Salud Pública y Familia: Educación de la afectividad, de la

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Jokin de Irala
Salud Pública y Familia:
Educación de la afectividad, de la sexualidad y educación del carácter
Jokin de Irala
Introducción
Los adolescentes pueden vivir peligrosamente, y, en la actualidad, la
sociedad les brinda muchas oportunidades para hacerlo. Como consecuencia, nos
encontramos ante una ola de borracheras juveniles, enfermedades mentales
inducidas por drogas como la marihuana, e infecciones de transmisión sexual, por
mencionar solamente tres de los excesos a los que los jóvenes pueden verse
involucrados. Obviamente estos problemas de salud pública afectan directamente
a la vida familiar.
Al contemplar la familia desde la perspectiva de estos problemas de Salud
Pública, se observan varios enfoques que constituyen riesgos para la familia:
• La progresiva pérdida de la “patria potestad” ante problemas que afectan a los
adolescentes.
• Los riesgos de la sexualidad fuera del matrimonio donde no existe la situación
de mutua monogamia con compromiso estable propio del matrimonio.
• La presencia de campañas preventivas sobre la llamada “salud sexual” que
tienen un enfoque poblacional indiscriminado que no se dirige a la mayoría de
la población que se encuentra en situaciones de riesgo nulo. Esta mayoría vive
en monogamia mutua o no tiene relaciones sexuales y sería muy lógico hacer
hincapié en que debe, por su bien, mantenerse en uno de estos estilos de vida.
Se echan en falta mensajes que afirmen que ciertos estilos de vida son más
adecuados desde el punto de vista de la Salud Pública. Es frecuente el argumento
de que este tipo de mensaje puede resultar ofensivo para quienes no los han
elegido. Pero, en realidad, es compatible dar prioridad a mensajes dirigidos al
beneficio de la mayoría de la población a la vez que se evite estigmatizar o faltar al
respeto a quienes eligen otros estilos de vida. Por el contrario, sería discriminatorio
para gran parte de la población, no informarles sobre los comportamientos que son
más beneficiosos. Por ejemplo, sería un grave perjuicio para la población general
no hacer campañas contundentes en contra del consumo de marihuana por miedo
a “ofender” o “estigmatizar” a una minoría de consumidores. Lo que hay que hacer
en todo caso es diseñar bien dichas campañas para que no provoquen reacciones
adversas no deseadas.
Otro problema de algunas campañas que se centran en consejos para
personas que han elegido estilos de vida arriesgados es que no concuerdan con lo
que padres y madres quisieran que se transmita a sus hijos desde unas
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autoridades que están administrando los recursos de todos. Este problema se
agrava cuando, como veremos a continuación, algunos consejos oficiales
constituyen un auténtico riesgo para la salud de muchos jóvenes.
Siguiendo esta línea de actuación de algunas autoridades de Salud Pública
está la afirmación hecha por algunos científicos de que la educación basada en
“solo abstinencia” no funciona1, 2, 3.
Pero, ¿estas afirmaciones se fundamentan en datos científicos? ¿Es la
abstinencia la mejor elección para los adolescentes, y deberíamos hacer todo lo
posible por persuadirles de que se abstengan de la experimentación sexual? ¿O es
una meta inalcanzable para la mayoría de los jóvenes, basada en ideales sobre el
amor y el sexo que son simplemente un residuo de épocas pasadas? ¿Hacemos
todo lo posible cuando decimos que “está bien no mantener relaciones sexuales”,
y, luego, nos pasamos el día explicando a los jóvenes cómo “protegerse” si lo
hacen? Estas cuestiones reflejan dos modos de enfocar la educación de los más
jóvenes sobre la afectividad y la sexualidad que, actualmente, parecen estar en
conflicto frontal, sobre todo en Estados Unidos, donde el futuro de la financiación
gubernamental para los programas de “sólo abstinencia” pende de un hilo.
Como consecuencia, las conclusiones de las investigaciones del entorno,
muy politizadas, pueden ser críticas. Dos estudios publicados recientemente sobre
el programa de “sólo abstinencia” en Estados Unidos han dado lugar a una serie
de titulares que manifiestan que “la educación en la abstinencia no funciona”. El
más reciente de los dos4, publicado en la influyente revista British Medical Journal,
es el realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford, que
revisaron 13 estudios científicos en los que se valoraban los programas de
abstinencia. Estos investigadores llegaron a la conclusión de que dichos
programas “no eran eficaces”.
Los educadores en la abstinencia no deberían desanimarse ante tales
resultados. Lo que Kristen Underhill y sus colegas hicieron fue buscar estudios que
tratasen sobre el tema de la prevención de la infección por VIH –el punto
fundamental en la educación sexual–, y que estuvieran, más o menos, bien
diseñados. Sin embargo, dichos estudios constituían una mezcla muy
heterogénea, y, aunque los investigadores realizaron un gran trabajo de síntesis
del material examinado, sus conclusiones pasaron por alto problemas
metodológicos muy serios5.
Por ejemplo, ¿cómo comparar programas que oscilan en duración entre 1
sesión y 720 sesiones, o evaluar resultados de forma fiable cuando hay
proporciones de abandono del 5% al 45 %? Dados estos problemas, el número
total de jóvenes con los que se llevaron a cabo los estudios revisados –15.940– no
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tiene especial relevancia, aunque se haga referencia a dicho número alto para
dotar de más autoridad al análisis, porque no se trata en realidad de un estudio
homogéneo de 15.940 personas sino de un conglomerado de estudios diferentes y
de relativamente mala calidad. Algunos de los problemas que se han identificado
en estos estudios son:
-
-
-
ausencia de un análisis por intención de tratar.
heterogeneidad de los programas y de los diseños utilizados para
valorarlos, lo cual ha dificultado enormemente realizar un metaanálisis.
En otras palabras, ha sido imposible obtener un valor cuantitativo válido
que pudiera resumir y comparar la eficacia de los programas.
los grupos control eran mayoritariamente “grupos que recibieron un trato
habitual”, pero esto raramente se definió concretamente y “podían incluir
cualquier tipo de programas”.
había bastantes datos faltantes, lo cual dificultaba la valoración de la
calidad metodológica.
solamente 4 ensayos describieron el procedimiento utilizado para
generar la secuencia de asignación al grupo control o al grupo
intervención y ningún estudio señaló los procedimientos para
enmascarar el proceso de aleatorización.
A pesar de estas deficiencias, los científicos de Oxford afirman rotundamente
que “la evidencia del análisis sugiere que los programas de ‘sólo abstinencia’ que
intentan prevenir la infección por VIH no son eficaces”. Y esta afirmación es
corroborada por una editorial amiga6 en el BMJ que, con relación a los 13 estudios
examinados, considera que son “notablemente consistentes” cuando sugieren que
los programas de “sólo abstinencia” no aumentaron ni la abstinencia sexual
primaria ni la secundaria. Incluso, los editorialistas van más allá, diciendo que: “En
contraste con los programas de ‘sólo abstinencia’, aquéllos otros que promueven el
uso de condones reducen enormemente el riesgo de contraer el VIH”. Y, para
apoyar dicha afirmación, citan tres artículos, dos de los cuales datan de finales de
los 90. El editorial termina argumentando que el dinero no debería ser gastado en
programas de “solo abstinencia”, sino más bien en programas que promuevan el
uso del condón.
Desconozco bajo qué criterios se excluyeron otros trabajos que mostraban lo
contrario, antes de realizar estas afirmaciones. Por ejemplo, los resultados de un
ensayo que se realizó en Uganda señalaban un aumento en las conductas de
riesgo para el VIH en el grupo de intervención, donde se promovía el uso y el
suministro del condón7. Y Dicenso y colaboradores8 llevaron a cabo un metaanálisis, en el que se reflejaba que diversos programas, incluidos algunos de
centros de planificación familiar, no resultaban muy eficaces ni a la hora de mejorar
el uso de los anticonceptivos, ni de posponer el comienzo de relaciones sexuales,
ni de evitar los embarazos imprevistos. Pero, entonces, nadie solicitó que se
eliminase la financiación de los centros de planificación familiar.
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A la luz de los problemas con los que se topó el equipo de Oxford, quizás
habría sido más prudente decir que no había evidencia de que los 13 programas
concretos de “sólo abstinencia” que ellos revisaron hubiesen dado mejores
resultados que las alternativas evaluadas. Esto no significa que “la promoción de la
abstinencia no funciona”, que es lo que algunos medios están intentando transmitir
a la gente.
Además, los mismos autores que han valorado los programas de educación
sexual que solamente hablan de la abstinencia a los jóvenes publicaron más tarde
otra revisión sobre programas que, además de hablar de la abstinencia, daban
información sobre la reducción del riesgo recomendando el uso de preservativos
en el caso de que los jóvenes no eligieran evitar el riesgo siguiendo el mensaje de
la abstinencia. Los programas con estas características suelen llamarse programas
de “abstinencia plus” porque añaden la información sobre los preservativos9.
Concluyen que: “muchos programas de “abstinencia plus” han logrado reducir
comportamientos de riesgo para la infección del VIH tanto a corto como a largo
plazo en los jóvenes de países con niveles socio económicos altos.
En cualquier caso, la verdadera cuestión no es si esos programas son
eficaces o no. Lo que más importa es saber si nos estamos planteando las
preguntas correctas con relación a estos programas. ¿Cree alguien, realmente,
que es posible cambiar cualquier conducta humana con una docena de clases en
la escuela si los padres, en casa, los programas de la televisión, las películas, las
revistas para jóvenes, las autoridades sanitarias y educativas, y la sociedad en
general, transmiten el mensaje contrario?10
Pensemos en varios problemas de nuestra sociedad como la violencia
doméstica, el sexismo, la discriminación, el fracaso escolar, la falta de ejercicio, la
comida basura, el problema de la bebida y de la conducción, del tabaco y de otro
tipo de drogas. ¿Cambiarían estas conductas una docena de clases impartidas en
2º y 3º de la E.S.O. si en todas partes el mensaje fuese diferente?
La pregunta importante sobre estas cuestiones es “cómo” podemos transmitir
los mensajes correctos, y no “si” deberíamos transmitirlos. Si una docena de
programas cuya finalidad es prevenir la violencia doméstica no tienen éxito, sería
un gran error concluir que “la educación contra la violencia no es eficaz”. Dado que
esos programas concretos han fallado, lo que tendríamos que pensar, más bien, es
en la manera de hacerlo mejor, o, al menos, en cómo podríamos conseguir que
dichos programas tuviesen éxito.
No olvidemos que muchos programas anti-tabaco tienen poco éxito, y, sin
embargo, nadie duda que debemos prevenir el tabaquismo en los jóvenes.
¿Esperamos, realmente, que la “promoción de la abstinencia” a lo largo de unas
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pocas clases pueda resultar eficaz en una sociedad en la que los medios de
comunicación están transmitiendo exactamente el mensaje contrario? La cuestión
es: ¿creemos, realmente, que la abstinencia es una buena elección para nuestros
jóvenes, y queremos, realmente, fomentar la abstinencia?
No soy, necesariamente, un defensor de los programas de “sólo abstinencia”.
Al menos, no para los adolescentes mayores. Personalmente, creo que la verdad
es lo mejor que podemos dar a nuestros jóvenes para ayudarles a que elijan mejor
y de manera más saludable. Pero deberíamos fortalecerlos también para que
puedan hacer las mejores elecciones, y, en lo que se refiere a cualquier conducta,
la educación del carácter es fundamental. No podemos limitarnos a darles
información y eslóganes; debemos ayudarles a interiorizar los buenos valores, así
como a desarrollar las aptitudes, o las costumbres, que se corresponden con
éstos. Y esto no se logra contando solamente con programas escolares más o
menos sencillos.
Siempre es mejor “evitar riesgos” que “reducir riesgos”, y los mensajes
deberían adecuarse a los grupos específicos a los que van dirigidos. Existe una
evidencia epidemiológica firme en favor de la estrategia de prevención ABC
(Abstinencia, Basarse en la fidelidad, y uso del Condón). Sin embargo, es preciso
recordar a los jóvenes que la abstinencia y la monogamia mutua son mejores para
evitar el riesgo, mientras que los condones pueden reducir, aunque nunca eliminar
del todo, el riesgo en aquellas personas que eligen no evitar riesgos con “A” y “B”.
Un documento de consenso publicado por The Lancet en 200411 hacía
hincapié en la importancia de priorizar mensajes de llamamiento a posponer el
debut sexual en los jóvenes, o a la vuelta a la abstinencia para los que mantenían
relaciones esporádicas. Para los adultos con relaciones sexuales, el consenso
priorizaba el mensaje de la monogamia mutua. Y, para aquellos que elegían no
aceptar “A” ni “B”, el documento señalaba que se les debía informar de que, con la
opción “C”, se reducía el riesgo de infección, aunque nunca se eliminaba
totalmente.
Los firmantes del consenso Lancet consideran que no es acertado que las
políticas de salud pública den el mismo tipo de prioridad al mensaje recomendando
el uso del condón cuando se dirigen a adolescentes que no han empezado a ser
sexualmente activos o cuando se dirigen a personas que se dedican al comercio
del sexo. No es lógico dar el mismo mensaje de salud pública a estos dos tipos de
grupos diana porque nada tienen en común sus estilos de vida. Se debe transmitir
toda la verdad, pero los programas llamados de “abstinencia plus”, porque añaden
información sobre el preservativo, tienen que estar “centrados en la abstinencia”.
Esto quiere decir que no deberían poner la información sobre el condón y la
promoción de la abstinencia en el mismo nivel, como si ambas opciones fueran
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igual de beneficiosas para los jóvenes, porque no son situaciones equivalentes
desde el punto de visto del riesgo de una ITS. Hay evidencias que muestran que
los programas “centrados en la abstinencia”, que dan prioridad a la abstinencia,
son útiles12.
Por otro lado, si la promoción del uso del condón, que busca reducir un
riesgo, no se lleva a cabo de forma cautelosa, puede fomentar una falsa sensación
de seguridad en los jóvenes, así como, paradójicamente, provocar un aumento de
las conductas de riesgo y su vulnerabilidad: por ejemplo, incitando a una iniciación
sexual a una edad más temprana, o incitando a que tengan un mayor número de
parejas sexuales. Este fenómeno se conoce como “compensación de riesgo”13, 14.
En ningún país africano se ha conseguido reducir la incidencia del VIH con
programas basados exclusivamente en la promoción del condón, mientras que
aquellos países que han integrado “A” y “B” en programas nacionales integrales
han logrado reducir la incidencia del VIH15.
¿Estamos preparados para transmitir lo que es mejor para nuestros hijos, así
como para confiar en su capacidad para tomar la decisión correcta? ¿O
deberíamos decidir por ellos, de manera pesimista y condescendiente, que no
pueden conseguir evitar riesgos, y que no tienen otra elección que reducir riesgos?
Nuestro principal problema consiste en decidir qué queremos transmitir a
nuestros jóvenes. Es poco probable que un programa ayude a cambiar las
conductas de riesgo, a menos que se dé información verdadera a los jóvenes, y a
menos también que se les fortalezca con habilidades necesarias para la vida,
como sucede a través de la educación del carácter que les ayuda a ser proactivos
en la toma de decisiones en cuestiones vitales. Pero difícilmente podremos
conseguirlo si la sociedad en general, y, especialmente, las autoridades educativas
y sanitarias no realizan un verdadero esfuerzo para transmitir mensajes coherentes
a los grupos específicos a los que van dirigidos, ayudando, de ese modo, a que los
padres puedan realizar también su tarea educativa en el hogar.
En un estudio epidemiológico realizado en una muestra representativa de
2.726 estudiantes filipinos de 14 a 24 años hemos podido observar los siguientes
hechos que indican que ciertos mensajes que provienen de autoridades de un país
y del entorno social de los jóvenes, pueden asociarse a un aumento de
comportamientos de riesgo16.
• La proporción de estudiantes con experiencia sexual era el doble entre quienes
opinaban que los preservativos eran 100% eficaces para prevenir la infección
por VIH (Odds Ratio: 2,2; IC al 95%: 1,8-2,7).
• La proporción de estudiantes con experiencia sexual era el doble entre quienes
opinaban que los preservativos eran 100% eficaces para prevenir el embarazo
(Odds Ratio: 2; IC al 95%: 1,6-4,2).
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• La proporción de estudiantes con experiencia sexual era tres veces mayor
entre quienes estaban de acuerdo con la afirmación de que es aceptable tener
relaciones sexuales “solamente para pasárselo bien” (Odds Ratio: 3,3; IC al
95%: 2,6-4,2).
• Finalmente, la proporción de estudiantes con experiencia sexual era también
mayor entre quienes no estaban de acuerdo con la afirmación de que “ver
pornografía debería evitarse” (Odds Ratio: 1,8; IC al 95%: 1,5-2,1), y entre
quienes no estaban de acuerdo con la afirmación de que “la masturbación
debería evitarse” (Odds Ratio: 1,4; IC al 95%: 1,2-1,7).
En este mismo estudio, los jóvenes valoraban mejor a sus padres que a los
amigos, educadores o los medios de comunicación, como fuentes preferidas para
hablar de cuestiones relacionadas con el amor y la sexualidad si bien la frecuencia
con la que afirmaban utilizar esta fuente solamente se situaba en tercer lugar
después de “las amistades” e “internet”. Alrededor del 90% de chicos y chicas del
estudio afirmaban que querían que se les ayudase más a “controlar sus
sentimientos”. Alrededor del 70% de chicos y chicas afirmaban querer más ayuda
para saber controlar su “energía, impulso sexual”, mientras que aproximadamente
el 85% de los jóvenes también querían saber más sobre cómo distinguir entre
deseo, atracción sexual y amor. La proporción de jóvenes que querían saber más
de las cuestionas más biológicas sobre sexualidad humana era significativamente
menor16. Según este estudio, padres y madres pueden y deben abordar con sus
hijos estos aspectos que tienen más que ver con la educación del carácter porque
los hijos lo desean y lo necesitan.
Pero a veces los padres no se sienten capacitados para realizar esta tarea.
Es verdad que cada época tiene sus propios retos educativos. El abordaje y
enfoque de algunas cuestiones, por ser novedosas para padres y madres, pueden
resultar más complicados sin el consejo de expertos. Los padres tienen la
apasionante y gran responsabilidad de acompañar a sus hijos en el camino hacia
la edad adulta que se caracteriza por administrar con sabiduría la libertad y la
responsabilidad. Pero difícilmente podrán acometer esta labor sin preocuparse de
formarse e informarse cada día. Las escuelas de padres, asociaciones familiares
tienen esta función además de constituir excelentes “redes de apoyo”, que no
“burbujas”, donde cada matrimonio puede aprender de los éxitos de otros pero
también compartir con otros sus propios éxitos educativos.
Además, al comprobar que el entorno social influye tanto en los jóvenes, será
muy necesario que los padres utilicen con frecuencia los medios democráticos que
existen a su alcance para hacer valer el derecho de los menores a ser protegidos
de ciertos mensajes engañosos y peligrosos para su salud. A veces, se tratará
simplemente de hacer cumplir las leyes ya existentes como la ley de protección del
menor frente a la exposición de los menores a imágenes pornográficas en
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quioscos y librerías; otras, podrá surtir efecto la protesta y el boicot como por
ejemplo frente a ciertos programas que ofenden los sentimientos y convicciones de
gran parte de la población. También se pueden promover leyes inexistentes y,
cuando haga falta, llevar a tribunales a quienes atentan contra la patria potestad o
contra la integridad física o psicológica de los menores. Los padres son parte
fundamental de la solución de estos problemas. Nadie debería pretender
sustituirlos en esta labor.
La preparación de los jóvenes para el amor, es decir, la educación de la
afectividad y de la sexualidad de los menores, se beneficiará sin duda de la
creciente formación de padres y madres, responsables primordiales de esta labor
educativa. Pero esta tarea es más complicada si no existe un mensaje coherente e
integrado en el entorno social de los jóvenes. Las autoridades como las sanitarias
y las educativas, los responsables culturales y del ocio audiovisual, los medios de
comunicación inciden directamente en los jóvenes y pueden acabar transmitiendo
mensajes perjudiciales y contrarios a los intereses de jóvenes y padres. Es preciso
trabajar en democracia para que sea posible lograr la máxima coherencia posible
entre todas estas fuentes que afectan al futuro de la juventud.
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