Evocación de la Escuela de Comercio y de la sociedad coruñesa de

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Evocación de la Escuela de Comercio y de la sociedad
coruñesa de la época
Alocución de Andrés-Santiago Suárez Suárez en el Acto de
entrega, el día 25 de enero de 2002, de la Medalla de Oro de la
Escuela Universitaria de Estudios Empresariales de La Coruña que
le fue concedida.
Gracias, muchas gracias a todos Ustedes. Muchas gracias
especialmente a la junta y al equipo de gobierno de la Escuela
Universitaria de Estudios Empresariales de La Coruña y, en su
nombre, a su directora doña Aurelia Blanco. Recibir la Medalla de
Oro de esta institución constituye para mi un gran honor. Me alegra
también que el otro ex alumno galardonado sea precisamente don
Juan Quintás, quien además de insigne catedrático es un buen
amigo mío. Muchas gracias por supuesto al profesor Docal Labaén
por sus amables palabras. En esta institución yo pasé seis años de
mi vida, el sexenio que va de 1954 a 1960, cursando los estudios de
peritaje y profesorado mercantil, los primeros por enseñanza libre
desde la Academia Comercial de Santiago de Compostela, y los
segundos ya por enseñanza oficial, con residencia en La Coruña.
Guardo un excelente recuerdo de toda esta época y de esta
institución, la Escuela Superior de Comercio como se llamaba
entonces, hasta la Reforma Educativa de 1970, fecha en la cual su
anterior denominación fue sustituida por la actual. Don Antonio
Durán Cao, catedrático de Francés, fue director de la Escuela
durante bastantes años, al igual que don Antonio Fernández
Montells, catedrático de Derecho Mercantil, el siguiente director de
la Escuela. Los dos eran muy buenos profesores y grandes
personas. Don Fernando Urgorri, el catedrático de Historia, era un
sabio. La señora Lens (doña Chicha) era un encanto de profesora y
de persona. En general guardo muy buen recuerdo de todos los
profesores, pero hay uno al que de un modo especial quiero
referirme. Ese profesor es don Serafín Vázquez Costa, el nuevo
catedrático de Contabilidad, quien además de esta disciplina tenía
también a su cargo la de Organización y Administración de
Empresas.
Serafín venía de Madrid e inició en Galicia, comenzando por
la Escuela Superior de Comercio de La Coruña, la nueva revolución
de las enseñanzas del management. Fue el primer profesor que
explicó aquí la programación lineal, la teoría de los juegos de
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estrategia y otras muchas técnicas, teorías y modelos de la naciente
investigación operativa o investigación de operaciones, que tan de
moda estaba entonces en los países más avanzados del mundo y,
sobre todo, en los Estados Unidos de América. Con su fina ironía
desdeñaba a aquellos profesores que encerrados entre el DEBE y
el HABER de los libros de contabilidad eran incapaces de elevarse
y ver más allá de los meros asientos contables de: Caja a Bacalao o
Zanahorias a Efectos a Pagar.
Gracias a Serafín –a su magisterio, su hombría de bien y su
generosa ayuda- muchos alumnos de la Escuela, entre ellos yo, nos
decidimos a proseguir con los estudios de economía; unos en
Madrid, otros en Barcelona y otros en Bilbao; las tres únicas
Universidades que contaban entonces con una Facultad de
Económicas.
En mi época de La Coruña (o A Coruña, como se dice ahora)
fue cuando el Real Madrid comenzó a arrasar en la Copa de
Europa, tuvieron lugar los crímenes de Jarabo y la extraña muerte
de Ataulfo Argenta. Bahamontes gana el primer Tour de Francia y
Sara Montiel (la Saritísima) se consagra como sex symbol con El
Último Cuplé, y casi iguala en popularidad a la otra sex symbol de
aquellos tiempos: Marilyn Monroe. Fue también por aquella época
cuando la firma automovilista Seat pone a la venta el primer
Seiscientos, la divisa de la nueva clase media española que
comienza entonces a cobrar cuerpo.
Fueron aquellos los tiempos en los que La Coruña contó con
un ingenioso y popular sátiro: Canzobre y sus mariachis, quien por
carnaval se adueñaba de las calles de la ciudad.
Para venir a la Escuela los alumnos que vivíamos en el centro
de la ciudad que éramos la mayoría solíamos tomar el tranvía o
hacíamos el trayecto a pié. Ello dependía del tiempo atmosférico y
de la prisa que tuviéramos. Tanto a la ida como a la vuelta
bordeábamos la playa y el estadio de Riazor. En el estadio solíamos
detenernos un poco para ver entrenar al Deportivo. Allí estaban
Acuña, Paíño, Zubieta y tantos otros. No solía perder yo los partidos
del Deportivo los domingos por la tarde cuando jugaba en casa. Por
Riazor vi pasar todos los grandes equipos de la época y, entre ellos,
el Athletic de Bilbao con su mitica delantera de Zarra, Gainza,
Venancio, Iriondo y Panizo.
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Pienso que el hecho de que la Escuela de Comercio y la
cancha del Deportivo estuvieran tan próximas fue muy positivo para
los alumnos de la Escuela. Se nos mostraba diariamente de manera
subliminal que para triunfar en la vida hay que prepararse mucho,
entrenar y estar en forma; y no basta con ser buenos, hace falta
además ser mejor que los otros; que para que un gol suba al
marcador no sólo hace falta meter la pelota en la red, sino además
que el árbitro lo dé por válido y no lo anule.
En fin, esto es lo que en la moderna cibernética se denomina
sinergia institucional, algo así como las asignaturas de libre
configuración, introducidas recientemente en el sistema educativo
de nuestro país.
Yo era por aquel entonces un gran fan del Deportivo. Los
jóvenes de mi generación, sobre todo los que procedíamos de la
zona de Santiago, estábamos muy divididos entre el Deportivo y el
Celta. Mi condición de deportivista no me causó más que disgustos.
Nuestras discusiones futbolísticas terminaron en más de una
ocasión a puñetazos. Fue aquella además una época en la que el
Celta estaba un poco mejor que el Deportivo. Cada vez que el Celta
venía a Riazor se armaban las de San Quintín. Recuerdo que entre
los seguidores del Celta había muchas mujeres. Cada vez que el
Celta le metía un gol al Deportivo se ponía en pié aquella legión de
mujeres, para ondear sus pañuelos blancos y pregonar con bravura
el grito de guerra de: ¡Ala Celta!. A ver quién era el guapo que se
atrevía a levantar la voz para protestarle al árbiro por no haber
pitado el fuera de juego previo al tanto. Nin que fosen todas elas
fillas de Pepa A Loba, decía eu pra os meus adentros. Estas
seguidoras del Celta no tuvieron que esperar a que llegara la
democracia en España para autodeterminarse. Ellas sí que fueron
pioneras del actual movimiento para la afirmación del poder de la
mujer.
La ciudad de La Coruña era ya entonces –la verdad es que lo
ha sido siempre- una señora ciudad, abierta y divertida, hospitalaria
y cosmopolita a un tiempo, con una gran actividad comercial y
portuaria. Una ciudad tendida sobre el mar, con su torre de
Hércules esbelta y altanera. Incluso en la más tenebrosa oscuridad
de las noches de temporal en las que las olas de la mar
embravecida invadían las aceras de las calles adyacentes a las
playas de Riazor y del Orzán, el histórico faro emitía sin cesar sus
acompasados y silenciosos destellos, luengos y penetrantes, como
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si alumbrar y señalar quisiera el incierto camino que muchos de
nosostros -estudiantes de Comercio y Náutica- habríamos de tomar.
Que no era otro que el de navegar o emigrar.
Afortunadamente el progreso económico de España, en
general, y de Galicia, en particular, fue extraordinario a partir de
1960. La Coruña siguió modernizándose y creciendo tierra adentro pues no podría hacerlo sobre el mar-, hasta convertirse en una de
las ciudades más bellas y acogedoras de Europa. En 1983 vine a
La Coruña para intervenir en el Acto de presentación de un libro
escrito por don Emilio González López sobre un ilustre coruñes:
Don Ramón de la Sagra, libro que yo tuve el honor de prologar.
Llegué en avión al aeropuerto de Alvedro y me hospedé en el hotel
Atlántico, en una habitación con vistas al puerto, sobre el mar. En el
puerto apenas había actividad, que contrastaba con el enorme
trasiego de antaño. Fue entonces cuando me di cuenta
definitivamente que esa gran señora llamada Coruña se había
dado la vuelta sobre su colchón de agua, y de mirar hacia fuera
(hacia al mar y hacia a América), había pasado a mirar –y con ella
Galicia entera- hacia adentro, hacia el resto de España y hacia
Europa.
Así y todo la torre de Hércules sigue impertérrita emitiendo
sus destellos luminosos igual que siempre. Supongo que para
advertirnos del peligro que entraña que nos equivoquemos de
dirección, perdamos el rumbo en el camino o descarrilemos por
caminar demasiado deprisa.
Y nada más, señoras y señores. Muchas gracias ahora por la
paciencia que han tenido de escucharme y la atención prestada.
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