
en el congreso con algunos recorridos por la ciudad, lo que consideramos como una oportunidad
difícilmente repetible en nuestras vidas.
La vida cotidiana
Una de las maneras de entrar en contacto con la vida cotidiana de una ciudad es, sin duda,
viajar en el metro, esa especie de no-lugar característico. Para hacer nuestros recorridos entramos
por la terminal Yugo-Zapadnaya en el extremo suroeste de la ciudad, y cruzamos ocho estaciones
hasta llegar a Okhotny Ryad. Hasta hace pocos años, el nombre de esa estación era Prospekt
Marxa, es decir, el Conjunto Habitacional Carlos Marx. Varias otras estaciones tenían nombres
similares, pero durante los últimos años han sido sustituidos por otros, borrando así parte del
pasado socialista del país.
El descenso al metro es como el descenso a un refugio antiaéreo, pues las estaciones fueron
construidas con esa intención. Es por ello que el descenso dura mucho tiempo, en ocasiones casi un
minuto. Los viajeros son muy respetuosos, y como en otras ciudades, todos viajan en estas
escaleras del lado derecho, por si alguien tiene mucha prisa y quiere bajar rápidamente por el lado
izquierdo.
Empezamos por visitar algunas de las estaciones más famosas, como Kievskaya (con sus
enormes y elegantes lámparas en el techo); Komsomolskaya (con sus mosaicos de héroes y motivos
socialistas sobre las paredes), y Biblioteka Imenina Lenina (con sus enormes paredes de mármol).
Finalmente nos enamoramos de los vitrales de la estación Novoslobodskaya, en los que se muestran
enormes flores amarillas o rojas, y diversos retratos de exploradores, constructores, maestros y
otros héroes del pueblo.
También descubrimos que la gente que encontramos en la calle es muy amable con los
extranjeros. Obviamente todos nosotros teníamos aspecto de turistas, cargando una mochila en la
espalda, sosteniendo una cámara en la mano y utilizando un vocabulario que durante los primeros
días se reducía a las dos palabras básicas en cualquier idioma: pashálovsta (por favor) y spáshiva
(gracias), aprendidas por cortesía de nuestra colega Danielle Zaslavski, de El Colegio de México.
En casi todas las entradas del metro observamos los mismos puestos donde se venden
cassettes de música popular regrabada domésticamente, y cuyo costo es el equivalente a 3 dólares.
También agradecimos la existencia oportuna del agua fría purificada que se vende en pequeñas
botellas de plástico cuya forma es típicamente rusa (simulando la torre de una iglesia ortodoxa) y
cuyo costo es poco menos de un dólar.
Durante la última noche de nuestra estancia en Moscú fuimos testigos involuntarios del
arresto de algunas de las vendedoras de verduras que instalan su improvisado puesto en los pasillos
del metro, lo cual, por cierto, nos resultó muy familiar a quienes viajamos en el metro de la Ciudad
de México.
También pudimos escuchar, en el túnel que conecta la estación Okhotny Ryad con la calle
lateral de la Plaza Roja, los conciertos improvisados que los estudiantes de música ofrecen a los
pasajeros. Durante estos conciertos se interpretan fragmentos de música clásica o piezas de música
popular rusa utilizando los instrumentos típicos de cada región.
En nuestro rápido recorrido por la ciudad empezamos por visitar una de las más grandes
librerías de Moscú, aunque ahí sólo encontramos, además de libros sobre computación y algunos
libros de texto para niños, una pequeña guía fotográfica del metro, en pasta dura, escrita en polaco,
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que nos costó sólo tres dólares. No nos arrepentimos de haberla comprado, pues ya no volvimos a
encontrar nada similar en ningún otro lugar de la ciudad.
Cambiamos de línea y nos detuvimos en la calle Arbat, considerada como el equivalente de
Montmartre en París, es decir, como la avenida con la actividad artística y cultural más intensa de
la ciudad. Este lugar ha sido retratado por los principales dibujantes y escritores rusos a lo largo de
varios siglos, y con razón.
Esta calle está llena de vida. Su recorrido es imprescindible en toda visita a Moscú. Es el
lugar de la bohemia cosmopolita, y durante todo el día está repleto de artistas pintando al
carboncillo retratos de los paseantes, y de múltiples grupos de músicos provenientes de Francia,
Perú o Bolivia, que comparten el espacio con grupos de baile gitano y espectáculos de títeres.
También es posible encontrar comida árabe, italiana, francesa o de la región de Georgia.
En los puestos de periódicos nos llamó la atención encontrar revistas norteamericanas como
Penthouse, Playboy y Good Housekeeping publicadas en el alfabeto cirílico, el alfabeto utilizado en
Rusia.
Movidos por un súbito interés etnográfico decidimos entrar al MacDonald's ruso que se
encuentra al final de la calle Arbat, para descubrir que las hamburguesas rusas no tienen cebolla,
tocino ni sal. En las mesas no hay servilletas, tal vez por la reciente escasez de papel que también
ha afectado a la industria editorial. Aquí una cheeseburger cuesta el equivalente a tres dólares. De
cualquier manera, el lugar está repleto de clientes locales.
Los taxis son un lujo extraordinario en Moscú. Al salir de Arbat se nos aproximó un
individuo que nos ofreció llevarnos en su auto, en cuyo interior ya había varias otras personas
esperando a que se terminara de llenar. Debido a las limitaciones de nuestro presupuesto decidimos
seguir utilizando el sistema de transporte colectivo.
El metro de Moscú ofrece su servicio desde las seis de la mañana hasta la una de la
madrugada del día siguiente, y es tan barato como el de cualquier otra parte del mundo: ocho
boletos cuestan el equivalente a un dólar, lo cual significa que cada viaje cuesta el equivalente a un
nuevo peso mexicano. En cada estación hay un gran reloj digital que informa el lapso preciso que
tardar en llegar el siguiente tren.
En las calles no hay mucho tráfico, aunque sí es posible ver algunos vehículos militares. Los
soldados están por toda la ciudad, merodeando en pequeños grupos. También es posible ver en las
calles algunos lujosísimos automóviles negros, al parecer pertenecientes a la élite pol¡tica y
diplomática, y a la nueva élite económica.
Esta élite frecuenta los restaurantes más caros de la ciudad, que generalmente están
ubicados en el interior de viejos edificios y bajo enormes anuncios. Tratamos de entrar a uno de
estos lugares, al caminar cerca de la estación del metro Borinskaya, sólo para descubrir que una
sopa de frijoles mexicanos cuesta el equivalente a 8 dólares.
La caminata por el boulevard de Moscú es una ocasión para relajarse. Se trata de un anillo
(Bulvarnoye Koltso) constituido por diez secciones independientes, cada una de las cuales tiene su
propia personalidad. Esta especie de inmenso parque en forma de herradura, con enormes árboles y
habitado por palomas, es un lugar ideal para los fotógrafos. Aquí uno puede encontrar grupos de
hermosas ancianas de pelo blanco, sentadas en las bancas observando a los caminantes mientras
ellas comparten sus experiencias, o a jóvenes parejas besándose y algunos adolescentes jugando
con sus patinetas.
Al igual que en las estaciones del metro, también aquí llam¢ nuestra atención ver pasar a
trabajadores, amas de casa o profesores cargando bolsas de plástico o pequeñas maletas, que son
llevadas por todas las calles, los parques y los autobuses, especialmente en las tardes. Nos
preguntamos qué cargaban con tanto sigilo, hasta que observamos que en su interior había víveres
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(frutas, verduras y otros productos básicos comprados en los atestados mercados callejeros), pues la
energía para mantener los refrigeradores domésticos es muy cara.
Un paseo turístico por Moscú
Muy cerca del Kremlin, a un lado de la estación del metro Okhotny Ryad, se encuentra el
hotel Intourist, una de las más importantes agencias de turismo para los extranjeros. Ahí es posible
comprar boletos para tres de las actividades de mayor interés para los turistas: el ballet Bolshoi, el
circo ruso y un recorrido en autobús por la ciudad. Cada uno de estos boletos tiene
aproximadamente el mismo costo: 12 dólares. En esta ocasión, cuando llegamos a la taquilla ya no
encontramos boletos para el ballet ni para el circo.
Vale la pena señalar, como referencia, que un viaje en taxi del hotel Radisson (uno de los
escasos lugares donde hay un sitio permanente) al hotel Nacional (en la misma cuadra donde se
encuentra el Intourist), con una duración de cinco minutos y recorriendo la distancia aproximada de
una estación del metro, cuesta 20 dólares.
El autobús que hace el paseo por la ciudad es muy cómodo. El recorrido tiene una duración
de tres horas, y las explicaciones son abundantes y precisas. Este recorrido se inicia frente al hotel
Intourist, y después de rodear al Kremlin el autobús se detiene durante media hora en la Plaza
Roja, para que los visitantes puedan tomar fotografías o comprar acuarelas de la catedral de San
Basilio. O también pueden visitar Gum, el enorme centro comercial que se encuentra en la Plaza,
exactamente enfrente de la tumba de Lenin.
Gum es un viejo y hermoso edificio de tres pisos adornado en su interior con un techo de
cristal, y con puentes y lámparas al estilo art nouveau. Su nombre proviene de las iniciales de
Glavny Universalny Magazine, la Principal Tienda Departamental. Está constituido por un
numeroso conjunto de pequeñas tiendas donde los rusos pueden comprar los artículos provenientes
del resto de Europa y de los Estados Unidos. Lencería francesa, vestidos italianos y equipos de
computación norteamericanos, entre muchas otras cosas. Por su parte, los turistas pueden comprar
en la planta baja toda clase de souvenirs, como grabaciones de música rusa, sombreros típicos o
piezas de la artesanía local, incluyendo telas estampadas, camafeos y joyería en piezas de ámbar.
El lugar está abarrotado, aunque tuvimos la impresión de que una gran parte de los clientes
son rusos. Nuestra guía confirma esta observación: este lugar es visitado por 100 mil extranjeros y
250 mil rusos cada día.
El recorrido continúa pasando frente a la impresionante Galería Pushkin (en Moscú se llama
galería a los museos de arte), la Academia de Ciencias y la estatua de Tolstoi, hasta llegar frente al
Monasterio Khozintsev. En los alrededores de este lugar se hace otra parada de media hora para
poder curiosear en una pequeña tienda de souvenirs.
Después atravesamos la Universidad de Moscú, cuya torre principal domina parte de la
ciudad. La vastedad de sus avenidas, la escala de sus edificios y la presencia de los enormes árboles
que adornan todo el lugar producen una sensación de inmensidad. Sin duda este espacio
arquitectónico es el resultado de un proyecto de sociedad muy específico, y responde a un momento
muy particular en la historia del país. La guía nos informa que actualmente hay 40 000 estudiantes
en esta universidad, y muy orgullosa añade que tiene 14 facultades.
El siguiente lugar donde nos detenemos en este recorrido es el mirador del Río Moscú, un
amplio patio lleno de puestos donde se venden toda clase de matrioshkas y otros souvenirs para los
turistas. Este lugar es muy popular entre las parejas de recién casados, las cuales, después de la
ceremonia religiosa y todavía vestidos para la ocasión, vienen aquí para celebrar en público,
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acompañadas por sus amistades y por una orquesta contratada para amenizar la celebración. La
imagen es inevitablemente cinematográfica, y se presta para tomar fotografías o video, cosa que
efectivamente hacen las docenas de turistas que se encuentran en el lugar.
Durante la última parte del recorrido pudimos observar, entre muchas otras cosas, el puente
por donde los alemanes entraron durante la Segunda Guerra Mundial, y también el principal cine de
la ciudad, que en ese momento ofrecía la película norteamericana Forrest Gump. Al pasar frente a
la Biblioteca Nacional se nos informa que contiene 54 millones de libros en 124 lenguas.
La guía concluye el recorrido comentando (en inglés) que cuesta alrededor de 500 dólares
rentar un pequeño departamento en los suburbios de la ciudad, y se nos recuerda que actualmente
hay 10 millones de habitantes en Moscú.
Un poco de televisión
En la ciudad hay tres canales de televisión. La programación incluye noticieros, concursos,
telenovelas latinoamericanas dobladas al ruso, viejas películas de guerra y numerosos
documentales.
El canal Moscú programa todos los días, a la 1:20 de la madrugada, un cortometraje sobre el
sida, con una duración de diez minutos. Por su interés ofrezco una sinopsis de este peculiar corto.
Una atractiva mujer joven sale de su departamento llevando consigo un recipiente de cristal
con un pequeño pez rojo nadando en su interior. Entra a un elevador lleno de gente, y al salir a la
calle tropieza con varias personas. Durante todo el trayecto logra con dificultad que no le ocurra
nada al recipiente, aunque también est a punto de resbalar. Al llegar a una esquina se detiene, y
mientras observa hacia un lado para poder cruzar la calle, súbitamente un automóvil pasa junto a
ella, y el recipiente que contiene el pez cae al suelo.
La mujer grita, toma al pez entre sus manos y corre al edificio más cercano, donde hay una
farmacia. Pasa junto a las personas que están haciendo una larga fila con mirada de aburrimiento.
La mujer sigue gritando mientras sostiene al pez agonizante.
Cuando ella llega al mostrador, el dependiente le entrega un condón a uno de los hombres
que están en la fila. Él abre el paquete y otra de las personas que están en la tienda lo llena de agua.
Mientras la sonriente mujer sostiene el condón lleno de agua, el pez empieza a nadar en su
interior, y sobre la pantalla aparece esta frase:
A condom may save a life
(Un condón puede salvar una vida)
Una breve mirada al congreso
Las aventuras que se viven al participar en un congreso internacional son innumerables.
Pero cuando el congreso tiene lugar en Moscú las aventuras tienen un carácter muy particular. Para
dar una idea de ello, quiero relatar lo que ocurrió en la mesa que me tocó coordinar el segundo día
del encuentro.
El primer participante de la sesión preparó una ponencia sobre las pinturas de Marc Chagall,
uno de los integrantes del llamado "Círculo de Bajtín". Para ilustrar su conferencia llevó 20
diapositivas, las cuales planeaba proyectar durante su plática. Para ello, avisó a los organizadores
con diez meses de anticipación acerca de la necesidad de contar con un proyector. Cuando llegó a
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la ciudad, una semana antes de presentar su ponencia, les recordó sobre esta necesidad. Ahora lo
teníamos frente a nosotros, esperando aún que el proyector llegara a la sala de conferencias.
Mientras tanto, los organizadores estaban muy ocupados tratando de abrir la puerta del salón
de clases donde tendríamos la sesión de trabajo. Durante más de media hora emplearon diferentes
llaves y toda clase de alambres. Finalmente intentaron tirar la puerta, pero ni así pudimos entrar al
salón.
Una hora después del momento programado para el inicio de la ponencia, la sesión empezó
siete pisos más arriba. Sin proyector de diapositivas. El especialista en Chagall se vio obligado a
explicar sus ideas acerca de las pinturas dibujando extraños trazos sobre el pizarrón. Y mientras el
profesor de Historia del Arte hablaba sobre el capítulo final de su libro sobre los artistas judíos en
el exilio, desde la pared al fondo del salón de clases un grupo de retratos de los héroes militares de
Moscú observaban impasibles una de las más brillantes presentaciones del congreso. Nunca nos
explicamos qué hacían estos retratos de militares en un salón de clases de la Universidad
Pedagógica, pero preferimos no preguntar.
Cuando concluyó la presentación llegó el momento de hacer una pausa para tomar café. Sin
embargo, todavía quedaban otros seis ponentes esperando presentar sus trabajos durante las
siguientes tres horas.
Cuando todos los ponentes regresaron de la cafetería, la estudiante Gulnara nos ordenó a
todos, en un tono inapelable:
"You must go back to room 213!" ("¡Deben regresar al salón 213!")
"Why?" ("¿Por qué?")
"Because now it's open!" ("¡Porque ahora está abierto!")
Por supuesto, todos nos quedamos en el salón 987 durante el resto de la tarde, discutiendo el
concepto de carnaval en términos bajtinianos y tratando de descubrir si el ponente coreano estaba
leyendo en ruso con un acento del Bronx, o si era un ciudadano australiano con un acento coreano.
De cualquier manera, y para nuestra sorpresa, sólo estaba leyendo la versión que había enviado seis
meses antes, y ya publicada en las memorias del Congreso.
La Academia de Ciencias
Alguien decidió sostener una conversación telefónica con su familia en México desde el
lobby del hotel: "¿Cómo están? ¡Yo aquí viviendo muchas aventuras! ¡Si ustedes estuvieran aquí ya
les habría dado el ataque!".
Los dos minutos tuvieron un costo de 36 dólares.
En nuestra siguiente excursión por la ciudad salimos de la estación Lubyanka cuando de
repente, de ninguna parte, surgió un grupo de jóvenes y hermosísimas mujeres caminando a nuestro
lado, con un promedio de unos 17 años de edad. En medio de este grupo se encontraba una rubia de
rasgos muy finos y una mirada muy viva, ataviada con un vestido corto de tafetán verde obscuro
que hacía resaltar su figura. Su manera alegre de caminar la hacía verse tan radiante que todos los
que ahí nos encontrábamos detuvimos nuestras conversaciones y dirigimos nuestra atención
simplemente a admirarla. Durante algunos segundos su presencia transformó el ambiente en un
lugar especial.
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Después de ese marcado contraste con el espacio arquitectónico que nos rodeaba,
empezamos a caminar los tres ponentes mexicanos (María Teresa García, de Xalapa; Maricruz
Castro, de Toluca, y Lauro Zavala, de Xochimilco) para buscar la calle de Arbat.
Empezamos por tratar de localizar nuestra situación en el mapa del metro. Las muchachas
tenían los pies hinchados de tanto caminar, y los tres estábamos tan cansados que creímos estar
frente a la Galería Tetriakov.
Decidimos entrar, y descubrimos que había que hacerlo por la puerta de atrás, lo que
consideramos simplemente como parte de una tradición local. Subimos por unas escaleras casi
totalmente destruidas y llegamos hasta una desvencijada puerta de madera, en espera de la
experiencia estética más importante de nuestras vidas.
Pero entonces descubrimos que éste era sólo el centro cultural de esa zona de la ciudad, y
que tan sólo contaba con una habitación acondicionada como galería, donde se exhibían las obras
de algunos artistas locales (es decir, los que viven en esa calle). El conserje se alegró mucho al
recibirnos porque, nos dijo, nadie había visitado la galería desde la inauguración de la exposición
un par de días antes.
Esa misma persona nos aconsejó visitar la Academia de Ciencias, donde podríamos
escuchar un buen concierto de música clásica. Caminamos por la calle, siguiendo sus instrucciones,
cuando de repente vimos lo que pensamos que sería un elegante cementerio, uno de los más
elegantes que nunca habíamos visto, a cuyo lado había un edificio igualmente distinguido, y donde
un grupo de personas vestidas de negro estaban entrando ceremioniosamente en silencio.
Al llegar a la entrada del edificio descubrimos que no era un cementerio, sino precisamente
la Academia de Ciencias, y que antes había sido un famoso castillo. De cualquier manera
decidimos caminar detrás de los visitantes, pensando que tal vez podríamos comprar boletos para
escuchar un concierto. Como no encontramos ahí a nadie vendiendo boletos, subimos al segundo
piso, y al llegar al final de las escaleras nos detuvimos un momento para decidir qué hacer.
Entonces el grupo de personas que caminaba delante de nosotros se percató de nuestra presencia, y
uno de ellos, en un tono más intrigado que irritado, nos preguntó:
"What do you want?" ("¿Ustedes qu‚ quieren?")
"We are looking for the schedule of the concerts" ("Estamos buscando información sobre
los conciertos")
"This is the ceremony of the Doctorate!" ("¡Esta es la ceremonia del doctorado!")
"Spashiva!" (“¡Gracias!")
Después de este encuentro dialógico entre un grupo de académicos bajtinianos provenientes
del extranjero y los representantes de la sabiduría académica de Moscú, regresamos a la calle para
seguir buscando las manifestaciones del carnaval espontáneo que se lleva a cabo todos los días en
la calle Arbat.
Una visita al Kremlin y a la casa de Tolstoi
El tercer día del congreso los organizadores programaron una visita oficial al Kremlin para
todos los ponentes. Esta visita se inicia al cruzar uno de los puentes y observar en el interior del
Kremlin los mismos tanques militares que hay en el resto de la ciudad.
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El Kremlin es el centro histórico y político de Rusia. Es un espacio rodeado por una enorme
barda y protegido simbólicamente por varias torretas antiguas. En este espacio se encuentran las
oficinas de Yeltsin y sus colaboradores, y aquí se toman todas las decisiones de carácter nacional.
La parte más importante de la visita al Kremlin es el recorrido por el interior de las iglesias
que contiene. En alguna de ellas hay frescos originales de Andrei Rublev y otros pintores
medievales, aunque es difícil tener la certeza de su autoría, ya que en esa época era blasfemia
firmar las pinturas de carácter religioso.
En las iglesias ortodoxas no hay asientos, así que las misas, que pueden durar más de cuatro
horas, deben ser escuchadas de pie. Las ventanas están tapiadas, y los altos muros están cubiertos
de múltiples pinturas piadosas, cada una de las cuales bien pudo haber sido pintada durante un
lapso de diez años o más.
Nos llamó la atención el lugar que tienen las mujeres en la tradición del catolicismo
ortodoxo que se practica en Rusia. Para entenderlo es necesario señalar que el interior de cada
iglesia está dividido en dos mitades, separadas por un par de puertas sagradas. Durante el momento
más importante de la misa estas puertas se abren, simbolizando así la entrada al paraíso. Pero sólo
los hombres pueden cruzar estas puertas. El único momento en el que una mujer puede cruzarlas es
durante el bautismo. Pero después de que una niña es bautizada, el obispo de la región debe
bendecir nuevamente la iglesia.
Entre las cosas que nos contó la guía se encuentra el hecho de que Iván el Terrible se casó
numerosas veces, y cada vez mandó construir una nueva torre dorada en la catedral más grande que
hay en el Kremlin, por lo que la catedral tiene siete torres doradas, que se encuentran entre las más
bellas de toda Rusia.
La siguiente sección de esta visita es el recorrido por el museo donde se conservan diversas
colecciones de objetos de la monarquía zarista. También es posible, en lugar de hacer este
recorrido, comprar el CD-ROM respectivo por sólo 45 dólares.
Después de esta visita decidimos conocer la casa de Tolstoi, conservada intacta desde su
muerte. En este lugar es posible ver la extrema austeridad en la que vivió con su familia, a pesar de
la enorme extensión de sus propiedades.
Esta visita nos hizo pensar en una gran cantidad de lugares que hubiéramos querido
conocer, como las casas donde vivieron, respectivamente, Dostoievski, Pushkin y Gógol, cada una
de las cuales ha sido convertida en un museo, así como las tumbas de estos y otros escritores y
artistas que se encuentran en el Cementerio de Moscú, los restaurantes en los que se ofrece comida
regional de Georgia, y alguno de los famosos monasterios medievales, como el de Novodevichy.
Finalmente visitamos la Galería Pushkin y la Galería de Artistas del Pueblo, situada frente
al Parque Gorky. En el traspatio de esta última (llamado el Basurero de Estatuas) se encuentran
arrumbadas algunas de las estatuas de los héroes del socialismo, que ahora están en el olvido
oficial.
Un pensador ruso: Mijaíl Bajtín
Quiero concluir estas notas de viaje con algunas observaciones acerca del Congreso
académico en el que participé durante mi estancia en Moscú, y para ello es necesario ofrecer alguna
información general acerca del tema de este congreso: el pensamiento de Mijaíl Bajtín.
Bajtín es considerado como uno de los más importantes humanistas del siglo XX.
Precisamente en 1995 se cumplió el centenario de su nacimiento. En 1993 se llevó a cabo el Sexto
Encuentro Internacional, en la hacienda de Cocoyoc, Morelos, donde participaron cerca de 150
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investigadores provenientes de 23 países. Este Encuentro fue convocado por la Unidad Xochimilco
de la Universidad Autónoma Metropolitana, y fue coordinado por los investigadores Lauro Zavala
y Ramón Alvarado.
El pensamiento de Mijaíl Bajtín ha dado lugar a lo que se conoce como la crítica dialógica,
y cuyos alcances llegan a la teoría literaria, la filosofía del conocimiento, la metodología
historiográfica, la sociolingüística y muchas otras áreas neurálgicas de las ciencias sociales y las
investigaciones humanísticas, como el feminismo posmoderno, la desconstrucción y el análisis
cinematográfico.
Es difícil ofrecer en unas líneas una síntesis de su pensamiento, pero convendría señalar que
sus propuestas se iniciaron como una crítica al marxismo ortodoxo y a la estilística formalista, lo
cual le valió haber sido marginado durante casi toda su vida en su propio país.
Fue hacia mediados de la década de 1960 cuando su obra empezó a ser difundida en el resto
del mundo, gracias a los trabajos de Julia Kristeva y de Tzevan Todorov en Francia. Entre los
textos más conocidos de Bajtín se encuentran su tesis doctoral, acerca de la carnavalización de la
cultura oficial en la narrativa de Francois Rabelais, su estudio sobre la polifonía ideológica en las
novelas de Dostoievski, y la crítica a la estilística y la lingüística tradicionales.
Una de las consecuencias de la difusión y el reconocimiento del pensamiento bajtiniano
consiste en la organización de los congresos internacionales de los investigadores que han
estudiado su obra, y que se lleva a cabo cada dos años. El primero de estos encuentros se realizó en
Canadá en 1981 y nuevamente en 1997, y el resto se han realizado, respectivamente, en Alemania
(dos veces), Italia (dos veces), Inglaterra y México.
Convendría señalar que al Congreso de 1993, realizado en Cocoyoc, Morelos, asistieron 125
investigadores provenientes de 18 países. En esa ocasión participaron por primera vez en un
encuentro de esa naturaleza España y varios países latinoamericanos: México, Venezuela,
Colombia, Argentina y Cuba. En Moscú, en cambio, sólo asistieron 5 investigadores mexicanos y
ningún otro hispanoamericano.
Para los interesados en conocer más sobre el tema podría mencionarse que la investigadora
mexicana Tatiana Bubnova ha traducido al español Problemas de la poética de Dostoievski
(Breviarios núm. 417, FCE) y Estética de la creación verbal (Siglo XXI). Actualmente ella está
traduciendo al español otras obras de Bajtín para la editorial Alianza Universidad de España. Por su
parte, la editorial Taurus de Madrid ha publicado la colección de ensayos Teoría y estética de la
novela.
Además, durante el encuentro de México se presentaron cuatro publicaciones producidas
especialmente con ese motivo: un número monográfico de la revista Criterios dedicado a los
estudios sobre intertextualidad (Casa de las Américas/UAM Xochimilco) y los libros Bajtín:
Ensayos y diálogos sobre su obra de Gary Saul Morson (UNAM), la tesis doctoral de Bajtín, La
cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (Alianza Universidad) y Diálogos y fronteras
de Ramón Alvarado y Lauro Zavala (Nueva Imagen), que contiene las principales ponencias
presentadas en el congreso de Inglaterra.
Un Congreso en Moscú
Una posible conclusión al haber participado en este Congreso es el reconocimiento de la
existencia de al menos dos tipos de académicos interesados en el pensamiento de Bajtín: aquellos
cuyo campo principal de investigación es la filosofía, y los investigadores en estudios humanísticos
y culturales.
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Estos últimos pueden ser lingüistas, teóricos del cine o la literatura, sociólogos, filósofos de
la política, escritores de diversas clases, historiadores y otros científicos sociales. Todos ellos están
interesados en el debate sobre modernidad y posmodernidad, y a todos ellos se les considera como
practicantes de la crítica dialógica.
En algunas ocasiones estos últimos se sienten atraídos por la idea bajtiniana del carnaval
como una manifestación de la revuelta social. En este contexto el concepto de intertextualidad se ha
convertido en una piedra de toque, cuya versión más extrema sostiene que cada signo está
virtualmente en diálogo con todos los demás. También en este grupo es posible encontrar a los
biógrafos de Bajtín y a la mayoría de sus traductores.
Por otra parte, en el primer grupo se encuentran quienes están próximos a las
preocupaciones de Bajtín por problemas teológicos, y quienes estudian los T.D. (Textos
Debatidos), es decir, los textos firmados por sus colegas Medvedev y Voloshinov, respectivamente.
En este grupo se encuentran los investigadores interesados en la idea bajtiniana de la arquitectónica
de la persona.
Esta división puede ser observada también en la tradición académica de Occidente y la de
los países del Este. Las primeras traducciones del trabajo de Bajtín al francés, inglés y español, así
como la biografía de Holquist y Emerson publicada por la Universidad de Harvard en 1984,
estuvieron originalmente centradas en los trabajos escritos por Bajtín hacia el final de su vida, y por
lo tanto están centrados en su trabajo como pensador social del lenguaje, el carnaval, el dialogismo
y la heteroglosia, es decir, la diversidad de lenguajes y perspectivas que pueden coexistir en un
mismo contexto histórico.
Por su parte, los académicos rusos se han sentido más cómodos con el Bajtín cuyo
pensamiento fue evolucionando y estableciendo distintos diálogos con sus propios contemporáneos.
En este cuerpo de ideas resulta fundamental la idea del otro de todos los días y la idea del Otro
trascendental, que bien pueden ser Dios o la muerte.
Este encuentro con otras voces dentro de los estudios de la crítica dialógica fue suficiente
para reconsiderar nuestra manera de leer a uno de los pensadores más fecundos y estimulantes de
nuestro siglo, y cuya presencia en los círculos académicos es cada día más evidente, como lo
muestra, por ejemplo, la reciente realización de un monumental encuentro de especialistas sobre su
obra en España, organizado por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en la ciudad de
Madrid, en 1994.
El regreso a casa
La experiencia de haber estado en Moscú durante una semana fue mucho más compleja que
lo que estas notas reflejan, pero tal vez ellas son suficientes para ofrecer una imagen general del
asombro que cada uno de los visitantes sentimos al encontrarnos en un lugar completamente
distinto a lo que hasta entonces habíamos conocido.
Otros visitantes seguramente han tenido experiencias distintas, y harán reconstrucciones
muy diferentes a la que aquí he ofrecido. Al regresar a México leo en mi ejemplar de Moscow and
the Golden Ring, escrito por la cineasta Masha Nordbye (Twin Edge, Hong Kong, 1995, 317 pp.),
que en Moscú hay 2500 monumentos, 4500 bibliotecas, 125 salas de cine y 70 museos, y que es
visitada cada año por 20 millones de personas provenientes de 150 países.
Estas notas de viajero sólo aspiran a reconstruir lo vivido en el brevísimo lapso que nuestra
visa nos permitió permanecer en el territorio ruso. Hubiera sido interesante poder visitar la ciudad
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de San Petersburgo y algún pequeño pueblo del llamado Anillo de Oro que rodea a Moscú, pero las
circunstancias y el presupuesto lo hicieron imposible.
Esta experiencia, sin embargo, fue suficiente para despertar nuestro interés por conocer
mejor la vida cotidiana dentro de una cultura que se mantiene viva a pesar de los embates de la
historia, gracias a la presencia de un espíritu cada día más admirable, especialmente desde la
perspectiva de cualquier visitante extranjero.
Posdata bibliográfica
Durante los últimos años se han publicado varios libros sobre la vida cotidiana en Rusia y
en otros países balcánicos, como una crítica a los mitos que hasta hace poco se difundieron sobre
esa región. De hecho, ahora se están difundiendo nuevos mitos, de los que el autor de estas notas
seguramente es cómplice involuntario. Entre los materiales más interesantes se podrían mencionar
los siguientes:
Bridger, Sue, Kathryn Pinnick, Rebecca Kay: No More Heroines? Russia, Women and the Market.
London, Routledge, 1995, 240. ISBN 04151 2459X
Epstein, Mikhail: After the Future. The Paradoxes of Postmodernism and Contemporary Russian
Culture. Translated with and introduction by Anesa Miller-Pogacar. Amherst, MA. The
University of Massachusetts Press, 1995. ISBN 08702 39740
Hill, Richard: "The Slavs: A Cultural Stew", en We Europeans. Brussels, Europublic, 1992, 209222. ISBN 90744 40010
Medina, Dante: Sólo los viajeros saben que al sur está el verano. Un viaje por Francia, Italia,
Yugoslavia, Bulgaria y Grecia. México, Alianza Editorial, 1993, 253. ISBN 96839 08306
Pilkington, Hilary: Russia's Youth and Its Culture. A Nation's Constructors and Constructed.
London, Routledge, 1994, 320. ISBN 04150 90431
Prieto, Carlos: De la URSS a Rusia. Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo.
Prólogo de Isabel Turrent. México, Fondo de Cultura Económica, 1993, 325. ISBN 96816
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Antes de concluir, también habría que mencionar los espléndidos textos sobre los viajes a
Moscú hechos por Pablo Neruda en 1949 ("En la Unión Soviética", capítulo 9 de Confieso que he
vivido, Seix Barral, 1984) y por Gabriel García Márquez en 1957 (capítulos 7 a 10 en De viaje por
los países socialistas, La Oveja Negra, 1978).
-------------------------Lauro Zavala es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Xochimilco, y es autor de varios libros de análisis literario, procesos editoriales, cultura
museográfica y teoría del cine.
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