195 NUM. 2 5 . TOMO I. O ^ ^^*' V»-* JUNIO 2 2 DE 1 8 4 5 %EFí* O-. « '^4>. <í?^'! ' ^ SítCc fo&0s ios jtt^Dís á m^&to^ta, ¿j h<t ^t<tú$ mcnsnaCwcnfe «na famlna ítt acero. El precio de snscricion para Modrid es 6 rs. al mrís. Pora las provincias a l rs. por trimeüire «i se verífim el abono f^n las respectivas librerías; y i8 si se hace la sutcricion en el DI!POSITOCAI,COGBAP'C« eh esta corte, ó se remile franco de porte su rator en letra» ó libranza sobre correos , á la orden del DniKr.TOK t>KL REFLEJO. ELVIRA. N una ciudad no muy populosa de Castilla la vieja habia dos jóvenes hermanas, hijas de una familia acaudalada; Ana, de un carácter apacible y franco , sencilla en su trato, mas de corta pene[tracion; Elvira, la menor, mas I circunspecta en sus maneras, y > cuyo esterior melancólico la r e vestía de cierto atractivo que cautivaba el interés de los que la rodeaban. Ambas se casaron: la mayor con un rico hacendado de la comarca; y Elvira con el e s cribano principal del pueblo, sujeto de buen carácter, si, pero abismado siempre en sus n e gocios, y poco cuidadoso de las interioridades de su familia. Sin ambición alguna, con las comodidades de la vida que pueden apetecerse en una ciudad de provincia, sin tener noticia de otras necesidades, ni pensar remotamente en conocerlas , Ana fué feliz en su matrimonio. Por otra parte, las faenas del campo y el cuidado de sus hijos no daban lugar tampoco á su fantasía á crearse otros go7.es para ella ignorados, ni su talento la permitía tampoco prever pudiese amarse de otro modo que con el cariño que ella profesaba ásu marido, ese cariño de deber que infunde una educación timorata, cariño que en jendra la costumbre de habitar siempre con una misma persona; en el cual no toma parte alguna el corazón, ni llega al alma, pues se circunscribe solamente á los cortos momentos en que se enajenan los sentidos; porque tal es la obligación que se impone una.mujer al tomar estado. El marido.... es un hombre á quien se nos ha enseñado á respetar como señor.... sino de nuestra voluntad y sensaciones de nuestro espíritu, al menos de los gozes de nuestro cuerpo. Tales eran los principios de Ana, si bien en su raciocinio no se detenía á pensar siquiera, ni acaso su imajinacion podía conce'bir, cuales fueran en verdad los sentimientos de su alma. Elvira, por el contrario, casada á la tierna edad de diez y siete años, sin ilustrar su entendimiento con la lectura, sin haber tratado mas que á los jóvenes rudos y estúpidos de su ciudad, sola con su pensamiento, aislada en la inmensidad de las ideas que le hacían presentir la existencia de alguna cosa que ella ignoraba, sumisa á la voluntad de unos padres ignorantes, de esos padres tan comunes en la sociedad, que creen que la mejor educación consiste on dejarlo ignorar todo á sus hijas, Elvira, la melancólica Elvira entregó su mano á quien sus padres le designaron, como el hombre que la baria feliz; pues se reputa feliz á una majer cuando se le da un marido.... Cuando Elvira se vio libre señora de sus a c ciones; cuando la posición de su esposo le permitió conocer la maldad de los hombres, sus fraudes y sus intrigas, y la perversa intención de 194 muchas de las personas, que con un esterior de la mejor buena fé acudían á la escribanía de su marido; cuando el manejo de su casa, y el roce íntimo con los que necesitaban de ella le hicieron ver un mundo nuevo del que con sus padres conociera, su alma dudó, su entendimiento pensó, y su corazón comenzó á ilustrarse. La duda! plaga devoradora que diezma á los hombres en el vigor de su juventud, llaga hedionda que corroe al hombre en sus iiltimos dias. La existencia de Elvira comenzó á deslizarse triste y abatida. Las ocupaciones de su marido la dejaban sola la mayor parte del tiempo, y cuando llegaban á acercarse uno á otro, él continuaba absorvido en sus cálculos y negocios, ella sentía cada vez mas el vacío de sus dias. Los alhagos de su esposo, las caricias de la noche, agriaban mas su pesar; y en medio de su dolor Elvira no concibió; padecía demasiado su alma para poder llegar á madre! Así transcurrieron cuatro años; y su bella l o zanía, su hermosa juventud se marchitaron. Nadie comprendía su mal, y su marido contestaba fríamente á los que preguntaban por la salud de su mujer: «No debe vivir largo tiempo: su j e nío caviloso.... acaso su conciencia timorata.... ignoro qué pueda ser la causa: muchas veces la he sorprendido llorando delante de una imájen....» Este imbécil, cuyas sensaciones todas se reasumían en su bufete, jgnoraba que el a l ma pudiese sentir, y que él era el viento abrasador que había agostado la bella flor cuyo fragante perfume no había sabido aspirar. — Era administrador de un rico mayorazgo, cuyos bienes fincaban en las cercanías de aquella ciudad. Con motivo de un lítíjio tuvo que ir á ella por algunos dias el señor del titulo, y fué á hospedarse á casa de su apoderado. Joven, de gallarda presencia, de modales cortesanos, y de claro injenio, llamó Arturo la atención de Elvira. Un dia entró por casualidad en el gabinete de la esposa del escribano, y la sorprendió llorando. Quiso retirarse, mas Elvira con débil voz le suplicó tomase asiento: —Algún pesar doméstico os aflije, señora? dijo Arturo. —No, en verdad; ninguna mujer déla ciudad goza de mas comodidades que yo, ni puede e s tar mas satisfecha de los deberes de su marido. —Entonces, por qué vuestra juventud se consume tan amargamente? En vuestro esposo nó halláis consuelo, si por ventura sois víctima de un jénio propenso á la melancolía? —Mi esposo! Cumple cen sus deberes de tal; nada puedo pedirle en cuanto á goces materiales.... —Ya comprendo. No os ama, mas no os falla tampoco á la fidelidad. —No sé si me será infiel: creo que el cúmulo de sus negocios no se lo permita tampoco; paréceme también que debe estar persuadido de que me profesa un cariño conyugal. —Perdonad mi pregunta, dijo Arturo. Acaso en vuestros sueños se os ha aparecido la imájen de otro mortal? —Eso seria faltar á mis deberes de esposa, interrumpió Elvira. Siguióse un momento de silencio. —Y decidme, caballero Arturo (mi ignorancia no os debe parecer estraña, educada como he sido en una capital de provincia donde no debe haber la mejor instrucción): cuando una joven de la corte trata de contraer matrimonio, cuáles son las ventajas que esta joven se propone conseguir con su nuevo estado ? —Señora, dijo Arturo algo cortado, el bienestar de la vida, el cariño de un esposo, la felicidad doméstica, son atractivos que deben seducir á toda joven.... —Y qué entendéis en la corte por felicidad doméstica'' Diflcil era ciertamente contestar á tal pregunta ; mucho mas difícil cuando quien la h a cia era una joven casada. Arturo, á quien la conversación iba interesando, se decidió á interrumpirla al ver el jiro que tomaba, demasiado peligroso á la verdad para un alma como la suya, muy dispuesta á inflamarse al aspecto de una joven. —Felicidad doméstica 1 contestó.... una prudente deferencia por parte de ambos esposos, una conformidad recíproca de sentimientos, pueden motivar goces de familia.... —Bien! mas esa conformidad, para que no sea violenta, qué es lo que debe producirla ? Y, lo que sea causa de ella puede existir siempre entre esposos? A esto entró el escribano con gran alegría de Arturo. Retiráronse á conferenciar sobre sus asuutos, y Elvira quedó de nuevo sumida en sus tristes meditaciones. Al dia siguiente partió el joven mayorazgo para Madrid: la infeliz esposa que creyó haber encontrado una persona que comprendiese su alma, y la inicíase en los misterios que ella presentía, mas no acababa de concebir, al ver deshecha su esperanza, cayó en un estado tal de languidez que la llevó al sepulcro en pocos meses. Acaso sin el encuentro de Arturo, cuyo aspecto le reveló la verdadera existencia de una ilusión en la que ella no se atrevía á creer aun, la hubiesen sostenido por mas tiempo contra un mal que la devoraba interiormente, pero que teniendo su oríjen en el espíritu la amagaba de muerte. 195 Al abrir Ana el cajón de la cómoda en que guardaba su hermana sus dijes, encontró unos papeles, de los que leyó los siguientes fragmentos á su marido y cuñado que se hallaban presentes al inventario de la dote de Elvira. « Siento consumirse mis años á pesar de mi «juventud: un secreto deseo me aqueja , deseo ))que yo misma no comprendo y que sin em»bargo corro tras él cual si le conociera, cual ))si le hubiese ya gustado. Arrastro una vida «insoportable que ni las tristes y mezquinas » caricias de mi esposo, ni el bienestar de que » gozo, son bastantes á suavizarla, ni á calmar » el tedio que me abruma. Mi corazón me dice )) que debe existir un afecto que yo no he en— » centrado sobre la tierra; un goce que mi alma » no ha sentido, pero cuya existencia me reve)) lan mi propia razón y los objetos que la natu« raleza toda presenta á mi vista. Yo ignoro si » este afecto es ese amor de que se habla como )) una pasión fuerte y violenta que abrasa á los »que á él se entregan » ((El vacio que esperimenta mi alma es cada » vez mas profundo; siento latir mi corazón y «consumirse en vagarosos deseos: ninguno de »los vínculos que me unen al mundo son po)) derosos para hacérmele grato y apetecible á »mis ojos. En cuantos me rodean no veo mas » que jentes estúpidas ó malvadas, que sin du» da no sienten la necesidad que á mi me opri» me de desahogar mis penas en otro corazón, »de unir á él mis sensaciones y revelarle esta » angustia que murmura en mis oidos cual una »cosa material, y se introduce hasta el fondo »de mi alma cual una aguda saeta. El ser que » me ha criado ha dejado en m( tal vez incom»pleta su obra. Los sentimientos del individuo »son quizá imperfectos en m(, y como débil »edificio que se apoya en falsos cimientos soy «acaso una víctima que debe perecer muy «pronto »En qué estala felicidad de la vida? En qué » estriban esas ponderadas delicias de la unión » conyugal? Son acaso los bienes de fortuna, un » rango de consideración en el mundo, el res» peto y atenciones que profesa un esposo, su « deferencia á pueriles caprichos, los que cons«tituyen una existencia dichosa? Y, cuando » nada de esto roe falta, por qué me abruma el «pesar, por qué se humedecen mis ojos en llan»to, y busco en mi desconsuelo lo que mi r a » zon no adivina? Ese joven, que en mal hora » ha venido á albergarse en nuestra casa, por )) qué me ha hecho presentir con su vista que » puede la mujer llenar el vacío, que en su a l - « ma ha dejado la educación, con alguna cosa « que esta misma educación le ha ocultado con » cautelosa reserva, que le ha prohibido pensar » en ella , y acercarse con el pensamiento á lo » que sus sentidos le indicaban? » —Traed, traed acá esos papeles, dijo el escribano: era mi mujer muy sentimental...;» los arrojó al brasero; y con estúpida impasibilidad continuó en su inventario. Qué bellos pensamientos devorarla el fuego! ideas sublimes de un alma vírjen, alma sin mancha, llena de ilusiones que una amarga realidad encerró en la tumba! Desgraciada Elvira! Cuántas jóvenes como tú se consumen lentamente á nuestra vista; y nosotros insensatos las contemplamos con imperturbable frialdad agostarse en su juventud! Gracias si como el escribano solemos esclamar: « Qué sentimental es esa criatura ! » Tal es el raciocinio de los hombres. ARISTIPO. (Conclusión.) EL BANQUETE. A sagacidad de Mardoqueo, que j^'^ todo lo preveía, había penetrado hasta en las disposiciones que la reina Esther tomara para hacer digno de su real esposo el banquete á que le habia convidado. Los manjares inas suculentos y aperitivos, condimentados con las especias mas picantes, fueron preparados con habilidad e s quisita, y cubrieron la mesa réjia los primeros para evitar que otros platos mas sencillos llevasen la preferencia: los vinos mas escitantes y los mas ardientes licores fueron servidos con profusión: y los helados, que bajo su frialdad engañosa llevaban en su seno el ardor pmizan— te de los sentidos, contribuyeron igualmente á sazonar un festín dispuesto según el mas refinado sibaritismo de aquellos tiempos. La vasta sala del banquete estaba alumbrada con una luz tibia que pasaba trabajosamente por las tupidas cortinas de las ventanas, y en el fondo veíase como en lontananza, y al través de una vasta galería de columnas, los verdes y copudos árboles del jardín, cadenciosamente movidos por el viento. Grandes camillas cubiertas de muelles y voluptuosos almohadones, hábilmente colocadas por el espacio del salón, al propio tiem- 196 po que los inmensos cortinajes que cruzaban de columna á columna, presentaban á la vista esa peregrina irregularidad, que tanto seduce á las organizaciones gastadas á quienes solo mueven los contrastes. Ninguna mujer que pudiera distraer las miradas del monarca servia á la mesa; negros eunucos de Ethiopia eran los encargados del servicio; ningún grupo de doncellas se presentó á bailar las danzas de costumbre; mas en cambio una música lejana cuyos armoniosos ecos subyugaban sin fuerte impresión, mil voces misteriosas que concertaban con los instrumentos , y que revelaban por su lánguida dulzura el sexo hermoso á que pertenecían , acababan de completar tantas seducciones, tanto amor , tanto deleite como en todo aquel conjunto se esparcia. Hasta el ambiente estaba embalsamado no con los humeantes aromas que de í'ontinuo ardian en los pebetes del palacio, sino con perfumadas esencias, tenuemente impregnadas en todos los objetos para que conmovieran la sensación , mas no la ofuscaran. Si tan concupiscentes preparativos hubieran alterado la organi/.acion mas ríjida, calcúlese el efecto que debieron producir en los sentidos de Assuero, tan ávidos de voluptuosas emociones. Aman estaba embriagado de deleite, y sus torpes miradas se recreaban, sin que la presencia de su rey fuera poderosa á estorbárselo, en los atractivos mil que descubría la reina. Una túnica de diáfana tela, y de un color rosa pálido , que imitaba el sonrosado carmín de las púdicas carnes de una vírjen, era el único r o paje de Esther, que, aunque cubría todas las partes de su cuerpo con esquisíto cuidado, no impedía que marcase todas sus formas con incitativo desorden , según eran las diferentes postularas que tomaba, ruando se reclinaba en su camilla para reposar mientras los eunucos variaban el servicio de la mesa. No dejó de observar Assuero los atrevidos ojos de Aman, y la poca respetuosa dirección que llevaban sus miradas; mas como su alma se hallaba también dominada por el mismo irresistible encanto , doblemente irresistible en él, porque hallaba todavía nuevas y desconocidas seducciones donde por la posesión anterior menos debía encontrarlas , irritando por lo mismo mas y mas sus deseos nunca satisfechos y siempre de algún modo imprevisto renovados, despertábase en él otra pasión, aun si cabe mas terrible, el resentimiento de la ofensa que como á rey se le hacia (sobre todo si se atiende á las costumbres del Oriente), y lo» celos que como á hombre le punzaban. Empero todas estas diversas sensaciones que ajilaban á Assuero se dibujaban aun vagamente en su espíritu, y recalentado por el vino no podía darse razón á sí mismo del verdadero efecto que en él producían. Bien advertía un motivo de desagrado, pero cubierto por tantos otros de espansivo deleite no era bastante aun para mostrarse al esterior. Dominado, como decimos, por esa irritación volcánica que produce el deseo que se renueva con inesperados atractivos, y avariento de su completo goze, Assuero le dijo á la reina: «Qué petición es la tuya, Esther, y qué quieres que te se conceda? Aunque pidieres la mitad de mi reino, la alcanzarás;» á lo que la reina r e s pondió: «Qué otro reino puede apetecer esta tu sierva sino la gracia de tus ojos y el agrado de tu rostro; pero si tu clemencia no me salva, Esther perecerá y su pueblo con ella : porque asi yo como mi nación estamos condenados á la ruina, al degüello y al esterminio. Mas nos valiera ser vendidos coijao esclavos, pues jemiriamos de nuestros males en silencio, pero tenemos por enemigo á un hombre cuya crueldad redunda contra su rey!» Estas palabras dichas con ese acento púdico que se teme á sí mismo, con esa melodía de la aflicción que resuena patética y vibrante al oido, conmovieron las fibras sensitivas del monarca que preguntó con ultrajada ira: « Y quién puede existir en mi reino que tanto poder se arrogue para acometer tamaños desmanes?—Ahi le tenéis. Nuestro perseguidor y enemigo es ese perversísimo Aman.» No es mas pronta la esplosion del rayo que lo fué la terrible cólera del rey. Los vapores del vino que ofuscaban su mente le presentaban como en confuso caos, de mil tintas raras e m brollado , todo lo que en contorno suyo estaba pasando; la música, que hasta entonces había tocado voluptuosas- melodías, cambió de repente en un himno de guerra hebraico dirijido por Mardoqueo, y cuyos violentos tonos desconocidos en Persia escitaron doblemente el coraje de Assuero, que se levantó furioso de su asiento como impulsado por el jénio del mal, y se salió al jardín en busca de una atmósfera pura que pusiese en orden sus irritadas ideas. Por otra parte Aman, al escuchar las últimas palabras de la reina, que se hallaba reclinada en aquel momento con indecible y modesta gracia , esperimentó en sí una revolución espantosa , pasando súbitamente de un afecto libidinoso al terror de su próxima ruina, pues bien conoció en el ademan airado del rey que había resuelto su castigo. Trémulo, desconcertado, perdida su razón en aquel laberinto confuso de ideas qoe vagaban por su mente sin poder fijar la verdadera posición de lo que por él pasaba en aquellos peregrinos momentos, se arrojó i97 Aman ¡i los pies de Esther para implorar gracia, y como era grande su temor fué grande también la vehemencia con que se prosternó á Sus plantas, humedeciéndolas con el llanto de sus ojos, y estrechándolas con el fervor del que ve acercarse su agonía. Al propio tiempo entró Assuero en la sala de vuelta del jardín , pues no pudo sufrir la impresión fresca del aire saliendo, como salia, de una estancia voluptuosa en que hasta los menores accesorios respiraban pasión, pero pasión que buscaba desahogo en la pasión misma , respiraban ardor, pero ardor que no se apagaba sino con el fuego mismo de los sentidos. Al ver á Aman postrado ante E s ther , se avivaron en él los celos que durante la comida afectaran vagamente su ánimo: presentáronse á su espíritu en toda su fuerza, aumentadas con el prisma de su dignidad ofendida, aquellas torpes miradas del cuitado ministro , y frenético , sediento de venganza, e s clamó dirijiéndose á dos de los eunucos que le seguían: c( Aun á la reina quiere violentar d e lante de mí, en mi propio palacio?» No bien había pronunciado estas palabras cuando sus oficiales se arrojaron sobre Aman, y le cubrieron al instante el rostro como á criminal é indigno de ver la cara del rey. Entonces Harbona, uno de los eunucos, le dijo á Assuero: « Sábete, ó rey, que en casa de Aman hay un patíbulo de cincuenta codo§ de alto, que él había mandado preparar para Mardoqueo, el que descubrió la conspiración contra el rey, — Colgádle luego en él,» fué la respuesta del monarca; con lo que se apaciguó su ira, para dar lugar á la pasión La grandeza de Aman vino á parar en una horca: su ciega venganza sirvió para engrandecer á su enemigo. TKll'NFO DE t o s JUDÍOS. ' N uno de esos momentos de delirio en que la mujer subyuga al , hombre y le hace perder hasta lo mas bello que posee, que es su dignidad , arrancó Esther de Assuero la promesa de invalidar su edicto de esterminio contra los judíos, y como este edicto no podía ser derogado por su calidad de irrevocable, hubo que apelar á un medio depresivo de la dignidad del monarca, cual fué mandar á los gobernadores de las provincias del imperio que, antes del dia señalado para la ejecución del decreto mortífero, se suministrasen al pueblo hebreo a r mas y todos los medios de defensa necesarios para atacar á los ejecutores de la ley, cuando en cumplimiento de sus deberes se presentasen á hacer efectivo lo irrevocablemente mandado : es decir, el jefe del Estado autorizaba la desobediencia anárquica á sus decretos, y era él mismo quien daba pábulo á la subversión del orden. Triste resultado de la embriaguez de las pasiones! Escusado es señalar al autor de este proyecto anti-social. Después de haber visto la astucia con que Mardoqueo habia csplolado las debilidades de Assuero para ir labrando poco á poco la realización de los planes que su ambición le snjeria, ambición tanto mas temible en sus consecuencias cuanto se fraguaba en la os— cin"idad de una condición humilde, y que no contaba además cou otros cómplices que la infantil pureza de Esther, instrumento inocoiite que cual escalpelo de cirujano penetraba y sajaba bajóla impulsión déla mano que ledirijia, sin saber sí sus heridas serian mortíferas ó traerían la salud, no hay duda que el tío de la reina fué bastante hábil para darse á reconocer como tal en el momento oportuno , y tan oportuno que , rccojido do poder de Aman el rejio anillo, se le fué entregado por el rey mismo, declarándole por tanto su ministro. El resultado inmediato de la exaltación de Mardoqueo fué el decreto de que hemos hecho mención. El día veinte y tres del mes tercero, llamado Siban, fueron espedidos los correos portadores del segundo edicto, en el cual se señalaba un mismo día para la venganza de los judíos, á quienes se autorizaba á unirse para defender sus vidas, matar y acabar con sus enemigos, sin perdonar las mujeres ni á los hijos, ni á las casas , saqueando sus bienes. Esta medida fué precedida de otra, que solo se concibe por la Índole y costumbres de aquellos pueblos. Después de cruciticado Aman en el mismo madero que tenia preparado para Mardoqueo, lo fueron igualmente sus diez hijos, y colgados sus cadáveres en patíbulos á la esposícion del pueblo. Tres días duró en Susan y dos en el resto del imperio la matanza (|ue hicieron los judíos, y vióse á las autoridades darles la mano por t e mor de Mardoqueo, que sabían ser el valido de la corte y gozar de estraordinaria privanza. Setenta y cinco mil ochocientos fueron los que p e recieron sin contar los hijos de Aman ; y tanto estrago fué consentido por el indolente Assuero, del mismo modo que hubiera consentido el cruel esterminio del pueblo judaico; con la diferencia sin embargo que entonces se perseguía á toda una nación, y aunciue injusta hubiera sido la acción de la le) la que hubiese obrado, y ahora se dejaba á los individuos que vengasen atrozmente sus odios particulares! Bien podría haberse hallado otro medio mas humano 198 de invalidar el primer edicto contra los judios, pero Mardoqueo quiso afírmar su poder por me. dio del terror, arma de tan seguros resultados en aquellos tiempos, y asi dio rienda suelta al encono de su pueblo, por tanto tiempo alimentado y en tan breves horas vomitado. FIESTA DE LAS 8UEBTE3. ERHiNADA la mortandad, y con ob' jeto de tener siempre presente un suceso de tan inmensas consecuencias para el pueblo judaico, pues que afianzaba su seguridad en todos los dominios del rey Assuero, instituyó Mardoqueo una fiesta conmemoratoria que debería celebrarse todos los años con banquetes y regocijos en los días catorce y quince del mes duodécimo, llamado Adar, pues en ellos cesaron de matar los judios; el dia quince en Susan y el catorce en las demás provincias. Esta fiesta se llamó de l'hurim, ó de las suertes. Era costumbre en Persia , y en muchos estados del Oriente, el echar suertes para saber en que dia debería tomarse alguna resolución de importancia, pues dejando al acaso que decidiera , que según sus creencias relijiosas estaba sujeto á la voluntad de los dioses, pensaban que los resultados serian favorables, con tanta mayor razón cuanto el Phur, esto es, la suerte que se echaba enila urna, no solo comprendía los días de un tiempo limitado, sino también la eternidad venidera, la que si salía manifestaba que la voluntad de los dioses aplazaba para otra jeneracion los proyectos sobre cuya ejecución se les consultaba. Habiendo marcado el Phur, cuando fué echado por Aman, el mes Adar para el esterminio del pueblo judio, y h a biendo sido los mismos días que él destinaba á la venganza días de salvación, fueron designados con el nombre de PhuHm, esto es, de las suertes , y asi se conocen hoy todavía entre los j u dios , que los celebran con demostraciones de ¡rozo en meraori? de lo que sus ascendientes padecieron , y de la feliz mudanza que sobrevino en su condición, hasta entonces tan lastimosa y precaria. Mardo(|ueo, como astuto y hábil lejislador, al instituir la fiesta , la hizo por estremo obligatoria , y la revistió de un carácter de solemnidad tal, que pudiese cada año recordar lo sangriento de los sucesos que la habían producido, como saludable aviso á los persas y á los roedos, á cuyos ojos se celebraba, y cual correctivo de revoltosas ideas. EPILOGO. OHo fieles narradores históricos, bien hubiéramos querido haber mostrado á nuestros lectores los sucesos posteriores á los ya referidos, pero ni en los libros santos que contienen la relación de ESTHER, ni en los anales del GRAN CIRO, en los que hay un capitulo episódico que habla del reinado de Assuero bajo el nombre de Artajerjes, y que nos ha servido de gran luz para la esplicacion de muchos pasajes que aparecen oscuros en el sagrado testo, hemos podido h a llar datos suficientes para ser presentados como ciertos. , Esther, cuyas inagotables gracias tanto cautivaban á Assuero, sígió gozando hasta la época en que se detiene la historia todos los favores del monarca, y Mardoqueo llegó á tan alto grado de grandeza que vino á ser la segunda persona después del rey, siendo universalmente querido de todos sus hermanos, por cuya prosperidad tanto se interesaba. Hasta aquí los hechos verídicos; pero ellos pueden esplicar en cierto modo, si no autorizar, el contenido de una nota que hemos encontrado en un viejo mamotreto, que no tiene relación alguna con nuestra historia, pero en el cual el autor creyó conveniente citar algunos sucesos del reinado de Artajerjes ó sea nuestro Assuero. Hemos visto en todo el transcurso de nuestra relación que, si bien Mardoqueo era un hombre ambicioso, eran santos sus designios, pues iban dírijidos al bien de su pueblo. Como hombre astuto y sagaz conoció la índole sensual de Assuero , y así podrá haberse observado que todas sus tramas iban dirijidas siempre á este flaco del monarca. La hermosura, la inocencia y el pudor de su sobrina, que él supo poner en juego admirablemente, dieron cima feliz á sus proyectos; empera las gracias de Esther podían acabarse, y su zelo por sus compatriotas llegar á ser tan escesivo que irritara la susceptibilidad de los persas. He aquí pues lo que aclara, á nuestro entender, el fin que supone la nota en cuestión tuvieron Esther y Mardoqueo. En ella leemos que cansado Assuero de su esposa no la volvió á llamar mas á su aposento en largo espacio de tiempo, durante el cual tomó Mardoqueo tales medidas en favor de los judios, entre ellas una en cierto modo depresiva de la dignidad délos persas, que dio ocasiona que saliendo cierto dia del palacio de Assuero con ademan rozagante, vestido á la manera del rey, esto es, de color de jacinto y azul celeste, llevando en 1 a cabeza una corona de oro, y cubierto de un 109 manto de seda y púrpura, fuese asesinado en medio de una terrible conmoción popular. Esther al saber la fatal nueva se presentó sin ser llamada á la presencia del rey, y este si bien no la mandó matar, como disponía la ley, la repudió de su lecho y llamó á otra á ocuparle. La sensualidad fogosa había elevado á E s ther hasta el solio, y había sido causa de todos los sucesos de esta historia: la sensualidad gastada la hizo descender de su altura para volverla á una condición mas humilde si cabe de la que salió. Triste resultado del ardor de las pasiones, que por desgracia para los pueblos es las mas veces el móvil y regulador de lo que se ha convenido en designar con el nombre de grandes y heroicos sucesos! ARISTIPO. PENSAMIENTOS RELIJIOSOS. No conviene jamás quejarse de haber hecho muchos ingratos, pues esto prueba que se ha hecho mucho bien. Un defecto que impide obrar á los hombres es el no conocer de lo que son capaces. Tres cosas hay que se lo impiden y les sirven de pretesto: el temor para no sujetarse á la prueba, la pereza para no trabajar, y la falta de aplicación para lo que no sea satisfacer su lijereza. El temor supone un buen principio, el deseo de hacer bien; es preciso animarle: la pereza es una cobardía; es necesario combatirla: la falta de aplicación proviene de diversas causas; es necesario cautivarlas. Creer, amar, sufrir, he aqui el cristianismo. £1 hombre piadoso y el ateo hablan siempre de relijion; el uno habla de lo que ama, el otro de lo oue teme; y el objeto del uno es inspirar amor acia ella, y el objeto del otro es destruirla en la mente de los hombres. El placer de hacer el bien es la recompensa mas inmediata del beneficio hecho. El mundo es tan débil cjue los hombres honrados que no tienen relijion hacen estremecer mas con su peligrosa virtud, que los saltarines con sus atrevidos equilibrios en la cuerda. La duda es una mar ajilada cuyo único puerto es la relijion. POESÍA. A la muerte de la esposa de uii amigo. Silencio..!! No sentis que sordaroentu una voü dolorosa ajila el viento, sin cesar de pedir solo un momento qne la muerte le árabe prontamente? Venid... Es un amigo !.. Veis su frente surcada de sufrir tanto tormento, el ro-stro entre las manos escondido, y el cabello sin orden esparcido.^ N o advertí» que en el ángulo reclina, de un sepulcro de flores adt^rnado, su cuerpo descompuesto, abandonado, y que á besar la tumba ora se inclina.^ Os espanta?., sabed qne aguda espina al infelice el pecho ha traspasado; sabed que es su dolor mucho mas fuerte, qne el de á espacio sentir llegar la muerte. Son tributo sus lágrimas debido i la mnerte temprana de su esposa, comparable en su suerte con la rosa segada al punto que se vé ha nacido; £1 recreaba con su voz su oido, él siempre la llamaba, « nina hermosa, » de él marchaban las penas al momento que via de hermosnra aquel portento. Mil veces lo escuché 'Esta ventura el coraxon me tiene enajenado, y o gozo de un placer nunca gozado, y el placer en el mundo poco dura; mi esposa un ánjel es, no es criatura, y para el mundo Dios no la ha formado; la muerte va i llevarla....» Se cumplió! La esposa de mi amigo ya murió!! Ya murió! ya sus ojos inocentes no miran al esposo que adoraba, al esposo que siempre consolaba con sus caricias puras y frecuentes; yo presenciara en veces diferentes estos halagos y t.imbien gozaba; yo felices los vi, y era mi anhelo qne infinito durara este consuelo. Pero cruel y sorda fué la muerte al mirarlos y oír la mi querella, pues inhumana su segur estrella contra tan grande y venturosa suerte. Union tan bella con envidia advierte... con furia insana todo lo atropella y á la esposa llevó.... que no vé nunca de quedase es la flor que pisa, y trunca !! Rara vez son consejos útiles los consejos agradables. Ta sabéis su dolor... Nó es justo ahora que maldiga su estrella infausta, impía? Ño es justo que aquel lloro que vertía de derramar no cese ni una hora ?... Si, amigo desdichado, llora, llora á tu tristeza se unirá la mia que la pena por siempre i los dos liga.... Tu has perdido una esposa, yo nna amiga! La lisonja es como la moneda falsa, que empobrece á quien la recibe. Esposa bella de mi caro amigo, dechado de deberes y virtud, Destruir la inmortalidad del alma es añadir la muerte á la muerte. soo á quien tronchó en na hermosa juventnd con crueldad inaudita hado enemigo; de la tanta promesa sea testigo el cielo, qne aquí hago en tu atahnd : «mientras conserve recta la memoria mi láhio estenderá (le quier tu historia.» venid con flores que su tronco friu es deber que también embellezcáis. Conozco que ese llanto que arrojáis es justo; y o tampoco lo desvio, pero sabed al lin para consuelo que goza para siempre allá en el cielo. Ven, amigo! Teñid los que escucháis los lamentos que lanza el pecho mio^ R. DK V A L L I I D A R E S Y S A A V I D R A . LISF.0 DS KEltfOEJAS. CROICICAS E9?AÍÍOT.AS. — El señor don Ramón de Navarrete, joven literato tati conocido, ya como escritor crítico, por l.>s razonados artículos qne ha publicado, ya como autor dramático por los varios dramas qne con tan buen éxito ha presentado ú la escena, aspira en el dia á merecer el dictado de novelista, para enlazar una flor mas á su bella.] corona de artista. (IREKNCIAS Y DESEWOASOS, que es la obra qne ha ofrecido al público como ensayo de sus talentos en este jénero, han demostrado á nuestro entender qne para este jénero reúne brillantísimas cualidades, y qne acaso está destinado á brillar en él mas que en ningún otro. Su iniajinacion poética, sn jenio observador, su trato de mundo, sn conocimiento íntimo de la alta sociedad, su estudio en fin y sn instroccion son elementos qne. rennido» como lo están en el señor de Navarrete, no pueden menos de producir una obra de mérito; y que estas cualidades las posee dicho escritor se manifiesta claramente en la novela que analizamos. .Su jénero puede compararse al de los elegantes modelps <¡oe sin dnda se ha propuesto, tales como Ralzac, Sonlíé, Janin, Massun y otros; bien que «n imitación ha quedado circnntcrita al colorido en jeneral, siendo orijinal en todo l o demás como debía serlo. La exacta pintura de la mayor parte de los caracteres, el claro oscnro de los cuadros ((Ue presenta, ta variedad de las escenas qne describe; c! verdadero y filosófico análisis de las pasiones, cuya violencia ó temara tan rainnciosa como esactamente profundiza, prueban los elementos qne hemos dicho que adoman al señor de Navarrete para constituirle en un elegante novelista. El plan de esta obra es sencillo: pero no por •«> es menos interesante en sus detalles. La acción marcha sin violencia i nn desenlace que no se prevé y qne está hábilmente combinado y dispuesto. SI á todo esto se agrega un lenguaje correcto, embellecido por Imájenes poéticas, espresadas con la pureza qne permite la lengua de Cervantes, se tendrá un conjunto de un mérito qne honra á sn antor. A otros dejamos la tarea de señalarlos defectos qne se encnenrren en la obra; nosotros nos hemos reservado la de indicar las bellezas qne han resullatado á nuestros ojos: sintiendo qne los estrechos limites de este periídi co no favorezcan nuestra voluntad dehabersedestinadoun artículo cual se merece Recomendamos al público esta novela de nnxxsciAs Y OES-J EMCASOS: á su autor y nuestro amigo le felicitamos por su trabajo: y al señor de Escobar director de las CRÓNICAS ESPAÑOLAS le damos la enhorabuena por haber dailp ' • n bueti principio á su colección. Tenga cuidado de que no desmerezcan en lo sncesivo; haga algún sacrificio por elejir los orijinales, y i n enipresa, aunque al principio no le prometa nn resnltado ventajosísimo, esti del todo asegurada. ~ R . HISTORIAS CABALT.ERESCÁS ESPAÑO- dudamos no desmerecerán en nada de la» brillantes obras que hemos visto ya de este artista. •? llamárnosle artista, nombre qne no cuadra á los demás que ejercen la misma profesión , porque « o es lo mismo cortar el pelo sin regla ni sistema alguno , no observando las diferencias que existen en la iisonomia de cada individuo para adaptarle el peinado que le convenga; no es lo mismo hacer pelucas rutinarias sin arte ni imitación del natural , que al instante revelan l o qne s o n , no es lo mismo esto , que es lo qne jeneralmente haceu los peluqueros de Madrid, comparado con el tino y habilidad de la» m a nos de Pérez Pelaez, y U verdad asombrosa de sus obras. Quien busca y rejislra , como él l o hace, mil viejas estampas y tnil antiguas descripciones , con objeto de buscar la propiedad histórica del peinado de nuestros «ntepfisado»: quien aplica luego los medios que emplea el arte para lograr ) • iaa* eíteta imitación en las pelucas qne-ejeentSj y buen testigo de esto son la» que el público escojido del Liceo ha tenido ocasión de admirar en el teatro de la sociedad, para la cual el señor Pérez Pelaez ha trabajado y signe trabajando gratuitamente, sin U mas mínima retribución, movido tan solo de sn entusiasmo attistico; quien no da au paso en su profesión que no vaya encaminado á hallar el tipo natural mas bello, creemos qne es un verdadero artisU. Deseamos pues que el señor Pérez Pelaez dé cima á su trabajo, que acabará de cimentar la bien adquirida fama de que goza entre todos lo» «legantes de la corte y personas de buen gusto. LA». — El ser colaborador de nuestro periódico el an'or de esta» leyendas , y el formal empeño qne por esta razón ha manifestado de que no »e elojien en él sus composiciones , puesto que elojio» y no escasos merece su nueva publicación, no» hace renunciar al análisis de esta obra según lo habíamos anuncia do, aunque, í disgusto nuestro, pues el formar dicho señor parte de nuestra redacción no nos parece sea nn motivo para impedir que su» compañeros tengan el concepto que quieran de sn» trabajos literarios, ni qne se priven de rendir justas alabanzas á un amigo, por un bellísimo tra bajo, dispensando tantas á desconocidos por obras medianas. «= M. tlir ARTISTA. — Hemos tenido AnVERTÍltCIA. ocasión de ver los preparativos que don Manuel Pérez Pelaez ( * ) tiene Terminando con el número i n •ya dispuestos para hacer una colección de pelucas históricas, que no mediato el primer tomo del REVLIJO, y debiendo incluirse en él el Índice, (*) Calle de la Visitación , número i , lo que exije algún tiempo para forcBarto prindpiíl. No debí! confundírsele con marle, no saldrá dicho número hasta otros dos pelaqncrus de Madrid que lleel jueves 6 del próximo julio. van el mismo nombre. MADRID : IMPRENTA DEL REFLEJO.