Enrique Echeburúa: `El objetivo terapéutico de las adicciones

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Entrevista · Elkarrizketa
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Enrique Echeburúa:
‘El objetivo terapéutico de las adicciones
psicológicas debe centrarse en el reaprendizaje del
control de la conducta’
¿Cómo puede saberse cuándo un hábito de conducta saludable se convierte en adictivo? ¿Qué diferencia el hábito de la adicción?
Un hábito de conducta saludable se convierte en adictivo cuando la
persona pierde el control sobre esa conducta y, lo que es aún más
importante, cuando se produce una interferencia negativa grave en la
vida cotidiana (por ejemplo, en el trabajo, los estudios, la salud, las
relaciones familiares o sociales, o en la situación económica). Los hábitos son conductas automáticas que facilitan nuestra vida cotidiana. Las
adicciones, por el contrario, atrapan al sujeto, le impiden ser libre y le
generan problemas con su entorno.
¿Qué es lo que tienen en común y en qué se diferencian las drogodependencias y las adicciones psicológicas?
Lo que tienen en común todas las adicciones, sea cual sea el objeto de
la adicción, es lo siguiente: un impulso repetido a una conducta que
trae consigo efectos perniciosos; tensión creciente hasta que la conducta sea completada; desaparición temporal de la tensión cuando se
lleva a cabo la conducta, pero, a veces, con un sentimiento de vergüenza y culpa, al sentirse el sujeto derrotado por el objeto de la adicción; y
vuelta gradual del impulso. La adicción se convierte en la única razón
de la existencia del sujeto, con una pérdida de interés por todo lo que
le rodea y por lo que anteriormente le interesaba. Lo que diferencia a
las drogodependencias de las adicciones sin sustancia es que, en las
adicciones químicas, el síndrome de abstinencia es más intenso y es
más frecuente la politoxicomanía.
¿Cuáles son los factores de riesgo para volverse adicto?
Los adolescentes constituyen un grupo de riesgo, porque tienden a
buscar sensaciones nuevas y, por ello, pueden implicarse en conductas
arriesgadas que potencialmente pueden generar adicción. En algunos
casos, hay ciertas características de personalidad o estados emocionales que aumentan la vulnerabilidad psicológica a las adicciones: la
impulsividad; la disforia (estado anormal del ánimo que se vivencia
subjetivamente como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displacenteros, tanto físicos (dolores, insomnio o fatiga) como psíquicos (disgustos, preocupaciones o responsabilidades); y la búsqueda exagerada de
emociones fuertes. Hay veces, sin embargo, en que, en la adicción, submartxoa 2011 marzo
yace un ambiente familiar poco cohesionado o un problema de personalidad: timidez excesiva, baja autoestima o rechazo de la imagen corporal, por ejemplo. A su vez, los problemas psiquiátricos previos
(depresión, trastorno de déficit de atención con hiperactividad, fobia
social u hostilidad) aumentan el riesgo de ‘engancharse’.
¿En qué medida la dependencia afectiva o emocional, sobre la que
empieza a hablarse en el ámbito de las drogodependencias, puede
integrarse en el fenómeno de las adicciones psicológicas?
La dependencia emocional o afectiva es una dimensión de la personalidad y, en los casos más extremos, constituye un trastorno de la personalidad. Es, por tanto, reflejo de una inmadurez emocional y de un
desarrollo no equilibrado de la personalidad durante la infancia y la
adolescencia. No se trata de una adicción, porque no hay una conducta
o sustancia química que sea objeto de placer intenso y de la que la persona no pueda prescindir. Una cosa es que muchas personas adictas
sean dependientes emocionalmente, y otra, que la dependencia emocional constituya en sí una adicción, cuando, en realidad, se trata de un
déficit de la personalidad. Hay que ser cauteloso para no incluir en el
término ‘adicción’ lo que no son sino variantes de la conducta normal o
alteraciones de otra índole.
¿Cuáles son las técnicas de intervención más adecuadas para este tipo
de adicciones? ¿Y cuál es el objetivo terapéutico que se persigue?
En el ámbito de las adicciones químicas, la meta terapéutica utilizada
suele ser la abstinencia total respecto a la sustancia a la que se es
adicto. Sin embargo, en el tratamiento de las adicciones sin drogas
resulta implanteable –con la excepción del juego patológico– la meta
de la abstinencia. Se trata de conductas descontroladas, pero que
resultan necesarias en la vida cotidiana, como ocurre en el caso de
conectarse a la Red, comprar, practicar el sexo o hablar por el móvil. El
objetivo terapéutico debe centrarse, por tanto, en el reaprendizaje del
control de la conducta. Las vías de intervención postuladas son muy
similares en todos los casos. A corto plazo, el tratamiento inicial ‘de
choque’ se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de respuestas
de afrontamiento adecuadas ante las situaciones de riesgo (técnicas de
control de estímulos), y a medida que avanza el tratamiento, el control
de estímulos tiende a hacerse menos estricto. En una segunda fase, la
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técnica utilizada es la exposición programada a las situaciones de riesgo. Ésta debe hacerse inicialmente en compañía de alguna persona de
confianza. Hacerlo a solas es algo que debe intentarse únicamente
cuando ya se ha ensayado esta situación repetidas veces con otras personas y el paciente se encuentra seguro de sí mismo. A medio plazo,
el tratamiento de mantenimiento –una vez reasumido el control de la
conducta– requiere actuar sobre la prevención de recaídas. Se trata,
fundamentalmente, de identificar situaciones de riesgo y de aprender
respuestas adecuadas para su afrontamiento. Por último, más a largo
plazo, conviene solucionar los problemas específicos e introducir cambios en el estilo de vida del sujeto, de modo que sea capaz de obtener
otras fuentes de gratificación.
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Adicciones para escapar del dolor
Los jóvenes parecen ser un grupo poblacional particularmente vulnerable a la adicción a las nuevas tecnologías. ¿Cuáles son las estrategias
preventivas más eficaces con ellos, tanto en el medio educativo como
en el ámbito familiar?
Hay que enseñar a los jóvenes y adolescentes a hacer un uso razonable de las nuevas tecnologías. Para ello, especialmente en el ámbito
de la infancia, hay que limitar el tiempo de conexión (alrededor de
hora y media diaria, con excepciones los fines de semana) y revisar los
contenidos, lo que resulta más sencillo cuando se ubican los ordenadores en lugares comunes. Es una función fundamental de los padres y
educadores enseñar a los jóvenes a configurar su intimidad, lo que
implica enseñarles a no exponer datos personales ni fotografías comprometedoras. Y si el sistema preventivo ha fallado, hay que darles
seguridad, para que, en el caso de que exista un problema, los jóvenes
acudan a los padres o educadores en busca de ayuda. Asimismo, es
conveniente que los padres participen activamente en la relación de
sus hijos con Internet. Por ello, es conveniente la alfabetización digital
de los educadores.
¿En qué medida varía la percepción social en función de los diversos
tipos de adicciones y qué implicaciones pueden tener estas percepciones para la prevención y la intervención en el caso de las adicciones
psicológicas?
La sociedad se alarma especialmente ante las drogas químicas ilegales, pero, en cambio, al abuso de alcohol –que genera muchos daños
personales y sociales– se le concede mucha menos importancia, porque es una droga normalizada. Pero lo que hace peligrosa a una droga
no es su carácter de legal o de ilegal, sino su capacidad de interferir
negativamente en la vida cotidiana de los consumidores. Sobre las
adicciones sin sustancia, hay aún un gran desconocimiento social, a
excepción de lo que se refiere a la ludopatía. Al margen de que se trata
de fenómenos relativamente nuevos, la adicción a Internet y a las
redes sociales puede afectar a un 5% de la población. Por ello, hay
que controlar su uso para impedir que el sujeto se haga esclavo, con lo
que ello conlleva de sufrimiento emocional y de interferencia negativa
en la vida cotidiana.
Enrique Echeburúa (San Sebastián, 1951) es catedrático de
Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco. Sus líneas
actuales de investigación son el juego patológico, los trastornos
de estrés postraumático, las agresiones sexuales y la violencia
de pareja. A lo largo de su dilatada trayectoria profesional, ha
publicado más de una veintena de libros y numerosos artículos, y
es uno de los mayores expertos del país en adicciones psicológicas, que él define como “toda propensión desmedida hacia algo,
sea una sustancia química o una conducta (apuestas, Internet,
sexo, compras)”. Según Echeburúa, “la adicción es una afición
patológica que, al causar dependencia, resta libertad al ser
humano, al restringir la amplitud de sus intereses; lo anormal no
es el tipo de conducta, sino el tipo de relación que establece la
persona con esa conducta. Ya no se trata de un ‘deseo’, sino de
una ‘necesidad’. La dependencia o adicción es un trastorno mental bajo el que subyace un problema de la personalidad, de desarrollo inmaduro o de baja autoestima. Entraña una búsqueda de
placer, pero también es un intento de escapar al dolor provocado
por la falta de afecto, por la soledad o por algún tipo de malestar
emocional”.
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