La violencia se adueña de las calles En las elecciones municipales de abril de 1931, en Vallecas, ganó la coalición republicano-socialista. Coalición que revalidó su mayoría en abril de 1934. Al frente de la corporación municipal fue elegido, en ambas ocasiones, el socialista Amós Acero Pérez. Su gobierno se caracterizó por el impulso de las políticas sociales y educativas. En seis años, el Ayuntamiento levantó 16 escuelas, estableció una sección de la Escuela de Artes y Oficios y retiró la subvención a los colegios religiosos para dársela a las oficiales. El Ayuntamiento de Vallecas contó con el apoyo del Gobierno central mientras éste estuvo en manos de la izquierda. Cuando la derecha triunfó en las elecciones generales de 1933, la cosa cambió. El malestar entre ambas instituciones se fue incrementando. Cuando el 5 de octubre de 1934 estalla la huelga revolucionaria en contra de que la Confederación de Derechas Autónomas –CEDA– obtenga presencia ministerial en el Gobierno de la República, la corporación de Vallecas decide apoyarla. Ante ello, el Gobierno Civil cesa al alcalde, a los tenientes de alcalde y a la totalidad de los concejales. Y nombra una comisión gestora de la que se hace cargo Eustaquio Pardo Zorrilla. Tras el triunfo del Frente Popular, en las elecciones del 12 de febrero de 1936, todos los alcaldes que habían sido destituidos volvieron a ocupar sus puestos. En Vallecas, a las dos y media del 19 de febrero, Amós Acero Pérez retomaba su cargo al frente del municipio. Según las crónicas, el retorno del alcalde socialista fue una gran fiesta en Vallecas: «En la conocida como explanada de los Hermanos Aguirre se situó, frente al Ayuntamiento, un gentío enorme que pedía que saliese al balcón de la casa consistorial el alcalde repuesto. Amós Acero no se hizo de rogar y cumplió los deseos de los vallecanos que le esperaban a la puerta, vitoreando con entusiasmo a la República y al ayuntamiento del Frente Popular»1. Sin embargo, no todo el mundo parecía estar feliz con la vuelta del alcalde. El dueño de una fábrica de dulces –de apellido Villaseca– y su hijo, empezaron a disparar a la manifestación que acompañó hasta su despacho en Entrevías al repuesto teniente de alcalde del distrito Sur. La muchedumbre reaccionó: «intentó asaltar la fábrica, indignada por la agresión. La llegada de la fuerza pública impidió que lo realizara. En la refriega resultó herido el hijo del fabricante, llamado Antonio Villaseca Casal. Este y su padre quedaron detenidos»2. se sumaba a una la larga lista que crecía día a día, en todo el país. Estos sucesos acompañaron a la República hasta su final, con las muertes del teniente de la Guardia de Asalto, José Castillo, y el líder de Renovación Española, José Calvo Sotelo. En Vallecas, los enfrentamientos políticos violentos se inician un mes antes de las elecciones de febrero de 1936, con la muerte del joven socialista Antonio Eulogio Menéndez. El día del entierro, asesinan a José Alcázar Herrero, vallecano afiliado a la Falange. Un día después de los comicios, Manuel Pistoni y José Comina, ambos afiliados a Acción Popular, acaban con la vida de Vicente Marcel Miguel, miembro de la CNT. Y un mes más tarde miembros de extrema izquierda toman las calles de Vallecas y asaltan propiedades de destacados personajes de la derecha vallecana, iglesias y colegios religiosos. Los extremistas, poco a poco se adueñan de la calle. Desde las páginas de El Socialista, se insinuaba que la violencia callejera interesaba más a los partidos de derecha que a los de izquierda: «Las noticias que llegan hasta nosotros robustecen, de minuto en minuto, la grave sospecha que ya hemos señalado en ocasiones anteriores. Los lamentos de las derechas tienen la equivalencia, en este caso, del llanto del cocodrilo. Conocemos la táctica. Se aspira, primero, —y se consigue—, irritar el espíritu público, moverlo a violencia, mejor cuanto más escandalosa. Después —un después que, al parecer, es ya casi presente—, mediante los disturbios callejeros que la provocación alcance, se tratará de justificar lo que constituye esperanza suprema de quienes dirigen la empresa: una situación de fuerza cuyos preparativos no se descuidan. Las probabilidades y la rapidez del intento se fían al grado de madurez que logre el desorden público ¿Se comprende bien el sentido de las provocaciones de estos días, repetidas con sorprendente unanimidad en todas las poblaciones españolas? ¿Se calcula hasta qué punto se pretende que la clase obrera, empujada a explosiones de cólera justa, se convierta en colaboradora inocente, pero esencial, para luego ser víctima, en el turbio propósito que se está maquillando? A nuestros camaradas, a los republicanos del Frente Popular, les pedimos, ahora más que nunca, vigilancia sobre sus propios actos y especialísima sobre los ajenos. Al Gobierno le ponemos de manifiesto una realidad que él conoce mejor que nosotros, para reiterarle una demanda machacona: mano dura y pronta para atajar las provocaciones. Trato implacable para quienes las alientan. No es difícil descubrir su origen. Atacando el mal en su origen y no en sus efectos, como hasta ahora, es corno el Gobierno lleva la garantía de su dominio»3. Una manifestación más de violencia, de ausencia de tolerancia, que 1 2 3 «Han tomado posesión de sus puestos los alcaldes y concejales de Vallecas y Carabanchel Alto», El Sol, 20 de febrero de 1936. Ibid. «El orden público y los provocadores», El Socialista, 14 de marzo de 1936.