Hoy en la Javeriana El estado de la democracia A veces se puede pensar que los colombianos no apreciamos suficientemente el valor de la democracia y consideramos que este logro obtenido permanecerá sin término y de manera invulnerable. Nada más alejado de la realidad. Ejemplos tenemos a la vista, de las consecuencias catastróficas que ha tenido la irresponsabilidad de los mal llamados servidores públicos, popularmente elegidos. Otra cosa muy distinta se vivió a propósito de la reciente manifestación de una nación entera que, por encima de los partidos políticos y las profundas diferencias en su sociedad, rindió sentido homenaje a un hombre, Adolfo Suárez, que empeñó todo lo mejor de su ser para llevar a España por el camino de la democracia. Sí, tal vez los colombianos ignoramos en qué consiste un régimen totalitario, una dictadura, la anarquía y el desgobierno, y no somos conscientes plenamente del tesoro que subyace en nuestro territorio. Ahora bien, la democracia, en la práctica, ofrece dificultades y no es la panacea, tal como lo señaló con acierto el primer ministro inglés Winston Churchill en célebre sentencia (1947). Porque los regímenes democráticos son propicios para fenómenos como el gamonalismo y el clientelismo, entre otros, en los cuales son protagonistas de primer orden los grandes electores, figuras políticas poderosas en determinadas regiones que ‘ponen votos’ a cambio de prebendas, tentación que sirve para medir la integridad de cualquier candidato. Un aspecto de especial relevancia al repasar el estado de la democracia colombiana es el de la abstención, que no es un fenómeno nuevo y que sigue siendo alta, que algunos justifican en el desencanto de muchos ciudadanos frente a la clase política y el escepticismo que los acompaña cuando de posibilidades reales de cambio se habla. Piensan ellos que da lo mismo votar que no votar: ¡todo seguirá igual! Otra explicación consiste en la falta de cultura ciudadana y de responsabilidad civil porque cuando al ciudadano le duele su país y tiene la oportunidad de intervenir para corregir el rumbo de las cosas, pues no duda un instante en tomarse la molestia de interrumpir el descanso y salir a la calle para ir al sitio de votación, hacer la cola si es necesario y someterse a la requisa rutinaria, enfrentarse a ese inmenso tarjetón con el riesgo de perderse, registrar su decisión, y luego de depositar su voto en la urna, regresar a su hogar con la satisfacción, no solo del deber cumplido, sino también de haber manifestado eficazmente su interés por el país. Solo así esta persona legitima su derecho a exigir resultados en la gestión de los servidores públicos, a reclamar por sus deficiencias y desafueros, y pedir que se impongan las sanciones que correspondan. De lo contrario, ¿con qué derecho se va a quejar después? Así las cosas, no nos queda sino invitar a los colombianos para que acudan a las urnas y se hagan escuchar con su voto, para que fortalezcan y defiendan la democracia, más allá de las elecciones, recordando siempre la advertencia de Nelson Mandela (Ushuaia, 1998): “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan parlamento” 3 edi t or ial Las elecciones que tuvieron lugar recientemente en el país, así como las que se avecinan, han llevado a que en la agenda nacional ocupe un muy destacado lugar el debate sobre candidatos y partidos. Las campañas, desarrolladas a lo largo de varios meses, y la votación propiamente dicha nos recuerdan que el nuestro es un país democrático, que los periodos fijados por la ley se respetan, y que los ciudadanos podemos ejercer el derecho de elegir libremente, primero, a los compatriotas que conformarán el Congreso de la República, y luego al Presidente y Vicepresidente de Colombia. Y todo esto es posible porque no es ‘letra muerta’ el derecho de todo ciudadano a “participar en la conformación, ejercicio y control del poder político”, según lo dispuesto en nuestra Carta Magna. La democracia cobra especial vigor, entonces, en época electoral. El ciudadano se enfrenta a una gran diversidad de opciones acerca del porvenir del país, lo cual enriquece la discusión sobre los grandes problemas nacionales, como son el conflicto armado, la pobreza y la corrupción, y por supuesto, el medio ambiente. Y en este escenario donde se busca obtener el favor del electorado aparecen lo mejor y lo peor de la condición humana, lo que ennoblece el nombre de un candidato, y lo que lo empaña; el altruismo y el genuino amor a la patria de aquellos que solo buscan servir al país, con su mirada puesta únicamente en el bien común, en contraste con el egoísmo y los intereses personales de aquellos que ven en los cargos públicos la maravillosa posibilidad para hacerse al poder y enriquecerse sin medida, con efectos devastadores, que comprometen tanto la democracia como la vigencia del Estado de derecho.