La Dimensión Oscura, episodio 1

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LA DIMENSIÓN OSCURA
Capítulo 1
Los Legionarios de Miguel
Joselito estaba sentado en la acera contemplando el bullicio que causaban los autos al transitar y el de
las personas al pasar junto a los edificios de un solo piso. Sentía la fuerza del viento azotando su rostro
y el ruido de la música que salía del bar que estaba tras de él con estilo campestre ya ni le afectaba los
oídos. Se veían las personas en sus mesas acompañadas de botellas de cerveza y riendo sin parar
mientras la música sonaba.
Joselito vestía harapos y sólo dos monedas le acompañaban. Esa cantidad no sería suficiente para
Goya, una señora gorda que la esperaba en la otra esquina recostada en el poste del semáforo. Era
tarde, y aún no llegaba la persona que le salvaba el día. Hasta que el ruido singular de una moto lo
sacó de su ensimismamiento. Reparó en un tipo rudo que descendía de su Harly Davison. Joselito
contempló a aquel hombre de gafas oscuras, rostro sin afeitar, cabello largo, chaqueta de cuero y una
imagen de una calavera en su camiseta. Luego de dejar la moto sin hablarle al niño dejó caer un billete
verde en su regazo y siguió su camino.
-Gracias, Padre Xavier – le dijo Joselito.
El hombre se detuvo. Se quitó las gafas dejando al descubierto aquella mirada profunda marcada por
enormes ojeras. Metió las gafas en la bolsa interior de su chaqueta y extrajo un puro, lo llevó a su boca
y luego tomó el encendedor del mismo lugar. Empezó a tragar humo. A Joselito no le sorprendía
aquella expresión y sabía lo que iba a decir inmediatamente:
-Los sacerdotes salvan almas en el nombre del señor, yo salvo a los hombres de la depresión en el
nombre de un buen trago de ron - el hombre se agachó y tomó al niño de la camisa y le clavó aquella
mirada profunda en el crucifijo que colgaba de su cuello y añadió mientras olfateaba con una expresión
de desagrado en su rostro demacrado – chavalo cochino, decile a Goya que al menos te de un buen
baño antes de mandarte a pedir – se levantó y dejó al niño en la acera.
En la puerta observaba el vigilante, un tipo recio, mal encarado, moreno y con una verruga debajo de
los ojos. Miraba a Xavier con temor. Xavier avanzó hacia él y se detuvo, le tiró las llaves de la moto y el
otro las cachó de inmediato. Xavier le dijo
- Ya sé lo que estás pensando, Ramón, esa viaja los explota y si hago algo para remediarlo, la vieja
caerá presa pero vendrá otra más brava. Esos chavalos no tienen futuro en este país de mierda.
-Yo no he dicho nada, Xavier…
Xavier se acercó a Ramón, y le tiró una bocanada de humo en su cara: -Señor Xavier para los
empleados. Ahora quitate que voy a pasar para ver cómo van las cosas en mi bar.
Xavier entró y se perdió a la vista de Ramón, quien puso la vista en Joselito, que cruzaba la calle y daba
el billete a Goya, pero también le revisaba los bolsillos y se quedaba con las dos monedas que el niño
había recibido de alguien más.
Autor Octavio Alvarado Cervantes
Una vez en el interior del bar, Xavier se detuvo y contempló a la gente bebiendo y animada con la
música que tocaba la rockola ubicada en un rincón del bar. Al fondo del bar estaba la barra donde
había tres tipos gordos bebiendo en sus jarras de cerveza. A un lado de la barra había una puerta que
comunicaba con la bodega. Y del otro lado de la barra estaba la puerta que comunicaba con un
pequeño cuarto. El bar tender servía los tragos mientras la mesera los colocaba en su bandeja. Xavier se
acercó a la barra, saludó al bar tender y le dio una nalgada la mesera, que era una joven alta, delgada,
simpática. La joven se acercó a Xavier, lo tiró contra la barra y le quitó el puro de la boca, lo abrazó, y le
dio un beso de la manera más apasionada.
Luego de haberle dado aquel beso, Xavier sonriente le dijo a la muchacha:
-Si atendieras a los clientes como besás, estarían contentos. Mejor anda a atenderlos, la tarde es joven.
En la madrugada te espero en el cuartito junto a la bodega para que la pasemos tuani.
-Sí, papi – contestó la joven.
Xavier se alejó de la barra mientras veía a la mesera tomar las órdenes de los clientes. El bar tender
solamente veía todo aquello sonriendo. Xavier muy observador le dijo: -Sé lo que estás pensando,
observa, observa al papi como las trae muertas, algún día cuando seas grande vas a ser como yo.
El bar tender comenzó a limpiar unos vasos y contestó: -Sí, maestro.
Xavier fue en dirección a la puerta que comunicaba con el cuarto del bar. Entró, se dejó caer en el catre,
la cama no estaba hecha, las sábanas estaban ajadas. Los pantalones que se había quitado ayer aun
estaban en el espaldar de la cama. Calzoncillos estaban guindados en el picaporte de la puerta. Todo
estaba en desorden, menos la mesita de noche. Xavier fijó la vista en un retrato. Una joven de rostro
angelical, mirada ausente, cabello rizado, y una blusa rosa. Había una nota escrita en el vidrio del
retrato que Xavier nunca dejaba de leer cada vez que llegaba a su habitación: “Sos lo mejor que me ha
pasado, quiero pasar el resto de mis días junto a vos, te amo, Gisela.”
Xavier tomó el retrato y deslizó suavemente su mano sobre el vidrio dejando escapar una lágrima de su
ojo derecho. Llevó el retrato a su boca y le dio un beso.
Gisela tenía 19 años de edad, estudiaba la carrera de Historia del Arte en una universidad Jesuita. Eran
ya las seis de la tarde. Gisela permanecía en su pupitre contemplando las agujas del reloj con
impaciencia. Le parecía que las agujas se movían lentamente. Estaba desesperada por salir de aquella
conferencia magistral aburrida impartida por el profesor. Vestía un short y una blusa rosa. Era una joven
bien delgada y fina. Su cabello estaba ondulado y no se percataba de lo que sucedía a su alrededor. El
profesor hablaba y hablaba, cuando un empujón la sacó de su ensimismamiento. Gisela enojada se
volvió hacia atrás. Un chavalo delgado y blanco la había empujado.
-Danieeeeeeeeeeeeel
La vocecita de Gisela resonó en toda el aula de clase. El profesor que anotaba en la pizarra brincó y
dejó caer el marcador. Los estudiantes comenzaron a reír. Daniel no se inmutó y pretendió que tomaba
notas. El profesor luego de tomar el marcador del piso hizo callar a los estudiantes. Sus gafas se
deslizaban de su ganchuda nariz, era un hombre delgado, cabello largo, su rostro no estaba afeitado,
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los botones de una camisa manga larga estaban desabrochados hasta la altura del pecho y la camisa le
llegaba hasta las rodillas, su pantalón estaba desteñido. Se aproximó a la joven Gisela, quien ante el
hedor putrefacto que salía no solo de la boca del profesor, sino de su piel, le hizo tener una expresión
de asco en su rostro. El profesor la vio fijamente y le dijo: -Salga de mi clase inmediatamente.
Gisela enfurecida tomó los cuadernos y los depositó en la mochila. Al dejar el salón, fue abordada por
una joven morena y cabello castaño, vestía un enorme vestido floreado, collares colgaban en su cuello
y unas gafas con aro morado adornaban su rostro dándole un aspecto extraño.
-Gisela!!! – Dijo la joven mientras ponía las manos en el hombro
Gisela dio un salto asustada y al ver a la muchacha le gritó con un tono jovial: - ¡Estúpida! Me asustaste.
La muchacha no se molestó y contestó con más jovialidad que su amiga: -vos que andas distraída,
babosa.
Gisela no se molestó tampoco y solamente se rió. Dio unos brinquitos de alegría, abrazó a la muchacha
y le dijo: -Ay, amiga, vámonos de party esta noche.
-Que cool.
Gisela observó la vestimenta de la muchacha y le dijo: -Pero Samia, osea, tenemos que cambiarte ese
outfit, ¿ok?
-Sí, amiga, hoy los astros están a mi favor.
Gisela y Samia empezaron a caminar a través del pasillo mientras conversaban.
-¿Te la hizo de nuevo? – Preguntó Samia
-Sí, ese tarado no me deja de molestar.
-Ya te lo dije, amiga. Llegá a la casa y te hago una limpia. Yo te lo aseguro que Daniel gusta de vos.
-Obvio, loquita, quien no gusta de mí, yo aún no me lo puedo creer cuando me veo al espejo lo bella
que soy. ¿En serio vas a ir a la fiesta?
Samia observó a su amiga con una sonrisa irónica: - Cuando le hagas caso a Daniel – y luego terminó
por reírse a carcajadas. Luego de haber dejado los corredores de los salones de clase caminaron a
través de un sendero empedrado ubicado en un bosque de donde los estudiantes aprovechan su
tiempo libre para charlar. Estaban sentados en unas bancas de concreto y solo se escuchaban sus
murmullos. Al final del sendero siguieron su camino junto a un enorme edificio de tres pisos que
reflejaba en sus ventanas el atardecer. Doblaron en la esquina para llegar a la salida de la universidad.
Había árboles del otro lado del edificio donde una que otra pareja aprovechaba un rato de romance. Se
detuvieron en la entrada principal. Gisela quedó en silencio mientras miraba quien estaba entrando.
Samia reparó en lo que Gisela observaba. Por la entrada aparecía un hombre de baja estatura, con
canas en las patillas, vestía un pantalón jean, una guayabera blanca, colgaba en su cuello un crucifijo de
madera y llevaba una mochila a hombros. Gisela dejó el bolso en las manos de Samia y corrió al
Autor Octavio Alvarado Cervantes
encuentro de aquel hombre, quien al verla, sus ojos se llenó de lágrimas. Abrazó a la muchacha con
mucho cariño. Luego de haberse abrazado, Gisela le dijo: -Padre Tomás, ¿Cuánto tiempo sin verlo?
-Si mi niña, seis meses me han parecido una eternidad lejos de vos– pero Padre Tomás era un señor
bien observador y contempló la mirada de Gisela – sé lo que sucede contigo, ragazza, tío Tomás viene
a consolarte. Lo que hizo Padre Xavier fue imperdonable.
Samia que era una muchacha muy curiosa se acercó a ellos.
-Perdón, ¿no me presentas, amiga?
Gisela alegremente presentó a Samia. Luego de los cordiales saludos, Padre Tomás observó de pies a
cabeza a la muchacha, pero Samia sin esperar que el padre dijera una palabra dijo: -creo en los astros y
usted cree en Dios, ¿y es que Dios no hizo los astros? y si los astros dan señales, es porque dan los
mensajes de Dios.
Padre Tomás empezó a reírse.
-Pero, niña, yo no he venido a juzgar a nadie, solamente de vacaciones para visitar a mi linda sobrina.
Pero antes debo hacer una escala en la rectoría – observó a Gisela y con el mismo idioma le dijo– mi
niña, esperen un momento en la recepción y luego nos vamos juntos en mi auto.
Gisela: -está bien, tío.
Mientras estaban en la recepción de la oficina del rector, Padre Tomás tomó su celular, se levantó, se
fue a un rincón y comenzó a hablar. Gisela y Samia estaban en silencio y parecían niñas quietas, pero
no era así. Gisela hablaba en vos baja y decía: -que aburrido, ya quiero ir a casa. Hoy pasan la peli del
papasito de Antonio Farías, no la pude ver en el cine porque estaba en examen, que estrés, ese día el
viejo me aplazó.
-Dicen que la película estuvo buena, fue la mejor de la trilogía – agregó Samia
-Sí, ¡qué emoción! Helena sale embarazada del bello de Antony, ¡oh Dios! Yo de ese hombre salgo
embarazada con gusto…
-Hay niña, mejor hablame de la película, de sobra sé que te morís por ese tipo, cochinota
-Cochinota vos, que te morís por el profesor de Historia, ese viejo que me acaba de correr del aula por
culpa del tarado de Daniel
-No es cierto, no me gusta el profesor de historia, mejor decime, ¿Helena sale embarazada?
-Siiii, dicen que el feto, que es un vampirito, se está comiendo por dentro a Helena.
Mientras las muchachas conversaban, Padre Tomás terminó su llamada. Abrió la puerta de vidrio de la
recepción que daba al pasillo y salió. Hizo otra llamada mientras observaba que nadie estuviera cerca.
Se arrimó a la baranda del pasillo y vio que nadie estuviera en el primer piso.
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Xavier estaba durmiendo, a su lado estaba la mesera. Al parecer decidió adelantar la cita. Los dos
estaban bajo las sábanas cuando sonó el teléfono. Cuando atendió la llamada hizo una pausa. Del otro
lado estaba Padre Tomás
-Estoy en Managua, sé lo que sucedió, sabía que eso no iba a funcionar, Padre Xavier.
Xavier se levantó de la cama y contestó:
-No quiero hablar del asunto, Padre Tomás. Qué diablos quieres.
-Solamente necesito que conversemos esta noche en mi casa. No te lo puedo decir por teléfono, pero
fui enviado por el Papa en una misión y necesito de tu ayuda.
-Vos sabés que ya no soy cura. Así que pedí ayuda a otro.
-El papa confía mucho en vos, te debe la vida, no pide tu ayuda como sacerdote sino como laico…
Xavier en tono más hostil añadió: -Es que no entendés, o querés que te haga el dibujito. Ni laico soy.
Todo por causa de Gisela.
El Padre Tomás insistió: -ya dejá la terquedad pues, ni siquiera necesita que seas laico. El papa sabe que
tenés un bar y te movés en el mundo nocturno. Por eso necesitamos tu ayuda.
Xavier hizo una pausa. Contempló el retrato de Gisela. Y a nadie en particular dijo: -No me queda nada,
ni amor ni Dios, lo perdí todo – y luego habló al teléfono – está bien, llegaré a las nueve a tu casa,
tengo que arreglar unos asuntos en el bar.
-Está bien, te espero a las nueve - El Padre Tomás colgó el teléfono. Sintió que estaba siendo
observado y vio una sombra perderse por las escaleras. Al tratar de seguir a la persona que lo espiaba,
sintió una mano en su hombro y se volteó asustado. Era Samia con aquella mirada mística.
-Ya lo va a recibir el rector, padre Tomás – dijo Samia
-Está bien.
Asustado fue el primero en entrar. Gisela reparó en el padre con su celular en la mano y se levantó
hacia él: -Tío, tío, préstame el celular por favor.
El Padre Tomás entregó el celular y fue directo a la oficina que estaba al fondo de la rectoría.
La noche calló. Gisela entró a su casa, tiró las llaves y mencionó el nombre de la señora que la cuidaba
y le rentaba el apartamento. Pero al parecer no estaba. Se dejó caer en el sofá. Todo estaba bien
arreglado. Intacto. Había un poster de un oso rosa en la pared, y en una esquina un altar con la imagen
de la Virgen de la Rosa Mística. Revisó sus útiles y los sacó para buscar unos apuntes, pero lo primero
que sus manos atraparon fue el celular de su tío. Empezó a sonar el teléfono. Gisela observó, el nombre
del contacto era: Xavier. Gisela no quiso contestar hasta que la llamada se cortó. Sintió curiosidad y
entonces marcó para escuchar el buzón de voz y la voz de Xavier decía
Autor Octavio Alvarado Cervantes
-Padre Tomás voy a llegar un poco tarde. Se me presentó un problema en el bar, asunto de unos
pirucas.
-¿Qué quiere mi tío con Xavier? – se preguntó Gisela.
La noche estaba oscura. Los grillos sonaban fuera de la casa del Padre Tomás. Xavier llegó en su moto.
Luego de haberse estacionado bajó. Se tropezó con algo que había en el pavimento. Se agachó y lo
levantó. Era un juego de llaves con algo gravado en el llavero. Xavier guardó el juego dentro de su
bolsillo. Se dirigió a través del angosto sendero que conducía a la casa del padre Tomás, era una casa
sencilla que estaba ubicada en medio de un caserío. Las luminarias de las calles daban un blanco
resplandor dejando al descubierto que todas las casas tenían la misma fachada.
Xavier se dirigió a la entrada, pero algo le pareció extraño, la puerta estaba abierta. Xavier entró
despacio. Encendió la luz mientras gritaba: -Padre Tomás, padre Tomás - Pero no le contestaron, cruzó
la sala y luego se dirigió a través de un pasillo. Se tropezó con unos sartenes que estaban tirados y
chocó con una puerta. Al parecer había llegado al final del pasillo. Empujó la puerta y la luz en el
interior del cuarto estaba encendida. Xavier contempló en el altar de la cama la imagen de un Cristo en
la cruz. Lo quedó viendo y tragó saliva. Luego agachó la mirada hacia la cama. Xavier dio un salto de
terror. El padre Tomás estaba tendido en la cama con las manos atadas al espaldar, la túnica rasgada y
un texto escrito con sangre en su pecho. Xavier se aproximó y le dieron ganas de vomitar. El texto
decía: Legionarios de Miguel, mi venganza los alcanzará.
Xavier calló de rodillas ante el cadáver de Padre Tomás, puso su cabeza en su regazo y luego estalló en
llanto. Su amigo, su mentor, estaba muerto y no entendía por qué. De inmediato una sirena se escuchó
desde lejos. Pero, el Padre Tomás se movió, Xavier lo vio a los ojos y le dijo: -Tomás…
-Huye, huye, mi sobrina te necesitará.
-¿Quién lo hizo? ¿Quién lo hizo?
Pero Padre Tomás no dijo nada más. Solamente expiró. Xavier escuchó con más intensidad la sirena y
asumió que la policía estaba por llegar. Xavier dejó el cuarto, cruzó el pasillo, la sala, llegó a la salida y
de prisa llegó hasta su moto, subió a ella, arrancó y se fue. Cuando la policía llegó, Xavier ya estaba
lejos.
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