Villanueva y Astengo, Jaime (Xàtiva 1765

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Villanueva y Astengo, Jaime (Xàtiva 1765-Londres 1824). Seudónimos utilizados en
alguna ocasión: Pastor Jamelio. Jovellanos lo llama el P. Voyageur. 1
Es conveniente advertir al lector de que buena parte de las breves biografías
publicadas hasta los años treinta del pasado siglo proceden de la que Justo Pastor Fuster
publicara en su Biblioteca Valenciana (1830, II, pp. 436-439). Sobre ésta y la que su hermano
Joaquín publicara en los Ocios de Españoles emigrados, en Londres, tras la muerte de Jaime
en noviembre de 1824, José Sánchez Biedma redactó la mejor noticia biográfica para la
monumental Biografía Eclesiástica completa… redactada por distinguidos eclesiásticos y literatos
bajo la dirección de Basilio Sebastián Castellanos de Losada (Madrid, 1868, Vol. XXX, pp.
285-288), tomada en parte de Pastor Fuster aunque con aportaciones novedosas que le
sirvieron a Constantí Llombart en Los fills de la morta viva (Valencia, 1879), quien casi copia
literalmente –sin citarlo- a Sánchez Biedma y añade informaciones tomadas de la Noticia
del Viage literario (1820) y otras fuentes no expresadas. En 1930, el cronista de la Orden de
predicadores, C. Fuentes, publica Escritores dominicos del Reino de Valencia, donde sigue
literalmente a Pastor Fuster, con el único añadido de algunas condenas por el abandono de
los hábitos por parte de Jaime durante el Trienio o por el incidente de 1815, que luego
comentaremos. Un año después, en 1931, sale a la luz el Vol. II de Játiva biográfica, de
Ventura Pascual, quien copia –y lo dice- a Llombart, sin saber que éste había tomado casi
toda su información de la biografía que Sánchez Biedma había publicado en 1868. No es
hasta el estudio reciente de Emilio Soler Pascual (Biblioteca Valenciana, 2002), cuando
disponemos de una biografía más extensa con aportaciones novedosas, aunque no exenta
de revisión y estudios más completos que el personaje merece.
Jaime Villanueva y Astengo nació en la ciudad de Xàtiva el 12 de septiembre de
1765, en el seno de una familia de comerciantes; su padre José, de origen aragonés, era
librero-encuadernador y su madre, Catalina Astengo, había nacido en Savona (República
de Génova). La familia vivía “damunt la Peixcatería”, calle muy próxima a la actual plaça
del Mercat (entonces conocida como “Plaza de las coles”). Además de Jaime –el más joven, el matrimonio Villanueva-Astengo tuvo otros cinco hijos: Ignacia, nacida en 1755, que
profesó con el nombre de Sor Rosa Ignacia en el monasterio de Santa Clara de su ciudad
natal hasta que se exclaustró en 1822; Joaquín Lorenzo, el más conocido e ilustre de todos
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Este breve resumen biográfico ha sido redactado por Germán Ramírez Aledón. Para una mayor información, véase la
selección bibliográfica general que acompaña a la obra digitalizada. Se ruega a quien utilice esta información inédita,
cite autor y procedencia.
los hermanos, que nació en 1757; José Pascual, nacido en 1760, que continuó el negocio
paterno; Lorenzo Tadeo, nacido en 1762, fue oidor de las Audiencias de Asturias, Galicia y
Valencia y luego ministro de la Audiencia de Madrid, además de diputado a Cortes en los
años 1822 y 1823; y, por último, Vicente, que falleció recién nacido y que no es citado por
su hermano Joaquín en su Vida Literaria.
Jaime estudió Humanidades en la Universidad de Orihuela, contrariamente a lo que
se ha venido escribiendo hasta la fecha, en que se atribuían estudios y profesión en los
dominicos de Valencia. Al parecer, el joven Jaime se distinguió por un brillante ingenio
que le llevó a idear los librillos de papel de fumar sin ser, por otra parte, consumidor de
tabaco ni de rapé o “polvillo”. Estos librillos con portada impresa vinieron a sustituir a las
“mesuretes” o papel enrollado en forma cónica que se rellenaba de tabaco. Según
Llombart, que nos da la noticia sin citar procedencia, esta nueva industria papelera
produjo la riqueza de la casa de Jordán, de Xàtiva, y de las de Ridaura y Brutinel, en
Alcoy, o la de Fernández en Madrid, aumentando, por tanto, los ingresos de la Hacienda
Nacional “ab aquest sencill invent”.
En la primavera de 1777, Joaquín, después de haber finalizado sus estudios en la
Universidad de Valencia, es llamado por el obispo de Orihuela, José Tormo, para ocupar
una cátedra en el Seminario de San Miguel. Al disponer de cierto desahogo económico y
una influencia académica destacada, hace venir a su hermano Jaime, de sólo 13 años de
edad, para que curse estudios junto a él. Esto sucede en el verano de 1778. En la capital de
la comarca de la Vega Baja es donde Jaime Villanueva se preparó en el Seminario; ingresó
en la orden de Santo Domingo y "juró los estatutos en dos de diciembre de 1783"; se
doctoró el diecisiete de diciembre de 1784 con su Placita Philosophiae Thomisticae.
Posteriormente ejerció como Lector del Colegio oriolano de Santo Domingo. En 1780,
Joaquín Lorenzo se traslada a Madrid después de un incidente con el obispo de la diócesis
y deja a su hermano.
En 1783 se produjo en Orihuela la reforma del plan de estudios por el que las
enseñanzas del Seminario quedaban incorporadas a la Universidad. Bajo estas premisas se
inauguraba un nuevo período en las facultades oriolanas, ocupando cargos docentes
hombres ilustrados como Marcelo Miravete; Leonardo Soler de Cornellà, que disputó y
ganó a Joaquín la oposición a la canonjía magistral de púlpito de la Catedral de Orihuela; y
Juan Sempere y Guarinos, ilustre autor de una bibliografía sobre los escritores de la época,
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posterior afrancesado. Este plan de estudios se continuó impartiendo durante algunos
años, distinguiéndose en esta línea aperturista el catedrático Antonio Gálvez y el “ilustre
dominico del Colegio oriolano” Jaime Villanueva. Al comienzo de la década de 1790 casi
todos estos ilustrados habían fallecido o se habían marchado de Orihuela. Era el caso de
Jaime Villanueva que pasó a Valencia en fecha que no se ha podido precisar, como Lector
de Filosofía y, posteriormente, como Regente de estudios en el convento de San Onofre.
Sabemos que en febrero de 1789 presenta una Disputatio Theologica para ocupar una
cátedra en el Seminario de la ciudad del Turia, pero fracasa. De nuevo en noviembre del
mismo año es propuesto por el Provincial de la Orden de Predicadores de la Provincia de
Aragón para la cátedra de Filosofía en la Universidad de Orihuela, junto a Fr. José Tomás
Belda y Fr. Agustín Marí, siendo elegido este último por el Consejo de Castilla. Estos
intentos frustrados explican que pasara al Seminario de Santo Tomás de Madrid, como
catedrático de Teología. Son los años de cambio de siglo y, hallándose en la Corte, Jaime es
llamado por su hermano a elaborar una Historia de los ritos de España que se convertirá
con el tiempo en el Viage Literario a las Iglesias de España, iniciada en 1802, con las
bendiciones y apoyo económico de Pedro Ceballos, secretario de Estado de Carlos IV.
Entre 1802 y 1806, Joaquín Lorenzo y Jaime Villanueva, trabajaron en la redacción y
edición de los cinco primeros volúmenes del Viage Literario, obra compuesta por veintidós
tomos (el último editado mucho después de la muerte de ambos hermanos, en 1852) y que
sufrió –como veremos- diversos avatares en su publicación. En estos volúmenes se recogen
buena parte de los fondos documentales y las características artísticas existentes en
conventos, cenobios y templos de las diócesis valencianas, catalanas y mallorquina.
Por Real Orden de 1802, Jaime inició este viaje por España que habría de durar
hasta 1808. Los sucesos de 1808 obligaron a suspenderlo. Durante los seis años que había
durado, visitó más de ciento cincuenta archivos eclesiásticos y recopiló una gran cantidad
de documentos, muchos de ellos hoy desaparecidos, que se plasmaron en los veintidós
volúmenes de la obra final. Jaime Villanueva volvió a Madrid en febrero de 1808, y el doce
de marzo daba cuenta al ministro Ceballos de sus viajes, investigaciones y del estado en
que se hallaban los archivos españoles que él había visitado. Como ya hemos dicho, el
proyecto inicial se transformó en el Viage literario a las Iglesias de España. Los cinco primeros
tomos fueron publicados a nombre de Joaquín, a pesar de que gran parte del trabajo era
obra de Jaime. La razón –explicada por Joaquín Lorenzo en su Vida literaria- residía en la
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necesidad de permiso de los superiores de la orden para que saliesen a nombre de Jaime y
para evitar este engorroso trámite, se optó por esta solución.
La edición del Viage literario conoció una compleja travesía: los tomos primero al
quinto salieron a la luz entre 1804 y noviembre de 1806, en la Imprenta Real; los
volúmenes VI al X, en 1821, de la Imprenta de Venancio Oliveres; y los tomos XI al XXII
entre 1850 y 1852, a cargo de la Real Academia de la Historia y bajo la dirección del
académico Sr. Baranda, siendo de especial relevancia el apoyo al proyecto de D. Manuel
López Santaella, comisario general de la Santa Cruzada. Así lo hace constar el secretario de
la Academia en la Memoria de 1853, sin que sepamos si en aquel momento los papeles de
Jaime estaban aún en manos del impresor y editor Mariano de Cabrerizo, quien a su vez
los había comprado a la muerte del presbítero Ignacio Herrero, albacea testamentario de
este rico depósito documental. Esta información de Boix no la hemos podido confirmar,
pues, como veremos más adelante, dichos manuscritos fueron donados a la Academia por
Miguel Aparici y Vicente de la Fuente en fecha no precisada (1860-66?), formando dos
“lotes” diferentes. El Viage literario es una obra básica para el estudio de la historia
eclesiástica e, incluso, civil, del antiguo Reino de Valencia, Cataluña y Reino de Mallorca.
En el tomo primero se habla de las antigüedades de Xàtiva y Valencia; de sus obispos,
ritos, sínodos, códices y fiestas particulares. El segundo relaciona los códices de San
Miguel de los Reyes. El tercero contiene la historia de la iglesia de Segorbe. El cuarto
volumen continúa tratando de Segorbe, de la Cartuja de Vall de Christ, y de los
monasterios de Portaceli, Murta, Cotalva y Valldigna, con noticias de las iglesias de
Gandía y Xàtiva, de los Papas Calixto III y Alejandro VI, nacidos en la Torre de Canals y
Xàtiva; concluyendo con noticias de Peníscola y Benifassar. El quinto ya se adentra en
tierras catalanas y trata de la iglesia de Tortosa. Desde el volumen sexto al vigésimo, las
descripciones y las anotaciones de Jaime Villanueva se centran en la descripción de las
iglesias y monasterios de Cataluña. Por último, los volúmenes veintiuno y veintidós están
dedicados a su viaje por la isla de Mallorca. Con estos dos tomos se interrumpe una de las
obras más interesantes sobre la liturgia, documentos y bienes religiosos de una parte del
territorio español. Parte del material inédito, junto al utilizado para la edición de los doce
volúmenes que editó la Academia y en cierto desorden, se encuentra en 20 legajos que
forman el “Fondo Villanueva” en la citada institución. Por desgracia, este gran proyecto
ilustrado quedó interrumpido por la guerra iniciada en 1808 y la inestable trayectoria de la
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vida política española del momento. De su proyecto y fases de realización, escribió Jaime
una Noticia del Viage literario a las iglesias de España, emprendido de orden del Rey, en el año
1802, escrita en el de 1814; la publica un amigo del autor, que vio la luz en 1820 gracias a la
generosidad de ese “amigo”, Pedro Juan Mallén, editor valenciano de larga trayectoria,
cuñado de Vicente Salvà, y miembro de la Sociedad Patriótica de Valencia durante el
Trienio.
En el cursus honorum de Joaquín destacan aquellas recompensas que suponían un
reconocimiento a su valía intelectual, de la que él mismo sentía una no disimulada
vanidad. Así, en 1804 ingresó en la Real Academia de la Historia, pues ya lo era de la Real
Academia Española de la Lengua. Sus hermanos Jaime y Lorenzo Tadeo nunca pudieron
llegar tan lejos, pero ambos ingresaron en la de la Historia poco tiempo después de su
hermano Joaquín. Así, Jaime –mucho más modesto y menos ambicioso que Joaquín- fue
elegido miembro supernumerario de la Academia el cuatro de enero del año 1805. Cinco
meses después, el diez de mayo de 1805, le correspondió el honor a Lorenzo Tadeo
Villanueva, "abogado del Colegio de esta Corte”, secretario y contador de los bienes del
marqués de Villafranca y duque de Medinasidonia. Jaime, mientras tanto, seguía con sus
trabajos de recopilación y redacción del Viage literario.
Los sucesos de 1808 van a alterar la vida de los tres hermanos, como la de tantos
españoles que vivieron aquella circunstancia. En febrero de 1808, Jaime volvía a Madrid
tras finalizar el arreglo y copia de los papeles del archivo de la Catedral de Segorbe (que
había publicado entre 1804, Tomo III, y 1806, Tomo IV) y la visita a varios archivos
eclesiásticos de Cataluña. Ambos hermanos fueron testigos directos de los sucesos de
marzo de1808, que supusieron la caída de Godoy, la abdicación de Carlos IV en el Príncipe
de Asturias, y la entrada de Fernando VII en Madrid, aclamado por la multitud. Los
sucesos del 2 de mayo son narrados por Joaquín en su Vida Literaria (Londres, 1825), ya
que fueron testigos oculares de aquellos acontecimientos que tuvieron por escenario la
plazuela de Santa María, cerca del Palacio Real y de la casa donde vivían. A Jaime, nos
dice su hermano, el alzamiento revolucionario le pilló “en la puerta del Sol; y habiéndose
salvado en el convento del Carmen, pudo luego restituirse a casa por entre grandes
riesgos”. Estos hechos, vividos de forma tan directa, y el drama de la guerra acrecentaron
su odio a Napoleón y a lo francés, ayudado por la huella que la guerra de Sucesión había
dejado en los naturales de Xàtiva y su posterior destrucción por las tropas de Felipe V,
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animadversión que no abandonaron el resto de sus vidas. Tras los sucesos de mayo,
Joaquín se retiró a Alcalá de Henares, mientras Jaime prefirió marchar a Valencia, con
todos los papeles que formarán los materiales para los otros diecisiete tomos del Viaje
Literario.
Poco tiempo permaneció en su tierra, después de pasar varios meses desde fines de
1808 hasta mediados de 1809 en el convento de Ontinyent, donde ejerció de prior por
mandato del general de la orden. En esta corta etapa, estando en dicho convento, participó
en el concurso de poemas dedicados a la guerra que en aquel momento se libraba contra
los franceses, convocado por la Junta Central mediante real decreto de 12 de marzo. El
poema titulado Zaragoza, Poema en tres cantos, permanece inédito hasta hoy. En agosto de
ese mismo año, tuvo que marchar hacia Sevilla por encargo de la Junta Central, que le
encomendó la continuación de su viaje por las provincias libres de la ocupación francesa
de Andalucía para la redacción de la obra de su vida, El Viage Literario a las Iglesias de
España. En este viaje, como en tantos otros de su peripecia vital, le acompañó su hermano
Joaquín Lorenzo. Los dos hermanos coincidieron en Toledo con miembros de la Junta
Central, que también marchaban hacia Sevilla. En Talavera fueron hospedados por el
bibliotecario del Monasterio del Escorial, fray Francisco Cifuentes; allí, entablarán "íntima
amistad y confianza" con Juan de Vera y Delgado, arzobispo de Laodicea y de Cádiz y,
más tarde, presidente de la Junta Central. De Talavera pasaron a su ciudad natal, Xàtiva,
"por causas y ocurrencias que no son de este lugar", como señala Joaquín en su Vida
literaria, sin que podamos saber con certeza la razón de este cambio de rumbo. Allí,
permanecieron hasta el verano de 1809 en que se trasladaron a Sevilla. El viaje a la capital
andaluza de ambos hermanos era consecuencia de la creación de las Comisiones de
Cortes, preparatorias de la convocatoria y asuntos que en ellas debían tratarse. La Junta
Central nombró a Joaquín como vocal encargado de "preparar las materias de disciplina
externa que habían de tratarse en las Cortes". También, se le concedió el nombramiento de
canónigo de la catedral de Cuenca. Ambos hermanos, Joaquín y Jaime fueron, además,
adscritos a la Junta de Materias Eclesiásticas. La Junta Eclesiástica no pasó de los
preliminares de su cometido y, cuando se produjo la invasión de Andalucía, se
dispersaron sus componentes. De nuevo huyeron juntos los dos hermanos, Jaime y
Joaquín Lorenzo, hacia su tierra natal. Como el mismo Joaquín recuerda, “con dificultad
pude yo escapar de Sevilla en compañía de mi hermano Jaime el día 24 de enero de 1810”.
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Se dirigieron hacia Marbella y allí embarcaron camino de Valencia. Tras no pocas
penalidades, llegaron al puerto de Cartagena el 4 de febrero y, poco después, a Orihuela
en donde permanecieron dos semanas en casa de Juan de Mata Garro, marqués de las
Hormazas, a quien había conocido Joaquín en los años que compartieron en el hospital de
Madrid. Hallándose en Orihuela tienen lugar las elecciones para diputados a Cortes,
siendo Joaquín elegido diputado por Valencia. Enterado éste de la noticia cuando ya había
llegado a Xàtiva, remite carta al Cabildo municipal y eclesiástico de su ciudad natal
agradeciendo el nombramiento y ofreciéndose para todo lo que esté de su mano en bien de
su tierra patria, como así hizo en los tiempos que ocupó esta representación de la
soberanía nacional.
La elección de Joaquín marca de nuevo la vida de Jaime, que sigue los pasos de su
hermano. Ambos emprenden un penoso viaje desde Xàtiva hacia Cádiz el 26 de julio de
1810, después de una forzada estancia en Cartagena por la declaración de una epidemia de
fiebre amarilla. Los detalles de este viaje son narrados en las primeras páginas de Mi viaje a
las Cortes, que Joaquín escribió como un diario y que no vio la luz de la imprenta hasta
1860. En este viaje decisivo les acompañaban su sobrino José Juan, hijo de José, y Manuel
Garrido, secretario de Joaquín. Para salir de Cartagena los diputados retenidos en su
puerto reclamaron la atención de la Comisión de Cortes, pero no es hasta el 18 de
septiembre cuando embarcan hacia Torrevieja y de aquí a Santa Pola, de donde zarpan en
el navío Héroe hacia Cádiz el 8 de octubre para llegar el 23, tras unos momentos de gran
peligro frente a la costa de Gibraltar, donde a punto estuvieron de naufragar. Al día
siguiente, un mes después de haberse abierto las sesiones en la Isla de León, Joaquín tomó
posesión de su acta de diputado y Jaime, poco después, como redactor del Diario de
Sesiones. A los pocos días se incorporó al grupo su hermano Lorenzo Tadeo. Mientras
Joaquín se alojará en la vivienda de la familia de Francisco de Paula Hué, en la calle
Murguía, Jaime tendrá su aposento en una celda del convento de San Agustín, donde
también fueron acogidos los diputados Ailés y Lladós. Este cenobio dominico a punto
estuvo de ser destruido por un bombardeo de las tropas francesas en julio de 1812, siendo
afectada la zona próxima a donde se hallaba la celda de Fr. Jaime.
Una de las primeras cuestiones que abordó la asamblea gaditana fue la de la
libertad de imprenta. En la sesión del 9 de noviembre de 1810, se procedió a elegir a los
nueve miembros de la Junta Suprema de Censura, encargada de proteger la libertad de
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prensa. Los intentos de Joaquín para que su hermano Jaime formara parte de esta Junta
fracasaron, tal vez por la tibieza cuando no aversión que el dominico había manifestado en
el pasado hacia una libertad que podía causar daños irreparables a la Religión y al Estado,
en la línea de lo que su hermano Joaquín manifestara en el Catecismo del Estado (1793) o en
El Kempis de los literatos (1807). Más suerte tuvo cuando tres días más tarde, el 12 de
noviembre, obtuvo el puesto de director y redactor del Diario de Sesiones, en disputa con
Martín de Navas, canónigo de San Isidro y miembro de la Junta de Censura y de clara
orientación liberal. El apoyo de los diputados valencianos y catalanes, que hicieron frente
común junto a otro sector de diputados más conservadores, permitió el triunfo de Jaime.
Su elección fue contestada por el diputado García Herreros, quien argumentó el carácter
de regular del dominico, a lo que poco caso se le hizo. Jaime desarrolló esta tarea hasta el
24 de junio de 1813, en que fue liberado de su cargo para poder continuar la redacción de
su Viage lierario.
Desde su llegada a Cádiz, Jaime comenzó a escribir unas reflexiones sobre el espíritu
de las obras políticas de Santo Tomás de Aquino, con la finalidad de proporcionar una base
tomista al liberalismo español. De estas notas extrajo Joaquín algunos materiales para sus
Angélicas fuentes o el Tomista en las Cortes, en respuesta a José Colón, miembro del Consejo
de Castilla, que había arremetido contra ambos hermanos en su libelo España vindicada en
sus clases, donde atacaba los principios básicos del liberalismo político y, entre ellos, el de
la soberanía nacional.
En medio del complejo proceso que llevó a la clausura de las Cortes extraordinarias
el 14 de septiembre de 1813, Jaime Villanueva obtuvo permiso de la Regencia para
abandonar su puesto de redactor del Diario de las Cortes, renuncia que se hizo efectiva el 24
de junio con el objeto de continuar su Viage literario, por haber sido pensionado para ese
fin por el gobierno. En efecto, en julio, Jaime viajaba a Sevilla para concluir la investigación
ya iniciada sobre la sede hispalense. Pero pocos meses duró este periplo, pues los efectos
del cólera en dicha provincia, le obligaron a retornar a Cádiz y, el 10 de octubre,
embarcaba hacia Mahón. De la isla de Menorca pasó a Mallorca, donde continuó
recopilando materiales de la diócesis balear, para llegar a principios de 1814 a Valencia.
Según Pastor Fuster, aquí Jaime se entregó a la predicación, adquiriendo tanta fama “que
se llenaban los templos por oírle”y escribe la Noticia del Viage literario, que no vería la luz
hasta 1820. Se le concedió el título de Presentado en Sagrada Teología. Sus superiores le
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encargaron además, en el mismo año de 1814, el confesionario de las monjas Magdalenas,
religiosas de su Orden, a las que sirvió durante algún tiempo. A pesar de su retiro
valenciano, el menor de los Villanueva tampoco salió bien parado por la instauración del
absolutismo fernandino. Así, el Capítulo Provincial de Aragón, celebrado en Valencia en el
año 1815, que había pedido el título de Maestro y cronista de la orden para el ilustre
setabense, se vio desautorizado porque el Superior General de la Orden de Santo
Domingo, Fray Ramón Guerrero, se opuso tajantemente, pues “prevenido por sus
enemigos –tal y como nos narra Joaquín en la necrológica publicada tras la muerte de su
hermano-, fundado en las mismas calumnias que estos propalaban, se negó a conformar
aquella acta, haciendo pública por medio de la imprenta su determinación, sin darle
audiencia, como repetidamente lo solicitó sumisamente… Algún día –concluye Joaquín
Lorenzo- se publicarán los documentos de este ruidoso suceso, en que lucen a la par los
fueros de la injusticia y de la ignorancia con los de la inocencia oprimida por sus
caritativos hermanos”.
Durante esta etapa del sexenio en que su hermano permanecía desterrado en el
convento de La Salceda, el 15 de marzo de 1819, Jaime Villanueva pronunciaba en
Valencia el Sermón en las exequias de la reina de España doña Isabel de Braganza, celebradas por
la Real Maestranza de Valencia, en la iglesia de las Escuelas Pías, publicado en la imprenta
de Esteban. En esta etapa, Jaime tradujo del francés el Itinerario descriptivo de las provincias
de España, realizada por un viajero contemporáneo suyo, Alexandre de Laborde. De este
texto hizo una versión libre y enriquecida en noticias relativas a costumbres, lugares y
producciones. Será el librero e impresor liberal Mariano de Cabrerizo quien lo edite por
vez primera en 1816 al iniciar su carrera de editor-impresor, acompañado de un Atlas, y
quien en sus Memorias de mis vicisitudes políticas, publicadas en 1854, diera a conocer la
autoría de Jaime en la traducción del Itinerario de Laborde: “Esta obra obtuvo un resultado
feliz y me estimuló a mayores empresas literarias. No contribuyó poco a aquel lo correcto
de la traducción, obra del sabio y modesto P. Fr. Jaime Villanueva. El prólogo del
traductor español es un trozo de elegancia y pureza de nuestro idioma”. En esta primera
edición aparece como traductor Mariano de Cabrerizo, así como en la segunda de 1826. Y
refiriéndose a la situación de Jaime en aquellos años, añadía Cabrerizo: “Hallábase
entonces retirado en clase de confesor en el convento de religiosas Magdalenas (ahora
mercado nuevo), cuyo silencioso retiro albergaba uno de aquellos sabios y virtuosos
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varones, que la España produce de vez en cuando; pero que pagan el tributo a la envidia y
emulación, con persecuciones, que no por honrosas a la víctima, dejan de serle dolorosas y
sensibles, aunque la posteridad lance su justo anatema sobre sus verdugos”. Elogios de
este cariz encontramos con frecuencia en coetáneos de Jaime; podríamos decir que rara vez
se encuentra tanta unanimidad en este tipo de juicios.
A principios de 1820, cuando tiene lugar el pronunciamiento de Rafael del Riego en
las Cabezas de San Juan, Jaime residía en el convento de Santo Domingo de Valencia. De
nuevo, retomó el viaje interrumpido tras la reacción absolutista de 1814, y el gobierno
constitucional le animó a continuar sus viajes e imprimir lo que ya tuviese dispuesto,
edición que estuvo a cargo de Venancio Oliveres, destacado liberal y muy amigo también
de Cabrerizo, Salvá o Vicente Sancho. Jaime, "con el fin de hallarse más expedito", se
secularizó, retirándose a vivir al Seminario de Nobles de San Pablo de la ciudad de
Valencia (hoy Instituto “Luis Vives”). En diciembre de 1820 forma parte de una comisión
que actuará durante más de dos años, junto al deán de la colegiata de Xàtiva, José Ortiz y
Sanz, y el barón de Antella -a quienes se considera los más aptos-, para formar los
Inventarios “de los efectos de literatura y artes de los conventos suprimidos”, es decir, de
los libros de sus bibliotecas para proyectar lo que fue la primera idea de una Biblioteca
Valenciana que la restauración absolutista de octubre de 1823 frustró. El 15 de abril de 1821,
a propuesta de Joaquín, las Cortes constitucionales realizaron una solemne declaración por
la que se reponía a Jaime Villanueva en el grado de Maestro de su orden dominica,
reparando la humillación que se le había infligido seis años antes por sus vínculos con la
“facción” liberal y su papel en las Cortes de Cádiz. Este decreto de reparación se leyó en
los conventos que los dominicos tenían en las comarcas del sur de Valencia: San Antonio y
San Onofre de Valencia, Carlet, Llombay, Llutxent, Xàtiva, Ontinyent y Ayódar. En agosto
de 1822, el gobierno liberal designaba a Joaquín Lorenzo Villanueva embajador
plenipotenciario ante la Santa Sede, nombramiento que produjo la radical oposición del
nuncio Giustiniani y un largo incidente diplomático entre el gobierno español de Evaristo
San Miguel y la Santa Sede. En el viaje emprendido hacia Roma por Joaquín, le acompañó
su hermano Jaime que sería el secretario de la embajada. Después de una breve estancia en
París, donde hablaron y conocieron personalmente al obispo constitucionalista Grégoire,
llegaron a Turín en noviembre de 1822. En la entrevista que mantuvieron en esta ciudad
del Piamonte con el delegado de la Santa Sede, Antonio Tosti, éste define a Jaime de
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“...coltissima persona e pieno di oneste maniere”. De aquí ya no pudieron pasar hacia los
Estados Pontificios, pues fueron retenidos y obligados, después de la ruptura de relaciones
diplomáticas, a volver a España a principios de 1823. En febrero de ese año
desembarcaban en Barcelona, procedentes de Génova, y nada más llegar Joaquín daba a la
imprenta su opúsculo Mi despedida de la Curia romana, furibundo ataque a Roma que le
supuso su rápida incorporación al Índice de libros prohibidos y que Boix atribuyó
equivocadamente a Jaime.
De Cartagena marcharon a Sevilla, donde las Cortes con el monarca se habían
trasladado a fines de marzo ante la inminente intervención militar de los ejércitos de la
Santa Alianza comandados por el duque de Angulema. Camino de Sevilla, fueron
retenidos en Cartagena, donde fueron testigos del cerco que las tropas francesas sostenían
en torno a este “último baluarte de la libertad” y fueron recibidos al decir de Vicente Boix,
“entre los vítores del pueblo” y con los buques del puerto engalanados en su honor.
Llevados por la multitud en volandas hasta la plaza de la Constitución, Jaime “arengó con
la vehemencia y vasta erudición que le distinguía” a las gentes congregadas en este lugar.
El sentimiento antirromano, que compartía con su hermano Joaquín como uno de los ejes
de su vida, se acentuó a partir de entonces. Una muestra de ello son las palabras que el ya
exdominico pronunció en dicha plaza: “Hasta ahora se ha repetido siempre el refrán: a
Roma por todo; y en vista de lo que he podido comprender, debemos decir en adelante: a
Roma por nada”. De Cartagena pasaron a Murcia. Allí se reimprime el folleto Mi despedida
de la Curia romana y sabemos –como señala Emilio Soler en su estudio- que el 10 de abril
asisten ambos a una sesión extraordinaria de la Sociedad Patriótica que tiene lugar con el
único fin de rendirles homenaje por su valiente actitud de enfrentamiento a la Curia de
Roma y su poder. El Correo Murciano del día 15 de ese mes los describe como “virtuosos y
sabios patriotas que derramaron torrentes de doctrina y erudición”.
Pocos días después, llegaban a Sevilla para dar cuenta al Gobierno de su actuación
en la frustrada misión diplomática. Buena parte de las reclamaciones económicas por los
gastos habidos en la expedición no fueron satisfechas, pues los acontecimientos se
precipitaron de tal manera que el Gobierno fue incapaz de llevar a cabo la gestión
administrativa con normalidad. Asediada Cádiz por las tropas galas, la resistencia de los
diputados y de parte de la población, cesó cuando se toma el Trocadero y Fernando VII
emite el 30 de septiembre un decreto en el que promete salvaguardar la vida de quienes le
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habían declarado incapaz para gobernar y acto seguido, el 31, muda de criterio con un
decreto que abolía la obra legislativa de las Cortes del trienio y lanza una persecución
inmisericorde contra quienes hubieran intervenido en su “secuestro”. Se inicia, de nuevo,
una implacable persecución de liberales de toda clase. Y se produce el mayor exilio
político del siglo XIX, el que lleva a lo mejor de la intelectualidad y de la clase política a
otros países de Europa (Francia e Inglaterra, sobre todo) o de América.
Los tres hermanos Villanueva han de huir de España. El 3 de octubre zarpaban
Joaquín y Jaime rumbo a Inglaterra, pero el viento los empuja hacia la costa de África y
llegan el día seis a Tánger, donde pocos días antes había arribado su hermano Lorenzo
Tadeo, con sus dos hijos. De aquí tomaron rumbo hacia Cork en Irlanda, en donde
desembarcan posiblemente a fines del noviembre; aquí permanecieron algo más de una
semana para marchar hacia Inglaterra. En efecto, el 23 de diciembre y procedentes de
Dublín, llegan a Londres para un exilio que será definitivo para Jaime y Joaquín, mientras
Lorenzo pudo regresar a España después de la amnistía de 1834. En el barrio de Somers
Town, modesto arrabal al norte de la capital inglesa, se alojan junto a un numeroso
contingente –más de un millar de familias- de exiliados liberales españoles, que tan bien
describieron Dickens, Carlyle, Alcalá Galiano o Pablo Montesino y que de forma aún no
superada estudió Vicente Llorens en su libro Liberales y Románticos (1ª ed, 1958). Allí se
reunían gran parte de los constitucionales españoles, que compartían exilio con polacos,
piamonteses o portugueses. Unos años antes, habían vivido en aquella zona los numerosos
emigrados franceses que huyeron de la Revolución.
Diversas tertulias configuraban, casi diariamente, la vida intelectual y comunitaria
de los desterrados liberales en Londres. Desde 1824, Joaquín y Jaime Villanueva y el
exministro de Hacienda, Canga Argüelles, fundaron la revista Ocios de Españoles emigrados,
una de las más importantes publicaciones periódicas de este exilio. La participación de
Jaime fue breve, por su temprano fallecimiento –apenas un año después de haber llegado a
Londres-, pero parte de sus materiales fueron utilizados por su hermano Joaquín Lorenzo
para trabajos sobre Historia de la Iglesia española que fueron viendo la luz a lo largo de
los cuatro años que duró la publicación, trabajos por otra parte que en su mayoría se
publicaron de forma anónima. Ocios de españoles emigrados fue el periódico de más larga
vida del exilio español; se editó mensualmente desde abril de 1824 hasta octubre de 1826,
reapareciendo como revista trimestral entre enero y octubre de 1827. Tras unos inicios
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modestos y expectantes, la publicación alcanzó una tirada de más de mil ejemplares
mensuales, cifra nada desdeñable al tratarse de una revista muy particular y, desde luego,
redactada en castellano. En esta difusión tuvo un importante papel el apoyo económico
que recibió del ecuatoriano Vicente Rocafuerte, embajador de la joven república mexicana
(1824-29) y, posteriormente, presidente de la República de Ecuador (1835). Rocafuerte
participaba de muchas de las ideas religiosas de Joaquín Lorenzo (especialmente su
anticurialismo o antirromanismo), así como del pensamiento de la Society of Friends, o
cuáqueros, para quienes Villanueva tradujo algunas obras debidas a la pluma de Gurney.
Jaime Villanueva, "uno de los mejores oradores de su tiempo", tras encontrarse
súbitamente enfermo en la casa londinense de su amigo Salvá, falleció el 14 de noviembre
de 1824. De “genio apocado”, como advierte Pastor Fuster, “las fatigas del viaje, la tristeza
de verse en un país extraño, y sobre todo en una capital tan lúgubre como es la de
Inglaterra, no tardaron en minar su existencia”. Según su hermano Joaquín, dejaba "un
tesoro de obras inéditas y una gran colección de preciosos Manuscritos, fruto de su
perpetua laboriosidad, y de su secreta erudición, y del partido que supo sacar de sus
excursiones literarias”. Dichos manuscritos quedaron en poder del presbítero Ignacio
Herrero, pero tras su muerte –según relata Boix- se vendieron “a peso estos preciosos
manuscritos y, de este modo pasaron a manos del acreditado impresor D. Mariano de
Cabrerizo” hasta que en 1846 éste los cedió a la Real Academia de la Historia, donde se
conservan hasta hoy. Sin embargo, sabemos que el conjunto de veinte legajos de
documentos de Jaime que hacia 1866 llegan a la Academia de la Historia no lo hacen de la
mano de Cabrerizo, sino de dos donantes diferentes: Miguel Aparici y Ortiz, miembro de
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia; y Vicente de la Fuente,
conocido historiador de la Iglesia española y de las sociedades secretas. Estas noticias que
daba a conocer el secretario de la institución en su Memoria del año 1868 no proporcionan
la pista de por dónde llegaron a manos de ambos dichos documentos, aunque sí da
relación pormenorizada de lo que allí se entregó. Uno de esos manuscritos, la Historia de
los Condes de Urgel quedó en manos de su hermano, del cual pasó ya en Londres a ser
propiedad de Vicente Salvá, quien tras su muerte y la de su hijo, fue adquirido por
Heredia. Tras la muerte de éste, se vendió en pública subasta el valioso manuscrito que fue
adquirido por la Biblioteca Nacional de Francia, en donde se conserva.
Tras la
desaparición de Jaime, Pablo Mendíbil, que había sido director de El Liberal Guipuzcoano,
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fue nombrado redactor suplente de los Ocios, encargándose de la sección literaria que
llevaba el dominico.
Todos los testimonios que hablan de Jaime coinciden en dos cosas: su estrecha
vinculación y dependencia de su hermano Joaquín y su gran conocimiento de la erudición
e historia eclesiástica española. De hecho, Jaime fue un gran auxiliar en las tareas literarias
y el combate ideológico que su hermano desarrolló durante toda su vida; un “negro”, como
se dice en la jerga literaria, inteligente e incansable. Por ello no es de extrañar que el mejor
retrato de sus virtudes nos lo haya dejado su agradecido hermano Joaquín en la
necrológica publicada en los Ocios de españoles emigrados: “Presbítero despreocupado [es
decir, nada ambicioso de glorias mundanas o recompensas], poeta, orador, filósofo, reunía
la sabiduría a la modestia; sencillo en sus costumbres, amable en su trato, combinaba la
energía con la prudencia y la moderación; y los encantos de la sociedad con la piedad y
rigidez de sus principios morales; amante de las libertades de su nación y sostenedor
acérrimo de sus derechos, lloraba sus desgracias, sin manchar nunca sus votos con la hiel
del resentimiento personal. La patria, con su muerte, pierde un hijo ilustre; la religión, un
ministro que ornaba su santuario; la amistad un dechado; y el presente periódico llora la
falta de un infatigable y sabio colaborador difícil de reemplazar”. Quienes sobre él
escribieron con posterioridad confirman cuanto Joaquín dijo en 1824. Así Sánchez Biedma
en 1868 iniciaba su biografía con estas sentidas palabras: “Entre los muchos y sabios
eclesiásticos españoles que ha producido nuestro siglo, pocos podrán compararse con el
de que vamos a ocuparnos, pocos rivalizar con él en laboriosidad, saber e inteligencia”,
para finalizar con esta sentencia: “Su reputación, más grande cada día, pasará a la
posteridad, que le hará la justicia que acaso por completo no podemos hacerle los que sólo
de oídas conocemos sus cualidades, por la relación que de ellas nos han hecho sus
contemporáneos”. Pastor Fuster, en efecto, nos habla de “un varón sabio, llorado de todos
los que conocían su mérito literario, que ni aún les queda el consuelo de tener sus cenizas
en la península”. Y ni siquiera el cronista de la orden, C. Fuentes, que se muestra crítico
con Jaime por sus ideas y el abandono de los hábitos, deja de reconocer los méritos de su
compañero de regla: “En honor a la verdad –concluye su nota biográfica-, todos han de
confesar siempre que este escritor valenciano fue uno de los españoles más sabios y
eruditos de su época, como nos lo acreditan sus inmortales obras”.
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