Mi carne es verdadera comida

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Solemnidad del Corpus Christi z AÑO A z Jn 6, 51-58
z
Primera lectura z Dt 8, 2-3. 14b-16a z “Te alimentó con
el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres”.
z
Segunda lectura z 1Co 10, 16-17 z “El pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo”.
z
Salmo z 147
z
Evangelio z Jn 6, 51-58 z “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
z
“Glorifica al Señor, Jerusalén”.
«Y
o soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que
coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan
que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a
comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y
yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo
por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por
mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre».
Para situar el Evangelio en
la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
La fiesta de hoy relaciona la eucaristía con una de las tradiciones más antiguas de Israel: la
del maná en el paso del desierto. Y se recuerda que la fidelidad a Dios es la clave para recorrer cualquier camino en la
vida... y que él se ofrece como
verdadero alimento. Jesús, el
Cristo, no sólo propone un mensaje sino que se da a sí mismo
en alimento capaz de conducir a
la vida en plenitud. El CORPUS,
es una fiesta destina a honrar la
presencia real de Jesucristo en
la Eucaristía, fue instituida en
1264 por el papa Urbano IV y
extendida a toda la Iglesia por
Clemente V hacia 1311.
Pero esto, si nos remontamos a
los orígenes de esta fiesta, se
realiza en confrontación con
otros que entienden la presencia de Jesús -tras la Ascensiónde otra manera. Ahora nos encontramos con El a través de
una presencia en forma de me-
moria. Es su “memoria” la que
nos acerca y nos lo hace presente; especialmente su memoria litúrgica y sacramental.
Para los cristianos -católicos y
protestantes- en la “reunión”
hacemos, ante todo, memoria
de Jesús, de su vida, su muerte
y su resurrección y así lo hacemos presente y presencia. Pero
de modo análogo a lo sucedido
en la vida terrena, su presencia
ahora no es desencarnada en el
ámbito espacial-temporal. Para
los católicos ese ámbito se lo
ofrecen los símbolos del pan y el
vino que se nos entregan a nosotros como comida y comunión
lo mismo que Jesús se nos entrega en persona, brindándonos
su cuerpo y su sangre. O sea,
fue una fiesta para afirmarnos
contra otros (protestantes). Y
así, se forjan procesiones, exposiciones-adoraciones...
Con el tiempo, esta fiesta se
vincula a las relaciones de fraternidad (puesta en común de
nuestros vienes, vidas...). La
celebración eucarística es una
garantía de resurrección. Por
eso, la Eucaristía es la celebración de la vida. La comunidad
cristiana que se reúne para comer la carne de Cristo y beber
su sangre, debe dar señales de
optimismo renovador y liberador; debe convertirse en un estímulo para todo proyecto que
vaya a favor de la vida, de la libertad y del verdadero progreso de la humanidad. Y hoy,
este día lo unimos a Caritas.
Aun cuando este texto tiene mucho vocabulario
que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía, se trata de un discurso sobre la fe en la persona y en la obra de Cristo. De entrada no tenemos que hacer una lectura sacramental del texto
sino que podemos contemplar la entrega -sacrificio- personal de Cristo y sus frutos para nosotros,
creyentes en él, y para toda persona que se quiera abrir a la fe. Sólo desde esta lectura podremos,
después, aplicarlo a la Eucaristía.
Para fijarnos en el Evangelio
El contexto, Juan refiere la multiplicación de los
panes y los peces como lo hacen otro evangelista (Mt 14; Mc 6; Lc 9). Pero, al terminar el relato, se
separa de la tradición sinóptica y añade un largo
discurso, que se divide en tres partes (vv 26-34;
vv35-47; y vv48-59) explicando así el significado del
signo hecho por Jesús. Nuestro evangelio de hoy
solo narra la última parte. Pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún (cerca del lago de Galilea) tiene como tema central esta afirmación: “yo soy el
pan de vida” (Jn 6,48).
El contexto social es de Jesús frente a sus adversarios que no admiten que un hombre pueda tener
condición divina (sería usurpar a Dios). Es en esa
humanidad donde está la plenitud del Espíritu, que
hace de Jesús la presencia de Dios en la tierra.
Ellos (los adversarios) alejan a Dios del hombre; no
creen en su amor que lo lleva a comunicarse.
Jesús pone al descubierto la actitud que delatan sus
críticas. No reconocen que Dios es Padre dador de
vida y que quiere comunicarla al hombre, sacándolo de toda esclavitud. Jesús, pan de vida, se contrapone al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la
tierra prometida (Nm 14,21-23; Jos 5,6; Sal 95,7ss). Se
habla de un alimento que fue ineficaz por dar vida:
la Ley (Jn 6,49.58). Y se habla de otro alimento que sí
que da vida, el pan del cielo (Jn 6,31-33), “el pan vivo
que ha bajado del cielo”, que es Jesús mismo. Este
alimento suprime la muerte de quien lo come. Es
decir, quien acoge a Jesús tiene vida (Jn 5,24). La
asimilación a Jesús evita el fracaso del hombre
(para comerlo y no morir). Incesante comunicación
de vida procedente de Dios (baja del cielo), que el
hombre debe hacer suya (comerlo).
Siguiendo la simbología del éxodo, pasa de la figura del maná a la del cordero (mi carne). El Espíritu se manifiesta-comunica en “su carne”. A
través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. En Jesús,
su Palabra, Dios se expresa en la historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad. Y
es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se acepta o se rechaza.
Tras la discordia entre los judíos Jesús declara que
“comer y beber” es asimilarse a Jesús, es aceptar
y hacer propio el amor expresado en su vida (su
carne) y en su muerte (su sangre). En el éxodo, la
carne del cordero fue alimento para la salida de la
esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el
nuevo éxodo, la carne de Jesús es alimento permanente; la carne y la sangre dan vida definitiva.
Así, no hay realización para el hombre (no tenéis
vida en vosotros) si no es por la asimilación a Jesús; el Espíritu que se recibe lleva a una entrega
y a una calidad humana como la suya.
Con la palabra “carne” Jesús habla de si mismo en
cuanto que participa de la condición humana, débil, limitada y mortal. Es la Palabra de Dios entre
nosotros (Jn 1,14). Por otra parte, el binomio “carne” y “sangre” en la Biblia indica la persona entera con sus limitaciones (Mt 16,17; Ga 1,16). Los judíos entienden bien que su entrega (su muerte)
dará “la vida al mundo”, pero no aceptan depender, para la vida eterna, de un hombre, Jesús. No
aceptan que Dios, el único salvador, se pueda hacer hombre. No aceptan la cruz, que para ellos
será un escándalo (1Co 1,23).
El texto no habla sólo de Jesús, de quien es, de
qué nos da. Habla especialmente del discípulo, de
la persona que sigue Jesús, que cree en Él; de la
persona que es transformada radicalmente cuando
acoge este Jesús. Discípulo es aquel “quien come
el pan”, es decir, quien vive por la fe. Por la fe -es
decir, acogiendo Jesús- el discípulo vivirá de la
misma vida del Hijo de Dios.
Entre Jesús y el discípulo se establece una relación
como la que hay entre el Padre y el Hijo. “está en
mí, y yo, en él”. Tanto cuando Jesús habla de su relación con el Padre: “yo vivo gracias al Padre”, como
de su relación con el discípulo: “vivirán en mí”;
“está en mí, y yo, en él”, expresa una comunión
perfecta. La comunión del discípulo con el Hijo es
basada en la comunión del Hijo con el Padre.
El gesto humano de dar a otro lo que necesita implica, por más generosidad y gratuidad que haya,
una superioridad de quien da sobre quien recibe.
Es decir, implica una distancia entre las dos personas. Jesús no da: “se da”. Así la distancia desaparece: “el que me acoge (come) está en mí y yo en
él”. Es la comunión. El discípula, unido a Jesús, no
da nada: “se da”. O, dicho de otra manera, no da
sin implicarse, no da sin comprometerse. Así elimina las distancias con cualquiera de las personas
que le rodea. Sobre todo con las personas pobres.
z Ruego por pedir el don de comprender el
Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.
z Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
z Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
z Ahora apunto aquello que descubro de
JESÚS y de los otros personajes, la BUENA
NOTICIA que escucho... veo y apunto experiencias propias de comunión (y separación) con Jesús y con otros.
z Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio... ¿He tenido experiencias
de acoger a Jesús, de alimentarme de su
presencia...?
z Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
z Plegaria. Diálogo
con Jesús dando
gracias, pidiendo...
EL MILAGRO DE COMPARTIR
Si tanto os preocupa la gente
y la situación clama al cielo,
no me salgáis por peteneras
diciendo que son muchos y no llega,
que hay que despedirlos,
que no es tiempo de vacas gordas...
¡Dadles vosotros de comer!
¡Aquí hay cinco panes y dos peces!
Son los primeros del banquete.
Y tú, ¿qué es lo que tienes? Vacía tu alforja
y, ligero, pregunta a tu compañero
si quiere poner también él lo que lleva.
Corred la voz. Que se haga mesa fraterna;
que nadie guarde el pan de hoy para mañana.
Desprendeos de lo que lleváis encima.
Tomad todo lo que llega. Levantad los ojos al cielo
y bendecid al Dios de la vida
que tanto vela y vela.
Lo repartieron los que nada tenían.
Llegó para todos y aun sobro para sonar utopías.
Días habrá en que tendréis que compartir
no lo de un día, ni lo de una mochila,
ni lo que lleváis encima,
ni las sobras de la primavera,
sino lo mejor de vuestra cosecha
y aun vuestra vida misma.
Gracias, Señor, por romper nuestras murallas y
enseñarnos a compartir siguiendo tu palabra.
Fl. Ulibarri
Ver z Juzgar z Actuar
la Familia”
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“La
VER
E
n el momento del “Ver” del tema 3 del Itinerario de Formación Cristiana de
Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, una de las preguntas es:
“¿En qué suelen poner su felicidad las personas de mi propio ambiente o de la sociedad en general? Aporta un hecho concreto”. Y uno de los participantes apuntó que, para sus padres, la felicidad era poder reunir todos los domingos a su
familia, hijos y nietos, para comer juntos, ya que con la “excusa” de estar con
los padres también se relacionaban entre ellos, compartiendo no sólo el alimento sino “la vida”, lo trivial y los temas serios... Y que esa reunión familiar hacía que los lazos entre ellos fuesen muy estrechos.
JUZGAR
L
a semana pasada, con la fiesta de la Santísima Trinidad, poníamos el ejemplo
de la Familia Dios, integrada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que estábamos invitados a formar parte de esa Familia de un modo íntimo, pleno. Y hoy,
en esta solemnidad de Corpus Christi, podemos ver que la felicidad de la Familia
Dios, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es
reunirnos en torno a su mesa para compartir
nuestra vida: «El Padre que vive me ha enviado y
yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me
come vivirá por mí». Y en estas palabras empezamos a vislumbrar que su objetivo es que lleguemos a la mayor intimidad, y para llegar a esa intimidad profunda, el Hijo se hace alimento: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él».
Y ante estas palabras, es lógico que nos surja la
misma pregunta que se hicieron los judíos:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Es
una de las grandes cuestiones de la que la reflexión teológica ha dado razones a lo largo de la
historia. Pero, como en el caso de la Santísima Trinidad, nos encontramos ante una cuestión experiencial más que ante una cuestión filosófico-teológica.
De ahí que Jesús no responda directamente a esa
pregunta, porque lo más importante no es el
“cómo”, sino el significado y las consecuencias de
esa experiencia de “comerle a Él”: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo: el que come de este
pan vivirá para siempre... si no coméis la carne del
Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis
vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». La felicidad de Dios es que comamos
con Él, que “le comamos”, para poder resucitar y
vivir eternamente con Él.
Y desde esta experiencia de encuentro íntimo y
profundo, se irán estrechando nuestros lazos, no
sólo con la Familia Dios, sino también con la gran
familia de Dios que es la Iglesia. Porque como hemos escuchado en la 2ª lectura, comer el cuerpo y
beber la sangre de Cristo no sólo repercute en
nosotros individualmente: «El cáliz... ¿no nos une
a todos en la sangre de Cristo? Y el pan... ¿no nos
une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno,
y así nosotros, aunque somos muchos, formamos
un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan». Y ahí también está nuestra felicidad.
ACTUAR
P
odemos hoy hacernos la pregunta del principio: ¿En qué suelo poner mi felicidad? ¿Qué
lugar ocupa Dios? ¿Qué lugar ocupa la participación en la mesa de Dios? ¿Soy consciente de lo
que significa la Eucaristía, de las consecuencias de
comer el Cuerpo de Cristo y beber Su Sangre,
tanto para mí individualmente, como para el conjunto de la Iglesia? ¿Eso me hace feliz?
Al comenzar la celebración hemos dicho en la
oración colecta: “Te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención”. Y
la 1ª lectura nos decía: «Recuerda el camino que el
Señor tu Dios te ha hecho recorrer... No sea que te
olvides del Señor tu Dios». Recordemos hoy que
la felicidad de Dios es que nos reunamos con Él y
compartamos su mesa. Que no se nos olvide, que
nunca faltemos a este sagrado convite, que lo vivamos en comunidad, sintiéndonos unidos como
Iglesia, en familia, para tener vida en nosotros, ya
ahora, y un día vida eterna, la mayor felicidad que
podemos aspirar y a la que estamos llamados porque Dios mismo nos invita.
Acción Católica General
Alfonso XI, 4 5º
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