Descarga texto completo - José Luis Gómez Urdáñez

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Polonia y España
Primeras constituciones
Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II
Katedra Historii i Kultury Krajów Języka Hiszpańskiego
Instytut Hiszpańsko-Polski
PRO-IBERIA
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Biblioteka Polsko-Iberyjska
tom 7
Biblioteca Polaco-Ibérica
volumen 7
Redaktor naczelny / Director
Cezary Taracha
Rada Naukowa / Consejo Científico
Janusz Bień (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
Jan Stanisław Ciechanowski (Uniwersytet Warszawski)
Leocadia Díaz Romero (Universidad de Murcia)
Pablo de la Fuente (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
Jacek Gołębiowski (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
José Luis Gómez Urdáñez (Universidad de la Rioja)
Cristina González Caizán (Uniwersytet Warszawski)
María Ibáñez Cánovas (Universidad de Murcia)
Joanna Kudełko (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
José Antonio Molina Gómez (Universidad de Murcia)
Diego Navarro Bonilla (Universidad Carlos III, Madrid)
Barbara Obtułowicz (Akademia Pedagogiczna, Kraków)
Adam Redzik (Uniwersytet Warszawski)
Piotr Sawicki (Uniwersytet Wrocławski)
Cezary Taracha (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
Polonia y España
Primeras constituciones
Coordinadores
Cristina González Caizán, Pablo de la Fuente,
Miguel Ángel Puig-Samper, Cezary Taracha
Lublin 2013
Recenzja naukowa
Dr hab. Jacek Gołębiowski
Projekt okładki
Agata Pieńkowska
© Copyright by Katedra Historii i Kultury Krajów Języka Hiszpańskiego KUL
© Copyright by Werset, Lublin 2013
ISBN 978-83-63527-33-4
ISSN 2082–2251
Wydawnictwo Werset
ul. Radziszewskiego 8/216, 20-031 Lublin
tel./fax 81 533 53 53
[email protected]
www.werset.pl
Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
José Antonio Molina Gómez
Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado
en la búsqueda de un futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
La Constitución de 3 de Mayo de 1791
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
21
Cezary Taracha
La Constitución del 3 de Mayo de 1791 como el último intento
de salvar la República de las Dos Naciones en el siglo XVIII . . . . . . . . . 23
Ewa M. Ziółek
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
. . . . . . . . . . . . . . . . .
Barbara Obtułowicz
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
. . . . . . . . . . . . .
37
49
Cristina González Caizán
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española.
La misión de Pedro de Normande y Mericán en Varsovia . . . . . . . . . . . . 63
La Constitución de Cádiz de 1812 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
José Luis Gómez Urdáñez
Vísperas del Dos de Mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Miguel Ángel Puig-Samper
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Pablo de la Fuente
Política de defensa y política militar
en el marco constitucional de 1812 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Marifé Santiago Bolaños
¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz?
Nombres y ausencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Prólogo
E
s un honor y un placer prologar este libro que reúne las ponencias presentadas el 9 de octubre de 2012 en el Coloquio hispano-polaco Bicentenario de la Constitución 1812. Simposio Miradas mutuas. La historia como conexión,
organizado por el Instytut Historii KUL (Lublin) de la Universidad Católica
de Lublin Juan Pablo II y el Instituto Cervantes de Varsovia, con la colaboración del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde se
analizaron los antecedentes y consecuencias sociales e históricas de las primeras constituciones de ambos países.
Como indica en su trabajo José Antonio Molina, en tiempos de crisis
no siempre hay que mirar al futuro, aunque es conveniente, ya que a veces
el pasado da algunas claves y desde luego echar la mirada atrás hacia nuestras
primeras constituciones y sus antecedentes es un buen ejercicio académico
a la hora de reflexionar en dimensión comparada sobre dos países importantes
en la Unión Europea como son Polonia y España.
El primer bloque de este libro intenta hacer esa primera reflexión sobre
la Constitución polaca del 3 de mayo de 1791, la primera constitución moderna de Europa, que Cezary Taracha define como el último intento de salvar
la República de las Dos Naciones, aquella que un embajador extraordinario de España, nada menos que el conde de Aranda, caracterizaba como sin
gobierno republicano ni monárquico ni mixto. Esta primera interpretación
de la constitución polaca considera que fue fruto de una larga tradición de pensamiento político reformista, que ahora acogida por otros intelectuales dio lugar a esta Constitución del 3 de mayo en el que se regulaba desde la Religión
del Estado, analizada en el texto por Ewa M. Ziólek, los diferentes poderes,
la regencia, el ejército, etc. e introducía el concepto de nación, algo en lo que
luego coincidirá la primera constitución española.
La representación visual de la Constitución del 3 de mayo ha sido estudiada por la profesora Barbara Obtulowicz de Cracovia, especialmente a través
del cuadro de Jan Matejko, un especialista en recrear la historia polaca y crear
8
Prólogo
un imaginario generalmente aceptado por los polacos, aunque como la autora
indica la verdad histórica se cruza con la libertad artística en este cuadro que
recrea este momento crucial de la historia de Polonia como por otra parte
sucedería con la representación artística de la Constitución española de 1812
tanto en el cuadro de Casado del Alisal como en el de Salvador Viniegra. Un
punto de encuentro en esta historia compartida es estudiado en el libro por
la profesora Cristina González Caizán en un interesante trabajo sobre la Constitución del 3 de mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española,
fijando su atención en Pedro Normande, un personaje curioso, tachado en alguna ocasión de alienado y delirante, que había llegado a Polonia poco antes de la proclamación de esta novedosa constitución polaca con el encargo
de mantener informada a la monarquía española con absoluta discreción.
El segundo bloque del libro analiza la vertiente española de este tránsito
histórico desde el Antiguo Régimen al nuevo liberalismo. El profesor José Luis
Gómez Urdáñez estudia en sus “Vísperas del Dos de Mayo” el fin de la Ilustración española y quizá más exactamente el del Antiguo Régimen en España,
coincidiendo con la guerra y la revolución que se inicia el dos de mayo de 1808
en Madrid, al levantarse el pueblo contra los franceses, un acontecimiento magistralmente representado por Goya. Es muy valioso el análisis que hace el profesor Gómez Urdáñez de la figura del rey Carlos IV y sus ministros, tan ilus­
trados y tan castigados en su época con la cárcel y el destierro, y en la historia,
a veces cruel en sus interpretaciones con figuras como Godoy, Urquijo o el conde de Aranda. Las dos novedades en que acaba el ciclo histórico en España
con el cambio de siglo son analizadas por Miguel Ángel Puig-Samper en su
trabajo sobre La Constitución de Cádiz y la llamada cuestión americana, que
no era otra cosa que la progresiva desmembración del antiguo poder colonial
de España ante el estallido de las revoluciones americanas. La Constitución
intentó frenar este movimiento de independencia de las que ella misma denominaba Provincias americanas pero sin éxito, ya que la solución reformista
llegaba demasiado tarde para estos pueblos del Nuevo Mundo, que en un primer momento se había sentido huérfanos de un rey, Fernando VII el deseado,
y poco más tarde habían aprovechado el vacío de poder, la amenaza napoleónica
–al menos retóricamente- y sus propias reivindicaciones históricas, para fracturar la antigua Monarquía Hispana con las armas en la mano. Precisamente
la cuestión militar y la política de defensa es abordada en este coloquio por Pablo de la Fuente, quien describe brevemente el papel del monarca en el marco
constitucional para la dirección de la guerra y el génesis de la Milicia nacional
en el marco de las ideas liberales sobre el nuevo ejército.
Prólogo
9
Otro aspecto casi siempre olvidado, el de la presencia de las mujeres
en la historia, es analizado por la profesora Marifé Santiago Bolaños, quien
acertadamente indica cómo la Constitución española de 1812, un modelo
de progreso y modernidad, no tuvo en cuenta la posible aportación femenina. Como ella explica de manera graciosa, la constitución tuvo quince padres
pero ninguna madre, a pesar del activo papel de la mujer en la sublevación
popular contra los franceses. En otro orden de cosas intenta trazar una línea
de continuidad entre algunos de los anhelos de la constitución gaditana y la
generación del 27, creadores de la llamada Edad de Plata de la cultura española,
también desprovista de mujeres, o al menos en las fotos más significativas. Tras
la reflexión histórica un mensaje de futuro de esta autora: “No habrá cambios
de rumbo sin que el rumbo incluya a las mujeres como sujeto activo y hacedor,
no como invitadas”.
Sin duda, la reflexión conjunta y el análisis comparado de las realidades his­
tóricas de Polonia y España puede ser de gran utilidad en el contexto de la his­
toria de los países que conforman la realidad actual de la Unión Europea. Por
otro lado la cooperación institucional entre la Universidad Católica de Lublin,
el Instituto Cervantes, las universidades españolas y el CSIC abren la puerta al
futuro en la colaboración intelectual y académica hispano-polaca.
Cezary Taracha y Miguel Ángel Puig-Samper
Lublin/Madrid 2013
José Antonio Molina Gómez
(Murcia)
Las constituciones ancestrales.
Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro
E
n tiempos de crisis institucional no siempre hay por qué mirar al futuro,
sino que se pueden buscarse soluciones en un pasado, a veces lejano, que
se ha convertido en fuente de poder, de inspiración y de esperanza. El orador
griego Isócrates en 350 a. C., hacía mención a la añoranza de sus contemporáneas por la democracia “primigenia”:
«Aunque nos reunimos en las tiendas para denunciar la situación presente,
diciendo que nunca en nuestra democracia hemos sido peor gobernados, actuamos como si estuviésemos más satisfechos con el presente estado de cosas
que con el que heredamos de nuestros antepasados. Argüiré que la única manera de rescatarnos de nuestro presente males y evitar otros futuros consiste
en desear que se restaure aquella democracia instituida por Solón y restablecida por
Clístenes, quien expulsó a los tiranos y recondujo el pueblo al poder1.»
Así pues, la solución a la crisis institucional está en restaurar la vieja constitución, la constitución ancestral. Caeríamos en un error si suponemos que
se trata de un rasgo exclusivo del mundo griego, como ya ha demostrado Moses Finley en su modélico ensayo sobre “la constitución ancestral”. En efecto,
el gran investigador recuerda que la Cámara de los Comunes acusó a Carlos
I de Inglaterra de querer subvertir la constitución ancestral del reino, las leyes
viejas y sabias que durante generaciones gobernaban la nación; no se le acusaba
sino de albergar la intención de subvertir leyes “antiguas” y “fundamentales”
socavando así las “libertades del país”. Un pensamiento similar encontramos
en los Estados Unidos durante el siglo XX cuando Henry Estabrook, un conservador neoyorkino afirmó:
1. Areopagítico 7 15–16.
12
josé antonio molina gómez
«Nuestra grande y sagrada constitución, serena e inviolable, extiende sus
benéficos poderes sobre nuestra tierra – sobre sus lagos, ríos y bosques, sobre
cada uno de los hijos de nuestras madres como el brazo alargado del mismo
Dios… ¡Oh constitución maravillosa, mágico pergamino! ¡Transformadora
palabra! ¡Hacedor, instructor, guardián de la Humanidad!»2
Aquí subyace la idea esencial del conservadurismo político, según la cual
habría que rehuir de experimentos y novedades no consagrados por la tradición. Este pensamiento exalta la preeminencia de una constitución formada
por los antepasados o por legisladores sabios y reconocidos, hacia los que se les
debe reverencia y cuyos pensamientos y disposiciones no deben ser cambiados
en lo esencial.
El paradigma clásico: Atenas en el siglo V a. C.
Clístenes es considerado el fundador la democracia en 508 a. C. La asamblea
se reunía una vez al año y cualquier ciudadano adulto puede ser miembro
de la misma; la asamblea de los 500 se elegía a suertes, y para garantizar que
la renta no fuera un obstáculo, los miembros de la misma tenían paga asignada;
la ocupación de los puestos no superaba el año, con lo cual se evitaba la perpetuación de cargos y personas. Aunque había una oposición conservadora,
el sistema se mantuvo y evolucionó (en su última fase, con la democracia radical, evolucionó incluso peligrosamente hacia la demagogia en sentido moderno). Durante la guerra contra Esparta (la denominada guerra del Peloponeso)
no hubo oposición antidemocrática de relevancia hasta la catástrofe militar
de la expedición a Sicilia el año 413 a. C. En 411 a. C. se dio un golpe de Estado
oligárquico y la asamblea votó la abolición de la democracia. Treinta varones
formaron una comisión para diseñar las nuevas instituciones. Pero al poco
tiempo la democracia quedó restaurada. El historiador Tucídides3 dice que
el golpe se dio ante la falta de expectativa de victoria sobre Esparta a no ser
2. Cf. Finley, M.I., Uso y abuso de la historia, Crítica, Barcelona, 1977,concretamente “La constitución ancestral”, 45 y ss., sobre la constitución ancestral en el mundo griego o patrios politeia, v. Bordes, J. Politeia dans la pensée grecque jusqu’à Aristote, Les Belles Lettres, París 1982 ; asimismo, de gran
importancia para el tema que nos ocupa, v. Lanzillotta, E. (director), Alle radici della democrazia.
Dalla polis al dibattito costituzionale contemporaneo, Roma 1998; argumentos y fuentes cuidadosamente tratado por C. Bearzot en “Il problema costituzionale nel mondo greco” en <http://rivista.ssef.it/
site.php?page=20050406073229918&edition=2010-02-01Scheda PubliCatt>, consultado por mí por
última vez el 2 de diciembre de 2012.
3. Guerra del Peloponeso, 8.54–97.
Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro
13
que fuera con ayuda persa y que precisamente los persas exigían un gobierno
oligárquico en Atenas. Entre los políticos de aquel momento Terámenes perseguía una democracia restrictiva, apta solo para aquellos que pudieran pagar
el servicio militar4. En la asamblea uno de los colaboradores de Terámenes,
Cleitofón, proponía que los comisionados elegidos habían de investigar y bus­
car las leyes (nomoi) ancestrales establecidas por Clístenes cuando éste instituyó la democracia. Como vemos, no hay tanto interés en establecer cuáles
fueron exactamente las leyes de Clístenes, cuanto el prestigio de esas leyes
por razón de su antigüedad. Cleitofón pertenecía al entorno de los sofistas,
y es mencionado en los diálogos platónicos, incluso hay un diálogo con su
nombre. Se le ha identificado como seguidor y amigo del sofista Trasímaco.
Precisamente de Trasímaco se ha conservado un discurso ante la asamblea,
importante para nuestro tema (aunque no sea auténtico):
«Desearía haber nacido en aquellos tiempos del pasado en los que los jóvenes podían permanecer callados, pues que los asuntos no requerían discusión
pública y los ancianos administraban correctamente la cosa pública. En el presente hemos naufragado en la confusión y no obstante, las facciones están discutiendo un problema que no lo es. Existe ahora un tumulto acerca de la constitución ancestral (patrios politeia), la cual es en realidad fácil de entender y es
algo que todos los ciudadanos tienen en común»5.
Estos testimonios reflejarían, como bien ha observado Finley, las preocupaciones diarias finalizando la guerra del Peloponeso, es decir, un problema
real del que la gente hablaba, esto es, la búsqueda de aquellas leyes ancestrales,
o consideradas más antiguas y sabias, que desgraciadamente ya entonces no
se conocían bien por la ausencia de registros, pero que un día encumbraron
a Atenas, y que según se pensaba, algún día podrán volver a hacerla hegemónica rescatándola de su estado actual de postración. En términos modernos
y traduciendo a nuestro lenguaje político actual las ideas de Cleitofón, puede
decirse que este, y quienes pensaban como él, estaban proponiendo una indagación oficial sobre las leyes que Clístenes promulgó, a fin de reconstruir las
leyes fundamentales del Estado (la constitución) de acuerdo con su modelo.
De esta manera se abriría un auténtico proceso constituyente que fuera más
allá de las simples leyes menores sobre contratos o herencias. Cleitofón pedía
recuperar la figura y el legado del instaurador de la democracia, bajo cuyas
leyes los atenienses vivieron sus horas más hermosas y salvaron a Grecia de los
bárbaros, es decir, los persas (en las jornadas gloriosas de Maratón, Salami4. Sobre Terámenes v. C. Bearzot, C. “Teramene tra storia e propaganda”, RIL, 113, 1979, 195–219.
5. Finley, op. cit., 46.
14
josé antonio molina gómez
na), y convirtieron a Atenas en modelo universal antes de que hombres como
Efialtes y Pericles introdujeran el veneno de la demagogia, es decir, introdujeran la democracia radical, subvirtieran el verdadero valor de la leyes ancestrales dejando la puerta abierta a peligrosas innovaciones. Este mensaje, y otros
mensajes como este, no van dirigidos al pueblo llano, menos sensible al pasado lejano y más atento a cambios prácticos y más efectivos; lo que vemos es
un experimento conservador, el intento de llevar a cabo una revolución hasta
cierto punto reaccionaria.
La situación de Atenas ante su cada vez más evidente derrota era de gran
debilidad institucional. Tras la caída del gobierno de los Cuatrocientos se ordenó una recopilación del derecho ordenado, con gran importancia para el calendario sagrado. Era el 410, Atenas no perdió definitivamente la guerra en 404 a.
C. Los trabajos de la comisión se hacían con enormes esfuerzos y dificultades,
ya que no había registros oficiales (en una sociedad en que el valor de la tradición aún no se discutía y los registros escritos eran meramente implementales) para poder establecer las leyes. La situación política se radicalizaba y se
definieron las tres célebres facciones: los defensores del sistema oligárquico, los
demócratas radicales, y por último aquellos quienes propugnaban el regreso
a los valores antiguos, es decir, el retorno a la patrios politeia (representado por
Terámenes y Cleitofón). Finalmente los espartanos impusieron su guarnición
y el gobierno de los Treinta Tiranos. No fue hasta el año 403 cuando los atenienses recuperaron el control de su ciudad. La democracia queda formalmente restaurada y la codificación del derecho se completa. Andócides nos da un valioso
testimonio, refiriendo un decreto según el cual los atenienses iban a ser gobernados a la manera ancestral, empleando las leyes, pesas y medidas de Solón y también las regulaciones de Dracón, que antaño tuvieron fuerza de ley6.
Naturalmente con las leyes de Dracón y Solón no se alude a un retorno poco
realista al estado ateniense arcaico, sino al estado de opinión del 403 (con leyes
que se remontaban a los legisladores antiguos y otras más modernas). El decreto del 403 representa la alusión más antigua que se hace a Solón (lo que
plantea muchos problemas sobre la autenticidad y antigüedad de la legislación
soloniana) y después del 402 ninguna ley anterior se consideraba válida a no
ser que se hubiese sido incorporada en el código7.
6. Ramírez Vidal, G. (ed.) Andócices, Discursos, UNAM, México 1996, concretamente Acerca
de los misterios 82–83, 50–51.
7. El problema de la clasificación legal de las constituciones es más complejo, v. De Romilly, J.
“Le classement des constitutions d’Hérodote à Aristote”, REG 72, 1959, 81–99.
Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro
15
Solón y sus reformas:
la construcción de un mito político moderado
Pese a los intentos de sistematización, y precisamente porque Atenas aún no
cuestionaba el valor de la tradición, los magistrados siguieron arbitrariamente
ante los tribunales las leyes de Solón (o que se pensaban procedentes de los
tiempos de Solón) según su necesidad, incluso cuando siendo imposible que
tal o cual regulación particular perteneciera realmente a aquellos tiempos.
Con­viene recordar que Solón era uno de los siete sabios de Grecia, el más
carismático de todos los atenienses de tiempos antiguos1.
Sabemos que el partido de Terámenes intentó apelar a la autoridad ances­
tral para justificar la oligarquía en nombre de la democracia. Como recuerda
el gran historiador Moses Finley, con la restauración de la democracia en Atenas al final del siglo V, la oligarquía cesó de ser un problema práctico. Sin embargo, permaneció la oposición intelectual a la democracia y en esos círculos
(salvo Platón) la apelación a la constitución ancestral conservó vitalidad. Ahora todos estaban de acuerdo en que Solón había fundado el moderno estado
ateniense, por eso Plutarco escribió su biografía (la Vida de Solón en sus Vidas
paralelas) mientras que Clístenes acabó siendo un personaje político menos
popular en el imaginario colectivo. ¿Qué tipo de estado había fundado Solón?
Los autores de panfletos partidarios de la oligarquía sostenían, con Isócrates, su portavoz, que se trataba de una constitución mixta2. Evidentemente,
los demócratas se mostraban en desacuerdo. Es significativo que un personaje
de la seriedad de Demóstenes nunca se preocupara de discutir estas cuestiones.
En el pasado la verdadera significación de las reformas de Solón ha quedado oscurecida por la errónea opinión del siglo IV que hacía del sabio el fundador de la democracia en Atenas y que desembocaba en la adscripción a Solón
de instituciones y cambios de los que él no fue responsable, cosa que se ha con­
vertido en un sofisma repetido en los grandes manuales generales de historia
de Grecia, como recuerda A. González Blanco3. Incluso Aristóteles en su Política aunque reacciona contra la opinión común, se da cuenta con mucha dificultad e inseguridad hasta qué punto la verdad ha sido distorsionada por una
tradición histórica falsa. Sólon retuvo más verosimilmente los órganos políticos
1. Domínguez Monedero, A.J., Solón de Atenas, Crítica, Barcelona 2001, 11 y ss.
2. A este respecto, Bearzot, C. “Isocrate e il problema della democrazia”, Aevum 54,1980, 113–131
3. González Blanco, A. “Los manuales de Historia y sus problemas: El caso de Solón y sus
planteamientos «manualísticos», Panta Rei. Revista de Ciencia y Didáctica de la Historia. Universidad
de Murcia, 1, 1995, 81–91.
16
josé antonio molina gómez
del estado aristocrático. Solón emplea el término thesmoi, mientras que en el
siglo IV Aristóteles para la Athenaion politeia emplea el término nomos y dice
que Solón establece una politeia. En el siglo IV estos términos han adquirido
un sentido bien definido. Este arsenal terminológico se puso en marcha con las
comisiones de juristas de después de la guerra del Peloponeso, como eran políticamente moderado, pusieron su trabajo deliberadamente bajo los auspicios
de Solón haciendo de él un mito político. Es muy revelador el hecho de que
la Atenaion politeia apenas hable de la tarea legislativa de Solón, mientras que
la vida de Plutarco, más tardía, cita muchas leyes nombradas por los retores
griegos del siglo IV, alguna de ellas son sólo aplicables a la sociedad ateniense
del siglo IV y no de época de Solón. Es significativo que tales reformas sólo
se vean en Plutarco, más tardío. Las reformas de Clístenes casan mejor que las
de Solón (sobre todo la elaboración del censo), pero la imagen de Clístenes palidece en el siglo IV (hasta el punto sorprendente de que Isócrates llega a decir
que se limitó a restaurar la obra de Solón). Está claro que Solón en sus propios
poemas se atribuye la redacción de un código de leyes, pero tal código tenía
en el areópago su centro y nada prueba que Solón estableciera los tribunales
populares, que dominan la situación después de Efialtes y Pericles, de manera
que en la democracia de los siglos V-IV no hay nada de Solón.
Y aquí entramos en la dinámica del surgir del mito solónico, como recuerdan entre otros los historiadores Cl. Mossé4 y González Blanco5. Poniendo
las leyes al alcance de todos Solón habría creado las condiciones de una justicia popular; pero para que funcionara como tal era preciso que el demos o los
que hablaban en su nombre tuvieran los medios para desposeer al areópago
de sus privilegios tradicionales. Había que convertir a Solón en el inventor
de los tribunales populares para darles mayor legitimidad. Sabemos bien
de la propaganda a favor del areópago en la segunda mitad del siglo IV y de
la ampliación de sus funciones. Las “reformas” de Solón reflejan problemas
contemporáneos. Lo mismo ocurre con la boulé de los 400 que se atribuye
a Solón, y ya es llamativo que precisamente una boule también de 400 oligarcas se apropiara de Atenas en 411. Aunque el régimen de los 400 apenas duró
unos meses, pudo haber contribuido a forjar la idea de una boulé soloniana,
tanto más cuanto que coincidía con la organización preclisténica. Si esto es
así, la imagen de las grandes reformas de Solón de la que aún dan testimonio
los grandes manuales de historia que son de uso frecuente en las universida4. Mossé, C. “Comment s’élabore un myth politique: Solon, ‘père fondateur’ de la démocratie
athenienne.”, Annales (mayo- junio 1979), 425–437 ; González Blanco, A., op. cit., 90–91.
5. González Blanco, A. op. cit., 81–91
Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro
17
des sería completamente errónea, o al menos estaría trasmitiendo un mensaje
político, ideológico, una simple construcción para servir a los intereses moderados del siglo IV a. C.
Otros ejemplos de mitos políticos modernos
Pero no es una cuestión exclusivamente griega, como nos ha recordado Moses
Finley; de la mitología constitucionalista hay testimonios en toda la historia
universal. Por ejemplo, durante la crisis constitucional del siglo XVII, ante
la cuestión de cómo ha de gobernarse Inglaterra y por quién se apela a los
intereses contemporáneos y a un pasado pretérito y respetable. Legistas como
Coke enfatizan en su trabajo profesional cómo era poca la distancia que separaba a estos de las leyes fundamentales y la antigua constitución anterior
a la conquista Normanda. Todo esto formaba parte de la common law, se trataba de leyes nacionales no escritas. El equivalente a Solón, aquí, era el rey Eduardo el Confesor, que tenían incluso institutes apócrifos. La historia se volvía
ficción, mitología política, pues gente como Coke buscaba cualquier ocasión
para remontar el origen de la common law a la antigüedad sajona y despreciar
la conquista Normanda. Incluso un autor como Francis Bacon escribió en 1596
que Eduardo I accedió a dotar a su estado de diversas y notables leyes fundamentales. Y por extraño que pueda parecer la mitología de los padres fundadores americanos dejó su particular constitución ancestral por escrito. Más modernamente, durante el año del new deal se sufría una crisis institucional. Aquí
se consideró padre como tutelar a Thomas Jefferson. Fr. Roosevelt contribuyó
personalmente a la fabricación del mito político, hizo compilar un voluminoso
y sistemático dossier con las citas de Jefferson que empleó en sus discursos,
y el 13 de abril de todos los años dejaba una corona de flores en su tumba. Se
reclamó la figura de Jefferson para Roosevelt y los demócratas.
Ciertamente, son sociedades diferentes las aquí comparadas, pero hay similitudes. La argumentación que deriva de la antigüedad tiene valor en un
debate actual. Ante situaciones de crisis institucional siempre se ha sabido
qué es lo que la historia podía ofrecer, era cuestión de buscarlo y formularlo.
Es preciso encontrar a un antepasado que sancione los esfuerzos presentes,
mejor un antepasado concreto e ilustre (Solón, Eduardo el Confesión o Thomas Jefferson) y no el espíritu general de la historia o la nación, pues a pesar
de la retórica en torno a una edad inmemorial, siempre se personaliza en alguien y una vez encontrado el candidato perfecto todos desean apropiárselo.
18
josé antonio molina gómez
Incluso en los debates racionales de temas constitucionales se apela al pasado.
Se busca un pasado ancestral y colectivo.
Finalmente, y en el marco conmemorativo de la constitución de 1812 en el
que se inserta esta publicación, debemos preguntarnos: ¿pueden darse también
ejemplos españoles? Sin duda, podemos contestar afirmativamente y completar las referencias que ha recogido Moses Finley con ejemplos traídos desde
España. Véase si no el mito generado en torno a la II República; puede exponerse como ejemplo las memorias de Rosalía Sender Nos quitaron la miel6, para
quien la II República es plena y perfectamente democrática, no así el sistema de monarquía constitucional actual, que sería aún imperfecto y en parte
emanado de la tiranía franquista; conviene recordar también aquí el llamado
“espíritu” de la Transición (estudiado por el profesor Ferrán Gallego7), siendo
el presidente Suárez quien asume la figura del legislador fundador. Ni siquiera
la constitución de 1812 se escapa a su “apreciación mítica”, con los fastos de su
aniversario la prensa española de nuestros días ha buscado en aquella ya lejana
constitución un espejo en que mirarnos nosotros mismos hoy día (y no los
hombres y mujeres de principios del siglo XIX), y así se presenta la entrañable
Pepa como avanzadilla de los derechos religiosos (cosa sorprendente) y de las
minorías, como el texto que preparó la España de los partidos democráticos,
pese a que su vigencia y repercusión inmediata fue escasa. Así, un periódico local de Santa Pola, por citar un ejemplo entre los muchos que pueden leerse este
año que celebra su bicentenario, se hace eco el 7 de octubre de 2012 de la conmemoración de la Constitución de 1812 que tienen lugar (muy oportunamente)
en el Paseo Adolfo Suárez, en el que se leen artículos de la constitución y se
entregan diplomas conmemorativos a los niños nacidos en 2012:
«El alcalde, Miguel Zaragoza, destacó la importancia de la Constitución
de Cádiz, que “plasmó por escrito el pensamiento democrático y supuso el preámbulo de la constitución que tenemos hoy en día”. Luisa Pastor [presidenta
de la diputación de Alicante] reconoció el trabajo que realizaron los representantes de la época y recordó que “la Constitución actual es de 1978 y, en nuestro
país, nunca ha estado vigente tanto tiempo una Constitución pero el espíritu
de libertad nació hace 200 años con la Constitución de Cádiz”»8.
6. Sender Begué, R. Nos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifranquista, Universidad de Valencia, Valencia 2004.
7. Gallego, F. El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia
(1973–1977), Crítica, Barcelona, 2008.
8. <http://www.diarioinformacion.com/alicante/2012/10/07/fecha-historica-recordar/1302223.
html>, consultado por mí por última vez el 1 de diciembre de 2012.
Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro
Resumen
19
En tiempos de crisis institucional no siempre hay por qué mirar al futuro, sino que
se pueden buscarse soluciones en un pasado, a veces lejano, que se ha convertido
en fuente de poder, de inspiración y de esperanza. Numerosos ejemplos ilustran que
en todas las épocas se ha buscado un legislador ancestral y un grupo de leyes, a las que
podemos tomarnos la libertad de denominar como constitución, y que han sido tenidas como ejemplo y modelo de la posteridad, especialmente en épocas de crisis.
Revelador resulta el estudio de las constituciones griegas desde la visión que la propia
antigüedad dio de ellas durante la guerra del Peloponeso, autores modernos como
Finley, Mossé, González Blanco y Bearzot entre otros, se han acercado al problema;
asimismo la veneración de una constitución ancestral va más allá de la patrios politeia
griega, ejemplos modernos pueden citarse a tal efecto.
La Constitución
de 3 de Mayo de 1791
Cezary Taracha
(Lublin)
La Constitución del 3 de Mayo de 1791
como el último intento de salvar la República
de las Dos Naciones en el siglo XVIII
Introducción
Treinta años antes de que se publicara la Constitución del 3 de Mayo, el conde de Aranda, en aquel entonces el embajador extraordinario de Carlos III
en Polonia, hizo en su correspondencia de oficio con el primer ministro Ricardo Wall, la siguiente observación sobre el régimen político de la llamada
República de las Dos Naciones:
Ni hay aquí gobierno republicano, ni monárquico, ni mixto.
Esta conclusión es fruto del análisis del sistema político polaco llevado
a cabo por el diplomático español después de los primeros meses de su estancia en el país gobernado por el yerno del rey español Augusto III de la Casa
de Sajonia. Una de las preguntas que se hizo Aranda fue qué tipo de estado es
Polonia. Y como en aquel tiempo se utilizaba con más frecuencia el término
Rzeczpospolita, es decir Res Pública, el conde se empeñó en buscar los elementos típicos para el sistema republicano, y llegó a la siguiente conclusión:
La república no se representa sino en las Dietas cada dos años, y aún entonces
se disuelve. En el intermedio no hay Junta, ni pequeño senado que gobierne; con
que todos los asuntos rompen el hilo, y falta providencia para vigilar y precaver los
riesgos de Estado. Cada empleado de la Corona obra por sí, sin acuerdo con los
otros, contentos de la independencia. Los cancilleres en administrar justicia; los
24
cezary taracha
generales en mandar tropa; los tesoreros en disponer de los caudales; los prelados
mismos como pequeños Papas; y todos los señores absolutos en sus tierras mas
que el Rey y la República.
Al no encontrar los fundamentos del sistema republicano, se puso a analizar el papel del rey y sus prerrogativas, y llegó a la conclusión de que:
Monárquico poder no se conoce, porque el Rey no es dueño, ni de remediar
nada por sí, ni de mandar la tropa de la República (...), ni de castigar o arreglar
a los desordenados. No es otra cosa que un depositario de los bienes comunes,
destinados a repartirse entre patricios (...) y los empleos de la corte y corona
de forma, que en nada puede beneficiarse, puede dar mucho y quitar nada.
Según el conde de Aranda en la Polonia de Augusto III tampoco existe
un sistema mixto en el cual coexistieran elementos comunes del régimen republicano y monárquico. Argumenta de la siguiente manera:
Mixto gobierno no se ejerce por la razón dicha de que el Rey, tomándose
más sujeción de la que cree, desconfiando de muchos, repugnando el trabajo y no
juntando el consejo interino en el intermedio de las dietas, corta toda especie
y representación de autoridad (...).
El análisis del sistema político de la Polonia de los años sesenta del siglo XVIII hecho por Aranda es correcto, y aunque el embajador no siempre
llegaba al fondo de los problemas, su percepción de ellos era precisa. Teniendo en cuenta los mencionados defectos del régimen, así como la evolución
de la situación interna e internacional de Rzeczpospolita, se hace a sí mismo
las siguientes preguntas: ¿qué va a pasar con Polonia con el paso del tiempo?,
¿cuál será su futuro entre las grandes potencias vecinas, Rusia y Prusia, que
manipulan los procesos políticos dentro del país y buscan la posibilidad de quedarse con grandes partes de su territorio?
***
A pesar de las complicadas circunstancias de aquel momento, el diplomático
español percibía ciertos intentos de cambiar la realidad, de reformar y reforzar
el país. Mantuvo contactos con personas y ambientes que estaban diseñando
proyectos de reformas, como es el caso de Stanislaw Konarski o las familias
de los Czartoryski y Poniatowski.
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
25
I. Intentos y proyectos para cambiar la realidad política
de Polonia en la primera mitad del siglo XVIII
A lo largo del siglo XVIII y a pesar de varias coyunturas internas y externas
desfavorables, los polacos intentaban cambiar la realidad política, económica
y socio-cultural del país, que atravesaba por los momentos más difíciles de su
historia. Hubo varios proyectos, textos de escritores políticos, estadistas y moralistas que proponían medidas concretas para reforzar el país, darle un sistema político más eficaz, mejorar su situación económica, cambiar el modo
de pensar y la forma de vivir de sus habitantes y sobre todo de la élite social.
En general, modernizarlo y europeizarlo según los mejores modelos y propuestas teóricas que venían desde Occidente.
En la conferencia de hoy voy a mencionar tan solo dos importantes iniciativas, proyectos intelectuales originados o llevados a cabo en la época de los
reyes de la Casa de Sajonia.
1. El proyecto de Leszczyński
La primera de ellas es la edición de un tratado político escrito en el entorno1
del famoso ex-rey de Polonia y suegro del de Francia, Luis XV, Estanislao
Leszczyński,2 y publicado sobre el año 1743. Su título es „Głos wolny wolność
ubezpieczający” lo que se puede traducir al español
como „Voz libre – asegura libertad”. El tratado
es un gran proyecto para reformar el país, las estructuras del estado y la administración dentro
del Antiguo Régimen, es decir, sin cambiar la estructura social y económica de la sociedad, aunque
con ciertos cambios a favor de los grupos discriminados. Siguiendo ejemplos adoptados en Europa, el autor propone reforzar la administración
central sobre todo el poder ejecutivo, creando una
nueva estructura de gobierno en forma de conseEstanislao Leszczynski
jos ministeriales, aumentar el número de militares
1. Según Emanuel Rostworowski el autor del tratado es Mateusz Białłozor, un noble de Lituania, partidario de Stanisław Leszczyński.
2. E. Cieślak, Stanisław Leszczyński, 1994. J. Gierowski, Stanisław Leszczyński, PSB, 41/4, 2002,
610.
26
cezary taracha
hasta 100.000, mejorar la situación de las ciudades y promover el desarrollo de la industria y el comercio. El proyecto supone también la anulación
del famoso privilegio de la nobleza llamado liberum veto, una de las causas
de la anarquización de la vida pública en Polonia. La publicación del tratado
fue un acto de responsabilidad, pero también de valor cívico en una sociedad
donde cualquier cambio de régimen político se consideraba peligroso según
una máxima latina: “omnis mutatio periculosa”. En algún sentido los proyectos de Leszczyński llegaron a realizarse en la Constitución del 3 de Mayo.
Él mismo, en dos ocasiones elegido rey, y luego expulsado de Polonia por sus
enemigos, no tuvo la posibilidad de llevarlos a cabo.
2. La obra del padre Konarski
Recordemos pues, un proyecto que sí, en alguna parte, pudo ser realizado. Se
trata de la obra del padre Estanislao Konarski, escolapio y gran reformador
del sistema de educación, condecorado por el rey Augusto Poniatowski con
la medalla Sapere auso. El sabio religioso publica entre los años 1760 y 1763 cuatro volúmenes del tratado político con el título „O skutecznym rad sposobie
albo o utrzymywaniu ordynaryjnych sejmów” („Sobre un método eficaz de dar
consejos y mantener las dietas ordinarias”). El tratado es una profunda crítica
de los defectos del régimen político de Polonia de aquel entonces, sobre todo,
del famoso liberum veto. De todas formas el escolapio no se limita a criticar,
sino que propone unas soluciones concretas para curar las enfermedades de su
patria, como por ejemplo, el sistema de votación por mayoría en las sesiones
del parlamento. La nobleza polaca prefería el sistema de unanimidad ya que
pensaba que un sistema por mayoría iría en contra de sus intereses.
Konarski, recurriendo a los argumentos racionales, critica esta idea radicada en el pensamiento de la nobleza polaca acerca de que la mayoría (pluritas)
se opusiera a los intereses de nobles, de los aristócratas en particular, y de la patria en general3. La publicación del tratado tuvo una gran repercusión en Polonia e hizo famoso a su autor. Le menciona en su correspondencia de Varsovia
el conde de Aranda, a quien Konarski dedicará más tarde una de sus obras
poéticas: la oda “Ad comitem Aranda”4. Las ideas propuestas por el escolapio
3. Konarski, S., O skutecznym rad sposobie, cz. 3, EDITOR, Warszawa 1762, 5–6. Consulté
la página: <http://archive.org/stream/oskutecznymradsp03kona#page/n3/mode/2up> [Consulta:
1/10/2012].
4. J.L. Gómez Urdáñez, J.L., Stefańczyk, A., Taracha, C., Fernández López, J. La oda „Ad
comitem Aranda” de Estanislao Konarski, Werset, Lublin 2012.
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
27
La portada de la obra de Estanislao Konarski, “O skutecznym rad
sposobie”
se reflejarían 30 años más tarde en el texto de la Constitución del 3 de Mayo.
Pero nuestro escolapio no es sólo un teórico. Se atreve a más. Se da cuenta
de que el fracaso de los proyectos de reformas de las primeras décadas del siglo
XVIII es fruto, no sólo del juego de influencias de las potencias vecinas, sino
también del egoísmo e ignorancia de la nobleza polaca.
El propio Konarski, convencido de que la base de cualquier reforma y mejora de la situación de Rzeczpospolita es la educación de la sociedad y sobre todo de los jóvenes, fundó en Varsovia, en 1740, el Collegium Nobilium,
un colegio para la instrucción de la nueva generación de la nobleza polaca.
En el programa de clases predominaban las ciencias naturales, las matemáticas, el derecho, la historia, las lenguas modernas y la filosofía. Los profesores
se distinguían por su calidad intelectual y los métodos de enseñanza estaban
al nivel europeo. Merece la pena mencionar también que en 1747 los dos hermanos, Józef y Andrzej Załuski5, ambos obispos, abren en Varsovia la primera
biblioteca pública con un fondo de 300.000 libros.
5. Bracia Załuscy. Ich epoka i dzieło, ed. Dorota Dukwicz, Biblioteka Naradowa, Varsovia, 2011.
28
cezary taracha
Edificio de la Biblioteca de los
hermanos obispos Załuski
A raíz de la creación del Collegium Nobilium, Konarski hizo reformar todo
el sistema de escuelas pías en Polonia. Los graduados del Colegio y los lectores de la biblioteca de los Załuski van a participar de forma activa en la vida
pública, siendo la vanguardia de la Ilustración y de los cambios de la época
de Estanislao Augusto Poniatowski. Éstos estarán también entre los autores
y promotores de la Constitución del 3 de Mayo.
II. La constitución de 3 de mayo
„It was not the French constitution which was second. France had the third
constitution, four months after the second constitution. The second constitution was in Poland”6. A la hora de hablar sobre nuestra constitución y sobre su
importancia me he permitido citar unas frases de libro de Albert Blaustein, reconocido jurista norteamericano, experto de la London School of Economics
y otras prestigiosas instituciones, autor de varias publicaciones sobre el tema
del constitucionalismo, editor de una enciclopedia de 20 volúmenes “Constitutions of the Countries of the World”. El profesor Blaustein dedica a la constitución polaca un capítulo titulado “The world’s second constitution” y la
sitúa en el marco del pensamiento europeo de la época de la Ilustración buscando las fuentes de inspiración de sus padres en el sistema político de Gran
Bretaña y de Estados Unidos.
6. Blaustein, A.P. Constitutions of the world. A Philadelphia Constitution Foundation Book, Fred
B Rothman & Co, Littleton, Colo, 1993, 15.
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
29
Es cierto que debemos ver y analizar la Constitución de 3 de Mayo en el
amplio contexto europeo y mundial, pero no podemos olvidar de que dicha
Ley fue efecto de una larga tradición del pensamiento político polaco y fruto
de los intentos reformistas llevadas a cabo unas décadas antes de su proclamación. En este sentido, se puede considerar la Constitución del 3 de Mayo como
el último gran esfuerzo intelectual de nuestros antepasados del siglo XVIII,
y como el último intento de salvar el estado libre e independiente7.
***
El texto de la Constitución fue elaborado por un grupo de reformadores que
trabajaban en secreto bajo la dirección de Estanislao Małachowski, mariscal de la Dieta, Ignacy Potocki, gran mariscal de Lituania y Hugo Kołłątaj.
La Constitución fue aprobada durante la sesión parlamentaria de la llamada
Dieta de Cuatro Años (Sejm Czteroletni) el día 3 de mayo de 1791. El texto se
divide en un prólogo8 y once capítulos, su estructura es la siguiente:
7. Kądziela, Ł. Narodziny konstytucji 3 maja, Agencja Omnipress, Varsovia, 1991; Łojek, J. Ku
naprawie Rzeczypospolitej. Konstytucja 3 Maja, Wydawnictwo Interpress, Varsovia, 1988; Rostworowski, E. Ostatni król Rzeczypospolitej. Geneza i upadek Konstytucji 3 Maja, Wiedza Powszechna,
Varsovia, 1966.
8. La traducción del texto de la Constitución al francés se encuentra en la página: <http://
fr.wikisource.org/wiki/Constitution_polonaise_du_3_mai_1791> [Consulta: 1/10/2012]. Cito el pró­
logo.
„Au nom de Dieu, seul en Trinité, Stanislas-Auguste, par la grâce de Dieu et la volonté
de la Nation, roi de Pologne, grand-duc de Lithuanie, de Russie, de Prusse, de Mazovie, de Samogitie, de Kiev, de Volhynie, de Podolie, de Podlachie, de Livonie, de Smolensk, de Novgorod-Sieviersk et de Czerniechow; conjointement avec les États confédérés en nombre double, représentant
la Nation polonaise.
Persuadés que la perfection et la stabilité d’une nouvelle constitution nationale peuvent seuls
assurer notre sort à tous ; éclairés par une longue et funeste expérience sur les vices invétérés de notre gouvernement; voulant mettre à profit les conjonctures où se trouve aujourd’hui l’Europe, et
surtout les derniers instants de cette époque heureuse qui nous a rendus à nous-mêmes; relevés du
joug flétrissant que nous imposait une prépondérance étrangère; mettant au-dessus de notre félicité
individuelle, au-dessus même de la vie, l’existence politique, la liberté à l’intérieur et l’indépendance
au dehors de la Nation dont la destinée nous est confiée;voulant nous rendre digne des voeux et
de la reconnaissance de nos contemporains, ainsi que de la postérité; armés de la fermeté la plus
décidée, et nous élevant au-dessus de tous les obstacles que pourraient susciter les passions; n’ayant
en vue que le bien public et voulant assurer à jamais la liberté de la Nation et l’intégrité de tous ses
domaines; Nous décrétons la présente Constitution et la déclarons dans sa totalité sacrée et immuable, jusqu’à ce qu’au terme qu’elle prescrit elle-même, la volonté publique ait expressément reconnu
la nécessité d’y faire quelques changements ; voulant que tous les règlements ultérieurs de la présente Diète soient en tout conformes à cette Constitution.
30
cezary taracha
La portada de la edición
de la Constitución del 3 de Mayo
de 1791
Capítulo I. Religión del Estado
Capítulo II: Nobles terratenientes
Capítulo III. Villas y burgueses
Capítulo IV. Campesinos
Capítulo V. Gobierno, o el carácter de las autoridades públicas
Capítulo VI. Dieta, el poder legislativo
Capítulo VII. Rey y el poder ejecutivo
Capítulo VIII. Poder judicial
Capítulo IX. Regencia
Capítulo X. Educación de los príncipes reales
Capítulo XI. Ejército nacional
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
31
La Constitución del 3 de Mayo introducía el concepto de “nación” que
abarcaba no solamente la nobleza, pero también a los demás grupos de la sociedad (burgueses y campesinos) y el de “ciudadanía”). Reconocía que: “Toda
autoridad en una sociedad humana tiene su origen en la voluntad de pueblo”.
La Constitución transformó a la República de las Dos Naciones en la monarquía constitucional y hereditaria.
La nueva Ley introducía el principio de la división de poderes según el sistema de Montesquieu e unos cambios importantes en la organización de la administración central de la Comunidad de las Dos Naciones. Se suprimió la división
del país entre la Corona y Lituania creando un Estado unitario. Se extinguieron las instituciones administrativas que existían por separado en ambos países.
Desde la promulgación de la nueva ley orgánica la Corona de Polonia y el Gran
Ducado de Lituania tenían la misma tesorería y el mismo ejército.
La Dieta, compuesta de dos cámaras (Izba Poselska y Senat) se constituía
como el máximo representante del poder legislativo, impositivo y controlador
sobre el gobierno, con el derecho de invalidar todas las decisiones tomadas por
los ministros.
Asimismo se abolía el liberum veto, estableciendo el principio de aprobar
las leyes por mayoría de votos, como en su tiempo lo postulaba Estanislao
Leszczynski y otros muchos políticos y teóricos; se abolían las confederaciones, se limitaba el poder de las dietinas, es decir los parlamentos locales de las
voivodías.
***
La Constitución fortalecía el poder ejecutivo y la posición del rey en el
sistema político. Se abolió la libre elección del rey por la nobleza, la llamada
„wolna elekcja”. Se preveía que después de la muerte de Estanislao Augusto
Polonia fuera monarquía hereditaria con los reyes de la Casa de Sajonia.
Se estableció una nueva forma del gobierno llamada Straż Praw (Guardia
de las Leyes), presidida por el Rey y compuesta por cinco con los ministros:
de Policia, del Interior, de Asuntos Exteriores, de Guerra, de Hacienda. Les
elegía y nombraba el Rey, pero respondían ante del parlamento. En el gobierno estaban también el primado de Polonia (como presidente de la Comisión
de la Educación Nacional, establecida en 1773 y considerada el primer ministerio de educación en el mundo), el heredero del trono, el mariscal de la Dieta y dos secretarios, los cuatro últimos sin derecho de voto. La constitución,
siguiendo el modelo británico (The King can do no wrong), exigía que cada acto
firmado por el Rey fuese contrasignado por uno de los ministros.
32
cezary taracha
La Constitución del 3 de Mayo reconocía la libertad religiosa y de culto,
pero también la posición privilegiada del catolicismo considerando la apostasía como delito.
Se preveía que para asegurar la seguridad e independencia de Polonia se
aumentaría el ejército hasta 100.000 soldados.
El texto de la Constitución debía ser revisada cada 25 años.
III. Consecuencias del 3 de Mayo
La Constitución del 3 de Mayo fue recibida con entusiasmo por la mayoría
de la clase política y de la sociedad. En el primer año después de su promulgación se editaron más de 30.000 ejemplares del texto. La prensa relacionada
con los reformadores alababa el valor de la nueva Ley para el futuro del país.
Para dar a conocer la Constitución a la opinión europea el texto fue publicado en francés, inglés y alemán. Los embajadores acreditados en Varsovia, entre ellos el representante diplomático de España, Pedro Normande y Mericán9,
informaban a sus gobiernos sobre el contenido de la Constitución y sobre las
primeras reacciones de los polacos y de los países vecinos. De eso nos hablará
luego la doctora Cristina González Caizán de la Universidad de Varsovia.
***
Como bien sabemos, a pesar de los enormes esfuerzos de los reformadores, una importante parte de la sociedad, sobre todo los grandes magnates
y la nobleza vinculada con ellos, se opusieron de forma radical a los cambios
políticos que introducía la Constitución. Volviendo a la antigua tradición, promulgaron en Targowica el acto de la confederación y traicionando a su país
pidieron apoyo militar de la emperatriz Catalina II. En 1792 las tropas rusas
entraron en Polonia y derrotaron al ejército polaco. En consecuencia, se anuló
la Constitución, se produjo el segundo reparto de Polonia (1793) y Polonia se
convirtió en un protectorado ruso. Dos años más tarde, como consecuencia del
tercer reparto (1795), Rzeczpospolita desapareció del mapa de Europa durante
más de 100 años. Desapareció en el momento en el que empezaba ya el proceso de la modernización, adaptándose a las ideas europeas y a los sistemas
9. Pedro Normande y Mericán (1742–1809), diplomático español, enviado extraordinario
en Varsovia (1790–1791), Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIII siècle. Introduction et répertoire
biographique (1700–1808), Casa de Velázquez Maison des Pays Ibériques, Madrid-Burdeos, 1998, 370.
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
33
La proclamación de la Constitución del 3 de Mayo
políticos propios de los países mejor desarrollados como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia. Desapareció cuando se veían ya los frutos de las ideas
de Leszczyński, Konarski, Załuski y muchos otros, cuando en la vida pública
se distinguían los alumnos del Colegium Nobilium, de las escuelas reformadas
por la Comisión de la Educación Nacional; cuando se llevaron a cabo grandes
cambios en la estructura del Estado y del país y cuando nació la esperanza
de cara al futuro.
***
Desde aquel momento hasta hoy día, los polacos siguen debatiendo sobre las
causas de la decadencia y de la consecuente y trágica desaparición de su propio Estado. A lo largo del tiempo el tema fue utilizado no solamente por
la historiografía, sino también por la literatura, el arte y por supuesto por los
políticos de diferentes tendencias ideológicas. Unos insistían en las causas internas, en los defectos del régimen político, el egoísmo de la nobleza polaca;
otros daban más importancia al contexto internacional, a la expansión de los
países vecinos, a sus tendencias de dominación y al maquiavelismo político
34
cezary taracha
Repartos de Polonia (1772, 1793, 1795)
de sus monarcas, sobre todo de Catalina II y Federico10. Sin entrar en detalles,
desde la perspectiva de más de dos siglos, se ve con más claridad que la caída
de la Rzeczpospolita fue fruto de varios y largos procesos internos e internacionales que a finales del siglo XVIII llevaron nuestros países a la catástrofe,
al “finis Poloniae”.
IV. A modo de conclusión
No cabe ninguna duda de que una de las causas más importantes de aquel
„finis” se puede resumir en un proverbio español que dice: „La abeja de todas las flores se aprovecha”. La historia de Polonia, sobre todo los siglos XV,
10. Se trata del gran debate historiográfico entre la llamada Escuela de Cracovia y la Escuela
de Varsovia.
La Constitución del 3 de Mayo de 1791...
35
Jan Matejko, El zar de Rusia Wasil Szujski con sus
hermanos rinde homenaje ante el Rey de Polonia
Segismundo III Vasa, 29
de octubre de 1611
XVI y XVII desde la batalla de Grunewald (1410) hasta otra más conocida,
la de Viena de 1683, es una serie de ocasiones desaprovechadas. Les pongo tan
solo un ejemplo, pero muy significativo.
Hace 200 años, en 1612, la guarnición polaca tuvo que rendir el Kremlin
y abandonar Moscú. Hoy día, el 4 de noviembre, la fecha de la expulsión de los
polacos, es fiesta nacional en Rusia, mientras que en nuestro país, 20 años
después de la caída del comunismo, siguen escondidas en los almacenes del
Museo Nacional de Varsovia las obras de nuestro gran pintor del siglo XIX Jan
Matejko que representan el acto de homenaje del zar ruso Wasil IV Szujski
y del patriarca de todas las Rusias Filaret arrodillados y besando la mano del
rey de Polonia Sigismundo III (29 X 1611). Me he permitido recordar aquellos
hechos de los comienzos del siglo XVII, no para expresar nuestros complejos
nacionales, sino para constatar que en la mayoría de los casos el que aprovecha
la ocasión, las circunstancias, las coyunturas favorables (internas e internacionales), gana, tiene mejores perspectivas de desarrollo, significa más. Y si las
desaprovecha, si sigue desaprovechando las posibilidades que tiene, muchas
veces paga un precio enorme. Como lo pagó la generación de la Constitución
del 3 de Mayo.
Streszczenie
Trzydzieści lat przed uchwaleniem Konstytucji 3 Maja, hrabia de Aranda, ówczesny
ambasador Hiszpanii w Warszawie pisał w swej korespondencji, że ustrój Rzeczypospolitej zupełnie nie pasuje do ówczesnej rzeczywistości europejskiej. Z problemów
tych zdawali sobie sprawę polscy reformatorzy epoki oświecenia. Konsekwentnie
36
cezary taracha
uzdrawiali więc wady ustrojowe państwa. Kulminacja tego procesu stała się właśnie
Konstytucja 3 Maja. W tekście niniejszym Autor prezentuje czytelnikowi hiszpańskiemu pierwszą europejską ustawę zasadniczą jako ostatnią próbę ratowania państwa
polskiego. Pisze również o fatalnych konsekwencjach niewykorzystanych koniunktur
politycznych w dziejach Rzeczypospolitej na przykładzie relacji polsko-rosyjskich
z początków XVIII wieku.
Ewa M. Ziółek
(Lublin)
La Iglesia Católica y la Constitución
del 3 de Mayo
P
ara analizar el papel asumido por la Iglesia Católica con respecto a la Constitución de 1791, cabe abordar previamente una serie de cuestiones. Primeramente, la jerarquía de la Iglesia Católica desde hacía siglos participaba
activamente en la vida pública y política del país. A diferencia de otros países,
el rey disfrutaba de la regalía episcopal. Los obispos eran miembros del Senado, la cámara alta parlamentaria. De esta manera, los miembros de la jerarquía eclesiástica participaban activamente en la política del Estado, teniendo
un importante papel político al tener un relevante ascendiente sobre el monarca. La preeminencia electiva del Papa en el ordenamiento episcopal era limitada. Los monarcas polacos se acogían a la regalía no sólo para las sedes sobre las
cuales tenían derecho de patronazgo, sino que se extendía a las restantes dado
el significativo papel político de los dignatarios episcopales en el entramado
político. La elección de un nuevo obispo comportaba su nombramiento como
senador, hecho de una notoria relevancia política1.
Hasta 1772, en el Senado ocuparon escaño diecisiete miembros del clero.
Como consecuencia de la primera partición de Polonia, su número se redujo
a trece. Buena parte de ellos tomaron parte de forma activa en la Gran Sejm
1. Abraham, W. „Prawne podstawy królewskiego mianowania biskupów w dawnej Polsce”, En:
Studia historyczne ku czci Stanisława Kutrzeby, t. I, Nakł. Komitetu, Cracovia, 1938, 4 y 10–12; Müller,
W. „Diecezje w okresie potrydenckim”, En: Kościół w Polsce, t. II, red. J. Kłoczowski, Cracovia 1970,
108–109; Skarbek, J. „Biskupi senatorowie w dobie rozbiorów Rzeczypospolitej, w Księstwie Warszawskim i w Królestwie Polskim (wybrane zagadnienia)”, En: Kościół. Społeczeństwo. Kultura, red.
J. Drob, Lublin 2004, 187.
38
ewa m. ziółek
de 1788. Dos años después, en 1790, dicha cifra se incrementó por la incorporación del Obispo Metropolitano de la Iglesia Uniata2.
Durante el transcurso de la famosa Gran Sejm –también llamada Dieta
de los Cuatro Años– la clerecía desarrolló una importante labor parlamentaria. No se puede afirmar categóricamente que llegaran a liderar un partido
parlamentario. Más bien, la jerarquía eclesiástica buscó apoyos parlamentarios puntuales en tres facciones: la conservadora en torno a la figura del comandante en jefe de los ejércitos, el “Hetman” (un título de origen medieval
de tradición equiparable a la del Condestable en Castilla – nota del traductor);
los reformistas moderados que se agrupaban alrededor del monarca; y, por
último, el Partido Patriota. Cabe que señalar claramente que la gran mayoría
de los obispos eran partidarios de la reforma del Estado. Sin embargo, existían
diferencias en cuanto a su ámbito de aplicación. Los obispos más involucrados en los trabajos de reforma política del país fueron el obispo de Płock,
Krzysztof Hilary Szembek; el de Kamieniec, Adam Stanisław Krasiński; y el
de Kujawy, Józef Ignacy Rybiński. Sin embargo, existía un tácito acuerdo relativo a que la Constitución no debía sentar el principio de la libertad individual en términos absolutos. Dicho derecho debía verse acotado no sólo por
la libertad de los demás, sino que también fundamentalmente por el bienestar
nacional y el interés de Estado.
Vale la pena señalar que la jerarquía eclesiástica era una elite esmeradamente educada y experta3. Ambos factores contribuyen a explicar que durante
la sesión de la Gran Sejm consideren no tan sólo la necesidad de una profunda
reforma política del Estado, sino albergar también una serie de importantes
cambios sociales y económicos4.
2. Skarbek, op. cit., 188–189.
3. Por ejemplo, el obispo Szembek fue uno de los ponentes del malogrado y célebre proyecto
de reforma conocido como Código Zamoyski (1776–1780), llamado así por ser su impulsor el canciller
Andrzej Zamoyski. El entonces Primado, el arzobispo Michał Jerzy Poniatowski ya se había dado
a conocer como reformador a partir de su paso, primero por la diócesis de Płock, y posteriormente
por las la archidiócesis de Gniezno y Cracovia. Monseñor Adam Krasiński, inspirador de la Confederación de Bar (1768–1772), ya había promovido proyectos de reforma del Estado, para su época
un muy avanzados, que entre 1773 y 1775 se diluyeron como consecuencia de las ansias expansionistas
rusas a costa de Polonia. Borkowska-Bagieńska, E. Zbiór Praw Sądowych Andrzeja Zamoyskiego,
Universidad Adam Mickiewicz, Poznań 1986, 37, 120–128, 308–310, y 317–323; Konopczyński, W.
„Biskupa Adama Krasińskiego traktat o naprawie Rzeczypospolitej”, Przegląd Narodowy, 6 (1913),
XI/4, 345–359, XI/5, 492–515; Ziółek, E.M. Biskupi senatorowie wobec reform Sejmu Czteroletniego,
Towarzystwo Naukowe KUL, Lublin 2002, 34–69.
4. Pronunció como un centenar de discursos en el Sejm, generalmente relacionados con la reforma del Estado a distintos niveles. Ziółek, op. cit. passim.
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
39
La participación de los obispos en la reforma del país no sólo se expresa en sus exaltadas proclamas. Cabe señalar que también subyacen en ellas
reflexiones serias y profundas sobre teoría del Derecho Político, incidiendo
en la vía más pragmática para llevar dichos designios a cabo. Sus declaraciones
tomaban una singular relevancia política al actuar en nombre del episcopado.
Este matiz guarda una estrecha relación con la desaparición en el siglo XVIII
en Polonia del Concilio Provincial, una de las más importantes reformas que
introdujo el Concilio de Trento. Un hecho desafortunado debido a que se
perdió una herramienta para incidir en la vida pública espiritual y abordar los
principales problemas de convivencia entre la Iglesia y el Estado. Como sucedáneo se estableció el Congressus Episcoporum, un tipo de conferencia episcopal
ajena a la práctica común de la Iglesia Católica. Dicho sínodo tenía su propia
sede, en la que se celebraban sus deliberaciones5. Las decisiones eran tomadas
por mayoría y sentaban cátedra en la totalidad del episcopado6.
Cabe señalar que la mayor parte del episcopado vio la necesidad de una profunda reforma del país, no sólo de cambios a corto plazo. Los obispos hicieron
hincapié en la reconstrucción de las estructuras del Estado y en la adaptación
del sistema a las exigencias de los tiempos modernos. Al mismo tiempo claramente eran de la opinión de que dicha reforma debía basarse en la tradición
de la res pública propia de la Rzeczypospolita polaca. Insistieron en que el disfrute de los derechos civiles estaba íntimamente relacionado con la responsabilidad para con el país. El peso específico de Rusia en la política polaca fue
un elemento de disensión: un sector liderado por Rybiński, Szembek y Krasinski deseaba romper cualquier vínculo con San Petersburgo, mientras que
otro en que destacaban Massalski y Poniatowski se mostraba más contemporizador temeroso de una intervención rusa. Pese a alguna diferencia, esencialmente el episcopado polaco no tenía ninguna duda alguna de que el bienestar
del Estado debía poner fin a las exenciones fiscales de las capas socialmente
privilegiadas. A principios de 1789, las discusiones políticas en la dieta se centraron en la propuesta de un diezmo asignado al mantenimiento del ejército.
Brilló en el debate la oratoria del Obispo de Plock, Krzysztof Hilary Szembek,
que locuazmente expuso que si la ciudadanía exigía al Estado la protección
5. Librowski, S. „Konferencje biskupów XVIII wieku jako instytucja zastępująca synody prowincjonalne [I y II]”, Archiwa, Biblioteki i Muzea Kościelne, 47(1983) 5–105; 48(1984) 181–357.
6. A dicho proceder alude el obispo de Kujawski, J. Rybiński, en su discurso del 19 de octubre
de 1789. Difiere claramente en su opinión personal en este tema, pero asume como propia en la decisión que fue tomada por el conjunto del episcopado. Véase Zbiór mów i pism niektórych w czasie sejmu
stanów skonfederowanych roku 1788, J. K. Mci przy Akademji, Vilna, X, 272–280.
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ewa m. ziółek
de sus vidas, propiedades y negocios, éste debía tener recursos económicos7.
Finalmente, la conferencia episcopal asumió que la Iglesia iba a doblar el plazo
impositivo que le correspondía, mientras que la nobleza aceptó un gravamen
sobre sus rentas del 10%.8
Los obispos también participaron activamente en la vida política, dirigiendo los trabajos de las reformas. El Obispo de Kamieniec, Adam Krasinski fue
uno de los que encabezaron la ponencia de la comisión parlamentaria sobre
la nueva constitución. Fue protagonista de arduas polémicas surgidas en el
Sejm relativas a la libertad de prensa9. El Obispo Rybiński desarrolló una intensa actividad diplomática, siendo uno de los plenipotenciarios que firmaron
el 29 de marzo de 1790 el Tratado Polaco–Prusiano10.
En los trabajos que desembocaron en la nueva Constitución no sólo participaron los obispos, sino también otros miembros del clero por debajo en la jerarquía como Scipione Piattoli, Kajetan Ghigiotti o Stanisław Staszic, sin
olvidar, por supuesto, a Hugo Kołłątaj. En el entorno de este último se formó
un grupo de acólitos que sus enemigos políticos denominaron peyorativamente “La Forja de Kołłątaj”. El clero no sólo participó en la vida parlamentaria,
sino que también tomó parte activa en el intenso debate periodístico que caracterizó el período de la Gran Sejm11.
Los años de ardua discusión sobre el proyecto de Constitución muestran
las dificultades, hasta que en la primavera de 1791, cuando ya había una idea
definida en los círculos patrióticos en torno a la figura de Estanislao Augusto,
éste se decidió hacer una especie de „golpe de Estado legal”. Entre bambalinas
de la compleja escena que caracterizó la aplicación de la nueva carta magna
también actuó un obispo, Krasiński, titular de la sede de Kamieniec. Presidió
la decisiva sesión del 2 de mayo de 1791 en el Palacio Radziwill, firmando
la llamada „Garantía”, un documento que sancionaba el texto constitucional12.
7. Głos Jaśnie Oświeconego Xiążęcia Jegomości pułtuskiego, Krzysztofa Szembeka, biskupa płockiego,
w materyi podatku na wojsko dnia 16 stycznia 1789 roku, [s.e.], Varsovia, 1789.
8. Dicha declaración fue hecha el 12 de marzo de 1789 en nombre de todos los obispos por
el arzobispo primado Michał Jerzy Poniatowski. Véase Zbiór mów..., op. cit., VII, 173–181; y Ziółek,
op. cit., 189–192.
9. Ziółek, op. cit., 48–49.
10. Ibíd., 37–38.
11. Rostworowski, E. Ostatni król Rzeczypospolitej. Geneza i upadek Konstytucji 3 Maja, [s.e.],Varsovia, 1966, 193–198; Grześkowiak-Krwawicz, A. O formę rządu czy o rząd dusz? Publicystyka
polityczna Sejmu Czteroletniego, Instytut Badań Literackich, Varsovia, 2000.
12. Ziółek, op. cit., 49; Kowecki, J. „Klub Radziwiłłowski w Warszawie w 1791 r.”. En: Wiek
Oświecenia, VI (1989), 99 y ss.
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
41
La gran mayoría de los obispos en ese momento la secundó. En términos generales, la Iglesia bendecía la Constitución, pese a los desacuerdos, como pudo
apreciarse en la sesión del 3 de mayo de 1791. La primera reunión después
de las vacaciones de Pascua iba a tener lugar el lunes 5 de mayo, aunque se
avanzó al sábado 3 de mayo. Esto dio a los reformadores una apreciable ventaja. A la cita asistieron 182 diputados y senadores, que aunque no era todo
el cuerpo parlamentario, formaban quórum para que una mayoría de 110 votos
aprobara la constitución. En este grupo, hubo también cinco obispos, por tanto
senadores: el de Kiev, Kacper Cieciszowski; el de Esmolensco, Tymoteusz Gorzeński, el de Kamieniec, Adam S. Krasiński; el de Kujawy, Józef Rybiński; y el
de Cracovia, Feliks Turski. También tuvo sus adversarios dentro del clero. Fue
el caso uno de los adversarios de la Constitución, el obispo de Livonia, Józef
Kossakowski. El ambiente desde el principio fue tenso y turbulento, en gran
parte debido al proceder de la convocatoria. Una de las pintorescas peculiaridades de los debates parlamentarios era que su resolución no era por votación
del cuerpo de la cámara, sino por sufragio externo de una serie de árbitros que
formaban la audiencia. Dicho público se entusiasmaba con la oratoria de Kołłątaj, que resultó triunfador en un gran número de dichos debates.
Cuando la sesión se eternizaba prolongando las acaloradas discusiones, Estanislao Augusto se valió del tumulto creciente para hablar. Entonces el obispo
de Cracovia, Felix Turski, le interpeló primero con el fin de que observase
fidelidad a la Constitución. Como respuesta, el rey juró la carta magna, y para
confirmar aún más este hecho instó a los presentes a que le acompañasen
a la colegiata de San Juan. Allí, todos los participantes retomaron el juramento13. Un reconocimiento solemne de fidelidad a la Constitución que, por lo tanto, sustituía a cualquier pronunciamiento o voto al respecto hecho con anterioridad. Poner por testigo a Dios añadió a la dimensión legal otra sacramental,
creando una nueva relación. Así se entiende que, desde entonces, la Iglesia
se convirtiese en un celoso guardián de la Constitución del 3 de mayo, dada
la obligación divina contraída.
El siguiente paso en la aplicación de la Constitución era tomar juramento
a los altos dignatarios. Muy particularmente a la Comisión Militar, asunto que
el rey encarga a los mariscales del Sejm, Stanisław Małachowski y Kazimierz
Nestor Sapieha. El acto se celebra el 5 de mayo. El juramento de la Comisión
Militar era importante, dado el gran número de opositores a la Constitución
13. Rostworowski, op. cit., 233–238; Ziółek, J. Konstytucja 3 Maja. Kościelno – narodowe tradycje święta, Universidad Católica, Lublin,1991, 9–12; Dihm, J. Trzeci Maj, Wydawnictwo Literacko-­
Naukowe, Cracovia, 1932, 18–20.
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ewa m. ziółek
en sus filas. Por último, pero no menos trascendente, al día siguiente prestaron
juramento los miembros de la Tesorería14. En la reunión del Parlamento del
5 de mayo, se tomó la decisión en nombre del rey, que el 8 de mayo se llevaran a cabo por todo el país actos oficiales en acción de gracias por la nueva
Constitución. A este respecto, el Parlamento pidió a los obispos que ordenaran una oración apropiada. Dicha jornada, a instancias de la Iglesia, se dedicó
a la Divina Providencia, realizándose una declaración oficial ante la significación de ese momento. Dicha proclama solemne aúna la sanción civil y religiosa
de la nueva Carta Magna. Siguiendo el ejemplo del Sejm y de las principales
instituciones del país, en los meses siguientes se prodigaron los actos de juramento de fidelidad a la Constitución. Eran cada vez ceremonias con un mayor
sesgo religioso. No sólo era una ley promulgada, sino que fue jurada y sancionada por la jerarquía eclesiástica. De esta manera, la Iglesia se convirtió en el
garante de la inviolabilidad de la ley.
Convertida en efeméride, por orden real se empezó a conmemorar anualmente. El primer fasto constitucional se celebró el 8 de mayo de ese año de 1791
en Varsovia, centrándose el acto principal en la Iglesia de la Santa Cruz, participando el rey y su nutrido séquito, senadores, altos funcionarios y un gentío
alborozado. En la misa, celebrada por el obispo de Kiev, Cieciszowski, destacó
la homilía del padre Ignacy Witoszyński, y en su predica no dudó en justificar
la autoridad de la Iglesia para sancionar la Constitución. En Vilna, en parecidos términos se manifestó el misionero padre Michał Karpowicz15.
Dicha conmemoración se extendió con prontitud a otras ciudades
de la Rzeczypospolita, celebrándose el acto en la mayor iglesia de la localidad
con gran asistencia de público. Y no sólo católicos. Por ejemplo, en Wschowa, dada la participación de muchos protestantes, el sermón se hacía en dos
idiomas: polaco y alemán16. Sin duda alguna, el entusiasmo social en torno
14. Este es el texto del Decreto Rotal en que se obligaba a jurar obediencia absoluta al rey y a
la Constitución, apremiando a observar obediencia a los subordinados. Decía lo siguiente: „Juramos
por Dios Todopoderoso en su Santísima Trinidad, que la Constitución elevada por el parlamento
y sancionada será observada en todos sus puntos, en todo momento y en todo lugar, y que todos nuestros actos se subordinarán a dicha Constitución para su total cumplimiento. Estanislao Augusto,
rey de Polonia, la nación y sus estados confederados y obedientes a la voluntad. Así que Dios, con
su sufrimiento inocente, nos ayude”. Véase: Dzień Trzeci maja 1791 r. w Warszawie, [s.e.], Varsovia,
1791, 172–173.
15. J. Ziółek, op. cit., 15–17.
16. Ziółek, J. „Rola Kościoła katolickiego w formowaniu i funkcjonowaniu tradycji 3 Maja”.
En: Konstytucja 3 Maja w tradycji i kulturze polskiej, ed. A. Barszczewska – Krupa, Wydawnictwo
Lodzkie, Łódź 1991, 494.
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
43
a la Constitución fue avivado por el clero. Prueba de ello es el impacto de las
primeras cartas pastorales de los obispos, destacando siete prelados: Ciciszowski, Krasinski, Adam Naruszewicz, Antoni Okęcki, Rybiński, Szembek
y Turski 17. Los obispos presentan la Constitución no sólo como un gran logro
de la nación polaca, sino también como la garantía de su regeneración y reconstrucción. En ellas se insiste en que la supervivencia del Estado pasa por
su fortalecimiento. Este espíritu presidió los sermones durante las ceremonias
de jura de la Constitución. Los predicadores insistían a los asistentes en que
la carta magna era la obra de la Providencia, haciendo una llamada a su defensa incluso a costa de la vida. Dicha necesidad fue reiterada por las órdenes religiosas. Singular relevancia adquieren las homilías dirigidas al ejército en que
se hace especial hincapié en sacrificarse por la patria y la Constitución18.
Si bien el entusiasmo de algunos sermones llevó a caer en algunos casos
algo patéticos, un marcado contrapunto lo constituyeron las reflexiones del padre Hieronim Stroynowski, canónigo capitular de Kiev, en un debate público
celebrado en la Escuela de Vilnius el 1 de julio de 1791. Profesor universitario de Derecho Natural y Economía Política, ponente de la Comisión Constitucional, aborda la Constitución desde una perspectiva técnica, realizando
un meticuloso análisis jurídico. Hizo especial hincapié en que el beneficio y la
seguridad del país pasaba por un Estado poderoso que, eso sí, actuase dentro
de los límites establecidos legalmente y en interés general de la ciudadanía19.
Sin duda, un papel importante para la sanción por parte de la iglesia
de la Constitución lo constituyó un breve del Papa Pío VI del 5 de junio
de 1791 en que bendice al monarca y a las reformas emprendidas. Además
el Santo Padre instó a tres días de plegaria, del 7 al 9 de junio, por el éxito de las
reformas en Polonia. Ello significaba el definitivo espaldarazo al clero polaco
en el proceso legal emprendido20.
Mientras que las celebraciones en 1791 fueron esencialmente espontáneas,
especialmente durante las primeras semanas, el primer aniversario de la Constitución del 3 de Mayo se preparó a fondo. Dichos preparativos comenzaron
ya en el primer trimestre de 1792, aunque en realidad los primeros pasos ya se
17. La alusión concreta a dichos prelados no significa que no hubiese cartas de otros obispos,
cuestión abierta a nuevas investigaciones archivísticas. Véase: J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit.,
24 (nota 29).
18. Ibid., 24–26, e íd., „Rola Kościoła...”, op. cit., 494–495.
19. Stroynowski, H. Mowa Hieronima Stroynowskiego kanonika kijowskiego o Konstytucyi Rządu
ustanowionej dnia trzeciego i piątego maja r. 1791 Czytana na posiedzeniu publicznym Szkoły Głównej W.
X. Lit. dnia pierwszego lipca r. 1791, ed. E. M. Ziółek, Universidad Católica, Lublin, 2009.
20. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 27–31.
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ewa m. ziółek
han dado en el año anterior. Así, algunos obispos, como Naruszewicz o Krasiński informaron al rey acerca del estado de ánimo en las provincias, sondeando la opinión pública en sus diócesis, antes de la sesión de la cámara del 14
de febrero de 1792. Dichos informes adquirían una especial relevancia dado
el hecho de que se abrogaban el carácter de ser una especie de referéndum
constitucional. Ello llevó a la nobleza a someterse a la nueva carta magna,
acatándola y prestando juramento de fidelidad. Dicho éxito se debió en gran
parte a la participación de los obispos y del clero21. Dichos consejos provinciales se consideran que son la confirmación de la nueva Constitución, un exitoso proceso en que los multitudinarios juramentos ahogaron la contestación
a la nueva ley.
El primer aniversario de la Constitución se llevó a cabo en un ambiente ya
tenso, dado el caldeado clima prebélico con Rusia. Así el parlamento aprobó
una declaración de celebración del 3 de mayo de 1792, cuyo acto estelar sería
la bendición de la primera piedra de la nueva iglesia varsoviana de la Divina
Providencia. La iglesia había de sufragarse por suscripción popular, e incluso se otorgó la potestad al mariscal del Sejm para recibir las contribuciones
de las provincias para este fin. La Santa Sede vino a subrayar la importancia
del aniversario de la Constitución. A pesar de la delicada situación, el Nuncio,
monseñor Ferdinand Saluzzo, con el beneplácito del Papa Pío VI y a instancias del rey Estanislao Augusto, auspició el patronazgo de San Estanislao, cuya
festividad es el 11 de abril, como benefactor de la Constitución del 3 de mayo22.
El engarce de ambas fechas señaladas en menos de un mes incluso jugó un papel importante cuando se prohibió festejar el aniversario de la carta magna y la
Iglesia, con motivo de las celebraciones del santo, recordó a los fieles la efeméride constitucional.
La celebración más solemne del primer aniversario de la aprobación
de la Constitución tuvo lugar, por supuesto, en Varsovia. Participó el rey rodeado de su corte, además de todas las altas autoridades polacas. La misa
de acción de gracias se celebró en iglesia de la Santa Cruz por el obispo
de Poznan, A. Okecki, y la homilía corrió a cargo del también obispo Antoni
Malinowski. Después del oficio, una procesión llegó a los jardines Ujazdów,
donde el rey puso la primera piedra de la iglesia de la Divina Providencia, que
21. Ibíd., 32–35; Ziółek, E.M. Poglądy Biskupa Adama Krasińskiego na temat sukcesji tronu
w Konstytucji 3 Maja (w świetle jego relacji). En: Religie. Edukacja. Kultura, ed. M. Surdacki, Towarzystwo Naukowe KUL, Lublin 2002, 651–656.
22. Loret, M. „Watykan a Polska w dobie rozbiorów (1772–1795)”, Przegląd Współczesny,
R. 13/48 (1934), 354; J. Ziółek, „Rola Kościoła...”, op. cit., s. 501.
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
45
fue consagrada por el primado y hermano del monarca, el arzobispo Michał
Jerzy Poniatowski 23. También en otras ciudades se celebró el aniversario. Así,
se ha conservado el sermón pronunciado en Krasnystaw por el arzobispo
Jan Leńczowski, auxiliar para Chełm y Lublin del metropolitano de Cracovia24. Los textos de las homilías que han llegado hasta nuestros días destacan
la grandeza de la reforma llevada a cabo por el Sejm de los Cuatro Años. Fundamentalmente, se subraya la meta de salvar la soberanía de la Rzeczypospolita.
Se enfatiza la difícil situación de la nación y se hace un llamamiento a realizar
un orgulloso sacrificio por el país. Los predicadores señalan sus valores más
allá del texto legal. La constitución fue vista, ante todo, como una herramienta
para trabajar en la renovación moral de la nación. En este contexto, era natural que, por supuesto, la Constitución se fortaleciese mediante el juramento,
ya que de esta manera los ciudadanos contraían una obligación con Dios. Al
percatarse de la connivencia de los opositores a la Constitución con la zarina
Catalina II, propugnado una intervención militar rusa en Polonia, los clérigos
creían que los fastos religiosos suscitarían una inquebrantable mayoría popular
defensora de la Constitución25.
La primera oportunidad de defender la Constitución del 3 de mayo se dio
con la formación de la llamada Confederación de Targowica ese mismo año
de 1792, que auspició la intervención del ejército ruso. La observancia en el juramento a la Constitución tuvo importantes consecuencias. A pesar del llamamiento de los magnates integrantes de dicha confederación a que los clérigos
abjurasen de ella, la mayoría de los religiosos mantuvieron su compromiso.
Por lo general, su respuesta a dicha proclama fue el silencio. El haber prestado
solemne juramento implicaba un estrecho vínculo26. Y tuvo sus consecuencias.
Aquellos que apoyaron a la Confederación fueron considerados unos traidores. Ello supuso que durante la sublevación de Kosciuszko incluso un obispo,
concretamente el de Livonia J. Kossakowski, fuese condenado a muerte y ejecutado por su activismo político prorruso.
Al jurar la Constitución, la Iglesia se convirtió en la depositaria de la libertad nacional polaca. En consecuencia, apoyó institucionalmente la sublevación de Kosciuszko. Con posterioridad a 1792, ya no se volvió a conmemorar
la efeméride hasta 1807, limitándose la celebración al territorio ocupado por
23. Ibíd., 501–502, J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 39–42.
24. Ziółek, E.M. „Kazanie z okazji pierwszej rocznicy uchwalenia Konstytucji 3 Maja wygłoszone w Krasnymstawie”, Rocznik Chełmski, 2 (1996), 389–408.
25. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 43–49.
26. J. Ziółek, „Rola Kościoła...”, op. cit., 507–508.
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las tropas napoleónicas. Vale la pena mencionar que todas las celebraciones
del 3 de mayo de 1807 fueron en el seno de la Iglesia. Entre las prédicas se
destacó que el compromiso con la Constitución del 3 de mayo era algo vigente, conminando a combatir a los invasores hasta la liberación total. Particular importancia tuvo el solemne oficio celebrado en Varsovia, al que asistió
el antiguo presidente del Sejm, Stanislaw Malachowski. La soberbia homilía
del canónigo capitular Jan Paweł Woronicz insistió en lo ya apuntando en relación al compromiso patriótico en la observancia constitucional y a la lucha
por la independencia27.
En los años siguientes, la celebración de la efeméride decreció. Hubo
de esperarse al Levantamiento de Noviembre (1830), para volver a asistir
a una conmemoración fastuosa de dicho aniversario. Se tendió a combinarla
con la memoria de San Estanislao. El descuartizamiento y posterior milagro
de la reunificación del cuerpo del Patrón nacional era toda una alegoría al
desgraciado periplo polaco y a las esperanzas de un resurgimiento patrio. Así,
la conmemoración constitucional se traslada al 8 de mayo, asociándola con
la celebración religiosa.
En los años posteriores, sojuzgada la revuelta, la efeméride fue conmemorada en el exilio, especialmente en el Hotel Lambert, conciliábulo parisino
de asilados polacos. Los festejos al efecto en el país eran muy complicados llevarlos a cabo, ya que los invasores reprimieron cualquier tentativa de celebración. Así, en 1891, centenario de la Carta Magna, la celebración fue encubierta
bajo solemnes oficios religiosos. En 1923, a petición del primado de Polonia,
el cardenal Edmund Dalbor, el Papa Pío XI declaró el 3 de mayo como fiesta
de María Reina de Polonia. Dicha festividad ha cuajado, y es hoy en día es una
fiesta nacional señalada, así como una celebración en el calendario litúrgico
polaco28.
Así que se puede concluir que la conducta observada de la Iglesia respecto a la Constitución del 3 de mayo, no sólo influyó en su sacralización, sino
también en un compromiso de guardar su memoria para las generaciones futuras. Con la asunción de la independencia, la Iglesia se convirtió en una seña
de la identidad polaca y en la depositaria y custodia de la memoria nacional.
27. Ziółek, E.M. „Obchody święta Konstytucji 3 Maja w 1807 r.”, Teka Komisji Historycznej Oddz.
Lubelskiego PAN, 4 (2007), 26–37.
28. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja... s.68–99.
La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo
47
Streszczenie
Artykuł zarysowuje problem stosunku Kościoła katolickiego do Konstytucji 3 Maja.
Jest on specyficzny i wynika z kilku przesłanek. Po pierwsze należy pamiętać, że duchowieństwo czynnie uczestniczyło w obradach Sejmu Wielkiego i powstawaniu
tekstu Ustawy Rządowej. Dotyczy to tak biskupów, będących z urzędu senatorami
Rzeczypospolitej, jak też przedstawicieli niższego duchowieństwa, również uczestniczących w pracach nad Konstytucją. Ale szczególną rolę odegrał sposób wprowadzenia Konstytucji w życie – poprzez jej zaprzysiężenie. Złożenie przysięgi przed
Bogiem na wierność Konstytucji przez króla Stanisława Augusta, a następnie posłów, senatorów i przedstawicieli władz spowodował pewnego rodzaju sakralizację
aktu prawnego. Odtąd Kościół sankcjonował Ustawę Rządową, wziął na siebie ciężar
jej propagowania w społeczeństwie i obrony. Służyło temu nie tylko uroczyste celebrowanie rocznic jej ustanowienia, ale także połączenie obchodów Konstytucji najpierw ze wspomnieniem św. Stanisława, a w XX w. – NMP Królowej Korony Polskiej.
W szeregu listów pasterskich oraz kazań duchowni podkreślali wartość Konstytucji
jako dokumentu mającego odrodzić państwo polskie politycznie i moralnie i nawoływali do podjęcia obowiązków wobec ojczyzny i jej czynnej obrony w czasach zaborów.
Barbara Obtułowicz
(Cracovia)
La Constitución del 3 de mayo de 1791
en la iconografía
A
lo largo de los siglos los hechos históricos significativos fueron encontrando una representación en la iconografía. Ello no cambió tras la invención
de la fotografía en el siglo XIX. La memoria humana exigía ser visualizada. No
fue distinto el caso de las primeras cartas magnas en los países situados en los
lindes de Europa, en concreto, el caso de Polonia y España.
El cuadro más conocido que conmemora la promulgación de la Constitución del 3 de mayo de 1791 lo debemos a Juan Matejko ( Jan Matejko). Este
maestro del realismo en la pintura histórica, procedente de Cracovia, lo realizó
en 1891, es decir, en la fecha del aniversario exacto de dicha promulgación. Un
año más tarde donó el cuadro al Castillo Real de Varsovia, cuyos muros fueron testigo de aquel gran evento. En la conciencia colectiva la Constitución
funciona casi exclusivamente como un correlato de esta pintura, en la visión
transmitida por Matejko. Al repasar las monografías dedicadas a la Constitución del 3 de mayo o a la Dieta de los Cuatro Años1, encontramos dicha
obra en las portadas. Figura igualmente en las páginas de los manuales, los
trabajos de divulgación, las paredes de las aulas y las oficinas de administración
pública, obviando los artículos de Wikipedia. Es muy significativo que por lo
general los Polacos imaginen su pasado de la manera como la había presentado
el maestro Juan, autor de la serie „Retratos de los Reyes”, del retrato de Nicolás
Copérnico y de muchos más motivos cruciales de la historia de Polonia.
1. Una Dieta cuya sesión duró cuatro años (1788–1792); en la historiografía llamado también
como la “Gran Dieta”.
50
barbara obtułowicz
Inicialmente Matejko cultivaba la pintura religiosa, que consideraba su vocación. Pero influido por las sucesivas derrotas de las sublevaciones nacionales,
de las que fue testigo ocular (entre otros, durante el bombardeo de Cracovia
por los austriacos en 1848 y durante la sublevación antirrusa de 1863–1864) decidió dedicarse casi por completo a la pintura histórica. Lo apasionaba la Historia y como no sabía contarla ni escribirla, optó por hacerlo sin palabras,
mediante la pintura. Su otro amor fue Polonia, ausente del mapa de Europa.
Aquí cabe subrayar que aunque él mismo nació y murió en Cracovia, su padre
era checo y la familia de su madre tenía raíces polaco-alemanas. Un origen casi
totalmente extranjero no le impidió ser un fervoroso patriota2.
El Maestro se esforzaba por preservar la autenticidad del mensaje histórico. El que haya visitado la casa de Matejko en la calle Floriańska en Cracovia,
sabe cuánta importancia atribuía el artista al efecto de autenticidad que crea
la vestimenta de los personajes representados. Coleccionaba accesorios históricos: telas antiguas, armas, objetos de artesanía, trajes antiguos. Basándose
en la literatura y las fuentes accesibles estudiaba la historia del vestuario, luego
él mismo lo diseñaba para finalmente „vestir” a sus personajes. Matejko concibió el proyecto de un libro que ilustrara la historia del vestuario en Polonia.
Fue durante sus estudios en Munich, donde se dedicaba, entre otros, a copiar
los dibujos de una publicación sobre el vestuario prestada de una biblioteca.
A partir de allí surgió un estudio publicado en 1860 bajo el título El vestuario en Polonia 1200–17953. Cuando en junio de 1869, en la Catedral de Wawel
de Cracovia tuvo lugar el hallazgo fortuito de la tumba del rey polaco Casimiro el Grande, Matejko pasó horas junto a los despojos del monarca, esbozando
todos los detalles. A partir de los dibujos de su cráneo reconstruyó el aspecto de su cara y la pintó en el cuadro La tumba del Casimiro el Grande. Con
una similar gran precisión recreaba los elementos arquitectónicos, los diversos
utensilios, los accesorios, los edificios y hasta el aspecto de un empedrado normal y corriente, cuya estructura estudiaba de rodillas en la calle con una hoja
de papel en la mano. Pocas veces incurría en algún error y si se daba el caso,
2. Sobre la vida de Juan Matejko hay muchos libros. El más antiguo, que se publicó unos
años después de su muerte, es el de Tarnowski, S., Matejko, Księgarni Spółki Wydawniczej Polskiej,
Cracovia, 1897); le siguieron: Witkiewicz, S., Matejko, Skł. gł. w księg. Gubrynowicz, Lwów, 1912;
Starzyński, J., Jan Matejko, Arkady, Varsovia, 1973; Michałowski, J.M., Jan Matejko, [s.e.], Varsovia,
1979; Słoczyński H.M., Matejko, Wydawnictwo Dolnośląskie, Wrocław 2000 y otros.
3. Wielka Kolekcja Sławnych Malarzy. Jan Matejko 1838–1893, Oxford Educational, Poznań 2007,
sin paginar.
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
51
ello se debía al estado del conocimiento de sus coetáneos sobre determinado
período, hecho o persona4.
Pero el realismo en Matejko se limita a la mera forma, porque tratándose
de narración, ésta es muy suya y personal, no histórica. Por eso se le reprochó
una excesiva libertad en el tratamiento de los hechos. El Maestro se defendía
arguyendo que sus cuadros eran la voz que tomaba en la polémica sobre el pasado y el futuro de Polonia. Tenía derecho, pues, a introducir ciertas modificaciones para resaltar su opinión sobre determinados puntos del debate. De ahí
se desprende que una lectura correcta de los cuadros de Matejko no es fácil,
ya que exige un conocimiento de su época y del ambiente cultural de Cracovia
en la segunda mitad del siglo XIX, como también del estado del conocimiento
histórico correspondiente. Siempre hay que contar con que algún detalle pueda ser mal interpretado, ya que sólo el artista lo comprendía cabalmente y ya
no nos puede revelar sus secretos.
También en el cuadro titulado Constitución del 3 de mayo tenemos que ver
con una acumulación de diversas incógnitas. La verdad histórica se cruza ahí
con la libertad artística. Cuando echamos la primera ojeada al cuadro, vemos
una muchedumbre caótica. En el fondo divisamos el contorno de los edificios,
reconociéndolos como el Castillo Real de Varsovia, la calle Świętojańska y la
Catedral de San Juan. La procesión se dirige desde el Castillo hacia la Catedral.
¿Por qué Matejko elige justamente esta escena si la promulgación había tenido
lugar antes, en la sala de sesiones de la Dieta, y en la Iglesia se iba a repetir
el acto del juramento del decreto por el monarca? Por qué no representó alguno de aquellos dos momentos cruciales? La respuesta nos es dada por el secretario privado y confidente del Maestro, Mariano Gorzkowski. Éste, en marzo
de 1891, escribe sobre las perplejidades del pintor a la hora de elegir un tema
a su cuadro que iba a conmemorar el centésimo aniversario de la Constitución
de mayo. Se daba cuenta cabal de que la escena debería encuadrarse en la sala
de sesiones de la Dieta o en el templo. Consideró, sin embargo, que el mismo
juramento de la Constitución no daba una idea suficiente de aquel momento
crucial para la historia de Polonia y Europa, ya que había habido juramentos
en otras épocas y en torno a otras cuestiones. Lo mismo concernía a la sala
de la Dieta5. Cabe añadir que el juramento de la Constitución del 3 de mayo
fue también tema de los cuadros de Jean Pierre Norblin (1791), Casimiro Wo4. Czapska-Michalik, M., Jan Matejko (1838–1893). Matejko. Czasy Ludzie, Edipresse Polska,
Varsovia, 2006, 33.
5. Gorzkowski, M., Jan Matejko. Epoka od r. 1861 do końca życia artysty z dziennika prowadzonego
w ciągu lat siedemnastu, Tow. Przyjaciół Sztuk Pięknych, Cracovia, 1993, 415.
52
barbara obtułowicz
jniakowski (1806 ) y Daniel Chodowiecki (1793). Matejko debió de conocer
esas obras y evidentemente buscaba otro enfoque, más original. Finalmente,
tras una larga reflexión, escogió el momento más característico para la Constitución del 3 de mayo, es decir, la proclamación de la Carta Magna en las
calles de la ciudad. Lo representó no obstante, con varios detalles que no correspondían a la realidad, pero que se subordinaban, en cambio, a su intención
artística. Analizando otras obras del pintor, advertimos que éste tenía la costumbre de presentar los hechos históricos en un contexto que abarcaba tanto
los acontecimientos previos a ellos como sus consecuencias posteriores. Esto
fue lo que pasó con el cuadro que aquí se analiza. Deseando dar cabida en el
lienzo a la totalidad de los acontecimientos que supuso la Consititución del 3
de mayo, el artista conjugó intencionadamente sus diversos episodios, colocándolos en el escenario de la calle Świętojańska6.
Según unas relaciones que proceden de fuentes fidedignas, el dia 3 de mayo
de 1791 la sesión de la Dieta comenzó a las once y duró alrededor de siete horas. Cuando los diputados salieron del Castillo, estaba atardeciendo y el sol se
acercaba al horizonte. Este detalle es reproducido con toda fidelidad, a través
de la iluminación de los muros y las ventanas del Castillo y de las partes superiores de la fachada de la Catedral sobre las que caían los últimos rayos de un
sol de mayo. También el trayecto de la procesión fue reproducido con un detallismo fotográfico, aunque Matejko lo hubiera hecho de memoria. En 1877
había estado de paso en Varsovia y quince años más tarde rescató de su mente
la vista del Castillo desde el lado de la Catedral. Es cierto que corrigió la arquitectura basándose en las fotografías de ese lugar, no obstante, las correcciones fueron mínimas. Con gran veneración recreó la vestimenta, empleando los
colores típicos para la época de la Ilustración. No le fue fácil porque aquella
estética no era de su gusto : […] los colores del vestuario que dominaban entonces
– afirmó el artista – son endebles, sin fuerza […]; los rostros son rígidos, los movimientos tomados en préstamo de los franceses, las pelucas son asquerosas, y todo junto
obstruye el pensamiento. Preferiría pintar cualquier otra época al siglo XVIII, y sin
embargo, es preciso pintarlo […]7. En esta ardua tarea le fueron de gran ayuda
diversos modelos que le iba suministrando Gorzkowski; entre ellos se hallaba
una verdadera capa real, sacada del tesoro del Castillo, así como unas cortinas
antiguas de un grueso tejido encarnado8.
6. Wrede, M., Małachowicz, H., Sadlej, P., Jan Matejko, Konstytucja 3 maja. Historia, obraz,
konserwacja, Zamek Królewski, Warszawie, 2007, 23–24.
7. Ibid., 23.
8. Gorzkowski M., op. cit, 413.
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
53
Los personajes en el cuadro se destacan por sus rasgos individuales y sus
distintas reacciones emocionales ante los acontecimientos que transcurren delante de sus ojos. La totalidad produce una impresión de gran dinamismo,
expresividad que linda lo patético y dramatismo en la representación de las
poses y los movimientos de las manos y los rostros. A través de un enfoque
muy „cinematográfico”, el cuadro parece una toma que rebosa de sentimientos
patrióticos. Ya que la finalidad superior era mostrar la trascendencia de la promulgación de la Constitución y no guardar una fidelidad absoluta a los hechos, Matejko se permitió una libre interpretación9. Tenemos pues el grupo
central de los personajes que acompañan a los presidentes de la Dieta Estanislao Małachowski y Casimiro Néstor Sapieha; a la derecha de ellos vemos
a las personas agrupadas en torno al rey, y a la izquerda, en torno al príncipe
José Poniatowski. Małachowski es llevado en andas por los diputados Aleksander Linowski e Ignacy Zakrzewski (en aquella época alcalde de Varsovia), y no
por unos burgueses, que eran los que en realidad lo cargaron espontáneamente
en sus hombros10. Su vestimenta clara, su peluca canosa y el texto de la Constitución sostenido en la mano derecha hacen que sea él, y no el monarca,
quien se distingue del resto de los integrantes de la marcha, convirtiéndose
en su héore incuestionable. El artista no albergaba sentimientos cálidos hacia
el personaje de Estanislao Augusto Poniatowski y en todos sus cuadros lo representó de una forma poco halagüeña, pues consideraba que era el principal
culpable de la péridida de la soberanía por Polonia, y que además no apoyó
con suficiente entusiasmo la Carta Magna de mayo. Los estudios más recientes demuestran en cambio que el rey era partidario de las reformas y que tuvo
una parte importante en la elaboración y la promulgación de la Constitución.
El soberano de la decadente Polonia dirige la procesión, queda sin embargo
retratado con menos énfasis que el presidente del senado Małachowski. Avanza sobre una alfombra roja hacia un grupo de burgueses que le da la bienvenida
esperando debajo de un baldaquino en la entrada de la iglesia. Entre ellos está
Juan Dekert, comerciante, ex-alcalde de la ciudad de Varsovia, quien murió
9. En el análisis del cuadro nos hemos basado en los siguientesestudios: Wrede, M. et al.,
op. cit.; Krawczyk J., Matejko i historia, Instytut Sztuki Polskiej Akademii Nauk, Varsovia, 1990;
Rostworowsk E.M., „Konstytucja 3 maja” i Matejkowska wizja czasów stanisławowskich, en: Fermentum massae mundi. Jackowi Wźniakowskiemu w siedemdziesiątą rocznicę urodzin, Agora, Varsovia
1990, 463–473; Gorzkowski, M. op. cit., 414, 425; [Publicación en línea] «Jan Matejko-Wikipedia,
wolna encyklopedia» <http://pl.wikipedia.org/wiki/Jan_Matejko> [Consulta: 1/10/2012]; Rezler,
M., «Z Matejką przez dzieje. Konstytucja 3 maja», < http://eduseek.interklasa.pl/artykuly/artykul/
ida/3704/> [Consulta: 1/10/2012]
10. Bauer, K., Uchwalenie i obrona Konstytucji 3 Maja, Wydaw. Szkolne i Ped., Varsovia, 1991, 143.
54
barbara obtułowicz
en 1790 r. Matejko lo coloca en esta escena para subrayar el papel de la burguesía y la aprobación por la Gran Dieta de abril de 1791 la Ley de las ciudades. Junto a Dekert está su esposa, Rosa Martynkowska, que le entrega al rey
una corona de laurel. Detrás de Rosa está Isabel Szydłowska de Grabowska,
probablemente la esposa morganática de Estanislao Augusto, con quien tuvo
cinco hijos (tres varones y dos hijas). Está mirando fijamente el rostro del monarca. Desde la izquierda se precipita hacia el rey una dama identificada como
la hija del matrimonio Dekert, Marianna Dekert. Es posible que posara para
su retrato la hija de Mariano Gorzkowski, quien menciona en su diario que él
mismo y su hija lo habían hecho para Matejko, pero sin precisar de qué personajes fueron modelo. El hecho de que al rey le rodeen las damas mencionadas
y otras más, con vestidos escotados, y que él se dirija con toda la evidencia hacia ellas, alude a su sibaritismo y, en general, a las costumbres desmoralizadas
del último soberano de la República Polaca. El rey ”Staś” da su mano a besar
y produce la impresión de artificio y ampulosidad, lo que insinúa que su papel
en el acontecimiento fue de figurón. Los hombros del monarca están cubiertos
por el manto de coronación bordado en oro con figuras de águilas, que desde
luego el rey Estanislao Augusto no llevó aquel día. En cambio Matejko sí lo
tenía en casa cuando pintaba el cuadro. Por encima de la cabeza del soberano
se alza, en un gesto lleno de dramatismo la mano de un realista francés. Vestido de negro, con una expresión de horror en el rostro, parece entrever los
acontecimientos que está presenciando, la ineludibilidad de la revolución y la
caída del Estado. Cabe subrayar que la presencia del rey en la procesión, entrando por la portada principal de la catedral es una equivocación. Lo cierto es
que llegó al templo por un pasaje que existía en la época entre el Castillo y la
iglesia, así que se juntó a los integrantes de la marcha ya en el interior, antes
de la segunda ceremonia del juramento.
La persona que sirve de nexo entre el „grupo del rey” y el „grupo
de Małachowski” es el dirigente de la facción de los reformadores, autor del
texto de la Constitución, Hugo Kołłątaj. Está de frente a su rival político, uno
de los futuros artífices de la confederación de Targowica11, el atamán Francisco
11. La Confederación de Targowica fue la confederación formada por magnates polacos y lituanos el 27 de abril de 1792 en San Petersburgo con el apoyo de la emperatriz rusa Catalina II.
La confederación se oponía a la Constitución del 3 de mayo, en particular a los artículos que limitaban los privilegios de la nobleza. Su acta de fundación fue preparada por los magnates polacos
y lituanos en colaboración con los rusos fieles a Catalina II. Esta acta fue proclamada en la pequeña
ciudad de Targowica el 14 de Mayo de 1792. Cuatro días más tarde los ejércitos rusos invadieron
Polonia sin una declaración de guerra. La victoria de los rusos, así como la adhesión de Estanislao
Augusto Poniatowski a la confederación de Targowica, propició la segunda partición de Polonia
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
55
Javier Branicki. Para subrayar el peso de la futura traición del atamán, Matejko lo vistió con un uniforme parecido a los rusos, lo pintó con una expresión
tétrica en el rostro e infundió arrogancia a su postura con los brazos en jarra.
En realidad, la gran mayoría de los enemigos de la Constitución, Branicki
incluido, se quedó en la cámara de los senadores en el Castillo.
De detrás de la mole del corpulento Kołłątaj van surgiendo los que contribuyeron a elaborar la Constitución. Con la determinación en el rostro y con
un gesto enérgico de la mano, Kołłątaj manda apartar del camino al diputado
de Kalisz, Juan Suchorzewski, que yace en el empedrado, manifestando así su
protesta contra la Constitución. La escena en sí es auténtica pero impropia
en este lugar. Suchorzewski manifestó su opinión en la sala de sesiones: viendo
que las cosas se iban encaminando hacia la aprobación del acto, plantó en medio a su hijo de pocos años, sacó la espada y amenazó con matarlo para que
no tuviera que presenciar la deshonra de la República Polaca. El demente fue
reducido por la fuerza y apartado. No sabemos qué pasó con el niño. Según
unas fuentes el chico no se recuperó tras el incidente, entró en estado de trance y murió poco después. Otras fuentes afirman que sobrevivió y fue luego
un soldado valeroso de Napoleón que luchó por la independencia de Polonia12.
Matejko trasladó este episodio ante la Catedral de San Juan, porque el comportamiento dramático de Suchorzewski cuadraba con el ambiente acalorado representado en el cuadro, mostrando a la vez la reacción de la oposición.
El diputado de Kalisz se levanta del suelo y con una mano está agarrando al
niño, que se debate horrorizado, y con la otra está blandiendo la espada. Su
mano armada la inmoviliza un noble conocido por su fuerza, quien fue el que
en realidad redujo al demente. Del bolsillo del padre desalmado se van cayendo las cartas de un mazo, lo que ha de asociarse con el soborno recibido del
embajador ruso Otto Magnus von Stackelberg y de Branicki.
Detrás de los diputados que llevan en andas a los presidentes de las cámaras, el pintor coloca a aquellos reformadores que con sus ideas sociopolíticas se anticiparon a su tiempo, a saber, al canciller Andrzej Zamoyski, quien
abraza al padre Estanislao Staszic. Éste fue educador de sus hijos y a la vez
partidario de la Gran Dieta, propagador del desarrollo de la economía y las
ciencias en las tierras polacas. Su otra mano se dirige hacia la procesión, al
campesino del „grupo” del príncipe Poniatowski, que avanza con un paso aún
en 1793, sentó las bases de la tercera partición y la disolución definitiva en 1795 de la República de las
Dos Naciones, que fue una república aristocrática federal formada en 1569 por el Reino de Polonia
y Gran Ducado de Lituania.
12. Konstytucja 3 Maja, ed. Łojek J., Wydawn. Lubelskie, Lublin 1989, 31.
56
barbara obtułowicz
titubeante. El pintor alude de esta manera al hecho de que la Constitución del
3 de mayo no llegó a resolver esencialmente la cuestión campesina. Al mismo
tiempo es una señal de aprecio por Zamoyski y por Staszic, quienes se habían
comprometido con el destino de los campesinos. A su vez, el general Tadeo
Kościuszko, quien no había presenciado los acontecimientos relacionados con
el juramento de la Constitución, está representado con la bandera, en la que
figura el escudo de la República Polaca, y con la cabeza vendada, lo cual tal vez
sea una alusión a las heridas que iba a recibir posteriormente en la guerra con
Rusia por el mantenimiento de la constitución (1794).
Junto a Kościuszko aparece el rostro del príncipe Adán Casimiro Czartoryski, diputado a la Dieta de Cuatro Años, esposo de Isabel Czartoryska (de
soltera condesa Fleming) y padre (al menos según la versión oficial) de Adán
Jorge Czartoryski, de veintiún años en la época, el futuro fundador de una
agrupación política conservadora llamada el Hotel Lambert. Hasta hace poco,
éste ha sido un personaje subestimado por los historiadores, quienes apenas
lo mencionan entre los artífices del decreto de mayo. Baste con decir que su
biografía no se publica hasta en 2012 r.13 Pero lo cierto es que en la segunda
mitad del siglo XVIII, gracias a unos contactos provechosos y unos matrimonios favorables, y debido también a su dedicación al trabajo y su espíritu emprendedor, los Czartoryski ascendieron al grupo de los linajes más influyentes
de la República Polaca. A diferencia de la aristocracia polaco-lituana, dada
a la bebida y a la defensa de los intereses privados, eran un modelo de serenidad, moderación y rectitud. Sus extensos dominios se destacaban por la modernidad de su gestión económica y el cuidado de sus habitantes; de ahí que
rindieran unos beneficios casi legendarios. Los ambiciosos miembros de la familia soñaban con hacerse con la corona de Polonia y el primer candidato era
precisamente Adán Casimiro. Pero el príncipe no tenía dotes para asumir una
misión de estado porque anteponía el estudio y la literatura a las actividades
políticas. Cuando Catalina II le dio a entender que sus esperanzas de alcanzar
la corona no eran infundadas, él le cedió el honor a su primo, el ambicioso Estanislao Augusto Poniatowski. A comienzos de 1763 estaba incluso dispuesto
a abandonar el país por si le fueran a ofrecer la corona. El príncipe pertenecía
a la élite polaca y europea de la época: había recibido una excelente educación,
dominaba casi todos los idiomas europeas, dando por descontado el latín y el
13. Frączyk T., Adam Kazimierz Czartoryski. Biografia historyczno-literacka na tle przemian ideowych polskiego Oświecenia, Księgarnia Akademicka, Cracovia, 2012, passim. El nieto de Adán Casimiro, Władysław (Ladislao) Czartoryski se casará en 1855 con española María Amparo Muñoz y de
Borbón, hija de la reina María Cristina de Borbón y su segundo esposo Agustín Fernando Muñoz.
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
57
griego. A pesar suyo no logró escapar de la política. No lo permitían las circunstancias ni la situación de la patria amenazada por las particiones. Por eso se unió
a los trabajos de reforma emprendidos por la facción patriótica, concibiendo
planes de reconstrucción del régimen estatal. En los tiempos de la Gran Dieta
participó en calidad de diputado en las reuniones en casa de Małachowski, donde se le iniciaba en la redacción del nuevo decreto gubernamental14.
Aquel día memorable de 3 de mayo de 1791, Adán Casimiro se encontraba
en la sala de las sesiones del Castillo Real, observando a Estanislao Augusto,
agotado por la sesión que se prolongaba ya más de seis horas. El rey miraba
impotente a los oradores. Sobre las cinco de la tarde, temiendo que la oposición impidiese la aprobación de la propuesta antes del cierre de la sesión,
los partidarios de la Constitución, (llamados „patriotas”), se preguntaban qué
hacer. De repente habló el príncipe Czartoryski, que solía permanecer callado.
Basta – dijo -es hora de acabar ya con eso. A partir de ese momento, la sesión se
precipitó hacia la conclusión final. El presidente Małachowski propuso que
sólo los adversarios del proyecto tomasen la palabra. Apenas llegaron a contar
once diputados. El monarca levantó la mano dando a entender que quería hablar. Entonces el diputado Michał Zabiełło se puso súbitamente de pie, anunciando que el rey iba a juramentar la Constitución. En la sala se observó una
fuerte conmoción, que pronto se transformó en euforia. Ante las aclamaciones
al rey y a la nueva constitución, los opositores fueron totalmente impotentes.
El mismo Estanislao Augusto fue sorprendido por el curso que habían tomado los acontecimientos. Se subió a una silla para que se le viera mejor y, con
una mano sobre la Biblia, terminó de juramentar la Constitución.15
Volvamos al análisis de los personajes del cuadro. Los que fueron elegidos por el artista como protagonistas de la escena son Małachowski, Kołłątaj,
Estanislao Augusto y su sobrino, el principe José Poniatowski, quien era comandante de las tropas que estacionaban en Varsovia. La presencia del último
en la escena de la procesión a la catedral coincide con los hechos históricos.
El príncipe era un partidario entusiasmado de la Constitución, que fue promovida por intriga, de manera antidemocrática (es decir, sin lectura previa,
debate ni cómputo de voces). La facción de los ”patriotas”, adelantándose a los
ataques de la oposición y para prevenir una posible intervención armada, orde14. Sobre Adam Kazimierz Czartoryski: Frączyk, M., op. cit.; Waniczkówna, H., «Czartoryski
Adam Kazimierz», en: Polski Słownik Biograficzny, t. IV, [s.e.], Cracovia, 1938, 249–257.
15. Bauer, K., op. cit., .141–144; Łojek, J., Ku naprawie Rzeczypospolitej. Konstytucja 3 Maja, Wydawnictwo Interpress, Varsovia, 1988, 89–91; Łojek, J., Rok nadziei i rok klęski 1791–1792, [s.e.], Varsovia, 1964, 47.
58
barbara obtułowicz
nó a las tropas de Poniatowski rodear el Castillo, que de este modo se convirtió
en una una plaza protegida, como correspondía a un edificio público. El mismo
príncipe estaba en la sala de sesiones junto con un grupo de ulanos (lanceros,
soldados de caballería) protegiendo a su tío, Estanislao Augusto Poniatowski.
Después del juramento del monarca, a propuesta de éste último, los diputados
se dirigieron a la catedral de San Juan. En el trayecto entre el Castillo Real y la
Catedral se había reunido multitud de varsovianos, aldeanos y delegados de las
ciudades libres, vitoreando al rey y a la Constitución. Las tropas del príncipe
Poniatowski cerraron filas presentando armas, momento que Matejko reflejó
en su cuadro. Gracias a esa actitud de los soldados se consiguió mantener
cierto orden, aunque varias personas que habían acudido al Castillo, junto con
los burgueses que levantaron en hombros a los presidentes de la Dieta, consiguieron atravesar el cordón y mezclarse con el cortejo16. Detrás de los parlamentarios que habían participado en la sesión avanza a caballo Poniatowski.
Presenta una actitud rígida y su vista está fija en el grupo de personajes que salen de la Catedral para saludar al rey. Su rostro emana gravedad junto con una
actitud reflexiva e incluso apesadumbrada. Como si presintiese la fugacidad
del momento y que pronto le tocaría guerrear en defensa de la Constitución.
A la derecha del príncipe avanza un personaje identificado como Antoni Tyzenhauz, impulsor de la industria y educación en la región de Lituania.
En realidad no es posible que hubiese participado en el cortejo, puesto que falleció en 1785. Colocarlo en el cuadro fue probablemente un acto de homenaje
por sus méritos para el desarrollo económico del país y además hacía referencia
al programa de reformas económicas. No lejos de él se ve a un religioso ortodoxo, cuya presencia evoca la aprobación de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa
Polaca, independiente de la rusa, en junio de 1791, es decir, dos meses después
de la aprobación de la Constitución del 3 de mayo.
La multitud alrededor de Poniatowski y detrás de él es anónima. Sólo
se pueden reconocer unos pocos. Las fuentes indican que varias personas
reales fueron retratadas en el lienzo, pero no somos capaces de localizarlas.
Hay un oficial y varios burgueses pudientes, pero también unos vagabundos
y un pícaro trotando a caballo. En la zona inferior del cuadro destacan tres
enigmáticas siluetas, modestas pero elocuentes. Una de ellas, debajo de Branicki, es San Clemente Maria Hofbauer vel Dworzak, pionero de la misión
16. Zienkowska, K., Stanisław August Poniatowski, Zakład Narodowy Imienia Ossolińskich,
Wrocław 1998, 330–333; Askenazy, Sz. Książę Józef Poniatowski 1763–1813, Państwowy Istytut Wydawniczy, Varsovia, 1974, 63; Skowronek, J., «Poniatowski Józef Antoni», en: Polski Słownik Biograficzny, t. IV, op. cit., 429.
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
59
de la Congregación del Santísimo Redentor, rector de la iglesia de San Benón,
capellán de la población humilde de Varsovia. Su rostro expresa descontento
e impotencia, y su mano se extiende en un gesto de ruego de limosna. Según los conocedores del tema17, la actitud de Hofbauer debe ser interpretada
como preocupación por el futuro de su patria adoptiva, una visión profética
de la desdichada suerte de Polonia. En la esquina inferior derecha el artista ha representado a dos judíos. Los dos parecen expresar su aprobación por
la Constitución, la cual, sin tratar expresamente del problema judío, ofrece
a todas las gentes,independientemente de la confesión, paz en su rito y protección del
Estado18. El judío mayor, con la barba blanca, que le está dando la cara al espectador, tocado con gorra de piel de zorro, muestra con una mano el característico gesto de: “Sy git”, que significa ¡Todo bien! El más joven, en cambio, está
observando con atención, tal vez incluso fascinado, la marcha del 3 de mayo.
El hombre tiene el rostro de Maurycy Gottlieb, el discípulo predilecto de Matejko, en aquel momento ya fallecido. Sin embargo, teniendo en cuenta que
la ley del 3 de mayo no anunciaba mejoras en la situación de los judíos, así
como la ambigüedad de la actitud del mismo Matejko frente a los judíos, otra
interpretación probable es que estos personajes simbolicen el oportunismo
propio de esa nación.
Sobre las cabezas de la multitud ondean banderas difíciles de reconocer,
y que parecen no desempeñar un papel importante, salvo el blanco estandarte
real con el escudo de Polonia. Es el que hace fondo para el texto de la nueva ley, que el presidente de la Dieta Małachowski muestra a los presentes.
En la cubierta figura la inscripción: Konstytucja 3 Maja 1791 (Constitución del
3 de Mayo de 1791). Cabe destacar que éste es el título del cuadro pintado por
Matejko y no el de la ley, que se denominaba Decreto Gubernamental. Aprobado
el 3 de mayo de 1791.
El cuadro destaca por su dinamismo. La representación de las vestimentas,
de los edificios e incluso del aspecto del pavimento está a medias entre el realismo y la invención del autor. La pintura de Matejko no es una obra histórica
sino más bien historiosófica. Desgraciadamente, el artista no dejó indicaciones
claras que permitieran descifrar su actitud personal ante la Constitución del
3 de mayo. La información está astutamente ocultada en los personajes de los
“narradores”, “comentadores” o “testigos” del acontecimiento, es decir, Hofbauer, los dos judíos o el realista francés. Las interpretaciones de los expertos son
17. Se trata de Emanuel M. Rostworowski y Jarosław Krawczyk.
18. Art. 1 de la Constitución: Religia Panująca (Konstytucja 3 Maja 1791, ed. Leśnodorski B.,
Państwowe Wydawnictwo Naukowe, Varsovia, 1981, 4).
60
barbara obtułowicz
Juan Matejko (1891), Constitución del 3 de mayo de 1791 (Castillo Real de Varsovia)
discrepantes, así que sólo podemos adivinar el significado de los gestos de los
personajes. Por otro lado, sabemos que las opiniones políticas del pintor coincidían básicamente con las del círculo de historiadores de Cracovia, quienes
eran críticos con la ley de mayo.
Matejko incluyó una referencia al 3 de mayo en otro de sus cuadros perteneciente al ciclo Dzieje cywilizacji w Polsce (Historia de la civilización en Polonia). Se trata del cuadro Konstytucja 3 maja-Sejm Czteroletni-Rozbiór R.P.
1795 (Constitución del 3 de mayo – Dieta de los Cuatro Años – Partición de la Republica Polaca 1795). La obra contiene alusiones a los tres acontecimientos del
título. Observamos pues una elegante sala del Castillo Real al atardecer. Es
el apartamento privado del rey Estanislao Augusto, decorado con bajorrelieves
y numerosas pinturas, que no se pueden identificar por la escasa iluminación.
Conforme a la regla de composición artística que obliga a colocar los elementos más importantes a la izquierda (por el lado de la entrada), encontramos
ahí una zona iluminada por la luz de candelabros visibles al fondo de la estancia. Desde aquella zona entran en la habitación el príncipe Adán Casimiro
Czartoryski, Hugo Kołłątaj con el libro de reformas y el resto de los ilustrados polacos. Los que parecen más atareados son Zamoyski y Staszic, sentados
modestamente a un lado. Están elaborando el proyecto del Decreto gubernamental. El primado Michał Poniatowski (hermano del rey), sentado a la mesa,
les da la espalda, ocupado con sus asuntos. En el centro está el rey Estanislao,
con expresión de cansancio, semi-tendido sobre un sofá. La señora Grabows-
La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía
61
Juan Matejko (1889), Constitución del 3 de mayo – Dieta de los Cuatro Años – Partición
ka, sentada a su lado, juguetea con su abanico, manteniendo una ingeniosa
conversación con dos personas del círculo de los ilustrados. La mirada del rey
se dirige hacia la esquina derecha, sumida en la penumbra, donde el príncipe
ruso Repnin está recostado en una butaca, mientras el diputado prusiano Girolamo Lucchesinim le susurra algo al oído. Es una clara alusión a la tercera
partición de Polonia. Al contemplar el cuadro, podemos observar inquietantes
detalles: una silla volcada en el centro, flores esparcidas en el suelo, el reloj sobre la chimenea que mide los últimos instantes de la soberanía polaca, el busto
de la zarina Catalina II, que domina sobre la escena desde la pared derecha,
un personaje misterioso que surge del marco del espejo, o la expresión del
rostro de los personajes, que emanan reflexión, preocupación, altivez, orgullo,
impaciencia, desazón, e incluso seguridad o cinismo. Además, este ambiente
va a ser reflejado sobre un cuadro, ya que junto a la ventana se puede ver un caballete, aunque el pintor no está presente y no se sabe quién va a realizar ese
trabajo. En este esbozo, de excelente ejecución, continua la reflexión de Matejko sobre la ley de mayo. Asimismo es evidente su criticismo frente a los tres
acontecimientos mencionados en el título, que anticipaban la descomposición
definitiva del Estado polaco19.
19. Rezler, M., op. cit.
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barbara obtułowicz
La Constitución del 3 de mayo es considerada la primera constitución moderna en Europa y la segunda en el mundo (tras la americana de 1787). En lo
que toca a su presentación iconográfica, también se sitúa entre las primeras. Es
indudablemente el mérito del maestro de Cracovia, quien rechazó los esquemas y persiguió la originalidad del enfoque. Además, la aprobación de la ley
de mayo en una Polonia enfrentada a la amenaza de la pérdida de la soberanía,
fue un evento de gran dramatismo que debió ser plasmado en una composición dinámica.
Por otro lado también, las sesiones de las Cortes de Cádiz, que duraron casi
dos años (1810–1812), tuvieron lugar en un contexto de amenaza a la soberanía
española. En la sala de sesiones, al igual que en la Dieta Polaca, competían
diversas visiones del futuro del Estado. A pesar de ello, los artistas españoles
se limitaron a reproducir los modelos conocidos y afianzados en la historia
de la pintura, como las alegorías, de moda en aquella época, o la reproducción de los momentos culminantes. Entre las últimas cuenta el más conocido cuadro de José María Casado del Alisal, quien en 1862 pintó la escena
de investidura del parlamento el 24 de enero de 1810 en la iglesia parroquial
de San Fernando (Juramento de las Cortes en la Iglesia Mayor Parroquial de San
Fernando) y el lienzo de Salvador Viniegra (La promulgación de la Constitución
de 1812) pintado en 1912.
Cristina González Caizán
(Varsovia)
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia
diplomática española. La misión de Pedro
Normande y Mericán en Varsovia1
A
lo largo del siglo XVIII las relaciones diplomáticas entre España y Polonia
y viceversa fueron esporádicas e intentaron dar respuesta a circunstancias
puntuales o excepcionales. El primer representante oficial de la recién estrenada monarquía borbónica española acreditado en Varsovia llegó a esta capital
en 1746. Se trataba de Guido Jacinto Besso Ferrero Fiesco y Saboya, conde
de Bena, un noble de origen piamontés al servicio de Felipe V2. La misión
de Bena en Polonia era muy clara: estudiar las distintas maderas de los bosques
de estas latitudes e informar de la calidad de las mismas al marqués de la Ensenada, a la sazón ministro de Marina desde 17433. Poco más de cuatro año sirvió
el conde en esta misión siendo cesado, a petición propia, a finales de 17484.
1. Este artículo recoge en gran medida el trabajo y las notas de la tesis de licenciatura inédita
“La misión de Pedro Normande en Varsovia 1790–1791”, defendida por doña Anna Fierla en la Universidad de Varsovia en 1997. Sirva este texto como un sentido homenaje para su autora homenaje
para su autora fallecida en diciembre de 2010.
2. En realidad, Bena había sido nombrado embajador de España en Sajonia, pero al ser el elector
al mismo tiempo el rey Augusto III de Polonia, representó también a España en este país hasta 1748.
3. Ensenada necesitaba un buen maderaje para continuar con la gran transformación de la marina española ideada desde sus primeros años al frente del ministerio y crear una poderosa flota dispuesta a atacar a Inglaterra en el momento oportuno. González Caizán, C. La red política del Marqués
de la Ensenada, Fundación Jorge Juan, Novelda (Alicante), 2004, 133–135. Sobre los planes del ministro,
véase Gómez Urdáñez, J. L. El proyecto reformista de Ensenada, Milenio, Lérida, 1996, 177–262.
4. En sus cartas podemos leer una cascada de quejas tanto por el poco juego de su misión como
por los problemas meteorológicos propios de estas latitudes. Por ejemplo, en una ocasión escribió:
«Amigo de mi corazón. Muy apartado estoy del mundo e ignorante de lo que en él pasa. La Dieta en la que
aquí me hallo poco interesa a nuestra corte; el país en sí no es de los más agradables y la falta de medios
64
cristina gonzález caizán
Tras la partida del conde de Bena a Madrid a principios de 1749, el silencio de nuevo se adueñó de las relaciones diplomáticas entre ambos países5.
Doce años tendrán que pasar para que un nuevo enviado del rey de España
pise las calles de Varsovia. En esta ocasión la elección recayó en un grande
de España, Pedro Pablo Abarca de Bolea, X conde de Aranda. La presencia
de un personaje de la talla del conde de Aranda en Polonia tiene un significado más sencillo del que en un principio pudiéramos suponer. Carlos III, rey
de España desde 1759 tras el fallecimiento sin descendientes de su hermanastro
Fernando VI, estaba casado desde 1739 con María Amalia de Sajonia, hija
de Augusto III, rey de Polonia6. Por lo tanto, las cortes de Madrid y Varsovia
pasaban en estos momentos a ser “cortes de familia” y la presencia de embajadores en las distintas residencias oficiales era de requerimiento obligado.
La elección del conde de Aranda para esta misión vino de la mano de la reina
María Amalia y sus deseos de agradecer los servicios prestados por el conde a su regia familia cuando cayó indispuesta en Zaragoza a los pocos días
de su llegada a España7. El conde de Aranda llegó a Varsovia en septiembre
en que estoy me lo hace intolerable». Bena a Ensenada, Varsovia, 5 de octubre de 1746. Archivo General
de Simancas (en adelante AGS), Secretaría de Guerra, leg. 5307. En este legajo aparecen muchos más
detalles de su estancia en Polonia y Sajonia.
5. El diplomático Jaime Masones de Lima refleja muy bien el ambiente de estas relaciones:
«en tres años que he estado en Madrid, nunca he oído que se pensase en tener ministro en aquella corte pues,
para lo poco que teníamos que hacer en ella, ya estaba Kollovrat en Madrid». Masones de Lima a José
de Carvajal, París, 22 de febrero de 1753. Véase Ozanam, D. Un español en la Corte de Luis XV: cartas confidenciales del Embajador Jaime Masones de Lima, 1752–1754, Publicaciones de la Universidad
de Alicante, San Vicente del Raspeig, 2001, p. 119. El ministro sajón aludido es Johann Josep Hyacinth, conde de Kollowrat. Sirvió en España durante los periodos 1738–1741 y 1763–1766. Más sobre
su misión en Wierzbicka, E. “Stosunki Saksonii i Polski z Hiszpanią i Neapolem za panowania
Augusta II i Augusta III”, en Przegląd Historyczny, Varsovia, (3) 1999, 285–303.
6. Desde 1735, Carlos de Borbón Farnerio era Carlos VII de Nápoles y IV de Sicilia. Por lo
tanto, desde 1737 hasta 1759, Carlos y María Amalia ciñeron la corona del reino también llamado
de las Dos Sicilias. Sobre el regio matrimonio véase González Caizán, C. “María Amalia de Sajonia.
La pasión de Carlos III”, en Estudios Hispánicos. Revista Internacional del Hispanismo Polaco, t. XIV,
Wrocław, 2006, 161–180.
7. El 17 de octubre de 1759 llegaron Carlos III y María Amalia al puerto de Barcelona. El séquito real partió de esta ciudad el 22 con destino a Zaragoza para visitar la Basílica de la Virgen del
Pilar y dar gracias a la “Pilarica”, patrona de España y de sus Indias. Lo que debía haber sido una
estancia de pocos días en la capital del Ebro se prolongó durante casi un mes. Varios infantes, entre
los que se encontraba el primogénito Carlos, cayeron enfermos con sarampión. A poco más de 32
kilómetros de Zaragoza, en Épila, se encontraba el conde de Aranda. La destreza con la que intervino el conde en auxiliar a la familia real le valió la protección de la reina. Gracias a ella, Aranda fue
devuelto a la vida política activa al ser nombrado embajador en el Reino de Polonia. Makowiecka,
G. Po drogach polsko-hiszpańskich, Wyd. Literacki, Kraków-Wrocław, 1984 p. 155.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
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de 1760 y permaneció en la capital del Vístula hasta mayo de 1762. Tanto su
correspondencia de oficio como privada ofrecen un amplio y detallado análisis
a los historiadores de la vida política polaca (de la que estaba muy enterado
tanto de sus asuntos internos como externos) y también la privada (de la que
era un afamado anfitrión). Al mismo tiempo, son todas ellas un buen material
para conocer las costumbres y tradiciones del país8.
La embajada de España en Polonia solo sobrevivió un año a la partida
del conde de Aranda. Durante este breve periodo de tiempo el secretario del
conde, José de Onís y López, fue el encargado de dirigirla. Y desde esta fecha
hasta 1790 –es decir, durante 26 años–, España y Polonia no mantuvieron contactos diplomáticos. Pero en 1790 las relaciones se reanudaron y además por
iniciativa del trono polaco. El trauma que había supuesto el primer reparto
de Polonia entre Rusia, Prusia y Austria en 1772 no había sido superado, y el
temor a un segundo era más que evidente. Estanislao Augusto Poniatowski,
considerado por algunos autores como el gran iniciador del servicio diplomático polaco9, pensó que cuantas más relaciones se estableciese con otras
cortes, más podría dar a conocer el punto de vista de los intereses polacos y al
mismo tiempo enterarse con la mayor celeridad posible de aquellas decisiones
que llevasen consigo unas consecuencias –principalmente negativas– respecto
a la suerte de su reino. Por lo tanto, había que establecer alianzas, conseguir
apoyos y buscar información, cuanto más, mejor.
Con estos objetivos llegó a Madrid en enero de 1790 Lewis Littlepage, «ese
excelente mozo americano» según palabras de José Moñino y Redondo, I conde
de Floridablanca y secretario de Estado por aquel entonces10. Littlepage ya
conocía nuestro país de una estancia anterior. Tras sus estudios en Virginia,
el primer reino del viejo continente que visitó fue España, quizá fuera esa
una de las razones por las cuales Poniatowski le encomendó esta misión11.
8. Véase Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, por el Marqués de la Fuensanta, D. José Sancho Rayón y D. Francisco Zabalburu, t. CVIII y t. CIX, Madrid, 1966; González
Caizán C., Taracha, C., y Téllez Alarcia, D. (eds.). Cartas desde Varsovia. Correspondencia privada del
Conde de Aranda con Ricardo Wall (1760–1762), Werset, Lublin, 2005.
9. Zawadzki, Wacław. Polska Stanisławowska w oczach cudzoziemców, Państwowy Instytut Wydawniczy, Varsovia, 1963, t. 2, 130. Este autor le presupone conocedor de los detalles de este servicio
por haber empezado su actividad pública como secretario de la embajada inglesa en San Petersburgo
en 1755.
10. Rumeu de Armas, A. El testamento político del Conde de Floridablanca, Diana: Escuela
de Historia Moderna, Madrid, 1962, 103. Sin duda Floridablanca estaba haciendo honor a su origen
americano. Louis Littlepage había nacido en Hanover County (Virginia) en 1762.
11. Littlepage había arribo a España gracias a la ayuda de su pariente el diplomático John Jay,
primer americano acreditado en Madrid en los años 1779–1782. Littepale estuvo en el sitio de Gi-
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cristina gonzález caizán
En cualquier caso, a Carlos IV, hijo de María Amalia de Sajonia y nieto por
lo tanto de Augusto III, la propuesta le pareció aceptable cediendo a la petición de intercambiar embajadores. Si bien, debemos tener en cuenta en este
contexto un hecho muy importante. Los intereses de la corte española consistían en mantener buenas relaciones con los vecinos de Polonia (rodeada por
monar­quías absolutas). Las relaciones de España con la Francia revolucionaria
eran bastante tensas y el gobierno español veía en Rusia, con quien ya se mantenía
importantes contactos comerciales, su principal aliada en la zona12. Polonia
podría haberse convertido en un aliado más digno si se hubieran realizado
los planes vinculados a la exportación de granos y arboladuras que ya estaba
en la mente desde los tiempos del conde de Aranda. Pero no fue así y los
intereses de España estaban en Rusia y no en Polonia. En definitiva, las palabras del conde de Floridablanca son bastante significativas de las pretensiones
de Madrid con respecto al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con
Varsovia:
El rey de Polonia ha deseado mucho restablecer la misión o legación de ambos reinos y su recíproca inteligencia y armonía (…) Las ideas de la Polonia eran
de obtener los oficios de la España al tiempo que las cortes imperiales [Rusia
y Austria] hiciesen su paz con los turcos, para que no se perjudicase ni a su territorio ni a sus derechos, navegación y comercio por el Dniester y otros ríos que
desembocan en el mar Negro. Se le ofrecieron y cumplieron estos oficios, pero con
la precaución de no comprometernos con la Rusia, a quien nos convenía atraer
a nuestros intereses. Todos saben que la idea principal de los polacos ha sido
la de cortar la gran influencia (o llámese dominación) de la Rusia en el gobierno
de Polonia, de lo cual hemos procurado prescindir, con la posible discreción, sin
disgustar a una y otra potencia13.
Según se desprende del contenido, Floridablanca debía encontrar a alguien con suficiente experiencia y conocimientos en los asuntos del “norte
de Europa” para ser enviado a la corte de Poniatowski. Además, al elegido le
correspondería defender los intereses españoles en la zona pero sin hacer pobraltar de 1781 y visitó la Armada española elaborando un informe muy bien visto por Madrid.
En Polonia, Littlepage gozaba de un privilegio dudoso pues se le suponía por algunos agente ruso
(Véase Zawadki, W. Polska Stanisławowska w oczach cudzoziemców , t. 2, 808). Sobre este personaje
véase Boand, Nell Holladay. Lewis Littlepage, Whittet & Shepperson, Richmond, 1970.
12. Schop Soler, A. M. Las relaciones entre España y Rusia en la época de Carlos IV, Publicaciones
de la Cátedra General de España, Barcelona, 1971; Ídem. Un siglo de relaciones diplomáticas y comerciales entre España y Rusia, 1733–1833, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1984.
13. Rumeu de Armas, A. El testamento político del Conde de Floridablanca, p. 103.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
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lítica y sobre todo sin disgustar a la Rusia de Catalina II. Encontrar a este sujeto no resultó fácil –al menos así lo demuestra la tardanza en el nombramiento
definitivo del embajador–. Hecho que sin embargo contrasta con la premura
de la corte de Madrid en enviar a la de Varsovia un representante a la espera
de la decisión oficial. De esta manera, y a tan solo tres meses de la solicitud
de Littlepage, era enviado a la capital del Vístula Pedro Normande y Mericán,
un diplomático con amplia experiencia en las embajadas de estas latitudes
y que en esos momentos se encontraba en Frankfurt informando sobre la Dieta que debía elegir al sucesor de José II. Normande acudió al reino eslavo
en calidad de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, a la espera
de la elección definitiva del embajador. El elegido resultó ser sorprendentemente Miguel de Cuber, un hombre ajeno al mundo de la diplomacia pero
bien situado en el entorno familiar de Carlos IV14.
Pedro Normande y Mericán. Pinceladas de su vida15
Pedro Normande y Mericán, caballero de la Orden de Carlos III (1783), contaba con 48 años cuando llegó a Varsovia en junio de 1790. Nacido en la pequeña
localidad francesa de Hagetaubin, en la región de Aquitania, en 1742, desconocemos los pasos de su existencia personal y profesional hasta 1765. Ese
año entraba al servicio de la Embajada española en Suecia como secretario
particular de Francisco Guillermo Lacy y White, conde de Lacy, ejerciendo
de encargado de negocios en sus ausencias. En la corte sueca se mantuvo hasta 1772. Inmediatamente después pasó a servir en un país en el cual pasaría
dieciséis años de su vida: Rusia. Primero como secretario en aquella Legación
(1772–1783), ejerciendo también la función de encargado de negocios en ausencia del embajador –que de nuevo era el conde de Lacy. Pedro Normande
regresó a España en 1782 y fue nombrado intendente en Córdoba, puesto que
no llegó a ejercer. En 1784 se le concedió el puesto de ministro plenipotencia14. De hecho, esta era la primera misión de Cuber al frente de una embajada. Anteriormente
había sido secretario de los infantes Gabriel (1771–1777) y Pedro (1778–1790). Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle. Introduction et répertoire biographique (1700–1808), Casa de Velázquez, Mayson de Pays Ibériques, Madrid, 1998, 241–242.
15. Las referencias biográficas de este diplomático en Przezdziecki, Richard, “Embajadas
españolas en el siglo XVIII”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, CXXIII, Madrid, 1948,
386–396 y Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle, pp. 370–371; Fierla, A. La misión
de Pedro Normande en Varsovia, passim.
68
cristina gonzález caizán
rio en Rusia. En la corte de los zares se mantuvo hasta 1788, pasando después
a Dresde a la espera de órdenes. A la muerte del emperador José II –ocurrida
el 20 de febrero de 1790– se le envió a Franfourt para informar, como hemos
visto unas líneas más arriba, de los acontecimientos de aquella Dieta de elección. En abril de 1790 recibió la misión de pasar a Varsovia a informar de los
sucesos de aquel país y designado de forma interina16.
Sin embargo Polonia no era un país ajeno para Normande. El diplomático
español ya había viajado a estas tierras en 1787, visitando Varsovia, Cracovia
y sus alrededores17. Un año después de este periodo vacacional, fue cesado
de su puesto y enviado a Dresde. Las razones de su salida de Rusia no son
claras. El hispanista francés Didier Ozanam nos dice que tras regresar de este
viaje por Polonia, Pedro Normande dio signos de alienación mental y delirio.
Incluso informes médicos y cartas del secretario de la legación Pedro Macanaz
y del cónsul Antonio Colombí y Payet confirmaban el mal estado de salud
mental del diplomático. Por esa razón, Normande abandonó San Petersburgo
con destino a España el 5 de julio de 1788, con el fin de reposar y recuperarse18.
Ana María Shop Soler señala otra razón con tinte más político. Si Normande
fue retirado de San Petersburgo no se debió a sus problemas de salud, sino
a las protestas de los embajadores de Francia, Austria y Nápoles en la corte
de los zares (incluso apunta que estas protestas venían avaladas por el secretario Pedro Macanaz), por la excesiva desconfianza del diplomático español con
respecto a Francia19.
Sea como fuera y desde luego aparentemente restablecido, Pedro Normande aceptó su nueva misión presentándose en Varsovia el 25 de junio de 1790.
Al poco de su llegada a Varsovia, informaba a Floridablanca cómo muchos
ministros extranjeros acreditados en la capital del Vístula se habían admirado
de la celeridad con la cual Carlos IV había condescendido en nombrar representante suyo antes de que se supiera siquiera el nombre del futuro embajador de Polonia en Madrid. Estos mismos ministros sospechaban también que
Normande era el destinado a cumplir la misión de embajador. Sin embargo,
el diplomático español pidió al nuncio papal que le presentase al rey polaco
16. Przezdziecki, R. op. cit., 386.
17. En concreto Normande, aprovechando un permiso de trabajo en la corte moscovita, visitó
Polonia del 22 de febrero al 13 de agosto de 1787. Fierla, A. op. cit., 10. La correspondencia entre Normande y Floridablanca durante estos meses en AGS, Estado, leg. 6658.
18. Ozanam, D., op. cit., 370.
19. Schop Soler, A. M. Zur Geschichte des Spanischen Ministers und Rusland, Saeculum, 1972, 144,
citado en Fierla, A. op. cit., 10.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
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“como viajero” y así lo recibió Estanislao Augusto Piniatowski, esperando que
el español obtuviera su cargo diplomático definitivo en Varsovia20.
Al mismo tiempo, también en Polonia se buscaba embajador para ser
enviado a España. La Gran Dieta había designado como ministro plenipotenciario a Feliks Oraczewski, quien por razones familiares pidió el favor de ser
enviado a París, lo que se le concedió. La elección definitiva recayó en Tadeusz
Morski el 14 de agosto21. Según Normande, Morski era «un hombre amable
en la sociedad, de un trato más seguro que cualquier otro de allí; bastante instruido
y muy sagaz, pero está muy imbuido de las nuevas máximas de independencia y de
los derechos del hombre»22. Tan solo cuando este nombramiento fue oficial, Normande escribió a Madrid solicitando desempeñar el cargo de embajador. Pero
sus aspiraciones no se vieron colmadas y en noviembre le llegaron sus credenciales para el puesto de “enviado extraordinario y ministro plenipotenciario”
hasta la llegada del designado para el puesto de embajador, Miguel de Cuber23.
Pedro Normande y Mericán. Estacia en Varsovia
Tal y como se recoge en el trabajo de Anna Fierla, la estancia de Pedro Normande en Varsovia pasó prácticamente desapercibida entre sus contemporáneos24. Se puede decir que Pedro Normande cumplió a la perfección el mandato del conde de Floridablanca: discreción. El diplomático español evitó
cualquier actividad visible, nadie le reprochó nunca nada, se dedicó a sus tareas
de representación y la gran mayoría de las personas que estuvieron ese tiempo
en Varsovia ni siquiera notaron su presencia. Tan solo parece existir una mención a su persona, la emitida por el poeta, dramaturgo y estadista Julian Ursyn
Niemcewicz:
Igualmente desde los tiempos de Augusto III no se había visto en Polonia al
ministro de España, el último ha sido el famoso conde de Aranda25. Resulta que
este ministro en hoy el señor Normandes (sic). Era un hombre de talentos me20. AGS, Estado, leg. 6597. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 30 de junio
de 1790.
21. Makowiecka, G. op. cit., 172.
22. Przezdziecki, R. op. cit., 387.
23. Fierla, A. op. cit., 13.
24. Ibíd., 8–22.
25. En verdad el conde de Aranda dejó un gran recuerdo entre sus contemporáneos. Véase
La Oda “Ad comitem Aranda”de Estanislao Konarski, Werset, Lublin, 2012.
70
cristina gonzález caizán
diocres, pero honesto. Había sido anteriormente ministro en Petersburgo y trajo
consigo una cantidad de amatistas, con las cuales se solía adornar. Recuerdo que
cuando vino a la sesión del parlamento la primera vez, al recordar que antaño las
Cortes rodeaban a los reyes españoles como nosotros lo hacemos hoy, se conmovió a lágrimas26.
A los pocos días de instalarse en Varsovia, escribió su primera carta al
conde de Floridablanca fechada el 5 de julio de 179027. En ella, Normande
muestra su sorpresa al observar cómo han mudado los asuntos en Polonia desde la última vez que visitó el país en 1787. En aquel entonces los principales
instrumentos de la política rusa en Polonia eran: garantizar el régimen para
evitar cambios constitucionales; mantener una presencia destacada del ejército ruso para protegerse de cualquier tipo de oposición militar y el dictado
de los sucesivos embajadores rusos en la corte de Varsovia: Repin, Wołkoński,
Saldern y Stackelber. En poco más de dos años, estos tres elementos habían
dejado de existir. Pedro Normande lo describe con estas palabras:
Las cosas han mudado de tal modo en Polonia de tres años a esta parte que
sólo habiéndolas visto tres años hace y viéndolas ahora, se lo puedo uno persuadir.
Se ha mudado la constitución en general; se ha creado un ejército; los estados se
han apoderado de casi toda la autoridad real, la que siempre ha sido muy limitada
aquí principalmente en este reinado28; se han establecido contribuciones onerosas,
conformándose la nobleza, que era franca, a repartirlas con las demás clases de vasallos. Entre éstas, el clero está considerablemente tasado y se han hecho arreglos
según los cuales los obispos perderán la mayor parte de sus rentas temporales. Una
potencia vecina [Rusia] que era señora y dominadora suprema en este reino se ha
visto precisada a retirar a su embajador [Otto Stackelberg] el cual, por su talento
26. Niemcewicz, J. U. Pamiętniki z czasów moich, Państwowy Instytut Wydawniczy, Varsovia,
1957, t.1, 292. También nos informa que Normande iba personalmente a la Dieta para asistir a las sesiones.
27. AGS, Estado, leg. 6597. Normande a Floridablanca, 5 de julio de 1790.
28. La frase es muy justa, según las reglas de la monarquía electiva cada rey polaco juraba
durante su coronación los llamados “pacta conventa”; es decir, los artículos que protegían los privilegios de la nobleza. Las garantías que había jurado Estanislao Augusto Poniatowski durante su
coronación, que tuvo lugar bajo la protección de las tropas rusas, limitaban aún más sus poderes.
Ninguna otra monarquía electiva tenía tan débil el poder real como en Polonia. Las monarquías
absolutas no tenían ningún poder legal que limitara sus acciones y los ministros de estado dependían
tan solo de la gracia real. La monarquía electiva solía ser fuente de desazones entre los diplomáticos
españoles.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
71
personal y por su representación, ha sido aquí más temido y más obsequiado durante 18 años que el Monarca del país29.
La correspondencia de Normande es extensa pero se reduce a referir los
detalles y acuerdos de la Dieta entonces reunida y la situación exterior de Polonia30. El diplomático español señalaba con lamentos cómo en Polonia el rey
no contaba con el respeto de la nación y marcaba algunos de los principales
yerros en los cuales había incurrido: presencia de las tropas rusas en territorio polaco, preponderancia de los embajadores rusos en la corte de Varsovia
y aceptación del primer reparto. En sus cartas se respira el evidente temor a un
nuevo reparto pero no aparecen reflexiones críticas sobre la situación política
interna o externa de Polonia. Sus informes son meramente descriptivos careciendo de brillantez y análisis. Quizá si hubiera poseído cifra –como era su
deseo– hubiera podido enviar noticias más concretas, expresivas y personales,
pero la cifra no le llegó nunca. Por lo tanto, el único canal que tenía para comunicarse era el estrictamente oficial. Y desde la oficialidad se le había exigido:
discreción absoluta y no hacer ruido.
No obstante, Pedro Normande sí se aventuró a señalar cuál era el origen del mal gobierno de la República y todos sus males. Para el diplomático
español todo era fruto de la falta de poder absoluto. En esta carencia encontraba el origen de todos los padecimientos sufridos por el país eslavo. Solo
mediante un régimen absolutista, Polonia podría alcanzar su independencia.
La falta de autoridad real es algo que Normande no comprende. Le sorprende
la enorme facilidad con la cual, por ejemplo, los embajadores del rey polaco
abandonaban su misión en otras cortes extranjeras incluso después de estancias muy cortas y otros incluso ni llegaban a su destino31.
Al diplomático español le asustaba esta falta de autoridad real y señalaba
que en la nueva constitución sería fundamental declarar la monarquía hereditaria y así impedir el recelo de los disturbios de los interregnos. En este
sentido el despacho que envió el 19 de enero de 1791 –y recogido por Richard
Przezdziecki– es bastante ameno e instructivo sobre cómo también los polacos estaban cambiando y aceptando con naturalidad la idea de una monarquía
hereditaria. El rey había cumplido el día 17 de enero cincuenta y nueve años,
29. AGS. Estado, leg. 6597. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 5 de julio
de 1790.
30. Fierla, A. op. cit., 23–61. Véase también varias de sus cartas en AGS, leg. 6597 y Archivo
Histórico Nacional (en adelante, AHN), Madrid, Estado, legs. 4433 y 4382.
31. Fierla, A. op. cit., 67–70.
72
cristina gonzález caizán
pero a causa de las sesiones de la Dieta no hubo recepción y los fastos del regio
cumpleaños habían quedado reducidos a una representación de ópera italiana
con la asistencia del monarca. La pieza elegida llevaba la firma del ya mencionado poeta Niemcewicz y se intitulaba: El nuncio de vuelta en su Palatinado32.
Esta comedia, enteramente alusiva a la revolución operada por la Dieta, fue
merecedora de los mayores aplausos. Uno de los episodios que mayor satisfacción produjo entre el público fue el relativo a hacer hereditaria la Corona,
ridiculizando el sistema de elección, diciendo el diplomático español: «Acaso
diez años hace, el público, en lugar de aplaudir hubiera pegado fuego al teatro».
El nuncio de Kalisz quiso, en la Dieta, censurar al Gran Mariscal por haber
permitido la representación de la comedia, pero se lo impidió la burla y la risa
de los demás33.
Poco después fue nombrado secretario de esta legación Leonardo Gómez
de Terán y Negrete que llegó a Varsovia el 14 de abril34. Con despacho del
2 de marzo, Pedro Normande informaba a Madrid del acercamiento entre
Prusia y Polonia enviando a Floridablanca noticias del proyecto del tratado
ambos redactados además por el ministro de Inglaterra. También apuntaba
a una próxima disgregación de Polonia: pues Prusia no renunciaba a la cuestión de Gdank y Torun35. Las sesiones de la Dieta en abril se ocuparon
con mucho interés de atenuar las diferencias entre los nobles y los burgueses,
de tal modo que llegaron a confundirse con el tiempo36, más por aumento del
primero, concediendo sus privilegios a muchos burgueses que cumplieran cier32. En polaco: Powrót posła. Niemzewicz escribió esta comedia en tres actos en 1790 en una
clara reacción a la política interior y exterior de Polonia. Se representó por primera vez el 15 de enero
de 1790 y alcanzó un gran éxito. Un estudio de esta obra en Skawarczyński, Zdzisław. Wstęp, Julian
Ursyn Niemcewicz, Powrót posła, Ossolineum, Wrocław, 1983. La pieza en cuestión puede consultarse en <http://www.wolnelektury.pl/katalog/lektura/powrot-posla.html>.
33. Przezdziecki, R., op. cit., 388–389.
34. Ozanam, D. op. cit., 281–282.
35. «Es tan punitivo el contenido de ambos documentos, que no puede menos de arrastrar el ascenso
general contra la noticia de haber propuesto un nuevo reparto de la Polonia la Corte de Berlín a la Austria. Sin embargo, los antiprusianos no dejan de hacer el repaso, que la misma nota no disuade, de la idea
de la Corte de Berlín de adquirir Danzig y Thorn en medio de haber publicado su encargado de los negocios
que no quiere oír hablar de tal cesión la misma Corte, en vista de lo que repugna a gran parte de esta nación». AHN, Estado, leg. 4382. Normande a Floridablanca, 30 de marzo de 1791.
36. «Los Estados de este Reino en su Junta de antes de ayer han entendido y ratificado el Decreto,
cuyos principios diré a V.E. con el último ordinario, que establecieron en su anterior sesión y de los cuales
han de resultar en pocos años que se hallen confundidos uno en otro los dos órdenes de Nobleza y Burguesía.
En publicándose esta pragmática (la que hará Época en la Historia de Polonia) enviaré a V.E. copia».
AHN, Estado, leg. 4382, Normade a Floridablanca, Varsovia, 20 de abril de 1791.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
73
tas condiciones o desempeñaran destinos en la milicia o la administración37.
En la correspondencia de Normande observamos un cierto grado de admiración y apoyo por la burguesía como un motor de estabilidad necesario. Las
sesiones de la Dieta se interrumpieron a causa de la Semana Santa38.
La Constitución del 3 de mayo
Al fin llegó el 3 de mayo de 179139. La noticia de la proclamación de misma
fue una sorpresa para el diplomático español. Desde el principio, Normande
utiliza la palabra “revolución” y observa una clara tendencia en debilitar la influencia que había venido ejerciendo la Rusia de Catalina II sobre Polonia.
Sin embargo, Pedro Normande, en su primer despacho (de ese mismo día), se
fijaba más en los considerables cambios que esta Constitución suponía para
el gobierno del reino:
Se ha verificado hoy aquí una revolución que consiste esencialmente en haberse resuelto en Dieta una mudanza total en la constitución del Reino. Se concede al Rey todo el poder executivo. Estará asistido S. M. polaca de seis ministros
los cuales formarán su consejo y estarán a su nombramiento. Cada resolución del
soberano estará firmada por uno de estos ministros y el que la firme será responsable de que es conforme a las leyes hechas por los Estados. Bastará que cualesquier
de estos ministros no sea grato a los dos tercios de los vocales de la Dieta para que
el rey lo haya de destituir. Se ha declarado al elector de Sajonia por sucesor de este
soberano y la corona hereditaria en su descendencia con la circunstancia de que
en caso de que no la tuviere masculina, recaerá la corona en su yerno con tal
de que se case su hija con príncipe del agrado de los Estados. Todos los empleos
quedan a nombramiento del rey, pero no se le deja el manejo del tesoro, el derecho
de imponer tributos, ni de declarar la guerra ni hacer la paz.
Con el correo de mañana enviaré a V. E. la relación de este suceso el cual se
ha verificado sin el menor derramamiento de sangre ni grande oposición y según
creo, sin la concurrencia de ninguna de las potencias extranjeras. Esta carta la di37. Przezdziecki, R., op. cit., 390.
38. R. Przezdziecki señala cómo era celebrada la Semana Santa en aquella época: «el Rey comulgó en público el Jueves Santo y lavó los pies y sirvió de comer a doce pobres; hizo las visitas de Viernes Santo;
y el Domingo de Resurrección hubo comida de gala, con una mesa de treinta cubiertos, entre los que estuvo
Normande, y mientras la comida los músicos de la Capilla Real tocaron sonatas de los mejores maestros.
Presentó Normande al Rey y a la Corte al secretario Gómez de Terán» (Przezdziecki, R. op. cit., 390).
39. Fierla, A. op. cit., 76–83.
74
cristina gonzález caizán
rijo a V. E. bajo cubierta del señor don Oracio Borghesi con correo que despacha
a su corte este encargado de los negocios de Prusia40.
El despacho enviado el día 4 a Madrid muestra a un Normande enterado
de los acontecimientos del desarrollo de la sesión pero se abstiene de elaborar
cualquier análisis político de los mismos41. También debemos comprender que
Normande, sin conocer la lengua polaca, debió esperar a la traducción francesa
de la misma para poseer un conocimiento detallado de la misma y no dejarse
llevar por los rumores. Por eso el diplomático español pidió tiempo a Floridablanca, pero aún así sus informes sobre la Constitución continúan siendo
limitados y superficiales42. La única excepción se refiere a las nuevas leyes sobre
los nacientes burgueses, hacia los cuales muestra comprensión y aprecio. Y a la
instauración de una monarquía hereditaria, la cual «ha adquirido un aumento
considerable»43.
El 18 de mayo, Normande informaba sobre la composición de los miembros
del Consejo de Estado y el 25 enviaba a Floridablanca un ejemplar de la Constitución (impreso en Varsovia por P. Dufour, 8º, 43 páginas). Días después
se publicó un folleto anónimo en polaco que se repartía furtivamente por las
casas y era fulminante contra la nueva Constitución44. Pero este ambiente no
pareció preocupar a Normande. Tampoco se inmutó ante el creciente ambiente parisino que se respiraba en la capital del Vístula. La creación de un
Club de Amigos de la Constitución, la presencia de la burguesía en las calles
de la capital o la propensión de erigir un templo en conmemoración de la nueva Constitución, son asuntos que narra sin ningún tipo de comentarios45.
En su defensa podemos alegar que Normande deploraba carecer de cifra a fin
de poder dar noticias más concretas y expresivas. Quizá fuera esta una de las
razones de su “neutralidad” a la hora de analizar los acontecimientos.
40. Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 3 de mayo de 1791.
41. AHN, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 4 de mayo
de 1791. Y la misma tónica continúa en las cartas de los días 7, 14 y 25 de mayo. Ocupadas prácticamente todas ellas de la “Revolución en Varsovia”, Normande sigue absteniéndose de hacer cualquier
comentario.
42. Recordemos que en las instrucciones de Floridablanca se pedía no soportar ninguna acción
dirigida abiertamente contra la zarina y, al mismo tiempo, el secretario de Estado intentaba salvar
a España de cualquier influencia o cambio revolucionario.
43. AHN, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 4 de mayo
de 1791.
44. Przezdziecki, R. op. cit., 393.
45. Fierla, A. op. cit., 82–83.
El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española...
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Próximo a terminar su misión se complació en despacho del 10 de agosto
en alabar la conducta del secretario Gómez de Terán. También señaló haber
recibido noticias de Cuber desde Viena que estaba presto para salir a Varsovia.
En cuanto llegara Cuber, Normande saldría de esta capital para visitar la provincia de Volhinia, única región que le era desconocida y muy interesante por
la abundancia de sus frutos y comercio por el Mar Negro. El 23 de agosto
comenzaba su correspondencia oficial Miguel de Cuber, que había llegado
a Varsovia el 20. Pedro Normande permaneció todavía en esta ciudad hasta
el 5 de noviembre, en que la deja definitivamente46. Poco después de su arribo
a España, solicitó una nueva misión a Manuel Godoy. Concediéndosele el puesto de embajador en la corte de Dinamarca (1793–1800)47.
En definitiva, en la correspondencia de Pedro Normande y Mericán no
encontramos ninguna reflexión o crítica a la situación política y los cambios trascendentales sufridos en Polonia en los meses previos y posteriores
a la Constitución del 3 de Mayo de 1791. Tampoco las hay en relación al propio
texto constitucional. Quizá el diplomático español pensaba que el texto era tan
claro que no hacía falta comentarlo. Pero lo más probable es que no estuviera
seguro de cómo lo iba a interpretar el destinatario de la carta o temía que sus
comentarios no coincidieran con los de Floridablanca. El conde “tenía horror de la nueva luz que venía de Francia”, por lo cual los cambios en Polonia
podían parecerle demasiado revolucionarios. Normande parecía ignorar los
asuntos internos de Polonia, con lo cual esta Constitución le sería de muy
difícil comprensión, amén de tenerse que dejar llevar siempre por las traducciones de la misma.
Por otro lado, en la correspondencia de Pedro Normande no encontramos
sorpresa frente a los rasgos típicamente polacos. El diplomático español estaba
acostumbrado a las naciones de esta parte de Europa y probablemente durante
sus años de servicio en Rusia aprendió sobre el régimen de Polonia. Para Normande la evidente decadencia y caída moral del reino eslavo está directamente
vinculada con la peculiaridad del sistema polaco.
En cualquier caso el fortalecimiento de Polonia no estaba bien visto en Madrid. España llevaba una política de amistad con Rusia y quería hacer lo mismo con Austria. España se negó a intervenir en Polonia y no se comprometió
en absoluto en ayudarla o apoyarla en aquellos cambios que parecían ayudarla
46. Przezdziecki, R. op. cit., 394–395.
47. Ozanam, D. op. cit., 370.
76
cristina gonzález caizán
a salir de su caída48. Gabriela Makowiecka presentó a Normande como un diplomático excelente, amigo fiel de los polacos y entusiasta de una Polonia
fuerte e independiente. Para esta autora, Normande alabó con entusiasmo
la proclamación de la Constitución49. Sin embargo, leyendo detenidamente su
correspondencia, Pedro Normande parece apoyar las reformas constitucionales polacas hasta el punto donde empiezan a constituir una amenaza para las
influencias rusas en este país. Los intereses de la corte de Madrid pasaban por
una Rusia fuerte y segura. Una política individual de Polonia y sobre todo una
Polonia fuerte e independiente no había sido prevista por Madrid.
Streszczenie
Relacje dyplomatyczne pomiędzy Polską a Hiszpanią w XVIII wieku charakteryzowały się nieregularnością. W 1790 r., z inicjatywy dworu polskiego, narodziła się idea
ich ożywienia. W tym celu do Madrytu wyruszył przedstawiciel Stanisława Augusta
Poniatowskiego, Lewis Littlepage, który miał zaproponować Karolowi IV wymianę
ambasadorów. Oferta spotkała się z zainteresowaniem króla Hiszpanii, a do Warszawy udał się doświadczony dyplomata Pedro Normande. Przybył on do Polski na kilka
miesięcy przed proklamacją Konstytucji 3 Maja. Jego korespondencja z Warszawy
świadczy o neutralnym nastawieniu wobec rozgrywających się wydarzeń. Konstytucja,
oprócz innych korzyści, hamowała wpływy rosyjskie w Polsce. A Rosja była głównym
sojusznikiem Hiszpanii w tej części Europy.
48. Anna Fierla defiende en su trabajo la gran profesionalidad mostrada por Normande al
frente de su misión en Varsovia. Su experiencia, cuya prueba son sus métodos de prever un posible
conflicto bélico), pragmatismo (su posición neutra a pesar de la política pro rusa española) y perspicacia (entendiendo el doble juego de Prusia), son solo algunos ejemplos de este buen hacer del
diplomático española (Fierla, A. op. cit., p.95).
49. Makowiecka, G. op. cit., 168.
La Constitución
de Cádiz de 1812
José Luis Gómez Urdáñez
(Logroño)
Vísperas del Dos de Mayo
E
l Dos y el Tres de Mayo, la historia de España y la de Polonia vuelven
a coincidir en torno a hechos singulares de enorme importancia histórica,
política y sentimental. Para España, el Dos de Mayo fue el día de la sublevación de los españoles, en 1808, y el comienzo de su lucha por la “independencia
de la patria”, que pagaron ese día y el siguiente con cientos de víctimas en Madrid, caídos ante la represión de los militares franceses a las órdenes de Murat,
el lugarteniente de Napoleón. Para Polonia, el Tres de Mayo es el día en que
se aprobó la Constitución de 1791, Konstytucja Trzeciego Maja –la primera
constitución después de la de Estados Unidos, antes de la francesa-, un día
de grandes esperanzas para los polacos, que sin embargo, lejos de traerles los
beneficios que esperaban de la norma ilustrada, fue la antesala de la guerra y de
la desaparición de Polonia como estado soberano, consumada en 1795. Para los
dos países, el Dos y el Tres de Mayo son, pues, el principio del fin del Antiguo Régimen y el tránsito entre las ilusiones concebidas durante la Ilustración
y la cruel realidad de la guerra y la revolución. En España, Goya o Jovellanos fueron testigos –y actores- de este proceso histórico que cambió el curso
de la historia. También, de otra forma bien distinta, lo fueron los últimos reyes
y su primer ministro y amigo, Manuel Godoy. Y –quién iba a imaginarlo- los
soldados polacos al servicio de Napoleón también se dieron cita en España,
bien para cubrirse de gloria en el campo de batalla –Somosierra, noviembre
de 1808- o para sufrir la crueldad terrible de la guerra –los sitios de Zaragoza-,
bien para ayudar con sus recuerdos a comprender las distintas facetas del conflicto y su dimensión internacional.1 Pero sobre ellos siempre estuvo la mirada
1. González Caizán, C. El anónimo polaco. Zaragoza en 1809. Institución Fernando El Católico,
Zaragoza, 2012. La profesora González Caizán ha contribuido durante estos últimos años a rescatar
las memorias de los polacos en España, dejándonos varias publicaciones de enorme interés.
80
josé luis gómez urdáñez
de un personaje singular, el hombre que cambiaría de raíz el mundo establecido: Napoleón Bonaparte.
La monarquía española
La historiografía ha sido cruel con Carlos IV, el rey que tuvo que partir al exilio
después de entregar el trono a José I Napoleón en las abdicaciones de Bayona,
en 1808; fue por tanto el primer Borbón en salir de España, perdiendo la corona (luego le seguirían Isabel II y Alfonso XIII). Por eso, se han amplificado
sus peores cualidades, su propia actitud de bonachón consentidor, al contrario
de lo que se ha hecho con su padre, que pasa por ser el rey virtuoso, ilustrado
y protector de ilustrados, que expulsa a los jesuitas; para algunos, incluso el que
permitió el gobierno de volterianos y libertinos como el conde de Aranda,
o Pablo de Olavide2.
A diferencia del incensado Carlos III, Carlos IV fue blanco de la crítica
desde antes de llegar al trono. No era tan inepto e indolente como se ha dicho,
pero hubo de esperar cuarenta años a la sombra de su padre, sumergido en las
rutinas de la vida familiar y expuesto a las intrigas políticas –como ocurrió
siempre en el cuarto del príncipe-, en las que fue involucrado más que ningún otro vástago de la familia real en todo el siglo (luego lo sería más aún su
propio hijo Fernando VII). Se dice que este último Borbón no tuvo interés por
la política, quizás aplastado por la personalidad absorbente del padre, pero
Carlos III le hacía despachar con él y, desde luego, la indolencia no se mostró
en su temprana actividad política, cuando se prestó al juego del partido aragonés, tomando partido por los arandistas. La arriesgada carta que escribió
a su padre tras la crisis política de 1776 –que dio como resultado la caída del
secretario de Estado, el abate Grimaldi, sin que Aranda fuera llamado a mandar-, o la más arriesgada aún que dirigió al propio conde de Aranda en marzo
de 1781 quejándose de “lo desbaratada que está esta máquina de la monarquía”
y pidiéndole un “plan” para gobernarla –que el conde aragonés redactó haciéndose ilusiones de nuevo-, son elementos suficientes para delatar a un hombre
inquieto, pendiente de los asuntos políticos; igual que su mujer, María Luisa
2. Esta versión, fomentada por Marcelino Menéndez Pelayo en sus célebres Heterodoxos, ya no
es mantenida en España por casi nadie, lo que representa un logro de la renovación historiográfica
española de las últimas décadas. Véase Gómez Urdáñez, J. L. “El caso Olavide. El poder de Carlos III
al descubierto”, en Los grandes procesos de la Historia de España, Iustel, Madrid, 2ª edición corregida,
2010, 407–434. Todos mis trabajos, en www.gomezurdanez.com
Vísperas del Dos de Mayo
81
de Parma, que ya aparece con él al timón cuando escribe la carta a su padre: “mi
mujer que está aquí presente”, dice el príncipe expresamente como si quisiera
dar a entender algo que ya no escapaba a la vista de nadie: la princesa, mujer
intrigante y ambiciosa, le dominaba. Pero lo mismo se había dicho de Felipe V,
o de Fernando VI. De este mal sólo se salvaba en la familia el viudo y morigerado Carlos III, que en la célebre carta que escribió a su hijo, en 1776, le decía:
Por último quiero hacerte otra observación importante. Las mujeres son naturalmente débiles, y ligeras; carecen de instrucción, y acostumbran mirar las cosas superficialmente, de que resulta tomar incautamente las impresiones que otras
gentes, con sus miras, y fines particulares, las quieren dar. Con tu entendimiento
basta esta observación, y advertencia general. Tu propia reflexión, si te paras con
flema a examinar las cosas, y a oír todas las partes, te abrirá los ojos, y te hará más
cauto, como yo lo soy á fuerza de experiencias, y de no pocos años y pesares3.
La regia esposa, María Luisa, hija del príncipe de Parma, Felipe, “Pipo”,
el hijo adorado de Isabel Farnesio –hermano por tanto de Carlos III-, había
recibido una educación muy diferente a la que tuvo Carlos IV. Era una mujer
culta, aficionada a las fiestas y al lujo de la corte afrancesada de la que provenía.
Resuelta e intrigante, recordaba a su abuela, Isabel Farnesio, pero no era, ni
con mucho, tan inteligente como la leona. El príncipe Carlos, por el contrario,
había vivido en una corte austera, rígida y poco festiva, de poca sociedad. Carlos
III no era amigo de bailes y salones, no le gustaba la música ni menos trasnochar. En Madrid podía haber algo más de trato social, pero cuando la corte se
trasladaba a San Ildefonso o a El Escorial, todo se ruralizaba. Casacas pardas,
fusiles, perros y una legión de huroneros, ojeadores y criados convertían los
espléndidos Sitios en cazaderos malolientes. Las piezas muertas se amontonaban durante días, para “ablandarlas”, hasta en los pasillos de los palacios,
mientras Carlos III, el infante don Luis –hasta que fue retirado de la cortey el príncipe Carlos cazaban y se llaneaban con los cortesanos más aficionados
a las batidas y con los sirvientes, con esa campechanía que el corpulento Carlos
llevaba al extremo dando ruidosas palmadas en la espalda del que saludaba.
Pero esa era la diversión –y la terapia- familiar, en la que participaba gusto3. Sobre las relaciones entre Carlos III y Carlos IV, Gómez Urdáñez, J. L. “El padre es el rey. Las
intrigas en el “cuarto del príncipe” en el siglo XVIII”, ponencia presentada en el congreso internacional celebrado en Saint Etienne, en septiembre de 2012, Le père comme figure d’autorité dans le monde
hispanique, en prensa. La carta de Carlos III, que se conserva en el AHN, fue publicada por Danvila,
en 1895. Digitalizada en Biblioteca Virtual Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/
carta-indita-de-carlos-iii-a-su-hijo-el-prncipe-de-asturias
82
josé luis gómez urdáñez
samente el futuro Carlos IV, aunque nunca necesitó el ejercicio físico como
antídoto contra los “vapores” que habían afectado a su tío, Fernando VI, y que
su padre decía combatir saliendo a diario a cazar “así cayeran chuzos de punta”.
Carlos IV era un hombre fuerte y nunca tuvo problemas de cabeza4.
Además, Carlos IV fue un hombre culto, mucho más que su padre. Sabía
varios idiomas, tocaba muy bien el violín y tenía mucho interés por una enorme variedad de oficios, sobre todo por la ebanistería y la relojería. Él mismo
trabajaba con los artesanos y arreglaba los relojes, de los que estaba pendiente
para iniciar cualquier actividad (en esto sí heredó la manía de su padre). Pero,
también como su padre –a pesar de lo que digan los hagiógrafos-, Carlos IV
concebía la política como un teatro que apenas tenía prolongación al otro lado
de los muros de palacio. Intrigas en la corte, ascenso o caída de los ministros,
facciones en pugna, en fin, la política cortesana pudo aún merecer la atención
del rey y de la reina, pero –con Godoy o sin Godoy- la situación real del país
no despertaba más interés en los reyes que el que provocaban los resultados
que mostraba la Hacienda -que no eran nada halagüeños en 1789- y su propia
imagen de rey absoluto, pero paternalista, que se reflejaba en los preámbulos
de las leyes, siempre dirigidas a remediar los abusos y calamidades que sufrían
sus “amados vasallos”, y que obviamente él no había escrito.
Una primera manifestación paternal tuvo lugar nada más comenzar el reinado, pues Carlos IV se encontró con una nueva crisis del pan tras la desastrosa cosecha de 1788. Para evitar los motines, que ya empezaban a producirse,
decretó medidas para abaratar el trigo y perdonó algunas deudas a Hacienda.
El rey, que pensaba en su reino como “una grande heredad”, creía que había
llegado la hora de “cultivarla” antes que “disfrutarla”, como escribe en la Instrucción reservada nada más llegar al trono (que tiene el estilo de Floridablanca, el ministro que también heredó de su padre):
Recelo que se han empleado siempre más tiempo y desvelos en la exacción
o cobranza de las rentas, tributos y demás ramos de la Real Hacienda, que el cultivo de los territorios que los producen y en el fomento de sus habitantes que han
de facilitar aquellos productos. Ahora se piensa diferentemente, y éste es el primer
encargo que hago a la Junta y al celo del ministro encargado de mi Real Hacienda,
esto es: que tanto o más se piense en cultivarla que en disfrutarla, por cuyo medio
será mayor y más seguro el fruto. El cultivo consiste en el fomento de la población
con el de la agricultura, el de las artes e industria, y el comercio.
4. Egido, T. Carlos IV, Arlanza, Madrid, 2001.
Vísperas del Dos de Mayo
83
Parecía que el reinado de Carlos IV se iniciaba “mirando” al interior del
reino, resucitando la política reformista, pero pronto los acontecimientos le
obligarían a discurrir por una coyuntura internacional tan compleja -y peligrosa- que torció decisivamente el curso de la política y, desde luego, obligó
al rey y a la reina a tomar decisiones trascendentales, mucho más que lo que
mantiene la historiografía, que sigue insistiendo en la abulia de uno y la frivolidad de la otra.
Es cierto que Godoy dominó la voluntad de los reyes –igualmente es segura
su lealtad y cariño hacia la real pareja, en el trono y luego en el exilio-, pero son
los reyes quienes, a pesar de todo, toman decisiones, algunas de altura, como
por ejemplo, en 1801, expulsar de nuevo a los jesuitas, a los que tres años antes
les habían permitido volver (luego, Carlos IV se arrepentirá en el exilio de su
decisión); o cuando, en 1798, cesan a su querido Manuel, ya príncipe de la Paz
–por tanto de la familia- y nombran al volteriano Urquijo. Todos los actos se
producen bajo fuertes presiones, pero también es cierto que el pensamiento
de los reyes, especialmente el de la reina, fue derivando a posiciones cada vez
más conservadoras tras el fracaso del equipo más ilustrado del siglo –Jovellanos, Soler, Urquijo, Saavedra, Cabarrús- y la llegada al ministerio de justicia
de un oscuro funcionario, José Antonio Caballero, que acabaría simbolizando
la posición más reaccionaria. El mismo cariz tomaba la “ideología” de los que
conspiraban en torno al príncipe Fernando, con el cura Escoiquiz a la cabeza.
Con todo, Godoy seguía insistiendo en que su política era ilustrada y proponiéndose como protector de ilustrados caídos en desgracia.
Sin embargo, pronto aparece en escena el hombre que va a romper todo
en la Europa del Antiguo Régimen, cortes, leyes, privilegios, costumbres: Napoleón Bonaparte5. Tras el éxito personal que supuso para Godoy la paz de Basilea y la alianza con Francia a raíz del pacto de San Ildefonso (1796) –Príncipe
de la Paz-, el reinado en el futuro queda sometido al dictado del pequeño corso
y, sin embargo, este extremo se ha tenido menos en cuenta que la privanza del
cortejo de la reina y los pasquines obscenos, falsos. Cuando cayó Floridablanca, en febrero de 1792, le decía a Azara: “Peores cartas para jugar nadie las ha
tenido, ni jugadores más descabellados”. Lo mismo podrían decir Carlos IV
y María Luisa, y en general, todos los que tuvieron responsabilidades en este
borrascoso periodo de la historia de España, incluido el conde de Aranda, que
al final se encontró –una vez más- con la ira regia y esta vez, definitivamente, con el castigo. Los últimos personajes del Antiguo Régimen en España
5. La última biografía de Napoléon editada en España, Granados, J. Breve historia de Napoleón,
Nowtilus, Madrid, 2013.
84
josé luis gómez urdáñez
sufrieron cruelmente los vaivenes políticos, como había ocurrido ya antes,
pero ahora las víctimas serán más, y más la crueldad; puede decirse que todos
acabaron probando el amargo sabor de la desgracia política6. Floridablanca,
Aranda, Jovellanos, Cabarrús, Urquijo, Soler, por citar sólo a las figuras políticas descollantes, pasaron por la cárcel, mientras algunos ilustrados arriesgados
tuvieron que exiliarse, por voluntad o por la fuerza, años antes de que la guerra
provocara el primer gran exilio político de españoles. Hubo incluso quien pagó
con la vida de una forma tan cruel que nos hace recordar a Goya en sus dibujos
y grabados; me refiero a Miguel Cayetano Soler, matado a palos por las calles
de un pueblo de La Mancha, en el que descubrieron los lugareños que tenían
en el calobozo nada menos que al ministro de Hacienda de Carlos IV, el que
les había cargado el impuesto sobre el vino, lo que había contribuido a empobrecerles aún más. Soler era hijo de criados mallorquines, quizás el hombre
de más baja alcurnia que haya sido ministro en España.7
Los propios reyes, también exiliados después de las patéticas escenas
de Bayona en 1808, darán en Roma una imagen de profunda tristeza, tras
peregrinar por Fointainebleau, Compiègne, Niza y Marsella –donde vivieron cuatro años-, sometidos a los caprichos de Napoleón y, luego, una vez
rey de España su hijo Fernando VII en 1814, acosados por él con una crueldad escalofriante, tanto que hacía decir a la madre: “jamás hubo en el mundo
padres tan desventurados como nosotros”. Y eso que no sabían que el hijo
mantenía sobre ellos una estrecha vigilancia para evitar su regreso a España,
llegando a pedirle al Papa que les prohibiera el viaje si tomaban esa decisión
y solicitaban el permiso del Santo Padre para volver. El final de la real pareja
no pudo ser más desgraciado: la reina moría sola en Roma, en enero de 1819,
sin el rey, que estaba en Nápoles y no fue ni al funeral. Un año después, moría
Carlos IV en Nápoles, igualmente solo, pues ni el rey de las Dos Sicilias le
acompañó en los últimos momentos. Al contrario, había aprovechado la estancia de su hermano para despacharse a gusto contra su esposa María Luisa
6. Sobre el origen político de la disidencia y la represión antes de 1808, Gómez Urdáñez,
J. L. “Víctimas ilustradas del Despotismo. El conde de Superunda, culpable y reo, ante el conde
de Aranda”, en Actas del Congreso La corte de los Borbones. Crisis del modelo cortesano, Universidad
Autónoma de Madrid, Madrid, 2013
7. Véase Bejarano, E. M. Cayetano Soler, un hacendista olvidado. Diatriba y reivindicación de su
ejecutoria, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2005. Cuando aparezca esta publicación, ya se
habrá editado en España, traducida al español, la obra de Jacques Soubeyroux, Goya politique, que
considero muy importante para conocer el grado de violencia al que llegó la sociedad española que
tuvo que padecer la guerra de la Independencia.
Vísperas del Dos de Mayo
85
y, como dice T. Egido, ante el entierro de su hermano “prefirió no interrumpir
su partida de caza”8.
Las “constituciones” del Reino, en 1789
Es obvio que cuando se convocan las cortes de 1789 nadie piensa en una Constitución, una norma escrita que rija y modere las relaciones entre rey y súbditos –como serán la polaca y la francesa de 1791-, sin embargo, ronda ya por
la cabeza de los ilustrados más conscientes, como Campomanes o Jovellanos,
la idea de que las “constituciones del reino” –así se denominaba al conjunto
de leyes, fueros, normas que venían recopilándose desde hacía siglos9- debían
ser revisadas, modernizadas. De hecho, las cortes de 1789, cuyo objetivo más
importante era jurar al heredero –no nos hagamos ilusiones- ya se convocaron
de manera distinta a las viejas estamentales de los Reinos de Aragón y Castilla.
Como ha advertido T. Egido, el ceremonial de estas cortes reflejaba la precedencia de las “cabezas” de los reinos: Burgos –con la sempiterna oposición
de Toledo-, León, Granada, Sevilla, Córdoba, Murcia y Jaén; pero –y esto es lo
importante-, entre esas “cabezas” estaban también Zaragoza, Palma, Valencia
y Barcelona. Luego, venía el resto de las ciudades castellanas. Nada hubo sobre
los viejos rencores de la Nueva Planta y mucho, sin embargo, sobre cuestiones
en apariencia menos importantes como la derogación de la ley sálica –que fue
aprobada, pero no promulgada, lo que ya sabemos que originará la primera
guerra civil española a la muerte de Fernando VII-, o el silencio tácito sobre
el nacimiento en España del futuro rey, obligatorio en el derecho castellano,
pero que el propio Carlos IV, nacido en Portici, no cumplía. Las únicas protes­
tas fueron las de los diputados de Toledo –ruidosamente escenificadas-, que
disputaban a los burgaleses su título de “caput catellae” desde hacía siglos.
A pesar de que parecía que Campomanes, presidente de las cortes en su
calidad de gobernador del Consejo, quería algo más –quizás ese debate sobre
la constitución de España: algo sobre lo que pensó mucho en sus últimos años,
mirando sobre todo, la situación de las Provincias Vascas y Navarra-, lo cierto
8. De gran interés para conocer el triste destino de estos trágicos actores y de su “querido
Manuel”, la mejor biografía de Godoy, La Parra, E. Manuel Godoy, la aventura del poder, Tusquets,
Barcelona, 2002. Aprovecho para resaltar la desmitificación que hace La Parra sobre los inexistentes
amoríos entre Godoy y María Luisa, lo que prueba más aún la villanía del hijo, el futuro Fernando
VII, al permitir el insulto a su madre e incluso instigarlo.
9. Una de las consecuencias es la Novísima Recopilación, mandada hacer por Carlos IV, en 1806.
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josé luis gómez urdáñez
es que los acontecimientos franceses provocaron el miedo del gobierno y las
cortes fueron clausuradas el 17 de octubre –un mes después de su inauguración- sin que los diputados pudieran hacer otra cosa que votar rápidamente
algunos de los decretos preparados por Floridablanca. Juan Luis Castellano
ha reparado en el potencial revolucionario de estas cortes, que se clausuraron
cuatro días después de que algunos diputados manifestaran a Campomanes su
deseo de solicitar peticiones al rey, para lo que algunos habían recibido, expresamente, plenos poderes de sus ciudades; sin embargo, no era tanto el miedo
a la manifestación pública de la situación real de España lo que preocupaba
a Floridablanca -no había un cahier de doleances, a no ser que alguien echara
mano de los informes de las sociedades económicas, que tenía bien guardados Campomanes- cuanto la intriga permanente de los arandistas, anhelantes
de acontecimientos favorables que fundaban en el cariño del rey hacia el conde. Aranda ya había dejado París y “hacía figura” en la corte, a la espera, ahora
sí, de que hubiera “una A que rija”10.
A pesar de que nada se pudo manifestar en estas breves y últimas cortes del
Antiguo Régimen, el debate sobre fueros y legislaciones diversas, sobre todo las
diferencias fiscales, las aduanas interiores –que iban a seguir dando mucha guerra en el siglo siguiente-, los privilegios de algunas regiones, como las todavía
Provincias Exentas –las Vascongadas, exentas por sus fueros de pagar algunos
impuestos-, estaba ya latente y acabó saltando a la palestra durante el reinado, concitando las mejores plumas, la de Campomanes, muy preocupado por
la formación histórica de España, o la de Jovellanos, que vio en los fueros y en
las diferencias fiscales territoriales “un grave mal, igualmente repugnante a los
ojos de la razón que a los de la justicia”. Retóricamente, el ilustre asturiano se
preguntaba: “¿No somos todos hijos de una misma patria, ciudadanos de una
misma sociedad y miembros de un mismo Estado?” La posición de Guipúzcoa
durante la guerra de la Convención causará mucha inquietud –provocando ya
la desconfianza de Godoy, que le duró toda su vida-, tanta como el estudio
de Juan Antonio Llorente sobre los fueros y los privilegios de los señoríos
vascongados, que fue ya contestado en su tiempo desde posiciones cerradas
en defensa de los privilegios, antesala de las futuras guerras carlistas. En definitiva, la igualdad de los españoles era lo ilustrado -como pudo comprobar
10. La A que rija es una referencia al conocido pasquín del partido aragonés contra Grimaldi
en 1776: “Una G que quita el sueño (Grimaldi), una O me martiriza (O’Reilly), pues borrarlas es
muy fácil y poner una A, que rija (Aranda). Es de gran interés sobre estos asuntos, Castellano, J. L.,
“El rey , la Corona y los Ministros”, en La pluma, la mitra y la espada, Marcial Pons, Madrid, 2002,
31–48. Sirva como homenaje al gran amigo fallecido.
Vísperas del Dos de Mayo
87
Jovellanos frente a la Inquisición, que le acusó de fomentarla-, y la igualdad
estuvo presente en el debate constitucional, pero habría que esperar hasta las
cortes de Cádiz y su obra ilustrada: la Constitución de 1812.
Pero la España de Carlos IV mantiene todavía el vigor en las minorías
que recordaba alguno de los logros de Carlos III, especialmente, las Reales
Sociedades Económicas de Amigos del País, aunque ya se sabía que la mayoría
vivían ya en el letargo al que les había condenado la falta de medios y la desilusión de los socios más activos. Pues los últimos años de Carlos III volvían a ver
la vuelta del hambre; la cosecha de 1788 fue mala, incluso hubo algunos disturbios. La pobreza volvía a aparecer amenazadoramente en el campo y se extendía la desesperanza ante la falta de impulso político11. Las tensiones en la corte
entre arandistas y golillas propiciaban la sensación de desgobierno, de desconexión entre la corte y el país. De ello se venían quejando los hombres más emprendedores, los que más habían esperado de las reformas de Carlos III, que
ahora, al llegar el nuevo rey, veían las enormes dificultades, una de ellas, la que
nacía de la desarticulación institucional entre el gobierno y las provincias. Pues,
a pesar de la reforma administrativa emprendida en 1787 (que en parte parecía
beber de las fuentes de Necker), de los intentos de llevar a cabo una nueva delimitación provincial, de la consolidación de los intendentes y del éxito de las
reformas municipales carlosterceristas, la corte seguía siendo el escenario total,
el único centro de la toma de decisiones. Había que ir a Madrid, “pretender”
en Madrid, y desde luego, contar con altos apoyos en Madrid. Siempre había sido así, pero a partir de ahora la sociedad se mueve a más velocidad, las
aspiraciones burguesas chocan con la rutina de la administración, los nuevos
problemas, comerciales, financieros, acucian a los ministros “consentidores”,
que prometen lo que no pueden cumplir con tal de quitarse de encima a los
que acuden a ellos a través de familiares, amigos de ocasión, “pretendedores”
profesionales, o cargos del propio gobierno. El castizo procedimiento llegó al
escándalo con Godoy, sobre todo porque se difundió que para lograr algo era
mejor presentarse ante el ministro en compañía de bellas mujeres. José María
Blanco White dejó testimonio en una de sus Cartas de España de este escándalo: “nadie puede estar más seguro de una acogida favorable –escribió- que
el que se presenta en sus recepciones públicas acompañado de una hermosa
mujer o una hija seductora”. Al gran escritor sevillano el gobierno de Godoy
11. Marcos Martín, A. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad, Crítica,
Barcelona, 2000. Soubeyroux, J., “El encuentro del pobre y la sociedad: asistencia y represión en el
Madrid del siglo XVIII”, Estudios de Historia Social, 20–21, 1982, 7–225; y “Pauperismo y relaciones
sociales en el Madrid del siglo XVIII (1)”, Estudios de Historia Social, 12–13, 1980, 7–227.
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josé luis gómez urdáñez
le parecía “libertino”, pero también reconocía que “cualquier persona del reino
puede acercarse a él (a Godoy) sin necesidad de presentación con la seguridad
de que, por lo menos, recibirá una respuesta cortes”.12
Y es que el todopoderoso Godoy fue, en política, un trabajador infatigable, y desde luego, lo más opuesto a un “valido anticuado”. Cuenta Muriel
que, para defenderse de las invectivas del setentón Aranda, que le reprochaba
su inexperiencia, Godoy le espetó: “trabajo catorce horas cada día, cosa que
nadie ha hecho; duermo cuatro y, fuera de las de comer, no dejo de atender
a cuanto ocurre”. En este “cuanto ocurre” entraba verdaderamente todo, pues
su sagacidad, su ambición y el trato familiar con los reyes le hacían estar mejor
informado que nadie, aunque en este extremo no falten tampoco las acusaciones de falta de escrúpulos, capacidad para la intriga, el espionaje, o el soborno
Pero, ¿acaso en esto no fueron maestros sus predecesores?
No es éste el lugar para entrar en la plomiza polémica sobre este fascinante
personaje, del que Emilio la Parra ha logrado recientemente la mejor y más
documentada biografía –a la que nos remitimos13-, pero sí hay que dejar claro
al menos que Godoy intentó con inusual energía –y con todos los instrumentos del poder en sus manos- culminar muchos de los proyectos que se habían
fraguado en el reinado anterior. Los más activos ilustrados -y hasta algunos
de sus enemigos- aplaudieron su acceso al poder, bien porque vieron en él a un
joven capaz y con suficiente energía, bien porque consideraron agotado el sis­
tema de Floridablanca y quedaron defraudados por el breve paso de Aranda
por el ministerio, bien, en fin, porque estaban hartos de la permanente lucha
entre golillas y arandistas, entre abogados y militares, que al final acabaría con
el cruel castigo de sus más visibles cabezas, Floridablanca –preso en Pamplona, tras sufrir un atentado- y Aranda, desterrado e incomunicado en el palacio
de Carlos V de La Alhambra –y en otras ciudades andaluzas-, antes de retirarse a sus tierras de Épila.
Godoy, ya acogido en el seno de la familia real como amigo, pronto se reveló
como el gobernante leal e inteligente al que los reyes iban preparando para que
un día asumiera el poder. Hubo desde el principio dicterios sobre los amoríos
con la reina –la “explicación sexual”, en palabras de E. La Parra-, pero también
12. Martínez de Pisón, J. M. José María Blanco White: la palabra desde un destierro lúcido, Perla,
Logroño, 2009.
13. Además de “Manuel Godoy, la aventura del poder, Madrid, 2002, E. La Parra ha publicado
las Memorias de Godoy, con un estudio crítico excelente. El libro de Muriel es la conocida obra del
afrancesado soriano, muerto en el exilio en Francia en 1840, Muriel, A. Historia de Carlos IV, Atlas,
Madrid, 1959, que publicó en 1839 tras una de las mejores defensas de los afrancesados.
Vísperas del Dos de Mayo
89
esperanzas de que, agotado el legado de Carlos III, el ministro extremeño,
en total connivencia con la pareja real, empleara las mismas energías desatadas contra el viejo Aranda en una nueva política, que se anunciaba altamente
reformista e ilustrada. Pero –hay que decirlo una vez más-, la complejidad e
intensidad de los acontecimientos que se sucedieron en la esfera internacional y en la propia España fueron de tal grado que harían naufragar cualquier
fórmula política limitada por el Absolutismo regio –y no podía haber otra
ante la Revolución- y condicionada por la situación anacrónica del imperio
español –de nuevo, las Indias, la mayor preocupación-, expuesto a la voracidad
que acompañaba a las nuevas formas burguesas de explotación colonial lideradas por la Inglaterra de la Revolución industrial14. Pues, en definitiva, lo que
se veía venir era un mundo nuevo, un mundo de naciones, pueblos, libertades,
economía libre, fomento de la demanda, desaparición de privilegios y de frenos
al desarrollo capitalista: el ocaso de una sociedad que, en lo esencial, se había
mantenido en vigor durante varios siglos, en España pero también en toda
Europa.
Contra la Francia regicida
La alianza de familia entre la España de Carlos IV y la Francia de su primo Luis XVI pasó a primer plano en cuanto la Revolución tocó las primeras
prerrogativas del absolutismo regio en el país vecino. A los ojos de Carlos IV
y Floridablanca, el rey de Francia ni siquiera había podido acatar la constitución por propia voluntad; antes al contrario, había sido coaccionado por
los revolucionarios, que lo utilizarían desde ahora como un rehén. Los lazos
de familia saltaban a primer plano, pero por detrás, lo que realmente movía
la política de Floridablanca era el temor al contagio, pues el ministro sabía
que, en España, se daban condiciones parecidas: las cortes habían sido clausuradas para evitar una posible –pero nada probable- deriva hacia situaciones
como las vividas en la Asamblea Nacional, pero, además, de todas partes llegaban noticias de tumultos locales a causa de la carestía, como también ocurría
en Francia, donde la falta de pan provocaba tumultos. El pánico de Floridablanca no estaba producido sólo por los excesos revolucionarios o por la situación
de la familia real francesa, que por otra parte, sólo se agravó a partir de junio
14. Premoniones de la Independencia de Iberoamérica.Las reflexiones de José de Ábalos y el Conde
de Aranda sobre la situación de la América española a finales del siglo XVIII, ed. M. Lucena, Mapfre-Tavera, Madrid, 2003.
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josé luis gómez urdáñez
de 1791, cuando fue detenida en Varennes. Años antes de la toma de la Bastilla,
el ministro ya había reforzado la vigilancia contra escritos y opiniones políticas, valiéndose de la Inquisición y de la policía secreta que había creado desde
la Superintendencia, el nuevo organismo que él mismo dirigía. Su decisión
de crear un “cordón sanitario” en la frontera no era tanto una novedad impuesta por la situación como un refuerzo –ahora desplegando tropas- de la política represiva que venía desarrollando.
Pero no estaba claro, antes de la fuga de Varennes, que la oposición férrea fuera la mejor manera de ayudar a Luis XVI: las potencias absolutistas
esperaban acontecimientos manteniendo abierta la vía diplomática, mientras
Aranda, que había sido embajador en París desde 1773 a 1783 (volvió a España
en 1787), difundía en Madrid su programa alternativo, bien distinto al de Floridablanca, que estaba empezando a sufrir personalmente el acoso de la feroz oposición que el conde le hacía, quizás porque a su edad ya no habría
más oportunidades de ser primer ministro. En junio de 1790, Floridablanca
fue apuñalado por la espalda en el palacio de Aranjuez por un desconocido
que resultó ser francés, mientras se recrudecía la cruel campaña de libelos y difamaciones –el más duro, la Confesión del conde de Floridablanca-, que llegó
hasta el rey y que permitió ver que al conde le quedaban muy pocos amigos.
Así pues, Carlos IV se decidió al fin a prescindir del hombre que heredó de su
padre y entregó el poder al viejo conde de Aranda. El 28 de febrero de 1792,
Aranda era nombrado secretario de Estado y Floridablanca salía desterrado
a su patria de Hellín, donde no acabaron las desgracias de este leal servidor
de los Borbones. En ausencia del caído, Aranda permitió que se le procesara
y que fuera condenado a prisión (algunos pidieron la pena de muerte). Como
en el arresto de Ensenada cuarenta años antes, las tropas sacaron al ministro
de su casa, por la noche, y sin darle tiempo más que a vestirse le condujeron
a la ciudadela de Pamplona, donde sufrió un trato cruel e indigno (Godoy le
libró de la cárcel en 1794).
Aranda desmochó el edificio creado por Floridablanca, empezando por
la Junta Suprema de Estado (el origen del Consejo de Ministros) que había
creado el murciano en 1787, y que representaba el triunfo rotundo de las secretarías –“ministros con el rey”- frente a las viejas aspiraciones de reponer los
Consejos tradicionales, la opción que añoraban los nobles más Ancienne Régime y que Aranda ya había propuesto al príncipe Carlos en 1781. Ahora en el
poder, Aranda, como decano, volvía a reunir al Consejo de Estado, con el rey
presente, teatralizando en su primera sesión un ceremonial de recio sabor antiguo y sacralizado –juramento de rodillas, besar la mano del rey, etc.-, descrito
Vísperas del Dos de Mayo
91
pormenorizadamente por Llaguno, su secretario. Ya hemos visto al ilustrado
conde actuar con maneras medievales15.
Aranda había ido agigantando su fama de volteriano, francófilo, incluso revolucionario, por lo que, ante la necesidad de salvar la vida a los reyes
de Francia, parecía una elección bastante sensata; pero Aranda era ante todo
un militar, ideológicamente absolutista –reverenciaba a la monarquía sacralizada- y sólo se inclinaba a entenderse con los revolucionarios en apariencia,
porque ni podía imaginar que pudieran llegar al regicidio y, sobre todo, porque
pensaba en una estrategia global de España, siempre desconfiado de Inglaterra, América por medio. En realidad, Aranda pensó siempre en mantener
la neutralidad para poder ejercer luego una labor de arbitraje entre las potencias vencedoras y la Francia revolucionaria derrotada, en la que obviamente
se repondría el absolutismo, pero siempre pensando en resguardar el imperio americano, que corría peligro de ser “botín” del gran vencedor, Inglaterra.
La cuestión italiana –Parma y Nápoles- le preocupaba por lo que presionaban
los familiares de Carlos IV, pero menos a él que al rey. En el fondo, era la mis­
ma estrategia que España venía siguiendo desde que firmó el Primer Pacto
de Familia.16
Su propio nombramiento político, que exigió que fuera de secretario interino –“a fin de no privarme de la carrera militar si se ofreciese algún ruido
de armas”, ¡a sus 73 años!-, y su praxis política –mantuvo a todos los ministros
del gobierno anterior- dejan ver al hombre mandón y militar que piensa siempre en reconducir la situación desde una visión jerárquica y personalista, que
es la que pretendió imponer recreando el Consejo de Estado, un foro para
hacerse oír ante el rey (y ante Godoy). Desde este Consejo se dirigió la nueva
política de aparente amistad con la Francia revolucionaria, mientras Aranda y el rey exploraban en secreto otras posibilidades, más pendiente el conde
de Inglaterra y de congraciarse diplomáticamente con las coaliciones de las
monarquías europeas sin llegar por el momento a emplear el ejército, cuya debilidad conocía mejor que nadie. Era una política muy inteligente, pero la des­
confianza del rey y, sobre todo, los trágicos acontecimientos de agosto de 1792
y más aún, los de enero de 1793 –ni en Francia se pensaba que los reyes podían
llegar a ser ejecutados- la hicieron fracasar.
15. Gómez Urdáñez, J. L. “Víctimas ilustradas…”, op. cit.
16. Gómez Urdáñez, J. L., “La estrategia político-militar española entre la paz de Aquisgrán
y la caída de La Habana”, en Od Lepanto do Bailen. Studia z dziejow wojskowosci hiszpanskiej (XVI-XIX wiek), dir. C. Taracha, Lublin, Werset, 2010, 69–92.
92
josé luis gómez urdáñez
El asalto y saqueo del palacio real de las Tullerías el 10 de agosto de 1792
terminó con la monarquía de los Borbones franceses y, de hecho, con las esperanzas depositadas en Aranda. Los sans-culottes parisinos encarcelaron a la familia real en el Temple mientras se agudizaban los “excesos revolucionarios”.
Las noticias que llegaban a España sobre el “terror”, ahora con menos dificultades gracias a la política de Aranda, alarmaron incluso a los más preclaros
ilustrados partidarios de la libertad y, desde luego, a los que ya habían optado
por posiciones contrarrevolucionarias, la mayoría del país. Aranda fue desde
entonces no sólo un ministro equivocado, sino un sospechoso. Como años
antes, cuando se le atribuyeron todos los “progresos” de las luces contra el absolutismo, Aranda era víctima de su propia imagen, reelaborada por los revolucionarios que decían contar en España con un aliado de su prestigio. Como
antes Voltaire, ahora Condorcet elevaba al conde al santoral revolucionario
y le hacía “ejecutor testamentario de los filósofos con quienes habéis vivido”;
y pensando en su capacidad de acción como “primer ministro”, vaticinaba:
“váis a enseñar a Europa que el mayor servicio que se puede rendir a los reyes
es el de suprimir el cetro del despotismo”. Seguramente, Aranda se aterraría
al leer tamaño sacrilegio, pero esa es la fama que le precedía y la que (entonces y todavía ahora desgraciadamente) ha acompañado en la historia al que
escribió de su puño y letra (a Carlos IV cuando era príncipe): “Su Majestad
está en ejercicio del vicariato del mundo, que el Dios supremo depositó en ella
como un representante”17.
La opinión fue todavía más desfavorable para el conde tras la derrota
de los prusianos en Valmy, el 20 de septiembre de 1792. El pueblo en armas, una
táctica militar desconocida –seguramente el viejo militar repararía en ello-,
salvaba la revolución y, mes y medio después, incluso la extendía al conquistar
Bélgica a los austriacos (batalla de Jemappes) y la Suiza francófona. Pocos días
después, el 13 de noviembre, como coronación política del éxito, comenzaba
el proceso contra el rey, ya Luis Capeto, que terminaría condenado a morir
en la guillotina (enero de 1793).
Para entonces, Aranda había sido exonerado. Carlos IV decidió –y fue
una decisión muy personal- deshacerse de un hombre fracasado, que le había
17. La gran obra de Rafael Olaechea Albistur sobre el conde de Aranda, al que dedicó buena
parte de su vida, está compilada en Olaechea, R. y Ferrer, J. A. El conde de Aranda, Mito y realidad
de un político aragonés, 2º edición corregida y aumentda, IberCaja, Zaragoza, 1998. Es de gran interés
aquí, en Polonia, la embajada del conde en Varsovia; véase Cartas desde Varsovia. Correspondencia
privada entre el conde de Aranda y Ricardo Wall (1760–1762), ed. y crit. C. Taracha, C. Gónzalez Caizán
y D. Téllez, Werset, Lublin, 2005.
Vísperas del Dos de Mayo
93
hecho representar un papel cada día más contrario a la opinión de los que le
rodeaban y más indigno de cara a la opinión de las cortes absolutistas europeas. El 15 de noviembre de 1792 Carlos IV en persona le comunicó su cese,
amistosamente, en presencia de la reina y de Godoy, y todavía le mantuvo
en la corte como decano del Consejo de Estado, lo que es una prueba más
de la natural bonhomía del rey.
La caída de Aranda no fue una sorpresa en los círculos cortesanos, pero
la elección del sucesor cayó como una bomba. Se trataba del joven Manuel
Godoy, el amigo de los reyes. Un joven guardia de corps sin experiencia política era encumbrado a la Secretaría de Estado y revestido con los signos más
refulgentes del poder en el Antiguo Régimen, pues el ya duque de la Alcudia
y secretario de Estado era nombrado también Superintendente de Correos,
postas, caminos –lo que hay denominaríamos Fomento-, y a los pocos meses,
capitán general; además, al día siguiente del nombramiento se le concedía
el Toisón de Oro y su sueldo se elevaba a 800.000 reales anuales (más del
triple que lo que cobraba, por ejemplo, Aranda). Carlos IV decidió prescindir
de los partidos, cuya capacidad para la intriga y la presión a favor de sus redes
clientelares conocía desde que fue príncipe, y entregó su confianza a una persona libre de ataduras que podía llevar a cabo lo que él creía que era su misión
personal; además, como ha reparado La Parra con acierto, el rey se encontró
en esos momentos críticos sin “personal político adecuado”.
Al principio, Godoy no varió el rumbo político trazado por Aranda.
La vida del rey exigía la neutralidad, como expresamente pedía la Convención. Godoy, no obstante, mantuvo las tropas en la frontera a la vez que ponía
en funcionamiento todo el potencial diplomático; hasta intentó el soborno
de varios miembros de la Convención, que recibieron fuertes sumas (entre
ellos Danton o Desmoulins). Pero nada impidió la muerte del rey y por tanto, España entró en guerra contra la Francia Regicida. Godoy conocía, como
Aranda, la debilidad del ejército y su propio riesgo a causa de una derrota, pero
sólo pudo ponerse al lado de una opinión pública patriótica, excitada desde los
púlpitos, cuyo ardor en la defensa del trono y el altar no se compaginaba, sin
embargo, con el escaso interés demostrado en el alistamiento de soldados, que
aún mermaría más cuando a los éxitos militares iniciales de 1793 siguieran las
derrotas de 1794 y 1795, como ha descrito magistralmente el mejor historiador
del periodo, Jean René Aymes.18
18. Una de sus obras, entre otras muchas, Aymes, J. R. La guerra de España contra la Revolución
Francesa, Instituto de Estudios “Juan Gil-Albert”,Alicante, 1991.
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josé luis gómez urdáñez
Aranda, todavía activo como decano del Consejo de Estado, seguía como
siempre aireando su opinión en las alturas, ahora contra Godoy, con el que llegó al fin al enfrentamiento personal (como le había ocurrido con todos desde
hacía cuarenta años). El joven ministro llevó al conde a una verdadera ence­
rrona en el Consejo de Estado, el día 14 de marzo de 1794. En la sesión, que
conocemos por Muriel –también por el propio Godoy en sus Memorias-, se le
dejó al conde hablar de sus ideas de neutralidad, que expresó a su modo, enérgico, hasta con puñetazos en la mesa, como siempre. Era lo que quería Godoy,
que todavía exasperó más a Aranda insinuando su pertenencia a “sociedades
contrarias al servicio de Su Majestad”, es decir, a la Masonería, un mito que ha
acompañado al conde hasta nuestros días.
Como han demostrado Olaechea y Ferrer, Aranda no era masón. Menéndez Pelayo utilizó esta acusación de Godoy para estigmatizar definitivamente
al conde, que todavía carga con el sambenito incluso en algunos manuales
de bachillerato. La Masonería, prohibida desde los tiempos del padre Rávago, apenas había motivado algún proceso inquisitorial, generalmente contra
extranjeros. En 1793, por ejemplo, el Tribunal de Cuenca había procesado
por francmasones al maestro y al maquinista de la Real Fábrica de Tejidos
de la ciudad. En alguna otra ciudad castellana hubo algún caso aislado, aunque
las acusaciones eran difíciles de probar, más aún en los procesos inquisitoriales, donde a toda desviación se aplicaba el delito de herejía. Con todo, en esta
“época dorada del pensamiento reaccionario español”, como ha sido calificada
por C. Martínez Shaw, había ya fuertes prevenciones contra las tres sectas –filosófica, jansenista y masónica-, como se demuestra en la obra Causas de la Revolución Francesa, de Hervás y Panduro, publicada en 1794.
En cualquier caso, Aranda saltó ante la insinuación del ministro como éste
esperaba: levantando el puño, en señal de reto de “combate personal”, perdiendo los estribos. Godoy le acusó de perder el respeto al rey, presente en la sala,
y de estar contagiado con “los principios modernos” en clara alusión a los philosophes, a cuyos seguidores se perseguía ahora con saña. Al final, Carlos IV
al abandonar la sesión y pasar al lado de Aranda, le espetó: “Con mi padre
fuiste terco y atrevido, pero no llegaste a insultarle en el Consejo”. Apenas
llegó Aranda a su casa, las tropas le prendían y, a las dos horas, le conducían al
destierro, primero a Jaén y luego a La Alambra, donde quedó incomunicado
mientras se le abría causa por traidor. Cuando lo supo su amigo Azara, que
le conocía bien, dijo: “Aranda habrá hecho alguna de las suyas…” Después
de unos meses, el conde pasó a Sanlúcar, donde recibió la noticia de la firma
de la paz, en julio de 1795, lo que venía a confirmar lo acertado de su política
Vísperas del Dos de Mayo
95
neutralista. A fines de ese año, acogido a los indultos de Godoy, ya Príncipe
de la Paz, se le permitía retirarse a Épila. Dos años después moría el famoso
conde, el terco militar, siempre insatisfecho, que aún le decía al rey: “en vez
de haberme atesorado en mis elevados puestos, he gastado en ellos gran parte
de mis bienes personales”.19
El Príncipe de la Paz y la crisis económica
La guerra produjo un nuevo golpe a una economía española, ya resentida, pues
había consumido más de 100 millones de reales, lo que vino a incrementar
la deuda pública. Los vales reales emitidos por el Banco de San Carlos se apreciaron al firmarse la paz en 1795, pero pronto fueron desvalorizándose a causa
de la necesidad de atender los gastos del ejército y la armada, en aumento des­
pués de que, en octubre de 1796, Godoy firmara el tratado de San Ildefonso,
que incluía el aumento de efectivos militares disponibles en caso de ataque
a cualquiera de los ya aliados, Francia o España. Junto a esta amenazante situa­
ción financiera, en los años posteriores descendieron los ingresos procedentes
de América y los ordinarios de Hacienda, mientras no cesaba el impacto de las
malas cosechas, como la de 1796, que exigió de nuevo medidas excepcionales
para abastecer Madrid. Los precios subieron en el primer periodo de gobierno
de Godoy un 15%.
La situación no era halagüeña para la incipiente burguesía, que ya empezaba a ser tentada por las ideas liberales. Valentín de Foronda había publicado en 1789 Cartas sobre materias político-económicas, fuertemente influido
por las ideas de los independentistas norteamericanos; José Agustín Ibáñez
de la Rentería, un año después, vio publicados sus Discursos, en los que explaya­
ba el pensamiento de Montesquieu, mientras al año siguiente, Mariano Luis
de Urquijo, que sería ministro años después, aprovechaba un largo prólogo
a una traducción de la Muerte del César, de Voltaire para reflejar el estado
de postración de España y proponer remedios liberales. Poco después, León
de Arroyal escribía las famosas Cartas político-económicas al conde de Llerena,
que se publicarían en Cádiz en 1812, pero que, como su Oración apologética –
más conocida por el título del panfleto a que dio lugar, Pan y toros- corrieron
19. Su carácter era ya así cuando estuvo en Varsovia, o cuando presidió el consejo de guerra que
juzgó a los que había perdido La Habana en 1762. Véase Fernández López, J., Gómez Urdáñez, J. L.,
Stefanczyk, A. y Taracha, C., La oda Ad comitem Aranda de Estanislao Konarski, Werset, Lublin, 2012.
96
josé luis gómez urdáñez
clandestinamente y fueron muy influyentes. Con una aparente ingenuidad, se
descubrió en 1795 la llamada conspiración de San Blas, o de Picornell, su cabecilla, que pretendía instaurar una monarquía constitucional con el apoyo de las
clases populares madrileñas.
En el lado opuesto, la guerra contra la Francia regicida y contra la Revolución atea reafirmó sentimientos “españolistas”, patrióticos: se volvió al “traje
español” –un nuevo refuerzo del majismo- en contra de la “moda parisien”,
mientras el ejército volvía a ser invocado como garantía de la unidad –uniformidad- de España en contra de las veleidades de una escasísima minoría
de vascos y catalanes, que o se exageraban, o se silenciaban (en realidad, en ambas regiones lo general fue el incremento del patriotismo español). La Iglesia
contribuyó al hervidero de ideas con una fuerte división entre prelados y curas protoliberales, jansenistas, ilustrados, y algunos curas apocalípticos como
el padre José de Cádiz, que dio a la imprenta en 1794 una prédica reaccionaria
con el título El soldado católico en la guerra de religión, antecedente de los excesos a que llegaría luego, por ejemplo, el padre Vélez con su Preservativo contra
la irreligión y del Vivan las cadenas.
La alianza con Francia a consecuencia del tratado de San Ildefonso,
a la manera de un nuevo pacto de familia, ocasionó el comienzo de una nue­
va guerra con Inglaterra, que acarreará la derrota de la escuadra en el cabo
de San Vicente (febrero de 1797), de consecuencias catastróficas, pues el tráfico comercial se resintió en los puertos y se hundió el comercio gaditano20.
La derrota repercutió directamente en la Hacienda y en los negocios de los
más influyentes capitalistas -que “se hallaban sin giro en sus caudales”, según
dirá luego el ministro de Hacienda Miguel Cayetano Soler-, muchos de ellos
poseedores de los cada vez más depreciados vales reales. El propio Jovellanos
padece la depreciación y escribe en su diario, el 12 de abril de 1799: “En Madrid
gran falta de numerario: los vales pierden 40 por 100, y con ellos nos pagan;
¡adiós sueldos! Cedida la cuarta parte hasta junio, que importa 30.000 reales,
y perdidos en los vales 36, restan 54.000, y al riesgo de bajar a cero”. No quedaba más remedio que ensayar una fórmula ilustrada, expuesta por Campomanes
treinta años antes: la desamortización. Paradójicamente, la poderosa Iglesia
española empezaba a aparecer como la pieza más débil, la primera en sufrir
una merma de los intocables privilegios.
En esta situación crítica llegó el último encumbramiento de Godoy, a quien
casaron, en octubre de 1797, con María Teresa Villabriga, la hija del infante don
20. García-Baquero, A. y Martínez Shaw, C. Andalucía en la carrera de Indias (1492–1824),
Universidad de Granada, Granada, 2002.
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Luis de Borbón, el hermano pequeño de Carlos III, prima carnal por tanto
de Carlos IV. El Príncipe emparentaba con sangre real, mientras a la esposa se le devolvían los derechos que le había arrebatado Carlos III mediante la Pragmática de los matrimonios desiguales: título de grandeza, condesa
de Chinchón, uso del apellido Borbón (hasta se mandó ponerlo en su partida
de bautismo delante del materno). Sin embargo, las críticas contra el libertino
Godoy iban subiendo de tono, pues el príncipe vivía –y siguió viviendo- con
su amante, Pepita Tudó, ganándose ya la fama de “garañón” insaciable. Y no
eran sólo pasquines, versos o estampas procaces. El propio Jovellanos, a quien
Godoy acababa de nombrar ministro de Gracia y Justicia, confesó en sus Diarios que quedó aturdido tras compartir manteles en casa del Príncipe de la Paz:
“a su lado derecho la princesa; al izquierdo, en el costado, la Pepita Tudó”.
El espectáculo –como lo denomina el asturiano- le hizo escribir: “mi alma no
puede sufrirle. Ni comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu; huí de allí”.
Ante el riesgo de ruina moral y material, Godoy se rodeó de un nuevo
gobierno, con ilustrados prestigiosos como Jovellanos en Gracia y Justicia, Cabarrús (embajador en Francia, luego sustituido por el no menos radical ilustrado Azara), o Saavedra en Hacienda. Las opiniones de primera hora fueron
muy favorables y, en efecto, se notó en los círculos más reformistas la protección dispensada por Godoy a muchos ilustrados, por ejemplo, a Olavide, al
que ayudó a publicar El Evangelio en triunfo, en 1797, y a volver a España. “Sin
mí –dice Godoy en sus Memorias- habría aumentado el índice expurgatorio,
porque relejeaba, decían algunos, necia o traidoramente, del sabor del veneno
filosófico”. (No se ha de olvidar el apoyo de Urquijo, por más que Godoy se
atribuya en persona la rehabilitación de la “víctima de la Inquisición”)21.
Pero el nuevo gobierno no gustó a la reina, cuya frivolidad era ya insoportable. La intriga cortesana había llegado hasta un extremo inusitado. Se habló incluso de un intento de envenenar a Jovellanos, nunca probado, mientras
los reyes oían toda clase de dicterios contra los nuevos ministros, acusados
de “revolucionarios”. Buena parte de la Iglesia reaccionó –una vez más- contra cualquier intento de reformar la Inquisición, una idea de Jovellanos, que
compartía con Saavedra y sus amigos, otra igualmente detestable para el clero:
la desamortización. De exagerar las intenciones de los ministros ante los reyes
se encargaba José Antonio Caballero, un personaje que ha pasado a la historia
como un maligno paladín del reaccionarismo. En sus memorias, Godoy aprovecha para denigrarlo y hacerle cargar con la responsabilidad de la caída de Jo21. El evangelio en triunfo…, introducción a la edic. de Gómez Urdáñez, J.L., Fundación Gustavo Bueno, Oviedo, 2004.
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josé luis gómez urdáñez
vellanos. “Su primera hazaña –dice Godoy- fue lanzar al ministro Jovellanos
de donde yo le había traído y logrado colocarle… ¿Quién le reemplazó en su
ministerio? Don José Antonio Caballero”.
La desgracia que empezaba para Jovellanos el día de su exoneración, el 16
de agosto de 1798, no fue sólo responsabilidad de su sucesor en el cargo, pero
también hay que recordar que Godoy había cesado meses antes, el 28 de mar­
zo. El odio que llegó a sentir María Luisa por Jovellanos, Cabarrús y Urquijo
le hizo escribir: “¡Ojalá jamás hubiesen existido tales monstruos!” Aún así, no
hay que olvidar los aspectos personales: cuando cayó Godoy en 1798, Jovellanos pidió para él la pena de destierro en la Alhambra. Y en cuanto al trato con
la reina, Jovellanos dejó de comunicarle las vacantes de cargos y otras noticias
nada más llegar al ministerio para evitar que moviera sus influencias, lo que
el ministro sabía, obviamente, que le acarrearía el odio eterno de la dominante
María Luisa. Así pues, la caída y posterior destierro de Jovellanos –preso desde
1801 a 1808 en Mallorca- fue el caso más visible de la represión desatada contra
los ilustrados durante el largo ministerio de Caballero. La suerte de Urquijo
fue parecida, pues también acabó en la cárcel. Meléndez Valdés, que había
osado enfrentarse al obispo de Ávila, fue desterrado, primero en Medina, lue­
go en Zamora. Por el contrario, Godoy dejaba el cargo, momentáneamente,
entre alabanzas de los reyes, que le mantuvieron todos los sueldos y honores,
en un compás de espera orquestado por un arrogante Napoléon, que quizás
prefiera a su sucesor, Urquijo, pero que dos años después, hará volver de nuevo
a Godoy, desde ahora –y hasta la crisis final de 1808- sin cargo, pero con una
distinción inusitada: la de generalísimo22.
Las reformas ilustradas ante la gran crisis económica
La historiografía tradicional sigue situando en el reinado de Carlos III
el triunfo de las reformas ilustradas, pero muchos de los proyectos, los más
arriesgados –desamortización, reforma universitaria, limitación del poder inquisitorial y eclesiástico-, se pusieron en práctica en el reinado de Carlos IV.
Seguramente, Mariano Luis de Urquijo y Muga23, nombrado ministro de Es22. André Fugier, A. Napoleón y España, 1799–1808, Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales, Madrid, 2008.
23. El propio Urquijo dejó unas mermorias: Apuntes para la memoria sobre mi vida política, persecuciones y trabajos padecidos en ella, que se conservan en la Biblioteca Nacional y que fueron estudiadas por Mª. Victoria López Cordón y Gloria Franco. López-Cordón, Mª V., y Franco Rubio, G. A.,
Vísperas del Dos de Mayo
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tado en agosto de 1798, fue el político más osado en la práctica del despotismo
ilustrado, especialmente en su vertiente regalista, en la que llegó prácticamente
al planteamiento de una iglesia nacional española. Nacido en Bilbao en 1769,
fue discípulo de Meléndez Valdés en Salamanca. En 1797, fue nombrado secretario de la embajada en Londres y en 1797, embajador en Holanda. Al año
siguiente, sin cumplir los treinta años, llegó a la secretaría de Estado. Como
tantos otros sufrió el acoso de la Inquisición y fue acusado de masón. Su enfrentamiento con Roma fue de tal envergadura que se ha llegado a hablar del
cisma de Urquijo, pero a este ministro se deben los decretos más regalistas del
siglo ilustrado, especialmente el famoso del 5 de septiembre de 1799, por el que
el monarca asumía la confirmación de los obispos, entre otras disposiciones
episcopalistas.
Es cierto que la crisis económica, la guerra y los apuros de la hacienda
distorsionan las causas y efectos de estas últimas medidas, pero no lo es menos
que los reformistas de las décadas anteriores fueron arriesgados sobre el papel, pero más prudentes en la práctica que los Godoy, Jovellanos, o Urquijo.
Aunque también es de notar que todo el radicalismo exhibido contra Roma
y los privilegios de la Iglesia española se atenuaban cuando se tocaba el otro
pilar del Régimen, los privilegios de la nobleza. En una de las conocidas cartas
de Cabarrús a Jovellanos, tras enumerar el banquero una serie de “verdades
elementales” sobre mayorazgos, abolición de aduanas y privilegios, “el impío
y detestable código fiscal”, etc., le espeta al asturiano: “la mano sobre el pecho,
amigo: ¿conoce vmd. un hombre bastante descarado para atreverse a impugnar públicamente estas cuatro proposiciones (…) y sin embargo, estas cuatro
proposiciones, que arruinarían radicalmente el sistema impío, absurdo, antisocial de nobleza hereditaria y de mayorazgos, vmd. no las propondrá, receloso
de la repulsa que tendrían”. Y en efecto, el propio Jovellanos en su Informe
sobre la ley agraria, se mostró tan cauto como para afirmar: “la sociedad, señor,
mirará siempre con gran respeto y con la mayor indulgencia los mayorazgos
de la nobleza, y si en materia tan delicada es capaz de temporizar, lo hará
de buena gana a favor de ella”.
Y es que, a pesar de todo, lo que obligó a asumir más riesgos fue la coyuntura antes que las ideas, la práctica de lo posible. El ministro Miguel Cayetano
“Un voltairien espagnol à la fin du XVIIIe siècle: Mariano Luis de Urquijo”, Voltaire et ses combats.
Actes du congrés international. Oxford-Paris 1994, Voltaire Foundation, Oxford, 1994. De gran interés,
Llorente, J. A. Compendio de historia crítica de la Inquisición de España, Tournachon-Molin, Paris,
1823; y La Parra, Emilio, “La crisis política de 1799”, Revista de historia moderna: Anales de la Universidad de Alicante, 8–9, (1988–90).
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josé luis gómez urdáñez
Soler apelaba todavía a las viejas prédicas ilustradas sobre las manos muertas,
la falta de rentabilidad de los bienes amortizados, en fin, los “propietarios indolentes”, que según Soler, dejarían paso “a otros que los mejorasen con sus
sudores e industria”. Pero, el decreto de 19 de septiembre de 1798 que da paso
a la desamortización no olvidaba las urgencias de la Corona, que necesitaba
disponer de “un fondo cuantioso” y reducir los depreciados vales reales en circulación, la verdadera razón de optar por una práctica tan arriesgada. Como
en las desamortizaciones posteriores, siempre estará por delante la necesidad
de dinero de los gobiernos y, después, la presión de los burgueses con dinero,
deseosos de invertir en el bien seguro y codiciado que siempre ha sido la tierra24.
La mal llamada “desamortización de Godoy” fue iniciada por Cayetano
Soler y Urquijo (Saavedra estaba ya enfermo) en el breve retiro de Godoy del
primer plano político, y afectó a los bienes de hospitales, cofradías, memorias,
obras pías, así como a las temporalidades de los jesuitas que quedaban, que fueron incorporadas a la Real Hacienda y puestas en venta por el mismo decreto.
Tras los primeros estudios de R. Herr, ha habido muchas monografías regionales sobre este proceso que abrió las puertas a una medida de largo recorrido,
que a su término a mediados del siglo XIX, había hecho cambiar radicalmente
las fuentes de financiación de la Iglesia en España. Sin embargo, los decretos
de 1798 fueron sólo una medida coyuntural, dirigida contra unos bienes marginales, que en poco contribuían al sostenimiento del “culto y clero”, aunque
la Iglesia se sintió atacada –ya lo barruntaba hacía décadas-, por lo que reaccionó airadamente en muchos lugares, tanto que obligó a Carlos IV a solicitar
la anuencia del papa, la que consiguió por el Breve de 14 de junio de 1805 y por
otro más, de 12 de diciembre de 1806, que aumentó aún más la contribución
económica de la Iglesia al Estado. Como ni aún así se lograba reducir la deuda
pública y el déficit de la Hacienda, el gobierno siguió solicitando más “esfuer­
zos” a la Iglesia, que a la altura de 1807, demostraba abiertamente ser la pieza
más débil del Régimen. Así se desprende de las atribuciones que fue consiguiendo el Estado, entre las que destacan la cesión de la novena parte de los
diezmos, o el “séptimo eclesiástico”, la facultad de enajenar la séptima parte
de los bienes del clero regular y secular, incluidos los de las órdenes militares
(lo que tuvo especial importancia en Castilla la Nueva).
El torrente de reformas durante la recta final del Antiguo Régimen, con
Godoy al timón, no fue tan ineficaz como se tiende a presentar, pero tuvo todo
en contra. La deuda pública y el déficit se habían disparado, la crisis recrudeció
24. Fontana Lázaro, J. La crisis del Antiguo Régimen, 1803–1833, Crítica, Barcelona, 1979.
Vísperas del Dos de Mayo
101
la hambruna y la enfermedad recordaba las peores crisis del siglo XVII, el comercio entró definitivamente en crisis con fuertes pérdidas de los “capitalistas”.
El propio Godoy hizo un cuadro magistral de los graves problemas a que se
enfrentaba, ahora él solo, aborrecido. La oposición se agrupaba en torno a Fernando VII, ocupada –hasta la conspiración de El Escorial- por denigrar al
“dictador”, a la madre “puta” y al padre “memo” antes que hacer frente a los problemas del Reino. Así describe Godoy las causas lejanas de la crítica situación:
…la diferente constitución de las provincias de España y el gran destrozo de las
exentas y privilegiadas o de fuero; la resistencia que a toda providencia opone el gobierno municipal de los pueblos; la inmunidad y el influjo de un gran clero secular
y regular, tan respetable por la santidad de su institución como por sus privilegios
acumulados en la serie de los siglos; los derechos y las exenciones; los derechos y las
exenciones de una nobleza hereditaria coetánea al establecimiento de la monarquía
y parte constitutiva de la forma de su gobierno; la cortedad de las rentas de la Corona
y la enorme dificultad de aumentarlas con nuevos impuestos mirados con invencible
repugnancia por unos pueblos ya agobiados bajo el peso de calamidades increíbles;
la pobreza del comercio por la interrupción de las comunicaciones con América y por
otros diversos efectos de la guerra…25
El diagnóstico de Godoy no podía ser más acertado, pero le faltaba des­
cribir las “calamidades increíbles” a que se estaba enfrentando, de nuevo
la conjunción del hambre y la epidemia, generalizadas por toda España, donde
también se producían motines populares, como el de Ávila de 1805; incluso
en algunas ciudades hubo ya protestas de militares en 1801 y 1804. Al estudiar
el ciclo adverso de principios de siglo, V. Pérez Moreda concluyó: “Si no fue­ra
por la conveniencia de subrayar las particularidades de los años más catas­
tróficos podríamos hablar de la crisis general que se extiende en el periodo
1800–1814”.26
Godoy había intentado, por la vía de las reformas, superar esos obstáculos
que, como decía Cabarrús, coincidiendo en el diagnóstico, se oponían a la “felicidad pública”, pero el balance era muy negativo. Había afrontado los riesgos
de tocar los privilegios de la iglesia (desamortización) y de la nobleza (ley
de mayorazgos); su política exterior tuvo siempre en cuenta el riesgo de la pérdida de América frente a una Inglaterra invencible en el mar (que le asestaría
25. Godoy, M. Memorias, ed. E. La Parra y E. Larriba, Universidad de Alicante, S. Vicente del
Raspeig, 2008.
26. Pérez Moreda, Vicente, Crisis de mortalidad en la España interior (siglos XVI-XIX), Siglo
XXI, Madrid, 1980.
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josé luis gómez urdáñez
el golpe definitivo en Trafalgar, en 1805); aumentó las rentas de la Corona –
como en los mejores tiempos de Felipe IV, aún se recurrió a la venta de “villazgos”, como por ejemplo el de Pradejón, en 1803, o al “consumo” de regimientos
perpetuados en 1630, como los de Logroño, en 180127-; y en fin, impulsó las
obras públicas –para dar trabajo a los jornaleros parados, como él mismo justificó luego en sus Memorias-, atendió al funcionamiento de los pósitos, apoyó
la importación de granos, dictó medidas sanitarias, etc. Sin embargo, se enfrentó a la más dura crisis desde la “gran peste” de 1599, las tercianas de 1803–1805.
En 1801 y 1802 ya había habido malas cosechas y algunos motines locales
en los pueblos productores para impedir la salida de granos hacia las ciudades,
como en tiempos de Esquilache. En marzo de 1802, los “pobres, cuyo número
constituye casi una mitad de todo el vecindario” se amotinaron en Segovia;
en adelante hubo motines en Tembleque o Getafe. Las cosechas posteriores
fueron desastrosas. El frío invierno de 1803–1804 malogró la cosecha en toda
la Castilla interior, mientras un verano caluroso provocaba los mismos resultados en la periferia. En Santander, el 19 de septiembre de 1803, el ayuntamiento
escribía al ministro Cevallos28 informándole de que “los excesivos calores que
se han experimentado en este país durante el verano que ha expirado han sido
la causa de que la cosecha de granos haya sido tan escasa que apenas podrá
bastar a mantener a los habitantes un tercio del año”. El ayuntamiento reconocía ante el ministro que “por falta de fondos les es imposible ejecutar empresa
alguna”, y pedía que una parte del dinero destinado a las obras del camino
de la Rioja, iniciado en 1790, se destinara a “acopiar granos haciéndolos venir
de potencias extranjeras”29.
Pedro Cevallos manifestó su mejor intención benéfica –el “maíz, que es
el alimento de los pobres, los cuales por ser el mayor número y los más expuestos en tiempo de carestía merecen la primera atención”- y se preocupó personalmente de facilitar las compras en Nantes, Burdeos y Bayona, “previniendo
al encargado de negocios de S.M. en París y al cónsul general soliciten de aquel
gobierno el permiso para extraer 150.000 quintales de maíz para esa Provincia”. Incluso pidió a Inglaterra un salvoconducto para los buques “para evitar
la más remota contingencia de que algún corsario atrevido y poco observante
27. Una manera de sacar dinero a los villanos a todas luces anacrónica, pero que se empleó
como en los mejores tiempos de Felipe IV. Véase un cso en Gómez Urdáñez, J. L. (dir.), Pradejón
histórico, Ayuntamiento de Pradejón, Logroño, 2004.
28. Crespo, F. y Laguillo, P. Pedro Cevallos Guerra, ministro de Estado…, Consejería de Cultura
y Deporte del Gobierno de Cantabria, Santander, 2007.
29. Gómez Urdáñez, J. L. Centro y Periferia en el Despotismo Ilustrado. Santander, ciudad privilegiada, Fundación Jorge Juan, Madrid, 2005.
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de las relaciones políticas intercepte los buques españoles u otros neutrales
que deben conducir el maíz a ese Puerto”. Pero, como dice Martínez Vara, “la
terrible penuria de 1803–4 pone en juego todos los mecanismos y debilidades
estructurales del sistema económico-social levantado por la burguesía comercial” en Santander. Al año siguiente, la pobreza se cierne sobre toda la región.
La mayoría de las ciudades no encontró otras soluciones que la caridad,
que adquirió visos realmente arcaicos en una sociedad que, en muchos aspectos, exhibía símbolos de la modernidad y la acción ilustrada del gobierno. De
estos años es la expedición de la vacuna, “la culminación del espíritu de las Luces”, en palabras de C. Martínez Shaw, o las grandes obras “críticas” de Goya,
cuyo pincel rabiosamente moderno caricaturizó los males de esa sociedad
de contrastes. Poco después, en 1807, llegará la reforma ilustrada a la universidad de Salamanca, que se quiso extender a todas, mientras se suprimían las
pequeñas universidades, como las de Osma -que impulsó el padre Eleta-, Sigüenza, Ávila –recientemente restablecida en medio de la polémica (la misma
que levantó su cierre)-, Almagro, etc., vetustas fundaciones clericales, empobrecidas, donde se concedían títulos con facilidad (al célebre padre Cádiz le
dieron los cinco grados en la de Osuna; pero también a Jovellanos le hicieron
bachiller en cánones en esa misma universidad pueblerina, de lo que el asturiano se mofó). En 1807, como ha recordado T. Egido, Godoy promocionaba
los métodos pedagógicos modernos de Pestalozzi, mientras en sus Memorias se
jactó de haber apoyado la ciencia como nadie, lo que, petulancias principescas
aparte, se revela en la brillantez de las muchas instituciones científicas y técnicas fundadas durante su gobierno.
Pero la España ilustrada de un Godoy inmensamente rico, protector de las
artes y las ciencias, convivía con la extrema pobreza, un dilema que no parece
haber sido un gran problema para los ilustrados, o al menos, no acertaron
con la solución a lo largo del siglo. En Salamanca, en Segovia, en Toledo y en
el propio Madrid, hubo que recurrir a las sopas de pobres, generalmente organizadas por las Juntas de Caridad, pero también por la Matritense. Eran las
célebres sopas Rumford”, cuyos ingredientes eran todos vegetales –entraba ya
la patata- salvo una libra de carne de cerdo o manteca por cada cincuenta raciones; también en Zaragoza, la casa de Misericordia ensayó la misma fórmula. En Madrid, se constató el empleo de hierbas peligrosas para la salud entre
los componentes del “pan de los pobres” 30.
30. Gómez Urdáñez, J. L., “De la caridad a la filantropía. Antecedentes históricos del Tercer
Sector y la Economía Social en La Rioja”, Polska.Hiszpania, wczoraj i dzis, Werset, Lublin, 2012,
183–218.
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josé luis gómez urdáñez
Durante 1804, al hambre se unió la epidemia de tercianas –el paludismo-,
que afectó a toda Castilla. En Ciudad Real, la casa de misericordia tuvo que
cerrar ante la avalancha de pobres; en el otoño de 1803 había en La Mancha unos 15.000 enfermos. En Castilla la Vieja también hubo pueblos especialmente atacados: “toda Castilla se está despoblando”, dice el médico Juan
Francisco Bahí, residente en Burgos. En el canal de Castilla, son muchos los
obreros enfermos –hay unos 5.000 trabajando- y se culpa a las aguas encharcadas de la propagación de la epidemia; en Astudillo, se pierden unas 2.000
almas. El gobierno repartió quina y promulgó medidas de higiene, pero la que
salió de la Real Botica no era suficiente, y según se decía, la que se vendía en el
mercado era de mala calidad.
El Generalísimo ante Napoleón
La vuelta al poder de Godoy en enero de 1801 fue fruto de una serie de acontecimientos que, como en 1793, habían hecho pensar a los reyes en la necesidad
del hombre “sin partido”, sólo leal a la Corona, capaz de superar a las facciones
cortesanas que habían llegado a provocar graves tensiones. Godoy era cons­
ciente –como le dijo a la reina- de “la dificultad de reunirse un partido fuerte
mientras yo exista en este País”, pero María Luisa aborrecía a Urquijo y a “las
gentes de Cabarrús”, cuya caída era esperable, tal y como estaba la opinión y la
posición de la Iglesia en España, más aún después de la autorización del culto
católico en Francia el 28 de diciembre de 1799 y de la elección de Pío VII, que
intervino personalmente ante Carlos IV contra Urquijo, ya imposible de sos­
tener por su “jacobinismo”. Además, Napoleón hacía su entrada a lo grande
en la política internacional.
Napoleón aparecía ya ante muchos españoles como el genio brillante que
había sido capaz de terminar con la revolución en Francia; hasta mereció los
elogios de Carlos IV, que llegará a llamarle “hermano” (y del príncipe Fernando, que le llamará “tierno padre”). Pero en los planes de Napoleón estaba
ya decidido atacar Portugal, el tradicional aliado de Inglaterra, desde España.
El Primer Cónsul, todo poderoso después de Brumario, sabía que su plan iba
a producir un gran malestar en Carlos IV, pues el rey estaba emparentado con
la familia real portuguesa, pero también sabía que sólo Godoy podía vencer sus
escrúpulos, recordándole que otra parte de su familia también estaba en peligro
en Parma. Con el apoyo del embajador en Madrid, Luciano, hermano de Napoleón, Godoy no tuvo que presionar mucho a Carlos IV para convencerle
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105
de que la guerra sería incluso beneficiosa para la monarquía portuguesa, pues,
rota su alianza con Inglaterra, Napoleón le permitiría seguir en el trono. Para
dirigir esta guerra, Carlos IV nombró a Godoy Generalísimo de los ejércitos.
La crisis del gobierno Urquijo se cerró, aparentemente, nombrando al santanderino Pedro Cevallos –pariente de Godoy- secretario de Estado, mientras
Caballero y Cayetano Soler seguían en el cargo; ambos llegarían hasta el final
del reinado de Carlos IV, o mejor, de la dictadura de Godoy, como ha sido calificada por muchos historiadores esta recta final del Antiguo Régimen. Pues,
aunque sin cargo ministerial, Godoy fue de hecho “el único que puede ocupar
el vacío que nos ocupa” –en palabras de su amigo el general Morla-, el único
que, ante los reyes, era capaz de “pilotar la nave” y salvar a la monarquía. Hasta
Azara, que odiaba a Urquijo, le animaba a “completar la obra”.
El ejército era ya una pieza política del Estado –y ya no dejaría de serlo-,
pero al poner a Godoy a la cabeza, los reyes le encomendaban algo más importante, pues entendería “en cualesquiera otros asuntos” y daría las órdenes
pertinentes “como si Vuestra Majestad en persona las diese”. Para entonces,
Godoy era ya muy aficionado a vestir de uniforme, a revistar las tropas y presenciar paradas militares. Como sentencia La Parra, Godoy era “como un rey”
y su ambición no dejó de aumentar (lo que era perfectamente conocido por
Napoléon).
La guerra contra Portugal en 1801, la de las Naranjas, que duró apenas
unas semanas, no produjo los resultados militares y diplomáticos planeados
por Napoleón, que pensaba utilizar un Portugal ocupado para negociar con Inglaterra las reivindicaciones seculares de España, sobre todo Gibraltar y Menorca (ocupada de nuevo por los ingleses en noviembre de 1798). En adelante,
la debilidad del ejército español de tierra, que había quedado al descubierto,
pesará en las decisiones del futuro emperador, que al fin llegó a un acuerdo
ventajoso para España en la paz de Amiens (1802), por la que se recuperaba
Menorca y se mantenía la única plaza portuguesa conquistada en la guerra
de las Naranjas: Olivenza.
Godoy intentó aprovechar la paz para la recuperación interior consciente
de la crisis económica, y se empleó a fondo para asegurar la neutralidad, pero
tuvo que ceder de nuevo ante Napoleón firmando el 19 de noviembre de 1803
un tratado franco-español, más que dudoso, pues de nuevo empezarían las hos­
tilidades ante el “bloqueo continental” y España se había comprometido en el
tratado a permitir a la flota francesa el uso de sus puertos (además de obligarse
a pagar a Francia 6 millones de libras mensuales). Aún así, la “neutralidad
comprada” sólo duro un año, pues en diciembre de 1804 Inglaterra rompía las
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josé luis gómez urdáñez
hostilidades. Villeneuve, el jefe de la escuadra combinada hispano-francesa resguardada en el inexpugnable puerto de Cádiz, decidió entonces lo que tantas
veces había evitado España: la guerra abierta en el mar contra la gran potencia.
Esa fue la razón del desastre de Trafalgar (21 de octubre de 1805), la puntilla
sobre la moribunda España y sobre todo, sobre sus Indias, que se lanzaron ya
al camino de la emancipación. Alcalá Galiano dijo luego: “para hacer el armamento que fue destruido en Trafalgar había sido necesario apelar a esfuerzos
extraordinarios, dedicando a aquel gasto y a los demás de la guerra los fondos
de amortización, un tanto sobre las fincas pertenecientes a la Iglesia, concedido al rey por el Papa, un empréstito de cien millones de reales en acciones (…)
y en fin, algunas contribuciones nuevas. Todo ello estaba gastado sin haber
dado más fruto que desventuras (…) Agregábase estar completamente cerrado
el paso a los caudales de América y temerse la pérdida de ésta, contra la cual
estaban preparando los ingleses expediciones”.
Godoy pretendió, de nuevo, aprovechar la coyuntura para salir de la órbita imperial pensando que la derrota habría afectado los planes de Napoleón;
podía abrirse de nuevo un periodo de paz, imprescindible para evitar los efectos de la dura crisis económica y necesario para su propia supervivencia, pues
la hostilidad de la opinión se había recrudecido contra su dictadura, ahora
peligrosamente aglutinada en torno al Príncipe Fernando. Godoy aún intentó
un llamamiento patriótico, en medio de una desvergonzada campaña de pasquines y dibujos –los ajipedobes y demás obscenidades-, orquestada en el cuarto del príncipe Fernando, decidido ya, por consejo de los que le acompañaban,
Escoiquiz y el duque del Infantado entre ellos, a torcer el rumbo de la monar­
quía.
Pero, a la altura de 1807, lo que nadie parecía poder torcer eran los designios
de Napoleón, conocedor de la patética situación de la corte española: unos reyes
débiles, un dictador ambicioso y un príncipe conspirador, todos ellos solici­
tándole su protección. Los hechos que se sucedieron desde la firma del tratado
de Fontainebleau, el 27 de octubre de 1807, hasta el principio del fin, el motín
de Aranjuez de marzo –un golpe de estado en toda regal- y el 2 de mayo, han
pasado a la historia como una sucesión de afrentas y humillaciones por parte
del amo de Europa, que explican el resultado posterior, el levantamiento popular
contra los franceses. Sin embargo, la tiranía napoleónica no fue tanto la causa
como el desencadenante, pues el pueblo español, especialmente el madrileño,
hacía años que manifestaba el descontento y había pasado de zaherir al Choricero a desconfiar de los reyes padres, de quienes ya no esperaba nada. Como
tantas veces había ocurrido antes, la esperanza volvió a ser un rey nuevo, joven,
Vísperas del Dos de Mayo
107
un mesías con nuevos hombres de gobierno. Y eso es lo que iba a aprovechar
Napoleón.
La conspiración fernandina aglutinaba a muchos aristócratas, algunos
viejos arandistas, pero empezó a contar con un fuerte apoyo popular tras los
sucesos de El Escorial, a partir de octubre de 1807. Paradójicamente, Godoy
y los reyes salieron mal parados de la teatralización de sus cuitas con el hijo
ante la opinión pública tras haber descubierto la conjura, y peor aún, al mostrar
la debilidad de perdonar al príncipe por mano de Godoy, que de esa manera se
hizo sospechoso de haber provocado los hechos para humillarle más. El último año del Antiguo Régimen no pudo ser más patético.
La caída de la monarquía
La siembra de rumores y las “tomas de partido” que precedieron a los hechos ocurridos en El Escorial dejaban ver que el príncipe Fernando preparaba un verdadero golpe de estado, dirigido a terminar con la monarquía de su
padre, contando con el apoyo de Napoleón. El rey padre abdicaría a favor del
hijo, que nombraría un nuevo gobierno –el decreto estaba preparado-, con
el duque del Infantado, capitán general de Castilla, el conde de Montarco, presidente del Consejo de Castilla, y Floridablanca, que volvería a ser secretario
de Estado. Para asegurarse la protección de Napoléon, Fernando, que acababa de quedar viudo, casaría con alguien de la familia imperial (una solicitud
que Fernando reiteró al emperador incluso durante su cautiverio en Valencay).
En el lado contrario, los (pocos) partidarios de Godoy eran acusados de pretender instaurar una nueva monarquía con él en el trono, como propalaba su
hermano Diego, o como decía Escoiquiz, “concentrando toda la autoridad”
en Godoy y “dejando a su Alteza Real, fallecido el padre, el título solo pero sin
las facultades de rey”.
El nombramiento de Almirante que había recibido Godoy el 13 de enero de 1807, y que fue interpretado en el cuarto del Príncipe como el colmo
de la humillación, y la enfermedad que padecía entonces Carlos IV –el decreto preparado para entronizar a Fernando contenía la expresión “que en paz
descanse” al referirse a Carlos IV- avivaron la reacción de los fernandinos.
Por una parte, se decía que “el príncipe es tonto, incapaz de reinar; la dinastía
de Borbón ha degenerado”, etc.; por otra, el preceptor del príncipe, Escoiquiz
se encargaba de agigantar la inquina contra la “Trinidad en la tierra” Carlos IV,
María Luisa y Godoy) y de ganar adeptos, entre los que pronto se encontra-
108
josé luis gómez urdáñez
rían incluso los ministros de Godoy (a excepción del odiado Miguel Cayetano
Soler) y, en primera línea, el embajador francés, Beauharnais.
Fuera el propio Godoy, o sus espías, Napoleón o Escoiquiz, el agente
que medió para que la trama fernandina se descubriera, lo cierto es que el 24
de octubre de 1807, el rey entró en el cuarto de Fernando y lo sorprendió
intentando, preso del nerviosismo, ocultar papeles. El rey, sospechó lo que seguramente ya conocía por la reina y mandó custodiar al príncipe y registrar
su cuarto, en el que se encontró más que lo que se buscaba (y eso que algunos
papeles fueron ocultados o destruidos). El escándalo trascendió a la opinión
pública por muchas manos interesadas, de uno y otro lado, tanto como el proceso posterior. Once jueces del Consejo de Castilla dictaron la escandalosa
sentencia el 25 de enero de 1808 por la que los encausados fueron desterrados,
pero absueltos. Era un duro golpe para Carlos IV, que según se dice, gritó enfurecido “Mi honor, mi honor antes que la Corona”.
Los desgraciados sucesos de El Escorial provocaron en la opinión
española, en Napoleón y en las cortes europeas, la constatación de la miseria
moral de los más altos personajes rectores de la política española, sobre todo si
se tiene en cuenta que, al final del proceso, en enero de 1808, las tropas francesas se habían desplegado ya por el norte de España a raíz del tratado de Fontainebleau, que había sido firmado (en secreto) tres días antes de que Carlos
IV entrara en el cuarto de Fernando.
La siembra de la opinión en ambos bandos se abonó con las cartas cruzadas entre padre e hijo, que Godoy se encargo de publicar acompañándolas al
decreto en el que los padres perdonaban a Fernando, sin duda para herirle más.
Las expresiones de “papá”, “mamá”, que emplea el Príncipe, su infantilismo, su
doblez moral –delató a todos sus cómplices-, la falsedad de su arrepentimiento –pues seguía conspirando-, sólo tiene parangón en las cartas que padre e
hijo envían a Napoleón, de las que nos contentaremos con resaltar sólo el ser­
vilismo y la puerilidad que manifiestan ambos al solicitar su protección, uno
contra el otro.
Mientras, en el pueblo español cundía la impresión de sometimiento a Francia; el pueblo bajo y el clero rural, siempre tendentes a acrecentar
el “patriotismo español” desde la guerra contra la Francia regicida y atea, se
sumaban al descrédito del gobierno títere que había enviado 15.000 soldados
bajo el mando del marqués de la Romana, en mayo de 1807, a Dinamarca para
engrosar el ejército imperial, mientras contemplaban sorprendidos la llegada de grandes contingentes de soldados franceses a sus pueblos, a los pue­
blos y ciudades que había entre la frontera francesa y la de Portugal, así como
Vísperas del Dos de Mayo
109
a Madrid. Los alcaldes buscaron alimentos, camas y edificios donde alojar
a los soldados, pero hubo ya algunas actitudes de hostilidad aisladas en muchos sitios. Carlos IV tuvo que publicar que los franceses sólo estaban de paso
para conquistar Portugal y que eran amigos; Beauharnais, maestro en difundir
rumores, tranquilizaba a los fernandinos diciéndoles que también venían para
apoyar al Príncipe.
Porque el pueblo, el populacho, era ya una amenaza temible y muchos
pensaron que la “revolución española” sólo podía evitarla Napoleón –como
había hecho en Francia-, de forma que se inclinaron a cualquier solución que
viniera avalada por el Emperador y por Fernando, los únicos capaces de aglutinar las diferentes opciones, todas presididas por el odio a Godoy, que intuyó
su fin cercano –y el de la monarquía de Carlos IV- y se volcó en su lealtad
a los reyes. La toma de la ciudadela de Pamplona y la posterior entrada de las
tropas francesas en Barcelona era una señal inequívoca para Godoy de las verdaderas intenciones del Emperador, por lo que empezó a pensar en trasladar
a los reyes para evitar que cayeran en sus manos –eso había ocurrido ya con
el propio Papa y los Braganza, que habían huido a Brasil para evitarlo-, pues
Godoy creía también que Napoleón podía presentarse en persona en Madrid
a imponer su solución. Precisamente, éste fue el desencadenante que utilizaron
los fernandinos para lanzarse abiertamente al golpe de estado, el mal llamado
motín de Aranjuez.
Intuyendo su desgracia, abatido, como lo vio Alcalá Galiano en su casa
el día 13 de marzo de 1808 y sabiendo que Murat había llegado a Burgos, Godoy, ya en Aranjuez, ofreció a Fernando, en presencia del rey, quedarse en Madrid como “lugarteniente con plenas facultades en lo militar y en lo político”,
lo que los consejeros del Príncipe no aceptaron. El 14 de marzo, el Consejo
de Estado, del que Godoy era decano, se pronunció favorablemente al viaje
real a Sevilla, pero el ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero,
ganado por la causa fernandina aunque con gran ascendencia sobre Carlos
IV, se negó a dar su firma, llegando a un fuerte encontronazo con Godoy
en los pasillos del palacio. Según testigos, Godoy intentó sacar la espada y fue
frenado con rapidez por Caballero que le apuntó con una pistola. Luego, Caballero tranquilizó al rey sobre las intenciones de los franceses y, al parecer,
el rey le contestó que no saldría de Aranjuez. Sin embargo, al día siguiente,
el propio ministro –con órdenes del entorno de Fernando- envió una circular
a los vecinos del Real Sitio instándoles a impedir el viaje de la corte a Sevilla
–a sabiendas de que la ausencia de los reyes sería la ruina de los proveedores
y sirvientes de la Casa Real-, mientras el Consejo de Castilla desautorizaba
110
josé luis gómez urdáñez
el envío de tropas a Aranjuez. De nada sirvió que el rey lanzara una proclama extremadamente paternalista, tanto que empezaba por “amados vasallos
míos” y seguía con expresiones como “yo cual padre tierno os amo”, “españoles,
tranquilizad vuestro espíritu”, “vuestro amor”, etc. El texto, aunque fue fijado
en varios lugares de Aranjuez, aparecería el día 18 en la Gaceta. Era demasiado
tarde.
Emilio La Parra dice que Godoy llegó a temer un atentado personal el día
16, pues se vio sin tropa, consciente de que incluso entre sus guardias de corps
se estaba incitando al motín, mientras se sabía que corría ya el dinero de “El tío
Pedro” (el conde de Montijo) y llegaban al Sitio campesinos y jornaleros de los
alrededores. Muchos provenían de las vecinas tierras del duque del Infantado
y del conde de Altamira –seguramente el hombre más rico de España31-, que
junto con el infante don Antonio, también habían puesto dinero para pagar
“jornales”, es decir, gratificaciones a los que se amotinaran. Sin embargo, los
forasteros atraídos por el dinero no fueron tantos como dijeron luego Godoy
y Galdós, o los historiadores románticos que hablaron de “plebe” o “ratas rabiosas”. Entre los habitantes del Sitio, mucho más numerosos que los forasteros pagados, hubo “patriotismo”, o si se quiere “veneración por los reyes”, a los
que querían y de los que dependían, como prueba el desarrollo de los hechos:
los amotinados siempre vitorean a la familia real. En cualquier caso, tan exagerada es la cifra de 40.000 amotinados como la movilización sólo por la atracción del dinero repartido. Igualmente, es poco creíble que el propio Fernando
diera la señal a medianoche para empezar el motín o que fuera el “tío Pedro”
disparando un tiro.
Hubo un desencadenante inmediato, pero éste fue la difusión interesada
de un nuevo rumor. Al atardecer del día 17 los esbirros del “Tío Pedro” divulgaron que los reyes partirían al día siguiente –algo parecido a lo que se voceará
por Madrid el 2 de mayo-, lo que fue interpretado como una traición del rey,
presa ya su voluntad del “monstruo” Godoy. Contra él se dirigieron siempre los
amotinados, que fueron concentrándose frente a palacio para impedir la traición. Como en el motín contra Esquilache, el rey y su familia se mostraron al
público, prometiendo no salir de viaje; Fernando apareció en el balcón y fue
31. El conde de Altamira, que fue retratado por Goya junto a una mesa para que se viera su
estatura de enano, era conde de Almazán, la villa soriana que sería incendiada durante la guerra. Con
la Constitución de 1812, Almazán se libró del conde y eligió a su primer alcalde constitucional, pero
el regreso de Fernando VII hizo que el conde volviera a ser el señor de la villa. Gómez Urdáñez,
J. L., “La Guerra de la Independencia en Almazán”, Cuadernos del Bicentenario (extra), Foro para
el Estudio de la Historia Militar de España, Madrid, 2011.
Vísperas del Dos de Mayo
111
aclamado, como lo habían sido antes los reyes. Con los “viva el rey y muerte
a Godoy”, los amotinados se dirigieron a la casa del Generalísimo, la saquea­
ron, pero, como dijo el conde Toreno, no robaron, caso insólito si se trataba
de “ratas” y chusma.
Al día siguiente, Carlos IV firmaba el decreto de exoneración de Godoy,
asumiendo él personalmente el mando en el ejército y la marina, las dos únicas competencias que oficialmente tenía Godoy. Al mostrarse en el balcón
para anunciar la caída del tirano, la multitud vitoreó de nuevo al rey –incluso
a la reina, como recalca T. Egido- y volvió aparentemente la calma. El motín
parecía sofocado, al menos en lo que concernía a la continuidad de la dinastía.
Pero, al día siguiente, Godoy fue descubierto. Sediento, salió de su escondite;
otras versiones hablan de que un muchacho lo vio por la ventana; en cualquier
caso, los guardias de corps tuvieron que evitar la ira de la multitud, que apedreó
y golpeó al caído, custodiándolo hasta el cuartel, donde quedó preso. De nuevo,
se formó un tumulto y el príncipe Fernando calmó a la multitud prometiendo juzgar a Godoy en Aranjuez. Pero, tras conversaciones entre padre, hijo
y ministros, se decidió trasladar al preso a Ocaña. De nuevo se filtró el rumor
de que querían sacarle para evitar el castigo y los amotinados acudieron al
cuar­tel y destrozaron el coche que habían preparado para el traslado. El príncipe volvió a calmar a la multitud, reiterando la promesa de que el preso no
saldría de Aranjuez.
Incapaz de soportar la tensión, quizás temiendo por la vida de su querido
Manuel, Carlos IV convocó a las siete de la tarde del 19 de marzo a sus ministros y les expuso su decisión de abdicar. No la había consultado con María
Luisa, que estaba encerrada en sus habitaciones. El rey firmó el decreto de abdicación y, delante de los ministros y consejeros, se quitó la corona y la puso
en la cabeza de su hijo. “Como los achaques de que adolezco no me permiten
soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos” -comenzaba
diciendo el decreto-, “he determinado después de la más seria deliberación,
abdicar mi corona en mi heredero y muy caro hijo…” El rey decía que el Real
decreto era “de libre y espontánea declaración” y “mi Real voluntad”.
El pueblo, de nuevo concentrado ante el palacio, lo sabe inmediatamente
todo y aclama al nuevo rey Fernando VII, que saluda desde el balcón. El entusiasmo ha sido narrado más o menos novelescamente: se dijo que cortaron ramos verdes y los pusieron en los sombreros de los guardias de corps,
o que la reina propinó un sonoro bofetón a su hijo cuando fue, ya rey, a besarle
la mano. En cualquier caso, la ópera bufa en que fue convertido el primer golpe
de Estado de la historia de España continuó con un inusitado desenlace: el rey
112
josé luis gómez urdáñez
se arrepentía unos días después y declaraba nula su decisión. En su “protesta”,
que se fechó el 21 de marzo pero que en realidad se firmó el 24, declaraba que
el decreto de abdicación fue “forzado por precaver mayores males y la efusión
de sangre de mis queridos vasallos”. En carta a Napoleón, exageraba su situa­
ción, pues le decía que tuvo que “escoger entre la vida o la muerte, pues ésta
última hubiese sido seguido de la de la reina”.
Las cartas de María Luisa de esos días provocan todavía más estupor, pues
llega a pintar un retrato de su hijo asombroso: “mi hijo tiene mal corazón;
su carácter es cruel; jamás ha tenido amor a su padre ni a mí; sus consejeros
son sanguinarios”. Los franceses debieron de quedarse atónitos cuando la reina decía: “mi hijo es enemigo de los franceses, aunque diga lo contrario. No
extrañaré que cometa un atentado contra ellos”. Para entonces, la caballería
francesa llegaba a Aranjuez, el general Murat, gran duque de Berg, entraba en Madrid (23 de marzo) y, al día siguiente, Fernando VII era aclamado
en la capital, donde firmaba un decreto para que el pueblo acogiera triunfalmente al emperador, cuya llegada a Madrid se creía inminente.
Desde la abdicación de Carlos IV hasta el nombramiento del rey José I –la
verdadera solución Napoleón- pasó demasiado tiempo, lo suficiente para que
se produjeran cambios revolucionarios –ahora sí- en el comportamiento del
pueblo. La sensación de “nación abandonada”, como dijo M. Artola, obligó
a tomar decisiones, que finalmente conducirán a la división de los españoles
en las opciones que ya se podían intuir de tiempo atrás. La guerra contra los
gabachos es el aglutinante total en apariencia, pero tras el telón está la “revolución española” que, para muchos, colaboracionistas, afrancesados, liberales,
no consiste ya en la reposición de Fernando en el trono. La Junta Suprema,
en su parte de 17 de abril de 1808, a Su Majestad, obviamente Fernando VII,
da la clave para entender lo que va a ocurrir dos semanas después: “que los
franceses tomaban el tono de conquistadores y con él causaban vejaciones a los
pueblos y al erario, imposibilitando acaso a la Nación de los medios para conservarse sin dependencia de toda autoridad extranjera”. La Guerra de la Independencia de la Nación Española está a punto de comenzar: sólo falta que esta
toma de postura revolucionaria se contagie al pueblo, lo que había comenzado
a producirse tras el motín de Aranjuez.
Los motines contra Godoy se habían extendido a toda España y habían
sido especialmente virulentos en Madrid, donde quemaron la casa del minis­
tro caído y saquearon las de alguno de sus protegidos, como el mismísimo
Leandro Fernández de Moratín. Como dice T. Egido, hubo más violencia
en Madrid que en Aranjuez, violencia y desenfreno, borracheras y pillajes. Al-
Vísperas del Dos de Mayo
113
calá Galiano dijo que Madrid “se convirtió en un lupanar”. Pero, la euforia del
triunfo contra el tirano y la llegada del mesías se fue enfriando al conocer los
acontecimientos posteriores: las tropas francesas no habían vitoreado a Fernando en su entrada triunfal en Madrid, lo que, aunque Escoiquiz quisiera no
verlo, era una señal de que Fernando contaba menos que el rey padre en los
planes de Napoleón (y que, en realidad, ninguno contaba nada, pues el Emperador había decidido ya instaurar una nueva monarquía en España).
Por ahora, Murat impidió que los reyes padres se retirasen a Badajoz, por
lo que fijaron su residencia en El Escorial. Godoy también era custodiado por
los franceses, que lo trasladaron a Chamartín el 21 de abril. Mientras, el pueblo
era sometido a una presión irresistible al tener que pagar los víveres de los soldados y cederles alojamientos. Nada más llegar a Madrid, Murat, por medio
del general Beliand, exigía al gobierno español víveres para alimentar a 27.000
hombres y 7.000 caballos durante 15 días, alojamiento para 12.000 hombres
en cuarteles y conventos, con cocina, leña, paja, colchones, mantas, etc., así
como 12.000 cantimploras, 1.200 marmitas, 2.000 pares de botas, 200 carros
y 500 mulos, 500.000 raciones de bizcocho”. En todas las ciudades y pueblos
de Castilla donde había guarniciones las peticiones a los corregidores y alcaldes eran igualmente exageradas.
Quedaba todavía la esperanza de Fernando, y para la mayoría de sus seguidores la del apoyo del emperador, por lo que el rey hijo se apresuró a salir
de Madrid hacia Burgos para abrazar a su protector imperial. Algunos sos­
pechaban ya las verdaderas intenciones de Napoleón cuando anunció que
vendría a España y que quería entrevistarse con el joven rey cuanto antes; incluso hubo conatos de rebeldía entre los madrileños al ver partir al rey: cuatro
días después, en la iglesia de la Encarnación de Madrid, se propaló el rumor
en medio de los actos del Jueves Santo de que iba a haber una refriega con
los franceses. Pero, los consejeros de Fernando estaban cegados por la euforia
del triunfo final cercano, especialmente el preceptor Escoiquiz que, en uno
de sus muchos desatinos, había llegado a ofrecerse a Napoleón como el Godoy
de Fernando VII. “Me ofreció por su cuenta –dice Napoleón- gobernar, según
dijo, de acuerdo por completo conmigo, de la misma forma que lo pudo hacer
el Príncipe de la Paz en nombre de Carlos IV”.
La corte de Fernando salió de Madrid el 10 de abril, pero su viaje no terminó en Burgos, ni en Vitoria, sino en Bayona, adonde llegó el día 21. El que
fuera ministro de Carlos IV, Mariano Luis de Urquijo, intentó detener a Fernando en Vitoria, con el apoyo del duque de Mahón y del alcalde Urbina, pero
no lo consiguieron a pesar de fomentar serios disturbios en la capital alavesa.
114
josé luis gómez urdáñez
(Urquijo sería luego ministro con José I. Exiliado como tantos afrancesados,
sus restos reposan en el cementerio del padre Lachaise, cerca de los de Moratín y Godoy). Tras Fernando, a los pocos días, llegaba Godoy a Bayona y des­
pués los reyes, también Pepita Tudó y su familia. En España quedó una junta
presidida por el infante don Antonio, hermano de Carlos IV. Todos los días
llegaba a Madrid un parte con noticias sobre la salud de la familia real, que
inquietaba más que tranquilizaba, pues la reunión de Bayona empezaba a ser
muy sospechosa. Además, el clima de hostilidad contra los franceses era ya imposible de ocultar: desde la salida del rey hasta fines de abril, no menos de 50
soldados franceses ingresaron en el Hospital General; también aumentaron las
víctimas españolas de día en día. El 27 de abril, cinco pastores fueron agredidos
a orillas del Manzanares por soldados franceses que les querían robar las reses.
En otros pueblos y ciudades, los roces eran igualmente cotidianos.
Cada vez más aumentaban los rumores sobre amenazas de Murat contra
los madrileños, que se hicieron explícitas al serle negada por la Junta la petición –en nombre de Carlos IV- de que salieran sus hijos, Luisa, reina de Etruria, y Francisco de Paula, para reunirse en Bayona con sus padres. Tras muchos
forcejeos, el 30 de mayo la junta autorizó la salida de Luisa, mayor de edad,
pero no la del infante. Murat anunció que tomaría medidas drásticas, como
alejar a los guardias de corps de la capital y prohibir papeles y canciones “perjudiciales para el nuevo orden que se quiere introducir”. Por la noche, hubo
ya grupos en la puerta del Sol, mientras se formaban los primeros tribunales
militares para juzgar los constantes altercados. Al día siguiente, 1 de mayo,
domingo, Murat, el duque de Berg al que llamaban “el troncho de berzas”, fue
insultado a su paso por la puerta del Sol, cuando se dirigía a misa. Por la tarde,
el infante don Antonio fue vitoreado. Todo el mundo en Madrid esperaba
grandes acontecimientos al día siguiente.
La sangrienta jornada empezó con la concentración de gente en la puerta
del Sol desde primera hora de la mañana. Esperaban el “parte”, que no llegó
la noche anterior, pero en realidad, estaban seguros de que se producirían algaradas contra los franceses, como habían divulgado durante toda la noche
agentes fernandinos y soldados españoles, conocedores de que los franceses
podían hacer salir a los infantes en cualquier momento. En efecto, a las 9
de la mañana, salía un coche de palacio con Luisa y se preparaba otro para
el infante. A los gritos de “traición”, “que se llevan a los infantes”, se concentraron unos centenares de personas dispuestas a impedir la salida. A las 10,
sonaron las primeras descargas de artillería, que dejaron en la calle varios heridos. Inmediatamente, la multitud se dispersó en grupos, corriendo hacia calles
Vísperas del Dos de Mayo
115
y plazas de Madrid, donde se les unía más gente. Los soldados franceses que
encontraban eran agredidos con palos, o navajas; no hubo casi armas de fue­
go, sólo las de los escasos militares que a título personal se lanzaron contra
los enemigos. Desde lo alto de la cuesta de San Vicente, Murat dio entonces
orden de actuar a la caballería, que cargó con saña en la puerta del Sol, pero
también en otras calles y plazas. Luego, el lugarteniente escribiría al Emperador: “Señor: ha habido mucho muerto”. Hacia las dos, terminaron las algaradas. La ciudad estaba tomada por más de 25.000 soldados franceses, además
los miembros de la Junta y de los Consejos difundieron durante toda la tarde
que habría perdón si los madrileños se retiraban. Como dice J. Soubeyroux, al
analizar la versión que Goya dio en sus cuadros, el levantamiento fue espontáneo, popular, revolucionario; por eso, no gustaron nada a Fernando VII y a
su camarilla cuando volvieron a Madrid después de la guerra, y los mandaron
al almacén del Museo del Prado, donde permanecieron años ocultos hasta
la Gloriosa Revolución de 1868.32
Al día siguiente, el despliegue militar francés dejó las calles desiertas, pero
pronto se empezó a saber que los fusilamientos habían empezado ya por la tarde y la noche del día 2 en varios lugares, la Montaña del Príncipe Pío –los
inmortalizados por Goya-, El Prado, la puerta del Sol, el portillo de Recoletos,
etc. Sobre las bajas se ha exagerado mucho, pero es posible que, en el lado
español, no pasaran de 420 muertos y algunos cientos de heridos. Los fusilados
fueron poco más de 100. Entre los franceses, se ha mantenido también una
cifra exagerada, en torno a los 1.600 muertos. Desde luego, serían bastantes
menos, pero no los 31 que declaró Murat33. Restablecida la calma, el día 3, salía
el infante Francisco de Paula hacia Bayona y, a la mañana siguiente, le seguía
don Antonio, un personaje que se califica por su conocida despedida:
A la junta, para su gobierno, la pongo en noticia como me he marchado a Bayona de orden del rey y digo a dicha junta que ella siga en los mismos términos,
como si yo estuviese en ella. Dios nos la dé buena. Adiós, señores, hasta el valle
de Josafat. Antonio Pascual.
32. Soubeyroux, J. Goya politique, Sulliver, Paris, 2010.
33. Alía Plana ha dado el ultimo parte de bajas: de los 413 españoles muertos, sólo 39 eran militares, contra 57 mujeres y 13 niños, y entre los 169 heridos, sólo se contaban 28 militares. La mayoría
de las víctimas eran individuos sin oficio conocido y artesanos. Alía Plana, J. Mª. Dos días de mayo
de 1808 en Madrid pintados por Goya, Fundación Jorge Juan, Madrid, 2004.
116
josé luis gómez urdáñez
Ese mismo día, Murat se hacía cargo de la presidencia de la Junta y cuatro
días después, recibía una carta del Capitán General de Castilla la Nueva, Negrete, con felicitaciones por su comportamiento el día 2 de mayo. Empezaba
la colaboración de muchas autoridades de las provincias, mientras otras, como
el célebre alcalde de Móstoles, llamaban a la movilización.
Para entonces, en Bayona, Fernando ya había devuelto la corona a su padre,
que se la entregó acto seguido a Napoleón. Terminaba así la dinastía, pero se
iba con ella algo más. Caía el Antiguo Régimen, por más que Fernando VII,
a la vuelta de su extraño cautiverio en Valençay ordenara en todas las instituciones “que todo vuelva al estado que tuvo antes de 1808”. España, que saldría
maltrecha de una costosa guerra –cuyos efectos sobre el desarrollo material
lastraron durante décadas la acción de los gobiernos posteriores, como siempre
recuerda Miguel Artola34-, debía encarar los retos de un mundo nuevo, el mundo contemporáneo, al que se asomaría con dos novedades extraordinarias: por
una parte, acababa todo un sistema político-comercial ligado al mantenimiento del imperio colonial a raíz de la emancipación de las repúblicas americanas;
por otra, España se dotaba de una Constitución liberal, mientras el gobierno
provisional quedaba en manos de unas cortes con capacidad de gobernar. Bien
es cierto que su acción no llegaba a muchas regiones de la España gobernada
por José I, pero su influencia fue tan grande que ningún español ha podido
olvidarla35. Pues gobernar con Constitución o sin Constitución ha sido desde
entonces el principal sello de cualquier gobierno: lo que los españoles distinguen como algo relevante y clarificador sobre sus relaciones con el poder. Con
todo, ese mundo nuevo mantenía del pasado la reverencia por la monarquía
española de origen histórico -aunque la de los Borbones empezara con un rey
nacido en Versalles y acabara con otro nacido en Nápoles- y desde luego,
la posición dominante de la religión Católica. De ella se acordó en Bayona (y
de pocas cosas más) el último monarca, Carlos IV, que le encareció a Napoleón
que la mantuviera como la única religión de España. También lo harían los
diputados de Cádiz, que le dedicaron el artículo 12: “La religión de la Nación
34. Artola, Miguel, Antiguo régimen y revolución liberal, Ariel, Barcelona,1991; del mismo autor, uno de sus últimos libros, La Guerra de la Independencia, Espasa, Pozuelo de Alarcón, 2008.
Como consecuencia de la conmemoración del centenario de la guerra ha habido una avalancha
de publicaciones –puede verse una selección en PARES http://pares.mcu.es/GuerraIndependencia/
portal/index.html -, pero quiero destacar expresamente la gran labor desarrollada por el Foro para
el Estudio de la historia Militar de España. http://www.forohistoria.com/. Algunas de las actividades
tuvieron lugar en Varsovia, como el congreso para conmemorar la batalla de Somosierra.
35. Portillo, J. M., Revolución de Nación. Orígenes de la cultura constitucional de España, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid., 2000.
Vísperas del Dos de Mayo
117
española es y será perpetuamente la Católica, apostólica romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio
de cualquier otra”. El acendrado catolicismo español y polaco parece unir más
a nuestros dos países, pero en Polonia, aquella constitución de 1791 no imponía
la religión católica, ni prohibía “el ejercicio de cualquier otra”.
Miguel Ángel Puig-Samper
(Madrid)
La Constitución de Cádiz
y la cuestión americana1
L
a reflexión sobre la Constitución española de 1812 es en estos momentos
un ejercicio colectivo de muchos historiadores españoles aprovechando
la celebración del bicentenario de la que conocimos como “la Pepa”, siempre
vista como el inicio del liberalismo y referencia obligada del constitucionalismo de los siglos XIX y XX. En esta ocasión y con motivo de este estudio
comparado entre las primeras constituciones polaca y española, trataré de dar
una pincelada sobre la faceta americana que esconde nuestra primera constitución, un elemento que la hace más universal, y de la pequeña historia americana que esconde la propia gestación de la Constitución de 1812. Todo esto se
producía además en un momento histórico único en el que se producía la pérdida para España de los territorios americanos, que por otra parte se debatían
en una pugna interna interminable, mientras la Península era invadida por las
tropas napoleónicas y en Cádiz se debatía la constitución, en sentido literal,
de la nación española, en ausencia de la familia real y tras la disolución de una
primera Junta Central que dio paso a un Consejo de Regencia, institución que
fue la encargada de llamar a elecciones para reunir a las Cortes.
Uno de los primeros asuntos que abordaron las Cortes fue la igualdad
de los territorios peninsulares y ultramarinos, que se expresó en un decreto
firmado el 15 de octubre de 1810 bajo la presidencia de Ramón Lázaro de Dou
1. Proyecto HAR 2010-21333-C03-02 del Ministerio de Economía y Competitividad de España. Agradezco a Cezary Taracha y al Instituto Cervantes su amabilidad al invitarme a participar
en esta reflexión sobre las primeras constituciones de Polonia y España.
120
miguel ángel puig-samper
y ratificado por la primera Regencia.2 Tres días después aparecía en la Gazeta
de la Regencia de España e Indias:
Las Cortes generales y extraordinarias confirman y sancionan el inconcuso concepto de que los dominios españoles en ambos hemisferios forman una
sola y misma monarquía, una misma y sola nación y una sola familia: y que por
lo mismo los naturales que sean originarios de dichos dominios, europeos o ultramarinos, son iguales en derechos a los de esta península, quedando a cargo
de las Cortes tratar con oportunidad y con un particular interés de todo cuanto
pueda contribuir a la felicidad de los de ultramar, como también sobre el número
y forma que deba tener para lo sucesivo la representación nacional en ambos hemisferios. Ordenan asimismo las Cortes que desde el momento en que los países
de ultramar, en donde se hayan manifestado conmociones, hagan el debido reconocimiento a la legítima autoridad soberana que se halla establecida en la madre
patria, hay un general olvido de cuanto hubiese ocurrido indebidamente en ellas,
dexando sin embargo a salvo el derecho de tercero.3
Esta declaración, que se ha presentado a veces como novedosa, tiene
un antecedente inmediato en la declaración de la Junta Central del 22 de enero de 1809, que dictaminaba que “los vastos y preciosos dominios que España
posee en las Indias no son propiamente colonias o factorías, como los de otras
naciones, sino un aparte esencial e integrante de la monarquía española; y deseando estrechar de un modo indisoluble los sagrados vínculos que unen unos
y otros dominios, como asimismo corresponder a la heroica lealtad y patriotis­
mo de que acaban de dar tan decisiva prueba a la España en la coyuntura más
crítica en que se ha visto hasta ahora nación alguna, se ha servido S.M. declarar, que los reinos, provincias e islas que forman los referidos dominios deben
tener representación nacional e inmediata a su real persona, y constituir parte
de la Junta Central Gobernativa del reino, por medio de sus correspondientes
diputados.”4. Lo cierto es que la representación acordada para los americanos
2. Sobre la representación americana en las Cortes puede consultarse Berruezo, M. T. La participación americana en las Cortes de Cádiz, 1810–1814, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1986, y Rieu-Millan, M.L., Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (Igualdad o independencia),
CSIC, Madrid, 1990.
3. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales y Extraordinarias desde
su instalación de 24 de septiembre de 1810 hasta igual fecha de 1811, Imprenta Nacional, Madrid, 1820,
Tomo I, 10.
4. Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Atlas, Madrid,
1953, 174–175.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
121
–un diputado vocal por cada virreinato, capitanía general o provincia- fue considerada injusta al disponer la Península de dos representantes por provincia.5
Como ha indicado Roberto Breña6, los debates en torno a la representación americana fue uno de los temas de conflicto entre los diputados peninsulares y los americanos una vez convocadas las Cortes. Pone de ejemplo más
clarificador al propio Argüelles que nunca consideró que la metrópoli hubiera
tratado desigualmente a sus territorios en América, algo que puede verse en su
Examen Histórico, especialmente cuando dice:
Cabe que en esto se cometiesen errores [se refiere a la administración colonial], y no es posible dejar de reconocerlo; mas no por eso es menos infundado y calumnioso el cargo de opresión deliberada hecho contra la metrópoli a fin
de justificar la conducta de América durante la reforma constitucional…7
No se puede negar que hubo siempre ciertas reticencias hacia la representación americana desde la época de la Junta Central, lo que unido a la resistencia americana a reconocer a las nuevas autoridades peninsulares, dio
como resultado el inicio de la emancipación de algunos territorios.8 Así, el 22
de mayo de 1809 la Junta Central solicitaba, al convocar Cortes para el año
siguiente, que se recabara información sobre la “Parte que deben tener las
Américas en las Juntas de Cortes”. Pérez Guilhou destaca cómo en algunas
de las respuestas se detecta esta desconfianza de la Península hacia los americanos. El ejemplo más claro es el del Ayuntamiento de Córdoba que consideró
muy peligroso el asunto de la representación americana:
Si se atiende por otra parte a lo que la experiencia tiene tan acreditado, se verá
cuán difícil es mantener unas colonias de tanta extensión y a tanta distancia, revestidas una vez que sean del alto carácter de libres ciudadanos, y se miren a la par
de la Metrópoli que antes veneraban. El gusto a la libertad, la memoria de su
conquista y los tratamientos que como colonias están sufriendo, han de despertar
en aquellos naturales el deseo de la independencia y nuestras mismas Cortes han
5. Flórez Estrada, A., Examen imparcial de las disensiones de América con España, de los medios
de su reconciliación y de la prosperidad de todas las naciones, Madrid, Atlas, 1958, 9.
6. Breña, R.,El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808–1824,
El Colegio de México, México, 2006, 141–162.
7. Argüelles, A. de, Examen Histórico de la Reforma Constitucional de España, Junta General del
Principado de Asturias, Oviedo, 1999, 237.
8. Un análisis complejo y renovador de la situación americana y peninsular en esta época puede
verse en Piqueras, J.A., Bicentenarios de libertad. La fragua de la política en España y las Américas, P
Península, Barcelona, 2010.
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miguel ángel puig-samper
de ser para sus representantes escuela en donde aprendan los medios de conseguirla.9
A pesar de esto, hay que resaltar que la mayoría de las respuestas fueron favorables a la representación americana, con el argumento final de que no eran
colonos ni esclavos y debían por tanto participar en la legislación y reformas
que iban a acometer las futuras Cortes, aunque nunca estuvo claro en qué proporción debían tener representantes en relación a los peninsulares, o en todo
caso siempre prevaleció la idea de que fuera menor. Se utilizaron argumentos
de todo tipo, llegando a decirse que si se excluían a los indios, negros y gentes
de diferentes mezclas, el número ideal sería el de 26 diputados, que fue el fijado finalmente por la Junta Central al decretarse en enero de 1810 el sistema
de representación supletoria de América, por el que se establecía un sistema
de representación interina dada la urgencia de reunión de las Cortes, en tanto
que en la España peninsular se reconocía un diputado por cada cincuenta mil
habitantes.10
La llegada del Consejo de Regencia, con un representante americano –
Miguel de Lardizábal y Uribe- pudo suponer en un primer momento un soplo
de esperanza para los americanos. Como ha indicado Pérez Guilhou, la Regencia, lejos de manifestarse como un órgano del Antiguo Régimen, se expresa
en su manifiesto de 14 de febrero de 1810 como una institución mucho más
avanzada:
Desde el principio de la revolución, declaró la patria esos dominios parte
integrante y esencial de la Monarquía española. Como tal le corresponden los
mismos derechos y prerrogativas que a la Metrópoli. Siguiendo este principio
de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales a tomar parte en el
Gobierno representativo que ha cesado; por él la tienen en la Regencia actual,
y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales, enviando a ellas Diputados según el tenor del decreto que va a continuación de este
manifiesto.
Desde este momento, Españoles Americanos, os veis elevados a la dignidad
de hombres libres; no sois ya los mismos que antes encorvados bajo un yugo mucho más duro, mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con
indiferencia, vejados por la codicia, y destruidos por la ignorancia. Tened presente, que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros
9. Pérez Guilhou, D., La opinión pública española y las Cortes de Cádiz frente a la emancipación
hispanoamericana 1808–1814, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1981, 49.
10. Fernández Martín, M., Derecho Parlamentario Español, Madrid, 1885, II, 571–590.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
123
en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los Ministros, ni
de los Virreyes, ni de los Gobernadores; están en vuestras manos11
Curiosamente se apela a la libertad y a los nuevos derechos frente a la antigua opresión colonial, que había combinado la vejación y la ignorancia; algo
que nos recuerda a las afirmaciones de Francisco Antonio Zea, el discípulo
de Mutis,12 en la reunión afrancesada de Bayona y a las expresiones de los
propios independentistas americanos. Zea se había expresado así ante el nuevo
monarca José I:
Olvidados [los americanos] del gobierno de Madrid, excluidos de los grandes
empleos de la Monarquía, privados injustamente de instrucción y de luces, y, para
decirlo todo, en una palabra obligados a rechazar hasta los dones que les ofrece
la Naturaleza con una mano libérrima, ¿los americanos podrán dejar de proclamar
con entusiasmo una Monarquía que proclama su estimación por ellos, que los
sustrae a la humillación y al infortunio, que los adopta como hijos y les promete
la felicidad?13
Los americanos presentes en Bayona pedirán la libertad de industria y comercio para América, la abolición de tributos sobre indios y castas, etc., parte
de lo cual se recogerá en el título décimo del texto constitucional y en el artículo 87 de la Constitución se afirmará la igualdad de esta manera: “los reinos
y provincias españoles de América y Asia gozarán de los mismos derechos que
la Metrópoli”.14
Por otra parte las Cortes gaditanas volvían a realizar un gesto con el decreto de 30 de noviembre de 1810 por el que se daba el indulto general “en los
países de ultramar donde haya habido conmociones”.15
El 16 de diciembre el diputado Inca Yupanqui recriminaba el poco conocimiento que tenían los diputados de América y sus problemas, algo que ya
había sido común a los sucesivos gobiernos españoles, solo preocupados por
las remesas de metales preciosos, sin tener en cuenta la inhumanidad necesaria
11. Ibid., II, 594–600.
12. La trayectoria de los discípulos de José Celestino Mutis y su contexto puede verse en Díaz
Piedrahita, S., Mutis y el movimiento ilustrado en la Nueva Granada, Universidad de América y Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2008.
13. Citado en Pérez Guilhou, D., op. cit., 34.
14. Franco Pérez, A.F., «La cuestión americana y la Constitución de Bayona (1808)», Historia Constitucional 9, 2008.[Publicación en línea] <http://hc.rediris.es/09/index.html> [Consulta:
2/5/2012].
15. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales.., 28.
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para producirlos. Reclamaba toda la atención de las Cortes para América sentenciando que “un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”, como estaba
demostrando la propia invasión napoleónica en España.16
Ese mismo día los diputados americanos, entre los que figuraban indivi­
duos tan diferentes como Mexía Lequerica, José Álvarez de Toledo, Joaquín
Fernández de Leyva, Blas Ostolaza, el conde de Puñonrostro, Ramón Power,
etc., presentaban once peticiones reivindicativas17 que iban desde la puesta
en marcha de la consideración real de igualdad entre peninsulares y americanos, como decía el decreto del 15 de octubre, la libertad de siembra y cultivo, así
como la promoción de la industria manufacturera y las artes, la facultad de exportación a la Península y a las naciones aliadas y neutrales, la libertad de importación de cualquier producto necesario y por cualquier puerto americano,
el comercio libre con Asia, la supresión de lo estancos en las Américas, la libre
explotación de las minas de azogue, la igualdad de los americanos, españoles
o indios, con los españoles europeos para ocupar cualquier empleo en la Corte
o en cualquier lugar de la Monarquía, estableciendo además un cupo del 50%
a los nacidos dentro de un determinado territorio, lo que se controlaría por una
Junta consultiva. La última propuesta no deja de ser curiosa por la reivindicación de la vuelta de los jesuitas al territorio americano con dos motivos principales: la necesidad del cultivo de las ciencias, en las eran muy considerados,
y para “el progreso de las Misiones que introducen y propagan la Fe entre los
Indios infieles”.18
A finales de diciembre José Mexía Lequerica, calificado como primer botánico ecuatoriano y también muy relacionado con el médico naturalista José
Celestino Mutis,19 hacía un discurso muy interesante que nos da algunas de las
claves de la interpretación de un sector criollo ante los primeros movimientos
separatistas americanos. No se trataba de una traición a la Madre Patria ni a su
rey, simplemente se ocupaba un espacio de poder vacío para que no lo llenase
el pérfido Napoleón y sus secuaces. El pueblo recobraba la soberanía real como
por otra parte había sucedido en la metrópoli con la sucesivas Juntas. El diputado ecuatoriano se expresaba del siguiente modo, haciéndose eco de lo que
en su opinión pensaban sus hermanos americanos:
16. Diario de Sesiones de Cortes, 16 de diciembre de 1810, 172.
17. Pérez Guilhou, D., op. cit., 98–99.
18. Trelles y Govín, C.M., Un precursor de la independencia de Cuba. Don José Álvarez de Toledo.
Discurso leído en la recepción pública del Sr…..,, Imp. El Siglo XX, La Habana, 1926, 66–67.
19. Estrella, E., José Mejía, primer botánico ecuatoriano, Ediciones Abya-Yala, Quito, 1988.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
125
Momentáneamente nos separamos, no del gremio de la nación española, no
de la veneración de la nación española, no de la veneración a la madre patria, sino
de los provisionales gobiernos que la dirigen con tan varia y arriesgada suerte, porque tememos que pasando nuestra obediencia de unas manos a otras, acaso, según
la inevitable vicisitud de los sucesos humanos y la volubilidad de la fortuna, tan
fugaz en la guerra, caigamos al fin, y sin poder remediarlo, en las impuras de los
franceses, todavía empapadas en la inocente sangre de nuestros padres y hermanos. (...)
Porque América toda, señor, antes se sumergirá en las cavernas del mar, como
otro tiempo la isla de Delos, y posteriormente la grande Atlántida, que recibir
el yugo de este tirano que ha degradado a su rey, asolado a su patria y profanado
su religión. Para eso tiene un nuevo mundo un Fernando y éste posee en aquél
un trono, adonde no alcanzarán los tiros de su enemigo mortal.20
El 5 de enero de 1811 se aprobaba un decreto por la Cortes, publicado
en la Gazeta de la Regencia cinco días más tarde, esta vez firmado por Alonso
Cañedo como presidente, que intentaba calmar los ánimos en los territorios
americanos con una disposición que hubiera sido del gusto de fray Bartolomé
de las Casas por su defensa de los pueblos originarios de América:
Habiendo llamado muy particularmente toda la soberana atención de las
Cortes generales y extraordinarias los escandalosos abusos que se observan,
e innumerables vexaciones que se ejecutan con los indios primitivos naturales
de la América y Asia, y mereciendo a las Cortes aquellos dignos súbditos una
singular consideración por todas sus circunstancias; ordenan que los virreyes,
presidentes de las audiencias, gobernadores, intendentes y demás magistrados,
a quienes respectivamente corresponda, se dediquen con particular esmero y atención a cortar de raíz tantos abusos, reprobados por la religión, la sana razón y la
justicia; prohibiendo con todo rigor que baxo ningún pretexto, por racional que
parezca, persona alguna constituida en autoridad eclesiástica, civil o militar, ni
otra alguna de cualquier clase o condición que sea, aflija al indio en su persona, ni
le ocasione perjuicio el más leve en su propiedad, de lo que deberán cuidar todos
los magistrados y jefes con una vigilancia la más escrupulosa.21
La Cortes manifestaban su desagrado y amenazaban con severos castigos
a los infractores, además de ordenar que se circulase el decreto a todos los curas
párrocos de América y Asia para que lo trasladasen a los diferentes cabildos
20. Diario de Sesiones de Cortes, 29 de diciembre de 1810, 252–254.
21. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales.., 45–46.
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de indios y así les constara la protección dada por las Cortes, que así se ocupaba de la felicidad de todos y cada uno de ellos.
En estos primeros días de enero volvieron a repetirse en las Cortes las acaloradas discusiones en torno a la igualdad en la representación de los españoles
europeos y americanos. No era por cierto, como uno puede pensar, una polémica única entre los liberales americanos y los absolutistas españoles, ya que
por los Diarios de Sesiones podemos ver cómo el propio Argüelles se hizo fuerte
en su posición de defensa de una representación asimétrica entre los representantes peninsulares y ultramarinos por las graves circunstancias que atravesaba
España, sin atender a los discursos de algunos diputados americanos como
Guridi y Alcocer o el propio portavoz del grupo americano, Mexía Leque­
rica. El primero ya advertía del peligro de emancipación americana, a pesar
de su amor al rey Fernando y a España, si no se daba a aquellos territorios
la igualdad en la representación ante las Cortes y se concedían algunos derechos elementales. Como ejemplo de las limitaciones que sufrían los españoles
americanos Guridi señalaba la prohibición de cultivar ciertas especies vegetales, la imposibilidad de comerciar libremente o la desigualdad en la ocupación
de puestos, sin contar con las discusiones de algunos que dudaban de su naturaleza humana.22
La Gazeta de la Regencia publicaba el 17 de enero de ese mismo año otra
noticia, la negativa de la ciudad de Puerto Rico de sumarse a la rebelión pro­
puesta por el gobierno “intruso” de Caracas, con la que trataba el ejecutivo
de demostrar al público la fidelidad de muchos territorios americanos, o en palabras de la propia Gazeta, “en prueba de que la América española alimenta
en su seno dignos hermanos de los que combaten en Europa con heroísmo,
para sacudir el yugo que pretende imponerles el más pérfido de los usurpadores”. Las noticias en este sentido fueron bastante continuas. El 23 del mes
siguiente aparecía en la misma Gazeta, junto al aviso de traslado de las propias Cortes y la Regencia a Cádiz, la noticia de la llegada a la bahía gaditana
de la fragata Astrea procedente del puerto del Callao con 178.000 pesos fuertes
para el rey y particulares, 3.000 quintales de pólvora, cacao, cobre, estaño, etc.
y noticias tranquilizadoras sobre el orden público en aquellos dominios; algo
que subrayaba en otra noticia en la que daba cuenta de los donativos realizados
en la provincia del Cuzco como prueba de fidelidad a la corona, “en medio
de las conmociones de Santa Fé y Buenos Ayres”.
22. Diario de Sesiones de Cortes, 9 de enero de 1811, 329–330; 11 de enero de 1811, 343–345; 16
de enero de 1811, 381 y 387; 18 de enero de 1811, 396–397 y 23 de enero de 1811, 420 y 422.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
127
En esos días hubo algunas medidas para apaciguar el volcán americano, evidentemente sin ningún efecto, ya que gran parte del territorio, incluido
el del Nuevo Reino de Granada, se desconocía la autoridad de la Regencia
y de las propias Cortes de Cádiz, quienes por otra parte estaban informadas
de la situación americana y de las proclamas de las juntas.23 Así, en febrero se
declaraban en Cádiz algunos derechos reconocidos a los americanos, “deseando asegurar para siempre a los Americanos, así españoles como naturales originarios de aquellos vastos dominios de la Monarquía española, los derechos
que como parte integrante de la misma han de disfrutar en adelante”, como
la igualdad con la Península en la representación a Cortes, algo que luego no se
cumpliría, la libertad de cultivo y de la industria manufacturera o la igualdad
en los empleos para los criollos y los peninsulares.
En marzo se tomaban medidas para el fomento de la agricultura y la industria en América, como respuesta a una propuesta del obispo de Valladolid
de Michoacán, así como la extensión a los indios y castas de toda América
de una exención de tributos ya concedida en Nueva España, aunque quedando excluidas las castas de negros y mulatos de las gracias de repartimiento
de tierras que se habían concedido a los pueblo de indios. En abril se daba
la libertad de pesca de algunas especies, como la ballena, la nutria y el lobo marino en las Californias, y la de buceo de la perla en los dominios americanos,
libres de impuestos los productos que se comercializaran en buques nacionales,
libertad de importación de algodón, se discutía el comercio de esclavos, con
la oposición frontal del diputado cubano Jáuregui a las propuestas de Argüelles, Mexía y Guridi, etc.24 y poco después se tomaban medidas para el fomento
de la isla de Puerto Rico a instancia del diputado Ramón Power; pero la situación era ya muy grave como lo demuestra la proclamación de la Constitución
de Cundinamarca el 30 de marzo de 1811, que significaba un paso firme para
la separación definitiva de la antigua metrópoli.25
El 21 de mayo de este mismo año de 1811 se imprimía en Cádiz un discurso
firmado por Pedro Agar y Manuel José Quintana titulado El Consejo de Re23. Jairo Gutiérrez, J., Armando Martínez G., La visión del Nuevo Reino de Granada en las
Cortes de Cádiz (1810–1813), Bogotá: Academia Colombiana de la Historia y Universidad Industrial
de Santander, 2008.
24. Chust Calero, M., América en las Cortes de Cádiz, Mapfre-Ediciones Doce Calles, Madrid,
2010, y La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, Fundación Instituto Historia SocialIIH, UNAM, Valencia, 1999.
25. Vanegas, I. «La Constitución de Cundinamarca: primera del mundo hispánico», Historia
Constitucional, nº 12, 2011, 257–279, [Publicación en línea] <http://www.historiaconstitucional.com,>
[Consulta: 2/5/2012]
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gencia de España e Indias a la América Española para demostrar que era falso
que los españoles peninsulares se hubieran echado en los brazos de Napoleón
y sus tropas, que además los patriotas españoles habían ganado importantes
batallas como la de Figueras, se habían organizado las guerrillas en auténticas
partidas militares y miles de paisanos armados estaban dispuestos a defender
sus hogares, algo que demostraba el compromiso con la monarquía española.
El mensaje se dirigía a los “fieles españoles de América” para que no creye­
ran a aquellos que pintaban a la madre patria como un territorio entregado
a la opresión francesa e infectado de bandidos. Agar y Quintana apelaban al
patriotismo de los fieles americanos en el último párrafo del discurso con estas
palabras:
Sin duda proseguirá, y por mucho tiempo aún, esta guerra cruel que no puede
tener otro término que nuestra independencia. Proseguirá, y los sucesos en ella, ya
prósperos, ya adversos, continuarán todavía en la incierta y terrible oscilación que
han llevado hasta ahora. Pero, españoles americanos, vuestros hermanos de Europa no os han prometido constante relación de victorias, os han prometido, sí,
y han jurado a la faz del cielo y de la tierra mantener a toda costa la guerra justa
y necesaria en que los ha empeñado la virtud. Este juramento está en pie tan entero como al principio; consagrado con los ríos de sangre francesa y nuestra que estamos derramando, y con los sacrificios y pérdidas sin número que hemos sufrido
hasta ahora y sufriremos en adelante. Pero todo se debe al gran deber en que nos
hemos constituido; todo a las grandes esperanzas que nos alientan; ved, vosotros,
si para no asistirnos poderosamente en esta honrosa porfía queda disculpa alguna
al americano que sienta en sus venas latir sangre española y se precie de leal.26
La cuestión no era tan sencilla como la planteaban Agar y Quintana, pues
a estas alturas el proceso de emancipación americana estaba ya en marcha, sin
un posible retroceso, a pesar de la aparente fidelidad al rey de algunas juntas americanas, que por otra parte no reconocían la autoridad de la Regencia.
Además las tensiones de algunos diputados americanos con los peninsulares,
tanto liberales como absolutistas, en la misma sede de las Cortes gaditanas fue
en aumento. Solo hay que recordar la marcha apresurada de algunos de ellos
como el neogranadino José Domingo Caicedo o la forzada del diputado por
Santo Domingo el habanero José Álvarez de Toledo, que tuvo que huir a Filadelfia tras la orden de apresamiento dictada contra él por enviar noticias
a Santo Domingo acusando a las Cortes de desinterés hacia los asuntos ameri26. Agar, P. y Quintana, M.J., El Consejo de Regencia de España e Indias a la América Española,.
Reimpreso en la Coruña, Oficina de Prieto, Cádiz, 1811.
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129
canos. Una vez en Filadelfia daba sus explicaciones en la Aurora de Philadelphia
en diciembre de 1811 afirmando:
Yo concibo el más profundo interés por el destino de España, y miro con
compasión al pueblo español en sus mortales agonías. Al verlo oprimido por sus
enemigos exteriores, y asesinado por su gobierno terco y atroz, que encerrado
en las murallas de Cádiz medita y maquina precipitar la nación a una sujeción
y ruina irreparable, me asaltó con más vehemencia que nunca el vivo deseo de que
se estableciese la libertad, y se declarase la absoluta independencia en todo el continente e islas que descubrió Colón. Yo soy americano, y suceda lo que sucediere,
estoy pronto a derramar toda mi sangre con alegría por contribuir a su feliz y gloriosa regeneración.27
El mismo año Álvarez de Toledo publicaba unManifiesto o satisfacción pundonorosa, a todos los buenos españoles europeos, y a todos los pueblos de América
por un diputado de las Cortes reunidas en Cádiz, donde explicaba toda su trayectoria vital hasta su incorporación a las Cortes gaditanas, donde participó
activamente en las “Proposiciones que hacen al Congreso Nacional los Diputados de América y Asia” del 16 de diciembre de 1810, donde exigían igualdad
en la representación, libertad de cultivo, de exportación y comercio, la igualdad
en la provisión de destinos, la supresión de estancos, la explotación de minas
de azogue, la restitución de los jesuitas al territorio americano, etc.
Además explicaba Álvarez de Toledo que viendo la desidia de las Cortes
hacia los asuntos de América, había reunido unos días más tarde a los diputados americanos en la casa del marqués de San Felipe y Santiago, un importante hacendado cubano, para hacer un manifiesto muy radical, que luego
fue sustituido por un recordatorio de los diputados de Nueva España recién
llegados a las Cortes.28
La interpretación americana de estas fugas de diputados de Cádiz era
frontalmente diferente a la que ofrecían los medios de prensa peninsulares.
En tanto que el representante del gobierno de Caracas en Londres López
Méndez aseguraba que estos dos diputados habían huido por la persecución
que les preparaban las Cortes, el periódico El Conciso hablaba de una fuga
voluntaria de Álvarez de Toledo después de verificado un delito que él mismo
27. Vega, W., La Constitución de Cádiz y Santo Domingo, Fundación García Arévalo, Santo
Domingo, 2008, 107. La Aurora de Chile, 1812, nº 17, 4 de junio, tomo I. Aparece también reproducido
en la Gazeta de Caracas, del viernes 24 de Enero de 1812.
28. Trelles y Govín, C.M., Discursos leídos en la recepción pública del Sr….., Imp. El siglo XX,
La Habana, 1926, 82–83.
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había reconocido en su escrito de Filadelfia, mientras que el diputado Caicedo
se había marchado tras pedir una licencia a las Cortes para viajar, algo que
estas le concedieron el 6 de mayo de 1811 y permitieron que se le expidiese
legalmente un pasaporte.29 Otra cosa era que inmediatamente, al pisar tierra
americana, se pusiera a las órdenes del movimiento de independencia en Nueva Granada.
La llegada de una nueva Regencia, la llamada Constitucional y del Quintillo, para sancionar la nueva Constitución, no parece que cambiara el panorama político en los asuntos americanos. El regente neogranadino Joaquín
Mosquera y Figueroa, muy conocido por su actuación represiva en los sucesos
de los pasquines en Santa Fe y el procesamiento de Nariño y otros miembros
de la elite neogranadina,30 se vio en la necesidad de publicar tras su designación
un llamamiento con el título de La Regencia del Reyno a los españoles americanos, en la que seguía apelando a la generosidad americana con sus hermanos
peninsulares para llegar a una liberación común del tirano que sacudía a Europa y restaurar en el trono al rey Fernando VII, afirmando que el monarca no
se olvidaría de sus fieles vasallos americanos. La Regencia, aseguraba, se ocupará de calmar las turbulencias que algunos mal aconsejados habían desatado
en América, algo que jamás se cumpliría.31
Hay que recordar también que Mosquera figuraba como presidente
de la Regencia en el momento de aprobarse la Constitución de 1812 y por
tanto su firma encabeza la aprobación de los decretos que mandaban publicar
y cumplir lo estipulado en esta carta magna que iniciaba sus capítulos declarando que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios”, para aclarar en el título segundo que los territorios americanos
29. El Conciso, nº 23, Sábado 23 de mayo de 1812: 2–3.
30. Una necrología oficial de Mosquera aparece en la Gaceta de Madrid, núm. 114, 21 de septiembre de 1830, pp. 467–468. Sobre Nariño, Díaz Díaz, O., El precursor don Antonio Nariño, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2004. Sobre la conspiración de los pasquines pude consultarse la obra de Diana Soto, Francisco Antonio Zea. Un criollo ilustrado, Ediciones Doce Calles,
Madrid, 2000, así como la de esta misma autora con Puig-Samper, M.A., «Francisco Antonio Zea
(1766–1822). Las facetas de un científico criollo», en: Naturalistas proscritos, ed. Emilio Cervantes
Ruiz de la Torre, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2011, 61–72. Un excelente análisis del mismo
proceso en María Clara Guillén de Iriarte, M.C., «Pasquines sediciosos en Santafé, año 1794. Documentos inéditos de una conspiración estudiantil», Boletín de Historia y Antigüedades, XCVIII-853,
2011, 265–288. Para el contexto de estos sucesos es de sumo interés la obra de Silva, R., Los ilustrados
de Nueva Granada 1760–1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Banco de la República,
Bogotá, 2002).
31. Mosquera y Figueroa, J.,“La Regencia del Reyno a los españoles americanos”, Gaceta
de la Regencia de las Españas 16, 6 de febrero de 1812, 146–148.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
131
estaban comprendidos en el de las Españas e insistir en el siguiente en que “la
base de la representación nacional es la misma en ambos hemisferios”, algo
que evidentemente no era cierto32. Esto era reconocido en sus Memorias por
el entonces ministro de Estado José García de León Pizarro, quien, además
de interpretar que la crisis del Antiguo Régimen en la Península había acelerado la independencia americana, añadía una conclusión determinista y tajante
sobre el problema americano:
La América debía seguir la suerte que la naturaleza ha destinado a todas las
posesiones apartadas y separadas por dificultosos intervalos geográficos de sus
matrices; debía emanciparse; así es verdad, que la pérdida de nuestras provincias
americanas no es hija sino de la naturaleza de las cosas…33
En un rápido repaso sobre la situación de América y los americanos
en la Constitución de 1812, podemos ver como un supuesto triunfo la consideración de ciudadanos de los americanos que como vimos formaban parte de la Nación española, aunque como veremos con algunas importantes
excepciones. En el Título II de la Constitución, al hablar del territorio de las
Españas se integraba a la América septentrional, con Nueva Galicia, península
de Yucatán (que se incluyó tras el debate parlamentario), Guatemala, provincias internas de Oriente y Occidente, Cuba con las dos Floridas, la parte
española de la isla de Santo Domingo y Puerto Rico, así como las pequeñas
islas adyacentes al continente tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Asimismo en la América meridional se incluían, por supuesto sin reconocimiento
de ninguna independencia, a la Nueva Granada, Venezuela, Perú, Chile, provincias del Río de la Plata e islas en tanto que para Asia se hablaba de las islas
Filipinas y aquellas que dependieran de su gobierno.34
En el capítulo IV del mismo Título II se encuentra una de las excepciones
que apuntábamos al hablar de los ciudadanos españoles. Se reconocía la ciudadanía a todos aquellos españoles que tuvieran su origen en los dominios
españoles de ambos hemisferios, además de los extranjeros que consiguieran
la carta de ciudadanía, pero asomaba la excepcionalidad en el artículo 22, que
decía:
32. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa del segundo centenario, Introducción
de Luis López Guerra, Tecnos, Madrid, 2012.
33. García de León y Pizarro, J., Memorias, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
Madrid, 1998, 170.
34. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa del segundo centenario, 114–115.
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miguel ángel puig-samper
A los españoles que por cualquier línea son habidos y reputados por originarios del África, les queda abierta la puerta de la virtud y del merecimiento para ser
ciudadanos: en su consecuencia, las Cortes concederán carta de ciudadano a los
que hicieren servicios calificados a la patria, o a los que se distingan por su talento,
aplicación y conducta, con la condición de que sean hijos de legítimo matrimonio
de padres ingenuos; de que estén casados con mujer ingenua, y avecindados en los
dominios de las Españas, y de que ejerzan alguna profesión, oficio o industria útil
con un capital propio.35
Este artículo tuvo una amplia discusión entre los diputados por la exclusión de algunas castas americanas del derecho de ciudadanía. José Simeón
de Uría Berruecos y Galindo, diputado novohispano, se admiraba de que una
diputación tan liberal hubiera actuado con tanta mezquindad en el caso de estos españoles con orígenes africanos, en tanto que su paisano José Miguel
Guridi y Alcocer, al exigir que se les diera un reconocimiento absoluto de ciudadanía, ironizaba sobre este mismo hecho diciendo que quizá se tomase esta
medida como venganza por el dominio peninsular de los cartagineses y durante ocho siglos de los árabes. También protestó el representante de Zacatecas,
José Miguel Gordoa, quien además alertaba de las funestas consecuencias que
esta declaración podría tener en la tranquilidad de las Américas, ya que sembraría el germen de la discordia que sin dudad dirigiría la situación hacia una
guerra civil, algo que en parte compartía el diputado por Costa Rica Florencio
del Castillo, quien además indicó que eran precisamente esas castas excluidas
de la ciudadanía las que trabajaban en la agricultura, las artes, las minas y se
ocupaban en el servicio de las armas de Su Majestad. En este último punto
insistió, por la posible gravedad, el diputado Francisco Salazar, quien puso
de manifiesto que la principal fuerza armada en los conflictos americanos estaba constituida por castas descendientes de africanos, lo que suponía un problema en caso de aprobarse este polémico artículo.
El diputado gaditano Vicente Terrero llegó a decir que reprobaba este
artículo, que realmente debía quedar como que “los españoles originarios
de África serán atendidos y considerados como los demás extranjeros”, algo
que Argüelles y otros destacados liberales no admitieron, pese a la reclamación
de otros diputados como Antonio Larrazábal y Blas Ostolaza, este último
un destacado absolutista. El conocido liberal Diego Muñoz Torrero llegó a comentar, defendiendo la posición oficial de Argüelles, la ausencia de las otras
olvidadas de la nueva Constitución, las mujeres:
35. Ibid., 117.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
133
…si llevamos demasiado lejos estos principios de lo que se dice rigurosa justicia sin otras consideraciones, sería forzoso conceder a las mujeres con los derechos
civiles los políticos y admitirlas en las juntas electorales y en las Cortes mismas.36
Finalmente en el Discurso preliminar que hizo la Comisión de Constitución, formada por 15 diputados, cinco de ellos americanos, ante las Cortes se
explicaba la redacción definitiva comentando la causa de la no generalización
de la ciudadanía española a las castas africanas, insinuando los intereses del
Estado como causa fundamental. ¿Quizá los intereses esclavistas de algunos
territorios ultramarinos como Cuba y Puerto Rico fueron vitales como ya había sucedido al discutir la abolición de la esclavitud?:
El inmenso número de originarios de África establecidos en los países de ultramar, sus diferentes condiciones, el estado de civilización y cultura en que la mayor parte de ellos se halla en el día, han exigido mucho cuidado y diligencia para
no agravar su actual situación, ni comprometer por otro lado el interés y seguridad
de aquellas vastas provincias. Consultando con mucha madurez los intereses recíprocos del Estado en general y de los individuos en particular, se ha dejado abierta
la puerta a la virtud, al mérito y a la aplicación para que los originarios de África
vayan entrando oportunamente en el goce de los derechos de ciudad.37
En el Título III, dedicado a las Cortes y a las juntas electorales de parroquia, de partido y de provincia, se reconocía el derecho de los territorios americanos a estar representados por diputados y a tener una base electoral de acuerdo a la población, incluso reconociendo a la isla de Santo Domingo el tener
siempre un diputado fuera cual fuera su población. Además en su capítulo X
se decretaba que la Diputación Permanente de Cortes estaría formada por tres
diputados de las provincias de Europa, tres de las de Ultramar y el séptimo se
decidiría por suerte entre un diputado de Europa y otro de Ultramar, algo que
buscaba compensar las críticas americanas a la escasez en la representación.
Asimismo en el capítulo VII del Título IV se preveía también que de los individuos del Consejo de Estado, que eran cuarenta, al menos doce serían nacidos
en las provincias de Ultramar, así como algunas excepciones en la potestad
de las Diputaciones para agilizar su funcionamiento.
La Constitución de 1812 fue publicada en las ciudades y pueblos de la pe36. Diario de Sesiones de Cortes, 4 de septiembre de 1811, 1761–69; 5 de septiembre de 1811, 1775
y ss.; 6 de septiembre de 1811, 1788 y ss.; y 10 de septiembre de 1811, 1807 y ss. Se recogen los debates
en Chust Calero, M., América..., op. cit., 139–145.
37. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa…, 54.
134
miguel ángel puig-samper
nínsula y de América mediante su exposición en lugares estratégicos. Un solemne ritual establecía la lectura en voz alta del texto constitucional, su juramento por las autoridades principales, además de toques de campanas,
iluminación especial y hasta salvas de artillería. Los vecinos juraban después
en la parroquia y una misa cerraba las celebraciones constitucionales. En estos
actos es interesante la mezcla de alusiones religiosas y civiles para legitimar
un importante cambio político. A fin de cuentas, la nueva ley pregonaba el estado unitario, leyes iguales, división de poderes, menos autoridad para el rey,
decisivo poder para las Cortes, abolición de la inquisición, del tributo indígena
y del trabajo forzado.
Todavía queda mucho por conocer sobre las consecuencias de la Constitución gaditana en América.38Hay que tener en cuenta que la Constitución
de 1812 tuvo una muy corta vigencia ya que Fernando VII la abolió en 1814
cuando regresó de su encierro en Francia. La decisión del monarca de destruir
todo lo conseguido con esfuerzo y diálogo aceleró las luchas pro-independentistas americanas. En la Península la Constitución se restableció en 1820
gracias al pronunciamiento de las fuerzas militares a punto de embarcar hacia América para sofocar los movimientos de independencia. Sin embargo,
esta segunda época constitucional fue también muy breve, solamente duró tres
años.
La Constitución de Cádiz fue aplicada en algunas zonas de América como
Nueva España y Perú, los virreinatos más antiguos donde había más costumbre de transacción y compromiso entre los virreyes y la población. En Lima
el constitucionalismo marcó el destino de las negociaciones entre el virrey y el
general San Martín y fue un elemento decisivo en el protagonismo que adquiriría el cabildo de Lima. También repercutiría en Centroamérica, donde
la combinación de la Constitución española y otras regulaciones prepararían
el camino para la eliminación de pueblos separados de españoles e indios, así
como para la plena integración de los africanos al cuerpo político. En otros lugares como el reino de Quito, la experiencia constitucional difirió entre ciudades insurgentes como Quito, donde no se aplicó para evitar desórdenes en los
pueblos, y lugares fieles a España como Guayaquil donde se estableció para
unirse al resto de la proclamada “nación española de ambos hemisferios”.
38. Una referencia interesante en cuanto a que hace un balance de algunas cuestiones como
la representatividad y el impacto en algunos territorios americanos es el monográfico de Revista
de Indias 68/242, 2008, coordinado por Mónica Quijada y Manuel Chust dedicado al Liberalismo
y Doceañismo en el mundo Ibero-Americano.
La Constitución de Cádiz y la cuestión americana
135
En otros espacios su aplicación fue muy escasa, como en Nueva Granada,
con zonas de aplicación muy desiguales, o el Río de la Plata y otras zonas
periféricas de mayor autonomía. En Buenos Aires, cuestionaban la constitución por ser poco liberal en cuestiones de igualdad y en exceso liberal porque
institucionalizaba la soberanía y la representación de la nación. Conforme los
territorios americanos lograron sus independencias presentaron una decidida
vocación nacional y unas aspiraciones políticas y sociales similares a las sostenidas en las Cortes. Pese a las diferencias existentes entre los territorios,
muchas cosas los unían: todos partían de una similar definición de nación,
de ciudadano, del concepto de propiedad, de los derechos y de las libertades.39
En conclusión, aunque la Constitución de Cádiz no fue un éxito a corto
plazo, podemos decir que sentó las bases de un programa político y social en el
que se reconocieron derechos como la libertad civil, la libertad de imprenta,
etc., se utilizaron nuevos y viejos términos dotados de nuevos significados
como igualdad, liberal, nación,etc., emergiendo un actor político colectivo,
el pueblo y unos súbditos ya convertidos en ciudadanos.
39. Un balance general sobre este tema puede verse en la obra colectiva La Constitución de Cádiz y su huella en América, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2011.
Pablo de la Fuente
(Lublin)
Política de defensa y política militar
en el marco constitucional de 1812
L
a Pepa no sólo es la primogénita de las constituciones españolas. De las
siete promulgadas a lo largo de los siglos XIX y XX, la aprobada un día
de San José de 1812 –de ahí su cariñoso apodo– es la que presta mayor interés
a los asuntos relacionados con las fuerzas armadas.1
En esta ponencia se pretende incidir fundamentalmente en dos cuestiones. Dentro de lo que es la guerra, el marco que ofrece la Constitución para
su dirección por parte del monarca. Además se pretende analizar la génesis
de la Milicia Nacional en el marco de las ideas liberales sobre los nuevos ejércitos.
A este asunto compete monográficamente la totalidad del Título VIII
de la constitución gaditana. Sin embargo, todas las constituciones decimonónicas, excepto la de 1869, contienen dicha característica. El Título XIII tanto
de la Constitución de 1837 (arts. 76–77) como de la de 1845 (art. 79), así como
el Título XII de la Constitución de 1876 (art. 88) coinciden en dicha característica. Sin embargo, la Pepa es la única que despliega con profusión en dos
capítulos que desarrollan hasta una decena de artículos que comprenden del
356 al 365. Es cuantitativamente el doble de la suma de los artículos, en concreto cinco, de las citadas constituciones con un título específico. Dicha característica no tiene parangón tampoco con ninguna de las dos constituciones
del siglo XX, en las que no existe título alguno dedicado monográficamente
a las fuerzas armadas.
1. Los textos legales se han tomado de la segunda edición de la recopilación de Tierno Galván,
E. Leyes políticas españolas fundamentales españolas (1808–1978), Tecnos, Madrid, 1979.
138
pablo de la fuente
Una consideración previa:
política de defensa vs política militar
Avanzándome a las conclusiones, en esta ponencia se pretende incidir en que
el desarrollo de la Constitución gaditana habría permitido un mayor control
parlamentario de la política de defensa que de la política militar. Por este motivo es importante definir lo que es una y otra cosa.
La política militar es tan solo una parte de la política de defensa. Compete
a la primera el gobierno de las tropas, su instrucción y apoyo logístico, así como
el mantenimiento de cuarteles, arsenales, armamento y naves de las fuerzas
armadas.
La política de defensa engloba además los aspectos de la gran estrategia,
como por ejemplo el despliegue de la fuerza, y todos los asuntos que sobresalen de lo estrictamente militar. Para definir la materia de los mismos basta
parafrasear la posteriormente célebre frase del político francés Clemenceau
en que manifestaba que la guerra es un asunto de Estado demasiado importante como para dejarlo en manos de militares. Pues bien, todos esos asuntos
revestirían una naturaleza política y económica más allá de lo estrictamente
militar. Entre los primeros cabe significar las alianzas con otros estados y entre
los segundos la planificación industrial y la obtención de materias primas para
la industria de defensa.
La Política de Defensa (I):
una reflexión sobre el espíritu de la ley
Uno de los debates políticos de la España contemporánea hasta su supresión
en el año 2000 ha sido el servicio militar obligatorio. El espíritu de la Pepa
evidencia una clara influencia del enemigo francés al manifestar, aunque no
de forma explícita, el concepto de fuerzas armadas como pueblo en armas. Ya
el Título I, en su art. 9 proclama la obligación de “todo español a defender
la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley”. Incluso ya el título
dedicado a las fuerzas armadas reincide en su art. 361 en que “ningún español
podrá excusarse del servicio militar, cuando y en la forma que fuere llamado
por la ley”.
La conscripción universal se convertía en una posibilidad legal, dependiente de ulteriores desarrollos legislativos y reglamentarios, condición necesaria pero insuficiente. La inicua legislación sobre quintas a lo largo del siglo
Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812
139
XIX, no evitó que las sucesivas constituciones decimonónicas se manifestasen
como herederas de la carta magna gaditana. Así, el art. 6 de la Constitución
de 1837 dicta que “todo español está obligado a defender la patria con las armas
cuando sea llamado por la ley”, artículo repetido –incluso con el mismo número– en la de 1845. En el mismo texto citado se repite en los arts. 28 y 3 de las
constituciones de 1869 y 1876.
La Política de Defensa (y II): las atribuciones
parlamentarias en la definición de la gran estrategia
Desde un punto de vista político, el texto constitucional daba juego político
para dos vías en la definición de lo que hoy en día podría definirse como directiva de defensa nacional.
La política de acción directa en la definición estratégica se perfila
en la competencia de las Cortes, a tenor del art. 131 (7 y 8), en “aprobar antes
de su ratificación los tratados de alianza ofensiva” y “conceder o negar la admisión de tropas extranjeras en el reino”. Ambos aspectos son importantísimos si
se valoran las circunstancias de la alianza con el Reino Unido en la guerra que
coetáneamente se sostenía con Francia. Vista la experiencia de dicha alianza,
con todos los problemas surgidos dentro de la esfera de la cooperación interaliada, ambas disposiciones son de un hondo calado político. No había posibilidad de definición clara de una estrategia nacional por parte del ejecutivo sin
el beneplácito del parlamento.
Un recurso de aproximación indirecta a la influencia en la definición
de la estrategia es la capacidad de fiscalización económica. El mismo artículo,
en su punto décimo otorga a las Cortes la potestad de “fijar todos los años
a propuesta del Rey las fuerzas de tierra y de mar”.
La Política Militar (I):
la Milícia Nacional
Uno de los aspectos más importantes de la Pepa es la importancia otorgada
a la Milicia Nacional, a la que se dedica por entero el Capítulo II del Título
VIII del texto constitucional. La formación de fuerzas milicianas no es un elemento novedoso en la historia de las fuerzas armadas españolas. Sin ánimo
de ser exhaustivo, las reformas borbónicas introdujeron en la Corona de Ca-
140
pablo de la fuente
stilla los Regimientos Provinciales. Dado el recelo político inherente a la Guerra de Sucesión, la formación de milicias en la Corona de Aragón es más
tardía. No por ello fue menos importante. Durante 1795, la última campaña
de la Guerra de la Convención, el grueso de las fuerzas que operaban en el
frente catalán estaba formado por Tercios de Migueletes, nombre otorgado
a las milicias reclutadas en Cataluña.
La novedad que aporta la Constitución es que a la Milicia Nacional se le
da un carácter institucional propio. Además de los Reales Ejércitos –denominación por aquel entonces de lo que hoy se llamaría Ejército de Tierra–y
la Real Armada, la Milicia Nacional aparece como el tercer componente de las
fuerzas armadas españolas. Como en cualquier milicia ciudadana, el servicio
de sus miembros era a tiempo parcial, siendo únicamente continuo cuando
las circunstancias así lo requirieran. Al igual que los precedentes Regimientos
Provinciales, también la Provincia será la unidad de encuadramiento, siendo
su tamaño proporcional a su población. Como instituto armado ajeno orgánicamente al Ejército de Tierra, sería dotado de ordenanzas especiales. Esta
línea incluso se ha manifestado la propia historiografía. El notable estudio
de Fernández Bastarreche, según mi modesta opinión, más de treinta años
después, sigue siendo una excelente síntesis sobre la organización del Ejército.
Sintomático de lo apuntado es que el tema de la Milicia no sea abordado.2
Uno de los controles parlamentarios que se pretendía sobre el uso
de la Milicia Nacional, es que se requiriera la autorización de las Cortes para
el empleo de unidades milicianas fuera de su provincia de origen. Esta medida de política militar pretendía hacer atractivo el voluntariado miliciano.
El servicio fuera de la provincia sería algo excepcional. Implícitamente ello
suponía un reclamo. Además, todo paisano que adquiriera la condición de miliciano, automáticamente al estar adscrito al instituto armado evitaría ser quintado. Pese a no estar explicitado en la letra constitucional, se puede inferir que
la condición de miliciano permitía evitar una leva forzosa que podía comportar largos años de servicio militar obligatorio, posibilidad agravada por tener
que cumplir el compromiso fuera de la provincia o en Ultramar. Además del
desarrollo reglamentario, el espíritu de la exención de quintas se fundamenta
en experiencias anteriores. Por ejemplo, los miembros de la Matrícula Naval,
condición que debían adquirir todos los agremiados de mar para el ejercicio
de su profesión, estaban exentos de levas por parte de los Reales Ejércitos.
Igualmente, durante la Guerra de la Independencia el nacimiento de cuerpos
de milicias se explica como un dispositivo llevado a cabo a fin de evitar ser qu2. Fernández Bastarreche, F. El ejército español en el siglo XIX, Siglo XXI, Madrid, 1978.
Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812
141
intado por un Regimiento. La condición de la Milicia Nacional como “tercer
ejército” de las fuerzas armadas es una medida claramente orientada dentro
de lo apuntado.
Este espíritu miliciano del que se imbuye la Pepa tiene una estrecha relación con la naturaleza de las fuerzas que estaban librando la guerra coetáneamente contra el invasor francés. La parte de león del reclutamiento no pasó
por la formación de batallones en los antiguos regimientos; son nuevas unidades de un sesgo claramente miliciano que toman el nombre de “voluntarios”
o “migueletes” –entre otros– y que pondrán en cuestión el modelo de preguerra. Hasta tal punto es importante dicho matiz que, tal y como ya se ha
señalado, la Milicia Nacional se constituye como un instituto armado ajeno al
ejército permanente.
Su naturaleza divergente y la superposición de ambos como fuerza terrestre
permiten apreciar el carácter concurrente de ejército y milicia. Mucho antes
de que los diputados aprobasen el texto constitucional aparecen ya proyectos
del papel que debían desarrollar las milicias en la posguerra. Muy interesante
a la par de casi inédito es el proyecto de Narciso Gay, fundador y jefe de la milicia conocida por el nombre de Almogávares del Ampurdán que luchó activamente en Cataluña, de que su milicia perdurase al fin de la guerra y se convirtiera dicha tropa, sin abandonar su espíritu miliciano de soldados a tiempo
parcial, en la guarnición permanente –rotando a sus miembros– de la fortaleza
de San Fernando de Figueras, clave de la defensa de la frontera con Francia.3
El carácter claramente liberal de la Milicia Nacional se aprecia no sólo en su
estatus de pueblo en armas. El espíritu del artículo 365 viene a incidir en mayor
medida sobre ese punto, imponiendo el plácet parlamentario para poder movilizar milicianos fuera de la provincia. Sin embargo, lo que se aprecia como una
cortapisa a una movilización general sin el oportuno permiso de las Cortes,
no era, en modo alguno, un obstáculo insalvable. En primer lugar, el art. 362 –
concerniente a la composición de la Milicia Nacional– no especifica el tamaño
de las mismas: ni respecto a la población de la provincia de origen; ni establece
una proporción con las fuerzas terrestres permanentes. Tan sólo alude a que
“habrá en cada provincia cuerpos de milicias nacionales, compuestos de habi3. La cuestión de este cuerpo miliciano ampurdanés, avanzado y concordante a la constitución
gaditana ya lo abordé en un trabajo de investigación inédito que becó el Ministerio de Defensa que
lleva el título “La otra Guerra de la Independencia. La organización militar del Principado de Cataluña”, y cuyo desarrollo en vistas a una publicación guardo para un artículo monográfico. Dentro
de esta línea, un capítulo del mencionado trabajo generó mi artículo “Las tropas regulares catalanas
de la Guerra del Francés: migueletes y somates”, Cuadernos del Bicentenario. Foro para el Estudio
de la Historia Militar de España, 7, 2009, 73–98.
142
pablo de la fuente
tantes de cada una de ellas, con proporción a su población y circunstancias”.
La proporción era algo que el legislador dejaba para un desarrollo posterior,
tal y como reza el art. 363, en relación a una futura “ordenanza particular [sobre] el modo de su formación, su número y especial constitución”. El carácter
concurrente respecto de las fuerzas permanentes propio de la Milicia, sin duda
alguna, levantaría ampollas entre la oficialidad de carrera, que a fin de cuentas
era la que surtía el generalato. Como importante matiz a esta condición se
añade el peso político que esta casta.4 Ello permite especular con las medidas
para contrarrestar el espíritu miliciano de la defensa nacional y darle un carácter más corporativo, sin llegar a caer en la inconstitucionalidad. Se infiere
como contrapunto la reducción a la mínima expresión del volumen de fuerzas
milicianas, y activar las levas a fin de surtir, en caso de que una movilización
chocase con la oposición parlamentaria, la fuerza terrestre a partir de generar
nuevos batallones en los regimientos de la fuerza permanente. Dicha reflexión
no es una cuestión en absoluto baladí, si se considera el papel de la Milicia
como fuerza de orden público dentro de la provincia. Precisamente, el propio régimen liberal fue cada vez más receloso de armar paisanos. La génesis
de la Guardia Civil, que coincide con el finiquitado de la Milicia Nacional,
tiene que ver, además del recelo político ya apuntado, a la profesionalización
del mantenimiento del orden público.5
La Política Militar (y II):
los resortes del poder ejecutivo.
De una primera lectura del Título VIII del texto constitucional se podría inferir un estricta tutela sobre la política militar que pudiese llevar el ejecutivo. Así
el art. 359 proclama que “establecerán las Cortes por medio de las respectivas
ordenanzas todo lo relativo a la disciplina, orden de ascensos, sueldos, administración y cuanto corresponda a la buena constitución del ejército y armada”.
El artículo siguiente incluso abunda en que “se establecerán escuelas militares
para la enseñanza e instrucción de todas las diferentes armas del ejército y armada”.
Sin embargo, la constitución gaditana es un avanzado paradigma del célebre
dicho del conde de Romanones, primer ministro de la Restauración, en que
4. Christiansen, C. Los orígenes del poder militar en España. 1800–1854, Aguilar, Madrid, 1974,
passim.
5. Aguado Sánchez, F. Historia de la Guardia Civil, Planeta, Barcelona, 1983–84, vol. I.
Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812
143
no tenía ningún problema en ceder al parlamento la redacción de las leyes,
mientras fuera él quien pudiera establecer los reglamentos. Así, en el Título
IV relativo a las atribuciones regias el art. 171 da autoridad al monarca para
“expedir los decretos, reglamentos e instrucciones que crea conducentes para
la ejecución de las leyes”. No es una novedad afirmar que desde el siglo XIX
a la actualidad se ha evidenciado en no pocas ocasiones que el desarrollo reglamentario de una disposición legislativa se convertía en un auténtico fraude
de ley.
A fin de evidenciar que el control parlamentario sobre la política militar
era un castillo de naipes legal lleno de buenas intenciones y poca cosa más,
vale la pena detenerse en el art. 358, en que otorga a las Cortes “anualmente
el número de buques de la marina militar que han de armarse o conservarse armados”. Aquí el paralelo con la Gran Bretaña es irrenunciable. Y lo es por tres
motivos: es el aliado más importante en la lucha contra los franceses; el modelo militar británico es un claro referente hasta el punto de influir en aspectos
que van desde el armamento a la uniformidad de las tropas; y la figura del
Almirantazgo como organismo bajo un estrecho control parlamentario. Este
último apunte es crucial. Todos los miembros de la Junta del Almirantazgo lo
eran de la Cámara de los Lores, teniendo el Primer Lord de dicha institución
asiento en el gabinete ministerial.
El control eficaz de la política naval a través de la supervisión del alistamiento anual de buques de guerra es una disposición que roza la utopía en el
más optimista de los casos. Si hay un aspecto en la política de defensa y militar que exija una mayor planificación a largo y muy largo plazo es la política
naval. Sin ánimo de ser exhaustivo, sólo la política de plantíos a fin de proveer
madera para construcción debía hacerse con décadas de previsión. Sin una
comisión parlamentaria adherida al poder ejecutivo, que es lo que en el fondo
es el Almirantazgo británico, que pudiera efectuar, no sólo un continuo seguimiento, sino una adecuada planificación, se hace sumamente compleja una
intervención parlamentaria de acuerdo al espíritu de la ley.
“Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento”.
Como todas aquellas cosas que pudieron ser y no fueron es difícil un análisis
prospectivo más allá de algunos aspectos que puedan ser apuntados como sobresalientes. La corta vigencia comportó un pobre desarrollo legislativo y, sobre todo, político de la cuestión analizada.
144
pablo de la fuente
Sin embargo, el marco de nuevas relaciones políticas que definía la carta
magna sí que deja perfilar lo ya avanzado en un epígrafe anterior. En éste ya se
enunciaba que las Cortes podían ostentar un peso importante en la definición
estratégica de la política de defensa. Ello ha quedado evidenciado en la exposición. Lo que ya se asoma como quimérico es suponer que un monarca que
había empezado a reinar en el absolutismo iba a autorizar que los tentáculos
del parlamentarismo se extendieran mediante organismos como el Almirantazgo, que al no explicitarse en el texto constitucional, difícilmente podría tener
un desarrollo legislativo acorde al espíritu de la carta magna.
Abundando en lo ya expresado, uno de los rasgos esenciales de la Pepa
como es la Milicia Nacional, incidiría nuevamente con la lapidaria frase del
conde de Romanones que con que se ha titulado este colofón. Evitando su
desarrollo legislativo y orgánico e, incluso, infradotando presupuestariamente a dicha fuerza armada se conseguiría anihilar a este instituto militar con
un carácter netamente civil y liberal a la vez. Cabe insistir en que los propios
liberales instituyeron la Guardia Civil como alternativa cuando sospecharon
que la Milicia Nacional podría ser la base armada de un levantamiento contra
su poder.
Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812
145
ANEXO: articulado de la Constitución de 1812 concerniente
a la política de defensa y a la política militar.
TÍTULO I: De la Nación española y de los españoles
CAPÍTULO II: De los españoles
Art. 9. Está asimismo obligado todo español a defender la Patria con las
armas, cuando sea llamado por la ley.
TÍTULO III: De las Cortes
CAPÍTULO VII: De las facultades de las Cortes
Art. 131. Las facultades de las Cortes son:
(…)
Séptima. Aprobar antes de su ratificación los tratados de alianza ofensiva,
los de subsidios, y los especiales de comercio.
Octava. Conceder o negar la admisión de tropas extranjeras en el reino.
(…)
Décima. Fijar todos los años a propuesta del Rey las fuerzas de tierra y de
mar, determinando las que se hayan de tener en pie en tiempo de paz, y su
aumento en tiempo de guerra.
TÍTULO IV: Del Rey
CAPÍTULO I: De la inviolabilidad del Rey y de su autoridad
Art. 171. Además de la prerrogativa que compete al Rey sancionar las leyes
y promulgarías, le corresponden comoprincipales las facultades siguientes:
Primera. Expedir los decretos, reglamentos e instrucciones que crea conducentes para la ejecución de las leyes.
(…)
Tercera. Declarar la guerra, y hacer y ratificar la paz, dando después cuenta
documentada a las Cortes.
(…)
Quinta. Proveer todos los empleos civiles y militares.
(…)
Octava. Mandar los ejércitos y armadas, y nombrar los generales.
Novena. Disponer de la fuerza armada, distribuyéndola como más convenga.
TITULO VIII: De la fuerza militar nacional
CAPITULO I: De las tropas de continuo servicio
Art. 356. Habrá una fuerza militar nacional permanente, de tierra y de mar,
para la defensa exterior del Estado y la conservación del orden interior.
146
pablo de la fuente
Art. 357. Las Cortes fijarán anualmente el número de tropas que fueren
necesarias según las circunstancias y el modo de levantar las que fuere más
conveniente.
Art. 358. Las Cortes fijarán asimismo anualmente el número de buques
de la marina militar que han de armarse o conservarse armados.
Art. 359. Establecerán las Cortes por medio de las respectivas ordenanzas
todo lo relativo a la disciplina, orden de ascensos, sueldos, administración y cuanto corresponda a la buena constitución del ejército y armada.
Art. 360. Se establecerán escuelas militares para la enseñanza e instrucción
de todas las diferentes armas del ejército y armada.
Art. 361. Ningún español podrá excusarse del servicio militar, cuando y en
la forma que fuere llamado por la ley.
CAPITULO II: De las milicias nacionales
Art. 362. Habrá en cada provincia cuerpos de milicias nacionales, compuestos de habitantes de cada una de ellas, con proporción a su población
y circunstancias.
Art. 363. Se arreglarán por una ordenanza particular el modo de su formación, su número y especial constitución en todos sus ramos.
Art. 364. El servicio de estas milicias no será continuo, y sólo tendrá lugar
cuando las circunstancias lo requieran.
Art. 365. En caso necesario podrá el Rey disponer de esta fuerza dentro
de la respectiva provincia, pero no podrá emplearla fuera de ella sin otorgamiento de las Cortes.
Marifé Santiago Bolaño,
(Madrid)
¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución
de Cádiz? Nombres y ausencias
E
stimados amigos y amigas, colegas, estudiantes de la Universidad Católica
de Lublin, directora del Instituto Cervantes de Varsovia: gracias por la invitación y gracias por la compañía, siempre estimulante cuando se trata de personas que admiran el valor transformador de encuentros como este, pergeñado
con honestidad y cariño.
No soy constitucionalista ni historiadora. Soy escritora, como saben ustedes, y dedico mi actividad profesional al pensamiento, impartiendo mis clases
en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, en el área de Estética y Teoría
de las Artes. Hace años que he centrado mis investigaciones en el territorio
misterioso de la creatividad humana como camino de conocimiento, lo que ha
conducido mis intereses hasta el estudio de las ensayistas y creadoras de la llamada “Edad de Plata” de la Cultura española, que hoy estarán aquí tratando
de que repartamos, de cara a que crezcan en el porvenir, las pequeñas semillas
que alrededor de la Constitución de Cádiz tendrían que servir para el florecimiento de la igualdad entre los hombres y las mujeres.
Como es bien conocido, se le da el nombre de Edad de Plata al conjunto
de artistas, escritores, pensadores, científicos, pedagogos, etc., que señalan su
pertenencia compartida, sobre todo en el caso de los escritores, a la Generación de 1927. La “excusa” de la fecha, la excusa que los unió se recoge en una
fotografía tomada en Sevilla con motivo del homenaje que se le tributó a Luis
de Góngora en el tricentenario de su muerte. En la foto, directa o indirectamente, están o han de estar Lorca, Alberti, Bergamín, Gerardo Diego, Jorge
Guillén, Pedro Salinas, Cernuda, Dámaso Alonso o Juan Chabás, el Nobel
Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre o Miguel Hernández, todos ellos
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marifé santiago bolaños
bien conocidos por hispanistas y personas de la cultura de todo el mundo. Lo
que estoy contando es muy importante para comprender lo que quiero que sea
el núcleo de mi intervención, las mujeres en la Constitución de 1812.
Porque la Constitución del 12 fue, en su espíritu ilustrado, modelo de progreso, de modernidad, de derechos y, sin embargo, no llegó a desarrollar sus
pretensiones hasta, quizás, este emblemático despertar que se recoge en la Generación del 27, conocida también como “Generación de la II República”
española.
La Generación del 27, que es el más claro de los símbolos de esta Edad
de Plata, recogió una herencia histórica y cultural peculiar. Eran ya los hijos
intelectuales, en muchos casos, de otra generación cultural y política precedente, la de 1898, en la que la geografía real y simbólica concreta de España,
en la que el imaginario de lo español, podríamos decir, había sufrido un cambio de rumbo. La Generación del 98 tiene nombres como Antonio Machado,
Unamuno, el músico Isaac Albéniz o el dramaturgo Valle-Inclán. Aunque más
joven y sirviendo, acaso, de puente entre las dos generaciones, hay que mencionar al filósofo José Ortega y Gasset, cuyos diálogos y polémicas con Unamuno
son cruciales para entender lo que lleva desde la opción del 98 respecto a lo que
debe ser España, hasta la opción del 27.
La característica común del 98 es un punto de partida político, la decepción y el pesimismo en cuanto a “lo español”, con un sesgo tópico muchas
veces. Se habían perdido las últimas colonias españolas de ultramar, Puerto
Rico, Cuba y Filipinas, y aquel antiguo Imperio español “donde no se ponía
el sol”, el que permitía la Contrarreforma, que tanto freno ha significado para
los avances sociales en España, ya no existía. Aquel Imperio donde no se había desarrollado una burguesía, un comercio solvente, una economía moderna,
salvo en ocasiones anecdóticas, se veía mermado en extensión y en eficacia.
Porque España iba y venía, desorientada, por la Europa que habría sido, que
era, su espacio natural en la medida en que sus ojos estaban puestos en otra
dirección ya inexistente.
La Generación del 27 es, me atrevo a decir, un amanecer, una aurora que
empezó con la frustrada Constitución de 1812. Los jóvenes poetas que se reunían en Sevilla para celebrar al maestro Góngora, acaban leyendo sus propios
versos, acaban hablando de sí mismos, de su manera de entender la creatividad
y la sociedad en la que tal creatividad debe inscribirse. Se enfrentarán al mundo
con optimismo, con un afán, como ellos mismos escriben, “jovial y deportivo”.
Pues bien, ese espíritu recoge, en cierta medida, la semilla de la Constitución de Cádiz, que propició, precisamente, las independencias america-
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nas, hasta la conclusión final de esa “pérdida” (esta es la palabra empleada)
que establecerá el nexo de proximidad entre todos los miembros del 98. De
algún modo, pues, esa Edad de Plata expandía, tanto en la creatividad individual como en su concepción política, la razón de ser de la Constitución
de Cádiz, a pesar del siglo de diferencia: cosmopolitismo, apertura al mundo,
consideración del individuo como un entramado adulto de responsabilidades
y propuestas, respeto a la diversidad, a las raíces propias y populares siempre
admirándolas como fuente de enriquecimiento universal y nunca de conflictos o enfrentamientos vanos. Y también coincidían, “con jovial deportividad”,
en la ausencia absoluta de las mujeres en el sueño y elaboración de tal modelo
de mundo. Incluso con un siglo de diferencia.1
En la fotografía del 27 no hay mujeres. O no fueron invitadas o nadie pensó en ellas. Tampoco están en el aura extendida de esa fotografía, en lo que
aún quedando fuera se entiende, de pleno derecho, sostenedor de la misma. A
la ocultación de la importancia crucial que siguió a la generación de intelectuales y creadores españoles tras la Guerra Civil española de 1936–1939, la mayor
parte de los cuales tuvo que continuar su obra en el exilio, ellas, sencillamente,
no existen. Han tenido que pasar muchos años y muchas cosas para que la filósofa María Zambrano deje de ser, sin más, la “discípula de Ortega”2, o para que
la pintora Maruja Mallo sea considerada una curiosa anécdota porque el surrealismo es patrimonio de Dalí. Y así podríamos continuar con los ejemplos.
Resulta digno de dolorosa reflexión y creo que el contexto que nos acoge hoy
debe propiciar la misma.
La II República española, la que tiene lugar en los años 30 del novecientos
y rompe su horizonte en la Guerra del 36, llevaba en su seno la lucha de las
mujeres españolas por su derecho a ser ciudadanas. Sería Clara Campoamor,
en solitario, quien en el año 1931, año de la proclamación de la II República y de
su Constitución específica, quien conseguiría el derecho al voto para las mujeres españolas, derecho que se ejercerá, por primera vez, en 1933 bastante antes
que en muchos países del entorno. Las intelectuales y creadoras del periodo
irán conquistando el espacio público para todas las mujeres, de la universidad
a los puestos de responsabilidad política, pasando por los centros de investigación y por los espacios legislativos, hasta que todo ello empezara a impregnar
la vida cotidiana de todas las mujeres. Poco a poco emergen, toman la calle,
1. Cfr. SANTIAGO BOLAÑOS, Mª F. “Las artistas de la Edad de Plata”, Revista de Occidente, 323, 2008.
2. María Zambrano, correspondencia inédita con Gregorio del Campo, ed. M. F. Bolaños, Linteo,
Ourense, 2012
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se manifiestan, están, no sin dificultades, allá donde sus compañeros varones
soñaban con un mundo diferente.
Fíjense: ellos no apoyaban con claridad esta emergencia social, no colaboraban demasiado en que ellas tuvieran el lugar público que les correspondía
por derecho y por justicia como seres humanos. Muchos son los ejemplos.
No me voy a detener en ellos. La gesta de Clara Campoamor tendría que estudiarse en toda Europa como un momento de vergüenza democrática, pero
también de esperanza y tesón3. La obra de María Zambrano, como una guía
para cobardes y perplejos, como un manual absolutamente contemporáneo
para estos tiempos nuestros, llenos de incertidumbres paralizadoras4.
Exactamente lo mismo que ocurre, aunque todavía en ciernes respecto
a la incidencia, un siglo antes en la Constitución de Cádiz con las mujeres. Se da
el caso de que todos los artículos de la Constitución de 1812 se discutieron, uno
a uno, de agosto del año anterior a marzo del año de su proclamación. Como se
hacía pública cerca del día de San José, 19 de marzo, y en España es tan frecuente llamar “Pepe” a quien se llama José, inmediatamente fue conocida como “La
Pepa”. La Constitución tuvo 15 padres, 5 de ellos americanos, pero ninguna madre, ni siquiera una prima lejana o una tía. Nada que tuviera en cuenta a la mitad de la población, sus intereses y necesidades particulares, su derecho general
a la ciudadanía. La Constitución de Cádiz pretendía amparar a los habitantes de un territorio geográfico que excedía la España europea. Era un territorio
que albergaba también a la España transoceánica, que se unía desde una lengua
compartida. Habría de extender una monarquía parlamentaria y constitucional
hasta las colonias americanas y asiáticas, lo que delimitaba la “Corona española”.
“La Pepa” se convirtió, por su propio afán, y aunque no fuera esa, probablemente,
su intención, en el marco referencial de una buena parte de las independencias
americanas y, por lo mismo, de sus constituciones. Y, aunque solo estuvo vigente
dos años, sus reapariciones y relecturas posteriores inspiraron, también, algunas
de las constituciones europeas que le son contemporáneas5.
Al sufragio universal indirecto, a la libertad de prensa o de industria, solo
estaban “invitados” los hombres. No se permite el asociacionismo femenino
y eso hará que, como veremos, las mujeres, casi exclusivamente las mujeres
3. Cfr. CAMPOAMOR, C. El voto femenino y yo, mi pecado mortal, Horas y Horas La Editorial, Madrid, 2006
4. Cfr. GÓMEZ BLESA, M. Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República,
Laberinto, Madrid, 2009
5. Cfr: <http://www.cervantesvirtual.com>. En esta web se encuentra el texto de la Constitución española de 1812
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de la burguesía por razones obvias, propicien tertulias a la manera de los salones franceses ilustrados. La religión católica, única por mandato constitucional, marcaba, sin embargo, la pauta moral y, por extensión, jurídica, para hombres y mujeres. Pero, en cuanto a derechos, tales ni se mencionan para estas
últimas. La soberanía de la nación, vinculada al concepto de “lo español” como
portador de “derechos civiles”, era para las mujeres una ausencia flagrante.
Hay un precedente histórico que podría haber sido una alerta para no errar,
el de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789,
y la inmediata réplica de Olympe de Gouges, tres años después, con su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Olympe de Gouges
reescribirá la Declaración de los Derechos del Hombre, cambiando el término
“hombre” por el de “mujer”, y reiterando “hombre y mujer”, “ciudadano y ciudadana” cada vez que encuentra una posible ambigüedad o un posible olvido.
No teme ser tachada de redundante porque sabe que hay una carencia social
histórica, que hoy llamaríamos “de género”, cuando “hombre” no significa, ni
mucho menos, “hombre y mujer”, no significa “humano”, sino “varón”. Han
pasado dos siglos desde que Olympe de Gouges explicita la cuestión y tenemos, en demasiadas ocasiones, que seguir su ejemplo democratizador. Ella había preguntado, con tanta ironía como responsabilidad, por qué la mujer tiene
“derecho” a subir al cadalso pero no lo tiene a subir a la tribuna. Su muerte
en la guillotina, en 1793, dos años después de su Declaración, responde de un
modo terriblemente elocuente.
Otro tanto ocurre con la Constitución de Cádiz. A la incongruencia de no
tener en cuenta, en ningún caso, a las mujeres como ciudadanas se une la inmediata reacción conservadora contra los “nuevos ciudadanos” que propiciaba
la Carta Magna de 1812. De tal modo que si sus ideales liberales y democráticos buscaban erradicar la nefasta y obsoleta alianza trono-altar del Antiguo
Régimen, muy pronto se formaron bandos que trataban de acallar aquel “¡Viva
La Pepa!” al grito de “¡Vivan las cadenas!”. De inmediato, además, se asoció
el popular nombre, La Pepa, con connotaciones negativas de género. La Pepa,
convertida en una mujer para quienes así la llamaban desde la incredulidad
y falta de respeto, acabará asociándose con improvisación, irresponsabilidad
o desorden, por mediación de los sectores absolutistas, pero también, no vamos
a evitar la alusión, porque ese era el imaginario social al impedir a las mujeres
su papel público. Ese es el uso que ha acabado imponiéndose: todavía hoy,
en España, la expresión “Viva la Pepa” se utiliza, de un modo popular, cuando
se trata de referir una situación en la que, más o menos, vale cualquier cosa,
donde no hay ni rigor ni orden.
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No fueron muchas las mujeres españolas que, de un modo o de otro, intentaron incorporar sus voces a lo que habría de ser el mapa de convivencia
de La Pepa. El ambiente no era nada propicio y todas ellas pertenecían a clases
acomodadas siempre más permisivas. Solían ser mujeres con conocimientos
de otras lenguas, bien por nacimiento o bien por formación, lo que les permitía leer y traducir experiencias europeas que, como señalaba antes, podían ser
ejemplares. Los nombres de todas ellas son poco conocidos, suelen soslayarse
e, incluso, como en el caso de la Marquesa de Astorga, a la que me referiré, ha
hecho falta algo más que tesón investigador para demostrar que ella es la autora de un prólogo y de una traducción cruciales para el caso que nos ocupa6.
Alrededor de la gestación de la Constitución de Cádiz, y a partir, inmediatamente, de ella, asistimos a la dramática reacción conservadora, apoyada por
el rey Fernando VII, que pasó de ser “el deseado”, durante el periodo de la dominación francesa, a convertirse en el aniquilador de la esperanza de progreso democrático y modernidad que buscaba la Constitución. Por eso ahí
sí que se permite destacar a las mujeres que se ponen de parte de lo español
–aunque lo español pueda significar muchas veces, en tal contexto, conductas
reaccionarias y retrógradas-, frente a lo francés que siempre será invasor, hasta
condenar a personalidades indispensables como el pintor Francisco de Goya.
Se promueve, entonces, una idea de patriotismo que, puede resultar paradójico pero no lo es, será parte del éxito de la vuelta al absolutismo destructor
de los valores de La Pepa. Heroínas del pueblo que se enfrentan a los franceses
en distintos lugares de España: Agustina de Aragón, la gallega María Pita,
la madrileña Manuela Malasaña, y tantas otras a las que, esta vez sí, se llamó
para que defendieran la patria y para que se hicieran responsables de la educación de futuros patriotas, lo que tan bien fue utilizado, a modo de propaganda nacionalista y cerrada por la dictadura de Franco. De un modo indirecto,
las mujeres aceptaban el Artículo 6 de la Constitución de Cádiz, y el amor
a la patria también se convertía, para ellas, en una de las primeras obligaciones de todos los españoles. Solo hay un caso que rompe esta concepción y se
desarrolla en el lado liberal alrededor de todos los acontecimientos políticos
y sociales de la Constitución de Cádiz: Mariana Pineda, la granadina inmortalizada por su egregio paisano, Federico García Lorca, que supo ver en la mujer
cuya temeridad era un compromiso con la libertad, a pesar de la muerte “legal”
que la castiga, una similitud con su momento histórico, el que concluiría con
la muerte del poeta recién iniciada la Guerra Civil española del 1936.
6. VVAA. Historia de las mujeres en España y America Latina, Cátedra, Madrid, 2006, vol III.
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Las mujeres, en los años que anteceden y continúan este 1812 de referencia,
no vieron modificado su estatuto de subordinación respecto al hombre. Los
constitucionalistas anglofranceses, que inspiraron Cádiz, anhelaban la creación de un derecho positivo capaz de suplir un supuesto derecho natural, pero
en el caso de las mujeres era ese derecho natural al que se apelaba para justificar la negación de sus derechos ciudadanos. Cuando analizamos los artículos
que se refieren a la Educación, nos encontramos de lleno con todo esto. No se
leía a Platón, no se tenía en cuenta el Libro IV de República en relación a ese
capcioso derecho natural, que él invalida a favor de la educación, auténtica
causante de igualdades o de diferencias. Las niñas de la burguesía solían tener
tutores que se ocupaban de su educación, una educación que pasaba por ciertas
artes que les permitieran éxito doméstico en sociedad. Y si la domesticidad se
extendía a la esfera pública siempre habría de ser como prolongación de su
naturaleza femenina, es decir, asistencia social, madres y esposas siempre y en
cualquier caso. Al final, y esto es interesante no perderlo de vista, en cuanto
a esas metas no había diferencias conceptuales entre las mujeres de la burguesía y las clases populares: la educación habría de serlo en la media en que
ayudase a las mujeres a ser buenas madres y esposas católicas.
Haciendo una lectura muy conservadora y sesgada de Condorcet, las
Constitución de Cádiz diferenció entre la instrucción, que es tarea del estado,
y la educación, que ha de darse en el ámbito privado. La instrucción de los
hombres conviene que sea pública, pero la de las mujeres debe ser privada, es
decir, doméstica. Educación y no instrucción, de modo que la Constitución
de Cádiz, que pretende ser ilustrada, no lo es en absoluto en lo que se refiere
a la educación de las mujeres. No se seguirá a Condorcet, por ejemplo, en lo
que opina de la asistencia de las mujeres a los lugares públicos cuya función es
el debate de futuros. Así, las Cortes de Cádiz prohíben el acceso de las mujeres
al Parlamento y muchas de ellas se disfrazaron de hombres para poder asistir al
mismo. Tan solo, insistimos, cuando se vio en las mujeres un posible elemento
de educación de patriotas algunos diputados hacen, públicamente, la pregunta
de por qué las mujeres tienen el deber de obedecer las leyes pero no el derecho de tener voz en su elaboración y discusión. Se propone, entonces, que
puedan asistir a tales debates parlamentarios como espectadoras. Vemos que
difícilmente podemos hablar de un paso hacia la ciudadanía, ni siquiera de un
recoger lo esencial de esa llamada de atención de Olympe de Gouges. Habría
que esperar, y aunque ya ha sido mencionado es necesario reiterarlo, a 1931 para
que una mujer española pueda adquirir el derecho al voto. Tanto como decir
que hasta 1931 no hay un freno legislativo a siglos de tradición que teme per-
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der un poder supuestamente exclusivo. Un poder que, a la larga, se manifiesta
inútil para la sociedad cuando excluye de ella a las mujeres. Múltiples son los
hechos de la historia reciente que lo siguen demostrando.
Es muy interesante leer los debates que se promovieron en torno, por ejemplo, a la esclavitud. Algunos diputados, incluso algunos diputados liberales,
estaban preocupados por si la libertad se extendía hasta el punto de erradicar
la esclavitud, importante fuente de ingresos para muchos. Temían que el siguiente paso pudiera ser darle derechos a las mujeres. La solución no se hizo
esperar: el esclavo podría llegar a ser ciudadano si se daban las características
tanto morales como sociales pertinentes; las mujeres, no.
Tan contundente es el no que hemos de buscarlas a ellas con empeño para
encontrar alguna voz disidente o, al menos, no asimilada del todo al panorama que les tocó vivir. Mujeres de las clases acomodadas, lo hemos anunciado
antes, crearon tertulias en sus casas a la manera francesa. Tertulias políticas
y filantrópicas donde, además, se propiciaba el debate en torno a los derechos
de las mujeres. Muchas de ellas viven, precisamente, en Cádiz, el único territorio “libre” de la “invasión” francesa, aunque sus maneras, educación, sueño
social, tenía mucho de afrancesado, en el sentido ilustrado del término. Algunos nombres que tenemos que mencionar: la escritora Cecilia Böhl de Faber,
que publicaba con el pseudónimo masculino “Fernán Caballero”. La traductora Francisca Larrea, ejemplar para muchas mujeres. La dramaturga Mª Rosa
Gálvez de Cabrera, que murió muy joven, en el Madrid de 1806, pero que no
le impidió pertenecer a esa pléyade reconocida de mujeres ilustradas que rompieron con los estereotipos femeninos desde una obra valiente y atípica7.
Rastrear a las mujeres alrededor de la Constitución de Cádiz desde la obra
de sus escritoras es una tarea fascinante. Ahí está, por ejemplo, la periodista Mª
del Carmen de Silva, que editó, junto a su marido el médico Pascasio Fernández Sardino, el periódico liberal “El Robespierre español, amigo de las leyes
y cuestiones atrevidas”. Que empezara a perseguirse su publicación ya desde
los primeros números, y que no pasara de diez, pone de manifiesto lo endeble
de la libertad de prensa que La Pepa pregona, así como el debate en torno a si
dicha libertad ha de tener límites. Debate, por otro lado, absolutamente actual.
“El Robespierre español” levantó tanta polémica que propició réplicas en publicaciones que, incluso, defendían instituciones como la Inquisición.
7. Cfr VVAA: La vida escrita por las mujeres, Volumen II: La pluma como espada. Del romanticismo al Modernismo, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003
¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias
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No faltaron proyectos educativos amparados por mujeres, como el de Mª
Josefa Alonso Pimentel, condesa duquesa de Benavente, protectora de artistas
como Goya o Moratín y amiga de Jovellanos. Sus tertulias madrileñas se enriquecían con el teatro o con la música de importantes compositores del momento, de los que la condesa duquesa compraba partituras. Llevo a España
un modo de hacer culto e ilustrado a una corte que no lo era. Es interesante,
por ejemplo, el episodio de su paso por el París revolucionario, camino de Viena donde su esposo había sido nombrado embajador. La estancia se prolongó
en París más de lo esperado y eso hizo que ella comprara libros para su estupenda biblioteca, la misma que cuando quiso abrirse al público mostró tener
“libros prohibidos”.
Y la ya mencionada Marquesa de Astorga, traductora de la obra de Gabriel Bonnot Mably, considerado un antecedente del socialismo utópico y muy
crítico con el Antiguo Régimen. En su obra De los Derechos y Deberes de los
Ciudadanos, que es la que la marquesa traducirá, Mably continúa profundizando en una línea de pensamiento que destaca la revolución como modo
de acabar con la esclavitud que somete a los seres humanos, lo que podemos
ver expresado en su conocida sentencia de que los reyes han sido hechos para
el pueblo y no el pueblo para los reyes. Sus reflexiones prácticas, su búsqueda
política no abandona jamás una búsqueda de la virtud. El bien general se alcanzará en la medida en que se haya producido una revolución personal, por
lo que sus teorías defienden el componente espiritual del ser humano, que
cuando se abandona corre el riesgo de desencadenar un mundo materialista e
insolidario. Él sí lee a Platón, sí lee su República a la que antes aludía, de modo
que destaca la importancia de una educación igualitaria y justa. Mably redactó
un proyecto de constitución para Polonia. Franklin le pidió otro proyecto para
Estados Unidos, pero, sin embargo, no accedió a la petición americana.
La marquesa de Astorga publica en Cádiz la traducción del libro de Mably
de un modo anónimo y dando a entender que, tras el anonimato, se esconde
un hombre. No fue difícil que, muy pronto, se aceptara que el autor lo era,
señalando a Álvaro Flórez Estrada como autor de la traducción de estos Derechos y Deberes y del prólogo que justifica la importancia de que el mismo se
edite en español. La polémica no se hizo esperar. No cabía que una mujer se
atreviera a tanto y, al tiempo, eran muchos los que creían que la autora era
la marquesa de Astorga. Llegaron, en el tiempo, a confundirse dos mujeres,
Carmen Ponce de León y Carvajal, que no llegó a ser marquesa de Astorga por
matrimonio porque enviudó antes de que su marido ostentase, por herencia,
el título. Y Mª Magdalena Fernández de Córdova y Ponce de León, prima
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hermana de la anterior, que investigaciones recientes dan por autora de la traducción y del prólogo. El libro de Mably es interesante en sí, por el momento
en el que se realiza la traducción, por el contenido claramente liberal, lo que
marca un claro punto de vista en la marquesa de Astorga, y por la repercusión
que el libro tuvo en América.
Y vamos acabando. Cuando durante la revolución de 1820 el pronunciamiento de Riego abogue por la necesidad de que los valores de la Constitución
de 1812 se den a conocer, se empezará a tener en cuenta la labor de todas estas
mujeres. Entonces, la tertulia, los clubs populares de lectura, las publicaciones de folletos informativos, de artículos políticos, permitirá a las mujeres ir
ganando territorio ciudadano. Ellas aceptarán, la mayor parte de las veces, su
papel “femenino” y siempre subordinado, pero empiezan a estar donde estaban
los hombres. La escritura se convirtió en la mejor de sus herramientas, y la
palabra que dialoga en el mejor de sus estilos.
La historia abre, con mucho esfuerzo, puertas que sean atravesadas por
las mujeres. No siempre esas puertas se mantienen abiertas de par en par para
siempre, no siempre se transforman en arcos de triunfo para toda la humanidad. Con frecuencia, por desgracia, las puertas que un día se abrían al futuro compartido se entrecierran e, incluso, se tapian con el más eficaz de los
engaños: el olvido. Hacer como si aquello nunca hubiera pasado, destacar solo
lo que puede ser beneficioso para quien pretenda que la incidencia humana en los acontecimientos tenga un carácter accidental y no voluntariamente
comprometido con el porvenir. Yo les hablaba de las mujeres del 278, de quienes quisieron expandir aquellos principios que nunca se escribieron en la Constitución de Cádiz pero que, sin embargo, eran imprescindibles para que los
valores democratizadores florecieran. María Zambrano escribe que el orden
democrático es aquel en el que no solo está permitido ser persona, sino que
serlo es una exigencia. Una exigencia de responsabilidad y compromiso. 1812
inició un camino cegado reiteradas veces, reconocido en los ideales de la Generación de la II República española. Sesgados, de nuevo, en la Guerra del
1936. Se tuvo que llegar a la Constitución de 1978 para que, otra vez, se activara
el debate en torno a la igualdad entre los hombres y las mujeres como único
medio de alcanzar la salud y la madurez de una sociedad. El trabajo que habían
estado haciendo tantas mujeres, en la clandestinidad social, permitió la conquista,
aunque con muchísima lentitud, de los derechos de todos. Con frecuencia se
quiere esquivar el hecho de que cuando se logra un derecho nuevo se están
8. Cfr. MANGINI, S. Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, Península, Barcelona, 2001.
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alcanzando derechos para toda la humanidad, que cada derecho logrado mejorará un poco el universo mundo donde los hombres y las mujeres compartimos
sueños, deseos, necesidades y esperanzas.
Aquellas pioneras incipientes que realizaron su tarea alrededor de La Pepa
legaron al menos una rendija de esa puerta luminosa que la Constitución
de 1931 pretendía. Que, acaso podemos decir, solo la lucha de muchas mujeres
y de algunos hombres, estos sí tan anecdóticos como lo habían sido ellas
hasta el momento, permitió que surgiera una España distinta, llena, es verdad,
de históricos, a partir de 1978.
Queda mucho por hacer, algunas veces me parece que queda más de lo que
se ha recorrido. Ahí están las futuras nuevas constituciones que han de emanar
de la llamada “primavera árabe”, y ahí están sus mujeres, cuyo grado de conquista
ciudadana traerá éxitos o fracasos sociales. Ahí están las propuestas de mujeres
empoderadas en África o en Latino América9. Ahí está el ecofeminismo en India, en esa Europa donde son muchas y muchos los que, aunque no lo parezca,
siguen trabajando por un porvenir distinto. Ahí está el día a día de millones
de niñas en el mundo para las que, todavía hoy, la educación es un lujo impensable y no un derecho humano, por lo que la acumulación de infamia e indignidad
en tantas biografías incipientes alcanzan, con arrojo inevitable, lo que ha de ser
nuestra tarea como habitantes privilegiados todavía del planeta.
No habrá cambios de rumbo sin que el rumbo incluya a las mujeres como
sujeto activo y hacedor, no como invitadas. No habrá cambio de rumbo sin
el presupuesto insoslayable de la igualdad real entre los hombres y las mujeres.
Esa es la certeza que reafirmo, una vez más, hoy aquí, con todos ustedes, reunidos en torno a lo que una constitución ha de significar siempre.
Gracias.
9. SANTIAGO BOLAÑOS, Mª F., y ANTEQUERA, M.: Wangari Maathai y otras mujeres
sabias. De la ecología hacia la paz, Laberinto, Madrid, 2009.
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