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“Encuentros de montaña”
Muchas veces Julio recorrió los caminos de la montaña meditando su vida.
Respiraba hondo. Se renovaba llenando sus pulmones con el aire de la
cordillera. Observaba las cumbres y tomaba decisiones. Pero no todo era
sencillo en aquellos pagos. El aire envuelto por la helada o por la blanca
frescura de la nieve cortaba la piel del rostro y manos mientras se hacían los
impostergables trabajos diarios.
Salió esa tarde en su sumisa mula en busca de algún animal extraviado, que
no había encontrado el camino de regreso al corral por arrancar el escaso
verde. Pensaba en su familia y en su sencilla vida en la cordillera. Recordaba
las posibilidades que había dejado ir para continuar viviendo en la tierra de
su familia, haciendo lo que antes de nacer ya sabía hacer; cuidar un puñado
de animales. Veía a sus hijos crecer y amar esas tierras al igual que él y su
padre. Pensaba si era correcto continuar en ese lugar que amaba pero
condenándolos a su vida. Sabía que les brindaba más de lo que él había
tenido; no les permitía ausentarse de la escuela que él abandonó
prematuramente. Eran otros tiempos los de su infancia.
Continuaba perdido en sus pensamientos confiando el camino a ágil mula
cuando escuchó un saludo:
-Buenas tardes amigo.
-Buenas tardes- le respondió instintivamente disimulando la sorpresa.
Observó el curtido rostro que lo saludaba. Conocía esas marcas. Eran la
huella del viento y la nieve y el peso de un largo viaje. Su voz tenía el rastro
de lejanos lugares. Su pensamiento se posó en ese rostro interrogándolo con
curiosidad.
-Fría tarde para andar por estos lugares- le dijo esperando conocer más de
ese hombre que alguna vez había visto.
-Sí, pero he pasado otras peores por aquí y más allá de estas cumbres, un
buen mate sería muy agradecido en esta posta- dijo con la amabilidad de los
hombres sencillos en las costumbres pero firmes en su carácter.
El tono de esas palabras creó el lugar común de encuentro que se genera en
las soledades del campo.
-Sí, es lo primero que hago al llegar a mi rancho-le dijo y su curiosidad fue
más allá:
–Si usted gusta don, antes de continuar su viaje al pueblo, podemos tomar
algunos mates calientes.
Él sonrió como si le adivinaran el pensamiento.
-Muchas gracias amigo, acepto unos amargos.
Julio, que poseía la entrega desinteresada de esos lugares, bajó de su mula,
sacó de las alforjas una pava por la cual habían pasado incontables fogones,
la llenó de agua del deshielo y con los pocos montes que encontró encendió
el fuego.
Le ofreció el mate y agregó:
-Tiene yuyos para el estómago.
-Justo lo que necesitaba, hace tiempo que me aqueja ese mal.
Interrumpió su mirada en las cumbres para disfrutar el mate caliente que
había llegado a sus manos.
-En estos tiempos tan complicados para la vida en el campo los pensamientos
hacen daño en el estómago- confesó Julio.
Él lo miró un momento y entendió el mensaje de Julio. Supo que podía y
debía brindarle unas palabras que retribuyeran ese mate caliente y
desinteresado.
-No crea que ahora es más difícil que antes. Siempre se presentan ocasiones
donde hay que elegir un lugar. Así es la vida. Si yo le contara… la mía ha sido
una vida de renuncias, sólo tengo la tranquilidad de que lo hice luego de
haber dado todo por una buena causa. Y fíjese como son las cosas, ahora que
he terminado mi tarea y quiero descansar en esta tierra que tanto me dio,
temo que no podré hacerlo… mis huesos viajarán muy lejos.
Julio comprendió que aquel hombre estaba de paso pero que quería
quedarse. Sin entender la magnitud de esas palabras ni de quien las decía le
ofreció hospitalidad.
-Si usted gusta, puedo ofrecerle un techo y un poncho donde descansar en la
noche. No sé si tiene algún conocido por estos lados, ¿cuál es su nombre?
Su compañero se levantó de la piedra que le había servido de descanso y
empezó a preparar su partida.
-Gracias, pero ya debo marcharme. Llámeme José, tiene en mí a un amigo. Le
agradeció los mates mientras se alejaba rápidamente en su mula.
Julio al verlo desaparecer entre las montañas mendocinas comprendió
muchas cosas. Se acordó de una ilustración que había observado de niño en
la escuela y supo quién era ese jinete. También halló la respuesta que
buscaba; sabía que ese lugar era su lugar. Y finalmente comprendió lo que
muchas veces le habían dicho los viejos, que las personas siempre vuelven al
lugar donde quieren permanecer por la eternidad, aunque sea sólo en
espíritu.
VCC.
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