Mandy Rosko A01ngeles y Demonios

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Escocia 1665. Cinco años después de la Peste Negra. El ex ángel
Jophiel vive su vida en soledad como un mortal, después de haberse
retirado sus propias alas como castigo por haberse enamorado de un
vampiro. Un día, sus viejos amigos, Michael y Zadkiel, le ofrecen la
posibilidad de regresar a su antigua vida en los Cielos. ¿El precio?
Capturar a su ex amante, y cortarle la cabeza.
Lord Frederik Jasper Grimm, el hombre a quien Jophiel había
amado, es un vampiro Belial nacido con la mitad de un alma y
emociones mortales. Su crimen, haber destruido una aldea llena de
inocentes para poder rescatar a su querida hermana Amelia, a quien el
mago asesino Malcolm MacNiel, mantiene como rehén. Pero antes de
que Frederik pueda recuperar a Amelia de la fortaleza de MacNiel,
Jophiel lo captura.
Antes de que Jophiel pueda levantar su espada, Frederik le pide
misericordia, explicándole por qué destruyó la aldea. Aunque Frederik
le ha mentido antes, Jo no puede matar a su ex amante. Su única
opción es mantenerlo prisionero hasta que pueda encontrar la
respuesta a la pregunta: ¿Por qué iban a enviarlo a ejecutar a un
vampiro inocente? Al mismo tiempo, tendrá que mantener su nueva y
mortal situación en secreto.
Inglaterra.
Época de la Peste Negra.
—Eres un idiota, Jo.
—¿Cómo dices? —Jo retrocedió un paso ante el insulto y
vio el fulgor en los ojos de su amante, que lo miraba duramente.
No era una burla amorosa, sino una que tenía la intención de
quemar y cortar. Y lo hacía.
Jo se enojó, tensando su cuerpo, sus dedos se encresparon
en puños, erizando sus alas como las de un ave ofendida. Las
alas eran invisibles para los hombres de Frederik que estaban
dispersos sobre el césped de su vasto jardín, a unos diez metros
de donde estaban discutiendo. Pero no podía ocultar sus
emociones como hacía con sus alas, y el vampiro hijo de puta
podía ver claramente su ira. Sin embargo, la ira de Jo parecía no
generar ninguna otra respuesta de Frederik que no fuera una
actitud indiferente.
—Sé muy bien que no puedo permanecer en la tierra sin
que empiece a ser mortal. ¿Qué hay de estúpido en eso?
—La peste, maldito idiota.
Frederik hervía. Por primera vez, Jo vio algo parecido al
odio brillando en sus furiosos ojos. Los sirvientes se
persignaron ante la mención de la enfermedad.
A pesar de que Frederik le temía al fuego, las altas llamas
quemaban acaloradamente cada habitación de su casa, y
también oscilaban en varios lugares de las fosas que la rodeaban
como medida para mantener a las ratas y las pulgas lejos de los
mortales que estaban bajo su cuidado. Era más de medianoche,
y aunque la luna llena dejaba caer su resplandor plateado de
costumbre, éste apenas era perceptible debido a los fuegos que
afloraban y resaltaban a su alrededor. ¡Era casi tan luminoso
como el día!
La cara de Frederik brillaba húmeda de sudor por el calor.
—Si te conviertes en mortal, la plaga te consumirá, como ha
hecho con todo lo demás, y tú eres más estúpido de lo que
imaginaba, si piensas por un momento que voy a transformarte
en uno de mi especie. No voy a ir al infierno por nada, ni por ti,
ni por nadie.
—Nunca te he sugerido que me transformes en un
vampiro. —La voz de Jo se levantó con impaciencia. Los
sirvientes de Frederik ni siquiera parpadearon ante las palabras.
Sabían perfectamente a quien servían. Jo sintió el miedo en
ellos, no hacia su amo, sino hacia la peste que casi había
arrasado a la totalidad de los mortales de la tierra, y a la
posibilidad de perder sus vidas, ya que Frederik no pensaba
transformarlos.
Tenían depositadas sus esperanzas en el malvado
demonio, pero Frederik nunca se atrevería a transformar a
ningún ser viviente en un vampiro. No con la amenaza de que se
convertiría en una criatura de la noche sin alma.
Frederik era un vampiro Belial. A diferencia de otros
vampiros, había nacido con la mitad de un alma. Su creencia y
la de otros Belials, muy arraigada en ellos, era que si querían
tener la paz eterna una vez que terminara su larga vida, nunca,
absolutamente nunca, podían crear vampiros. Ni uno.
Jo tomó una respiración e intentó calmarse, obligando a
sus dedos a relajarse. —Frederik, me he quedado cuanto he
podido, pero ya no puedo esperar más. —Bajó la voz para que
los sirvientes no lo oyeran. Aunque se sentían cómodos al
servicio de un vampiro, saber que había un ángel delante de
ellos los mataría de miedo, porque todos los mortales, cuando
pensaban que el final de los días estaba sobre ellos, se
aterrorizaban. A pesar de que Jo llevaba la armadura tradicional
de los ángeles, el peto y la capa eran invisibles para ellos, al
igual que sus alas. Sólo veían a un hombre mortal con prendas
mortales pidiéndole a su amante que no lo echara—. El cielo me
llama. Apenas puedo luchar por más tiempo ahora que mis alas
están curadas. Estoy dispuesto a volverme mortal por nosotros,
Frederik. Quiero quedarme.
Además... un cuerpo mortal le permitiría compartirse de
formas que sólo los mortales podían.
Frederik parecía poco impresionado por su declaración.
Sus brazos se mantuvieron cruzados sobre su chaleco azul de
manga larga y plantó sus botas negras firmemente en la hierba
mientras permanecía de pie con la espalda rígida. —Jo, lo siento
si te he engañado con mis afectos. Si el cielo te está llamando,
no deberías ignorarlo.
—¿Qué...? ¿Qué dices? ¿Cómo puedo haber
engañado? Sé perfectamente cuales son nuestros afectos.
sido
Como ángel, Jo no tenía órganos sexuales con los que
poder experimentar el afecto físico. Sin embargo, Frederik lo
había besado y había hecho otras cosas con la boca, una y otra
vez, lo suficiente para calentar la sangre de Jo y para no dejarle
dudas de las intenciones del vampiro.
—Me parece que no lo sabes. Vete a casa, Jo. —Con eso,
Frederik se volvió y comenzó a caminar hacia el aire
relativamente más fresco de su casa.
Enojado, el calor se inflamaba dentro del pecho de Jo y
amenazaba con consumirlo. —¡No me vuelvas la espalda!
Siguió al vampiro, pero una rápida mano en la manga de
metal de su coraza lo detuvo. Tiró de su hombro, se alejó y se
giró, su mano en su espada, listo para desenvainar. El sirviente
se paró y dio un paso atrás, la incertidumbre en su rostro. Un
segundo hombre miraba la escena con cuidado unos pasos más
atrás, a la espera en caso de que lo necesitaran.
Jo podría ver la bondad de estos hombres. Había pasado la
última semana bajo el techo de Frederik y en ocasiones los
había visto colocar las mesas y darles suaves órdenes a las
criadas. Jo no los conocía y apenas si había hablado dos
palabras con ellos, pero no quería causarles ningún dolor. Tal
vez esa fue la razón por la que Frederik los había escogido para
que fueran testigos de este intercambio. Sabía que Jo no
lucharía contra ellos sólo por el privilegio de seguir al otro
hombre como un cachorro perdido.
—Frederik, ¿realmente he juzgado mal la situación? —le
gritó.
El vampiro se paró, giró su cabeza y luego siguió adelante,
como si Jo no le hubiera dicho nada en absoluto.
La más extraña e incómoda sensación recorrió el pecho de
Jo. Nunca, en todos sus años luchando contra los demonios,
había experimentado tanto dolor. Miró hacia abajo, casi
esperando ver una mano con garras perforando su armadura y
directamente su alma.
Pero allí no había nada. El dolor sólo existía dentro de él.
—¿Milord? —preguntó el sirviente con el pelo claro y ojos
suplicantes, el otro, de pelo más oscuro justo detrás de él—.
Tenemos que acompañarle fuera.
Su tono rogaba a Jo que no hiciera una escena allí. Un
portazo lo hizo volverse en la dirección de Frederik, y este ya se
había ido. Ahora, una pesada puerta de madera impedía a Jo ir
tras él.
La amargura comenzó a crecer dentro de él una vez más.
—No necesito escolta. —Jo se marchó de la casa. No
necesitaba dirección. En ese campo, donde todo estaba rodeado
por el bosque, estaría solo muy pronto.
—Perdóneme, señor, pero tenemos que acompañarlo —
repitió el sirviente.
Esta vez Jo no pudo contener su ceño fruncido. Tanto, que
los hombres dieron un paso atrás, pero lo siguieron a distancia
mientras se marchaba.
Pronto, el aire fresco de la noche superó al calor e hizo un
alto en sus pasos. Lejos de las hogueras, el campo era mucho
más oscuro y también mucho más peligroso para los mortales
que trataban de evitar a los gatos, las ratas y las pulgas que
transmitían la enfermedad.
Jo entró en el bosque, su cuerpo todavía zumbando por
haber sido despedido de la propiedad. Era como si Frederik
quisiera estar absolutamente seguro de que no volvería y
trataría de colarse por una ventana o cualquier otra tontería. Su
espíritu se hundió un poco al darse cuenta de que podría muy
bien haberlo hecho si los siervos no lo hubieran escoltado.
La ira que había sentido hacia Frederik ahora se retorcía
sobre sí mismo. La humillación y la vergüenza seguían
presionándolo tan fuertemente que encorvó la espalda. Echó la
mano hacia el árbol más cercano para estabilizarse.
Arriba sonó un trueno. La cabeza de Jo se disparó. Los
árboles no eran tan densos como para que perdiera de vista el
cielo. Este era lo más importante para él.
Estaba negro como la noche, pero la luna y las estrellas
seguían siendo brillantes, sin asomo de nubes de tormenta, y no
había ninguna brisa fría o violenta que sugiriera que llegaba la
lluvia.
Sabía lo que había oído, aunque deseaba no haberlo hecho.
—Lo siento mucho —dijo.
¿Qué había hecho? Había caído a la tierra debido a una
lesión en una batalla, y sin embargo hacía días que sus alas
habían sanado lo suficiente como para volar a casa. El Cielo lo
había llamado, sin embargo, permaneció en la casa de un
demonio de nivel inferior. Había permitido que Frederik lo
tocara y besara, y se había subido a sus rodillas. No quería
pensar en cómo de perversamente se había comportado.
Jo había amado a un vampiro y se había ofrecido a
sacrificar su inmortalidad, sus alas, su propio ser. Quizás solo
tenía que alejarse. ¿Cómo se atrevía siquiera a considerar la idea
de darle la espalda a sus hermanos? ¿Sus responsabilidades?
Su puño golpeó la tierra y la hierba dispersa. No fue
consciente de que había caído de rodillas. El trueno golpeó de
nuevo. Jo hizo una mueca. Si esto era una prueba, entonces,
seguramente había fallado, y se despreciaba por ello.
Quería gritar. Él quería… necesitaba… ¡Argh! ¡No sabía lo
que necesitaba! ¿Cómo podía volver a casa después de lo que
había hecho? Casi le había dado la espalda a su familia por un
demonio. No volvería nunca. No quería volver. La vergüenza era
demasiado grande.
Entonces, la respuesta, su castigo, se hizo evidente. No iba
a volver.
Jo suspiró pesadamente, sus ojos regresaron a las
estrellas. Había querido ser mortal y ahora lo sería, pero sin el
lujo de un amante a su lado. Incluso el Cielo tenía que mantener
su equilibrio.
Jo llevó sus manos atrás, tanteó con los dedos hasta
encontrar las plumas más suaves que crecían a lo largo de los
delgados huesos de sus alas más cercanos a los omóplatos. Sus
manos se cerraron alrededor de los tallos, donde las plumas
eran tan finas que era visible la carne rosada de su piel.
Las agarró fuertemente y tiró.
Con el primer horrible tirón, se le escapó un gruñido, la
piel de su espalda se extendió mientras tiraba de sus alas. Sus
extremidades estaban rígidas y su agarre cortaba el flujo de
sangre, y mientras tiraba más y más duro, las alas se
estremecían y temblaban. Las propias alas estaban
entumecidas, pero los huesos donde estas se unían a la espalda,
estaban a fuego vivo con pulsos de agonía.
Aunque trató de contenerse, emitió un grito áspero cuando
el dolor lo consumió como si fuera fuego. Los huesos de sus
hombros estaban encorvados bajo la presión de su asalto.
Entonces oyó el terrible desgarro del músculo y el sonido de los
huesos dislocados en su espalda.
Liberó sus alas y cayó hacia adelante sobre su pecho, una
ráfaga de aire silbaba de su garganta. Aspiró profundamente el
aroma de la hierba y las hojas, sintió frío a medida que
presionaba su cara caliente y sudorosa contra ellas, sus alas, sus
muertas y blancas alas, caídas a sus costados. Aún estaban
unidas a su espalda por finos hilos de piel que aun no había
arrancado, pero ya no eran parte de él.
Tenía que actuar con rapidez. Ya podía sentir el cosquilleo
frío de sus músculos cuando la carne trataba de volver a unirse
de nuevo y los huesos se rehacían para volver a montarse. Con
brazos temblorosos, sacó su espada de la vaina de cuero sujeta
en su cadera. La hoja estalló en llamas y fue feliz de ser capaz de
ver su fuego una vez más.
Usando su mano libre, Jo se levantó de nuevo sobre sus
rodillas. Sus alas se mantuvieron como un peso inútil en el
suelo, pero sus articulaciones gritaron por el movimiento.
Agarró su ala izquierda y colocó la espada en la rama
emplumada que aun la unía a su espalda. Siseó porque el fuego
ardía, pero empezó a cortar y la quemazón no fue nada más que
un inconveniente en comparación con el dolor causado por la
hoja. Jo se mordió los labios cuando movió su brazo hacia
arriba y hacia abajo, cortando limpiamente a través de la carne
y el hueso hasta que su ala cayó.
Estuvo a punto de caer sobre el costado derecho debido a
la desigual distribución de peso.
Le echó un vistazo a su miembro ensangrentado, su
espalda y la parte posterior de sus muslos y pantorrillas estaban
mojadas por el flujo sanguíneo.
Dio un grito ante la vista de su cuerpo sin alas, su brillo
celestial se había ido con ellas para siempre. Sin embargo aún
podía sentir su conexión con los Cielos, la luz dentro de él
parpadeaba débilmente, pero todavía estaba allí.
Agarró su otra ala, y sin dudarlo, la cortó limpiamente y la
quitó como había hecho con la primera.
Con ningún peso sobre su espalda para equilibrarlo, Jo
cayó de nuevo hacia adelante, el golpe de su pecho contra la
tierra fue más doloroso de lo que esperaba.
El empuje de las pequeñas piedras contra su pecho y el
desnivel de la tierra, fueron algo que lo sorprendió. Se puso de
manos y rodillas, su cuerpo temblando por el esfuerzo de
mantener el equilibrio.
La coraza de metal de Jo se había desvanecido y había sido
remplazada con un traje fino que parecía un saco. A
continuación, las sandalias desaparecieron de sus piernas,
dejando que sus pies desnudos sintieran la arena seca. Sus ojos
fueron a su espada, aún en su mano. En primer lugar, las llamas
se apagaron, y por apenas un segundo, jugó con la esperanza de
que le permitieran mantenerla. Entonces, la esperanza también
se vino abajo, ya no podía mantenerla, no sin una mano celestial
para sostenerla.
Jo no tuvo que buscar para saber que sus alas ya no
estaban donde las había dejado. No quería agotar las pocas
fuerzas que le quedaban mirando cuando ya sabía que no
estarían allí.
Su cuerpo se sentía más ligero. Con la ausencia de sus alas,
se sintió pequeño y bastante ingrávido, se las arregló para
ponerse en pie y saltar hacia el cielo, pensando que el viento lo
llevaría lejos.
Luego, sus entrañas se retorcieron y lo envolvió el caos, su
rostro se calentó, y un timbre que era casi como el de las
trompetas de su hogar sonó en sus oídos. Volvió la cabeza y
vomitó sobre el césped un líquido claro y caliente que le quemó
la garganta y la boca. El olor agrio de su vómito flotó en su
nariz. Su estómago y su garganta oprimieron su pecho y vomitó
otra vez, totalmente en contra de su voluntad. No tenía ningún
control sobre este nuevo órgano.
Fue un recordatorio de que era ahora un indefenso mortal
desangrándose en el bosque. ¡Era también un recordatorio de la
gran enfermedad que barría la tierra! Si quería sobrevivir a su
nueva existencia, tenía que encontrar refugio.
Jo se puso en pie y, con paso tambaleante, viajó más lejos
en el bosque, alejándose de la casa de Frederik.
Tierras bajas de Escocia.
Verano 1670.
Cinco años después de la Peste Negra.
Jophiel tenía una pequeña cabaña sin puerta a la que
llamaba casa. Un trozo de tela sobre la entrada era todo lo que
tenía para proteger su privacidad y mantener fuera el aire frío
por la noche y por las mañanas. Empujó la tela fuera de su
camino y salió al sol de la mañana desperezándose y rascándose
la barriga a través de la tela irregular de las finas prendas que
vestía. Se quedó paralizado a medio camino. Arqueando la
espalda, dejó caer sus hombros y apretó los puños mientras iba
hacia el pequeño espacio que componía su jardín.
Jo se puso de rodillas entre los escombros, haciendo caso
omiso de la suciedad en sus piernas. El pequeño monstruo
responsable de excavar y consumir la mayor parte de sus
zanahorias, dejándole apenas una, continuaba mordisqueando
un tallo entre sus patas pequeñas, su nariz nerviosa y sus ojos
negros, sin miedo.
Jo hizo una mueca al conejo tan ferozmente como pudo. —
Eres una plaga peor que cualquier demonio que me haya
encontrado. —Era cierto. Por lo menos los demonios sólo
habían tratado de matarlo en batalla, no obligarlo a pasar
hambre hasta que muriera.
El conejo le dio otro pequeño mordisco y Jo se sintió aún
más insultado. Los pequeños animales salvajes no lo temían, y
eso que era un depredador incluso aunque hubiera renunciado a
sus nobles dones y responsabilidades para convertirse en
mortal. Eso fue al mismo tiempo una bendición y una maldición
durante sus primeros días como hombre. Mantener a los
animales pequeños fuera del alcance de su jardín resultó difícil,
sin embargo, la caza era fácil.
Con el tiempo, se las había arreglado para alejarlos de su
comida, menos a éste. Este valiente animalito marrón claro y
peludo, continuaba persiguiéndolo.
Extendió la mano y le dio un golpe en su lomo. Se deslizó
fuera en respuesta a su miserable ataque, corriendo hacia la
maleza y desapareciendo con la barriga llena. Le gritó. —¡Un día
llevaré tu piel en mis manos!
Una risa sonó detrás de él. —Podrías haberlo capturado
fácilmente y acabado con él ahora.
La sorprendente voz, lo hizo girarse. Estaba en cuclillas,
por lo que cuando se giró, se mantuvo sobre las puntas de sus
zapatos de cuero, pero luego su mente se bloqueó por lo que
estaba viendo. Parpadeó para despejarla, pero la visión seguía
siendo la misma.
Michael, General de Ejército del Cielo al que Jo había
servido una vez, le sonreía. Sus alas de color blanco puro
parpadeaban detrás de su espalda y sus brazos estaban cruzados
sobre una reluciente coraza de plata que moldeaba su
musculoso pecho. Su pelo, Jo casi había olvidado lo negro que
era y como descansaba sobre sus hombros, enmarcaba su fuerte
rostro. Una sonrisa juguetona brillaba en los labios de Michael
mientras observaba a Jo todavía de rodillas en el suelo oscuro
entre los restos del jardín. Jo y él una vez habían sido casi lo
mismo, ahora, no podrían ser más diferentes.
—¿Por qué te escapaste?
Michael ya sabía el porqué. Podía leer los pensamientos de
Jo, al igual que los del resto de los mortales. No podía creer su
buena fortuna. Su amigo más querido le pagaba con una visita
después de cinco años de vivir como un mortal. ¿Estaba
imaginándolo?
Michael se echó a reír y sacudió la cabeza. —¡No es un
sueño, hermano! Estoy aquí.
En efecto, una alucinación de su mente diría una cosa así.
Pero Jo le creyó. Sin embargo, no se sintió aliviado. Los seres
humanos creían que cuando los ángeles los visitaban, estos se
los llevaban entre luces brillantes y una hermosa canción.
No podía ser verdad. Un momento antes, no había nadie, y
al siguiente, un ángel con una brillante armadura y con las alas
plegadas, alto y de pie, estaba en un lugar que previamente
había estado desocupado. Una astilla de miedo se extendió por
la piel de Jo. Tal vez, hoy, por fin, iba a ser castigado por darle la
espalda a su familia.
—Michael, ¿cómo te va? —preguntó.
Michael levantó una ceja y dio un paso adelante, pero se
detuvo. —¿Podemos... bueno?
—Por supuesto. —Jo se puso de pie ante su superior, sus
manos a la espalda, las piernas separadas y los hombros rectos,
aunque sus rodillas cubiertas de la tierra húmeda, le quitaban
mérito a su intento de asumir una apariencia de respeto.
Michael miró hacia abajo a las piernas sucias de Jo, apenas
suprimiendo una arruga en su nariz. —No te desprecio por no
estar presentable, pero, ¿cómo lo soportas?
Por su reacción, uno podría pensar que Michael había
dejado de limpiar su armadura como siempre había hecho y que
era él quien estaba cubierto de suciedad en lugar de Jo. Sin
embargo, Jo respondió. —Me acostumbré, viviendo aquí.
Michael se echó a reír, sorprendiéndolo, y dio un paso
adelante. Tomó el brazo de Jo y lo apretó como hacían los viejos
amigos. Como tantas veces lo habían hecho antes… bien, antes.
Michael tuvo la precaución de mantener a Jo a un brazo de
distancia, pero su sonrisa parecía sincera. Sin embargo, en parte
sólo era para aliviar los pensamientos tensos de Jo. Este le
devolvió el abrazo amistoso de la mejor manera que pudo.
Michael era más alto que él, por lo que Jo se vio obligado a
mirar hacia arriba al azul marino de los ojos del ángel. Este era
un recordatorio de su casa, de su ocupación anterior, de una
vida que alguna vez había sido inmutable y sin fin.
La pulida armadura de Michael y su capa roja eran la ropa
estándar entre los soldados del Cielo, pero la banda roja que
cruzaba la gran extensión de su torso era lo que indicaba su
rango. La larga túnica por debajo de la armadura se detenía
justo encima de sus rodillas, dejando ver sus fuertes piernas
desnudas salvo por las sandalias que recorrían sus piernas
desde los tobillos hasta la mitad de la pantorrilla.
Jo solía llevar una armadura igual. Había luchado con
orgullo con ella junto con su propia espada de fuego y se había
desangrado él mismo. Pero estaba allí, no en el campo de
batalla, y no quería pensar en las circunstancias que lo habían
llevado hasta ese lugar.
La sonrisa de Michael despareció de sus labios. Lo liberó y
dio un paso atrás.
Con esto,
pensamientos.
Jo
supo que Michael
había oído sus
—Ellos son ruidosos desde tu transformación —dijo
Michael.
Jo se encogió de hombros. Los mortales no tenían la
capacidad de ocultar sus pensamientos, por lo que estos volaban
en los Cielos o se escondían en el bajo y caliente vientre del
Infierno.
—No estás aquí para una visita social.
Michael negó, el pelo voló alrededor de sus hombros como
un agua oscura. —No. Venimos a ofrecerte la oportunidad de
volver a casa.
Jo se dio la vuelta y se encontró cara a cara con un pelo de
oro como el sol y una amplia sonrisa en una cara que no había
visto en cinco años. Zadkiel estaba delante de él, había
aparecido silenciosa y repentinamente, como su General, y
usaba la misma armadura, aunque sin la banda roja.
Mientras que Jo estaba paralizado en estado de shock al
ver a otro amigo perdido hacía mucho tiempo, Zad chasqueó la
lengua y tocó un mechón de su cabello pálido y sucio. —Ya no es
de color oro. Es como la vida lo dejó cuando tus alas se... —Él no
terminó, sino que se rio con tristeza—. Aunque ese no es el caso.
Se oscureció cuando elegiste esta vida.
Sí, su pelo había sido del mismo color oro que el de Zad,
tan brillante que parecía el mismo sol, incluso en los días más
oscuros. Ahora era pálido, como uno esperaría en un hombre
mortal. Los músculos de Jo le instaron a tocar a Zad de la
misma manera que había abrazado a Michael. Zad no chillaría
como Michael había hecho, lo más probable es que disfrutara de
verlo un poco sucio. Pero Jo no hizo ningún movimiento. Las
palabras anteriores de Zad lo habían golpeado duramente.
—¿V… volver? ¿De verdad? —Miró de un ángel al otro.
Michael cruzó los brazos de nuevo y asintió gravemente.
Zad le dio una palmada en la espalda. —Dejarás de estar
lisiado, mi amigo. Tus alas te serán devueltas y podremos volver
a los Cielos juntos.
Michael miró con dureza al ángel más joven para hacerlo
callar. En respuesta a la mirada sorprendida de Zad, Michael
murmuró que debía mantener sus buenos modales y no señalar
la evidente falta de Jo de los importantes elementos celestiales.
Pero Jo apenas les prestó atención, su mente a la deriva.
La alegría no brotó a través de su cuerpo con esa revelación. Al
contrario, la sospecha corrió por su sangre. Tal vez tenía que ver
con el rostro severo de Michael.
—Hermano, ¿qué te pasa? —preguntó, aunque parte de él
no quería saber la respuesta.
Zad empujó el hombro de Jo y le susurró al oído
sigilosamente, porque estaba seguro de que si hablaba muy alto,
Michael lo escucharía. —Él está afligido, pero su culo sigue
tieso.
—Zad —replicó Michael.
Zad se encogió de hombros. —No es nada por lo que
tengas que preocuparte, hermano. La tarea que tienes que
realizar para volver a casa, es sencilla. Todo será rápido. Incluso
en un día. Todo debería ir bien.
Jo no se lo creía. Zad disfrutaba haciendo que una
montaña pareciera un grano de arena. No. Jo no asumiría que
simplemente le darían sus alas por una tarea trivial. El Cielo no
era así. Jo sabía que esperaban que demostrara su valía. Lo
pondrían a prueba. Severamente.
El ancho pecho de Michael se alzó de ida y vuelta con un
suspiro. Se adelantó y puso una mano sobre el gran hombro de
Jo. —Esto tiene que ver con Grimm.
De repente, Jo no pudo respirar. Una mano invisible había
llegado por debajo de sus costillas y había agarrado sus
pulmones, su hígado y su corazón, todos juntos en un solo
apretón, triturándolos.
—Fácil hombre, fácil. —Zad, siendo el buen amigo que era,
le pasó un brazo alrededor de la cintura y lo mantuvo en
posición vertical cuando sus rodillas amenazaron con fallarle.
—¿Frederik? —La voz de Jo era áspera. Necesitaba la
confirmación.
—Sí.
Lord Frederik Jasper Grimm. Un vampiro oculto a plena
vista entre la clase alta inglesa, y el amor de la vida de Jo.
La última vez que Jo lo había visto, había sido hacía cinco
años, de espaldas, cuando fue escoltado fuera de su jardín por
sus guardias personales.
Jo lo sabía. Le daba vergüenza admitirlo, pero se había
imaginado que se había enamorado del vampiro, y que, a su vez,
Frederik lo había amado. Pero era un vampiro Belial, nacido
con la mitad de un alma, y capaz de tener emociones humanas.
Cuando se habían conocido, después de una cierta desconfianza
inicial, Frederik había convertido en su misión demostrarle a Jo
lo hermosas que eran esas emociones cuando se
experimentaban en carne propia, en lugar observarlas a
distancia.
Por supuesto, había sido un juego para él. Un flirteo para
pasar el tiempo, y nada más.
Todo esto planteaba la cuestión: —¿Qué ha hecho?
Zad se alejó de Jo, permitiendo que permaneciera de pie
por su propia fuerza. Michael y Zad se colocaron uno al lado del
otro delante de él. Ambos ángeles tenían ahora los rostros
adustos.
—Sacrificar a todo un pueblo —dijo Michael.
Una vez más, una mano apretó todos los órganos
importantes dentro del cuerpo de Jo. Unió sus rodillas para
evitar que la pérdida de fuerzas lo dejara caer. No, seguramente
no podía ser Frederik… a pesar de que había matado antes,
muchas veces en su juventud. Jo sacudió la cabeza. —Frederik
se reformó, está tratando de ganar la otra mitad de su alma. No
puede haber hecho tal cosa sin pensar en las consecuencias. Él
las conoce.
—No sabemos las razones —dijo Michael, haciendo caso
omiso de la negación de Jo—. Sin embargo, hace dos días, fue
solo a un pequeño pueblo supervisado por un terrateniente y en
silencio mató a los hombres, mujeres y niños mientras dormían.
Aquellos que despertaron durante la masacre, fueron
eliminados rápidamente.
Jo no podía creer que Frederik, un vampiro que alguna vez
le acarició la mejilla con tanta ternura, pudiera usar sus manos
para hacerle daño a los niños. —¿Estáis seguros de que era él?
¿Se deslizó en sus casas y los mató mientras dormían?
Zad asintió. —Sí. Nadie sobrevivió, excepto el terrateniente
de la aldea y su familia. Ellos fueron perdonados por completo.
Los pobres mortales no supieron quién o qué los atacó, pero los
vampiros no tienen la capacidad de esconderse de los Cielos.
—Dejó al terrateniente y su familia con vida, y sin embargo
mató a todo el mundo bajo su mando. —Jo lo pensó
largamente—. Tenía que ser un mensaje. Pero, ¿con que
objetivo?
—No tenemos la respuesta a eso —dijo Michael—. Por
alguna razón, no puedo escuchar sus pensamientos. Algo me
bloquea.
La mente de Jo corrió. Los vampiros eran una forma
inferior de demonios, sus pensamientos no eran tan fáciles de
leer como los de un mortal, pero Michael debería haber sido
capaz de descubrir la razón de ese ataque innecesario. El Cielo
había sido testigo de que Frederik realizaba tal atrocidad, sin
embargo, ahora, ¿cómo podía bloquear su mente de la detección
de Michael.
¿Por qué Michael y Zadkiel habían sido enviados a
contarle lo que había hecho Frederik?
Ah, por supuesto. —¿Queréis que le de caza? ¿Qué lo lleve
a juicio para ganarme mis alas?
Michael asintió. —Sí. No puedo escuchar sus
pensamientos, pero sabemos dónde está. Viaja de día y de noche
en su forma de lobo. Parece que avanza hacia otra aldea que
está bajo la protección de otro hacendado. Éste aún más pobre
que el anterior.
La respiración de Jo salió de él. —¿Otro? Por el amor de
Dios.
Michael tendió las manos y apareció en ellas una larga
cadena de oro. Los engarces eran pequeños, su apariencia
delicada en las grandes palmas de Michael. Los grilletes no eran
visibles, pero esa cadena estaba lejos de ser inocente. Jo supo
que era la cadena de Gedeón en cuanto la vio.
Un gran guerrero de hace mucho tiempo, Gedeón, usó esa
cadena no sólo contra sus enemigos mortales, sino también en
los seres demoníacos que habían sido tan estúpidos como para
intentar desafiar a sus ejércitos. Ahora, la cadena se utilizaba en
el Cielo para detener e interrogar a los prisioneros. Sólo había
dos maneras de quitarla, y ninguna favorecía al cautivo.
—Pónsela. La cadena te reconocerá como su maestro.
Estará totalmente a tu merced. Casi mortal.
Jo tomó la cadena de las manos de su amigo. Pesaba
menos que un pájaro pequeño, y el oro brillaba bajo la luz del
sol. La agarró con fuerza. —Haré lo que me pides y lo llevaré
ante ti —prometió Jo.
Esta era su primera misión desde que él mismo se había
dejado caer en desgracia y abandonado su puesto. Una oleada
de emoción lo llenó con la anticipación que había jurado que
nunca volvería a sentir de nuevo. Pero su sangre luchaba por
volver a servir. Sólo que ahora se daba cuenta de lo mucho que
había perdido.
Era necesario que Frederik fuera castigado por sus
pecados. Jo había recibido la orden de impartir justicia y no
descansaría hasta completar su misión.
Zad y Michael se movieron incómodos. —No tienes que
traérnoslo con vida. Mátalo y tráenos su cabeza, y entonces
volverás a casa.
«¡Corre, corre, corre!»
Los músculos de Lord Frederik Jasper Grimm le dolían y
le gritaban que se detuviera a descansar, pero en su mente
seguía el cántico al mismo ritmo que sus pesadas patas
golpeaban la tierra. Aspiraba el aire y lo liberaba a través de su
largo hocico, y mantenía su lengua colgando para evitar el
sobrecalentamiento y mantenerse en pie.
«¡Corre, corre, corre!»
En ese momento, el sol estaba empezando a esconderse.
Los vampiros pasaban un mal rato cuando estaba alto, incluso
cuando estaban en su forma animal. Sus garras de lobo cavaban
encima de la suciedad y el follaje húmedo, lanzándolos hacia
atrás mientras corría. Estaba decidido a llegar al castillo de
MacNiel justo cuando se acercara el anochecer.
«¡Ese cerdo! ¡Cerdo asqueroso! Si la ha tocado…»
La había tocado de la peor manera, pero al menos solo
había sido un dedo. Lo que era suficientemente horrible. Pero
¿qué si no hubiera sido un simple dígito? Eso era más de lo que
Frederik se permitía imaginar. «¿Y si hubiera…?»
No, no podía permitir que sus pensamientos fueran en esa
dirección. Se volvería loco con las posibilidades. Estuvo a punto
de volverse loco después de lo que había hecho hacía dos días.
Sí, estaba loco. Loco de rabia. En el momento en que
llegara al torreón de MacNiel y tomara lo que era suyo, él
tendría su venganza. Tomaría la cabeza de MacNiel y se comería
la maldita cosa.
Anochecer. El anochecer era lo que necesitaba. Si llegaba
al castillo por la noche podría transformarse en su forma
normal y rescatar a su hermana. Entonces podrían salir de
inmediato, sin verse obligados a esperar a una hora
conveniente. Obviamente, ella no podría cambiar a su forma
animal, un murciélago, y volar lejos. Ya lo habría hecho si
hubiera sido tan sencillo. Debía estar impidiéndoselo un
hechizo de algún tipo. MacNiel era un conocido brujo. Debía
haber encantado a Amelia cuando la tomó como rehén. Ahora
que Frederik había hecho lo que le había ordenado, tendría que
dejarla en libertad. Y Malcolm MacNiel sufriría la muerte
dolorosa que se merecía un hombre que había exigido que
sacrificara a todo un pueblo.
«¡Corre, corre, corre!»
Su afilada nariz detectó cerca de allí el suave perfume de
lavanda que Amelia utilizaba para sus manos, por lo que ella no
debía estar muy lejos. «¡Sí! ¡Allí!» El castillo MacNiel y su torre
de piedra rodeada de murallas, se levantaban en la distancia
mientras corría. El verde de los pinos y los sicómoros, y el
musgo que trepaba por las paredes de la torre, de alguna
manera le daban al pequeño castillo un aire de inocencia que
contrastaba con su verdadera naturaleza y la maldad del
hombre en su interior. Con el sol casi en su cuna, llegaría a esas
paredes en el momento en el que la luz del cielo dejara de
existir. Iba a…
Una poderosa fuerza se estrelló contra un costado de su
cuerpo, sacándolo del camino y haciendo que se golpeara contra
un roble macizo. Sonó un fuerte chasquido, pero no podía decir
si había sido el árbol o su cabeza. Frederik perdió el balance de
sus patas en un movimiento torpe de borracho. Se tambaleó y
sacudió su cabeza, que latía como si un herrero estuviera
haciendo su mejor trabajo en ella.
La grieta había sido en su cabeza.
Gruñó y se enderezó. Un jinete, un jinete sangriento, se
encontraba en medio del sendero, bloqueando su camino. El
magnífico semental blanco, pateaba la suciedad debajo de él con
impaciencia, sin mostrar ninguna señal de que se había visto
afectado por la colisión.
Frederik gruñó cuando el hombre desmontó, pero luego su
nariz tembló al captar el olor de algo más que la loción de
Amelia.
Un hombre que Frederik pensó que no volvería a ver
nunca. Jophiel.
Los ojos de Jo aterrizaron en él, y si era posible, los
músculos debajo de su pelaje gris se tensaron aún más. ¿Sabría
esto…?
—Sé que eres tú, Frederik. Ya no hay lobos por aquí, así
que tienes que serlo.
«Me cago en la puta.»
Jo sacó su espada de su vaina, lo que hizo que los oídos de
Frederik se irguieran de inmediato. Jo lo atacó, su armadura
sagrada brillando en la luz mortecina. Frederik apenas pudo
saltar a los árboles antes de que la espada se empalara en la
tierra oscura.
¡Jo lo estaba atacando! ¡El jodido idiota realmente estaba
tratando de cortarle la cabeza!
Jo tiró de la empuñadura de su espada, liberándola de un
tirón fuerte, sus ojos centelleantes mientras miraba a Frederik.
—¡Vas a pagar por lo que le has hecho a ese pueblo!
«Por supuesto, está aquí por eso.»
Jo corrió hacia él. Frederik saltó a un lado para volver a la
senda, pero Jo lanzó la espada con un grito, empalándola de
nuevo profundamente en la hierba y el musgo. Casi consiguió
cortarle una pata antes de que Frederik saltara de nuevo en la
otra dirección.
Pero Jo había previsto ese movimiento. Sus cuerpos
chocaron. Las manos de Jo enrolladas alrededor del cuello de
Frederik, dieron un tirón hacia abajo, aplastándolo. Sus garras
excavaron líneas duras en la tierra mientras luchaba por
liberarse. Sólo tenía unos segundos. Menos que eso. Jo no era
cualquier guerrero, tenía una espada que planeaba usar en el
momento en que lo sometiera.
Frederik movió el cuello con furia, su pelaje impedía que
Jo lograra un asimiento apretado, sus patas traseras daban
patadas y arañazos, desesperado por escapar. Jo lanzó un
gruñido detrás de él cuando las garras Frederik se clavaron en
sus piernas. El brillo de un puñal llamó la atención de Frederik,
y el pánico se apoderó de él, desesperado por poner su garganta
fuera de peligro. Sus labios y sus dientes pronto encontraron la
carne caliente, y mordió con fuerza, sus dientes rompieron la
piel y perforaron el músculo. Jo gritó de dolor y rabia. No tenía
más remedio que aflojar su control sobre Frederik o de lo
contrario perdería una parte de sí mismo.
El estrecho hocico de Frederik se deslizó debajo de los
brazos de Jo, pero este giró su daga en un golpe rápido. La
cuchilla cortó la nariz de Frederik mientras este salía fuera del
camino. Fue más allá, hasta la sombra de los árboles, cojeando
con sólo tres de sus patas, la cuarta pata frotaba la picadura
caliente del corte. No se sentía particularmente profunda y ya
estaba empezando a sanar. Su hocico tampoco se caería, en el
peor de los casos.
Jadeando por la lucha, Jo se puso de pie, su muslo y
antebrazo sangrando fuertemente. Frederik sabía que las
heridas de Jo también se curarían rápidamente, eso era una
consecuencia de su naturaleza angelical, y que no pararía hasta
que su misión estuviera completada. Hasta que Frederik
hubiera muerto.
—Sabías que esto llegaría, Frederik.
Sí, lo esperaba. «Pero el momento podría haber sido más
oportuno», pensó, mirando hacia el castillo de MacNiel una vez
más.
Jo se trasladó hasta su espada todavía clavada en el musgo
a un lado del camino. La sacó y deslizó un trozo de tela sobre el
metal para limpiar la cuchilla, acercándose a Frederik cuando
hubo terminado.
El corazón de Frederik latía rápidamente mientras se
enfocaba en Jo. Podía correr. Lo había estado haciendo durante
días, pero podría hacerlo de nuevo. ¿Pero entonces, qué? Jo
podría darle caza con lo que era sin duda un corcel angelical, y
por otro lado, Frederik no podía refugiarse en el castillo del
mago que se había llevado a su hermana.
Tendría que posponer el rescate de Amelia unos
momentos más. Tenía que dar explicaciones para ganarse la
simpatía de Jo, para ganar sólo un poco más de tiempo. El sol
estaba casi abajo. De hecho, las estrellas habían comenzado a
salir en el lejano Oriente, y la sombra de los árboles era lo
suficientemente oscura para que no se quemara. En vez de huir
para salvar su vida, permitió que el familiar hormigueo lo
acariciase, rezando para que Jo tuviera el suficiente honor como
para no atacarlo mientras era incapaz de defenderse.
El pelaje de su forma de lobo fue desapareciendo como las
hojas secas de los árboles, dejando al descubierto su piel de
alabastro y su pelo oscuro recogido con una tira de cuero.
Cuando sus cuatro patas cambiaron a unas robustas piernas, se
puso de pie, se estiró y se enderezó. El pelo que no había
desaparecido hizo su propia transformación, convirtiéndose de
nuevo en sus zapatos y sus costosas prendas de vestir de seda
azul y encaje, aunque nadie sabría su valor si las mirara ahora.
Estaban arruinadas por el barro que había pisado las pocas
veces que había cambiado durante su viaje. Por suerte, estaban
poco manchadas de la sangre derramada en el pueblo de
MacGreggor. Había sido un trabajo rápido y limpio. Con muy
poco desorden. Pensaba que sería capaz de soportar tener toda
esa sangre en su conciencia. Ya era bastante difícil aceptar que
había bebido un poco de ella.
Le dio las gracias a Jo por no atacarlo. —Buenas noches,
Jo.
Jo asintió y dio un paso adelante, sus sandalias aplastando
las rocas en el barro. Envainó el puñal en su cintura y agarró la
espada con su mano. —Buenas noches, Lord Grimm.
Frederik quería reírse de su formalidad, sobre todo porque
habían intentado matarse uno al otro. —Ya veo que cinco años
han hecho una diferencia.
Jo se detuvo y lo miró. Durante el tiempo que estuvieron
juntos, Frederik nunca había visto esa expresión en su hermoso
rostro. Al menos, no dirigida a él.
—Después de nuestro último encuentro, no podías esperar
que siguiéramos siendo amigos.
«Ah, sí, eso». —Aunque me deleita la oportunidad que
tenemos para ponernos al día, ahora no es posible. Estoy
ocupado.
Jo asintió. —Sí, como lo estuviste la última vez que quise
hablar contigo, si no recuerdo mal. —Levantó su mano
izquierda y apareció en ella una cadena de oro—. No puedo
permitirte que continúes con tu compromiso.
Ahora, todo el cuerpo de Frederik se tensó. Aunque la
cadena parecía muy pequeña, y más de una vez había roto
hierros tan gruesos como la muñeca de un gigante, sabía que no
debía dejarse engañar por las apariencias. El hecho de que Jo
sostuviera la cadena significaba que estaba aquí sólo por una
razón. Miró el sol que seguía marchando a espaldas de Jo una
vez más. No estaba lo suficientemente seguro como para salir de
la sombra del árbol, y transformarse de nuevo en un lobo le
tomaría demasiado tiempo. Estaba agotado, y Jo lo atraparía si
corría entre los árboles.
«¡Idiota! ¡Jodido estúpido! Te ha atrapado.»
Frederik se cruzó de brazos cuando Jo se acercó con
calma, la cadena de oro meciéndose todo el tiempo con su paso.
Habló rápidamente, con la esperanza de conseguir cualquier
distracción. —¿Es esta tu venganza? ¿Tus superiores te han
pedido que me captures por robar tu inocencia hace tantos
años?
Jo se detuvo abruptamente, los músculos de sus brazos y
sus hombros rígidos de ira, su rostro una roja sombra espectral.
—No me hables de eso a mí, monstruo de maldad.
Su estómago se hundió. «No».
—Jo, el pueblo…
—Estaba lleno de inocentes, a los que asesinaste. Y estoy
aquí para buscar justicia. —Jo se abalanzó de nuevo sobre él,
sujetando la cadena con sus dos manos.
Frederik saltó fuera del camino, su habitual aterrizaje
lleno de gracia impedido por su cuerpo débil. La luz del sol que
aun persistía salpicaba contra su cara como agua hirviendo.
Cuando el fuego lamió sus mejillas, sus labios y sus párpados,
siseó y gritó ante el tacto de la luz solar y se protegió el rostro
con las manos.
Al menos, lo intentó. El aire al salir de sus pulmones lo
hizo parecer más un sonido susurrado que un auténtico grito de
agonía cuando Jo lo derribó en el lodo. Frederik ciegamente
lanzó su puño hacia arriba, y a pesar del golpe torpe, conectó
contra su mandíbula. Jo gruñó y voló de nuevo, como si su puño
hubiera aterrizado perfectamente. No tenía tiempo para pensar
en ello ahora. Frederik se puso de rodillas y se arriesgó a abrir
los ojos bajo el sol ardiente.
La luz apenas lo atacaba ahora, y no estaba en llamas. Eso
era una buena cosa. El fango fresco le había aliviado un poco el
dolor de la quemadura, y actuaba como una barrera entre la luz
y su carne. El espíritu de Frederik se levantó. Nunca pensó que
estaría agradecido por esta inmundicia pestilente. Le permitiría
luchar contra Jo y lograr llegar hasta MacNiel con tiempo
suficiente para recoger a Amelia.
Se centró en su cuerpo, concentrándose en el lobo que
conocía tan bien. Podía sobrevivir a esta luz solar deprimente,
pero eso no significa que quisiera hacerlo. La punzada del
grueso pelaje asomándose a través de los poros de su piel
fangosa, no había hecho más que empezar cuando fue abordado
una vez más y su transformación se interrumpió.
¡Joder! El ángel era demasiado rápido recuperándose, sin
embargo Frederik tenía que hacer esto mientras su piel hervía y
se despellejaba. El barro fresco ya se estaba derritiendo. No le
proporcionaría protección suficiente.
Pero, mientras luchaban, rodaron, añadiendo otra capa de
barro y suciedad, que profundizó por el resto de la cara y las
manos de Frederik. Su fuerza comenzó a regresar. Mostró los
colmillos y siseó cuando Jo, igualmente cubierto de barro, rodó
encima de él.
Jo le dio un puñetazo en la mandíbula. Uno de los
colmillos de Frederik se partió limpiamente y cayó en la parte
posterior de su garganta. Se atragantó antes de que pudiera
girar su cara y escupirlo. Tomó varias respiraciones profundas y
apenas registró el tintineo y el sonido haciendo clic dentro de su
cuello.
—Así es como funciona.
Frederik empujó fuera a Jo una vez más, pero entonces un
fuerte tirón en el cuello lo dejó sin aliento. Alzó la mano y
agarró la cadena. No parecía haber ningún mecanismo de
bloqueo en ella, sin embargo, estaba ceñida alrededor de su
cuello, como si hierros candentes se hubieran instalado allí. Se
sentía apretada al principio, pero luego se aflojó. Debía haberse
enredado a su alrededor mientras se movía.
Despejó sus vías respiratorias, se sentó, y Jo dio un salto
atrás bruscamente. Frederik entrecerró los ojos ante la visión
del otro extremo de la cadena en las manos de Jo. —Cuando
consiga quitármela, usaré mis manos para ahogarte a ti.
Jo agarró la cadena más fuertemente por la amenaza. —
Inténtalo todo lo que quieras. Nunca lo lograrás.
—Ya veremos. —Frederik se apoderó de la cadena
alrededor de su cuello con ambas manos, sin apartar los ojos de
Jo, porque quería ver el miedo en él mientras se escapaba. Tiró.
La pequeña cadena se mantuvo intacta.
Tal vez estaba hecha de algo más fuerte de lo que Frederik
pensaba originalmente. Agarró los delgados enlaces de oro más
duramente y tiró con más fuerza. Sin embargo, no se quebraron.
Cayó de rodillas, respiró hondo y empezó a tirar y tirar con todo
lo que poseía.
—Nunca se desprenderá, Grimm. Te lo dije.
Hizo caso omiso de Jo, el condenado ángel, y siguió
tirando.
—Grimm, la cara te está cambiando de color.
Sí, eso probablemente fuera cierto, pero, de nuevo,
Frederik se guardó el malestar de la sangre que viajaba hasta su
cuello e inundaba su rostro mientras se esforzaba por eliminar
esa cadena maldita.
Tuvo que parar con una fuerte exhalación en su
respiración que no se había dado cuenta de que había estado
sosteniendo. La sangre abandonó su rostro en un apuro,
haciendo que cayera, mareado y sin aliento, sobre sus manos y
rodillas.
—¿Qué…?
—Es una cadena Celestial. No se puede quitar.
—A menos que tú me la quites. —Frederik dio un rugido
más temible—. Quítamela.
Jo sacudió la cabeza. —Sólo después de que te corte la
cabeza. —Jo le dio la espalda, y sin soltar la cadena, se acercó a
su espada. La cadena parecía alargarse según era necesario para
permitirle moverse más lejos de su cautivo, pero Frederik no se
sentía como él mismo estando en esa posición, arrodillado.
—Me gustaría poder lamentar haber llegado a esto.
En ese momento la cadena disminuyó de tamaño, y
Frederik se encontró siendo arrastrado hacia el ángel, a pesar de
que Jo no tenía la cadena alrededor de su mano. Sostenía la
espada en su mano derecha mientras que la cadena colgaba en
la izquierda.
Frederik se levantó y lo derribó, atrapándolo con la
guardia baja, y lanzándolos a los dos al suelo. ¡No perdería la
cabeza! ¡No lo haría!
La pareja se hundió un poco más en el fango. Jo perdió su
espada en la lucha y la cadena se liberó de su control mientras
Frederik y él luchaban por controlar al otro.
Jo luchaba bastante bien, lo que suponía un problema
para Frederik que todavía tenía la intención de rescatar a su
hermana. Necesitaba dominar al jodido ángel, y rápidamente.
Al menos, el pequeño idiota aún no había pensado en revelar
sus alas. Sin duda le darían la ventaja en una pelea.
Rodaron una vez más, pero entonces Frederik apretó sus
muslos alrededor de la cintura de Jo, evitando que el maldito
ángel rodara sobre él en el barro de nuevo. Llevó las manos a la
garganta de Jo y las apretó. Matarlo sólo sería una solución
temporal. Enviaría a Jo de vuelta al Cielo de donde volvería a
ser enviado para capturarlo y matarlo. Pero si podía comprar el
tiempo suficiente para rescatar a Amelia, no se quejaría cuando
Jo volviera a por él.
Las manos de Jo agarraron sus muñecas, su boca se abría
y cerraba buscando un aire que no podía obtener. Parecía un
pez moribundo, pero todavía no extendía sus alas para luchar
contra el ataque de Frederik. Tal vez estuvieran inmovilizadas
mientras Jo permaneciera en esa posición.
La manos de Jo dejaron las suyas y comenzaron a revolver
en el barro, en busca de la tierra dura bajo el lodo resbaloso
para poder sostenerse adecuadamente y empujar fuertemente a
Frederik. Una explosión de color blanco apareció detrás de los
ojos de Frederik y un dolor agudo en su oído lo siguió. Frederik
cayó, parcialmente ciego, con un dolor punzante, mientras que
otra parte de sí mismo se castigaba por haber sido tan tonto.
No, no en busca de tierra sólida, sino a la búsqueda de algo
sólido, como una roca del tamaño de un puño con el que
golpearlo.
«Sucio bastardo, hijo de puta, cabrón.»
En realidad, el dolor del golpe era mucho más de lo que
una simple roca golpeándole el cráneo podría haberle causado.
Jo se sentó a horcajadas en sus caderas, la cadena en una mano
y la espada atrás, agarrada firmemente. Apuntó hacia el
extremo de la garganta de Frederik. La mano que sostenía la
cadena también se apoderó de su pelo para mantenerlo quieto.
Jo parecía lo suficientemente enojado como para matarlo.
—¿No te gustaría saber por qué lo hice? —Frederik le
preguntó.
—Eso no importa.
Frederik habló rápidamente cuando la punta de la espada
tocó su garganta. —Mi hermana está encerrada en ese castillo.
—Hizo un gesto con la cabeza hacia la torre MacNiel, tanto
como se atrevió sin querer cortar la parte más vital de sí mismo
de lado a lado—. Usó un hechizo de algún tipo para secuestrarla,
y ella está allí. ¡Esperándome!
No tenía la intención de que sus palabras fueran subiendo
de tono cuanto más hablaba, pero cuando miró a su ex amante,
la posibilidad de que Jo no esperara para obtener una
explicación antes de cortarle la cabeza se convirtió en una
preocupación cada vez mayor.
Jo no le dio el golpe de muerte, sino que levantó un poco la
espada, el lodo manchaba la frente rubia de Frederik mientras
contaba su historia. —No sabía que tenías una hermana.
—Nosotros casi no nos conocíamos —dijo Frederik,
refiriéndose a los mejores días de su tiempo, cuando
posiblemente estaba a punto de terminar su vida—. Todavía no
te la había presentado. Era mi intención, pero primero tuve que
esperar para estar seguros de que no habías sido enviado a
matarnos.
Jo no parecía convencido, sino indiferente. —Ya me has
mentido anteriormente acerca de tener familia.
«¡Joder!» Jo tenía razón. Lo había hecho. Pero eso era
algo que hacía con todos los invitados para explicar el estado de
soledad de su mansión, inventar una familia que estaba siempre
de vacaciones visitando a otros amigos y familiares. Por lo
general tenía que pretender ser su propio hijo para mantener a
los seres humanos alejados de su verdadera naturaleza. Amelia
estaba de vacaciones en el momento en el que Jo había caído en
la Tierra, y no había querido que Jo supiera de ella de
inmediato.
—¡Eso fue diferente! Apenas nos conocíamos.
Jo frunció los labios y envió una sacudida de cabeza
apenas perceptible en dirección a la torre del homenaje de
MacNiel. —¿Quién es el señor de aquel castillo?
—El Laird Malcolm MacNiel, y reside allí con su clan. Me
envió un mensajero después de que Amelia desapareció, con su
dedo y nuestro anillo de familia, afirmando que, si no destruía
el pueblo que pertenecía al clan MacGreggor, la ejecutaría. La
echaría al amanecer y dejaría que el sol se encargara de ella.
Sólo el diablo sabía lo que ese hijo de puta había estado
haciendo con ella mientras Frederik había estado fuera
obedeciendo órdenes como un perro encadenado. Ahora bien,
sin duda estaba encadenado. ¿Le habría cortado más dedos?
¿Habría abusado sexualmente de ella? —Voy a hacerle pagar
por ello.
Jo se humedeció los labios y luego retiró la hoja del cuello
de Frederik.
El alivio de este se extendió tan profundamente como
podría ser un océano. Pero Jo no se levantó del cuerpo de
Frederik. —¿Todavía tienes el dedo?
—¡Por supuesto que no! —Se había deshecho de él en el
momento que fue capaz. No podía soportar mantener la carne
cortada de su hermana—. ¡Tengo el anillo!
Jo levantó una ceja.
—¡Mira mi bolsillo! ¡Está ahí! Incluso todavía tiene su
sangre —gruñó la última parte.
Sin soltar la cadena y su espada con una mano, Jo utilizó
la otra para pelar contra la capa de barro apelmazado en la
chaqueta de Frederik. Su mano buscó a tientas alrededor del
bolsillo interior.
—No siento nada.
Frederik sintió un escalofrío a través de él. —¡Tiene que
estar ahí!
—No está ahí. Ni siquiera hay un agujero suficientemente
grande para que se hubiera deslizado un anillo.
No quería creerlo, pero tenía que ser verdad. El bolsillo era
tan pequeño que los dedos de Jo deberían haberlo sentido de
inmediato. Pero entonces, ¿cómo se le cayó?
—Debe haberse caído mientras me transformaba, o
mientras luchabas conmigo en esta inmundicia. —Lo miró
acusadoramente.
Jo le dirigió una mirada que sugería que su paciencia
estaba colgando de un hilo extremadamente fino. —Suponiendo
que hubiera habido un anillo, y un dedo para encajarlo, ¿por
qué el Laird MacNiel querría hacer tal cosa a tu hermana y al
pueblo?
—¿Dudas de mis palabras?
Jo asintió. —Sí.
Esa tranquila admisión le había dolido más de lo que
debería. Y esta criatura celestial estaba tratando de separar la
cabeza de su cuello. —No conozco todos los detalles, pero
MacNiel quería casarse con una de las hijas de MacGreggor.
Este se negó.
—¿Por qué se negó?
—¡No lo sé! ¡Tal vez porque es un tirano sin dinero! Me
dijo que esperaba que le llegara la noticia de la destrucción del
clan MacGreggor, si no me enviaría más de un dedo. Que la
mataría y luego me enviaría su cabeza. — Incluso para sus oídos
le sonó patético. Una pobre amenaza, con términos vagos.
No le había parecido lo mismo en el momento que
mantuvo el dedo ensangrentado de Amelia en la palma de su
mano, la piel amoratada parecía una fruta en mal estado, el olor
pegajoso y maloliente de la sangre así como la podredumbre se
habían pegado en su nariz. Lo había dejado caer una vez se
había dado cuenta de lo que era, y vomitó por todo el escritorio
de su estudio. Tenía que pensar en esa cosa arrugada, aferrarse
a esa idea, independientemente de la posibilidad de que
cualquier número de espías de MacNiel pudieran estar
observándolo cuando matara a los agricultores y sus hijos, y
luego prendiera fuego a sus casas y cultivos.
La cara de Jo cayó. Sus ojos se posaron brevemente en la
torre del homenaje. —Independientemente de las razones, ya
sean verdad o no, no tenías ningún derecho, ningún derecho, a
robar las vidas de inocentes, ya fueran uno o cien.
Frederik abrió la boca para discutir, pero Jo lo
interrumpió.
—Sin embargo, si existe la posibilidad de que digas la
verdad, entonces, no puedo matarte. Debo llevarte ante
Michael. Él sabrá qué hacer.
—¿Michael? ¿Quién diablos sangrientos es Michael?
Déjame ir, ahora.
Jo se puso de pie. Hizo ademán de tenderle la mano, pero
luego lo pensó mejor y tiró de la cadena de oro hasta que
Frederik se levantó. —Deberías saber quién es Michael. Está por
encima de todos los ángeles que servimos en el ejército.
Una imagen de Amelia pasó por la mente de Frederik.
Miró hacia el cielo. No estaba del todo negro, pero sí lo
suficientemente oscuro, ahora que ya no necesitaba la
protección del barro.
Jo quería llevárselo cuando estaba tan cerca de rescatar a
su hermana. Tiró contra la cadena. La maldita cosa brillaba
como si no hubiera estado en el barro con él. —Podrás llevarme
para que haga frente a mi ejecución después de rescatar a
Amelia.
Jo se detuvo temporalmente aliviando el cuello de
Frederik mientras este tiraba en contra de la cadena. Luego
continuó hacia el caballo, tirando de él, y montó en la criatura.
Bajó los ojos mientras le daba un toque al animal poniéndolo al
trote en dirección opuesta a la del castillo.
Frederik tiró más duro, el pánico lo inundó ante las
evidentes intenciones de Jo. —¡No! ¡Ella está allí! ¡Lo juro! —
Apretó sus pies en el barro, pero fue retirado poco a poco lejos
de su meta—. ¡Jophiel! —gruñó, y corrió por delante del caballo,
sujetando las riendas. El animal movió la cabeza y relinchó
hasta que Frederik lo puso en libertad—. Por favor, te lo ruego.
—Cayó de rodillas, el barro húmedo aplastado bajo sus rodillas.
Tuvo que inclinar la cabeza completamente hacia atrás para ver
a Jo, la mirada fija en él sin piedad. —Toma mi cabeza, pero no
me obligues a irme sin ella. Ella es inocente.
—Ella es un demonio de nivel inferior. Difícilmente puede
ser inocente.
Frederik luchó contra su temperamento. —Por favor.
Jo dudó, la pena regresó a sus ojos. —Tengo órdenes de
impedirte llegar a ese castillo para que no puedas repetir el
trabajo que hiciste en el pueblo MacGreggor.
—¡A la mierda tus órdenes!
Los ojos de Jo se convirtieron en piedra, y la misma
expresión pasó a sus labios. Su mano se tensó sobre la cadena
de oro y las riendas del caballo mientras se alejaban, y pasó por
delante de Frederik. —Una vez creí en cada una de tus palabras.
Ya no lo hago. Vamos.
Frederik permaneció de rodillas, sin poder creerlo. Incluso
a través de la oscuridad que se lo tragaba, aún podía ver el
castillo MacNiel en la distancia, mientras las antorchas y los
fuegos se encendían para la noche. Amelia estaba allí. Justo ahí.
Esperando por él. ¿Podría sentirlo? ¿Sentiría que estaba tan
cerca y a punto de marcharse?
La holgura de la cadena se acabó, y tiró de él arrastrándolo
sobre su espalda. Luchaba y gritaba mientras se alejaba de su
única familia.
—Cuando escape, tendré tu cabeza.
—No escaparás —replicó Jo. No había ningún destello de
ira tocando sus ojos o su voz por las amenazas que le había
lanzado, lo cual enfureció aún más a Frederik.
Llevaban en el camino varias horas.
—Si hemos de ir ante tus superiores para que se celebre un
juicio, lo menos que podrías hacer es ir más rápido. Mi hermana
no puede esperar para siempre. —Cada momento era una
tortura.
—Siempre pensé que los vampiros eran inmortales como el
resto de sus primos demonios.
—Sabes muy bien lo que quiero decir. Al menos vamos a
intentar llegar rápidamente hasta Michael para que pueda
volver con Amelia.
Jo no respondió de inmediato. —¿Quieres montar en el
caballo delante de mí? Anael es mucho más rápido.
—Prefiero estar muerto a permitir que me toques. —
Frederik soltó la réplica sin pensar.
Jo lo miró con desprecio y se volvió hacia el camino. —
Bien, pues camina, porque a menos que te arrastre detrás de
Anael, seguiremos a este ritmo.
Frederik deseaba romperle la garganta a Jo y dejarlo para
que las bestias se ocuparan de él. No es que no lo hubiera
intentado, pero, cuando lo hizo, los eslabones de la cadena
alrededor de su cuello se apretaron hasta que lo obligaron a caer
de rodillas, asfixiado y jadeando. La cadena no se aflojó hasta
que pensó que iba a desmayarse por la falta de oxígeno. Además
de su anterior carrera como un lobo enloquecido, no estaba
acostumbrado a viajar de una forma tan humillante. Pero al
menos finalmente había crecido su otro colmillo.
Frederik continuó tirando de la cadena antes de golpear la
maldita cosa con rabia. —¿Aun está Michael en este plano? ¿Y
por qué no puedes simplemente extender tus alas y llevarme
volando hasta él?
Jo no dijo nada.
Frederik frunció el ceño. —Muy bien, ¿por qué no puedes
comparecer ante tu general, como apareciste delante de mí?
Jo murmuró algo que Frederik no entendió. ¡Maldita sea,
esa cadena anulaba sus puntos fuertes! —¿Qué has dicho?
¡Habla!
Jo se volvió en su caballo para mirar hacia él. —No es de tu
incumbencia, eso es lo que he dicho. Así es como viajaremos.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! MacNiel podría estar
haciéndole a mi hermana quién sabe qué cosas lascivas
mientras nos alejamos. ¿A dónde diablos vamos?
Por primera vez desde su encuentro, Jo pareció realmente
incómodo. Se movió inquieto en su silla de montar. —No estoy
del todo seguro.
Frederik se paró en seco por la incredulidad y fue
empujado hacia delante por el tirón de la cadena. —¿No lo
sabes? ¿Cómo que no lo sabes?
—Michael me dejó aquí y me dijo que te atrapara. Si
tuviera que adivinar por todos los MacNiel´s y MacGreggor´s
gruñendo, apostaría a que todavía estamos en Escocia.
La mandíbula de Frederik cayó, y luego le vino una
revelación. —¿Tienes tus alas?
La falta de reacción de Jo, así como su buen ojo para lo
que debería haber sido una estúpida pregunta, fue suficiente
respuesta.
—¿Eres mortal?
El caballo se detuvo. Jo giró sobre él. —¡No soy tal cosa!
Mi falta de alas para alzar el vuelo es...
—¿Es qué?
—Un castigo.
—Castigado. Ah, por... sí, por supuesto. —Frederik hizo
una mueca, la alegría llenándolo como un líquido a una taza. Jo
era poco convincente, y sin duda era el resultado de haberse
permitido convertirse en amigo de un demonio.
—Quita esa sonrisa de tu cara. Eso significa que tendremos
que caminar.
Y solo con eso, su ansia por la sangre de Jo regresó, a pesar
de que había bebido lo suficiente como para que le durara un
par de semanas en la…
Se cortó antes de que pudiera terminar su propio
pensamiento. La sangre de Jo. Eso es lo que deseaba en este
momento. No la de los aldeanos. Era en la sangre de Jo en lo
que iba a enfocarse. Nada más. —Con el tiempo bajarás la
guardia, y cuando lo hagas... —Quería que Jo utilizara su
imaginación para ubicar el resto.
Aun sin alas, seguía siendo un ángel, y aunque los ángeles
nunca dormían, sus cuerpos necesitaban una especie de
descanso de la vigilia que los hacía vulnerables. Jo se lo había
dicho años atrás. Además, el caballo también necesitaría
descanso, bestia celestial o no.
Jo se rascó la nuca, su rostro adquiriendo un aspecto
nervioso antes de tirar su cabeza hacia atrás para mirar hacia el
cielo. —Debemos montar un campamento. El sol subirá pronto.
Frederik se puso tenso y observó la oscuridad. Las estrellas
no eran tan brillantes, sin duda, pero eso significaba…
La cadena realmente lo desorientaba. Ni siquiera podía
sentir el calor de la llegada del alba.
Tuvo un resquicio de esperanza por eso. No había
protección contra el sol a excepción de la débil sombra de los
árboles. Jo tendría que acercarse a él. Tendría que aflojar la
cadena de alrededor de su cuello para que pudiera
transformarse en lobo. De lo contrario, se quemaría. Y sabía, o
más bien esperaba, que Jo no permitiría eso.
Una vez que Jo soltara la cadena, sólo sería cuestión de
tirar del idiota y regresar corriendo a la torre MacNiel.
—¿Y bien? ¿Dónde montaremos el campamento? —le
preguntó burlonamente—. No veo cuevas o castillos donde
pueda ocultarme del sol.
Jo se bajó de su caballo y se burló. —Si lo que sugieres es
que encontremos un pueblo para descansar, estás muy
equivocado. No permitiré que estés cerca de seres humanos
durante nuestro camino.
Frederik se erizó. —¿Cómo te atreves? Te expliqué por qué
sucedió eso.
Jo no le hizo caso y los sacó del sendero adentrándose
entre la maleza y los árboles. El olor húmedo de la llegada del
alba flotaba en el aire, los pájaros piaban despertándose en sus
nidos en las ramas por encima de ellos y las hojas húmedas se
derramaban a sus pies.
Frederik hizo una mueca a su espalda mientras seguía,
enfurecido. —Durante todos estos años desde que me alejaste yo
tenía razón al pensar que eras un asesino peligroso.
—¿Asesino yo?
—¡Sí! Mi hermana puede estar siendo asesinada por
MacNiel mientras estamos perdiendo el tiempo entre los
arbustos. Arrancaré tu cabeza y la de tu Dios.
Un fuerte y gutural graznido crujió sobre sus cabezas. Jo
giró, sorprendido por la interrupción repentina de la pelea.
Cientos de cuervos estaban encaramados en las ramas de los
árboles al otro lado del sendero. Había tantos que su peso hacía
que las ramas se doblaran. Todos mirando con sus ojos negros a
Frederik y a él.
A pesar de que ya no tenía ninguno de sus sentidos
angelicales y lo que le habían hecho creer sobre Frederik, los
músculos de Jo se contrajeron en alarma. Sólo un momento
antes las aves no estaban allí.
Frederik se cruzó de brazos mientras miraba hacia atrás a
los espantosos pájaros en el aire, era difícil que algo
impresionara a un noble como él. —¿Ahora, qué? ¿Más castigos
de tu Cielo?
Los cuervos graznaron como uno solo y luego, a intervalos
regulares, cada uno gritó por encima de los otros mientras
extendían sus alas negras.
Anael arañaba el suelo debajo de él. Jo desmontó y sacó su
espada. —Corramos hacia los árboles.
—¿Qué?
Las aves se abalanzaron cascada tras cascada negra desde
los árboles y se estrellaron contra ellos. Frederik y Jo giraron,
pero ya estaban envueltos en una nube negra. Largas garras
arañaron profundamente a lo largo del brazo y la espada de Jo.
Este se abrió camino, la hoja de su espada cortando patas, alas,
plumas y cuerpos, pero por todo lo que servía, bien podría haber
estado cortando gotas de lluvia que cayeran desde el cielo.
Jo se protegió los ojos de sus picos, que golpearon en su
brazo. Agarró la cadena de Frederik apretándola mientras
corrían más lejos para refugiarse en los bosques. No podía
permitir que Frederik usara este incidente como una
oportunidad para escapar. ¡No podía! Pero a través de la nube
del negro aleteo de las alas, los ojos furiosos, y las garras
lacerantes, Frederik estaba siendo golpeado más que él. Sus
garras y colmillos estaban fuera, y apartaba y golpeaba a los
cuervos, mordiéndolos todo lo que podía cuando se acercaban
demasiado a su boca. Pero su cara y sus manos tenían líneas
rojas de los zarpazos de sus garras.
Esto no podía ser sólo el castigo de Jo por desafiar las
órdenes. Tenía que ser también por Frederik.
—¡Sácamelos de encima! —Frederik gritó, agarrando las
alas de otro pájaro que se abalanzó demasiado cerca de su
rostro y arrancándoselas limpiamente.
Los pájaros intentaban picarle los ojos y el cuello mientras
él los arrojaba lejos. Ellos no se estaban limitando a castigarlo.
Atacaban directamente a sus arterias. ¡No! ¡No podían matarlo!
¡Esa era su misión y de nadie más!
Jo levantó su espada y la lanzó con fuerza, su puntería
concreta y certera, como si nunca hubiera dejado de empuñar la
espada. Cortó las patas a los cuervos que agarraban la parte
posterior de Frederik. Sus graznidos sonaban estridentes,
ensordecedores, mientras caían o intentaban frenéticamente
escapar volando.
—¡Michael! —Jo gritó, balanceando la espada una vez más
a medida que más pájaros negros llegaban hasta ellos desde los
árboles—. ¡Michael, ven aquí!
La única respuesta fue un rasguño en su mejilla. Anael
relinchó. Un estallido de luz le llegó como si fuera una poderosa
estrella explosionando. Los cuervos reventaron en una lluvia de
plumas y polvo negro que cayó sobre ellos como nieve oscura.
A Jo le faltaba el aire por la nube, niebla y bruma de ceniza
que casi lo cegaban. Apenas podía ver a través de la tenue luz
que penetraba.
—¿Qué diablos fue todo eso? —Frederik exigió.
Jo apenas podía distinguir la furiosa forma del vampiro
debido al polvo que se asentaba. Frederik estaba sacudiéndose
lo que quedaba de los cuervos de su pelo y hombros, la fina
cadena tintineó mientras se movía alrededor. La mano de Jo
estaba relajada en el otro extremo de la cadena, aunque aun
sostenía la espada con mano firme y sus músculos doloridos.
Jo no respondió. Se volvió hacia la luz pura que se
acercaba cada vez más a ellos. Se cubrió los ojos con la mano
por el resplandor. —¿Michael?
Le respondió un relincho, y la luz se acercó más aún. La
forma de Anael se hizo más clara. Jo dejó caer la mano cuando
la nariz blanca del semental le tocó el brazo de la espada. El
caballo había alejado esas malas bestias de ellos. Michael se
había olvidado de decirle que Anael tenía esa habilidad.
—Gracias, amigo —dijo acariciando al caballo detrás de las
orejas.
—Una vez más, Jo, ¿qué infierno sangriento ha sido eso?
¿Por qué hemos sido atacados por pájaros enloquecidos?
Las cenizas de la destrucción de los cuervos ya se habían
asentado lo suficiente como para que Jo pudiera ver al enfadado
Frederik y lo que le habían hecho en su cara. Los largos
arañazos ya se estaban curando, haciéndose cada vez más
pequeños, cerrándose.
¿Quién era el responsable? ¿Habrían sido enviados por
Michael, que recibía las órdenes directamente del Consejo de los
Espíritus? Seguramente Anael no los habría desterrado si los
hubiera enviado él. No habría sido tan osado como para
desobedecer las órdenes. —Tal vez haya sido un regalo de tu
Malcolm MacNiel —le dijo, al no tener otra respuesta que darle.
—¡Ja! ¿Puedes verlo ahora? Tenemos que volver a por
Amelia.
Jo envainó su espada y tomó las riendas de Anael. —
Realmente era solo una especulación de esto viniera de su
mano. De todos modos, está claro que el ataque estaba dirigido
sobre todo contra ti. ¿Por qué te iba a atacar cuando ya habías
cumplido su voluntad?
Frederik hervía. Había una discusión en sus labios a punto
de estallar. En lugar de eso, agarró la cadena alrededor de su
cuello y se alejó de Jo.
—Vamos a alejarnos un poco. No deseo dormir sobre todo
este polvo. —Jo pateó el hollín negro suelto con la punta de sus
pies.
Frederik no dijo nada, y aunque le permitió alejarlo de la
maleza, Jo sabía que no debía pensar que se había rendido de
repente. Frederik estaba esperando el momento adecuado para
atacar.
Frederik no quitó su mala cara y Jo sintió la mirada del
otro hombre en la parte posterior de su cabeza. Se sentía como
un pequeño cuerno demoníaco que golpeaba como un martillo
contra la base de su cráneo. Pero no era la primera vez que
había tomado un prisionero que hervía y le gruñía durante el
desplazamiento. Jo sobreviviría.
Que el hijo de puta se enojara. No le importaba. Su
principal preocupación era tratar las picaduras que él mismo
tenía en los brazos y la cara antes de que se infectaran, y
después poner remedio al ruido de sus entrañas.
Jo dejó sus largas zancadas después de diez minutos de
caminata sin ver más signos de pájaros poseídos.
—Descansaremos aquí.
Frederik se acercó a él. Jo no sería el primero en dar un
paso a distancia.
—¿Qué vas a hacer? No veo nada.
Jo sonrió. Siempre había disfrutado clavándole los
estribos. Frederik no tenía idea de que su intención era atarlo al
álamo cercano.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer aquí?
Jo no respondió. Simplemente dio un paso adelante y
enrolló la cadena de oro alrededor de la base del árbol con
marcas en forma de diamante. Como si adivinara su plan, la
cadena hizo un hormigueo a medida que iba bloqueándose.
—¿Qué estás haciendo? —Frederik corrió y empujó las dos
manos de Jo fuera de su camino.
Jo se tambaleó hacia atrás. No podía dejar de reírse en su
interior viendo como Frederik inspeccionaba la cadena.
—¿Estás loco? ¡No puedes encadenarme! Me quemaré
cuando se levante el sol.
—No lo harás. —Jo tomó las riendas de Anael y se llevó el
caballo más lejos en el bosque—. Gimes como una mujer.
—¡Eso es debido a que vas a dejarme morir! ¿Qué pasará si
MacNiel envía más criaturas?
—Me quedaré al alcance del oído. Volveré contigo cuando
haya descansado —dijo por encima del hombro. Era un mal
necesario que tuviera que usar los arbustos y, demonios o no, no
iba a estar cerca de Frederik para eso—. El viaje lo había
cansado.
Frederik siguió gritando detrás de él, pero Jo no se volvió
ni se detuvo hasta que los árboles y la maleza se hicieron tan
espesos que no fue capaz de verlo, ni Frederik a él, pero fiel a su
palabra, aún podía oír los gritos de pánico del vampiro.
Jo hubiera preferido un árbol mucho más grueso, pero una
vez que hubo dejado atado a Frederik ya no le importó. Ningún
hombre podía arrancarlo en una mañana, o incluso en varias, y
mientras tuviera la cadena alrededor de su cuello, Frederik era
como cualquier mortal.
Cuando el sol pasó a través del dosel de los árboles,
Frederik volvió a gritar, y Jo rodó los ojos. Tonto cobarde. No
tenía nada que temer al sol siempre y cuando la cadena
estuviera en su lugar. Michael se lo había asegurado a Jo
cuando se la dio.
A decir verdad, Jo no quería parar, pero la necesidad de
descanso no había sido una excusa, aunque había mentido al
dar a entender que paraba sólo para beneficio de Frederik. Los
vampiros seguían necesitando dormir como cualquier otra
criatura sobre la tierra. Incluso los demonios pura sangre lo
requerían de vez en cuando. Sin embargo los ángeles no lo
necesitaban. Descansaban sus cuerpos, pero no era
verdaderamente dormir. Frederik pensaba que Jo todavía era
un ángel. Un ángel sin alas, pero no obstante un ángel. No podía
permitir que Frederik lo atrapara y lo utilizara como almuerzo
mientras dormía o realizaba las desagradables funciones
corporales propias de los mortales.
Hablando de eso, Jo encontró un arbusto y realizó una de
esas funciones, a continuación, puso distancia entre ella y él, en
busca de otro lugar para acomodar su cuerpo dolorido. Estaba
desesperado por el descanso, pero luchó contra la fuerza del
sueño.
Después de patear un poco con los pies, encontró un trozo
de tierra relativamente seco lleno de hojas a los pies de un roble.
Tiró de las riendas y le quitó a Anael la silla de montar, dejando
que el caballo hiciera lo que quisiera.
Su misión había sido concebida inicialmente para que
durara sólo unos segundos, por lo que no tenía ninguna pomada
o alcohol para frotar su piel. Ni siquiera un pequeño pan para
aliviar su dolor de estómago.
Miró fijamente a Anael. —Quédate aquí.
Entonces se fue a cazar. Era un dolor en el culo tener que
estar tan cerca del infeliz Frederik gritando, pero al final
consiguió un faisán y una pequeña ardilla para cocinar. Sabía
cómo hacer fuego sin pedernal, por lo que podría comer muy
pronto.
No pudo encontrar nada para sus heridas. Tendría que
esperar para tratárselas. Esperaba que no fuera mucho tiempo.
Con la barriga llena, Jo se echó hacia atrás en contra del
árbol. Nunca le darían la bienvenida en el Cielo después de esto,
pero necesitaba ayuda.
—Michael, ven por favor. Te necesito.
Esperó. No hubo respuesta y Michael no apareció.
Suspiró. —Michael, por favor, sé que he errado, pero no
puedo... debes venir por nosotros.
Todavía no había respuesta. Miró a Anael como si el
caballo pudiera dárselas. —¿No tendrás la capacidad de
transportarnos de nuevo a mi casa?
Anael sacudió la cola y se acercó más hacia los árboles.
El corazón de Jo dio un vuelco. Tendría que encontrar su
propio camino. En tanto que viajara hacia el sur, todo debería
estar bien, siempre que no hubiera más ataques.
De alguna manera dudaba que tuviera tanta suerte. Se
puso sobre sus rodillas para orar. Un hábito difícil de romper,
incluso después de dejar a sus hermanos. Pidió lo habitual, el
perdón de sus pecados y compasión por los muertos y los
moribundos, pero hizo una petición especial para tener la fuerza
necesaria y resistir la tentación de ese maldito hombre que tenía
encadenado a un árbol.
Mientras luchaban, cuando Jo estuvo encima de él, apenas
si había logrado controlarse a sí mismo. No podía dejar de notar
los pómulos altos, hermosos y pálidos de su cara, y los ojos color
oro como el sol, que lo miraban fijamente. Su pelo castaño
rojizo estaba endurecido por el lodo oscuro, al igual que la
mayor parte del resto de su piel, pero aun así estaba tan
maravillosamente encantador como siempre. Jo había sentido
la forma delgada y sin embargo muscular de Frederik entre sus
muslos cuando su boca y su lengua se movieron, pronunciando
palabras que apenas pudo entender porque la voz lo acariciaba
de una manera que le había sido negada desde entonces.
No. No podía pensar en eso.
Una punzada en su ingle le decía que otra parte de su
cuerpo estaba más que feliz de pensar en ello. Apartó la vista de
la carpa que se estaba formando debajo de la tela de su
armadura. Otra respuesta del cuerpo humano. Una vez había
esperado disfrutar con Frederik, pero luego aprendió a
satisfacerse por su cuenta. Y había estado satisfaciéndose, de
hecho, había incluso sido mejor que un beso. Al principio.
Sin embargo, no se había tocado en mucho tiempo. Sobre
todo porque después de hacerlo de forma continua, se había
dado cuenta de que un vacío lo llenaba cuando su cuerpo
liberaba toda esa energía, y, pronto, quedó patente que cuanto
más cedía ante sí mismo, menos le gustaba.
Salvo que no había sentido tal latido, mendicidad y dolor
en años. Era como si fuera un hombre recién cambiado de
nuevo, y el menor contacto, como un simple cambio en el
viento, ponía ese trozo de su carne dura y caliente.
Su tentación por el hombre atado al árbol, y que lo llamara
por su nombre, era, por supuesto, la causa.
Decidió que cedería a la tentación sólo por esta vez, y
poniendo su agotamiento en el último rincón de su mente, yació
de espaldas en la cama de hojas y hierba, se puso cómodo, y se
agachó. Levantó la tela lejos de la cintura y sacó su miembro de
la pieza extra que lo escondía.
Cerró los ojos y con la boca abierta se deleitó sin igual
cuando la primera chispa de placer calentó su sangre. Nadie
tendría por qué saberlo.
Frederik había dejado de gritar a Jo en el segundo que se
hizo evidente que el jodido culo no iba a volver a por él. Eso
había sido hacía cinco horas, momentos después de que se diera
cuenta de que ningún calor tortuoso lo rodeaba, que no había
llamas infernales atacándolo, destruyéndolo, y convirtiéndolo
en un montón de cenizas. En ese momento estaba escondido
detrás del árbol al que Jo lo había atado, pero este tenía la
mitad del grosor de su cuerpo, por lo que no podría haberlo
protegido.
Sin embargo su piel se mantuvo indiferente y no se
convirtió en un montículo de polvo a pesar de estar al
descubierto. Parpadeó cuando le llegó la respuesta, y tocó el oro
en su cuello. La cadena no solo le había robado su fuerza, sino
que también lo había despojado de su única y verdadera
debilidad, o eso parecía.
Sin embargo siguió escondido detrás los árboles, en caso
de que estuviera equivocado. Sacó una mano temblorosa de su
débil refugio a la sombra y sus dedos tocaron ligeramente el
rayo de luz. Se calentó, y rápidamente la echó hacia atrás.
—¡Ah! —siseó, aunque no había dolor.
Se miró la punta de los dedos. Las uñas y la piel estaban
intactas, no negras y humeantes como la leña. No, a pesar del
color marrón debido a la suciedad, estaba ileso.
Probó poco a poco con toda la mano. Su cuerpo se
estremeció con el esfuerzo, pero su mano no estalló en llamas ni
se desvaneció en una nube de fuego y humo.
En la siguiente prueba tuvo más valor, tras diez
respiraciones profundas y dos intentos fallidos, puso la cara
bajo la luz amarilla.
—Ah. —Esta vez, fue un suspiro de placer, y se rio.
Estaba de pie bajo el sol. El sol. Giró bañándose en la luz.
Su forma de lobo podía manejar la luz del sol, pero a duras
penas, ya que seguía siendo incómodo. Frederik se sentó, se
recostó en un lado del árbol frente a la luz y cerró los ojos para
disfrutarla.
Cuando escapara, llevaría esta cadena con él. No podía
romperla, pero tenía que haber una manera de transformar y
moldear la misma. Podría hacer un collar para Amelia aunque
lo suficientemente grande para que pudiera quitárselo, y ambos
podrían salir de su casa de campo sin tener que transformarse
en sus formas nocturnas y moverse por la ciudad. Sin duda
Londres sería un buen lugar después de ese fuego horrible, y en
caso de que existiera la amenaza de otro brote de la plaga, no
era como si le preocupara ninguna enfermedad mortal.
Frunció el ceño.
La plaga sí lo había preocupado. Esa era la razón por la
que Jo lo odiaba. No tenía dudas de que, si no hubiera sido por
su propia crueldad al despedirlo hacía cinco años, Jo lo hubiera
creído… ¿Qué? ¿Inocente? No, ciertamente estaba lejos de ser
inocente, después de lo que había hecho. Pero era tan víctima
como las almas perdidas de ese pueblo en ruinas. Era un
vampiro con la mitad de un alma. Después de lo que había
hecho, nunca ganaría la otra mitad. Nunca entraría en el paraíso
tras su muerte. Nunca estaría entero.
Si Jo no estuviera tan enojado con él, se daría cuenta.
Jo podía esconderse detrás de su ira todo lo que quisiera, y
podía ponerle esta extraña cadena que le había robado sus
habilidades, pero todavía era un vampiro. Los vampiros eran
criaturas sensuales, y Frederik sabía que Jo sentía por él algo
más que ira.
Jo todavía lo amaba.
Frederik disfrutó del seco sentido del humor de la vida.
Realmente lo hizo.
Jo lo amaba. Podría utilizar eso. Ya había seducido a ese
ángel una vez sin órganos sexuales para que lo ayudaran. Podría
hacerlo de nuevo el tiempo suficiente para hacer que su mano
bronceada aflojara su control sobre esa sangrienta cadena.
—¿Por qué estás sonriendo?
Frederik saltó abriendo sus ojos. Jo estaba directamente
delante de él, hojas de diferentes tamaños que actuaban como
vendajes improvisados estaban pegadas a su brazo y a lo largo
de su mandíbula y mejilla. Después de tanto tiempo, las
musculosas piernas de Jo estaban lo suficientemente cerca para
que Frederik las tocara.
Lástima que los ángeles no tuvieran órganos sexuales. Aun
así, sabía perfectamente que aún podría hacerlo retorcerse y
gemir solamente con besos y masajes. La base de sus alas, a la
derecha, donde se unían a su espalda, había sido la parte más
sensible del cuerpo de Jo. Frederik había disfrutado
acariciándole las alas.
—Simplemente estaba disfrutando del sol. Me dejaste
preocuparme de que podría quemarme.
—No era mi intención.
—Podría haber sido atacado de nuevo.
—Te ves lo suficientemente bien para mí.
«Pequeño pinchazo». —Me gusta el sol tanto como a
cualquier criatura que ha sido privada de él, pero aun me gusta
más ser un vampiro.
—¿Eso es así?
Frederik asintió. —La vida eterna, la fuerza. —Golpeó con
los nudillos sobre la zona con una costra seca de barro de su
chaqueta que ocultaba su pecho—. Costillas fuertes, sólidas para
prevenir los ataques con una estaca—. Esta era la forma en la
que una vez se habían hablado uno al otro. Como amigos, antes
de que se convirtieran en amantes.
Una vez le había preguntado a Jo lo que se sentía al recibir
placer con el conocimiento de que no podría liberarse. Jo
siempre tenía que esperar a que su cuerpo se relajara por su
propia cuenta. Le había respondido que se trataba de una
extraña forma de tortura, a pesar de que no comprendía cómo
podían brotar líquidos pegajosos de una polla, que señalaban a
la vez la máxima altura del placer y el final del mismo.
Frederik se inclinó hacia delante y extendió la mano.
Agarró a Jo por sus firmes piernas y dejó que sus manos se
deslizan hacia arriba, le hizo cosquillas a través del vello de sus
pantorrillas antes de detenerse justo detrás de las rodillas. Los
suave muslos de Jo siempre fueron un punto de placer para él.
Frunció el ceño ante las costras todavía visibles por la pelea que
tuvieron cuando estaba en su forma de lobo. ¿Este era otro de
los castigos de Jo? ¿Quitarle sus habilidades de curación?
Jo se puso tenso, sus azules ojos muy abiertos. —¿Qué es
lo que…?
Frederik empujó rápidamente detrás de las articulaciones,
y Jo cayó de rodillas con un grito sorprendido, que Frederik
rápidamente sofocó con un beso.
Puso un brazo sobre sus hombros para evitar que luchara y
una mano en su cabello claro, para mantener su cara todavía
cerca. A pesar de que fue un trabajo rápido, había algo peculiar.
Jo no tenía el mismo sabor que antes.
Frederik abrió la boca para que su lengua se encontrara
con la de Jo. Extendieron sus manos y se tocaron y acariciaron
uno al otro en un abrazo de bienvenida que Frederik había
extrañado más de lo que pensaba que hacía.
De repente, Jo lo agarró igual de fuerte. La suciedad
debida al barro de la ropa de Frederik, estaba haciendo un lío en
la reluciente armadura de Jo, y sin embargo, este lo apretó
todavía más. Se escuchó otro gemido. Frederik vagamente se
dio cuenta de que había sido él quien había hecho el ruido.
Debería haber dejado que Jo desatara la cadena del árbol
antes de hacer eso.
Jo era completamente maleable en sus brazos, y si eso
fuera posible, era mucho más sensible que antes. La piel de su
mandíbula y mejilla eran suaves al tacto. Jo no necesitaba
afeitarse.
Esto había sido un error. Frederik se estaba convirtiendo
en víctima de su propia estratagema. Su piel cosquilleó, el calor
se hizo insoportable, casi no podía respirar porque su nariz se
aplastaba contra la mejilla de Jo donde una hoja sobresalía, sin
embargo, no se atrevió a detenerlo. Su pene estaba lleno y
pulsaba al mismo tiempo que los latidos de su corazón que de
repente estaba vivo en su pecho. Jo no podía darle el tipo de
alivio que Frederik quería, pero eso no significaba que tuviera
que sufrir.
Manteniendo las bocas firmemente unidas, agarró a Jo por
las caderas y tiró de él adelante buscando la deliciosa fricción.
La mano de Jo le dio un empujón. Entonces su puño se
estrelló en la cara de Frederik enviando su cabeza y su espalda
disparadas hacia atrás y haciendo que se golpeara contra el
árbol. Destellos intermitentes de luces de estrellas explotaron
detrás de sus ojos. Cuando su visión se aclaró, su erección por
desgracia se había suavizado. La ira de Frederik se disparó.
«Pequeño desertor». Simplemente ¿por qué no se dejaba
disfrutar de los placeres de la carne sin que hubiera ninguna
razón para castigarlo por ello?
Jo se puso de pie y le dio la espalda. Frederik podía decir
que estaba tenso de la rabia a pesar de que estaba escondido
detrás de su capa roja, manteniendo los puños en una bola, y la
cabeza en alto como si estuviera rezando buscando fuerzas.
Condenado ángel, probablemente estaba haciendo
precisamente eso. —Acabas de arruinar lo que iba a ser la única
cosa buena de estar pegado a ti.
Jo volvió la cabeza poco a poco, fulminándolo con la
mirada por encima de su hombro. —Si tu polla esperaba
después las atenciones de mi boca, no siento haberte
decepcionado.
Frederik nunca se acostumbraría a todas esas maldiciones
abandonado esa hinchada boca. Pero luego sonrió y lo sacó de
su mente. ¿Jo lo había deseado? Tal vez por eso lo había
empujado tan rudamente.
Frederik se levantó, cruzó los brazos y se apoyó contra el
árbol. Su confianza en alza. —No buscaba el calor de tu boca ni
el roce de tus muslos. Sin embargo, desde que acercaste tus
atenciones... —Se acarició el pene indiferentemente, fingiendo
que todavía estaba duro.
Jo hervía. —No sucederá de nuevo.
Frederik levantó las manos. —Bien, bien. No te honraré
con el privilegio de chupar mi polla. Solías hacerlo muy bien.
¿No te acuerdas?
Con un rugido, Jo se lanzó sobre Frederik. Este no se
movió y dejó que lo derribara. Jo luchó contra él alejándolo del
árbol. Con la fuerza de sus pesos combinados romperían esa
cadena de mierda y él sería libre.
Sin embargo, la jodida cadena se hizo más larga para
adaptarse a ellos, los enlaces se multiplicaban a medida que
caían. Y ahora, Frederik tenía un ángel enojado sobre él.
Jo lo inmovilizó sobre las hojas muertas del otoño, levantó
su puño y lo dejó caer en la cara de Frederik. Le dolió más de lo
que debería, razón por la cual se defendió.
¿El idiota no recordaba que mientras llevara la cadena con
grilletes no tenía fuerza? Si Jo era demasiado duro, podría
aplastarle el cráneo con su fuerza angelical. Frederik empujó al
estúpido ángel lejos de él. Jo se alejó, y Frederik atacó, pero Jo
agarró la cadena antes de que pudiera llegar hasta él y la apretó
alrededor de su cuello. Frederik se detuvo al instante cuando la
presión robó el aire de sus pulmones y la sangre subió a su cara.
«Cabrón». ¡Maldita sea! Se había olvidado de esa parte de
su encarcelamiento.
Se quedó de rodillas, agarrándose a la cadena, con los
dedos excavando en su cuello, tratando de meterse debajo de la
cadena para poder respirar. El calor húmedo le corría por la piel
y las uñas de sus manos le hicieron un corte profundo. Cayó de
espaldas, pateando sus piernas y arqueando su espalda,
tratando de forzar el aire a sus pulmones. La cadena no cedía.
Una nube negra y gris apareció alrededor de los bordes de
su visión y comenzó a difundirse. Era la muerte, venía a
reclamarlo. Se estaba muriendo, se estaba muriendo, y ni
siquiera había rescatado a su hermana. Todo lo que había hecho
había sido en vano.
Cuando la oscuridad cayó sobre él, apenas podía ver los
pies de Jo. Justo cuando la oscuridad lo consumía, la mano de
Jo en su hombro se lo prohibió. La cadena se soltó y Frederik
tragó el aire como si fuera la preciada sangre de la vida. La
cabeza le daba vueltas mientras la sangre volvió a su cara
viajando a través de su cuerpo y sus entrañas, girando en todos
los rincones por donde pasaba.
Se dio la vuelta quedándose en sus manos y rodillas.
Seguía aspirando de nuevo el aire, listo para vomitar. Se
contuvo tanto como pudo, no estaba dispuesto a verse débil
frente a ese ángel bastardo.
Pasaron unos segundos antes de que se diera cuenta de la
mano de Jo acariciándole la espalda a través de su manto sucio.
Incluso con esa capa y la camisa que estaba debajo, la mano de
Jo seguía trayendo un calor agradable.
No lo quería. Se encogió de hombros para distanciarse y
tropezó con sus pies. Su primer intento de seducción resultó un
caos sangriento y fallido. Fue una pérdida de tiempo que no
podía permitirse el lujo de repetir.
—¿Frederik? ¿Estás bien?
No se volvió para mirar hacia atrás a Jo. ¡Qué extraño era
oír su nombre en esa voz baja después de tantos años! Eso casi
deshizo su ira, y la necesitaba desesperadamente en ese
momento. —¿Qué te importa? Me estás llevando a mi muerte.
Jo se puso rígido, sus ojos azules cambiaron a un tono
duro como una piedra. Sus manos se movieron para desatar la
cadena del árbol. —No me corresponde decidir si tenías una
razón válida para lo que hiciste. Eso es todo lo que te diré.
Ahora ven, tenemos que darnos prisa si queremos encontrar a
Michael.
Hacía mucho tiempo que Michael se había dado cuenta de
que su Creador siempre tenía una razón para hacer las cosas.
Aunque al principio no siempre entendía esas razones, al final
lo hacía.
Esto era lo mismo para la mayoría de los ángeles del Cielo.
Ellos confiaban en que el Creador hiciera lo correcto para ellos,
que los amara y velara por sus necesidades. A cambio de ese
amor, todo lo que les pedía era su confianza.
Jophiel había sido uno de los pocos ángeles que había
desafiado eso.
Oh, nunca fue ruidoso o agresivo en sus investigaciones.
Era un ángel joven y curioso, y la mayoría de sus preguntas no
se consideraron una amenaza. Eran del tipo inocente. Más o
menos.
»—¿Por qué los ángeles tienen alas y los mortales no?
»—¿Por qué los demonios no pueden ser perdonados?
»—¿Por qué el hombre tiene libre albedrío y los ángeles
no?
Esta última había sido la pregunta más peligrosa que había
hecho Jophiel. Por supuesto, los hombres tenían libre albedrío,
ellos podían optar por no creer, por no servirlo. Pero que un
ángel preguntara tal cosa, significaba que también quería tener
la opción de no creer. Esa había sido la misma cuestión que
Lucifer planteó una vez, antes de causar numerosos estragos y
ser expulsado.
Sin embargo, Michael sabía que Jophiel era fan de él y de
las cosas que contaba. Sabía que la pregunta había sido sólo la
expresión de un infante curioso. Aun así, le advirtió que no las
hiciera ni una vez más, no fuera que alguien escuchara y
empezara a especular. No debería haberlo obligado a mantener
sus pensamientos para sí mismo. Tal vez, si hubiera permitido a
su hermano ser más abierto, toda esta situación se podría haber
evitado.
Poco después de esa discusión, Lucifer envió a sus
demonios al Cielo, y el caos había hecho erupción, tanto en el
Cielo como en la Tierra. Los demonios estaban afectados y
enfermos, algunos tenían una sarna negra en sus ojos, y a
medida que atacaban el Cielo y luchaban contra los ángeles, su
peste se extendía a la Tierra cuando eran derribados.
La batalla había sido feroz y duró años. Zadkiel y Jophiel
estaban al lado de Michael cuando dio el golpe final con su
espada flamígera al general, eliminado su pus y su infección.
Pero un demonio perdido había enviado un último estallido de
fuego y energía hacia él. Jophiel había empujado a Michael
fuera del camino, arriesgando su propia existencia.
La explosión no mató a Jophiel, pero, al igual que la
enfermedad, el ángel cayó a la Tierra.
Los ángeles no podían aparecer en la Tierra sin el permiso
divino, pero Jophiel había caído. Peor aún, había sido
encontrado por un vampiro. Estos eran los más bajos de los
demonios, humanos en la apariencia, y sin embargo sin alma.
Estaban tan abajo en la lista de atención que requerían los
demonios, que solo quedaban la mayoría de los mortales para
hacerles frente. Que este vampiro fuera descendiente de los
Belials y tuviera la mitad de un alma, no tenía ninguna
importancia para Michael. Todos ellos acababan matando tarde
o temprano, como había quedado probado por el ataque de
Grimm a un pueblo mortal.
Michael había querido bajar a buscar Jophiel. No podía
soportar verlo impotente en la casa de esa cosa, necesitando su
cuidado hasta que sanara. Sin embargo, una y otra vez su
solicitud fue denegada.
En un primer momento, Michael pensó que podía ser una
prueba, aunque para quien, no podía decirlo con certeza.
Jophiel estaba siendo escondido por el vampiro y lo trató y
cuidó hasta que sus alas sanaron. Sin embargo, incluso cuando
las alas estuvieron lo suficientemente fuertes como para
sostenerlo en el aire, Jo no regresó a casa. Luchó una y otra vez
contra la necesidad de ir a buscarlo y llevarlo de regreso al
Cielo.
Entonces, para su horror, Michael descubrió la razón de la
reticencia de Jophiel a regresar cuando vio que le había
permitido al vampiro besarlo por primera vez. Después de eso,
no pudo ver nada más.
Más tarde descubrió que Jophiel se había cortado las alas.
¡Era tan ridículo y triste! Como un pez sin aletas o un hombre
sin piernas. A pesar de que había sido grosero por su parte
señalarlo, Zadkiel tenía razón. Jo estaba cojo sin ellas. Cuando
las alas de Jo se fueron, todo contacto con él se cortó por
completo hasta hacía tres días.
Michael había sido llevado ante su Creador donde le había
contado lo que el vampiro había hecho a la aldea. Zadkiel y él
recibieron la orden de ir a la Tierra, encontrar a Jophiel, que
había estado viviendo solo como un mortal los últimos cinco
años, y ofrecerle redimirse si le llevaba la cabeza del vampiro
que lo había traicionado. Sólo entonces se le permitiría regresar.
Zadkiel y él habían hecho lo que se les indicó, dándole a
Jophiel la cadena de Gedeón y trasladándolo a la ubicación del
vampiro, pero Jophiel no había regresado. Zad y él habían
esperado toda la noche e incluso hasta que esta se convirtió en
un frío amanecer con un cielo gris. Sin embargo, ni siquiera
entonces llegó Jophiel.
Lo que significaba que aún no había matado al vampiro.
Michael y Zadkiel habían regresado a casa
inmediatamente y Michael había ido ante su Creador para
transmitirle lo que había ocurrido, temeroso de que Grimm
hubiera matado a su hermano al igual que había hecho con los
habitantes del pueblo. La verdad resultó ser mucho peor.
Jophiel mantenía al vampiro vivo. La rabia creció dentro de él
como una emoción caliente, hirviente, que rara vez sentía.
Quería ir y matar al vampiro él mismo ante la sola idea de que
utilizara a Jophiel nuevamente. Pero se le negó una vez más.
Zadkiel y él tenían que esperar.
Su amado Creador siempre sabía lo que era mejor, tuvo
que recordarse Michael a sí mismo continuamente a medida
que las horas se arrastraban y crecía su impotencia. Pronto,
llegaría otra mañana.
Cualquiera que fuera su plan, su Creador sabía lo que era
mejor.
—No podemos simplemente sentarnos aquí —se quejó
Zadkiel, algo que ya había hecho numerosas veces.
—Se nos han dado nuestras órdenes —Michael declaró
desde la suave nube que usaba como cojín. Mantenía los ojos
cerrados para poder concentrarse en tener paciencia y no en las
rigurosas quejas de Zad.
—¡Jo recibió la orden de matar a ese vampiro, y aun no lo
ha hecho! —Zadkiel pisaba fuerte mientras daba vueltas en
círculo en torno a Michael. Parecía que el pánico se construía en
su interior.
—Existe la posibilidad de que no conozcamos las
capacidades persuasivas del vampiro sobre Jophiel —dijo
Zadkiel—. Nuestro hermano es una criatura de corazón. Le
ofrecería misericordia incluso a un ser que no se lo mereciera.
Michael pensó por un momento. —Tal vez supiera que esto
iba a suceder.
Zad giró sobre él, presa del pánico que corría por sus
venas. —¡No puede ser!
—Ten calma.
—Tenemos que ir allí y matarlo nosotros mismos.
Los ojos de Michael se abrieron de golpe. Extendió sus alas
y voló hasta sus pies, irguiéndose en toda su estatura. Los ojos
de Zadkiel se abrieron y dio un paso atrás, por suerte para él,
porque de lo contrario podría haber estado en el camino del
ansioso puño de Michael.
—No vamos a hacer tal cosa —dijo Michael—. Tenemos
nuestras órdenes. Debemos obedecerlas.
Que Zadkiel hablara de regresar a la Tierra sin
autorización, sólo podía significar una cosa, y Michael no lo
haría jamás.
Zadkiel frunció el ceño, pero luego le dio la espalda y
expandió sus propias alas. Caminó hasta el borde de la nube en
la que se había sentado, como si quisiera saltar. Se detuvo y
volvió la cabeza en el último momento. —Siempre eres el buen
hijo, Michael, aun cuando un hermano pueda estar en peligro
de enfrentarse a la condenación.
Zadkiel saltó antes de que Michael pudiera contestarle y se
fue volando.
Michael no siguió a su airado hermano, ni se enfureció
más por sus palabras.
Esas palabras lo habían… lo entristecían. ¿Eran verdad? Él
haría cualquier cosa para mantener a sus hermanos a salvo,
pero...
Mejor no pensar en esas cosas, sobre todo ahora que
estaba solo. Le pediría a su Creador una vez más licencia para ir
a la Tierra. Sólo una vez más.
Frederik y Jo viajaron hasta que el sol se puso por la
noche. Frederik estaba ahora un día completo de viaje más lejos
de su hermana. Odiaba darse cuenta de que, sin embargo,
estaba agradecido por la oscuridad. Aunque le gustó poner su
rostro a la luz los primeros minutos, después de caminar bajo él
durante tanto tiempo, había empezado a sudar de una forma y
en lugares que nunca había experimentado antes.
En las raras ocasiones que estaba fuera durante el día,
siempre permanecía en su forma de lobo, y su abrigo gris lo
protegía del calor. Al caminar bajo el sol en su forma humana,
se había visto obligado a aflojar sus ropas y a descartar
completamente su manto.
Para empeorar las cosas, durante el día, Jo se había
detenido varias veces, lo había atado a otros árboles, jóvenes
sauces, y se había desviado hacia el bosque por cualquier razón
misteriosa. Cada vez, se había ido no más de cinco minutos. Tal
vez todo era para darle un descanso al caballo, aunque por qué
una criatura celestial requeriría descanso iba más allá de
Frederik.
Pero ahora, al menos el sol se estaba poniendo. Jo se había
ido hacía una hora, el tiempo más largo. El caballo blanco
relinchó junto a él con impaciencia.
—Yo también le daría una dura paliza —Frederik contestó.
—La cadena no te lo permitiría.
Un diminuto músculo bajo su ojo se contrajo duramente
ante el sonido de la voz de Jo. —¿Dónde has estado? Esta es la
tercera vez que nos has dejado para hacer cabriolas ahí fuera.
—Cállate. —Jo desenrolló la cadena del árbol y Frederik se
dejó llevar por él hacia la parte trasera de su caballo y regresó a
su cansada caminata.
Frederik esperó, pero Jo no le ofreció explicaciones. —
Entonces, ¿qué estabas haciendo ahí fuera?
La indecisión de Jo fue apenas perceptible, pero Frederik
la pilló. —Orar.
—¿Orar? ¿Para qué necesita orar un ángel?
—He estado rezando para que Michael, o incluso otro de
mis hermanos, venga a recuperarnos. —Era cada vez más obvio
para Frederik que no iban a hacer tal cosa hasta que estuvieran
muertos, pero no se lo dijo.
La noche llegó, y un haz de la luna iluminó su camino.
Estaban perdidos. ¿Cómo iban a encontrar el lugar de reunión
con Michael cuando el pequeño tonto de Jo no sabía dónde
estaba?
—¿Por qué no paramos para preguntar por el camino?
Jo volvió la cabeza para mirarlo. —¿Y dónde propones
conseguir esas indicaciones?
Frederik suspiró y se encogió de hombros. No tenía la
menor idea de donde estaba la ciudad más cercana. —No lo sé.
—Apretó los puños con fuerza—. Tal vez deberías matarme. Al
menos eso te devolverá a tus hermanos con la suficiente
rapidez, y entonces podrías rescatar a mi hermana y todo esto se
habría acabado.
Eso era lo que en un principio quería. La única diferencia
sería que, de esta manera, no sería él mismo quien matara a
MacNiel. Pero en este viaje se estaba desperdiciando demasiado
tiempo, y estaba perdiendo la esperanza de escapar.
Jo optó por ignorarlo, o eso pareció. —Todavía estoy en
contra de eso, pero en cuanto haya un pueblo a la vista, tal vez
te ate a uno de estos útiles árboles y pregunte lo lejos que
estamos —él mismo se cortó—. Pregunte por el camino.
Frederik resopló y se cruzó de brazos. Si lo ataba a otro
árbol iba a matar… alguna cosa.
—¿Tienes sed?
Frederik parpadeó ante sus pensamientos violentos. Jo se
volvió a mirarlo de arriba abajo mientras cabalgaba,
preocupado por las necesidades de su prisionero.
Frederik había tomado suficiente sangre para toda su
pequeña vida, y su vientre tampoco anhelaba alimentos. —No,
estoy completo —se estremeció.
Jo se apartó de él.
Tenía que hablar. —Tienes que creer que no les deseé
ningún mal.
Jo aún no lo miraba. —Lo que yo haga o crea, no importa.
Frederik hizo una mueca. —Ya no pretenderé que la única
razón de tu odio es ese pueblo —ese pueblo de menos de 200
sencillos agricultores—. Es por mí... estoy sinceramente
arrepentido por la forma en la que nos separamos.
—Frederik…
—Pero con la plaga, y tantos muertos y moribundos, no
podía arriesgarme a…
Anael se detuvo bruscamente, y Frederik sintió un tirón en
el cuello debido a la cadena mientras Jo lo acercara. El ángel lo
agarró por el cuello. La cabeza de Frederik apenas alcanzaba la
cima del enorme animal sobre el que Jo se sentaba. Su
mandíbula estaba prácticamente en el regazo de Jo.
No, estaba totalmente en su regazo. Su barbilla se apoyaba
en el músculo tenso del muslo del ángel. A pesar de que era el
peor momento para él, quería enterrar su rostro allí, hundir sus
dientes para degustarlo aunque no tenía sed. Echaba de menos
el sabor de Jo, el sabor de su piel…
Antes de ese día, Frederik nunca había experimentado la
luz del sol de la manera en la que quería experimentarlo, pero,
cada vez que pasaba la lengua por la piel angelical de Jo,
siempre pensaba en el calor del sol.
Jo no parecía darse cuenta. Su rostro era una máscara de
rabia. —Deja. De. Hablar. De. Eso. Era mi decisión, no la tuya.
Si elegía llegar a ser mortal, con o sin tu bendición, eso no te
daba ningún derecho a tratarme como lo hiciste.
Frederik suspiró y trató de asentir, la acción sólo logró que
el rastrojo de su barbilla rozara a lo largo de la suave piel de Jo.
—Tienes razón. Pido disculpas.
La carne de Jo se calentó súbitamente bajo la barbilla de
Frederik. Su cercanía apagó la ira que lo había encendido con su
charla. Con valentía, Frederik llevó sus manos hasta el muslo
del ángel, su carne llena y placentera, y apretó sus labios, con
sus ojos en el rostro de Jo.
—Frederik. —La voz de Jo vaciló—. No deberías...
—Si quisiera hacerte daño, la cadena me castigaría —dijo
Frederik.
Frederik se acercó, pero sólo podía tocar el brazo de Jo, no
su cara y su pelo como le hubiera gustado.
El toque solo duró un mínimo momento antes de que Jo se
encogiera de hombros, distanciándose, taconeando a Anael para
ponerla a paso ligero.
—No seré tu puta otra vez.
Frederik sentía como su ira iba en aumento en su interior.
—¿Es eso lo que piensas?
—¡Es lo que sé! Ya me utilizaste para tu liberación, y,
cuando quise estar contigo de forma indefinida, me apartaste.
—¡Idiota! —Frederik bramó—. Ya te he dicho mis razones.
Hubo una maldita plaga. ¿De verdad crees que hubiera
permitido que murieras por mí?
—Sobreviví.
—Sólo porque eres un ángel. No puedes contraer la
enfermedad más que yo. Pero si hubieras sido humano, un
hombre débil, te habría arrasado.
Jo escupió.
—No voy a hablar nada más de esto contigo —dijo Frederik
finalmente—. Cuando lleguemos ante Michael, puede tomar mi
cabeza, siempre y cuando Amelia sea liberada. Mientras tanto,
no tendré nada más que ver contigo.
Jo apenas podía soportar el silencio en el que habían
estado viajando durante horas.
Al principio, había sido agradable viajar sin argumentos
acalorados. Esa sensación no duró ni cinco minutos antes de
que comenzara a pensar en cuando le hablaría Frederik una vez
más, demandándole que lo liberara, o incluso cuando les
atacaría a Anael y a él.
No ocurrió ninguna de esas cosas. De vez en cuando, se
daba la vuelta para asegurarse de que Frederik aún lo seguía, a
pesar de que era imposible que el vampiro pudiera escapar con
la cadena alrededor de su cuello.
La luna se deslizó baja en el cielo. Jo se detuvo una vez
más, ató a Frederik a otro árbol, fue a buscar comida, aliviarse a
sí mismo y dormir. Se quitó las hojas que ocultaban sus cortes y
arañazos. Las heridas hacía tiempo que habían empezado a
picarle, en los bordes tenía una fina capa de una sustancia
blanca que sabía que no debería estar allí. Las limpió e
intercambió las hojas por unas más suaves, verdes y frescas.
Esperaba que el cambio aliviara su malestar antes de regresar
con su prisionero. Frederik no le dio ninguna queja porque lo
hubiera dejado solo.
Estaba a punto de amanecer, cuando ya no pudo aguantar
más el silencio. —¿No dices nada?
Frederik permaneció callado.
Jo dejó a Anael y se volvió. —Frederik, te estás
comportando como un niño. Háblame.
Frederik apretó sus puños. —Mis disculpas si mi rechazo
porque me llevas preso te causa sentimientos de dolor.
Jo volvió al camino y tocó suavemente a Anael para que
continuara. Aunque él mismo se comprometió a dejar en paz a
Frederik, después de unos instantes, se encontró que no podía.
—¿Por qué nunca me hablaste de tu hermana al principio?
Esperaba una respuesta, sin embargo, no esperaba las
palabras que siguieron.
—Tenía que estar seguro de que no habías sido enviado a
matarnos. Los ángeles matan a los demonios y para ellos los
vampiros somos la misma cosa.
—Sí, pero no valéis la pena como para que nos
preocupemos.
Frederik levantó las manos al aire. —Gracias por eso.
—¿Me vas a interrumpir? —Jo se rompió—. ¿Viste legiones
de ángeles a tus puertas después de que caí a la tierra?
Frederik apretó los labios. —No sabía si debía esperarlos o
no, por lo que te oculté la existencia de Amelia y te permití creer
en mi farsa de familia.
Jo suspiró. ¿Por qué le molestaba esa información? No
hacía ninguna diferencia en absoluto, considerando lo que
Frederik le había hecho al clan MacGreggor. —¿Dónde estaba tu
hermana cuando nos conocimos?
—Londres.
Jo escupió. —¿Londres? Londres estaba infectado por la
plaga. Cada tienda de sombreros y guantes había cerrado.
Frederik lo miró. —Ella había estado viviendo con una
amiga. Una chica mortal y su familia. El padre de su amiga se
creía por encima de la enfermedad y no quería dejar la casa por
temor a los ladrones, o vete tú a saber. Cuando las manchas y
protuberancias negras aparecieron en él, estuvieron encerrados
en su casa durante cuarenta días. Mi hermana no tenía nada
que temer, pero aun así tuvo que ver a un querido amigo
enfermar y ser consumido por la enfermedad.
La simpatía creció dentro de él. —Lo siento por tu
hermana.
—Simplemente no lo sientes lo suficiente como para
salvarla.
Mortificado por sus propias contradicciones, Jo se dio la
vuelta.
Frederik se quejó. —Por supuesto que no.
Anael detuvo su paso repentinamente y se zarandeó. Hizo
un ruido de disgusto y movió su cola. Jo se alegró de la vista
delante de él hasta que se dio cuenta de lo que significaba.
—¡Tú animal mal entrenado casi pisotea mi pie! —Frederik
se quejó.
—¡Esa debería ser la menor de tus preocupaciones! —dijo
Jo, asintiendo hacia lo que lo había detenido.
Zadkiel estaba de pie en medio del camino, su espada
flameante en su mano.
Por segunda vez en su vida, Frederik vio a un guerrero con
alas, sólo que éste no había resultado herido en batalla. Más
bien, a juzgar por el arma de fuego que empuñaba, parecía listo
para saltar a una.
Su armadura era la misma que la que llevaba Jo, sólo que
limpia. También era más alto que él, probablemente tan alto
como Frederik. Sus níveas alas se desplegaban detrás de él,
formando un arco sobre su cabeza y cayendo casi hasta sus pies
calzados con sandalias, las plumas puntiagudas paradas apenas
sobre el borde del camino seco.
Una expresión de odio feroz torcía lo que de otro modo
habría sido un rostro atractivo. Él agarró y retorció su jodida y
ardiente espada. Frederik sospechaba que la hoja estaba
destinada a su cuello.
Michael. Su mente le proporcionó el nombre.
Así que este era el ángel guerrero que lo mataría.
—Jo. —Frederik miró a su captor, quien estaba mirando al
ángel en el camino como si este fuera el último lugar en el que
esperaba verlo. Por lo tanto, este no era el lugar de reunión.
Este ángel había respondido finalmente a las oraciones de Jo y
había llegado hasta ellos.
—¿Sí? —contestó Jo.
—Tienes que prometerme que salvarás a mi hermana
cuando él tome mi cabeza.
La cabeza de Jo se giró a mirarlo. —No está aquí, para…
Jo se apartó de él para hacerle frente al otro ángel. —
Zadkiel, ¿por qué has venido? ¿Dónde está Michael?
¿Zadkiel? —¿Quién diablos es Zadkiel? —Frederik le
preguntó.
—No temas. Es un amigo. —Jo aún no había vuelto sus
ojos hacia el otro guerrero.
«Sí, sin duda es un amigo». Si ese ángel no estaba allí por
la cabeza de Frederik, entonces era un centauro vestido de
vampiro.
—¿Por qué no le has cortado la cabeza? ¿Por qué sigue
encadenado? —Zadkiel preguntó, señalando con la hoja de
fuego hacia Frederik e ignorando las preguntas de Jo.
Jo frunció los labios. Bajó de Anael, cayendo al suelo antes
de caminar hacia donde estaba su amigo, tirando de Frederik al
mismo tiempo.
Frederik se cruzó de brazos con amargura mientras era
llevado como un perro encadenado, aunque Jo se detuvo varios
metros fuera del alcance de la espada.
—Él asegura que hay otro igualmente responsable del
ataque sobre el clan MacGreggor. ¿Dónde está Michael? Él
podrá responder a por qué he sido enviado para matar a un solo
hombre.
Frederik también esperaba con impaciencia la respuesta a
eso.
Zadkiel negó. —Eso no importa. Destruyó a todo un
pueblo, asesinó a sus habitantes a sangre fría y quemó los
restos.
Frederik se puso tenso. —Si quieres acabar con el
responsable, entonces ¿por qué no decapitas a Malcolm
MacNiel? Él me envió a ellos.
Zadkiel giró la espada flamígera en su mano. —Sí, y tú
obedeciste perfectamente sus órdenes.
Esta vez, Jo se puso rígido a su lado. —¡Entonces es
verdad! —Su voz sonó descorazonadora—. ¿Por qué no me
hicisteis consciente de eso? ¿Dónde está Michael?
—Michael no está aquí.
—¿No? ¿Y te dejó bajar sin permiso? —Ese hecho parecía
horrorizar a Jo, pero Frederik no entendía su significado.
Zadkiel se apartó brevemente, pero luego dio un paso
adelante, decidido una vez más. —Michael no quería terminar la
tarea con la que te honró.
—¡Zad!
Las largas alas se estiraron y expandieron detrás del
guerrero cuando corrió y saltó sobre sus pies. Sus alas lo
sostuvieron en el aire y lo lanzaron más rápido que cualquier
caballo hacia Frederik.
Jo se volvió y Frederik se giró cuando la hoja de fuego cayó
sobre la cadena entre ellos.
Frederik cayó. La cadena estaba ahora en la mano de Jo,
pero aun no tenía su fuerza y agilidad de vampiro.
Zadkiel aterrizó sobre sus pies calzados con sandalias y
giró sobre él, sus ojos de color ámbar ardiendo con fuego
mientras levantaba la espada sobre su cabeza.
Frederik salió de su camino, aunque el sonido del hierro
golpeando en la tierra blanda no llegó a sus oídos. El ruido del
frío metal contra otro frío metal sí lo hizo.
Jo estaba por encima del lugar donde Frederik había
estado, la espada en alto para bloquear el ataque de Zadkiel.
En todo caso, los ojos de color ámbar de Zadkiel se
iluminaron aún más. —¿Lo defiendes? ¿A un agente de Satanás?
Los ojos azules de Jo se volvieron tan fríos como las
heladas del invierno. Blandió su espada con un poderoso golpe
contra la hoja en llamas de Zadkiel, lo que provocó que chispas
se dispersaran y el fuego bailara.
—¡Jo! Apártate por tu propio bien. Este no es tu lugar.
Frederik fue hacia Anael, que permanecía en su sitio, pero
moviendo ligeramente los cascos, como si estuviera confundido
de por qué esos dos aliados luchaban entre sí. Lo vio
aproximarse y se movió con un relincho de ansiedad. Frederik
levantó sus manos pálidas en un gesto de paz.
—No voy a hacerte daño.
Anael sacudió su melena alrededor y no hizo ningún otro
movimiento cuando Frederik tomó de las riendas y se subió en
la silla de montar. Hizo que el caballo girara alrededor. Ahora
tenía un punto de vista no comprometido de la batalla entre los
ángeles.
Jo lanzó su espada de nuevo, y de nuevo, sus ataques
constantemente frustrados por los bloqueos de Zadkiel, hasta
que finalmente, la deslizó hacia abajo y golpeó su objetivo.
Zadkiel gritó y se tambaleó hacia atrás, cayendo de
rodillas.
—¡Mi ala! ¡Jophiel!
—¡Es un rasguño! Sanarás. —Con esa pequeña victoria,
todo el aire frío dejó a Jo. —No me enfrentes otra vez sin
Michael. Si es que acepta verte después de esto.
Los ojos de Zadkiel se volvieron de un rojo brillante, como
si la sangre se derramase detrás de los iris, consumido por la
rabia.
Jo se apartó de él. —¿Qué haces?
Frederik llevó a Anael junto a Jo. Miró hacia arriba y se
llevó una sorpresa al verlo como jinete. Le ofreció la mano a Jo.
Este le estrechó la palma y se arrastró detrás de él.
El pánico entró en los ojos de Zadkiel, superando el color
rojo que Jo había visto en ellos. —¿Dónde vais?
—Eso no te concierne —dijo Jo.
Iban a capturar a MacNiel, Frederik no podía esperar para
castigarlo, pero, ahora que Frederik sabía de la participación de
este otro ángel en ocultar la parte de MacNiel, Zadkiel era el
siguiente en su lista. Pero sólo después de que Amelia estuviera
a salvo.
Frederik puso a Anael al galope. La bestia iba rápido,
considerando que ahora llevaba a dos hombres en lugar de a
uno. Tan rápido que Frederik no pudo oír lo que el ángel que
dejaban atrás les gritó. Era algo dirigido a Jo, pero Frederik no
estaba dispuesto a frenar, girar, y pedir educadamente que se lo
repitiera.
Incluso un caballo celestial necesitaba descansar, o eso
parecía. Después de una hora de viaje con dos pasajeros, Anael
empezó a luchar para detenerse, volviendo constantemente la
cabeza y resistiéndose a las órdenes. Frederik pronto se vio
obligado a aliviar al animal pasando de un galope feroz a un
trote, y luego a un paso suave.
—¡Es hora de que paremos! —dijo Jo deslizándose desde
su posición y avanzando hacia la cabeza de Anael para
comprobar a la bestia—. Te dije que no podía aguantar mucho
más.
—¿Por qué no me has dicho que eres humano?
Todo el cuerpo de Jo se puso rígido, sus ojos alejándose
del caballo y buscando los de Frederik. —Yo…
La rotundidad con que la cuestión aparentemente había
sorprendido a Jo y su única palabra, era toda la confirmación
que necesitaba. —Entonces es cierto.
Jo se armó de valor, convirtiéndose en un guerrero una vez
más. —Estaba decidido a que no supieras mi debilidad para que
no trataras de explotarla en la batalla.
Frederik saltó de Anael, casi perdiendo el equilibrio con la
cadena sangrienta que todavía colgaba de su cuello, y corrió
hacia el pequeño idiota.
Jo se mantuvo firme hasta que Frederik lo agarró por los
bordes de su coraza de metal y lo golpeó de nuevo contra un
roble. Jo abrió la boca para protestar, pero Frederik enganchó
sus labios contra los de Jo con una fuerza que le dejaría
magulladuras para hacerlo callar.
Jo hizo un sonido de sorpresa, pero sus labios se movieron
rápidamente hacia atrás con tanta fuerza que sus dientes se
enfrentaron. Puso sus dedos en el pelo de Frederik y lo agarró
firmemente, lo suficiente como para sacar un gruñido de la
garganta del vampiro. Cada uno de ellos se aferró
desesperadamente al otro.
Jo acababa de abrir su boca en una invitación gloriosa de
sí mismo, cuando Frederik gritó. —¿Cuándo?
Jo parpadeó en su nube, con la boca roja que comenzaba a
hincharse. —¿Cuándo?
Frederik lo agarró del cuello de la armadura y lo sacudió.
—Sí, ¿cuándo? ¡Tú absoluto idiota! ¿Cuándo te hiciste esto a ti
mismo?
Jo lo miró. —El día que me echaste.
Frederik cerró los ojos. Un dolor punzante se empujó con
fuerza contra su pecho, como si alguien le hubiera clavado una
estaca. —¿Antes…? —No pudo terminar.
Jo lo miró. —No seas tan dramático. Te dije que quería ser
mortal. Decidí hacerlo con o sin ti.
Frederik se apartó de él horrorizado con un gruñido de
disgusto.
Las alas de Jo, sus hermosas alas, que él había acariciado y
mimado, no se habían ido temporalmente por algún castigo. Se
habían ido para siempre, y Frederik lloró por ellas y por la
mortalidad de Jo. —Idiota. Puto idiota. ¿Cómo pudiste hacerte
eso a ti mismo?
Jo suspiró. —Era mi decisión.
Frederik replicó. —Una decisión estúpida.
Jo le gruñó, pero Frederik no le hizo caso. El diablo le
llevara. ¿Cómo podía no haberlo visto? Todas sus
conversaciones de castigos y cosas como esa.
Frederik miró a la cara de Jo, a su pelo, y lo estudió por
primera vez desde que había comenzado esta farsa, tocándolo y
comparando su textura de ahora con la que recordaba, dándoles
un buen vistazo a las hebras. Sí, ya no eran tan doradas como
antes. Su piel tenía un tono más oscuro debido a las largas horas
bajo el sol. Jo no estaba tan curtido cuando tenía sus alas.
Frederik visualizó de nuevo las hojas y el musgo que había
utilizado para vendar sus heridas y recordó que se había
arañado sin cesar mientras cabalgaban. Alargó la mano hacia un
escollo a lo largo de la mandíbula de Jo, hasta una joven y lisa
hoja. Como Jo no se movió para detenerlo, Frederik la retiró.
Siseó, ya que el área detrás de la pequeña hoja se había
vuelto de un color rojo brillante. La leve hinchazón sugería que
la infección era reciente, pero sin duda, más manchas de color
rojo se encontrarían donde Frederik, lo había mordido en su
forma de lobo, es decir, en el brazo y las piernas.
—Si hubieras seguido siendo un ángel, estas heridas se
habrían curado ya, pero como mortal, tendrías que estar más
preocupado por la infección si no recibes tratamiento
rápidamente.
—¿Cuándo lo descubriste? —Jo preguntó.
Frederik lo miró a los ojos. El ex ángel parecía incómodo
bajo su escrutinio.
Frederik se aclaró la garganta. —Durante tu lucha contra el
otro ángel. Parecíais tan diferentes entre vosotros. No daba la
sensación de que pertenecierais a la misma especie. —Frederik
pensó de nuevo—. Y tu espada no estalló en llamas.
—Tampoco llameó la primera vez que luchamos entre
nosotros.
Frederik hizo una mueca. —Mi atención estaba demasiado
centrada en otras cosas para darme cuenta. —A duras penas
podía mantener su desesperación en su lugar—. ¿Cómo
sobreviviste todos estos años? La plaga lo consumió todo.
Jo hizo una mueca. —Durante un tiempo, casi no
sobreviví. Pensé que la vida en la tierra sería bastante fácil para
mí. Estaba equivocado, tanto más cuando rápidamente las
necesidades de mi cuerpo mortal me llamaban a cada momento
de vigilia. Entré en el bosque más cercano y me escondí, apenas
viajaba por temor de los transeúntes que podían portar la
enfermedad. —No fue hasta que descubrí a tres niños muertos
por la peste…
—¿Te acercaste a ellos? —Frederik gritó.
Jo le lanzó una mirada agria. —Aun estoy vivo. Me alojé a
una distancia suficiente para evitar la infección. —Él continuó
con su relato—. Sus padres se vieron obligados a abandonarlos
cuando ellos empeoraron. Los vi y me di cuenta de que sus
problemas eran más duros que los míos. Yo había elegido estar
donde estaba. Ellos no.
Jo apretó la mandíbula, como si recordar los hechos le
doliera. Frederik se había visto afectado muchas veces mientras
viajaba. Hombres, mujeres y niños, y ninguno de ellos había
sido un bonito espectáculo.
Tres niños, completamente solos y yendo a su muerte,
debía haber sido horrible para un ángel, o un hombre que había
vivido anteriormente en los Cielos y nunca había visto los
sufrimientos de los mortales.
Frederik le dio un codazo. —Adelante.
Jo se acomodó para sentarse contra el árbol, y Frederik
hizo lo mismo. —Ellos estaban escondidos bajo el abrigo de un
sauce, todos cubiertos de llagas negras. Una niña y dos niños. El
muchacho más joven ya había muerto, pero sus hermanos lo
trataban como si simplemente estuviera durmiendo. O tal vez
no lo sabían. El mayor no podría tener más de once años. Trató
de apartar de mí a su otra hermana arrojándome piedras.
Aunque sus brazos eran demasiado débiles para enviar las rocas
muy lejos.
»La niña se quejaba de hambre. Hacía días desde que tú y
yo nos habíamos separado, y aunque también tenía hambre, en
aquel momento apenas sabía qué era eso. —Jo le dio una risa
sardónica—. Ella me lo explicó, y fui a cazar por primera vez,
hicieron un fuego, y cocinaron la carne. No estaba muy bien
hecha, pero estaba seguro de que era comestible.
Frederik hizo una mueca.
Jo suspiró de nuevo e inclinó la cabeza hacia atrás. —El
cuento, obviamente, terminó con la muerte. No sé por qué estoy
hablando de ella.
Vacilante, ya que de alguna manera el acto parecía más
íntimo que un beso, Frederik curvó su brazo alrededor de los
hombros de Jo. Este se inclinó hacia él. Se sentía extraño tener
al hombre allí, cuando había estado ausente durante cinco
largos años. Aun así, Frederik no estaba acostumbrado a
proporcionar comodidad. Hacía tiempo que Amelia había
dejado de acudir a él cuando necesitaba consuelo, así que ser el
hombre al que otros vinieran buscando ese tipo de satisfacción,
era una nueva experiencia.
—¿Después los dejaste?
—No, canté para ellos.
—¿En serio? —Recordó la voz de Jo. Al ángel le gustaba
hacer música antigua entre batallas. Frederik, tuvo el honor de
escuchar esa voz una vez. Una profunda voz de tenor que podría
poner a los reyes de rodillas—. Entonces les hiciste el camino
más cómodo para que entraran en la otra vida.
No podía ver la cara de Jo en ese ángulo, pero tenía la
impresión de que sonreía.
Frederik no sabía qué más podía decir. Jo había
renunciado a sus alas, se había quedado en la tierra durante
todo ese tiempo. Si él lo hubiera sabido, lo habría buscado,
hubiera preparado su mejor barco y hubiera zarpado con él, no
hubieran vuelto a puerto hasta que hubiera estado seguro de
que la enfermedad había desaparecido.
Ahora no servía de nada llorar.
—Debería haberte protegido mejor.
Jo se alejó, dejando a Frederik frío.
—¿Cuál es el problema?
Jo puso de pie. —Cero materia, eso es lo que tú tienes
aparte de grueso cráneo.
—Grueso —Frederik farfulló, levantándose—. Es un
milagro que todavía estés vivo, Jo. ¿Qué más quieres que diga?
Jo dejó escapar un suspiro. —Por el momento, sólo hay
una cosa que te puedo dar. —Jo tomó la mano de Frederik y la
aplastó entre sus piernas.
El corazón sin vida de Frederik comenzó a latir, la sangre
fluyó libre y caliente cuando la lujuria y la sorpresa lo
reclamaron.
Una erecta polla se asentaba entre las piernas de Jo. Una
que no había estado allí cuando Frederik lo había tocado en su
anterior vida juntos.
Emocionado como un niño descubriendo el sexo por
primera vez, Frederik rodó la palma de su mano sobre la tela de
la túnica de Jo, lo que provocó una contracción de sus muslos y
una inhalación suave que tuvo a la polla de Frederik lista para
follar todo lo que se le pusiera a tiro.
De repente, las manos de Jo estaban luchando con su
armadura. —Ayúdame a quitarme esta cosa.
No discutió esa orden ni una sola vez. Trabajó hábilmente
en las correas y pasadores que sujetaban la coraza de metal
sobre el pecho y la espalda. Las deshizo sin dificultad y Jo
agachó la cabeza por el agujero del cuello, lo que le permitió a
Frederik levantarla antes de sacársela y dejarla a un lado junto
con la capa roja. Una hazaña que era más fácil de considerar
que de hacer. La cosa era realmente pesada, y la sacudida de
Frederik no la envió muy lejos. El resto de la armadura se
desprendió mucho más fácilmente.
Jo lo empujó hacia abajo y se sentó a horcajadas sobre sus
caderas. Frederik miró la vasta extensión del duro y musculoso
pecho y el estómago y los muslos que lo cubrían y rodeaban,
algo que había perdido durante mucho tiempo, y ahora que lo
tenía otra vez, su mente necesitaba ponerse al día con su
cuerpo. Sus dedos torpes trabajaron sobre las correas de los
pantalones. Una tarea difícil, debido a la distracción de la polla
con fugas de Jo que se asomaba a través de la mata de pelo claro
y grueso. Era perfecta, hermosa, y la quería más que a nada. Sus
dedos torpes aflojaron los lazos de sus pantalones, mientras que
Jo se hacía cargo de su jubón y camisa.
Jo se levantó de Frederik lo suficiente para quitar y alejar
completamente las prendas que los separaban. La piel caliente
de Frederik había tenido la oportunidad de refrescarse a la
sombra del árbol, pero Jo se acomodó hacia abajo, de modo que
estuvieran piel con piel, y su sangre se calentó de nuevo. Los dos
estaban sucios como el infierno, incluso sin la ropa sucia, pero
era maravilloso, y Frederik gruñó.
Aparte de sus botas y las sandalias de Jo, ahora estaban
gloriosamente desnudos, la piel fina de Jo, los musculosos
muslos asentados sobre sus piernas deliciosamente. La polla de
Frederik estaba roja, dura y erguida, buscando el toque de la
polla de Jo, como si se quisieran conocerse una a la otra.
Frederik se humedeció los labios ante la vista. No podía
apartar los ojos. Gimió cuando Jo agarró su polla con fugas en
la mano y le dio un firme apretón.
—He querido esto durante mucho tiempo.
Tiempo suficiente para que no le importara follárselo en
un lecho de hojas húmedas. Frederik no podía contar el número
de veces que había fantaseado con hacerle el amor, solo que
hubiera sido unilateral.
—Aprendí a tocarme después de convertirme en mortal.
Los ojos de Frederik se abrieron como platos. Cada vaso
sanguíneo explotó gritando a la vida, y el placer que palpitaba
en su polla apretó sus bolas hacia arriba a su vientre. —¿Lo
harías ahora? —preguntó.
Jo lo miró, sus ojos azules se oscurecieron mientras se
acariciaba de nuevo. —Es diferente a cuando me besas o
acaricias mi piel. Ahora sé lo que querías decir cuando me
hablabas de la liberación.
Frederik gimió, sus caderas se desplazaron hacia arriba, en
busca de algún tipo de fricción, pero Jo se levantó a sí mismo lo
suficientemente alto para impedírselo. Tomó al ángel por los
hombros y trató de tirar de él hacia abajo por un beso, pero Jo
se negó también a ceder en eso.
—Maldita sea —Frederik gruñó.
Los ojos de Jo brillaron, casi tan brillantes como lo habían
sido cuando tenía sus alas. —Todavía no. Siempre hubo una
cosa que hacía por ti que me ponía celoso.
Frederik pensó en eso, pero había varias cosas que Jo
había tenido que hacer por él. Cualquiera de ellas podría ser a lo
que se refería. —Difícilmente puedes esperar que piense con
claridad ahora.
Jo se rio entre dientes. —Tal vez esperaba demasiado.
Frederik abrió la boca para gritarle al idiota, cuando Jo se
empujó contra él. «Oh, ¡por fin!» Frederik lo agarró y se quejó
cuando su caliente carne finalmente fue apretada.
Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Jo y lo
presionó más abajo para que sus pollas mantuvieran la fricción
haciendo que el fuego rápidamente creciera y se extendiera por
sus piernas y vientre.
—Estar en tu boca —Jo quedó sin aliento en su contra.
Frederik le dio un beso, cumpliendo con el deseo.
Jo puso la palma de la mano en el pecho de Frederik y lo
apartó. —No es lo que quise decir —dijo—. Siempre disfrutabas
cuando mi boca te chupaba. Quiero que me hagas lo mismo.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Frederik lo levantó y
colocó a su amante en el musgo sobre su espalda. Se situó
rápidamente entre sus piernas. Frunció el ceño cuando la
posición acercó su rostro a las heridas mal vendadas de las
piernas de Jo.
—Frederik —dijo Jo, sacándolo de sus pensamientos.
«Más tarde», se prometió a sí mismo, volviendo al asunto
que los ocupaba. —Esto es algo siempre que he querido hacer.
Jo se levantó sobre sus codos para mirar, y Frederik le
sonrió. El hombre, obviamente recordó las muchas veces que
Frederik se había levantado de una manera similar.
La boca de Jo cayó con una exhalación temblorosa cuando
Frederik pasó la lengua por la parte inferior de su polla.
Era una virilidad impresionante. Al menos del mismo
tamaño que la de Frederik, pero más gruesa, de eso estaba
seguro. ¿Sabía Jo siquiera lo afortunado que era? Sin duda
hubiera sido desafortunado, si hubiera pasado por todos los
problemas para llegar a ser mortal, y hubiera terminado con un
sexo del tamaño de un pulgar.
Cuando Frederik se la metió en la boca con un zumbido,
todo el cuerpo de Jo vibró y tembló, sus caderas saltaron
cuando Frederik tiró de la polla con sus labios.
—¡Mierda! —Jo dijo.
Jo comenzó a empujar sus caderas, y maldijo una y otra
vez. Continuó así durante menos de un minuto antes de que
tuviera bastante. —Frederik, voy a…
Frederik alejó su boca. Jo no se había corrido, y Frederik
no se atrevió a tanto como para soltar su aliento en él y que no
se pudiera contener. No le sorprendía que el hombre no durara.
Era su primera vez.
Jo miró hacia abajo. —¿Qué estás haciendo?
Había pasado el tiempo suficiente como para estar seguro
de que su amante no se correría como un adolescente. Frederik
se impulsó hacia arriba sobre cuerpo de Jo por lo que quedaron
pecho contra pecho y cadera contra cadera. Jo era más ancho,
por lo que Frederik no cubría totalmente su cuerpo con el suyo
propio, pero al hombre debajo de él no parecía importarle que
se subiera.
—Esta es otra cosa que siempre he querido hacer contigo.
—Frotó su polla duramente contra la de Jo, el placer
chisporroteó haciendo que sus ojos rodaran. Jo abrió la boca y
apretó los hombros, levantando las rodillas para mantener a
Frederik en su lugar.
Ah, hermoso. Frederik lo hizo de nuevo, el placer cada vez
mayor dentro de él. Se quedó sin aliento y se empujó de nuevo
una y otra vez, creando un ritmo que Jo intentó seguir. Ellos se
ajustaron sincronizándose antes de convertirse en una melodía,
y, cuando sus cuerpos se pusieron cada vez más calientes, la
carne de gallina de sus pieles desapareció.
Esto fue demasiado para Jo. Su agarre de los hombros de
Frederik se tensó como el hierro cuando gritó, echando la
cabeza hacia atrás en el musgo mientras su polla soltaba chorros
que se derramaban sobre su estómago, y en el estómago de
Frederik. Este no tardó en seguirlo con un estremecimiento.
Se desplomó en la parte superior de Jo, sin aliento y
maravillosamente saciado. El frío se apoderó de él rápidamente,
y supo que Jo también debía sentirlo, pero se sentía tan bien,
que no se movió para recuperar su ropa. Prefería compartir el
calor del cuerpo por el momento y permitir que la satisfacción
se afianzase.
Eso fue todo. Eso era precisamente lo que necesitaba.
—Creo que hemos terminado.
Esas palabras fueron como un atizador caliente
atravesando su pecho. Frederik se levantó sobre sus codos. Sin
embargo Jo siguió empujándolo hasta que Frederik rodó a su
lado. No podía hacer nada más que ver como el hombre recogía
sus ropas y su armadura y comenzaba a ponérselas de nuevo,
ocultando su desnudez.
Frederik gruñó e hizo lo mismo, agarrando sus pantalones
y su túnica y vistiéndose con un gesto de rabia. —¿Conseguiste
lo que querías?
Jo se congeló cuando se giró atando su espada a su
cintura. Volvió la cabeza para mirar por encima del hombro. —
¿Cómo?
—¿Qué significa esto?
Jo giró su cara completamente hacia él. No había ni
malicia en su rostro, ni ira en su voz. Parecía resignado. —No
quieren que me veas como un mortal, se me ha dado la
oportunidad de volver a casa.
—Ya veo.
El pecho de Jo dejó escapar un suspiro. —No hagas eso.
Todavía siento duramente por ti, Frederik. No quiero seguir
muriendo de hambre en la tierra, pero no puedo evitar besarte.
Aunque quiera volver, me dolerá mucho.
La mandíbula de Frederik se apretó. Sus puños hicieron lo
mismo. —¿Puedo recordarte lo que tienes que hacer para que
ese evento se produzca?
—No tienes por qué temer. Soy incapaz de matarte.
Deberías saberlo ya. Después de rescatar a tu hermana, hablaré
con Michael y le pediré que acuda al Señor en tu nombre para
que suspenda la orden que hay sobre tu cabeza. Tal vez, una vez
que le entregamos al verdadero responsable de lo de la aldea,
nos conceda su misericordia.
Frederik no estaba totalmente convencido de merecer esa
misericordia.
—Nunca deseaste a un humano por amante, sin embargo,
mientras que yo lo sea, los dos estamos en condiciones de
darnos uno al otro lo que siempre quisimos. Una liberación
adecuada. Piénsalo, por favor.
—La última cosa que querría es una follada vacía.
Frederik había sido un idiota al no darse cuenta de lo que
era. Jo había pasado cinco años cuidando de sí mismo en
condiciones en las que Frederik no quería ni siquiera pensar, y
después de todo ese tiempo, Jo quería volver a casa. Sería mejor
si Jo se mantenía a sí mismo durante el resto de su viaje que les
quedaba juntos.
Frederik le dio la espalda y caminó hacia Anael. Metió la
mano para agarrar las riendas, pero el condenado caballo se
deslizó fuera del camino. Hizo otro intento, pero Anael se apartó
de un salto y tiró de la cola moviéndose otra vez.
Jo llegó, y cuando agarró las riendas, el caballo de mierda
solo sacudió su cabeza. Con la fiel bestia en la mano, Jo lo miró
expectante, su voz exigente. —¿Dónde vas?
Frederik comenzó a caminar hacia la torre MacNiel. —Has
oído a tu amigo, yo soy... de todo menos inocente de cualquier
delito. Voy a recoger a mi hermana, llevarla a casa, y rezar para
que su calvario no haya dañado su mente, así como su cuerpo.
—Para empezar, había sido un idiota al perder tanto tiempo—.
Si me doy prisa, podré estar de vuelta en la torre MacNiel
mañana al mediodía.
Jo lo siguió. —Zadkiel se curará en cuestión de horas y
estará de vuelta en el sendero en breve. Con esa cadena
alrededor de tu cuello, sigues siendo tan impotente en su contra
o en la de MacNiel como cualquier mortal.
Frederik se negó a mirarlo. —No necesito que me rescates
como la última vez que me atacó.
—Eso es discutible. ¿Vas a detenerte?
Jo lo agarró de su túnica. Frederik llevó la mano hacia
abajo y cortó la conexión.
El ex ángel se le quedó mirando. —¿Te has vuelto loco?
Casi parecía como si Anael asintiera.
Frederik lo fulminó con la mirada. —No tienes ninguna
necesidad de seguirme a todas partes. Eres mortal y ya no eres
mi carcelero.
—Estarás indefenso siempre y cuando esto esté alrededor
de tu cuello.
Antes de que pudiera detenerlo, Jo agarró la larga cadena
que todavía colgaba de su cuello. El suave tintineo de los
eslabones de oro le heló la sangre.
Sus ojos cayeron en la muñeca de Jo. El extremo de la
cadena de oro en su cuello se había convertido en una pulsera
en la mano de Jo.
Frederik quería gritar. Jo tuvo la osadía de sonreír. —
Parece que vamos a estar juntos por un poco más de tiempo.
Frederik quería matarlo. Envolver la cadena de oro
alrededor de la garganta de Jo, y apretarla hasta que la vida
dejara el cuerpo del idiota. Incluso lo intentó, olvidando que la
cadena reaccionaba ante tal agresión. Pero en esta ocasión no lo
hizo. Parecía como si Jo ya no fuera su amo después de lo que
había sucedido con el otro ángel, y Frederik se lanzó a matarlo.
Jo se salvó sólo porque sacó su espada y la presionó contra la
suave garganta del vampiro.
Frederik logró detenerse antes de que pudiera empalarlo.
Anael se movía con inquietud entre los dos hombres que se
miraban el uno al otro. Aunque todavía no se había liberado de
la cadena, aun tenía la intención de matar a Jo con ella, pero
este no había bajado la espada.
—Te has vuelto loco —dijo Jo.
Frederik no respondió.
Jo se negó a mover su espada. Con un suspiro de odio que
estaba a medio camino de convertirse en un gruñido, Frederik
tiró de la cadena, pero esta no chocó contra el suelo como él
hubiera preferido, sino que quedó colgando en el aire entre
ellos, conectándolos.
Frederik caminó, y, cuando la holgura de la cadena
terminó, dio un tirón hacia adelante, obligando a Jo a seguirlo.
—Tú mismo te estrangularás si insistes en viajar de esa
manera.
No le importaba.
El sonido de la espada siendo envainada y de Jo montando
a Anael le llenó los oídos, pero eso no logró levantar su estado
de ánimo.
Él iba a pie, mientras que Jo cabalgaba tranquilamente en
el lomo de ese caballo de mierda. —Voy a rescatar a mi
hermana.
—Te ayudaré.
—¿Por qué? Ella es un vampiro. ¿Por qué querrías ir a su
rescate?
—Me gustaría hacer las paces… —Se detuvo de lo que fuera
que estuviera a punto de decir.
Frederik no deseaba pensar en el significado de las
posibles palabras no dichas. Un dedo en la llaga ya era bastante
malo.
—Cuando huimos, los ojos de Zad estaban rojos —dijo Jo
cuando Frederik no dijo nada.
Frederik lo miró por encima del hombro. No era ningún
tonto. Sabía que ningún ángel podía tener los ojos rojos. —¿Es
un demonio?
Jo apretó la mandíbula. —Es muy probable que lo sea.
Aunque tal cosa lo obligaría a vender su alma. —Miró fijamente
a Frederik—. Hay una conexión entre él y... bueno, todo lo que
ha sucedido contigo y tu hermana en estos últimos días.
—¿Y ahora harás que tu misión sea descubrir cuál es la
conexión?
—Sí.
A Frederik no le gustaba. Pero que Jo estuviera de acuerdo
en rescatar a Amelia porque finalmente se había enfrentado con
una evidencia de que Frederik podía no ser el demonio que
pensaba que era… bien, eso renovó levemente en su interior
algunos de los sentimientos más dulces hacia el ángel. Prefería
que lo hubiera creído, que hubiera tenido un poco más de fe en
los de su clase, que tan bien conocía. Pero, de todos modos,
tampoco estaba dispuesto a cuestionar su nueva suerte.
—Tendremos que buscar otro camino.
—Este es el mismo camino que hemos recorrido. Si nos
apresuramos a volver…
—Zadkiel sabe que estamos en este camino. Lo seguirá y
tratará de encontrarnos, y si quieres que lleguemos hasta tu
hermana en el momento oportuno, no podemos darnos el lujo
de ser abordados por él.
Frederik resopló. —Un buen momento para que desees
darte prisa, cuando sugieres que el camino ya no nos es útil. No
puedes esperar a montar a caballo a través de los arbustos.
—Anael puede correr por el bosque como ningún otro
caballo. —Jo se inclinó y le tendió la mano.
De mala gana y con la promesa en su interior de darle un
puñetazo después, Frederik la tomó y se subió detrás del ángel.
Con una patada, Anael dio un salto y se salió de la
carretera, volando entre los árboles a una velocidad que
Frederik no pensaba que fuera posible a través de la espesura
del bosque. Ni siquiera él podía moverse con tanta rapidez a
través del follaje sin que las ramas rasgaran su piel. Apenas
sentía el golpeteo de los árboles mientras los pasaban, y el
viento casi no silbaba en sus oídos. Se las arregló para sonreír a
su alma. Volverían hasta MacNiel en la mitad del tiempo.
La cadena de Gedeón ya no seguía las órdenes de Jo.
Ahora que Frederik y él estaban unidos por ella, no podían
separarse. El responsable era Zadkiel, Jo estaba seguro de ello.
Cuando el ángel bajó su espada celestial y cortó la cadena, esta
debió haber reconocido a un nuevo amo. A pesar de que Zad ya
no era totalmente un ángel, su espada aún ardía cuando
golpeaba. Por lo que Jo sabía, la cadena de Gedeón nunca había
estado antes sometida a un medio demonio. Sólo la hoja de la
espada de fuego de un ángel, o el tacto de la mano de uno de
ellos, podría separarlos ahora.
A pesar de todo eso, su nueva conexión hacía la necesidad
de Jo de aliviarse tras los arbustos mucho más difícil. La parada
que habían hecho es ese momento era suficiente para ponerle
color a sus mejillas mientras lo hacía. Frederik tenía que estar
detrás del tronco de un sauce joven para permitirle a Jo hacer lo
que todos los seres humanos tenían que hacer dos o tres veces al
día, y eso no era espacio suficiente.
—Me preguntaba por qué seguías deteniendo al caballo y
atándome a los malditos árboles tan a menudo —dijo Frederik
desde detrás de uno de esos árboles—. Aunque eso no explica
por qué desaparecías a veces durante varias horas.
—Bueno, ahora tengo que comer —respondió Jo
secamente, arreglándose y volviendo a la vista de Frederik.
Ambos caminaron rápidamente de vuelta a Anael—. Y dormir.
El cielo encima de ellos ahora emitía un tono más oscuro
de azul. Las sombras de los árboles se extendían mucho, lo que
indicaba la llegada de la noche. —Sé que necesitaré reposo muy
pronto, así que lo asumiré.
—Tenemos que seguir cabalgando. Podríamos llegar a la
torre MacNiel al amanecer, si nos empujamos con suficiente
fuerza.
—Sí, ¿y de que le serviría tu hermana que entráramos en
las tierras de MacNiel encadenados como estamos y sin ayuda?
¿Qué haríamos con Amelia una vez que salga el sol?
Frederik lo miró. Le dio una patada a los arbustos y ramas
a sus pies. —Este no es un buen lugar para tu descanso. No hay
nada que pueda ser utilizado para hacer un refugio.
Continuemos un poco más y hagamos un campamento.
El vampiro sólo quería una excusa para seguir adelante, y
Jo no tenía la energía para discutir con él. En todo caso, estaba
en lo cierto. Se subieron en Anael y siguieron adelante.
Jo puso a correr a Anael solo unos pocos minutos más
antes de tirar de ella y ponerla a un trote constante cuando el sol
se puso más y más por el oeste, y tuvo que confiar en la visión
de Anael sobre la suya.
Cuando la última penumbra estaba sobre ellos, y Jo pensó
que por fin era hora de descansar, apareció inesperadamente un
claro entre los árboles. Un espacio circular de gran tamaño. Su
repentina aparición hizo que se detuviera. Anael trató de seguir
adelante, pero Jo hacia atrás. El caballo dejó escapar un sonido
de disgusto y negó con la cabeza mirándolo, pero Jo se mantuvo
firme y le dio unas palmaditas en su costado. —Tranquilo. No
seas tan impaciente.
—¿Qué es este lugar? —Frederik le preguntó. Sin embargo,
Jo no tenía respuesta.
Un pueblo, viejo y podrido, se asentaba en el centro del
claro. Aunque solo se podía llamar pueblo con mucha
imaginación. Había sólo cinco casas de barro situadas en un
círculo alrededor de un pequeño claro con un pozo de piedra.
En el otro extremo había un pequeño lago.
El pueblo parecía muerto.
Se puso rígido. ¿Esto era…?
«No. No puede ser». Jo dejó escapar un suspiro pesado.
Durante apenas un momento, pensó que este podría ser el
pueblo que Frederik había destruido. Sin embargo era
imposible. Ese pueblo estaba a kilómetros de este lugar, y era lo
suficientemente grande como para albergar cientos de casas
supervisadas por el terrateniente del castillo, y ahora en su
mayoría quemadas.
Anael relinchó y se removió inquieto en sus cascos.
—Creo que el animal desea descansar aquí —arrastró
Frederik las palabras, mirando hacia abajo de Anael.
Jo se mantuvo entre la seguridad que proporcionaban los
árboles. —Zadkiel podría estar viéndonos desde el cielo.
Frederik sacudió la cabeza con disgusto y se deslizó de su
asiento. Agarró y tiró de Jo por la cadena. —Tú eres el que
quería encontrar un lugar para dormir. Ahí está.
Jo vaciló, sus ojos se movieron en un intento de visualizar
criaturas con alas que no fueran aves. —¿Dónde están los
habitantes del pueblo? Algo se siente mal.
—Todo ha estado fuera de lugar desde que me apartaste de
mi misión.
Jo
hizo
lo
posible
por
mantener
controlado
su
temperamento.
Miró hacia arriba una vez más. No había cuervos ni
ángeles. Esperaba que la oscuridad impidiera a Zadkiel verlos.
No había nada, por lo que se dejó llevar al pueblo. Tal vez
fuera la oscuridad, pero las casas lo hicieron sentirse aprensivo
al entrar en el solitario espacio. Las ventanas estaban a oscuras,
no había ni un fuego ni una vela quemándose en ningún lugar.
Algo no era correcto. Sintiendo que no debería haber
permitido que lo dirigiera aquí, envolvió su mano alrededor de
la empuñadura de su espada. ¿Dónde se había ido la gente?
—Aquí hay alguien.
Jo se puso rígido y sacó la espada de su vaina. La
oscuridad ya estaba plenamente sobre ellos, y apenas podían
ver. Eso era un inconveniente, pero había sido entrenado para
luchar usando sus otros sentidos, en caso de que requiriera esas
habilidades. La verdadera prueba sería luchar encadenado a
Frederik.
—¿Dónde están?
Frederik gruñó a modo de respuesta. Trató de seguir
adelante, probablemente en dirección al olor, pero Jo le dio un
tirón hacia atrás. —¡No sigas! —siseó—. No tienes tu fuerza ni
vas armado.
Frederik agarró y la cadena de Jo de nuevo, tirando de la
mano que sostenía la espada. —¿No eres un guerrero? ¡Actúa
como uno!
—No tenía miedo por mí —murmuró, permitiendo que
Frederik lo arrastrara, mientras trataba de mantener un mayor
control de su arma.
Un sonido chirriante a lo largo de las paredes de la casa
situada al lado de ellos les hizo darse la vuelta.
—¡Cuidado con la hoja! —Frederik siseó—. ¡Casi me cortas!
Jo ignoró el dramatismo de Frederik y dio un paso más
cerca del sonido. Se detuvo para mirar alrededor de la esquina
de la casa. Un fragmento de un poste golpeó a Frederik, que se
sujetó la nariz y rugió de dolor y rabia. Jo lo agarró por la parte
trasera de su chaqueta y lo apartó de la amenaza. Una pequeña
sombra con pies rápidos se escabulló, levantando polvo a través
del claro, dentro de la casa situada directamente a su derecha.
Tenía que ser un dañino demonio. A Jo no se le ocurría
ninguna otra cosa. Sin duda alguna, eso explicaría el estado de
abandono de la aldea. Ciertamente no pasaría la noche aquí si
hubiera dos o tres de esas cosas deambulando por el lugar. Y
cualquier otra cosa sin duda habría matado a Frederik en lugar
de simplemente golpearlo antes de salir corriendo.
Volviendo a eso, Jo se rio de su compañero, que se había
caído en el culo y ahora estaba apretándose la nariz con ambas
manos, lanzando maldiciones ahogadas.
—¡No es nada gracioso! —gritó Frederik. Con las manos en
alto y dolorido, sonaba como un pato ofendido. Jo se echó a reír
más fuerte.
—¡Tú! —Frederik lo derribó al suelo. Su espada se le cayó
de inmediato, pero eso no importaba. Jo no podía dejar de reír,
convirtiéndose así en un rival fácil de fijar al suelo.
—¿Te ríes cuando podría haberme asesinado?
—Has sido golpeado por un pequeño demonio. Tu vida
difícilmente estaba en peligro.
—¿Por qué tú…? —Todo lo que Frederik había estado a
punto de decir fue interrumpido por otro raspón en su espalda.
Frederik se giró y Jo dejó de reírse, ya que la criatura se
encontraba ahora ante su vista, una silueta de color negro.
El pequeño demonio sostenía el extremo de un palo de
escoba en sus manos. Un palo de escoba que había roto sobre
los huesos duros como piedras de las costillas de Frederik. Este
sacó sus garras hacia la delgada criatura.
Un grito infantil llenó el aire.
—¡Déjame en paz! —Pequeños puños golpeaban los brazos
de Frederik, quien sujetó al niño por su garganta.
—¡Frederik! —Jo se adelantó y lo agarró del brazo antes de
que el vampiro pudiera hacer ningún daño—. ¡Detente,
Frederik! ¡Es un niño!
—¡Eso lo sé, pero él me atacó!
—Ponlo en libertad, Frederik —Jo demandó.
Cuando el agarre de Frederik disminuyó, el muchacho
cayó al suelo, pero sus pequeños pies no se fueron lejos. Sin
luna en el cielo, Jo todavía luchaba para ver algo más que la
oscura silueta del niño mientras estaba sentado con los brazos
alrededor de sus rodillas y comenzaba a llorar.
Frederik hizo un ruido de disgusto antes de alejarse, o, al
menos, ir tan lejos como pudo con la cadena alrededor de su
cuello. Jo era vagamente consciente de él empujando los
troncos y las piedras fuera del camino con el pie, su brazo
extendido, incluso cuando Frederik trató de ir más lejos.
—Jo.
Jo no le hizo caso. Bajó a una de sus rodillas ante el
muchacho. —¿Cuál es tu nombre, hijo? No temas. Nadie está
aquí para hacerte daño. —Puso su mano en el cabello del niño,
pero este gritó y se revolvió de nuevo—. ¡No me toques!
Jo parpadeó. —No estoy aquí para dañarte.
—Jophiel.
—¡No quiero que te contagies de la peste!
—¡La peste!
Una brillante luz titilante apareció por detrás de él. Jo se
giró. Frederik se quedó allí, mirándolo con fuerza, descontento
por tener que llevar una antorcha en una mano y una niña en la
otra, a pesar de que la mantenía a distancia de sí mismo.
—La niña se escondía entre esas grietas. Ella ha sido lo
suficientemente buena como para darnos su pedernal —dijo, la
máscara ruda aún en su lugar. El niño manchado de suciedad
estaba rígido de terror.
—Breanna ¡Te dije que te quedaras escondida! —gritó,
poniéndose de pie, su coraje renovado.
La niña se echó a llorar.
De pronto, Jo lo comprendió. Esos niños estaban solos en
el pueblo, sin el cuidado de una madre o un padre.
—Frederik, debemos…
La antorcha en la mano de Frederik parpadeó y reventó.
La arrojó lejos de sí mismo con un grito y aterrizó con un ruido
junto al pozo, pero las llamas continuaron creciendo en tamaño,
el calor lo consumía todo. Los niños gritaron. El muchacho se
puso de pie, corrió hacia su hermana y la tomó de la otra mano.
Frederik les permitió irse mientras él se alejaba del calor,
protegiéndose el rostro con los brazos.
Jo sólo fue capaz de capturar su espada una vez más antes
de que el fuego de la antorcha se hiciera más amplio, y salieran
de la oscuridad cientos de pequeños y redondos demonios
riéndose, saltando y atacando.
Numerosos demonios traviesos y gordos, cada uno casi tan
alto como las rodillas de Jo, salieron, excitados por su
liberación. Sus cuerpos de color rojo, llenos de verrugas y
costras, brincaban, bailaban y cantaban, moviendo sus cuernos
puntiagudos, dejando a los dos hombres y al niño que se había
considerado invencible empuñando su espada de madera por
primera vez, asombrados.
Cuando se acercaron demasiado Jo sacó su propia espada,
cortando a uno limpiamente por la mitad. Los pedazos se
hicieron polvo y volvieron al infierno mientras cortaba la
delgada pierna de otro.
—¡Frederik! —lo llamó Jo, pero el vampiro todavía tenía
los ojos fijos en el fuego ardiente de donde vinieron las
criaturas.
Los demonios, traviesos por naturaleza, no viajaban en
grupos grandes e incluso casi nunca aparecían en pares. Sin
embargo, no podía haber menos de tres o cuatro docenas de
ellos, y Jo no podía contener a tantos.
—¡Frederik, lucha! —gritó mientras esquivaba a otra de las
criaturas con su espada y se dirigía hacia el vampiro y los niños
que estaban contra la pared de una de las casas.
Cuando las pequeñas criaturas se aferraron a las piernas,
del vampiro, este parpadeó saliendo de su bruma y, finalmente,
tomando suficiente nota de lo que sucedía a su alrededor, como
para olvidarse del peligro del fuego y defenderse a sí mismo de
las criaturas que empezaron a subir por su cuerpo y a
apuñalarlo con sus pequeñas lanzas.
El hermano de Breanna la protegía, mientras golpeaba y
pateaba con más fuerza de la que una persona tan joven podía
tener. Los pequeños demonios se reían de sus esfuerzos, le
escupían, y hacía muecas, y la niña lloraba de miedo. Uno ellos
llegó demasiado cerca y el niño lo pateó con una pierna,
golpeando su cara y enviándolo lejos, rebotando como si fuera
una pelota. Sus bracitos y piernas se agitaban sin poder hacer
nada mientras rodaba, su lengua negra maldecía en un idioma
que sólo el ángel podía entender.
Jo llegó hasta los tres y agarró uno de los demonios que se
aferraba a los hombros de Frederik y lo tiró lejos.
La cara de Frederik estaba pelada por el calor del portal de
fuego, y los arañazos y cortes cubrían sus manos debido a sus
intentos de protegerse de las afiladas armas de los demonios,
pero por lo demás estaba todavía en buen estado.
—Tenemos que partir de inmediato —dijo Jo.
Él iba a sacar al niño cuando, de repente, el aire a su
espalda se volvió frío. Se dio la vuelta. El fuego de la antorcha
había regresado a su tamaño acostumbrado, sin embargo, los
demonios no habían desaparecido. Todo estaba en calma, todos
los estaban mirando y sonreían mostrando sus dientes
triangulares y puntiagudos. Algunos se lamían los labios como
si pretendieran darse un festín con sus presas.
Este no era el comportamiento de unos demonios
traviesos. —Zad, ¿qué has hecho?
—Jo, ¿qué es esto? —le preguntó Frederik.
Todas las cabezas se volvieron hacia el vampiro.
—Ellos están aquí por ti —respondió Jo, dando un paso
delante de él, la espada lista.
Con un grito de batalla que sonó como el chillido de un
pájaro, los demonios se precipitaron como uno solo, un río de
color rojo se meneó cuando se lanzaron sobre ellos y atacaron
sus piernas. Jo se movió dándoles patadas, desesperado por
protegerse de sus lanzas.
La niña volvió a gritar y Jo perdió su enfoque cuando se
volvió. Sin embargo, ahora todas las criaturas ignoraban a los
niños, ya que concentraban su atención mayoritariamente en
Frederik.
Jo siseó cuando una pequeña lanza entró en su pantorrilla.
El pequeño demonio cuya pierna Jo había cortado todavía
estaba haciendo esfuerzos por atacar. Golpeó al demonio
duramente, por lo que este voló por encima de las casas de
enfrente con gritos indignados, y sacó la patética arma de su
pierna con un silbido, tirándola a un lado.
Uno de los demonios, con cuernos que cubrían su redondo
cuerpo, apuntó con su lanza a Frederik con un grito de batalla
que le recordó a Jo el sonido de una rata. Una vez más los
demonios reunieron sus fuerzas y cargaron. Jo lanzó un golpe
duro de su espada y le dio a uno de ellos en el vientre. Su cuerpo
se convirtió en polvo tras la herida.
Nadie más vino por él. Saltaban más allá de Jo hacia
Frederik y continuaban como un enjambre de grandes insectos
sobre el vampiro, tirando de él hacia abajo, dominándolo
debido a que el vampiro no tenía su fuerza sobrenatural.
Estando sujeto por la cadena, la distancia a la que se encontraba
de Jo, hizo que cayera de rodillas. El corazón de Jo se atragantó
en su garganta, cuando los demonios cubrieron completamente
su cuerpo y comenzaron a golpear sus lanzas hacia arriba y
abajo, golpeando a su rehén.
—¡No! —Olvidándose de su espada, Jo cargó. Usó sus
puños para pegar a una de las criaturas, enviándolo volando en
una explosión de sangre de demonio. Le dio una patada a otro,
le robó la pequeña lanza a un tercero, y apuñaló su ojo. No
podía usar su espada con las pequeñas bestias sobre Frederik,
porque no era suficientemente hábil para ello.
Los demonios volvieron su atención a Jo cuando este se
convirtió en una amenaza para su misión. Saltaron de Frederik
a Jo, agarrándolo por su armadura y su pelo, poniéndolo en el
suelo sobre su espalda.
No lo atacaban con sus lanzas. Esta vez, utilizaron sus
puños y garras. Su armadura protegía el pecho donde ellos lo
golpeaban, pero sus brazos, cara y piernas, sentían cada
pequeño golpe y rasguño.
Daba patadas y puñetazos, hasta que sintió un fuerte
pinchazo en su mejilla, por lo que la sangre se agrupó en su
boca. Puso un brazo sobre su rostro para protegerse, pero esos
hijos de puta puntiagudos se pegaron a él hasta que se encontró
enterrado bajo una montaña de criaturas que dejaban más
arañazos en sus brazos, y mordiscos en sus puños. El veneno
hizo que sus extremidades se sintieran pesadas y sus sentidos
entumecidos cuando deberían haber estado alerta. Sus orejas
trabajaron lo suficiente como para escuchar el rugido de
Frederik elevarse por encima de la vibración de los traviesos
demonios.
La cadena tiró del brazo que protegía su rostro, hacia la
antorcha. ¡Ellos intentaban llevarse a Frederik! ¡Se lo estaban
llevando!
Los demonios lanzaron un grito y volaron fuera de él como
si poseyesen alas. Una luz pura, brillante y blanca, a diferencia
de las llamas de donde habían venido las criaturas, pareció
espantarlos. Se replegaron y se arrastraron lejos de ellos con
movimientos lentos y dolientes, como si fueran vampiros
quemados por el sol buscando un poco de sombra.
Se limpió la sangre de la cara y se sentó. Sin duda Michael
había venido en su ayuda.
Sin embargo, esa no era la luz de Michael. Era Anael, que
brillaba con la misma luz pura que había lanzado para vencer a
los cuervos. El caballo relinchó y se levantó alto sobre sus patas
traseras, con orgullo y fuerza. Jo consiguió esbozar una débil
sonrisa. Debería haberlo sabido.
Unas manos normales, hermosas y masculinas, se
acercaron a él, y fue levantado por un par de familiares brazos
vestidos que lo rodeaban.
Luchó contra la comodidad. —Los demonios…
—Se han ido, Jo. Mira.
Él lo hizo. Las llamas de la antorcha parpadeaban y
morían. Los traviesos demonios estaban a la vista. La luz de
Anael los había vencido a todos o a la mayoría de ellos antes de
que pudieran regresar al infierno por su propia fuerza.
A pesar de haber sido él quien había intentado rescatar a
Frederik, Jo se acomodó en sus brazos. Su cuerpo se sentía
débil, y su piel picaba por los rasguños y heridas de arma
blanca. Sus lesiones anteriores debido al ataque de Frederik en
su forma de lobo, habían vuelto a abrirse y quemaban. A pesar
de que los brazos de Frederik alrededor de él sólo inflamaban
esas sensaciones, se quedó completamente inmóvil. No podía
hacer nada más que estar vagamente consciente de su entorno,
de la tranquila escena.
Anael estaba cerca, su propia luz celestial más apagada
pero sin consumirse del todo, como si quisiera protegerlos de
una nueva invasión. Los niños se acercaron poco a poco, y
todavía se aferraban uno al otro, por primera vez menos
asustados de lo que lo habían estado con los extranjeros en su
pueblo y los demonios que habían venido con ellos. Tal vez fue
el resplandor que Anael había liberado lo que les había dado ese
valor.
Más que nada, Jo quería consolarles y decirles que todo
iba a estar bien de nuevo para ellos, pero apenas podía moverse,
con el veneno de las garras de los demonios tirando de él más y
más hacia el sueño. Vagamente se daba cuenta de la presión de
unos labios contra sus ojos, y de Frederik murmurándole
palabras de consuelo que no podía distinguir. Entonces, todo se
volvió oscuro.
—¿Demonios traviesos? —dijo Frederik. Parecía amargado
por el hecho de que sus atacantes hubieran sido unos demonios
de tan baja calidad, indignos de ser sus oponentes, y aun así
hubieran llegado tan cerca de él.
Jo asintió. —Sí. Por lo general, los ángeles nunca se
molestan con ellos porque se les considera una forma del mal
inferior. Por debajo incluso de los vampiros.
Frederik se quejó en voz alta ante ese comentario. Jo dejó
de prestarle atención.
Los demonios traviesos habían sido creados precisamente
con ese propósito, para crear daño. No para atacar como
soldados. Una o dos veces, se habían dado casos de que
secuestraran niños y arruinaran cultivos, pero eso fue todo.
Normalmente, eran relativamente inofensivos. Los mortales
trataban con ellos y rara vez era necesarios los ángeles para
prestar su ayuda en asuntos tan pequeños.
Por supuesto, por lo general causaban sus travesuras solos,
individualmente, nunca en parejas o en grupos. El hecho de que
se hubieran reunido muchos para atacarles a Frederik y a él,
significaba que alguien estaba tirando de sus hilos. Zad.
El niño, Angus, y su hermana menor, habían explicado que
la peste había vuelto a su aldea. Todos habían muerto excepto
Angus y Breanna, que se habían quedado escondidos en su casa,
y rara vez se aventuraban fuera durante la noche, demasiado
asustados para salir.
Era imposible que hubiera sido otra plaga. Jo conocía de
primera mano lo que había causado la última. Creyó a Angus,
cuando le habló de que los ancianos enfermaron, algunos se
alejaron y nunca regresaron, pero le aseguró al muchacho que
eso no fue la peste.
Pero Frederik y él habían llegado la noche anterior. A
menos que Zad hubiera desarrollado la capacidad de saber
hacia dónde se dirigían antes de que ni siquiera Jo o Frederik lo
supieran, sólo podrían culpar a los demonios, no a Zad por lo
que había ocurrido allí.
Por supuesto, Frederik estaba sanando muy bien después
del ataque. Las numerosas heridas de arma blanca en su cara,
brazos y manos se habían cerrado y curado después de una sola
noche, y eran poco más que unas pequeñas manchas rojas que
desaparecerían por completo al mediodía.
Jo acarició el manto de Anael, tratando de ocultar sus
celos de menor importancia. Sus propias heridas podían verse
claramente en sus brazos, piernas y cara, incluso después de que
había pasado la noche inconsciente. Su curación progresaba al
ritmo de un mortal. Suponía que eran lo suficientemente
profundas para haberse desangrado, pero Frederik se las había
limpiado, mientras él dormía debido a los efectos del veneno.
Sin embargo, muchos de los largos arañazos de color rojo
destacaban, quemándole y picándole como nunca antes. Era
una lucha no rascárselos.
Volvió sus pensamientos a acicalar a Anael antes de que
pudiera llegar a amargarse por no tener sus anteriores
habilidades de rápida curación. No estaba del todo seguro de si
un caballo celestial requería tanto tratamiento, porque este
había cabalgado durante días sin tan siquiera tener un signo de
suciedad en su fino pelaje y cascos, ni nudos en su melena y
cola. Sin embargo, Anael se erguía orgullosamente bajo toda su
atención. No había duda de que el animal realmente veía los
fuertes movimientos de Jo más como un masaje que como un
cepillado necesario.
Anael se lo merecía por su rescate de la noche anterior.
Ahora que los dos estaban de nuevo en sus pies, dejarían el
pueblo abandonado pronto. Sólo esperaban a que los niños,
Angus y Breanna, terminaran su comida a base de conejo y
bayas que Frederik habían encontrado para su desayuno antes
de salir.
Por supuesto, si Frederik seguía con sus quejas, Jo
terminaría enojado durante las horas que tenían por delante.
—Soy un vampiro, joder. Lucifer debería haber enviado al
menos un troll de fuego o un dragón escupe ácido. Algo con un
poco más de desafío.
—Deberías ser más agradecido de lo que fue enviado
después de nuestra actuación de anoche. Y Lucifer no los envió.
Tiene mejores cosas que atender.
—¿Quién más podría enviar a esas criaturas sin valor a por
mí?
Jo lo miró con intención.
Frederik maldijo entre dientes, sus ojos como dardos
mirando a los niños sentados ante el fuego. —¿Podemos
suponer que también envió a los cuervos detrás de nosotros la
primera vez?
Jo se trasladó al otro lado para cepillarle un mechón de
pelo a Anael. —Sí. Debemos estar agradecidos que no envió
nada más fuerte. O tal vez no pudo. Dudo que ninguno de
nosotros pudiera haber manejado cualquier otra cosa,
encadenados como estamos.
No se atrevió a mencionar el beso que sintió cuando
Frederik sin duda creía que estaba inconsciente. Eso habría
confundido a Angus y Breanna. O tal vez estaban demasiado
preocupados por Anael para notar a dos hombres en ese abrazo.
De cualquier manera, ni Frederik ni él se refirieron a ese hecho.
Frederik pateó una piedra y acarició el oro en su cuello. —
Tenemos que irnos ya si queremos llegar a la torre MacNiel al
crepúsculo.
Jo asintió.
Habló con Angus y Breanna una vez más y les devolvió sus
cepillos. Frederik permanecía a una distancia prudencial de la
hoguera tanto como le era posible. Jo no podía pasar por alto su
deber. Aunque Frederik y él habían preparado suficiente comida
para que les durara algunos días, les prometió volver con más
para ellos.
Cuando sus asuntos con MacNiel y Frederik hubieran
terminado, volver sería imposible para él, pero con una veintena
de sus sirvientes, Frederik podría encontrarles un lugar decente
para que vivieran. Al fin y al cabo, el vampiro deseaba hacer el
bien para redimirse a sí mismo por todo el mal que había hecho.
Jo y Frederik montaron en Anael.
—¿Recordarás este lugar? —Jo preguntó.
—No lo olvidaré.
Eso era tan bueno como una promesa para Jo. Breanna se
puso de pie y agitó su brazo cuando se alejaron. Los árboles se
convirtieron en un borrón a su paso. Debido a que dejaron la
aldea antes de que el sol estuviera totalmente en el cielo, si
mantenían un ritmo constante, probablemente llegarían a
MacNiel antes de que cayera tras las montañas.
Jo hizo correr a Anael a galope total, y volaron hacia el
bosque.
—¿Todavía por el bosque? —Frederik le preguntó a su
espalda.
—Ahora más que nunca. Si Zad quiere encontrarnos, no se
lo voy a poner fácil.
Frederik dio un gruñido que Jo entendió como un
acuerdo.
Si Zadkiel estaba enviando a los animales que poseía y a
demonios menores a este reino para capturarlos, Jo no tenía la
intención de ser visto fácilmente desde arriba.
A Frederik no le importaban demasiado las razones para
quedarse en el bosque, pero aceptó que Jo estaba en lo cierto.
Tenían que evitar que los detectaran. Ese pueblo había
resultado ser un escondite ineficaz, donde podían ser vistos
desde arriba y desde abajo, y alguien lo había hecho y atacado.
Seguramente, si no hubiera sido por la cadena que lo
obstaculizaba, podría haber luchado contra los pequeños
demonios con facilidad, pero no pudo. Afortunadamente, sus
capacidades curativas no lo habían abandonado como había
hecho su fuerza. A pesar de que lo habían apuñalado numerosas
veces, Frederik ya no tenía nada que mostrar por sus esfuerzos,
a excepción de algunos agujeros en su ropa.
Por otro lado, las garras de las criaturas habían
envenenado a Jo. El veneno robaba su fuerza, ningún buen
descanso nocturno podía mejorarlo. Pero era más que eso, la
infección era cada vez mayor.
Incluso ahora, tan cerca de él, Frederik podía sentir el
calor creciendo, como un fuego interno que quemaba. El pecho
de Jo se notaba demasiado caliente a través de la armadura que
llevaba. Él estaba enfermo. Incluso con la cadena
obstaculizándolo, Frederik todavía podía sentir el cambio en la
sangre de Jo.
Una razón más que darse prisa en llegar a la torre
MacNiel. Cuanto antes resolvieran la cuestión, más pronto
volvería Jo a un estado donde la enfermedad no pudiera tocarlo.
Se detuvieron una sola vez. Jo era todavía humano, todavía
requería de las necesidades básicas, pero, a excepción de eso,
continuaron. Mientras tanto, él masticaba pedazos de conejo
ahumado y bebía de su odre mientras cabalgaban.
Llegaron a la tierra MacNiel en el mejor momento que
Frederik hubiera podido esperar. Se quedaron dentro de la línea
de árboles en la colina justo al norte de la propiedad, mirando
hacia abajo a la única torre rodeada de grandes puertas de
madera. El patio contenía los establos, algunas casas pequeñas,
y una vivienda más grande que conectaba con la torre.
Los ojos de Frederik estaban fijos en la casa y la torre. Ahí
era donde MacNiel vivía, donde se había llevado a Amelia. El
débil color oro de la puesta de sol, de una manera extraña lo
hacía todo más brillante, e incluso hubo una ráfaga de color rosa
y lavanda, unos momentos antes de que la luz se desvaneciera
en favor de la noche. Eso le permitía a MacNiel mantener un
resplandor casi inocente. Incluso en la única torre, uno no
creería que dentro de esas paredes viviera un tirano hechicero
que violaba a las mujeres y ordenaba la destrucción de pueblos
enteros.
Con los colmillos alargados, Frederik saltó de Anael. Se
había olvidado por completo de que Jophiel estaba unido a él
por su brazo. Por suerte, Jo saltó al mismo tiempo, sus reflejos
rápidos, incluso aunque a esa luz podía verse el sudor que había
comenzado a construirse sobre su piel enrojecida. Sin embargo,
le dio una mueca feroz a Frederik.
—¡Eres un maldito idiota! ¿Estás tratando de estrangularte
a ti mismo?
—¡Estoy tratando de matarlo!
Jo se apoderó de sus hombros y lo sacudió. No había
mucha fuerza en su mano. —Oye, tú idiota. Yo no soy infalible,
y, mientras esta cadena esté envuelta alrededor de tu cuello, tu
tampoco.
Una de sus cálidas manos se deslizó por su cuello y tomó
su rostro. El amable gesto tranquilizó a Frederik.
—Cabeza fría, y un plan, eso es lo que necesitamos. Ya
estamos aquí, pero si nos lanzamos sobre su propiedad, pondrá
a sus hombres sobre nosotros y tu hermana pagará el precio.
Frederik cerró los ojos. Antes de que Jo le hubiera puesto
esa cadena alrededor de su cuello, su plan había sido saltar por
encima de las puntas de hierro que rodeaban la muralla de la
torre del homenaje y luego, con un solo puño, batir las gruesas
puertas, convirtiéndolas en astillas. Nada se hubiera interpuesto
en su camino, ninguna cantidad de piedra o magia.
Pero ya no podía confiar en esa fuerza, y, ahora, con otro
hombre, cuya velocidad y fuerza estaban siendo rápidamente
absorbidas de él, unido a su cuello, todo era mucho más
complicado.
Sin embargo, las manos de Jo mantenían su mente donde
necesitaba estar. —¿Qué sugieres?
Jo suspiró y se apartó de él para mirar el castillo. —Va a
ser difícil. No es una gran fortaleza, pero sigue siendo un reto
para dos hombres encadenados. Debes tomar mi daga en caso
de que seamos abordados.
Frederik resopló, pero tomó el arma que le ofrecía. Él
preferiría matar a MacNiel con sus propias manos, pero lo haría
con esa hoja si era necesario.
Jo continuó. —No creo que haya muchos hombres
custodiando las puertas, a pesar de la reputación de MacNiel.
Probablemente controle con su magia la mayor parte de lo que
entra y sale.
Frederik estuvo de acuerdo. Los días que requerían
protección medieval, estaban llegando a su fin. Sin embargo,
MacNiel no era del tipo que no pondría conjuros que le hicieran
saber quien se escondía a lo largo de las puertas, en busca de
una entrada.
—¿Qué sabes de la propiedad? —preguntó Jo.
—Sólo que supuestamente ha pertenecido a la familia
MacNiel durante generaciones, desde la época en que los
Vikingos todavía causaban problemas, pero tengo mis dudas
sobre eso. —Por todo lo que Frederik sabía, MacNiel le había
robado la pequeña fortaleza al dueño anterior. Era lo
suficientemente pequeña como para que eso fuera posible para
un hombre con algunas habilidades mágicas.
Jo miró a la única torre del homenaje, la casa anexa de
yeso y madera, y las puertas, también construidas a partir de los
troncos de los árboles del bosque.
—La casa en sí es una adición reciente —Frederik también
creía eso. No parecía tener cientos de años de antigüedad.
—¿Alguna debilidad en las defensas?
—Aparte de las paredes que no están hechas de piedra, y
un número patético de hombres para custodiar la propiedad, no
lo sé.
Los ojos de Jo se abrieron como platos. —¿Realmente
habías planeado el asedio al castillo, bajo el amparo de la noche,
sin un plan?
—Nunca he afirmado ser un experto en estrategia. Nunca
lo había necesitado, siempre he tenido la sartén por el mango.
—Idiota. —Jo se pasó las manos por el pelo suelto, suspiró
y se volvió hacia el castillo. Se mordió el nudillo de un dedo y
murmuró para sí mismo en esta ocasión. El oro y rosa de las
luces se había difuminado a tonos más oscuros de azul y
púrpura y las estrellas hacían su aparición en el horizonte. Era
el momento de volver a hablar.
—Los espacios entre las almenas son gruesos.
Frederik miró. En efecto, lo eran. —¿Y?
—MacNiel tiene ventaja. Viviendo dentro de una fortaleza
compuesta en su mayoría de madera de roble gruesa, es más
fácil ajustar los cañones. Si los tiene, entonces es probable que
algunos de sus hombres, si no todos, también lleven pistolas o
mosquetes.
—Y estamos atrapados juntos con solo una espada y una
daga. —Frederik quería destruir algo, pero no había nada que
pudiera destruir en tanto que la cadena estuviera alrededor de
su cuello. Si le daba un puñetazo a un árbol, se rompería los
nudillos.
Jo se rascó la barbilla, hizo una mueca cuando tocó un
corte inflamado, y luego volvió a hablar. —MacNiel nos espera,
¿no?
—Hace unos días.
Jo ignoraba eso. —Después de lo que ha hecho y lo que has
hecho tú, no puede esperar que simplemente entres, tomes a
Amelia, y luego te vayas tranquilamente como si nada hubiera
pasado. Estará esperando luchar contra ti. Pero si un hombre te
tomara como rehén y se presentara ante MacNiel...
Frederik vio lo que Jo estaba pensando. —Capturarme a
mí, una criatura que puede golpear a los enemigos que lo
pongan en duda o lo insulten...
Jo asintió. —El plan es defectuoso. Una vez que estemos
en el interior, nuestras posibilidades de ver a Amelia de
inmediato son escasas, y esta cadena ya no acepta mis órdenes
para separarnos en cuanto la hayas detectado.
—Anael es rápido y nos puede brindar una distracción
para escapar —dijo Frederik.
—Pero no sabemos dónde está Amelia.
—Ya le ha cortado un dedo. —El recuerdo de sostener el
sangriento dígito en la palma de su mano, calentaba su sangre—
. No tenemos tiempo para esto.
—Frederik, sabes tan bien como yo que ningún mortal
puede retener a un vampiro contra su voluntad solo con la
fuerza. Un hechizo de algún tipo la sostiene. Algo en su mente,
tal vez. No podemos confiar en su fuerza o que ella pueda huir
una vez que le proporcionemos una distracción. Incluso nos
podría atacar. Entrar en el interior será bastante simple, pero
todavía tenemos que pensar en el resto.
Discutieron sobre el débil plan, agregando y quitando
detalles, Frederik con una prisa constante, independientemente
de lo que Jo dijera, y del hecho de que estar encadenados
arruinaba al final todas las ideas que se les ocurrían.
Lo hicieron hasta que una voz interrumpió. —¿Puedo?
Como si fueran uno, Frederik y Jo se giraron. Frederik
enseñó los colmillos y las garras, olvidándose de la daga,
mientras que Jo sacó su espada y la blandió hacia la amenaza.
Un ángel de pelo oscuro, los brazos cruzados sobre una
coraza de plata brillante con el mismo diseño que la de Jo y
Zadkiel, pero por una banda roja sobre el pecho, se situó en el
extremo de la hoja. Sus claros ojos azul verdosos parpadeaban
hacia abajo al extremo puntiagudo en su garganta, una ceja
oscura levantada.
—Michael. —La voz de Jo era áspera.
Los pelos en el cuello de Frederik se erizaron ante la vista
del ángel. Incluso la barba que empezaba a crecerle le picaba.
El brazo de Jo se inclinó como si estuviera a punto de tirar
la hoja a distancia antes de que se pusiera rígido otra vez. —No
voy a permitir que mates a Frederik.
—Sí, soy consciente. He visto lo que pasó con Zadkiel.
—Entonces ya sabes que lucharé hasta la muerte antes que
permitirte tocarlo.
La declaración sorprendió a Frederik. Primero, con
Zadkiel, y ahora con Michael, el ángel del que Jo había hablado
una vez de con tanta dedicación.
Michael suspiró. —Como no soy una criatura mortal, y,
actualmente, tú sí, odiaría mucho tener que matarte. Por favor,
baja el arma. Sabes que no me puedes derrotar ni ayudarlo a
escapar.
—Muéstrame tus ojos en primer lugar.
La mandíbula de Michael se apretó. Dio un paso más
cerca, se inclinó un poco para quedarse al nivel de los ojos de Jo
por lo que la carne de su cuello tocaba la punta de su espada, y,
con dos dedos, tiró de piel situada debajo de su ojo derecho,
exponiendo completamente la esclerótica.
Jo frunció el ceño, y luego bajó provisionalmente la hoja,
aunque no le quitó a Michael los ojos de encima, ni enfundó el
arma.
—Mejor —dijo Michael, enderezándose.
—¿Qué estás haciendo aquí, Michael? —preguntó Jo.
—Después de algún tiempo orando me dieron permiso
para venir.
—Esa es una pobre excusa para un ángel con tú —añadió
Frederik.
—Cierto. —La cabeza de Michael bajó, dolorido—. Zadkiel
tampoco tendrá una.
Jo también bajó la mirada, herido.
—¿Cuándo descubriste lo que había hecho?
—No lo hice. Cuando bajó a las tierras mortales en contra
de sus órdenes, sus intenciones y acciones se hicieron evidentes
para el Consejo Espiritual. Lo suficiente para deducirlo todo a
partir de ahí, incluso antes de que Zad y tú pelearais. Me dieron
permiso para venir e… interceptarte.
Los ojos de Frederik parpadearon hacia la torre del
homenaje.
—He venido a por mi hermana. Te ofrezco mi cabeza a
cambio si eso es lo que deseas.
—¡Frederik!
—Pero sólo lo haré después de que Amelia esté fuera de
peligro y el hombre responsable de la destrucción de esa aldea
haya sido destruido.
Michael asintió. —De acuerdo. Sin embargo, ese hombre
no está dentro de esos muros.
Frederik frunció el ceño. —MacNiel es un hacendado, no
abandonaría a su clan.
Él no iba a tolerar la idea de que MacNiel no estuviera en
la torre y se hubiera llevado a Amelia con él. Tenía que estar en
el interior.
—Sí —dijo Michael—. Pero no es el hombre que te envió a
esa descabellada empresa.
Michael apartó la mirada de ellos, como si se avergonzara.
—Ahora lo sabemos.
Frederik se tambaleó.
—¡Por supuesto que fue MacNiel! Un mensajero del
hechicero me dio las órdenes de MacNiel, su sello…
Frederik se apagó cuando la expresión de Michael se
mantuvo sin cambios. Encontró una pizca de piedad en sus ojos,
y por primera vez Frederik comenzó a sospechar. Teniendo en
cuenta todo lo que había hecho, era una sospecha terrible.
Volvió a pensar en el día en que recibió la misiva de
MacNiel. El mensajero, un joven de no más de veinte años, tenía
la expresión vaga y lejana de alguien que estaba en un ensueño.
Eso por sí solo le había salvado la vida.
Todo lo demás estaba en su lugar. El sello de cera de
MacNiel en la carta. El dedo sangriento que había manchado la
hoja de papel, por lo que algunas de las palabras eran ilegibles.
Sin embargo, los sellos podían ser falsificados, y MacNiel no era
el único hechicero en la tierra.
Michael asintió. —Estás en el camino correcto, amigo —
dijo, como si hubiera escuchado sus pensamientos anteriores.
Frederik sintió frío por todas partes.
Jo suspiró y se cubrió los ojos con la mano. —Entonces, es
tan malo como me imaginaba.
—¿Qué? —Frederik exigió—. ¿Qué podría ser peor que
esto?
—Zadkiel —dijo Jo, mirándolo con ojos tristes—. Él te
envió a destruir la aldea MacGreggor sin la ayuda de MacNiel.
—¿Entonces?
—Tu hermana está dentro de los muros del castillo —dijo
Michael—. Pero ella no está prisionera de los hombres que viven
allí. Has sido engañado, Grimm.
Frederik se giró lejos de ellos y vomitó en la maleza.
Con un toque de su mano, Michael liberó a Jo y su enlace
con Frederik. La cadena se mantuvo alrededor del cuello de
Frederik y él no hizo ningún movimiento para liberarse, pero
por primera vez en tantos días, no había nadie para sujetarla.
Aunque Jo nunca había sido un amo cruel, y no lo había
tratado como un animal, había sido apasionado. Y sin embargo,
ahora no había ya ninguna razón para los dos permanecieran
cerca.
Aun así, Michael le dio una firme advertencia de que le
cortaría la cabeza, quemaría su cuerpo y su casa, y luego lo
dejaría pudriéndose para que las criaturas salvajes lo devoraran,
en caso de que intentara huir. Frederik escondió la cadena de
oro debajo de su chaqueta con un gruñido. No era ningún
cobarde. No escaparía mientras que la vida de Amelia pendiera
de un hilo. El ángel de pelo negro le había dicho que MacNiel no
era responsable de la orden sobre el clan MacGreggor, pero eso
no explicaba por qué su hermana estaba dentro de esas paredes,
ni tampoco le daba una explicación adecuada de su condición.
La siguiente acción de Michael fue utilizar esas mismas
manos para ahuecar la cara de Jo. Trabajó cuidadosamente
sobre el profundo corte en la zona izquierda su cara, la capa de
sudor se desvaneció, y muchos de los grandes arañazos se
desvanecieron de su piel ahora saludable.
—Te he entrenado mejor como para que aceptes tales
daños, Jo —Michael lo amonestó cuando la curación estuvo
completa.
Jo respiró hondo cuando Michael apartó sus manos de
inmediato. —Es difícil siendo mortal. Cada arañazo deja una
marca.
El ángel tomó las riendas de Anael, y se dirigió colina
abajo hacia las puertas con tanta seguridad como si hubieran
sido invitados. Por todo lo que Frederik sabía, Michael ya había
estado en el interior y le había dicho a MacNiel que esperara su
visita.
Por el bien de las apariencias, le habían dado permiso a
Frederik para que montara en Anael, como si fuera el amo de la
bestia. Tanto Michael como Jo caminaban a uno y otro lado de
él como si fueran sus guardias personales en lugar de sus
vigilantes.
En un primer momento, Frederik se preocupó de los
hombres por encima de ellos, entrecerrando los ojos a través de
la luz de las antorchas para ver las ballestas y las armas de
fuego, o las alas de Michael, o incluso que les negaran la entrada
en base a su sucia vestimenta y la de Jo. En su lugar, le gritaron
para que se identificara. Cuando anunció quienes eran, los
hombres levantaron la puerta de madera sin dudarlo. Entonces
era cierto que lo esperaban.
Miró hacia abajo a Michael. El ángel mantenía los ojos
firmemente hacia el frente mientras pasaban bajo el rastrillo de
madera.
En el patio, un escudero salió para tomar a Anael y llevarlo
a la cuadra, mientras que otro los llevó a su interior. Hacía
muchos días desde que Frederik había tenido un techo sobre su
cabeza. El espacio no era en absoluto pequeño, pero las paredes
que lo rodeaban, y el golpeteo de sus zapatos contra el suelo de
piedra, parecían de repente ajenos y alarmantes. No había salas
donde buscar, y no tenía ni idea de por dónde empezar. ¿Dónde
mantendrían a Amelia? ¿En una habitación? ¿Un pozo? ¿Un
hoyo?
Su sangre hormigueaba y picaba como si las hormigas se
arrastraran debajo de su piel. Tuvo que recordarse que Amelia
no era prisionera de esta casa. Ella no estaba en peligro.
—El señor y la señora os están esperando —dijo un
enviado, sacando a Frederik de sus reflexiones.
—¿Señora? MacNiel no está casado —contestó Frederik.
Esa fue la única razón para su… o más bien para que Zadkiel le
engañara sobre clan MacGreggor.
El muchacho le dio una mirada extraña y continuó para
guiarlos dentro de la torre del homenaje. —Se casó este último
mes, mi señor.
Frederik no dijo nada más, ya que estaban entrando a
través de pesadas puertas de madera con herrajes negros, de
hierro. «Casado este último mes». Intentó recordar el tiempo
que había pasado exactamente desde que su hermana lo dejó,
pero era mucho más de un mes. Tiempo suficiente para ser
cortejada y casarse estando segura. Pero Amelia nunca... «No».
Aquí tenía que haber un error.
La torre del homenaje a la que entraron parecía en su
interior una casa señorial, aunque casi no tenía los lujos de una.
Los muebles de roble eran voluminosos, lacados, pero seguían
siendo normales. Un reloj de pie estaba en una esquina, más
abajo en el pasillo, Frederik podía ver donde acababa la piedra y
comenzaban las paredes modernas, de madera, y girando en
una esquina de la piedra, decorada con una flor de lis, apareció
Amelia. Una agradable sonrisa en sus labios dejaba al
descubierto sus largos colmillos. Llevaba un manto azul
envuelto alrededor de un vestido rojo, y que terminaba encima
del hombro, su cabello largo y oscuro en una trenza bien
cuidada. Tenía el aire despreocupado de una mujer que no
había pasado ningún tiempo bajo coacción.
Se detuvo ante la vista de Frederik, el shock brevemente
drenó la sangre de sus rasgos encantadores antes de que sus
mejillas recuperaran su color rojo. Que sus mejillas estuvieran
coloreadas significaba que había sido bien alimentada. Frederik
y Amelia se miraron uno al otro abiertamente.
Ella no lo esperaba. Había entrado en la sala antes de que
alguien pudiera anunciar su presencia en la reunión.
—¿Es esta tu hermana? —preguntó Jo. Sin duda, también
estaba buscando cualquier signo de sufrimiento.
La boca de Amelia se contrajo en una sonrisa nerviosa que
se desvaneció cuando no se la devolvió. —Frederik, ¿qué estás
haciendo aquí?
Con una velocidad que pensaba que la cadena alrededor de
su cuello, le había robado, Frederik corrió adelante y la agarró
por los hombros delgados, apretándolos con fuerza. —¿Estás
herida? Dame tu mano.
—¡Frederik! —protestó por el agarre de sus manos, pero al
final lo dejó que tirara de sus dos muñecas para que las
examinara. Contó los dedos de ambas manos dos veces para
estar seguro de que todos estaban allí.
Sintió la sensación de mareo, el caliente vómito rosa en su
interior otra vez. Allí estaba, alta, rosada y saludable, las uñas
bien cuidadas, y lo que es más, ardía en su interior. El anillo de
la familia, pasado de madre a hija durante años, un rubí del
tamaño de una baya que Frederik había limpiado de sangre,
descansaba justo donde se suponía que debía hacerlo. ¿Algo de
lo que había visto, leído, y sentido en sus manos, había sido
verdad? Por ello había matado a mucha gente. Había mirado a
los ojos de las madres y de sus hijos antes de quitarles la vida, y
se maldijo a sí mismo de haber puesto en peligro la otra mitad
de su alma, todo por un trato.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Frederik.
Ella trató de alejarse, pero él no la soltaba. —Yo… Yo vine
aquí.
—¿Vine aquí? —gritó—. ¡Se suponía que estabas en
Londres!
Una mano le tocó el hombro, pero se encogió apartándola.
—Recibí un mensaje en el que decía que estabas retenida
contra tu voluntad. ¿Por qué no me dijiste que ibas a venir?
¿Por qué?
La mano en el hombro lo agarró más fuerte. —Voy a ser
mucho más agradable si liberas a la muchacha. —La voz gruesa
y que pronunciaba la ‘r’ duramente, no pertenecía a nadie de su
grupo.
Frederik volvió la cabeza sin soltar a su hermana. Un
pecho muy musculoso se enfrentaba a él. Frederik estiró el
cuello hacia arriba para ver una cabeza cuadrada enmarcada por
un pelo de color arena y una gruesa barba. Ese mortal,
ciertamente era grande.
—Supongo que eres MacNiel.
El escocés gigante con el pelo largo asintió y disparó. —¿Sí,
y tú eres?
—Mi hermano, Frederik —Amelia respondió por él—. Te
hablé de él, ¿recuerdas?
—Sí, pero nunca mencionaste que tenía el hábito de poner
sus manos sobre ti.
—La pregunta que más me preocupa es si tú has puesto tus
manos sobre ella.
—Es mi esposa —MacNiel gruñó.
¡Confirmado! Frederik vio rojo. Soltó a Amelia y se pegó
pecho a pecho con el guerrero escocés hasta que una espada de
fuego se interpuso entre ellos y los hizo saltar a distancia uno
del otro.
Amelia gritó y se agarró a Frederik. Cayeron de espaldas
en su prisa por estar lejos de la llama, y ella lo atrajo hacia sí
alejándolo del fuego para protegerlo y protegerse a sí misma.
Frederik se dio cuenta de esto por la forma en que sus ojos
miraron la hoja de fuego con recelo y temor.
Lo preocupante era que, de no haber sido porque el suyo
era el cuerpo más cercano disponible, sentía que ella habría
agarrado de MacNiel en su lugar.
Mientras que una espada de hierro fundida en el fuego era
algo que los vampiros, que despreciaban incluso la llama de una
vela, temían, MacNiel, en un arranque de valentía y velocidad
que incluso Frederik encontró impresionante, sacó su propia
espada de su pesada vaina a la espalda y se preparó para la
batalla.
Miró a Michael y su rostro enfurecido se relajó, aunque su
expresión no era menos molesta que antes.
—Hmph —dijo, apartando su espada lejos de la cara de
Michael, y deslizándola hacia abajo dentro de su vaina—. Has
vuelto rápidamente.
Michael hizo lo mismo con su propia espada, el fuego
desapareció cuando la enfundó. —Te dije que lo haría.
Sólo entonces los ojos de Michael se volvieron hacia
Frederik, quien se aferró con fiereza a Amelia. El rostro barbudo
tomó una expresión de shock. —¿Él es el maldito?
Amelia se quedó sin aliento ante las palabras de MacNiel,
y la poca carne visible bajo todo eso pelo rojo, la escudriñó. —
No porque sea un vampiro, amor.
Frederik sintió los brazos de Amelia apretarse alrededor
de sus hombros. —Entonces, ¿por qué?
Frederik se apoderó de sus manos y les dio un suave
apretón. —Te lo diré en un momento —dijo—. Ahora no.
Ella lo miró, y luego a Michael y Jo. Consideró que la
situación era segura, y se arrastró por detrás de él y salió
corriendo a los brazos abiertos de su marido.
Frederik aplastó la ira que se levantó en su interior,
cuando él mismo se levantó sobre sus pies. —Amelia, ¿él te forzó
al matrimonio?
Amelia llevó sus pequeñas manos alrededor de los
hombros como rocas de MacNiel. Tenía que estirar los dedos
con el fin de lograrlo debido a su tamaño. —¡No!
—¿No? —Apenas podía creer lo que escuchaba—.
Entonces, ¿cómo llegaste a casarte, sin mi conocimiento, con un
escocés? —Un escocés mortal, quería decir.
—Creo que la señora ha sido clara —dijo Michael
rotundamente.
—¡Tú no te metas en esto!
MacNiel miró a los tres hombres delante de él, para a
continuación, poner una mano sobre el delgado brazo de Amelia
mientras esta intentaba protegerlo.
Él no se quejó de la forma en ella que cuidaba de él.
MacNiel era consciente de que su esposa no era tan frágil como
las otras damas de pequeño tamaño por lo general eran.
Sin embargo, Frederik seguía necesitando una aclaración.
—Eres consciente de que ella es un vampiro, ¿no?
Amelia le siseó. Frederik dio un paso atrás.
MacNiel respondió en lugar de su esposa. —Lo que el sol
no puede tener, con mucho gusto lo tendré yo. No me importa
que ella no sea como las demás mujeres. —Sonrió a través de
esa barba ridícula—. Eso se convierte en una buena diversión en
la cama.
Amelia se sonrojó e hizo un ruido para acallarlo, agitando
sus manos como si quisiera protegerse de la humillación de sus
palabras.
Él estaba hablando de su fuerza. A Frederik le llegó una
imagen de cómo su hermana, la única persona que compartía su
sangre que quedaba viva, dominaba a ese guerrero
increíblemente grande que llevaba un cinturón a cuadros y una
espada de asta a su espalda.
A medida que su temperamento comenzó a elevarse una
vez más, Jo habló. Su voz era apagada, apenas perceptible bajo
la tensión de la habitación. —Realmente crees que los vampiros
sois realmente malos, Frederik, si piensas que no podéis ser
amados.
—No es que crea que nadie pueda amarnos —dijo Frederik,
su párpado inferior crispado cuando MacNiel puso su mano en
la cintura de Amelia—. Solo que no podemos encontrar el amor
entre los mortales.
—¿Por qué no? —Amelia exigió, volviendo su atención
hacia él—. ¿Por qué no puedo tener a este hombre como
marido? Es tan bueno como cualquier otro.
—Amelia…
—No. Eso no es cierto. Es mejor que todos los demás. Sin
duda mejor que todos aquellos que son como nosotros con los
que me he encontrado. —Su pecho bombeaba hacia arriba y
abajo cuando la ira se apoderó de ella. MacNiel le acariciaba el
pelo y la tranquilizaba como si fuera un caballo al que pudiera
dominar. La respiración de Amelia se igualó, el gruñido de sus
labios se suavizó, ocultó sus colmillos, y dejó de cerrar sus dedos
como si quisiera estrangular a alguien.
—Pensé que estabas en peligro —dijo Frederik al fin—. Las
cosas que he hecho por ti, mientras que tú te escondías aquí con
un... —No sabía cómo hacer referencia a MacNiel.
Él no podía llamar al hombre su amante, ya que se habían
casado, pero se negaba a referirse a él como su hermano.
Una curiosidad cautelosa entró en los ojos de Amelia. —
¿Qué cosas has hecho?
Frederik no podía mirarla. Miró a MacNiel. El hombre en
el que había gastado gran parte de su energía odiándolo y con el
que había fantaseado, elaborando una gran variedad de
maneras en las que podría rasgar la piel de sus huesos.
—¿Eres consciente de lo sucedido al clan MacGreggor? —
dijo Frederik.
El armatoste gigante de hombre realmente se tambaleó. —
¿Eso fue...? ¿Hiciste eso?
—Sí.
No se molestó en mirar hacia atrás a Amelia. Podía verla
suficientemente por su visión periférica. Ella permaneció en
silencio, abriendo la boca de una manera muy inapropiada en
una dama.
Había matado a cientos de mortales por nada. Cuando
terminó con ellos, algunos parecían tan pacíficos en la muerte
como lo habían parecido en vida mientras dormían. La mayoría
de ellos no habían sido tan afortunados.
Frederik apretó sus puños contra sus ojos para protegerse
de las imágenes. Ellas lo perseguirían durante el resto de su
vida, por poca que fuera. Le había prometido su cabeza a
Michael, siempre y cuando rescatara a Amelia. Como no había
nada que rescatar, no tenía nada que hacer sino esperar a que el
ángel reclamara su deuda.
Michael se aclaró la garganta. —Ahora que todos sois
conscientes del error que se ha cometido, tal vez debería
contaros porqué se ha hecho.
Frederik no podía creer su suerte. Su suerte horrible y
despiadada.
MacNiel era en realidad un anfitrión hospitalario. Una vez
que Michael hubo explicado todo, el gran escocés les había
ofrecido de inmediato alimentos y una silla para descansar a Jo
y a Michael. Incluso había enviado a por un animal del que
Frederik pudiera beber sangre. Había ordenado preparar los
baños, y a continuación, los sirvientes se llevaron sus prendas
de vestir para lavarlas y remendarlas.
Era casi demasiado para soportar. Malcolm MacNiel no
era el villano de esa historia. Parecía ser una especie de alegre
hombre que tal vez disfrutaba de su cerveza un poco más que la
mayoría, pero a Amelia no parecía importarle nada de eso,
incluso se había sentado en su regazo a la mesa en el gran salón
durante la cena, y de vez en cuando le acariciaba la barba y
ronroneaba como un gatito.
Ella era una mujer que, obviamente, estaba muy
enamorada, y MacNiel la miraba constantemente con ojos
cariñosos. Ni siquiera cuando las sirvientas llegaron, jadeantes,
revelando sus pechos pesados a través de los delgados vestidos
que llevaban, y se inclinaron para llenar las copas, miró en su
dirección. Era un marido fiel.
Esposo. Frederik se había estremecido mientras se dirigía
a su habitación. A Jo y a él les asignaron sus propios aposentos,
donde unas tinas humeantes los esperaban. Había un servicio
de sirvientas dispuestas a ayudarlo con su baño, pero quería
estar solo. Pidió que le dejasen su ropa seca al alcance y las
despidió. Se bañó y se afeitó a sí mismo por primera vez en
mucho tiempo, aunque MacNiel había tratado de hablar con él
de esto último, estaba a la espera de su ropa para poder salir de
ese ridículo vestuario a cuadros que llevaba ahora. Después de
todo lo que había pasado, no le habría importado compartir su
habitación con Jo y encontrar comodidad en él.
Esperaba que Jo no hubiera aceptado la ayuda de las
criadas.
Frederik tomó el único taburete de madera, sólo en su
cámara prestada lejos del fuego que ardía, lo colocó debajo de la
ventana estrecha de piedra, se sentó y miró. A pesar de los
limitados fondos de MacNiel, parecía que aún podía darse el
lujo del vidrio, y, a través de este, miró a los hombres armados
con espadas mientras caminaban por las almenas bajo la luz de
la luna azul, rota por la luz anaranjada de las antorchas. Michael
le había hablado de la amenaza de Zadkiel, y MacNiel había
actuado de inmediato poniendo más hombres de guardia.
Desde la posición de Frederik, podía ver sus rostros, alerta
y en busca de cualquier posible amenaza que viniera contra ellos
o su señor. Tal dedicación era producto de la lealtad, no un
hechizo de la mente. MacNiel no era tan poderoso como
Frederik alguna vez se pensó que fuera. Deseó haberlo sabido
antes.
MacNiel había sido hasta ahora un buen hombre a quien
Frederik habría sido feliz de haber llamado amigo bajo
cualquier otra circunstancia, pero se había casado con su
hermana sin informarlo primero. Tal vez se podría haber
evitado todo este lío si solamente uno de ellos le hubiera dicho
algo. Al parecer, habían estado en contacto durante meses, y
Frederik nunca lo había sospechado. Apretó las manos en su
cara y dejó escapar un duro suspiro.
Un suave golpe llamó a su puerta. Él sabía quien estaba al
otro lado.
—Entra, Amelia. —Por supuesto, ella quería hablar con él
en privado. En la gran sala MacNiel, había tenido pocas
oportunidades de hacer algo más que mirarlo con inquietud.
La puerta se abrió con un gemido, luego la cerró detrás de
ella con un sonido fuerte de metal. No podía soportar mirarla.
La oyó suspirar.
—Hermano, por favor.
—¿Soy tan horrible para tenerme como hermano?
Una pausa. Luego: —¿Qué?
Se volvió para mirarla. Parecía a la vez cauta y recelosa de
él. Él mismo se había condenado por lo que había hecho, por lo
que podía darle a ella la impresión de que tenía que temerlo.
—Siempre había supuesto que era tu orgullo de soltera lo
que te impedía casarte, no el temor de lo que yo podría hacerle a
tu marido.
Amelia raramente parecía tan pequeña delante de él, pero,
allí de pie, mirándolo, sus manos cruzadas delante de ella, era
una extraña imagen. —No creía que matarías al hombre que
eligiera. Sólo sabía que, a menos que se tratara de otro vampiro,
nunca lo aprobarías.
Frederik frotó lejos el dolor de cabeza que le llegaba desde
su cráneo. —Por supuesto, no estoy de acuerdo.
Los ojos de Amelia se encogieron, parpadeando.
Frederik se levantó y se acercó a ella, que se cruzó de
brazos. Puso las manos sobre sus hombros a pesar de la
evidente falta de invitación.
—No estoy de acuerdo porque envejecerá frente a ti, se
marchitará y morirá. No podrás tener hijos con él, su semilla…
—se detuvo e hizo una mueca. No quería pensar en la semilla de
un hombre cerca de ella—. No puede crear vida dentro de ti. Tú
lo sabes. ¿Por qué lo elegiste?
—Por la misma razón que tú elegiste a ese hombre de
abajo. Y no me mires así. Te pasaste una hora en la gran sala, y
siempre que no me mirabas, lo mirabas a él.
—Bueno, eso poco importa porque no hay nada entre él y
yo.
—¿Pero lo quieres?
Frederik apretó los puños. —No veo por qué…
—¿Lo quieres, o no?
—Eso no tiene nada que ver con lo que tú y yo estamos
hablando. Es un ángel, y volverá a casa. No puedo tener una
vida con él.
—Esa es toda la confirmación que necesito. Tú lo amas,
porque no podemos elegir a quien amamos.
—No —él estuvo de acuerdo—. Sin embargo, elegimos si
debemos o no actuar sobre ese amor. —Pensó en el día en que se
alejó de Jo hacía cinco años. Empujó los recuerdos a distancia.
Amelia lo miró boquiabierta. Su rostro se endureció en
una máscara de infelicidad. —Si esta es la forma en la que
deseas vivir tu vida, entonces no puedo pararte. Pero adoro a
Malcolm, y si amarlo significa que algún día tendré que verlo
morir, pues que así sea. Los mortales ven a sus seres queridos
morir cada día. Se trata de una parte de su existencia, sin
embargo, aun así aman. Tal vez eso sea un sacrificio suficiente
para ganarme la otra mitad de mi alma, o tal vez él sea la otra
mitad de la misma.
—Esa es una gran cantidad de ‘tal vez’ —dijo Frederik—.
Nuestras almas se completarán a través del sacrificio, la oración
y los actos de bondad. No se encuentran dentro de los demás.
—Tú, por supuesto, crees algo así. —Con un remolino de su
vestido, se volvió de espaldas a él y se dirigió a la puerta de su
cámara. Hizo una pausa antes de salir—. Malcolm y yo hemos
hablado de nuestra… —tenía la mandíbula apretada, y Frederik
podía ver claramente la dificultad que tenía con el tema—.
Incapacidad de tener una familia, pero los niños que
encontraste en ese pueblo, tendrán un buen hogar con nosotros.
—¿Serías feliz criando a unos hijos que no son tuyos?
Ella lo miró. —Tú mismo lo dijiste. Soy incapaz de ser
madre con Malcolm, y él adora a los más pequeños. ¿Por qué no
compartir nuestro amor con los niños que lo necesitan? ¿No es
eso un acto de bondad?
Frederik no tenía nada que decir a eso.
Amelia sacudió la cabeza y lo dejó en un furioso arrebato,
cerrando la puerta detrás de ella.
Frederik casi corrió tras ella. Sus últimas horas se
acercaban rápidamente, y no quería tenerla enojada con él. Pero
se detuvo antes de que pudiera llegar a la puerta. No, era mejor
así.
Entre su ira y su nueva visión de él como un ogro sin
corazón, no lloraría tan profundamente cuando se enterara de
su muerte.
Amelia se había casado con un hombre mortal. Frederik
deseaba con todas sus fuerzas su felicidad. Lo último que quería
era que ella sintiera dolor. Le gustara a ella o no, MacNiel, su
pesado y gigante hombre, con su fuerte voz escocesa moriría un
día, dejándola completamente sola y triste, con sólo sus
recuerdos para hacerle compañía. Podía transformarlo si
quería, pero entonces se convertiría en un vampiro sin alma, y
estaría para siempre condenada a tener sólo la mitad de su
alma, y se quemaría en el infierno. Ese sería el castigo por
haberse atrevido a convertir a un hombre en un monstruo.
—Justo como habría sucedido si le hubieras permitido a
Jophiel permanecer contigo, ¿no?
Cerró los ojos al oír la voz celestial. —¿Cuántos visitantes
podía esperar esta noche?
Michael. A pesar de que el ángel lo había librado de
derramar más sangre innecesaria, Frederik no deseaba estar
cerca de él. De hecho, Michael era la última criatura a la que
deseaba ver. El ángel era un recordatorio del mal que había
hecho.
—Sólo yo —respondió Michael.
No oyó al ángel entrar en su cámara, y aún enfrentaba la
puerta cerrada. —¿Otro de tus trucos celestiales?
—No pude dejar de oír la conversación que tuviste con tu
hermana. Esos pensamientos no son muy agradables —dijo
Michael.
—Eso es lo que he llegado a creer.
De repente, su voz estaba más cerca, a la distancia de un
brazo en lugar de al otro extremo de la alcoba. —Hay asuntos
que necesitan ser discutidos, Grimm.
Frederik sabía que esto vendría, incluso si Jo lo negaba.
Todavía había un precio que tenía que pagar para enmendar sus
acciones. —Lo sé.
—Bien.
Frederik se volvió para mirar a la criatura que quería
matarlo, pero que no era su enemigo. Aunque MacNiel les había
ofrecido tanto a Jophiel como a él ropa limpia, Michael todavía
estaba vestido con su armadura angelical. La luna brillaba sobre
los músculos artificiales del pulido pectoral.
Frederik recordó un momento en el que había visto un
espectáculo similar en Jo. Cuando se hubo quitado la coraza, el
placer de ver el musculoso pecho y el abdomen que había
debajo, era tan exquisito como la misma armadura.
Los labios de Michael se torcieron. —Yo no soy Jophiel.
Frederik miró hacia otro lado con un rubor caliente. Se
humedeció los labios y respondió. —No. Perdóname, pero
¿tienes que hacer eso?
Michael ni siquiera tuvo la
arrepentido. —Sí, tengo que hacerlo.
decencia
de
parecer
Jo no podía leer la mente, ni siquiera cuando tenía sus
alas. Debía ser el rango de este ángel particular lo que le
permitía meterse en su cabeza con tanta facilidad.
Michael hizo una especie de mueca en su rostro que
sugería que estaba de acuerdo con ese pensamiento, pero no
dijo nada. Frederik lo miró.
Michael levantó las manos. —Lo prometo, lo haré... trataré
de no escuchar ninguno de tus pensamientos perdidos.
Frederik suponía que debía estar agradecido por eso. —
¿Cuándo vendrá Jo por mí?
Michael suspiró, y cuando su mano descansó en la
empuñadura de su espada, Frederik se puso rígido.
Michael levantó la mano. —Es por costumbre. Perdóname.
Es un hábito que mi mano descanse ahí.
Frederik no bajó la guardia. La mano de Michael regresó a
su lugar de descanso.
—Jophiel está siendo difícil. Parece creer que, ya que no
todo es como parecía, debería darte una licencia por no estar en
tu sano juicio cuando atacaste ese pueblo.
—¿Licencia por no estar en mi sano juicio?
—Una segunda oportunidad.
—Sé sangrientamente bien lo que quieres decir —
murmuró Frederik. No podía entender por qué los ángeles
hablaban así.
Michael lo miró duramente. —De todos modos, aunque lo
desee, no puede regresar al cielo mientras tú no hayas pagado tu
deuda.
Frederik hizo una mueca. De hecho, no la había pagado.
Merecía morir después de lo que había hecho. Es más, se
merecía mucho más que eso.
—¿Tiene que ser Jo quien finalmente empuje la hoja? —Jo
no querría hacerlo, y Frederik no quería tener que tratar de
convencerlo de que se lo hiciera a pesar de que se lo mereciera.
El motivo de la visita de Michael se hizo de repente
evidente para él. Y Michael, leyéndole el pensamiento, asintió.
—Seré yo el que tome tu cabeza.
—¿Cuándo?
—Tan pronto como el asunto con Zadkiel se resuelva.
Eso podría ser en cualquier momento, desde una hora
hasta un par de semanas. —Antes de que vayamos más lejos,
tengo una petición. Una que no me puedes negar.
—¿Y qué sería eso?
—Que a cambio de mi colaboración, mi alma no sea
enviada al infierno.
Michael apenas pareció contener su burla. Sostuvo su
mirada. —No puedes creer que haya un lugar en el cielo para ti.
Frederik sintió su ira en aumento. —Tenía la esperanza de
quedarme en el medio.
—¿Limbo?
Frederik asintió. Él no era del todo consciente de los
detalles del mismo, con excepción de que era un lugar
extremadamente duro para residir. Pero había una cosa que
esperaba que fuera verdad.
—De hecho, es un lugar bastante solitario, sin compañía —
dijo Michael, de acuerdo con sus pensamientos—. Pero, con un
comportamiento adecuado, podrías reencarnarte de nuevo al
plano mortal.
Eso era precisamente lo que Frederik quería oír. La
posibilidad de una segunda oportunidad de levantar la carga
que llevaba desde que descubrió que los ángeles querían buscar
justicia personalmente. Ciertamente, una eternidad de
existencia en el aburrimiento era más de lo que podía haber
esperado. —¿Tengo tu palabra de que seré enviado allí después
de mi muerte?
Michael entrecerró los ojos, pensativo. —Jophiel me dijo
cómo continuamente ofrecías tu vida a cambio de la seguridad
de tu hermana, y lo he podido comprobar cuando nos hemos
conocido aquí. ¿Fue todo una farsa simplemente porque
pensabas que era una manera de salir del infierno?
Frederik quería darle un puñetazo al hombre por su
frustración, pero a pesar de todo, todavía llevaba la cadena de
oro, y Michael era un ángel. No había ninguna duda de quién
ganaría en una pelea. Tomó aliento tranquilamente.
—Cuando Jo me dijo que había sido enviado por alguien a
matarme, sabía que no habría negociación para mi destino que
no fuera ganar tiempo. Si hubiera decidido matarme ahí mismo,
hubiera ido encantado al infierno siempre que me hubiera
prometido rescatarla. Ahora que tengo la oportunidad de
recibir... una pena menor, por así decirlo, ¿me puedes culpar
por intentarlo?
Las comisuras de la boca de Michael se levantaron muy
brevemente, y luego asintió.
—Supongo que no puedo. Muy bien. Tenemos un acuerdo.
Frederik suspiró.
—¿Cuál es tu plan para devolverle las alas a Jo?
Michael puso una mano sobre su hombro como si fueran
compañeros de armas, lo cual, supuso, era un hecho ahora.
—En primer lugar, debemos ver a Zadkiel. Déjame el resto
a mí.
Jo odiaba admitir lo extraño que se sentía no tener a
Frederik junto a él quejándose en voz alta a medida que
viajaban, o incluso esperando atado a un árbol, una imagen que
todavía le traía una sonrisa a los labios. ¡Era ridículo! Habían
estado juntos sólo durante tres días. La necesidad de Jo por el
otro hombre debería haber desaparecido después de su contacto
en el bosque, pero era tan fuerte como siempre y aumentaba
con cada hora que pasaba.
Y Michael seguía queriendo a matar a Frederik.
Jo no podía hacerlo, aunque a Frederik no parecía que le
importara tanto como a él. Se preocupaba por él y no quería que
dañaran al vampiro. La culpabilidad que el hombre albergaba
sobre lo ocurrido en el pueblo MacGreggor, era suficiente
castigo.
Tomando una profunda respiración, se armó de valor y
entró en la gran sala de MacNiel. Tuvo que esforzarse para
mostrar su habitual confianza en sí mismo, a lo que no ayudaba
que llevara extrañas prendas de vestir a cuadros en el lugar de
su armadura.
A pesar de la ausencia de pantalones, eran cómodas y
familiares, la extraña mezcla de colores y la pieza larga y pesada
de tela doblada que se envolvía por encima de su hombro casi lo
hacían sentirse listo para la batalla.
No podía esperar para recuperar sus alas. Entonces su
armadura y capa pulidas y limpias regresarían. Por supuesto,
tenía que encontrar una manera de convertirse de nuevo en un
ángel sin matar a Frederik.
La gran sala estaba tan oscura ahora como lo había estado
la noche anterior. Las antorchas encendidas y un fuego
diminuto que crujía en la chimenea eran las únicas fuentes de
luz. Las pesadas cortinas de las ventanas bloqueaban la luz
natural del día, que sería fatal para una criatura de la noche. A
pesar de ello, las sirvientas que se ocupaban del castillo y las
que trabajaban en la cocina, y los niños, se dedicaban a sus
tareas como si la luz del día se filtrara por todas las ventanas.
Sin duda era una de las órdenes de MacNiel. Este levantó
la vista de donde arrullaba a Amelia, que estaba de nuevo en su
regazo. Jo detuvo su vista en ellos. El malestar se metió debajo
de su piel. La boca de MacNiel se abrió en una sonrisa en pleno
auge. —Ay, muchacho que miras tan angustiado. Siéntate y
toma un poco de pan con nosotros.
MacNiel señaló con su mano una silla y Jo la tomó. La silla
de MacNiel era la única de la mesa que tenía grabados y dibujos,
y Jo se sentó rígidamente. No hacía tantos días que él habría
permitido que la señora en el regazo de MacNiel muriera
horriblemente. MacNiel no sería tan agradable con él si el
hombre lo supiera.
De hecho, todo el mundo parecía estar en un estado de
ánimo encantado. Ni MacNiel ni su esposa debían saber que Jo
que había recibido el encargo de matar a Frederik. Si hubieran
sabido que tenía la intención de hacerlo, probablemente la
mujer hubiera intentado arrancarle los ojos con sus garras de
vampiro. No podía permitirse el lujo de bajar la guardia con esa
amenaza que se cernía sobre él. Jo la miró cuidadosamente
mientras la atención de Lady MacNiel estaba en su señor.
El vestido de Amelia era de color de rosa con encaje blanco
en los extremos de las mangas y escote. A pesar de sus poderes
de vampiro, tal prenda le dificultaría la velocidad. Incluso en su
débil estado mortal, Jo sería capaz de manejar cualquiera de sus
posibles ataques.
Su pelo negro estaba recogido de nuevo en una trenza
reluciente, y su sonrisa era más amplia que la mano que
alimentaba a su señor con piezas de pan con mantequilla.
Parecía una mujer joven e inocente que apenas podría sujetar
un ratón, y mucho menos mostrar la fuerza de diez magníficos
guerreros.
MacNiel le acarició la mejilla. Ella se rio y se retorció en
sus brazos. Ya fuera que su alegría era natural, o el producto de
la inminente llegada de Breanna y Angus, Jo no lo podía decir.
Frederik lo había tocado así una vez. Jo era incapaz de que
le creciera vello facial, incluso después de que se hubiera
convertido en mortal, pero el vello de Frederik crecía espeso a lo
largo de su mandíbula, mentón y labios. Inclinó sus dedos en un
puño pesaroso. Los dos se habían comportado como unos
tontos.
Las pesadas puertas de roble se abrieron con un largo
gemido. Jo volvió la cabeza y se levantó. MacNiel y su esposa
dejaron su juego lo suficiente como para presentarse ante
Frederik y Michael. MacNiel podía ser el señor de estas tierras,
pero era lo suficientemente sabio como para saber cuándo
ofrecer su respeto a un ángel.
—¿Qué noticias hay? —Jo le preguntó, haciendo todo lo
posible para evitar centrarse en Frederik. A pesar de esto, había
visto la evidente falta de rastrojos negros a lo largo de su
mandíbula.
Frederik se había afeitado.
La cara de Michael era sombría. —Ya sabemos por qué
Zadkiel está utilizando demonios menores para cazar al Señor
Grimm y capturarlo. Probablemente eso es todo lo que puede
controlar. Su engaño fue descubierto cuando atacó a Jophiel y
Grimm abiertamente, ya que yo era el único que tenía permiso
para ofrecer ayuda.
—¿Qué significa eso de que Zadkiel quiere llevarse a mi
hermano? —Amelia le preguntó.
—El…
Jo abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera
completar la frase, Frederik lo golpeó. —Su deseo es ver a
Jophiel como un ángel una vez más. Eso no puede suceder a
menos que esté muerto.
No les dijo que Jo debería cortar su cabeza, pero Amelia se
erizó y lo miró con recelo, con los ojos fríos. —¿De veras?
—No voy a matarlo —dijo Jo—. Te doy mi palabra.
—Confío en él Amelia —dijo Frederik—. Cálmate.
—Los últimos demonios que os atacaron no estaban
tratando de matar a Grimm, sino de arrastrarlo al Infierno —
dijo Michael.
—¿Quién será el siguiente en atacar? —MacNiel gruñó—.
Todos ustedes estarán a salvo detrás de las paredes de mi torre.
Mis hombres lucharán contra cualquier criatura de sonrisa
tonta que se atreva a tratar de llevarse a mi hermano.
Frederik se movió incómodo con eso. Jo hizo una mueca.
—Ese es el problema —dijo Michael, su pulgar acariciando
la empuñadura de su espada—. Un demonio menor no es
necesariamente menos peligroso que algo con una gran
cantidad de poder. De uno en uno, los demonios traviesos no
plantean una seria molestia en el peor de los casos, pero
convocar a tantos en el mismo lugar es una táctica peligrosa.
Jo sabía de primera mano cómo los pequeños bastardos se
volvían de peligrosos.
—Por lo que Jo me ha dicho, Zadkiel está convocando cada
vez más demonios. Lógicamente, esto significa que los
demonios menores que utilice en el siguiente ataque, serán algo
aún más peligroso.
—¿Cómo qué? —Jo preguntó. No podía pensar en nada
más en el Infierno que fuera lo suficientemente débil como para
obedecer a un ángel, o lo suficientemente inteligente como para
permanecer en grupos, y lo suficientemente fuerte para la
batalla.
Frederik respondió por él. —Vampiros.
Amelia se burló. —¿Los vampiros? ¡Ridículo! Nosotros
pertenecemos a la tierra, no al Infierno.
—Tú no eres un demonio, mi amor —dijo MacNiel.
Michael aclaró sus palabras anteriores, haciendo caso
omiso de MacNiel. —Vosotros sois demonios unidos a la tierra
hasta que morís.
La sonrisa de Amelia se derritió en sus labios por la
sorpresa.
Jo suspiró. —Vampiros Belials, supongo.
Michael asintió. —Sí.
MacNiel parpadeó y miró entre su esposa y los otros
hombres en la sala. —No entiendo. ¿Qué es un vampiro Belial?
¿Son de temer?
Frederik abrió los ojos asombrado mientras miraba a su
hermana con la boca abierta. —¿No se lo has explicado?
Amelia se movió incómoda. —No he visto la importancia
de decirlo.
Frederik se golpeó la frente y sacudió la cabeza. —Amelia…
MacNiel en realidad comenzó a gruñir. —¡Och! ¡Estoy de
pie aquí! Dime tu pena mi señora. Dime lo que significa.
Ni Amelia, ni Frederik hablaron. Jo no entendía su
malestar. No veía ninguna vergüenza en lo que eran. En su
opinión, tener la mitad de un alma era tan bueno como tener
una completa.
—No es más que una de las especies de vampiros que
existen. —Jo dijo, explicándolo por los dos—. Una de ellas son
los Belials. De los otros no necesitas ninguna información
porque carecen de alma y llegarán en cualquier momento para
matarnos. Los vampiros Belials, como Grimm y tu señora,
tienen alma.
—La mitad del alma —murmuró Frederik.
Jo ignoró eso. —Ellos tienen alma y conciencia. Cómo
eligen vivir sus vidas determina si consiguen o no la otra mitad
de su alma y una vida confortable tras su muerte.
—¿Entonces, los vampiros Belials que vienen a la batalla,
son tus parientes?
Michael negó. —Hay otros aparte de ellos. Como ha
explicado Jo, los otros no tienen alma. Cuando mueren, no hay
nada para ellos. Dejan de existir. Los que vienen a por nosotros
son las almas de los vampiros Belials que eligieron un camino
más oscuro para sí mismos mientras vivieron, y fueron
condenados al Infierno.
Michael terminó de explicar las diferencias entre esos
vampiros y la forma en la que llegaban al mundo, al parecer
intentando no asustar al hombre y que se alejara de su esposa.
MacNiel sostenía a Amelia cerca, y ella debía haber tenido
miedo de que fuera a tener una reacción diferente ante la noticia
de que tenía sólo la mitad de un alma, porque lo sostenía en un
apretadísimo abrazo.
Jo prestaba sólo la mitad
pensamientos estaban en otra parte.
de
su
atención.
Sus
Independientemente de la mitad del alma de Frederik,
había sacrificado a todo un pueblo apenas unos días antes, y en
el Cielo lo querían muerto.
Debido a la negativa de Jo, Zadkiel ha tomado medidas
por su cuenta, y aunque Michael estaba siendo paciente con
ello, seguramente la paciencia no le podía durar, sobre todo con
este tipo de ataques despiadados desde el otro mundo que se
estaban produciendo en el plano mortal. Michael perdería su
paciencia, y, si no, enviarían a otro a realizar la tarea a la que Jo
se había negado, y Frederik sería enviado al Infierno. A menos
que Jo descubriera algún tipo de influencia, algo que pudiera
utilizar para negociar por su vida y la posibilidad de que
consiguiera su alma completa, si no, iría al Infierno a pudrirse
mientras que él se quedaba en la Tierra como un ser mortal.
Jo volvió la cabeza para mirar a Frederik, quien
permaneció en silencio mientras Michael contaba los detalles de
la batalla que se había producido en el Cielo y que había enviado
a los vampiros a la Tierra más de un milenio atrás. Jo había
querido dejar el Cielo por él. Iría en contra de sus poderes por él
si fuera necesario.
—¿Cuando atacarán? —preguntó MacNiel sacándolo de
sus pensamientos.
MacNiel debió haberlo interrumpido, porque Michael no
podía haber terminado con su enseñanza de la historia de los
ángeles con tanta rapidez. Michael apretó su mandíbula, pero
respondió: —Ya que son vampiros, el ataque será por la noche —
dijo.
—No entiendo —dijo Amelia—. ¿Cómo pueden los
espíritus de los vampiros verse debilitados por la luz del sol?
—Se les dará cuerpos con los que combatir —respondió
Jo—. Es una de las leyes del Cielo y el Infierno. En realidad, no
puede ser de otra manera, porque sólo con cuerpos físicos se
puede alcanzar verdaderamente la Tierra. Por eso los demonios
necesitan la ayuda de seres superiores para venir aquí.
Frederik parecía pensativo. —¿Sabemos la noche en que
llegarán?
—Eso es incierto —dijo Michael.
Lo que significaba que podían tener desde unas pocas
horas hasta un par de semanas. Y Jo tenía una idea de cuál de
las dos opciones sería. —La última vez que Zadkiel nos atacó fue
hace días. Cuando había niños cerca —añadió en silencio—.
Impaciente como es, deseará volver a atacar tan pronto como
sea posible. Probablemente, será en el momento en el que tenga
a suficientes vampiros bajo su control.
—Entonces vamos a suponer que atacará esta noche —dijo
Michael asintiendo hacia MacNiel.
—Tendré listos a mis mejores hombres. Nadie sitia mis
tierras y vive para contarlo.
Jo no señaló que lo que venía tras ellos ya estaba muerto.
Cuando tuvo de nuevo su amada armadura, la coraza
pulida y las prendas limpias de barro y sudor, Jo se quitó la
manta que le habían dado y se la puso con un suspiro que
podría sugerir que había abrazado a un viejo amigo. Sin sus alas
para completarlo, todavía se sentía como un niño vistiendo las
prendas de un guerrero, pero era mejor que nada.
La última vez que se la había quitado, no se la había vuelto
a poner de nuevo en cinco años.
Sería apartada de él de nuevo, esta vez de forma
permanente, si no mataba a Frederik. No habría más
posibilidades, no habría más misiones para redimirse. Se
quedaría atrás, olvidado en la Tierra hasta que se hiciera viejo y
muriera, y aun entonces, moriría como un hombre mortal. En
caso de que se le diera el don de volver al Cielo después de su
muerte, nunca recuperaría sus alas de todas formas.
Negó. «No pienses en eso». Había algo más. Había algo
que le faltaba.
Si se apoderaba de Zadkiel en la batalla que se avecinaba y
lo presentaba al Consejo como un traidor, o incluso si lo hacía el
propio Frederik, se verían obligados a respetar la vida del
vampiro.
Jo frunció el ceño. Ellos salvarían la vida de Frederik, pero
eso no lo equilibraría todo. El Consejo no tendría que pagarle
ningún favor por gratitud a Jo y no le concederían sus alas.
Tenía que encontrar otra cosa. Algo que los obligara a ofrecerle
misericordia a Frederik, mientras que le permitían a él regresar.
Jo se sentó en su taburete y apoyó la barbilla sobre sus
manos entrelazadas, los codos en las rodillas, y se mantuvo en
esa posición hasta que la luz de su cámara se fue apagando
hasta volverse amarillenta porque la noche llegaba. No se le
ocurrió nada a pesar de sus esfuerzos por obligar a su mente a
trabajar.
Jo acarició la coraza de metal, siguiendo las curvas que
reflejaban sus músculos debajo del acero. Si tenía que regresar
esta armadura de nuevo, podría sobrevivir. Había vivido sin su
comodidad durante cinco años. Pero si tuviera que permanecer
en la Tierra, vivir, envejecer, mientras que Frederik...
De repente ya no podía recordar sus razones para evitar a
Frederik. El vampiro parecía sincero cuando habló de su temor
de que la peste tomara la vida de Jo. Si era honesto consigo
mismo, tenía que admitir que, después de oírlo, todavía estaba
demasiado enojado como para permitirse a sí mismo creerlo.
Echaba de menos su casa, sus alas y a sus hermanos, pero,
si tuviera que elegir, si no hubiera nada que le trajera al mismo
tiempo la redención de Frederik y sus alas, elegiría al vampiro.
La puerta de su pequeña alcoba se abrió. Se volvió,
esperando a un sirviente, o incluso al Laird MacNiel. Sus ojos se
abrieron. No era ninguna de esas personas. ¡Era el hombre en el
que había estado pensando!
Frederik estaba de vuelta en su habitual atuendo fino, y
con la ventana detrás de Jo abierta, la luz del sol color oroanaranjado abrazaba al vampiro como un amante perdido hacía
mucho tiempo. Cerró la puerta detrás de él, caminó dos pasos y
quedaron cara a cara, pero en realidad, parecía que no había
nada más en la pequeña cámara que ellos. Jo podía sentir el
calor que irradia del cuerpo de Frederik y su respiración
acariciando su carne, y su cuerpo recordó la última vez que
había estado tan cerca del vampiro y respondió en
consecuencia, con el bombeo de su sangre y su excitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jo preguntó, con la sangre
moviéndose hacia abajo, donde menos necesitaba que fuera,
pero donde se sentía más maravillosa.
Frederik se cruzó de brazos, como si se dispusiera a
defenderse. Abrió la boca, pero enseguida la volvió a cerrar y no
dijo nada.
—¿Deseas que cierre la ventana? —Jo preguntó, ya
moviéndose hacia las ventanas. Cualquier cosa que lo alejara de
él.
—No —dijo Frederik—. Tú... brillas intensamente.
Extrañas palabras. Palabras falsas, Jo lo sabía, porque, en
su estado mortal, su cuerpo ya no emitía el brillo angelical que
alguna vez tuvo. —¿Qué estás buscando?
Frederik suspiró. —Jo, sé que deseas regresar al Cielo.
Jo se puso tenso. —No voy a matarte para recuperar mis
alas.
Frederik lamió con su lengua la punta de sus colmillos. —
Tu amigo ya está tratando de forzar tu mano con estos ataques
que está lanzando. Las personas inocentes se llevan la peor
parte de ellos. Mi hermana, los niños en el bosque. El clan
MacGreggor ya ha sufrido más que cualquier otro.
Jo hizo una mueca. Lo despreciaba cuando le hablaba con
tanta lógica. Todo lo que decía era cierto. MacNiel había
enviado a un selecto grupo de sus hombres con pertrechos y
víveres para el Laird y su familia, pero no había nada que
pudiera hacer por el pueblo en sí mismo. Que todo hubiera sido
urdido por Zadkiel, lo hacía mucho peor.
—No voy a hacerlo —repitió.
Los labios carnosos de Frederik hicieron una mueca. —
Entonces envejecerás y morirás en la Tierra.
—Eso no importa.
—¿Ah, sí? —Frederik levantó una ceja. «Criatura
exasperante»—. ¿Ya no te importa volver a casa? ¿Tener tus
alas?
—Por supuesto que me importa. Pero no voy a enviarte al
Infierno por obtener esas cosas. —Jo se irguió alto—. Ya no —
agregó a toda prisa.
Eso hubiera estado dispuesto a hacerlo el primer día, lo
habría hecho si Frederik no le hubiera pedido clemencia, lo que
le trajo gran pesar.
Las largas pestañas de Frederik casi tocaban sus mejillas
cuando sus ojos se entrecerraron. Ahí estaban ellos. Él no se
movió lejos de Jo durante su intercambio. Seguía de pie cerca,
mirándolo, y la lujuria de Jo se transformó en una fuerza
gigante que fue directa a su polla, haciendo que quisiera cosas
que le harían daño conseguir, aunque quizás no le importaba
que le doliera.
—No puedes convencerme de que te mate —dijo Jo—.
Nunca lo haré.
Las manos de Frederik salieron de su lugar dobladas sobre
el pecho y bajaron hasta apoyarse en las caderas de Jo. Este se
puso tenso.
—No debes renunciar a tu eternidad por mí.
—Ese argumento es viejo. Siempre tendré la eternidad —
dijo Jo, refiriéndose a su alma inmortal que sufriría por
Frederik, que se sentiría incompleta sin él.
Los labios Frederik se torcieron de nuevo. —Eso no es lo
que quise decir, y lo sabes condenadamente bien. —Sus dedos
comenzaron a moverse, apretando y dándole masajes a lo largo
de sus caderas, y se movieron lentamente para arriba hacia el
estómago y la coraza de acero. Le dolía el cuerpo cuando se
rompió el contacto.
Jo no pudo aguantar más. —Frederik, te pido disculpas
por lo que dije en el bosque.
Ahora Frederik se puso tenso, pero no lo miró. Se miró las
manos que descansaban en la coraza de Jo.
—Todavía te amo. Si tú quisieras…
Frederik le dio un beso, silenciándolo de manera efectiva.
Sus labios se engancharon en los de Jo, un movimiento
fuerte que llevó a que sus dientes chocaran entre sí. La
mandíbula de Frederik, lisa debido a su reciente afeitado, era
dura contra su boca. Los brazos musculosos se movieron a su
alrededor, bloqueándolos a uno contra el otro. Frederik empujó
a Jo hacia atrás hasta que cayó sobre la cama. Sus labios se
separaron por la caída, pero Frederik aprovechó la oportunidad
para atacar el cuello de Jo y comenzó a chuparlo.
Era como si estuvieran de regreso en el castillo de
Frederik, los dos, tomando sus cuerpos tan lejos como podían ir
con las limitadas habilidades sexuales de Jo. Sólo que esta vez
Jo podría seguir a Frederik en ese camino.
Entonces Jo reconoció esto por lo que era. A pesar de sus
palabras de amor, no había felicidad en los ojos de Frederik, ni
una sonrisa en sus labios, ni la alegría que Jo sentía con estas
acciones. Jo estaba siendo silenciado. Cualquiera que fuera el
daño que había causado con sus acciones y sus palabras, era
demasiado tarde para repararlo. Frederik estaba… Jo no estaba
del todo seguro de lo que estaba haciendo o por qué lo estaba
haciendo.
Sin embargo, su excitación estaba en su pico máximo, y no
podía contenerse a pesar de esa triste revelación. La dureza de
la tienda de campaña de Jo bajo la parte inferior de su túnica se
presionaba con impaciencia contra la de los pantalones de
Frederik, buscando la tan deseada fricción. Oh. Se sentía tan
maravillosamente bien. Quería esto.
Pero entonces Frederik se alejó rápidamente, su pecho
subiendo y bajando con respiraciones irregulares. —Esta vez
follaremos antes de que llegue la noche.
Jo ya sabía por dónde iba.
Un leve temor lo invadió con la idea de hacer una cosa así.
A pesar de eso, asintió. —Sí.
Jo quería saber verdaderamente lo que era el sexo. No sólo
los roces que habían tenido juntos o la sensación de su mano.
Quería disfrutar del sexo real.
—Te pido disculpas por quitártela tan poco tiempo
después de habértela puesto, pero... —Las manos de Frederik
trabajaron en los cierres de la armadura de Jo. En primer lugar,
el pectoral, y luego el relleno, y, por último, su larga túnica.
Durante todo el tiempo, los dedos de Jo hurgaban a tientas
con las prendas de vestir de Frederik. Pantalones, medias,
botas, todos echados a un lado hasta que estuvieron
gloriosamente piel contra piel. Jo consiguió darle un beso y
frotó su pene contra el de Frederik, porque ni por su vida podía
parar. «Si sólo Frederik quisiera un amante mortal».
Aplastó el pensamiento a distancia mientras rodaba al
vampiro sobre su espalda y se tambaleaba hacia abajo por otro
beso, sus caderas se follaban juntas en una muestra de lo que
estaba por venir. Besarlo había sido una de las pocas cosas que
había sido capaz de hacer por Frederik cuando habían estado
juntos, ya que Jo era un ángel sin ningún tipo de órganos
sexuales. Él podía estarlo besando para siempre.
—Tú eres el más… —Frederik se cortó bruscamente a sí
mismo,
su
aliento
enganchado
entre
gemidos
y
estremecimientos—. Tus mejillas están rosas.
Sí, se imaginó que lo estaban. Una breve humillación
nubló su alrededor y detuvo sus movimientos.
—¿Por qué? —Frederik le preguntó, decepcionado por la
demora. A pesar de que no estaban pecho contra pecho, Jo
podía escuchar los latidos frenéticos del corazón de su amante.
—No sé cómo proceder —admitió.
La sonrisa de Frederik reveló sus colmillos. —Lo sé. Lo he
planeado con anticipación.
Levantó a Jo de su regazo y fue hacia el revoltijo de la
arrugada ropa que estaba en el suelo junto a la cama. Volvió con
un pequeño frasco de vidrio con un corcho pequeño.
Había un líquido translúcido y de color ámbar en su
interior, sin embargo, cuando los dedos de Frederik lo agitaron
y no chapoteó alrededor, le dio la impresión de que era espeso.
—¿Qué es?
—El aceite de manos y cara que usa Amelia. La mayoría de
los vampiros utilizan estas cosas para fortalecer su piel y así
evitar un poco los efectos de la luz solar si nos pilla
desprevenidos. —Destapó la pequeña botella con los dientes y
escupió el tapón al suelo. El olor de la hierbabuena llenó
rápidamente el pequeño espacio—. No me molesté en empacar
ninguna para mí cuando comencé mi viaje. Espero que no te
importe el olor.
No lo hacía. Jo le arrebató el frasco de aceite con la codicia
de un niño, aunque todavía no estaba muy seguro de lo que se
esperaba que hiciera con él.
—Tal vez tú deberías…
—No —dijo Frederik—. La respuesta es no.
Mientras Jo aún sostenía el frasco, Frederik le agarró el
puño con el que lo hacía y le levantó la mano. Jo vio como
Frederik colocaba sus dedos y los untaba con el aceite, y antes
de que dejara reposar el vial, se aseguró de que los dedos de Jo
también estuvieran completamente cubiertos con él, y bombeó
la polla del ángel con movimientos rápidos.
La vista le recordó a Jo tantas noches, cuando su propia
mano se había movido de tal manera sobre su dolorida polla, y
las veces anteriores, cuando había hecho lo mismo con la polla
de Frederik. Su virilidad se movió, llegando hasta Frederik en
un movimiento de mendicidad.
—Tienes que decirme qué hacer —dijo Jo, odiaba tener que
ser entrenado.
Frederik lo besó en los labios castamente, se puso de
rodillas sobre la cama, y bajó su pecho, tomando una de las
almohadas y colocándola debajo de sus caderas. Se retorció
hasta que estuvo cómodo, dejando toda su espalda expuesta.
La boca de Jo se llenó de humedad ante la vista de las
caderas de Frederik en el aire.
Frederik miró sobre su hombro y sonrió. —Lo harás bien.
Ahora ven aquí.
Jo obedeció. Frederik hizo que Jo lo preparase en primer
lugar, un acto que Jo pensó que era ridículo; el culo de un
hombre era el último lugar en el que jamás hubiera pensado que
iba a poner sus dedos. Pero a medida que estiraba y metía la
mano, Frederik comenzó a temblar y a gemir tan lindamente en
la cama, que la polla de Jo lloró en respuesta al sonido. La
pulsación de los latidos de su corazón iba al mismo tiempo que
el latido de su polla.
Jo quitó los dedos. Su cuerpo cubrió fácilmente a Frederik.
El vampiro le había hablado muchas veces de su atracción por la
constitución de Jo y su altura. Jo intentó entrar poco a poco
para darle al cuerpo por debajo de él tiempo para adaptarse,
pero al segundo había ido tan profundo como pudo, hasta que
estuvo todo dentro. —Uhh, Frederik, me quedas como un
guante.
El vampiro respondió algo, pero Jo no lo entendió. Sus
caderas golpeaban con rapidez, frenéticamente. Por suerte para
él, Frederik le regresaba el movimiento, empujándose entre él y
la almohada, y, durante unos segundos, pareció que estaban en
una carrera. Las paredes de Frederik se apretaron alrededor de
la palpitante polla de Jo después de sólo unos pocos duros
empujones mientras él derramaba su semilla sobre la
almohada, y gimió en voz alta. Jo se corrió con él.
Jo se derrumbó en gran medida en la parte posterior de
Frederik, que ahora estaba húmeda de sudor. Sonrió mientras
jadeaba para recuperar el aliento. Aunque no tenía nada con
qué compararlo, estaba seguro de que su actuación fue menos
que estelar. Lo haría mejor la próxima vez.
Entonces recordó que no habría una segunda vez.
Sus labios encontraron los hombros Frederik contra el
mejor juicio de su mente. Su corazón era como un tambor que
tocaba una melodía lírica en su pecho, y el propio corazón de
Frederik le correspondía a pesar de que ya lo habían hecho. Fue
rápido, pero ahora sabía por qué los mortales le daban tanta
importancia al acto del acoplamiento.
Sostendría este sentimiento cerca por el resto de su vida.
Frederik permaneció inmóvil durante un momento antes
de gruñir. Jo se levantó para permitirle al otro hombre salir de
la cama, su cuerpo ahora frío sin Frederik para calentarlo. Le
hubiera gustado haber estado con él de nuevo, pero Frederik
comenzó a levantar tranquilamente sus prendas de vestir de
donde habían sido dejadas en el suelo, haciéndole saber que no
deseaba nada más.
Jo pensó que era mejor que recogiera su armadura y se
vistiera. Frederik le había dado un regalo, y haría bien en no
perderlo. Se vistieron sin mirarse uno al otro, la armadura de Jo
requería un trabajo más pesado así como la hebilla que Frederik
le enganchó. Enderezando sus puños y cuello, Frederik miró por
la ventana. La habitación estaba más oscura, Jo se dio cuenta, y
fuera el sol había pasado de color naranja brillante a una llama
casi inexistente en la distancia con las estrellas naciendo.
—Voy a preguntarle a Michael si me quitaría la cadena —
dijo Frederik—. Necesitaremos mi fuerza si tenemos que luchar
contra una serie de vampiros infernales.
Jo asintió, mirando fijamente a los ojos de Frederik. —Por
supuesto.
Se quedaron en silencio, y luego Frederik se volvió y salió
de la alcoba. El corazón de Jo dio un vuelco. Una horrible
sensación lo reclamó, y se frotó el pecho justo por encima de su
corazón, a pesar de que la coraza le impedía toda comodidad.
El vampiro tenía su propio plan, Jo lo podría decir, pero
independientemente de cuál fuera, después de esta noche
ninguno de ellos se vería nunca más. Y entonces comprendió
por qué Frederik había hecho lo que había hecho. ¡No era
lástima! No, en absoluto. Esta era su despedida.
Cuando el sol cayó tras las montañas, como si fuera una
cabeza redonda y calva que se escondía para dormir, dejó
escapar un último estallido de la luz antes de desaparecer por
completo. Las manos de Frederik se agarraron al borde caliente
de madera de las almenas en las que estaba parado. Sentir los
rayos del sol en contra de su piel en su forma de lobo, no se
comparaba con la calidez contra su piel desnuda. Faltaba el
miedo, el dolor. Por supuesto, los guerreros mortales que se
preparaban en el patio de abajo habían dejado de apreciarlo,
como las criaturas malcriadas que eran.
Sintió unas manos fantasmas alrededor de su cuello, y
Michael eliminó la cadena, poniendo fin a su poder sobre él. A
pesar de la abrumadora oscuridad ahora que se había ido la luz,
sin los efectos de la cadena podía sentir el calor en el aire a
través de su ropa, y una capa de sudor las humedeció al instante
e hizo que le picara todo.
Frederik era un verdadero vampiro de nuevo. La luz del sol
había sido hermosa, y el tiempo que había podido disfrutarla
fue un regalo. Uno de los muchos que había recibido en este
viaje.
—Tengo un plan —dijo Michael.
Esa voz lo irritaba. Michael no tenía ninguna apreciación
de lo difícil que era para él. —¿Cuál es?
—La espada de Jo. Si te hubiera decapitado con ella, como
debía ser —Frederik apretó los puños, pero Michael hizo caso
omiso de esto—, le habrían sido devuelta las alas, y habría sido
admitido de nuevo en los Cielos. Es el encantamiento de la
espada lo que decide, no el que la empuña. Si esa espada se lleva
tu cabeza, Jo volverá al lugar que le corresponde.
Frederik se frotó la cara. Los hombres se arremolinaban
alrededor, algunos con mosquetes, la mayoría con ballestas. Los
hombres a nivel del suelo llevaban espadas, lanzas y dagas.
Jo había preguntado si había cañones en las almenas, pero
parecía que MacNiel no podía permitirse cañones por el
momento, teniendo en cuenta el costo de la obra que necesitaba
hacerse en las paredes. Tendrían que conformarse.
Con el sol oculto, esperaban un ataque en cualquier
momento y a cualquier hora de la noche. Si no pasaba nada esta
noche, tendrían que montar guardia la siguiente. Y una y otra
vez hasta que su enemigo finalmente llegara. Frederik no podía
morir hasta entonces. No cuando su fuerza podría ser usada
para ayudar a salvar a estas personas.
—¿Qué sugieres?
—Estoy sugiriendo que detengamos a Zadkiel antes de que
venga para que puedas implorarle perdón.
—¿Implorarle perdón? —No podía soportar la idea de
pedir perdón al ángel que era totalmente responsable de lo que
había pasado—. Eres asqueroso.
La mano de Michael salió disparada como una flecha para
encontrar la cara de Frederik, sus dedos escarbaron en sus
mejillas y agarraron su mandíbula entera. Los colmillos de
Frederik cortaron su carne dentro de su boca cuando Michael le
dio un tirón para acercarlo, una sonrisa tranquila en su rostro
como si estuvieran todavía estuvieran teniendo una discusión
caballerosa. —No pretendas cuestionar mi amor y lealtad hacia
mi hermano. —Lo apretó más fuerte, empujando los colmillos
de Frederik más profundamente en su interior. Dio un respingo,
pero se mantuvo quieto.
—¿Me entiendes?
Los ojos de Frederik miraron a un lado y hacia abajo al
patio. Jo era visible, pero estaba hablando con los guerreros de
MacNiel, aclarándoles lo que podían esperar durante su
próxima batalla. Estaban tan ocupados con las instrucciones de
Jo, que nadie se dio cuenta del intercambio entre Michael y él.
«Jódete, cabrón», pensó Frederik mirándolo.
El ‘cabrón’ frunció el ceño, pero lo dejó en libertad.
Frederik se tambaleó hacia atrás y tuvo que ajustar sus mejillas
para sacar los colmillos de los agujeros que habían creado en su
boca. Luego escupió la sangre que había sobre la base de su
lengua en las tablas de madera a los pies de Michael. Beber la
propia sangre nunca era una buena idea.
—Si pudiera te mataría por eso —dijo Frederik—. Lo haría.
—Dejarías de ser un Belial —señaló Michael.
—Voy a morir de todos modos —murmuró Frederik.
Un guerrero joven que caminaba a lo largo de las almenas,
cuando pasó por su lado y captó sus palabras le lanzó a Frederik
una mirada. Tanto Michael como él no dijeron nada más hasta
que se alejó y estuvo fuera del alcance de su oído. La voz de
Frederik era suave cuando volvió a hablar. Jo estaba todavía
abajo con los hombres, y no quería que escuchara nada de todo
lo que Michael y él hablaban.
—Dime que tendrá algún castigo por sus acciones.
—Cálmate, Grimm —dijo Michael—. No quería decir que
vaya a regresar a sus funciones sin siquiera una palmada en la
muñeca. Sólo, que se le dará la oportunidad de permanecer
fuera del Infierno después de que sus alas sean eliminadas.
¿Sería eso suficiente castigo?
—No, en absoluto.
—De todos modos, eso es lo que espero para él después de
siglos de leal servicio.
Frederik se cruzó de brazos. La dura convicción en la voz
del ángel significaba que no sería él quien decidiera. No debería
importarle ser enviado al limbo mientras al responsable de todo
esto se le permitía vivir como un mortal, pero aun así le
molestaba.
—Dime cuál es tu plan —dijo.
—Cuando todo está dicho y hecho con Zadkiel, tomaré la
espada de Jo, y tú y yo iremos a algún lugar tranquilo en el
bosque para poner fin a esto.
El plan lo sorprendió. Casi esperaba que Michael sugiriera
que robara la espada de Jo y se la diera a Zadkiel para que este
acabara con él. No tenía ninguna duda de que ese era el
propósito de todo lo que había tramado Zadkiel, y difícilmente
podría haber más repercusiones contra él por matarlo después
de lo que Frederik había hecho.
Y, sin embargo, si Zadkiel tuviera en sus manos la espada
de Jo, era muy dudoso que fuera tan misericordioso a la hora de
asesinarlo como Michael. Que lo hiciera este último le parecía la
opción preferible.
El plan era defectuoso. —Si le pides a Jo su espada, sabrá
lo que pensamos hacer. Yo se la pediré.
Michael lo observó en silencio durante un momento antes
de asentir. —Vamos a hacerlo, entonces.
—Confiaré en ti para esto —dijo Frederik, mirando hacia
abajo a Jo una vez más, una mano agarrando la cornisa de
madera—. No quiero ir al Infierno.
La mandíbula de Michael se apretó. —Y haré todo lo que
esté a mi alcance para evitar que eso suceda.
Frederik quería preguntarle más, pero el viento y los
árboles se silenciaron bruscamente, dejando el aire
extrañamente tranquilo. El vello de la nuca de Frederik estaba
tieso y le picaba. El silencio era tan intenso como golpes de
tambores de guerra por todo el país. Incluso los guerreros en el
patio se miraron, preguntándose donde se había ido el ruido.
Los sonidos de las hojas aplaudiendo juntas en los árboles,
se estancaron. El canto y el deslizamiento de otras criaturas del
bosque se desvanecieron en la noche.
—Ya están aquí —dijo Frederik, a pesar de que no era
necesario. Michael ya estaba lanzando sus órdenes.
—No intentéis perforar su corazón con sus espadas —
gritó—. Dañaríais vuestras armas. Atacadlos en el cuello y en los
ojos.
A pesar de que era sumamente infantil, la furia de Frederik
rugió dentro de él porque el secreto de como matar a los
vampiros se propagara con tanta libertad.
MacNiel apareció, vestido de manera muy parecida a como
siempre lo hacía, pero con su pesada espada en la mano y listo
para la batalla junto a sus guerreros. Su espada parpadeó con
una llama de color naranja.
Michael se quedó mirando el arma, y luego miró
sagazmente a MacNiel, que sólo sonrió y se encogió de
hombros.
—No deberías malgastar tus habilidades con trucos de
salón.
—Esto sólo es un truco para los vampiros, que temen el
fuego —tronó MacNiel, agitando la espada.
Frederik se apartó del fuego, molesto.
Se dio cuenta de que Amelia no estaba con su marido pero
sin duda estaba en alguna parte preparando la batalla por su
cuenta.
Su principal preocupación era Jo, en el suelo,
manteniendo alto y preparado el espíritu de los hombres detrás
de él. Algunos de ellos eran jóvenes, tan jóvenes que Frederik
dudaban que su falta de vello en la cara fuese el resultado de un
afeitado, y Jo se quedó sobre todo cerca de ellos. El batallón y él
se enfrentaban a las puertas, sus armas desenfundadas.
Frederik obligó a sus ojos a apartarse. No podía permitirse
distracciones. Los vampiros atacarían a todas las personas
dentro de esas paredes. Zadkiel era un tonto al pensar que podía
controlarlos.
Todo había sido mucho más simple cuando asumía que el
único enemigo con el que tenía que pelear era MacNiel.
Esperaron y esperaron. El viento empezó a soplar de
nuevo, pero no llegó nada para ellos. Nada salió de la oscuridad
del bosque con excepción de un conejo perdido corriendo en
busca de refugio. Ningún vampiro, mucho menos un ejército de
ellos.
—¿Que les está tomando tanto tiempo? ¡No soy conocido
por mi paciencia, Grimm! —MacNiel gritó. El muy cabrón sabía
perfectamente que fácilmente la batalla podría no tener lugar
esta noche. Algunos de sus hombres se rieron entre dientes
nerviosamente.
—¡Silencio! —Jo interrumpió.
Las risas cesaron abruptamente ante la orden. Los ojos de
Jo fueron a Michael. El ángel tenía la cabeza inclinada. Parecía
estar escuchando algo que nadie más podía oír, ni siquiera
Frederik.
Sus oídos debían de haber encontrado lo que buscaban,
porque su rostro se contrajo horrorizado.
—¡Ya vienen! —Michael rugió.
El viento se levantó y se lanzó a su alrededor, una ráfaga
violenta que se retorcía y hacía chocar y chasquear las ramas
más pesadas de los árboles, que se rompían como si fueran
tronadores aplausos. El polvo voló hacia arriba, por encima y
alrededor de ellos, deslizándose en torno a los hombres en una
nube que era más gruesa, y los cegaba más que cualquier niebla.
Frederik dejó de ver a Jo entre la arena, y el pánico apretó sus
entrañas.
—¡Jo! —gritó. Se puso de pie sobre la cerca de la muralla y
se disponía a saltar cuando el viento y el polvo se asentaron tan
rápido como habían llegado. Frederik lo vio de nuevo, pero su
alivio fue momentáneo cuando se dio cuenta de que tropezaba
como si estuviera borracho, con el brazo por encima de sus ojos.
Sabía lo que eso significaba: el polvo lo había cegado.
No sólo a Jo. Cada hombre de abajo se tambaleaba y
tanteaba todo a ciegas, tratando de asirse a algo. Jo se frotó los
ojos en un vano intento para limpiárselos, pero estaba tan
impotente como los demás hombres.
Un guerrero escocés cayó sobre otro, emitiendo un grito de
sorpresa, y, maldiciendo, ambos perdieron sus espadas. En un
ataque de pánico, cada guerrero cegado adoptó una postura de
batalla.
—¡Mantengan sus armas! —MacNiel llamó, a pesar de que
también tenía su mano gigante en su rostro, y su arma ya no
ardía—. Que nadie haga un movimiento hasta que grite:
¡ataquen!
Frederik bajó de un salto, una pequeña nube de polvo flotó
a sus pies al aterrizar. —Jo, estoy a tu lado. Mantén tu
condenada hoja para ti mismo. —Alcanzó a Jo y lo agarró de los
hombros.
Jo siseó. —¡No puedo ver! —Parecía que la ira y el dolor lo
arrasaban.
—Lo sé, ven conmigo. —Frederik lo apartó de los cincuenta
guerreros antes de que uno de ellos cortara su cabeza, o la de Jo,
por error. Jo no luchó contra él. Lo siguió a un ritmo acelerado
para un ciego.
Varios arqueros en las puertas tuvieron la misma idea que
Frederik y dejaron sus puestos para ayudar a sus amigos, pero
eran pocos para ayudar a los muchos que estaban cegados. No
todos podrían ser ayudados a tiempo.
Frederik llevó a Jo debajo de las almenas, donde estarían
al abrigo de un nuevo repunte de viento. Agarró el odre de agua
que le habían dado, tomó Jo por su cabello dorado, y lo obligó a
echar la cabeza hacia atrás.
—Abre los ojos —dijo mientras vertía el agua sobre ellos.
Jo hizo un sonido de disgusto cuando el agua le cayó sobre
los ojos, lavándoselos, pero se mantuvo quieto. —Era Zad —dijo
entre dientes, sacudiéndose el agua de la cara y el pelo después
de que Frederik se apartó, aunque sus ojos todavía estaban
turbios, por lo que siguió presionándose el izquierdo con el
puño—. Está llegando. Trajo el viento.
—¡Lo sé!
Sin embargo, aparte del lamento y el tropiezo de los
guerreros en el pequeño patio y el ocasional grito de MacNiel
para que todos sus hombres mantuvieran sus espadas abajo,
cuando sus compañeros se apresuraron sin previo aviso a
verterles agua en sus ojos, todo había quedado en silencio otra
vez.
—Trajo más que eso —dijo Frederik, mirando ahora a los
pies de los guerreros. Una niebla se levantaba del suelo,
flotando en el aire como los rastros de un fantasma antes de que
se engrosara.
Jo miró a lo que Frederik veía.
—¿Pueden los vampiros Belials crear niebla?
—Algunos lo hacen.
La niebla gris subía por las piernas de los guerreros,
alcanzando sus pechos y cuellos, hasta que los hombres ciegos
desaparecieron dentro de la manta. Los arqueros que habían
acudido en ayuda de los hombres salieron de ella antes de que
los consumiera, llevando a los pocos hombres que pudieron con
ellos. No se atrevieron a volver a entrar después de eso.
—¿Milord, sus órdenes?
Frederik miró la cara juvenil del hombre que hablaba. Para
su extremo disgusto, el hombre había dirigido la pregunta a Jo.
—Bajad vuestras armas hasta que podáis ver a vuestro
oponente, no le disparéis a cualquier cosa.
De repente, el muchacho parecía como si prefiriera no
haber preguntado.
—¿Estás seguro de que era Zadkiel? —Frederik le
preguntó.
Jo no tuvo la oportunidad de responder, ya que una
docena de sombras cayó en el patio empañado. Gritos de pánico
llenaron el aire, la mayoría se transformaron en gritos de
gorgoteo cuando los que todavía estaban en pie fueron
derribados, sus cuerpos cayeron pesadamente con un ruido
sordo en el suelo, creando ondas en la niebla.
Los vampiros habían llegado.
El roce metálico de las espadas desenvainadas llegó a la
mente de Frederik al igual que a la de Jo cuando el ángel trató
de adelantarse para luchar. Frederik salió como un látigo y lo
sujetó por la capa roja de su armadura, tirando de él hacia atrás.
—¡Suéltame!
—No irás allí. ¡Conseguirás que te corten la cabeza!
Jo volvió los ojos hacia el caos, hacia los movimientos de
los cuerpos agitándose y los vampiros ocultos por la niebla,
aunque era difícil ver más que sombras en la misma.
Michael apareció junto a ellos.
—¡Haz algo! —Frederik rompió.
—¿Qué quieres que haga?
—Usa tus alas para eliminar la niebla —dijo Jo.
—¿Y levantar más polvo a tus ojos? —Michael habló con
una calma que Frederik no entendía—. Estamos obligados a
esperar.
Había más hombres que vampiros, muchos más, Frederik
podía decirlo. Pero los guerreros que no habían sido
emboscados levantaban sus espadas para atacar a las criaturas y
apartarlas de sus compañeros. Había más fallos que aciertos, y,
debido a ello, los hombres recibían largos tajos que los hacían
sangrar profusamente por los brazos, cuellos y costillas, por lo
que eran víctimas fáciles. Los gritos adicionales de los propios
hombres que estaban cargando confundieron más a los
guerreros ciegos, que creyeron que los demonios atacaban a sus
compañeros.
A través de la niebla, en algún lugar donde no podía verlo,
MacNiel gritó a sus hombres. —¡Atacad! ¡Luchad por nuestra
tierra!
El pánico de los hombres, debido a su ceguera y a la
niebla, mientras que eran atacados, hizo que las órdenes de
MacNiel fueran inútiles, como si las hubiera susurrado.
Entonces la niebla empezó a despejarse lo suficiente como
para que Frederik pudiera ver con más detalle, y sintió el olor de
la carnicería, como si una ventana se hubiera abierto en una
habitación ensangrentada, lo que sólo hacía que sintiera que
estaban aun más indefensos. Algunos de los guerreros más
veteranos, de los más experimentados, mantuvieron la calma y
la valentía y permanecieron callados.
La mayoría de los que luchaban continuaban
balanceándose y embistiendo, y cuando hundían su espada en
un vampiro, sus hojas pasaban a través del cuerpo y se hundían
en la carne de los hombres que pretendían salvar. Fue una
masacre. El olor de la sangre, los huesos, y la mierda estancada,
se aferraban a su ropa y al interior de su nariz.
Por supuesto, Frederik no debería haber esperado que Jo
permaneciera inmóvil en medio de todo. Al igual que muchos
otros, un guerrero joven estaba a punto de empujar su espada
ciegamente hacia abajo en un vampiro enganchado al cuello de
su compañero. Fue empujado por Frederik a distancia y Jo saltó
a la palestra.
—¡Jo! ¡Idiota!
El ex ángel no le hizo caso y saltó por encima de un
guerrero muerto, se acercó y detuvo la mano del hombre que
estaba a punto de matar a su amigo. El joven escocés entró en
pánico ante lo que percibió como un ataque. Estalló entre ellos
una pelea por el control del arma. El escocés sacó su daga y
torpemente intentó golpear con ella, tropezando con sus propios
pies y cortando la pierna de Jo antes de que este pudiera salir
fuera del camino.
—Sangras, jodido idiota. —Frederik corrió hacia adelante,
saltó, y volvió a bajar. En el momento en el que aterrizó, ya
estaba en su forma de lobo. Pero incluso con su velocidad de
vampiro restaurada, no podía moverse lo suficientemente
rápido como para ofrecerle su ayuda antes de que Jo
consiguiera darle un puñetazo en el ojo al guerrero MacNiel,
desarmándolo.
Jo tenía la situación bajo control, pero Frederik no
pensaba abandonarlo, así que volvió su atención hacia una
mujer vampiro que estaba chupando la sangre vital de un
hombre ahora inmóvil en el suelo. Con dientes rápidos, abrió
sus mandíbulas y atrapó entre ellas la cabeza de la vampiro, la
bloqueó dentro de sus colmillos aplastando los incisivos en el
hueso de su cráneo. Los dientes que la succionaban, tiraron
hacia fuera de su carne, la víctima fue pillada por sorpresa, y
antes de que pudiera defenderse, Frederik los retorció hasta que
le partió el cráneo con un fuerte sonido, y su cuerpo quedó
inerte.
—Frederik.
Lanzó el cuerpo y se giró. Jo lo estaba mirando, su boca
colgando ligeramente.
Se transformó de nuevo rápidamente y se limpió la sangre
de sus labios con la manga. —Estaba matando a ese hombre —le
dijo, mirando hacia abajo al cuerpo que ya estaba muerto a
pesar del intento de Frederik por rescatarlo.
—Lo sé. No era consciente de que tu lobo fuera tan
poderoso. Deberías seguir así hasta que la batalla termine.
—Eres tú quien me preocupa.
Jo frunció el ceño ante esas palabras. Miró sobre el terreno
por el espacio que quedaba entre los dos hombres. La niebla se
había levantado completamente. Los vampiros se habían ido tan
rápido como habían llegado, y cuando los pocos hombres que
quedaban en pie finalmente parpadearon quitándose el polvo,
desearon no tener que estar allí.
Los ojos de Jo se posaron sobre el guerrero que había
golpeado. No se movía, su ojo ya estaba hinchado y sangraba
por el ataque de Jo, pero su pecho subía y bajaba en una
sucesión saludable. —Este aun está vivo.
—Pronto seremos atacados de nuevo —dijo Frederik. Sabía
que no debía pensar que este momento de tregua significaba
que estaban a salvo. La expresión de Jo se mantuvo seria y
plana.
—Frederik —Jo lo agarró del brazo y señaló a MacNiel, que
aún parpadeaba aturdido, sus fuertes músculos temblorosos por
el esfuerzo de mantener los ojos abiertos.
A Frederik le tomó medio segundo ver a las criaturas
oscuras que se arrastran por detrás de él, acostados en el suelo
tendidos sobre sus manos y pies, algunos sobre sus vientres en
sus formas de lobo acechando a su presa, otros transformados
en arañas. Jo y Frederik corrían hacia él cuando el grito de una
Banshee congeló el aire.
Amelia voló sobre los vampiros. Voló literalmente,
transformándose en el aire a su forma de murciélago, con unas
alas largas y un cuerpo peludo y alargado más grande que el de
cualquier mujer de la tierra, llevando todavía un vestido de
montar a caballo y una capa a cuadros. Sus manos se
transformaron en largos dedos de color marrón que se
enroscaban en los extremos puntiagudos, y puso sus garras en
los ojos de uno de los vampiros antes de que un segundo se
apoderara de su trenza y tirara de ella como si fuera una cuerda,
levantándola y lanzándola.
MacNiel escuchó sus gritos enfurecidos. —¡Ami! ¡Ami! —él
la llamó. Se tambaleó hacia el sonido de su voz, pero no levantó
su espada por miedo a abatirla sobre ella.
Frederik, con toda la velocidad que poseía, se precipitó al
campo de batalla, asiendo con sus manos al estúpido que se
había atrevido a tocar a su hermana. Se levantó de un salto,
aterrizando de rodillas sobre los hombros del vampiro macho.
Las puntas de sus dedos ya estaban las garras cuando agarró el
cráneo del vampiro que había atacado a su hermana. Lo giró
duramente, obligando a la cabeza a girarse, incluso aunque los
huesos y los músculos se esforzaban por detenerlo, y escuchó
con profunda satisfacción como el cuello se doblaba y rompía de
la misma forma que lo había hecho el de su anterior víctima. El
cuerpo quedó inerte, liberando a Amelia tan bruscamente que
cayó de rodillas y tosió sobre el terreno.
En lugar de mostrar su gratitud adecuadamente, ella lo
miró y se sacudió la tierra de la boca con el dorso de la mano. —
Lo tenía todo controlado.
—No, no lo hacías.
—Ami, ¿dónde estás? —gritó MacNiel, que todavía estaba
luchando para encontrarla, sus brazos por encima de sus ojos,
frotándolos en un desesperado intento de eliminar las piedritas
para poder ver.
—Estoy aquí. —Se acercó a él y puso sus pequeños brazos
alrededor de los grandes hombros del hombre. Sus abultadas y
gigantes manos se cerraron sobre ella. Si hubiera sido tan frágil
como parecía, Frederik no tenía ninguna duda de que él la
habría aplastado con su abrazo. Aun así, estuvo a punto de
desaparecer dentro de sus enormes brazos.
Frederik apartó la mirada de su afecto. Jo alzó una ceja
cuestionándolo a él, y también la apartó. Frederik tendió el odre
de agua a su hermana. —Lávale los ojos.
Amelia tiró de MacNiel, le arrebató el odre, y vertió el agua
sobre el rostro de su marido.
La ira de Frederik porque ella se atreviera a entrar en esta
batalla no tenía límites, pero tendría que esperar a más adelante
para gritarle. Miró alrededor buscando más enemigos que
fueran a atacar, pero nada, los vampiros que no había sido
cortados en pedazos por los guerreros a los que habían atacado,
habían desaparecido.
—Se están preparando para otro ataque —dijo Michael
vacilante con la espada todavía en la mano—. No tenemos
mucho tiempo.
Amelia limpiaba los ojos de MacNiel con extrema
delicadeza. El escocés sacudía la cabeza como un perro, el agua
le caía en la barba y el pelo. Por último, abrió los ojos y
parpadeó rápidamente cuando lo último del agua limpia lavó la
suciedad y la arena.
Cuando la vio, sus ojos se endurecieron. La agarró por los
hombros y la sacudió. Al menos lo intentó. Mientras que el otro
vampiro había sido capaz de arrastrarla a su alrededor en
círculos, MacNiel, con toda su fuerza física, apenas podía
empujarla. —¡Te dije que te quedaras en la torre! ¡Podrías haber
sido asesinada!
Frederik no tendría la necesidad de castigar a Amelia,
después de todo. La voz fiera de MacNiel trajo un temblor a sus
labios que sugirió un castigo mejor que el que Frederik podría
ofrecerle.
—Tenía que salvarte —dijo.
Su suave voz fue suficiente para que MacNiel se fundiera
alrededor de ella, consolándola y meciéndola como a un niño.
Frederik rodó los ojos, su irritación chisporroteando en su
interior.
Una voz a sus pies robó la atención de Frederik. —¡No voy
a volver!
Todos ellos se detuvieron y miraron hacia abajo al cuerpo
arrugado de uno de los vampiros que acababan de destruir. Su
cuerpo estaba inerte y muerto, pero su cabeza estaba lejos de no
tener vida. El pelo negro le había caído sobre la boca con
colmillos mientras hablaba, y sin la capacidad de quitárselo,
trató de escupir cuando los miró y gruñó. —¡No me mandarán
de vuelta! ¡Los mataré a todos si me mandan de vuelta!
El Infierno, se dio cuenta Frederik. El vampiro hablaba del
Infierno.
Frederik debería haber esperado esto. En tanto que la
cabeza se mantuviera unida, el corazón continuaba latiendo y
proveía de sangre al cerebro. Mirando hacia atrás, al primer
vampiro cuyo cuello había roto también estaba con vida, y
aunque su garganta no estaba en condiciones de funcionar,
murmuraba de rabia.
Uno de los arqueros de MacNiel fue a examinar a la
criatura desvalida. Las mandíbulas del vampiro se abrían y
cerraban de golpe en movimientos de mordida, como tratando
de asustarlo. El rostro del muchacho se retorció de rabia, alzó su
espada y la dejó caer en la garganta del vampiro, separando la
cabeza por completo. Después el guerrero pateó la cabeza en un
ataque de rabia. Se estrelló contra la pared de las puertas y
reventó como si hubiera sido una fruta en lugar de una cabeza.
—¿De verdad creías que podrías conseguir un alma
completa a cambio de toda esta sangre? —Frederik le preguntó
al vampiro a sus pies.
Los ojos dorados se ampliaron, pero no contrajo ninguna
otra parte de su cuerpo. —¡Se me prometió!
—Lo que significa que Zadkiel ya ha perdido el control —
dijo Michael mirándolo con desprecio.
—Nunca tuvo control —dijo Frederik—. No, si acostumbra
a empezarlo todo con una promesa. —Echó un vistazo al patio
ensangrentado en el que sólo unos pocos guerreros quedaban
con vida, o, como mucho, de pie. Una vez que el pequeño grupo
de vampiros se había desvanecido, los hombres que quedaban
fueron abandonados para que se ayudaran a sí mismos, así
como a sus heridos. Gemidos de los heridos llenaban la noche—.
Envió a esos hijos de puta a matarnos a todos.
—¡Tenía sed! —El vampiro se quejó—. ¡No he bebido nada
durante años! Desde que fui enviado al Infierno.
Frederik hizo una mueca ante eso. Una de las leyendas de
las torturas infligidas a un vampiro con media alma o que
estuviera atrapado en el Infierno, involucraba estar dentro de
una pequeña cueva, con un cerdo sangrando al alcance de un
brazo de distancia. Pero cada vez que el vampiro se acercaba,
este se escabullía, sin dejar ni una gota de sangre que pudiera
lamerse, siempre demasiado rápido para ser capturado.
Esto, por supuesto, sólo era una historia que se contaba a
los jóvenes vampiros Belials para asustarlos y que vivieran lo
que se entendía como una vida buena y decente: que no
robaran, que nunca convirtieran en vampiro a un mortal, y lo
más importante, que nunca mataran a un inocente. Pero que en
realidad fuera cierto o no, nadie podía decirlo con certeza.
Sin embargo, este vampiro, que hablaba sobre el hambre
en el Infierno, y la promesa de libertad, hizo que Frederik
creyera que la historia sobre ese lugar tenía cierta precisión.
Jo sacó su espada de su vaina. La levantó y la dejó caer
sobre el vampiro, apuñalándolo entre los ojos, apagando su vida
prestada para siempre. No fue una decapitación, pero funcionó
igual de bien.
Frederik lo miró, sorprendido.
La expresión de Jo era sombría. —No había salvación para
él. No con su cuerpo inutilizado.
Frederik puso su mano sobre el hombro de Jo. Este
extendió la suya como si fuera a tocar esa mano tendida, pero en
lugar de ello, se encogió de hombros y se alejó hacia el centro
del patio.
Levantó la cabeza hacia el cielo. —¡Zadkiel! —bramó con
una ira en su voz que Frederik nunca le había oído antes, ni
siquiera cuando lo acusó a él de asesinato—. ¡Muéstrate!
—Jophiel —dijo Michael tratando de calmarlo.
Jo empujó a Michael con ambas manos y siguió gritando al
cielo. —¡Zad, ven aquí ahora mismo!
Michael volvió a él. —Jophiel, cálmate.
—¡No! —Jo empujó a Michael otra vez. El ángel se puso
rígido y apretó su mandíbula. Por primera vez desde que
Frederik lo conocía, parecía que estaba luchando por tener
paciencia.
—Zadkiel tiene que responder por esto. Es un traidor.
Somos protectores, no asesinos —dijo Jo.
—¡Es fácil para vosotros decir esas cosas!
Todo el mundo miró hacia arriba. Zadkiel estaba sobre
uno de los postes de madera de las murallas, ahora vacías. El
ángel extendió sus alas. Parecían oscuras, incluso bajo la luz de
las antorchas. Frederik entrecerró los ojos. No. No era un truco
de las sombras y las antorchas. Las alas de Zadkiel ya no eran
blancas, ahora eran tan negras como los cuervos que el ángel
había enviado a por él el primer día, cuando Jo rompió su
acuerdo con el Cielo.
Zadkiel saltó desde su posición. Un hombre herido apenas
se las arregló para salir de su camino cuando Zadkiel aterrizó en
cuclillas, el suelo tembló bajo su peso.
Jo desenvainó su espada y se dirigió hacia él. —Voy a
tomar tu cabeza.
El interior de Frederik se transformó en hielo.
—¡Jophiel, alto! —Michael rugió.
Para alivio de Frederik, Jo obedeció la orden de Michael.
Quizás los años o siglos acatando sus ordenes, habían arraigado
en Jo a pesar del tiempo pasado en la Tierra.
—¡No! —dijo Zadkiel, sus ojos azules en una fusión de
cobre rojo, el mismo color que habían tenido la última vez que
Jo y él escaparon. De hecho, dos manchas gemelas se fueron
formando en su frente. Una a cada lado por encima de sus ojos y
justo debajo de la línea del pelo de oro. Eran de color rosa
brillante y tenían el aspecto de una infección.
«Cuernos», Frederik se dio cuenta. Los cuernos estaban
brotando de su cráneo, estirándole la piel y tratando de abrirse
paso.
—Si Jophiel hubiera seguido sus órdenes, esto no estaría
sucediendo.
Frederik parpadeó. Zadkiel le estaba hablando. El ángeldemonio, estaba escuchando sus pensamientos.
Frederik giró sobre Michael con una mirada. —¿Cuántos
más de ustedes pueden escuchar nuestros pensamientos?
—Sólo yo —dijo—. Zadkiel, ¿qué has hecho?
—Él es un demonio —dijo Jo.
MacNiel gruñó ante esas palabras, puso a Amelia detrás de
él y preparó su espada, como si esperara que Zadkiel cargara en
cualquier momento. Michael suspiró y cerró los ojos.
Frederik no conocía demonios que pudieran escuchar los
pensamientos de los demás. Tal vez sólo pudieran hacerlo
algunos de ellos, tal como ocurría con Michael entre los ángeles.
Los ojos de Zadkiel resplandecieron más brillantes, el rojo
había consumido por completo el blanco, y les enseñó los
dientes, algunos de los cuales se habían transformado en
colmillos. —¡No. Me. Llames. Eso! —Un vapor caliente fluía de
sus ojos, oídos y boca—. Soy un siervo de los Cielos, no una de
esas criaturas del Infierno.
—Zadkiel, mira lo que has hecho. —Jo movió su brazo
alrededor de la matanza del patio, como si de alguna manera
Zadkiel la hubiera pasado por alto. —Has vendido tu alma. Has
puesto a inocentes en peligro de extinguirse y has matado a los
demás.
—¡No he vendido mi alma! ¡No he matado a nadie! —
Zadkiel gritó. Entonces el una vez orgulloso y recto ángel, se
dobló hacia atrás—. Yo... yo me comprometí a ayudar a los
vampiros a obtener un alma completa y escapar del Infierno si
lo reclamaban. —Señaló hacia Frederik, pero no se molestó en
mirarlo como si realmente no tuviera ninguna importancia—.
Ellos no estaban destinados a hacer... todo esto.
Zadkiel inclinó perezosamente su cabeza alrededor para
ver la muerte a sus pies. Rápidamente cerró los ojos frente a ella
y levantó la mano a su cara, protegiéndose los ojos y la nariz.
No era la mano normal de un ángel. Estaban creciéndole
unas garras, que sobresalían como las espigas donde debería
haber uñas. Forúnculos profundos y rojos estropeaban la piel de
sus brazos. Su pelo negro, desigual, y una fibrosa barba como la
de MacNiel, sobresalían en ángulos extraños desde el interior de
los forúnculos, e incluso en las palmas de sus manos.
Su piel se veía como la carne de los demonios traviesos,
sus alas negras como las de los cuervos, además de colmillos, y
forúnculos rojos.
—Cada demonio que convocas se convierte en una parte de
ti —dijo Frederik. Lo que significaba que el ángel estaba
perdiendo, o ya había perdido sus dones angelicales.
Jo se acercó. Frederik dio un paso adelante para detenerlo,
pero la mano de Michael en su hombro lo detuvo. El control del
ángel era apretado, más fuerte incluso que la cadena de oro que
una vez Jo le había puesto alrededor de su cuello. Recibió el
mensaje con claridad.
«No te muevas.»
Jo se detuvo ante su amigo. Su armadura era la misma,
pero sus cuerpos ahora eran totalmente diferentes. Jo apartó la
mano diabólica de la cara de Zadkiel. El demonio estaba
llorando en silencio. A pesar de su aspecto sumamente
preocupante, las lágrimas seguían siendo claras y puras. Jo
sacudió la cabeza hacia la criatura y rápidamente le dio la
espalda. El rechazo sólo provocó más gritos de Zadkiel que se
hicieron más fuertes, más infantiles. Disculpas se derramaron
de su garganta, pero Jo no se detuvo hasta que estuvo al lado de
su comandante.
—¿Qué vamos a hacer ahora con él?
—Pregúntale si es capaz de enviar de vuelta a los vampiros.
—Michael lanzó sobre el hombro de Frederik.
Michael fue hasta a Zadkiel, vaciló, y luego puso su mano
sobre la espalda encorvada. El antiguo ángel se estremeció ante
el gesto y lo miró.
—¿Por qué te has hecho esto, Zad? —preguntó Michael.
Zadkiel volvió los ojos rojos acusadoramente hacia
Frederik, como si hubiera sido él el que hubiera traído tal
monstruosidad.
—Jophiel fue ridiculizado por esa criatura. Se rio del Cielo
follando con ese demonio del Infierno.
Frederik siseó.
Jo no parecía darse cuenta de las miradas de odio que se
intercambiaban. —Si eso es verdad, ya no importa.
—¡Por supuesto, que importa! Esa historia se ha repetido
en muchas ocasiones. Dijo cosas repugnantes, cosas que no
puedo repetir.
Frederik apretó los puños, desgarrado entre la necesidad
de saber lo que se había dicho y sin querer oír hablar de ello.
—¡Quería a mi hermano! —Zadkiel escupió—. Tú podías
quedarte tranquilamente sentado en las nubes mientras
escuchabas como torturaban su memoria mientras él pasaba
hambre en la Tierra, ¡pero yo no podía! —Al final de sus gritos,
Zadkiel se abalanzó sobre Michael—. Has visto su rostro, has
visto lo que esta existencia mortal le ha hecho.
—Michael sanó mis heridas, Zad —dijo Jo.
—Tu propio cuerpo debería haberlo hecho.
—Mi opinión es que esas heridas fueron provocadas por
los esbirros que tú enviaste detrás de ellos. En cuanto a ser
mortal, esa fue su decisión. Quería tener libre albedrío y lo
consiguió. —Michael se cruzó de brazos.
—¡Porque lo permitiste! —Zadkiel se situó cerca de
Michael. Señaló con el dedo a su cara, mientras gritaba su
defensa—. Nos salvó de esos demonios y dejaste que se pudriera
aquí abajo.
MacNiel escupió con disgusto. Su pecho se hinchó
subiendo y bajando por el insulto a su planeta de origen. La
mano de Amelia acariciaba su pecho calmándolo, y
probablemente eso fue lo que le impidió arremeter.
—No, Zad —dijo Jo, hablando con calma a pesar de la
emisión de la energía y el calor de sus amigos—. Michael tiene
razón. Hasta que corté mis alas, tuve la oportunidad de volver a
casa, pero yo elegí no hacerlo. Cometí un error y tuve que vivir
con él.
Frederik hizo una mueca al escuchar a Jo llamarlo un
error.
Jo siguió suplicándole a Zadkiel. —No voy a matarlo,
Zadkiel. Bastante daño se ha hecho ya. Devuelve tu ejército al
Infierno.
Zadkiel escondió su hirviente cara en su mano otra vez. —
No puedo. Lo he intentado. No estaba previsto que hicieran
esto, pero no me han escuchado.
—¡Voy a darte una patada en tu culo! —MacNiel rugió,
después de haber aguantado suficiente. Levantó su espada, listo
para bajarla. Michael desenvainó su espada de fuego, pero
detuvo al escocés con sólo una mirada.
MacNiel bombardeó. —¡Miente! ¡Mátalo!
—No —dijo Frederik, sorprendiendo a quienes lo
rodeaban. Dio un paso adelante, haciendo caso omiso de la
mirada de Michael y la indignación Zadkiel, que eran como
silbidos de serpiente. Pero entonces el demonio se precipitó
adelante, poniéndose a sí mismo directamente entre Frederik y
Jo.
Frederik no podía creerlo. El maldito idiota creía que
estaba protegiéndolo de él. «Él».
—No fui yo el que lo atacó, ni envió a los demonios y a los
vampiros detrás de él. —Frederik apenas podía contener la
calma.
—No eran para él, tonto. Eran para ti.
—Y, sin embargo, él tiene las huellas de sus ataques.
También él ha sido atacado por los vampiros, y si mal no
recuerdo, luchó también contra ti.
Los ojos de Zadkiel brillaron a un tono más oscuro de color
rojo. Más oscuro que la sangre. Sus puños y sus uñas se
volvieron más largas, un líquido violeta goteaba de sus extremos
puntiagudos.
Veneno. Por supuesto.
—Has dicho que no has vendido tu alma —continuó
Frederik rápidamente. Estaban, después de todo, en el límite de
tiempo. No sabía si los vampiros se volverían locos ni cuando lo
harían, o a dónde irían—. Las pruebas visuales apuntan a lo
contrario.
—Sí —dijo Jo, caminando hasta rodear a Zadkiel de
manera que ahora se interponía entre Frederik y él—. ¿Cómo te
has convertido en esto, Zadkiel?
El demonio miró a su amigo y hermano durante un largo
rato, y luego su pecho se hinchó en un gran aliento. —He hecho
un trato, pero no vendí mi alma.
—¿Qué vendiste? —Jo preguntó.
Zadkiel, finalmente volvió a mirar a Frederik. —La suya.
Un fuerte grito se hizo eco en el negro cielo.
A pesar de la conmoción por la revelación de Zad, Jo
levantó la vista hacia el horrible sonido, pero lo único que podía
ver era la negra oscuridad. Era como si las estrellas se hubieran
ido a la clandestinidad para evitar mirar la sangrienta escena
que se abría debajo de ellas. Los guerreros de MacNiel, los que
aún tenían sus cuerpos en condiciones, tomaron sus espadas
una vez más, también mirando el cielo, ya que no estaban
dispuesto a ser tomados por sorpresa otra vez. Los vampiros, al
parecer, habían optado por regresar por más comida en lugar de
salir inmediatamente corriendo hacia el mundo.
—¿Tú vendiste... mi alma? —Frederik le preguntó—. ¿La
mía?
—Sí.
Jo se obligó a alejar su vista del cielo. Se quedó mirando a
Zad, su mejor amigo, y no sintió nada en su interior ante esa
revelación.
En esta ocasión, el grito de batalla de Amelia cortó el aire.
Ella se apresuró hacia Zadkiel, sus colmillos y garras dispuestos
a romperlo en pedazos, aun con el cuerpo pesado de MacNiel
intentando tirar de ella hacia atrás, pisándole los talones
mientras ella daba largos arañazos en la tierra, haciendo un
progreso constante hacia él. —Tú monstruo. ¿Cómo pudiste
hacer tal cosa?
Zadkiel hinchó el pecho hacia fuera y se cruzó de brazos. —
Que irónico ser llamado monstruo por uno de ellos.
Frederik tuvo que ayudar a MacNiel rápidamente cuando
el comentario sumió a su hermana en la rabia. Eso la frenó y
dejó de luchar después de que se hizo evidente que no podía
dominar a su hermano.
Frederik se resistía a dejarla en libertad.
Jo luchaba por darle sentido a todo. —Tú vendiste un alma
que no te pertenecía. ¿Cómo es eso posible?
Michael no se había movido para ayudar a MacNiel o a
Frederik a someter a Amelia. Su mano se quedó sobre su espada
y sus ojos en el cielo. —Hay más de una manera de cerrar un
trato con Lucifer, Jo. —Michael se frotó los ojos—. Ha debido
prometerle a Lucifer, si fallaba, su propia transformación a
cambio del medio alma de Frederik. Todo esto por la capacidad
de convocar a los demonios y las almas perdidas.
La decepción llenó a Jo como un líquido a una jarra. Cada
palabra dicha sólo parecía condenar más a Zad.
—Jo, por favor, he hecho todo esto para ayudarte a volver
a casa. —Zad puso su mano sobre el hombro de Jo—. Nada de
esto tenía que suceder.
Jo le tomó la mano y se la quitó. —No quiero oír nada más
de lo que tengas que decir.
—Pero sólo he tratado...
—Ni una sola palabra —dijo Jo, mirándolo esta vez.
Zad retrocedió, tomando la pista.
Hubo un incómodo silencio durante algunos segundos
hasta que Frederik, alejándose de su hermana poco a poco, se
acercó y le tendió la mano. —Jo, dame tu espada.
Los dedos de Jo se envolvieron instintivamente alrededor
de la empuñadura de su arma. —No.
—¡No se la des a él! —Zadkiel gritó. Se lanzó hacia
adelante, pero Michael envolvió sus brazos alrededor de él antes
de que pudiera atacar. Arrojó a su amigo en el suelo, aplastó el
pie sobre su espalda y apoyó la punta de su espada al lado del
cuello de Zad—. Cállate.
Zad farfulló una protesta. —Tiene que matarlo. No puede
volver a no ser que lo mate.
Michael puso la suficiente presión en la espada como para
que atravesara la carne de la garganta de Zad. Sólo lo suficiente
para asustarlo y sacarle sangre. La sangre ya no era roja, sino de
un color más claro, cerca del rosa. A la vista de ello, Zad respiró
conmocionado y cerró la boca.
—Ya has hecho bastante daño —dijo Michael.
Jo se alejó de la escena. No podía mirar al ángel que una
vez había considerado un amigo. —¿Por qué me pides mi
espada? La necesito.
Frederik cerró la mano y la bajó a su lado, como si acabara
de recordar la horda del mal de vampiros que esperaban a que
bajaran la guardia. Como si quisieran recordárselo, una risa
malvada sonó un poco más allá de las paredes, fuerte y audaz,
entretenida al pensar en las presas frescas y sus estómagos
llenos.
Frederik no cedió —Michael dijo que no eras tú, sino la
propia espada, quien tiene que matarme para enviarte de vuelta.
Jophiel finalmente entendió, y su pecho se paralizó. —Si te
mato, los vampiros... —Se calló, consciente de la cantidad de
miradas fijas de los soldados que se habían reunido para
visualizar a la criatura que había traído esa pesadilla sobre ellos.
Cada hombre tenía su mano sobre su arma, y todos parecían
estar luchando contra el impulso de atacar a Zad en ese mismo
momento.
Si Jo dijera en voz alta que los vampiros volverían al
Infierno si mataba a Frederik con la espada que tenía,
fácilmente podría haber un motín.
—Zadkiel se convertirá en un ángel una vez más. —Al
menos eso era cierto.
Frederik gruñó y lanzó una mirada rotunda a Zad. —Sí.
Como quieras.
Él no lo permitiría. —No voy a tocarte, Frederik. Ni
siquiera para ganar mis alas. Tienes mi palabra.
—No confío en tu palabra. Dame tu espada.
—¿Y cómo pelearé? —Jo se quebró, la ira corriendo a
través de él, calentando y quemando su sangre—. ¿Qué voy a
hacer mientras todos vosotros lucháis por vuestras vidas?
Michael respondió a esa pregunta. —Lleva a Zadkiel
dentro y vigílalo. Le hará frente al Consejo y pagará por sus
acciones. —La espada de Michael todavía estaba peligrosamente
en el cuello de Zad, la sangre caía por su carne.
—¡Que lo vigile un mortal! Yo soy un guerrero. Estoy
entrenado para luchar contra este tipo de amenaza.
Los ojos de Michael llamearon hacia él, duro y enojado.
Jo se enderezó. —Disculpas, señor.
Michael asintió. —Eres un guerrero, sí, pero has sido
entrenado para luchar con alas, una hoja de fuego y una fuerza
que los simples mortales ni sueñan con poseer. Ya no tienes
nada de eso y han pasado cinco años desde que has entrado en
batalla—. Los ojos de Michael bajaron a la nueva herida en la
pierna de Jo, confirmando en silencio sus palabras.
Jo se mordió los labios juntos para mantener sus
protestas.
—Zadkiel ya no tiene la fuerza angelical para combatir, y la
batalla terminará antes de que pueda conseguir más vampiros
cualificados. Tendrás mi propia espada a cambio. Es más ligera
y te servirá mejor. Podrás defender a las mujeres si alguno de
esos villanos pasan nuestras defensas.
—Tu presencia hará más daño que bien, Jo. —Fue Frederik
quien habló en esta ocasión. Puso su mano sobre el hombro de
Jo, como si tal cosa pudiera suavizar la picadura de ser
expulsado de la batalla como un niño indefenso—. Tienes que
entender que serás una distracción para Michael y para mí.
Zadkiel es tu amigo. No luchará contra ti como lo haría con
otros, y estará más seguro contigo que con ellos. Por favor, Jo.
Jo restó importancia a la mano de Frederik y empujó la
espada alejándola. —Tómala entonces. —Frederik apenas había
agarrado el mango de oro cuando se cayó al suelo.
Michael liberó a Zadkiel cuando Jo se agachó y lo agarró,
tomando a su antiguo amigo como su prisionero. Michael le
tendió su propia espada, y Jo la tomó, el fuego se extinguió en
su mano, un recordatorio a sus ojos de su propia mortalidad y
de la inmortalidad de Michael y de Frederik.
Sin embargo, todavía había algo de luz en su mano. No
tenía duda de que todavía podría cortar hasta las gotas de lluvia
con ella, y Zadkiel no protestó cuando Jo se lo llevó de nuevo a
la torre del homenaje. Parecía consolado con eso.
—Hay un hoyo en la cocina que puede ser útil para él —
dijo MacNiel a sus espaldas—. Verás lo a gusto que está en él.
Jo golpeó las pesadas puertas con el puño y las doncellas
en el interior le permitieron la entrada. Se quedaron sin aliento
y apartaron la vista de Zadkiel, alejándose de la pareja cuando
pasaban, pero Jo no les prestó ninguna atención mientras
empujaba a Zad.
—Jo, no puedes hacer esto. Él tiene que morir —le
suplicaba, pero Jo apenas escuchaba una palabra. Se sentía
como un cobarde dejando a sus compañeros guerreros atrás.
Encontró la fosa. Era poco más que un agujero en el suelo,
uno en el que Zadkiel tendría que permanecer sentado, sus
rodillas dobladas sobre el pecho, con el fin de encajar.
Debido a que no se fiaba de Zadkiel lo suficiente como
para darle la espalda, lo hizo pasar él mismo, y buscó alrededor
cadenas para sujetarlo.
Zadkiel las lanzó, todavía protestando cuando Jo lo
engrilletó. —Hermano, te puedo ayudar. Ese vampiro sigue ahí,
y, mientras esté vivo, esta amenaza continuará.
—Gracias a ti. —Jo encontró un taburete y se sentó frente
al hoyo, viendo como Zad hacia un mohín desde el agujero. Jo lo
miró con la misma ferocidad mientras descansaba la espada de
Michael sobre sus rodillas. Escuchaba pacientemente los gritos
que llegaban de fuera. Podía ignorar los gritos de batalla, ya que
no iba a participar, pero los gritos de dolor…
«No, no pienses en ello. Ahora tienes una nueva misión.»
La empuñadura de la espada aún mantenía el calor de las
manos de Jo. La hoja era pesada, sólida y fuerte. Un arma apta
para cortarle la cabeza. Frederik dudaba que sintiera nada.
—Hermano —dijo Amelia, alejando sus pensamientos de la
hoja—. ¿Qué vamos a hacer?
MacNiel permaneció en silencio junto a su esposa, como si
también le diera la bienvenida a una sugerencia. El resto de sus
hombres, incluso aquellos que habían sido heridos en la batalla
pero finalmente habían recuperado la vista, estaban todos
alrededor de ellos, en una valiente muestra de lealtad.
¡Era conmovedor! Frederik sólo deseaba tener un plan
para ellos. El único plan que tenía en ese momento era no
permitir que Michael le cortara la cabeza delante de su
hermana. Jo se había salvado de eso. Él quería lo mismo para
Amelia.
Por primera vez, estaba agradecido de que Michael tuviera
la capacidad de leer sus pensamientos.
Michael envolvió su mano alrededor del mango de la
espada y suavemente la sacó de las garras de Frederik. Este lo
miró, pero soltó el arma. Michael se enfrentó al ejército
dándoles esperanzas. La hoja estalló en una llama de color
naranja en la mano de Michael, algo que no había hecho en la
de Jo.
Instintivamente, Frederik dio un paso atrás.
—Grimm y yo atacaremos a la primera línea y
dispersaremos a la multitud. Por lo que he visto, los vampiros
nos rodean, pero hay menos de una docena. No nos tomaran
por sorpresa otra vez. Grimm y yo destruiremos el mayor
número posible. Los pocos que consigan romper nuestras
defensas serán vuestros para que los devolváis a los fuegos del
Infierno.
Ah, ese era su plan. Al parecer el más lógico, y con lo que
Michael se aseguraba de no cortarle la cabeza frente a su
querida hermana.
Todos los guerreros de MacNiel se mostraron satisfechos
con el plan de Michael, con fe en sus habilidades combativas,
sin duda provocada por las fuertes alas y la gloriosa espalda. Sin
embargo, el Laird y la señora MacNiel apretaron sus labios,
pensativamente.
—El plan es una locura —dijo Amelia finalmente—.
Debemos permanecer juntos.
—Sí —dijo MacNiel, apretando los hombros de Frederik—.
Quedaos con nosotros. Juntos podemos enviarlos a todos
llorando a la cueva de la que vinieron. —MacNiel levantó su
espada, una mirada ansiosa sobre su rostro, dispuesto a luchar
otra vez ahora que la ceguera no se lo impedía.
—Querido mío —dijo Amelia con dulzura—. Quise decir
que somos nosotros los que debemos permanecer junto a ellos.
Dos vampiros son realmente mejor que uno y un ángel. —Ella
miraba a Michael con una astuta desconfianza desde que él
sostenía la espada de Jo.
La cara de MacNiel palideció, y suavemente bajó la espada.
Luego, su rostro pálido se puso rojo cuando gritó a su esposa. —
¿Se puede saber que pasa por tu maldita cabeza? ¿Realmente
piensas que te enviaría a la batalla por mí?
Frederik rápidamente lo interrumpió. —MacNiel tiene
razón, Amelia. Debes mantenerte refugiada en la torre del
homenaje con el resto de las mujeres, no aquí dispuesta a luchar
con los guerreros.
—Sí —dijo MacNiel, olvidando todo lo demás que había
estado a punto de decir. Señaló con un dedo pesado hacia las
puertas por las que Jo había desaparecido momentos antes—.
Entra, según lo acordado.
—Como ‘tú’ has acordado —dijo Amelia, su voz fuerte
cuando miró a su marido—. Tengo tanta fuerza como cualquier
guerrero de aquí. Tal vez más.
A los hombres de MacNiel no les gustó oír tal cosa. Se
movieron en el lugar, murmurando entre sí por lo que sin duda
habían percibido como un insulto. La pareja no llevaba casada
el tiempo suficiente como para que los hombres de MacNiel se
hubieran acostumbrado al hecho de que este había tomado
como esposa una vampiro, pero al menos no la dejaría luchar a
su lado, o eso parecía.
—No hay tiempo para esto —dijo Michael agarrando el
brazo de Frederik y tirando de él hacia la puerta—. Arreglen el
asunto entre ustedes. Vamos.
Frederik permitió que lo llevase, los nervios de su cuerpo
se apretaron cuando se alejó de la relativa seguridad de la torre
del homenaje. A medida que se alejaban, Amelia le gritaba
amenazas a Michael si le pasaba algo a su hermano.
—¡Abrid las puertas! —MacNiel les ordenó a los que se
encontraban en las mismas.
—¡No! —Michael gritó por encima del hombro—.
Encontraremos nuestro propio camino. No les dejes más
aberturas de las que ya tenemos.
Frederik entendió eso. Los vampiros aún podían entrar si
así lo deseaban sin necesidad de utilizar la puerta. Podían saltar
limpiamente sobre las paredes. Pero así MacNiel y Amelia sólo
tendrían que mirar al cielo buscando el inminente ataque, y no
en cualquier otra dirección, por lo que sería mucho más fácil
defenderse.
Michael extendió sus alas, dobló las rodillas, y se lanzó
hacia el cielo, desapareciendo en la oscuridad. Frederik miró
por última vez a su hermana, quien, a pesar de que su marido
estaba protestando, no pudo convencerla de que se escondiera
en la torre del homenaje. Frederik tuvo que conformarse con
mirar la torre donde estaba Jo, en lugar de darle una última
mirada al hombre.
No tenía alas, pero sin duda era capaz de saltar por encima
del muro. Dobló las rodillas y se lanzó alto, haciendo un arco
sobre las almenas y aterrizando de pie al otro lado.
A través de su ropa sintió inmediatamente que hacía más
frío de este lado. También estaba más oscuro, pero a eso le dio
la bienvenida. Las antorchas encendidas por los guerreros antes
de que cayera la noche habían sido derribadas y apagadas
recientemente por los vampiros enemigos, a decir por las
volutas de humo que aún salían de su interior. Frederik se
complació puerilmente con la vista de las brasas ennegrecidas.
Una carcajada resonó en los árboles lejanos, haciendo eco.
Más risas, de un tono diferente provenían de una mujer a su
derecha, y luego de nuevo desde la izquierda, de un varón.
Todos estaban a su alrededor.
—Ellos nos están observando —dijo Michael.
El corazón de Frederik latía como un tambor pesado. No
había notado al ángel directamente frente a él hasta que habló.
Debería estar aterrorizado.
—Debemos acabar con esto rápidamente —dijo Michael,
aprovechando la espada de Jo. La hoja estalló con lealtad en
llamas una vez más. Frederik no ocultó una mueca de dolor.
Tuvo que tensar los músculos de sus piernas para no alejarse de
ella.
—Supongo que deberíamos —murmuró.
—Es necesario que sepas que debido a la negociación de
Zad, si te mato ahora, el Infierno será el único reino que te dará
la bienvenida.
Frederik habló con los dientes y los colmillos apretados. —
Soy consciente. —Si tenía que pasar un tiempo en el Infierno
siendo torturado y destrozado una y otra vez, tal vez entonces
expirara verdaderamente sus pecados, aunque no era una buena
noticia.
«Sangriento Infierno.»
—No puedo hacerte ninguna promesa de que pueda
liberarte rápidamente. Quizás nunca.
—Lo sé.
Michael se encogió de hombros. —Muy bien. Arrodíllate.
Frederik lo miró. —¿Pretendes hacerlo aquí?
—¡Es tan buen lugar como cualquier otro! —Sonó otra risa,
que sacudió un arbusto cercano—. No, en realidad, es mejor que
si tenemos que pasarlos primero a ellos.
Frederik miró a los ojos que brillaban intensamente
mientras lo observaban a través de la oscura selva. Un cuerpo
apareció a la vista, seguido de más. Muchos más de todos los
tamaños y de diferentes épocas. Se movían lentamente en torno
a la pareja, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Michael
se había equivocado en lo que dijo anteriormente. Había más de
una docena, todos ellos deseosos de romper su carne.
El ángel y él podrían destruir a muchos de ellos por su
cuenta ya que podían usar sus trucos, pero no podrían matarlos
a todos. Por lo que alguno podía llegar hasta a Amelia y Jo y
atacarlos, y eso era demasiado.
Le irritaba tener que ponerse de rodillas en el barro
húmedo ante este hombre, además cuando acababan de
limpiarle y repararle los pantalones, pero lo hizo. —Sé rápido
con eso —murmuró inclinando la cabeza.
Michael levantó la espada, la luz de la llama extendiéndose
más lejos. Los vampiros daban vueltas alrededor de ellos
susurrando.
—El Cielo te perdonará.
Un vampiro solo, desafió al fuego santo de la espada de
Michael, salió fuera de la seguridad de los árboles con un grito
demoníaco, agarró el arco de sus alas y lo tiró al suelo.
Descubriendo sus colmillos, el vampiro le lanzó un mordisco
mortal al tiempo que Michael levantó la espada de Jo,
empalando a la criatura a través de su boca abierta.
El extremo puntiagudo de la espada apareció en el otro
lado de la cabeza oscura, y el cuerpo todavía con espasmos se
deslizó más abajo del acero hasta que se detuvo totalmente a la
altura de Michael. El vampiro miró con los ojos abiertos a
Michael, sorprendido mientras que la sangre se derramaba de
su boca abierta como una corriente bajando del brazo de
Michael.
Los otros vampiros tomaron eso como su oportunidad
para atacar. Con chirriantes gritos de guerra asaltaron el campo.
Michael sólo se las arregló para deshacerse del cuerpo encima
de él y darle una rápida patada antes de que los vampiros se
lanzaran sobre él. Espada de fuego o no, querían su sangre, y no
podía mantenerlos a raya solo con su arma.
Frederik enseñó los colmillos y las garras y se puso a la
defensiva. Arrancó a una mujer vampiro de la espalda de
Michael y le dio una patada en la cabeza a otro que estaba a
punto de hundir sus colmillos en la pantorrilla expuesta de
Michael. «¡Maldito calzado ridículo el de ángel!»
Uno de los vampiros llevaba un traje francés que parecía el
típico atuendo de invierno por la longitud y el grosor de la capa.
Frederik lo agarró y, utilizando el peso de la criatura en su
contra, lanzó el vampiro a través de la oscura extensión del
campo. Hizo lo mismo con los demás, todos vestidos de
diferentes maneras, dejándolos sin zapatos, pelucas y
sombreros, cuando lo hacía.
Cuando Michael se vio libre de la mayoría de ellos, se
agachó y se lanzó por su espada. La usó con maestría, cortando
el brazo de una mujer vampiro que llevaba un vestido de noche
y decapitándola cuando ella cayó de rodillas y gritó. Se dio la
vuelta, esquivando los ataques, mientras lanzaba los suyos
propios.
Frederik abrió la boca para ordenarle a Michael que
soltara la espada y luchara mano a mano. A pesar de su valor
inicial, eran pocos los que estaban dispuestos a permitirle a
Michael que se acercara a ellos mientras el fuego ardiera. Pero
entonces, cuando los vampiros infernales se retiraron de la
espada de fuego, Michael dio un grito de guerra y encaró a
Frederik.
Los ojos de Jo no se perdieron nada cuando Zadkiel de
repente se irguió. Sus labios temblaban y sus ojos se iluminaron
antes de que se pusiera serio otra vez. Inclinó la cabeza,
haciéndose cada vez más pequeño una vez que se inclinó en el
hoyo con sus grilletes. Jo sabía que era una farsa, ya que había
visto su cambio.
—¿Qué pasa? —exigió, aguzando los oídos para detectar
mejor cualquier sonido macabro que Zad hubiera atrapado. No
podía oír nada más que el llanto de las mujeres en la cámara
siguiente. Su oído mortal no iría más lejos que eso.
Zad movió la cabeza, negándose a levantarse. Jo pensaba
que había tratado de ocultar una sonrisa. Lo había intentado y
había fracasado.
—Nada, hermano.
Jo apretó la espada de Michael, el arma de un general, con
más fuerza. Pensó en golpear a Zad en la cabeza con la
empuñadura y ensangrentar sus alas moldeándolas con el
metal. Aunque causaría menos daños con esta espada que con la
suya.
Ese pensamiento estancó su sangre, y las imágenes de
castigar a Zad volaron de su mente como el polvo ante el viento.
Jo se disparó de su asiento, derribando su silla cuando salió
corriendo de la cocina. Zadkiel lo llamaba.
Frederik se quedó inmóvil, paralizado entre el miedo y el
deber cuando Michael lo enfrentó y levantó su espada
balanceándola para matarlo, al mismo tiempo que otro vampiro
abordó a Frederik por las piernas y lo derribó en el momento en
que la hoja de la espada rozaba la carne de su cuello. Hubo un
pequeño destello de dolor, pero todavía era capaz de respirar y
no sentía la sangre correr por su carne. Era poco más que un
rasguño.
El vampiro se sentó a horcajadas sobre él con una terrible
rapidez inmortal y lo tuvo fijado antes de que pudiera presentar
defensa.
Cuando sus fauces se abrieron y sus dientes largos
bajaron, Frederik levantó su mano. Tenía la intención de
apoderarse de pálido rostro del vampiro para detener la
mordida que venía y empujarlo fuera, pero en lugar de eso su
mano quedó atrapada dentro de los dientes. El loco vampiro le
mordió el dedo pulgar cuando Frederik entró en su boca.
Rugió cuando la carne se rompió. Las gotas de su propia
sangre se derramaban de los labios del vampiro y caían en los
ojos de Frederik.
—¡Michael! —gritó, tratando de liberar su mano, sin
lograrlo—. ¡Date prisa, maldita sea!
Pero luego fue capaz de ver, aunque sólo durante las
décimas de segundo que sus ojos estuvieron lejos de su atacante
encima de él, lo que estaba causando el retraso de Michael. El
último de los vampiros había decidido abandonar sus intentos
de matar a Michael y Frederik. Había saltado las murallas de
MacNiel, intentando volver a entrar en su patio. Michael
mantenía a raya a los que podía, pero muchos pasaban mientras
él se ocupaba de quitarles la cabeza a los demás. Algunos se
enfrentaron al fuego de la espada de Michael, pero los demás
pasaban completamente, ya que estaba distraído decapitando a
los otros. Saltaron limpiamente sobre las puertas y aterrizaron
en el patio con la facilidad de las pulgas. Los gritos de batalla y
los hombres cargando sonaban al otro lado. Su hermana
cargaba junto con ellos.
—¡No! —Frederik lanzó su puño libre duramente,
formando grietas en la dura mandíbula del vampiro encima de
él, golpeándolo hasta que lo soltó y su cabeza fue hacia atrás.
Por desgracia, sus dientes no soltaron la carne de la mano de
Frederik, y algunos trozos de esta se fueron con la mandíbula
rota. No había perdido ningún miembro, aunque ahora podía
ver los huesos de su mano en algunos lugares. Pero no sentía
dolor, sólo un deseo ardiente que vibraba a través de su cuerpo
y le ordenaba que pusiera su atención sobre todo lo demás.
Oyó más y más gritos desde el otro lado de la pared. Se
puso de pie y tuvo que luchar contra el impulso de correr hacia
la mezcla furiosa de gritos de muerte y de guerra de los
guerreros y de los vampiros. El olor espeso de la sangre colgaba
en el aire, tanto de los no muertos como de los vivos. Frederik
no podía decir quién estaba ganando la pelea.
No podía correr el riesgo de que no fueran los de su lado.
—Michael, estoy dispuesto.
Michael se había girado como si estuviera a punto de saltar
detrás de los vampiros que habían logrado superarlo, pero se
detuvo al oír el sonido de la voz de Frederik. Avanzó hacia él,
preparado, balanceando su espada una vez más. —No más de
esto.
Frederik no podía estar más de acuerdo. Al menos, ahora,
no habría distracciones.
Pero entonces la voz de Jo se levantó por encima de todo.
—¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas!
Los ojos de Frederik se ampliaron. ¿Qué demonios estaba
él…?
Una gran fuerza, igual a la carga de un caballo, lo golpeó,
tirándolo de sus pies. Aterrizó de espaldas y miró hacia arriba.
Michael estaba encima de él, espada en mano, la punta de la
hoja de fuego insoportablemente cerca de su cuello. Podía sentir
la descamación de la piel, el olor de su propia carne quemada.
Frederik siseó hacia él. El ángel no necesitaba ser tan duro.
La voz de Jo sonaba en sus oídos otra vez. —¡Abrid las
puertas, maldita sea! ¡Abrid las puertas!
El gemido de pesados cerrojos que se hacían a un lado
crujía en la noche.
Frederik lo miró. —Él verá mi cuerpo.
Michael levantó la espada y Frederik tuvo al menos un
poco de alivio del fuego que lamía su piel. —No hay tiempo para
que nos movamos de nuevo.
—Entonces, date prisa. No deseo que me vea muerto y sin
cabeza.
Las alas de Michael se extendieron mientras sus manos
apretaban el mango de la espada de Jo, los músculos de los
brazos apretados y repletos por la tensión de lo que estaba a
punto de hacer.
—Te veré en el limbo, te lo prometo. —La hoja silbó
cuando cayó sobre su cuello. Durante un segundo fue como el
aliento de un pájaro y el cuerpo de Frederik se calentó por el
fuego de la espada. Entonces ya no hubo más que oscuridad y
paz.
Su paz no duró mucho. En cuestión de segundos, todo su
cuerpo se iluminó con las llamas del Infierno. Todo estaba en
llamas. Su carne, estómago, boca, lengua, ojos. Todo lo que
existía en su mundo era el sonido de sus propios gritos.
Las puertas se abrieron a paso de babosa, a pesar de los
gritos de Jo para que los hombres se movieran más rápido y
empujaran con más fuerza contra ellas. Entre la niebla creada
por algunos de los vampiros, todos ellos estaban muertos o
hecho añicos a través del patio, pero las puertas de madera
seguían testarudamente duras, acabando con la paciencia de Jo
mientras se abrían lentamente, muy lentamente. Más hombres
se acercaron para ayudarlo, empujando las puertas todos
juntos. Jo sintió un peso en su espalda, una extraña sensación.
Supuso que era la fuerza de uno de los hombres que empujaban.
A través de la grieta que se ampliaba, primero vio las
piernas de Frederik. El miedo congeló sus entrañas mientras la
esperanza aún parpadeaba en su interior. Esperaba poder
salvarlo. Entonces vio a Michael de pie encima de su amante.
Apretó a través de las puertas, su cuerpo torpe y pesado. —
Michael, no…
Se detuvo y exhaló todo el aire de sus pulmones antes de
caer sobre sus rodillas y sus manos. Su espada estaba empalada
en el suelo, la hoja cubierta de sangre producía rastros de vapor
de agua que serpenteaban por el acero caliente. Lo más horrible
de todo era la cabeza de Frederik separada de su cuerpo que
estaba siendo sostenida suavemente de las mejillas por las
grandes manos de Michael.
Jo se dio cuenta de que el peso se encontraba todavía a su
espalda. ¡Ahora sabía que lo que le pesaba y le hacía torpe eran
sus alas! La primera vez que se las quitó, tuvo que aprender a
caminar otra vez sin ellas. Sentía casi la misma torpeza, ahora
que le habían sido devueltas, pesadas en su espalda. Continuó el
inventario de su cuerpo. De hecho, también había un vacío
notable entre sus piernas que resultó que no era un hechizo de
la mente. Su transformación de mortal a ángel estaba completa.
El día que se cortó las alas, quería castigarse a sí mismo,
pero este era el verdadero castigo. Su amante asesinado y su
pene cortado. No le importaba tener otra vez sus alas, su
velocidad, fuerza y capacidad de curación. Se había
acostumbrado a vivir sin ellos. Los devolvería otra vez y para
siempre si eso significaba que podría volver el tiempo atrás por
un minuto. Ahora era más rápido con sus pies, más fuerte con la
puerta, pero era demasiado tarde.
La noche se había vuelto silenciosa. Esos vampiros no
había sido enviados de vuelta al Infierno por su espada, o
incluso por MacNiel ni uno de sus hombres, habían vuelto por
la decapitación de Frederik a manos de su espada.
La cara de Michael estaba retorcida de dolor cuando sus
ojos se posaron en Jo. Puso la cabeza abajo al lado del cuerpo
con un tierno cuidado. ¡Como si a Frederik le importara con qué
delicadeza fuera tratado su cadáver ahora que su alma estaba en
el Infierno!
—Jophiel, estoy profundamente…
Jo dio un grito de batalla que puso a prueba sus pulmones
mientras cargaba contra Michael. Abordó al otro ángel con
todas sus fuerzas y cayó con él al suelo. Sus puños bajaron sobre
él en una rápida sucesión. Izquierda, derecha, izquierda,
derecha, derecha, izquierda. Sobre la mandíbula, la nariz,
mejillas y ojos, pero sobre todo su nariz. ¡Quería romperle su
cráneo! Sacárselo.
Jo no sintió dolor en los nudillos. Más satisfactorio aún, la
piel de la perfecta cara de Michael estaba abierta y sangrando
bajo los abusos. Sin embargo, eso sólo era porque Jo tenía su
antigua fuerza una vez más.
Le había sido devuelta por el asesinato de Frederik.
Agarró la faja roja de Michael y tiró de él hasta que sus
narices casi se tocaron, su visión del ángel más difusa a medida
que la lluvia crepitaba hacia abajo de su rostro. —Te mataré —
gruñó—. Entonces te seguiré al Cielo para volver a hacerlo una y
otra vez.
—Con eso no lo traerás de vuelta —dijo Michael con voz
áspera a través de la sangre en su boca y labios. Escupió un
diente. Jophiel quería darle un puñetazo al resto de ellos antes
de que volviera a crecerle, ya que las contusiones y fracturas en
la cara de Michael, ya estaban sanando. Eso lo enfureció aún
más.
Un grito sonó detrás de él. Jo giró lejos, pensando con
pánico que no todos los vampiros habían sido vencidos.
En cambio, vio como Amelia, la única sangre que quedaba
de Frederik, caía de rodillas ante el cuerpo de su hermano, y sus
manos temblorosas llegaron hasta él antes de que ella pusiera
su cara sobre su pecho y comenzara a llorar abiertamente. Era el
llanto desconsolado de una criatura sin corazón de quien nadie
podría dudar que amara a su hermano. Ni siquiera los ángeles
que despreciaban a los vampiros. Confiaba en que ellos
estuvieran viéndolo. Rogaba porque vieran el dolor que habían
causado.
MacNiel se arrodilló detrás de ella, las grandes manos de
oso en sus pequeños hombros mientras ella gemía. Aquellos de
sus guerreros que aún estaban con vida habían ido a cuidar a
sus muertos o estaban demasiado heridos para prestarle mucha
atención a una mujer que lloraba.
Jo no podía mirarla, no después de que tontamente le dio
la espada a Michael. Sin embargo, no tenía nada más que mirar
a excepción del ángel.
Michael bajo él estaba en calma, incluso su aliento, como
si no acabara de recibir una paliza sin ni siquiera defenderse.
Jo quería acabar con él. Quería tomar su cabeza por
haberse atrevido a tomar la de Frederik. Quería vencer al ángel
con los puños y hacer que se defendiera.
Pero Michael estaba en lo cierto. Tales acciones no
traerían de vuelta de Frederik de donde había ido.
—Ya no eres mi hermano —dijo Jo. Apartó la cabeza de
Michael, lo que hizo que se golpeara contra la dura tierra antes
de que se levantara y se alejara de él.
Amelia no parecía estar dispuesta a liberar el cuerpo de su
hermano. Jo dudaba de que pudiera consolarse aferrando la
mano de Frederik, mientras lloraba tan fuerte sobre él.
Sin embargo no lamentaba apartarse. No podía soportar la
idea de estar en cualquier lugar cerca de Frederik, mientras que
su cabeza no estaba en sus hombros.
Se secó la humedad de sus mejillas. Sólo entonces se dio
cuenta de que no estaba lloviendo, y apretó los puños contra sus
ojos para evitar que cayeran más lágrimas. Su pecho le dolía y
palpitaba. No podía seguir allí.
Jo extendió sus alas. Abriéndolas perfectamente como si
nunca las hubiera perdido, batiéndolas flexiblemente como
antes. Pero ya nunca volvería a disfrutar de ellas.
Dio un salto hacia el cielo, dejando que el viento lo
atrapara mientras volaba hacia arriba y arriba y arriba. Los
músculos fuertes debajo de las plumas se lo llevaban como si
fuera ingrávido.
Michael vio la forma de Jophiel desaparecer sin encontrar
satisfacción en ello. Sin la alegría de ver a su hermano volando
después de los años pasados en la tierra como un pájaro
paralizado. Se puso de pie, se limpió la sangre de los labios en el
brazo, y la escupió de su boca.
MacNiel estaba delante de él antes de que pudiera dar un
paso.
—¿Qué pasó? —preguntó con esa voz gruesa suya—. ¿Por
qué ha muerto?
El escocés no parecía contento mientras señalaba hacia el
cuerpo de su esposa que continuaba llorando y se lamentaba
sobre él. De hecho, MacNiel sabía cómo había muerto. Era
obvio para el humano que Michael había cometido el crimen,
pero estaba confundido acerca de la razón de ello.
Michael había anticipado esto. MacNiel amaba a su mujer,
las acciones de Michael en contra de su hermano habían sido las
responsables de su angustia, y MacNiel tenía la intención de
poner remedio a eso. Pero no había una explicación rápida que
pudiera darles a cualquiera de ellos y que lo entendieran.
Michael aún tenía una misión. Caminó alrededor del irritado
escocés, se apoderó de la espada de Jo, la sacó de la tierra y la
envainó, apagando así las llamas, y luego se trasladó hacia las
puertas de madera de la torre del homenaje.
MacNiel gritó detrás de él. —¡Condenado, te he hecho una
pregunta!
—No respondo ante los mortales —dijo Michael.
Ante el sonido de la voz disgustada de su amo, varios de
los guerreros aún capaces de luchar se pusieron en su camino
con las espadas en ristre, aunque ninguno se mostraba confiado
delante de él.
Michael extendió sus alas y las batió, una ráfaga de viento
salió de ellas, golpeando a los hombres de sus pies. Ninguno de
ellos fue herido, pero todos sabían que era mejor no levantarse y
desafiarlo de nuevo mientras el ángel pasaba entre ellos
tranquilamente. Un hombre hizo la señal de la cruz sobre sí
mismo cuando Michael pasó.
Era vagamente consciente de MacNiel tratando de
consolar a su esposa mientras cruzaba el pequeño patio. Las
puertas de la torre del homenaje se abrieron para él, sin ni
siquiera un toque de su mano. Las mujeres y los más pequeños
en el interior que se habían encogido, acurrucados juntos para
protegerse, se congelaron suspirando ante su vista.
No les prestó atención.
—¿Ya está? —una de las doncellas preguntó con valentía.
—Sí —dijo mientras seguía de largo y se dirigía a la cocina.
Empezaron a llorar, esta vez de alegría, mientras se
abrazaban entre ellos y se echaban a reír.
Michael instintivamente supo qué camino tomar, y, de
nuevo, la pesada puerta de roble se abrió para él sin tener que
tocar con su mano el mango de hierro.
Zadkiel se encontraba todavía encadenado, sin embargo,
las ampollas en su piel había desaparecido, dejando la carne
suave y radiante de un ángel. Los pequeños cuernos que
sobresalían de su cráneo se habían desvanecido. Sus alas eran
una vez más blancas y hermosas, en lugar de delgadas, negras, y
decrépitas. Sin duda, los colmillos se habían ido también.
Cuando Michael entró, Zad se levantó rápidamente y le
presentó sus manos. Antes no había sido capaz de romperlas,
pero ahora si podría, aunque se había quedado donde estaba,
esperando.
Michael agarró el mango de la espada con la que había
matado al amante de Jo.
Los ojos de Zadkiel se abrieron. —¿Vas a matarme?
Michael negó. —Esas no son mis órdenes.
El pecho de Zadkiel bajó con una exhalación de alivio. —
¿Entonces, vamos a volver a casa?
—Yo voy a volver. Tú no.
Zadkiel se tensó, sus ojos como los de un gamo asustado.
—Yo, pero había pensado…
A Michael se le había agotado la paciencia, pero se sentía
demasiado débil, demasiado descorazonado por los recientes
acontecimientos y acciones como para expresar otra cosa que no
fuera decepción. —Blandiste tu espalda contra nuestros
hermanos, nuestras leyes. Vendiste tu alma.
—Lo hice para salvar a Jo —dijo Zadkiel. Su postura ya no
era tranquila y respetuosa, estaba devastado y asustado.
—Has desobedecido a nuestro Creador.
Zadkiel se estremeció al oír eso. —He rogado por mi
perdón. Sin duda, me entenderá.
—Sin duda —coincidió Michael—. Pero tú no eres un
hombre. No te va a perdonar simplemente porque se lo hayas
pedido.
Zadkiel se dio cuenta de cuál sería su castigo, y se
tambaleó hacia atrás. La parte posterior de sus rodillas estaba
atrapada en el pozo, y cayó hacia atrás de culo. Salió a toda prisa
y trató de alejarse de Michael y de su espada hasta que su
armadura chocó contra el muro de piedra. Sacudió la cabeza con
furia. —Michael, no.
Michael desenvainó la espada. El fuego había limpiado la
sangre, pero aún se sentía pesada en su mano. —Considérate
afortunado. Cuando seas mortal, tus oraciones serán
escuchadas y serás perdonado.
—¡No quiero ser mortal! —Las alas de Zadkiel se
estremecieron. Las cruzó con fuerza detrás de la espalda, como
escondiéndolas de la espada ardiente de Michael.
Michael sacudió la espada mientras se acercaba. —No
tienes otra opción.
Jo apareció en la nube donde una vez había vivido, por
primera vez en cinco largos años. Era el lugar natural para él.
Cuando los ángeles regresaban al Cielo de sus deberes
terrenales, se sentían atraídos instintivamente hacia sus nubes,
sus espacios personales de soledad después de una labor difícil.
Los ángeles no usaban muchas cosas decorativas como los
mortales. Los suelos eran más suaves que cualquier alfombra, el
paisaje azul más hermoso y lleno de color que cualquier campo
verde. El aire estaba siempre fresco, y su cama, que era parte de
su nube y hecho de la misma materia de luz, le ofrecía más
comodidad de lo que jamás podría requerir.
A pesar de que sabía que nada había cambiado, todo
parecía diferente a sus ojos. Su nube era más pequeña de lo que
recordaba. No era tan brillante, y el aire no era tan vigorizante.
Se sentía frío y vacío, y no deseado. Con una orden silenciosa, le
ordenó a las paredes que se abrieran para él. Al instante, lo
hicieron, extendió sus alas y saltó fuera de su casa.
Voló hacia el horizonte brillante, donde el sol siempre
brilla, al palacio de oro donde vivía su Creador y donde el
Consejo adoptaba sus decisiones, siempre moviéndose hacia él,
siempre hacia la luz.
Él era el motivo por el que demonios, fantasmas y
vampiros tenían más poder durante la noche. La tierra giraba
alrededor del sol y no todo podía ser bañado por la luz sagrada
del mismo durante su rotación completa.
Sólo había un vampiro por el que estaba preocupado en
ese momento, y, sintiendo el calor del sol y los ojos de su
Creador en él, mientras volaba cada vez más cerca, no podía
dejar de pensar en él, no podía dejar su preocupación sobre el
lugar donde Frederik podría estar.
«En el Infierno no. Por favor, allí no.»
Él había asumido que Frederik había sido enviado al
Infierno una vez que vio el cuerpo y su cabeza en las manos de
Michael, pero mantenía la esperanza de hacerlo regresar
mientras se acercaba al palacio sagrado. Se aferró a ella como
un niño a un juguete amado, no estando dispuesto a renunciar.
No importaba lo que Frederik hubiera hecho, no importa lo que
era, su alma, mitad o no, era buena. Había ofrecido su ayuda a
MacNiel después de descubrir la amenaza de los vampiros que
se aproximaban. Se hizo cargo de Jo cuando cayó herido a la
Tierra. Era capaz de amar y ser amado y no merecía ser arrojado
al Infierno como un demonio insensible.
Jo inclinó su cuerpo para que sus pies aterrizaran
suavemente en el balcón de mármol reluciente. Los santos y los
ángeles dejaron de hablar, levantaron sus ojos de sus
pergaminos y dejaron sus otras tareas para mirarlo.
No les prestó ninguna atención mientras salía del balcón y
entraba en el palacio a través del arco de oro. Zadkiel le había
dicho aquellas palabras crueles cuando hablaron.
Jo puso el pensamiento a distancia. Sólo había un lugar en
el que deseaba estar. Como Michael no estaba aquí para
detenerlo, era libre para empujar las altas, pulidas y brillantes
puertas de plata con pestillos de oro y asaltar la cámara del
Consejo.
—¿Dónde está?
Jo nunca había estado en esa sala. Había visto el interior
una vez, cuando todavía era un soldado, hacía mucho tiempo,
en una ocasión en que Michael entró en la habitación para
hablar con las entidades que habitaban allí. Había visto luces
brillantes alrededor de una alta fuente que estaba situada en el
medio de la amplia habitación, en la que la luz capturaba el
agua y reflejaba muchos colores brillantes.
Nada había cambiado. Las puertas cerradas, observó Jo,
eran tan brillantes como antes. Las paredes blancas acogían las
luces y capturaban el brillo de sus ojos, cegándolo parcialmente,
por lo que no veía nada excepto lo que tenía delante de ellos.
No había ángeles o santos aquí. Al menos no sus cuerpos
físicos, y con una leve descarga eléctrica, Jo se dio cuenta de que
la docena de luces que se cernían alrededor de la fuente eran…
«Espíritus».
No había sillas para sentarse. Los espíritus no poseían
cuerpos físicos para hablar. Brillaban con todo el poder y el
brillo de una llama de color blanco puro.
La necesidad de arrodillarse delante de ellos era grande,
pero cerró sus piernas.
—Jophiel, hemos estado esperando tu visita.
Él parpadeó. —¿Me esperabais?
A pesar de que no tenían cuerpos, y por lo tanto no tenían
cabeza, el más alto de ellos pareció inclinarse en lo que podría
haber sido un gesto de estar de acuerdo.
Las intenciones no podían ser fácilmente vistas, pero
¿dónde más podría ir a Jo después de lo ocurrido?
No pudo identificar al hablante. La voz parecía venir de su
alrededor. Sonaba cerca y lejos al mismo tiempo, fuerte, sin
embargo, con el tenor de alguien que hablaba en su nivel de
confort. De hecho, el tono de voz no era ni masculino ni
femenino. Por un momento, temió haber irrumpido en la
cámara del Creador para exigir respuestas, pero luego sacó el
pensamiento de su cabeza.
Independientemente de si Michael hubiera estado allí para
detenerlo, nunca habría sido capaz de entrar sin permiso y sin
previo aviso, si ésta hubiera sido la habitación de su Padre.
Jo encontró sus modales. Había esperado una fría
indiferencia a sus preguntas, pero esta reacción fue
sorprendente. Le recordó quién era y dónde estaba. Hizo una
profunda reverencia ante ellos antes de ponerse derecho. —Pido
disculpas por mi intromisión, pero mis razones para venir son
de suma importancia.
Se quedaron en silencio, y se le ocurrió que estaban
esperando que justificara dichos motivos, a pesar de que
probablemente ya lo sabían. —Lord Frederik Jasper Grimm fue
asesinado en la Tierra.
—Lo sabemos —dijo la voz en ese tono tranquilo, extraño.
Jo no pretendió comprenderlo. —Entonces, ¿por qué?
Las puertas detrás de él se abrieron una vez más con un
bostezo ruidoso. Jo se giró, y allí estaba Michael, bien arreglado
y fresco, como si Jo no lo hubiera atacado hacía menos de una
hora. Su armadura brillaba impecablemente en la luz santa de
los espíritus. Jo quiso abollársela y ensuciársela de nuevo.
—Jophiel…
—No tengo nada que decirte a ti. —Jo le dio la espalda a su
antiguo amigo y una vez más se puso frente al Consejo—. Sólo
pido saber dónde está. ¿Se encuentra bien? ¿Puedo hablar con
él?
—No, no puedes.
Su corazón se apretó, y luego comenzó a golpear
violentamente, como si fuera un herrero golpeando una y otra
vez con su pesado martillo. Les preguntó, aunque sabía la
respuesta. —¿Por qué no?
La voz odiosa que respondió fue la de Michael. —Está en
un lugar donde no puedes llegar a él, Jophiel.
Jo apretó los puños. Había orado, pero se equivocó. Había
pedido que no fuera así. Si Frederik hubiera sido enviado al
limbo, su sufrimiento sólo habría sido el aburrimiento hasta que
pudiera renacer en la Tierra. Pero, en el Infierno, el tiempo sería
una eternidad, y su estancia sería menos que agradable.
—¿Por qué? —La voz de Jo se quebró a pesar de sus
mejores esfuerzos.
—Sus acciones son respuesta suficiente. —La voz asexuada
habló en esta ocasión—. Su sentencia es justa.
Jo lanzó un suspiro desmoronándose. Se obligó a eliminar
rápidamente cualquier emoción de sus ojos con la palma de su
mano para no mostrarles ninguna emoción a estos seres que,
obviamente, no tenían ninguna.
—¿Y Zad? —Jo exigió—. ¿Cuál será su castigo por su
participación en este... este...? —No tenía palabras amables para
darles a los espíritus, y no se atrevió a llamarlo hijo de puta otra
vez.
—Si a él se le permite regresar a su antiguo puesto,
entonces yo no volveré al mío.
El color de los espíritus cambio de blanco puro a un rojo
impaciente. —¿Regresarías a la Tierra?
Jo asintió. —Lo haría.
—¿Abandonarías tus obligaciones una vez más?
—Sí.
—Jo. —Michael puso su mano sobre el hombro de Jo, pero
la retiró de nuevo cuando este lo miró. Lo habría golpeado una
vez más si no hubiera estado en tan alta compañía.
Michael suspiró. —Jophiel, cuando las alas de Zadkiel
volvieron a su estado normal después de que tomé la cabeza de
Grimm...
«No lo ataques. No lo ataques.»
»Fui a verle después de que te fueras. Le corté las alas.
La necesidad de atacarlo desapareció. —¿Le quitaste sus
alas?
Michael asintió. —Sí.
Jo se había quitado sus propias alas, había optado por
quedarse en la Tierra ese día hacía mucho tiempo. Pero que las
alas fueran arrancadas por la fuerza, se consideraba un castigo
peor que cualquier tipo de muerte.
Jo ya no lo veía como tal, después haber vivido en la Tierra
durante cinco años. Sabía que no era todo felicidad, pero
solamente vivir un poco cada día ya lo era, valía la pena. Zadkiel
y Michael, sin embargo, pensaban de manera diferente.
Probablemente Zadkiel estaría, en este momento, revolcándose
en la miseria. Y Michael lo había puesto allí.
No, sólo el Consejo Espiritual podría haberle dado a
Michael esa orden. Jo les hizo una profunda reverencia,
juntando sus manos en frente de sí mismo. —Perdonadme,
Consejo.
Su color volvió a su estado puro y perlado. —Estás
perdonado, hijo.
Michael dio la vuelta para hacer frente a Jo y a los
espíritus en la cámara de oro. —Consejo, se ha cometido otra
injusticia. Le prometí a Grimm que si tomaba su cabeza, no sólo
desaparecerían las pesadillas que Zadkiel había traído sobre
Jophiel y él, sino que sería enviado al limbo. Un regalo por
aceptar voluntariamente su muerte.
Jo silbó en un soplo. Debería haberlo sabido. No había
ninguna criatura que fuera de buena gana alguna vez al
Infierno. Frederik había sido engañado, haciéndole ver que la
situación era mucho mejor.
Se sintió herido, como si uno de esos demonios traviesos lo
hubiera acuchillado, especialmente con su siguiente
descubrimiento. Cuando estuvieron en la cama, Frederik no se
limitó simplemente a decirle adiós porque irían por caminos
separados. Estaba despidiéndose porque sabía que la muerte
estaba sobre él.
La necesidad de atacar era fuerte una vez más.
—No estabas en libertad de ofrecer tales promesas,
Michael.
Jo lo sabía, tenía que haber advertido a Frederik. Nunca
debió permitir que lo enviaran dentro de la torre del homenaje,
como una doncella indefensa, mientras Frederik iba hacia su
muerte.
—No. —Michael negó, y luego se volvió hacia Jo—. No
tenía la intención de engañarlo. Le hice la promesa antes de que
descubriéramos los términos del acuerdo de Zad.
—Poco importa. —contestó Jo. Frederik se había dejado
matar y ser enviado al Infierno para salvar a todo el mundo en
la torre MacNiel.
Los espíritus volvieron a hablar. —Está más allá de
nuestras fuerzas sacarlo de su prisión.
—¿Pero no podéis…?
—No —dijo la voz—. No podemos. Las leyes hablan por él.
Es un demonio con la mitad de un alma. Permanecerá en el
Infierno como castigo.
—Zad sacó los demonios del Infierno —dijo Jo—. No se
puede…
—Zadkiel hizo un pacto con Lucifer. Ese pacto se ha
cumplido. Nosotros no podemos interferir.
—¡No! —Jo gritó. Tendió la mano, arrebató la espada de la
cadera de Michael y desenvainó antes de que el otro ángel
pudiera reaccionar. Estalló en llamas en su mano, y, de repente,
pareció como si esas esferas brillantes alrededor de la fuente se
hubieran quedado mirándolo en estado de shock, y alarmados,
los colores se reflejaran en el brillo de color naranja del arma de
Jo.
La cara de Michael dolía, mendigándole a Jo que no
hiciera nada más de lo que ya había hecho.
—No voy a cruzarme de brazos y permitir que esto suceda
—dijo Jo—. Aunque tenga que ir yo mismo al Infierno, no va a
pasar un momento más allí.
—No puedes dejar el Cielo sin permiso divino —dijo la voz,
todavía en ese tono amable, llena de una paciencia y amor que
Jo estaba empezando a despreciar. ¿Dónde estaba la paciencia y
el amor en medio de su sufrimiento? ¿El sufrimiento de
Frederik?
—Está en lo correcto, amigo mío —dijo Michael, dando un
paso hacia él y levantando la mano como si fuera a tomar la
hoja.
Jo se apartó de él.
Michael detuvo su enfoque. —Todavía podemos
persuadirlos. Podemos hablar con nuestro Creador. La
esperanza no está perdida.
—Ni un minuto más —Jo insistió.
Michael se puso tenso, el lenguaje de su cuerpo ya no era
amigable, era defensivo. —No voy a permitir que ataques al
Consejo, Jophiel.
Jo se echó a reír. —¿Crees que me refiero a…? No, dije que
yo iría al Infierno, y eso es lo que quiero hacer.
—No sin permiso divino, niño —dijeron los espíritus de
nuevo.
—A menos que venda algo precioso —dijo Jo. Vendería lo
único que le permitiría ir a los Infiernos, a la Tierra, a cualquier
lugar que deseara en caso de que la negociación no fuera lo
suficientemente bien.
Las formas brillantes se tensaron, su luz tenue, como si los
espíritus hubieran palideciendo en estado de shock y
desesperación.
Michael se congeló. Su shock rápidamente fue remplazado
por una furia total. —Jo, no, no venderás tu alma. ¡Lo prohíbo!
—No puedes prohibirme nada. Es mi alma. Puedo hacer lo
que quiera con ella. Estoy seguro de que Lucifer prefiere el alma
de un ángel sobre la de un simple vampiro. Sobre todo ahora
que Zadkiel se ha deslizado de entre sus dedos.
—No vas a vender tu alma —dijeron las voces fantasmales
al unísono. Esta vez, había irritación e ira dentro del sonido de
sus palabras—. Es demasiado valiosa para ti.
—Jophiel. —Michael sacudió sus extremidades—. No
amenaces con eso.
Jo tomó una respiración, preparándose. —No es una
amenaza. Lo haré. Si aquí nadie me va a dar permiso, si mi
propio Padre se niega a ofrecerme su ayuda, voy a recuperarlo
de cualquier otra manera.
Frederik realmente no se había equivocado al adivinar la
tortura de los vampiros que estaban en el Infierno. Era cierto,
algunos vampiros se morían de inanición por falta de sangre,
mientras que otros se ahogaban en ella.
Su tortura no era quemarse para siempre en las llamas de
su nueva prisión. No. Esa parte no era más que su iniciación,
como el demonio encima de él le había dicho una vez que lo
había apartado de la quema. No sabía cuántos demonios lo
estaban custodiando. Cuando el fuego cesó por fin, poco
quedaba de su piel, y estaba ciego. Sus ojos se habían
desvanecido por completo.
Su piel y ojos habían vuelto con el tiempo, dolorosamente,
poco a poco, durante lo que le parecieron días. Pero los vapores
ardientes que ennegrecieron y dejaron colgando sus huesos
frágiles habían desaparecido, y se renovaba como si fuera una
serpiente, sólo que estaba seguro de que era mucho más
doloroso. Cuando despertó de esa pesadilla, sus manos, cara, y
torso, estaban tal como habían sido antes. Incluso su ropa, que
se había quemado totalmente, dejándolo desnudo, estaba sobre
él, como si el fuego nunca hubiera aparecido.
Había pensado que no podían hacerle nada peor que el
fuego, pero luego... un nuevo suplicio había llegado. Había
imaginado que su tortura sería el hambre de sangre para
siempre, siempre vivo y sin embargo sin ser capaz de beber
jamás.
Pero su tortura sería ahogarse en sangre durante toda la
eternidad.
Después de varios días sin aliento en un espacio cerrado
inundado de sangre, no había duda de que esa tortura era la
peor. Este castigo había sido elegido para él porque había
matado y bebido mucho antes de morir. Estaba seguro de ello.
Su castigo era irónico, y el Infierno y los responsables del
mismo eran conocidos por su sentido del humor.
Le dieron ganas de reír. Pero luego se cayó de la estalactita
a la que estaba pegado, y volvió a caer en el charco de sangre. Se
hundió hasta la cabeza, y, por un momento terrible, no pudo
respirar ni pensar. Dio una patada con sus piernas, entumecidas
por el frío, y no se permitió ni siquiera el privilegio de ahogarse
en la sangre caliente, tanto más terrible cuando se convirtió en
sed para beber, pero finalmente su cabeza estaba de nuevo en la
bolsa de aire ubicada en el techo de la cueva donde estaba
atrapado.
Tosió la sangre de su boca y se quedó sin aliento, aferrado
a la roca con los dedos blancos. La piscina por debajo de él era
tan profunda que no podía sentir la parte inferior. Hubo una
vez, que incluso nadó hasta tratar de encontrarla, pero había
vuelto con las manos vacías. Había tratado de encontrar una
salida, muchas, muchas veces. Sólo había encontrado otros
focos de aire, algunos apenas lo suficientemente grandes como
para que pudiera respirar antes verse visto obligado a hundirse
en la sangre.
Su posición actual duraría lo suficiente. Había espacio
suficiente para toda la cabeza, el cuello, y hasta un poco de sus
hombros. Se quedaría ahí hasta que se viera obligado a nadar.
Los peores momentos eran cuando veía un cadáver
flotando atrapado en el techo desigual. A pesar de la negrura de
la sangre a su alrededor, y el rojo en la ropa del cuerpo, siempre
reconocía los cadáveres.
Los habitantes del pueblo que había asesinado.
Sabía perfectamente que no eran los aldeanos de verdad,
pero las ilusiones creadas para poner a prueba su cordura, eran
pruebas difíciles de pasar.
Otro cadáver flotó hacia él, ahora con una velocidad que
no debería ser posible, dada la debilidad de la corriente y el
techo puntiagudo que lo dificultaba.
Cerró los ojos y apretó la cara a la roca cuando se
aproximaba. No quería ver a otro esqueleto mirándolo
acusadoramente. No quería sentir la presión de los dedos largos
y puntiagudos que lo agarraban y lo empujaban a la piscina
negra, tirando y tirando hasta hundirlo.
La sangre comenzó a sentirse. No tanto como una onda en
movimiento a su alrededor o el eco de un goteo lejano, sólo oía
el sonido de su respiración apretada contra la piedra caliza de la
cueva. Pasaron los minutos. Tomó la oportunidad de mirar, de
abrir los ojos, para ver si alguien estaba mirándolo.
Un rostro casi sin piel y sin labios, dejando al descubierto
unos dientes grandes, y sus cuencas que aún contenían los ojos
muy abiertos, enojados, y la carne suficiente como para formar
una nariz torcida, lo miraba fijamente, a centímetros de su cara.
Frederik contuvo la respiración. Los segundos pasaron sin
movimiento. ¿Tal vez esto era realmente un cadáver?
Huesudas manos se abalanzaron y lo agarraron por la
chaqueta. Frederik rugió y luchó por liberarse, pero ahí se dio
cuenta que había sido un error colgarse de la piedra puntiaguda.
Fue sacado con la misma facilidad que lo había sido otras
incontables veces.
«Quédate quieto. Deja que te lleve. Te liberará tarde o
temprano», pensó. Pero había tomado la sangre en sus
pulmones y sintió el pánico de los condenados. La necesidad de
aire era demasiado fuerte, así que obligó a sus miembros a
moverse, a luchar, a pesar de que, inevitablemente, prolongaba
su sufrimiento.
Los dedos delgados y descarnados se apoderaron de él por
debajo de la sangre. Su ropa, piernas, brazos y cuello. Los
dientes lo mordieron duramente en todos los lugares donde la
sangre de un hombre normal fluía mejor, parodiando las veces
que se había alimentado.
Sus pulmones le ardían y se ampliaban en su pecho,
pidiendo aire. Se mordió los labios para evitar la inhalación de
más sangre a sus pulmones, sin embargo, esta corría por su
nariz.
No lo liberaban. Lo retenían más de lo habitual. Realmente
tenían la intención de ahogarlo. Ya estaba muerto y en el
Infierno. ¿Qué pasaría si lo mataban otra vez?
El pánico golpeó a través de él, y renovó su lucha,
propinando patadas y puñetazos. El espesor de la sangre hacía
sus golpes lentos, cerca de lo inútil. Alcanzó sus manos para asir
uno de los huesos unidos a él. Agarrando con fuerza, lo dobló
hasta que se rompió. El cadáver lo soltó y se alejó nadando a la
velocidad de un pez.
Estiró la mano para hacerlo de nuevo, pero todos ellos
renunciaron a su control, temerosos de que también les
rompiera los huesos.
Por último, libre de las cadenas óseas, Frederik comenzó a
empujarse hacia donde creía que lo esperaba el aire. Llegó a la
superficie de la piscina de sangre, deseoso de liberar su rostro
de la sangre y empujando hacia arriba con tanta fuerza que la
parte superior de su cabeza golpeó contra el techo de piedra.
Una sola estrella blanca destelló en sus ojos. Una ola de
vértigo se apoderó de él, lo consumió, y, a pesar de que apenas
había dado un aliento que solo podría llenar los pulmones de un
ave pequeña, casi no le importó que su cuerpo laxo se hundiera
en la sangre, donde más manos se apoderaron de él para
acariciarlo y torturarlo.
«Acuérdate de las normas. No mires hacia atrás. Si miras
atrás, lo perderás para toda la eternidad.»
Primero tenía que encontrar a Frederik. Tomó otra piedra
ámbar de su bolsa y la dejó caer al suelo oscuro, con un ruido
cristalino.
El Infierno no era una fosa a cielo abierto incendiaria y de
cámaras brillantes lleno de cadenas y de los gritos de los
muertos. Era un laberinto oscuro y pequeño, con apenas espacio
suficiente para que se enderezara en toda su altura, y el aire, era
incluso menos. El poco que había era caluroso y polvoriento,
aplastando sus pulmones y dificultando su progreso a través del
laberinto.
Estaba obligado a caminar constantemente con la cabeza
baja, y si no hubiera sido por la espada que ardía en su mano,
tendría que confiar en el tacto para encontrar su camino. Y se
alegraba de poder hacerlo sin tocar las cosas de aquí abajo. Las
paredes de piedra estaban mojadas con sangre fresca y otras
cosas. Incluso con el fuego sagrado que llevaba, continuó
tropezando en el suelo irregular y en ocasiones golpeando con
su cabeza los filos de las rocas por encima de él. Era golpes
dolorosos y que lo herían, y tenía sangre en su pelo y en la
frente.
Por lo menos era capaz de ver las piedras cuando caían y
así apartarse. El Infierno no se daría por vencido tan fácilmente.
Robar un alma era casi inaudito. Sin embargo, había sido la
solución que le ofrecieron para evitar que vendiera su propia
alma.
Jo mantuvo alerta los oídos. Estaba cada vez más cerca. Lo
sabía, lo sentía. Los gritos ahogados le decían que estaba cerca
de las cámaras de los presos. No había puertas o barras en las
jaulas para que pudiera ver a través de ellas. Pero cada vez que
daba un paso más allá de sala de tortura de un alma, una parte
de la áspera roca sólida de color rojo y piedra gris se
transformaba en una superficie lisa y transparente que era más
clara que cualquier ventana de cristal.
Vio a hombres y mujeres siendo violadas por los
demonios, siendo comidos vivos, con los órganos sexuales y
otras partes del cuerpo arrancados y su carne desprendida. Oró
porque no estuvieran infligiendo esos horrores a Frederik. Lo
más horrible de todo, era cuando las miserables almas se fijaban
en él, y veían su espada y alas expuestas en los túneles
estrechos, y se tenía que obligar a caminar, mientras estas
clamaban por su ayuda, pensando que era su salvador. Pero
cuando los miraba veía vívidamente las imágenes de sus
pecados en su mente, como si estuviera reviviendo sus
recuerdos de las cosas terribles que habían hecho, y no sintió
remordimientos cuando los dejó atrás.
Sentía más ganas de correr por su vida que de ayudarlos, y
cuando los guardianes demoníacos, inevitablemente, también lo
veían, lo perseguían. En una ocasión, un demonio se negó a
renunciar a perseguirlo, obligándolo a detenerse y luchar contra
él hasta la muerte.
Los demonios no eran amables anfitriones con los
intrusos, especialmente con los ángeles.
Estar en este lugar hizo que Jo se alegrara de no haber
vendido su alma para llegar aquí. Aunque lo habría hecho sin
pestañear si el Consejo se hubiera negado a ayudarlo. Su
amenaza había funcionado, y los espíritus resplandecientes le
concedieron el permiso que necesitaba para dejar el Cielo, y
tiraron de las cuerdas y le susurraron al oído derecho para abrir
un pequeño portal a ese pozo húmedo. La única regla era que,
una vez que obtuviera su premio, no podía mirar hacia atrás. No
entendía esa regla, pero tampoco la pondría en duda.
Al pasar junto a otra sala las paredes se abrieron, y miró
hacia el interior muy rápidamente antes de seguir adelante. No
podía permitirse otra batalla con los guardianes demonios. Su
cuerpo estaba debilitándose, y los arcos de sus alas estaban
sangrando, ya que se raspaban continuamente contra la parte
superior del túnel. Pronto, no tendría fuerzas para rescatar a
Frederik en absoluto, y mucho menos liberarlos a los dos de este
lugar.
Pasó el pozo rápidamente. El alma triste en esta prisión no
era Frederik. Era un hombre viejo con ropas brillantes, con
anillos de piedras preciosas y una corona de oro sobre su
cabeza. Estaba sentado encadenado al suelo, muerto de hambre,
mientras un banquete de alimentos estaba fuera de su alcance
en una larga mesa. Dos demonios estaban sentados a la mesa,
comiendo con calma y cortesía, como si estuvieran teniendo una
pequeña fiesta. De vez en cuando se limpiaban sus labios con las
servilletas para quitarse las migas de pan, y conversaban a
través de sus mandíbulas largas y negras en un idioma que Jo
no entendía.
Pasó a otra sala, constituida de una manera similar. Más
demonios torturaban otra alma que colgaba por los pies desde
el techo. Y así fue pasando sucesivamente durante lo que le
parecieron horas.
Se le estaban agotando las piedras de ámbar.
Entonces sintió un ruido sordo a sus pies. O más bien, se
sentía bajo sus pies. Detuvo su paso lento, temeroso de que un
demonio se dispusiera a romper el suelo debajo de él, y sin
embargo, no oyó nada más. Aunque, su cuerpo instintivamente
se preparó para luchar. Sus miembros se quedaron flexibles y
ágiles en caso de que necesitara actuar con rapidez, su
respiración lenta para oír mejor. Si algo no deseado conseguía
escapar y atacarlo, estaría listo para ello. Pero nada salió, y todo
permaneció en silencio.
Sin embargo, había algo ahí abajo.
Había visto cámaras de tortura a derecha e izquierda
mientras iba a través de este laberinto. ¿Podría haber también
cámaras por encima y debajo de él?
Dio dos pasos tentativos más hacia delante, y, cuando lo
hizo, el suelo se abrió bajo sus sandalias, dejando al descubierto
un charco de líquido negro debajo de él. Incluso a través de la
roca, por el olor que surgió a su alrededor, supo que era de
sangre humana.
Curioso, no había visto otra cámara como esa.
A pesar de que la curiosidad no era una razón para
retrasar su búsqueda, no pudo convencer a sus pies para que se
movieran. Todo su cuerpo quería lanzarse hacia abajo, y cayó
sobre una rodilla para tener una mejor vista, cediendo a la
obligación de quedarse, observar, esperar y estar seguro de que
quien fuera que se encontraba en esa prisión no fuera su
amante.
Una imagen sangrienta flotaba desde las profundidades, a
las pequeñas manos y piernas le faltaban trozos grandes de
carne. Tendido, el cuerpo flotaba boca arriba, pero con una
parte del rostro oculto, dejando al descubierto el hueso suave y
blanco con gotitas rojas. El pelo suelto era de color amarillo,
fibroso y desigual en los lugares donde antes había estado la
carne del cráneo destrozado. Un cadáver. Lo que había sido una
vez un niño. Una niña pequeña.
«No es una niña real» se decía. Esta niña muerta tendría
tal vez seis años de edad si fuera real, y ningún niño de esa edad
podía haber hecho nada que pudiera justificar una sentencia al
Infierno.
Más órganos aparecieron, algunos mayores, otros
menores, todas las prendas que llevaban estaban rotas, lo que
los identificaban como campesinos, y, cuando ellos aparecieron,
supo que eran tan falsos como la niña. Tal vez esa era la
intención para así torturar a la víctima de esta cámara en
particular.
Había tantos.
Jo contuvo el aliento cuando el propósito de esta cámara y
el castigo infligido lo golpeó.
Estos eran los habitantes del pueblo. La gente por la que
Frederik había sido engañado para que la matara. Esta era la
cámara de Frederik. Su castigo eterno. Qué ironía lanzar a un
vampiro a un profundo pozo de sangre con la gente que había
matado.
Apenas ese pensamiento pasó por su mente, Frederik
emergió. Incluso a través del negro y rojo de la sangre que le
manchaba la ropa y el cabello, Jo sabía que era él. La forma de
su cuerpo era algo que nunca podría olvidar, incluso con la
sangre que manchaba su pelo y su ropa. Estaba boca abajo e
inmóvil.
Jo pasó las manos a lo largo de la piedra clara, en busca de
una entrada antes de que empezara a golpearla con los puños. —
¡Frederik!
Frederik no respondió, y Jo sólo logró herir sus nudillos. A
pesar de que podía ver a través de ella, aun había piedra bajo
sus manos y rodillas.
—¡Frederik! ¡Grimm! ¡Despierta! —Jo levantó la espada y
llevó la punta de la hoja hacia abajo con fuerza una y otra vez, el
fuego sagrado arrancaba trozos del suelo que estaba sobre la
cámara. Estaba haciendo ruido, un ruido que hacía eco a través
de los túneles. Lo sabía, sabía que los demonios lo habrían
escuchado y vendrían corriendo a inspeccionar, pero no podía
parar. Se ocuparía de ellos cuando llegaran.
Su espada desgarró la roca, haciendo grietas en la
superficie como de cristal. Su amante no se movía ni siquiera
cuando Jo le gritaba. Cansado y con su cuerpo dolorido y
protestando por sus movimientos, levantó la hoja sobre su
cabeza una vez más y la dejó caer con un rugido.
La espada atravesó la roca, atravesando a uno de los
cadáveres esqueléticos a través del pecho, el fuego de su misma
silbó cuando se encontró con la sangre húmeda. Jo trató de
liberar la hoja para continuar el astillado, pero en ese momento
el suelo y las rocas se derrumbaron debajo de él. Gritó cuando
casi perdió el equilibrio y cayó en el charco de sangre donde
flotaban los cadáveres, pero se acercó y se agarró con la otra
mano al borde todavía sólido, negándose a soltar su espada. La
necesitaba para escapar.
Reposicionándose y respirando con dificultad por la caída,
utilizó su espada para agarrar a Frederik por la ropa y tirar de él
hacia atrás.
—Será mejor que te despiertes, Grimm —murmuró—. Vas
a salir de aquí, pero tienes que despertarte.
Cuando Frederik se acercó lo suficiente, Jo se agachó y lo
agarró por la espalda de su chaqueta empapada, aplastando la
sangre con sus dedos. Con un tirón resbaladizo, lo sacó de la
piscina de sangre y lo derribó con un sonido húmedo y un
golpetazo en la piedra sólida.
Frederik no parpadeó ni abrió los ojos como Jo esperaba.
No respiraba, pero tampoco estaba muerto. El Infierno hacía
trucos como este. Crear la ilusión de que por fin se caía en la
muerte escapando de la pesadilla de torturas que a todo el
mundo le esperaba aquí, sólo para volver a despertarse de
nuevo en sus celdas. Jo no tenía tiempo para ello. Necesitaba a
Frederik despierto y en movimiento.
—¡Grimm, despierta! —Le dio una palmada en la mejilla y
luego le una bofetada más dura una y otra vez, pero no
despertaba. Tampoco temblaba. No sabía qué hacer. No sabía
cómo conseguir que respirara de nuevo. Peor aún, las imágenes
de los pecados que Frederik había cometido en su vida pasaron
por la mente de Jo, distrayéndolo. Los aldeanos de MacGreggor,
otras escenas anteriores de su juventud, cuando cazaba y
mataba libremente, como si la muerte nunca pudiera
reclamarlo.
El chapoteo y los gemidos en la cámara de sangre hicieron
que Jo girara su cabeza. Los cadáveres habían cobrado vida, tan
vivos como se podría llegar a estar, y estaban tratando de
recobrarlo a través del agujero que Jo había creado, pero el gran
número de ellos que había tratando de subir por el borde del
agujero, solo lograba que se hundieran bajo sus pesos,
impidiendo su progreso. Con el tiempo vendrían a por Frederik,
por los dos si pudieran tenerlos. Eran los demonios de esa
cámara en particular, y no querían renunciar a su propiedad.
Jo agarró la chaqueta de Frederik y tiró de él más lejos del
hoyo y de los demonios que había dentro antes de regresar al
trabajo. —Grimm, hijo de puta, eres un egoísta, si me oyes,
levántate. Arriba. No te puedo cargar para sacarte de aquí,
tienes que caminar tú mismo. ¡Frederik! —Ya podía sentir como
el hechizo del Infierno comienzan a tomar su control. Ahora que
tenía lo que había venido a buscar, no debía mirar detrás de él,
ni siquiera mirar a Frederik, era peligroso.
Le llegaron más recuerdos de los asesinatos cometidos por
Frederik, y esta vez no podía quitárselos de encima. Frederik
había bebido de los habitantes del pueblo hasta que no tuvieron
la sangre suficiente para vivir. Cuando no pudo beber más, las
manos le temblaban mientras estrangulaba en sus camas a los
que quedaban. Lloró en silencio cuando lo hizo con los más
jóvenes. Esa era la diferencia entre el Frederik de estos
recuerdos y el más joven de los siglos pasados.
Jo se obligó a alejar esas imágenes con un grito. Un ligero
mareo se apoderó de él e hizo girar el túnel, los gemidos de los
muertos sonaban muy lejos. Se frotó los ojos y más sangre
corrió por su rostro. Hizo caso omiso de los fluidos pegajosos en
sus mejillas y volvió a sacudir y golpear a su amante. —
¡Frederik!
Sin embargo, el vampiro no se movía. Sus ojos no se
abrieron, y su pecho no subía y bajaba para tomar aliento. Los
enojosos gemidos de los zombis detrás de ellos se hicieron más
impacientes, y el sonido de la sangre en la que se peleaban por
salir se volvió violenta.
Jo no sabía qué hacer. Por un momento su corazón se
paró, pensó que no habría escapatoria para cualquiera de ellos,
todo porque había tenido la desgracia de intentar el rescate
cuando Frederik estaba inconsciente.
Pero no podía salir sin él.
A continuación, un pensamiento ridículo le llegó. Una
epifanía al azar. Una respuesta a una oración. Alguien estaba
respondiendo a sus oraciones.
Jo siguió las instrucciones de las imágenes que llegaban a
su mente. Pellizcó la nariz de Frederik y ladeó su cabeza hacia
atrás antes de cubrir su boca con la suya. Lanzó una larga
exhalación a través de él, y sintió la elevación de su pecho, y
luego, como si Jo lo hubiera traído a la vida, Frederik comenzó a
temblar. Su garganta gorgoteaba cuando tosió y escupió, con los
ojos ampliándosele cuando se atragantó. Jo se apartó mientras
Frederik escupía la sangre de su garganta y pulmones. Frederik
se giró bruscamente a un lado para vomitar charcos de sangre,
ahogándose con el aire entre arcadas.
Jo se echó a reír tontamente. Frotó la espalda de Frederik
para ayudarlo a expulsar la sangre, pero no hizo más que eso.
Los zombis que querían infligirle torturas peores que la muerte
seguían trepando para llegar hasta ellos. Ahora estaban fuera de
la piscina y arrastraban sus cuerpos por el suelo.
Jo escupió la sangre de sus labios. Frederik llevó sus
manos hacia él, sus ojos se transformación de la confusión a la
alegría y el horror en cuestión de segundos. —¿Qué estás…?
—No hay tiempo, tenemos que correr. —Jo agarró la
empuñadura de su espada de donde la había dejado para darle
el beso de vida. Estalló en llamas en su mano, quemando todo
rastro de sangre de su acero, y, por primera vez, no presenció en
Frederik una mueca de dolor ante el espectáculo de fuego—.
Sígueme, y no mires hacia atrás.
Frederik volvió a toser y asintió. Jo lo agarró por la
chaqueta y la tiró de él hacia arriba, tomando su mano. Se
movió con rapidez, dejando que el fuego de su espada iluminara
el camino. Frederik tropezó sobre sus pies y el terreno irregular
como si estuviera borracho, la sangre seguía saliendo en algunos
momentos a borbotones de su garganta, pero no había tiempo
para permitirle que recuperara las fuerzas. Los cadáveres detrás
de ellos anunciaban que habían escapado en una voz tan alta,
que contrastaba con la condición de sus cuerpos en
descomposición, pero Jo no se atrevía a mirar hacia atrás.
En ese momento, el hechizo del Infierno se apoderó de él y
se agarró con firmeza. Jo se sentía tan seguro de su presencia
como sentía la espada en su mano o el peso de las pisadas de
Frederik detrás de él. Lo rodeaba, se burlaba de él, de su
certeza, y lo desafiaba a volver la cabeza. El impulso de mirar
tras de sí, para estar seguro de que Frederik iba detrás de él, era
fuerte. Tuvo que luchar contra él. A pesar de que podía sentir la
mano de Frederik en la suya, ya no se sentía tan pesada como
antes. Por un momento, creyó que tal vez solo llevaba un brazo
sin unir a un cuerpo.
Tiró de Frederik, sintió su peso una vez más, e hizo caso
omiso de la queja indignada del vampiro, aliviado al sentir su
cuerpo. Luchó para mantener alejados cualquiera de los otros
hechizos del Infierno que tratarían de engañarlo otra vez. No
podía cometer ningún error. Una mirada hacia atrás, un
pequeño vistazo a Frederik, y los demonios atraparían al
vampiro para siempre. No habría segundas oportunidades.
—Espera, Jo.
—No hay tiempo. No mires atrás —gritó. No tenía idea de
si el hechizo funcionaba de la misma manera en Frederik, pero
no se atrevía a correr el riesgo—. Si te miro te perderás para
siempre.
Encontró las piedras amarillas que había dejado caer en su
viaje. Brillaban débilmente bajo la luz de su espada. La
acumulación de sangre en las paredes y en el suelo casi había
cubierto a algunas de ellas. Ahora que las tenía que seguir,
lamentaba no haberlas dejado caer más próximas, con lo que
sería más fácil seguir a través de los giros y vueltas.
—¿A dónde vamos? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—¡Ahora no!
Un demonio alto, encorvado casi hasta la cintura por la
estrechez de los túneles, se dirigía directamente a su paso. Sus
brazos eran largos y negros como el carbón, y caían casi hasta el
suelo. Las piernas del esqueleto eran delgadas como las mismas
manos, sin embargo, el torso era musculado en exceso. Los
músculos de allí eran más gruesos en el pecho, para proteger
todos los órganos vitales. A Jo le recordaba las defensas
naturales de los vampiros.
La criatura parecía que no los había notado hasta que casi
se tropezó con ellos.
Su cabeza, alargada como la de un caballo, se giró, y patinó
hasta detenerse. Sus ojos mostraban un brillo rojo rubí con
rabia, y también abrió su boca en un largo y agudo rugido. El
aire caliente y la saliva volaron desde su boca abierta. Jo tuvo
que cubrir su cara con el brazo en el que llevaba la espada para
protegerse contra cualquier veneno. Sin embargo, no se detuvo.
No atacó. Sólo rugió, revelando su paradero.
Obligado a renunciar a sostener a Frederik, Jo cargó y
blandió su espada, la punta arañó la pared durante el balanceo y
creó chispas mientras la giraba, pero su fuerza y su objetivo
eran claros. Su espada golpeó en el cuello de la bestia, pero la
dura piel le impidió una decapitación completa. Su espada se
quedó a mitad de camino a través del cuello, cortando el hueso.
Sin embargo eso fue suficiente para silenciar a la criatura que
cayó con un ruido sordo, su sangre negra mezclándose con el
rojo de las paredes.
Jo extendió ciegamente la mano detrás de él, buscando. —
Frederik.
—Estoy aquí. —Una palma cálida y pegajosa se deslizó en
la suya, y Jo suspiró.
—Salgamos fuera de aquí —dijo. No podía esperar el
momento en el que regresaran a la superficie donde Anael
esperaba, en el que pudiera mirar a Frederik una vez más, sin
demonios y sangre humana sobre ellos.
—Frederik, yo…
—Lo que estás a punto de decir, puedes decirlo cuando
salgamos de aquí.
Esa era la mejor idea que nunca hubiera escuchado. Ahora
no era el momento oportuno.
—Si nos separamos, sigue las piedras del suelo. —Jo señaló
con su espada en llamas hacia las pequeñas gemas de color
amarillo.
—Las veo —respondió Frederik.
Jo asintió. —Bien. Conducen a la salida. Si nos vemos
obligados a separarnos, me encontrarás allí.
Pero Frederik estrechó más su mano. Si aplicara más
presión, sus huesos se fragmentarían.
Su avance estaba dividido entre correr furtivamente y
apresurarse lo más silenciosamente posible al pasar por los
calabozos de otras almas condenadas.
—¿Dónde está nuestra salida? —preguntó Frederick
después de un tiempo, su voz trabajosa. De vez en cuando, Jo
podía oír como tosía y escupía más sangre.
Jo empezó a volverse para mirarlo, pero se contuvo a
tiempo. Los latidos de su corazón eran salvajes. Se aclaró la
garganta y señaló hacia su derecha, frenando su cuello. Eso
había sido estado demasiado cerca.
—No he llegado de la manera tradicional. No iremos al río.
Nos espera un portal al final de las piedras de ámbar.
—Sí —susurró una voz ronca a su espalda—. Gracias por
enseñarnos una salida también a nosotros.
Sintió el impulso de mirar atrás para ver al dueño de la
voz, y eso aumentó la necesidad de tirar del brazo de su amante.
—No mires detrás de nosotros.
—No iba a… —murmuró Frederik.
—¡Qué mala educación! —dijo otra voz, esta vez femenina,
más sensual, más refinada y moderna—. No mirarnos a los ojos
cuando te hemos saludado, incluso después de que nos enviaras
aquí.
—Jo...
—Sé quiénes son. ¡Corre!
Ellos salieron disparados por el túnel. Gritos y risas
animales de los depredadores los seguían disfrutando de la caza.
Jo no se atrevió a volver la cabeza.
Una prueba. O, mejor, el humor horrible del Infierno por
enviar tras ellos a los mismos vampiros que habían matado en
la torre MacNiel.
Si los vampiros los capturaban, ningún guardia demonio
podría hacerles jamás nada peor que lo que estos vampiros
enojados les harían. ¿Cuántos serían? ¿Sólo algunos de los
vampiros que les habían atacado en la torre del homenaje, o
todos ellos?
Jo tuvo que aumentar su velocidad para mantenerse a la
vanguardia de Frederik y no mirarlo. Frederik continuó
tropezando con el desigual camino, lo que dificultaba la huida.
Tenían a los vampiros en sus talones mientras arrastraba a
Frederik de nuevo a una carrera.
—¡Te mataremos! ¡Estamos aquí por ti! —Voces, voces
airadas, gritaban. Estaban cerca. A centímetros de distancia.
—¡No mires hacia atrás, no mires atrás! —¿Quién había
gritado la orden? Jo no podía decirlo. ¿Dónde estaba el portal?
¿La salida? ¡Los vampiros casi estaban sobre ellos! Pero
entonces, ¡sí! ¡La caverna! El espacio abierto por el que había
entrado al Infierno por fin apareció. Estaban a punto de
salvarse.
—¡Casi estamos allí! ¡No te detengas!
Al llegar a la boca que se abría hacia la cueva, dos
vampiros aparecieron en la entrada, los brazos extendidos hacia
fuera. Jo no pudo contenerse. Iba demasiado rápido, demasiado
ansioso por escapar. Demasiado descuidado.
Aquellos brazos se endurecieron y lo hicieron girar como
un tronco, golpeando a Jo en el cuello y levantándolo de sus pies
antes de tirarlo abajo.
Se despertó con unas manos presionando sobre su rostro.
Luchó y pateó para conseguir quitarse de encima al vampiro.
Oyó el sonido de su puño que se estrellaba contra un estómago.
—¡Jo, Jo! ¡Soy yo, tonto!
Jo se aflojó y las palmas de Frederik, que lo presionaban
cuando atacaba, se suavizaron. —Cierra los ojos. No puedes
mirarme.
Por supuesto. Cuando fue derribado, debía de haber
aterrizado de una manera que lo obligaría a mirar hacia atrás.
Cuando un hombre se despierta, su primer instinto es abrir los
ojos. Frederik lo sabía.
Cerró los ojos y asintió. Frederik apartó sus manos
inmediatamente.
Alguien o algo tenía que haber empujado a Frederik,
porque se derrumbó torpemente sobre Jo con un gruñido. Sus
ojos debían estar cerrados, así, los vampiros no podrían
engañarlo y que mirara a su alrededor.
Un pie golpeó un lado de Jo, lo suficientemente fuerte
como para mellar la armadura contra sus costillas y raspar la
carne. Gritó y tiró del metal. Afortunadamente, se enderezó
rápidamente.
No podía verlos, pero podía sentir los movimientos a su
alrededor. El sonido de los pies descalzos arrastrando pies y
zapatos por la roca. Lo que no podía sentir, sin embargo, era su
espada. La había dejado cuando se cayó, y ahora estaban
totalmente indefensos.
—Abre los ojos. —Era la voz de un vampiro quien le había
dado la orden.
—Sí, ábrelos. Mirarnos no te hará daño.
Es cierto, pero si estaban en la entrada de la cueva que
conducía al Infierno, se haría una gran cantidad de daño. No se
arriesgaría.
Unas garras se inclinaron sobre su rostro y arañaron a lo
largo de su mandíbula, labios, nariz y ojos. Jo silbó y dio un
respingo hacia atrás.
—¡Míranos!
El puño de Jo salió volando, pero sólo golpeó el aire.
—¡Apartaos de nosotros! —Aunque sus ojos estaban
cerrados, el golpe de aire le decía que Frederik intentar girarse
ciegamente, tratando de defenderlo sin tener en cuenta donde
estaba el enemigo. Más risas y el sonido de los pies alejándose
del débil ataque los hundía más.
Jo tenía la esperanza de razonar con ellos. —Tenéis que
comprenderlo. Nosotros no pretendíamos haceros daño, pero
nos atacasteis. Incluso si hubierais escapado del castillo de
MacNiel, hubierais vuelto aquí cuando vuestra misión hubiera
terminado por haber matado a esos hombres.
—¡Mientes! —La voz estaba tan cerca de su oído, que se
sacudió y se golpeó la cabeza con Frederik.
—¡Ah!
Unas manos que no eran las de Frederik se apoderaron de
su rostro, unas manos con dedos largos y delgados, abultadas
llagas, y puntiagudas uñas.
Trató de alejar a la criatura, pero el control sobre sus
mejillas apretadas y las uñas arañando sus párpados se lo
impedían. —No es que lamente lo que sucederá si no abrís los
ojos.
Trató de empujar a la ofendida criatura fuera, pero no
pudo moverla. Las manos de Jo se envolvieron alrededor de las
muñecas como hierro de su atacante, sin embargo, no se movía.
Su puño voló y conectó con algo, pero sus nudillos estallaron de
dolor. —¡Frederik! —Llamó, aunque por los sonidos de lucha
cerca de él, estaba seguro de que su amante estaba recibiendo
un trato similar.
Esas uñas largas y afiladas hicieron su camino bajo sus
pestañas y comenzaron a empujarlas hacia arriba, arañándole la
parte blanca de los ojos.
Jo lanzó un grito.
Las uñas se alejaron. La hoja de una espada cantó en el
aire, y un sonido húmedo siguió a un ruido sordo. Sonaron dos
golpes secos, uno más pesado que el otro, el segundo haciendo
un ruido distinto al de un corte. El primero era el sonido de la
tela y la carne de un cuerpo rasgándose. El otro sonido era sin
duda de una cabeza que había caído. Los otros vampiros
silbaron, y hubo un roce de pies.
—¿Frederik? —Jo preguntó, encontrando y sosteniendo al
otro hombre. Utilizó sus manos para sentir el largo de su cuerpo
en busca de posibles lesiones. Era difícil con tanta sangre
humedeciendo sus ropas.
Sus manos fueron alejadas de inmediato. —Estoy bien,
¿Quien es…?
Un feroz grito de guerra fue liberado y rebotó en las
paredes. —¡Manteneos alejados de ellos, monstruos!
Los ojos de Jo casi se abrieron por el shock, pero se las
arregló para mantenerlos cerrados. «¿Zad? ¿Aquí?»
—¡No aceptamos más órdenes tuyas, ángel cobarde!
Ya no era un ángel, no si Michael había dicho la verdad.
¿Qué podía, o mejor dicho, cómo estaba aquí?
—¿Él? —Frederik exclamó. Jo recordó que Frederik no
sabía nada del destino de Zad después de que hubiera sido
enviado al Infierno—. ¿Lo han enviado para que nos ayude?
Jo se tiró a sus pies y dio la vuelta. Se agarró al brazo que
lo detuvo y suspiró. Era suave muscular y saludable, no la carne
fina y fría de las criaturas que llevaban aquí tanto tiempo.
—Abre tus ojos, amigo mío.
Jo vaciló.
La voz de Zad era tensa. —Por favor.
No había nada que hacer. Si Jo quería fugarse con
Frederik, tendría que confiar en que su ex hermano no quería
dejarlos atrapados aquí abajo por toda la eternidad. Abrió los
ojos con cara de preocupación y Zadkiel le devolvió la mirada.
Le habían permitido mantener la armadura de sus hermanos,
pero no tenía alas en su espalda. Su rostro y sus cabellos
estaban empapadas de sudor, y la espada de Jo en su mano no
ardía. Zad era ahora un hombre mortal.
Jo sólo estaba agradecido porque la ayuda hubiera llegado.
Debido al Consejo Espiritual, ningún ángel podía ayudarlos. Jo
había venido por su propia cuenta a esta misión. Sin embargo,
aquí estaba Zad, y Jo no podría haber estado más feliz. Mejor
aún, la pared con el portal de salida de ese lugar estaba detrás
de él, y todavía parecía intacto. Jo sabía que estaba allí porque
había venido a través de él. Los vampiros no lo habían
descubierto, de lo contrario, ya habrían escapado.
Esperaba que no fueran capaces de ver el portal. Michael
había dicho que lo cerraría una vez que Frederik y él pasaran, y
si no, se cerraría con el tiempo por sí solo, a pesar de todo. Pero,
si los vampiros pasaban, lo mantendrían abierto y permitirían
que una gran cantidad de ellos escaparan.
Los vampiros que quedaban bloqueaban su camino hacia
el portal sin darse cuenta. Otros llegaron desde todos los lados,
envolviéndolos en un amplio círculo. Pero no alarmaron a Jo
tanto como lo había hecho antes.
—Tómala. —Zad colocó el mango de la espada en la mano
de Jo. Se iluminó como esperaba. Los vampiros sisearon ante
las llamas.
Zad sonrió al fuego, con su mano aun sin soltar la
empuñadura. —Esta será la última vez que sostenga una hoja de
fuego.
Jo no tenía tiempo para el arrepentimiento de Zad o el
sentimentalismo. Liberó la espada de las manos de Zad y
extendió la mano libre por detrás de él. —¿Frederik?
La palma de una mano tanteando en el aire tomó la suya y
la estrechó con fuerza. —Te tengo.
—Puedes abrir los ojos.
Frederik se enderezó y debió haberlo hecho, porque siseó.
Ya fuera por Zad, por el fuego, o sus enemigos, Jo no podía estar
seguro. —Hemos de abrirnos camino a través de ellos.
—Yo lo haré. —Zadkiel sacó su propia espada de su cinto
con un raspado largo. La falta de fuego la hacía parecer un poco
más pequeña que antes. —Vosotros dos debéis escapar.
—Pero, ¿cómo?
—No os podéis mirar uno al otro a la cara sin condenaros a
vosotros mismos. Seríais inútiles para ayudarme en la batalla.
El círculo de vampiros que los rodeaban lo tomaron como
su signo para saltar y atacar todos a la vez. Zad se abalanzó con
la espada en el aire sobre los tres que estaban delante de él con
un grito de batalla, su cuerpo impulsado con tanta gracia como
si sus alas aún estuvieran con él. Dos vampiros, uno a la
izquierda de Jo, y el otro a su derecha, saltaron al aire con las
garras y los colmillos expuestos mientras se preparaban para
atacar.
Jo se fue a la derecha con su arma, y Frederik fue hacia la
izquierda. Golpeó con fuerza el torso de un posible atacante,
cortando a través de tela y la carne. Su espada dividió al
vampiro en dos mitades ya que no tenía huesos duros como
piedras en sus costillas que le impidieran una separación
completa. La criatura cayó pesadamente y murió. Detrás de él
sonó un chirrido de huesos rompiéndose.
Sin mirar, Jo sabía que Frederik le había roto el cuello al
vampiro con una sola mano.
Más vampiros se dirigieron hacia ellos, pero Jo se negó a
luchar. No podía. Eligió retirarse y corrió hacia la pared donde
sabía que estaba el portal, donde había dejado la primera piedra
de ámbar, y arrastró a Frederik detrás de él blandiendo su arma
ante cualquiera que se interpusiera en su camino, eliminando
cabezas, brazos y manos extendidas.
Zad estaba en lo cierto. Simplemente porque Frederik y él
hubieran tenido buena suerte con los dos primeros vampiros,
no significaba que pudieran luchar contra una horda de ellos sin
mirarse uno al otro. Tampoco podían mirar a sus espaldas sin
hacerlo.
—¡Jo!
Pensó que Frederik lo llamaba porque estaba
abandonando la batalla, y no vio a la mujer vampiro que saltó
hacia él desde la pared lateral hasta que fue demasiado tarde.
Su peso era demasiado, y Jo fue derribado, por lo que su
mano se separó de la de Frederik. Se mantuvo alerta esta vez
para ver como la diablesa levantaba sus garras y se disponía a
bajarlas sobre su cuello.
Ella fue lanzada fuera de él por un cuerpo fuerte. Por
Frederik, que ya estaba directamente encima de él.
Se miraron el uno al otro, y Frederik comenzó a
desvanecerse ante sus ojos.
—¡No! —Jo intentó agarrar su forma transparente con los
brazos, abrigarlo, cualquier cosa para evitar que se
desvaneciera, pero, en vez de tocar carne sólida y musculosa,
sus manos pasaron directamente a través de Frederik, como si
fuera un fantasma.
Frederik abrió la boca, pero Jo nunca supo lo que quería
decirle, porque desapareció por completo.
—¡Frederik! ¡Frederik! —Jo lanzó un grito. Se puso en pie
y se volvió como si simplemente esperara verlo de pie en algún
lugar cercano en el espacio abierto. Lo único que encontró fue
más lucha y cuerpos sin vida—. ¡Frederik!
Zadkiel rasgó a dos vampiros que intentaban apoderarse
de él y agarró su brazo. Empezó a tirar de él hacia la pared
donde se encontraba el portal oculto, el brazo que sostenía la
espada empujaba hacia afuera, moviéndose adelante y atrás,
manteniendo a raya a las demás criaturas que todavía estaban
en posición y deseaban encarcelarlos o matarlos. —Tenemos
que dejarlo, hermano.
Jo lo empujó. —¡No me iré sin él!
—¡No tienes otra opción! —gritó Zad, en esta ocasión
agarrándolo de su coraza y tirando de él fuera del rango de
alcance de un par de garras—. Has tenido tu oportunidad, Jo. Lo
miraste. El Infierno lo ha reclamado y no lo devolverá otra vez.
Tenía razón, por supuesto, pero Jo no podía aceptarlo. Se
negaba a salir mientras Frederik estuviera allí. No podía
soportar la separación. No lo soportaría.
Jo levantó su espada de fuego hacia los vampiros
condenados. —Vete, Zad. Me quedaré.
—No te abandonaré de nuevo.
Ningún mortal vivo podía venir a este reino. Debía haber
sido enviado por Michael para ayudarlos. —«Los ángeles no te
ayudarán» —había dicho el Consejo. Pero Zad ya no era un
ángel, y aunque a él no le importaba el bienestar de Frederik,
todavía se preocupaba por Jo. —Zad, déjame. No quiero que me
siguas a donde voy.
Saltó hacia los vampiros que lo querían, haciendo caso
omiso del grito indignado de Zad. Mantuvo su espada en alto
para evitar que los cuerpos se acercaran, aunque no se detuvo
hasta que los vampiros le tuvieron dentro de su círculo.
—Ahora está con nosotros —se burlaban de Zad cuando Jo
permitió que lo rodearan.
Un vampiro niño, dijo con su vocecita: —Un media alma
maldito, como nosotros.
Hablaban de Frederik. El pecho de Jo subía y bajaba con la
irritación, enojado.
Otro vampiro femenino puso su mano sobre el brazo de Jo
y siseó. —No lo volverás a ver.
—Jo, no lo hagas.
Jo lo ignoró todo lo mejor que pudo, sobre todo a los
vampiros, teniendo en cuenta que hablaban de sus verdaderos
miedos. Tiró de su brazo para liberarlo de las garras de la
vampiro. Ella se limitó a reír y se alejó. Jo levantó la cabeza,
proyectando su voz hasta que fue lo suficientemente fuerte para
hacerse eco a través de las paredes de cada túnel del laberinto.
—Hago un llamado a Lucifer, estrella de la mañana.
Quiero hacer un trato contigo.
—¡Jo…!
No oyó lo que Zad estaba a punto de gritarle. Cuando las
palabras salieron de su boca, la cueva giró en torno a él, los
lugares se volvieron borrosos hasta que se tiñeron de un color
triste.
Fue vertiginoso, la sangre en su interior se precipitó hacia
su cabeza y cerró los ojos para no enfermarse. Estaba siendo
transportado. Jo sólo esperaba que Zad fuera lo suficientemente
sabio como para escabullirse por el portal mientras su
desaparición distraía a los vampiros sedientos de sangre.
El mundo dejó de girar a su alrededor, cuando llegó a
donde Lucifer lo había enviado. El suelo debajo de él era como
agua. Jo dio un paso, tropezó y cayó sobre sus manos y rodillas.
No podía oír nada más que el sonido de un timbre y su propia
dificultad para respirar mientras luchaba por el control de sí
mismo. Incluso con los ojos cerrados, cuando se levantó, el
suelo debajo de él seguía cambiando.
Sin embargo, al menos el suelo estaba hecho de suave y
frío mármol blanco y negro, para nada parecido a la roca
desigual y sangrienta de los túneles de la cueva en la que había
estado caminando durante horas y horas.
Dio un largo suspiro, luego dos, y repitió el proceso hasta
que todo él se sintió sólido y sus tripas ya no se arremolinaban
en su garganta. Antes de que se hubiera quitado sus alas, el
transporte no le hubiera afectado tanto. Ahora, ya no estaba
acostumbrado a la turbulencia.
Jo abrió los ojos. Casi esperaba un ejército de demonios a
la espera de arrancarle sus nuevas alas de su espalda, pero sólo
una criatura estaba a la vista. La cueva a la que había sido
transportado parecía tan interminable que no podía ver los
muros de la misma. Larga, con columnas de mármol cortadas
abruptamente y crepitantes por la edad y el abuso, se extendían
hasta el alto techo, que no se podía ver a través de la oscuridad
de la parte superior. Las antorchas ardían en los pilares, más
brillantes que la llama de su espada, tan brillantes y poderosas
que en comparación con la espada, hacían parecer a esta última
una brasa moribunda. Sin embargo, ni siquiera los fuegos
podían perforar el negro infinito y la frialdad del lugar.
La luz era lo suficientemente fuerte como para que Jo
pudiera distinguir la figura que yacía desnuda tendida en el
suelo, así como a la criatura encima de ella, lamiendo la carne a
lo largo de su espalda y sus nalgas hacia abajo, la saliva
envenenada dejando huellas y ronchas rojas. El alma en
cuestión no se movió mientras era utilizada, y sus ojos miraban
sin pestañear hacia delante. Por último, los abrió y cerró, y
luego levantó la cabeza a pesar del rugido del demonio por
encima de él. Jo se dio cuenta de que, al igual que las otras
almas despreciables antes que él, los ojos de este fueron a las
alas de Jo, y gritó.
—Ayúdame. ¡Oh, Dios mío, ayúdame!
Los sonidos de disgusto del demonio sobre él aumentaron
ante esa explosión. Con los ojos rojos brillantes de cólera, por
decirlo de alguna forma, puso una garra negra carbonizada en el
hombro del alma, empalándola al suelo de mármol para
mantenerlo quieto. Eso no impidió que el ser humano implorara
a Jo.
—¡Ayúdame! ¡Por favor, Señor, ayúdame!
Jo no podía sentir lástima de él. Las imágenes de lo que
hizo en su vida estaban invadiendo su mente. Había hecho cosas
desagradables, cosas horribles a niños no mayores que Angus y
Breanna. Jo giró su cara en un esfuerzo para poner fin a los
recuerdos.
—Asqueroso. ¿Verdad?
Jo levantó la cabeza. En un soplo suave de niebla negra,
algo que no había estado allí antes apareció en el vasto espacio.
Antorchas gemelas iluminaban un trono de piedra tan alto
como los dos pilares sobre los que se asentaba. Una cortina roja
de terciopelo con un ribete de oro, colgaba de la parte superior.
Pequeños rostros retorcidos en silenciosos gemidos de
desesperación, habían sido tallados en la espalda y los brazos
del trono. Jo no trató de engañarse a sí mismo confiando en que
fueran simplemente parte de un inocente y demente diseño.
Esas almas habían hecho algo concreto que molestaba el dueño
de este lugar, un maestro que estaba sentado en ese momento
en el trono, observando a Jo con unos ojos silenciosos y tan
rojos como los del demonio que violaba al mortal. Una corona
de oro de diseño humilde en comparación con la silla, estaba
sobre una cabeza de pelo negro medianoche. Brillaba en la
oscuridad, como si las mismas estrellas estuvieran atrapadas en
su interior.
El cuerpo de Jo se tensó en una especie de terror que
nunca antes había experimentado. Tenía la esperanza de no
tener que ver nunca a esa criatura en todos sus largos años. Sin
embargo, allí estaba por voluntad propia.
Lucifer estaba reclinado de una forma perezosa, con las
piernas flexionadas y cruzadas y un brazo en su trono de
mármol, la cabeza inclinada sobre dos dedos mirando hacia
arriba, y al contrario que Jo, con una especie de diversión
aburrida.
—Te pregunté algo.
—Sí, por supuesto. Bastante asqueroso —dijo Jo. Mejor no
elevar la ira del ser que controlaba este reino, en especial
cuando quería algo de él.
Lucifer asintió y chasqueó los dedos. El alma mortal que
lloraba, y el demonio encima de él, se desvanecieron en una
nube de niebla sin duda al lugar de donde habían venido. —Tus
hermanos y tú pensáis que soy un monstruo, al menos, que lo
parezco, cuando, en realidad todo lo que hago es lo que nadie
hace en el Cielo: castigar a los que se lo merecen.
La respuesta de Jo a eso habría sido: ‘Todos servimos a
sus propósitos’, pero se contuvo antes de hablar. Eso habría
implicado que Lucifer aún estaba en el camino de servir al
Creador. Aunque era así, tal afirmación seguramente habría
enfurecido a Lucifer lo suficiente como para infligirle un castigo
al propio Jo, y no quería terminar como ese mortal.
—No tenía ni idea de que disfrutabas viendo estas torturas
—dijo Jo en su lugar.
—Sólo cuando me divierten. ¿Deseas hacer un trato?
Jo se irguió y se acercó. Dos enormes demonios con
mechones negros aparecieron de las sombras de los pilares, sus
lanzas apuntando inmediatamente hacia su cuello, tocando la
carne, pinchando justo lo suficiente para extraer la sangre, pero
nada más.
Se detuvo y no se atrevió a tragar, para no presionar esas
cuchillas oxidadas más en su garganta. Sintió un picor cuando
una gota de sangre se derramó por su piel. «Idiota», se regañó,
apretando los puños. «¿Realmente creías que podías
simplemente acercarte al trono sin repercusiones? Sin duda,
Lucifer se cuida mejor que eso».
Lucifer se echó a reír de una manera alegre, dándose
golpes en su rodilla. —Tienes que perdonarlos, pueden ser un
poco protectores. —Chasqueó sus dedos hacia ellos. Entonces
sus ojos se endurecieron, la sonrisa dejó sus labios mientras
miraba la espada todavía en la mano de Jo.
La humedad que se reunió en el rostro de Jo, cuando se
forzó a regresar su sonrisa, también comenzaba a picarle. Se
había olvidado por completo de la espada sujeta en su mano con
los nudillos blancos. —Perdóname. —Con movimientos rígidos,
envainó su espada, el fuego desapareció a medida que lo hacía.
Los enormes demonios exhalaron aire caliente a través de
sus fosas nasales del tamaño de un puño antes de dar un paso
atrás y alejarse, arrastrando sus pezuñas, y haciendo eco en el
suelo. Desaparecieron en las sombras, pero Jo ya sabía que no
debía asumir que el mismo Diablo le daría una audiencia
privada.
—Supongo que te perdono. —Lucifer alzó su brazo a través
de su trono hacia una jarra de piedras preciosas y una copa a
juego que simplemente aparecieron porque lo él deseó. El metal
gris brillaba con rubíes y unos cuernos muy pequeños. Se sirvió
un líquido espeso, de color rojo en su taza, que agitó y olió, y
luego tomó un sorbo, lamiendo los restos de sus labios antes de
continuar—. Después de todo, una vez lucí un arma como la
tuya. —Lucifer levantó los ojos y sonrió, mostrando unos
dientes y colmillos blancos, lo que le recordó a los de Frederik,
aunque estos no tan largos—. Aunque eso fue en otra época.
Jo se movió y apretó la mandíbula. No le gustó el
recordatorio de que este ser había sido uno de sus hermanos,
independientemente de que ahora sirviera a un propósito
mayor.
—Vine para hacer un cambio —dijo Jo—. Mi alma por la de
Frederik. No sólo su alma. Su vida. Quiero que regrese a la
Tierra.
Lucifer hizo girar el vaso en la mano una vez más, con los
ojos entrecerrados y pensativos. —Eres el segundo ángel que ha
venido a mí en menos de dos semanas. ¿Estáis todos dándole la
espalda a Padre en estos días?
Si había una cosa que todos y cada uno de sus hermanos
sabían, era que Lucifer siempre quería un buen negocio. Con el
tiempo llegaría a la negociación.
Lucifer hizo un gesto con la mano como si bateara un
insecto molesto. —Tienes que amar mucho a esa criatura, que ni
siquiera es un mortal, para hacer esa oferta. Creo que ya he
conseguido el mejor negocio. —Su sonrisa se convirtió en
lasciva—. Por supuesto, debería aceptar, aunque espero otro
regalo a cambio de mi generosidad.
—Deberías hacer el trato —Jo insistió, su puños apretados.
—¿Por qué habría de hacerlo? —Lucifer, llevó la copa a sus
labios.
—Un simple vampiro con la mitad de un alma no vale
tanto la pena como un ángel, y no te quepa la menor duda, que
no voy a rogar, ni a ofrecerte nada más.
Lucifer alejó despacio su boca del borde de la copa, y luego
se lamió los labios. Su cuerpo daba la impresión de pensar en
calma, pero la energía a su alrededor llegó a ser tan
notablemente furiosa y caliente, que hacía ondular el aire que lo
rodeaba.
La cara de Jo se mantuvo estoica. Interiormente, se
congratuló mientras observaba como Lucifer reflexionaba
durante algunos minutos. Jo era el que ofrecía el mejor trato, no
Lucifer. No le suplicaría de rodillas, ni le ofrecería su lealtad ni
su cuerpo, se avergonzaría si lo hiciera. En efecto, aunque los
ángeles no tenían los órganos necesarios para tener relaciones
sexuales, en el Infierno, los demonios, y el mismo Lucifer,
violaban y tomaban lo que querían, incluso a los seres que no
tenían órganos sexuales con los que pudieran jugar. Siempre
podían hacerles agujeros en la carne para ese tipo de
entretenimiento.
Por último, Lucifer suspiró. Levantó la mano y chasqueó
los dedos. —Vamos a negociar, entonces.
Frederik apareció en el espacio entre ellos. Al principio
parecía aturdido y confundido. Su ropa y cabello no goteaban
sangre fresca, lo que sugería que no había sido enviado
inmediatamente a su prisión.
Entonces vio a Lucifer, y a Jo a su lado.
La cara de Frederik se retorció por la desesperación. —¡No,
Jo! —Trató de correr hacia él, pero, su paso y su cuerpo
golpearon duramente contra una barrera invisible. Jo lo llamó
en estado de alarma, pero Frederik no parecía escuchar
mientras se agarraba su nariz sangrante.
La barrera crujía, como burlándose de los dos, lo que le
permitió a Jo ver cómo rodeaba a su amante como una cúpula
de cristal, atrapándolo.
Lucifer se echó a reír. —Hasta que lleguemos a un acuerdo,
este alma todavía me pertenece. Ya lo has tocado bastante.
Una imagen acuosa que representaba cómo le quitaría la
vida a Frederik si intentaba escapar, apareció sobre sus cabezas,
como el reflejo en un lago.
Jo miró hacia otro lado y e hizo su mejor esfuerzo para no
ver el dolor en los ojos de Frederik. —He hecho mi oferta. Mi
alma por la vida de Frederik.
Frederik golpeó contra las paredes invisibles que lo
contenían, que crepitaban y chisporroteaban, pero no se
rompían. —¡Jo! ¡Maldito idiota! ¡No hagas esto!
Lucifer, lo miró con una expresión aburrida. —¿Eso es
todo?
Jo se puso tenso. —Y que nada puede pasarle a su vuelta.
Frederik no puede morir o ser asesinado antes de que llegue el
momento en que pueda ganarse un alma completa.
—Por favor, Jo. ¡Basta! ¡Para esto!
El hermoso rostro de Lucifer se torció con una especie de
rabia que lo hizo parecer un verdadero demonio. Cuando habló,
el sonido que salió de su boca sonó fantasmal. —¿Me crees un
tonto?
Jo no lo entendía. —No sé de qué estás hablando.
—El sacrificio. —Lucifer se rio entre dientes, como si fuera
una maldición en su lengua—. Esa es la escapatoria que todos
creen que pueden explotar, como si yo fuera ignorante de ella.
Ah. Eso. La regla que permitía a cualquiera que se
sacrificara obtener borrón y cuenta nueva. Era tan poderosa que
ni siquiera el mismo Lucifer podía reclamar las almas que se le
adeudaban, cuando se recurría a ella. Era un secreto a voces que
Lucifer despreciaba ese tipo de acciones.
La parte divertida es que Jo lo había olvidado por
completo.
—No haré ninguna reclamación sobre la cláusula del
sacrificio. Si lo dejas en libertad, me quedaré.
—¡No! ¡Jo! —Los golpes contra su confinamiento y el
crepitar de Frederik se hacían más fuertes mientras luchaba por
liberarse. Dejaba manchas de sangre donde sus puños
golpeaban duramente.
Lucifer, gruñó y sacudió su muñeca, y todo se quedó en
silencio dentro de la pequeña cárcel de Frederik. Era interesante
ver cómo el vampiro seguía gritándole, y golpeando la barrera
que lo retenía, pero no podía oír los sonidos que emergían de
esas acciones.
Lucifer se sentó en posición vertical, entrelazó los dedos
juntos, y apoyó la barbilla sobre ellos con una sonrisa maliciosa.
—¿Ofreces quedarte una vez que él se vaya, independientemente
de la cláusula?
Jo asintió. —Tienes mi palabra de que no la invocaré.
—¿Te das cuenta que te haré cosas terribles? ¿Que te
obligaré a ir a la guerra contra sus hermanos? ¿Que te haré
matar a cientos de inocentes, e incluso tendrás que traerme sus
almas? —Sus ojos se fueron arriba y abajo de la longitud del
cuerpo de Jo—. Eso, entre otras cosas. ¿Harás todo eso?
Jo contuvo el aliento. Con su negativa a aceptar la cláusula
de lealtad, ya no conseguiría el trato que pensaba que tendría.
Por supuesto, tendría que aceptar esos términos escalofriantes.
Sus ojos se encontraron con Frederik. Había dejado de
gritar y golpear su jaula y ahora lo miraba con ojos suplicantes.
Negó, tratando de lograr que Jo se negara.
Ahora, Jo sabía el dolor por el que Frederik debía haber
pasado al descubrir lo que se necesitaba para rescatar a su
hermana. Ver los recuerdos no había sido suficiente, pero esto
lo era. Había sido un tonto al juzgarlo. Ahora sabía que haría lo
mismo para proteger a un ser querido. Para poner en libertad al
hombre que amaba, permitiría que Lucifer lo manejara a su
antojo.
Asintió. —Sí.
Lucifer sonrió de nuevo. —Entonces está hecho.
Movió la muñeca otra vez y desapareció la barrera que
rodeaba a Frederik.
El vampiro corrió hacia Jo y lo agarró por los brazos antes
de acercarlo a su pecho, envolviéndose alrededor de él lo
suficientemente apretado como si tuviera la intención de hacer
su abrazo permanente. —¡Jo, maldito idiota! ¿En qué estás
pensando?
Jo lo detuvo con tanta firmeza como pudo, tratando de
tomarlo todo de él, uniéndose a él. Su tacto, su olor, todo. Esta
podría ser la última vez que lo viera en toda la eternidad. No
quería olvidar ni una pulgada de cómo se sentía. —Estoy
pensando que no deseo que te pudras aquí abajo.
Frederik se hizo hacia atrás lo suficiente como para
enfrentarse a él. —¿Así que serás tú quien se pudra aquí en mi
lugar? ¿Cómo puedo volver? ¿Cómo puedo vivir sabiendo que
estás aquí?
—Esto me aburre. —Lucifer hizo un show de bostezos—.
Lo he puesto en libertad. Su vida y su alma están restauradas. —
Miró a Frederik y movió su mano hacia él—. Puedes irte.
Frederik se apretó a él con más fuerza. —¡No lo haré!
Los trolls reaparecieron en un arrebato de nubes negras, y
prepararon sus lanzas. Una vez más, un ronquido fuerte y
enojado se liberó de sus fosas nasales negras. Esta vez,
dirigieron su ira hacia Frederik.
Los trolls podrían fulminarlos con la mirada y humear
todo lo que quisieran, pero parte del trato era que Frederik no
podía ser asesinado antes de que tuviera la oportunidad de
ganar un alma completa y entrar en el Cielo. —Vete en paz,
amigo mío, tienes que irte.
—No lo haré.
—De hecho, tienes que hacerlo. —Lucifer, levantó la mano
y chasqueó los dedos.
Frederik se estremeció
desapareció. —Yo... no puedo.
a
su
alrededor,
pero
no
—Deja de pelear contra el hechizo y vete, no va a ser
paciente durante mucho tiempo. —Jo trató de alejarse de los
brazos de Frederik. El pacto había sido no matarlo, pero había
muchas torturas con las que un vampiro podría seguir viviendo.
La comprensión de Frederik se agudizó, y una sonrisa
apareció en sus labios antes de que una risa brotara de ellos. —
No, Jo, no puedo. No sin ti.
Desde el rabillo del ojo, vio las cejas de Lucifer unirse,
moviéndolas molesta e intermitente mientras se enderezaba en
su trono. —¿Qué estás haciendo? Sal de aquí, ya.
Hizo chasquear los dedos una vez más, convocando un
hechizo que Jo estaba seguro de que conseguiría expulsarlo de
allí. Todo su cuerpo se estremeció con la fuerza del mismo, solo
que en esta ocasión Jo también se estremeció. Un escalofrío
sacudió su cuerpo, pero no hizo ninguna otra cosa.
Estrechando la mano de Jo con fuerza, Frederik se
enfrentó al diablo con una confianza de ninguna criatura nunca
había poseído en su presencia. —¿Quieres que me vaya? Muy
bien. Pero me lo llevo conmigo.
—¿Qué? —dijo Jo.
—Confía en mí, amor. —El cuerpo de Frederik se convirtió
en transparente, una figura fantasmal que se burlaba de la
fuerza del mal y de la oscuridad más poderosa por primera vez
en toda su existencia. La mirada de Jo cayó sobre sus manos
unidas y se sorprendió al ver que él también estaba
desapareciendo.
Lucifer, saltó de su asiento, tirando al suelo la copa de
sangre con un ruido desordenado.
—¡Imposible! —Sus ojos furiosos, ahora de color rojo hasta
en la parte blanca, se volvieron sobre Jo—. ¡Es nuestro trato!
¡No puedes presentar una reclamación por la cláusula de
sacrificio!
Pero no había sido así. No podía hacer una reclamación
sobre la misma debido a su acuerdo, incluso si lo hubiera
intentado, pero esto era algo completamente distinto. Algo que
los unía a Frederik y a él de tal forma que lo obligaba a
abandonar el Infierno, si Frederik se lo ordenaba. Algo que
mantenía su alma a pesar de Lucifer.
Podía sentir una fuerza dentro de él tirando de él hacia
fuera junto con Frederik, desterrándolos a los dos del Infierno
debido al hechizo de Lucifer a su amante.
No pretendió entenderlo mientras miraba a Frederik, pero
no podía contener su felicidad. —¿Cómo estás haciendo esto?
La palma de la mano de Frederik acarició su mejilla, su
sonrisa tocó sus ojos. —Tú eres la otra mitad de mi alma, Jo.
Siempre lo fuiste. Ahora me doy cuenta.
—¡Alto! —Lucifer, gritó. No muy a menudo se le negaba
algo que le había sido prometido—. ¡Matadlo!
Los trolls rugieron, elevando sus altas lanzas sobre Jo con
la intención de derribarlo. Frederik se arrojó frente a él para
protegerlo. Jo gritó sobre el ruido, pero la punta de la lanza cayó
sobre el corazón de Frederik. Gruñó y volvió a caer en brazos de
Jo.
Y entonces ya no estaban en el Infierno.
El aire era frío. El cielo, oscuro encima de ellos. No era el
negro vacío de la sala del trono de Lucifer, sino la oscuridad
natural de un cielo terrenal, en el que la luna lanzaba un suave
resplandor sobre la tierra. Un césped verde y exuberante estaba
a sus pies, y, detrás de ellos, antorchas encendidas brillaban
sobre la casa de Grimm. La hiedra subía por los muros de piedra
y las flores del jardín estaban todavía llenas de vida, incluso en
la noche.
Pero, lo más importante, era que este era el hogar de
Frederik. Sus sirvientes lo podían ayudar. —¡Ayuda! ¡Que
alguien venga y nos ayude! —Jo lanzó un grito.
—Jo.
—No hables, Frederik. Acuéstate.
Le dio a Frederik la vuelta hasta que se encontró
descansando en la hierba. La sangre de su amante manchaba su
mano.
Tocó el lugar donde la lanza había golpeado a Frederik.
Este puso su mano en la parte superior de la suya, como
tratando de calmarlo.
La lanza. Esa lanza demoniaca y maldita había viajado con
ellos cuando salían del Infierno. Había salido libremente
durante el traslado, cayendo sobre la hierba.
¿Dónde infiernos estaban los siervos Frederik? —¡Que
venga alguien aquí, ahora!
—Jo, por el amor de Dios, estoy vivo. Estoy bien.
—Sólo porque la lanza no perforó tu corazón. —Eso, sin
embargo, no dejaba a Frederik fuera de peligro. La pérdida de
sangre era una preocupación muy real, incluso para los
vampiros, si sus cuerpos no se curaban con la rapidez suficiente.
Le quitó la capa y la apartó a fin de poder ver la herida abierta.
Y se sorprendió al encontrar que no había ninguna en
absoluto. La tela de su chaqueta y la túnica habían sido rotas
por la lanza que lo había golpeado, pero la piel de Frederik era
suave y pálida, pero saludable.
Ni siquiera había un rasguño que sugiriera que las costillas
se habían roto, y Frederik parecía que respiraba con facilidad.
Se le quedó mirando con una expresión divertida y ligera.
—La lanza no perforó el pecho.
—Ya lo veo.
Jo miró a la lanza de nuevo, sus ojos serenos en ese
momento. La punta, aunque no estaba completamente doblada,
estaba seguro de que ya no podría ser usada como arma. Parecía
como si quien la manipulaba la hubiera usado para apuñalar un
muro de piedra.
—¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Cuando hace un
momento estabas lleno de pánico?
Jo no estaba tan seguro de que el término fuera pánico. —
El troll... no entiendo.
—Era parte de tu trato. Lucifer no puede matarme.
Jo parpadeó. No podía detener la risa histérica que salió
de su garganta.
Pero Frederik se apoderó de la parte de atrás de su cuello y
tiró de él hacia abajo a su boca para triturarlo con un beso que
Jo devolvió con impaciencia. No lo entendía, pero, incluso
después de todo lo que había pasado, de haber escapado por los
pelos para poder seguir viviendo su existencia, lo único que
quería era besar y tocar y ser tocado. La boca de Frederik estaba
caliente, y su cuerpo lo invitaba, con lo que el cuerpo de Jo
sintió un hormigueo placentero.
—Tú me salvaste —dijo Frederik cuando sus labios se
separaron.
—Tú me salvaste a mi —contestó Jo, poniendo sus labios
juntos otra vez, forzando a Frederik a que abriera la boca, de
modo que él pudiera tomarlo todo.
—Creo que os habéis salvado uno al otro.
Aunque Jo reconoció la voz de inmediato, el Infierno
todavía lo tenía en el borde, y Frederik y él se separaron
abruptamente. La mano de Jo encontró el mango de su espada
antes de que fuera capaz de ponerse de pie. Michael estaba a
menos de diez metros de distancia en el hermoso jardín de
Frederik. El color en sus mejillas decía que había visto lo
suficiente del afecto entre Frederik y él. Anael estaba a su lado y
Jo estaba encantado de verla moviendo la cola mientras
pastaba.
Jo se levantó de la hierba para presentarse ante su
superior. Frederik también se puso de pie, arreglándose sus
ropas ensangrentadas.
Jo le tomó la mano y se la apretó con fuerza. La visita de
Michael explicaba la falta de asistencia de los sirvientes a los
gritos de Jo, y no tenía ninguna duda de porqué el ángel había
venido. Estaba allí para recogerlo a él y llevárselo a casa.
Ahora que tenía sus alas, su lugar ya no estaba en la Tierra.
Antes de descubrir su destino, quería, necesitaba oír
hablar de Zad. —¿Qué sabes de Zad?
—Se escapó muy bien —dijo Michael, su rostro
ligeramente torcido, el rubor había desaparecido ahora que otro
tema había saltado a la luz.
—¿Qué pasará con él?
—Nada.
—¿Nada?
Michael negó. —Esto no cambia nada. No se le devolverán
sus alas, ni siquiera tras su muerte.
Jo asintió. Sentía una pena leve por su amigo, pero Zad
había sido el responsable del ataque de Frederik a la aldea
MacGreggor. Tenía que ser castigado por ello, y el favor de
Michael no les devolvería la vida a esos aldeanos.
—Esa es la menor de mis preocupaciones —murmuró
Frederik. Se había quitado la chaqueta ensangrentada y aflojado
las cuerdas de su túnica, deseoso de salir de la ropa mojada.
Necesitaría un baño para quitarse la sangre pegada a su piel.
—En cuanto a vosotros —dijo Michael—. Cuando el
Consejo acordó enviarte al Infierno, Jophiel, lo hicieron bajo el
supuesto de que no ibas a comerciar con tu alma cuando
llegaras.
Las mejillas de Jo se cubrieron de un calor insoportable.
Fue sin duda el mismo color que Michael tenía sólo un
momento antes. —Lo siento. Pensé que era la única manera de
sacarlo de allí.
Michael asintió con frialdad. —Eres afortunado de que esa
resultara ser la manera de ponerlo en libertad.
Frederik estuvo de acuerdo. —Sí, muy afortunado.
—¿Qué?
—Jo, independientemente de lo que me hubiera pasado a
mí, no hubiera querido que te convirtieras en su esclavo. —
Frederik silbó, no estaba dispuesto a pronunciar el nombre de
Lucifer—. No habría permitido que pasaras todos tus años en el
Infierno, no te quería ahí abajo.
Michael asintió. —Te hubieras convertido en su esclavo,
Jo, te habrías visto obligado a hacer cosas muy despreciables.
—Lo sé —dijo Jo.
—No, no lo sabes. —Los ojos de Michael se volvieron
duros—. Habrías sido un siervo angelical del Diablo. Un ángel
caído que no había perdido sus alas. Podrías haber engañado a
incontables inocentes para que te entregaran sus almas. Podrías
haber abierto las puertas del Cielo, permitiendo a un ejército de
demonios entrar para atacar al antojo de Lucifer.
Jo siseó. No había pensado que Lucifer le obligaría a hacer
esas cosas. Y sin embargo, estaba seguro de que Michael sólo
hacía que pareciera peor de lo que realmente era, para
profundizar en su vergüenza. Funcionó.
Odiaba cuando Michael lo castigaba. Ciertamente, algunos
seres humanos habrían sido engañados. Otros, la mayoría,
sabían que no debían renunciar a sus almas, incluso ante los
ángeles, debían mantenerlas a salvo. Y la única manera de que
pudiera regresar al Cielo después de regalar su alma a Lucifer,
sería si uno de sus hermanos lo veía y lo dejaba entrar
—Lo siento, Michael, pero no lo habría hecho de otra
forma.
—Para la próxima vez, Jo —dijo Frederik—. Por favor, no
vendas tu alma por la mía de nuevo.
—Somos dos mitades de un mismo todo, si no recuerdo
mal. —Una leve sonrisa tembló en los labios de Jo. Le gustaba la
idea de estar tan conectado con Frederik, y no permitiría que lo
regañase en ese frente—. ¡De todos modos, es imposible para mí
hacer una cosa así de nuevo!
Michael soltó un bufido. —Sí, eres la criatura más
afortunada que jamás haya existido. Pero no tendrás la suerte
de evitar el castigo.
—¿Castigo?
—¡No te atreverás! —Frederik soltó la mano de Jo y se
lanzó. Si no hubiera sido porque Jo lo agarró del brazo y tiró de
él hacia atrás, Frederik habría comenzado una pelea con
Michael porque estaba ofendido.
Sin embargo, Frederik no fue silenciado. Le susurró a
Michael como una serpiente ofendida. —No lo tocarás. Deja mi
propiedad en este momento.
—Frederik, para. —La voz de Jo era tranquila y su firme
agarre fue suficiente, ya que Frederik le devolvió la mirada y se
contuvo, aunque con un gruñido a Michael.
En todo caso, Jo no debería sorprenderse. Zad había
vendido su alma, y a pesar de que le había sido devuelta con el
intento de asesinato de Frederik, todavía tenía que enfrentarse a
la posibilidad de perder sus alas. Probablemente las perdería
por segunda vez. Sólo que esta vez, no sería su elección.
Se irguió delante de su Comandante. —¿Cuál es mi
castigo?
—Ya te lo han impuesto.
Jo retrocedió un poco, sin comprender lo que Michael
decía. Flexionó los músculos de sus alas, lo que confirma que
estaban todavía unidas a él. No entendía.
Los ojos de Frederik pasaron por él arriba y abajo,
buscando heridas de garras u otras marcas evidentes. Aunque el
Cielo no solía sancionar de esa manera, Frederik no lo sabía.
—¿Qué hiciste con él? —preguntó, su voz mezclada con
desconfianza.
—Parte del acuerdo con el Cielo fue que si te cortaba la
cabeza, volvería a ser un ángel. Aunque realmente el trabajo no
lo hizo él, éste se llevó a cabo y le fueron devueltas sus alas. El
Consejo ha decidido que no se las quitarán por la fuerza.
—¿Entonces... estás aquí para llevártelo? —Frederik le
preguntó. Esta vez, su mano agarraba con fuerza la de Jo.
Si bien el agarre de los dedos de Frederik era un pequeño
consuelo, Jo no quería ni pensar en ello. El peor tipo de
crueldad sería que lo separaran de él. Podían compartir sus
almas, pero aun así sus cuerpos físicos estarían en dos reinos
separados. Afortunadamente, el Infierno solo trataba con almas.
Michael negó, sus labios en una línea firme. —No. Ha sido
desterrado del Cielo.
Jo retrocedió un paso. Tanto por el shock como por su
alegría al enterarse. Casi no podía creer en su suerte. Luchó con
diligencia para contenerla, pero aun así una sonrisa se formó en
su boca. —¿Desterrado?
Michael decidió fingir que no lo había visto. —Sí. Debido a
que como vuestras almas están conectadas, debes velar por este
vampiro, protegerlo, y asegurarte de que nada ni remotamente
similar al incidente del pueblo MacGreggor ocurra de nuevo.
Frederik hizo una mueca. —Nunca volverá a suceder.
Michael asintió. —Bien. No creo que el asunto esté resuelto
por completo. Todavía tienes mucho que compensar,
independientemente de que compartas tu alma con Jo.
Frederik asintió. —Lo sé. Lo haré.
Jo no tenía ninguna duda de que su amante tendría que
pasar el resto de su larga vida realizando todo tipo de buenas
acciones de cualquier índole con el fin de hacer precisamente
eso. Él tendría que ayudarlo en todo lo que pudiera.
Michael se volvió de nuevo hacia Jo. —Jophiel, solo podrás
volver al Cielo cuando llegue el final de tu vida, pero hay un
castigo adicional para ti.
—¿Hay? —No podía esperar para escucharlo. Por el ceño
fruncido de Michael y su versión de los castigos, este se sentía
más como una recompensa.
Michael asintió. —Sí, se ha decidido que, puesto que tus
alas no pueden ser eliminadas, que es el castigo estándar para
los ángeles rebeldes, se te dará un cuerpo mortal a pesar de
ellas.
—¿Un cuerpo mortal? —dijo Frederik.
—¡Un cuerpo mortal! —Las manos de Jo volaron a palpar
entre sus piernas, buscando debajo de su larga túnica, y, de
hecho, allí estaba. Su humanidad había vuelto. ¿Cuándo había
ocurrido eso? No había sentido su reaparición. ¿O lo había
hecho? No había sentido ese cosquilleo maravilloso y familiar
cuando besó a Frederik.
—No te la agarres, Jo —dijo Frederik, dándole una
palmada en la mano.
Jo se echó a reír, una risa alegre. Frederik lo tomó en sus
brazos y lo besó.
Michael hizo una mueca, como si la idea misma de una
polla entre las piernas lo enfermara, y no entendiera el punto de
sostenerla. Se aclaró la garganta, las mejillas, una vez más
oscuras. —Además ese órgano funcionará.
Jo se alejó del beso. —Sí, me lo figuraba—. Si Michael
conociera las muchas formas de placer de un cuerpo humano,
no parecería tan agrio.
—¿Hay algo más?
Michael le lanzó una mirada dura por su sencillo castigo. A
pesar de que seguramente sabía que era una farsa, seguía siendo
el más estricto de los hermanos de Jo. —Eso es todo.
Jo hizo una mueca. Estaba lleno de felicidad, y tenía que
dejarla salir, pero no podía hacerlo delante de compañía. —
Entonces, adiós, Michael.
Michael lanzó un suspiro que se extendió por su
armadura. —Sí, adiós, hermano. Hasta que volvamos a
encontrarnos.
Pero Jo no podía dejar las cosas así. Fue hacia su antiguo
amigo y puso sus brazos alrededor del ángel. Michael no chilló
cuando Jo le levantó de sus pies, y le dio unas palmaditas. A
regañadientes, Michael le devolvió el abrazo.
Los brazos de Frederik estaban cruzados y una mirada
divertida y celosa sombreaba su rostro. Jo apartó a Michael y
volvió a su amante antes de que sus plumas se irritaran
demasiado, tomándole la mano y sonriéndole hasta que
Frederik le devolvió la sonrisa.
—Sé feliz, hermano —dijo Michael.
—Lo seré. Gracias.
Con una sonrisa, Michael extendió sus alas, dobló las
piernas y se lanzó alto en la oscuridad hacia el Cielo, volando
hasta que desapareció. A Anael no le salieron alas para seguir el
mismo camino, pero también desapareció de los jardines justo
cuando estaba a punto de tomar otro bocado del césped
perfectamente recortado de Frederik.
Frederik envolvió sus brazos alrededor de la parte de atrás
de los hombros de Jo, su mano acariciando el tallo que
conectaba su hombro derecho con su ala y le acarició las
plumas. Jo se movió y lanzó un suspiro de placer, su cuerpo
calentándose y su polla endureciéndose con el toque. Apretó los
dientes. Ah, sí, ese era el cosquilleo que había sentido antes.
Podría disfrutar de su polla, así como de sus alas.
Muchísimo. —Tenemos que darnos un baño antes de que
hagamos nada más. —Ya no goteaban sangre, pero un baño
juntos, sería bienvenido. Una vez que hubieran despedido a los
criados para mantener su intimidad en privado, por supuesto.
Frederik apretó los labios a lo largo de la curva del cuello y
la mandíbula de Jo, y el calor en su interior se intensificó como
el fuego de su espada. —Entonces tendrás que ser rápido. Ahora
eres mío —dijo entre besos.
Jo puso sus manos sobre la parte superior de Frederik. Él
deseaba desesperadamente continuar con lo que estaban
haciendo, pero todavía quedaba una última petición que
requería atención antes de que pudiera entregarse libremente al
placer y la relajación. —Tenemos que enviar un mensajero a tu
hermana. Necesita saber que estás vivo. Ella y el Laird MacNiel
seguramente ya tendrán a Angus y Breanna a su cuidado.
Frederik asintió, una pequeña sonrisa en sus labios. —Será
una buena madre. Además, debo pedirle disculpas.
Jo se volvió para mirarlo. —¿Por qué?
Frederik parecía sonreír a pesar de sí mismo. —Ella me
dijo que esto iba a pasar. Dijo que su alma estaba conectada a
MacNiel de la misma forma que la tuya y la mía. Pero no la creí.
En cualquier caso, el mensaje puede esperar hasta mañana, y tal
vez podamos visitarlos cualquier día.
El sonido bajo de la voz de Frederik, la prensión de su
cuerpo, la promesa de un futuro juntos, eran suficientes para
hacer que la polla de Jo latiera llena de sangre, su respiración
acelerada, y su cuerpo impaciente, húmedo de sudor y
temblores.
—¿Jo?
Su respuesta fue un suave gemido.
Frederik, sin embargo, se tornó sombrío. —Jo, incluso si
no hubieras tenido alas, todavía te querría.
Eso lo sacó de su bruma. —Pero no querías un amante
humano. Un amante que pudiera morir por la guerra y la
enfermedad, ¿no es así?
Frederik asintió. —Eso era verdad, pero... Yo no podía
soportar tenerte de nuevo sólo para volver a perderte. Te
necesito. Tú eres mi otra mitad, eres lo único que tiene sentido,
y si no lo hubiera descubierto hoy y te hubieras convertido en
un ser humano, una vez más, no habría sido capaz de enviarte
lejos de nuevo. No lo hubiera podido soportar. La última vez, se
me rompió el corazón.
Jo le dio un beso, deteniendo su confesión de culpabilidad.
Frederik se aferró a él como si nunca hubiera querido
ponerlo en libertad. —Te amo —dijo cuando se separaron.
—Y yo te amo a ti —contestó Jo—. Y, ahora que nos hemos
confesado nuestros sentimientos, tenemos que darnos prisa en
entrar. Mi nuevo cuerpo duele por conseguir más de lo que me
diste en la torre MacNiel. Pero en esta ocasión quiero hacerlo
correctamente. No de la forma fría de aquella vez.
Frederik le sonrió y le tomó la mano. —Me gusta eso.
Mandy Rosko vive y trabaja en Ottawa, Ontario, es un
drogadicto del romance, diseñador de páginas web, juega a
demasiados video juegos, y está trabajando duro para mejorar el arte
de crear una trama real.
Para saber más sobre Mandy, visita : www.rizzorosko.com
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