AÑO XVII - NÚMEROS 42/43 - ABRIL - OCTUBRE DE 2006 DIRECTORA Alicia Sisca SECRETARIO DE REDACCIÓN Juan José Delaney CONSEJO DE REDACCIÓN Ana Benda, Rodolfo Modern, Antonio Requeni, Eduardo Sinnott y Alicia Sisca EQUIPO Javier Barquet, Alfredo Ezequiel Marangone, María Laura Pérez Gras y Marcos Rodríguez DISEÑO DE TAPA Mario Rodríguez COMPOSICIÓN Y ARMADO Alfredo Ezequiel Marangone SUMARIO PRIMERAS JORNADAS DE LITERATURA ARGENTINA Desafío y vocación, por Juan Carlos Lucero Schmidt, Decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras ................................................................................................................................................................ 5 Palabras de Bienvenida, por Alicia Sisca, Directora de la Carrera de Letras ............................................... 7 Los estudios coloniales en la recuperación de la identidad latinoamericana, por Graciela Maturo ................................................................................................................................................................................. 10 Ricardo Rojas: en busca de la Historia perdida. La etapa del Centenario, por María Rosa Lojo .................................................................................................................................................................................... 16 ESTUDIOS E INVESTIGACIONES La sagrada imagen de la Verónica en la mirada de Dante y de Petrarca, por Daniel Alejandro Capano .............................................................................................................................................................................. 25 Aproximación a la poética de Alfonsina Storni, por Elena Martín ....................................................................31 Para una lectura de La muerte de Danton, por Marcos Rodríguez ................................................................... 41 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 La sombra de Cervantes: el Capitán cautivo, por Alfredo Ezequiel Marangone ....................................47 La elegía Pan y Vino, de Hölderlin, las Elegías de Duino, de Rilke y los Himnos a la Noche, de Novalis: núcleos poéticos vinculantes, por Marcelo Herrera ............................................................. 55 Nosotras que nos queremos tanto. Una aproximación a Músicos y relojeros, de Alicia Steimberg, por Débora Pérez Louro .................................................................................................................... 69 EVOCACIÓN Recuerdos de Alejandra Pizarnik, por Antonio Requeni ................................................................................... 77 FICCIONES «El ovejero», por Juan José Delaney ........................................................................................................................... 81 «Los colores de las cosas», por Alejandro C. Tloupakis ..................................................................................... 84 LÍRICA «In-secuencias», «I» y «II», por Kelly Gavinoser .................................................................................................. 87 «Karma», «Subsistir» y «Lázaro», por Yanina Casciotta ...................................................................................... 90 TEATRO El Nino, por Rodolfo Modern ....................................................................................................................................... 91 CONVERSACIONES Álvaro Abós: «Vivimos en medio de la furia del tiempo, no en probetas», por Javier Barquet ............................................................................................................................................................................ 111 MEMORIA Presentación ....................................................................................................................................................................... 127 Poetas de Florida ........................................................................................................................................................... 129 Narradores de Boedo .................................................................................................................................................... 135 LIBROS .................................................................................................................................................................................. 141 EVOCACIÓN DE OFELIA KOVACCI ............................................................................................................................... 148 AGENDA .................................................................................................................................................................................. 149 AUTORIDADES ................................................................................................................................................................... 151 Gramma 42 / 43 - Abril / Octubre de 2006 5 UNIVERSIDAD DEL SALVADOR 50 ANIVERSARIO DESAFÍO Y VOCACIÓN por Juan Carlos Lucero Schmidt Decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras La celebración de los 50 años de la Universidad del Salvador es una buena ocasión para reafirmar los principios rectores que le dieron origen y la misión de las Casas de Altos Estudios en la época actual. Vincular fe y cultura a través de la formación de profesionales, de docentes y de investigadores es tarea prioritaria. Vincular fe y cultura es ofrecer oportunidades de desarrollo profesional a la luz del Evangelio. Es estar atentos a las necesidades concretas de un momento histórico que nos interpela. Al cabo del medio siglo transcurrido desde la fundación de la Universidad del Salvador, el ideal de San Ignacio de Loyola sigue vivo en nuestras aulas. Somos portadores de una tradición cultural hispano-indígena, forjada en tierras americanas. Por ello, nuestro modo de ser como pueblo se sustenta en el patrimonio que hemos recibido en herencia. Nuestro ethos es el resultado del fecundo mestizaje, del transplante cultural y de la primera evangelización americana. En un proceso de mutuo intercambio, la España del Siglo de Oro y los Reinos de Indias confluyeron en la construcción de nuestra identidad americana y criolla, completada con las inmigraciones posteriores. Recordemos las palabras de Don Diego Saavedra Fajardo, brillante exponente del Siglo de Oro, acerca de la importancia del conocimiento: «(...) porque aunque la prudencia natural sea grande, ha menester el conocimiento de las cosas para saber eligillas o reproballas, y también la observación de los ejemplos pasados y presentes, lo cual no se adquiere perfectamente sin el estudio» 1 A la luz de estas enseñanzas, los estudios universitarios son foco de cultura, allí donde el saber de otros tiempos se une al presente; lugar al que se acude para adquirir el conocimiento y luego irradiarlo. La evangelización de la cultura es, entonces, el mayor desafío que una institución educativa debe afrontar, pues la sociedad requiere soluciones para problemas que, permanentemente, ponen en peligro la dignidad del hombre de hoy. Los tres principios rectores de la Universidad del Salvador son: la lucha contra el ateísmo, el avance mediante el retorno a las fuentes y el universalismo a través de las diferencias. Estos principios están contenidos en el documento denominado «Historia y Cambio» y en sus sucesivas actualizaciones, entre ellas, las «Palabras» pronunciadas por, el entonces, Reverendo Padre Jorge Mario Bergoglio S. J., el 19 de diciembre de 1984, y dirigidas a la Universidad del Salvador. Dijo allí el Cardenal Bergoglio: «Teniendo en cuenta estos principios rectores comprendemos mejor nuestra misión, la que hemos recibido de la Iglesia y que ahora nos desafía a transformar —día a día— la Universidad en uno de los artífices de la identidad y proyección cultural argentinas; en un eficiente instrumento de formación y renovación de cuadros dirigenciales argentinos, en un centro de investigación y análisis consecuente con los principios enunciados; en un modelo de extensión a la región latinoamericana... Progresando en esta transformación debemos explicitar más y más la misión apostólica de la Universidad, porque el anuncio de Jesucristo solamente puede dar- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 USAL. 50 aniversario 6 se en plenitud si está liberado de la trama engañosa de las ideologías, y —en el plano cultural, como es el de una Universidad— si logra hacerse presente en la evangelización de las culturas y en la inculturación del Evangelio».2 En efecto, desde tiempos medievales, las universidades fueron concebidas para dar respuesta a las profundas inquietudes inherentes a la condición humana en un determinado momento de la historia. De este modo la historia del saber académico se vio identificada definitivamente con la búsqueda de la verdad. Ante la pregunta por el sentido de la vida y por hallar su lugar en el mundo, el hombre encuentra en los estudios superiores la posibilidad de adquirir conocimientos y habilidades que no solamente tienen por objeto el crecimiento personal, sino que, abandonando todo egoísmo, debe proyectar para el bien de la humanidad toda. Esta actitud de apertura permanente hacia el otro debe alentar la vocación de la comunidad académica. Directivos, investigadores, docentes y alumnos deben manifestar a través de sus actividades esa sed de verdad que conduce a los saberes particulares, pero iluminados siempre por la Verdad que encontramos en Cristo, Sabiduría última a la que debemos aspirar. El espacio universitario es un espacio privilegiado de encuentro y de intercambio entre personas preocupadas por asumir un rol social. Este rol no se agota en el ejercicio profesional para el que ha sido capacitado adecuadamente en las aulas. La responsabilidad de una universidad católica como la nuestra es mayor, dado que debe favorecer el desarrollo de una doble dimensión de la labor académica: por un lado, el antes mencionado rol social; se trata de la dimensión socio histórica, en tanto analiza y responde a una determinada configuración cultural; por otro lado, la dimensión humanista, dado que la formación integral de la persona humana es su principio y horizonte. La dimensión humanista de la formación académica enriquece el dinamismo que supone el enseñar y el aprender. El saber se transmite de una generación a otra a través del testimonio concreto. En consecuencia, es responsabilidad de los mayores capa- citar y acercar a los jóvenes al conocimiento desde una perspectiva cristiana, donde la fe se exprese también en las tareas específicas de la investigación. Los estudios superiores se asumen como nexo, vínculo, unión entre las distintas generaciones que, con una actitud generosa y solidaria, aseguran la continuidad de la búsqueda del saber a la luz de la Verdad. Una realidad desafiante y en constante cambio es el entorno desde el cual una universidad de nuestro tiempo se proyecta. Como dijimos, su responsabilidad cultural excede las tareas áulicas y compromete a toda la comunidad académica en un ejercicio permanente de diálogo. El saber se cultiva y se irradia desde una cosmovisión evangelizadora, sin por ello dejar de estar en sintonía con las exigencias del mundo laboral y del desarrollo tecnológico. Es nuestra tarea lograr una adecuada transposición del saber teórico y práctico a situaciones concretas promoviendo el avance de la investigación de los distintos campos del conocimiento. En este sentido, tanto el crecimiento de las carreras de grado, como el de las actividades de extensión y de las múltiples posibilidades que ofrecen los postgrados son muestra clara de que renuevan los lazos y se abren nuevas oportunidades de participación y de gestión académica en nuestra Casa de Estudios. Finalmente, quiero felicitar a todos los integrantes de la comunidad de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras, que con su vocación, compromiso y esfuerzo diarios contribuyen a que en cada logro académico pueda vislumbrarse la trascendencia a la que estamos llamados, para mayor gloria de Dios. NOTAS 1. SAAVEDRA FAJARDO, Diego, Idea de un príncipe político-cristiano. Representada en cien empresas, Madrid, Espasa-Calpe, «Clásicos Castellanos», 1958, p. 49 (...) 2. BERGOGLIO, Jorge Mario, «Palabras pronunciadas por el R. P. Jorge Bergoglio S. J. Presidente del Área San Miguel, el 19 de diciembre de 1984», en Revista del V Centenario del Descubrimiento y de la Evangelización de América. Bajo el Manto de María en el Continente de la Esperanza, Número 1, p. 27, Buenos Aires, 1992. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 7 PRIMERAS JORNADAS DE LITERATURA ARGENTINA: IDENTIDAD CULTURAL Y MEMORIA HISTÓRICA PALABRAS DE BIENVENIDA por Alicia Sisca Directora de la Carrera de Letras «Todo se hizo por la Palabra […]», Jn. I, 3. Este momento tan especial, el comienzo de las Primeras Jornadas de Literatura Argentina organizadas por la Escuela de Letras en conmemoración del Cincuentenario de la Universidad del Salvador, nos halla convocados por el común interés de pensarnos como partícipes activos en la construcción del ser cultural que nos caracteriza no sólo como Nación sino como Patria, la tierra de nuestros padres. Este encuentro significa ponernos en conjunción hacia algo común, la literatura argentina, vale decir las letras (litterae) y también el signo o el carácter (gramma) que nos explican. Nos reúne la palabra (logos) que en su argentinidad nos nombra y nos proyecta a la infinitud del Verbo. Todo se hizo por la Palabra y nosotros, copartícipes de la Creación, también nos estamos haciendo por la palabra gracias a la inteligencia, compartida y dialogante, que nos permite este encuentro. Hemos elegido como tema de estas Jornadas, los sustratos de nuestra identidad cultural argentina y la memoria histórica que debe hacerlos siempre actuales y vigentes. Para preservar la memoria histórica de nuestra identidad cultural resulta muy valioso el aporte de la Literatura. En efecto, las obras literarias, cualquiera sea su género o su estilo, se concretan en un marco histórico-político, religioso, económico y de cultura general, que corresponde a los rasgos distintivos del ser nacional. Todas las obras literarias par- ten de un soporte real, que, elevado al plano artístico por la inspiración de sus autores, van configurando un país ideal, que es como una especie de arquetipo del ser nacional. A su vez el verdadero poeta se hace voz del pueblo al que pertenece: Arte poética […] Ubicado, al nacer, en una tierra, y en la masa de un pueblo tal o cual, el aeda se ve sometido a un espacio y a sus ineludibles condiciones. Porque la ontología de la tierra natal debe ser el soporte de su canto, y ha de aprender las formas y a nombrarlas no de cualquier manera, ciertamente. […] De La Poética (1959), por Leopoldo Marechal. Pretendemos indagar esas formas que perduran desde los escritores de nuestra época hispánica y aún más allá de los estratos étnicos de raíz cristiana y humanística, en el verdadero sentido que tienen estos calificativos. Así incluimos el reconocimiento de una tradición plural como la nuestra, que va más allá de los dogmas literarios, que abarca las disidencias, que tiene en cuenta no sólo lo académico sino también lo espontáneo, no sólo lo erudito sino lo coloquial. Nuestro ethos criollo surge de la mestización Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 USAL. 50 aniversario 8 de culturas que la colonización española siempre propició: el indígena tenía una cultura pero no conciencia de cultura, y a la vez el español adquirió en estas tierras, innegablemente, cierta alterización de la cultura que traía. Esta forma especial de la colonización que se propuso España, expresada en textos oficiales contundentes y muy arraigada en sus principios ético-religiosos, hizo que nuestro ethos se constituyera vital pues admitió, desde el principio, la confrontación, el cambio, lo distinto y el entrecruzamiento de lo popular y lo ilustrado. Por otra parte, diferenciándonos de otros pueblos hispanoamericanos, más dados a lo mágico o a lo maravilloso, con la inicial y permanente pregunta introspectiva acerca de quiénes somos, marcamos una vocación de elaborar especulativamente nuestro ser nacional. Toda literatura, y la nuestra no es la excepción, tiene predilección por ciertas expresiones, ciertos signos, ciertos rasgos que constituyen un espíritu común, un ethos que trataré de caracterizar. Seguramente a partir de hoy, durante estas Jornadas, mi propuesta se confirmará o no y se completará o enriquecerá de acuerdo con cada una de las exposiciones. El comienzo de nuestra literatura fue a la vez elegíaco y aciago. El Romance de Luis de Miranda (¿1536-1570?) señala proféticamente dos líneas que perduran: el canto lastimero y triste y el tema trágico como consecuencia del odio y la crueldad predominantes en las circunstancias de esa época (son ejemplos desde los textos de Centenera y Castañeda, hasta los de Mallea y Mujica Láinez). Asimismo surge del Romance otro rasgo perdurable: el escritor es a la vez protagonista de la historia. En él están unidas creación literaria y vivencia histórico-política (como verificamos en las obras de Echeverría, Mármol, Sarmiento, Hernández, Juana Manuela Gorriti, Cané, Lugones o Rojas). Otra característica de la literatura argentina es la cualidad actuante de la naturaleza, que aunque sólo aparezca como alusión no pasa inadvertida ni oficia de telón de fondo. Su extensión, exuberancia y diversidad de climas y suelos se imponen de manera fuerte y activa (elijo para ejemplificar sólo algunos nombres: Lavardén, Mansilla, Güiraldes, Di Benedetto, Saer). Esa sensación de infinitud o imposibilidad de aprehender inmensas extensiones en toda su riqueza y variedad, juntamente con el crecimiento abrupto de la gran aldea y las sucesivas oleadas de inmigrantes, producen vivencias de soledad y desamparo que también trasuntan en nuestras obras (Holmberg, Cambacères, Bunge, Discépolo, Gálvez, Marechal). En el siglo XIX ingresa especialmente en la novela y el teatro el tema de la inmigración y la narrativa del siglo XX da un nuevo enfoque a los rasgos de la novela histórica con una moderna interpretación de los hechos y la intromisión en la trama de personajes ficticios (como sucede en obras de O. Bunge, O. Amadeo, M. Gálvez, G. Martínez Zuviría, P. de Lusarreta, M.E. de Miguel, M.R.Lojo). A pesar del tono elegíaco al cual hacíamos referencia no faltan la picardía y el humor que también arraigaron con fuerza en los escritores argentinos (por ejemplo Lynch, Girondo, Cortázar, Dimitrópolos, de Miguel, Di Benedetto). Con la misma pulsión apasionada y militante de los cronistas iniciales, muchos autores se refirieron a la necesidad permanente que tenemos de conocernos y explicar el contexto social en el que estamos inmersos. La mayoría de nuestros escritores cantaron y contaron opinando (Centenera, Echeverría, Sarmiento, José Hernández, Alberdi, Mallea, Marechal, Sabato, Martínez Estrada). También los personajes de la literatura argentina son representativos de este ethos mestizo y plural que nos identifica como por ejemplo Facundo, Fierro, Andrés, Erdosain, Adán Buenosayres, Martín, Oliveira, Zama y los de las canciones populares folklóricas o los del tango. Sin duda esto indica un rechazo de las tendencias postmodernas -de pensamiento débil y superficial, de desconocimiento del individuo y de olvido de la búsqueda del sentido del mundo y de la vida- y una voluntad de retornar a las fuentes revitalizadoras para avanzar, con vocación de diálogo y de encuentro, por el camino que ofrece el humanismo abierto e integrador que subyace desde nuestros orígenes y nos imprime carácter. Por último quiero destacar que hay escritores en los que la religiosidad es rasgo prioritario pues es el sustento claro de su creación (como sucede con Tejeda y Guzmán, José Hernández, Estrada, Martínez Zuviría, Marechal, Castellani, Castilla, Juárroz, Castiñeira de Dios, Gloria O.J.Martínez, Amílcar Cipriano, Bufano, Isaacson). Soledad Leyendo el libro hebreo y arreando vacas vivo entre las cumbres níveas de este valle profundo. Mi espíritu y mi verso se abren al sol del mundo como las hojas nuevas de un árbol pensativo. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 9 Primeras Jornadas. Presentación ¡Oh, placer de saberme tan inactual y lejano, y, sobre todo, amigos, profundamente bueno! ¡Oh, la lección del ave y del río y del heno y del buey que recoge la hierba de mi mano! Vida fuerte y austera, vida callada y pura; vida a la que le sobre la palabra y la voz; ¡que ya es divina gracia sentir esta dulzura inefable y celeste de estar cerca de Dios! De Poemas de Provincia (1922), por Alfredo R. Bufano. Por mi tierra abrasada […] Por mi tierra Te pido. Que las calandrias y los zorzales por siempre Te celebren en un cantado vuelo. No apartes Tu mano. Bendice mi tierra y éste será mi último ruego, la última plegaria que Te escriba. De Plegarias (1996), por José Isaacson. Nosotros tenemos con estas Jornadas una prueba que puede llenarnos de esperanzas: es la literatura argentina la que nos movilizó y en la que ponemos nuestro esfuerzo para colaborar en la construcción de una sociedad mejor, más integrada y responsable. La inteligencia de la persona humana es inteligencia compartida y se realiza mediante la manifestación comunicativa. El diálogo es la vía que los seres humanos tenemos para intercambiar ideas con las de- más personas y, en consecuencia, el medio que coadyuva a la cultura. Hoy estamos embarcados en un proyecto común: conocer mejor nuestra literatura por medio de nuestras interpretaciones, nuestras lecturas, nuestros borradores y nuestros textos definitivos que queremos exponer para discutir en busca de coincidencias. Es decir, vinimos a dialogar sobre los autores y las obras literarias argentinas que constituyen un invalorable documento del pasado para comprender mejor nuestro ethos nacional y en consecuencia para comprendernos mejor. Espero que estas Jornadas dejen huellas beneficiosas en nuestra cultura y en nuestras vidas. Esto ya lo hemos palpitado quienes estuvimos en la organización, por cierto ardua pero también enriquecedora. Aprovecho para agradecer a todos cuantos han colaborado con su tiempo, su esfuerzo intelectual y físico y su apoyo espiritual. Por último deseo darles la bienvenida a quienes han respondido a nuestra invitación y hoy nos acompañan. La mayoría viene de ciudades del interior: Santiago del Estero, Santa Cruz, Salta, La Rioja, Rosario, Rafaela, Córdoba, Mendoza, La Plata, Bahía Blanca, Tucumán. También, además de docentes, investigadores, egresados y estudiantes de la Universidad del Salvador, hay representantes de la Universidad Católica Argentina, de la Universidad de Buenos Aires, del CONICET, del Centro de Narratología, de la Fundación Jorge Luis Borges y de la Dirección de Enseñanza Artística de Buenos Aires. Quiero que cada uno de ustedes se sienta no sólo bienvenido sino cálidamente recibido por cada uno de nosotros. Buenos Aires, 27 de septiembre de 2006 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 10 IMPORTANCIA DE LOS ESTUDIOS COLONIALES EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL por Graciela Maturo Basta reconocer en algún viaje la geografía del vasto territorio latinoamericano, o asomarse a su producción bibliográfica, su educación, sus lineamientos oficiales en materia de cultura, y compararlos con lo que ocurre en esos rubros en nuestro país para constatar que la Argentina —casi solitariamente— ha desdeñado su pasado colonial, lo desconoce en las aulas o lo posterga visiblemente en la investigación. La vida indiana, sus hombres y sus creaciones, no forman parte ya de su imaginario social, y sólo son redescubiertos por investigadores aislados. Es raro encontrar a un adolescente, o a un joven ya avanzado en los estudios universitarios, que pueda dar cuenta de cuál es el origen del nombre Argentina, recordar a nuestros primeros poetas, historiadores, narradores o, más remotamente, rememorar algún texto. Por otra parte, y como un eco de ese descuido, comprobamos también que en algunos textos enciclopédicos dedicados a las obras coloniales hispanoamericanas, son ignoradas las áreas que componen el prototerritorio argentino, o se las reduce a alguna rápida mención. Ciertamente, contamos hoy con algunos trabajos de tesis, y también con el esfuerzo de pequeños grupos de investigación, juntamente con la actividad de la Academia Nacional de la Historia, pero cabe reconocer que esa labor no alcanza para revertir el desinterés general en esos temas. La proximidad del Segundo Centenario de nuestra emancipación hace oportuna una consideración sobre la identidad cultural argentina, que es tema de este Congreso. Esa efemérides puede llevarnos equivocadamente a rescatar la identidad de una Argenti- na moderna divorciada de sus orígenes. A reparar ese descuido histórico y cultural se hallan dirigidas estas palabras. Antihispanismo y anticolonialismo de la Ilustración La primera desestimación de la cultura y los textos coloniales proviene de los criterios iluministas de la Ilustración , ya vigentes en ciertas capas sociales del Virreinato como proyección de la España borbónica. Un ejemplo de esa subestimación lo ofrecen los escritos de don Félix de Azara, quien a comienzos del siglo XIX, al examinar una de las copias manuscritas de la Historia del Descubrimiento, de Ruy Díaz de Guzmán, trata a su autor de fantasioso y falto de rigor histórico. Esta mentalidad se acentuó en las primeras décadas de la emancipación, con su desvalorización del barroco, la cultura mestiza y popular, y la tradición hispánica, tildada de oscurantista y autoritaria. Nace allí, en la década de 1820, la denominación de «barbarie» aplicada a la cultura tradicional y a los caudillos provinciales que la representan. Por cierto, esta actitud antihispanista —hasta cierto punto comprensible en tiempos de guerra política y fundamentación ideológica de la emancipación— comprometía a las expresiones de la cultura popular, nutrida en la tradición mestiza americana. Como es sabido fue el erudito napolitano Pedro de Ángelis (1784-1859) quien tuvo la responsabilidad de reunir en una compilación las obras liminares de la tradición nacional. Filósofo y educador, diplo- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 11 Importancia de los Estudios Coloniales mático en Rusia antes de radicarse en Ginebra y luego en París, De Ángelis fue invitado al Río de la Plata por Bernardino Rivadavia. Llegó a Buenos Aires en 1827, y dirigió con José Joaquín de Mora la Crónica política y literaria de Buenos Aires, órgano del gobierno rivadaviano, y luego La Gaceta Mercantil. Fue colaborador de El Lucero y El Monitor, apoyó sucesivamente a Dorrego, Lavalle y Balcarce antes de colaborar con Juan Manuel de Rosas entre 1835 y 1852. Debemos a este erudito, que escribió, entre otras obras, biografías de Juan Manuel de Rosas, Estanislao López y el general Arenales, la publicación de la importante Colección de documentos relativos a la Historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata, ilustrada con notas y disertaciones, que fue editada entre 1835 y 1837, en seis volúmenes y comienzo de un séptimo. Esta obra ha sido varias veces reeditada. Amigos y enemigos políticos le reconocen unánimemente este servicio a la historiografía rioplatense al haber realizado la primera sistematización y publicación de las obras liminares de la región. No es ocioso recordar en este momento que la Colección reúne, entre otras, las siguientes obras y documentos: — La Historia Argentina del Descubrimiento, Población y Conquista de las Provincias del Río de La Plata, de Ruy Díaz de Guzmán. — La Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, del Padre José Guevara, de la Compañía de Jesús. — El Viaje desde el Fuerte de Ballenar hasta Buenos Aires, de Luis de la Cruz. — El Proyecto de traslación de las Fronteras de Buenos Aires al Río Negro y Colorado, de Sebastián Undiano y Gastelú. — Derroteros y Viajes a la Ciudad Encantada o de los Césares, de Silvestre Antonio de Boxas. — Descripción de la Patagonia, de Tomás Falkner. — El poema Argentina o Conquista del Río de la Plata, de Martín del Barco Centenera. — El texto de la Fundación de la ciudad de Buenos Aires, por Juan de Garay. — Las Actas Capitulares del 21 al 25 de Mayo de 1810. — El Diario de un viaje a la costa de la Mar Magallánica, por el P. Pedro Lozano. No ha sido debidamente justipreciada la impor- tancia de esta obra en la atmósfera en que surgía la llamada «generación del 37», llamada a debatir el tema de la identidad nacional. Anunciaba el editor al iniciar la obra, que se publicaría «por cuadernos de 30 pliegos de imprenta, iguales en todo al presente prospecto», incluyendo un proyecto de suscripción mensual. Al abrir esa colección decía Pedro de Ángelis, en juicio que merecería ser discutido: «Para asegurar la conservación de sus antiguas colonias, la Corte de Madrid no halló más arbitrio que condenarlas a un riguroso aislamiento. No se cortaron tan sólo las transacciones mercantiles, sino que se proscribió todo comercio intelectual y hasta las relaciones amistosas» Sabemos hoy que tal aislamiento, en parte buscado por algunos funcionarios de la Corona y no por todos, de hecho no existió. Las Colonias tuvieron una vida cultural intensa, concentrada en algunos focos vireinales, y fue temprana la instalación de la imprenta en el continente descubierto. La posición generalizada de esos jóvenes escritores que admiraban especialmente a los franceses, ingleses y norteamericanos fue adversa a lo hispánico, pero no puede negarse que esa colección, reeditada después de la caída de Rosas sin el prólogo de De Ángelis, fue en varios de ellos removedora de una conciencia identitaria, y especialmente de una preocupación —acorde con su romanticismo— por la historia y la lengua. Fue especialmente entre ellos Juan María Gutiérrez, considerado con justicia iniciador de la crítica nacional, quien leyó con mayor dedicación aquellas páginas, e inició un diálogo fecundo con algunas de ellas. La obra de Martín del Barco Centenera tuvo en Gutiérrez a un lector atento, algo alejado de la mentalidad colonial pero capaz de reconocer muchos valores y aspectos literarios de la obra. Su Estudio sobre la Argentina fue publicado con la edición facsimilar de la obra hecha en 1912 por la Junta de Historia y Numismática. Gutiérrez, que estuvo en Chile y en el Ecuador, fue estudioso y editor de obras coloniales, y realmente se lo puede considerar el iniciador de este tipo de estudios en la Argentina. El siglo XX inició la revaloración de los textos coloniales. El Primer Centenario de la República marcó el reencuentro con España y con ello se promovió la reedición de obras como La Argentina, de Martín del Barco Centenera, que tuvo dos ediciones facsimilares en 1912. Los prejuicios ideológicos antihispánmicos y anticoloniales afloran en la obra de un crítico francés de entresiglos, muy respetado Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 12 Jornadas de Literatura Argentina en su tiempo, que es Paul Groussac. El director de la Biblioteca Nacional y de su revista Anales de la Bibliotecas dio a conocer en el tomo IX de la misma el texto de una copia inédita de la llamada Argentina manuscrita, de Ruy Díaz de Guzmán, juntamente con abundante documentación de valor biográfico e historiográfico. Sin embargo su Nota biográfica y sus notas al texto se hallan cargadas de subestimación cultural, literaria y aún moral hacia Díaz de Guzmán, al que acusa de fraguar invenciones y situarse muy por debajo de los hechos que narra. Ricardo Rojas y Enrique Martínez Paz pueden citarse entre las que renuevan el interés por la cultura colonial. Ambos autores protagonizaron una polémica literaria a la que se ha dado el nombre de «los laureles de papel» acerca de la autenticidad, el valor y la unidad de la obra de Luis José de Tejeda, redescubierta en dos códices distintos y reinterpretada de modo diverso por ambos estudiosos, autores de sendas ediciones. Los títulos de «Coronas líricas» dado por Enrique Martínez Paz (1916) y «Peregrino en Babilonia» otorgado por Ricardo Rojas (1917) dan cuenta de diversas lecturas y valoraciones. Con el tiempo, en 1947, don Enrique M. Furt vino a terciar en el tema con una edición facsimilar y crítica que ha alentado nuevos estudios sobre el autor. La Historia de la Literatura Argentina, de Ricardo Rojas, marca sin duda un hito fundamental en los estudios coloniales, a los que su autor dedicó dos importantes tomos de su obra. Rojas, defensor de las letras nacionales, fue el primer revalorador de la cultura y las letras del período indiano. Al articular la cultura nacional en etapas históricas: los coloniales, los modernos, intersectados por el período de la emancipación nacional al que dividió entre los gauchescos y los proscriptos, Rojas ofreció por vez primera una propuesta hermenutica para comprender y ubicar a los autores argentinos dentro de su devenir histórico y cultural. En gran medida estimulados por esta obra monumental, a la que acompañaban escasos estudios anteriores, surgió una verdadera legión de estudiosos de la historia y la cultura colonial así como de investigadores y editores de textos coloniales entre los años 1920 y 1950. Existió por esas décadas un fuerte movimiento historiográfico y filológico hacia la recuperación del pasado colonial, ligado a un criterio revisionista de las fuentes. Baste recordar, además de los ya mencionados Rojas y Martínez Paz, los nombres de Enrique de Gandía, Rómulo D. Carbia, Agustín Zapata Gollán, Diego Luis Molinari, Vicente D. Sierra, José Torre Revello, Ricardo Levene, Roberto Levillier, el Padre Guillermo Furlong, el Padre Grenon, Jorge M. Furt, Julio C. Caillet Bois, Alberto M. Salas, Antonio E. Serrano Redonnet, Luis M. Trenti Rocamora, editores y comentaristas de fuentes y documentos, exégetas de obras olvidadas, y estudiosos de la cultura indiana. La muerte de don Enrique de Gandía, a muy avanzada edad, casi ha puesto fin a la sobrevivencia de aquella pléyade de maestros, cuyos discípulos y continuadores son escasos en la actualidad. Identidad y tradición Me parece oportuno, en esta ocasión, repasar los conceptos de identidad y tradición, a menudo subestimados o tergiversados por la vulgarización y vaciamiento de sentido. La identidad cultural no es un ídem en el sentido de entidad abstracta y fija, siempre igual a sí misma, sino una realidad antropológica e histórica, abierta y en proceso, sobre coordenadas que la hacen reconocible. Su flexibilidad histórica , en suma, no significa carencia de constantes y ejes de vertebración. La identidad de nuestros pueblos, una identidad innegablemente mestiza, es moderadamente dinámica, diversificada en nuevas identidades, tal como ha ocurrido con las naciones de Occidente en su devenir de 3000 años. En ese amplio tramo de la cultura europea, que admite la denominación simbólica de Occidente —metáfora relativa al trayecto solar, que designa el ocaso o muerte del Sol, mientas que Oriente designa su nacimiento— se perfilan dos grandes troncos identitarios, los del Norte y el Sur de Europa, que dan origen a identidades bien diferenciadas aunque ligadas entre sí frente a otras identidades del mundo. En términos amplios podemos reconocer que dentro de la identidad occidental se perfilan las parcialidades de una Europa racionalista, científica y técnica, que se extiende hacia América con la colonización anglosajona y holandesa, y una Europa mediterránea, de signo humanista, proclive al arte y a la filosofía, que se ha proyectado hacia la América Central y del Sur. Las naciones ibéricas, y con mayor amplitud latinas, han dado su sello a las naciones mestizas nacidas a la historia a partir de la colonización. No es el momento de hacer evaluaciones de este hecho histórico que ha comportado violencia y Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 13 Importancia de los Estudios Coloniales diálogo, depredación y construcción, valga decir por ahora que la identidad de nuestros pueblos es deudora de nuevos aportes en función de nuevas mezclas étnico-culturales que son históricamente verificables. Existe una cierta identidad axiológica, fundada en valores compartidos, que caracteriza a los pueblos latinos de Occidente, y dentro de ella una identidad hispánica, fundada en los valores de la España medieval y humanista, expandida en las colonias americanas con rasgos propios surgidos de una nueva inserción geográfica y de nuevos elementos en juego. Se reitera en América, con nuevos actores en juego, el proceso de mestización cumplido en la propia España a lo largo de siglos. Es oportuno detenerse en el concepto de humanismo, insoslayable para comprender la mestización, y no es posible negar que ese humanismo tiene el sello del Cristianismo. Como lo ha señalado el historiador Ferdinand Braudel, debe comprenderse la historia a partir de procesos de larga duración que envuelven a otros más breves, y dan sentido al acontecer. El cristianismo no es un mero accidente histórico, es un proceso de larga duración y significación histórico-cultural que permite comprender sucesos como el Descubrimiento y colonización americana. El humanismo del Renacimiento es una nueva formulación integradora de la Europa mediterránea en su capacidad de integrar al otro, capacidad que ha permitido el crisol de los pueblos de la latinidad y la hispanidad. Esa disponibilidad asentada en la herencia católica, ecuménica, ha permitido en la América Hispánica una integración no común de pueblos y culturas bajo el doble signo de la fe católica y de la lengua española. Ambos sufren modificaciones en América, la lengua castellana se convierte en el español de América, el catolicismo se hace realmente ecuménico al acoger e integrar nuevas modalidades de los pueblos en la cultura popular Es innegable la existencia de un perfil que distingue a las comunidades latinoamericanas, pese a sus diferencias, frente a otros pueblos del mundo, e incluso de la América anglosajona. Más de veinte naciones hablan un idioma común, tienen una variada composición étnica en que prevalece la mezcla de los pueblos autóctonos con los pueblos ibéricos, profesan una religiosidad de fondo cristiano, abierta al sincretismo en los estratos populares, cultivan un ethos justiciero que se hace presente en sus costumbres, leyes e instituciones. El perfil estético de estos pueblos, con su aspec- to cosmopolita en las grandes ciudades y los círculos intelectuales, se hace también reconocible en ciertas constantes de raíz humanista. Es especialmente el folklore, las manifestaciones populares de la cultura tradicional, el que permite unificar este vasto territorio, con su rico caudal de danzas, música, poesía y tradición narrativa en común, pero el estudio de los movimientos artísticos y literarios así como de autores y obras individuales revela igualmente singulares constantes desde la Colonia en adelante. La arquitectura colonial ha generado la base de nuestras ciudades, como lo recordaba Alejo Carpentier al describir La Habana antigua, y enseñarnos a mirar y reconocernos. La pintura, la escultura, las artesanías, son campos igualmente fértiles para el reconocimiento de una identidad cultural diversificada pero persistente, que sin embargo algunos se empeñan en negar. Recordemos otro concepto importante de ser rescatado, el de tradición, a veces confundido con un peso inerte arrastrado mecánicamente en el tiempo, cuando se trata en cambio de la continua reinterpretación del origen etiológico de un pueblo. Tal como lo ha estudiado en filósofo Hans-Georg Gadamer, que hizo de él en su larga vida un concepto básico, el concepto de tradición es propio de los pueblos históricos, en los que se da ese doble movimiento de innovación y sedimentación que caracteriza a una tradición viviente. La identidad hispano-ibero-latino-americana, no estática como hemos dicho, se asienta en una axiología, en la persistencia de ciertos ejes éticos, religiosos, estéticos. Y esa identidad es portada en primer término por la lengua: el español americano que permite a hablantes de distintas latitudes el reconocerse en una lengua común, de raíz latina y compleja formación, heredada del hispano y matizada de mil modos en el vasto territorio de América, sin que se haya alterado su sintaxis y semántica originaria. Como decía el lingüista Rodolfo Lenz, esa lengua ha tomado los acentos vernáculos, además de enriquecerse con el léxico indígena, pero sigue fiel a un modo de pensar la realidad que es propio del hombre occidental. El humanismo amasado en largos siglos en la cuenca mediterránea se extiende en América a un grupo de naciones nacidas de análogos encuentros, confrontaciones y diálogo entre los pueblos Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 14 Jornadas de Literatura Argentina autóctonos y los conquistadores ibéricos. Leer nuestra identidad en las letras indianas Un modo profundo de relevar esa identidad es el estudio de las obras literarias históricas y testimoniales del período en que se asentó esa identidad mestiza, el período indiano o colonial. Las obras del período indiano han puesto en marcha los núcleos imaginarios, las figuras, los mitos y los valores que constituyen la fuente de la tradición nacional e hispanoamericana. Su herencia ha permanecido en la literatura, la historia, el derecho, las costumbres y la leyenda provinciana, son parte del folklore, de la herencia tradicional recogida más tarde por escritores, historiadores y folklorólogos. La tradición hispanoamericana se fue conformando a través de la reformulación y el sincretismo de distintas corrientes, no la han conformado ni las culturas indígenas ni tampoco de un modo imperturbable la cultura hispánica, sino ambas en creciente y difícil imbricación que incorporó también, a lo largo de varios siglos, elementos de las culturas africana, árabe, judía, asiática, o provenientes de la Europa moderna, justificando el aserto de José Vasconcelos: se gestaba en este lado del mundo una «raza cósmica», un nuevo momento de la historia en el cual tuvo importancia el mestizaje étnico y cultural. Luis de Miranda es el autor del primer texto poético conocido sobre la fundación del Puerto de Buenos Aires. Su Romance asienta el tema del hambre como castigo divino a la codicia y la soberbia del militar español. Nacían juntamente las primeras muestras de una literatura escrita en estas tierras en español, y la conciencia ética que permitía el juicio sobre la historia. Así pudo escribir el clérigo extremaño Martín del Barco Centenera su obra épica, de sabior novelesco, sobre los sucesos del Río de la Playa, el Tucumán, Chile y el Sur del Brasil. Por su parte Ruy Díaz de Guzmán vuelve a contar de otro modo los sucesos del Plata, especialmente en la gobernación del Paraguay, reivindicando la figura de su abuelo Domingo Martínez de Irala. Estos textos, fundantes del imaginario rioplantense, echan a circular las historias del indio Oberá, de Ana de Valverde, de Siripo y Lucía Miranda, de la Maldonada. Son personajes que permanecen en las historias de los padres Lozano y Guevara, en el ensayo histórico del Deán Funes, en posteriores novelas de Rosa Guerra y Eduarda Mansilla en el siglo XIX, en obras posteriores de Mujica Láinez y Hugo Wast. Los textos narrativos de la Colonia ostentan un carácter fundante que sobrevive especialmente en las provincias argentinas, en narraciones reformuladas por Juana Manuela Gorriti, Juan Carlos Dávalos, Juan Draghi Lucero. Pervive en esas narraciones el ethos humanista hispánico, que hace lugar a un talante educativo, formativo, moral, con fundamento religioso no dogmático ni rígidamente impuesto. La historiografía clásica estaba impregnada por la elaboración simbólica e imaginaria. Puede aceptarse que una parte de ella tiende en tiempos modernos, o sea justamente a partir del Descubrimiento y colonización de América, a un cierto estilo científico, mientras otra corriente hace lugar a la escritura mítica y literaria. En tal dirección cabe aceptar que la historiografía americana ha enfrentado la «historia oficial», el estilo notarial del documento público, la gesta de las figuras principales asentada por el lenguaje convencional de los historiadores de corte. Las escrituras americanas adquieren un carácter testimonial y novelesco, fijan su atención en personajes secundarios, otorgan importancia a la descripción, la información geoeconómica, antropológica, lingüística. Los cronistas cuentan de modo vivo las historias, percibiendo su dibujo simbólico. Tales rasgos marcan el paso de la «historia hispánica», ya entrante en una etapa más rigurosa y formal, a la «historia americana». En América se afirmaron el lenguaje de la imagen, el ejemplo, la fábula, el mito que se mezclan con el testimonio personal, la crónica de lo vivido, el relato de aconteceres individuales y colectivos a los que en ciertos casos se intenta esclarecer o rectificar. Los sucesos americanos, su entorno geográfico y geocultural, la variedad de sus contrastes de lengua, costumbres, ritos y conductas, la novedad del mestizaje en suma, imponen nuevos modos de figuración y expresión a españoles, indianos y mestizos, que dan curso a la innovación genérica, la mezcla de categorías estéticas, en suma el barroquismo pre-romántico, anuncio de una estética americana. La «historia verdadera», que incorpora elementos ficcionales, inaugura un modo específico del humanismo cristiano, relacionado con la verdad y con la ética. Se trata de una forma de historiar y novelar que en muchos casos se halla más cerca de la «confesión» agustiniana o de los «comentarios» clásicos, que del roman, que enlaza aventuras fantásticas o simbólicas. El protagonismo histórico, la imbricación de realidad y fantasía, la lengua coloquial, el contenido ético reli- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 15 Importancia de los Estudios Coloniales gioso, fundan una tradición histórico literaria de rasgos reconocibles. La justificación personal, la defensa de la propia gestión, la búsqueda de reconocimiento, la espera de retribuciones o premios, constituyen otra de las motivaciones del cronista de Indias que se continúan como modalidad intrínsecamente americana, desde Colón, Cortés, Bernal Díaz, el Inca Garcilaso hasta Carrió de la Vandera prolongándose luego desde Lucio V. Mansilla hasta Antonio Di Benedetto. Bernal Díaz escribe para desmentir a Gomara y a Cortés; Bartolomé de las Casas para discutir, desde la vertiente dominica a la que pertenece, a las autoridades de su Orden. Se abre un amplio espectro que abarca desde lo individual y testimonial, hasta el afán de escribir la Historia, dejando memoria de sucesos públicos importantes y de las figuras que los protagonizaron. Un aspecto interesante en uno y otro caso es la consideración del espacio, que abre una tradición escritural americana. La observación directa es fuente de un cierto realismo naturalista que aparece siempre asistido por la ampliación trascendente, la impregnación simbólica. Figuras e imágenes remiten a la realidad nueva pero también a un repertorio tradicional. Los tópicos religiosos, filosóficos, literarios, se superponen sin artificio manifiesto a la imagen sensible proveniente de la vivencia. Se conforma el realismo americano, un realis- mo barroco, simbólico, religioso, mágico. Los textos fundacionales de América se insertan, con tono nuevo, en una tradición mítico literaria, que proviene de la antigua leyenda, revalidada por la Patrística. El cristianismo hacía suya la «utopía» helénica y judaica, proyectando los rumbos de la navegación hacia la conquista del mundo y hacia la creación de un mundo feliz. Estimo que es importante para la Argentina estimular un mayor conocimiento de sus primeros escritores a partir de trabajos interpretativos que permitan una recuperación e incorporación de sus valores, constantes estéticas, figuras simbólicas, caudal histórico e imaginario, fábulas, leyendas, refranes, voces y lenguaje. La historia nacional no empieza en 1810, ni es esta la fecha inicial de una cultura que tiene hondas raíces provenientes de una mestización originaria desarrollada en un período fundacional de tres siglos. Y hay algo más. Ese período es el que nos permite reconocernos como parte de esa América Latina que fue fragmentada en el momento de su emancipación. El proyecto de la integración política, económica y cultural de las naciones americanas hace aún más vigente la necesidad de integrar nuestra memoria total, reconociendo una identidad que unificó a nuestros pueblos en un destino común. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 16 RICARDO ROJAS: EN BUSCA DE LA HISTORIA PERDIDA. LA ETAPA DEL CENTENARIO por María Rosa Lojo Según Eduardo Cárdenas y Carlos Payá, el nacionalismo, entendido como «doctrina coherente que interpreta el país y su historia»1 comienza en la Argentina con dos libros: La restauración nacionalista, de Ricardo Rojas (1882-1957) y El diario de Gabriel Quiroga, de Manuel Gálvez (1882-1962). Tanto Gálvez como Rojas pertenecían a viejas familias provincianas que habían tenido fundamental ingerencia en el gobierno de sus respectivos estados (Santiago del Estero, en el caso de Rojas, y Santa Fe, en lo que hace a Gálvez2. Los dos confluyen en Buenos Aires y sufren el impacto de la gran ciudad cosmopolita («Cosmópolis», la llamará Rojas en un libro homónimo); los dos se hacen oír desde la revista Ideas (1903-1905), fundada por Gálvez y por Ricardo Olivera, que expresa, precisamente, los primeros diagnósticos sobre la realidad argentina, y los incipientes ideales de la que iba a ser llamada «generación del Centenario», como la búsqueda reivindicatoria de una tradición nacional, basada, para ellos, en las raíces hispano-criollas, que la élite cultural anglófila y francófila, prefería desconocer o dar por superadas. Ricardo Rojas había nacido en Tucumán, en el Noroeste argentino, en 1882, pero se educó en la vecina provincia de Santiago del Estero (de donde procedían su padre y abuelos paternos), desde 1884 a 1898. Se trasladó luego (1889) a Buenos Aires, para iniciar estudios de Derecho que quedaron truncos: su vasta formación humanística sería una obra de autodidacta. Trabajó en el periodismo, en la docencia secundaria y luego en la universitaria (Universidad de La Plata, 1908). En 1903 publicó un primer libro de poesía: La victoria del hombre, y se integró al grupo de la revista Ideas. Antes que La restauración nacionalista, publica Rojas El país de la selva (1907), cuyos antecedentes, por afinidad temática y conceptual pueden registrarse en Mis montañas (1893) de Joaquín V. González (quien fue por cierto, uno de los mentores del joven Rojas). Situado en un registro intermedio entre la ficción y el ensayo, El país de la selva, que alcanzó un gran éxito de público y sorprendió por su originalidad3, incluye también un repertorio de leyendas y figuras míticas del folklore santiagueño (fruto en su mayoría del sincretismo criollo-aborigen) recreadas por el autor. Mientras las selvas –en esa nueva empresa de conquista que dispone la ultima ratio del Progreso— están siendo sometidas a talas indiscriminadas, Rojas recuerda en estas páginas la primera conquista4 encabezada por su homónimo y tal vez antepasado (al menos, así le gustaba creerlo), don Diego de Rojas. Como bien señala Graciela Montaldo5, no puede decirse que Rojas haya sido ni deseado ser, un escritor «regionalista», pero elige comenzar desde su «patria chica» una labor que insumirá toda su vida: recuperar un acervo tradicional que juzgaba absolutamente necesario para retrazar la figura espiritual de una nación que –desde su punto de vista– amenazaba con desdibujarse. Ya en este libro aparecen ideas largamente expandidas en su obra posterior: la compenetración del ser humano y el medio natural y la revaloración del mestizaje hispano-indígena como tronco matriz de Iberoamérica. Y desde luego, la función reparadora del poeta: si la selva ha sido condenada por la civilización a desaparecer, al menos la poesía puede rescatar la riqueza cultural que la selva engendrara: ésta es la misión que Rojas asume para inmortalizar un habitat geográfico-simbólico que todavía nadie Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 17 Ricardo Rojas: en busca de la historia perdida ha cantado, integrándolo a la «geografía espiritual» de la Argentina (p. 139) Los próximos libros de Rojas anticipan otras inquietudes: El alma española (1907) da cuenta de su fascinación por España (por la que viajó en ese año) y de sus lecturas españolas. El espectro de autores de los que se ocupa es muy amplio, desde el punto de vista ideológico y estético. Sus adhesiones más personales están por aquellos que –como Blasco Ibáñez— se han comprometido en una empresa de «regeneración» nacional (sin duda afín a su propia empresa naciente de «regeneración argentina»): el atraso, la superstición, el patrioterismo, el autoritarismo, el catolicismo sombrío que impide el goce de la naturaleza y de la vida, el poder clerical, son todas rémoras de las que España debiera desprenderse para recuperar su grandeza creadora. Y los artistas que se están ocupando de ello son preferentemente, no los castellanos, sino los que provienen de las provincias, de las regiones donde se hablan también otras lenguas: vascos, gallegos, catalanes (p. 85); del mismo modo espera Rojas que la renovación llegue desde las provincias argentinas. El hispanismo de Rojas no es regresivo ni prescriptivo: no propone el retorno nostálgico a la España conquistadora de la cruz y de la espada; al contrario, señala que los tiempos han cambiado y que ya no sirven para ella «las condiciones místicas y guerreras de su antiguo vivir»; pero aquilata el legado hispánico en la tradición y el idioma. Sostiene, además, que ese legado alcanza su expresión y transformación más original y revulsiva, no en un español peninsular, sino en un hijo de las ex colonias: Rubén Darío, «representante genuino del alma de nuestra América» (p. 211)6. En Cartas de Europa (1908), Rojas vuelca en crónicas que se publicarían en el diario La Nación, sus impresiones de viajero, donde siempre se halla, como referente virtual, su país de origen. A él termina remitiendo o enlazando sus múltiples observaciones sobre educación, religión, arte, arquitectura, y por supuesto, construcción de la nacionalidad. Cosmópolis (1908) —una miscelánea sobre ciudades, costumbres y escritores— señala la importancia de que la nación sea también una patria: no sólo una entidad jurídico-política, sino la tierra de los antepasados, «rincón de ensueño y de memorias». Pero –aclara— la «unidad espiritual» y el «culto a la tradición» no deben significar hostilidad al progreso ni a la fraternidad, en un mundo que tiende cada vez más a un «modo uniforme de vivir» (p. 27). La restauración nacionalista: en busca de la Historia perdida La restauración nacionalista. Crítica de la Educación Argentina y Bases para una Reforma en el Estudio de las Humanidades Modernas (1909) surgió de un viaje realizado por su autor para estudiar «el régimen de la educación histórica en las escuelas europeas» (p. 13); Rojas era entonces funcionario del Ministerio de Instrucción Pública, pero señala que su comisión europea se debió más a su iniciativa personal que al interés de las autoridades, a tal punto que no se le acuerdan, durante su estadía en el extranjero, honorarios ni sueldo. Desde su título, este informe, que se publica por primera vez en una imprenta estatal (aunque, según Rojas, en ese momento no fue leído por nadie en el gobierno), elige un tono deliberadamente provocativo y polémico. ¿Deberá su libro leerse en clave «rosista», en un momento en que ya habían aparecido los trabajos del primer revisionismo, de Adolfo Saldías, o de Ernesto Quesada? Aunque Rojas declara que «había más afinidades entre Rosas y su Pampa, o entre Facundo y su montaña, que entre el señor Rivadavia o el señor García y el país que querían gobernar» (p. 98), no se trata de eso. «Restauración» remite más bien, en este contexto, al ideal de la independencia, y a la autoctonía «indiana», sin que esto implique anular inevitables cambios históricos: «restaurar el espíritu tradicional no significa, desde luego, restaurar sus formas económicas o políticas o sociales, abolidas por el progreso implacable y lógico de la civilización» (p. 235). En suma, afirma en el prólogo a la edición de 1922: «[...] mi propósito inmediato —dice— era despertar a la sociedad argentina de su inconsciencia, turbar la fiesta de su mercantilismo cosmopolita...» «sabía que nadie había de prestarme atención si no empezaba por lanzar en plena Plaza de Mayo un grito de escándalo.» (p. 17) El «escándalo» de Rojas continúa, libro adentro, con el uso de fórmulas y definiciones contrastivas y paradojales. Si la generación del ’37 consideró que el mal de la Argentina era el «desierto», un mal equivalente acecharía en el «cosmopolitismo». Hoy –añade— la «barbarie» no es la «montonera»7 sino la neobarbarie del mero progreso material, orientado exclusivamente al lucro, en una sociedad desintegrada. Si se quería combatir al desierto poblándolo, el cosmopolitismo nos devuelve a una situación igual o peor. Si se deseaba superar la barbarie con la creación de Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 18 Jornadas de Literatura Argentina riqueza, la riqueza sin un sentido espiritual resulta tanto o más bárbara que la miseria, y en todo caso, se trata de una riqueza que encadena al país a la dependencia de las inversiones extranjeras. «Corrupción», «disolución», «caos» son las voces de alarma que Rojas prodigará a lo largo del libro: «La riqueza y la inmigración la han sacado [a la Argentina] de su antigua homogeneidad aldeana, pero no para traernos a lo heterogéneo orgánico, que es la obra verdadera del progreso social, sino para volvernos al caos originario. [...] continuamos careciendo de partidos, de ideas propias, de arte y de instituciones.» (p. 85) Sus alertas colocan bajo una luz extrema de tragedia a un país que, con avances y retrocesos, llevaba ya, sin embargo, décadas de organización republicana y democrática, que había producido arte e instituciones (aunque pudiera haber justificadas quejas con respecto al funcionamiento de éstas), y que se preparaba para festejar rumbosamente el Centenario de la Revolución de Mayo. Es que el peligro, para su óptica, radica en otra cosa: que ese país, esas instituciones, esa cultura, no correspondan cabalmente a lo que Rojas llama una nación. Más allá del contrato político y jurídico, la nación no es sólo «el Estado»; constituye una personalidad colectiva, un organismo. La nacionalidad es, entonces, la conciencia de esa personalidad colectiva. Debe formarse, apunta, «por la conciencia de su territorio y la solidaridad cívica, que son la cenestesia colectiva, y por la conciencia de una tradición continua y de una lengua común, que la perpetúa, lo cual es la memoria colectiva.» (p. 47) Desde luego, la historiografía y la teoría política contemporáneas (de Benedict Anderson a Eric Hobsbawm) han hecho hincapié (por sobre las ideas organicistas) en el carácter de invención y construcción de la nacionalidad, asociado a algún tipo de manipulación ideológica y política. No obstante estas necesarias reservas, también es verdad que difícilmente podría surgir una nación tan sólo de la fecundidad imaginativa de un grupo de ideólogos. En todo caso, podría decirse que los ideólogos o intelectuales tienen éxito, cuando aciertan a expresar o sintetizar tendencias y deseos que se hallaban latentes y presentes en la comunidad y que ésta ha podido re-conocer como propios8. Sin duda, el protonacionalismo de Rojas se apoyaba en autores leídos y admirados, como los de la «Generación del ‘98" española: Unamuno, con quien se carteaba asiduamente, Ramiro de Maeztu —su amigo personal—, Ángel Ganivet, con su teoría del «espíritu territorial». Y más lejos aún, en el Romanticismo —que impregna, por otro lado, el conjunto de su obra— Johann Gottlieb Fichte y sus Discursos a la Nación Alemana (1808), cuyo carácter fundacional se acepta y se destaca en La restauración nacionalista. No obstante, el mismo Rojas, enemigo de toda «imitación simiesca» (p. 137) en la educación nacional, previene contra las trasposiciones mecánicas y distingue su nacionalismo de otras perspectivas que no considera aplicables a la realidad argentina, así como también, de las estrechas manipulaciones partidistas. Advierte en una nota al pie: «Sintomática de que pensamos con ideas hechas, y hechas en el extranjero, es la circunstancia de que, en general, la palabra nacionalismo, lanzada en Buenos Aires, no haya sugerido sino imágenes del nacionalismo francés. Alguien creó, a propósito de ella, el verbo, paulderouleando, y otros asociaron el nombre de Maurice Barrés al del escritor argentino que venía a agitar esas ideas. A esos, no se les ocurrió reflexionar que el nacionalismo en Francia es católico y monárquico por tradición francesa, y guerrero por odio a Alemania. En la Argentina por tradición es laico y democrático, ha de ser pacifista por solidaridad americana. Por otra parte, el nacionalismo, según se verá más adelante, es una fórmula que puede subsistir tan fuera de los partidos en política como lejos del género criollo en literatura.» (p. 47) Por cierto, es justo señalar —aunque David Rock haya incluido a Rojas entre los «antecedentes de la derecha argentina»9—, que su nacionalismo se aparta crecientemente de las posteriores versiones políticas, de corte autoritario (y a menudo pro clericales) que alcanzan auge en las décadas del ’20 y del ’30. Rojas nunca abjuró de su fe en la soberanía popular y su representación republicana y democrática. Tampoco de su laicismo en materias institucionales10. Se consideraba, sí, un «cristiano de los Evangelios», como Sarmiento, y creía en el cultivo de la religiosidad como experiencia interior11. Por ello, estimaba que el Estado no debía subordinarse a la posición de la Iglesia, en cuestiones que atañían a la vida privada, a los «fueros personales» (como el divorcio). Fue propulsor siempre de la enseñanza laica, aunque con el trasfondo axiológico que daba el cultivo de la moral cívica, y si creía en la conveniencia de que el Estado siguiera sosteniendo como culto oficial la Iglesia Católica, era ante todo por razones históricas, en tanto el catolicismo formaba parte del legado cultural de la tradición nacional. Considérese por lo demás, que Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 19 Ricardo Rojas: en busca de la Historia perdida ante el golpe de Estado militar perpetrado el 6 de abril de 1930, Rojas, que no había actuado en política anteriormente, se unió a las filas de la derrotada Unión Cívica Radical con el objeto de refundar la democracia republicana en la Argentina12, y fue encarcelado por su rebeldía ante la dictadura. Una vez liberado regresó a la enseñanza universitaria, pero renunció a sus cátedras y a la dirección del Instituto de Literatura Argentina en 1946, por disidencias con el gobierno peronista. Murió en Buenos Aires el 19 de julio de 1957. La restauración nacionalista es tal vez su libro más vehemente, donde su nacionalismo asume un cariz predominantemente defensivo y donde no faltan expresiones –pese a sus descargos— de corte xenófobo. Antes que los aspectos afirmativos, positivos, de esa amplia tradición artística y cultural, de cuyo rescate historiográfico Rojas fue innovador y pionero, se enfatiza el temor frente a lo que se experimenta como invasivo y disgregante. En la «Crítica a nuestra educación» (segunda parte del libro), se resumen tópicos que habían estado sobre el tapete parlamentario desde mediada la década del ’80, así como en el horizonte de preocupación de escritores e intelectuales, aunque Rojas aparezca como el que los instala, doctrinariamente, en un marco –el del Centenario— donde adquirirán especial resonancia. Se refieren todos ellos al problema de la educación, y podemos citar, entre otros, la crítica de un excesivo «liberalismo» que llevaría al Estado a descuidar su indelegable papel tutelar en el ámbito de la enseñanza; la crítica a los maestros ineficaces, mal preparados, o sin vocación; las objeciones contra programas de estudio que no tienen que ver con las necesidades del país, que son copia de programas europeos, o que descuidan la enseñanza del idioma, la geografía y la historia patrias; el peligro que representa la escuela extranjera en tanto que —librada a su arbitrio— formará también ciudadanos extranjeros, como si éstos hubieran nacido en un dominio colonial de sus respectivos países y no en una nación soberana. Como señala Lilia Ana Bertoni, muchas de estas cuestiones se habían discutido en el Parlamento y en la opinión pública; algunas estaban solucionadas o en vías de solución, como el problema de las escuelas extranjeras. El temor ante el establecimiento de la «Gran Italia», allende los mares, mediante la formación de colonias espontáneas, no había sido sólo una horrorizada fantasía de las clases dirigentes: correspondió a un sector de la política italiana que realmen- te predicaba el expansionismo, en un momento de auge colonialista en el que Italia iba a la zaga de otras naciones más poderosas. Pero ya no era realmente sostenible en las vísperas del Centenario13 Para la época en que Rojas publica su informe, la cuestión de la enseñanza del idioma nacional en las escuelas de las colonias, italianas o judías, estaba bajo control14 . Por otra parte, algunos de los remedios preconizados por Rojas: «pedagogía de las estatuas», liturgia patriótica, veneración de los símbolos patrios, culto de los héroes, se habían discutido en foros públicos y constituían ya una metodología en marcha. Pero lo esencial -y lo novedoso— de su programa es colocar la enseñanza de la Historia en el eje de la educación (no ya de la mera instrucción informativa), desde la misma escuela primaria, como disciplina formadora de la conciencia nacional, capaz de dotar de un contenido vivo a la conciencia cívica. En esa Historia, se resignifica la vieja «barbarie»: gauchos y mestizos son los hacedores de la Independencia y del espíritu nacional («su obra sangrienta fue el complemento indispensable de la revolución, pues elaboró con sangre argentina el concepto del gobierno y la nacionalidad, dando base más sólida a la obra de los constituyentes», p. 98). Y se resignifica asimismo el papel –pasado y futuro— de las provincias15, ahogadas bajo la excesiva influencia de Buenos Aires, que impone todos los parámetros (p. 84) pero que es, justamente, el enclave donde el ambiente moral se halla más enrarecido (p. 181). La «tradición nacional» que rastrea Rojas hace el camino inverso del Progreso tecnológico y económico: ha de llegar desde el interior profundo a la metrópoli sin «alma», para cambiar la orientación espiritual de la vida nacional, no ya los hechos concretos (no se trataba de cerrar las fronteras, ni de enviar a los inmigrantes o a los inversores extranjeros a sus países de origen). Bien ha señalado Maristella Svampa que la «perspectiva integracionista» de Rojas y su buceo en «los arcanos de la Tradición», no se propone «negar el presente cosmopolita: busca en ella el principio espiritual que articule ese magma en un todo social que, por necesidad histórica, debe ser un todo nacional.»16 Cabe notar, por otra parte, la riqueza diferenciada con que Rojas percibe ese complejo legado autóctono, donde incluye los mitos y las lenguas aborígenes (consideradas dignas de figurar en los planes de estudio al lado del castellano como idioma nacional) y se obstina en preservar la toponimia indígena y criolla. También coloca a los «grandes caciques» en la nómina de Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 20 Jornadas de Literatura Argentina héroes que debieran ser objeto del conocimiento escolar. Blasón de plata: el numen indiano La apelación a la «raíz negada»17 (en un país que prefería construirse con un «imaginario blanco») se hace más nítida en su siguiente libro: Blasón de plata (1910). Cabe señalar que la primera reivindicación indigenista clara y consistente, que instala lo aborigen en un lugar central del imaginario y los mitos nacionales, aparece en la obra de Ricardo Rojas18. Su misma idea de la influencia determinante de la tierra, como matriz espiritual, que ejerce un poder «numénico configurante»19 sobre quienes la habitan, aunque también deriva, en la concepción rojiana, de raíces teosóficas y esotéricas, no es en absoluto ajena al pensamiento indígena.20 Ni al culto secular andino de la Pachamama, ni a la noción araucana de la Mapú, que otorga al pueblo mapu-che (gente de la tierra) su gentilicio. La «conciencia indiana», para Rojas, va emergiendo «al calor genésico de la tierra natal», y su matriz hispano-indígena. No somos europeos puros –insiste Rojas— ni aun las familias que no han sufrido mestizaje racial alguno, porque la tierra, las experiencias y la cultura que surgen en esa nueva forja nos hacen ineludiblemente distintos. Los aborígenes son «nuestros antepasados espirituales, cualquiera sea nuestro abolengo de sangre individual y nuestro nombre de familia» (p. 125). Hasta los caracteres secundarios de la psicología colectiva brotan del suelo para hermanarnos con los primeros pobladores, y la fuerza del indianismo subyace a todo, como «instinto colectivo». El sello aborigen queda definitivamente impreso en las creaciones culturales: mitos, leyendas, música, cosmovisión, costumbres, formas políticas, orientación general de la vida que se despliega en una Historia donde lo indígena es mucho más que un fósil arqueológico21, y sigue actuando como «numen» telúrico. Si bien es cierto que los oropeles literarios, el tono de exaltación romántica y las justificaciones mesiánicas recubren o transfiguran en Blasón de plata las brutales realidades del exterminio y la dominación ajenas a la empresa de conquista, también es verdad que el concepto de «indianización» es de por sí interesante y constituye el saldo más original y productivo del ensayo de Rojas, amplificado luego largamente en Eurindia. El Rojas del Centenario es re- nuente a incorporar la «diferencia» cultural inmigratoria a la matriz de la nacionalidad, pero le restituye en cambio la «diferencia» aborigen, como motor activo de la cultura y de la historia patrias capaz de transformar, de manera irreversible, al conquistador. Aunque, como advierte Hugo Biagini, hay motivos para sospechar que las reacciones aborigenistas del Centenario –escasas, por cierto— podrían ser la cara visible de «un racismo encubierto o disfrazado», o que «auspician, a veces utópicamente lo indígena para contraponerlo a otras expresiones étnicas»22, cabe aducir que, en el caso de Rojas, lo «indiano» trasciende la manifestación vergonzante de un prejuicio antiinmigratorio, y que promueve toda una estética, cada vez más abierta a la posibilidad de integrar manifestaciones exógenas que modifican creativamente la matriz originaria; el problema no está en las «influencias» sino en que éstas —más allá de lo imitativo— lleguen a ser procesadas en una genuina creación, producto de la peculiaridad social, histórica y territorial, no sólo argentina sino hispanoamericana, que incluye, también, a los inmigrantes. La americanidad – apunta Rojas en el capítulo 51 de Eurindia— no niega la universalidad, sobre todo en el terreno de la experimentación con nuevas formas artísticas que pueden provenir de cualquier ámbito de la cultura universal, no sólo de Occidente, sino de Oriente: «La historia del arte es una continua reacción de técnicas arcaicas o exóticas en culturas que se fecundan a su contacto. América no podría renunciar a esa fuente de renovación y de progreso» (T. I, pp. 108-109). Volvamos a Blasón de plata, que toma su título del Río de la Plata, por donde penetran, en busca de quiméricas riquezas, las fuerzas españolas. Continuando la línea de La restauración nacionalista, Rojas retorna sobre la dicotomía civilización/barbarie, para objetar, nuevamente, el sentido negativo de la «barbarie» identificada con la cultura local: «bárbaros» serían en todo caso, si se retorna a la etimología griega, no los nativos, sino los extranjeros. A esa dicotomía que considera perimida, Rojas prefiere la antítesis exotismo/indianismo, exenta de viejos lastres semánticos, de «odio unitario» y de desdén europeo por los americanos (p. 104): «[...] esta antítesis, que designa la pugna o el acuerdo entre lo importado y lo raigal, me explica la lucha del indio con el conquistador por la tierra, del criollo con el realista por la libertad, del federal con el unitario por la constitución —y hasta del nacionalismo con el cosmopolitismo por la autonomía espiritual.» (105) El espíritu de la independencia, la fuerza de la re- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 21 Ricardo Rojas: en busca de la Historia perdida volución democrática, provienen de este «numen indiano» que parece dormido pero que despierta en los momentos clave de la Historia. Quedan en Blasón de plata, como marcas de la época, ciertos lastres que nos distancian, indudablemente, del pensamiento de Rojas: como hemos ya señalado, la justificación de las atrocidades de una conquista, en aras de un «destino trascendente» traído por la mano (armada) de los conquistadores; o la idealización del hidalgo, como casta superior destinada «naturalmente» a conducir, que dejaría su simiente en la élite criolla, promotora de la independencia. O la beligerancia que se sigue esgrimiendo contra los «enemigos» de la causa nacional: los desertores de ella, o «los de afuera» que han venido a pedir hospitalidad. O la bandera, concebida como emblema del misterio de la tierra, que se opone al inútil «trapo rojo» del socialismo, porque todos los ideales igualitarios se hallaban ya contenidos en la Revolución de Mayo. Pero tampoco cabe duda de que en su parte propositiva y activa, la convocatoria de Rojas en pro de la singularidad cultural fructificó en una obra ingente: su Historia de la literatura argentina, que ordenó por primera vez los archivos dispersos de nuestras letras en una coherente concepción historiográfica y estética, donde comienza a integrar el factor inmigratorio que aparece desprendido y ajeno de la matriz fundante en el mapa simbólico de sus libros del Centenario. Su trabajo contempla las «cuatro tendencias» del arte hispanoamericano que enuncia en Eurindia, en el capítulo «La nueva estética»: «lo indígena o americano, lo colonial o español, lo europeo o cosmopolita, lo nacional o argentino» (p. 63). Todas estas formas de la sensibilidad subsisten –dice— en el arte actual (también, y ya como incuestionable aporte étnico y cultural, la que llama «cosmopolita»): «armónicas o antagónicas, aisladas o refundidas, según el intérprete» (p. 72). Conclusiones La restauración nacionalista y Blasón de Plata, se inscriben en los fuegos cruzados entre «nacionalistas» y «cosmopolitas» que en realidad continúan, en el Centenario, una polémica de ya larga data en la sociedad. Ambas obras de Rojas son una respuesta al sentimiento de disgregación social y pérdida de especifidad cultural (y hasta de soberanía nacional) que experimentaba buena parte de la opinión pública argentina, no solamente grupos minoritarios de la élite. Rojas sintetiza y representa esa tendencia, desde un pensamiento idealista vinculado con el romanticismo alemán (Fichte), con la generación del ’98, con el krausismo, con el «arielismo» de Rodó, sin desdeñar las influencias teosóficas, imprescindibles para comprender la construcción simbólica de su obra, además de los autores franceses que manejó habitualmente su generación (Fustel de Coulanges, Taine, Renan). ¿Supuso la concepción nacionalista de Rojas una idea cerrada y excluyente de la tradición nacional? No pueden negarse el fuerte acento defensivo y las alarmadas hipérboles de estos dos libros. Tampoco su esencialismo metafísico, su voluntad de legitimar lo nacional desde un origen que determinaría ab initio los «verdaderos» rasgos de la «argentinidad» entendida como una identidad pre-constituida in nuce, que se va desenvolviendo en «avatares», como los llama Rojas, a lo largo de una Historia traspasada por fines que trascienden a los individuos. Pero al menos, ese origen ya es doble: es «Eurindia». Y el elemento nativo precolombino no está muerto, no es un fósil arrumbado en los sótanos de la memoria, sino un sustrato vivo, que ha fascinado y trastocado al conquistador, que ha actuado en una historia común, y que sigue operando en la sociedad argentina. Por otro lado, la relectura de la llamada «barbarie» asociada sin duda al incipiente revisionismo de aquellos días—, la vuelta de la mirada hacia las provincias, la revaloración de su papel en la independencia y en la gestación de la nación-estado y de la nacionalidad (en tanto comunidad axiológica y cultural) son afirmaciones, ensanchamientos y correcciones provocativas de la interpretación historiográfica liberal. Incluso su retorno a la tradición española es –en el contexto de época— un gesto renovador. Si atendemos a la experiencia de jóvenes de la élite como María Rosa Oliver, o como Victoria Ocampo, el idioma castellano era para las clases altas apenas una lengua rústica, un bien utilitario para dar órdenes al servicio doméstico. No exagera en ese sentido la indignación de Rojas cuando se refiere a la Argentina como «colonia intelectual de Francia». Tanto Ocampo (que al principio de su carrera sólo escribía en francés) como Oliver, tuvieron un contacto tardío con el castellano en tanto lengua literaria, y con los grandes autores españoles, que no eran habitualmente frecuentados en una educación dirigida por institutrices francesas, inglesas o alemanas. Ambas se quejarían, Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 22 Jornadas de Literatura Argentina en sus respectivas memorias, de esta carencia fundamental que debieron suplir, por iniciativa propia, muchos años más tarde23. Y así como Rojas reanuda lazos históricos y estéticos con España, lo hace también, hacia atrás y hacia delante (en el ideal de un futuro común), con Hispanoamérica, a la que engloba, entera, bajo el nombre simbólico de «Eurindia» (Cfr. Cap. 46 del libro homónimo). Su obra, leída sobre todo por lo que aporta y no por lo que descarta, sigue siendo hoy día, en un momento en que la «globalización» nos despierta temores parecidos a los que hace un siglo provocara el «cosmopolitismo», un incitante estímulo intelectual. gauchescos (1917), Los coloniales (1918), Los proscriptos (1920), Los modernos (1922). BIBLIOGRAFÍA Elelín, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1929. De Ricardo Rojas El radicalismo de mañana, Buenos Aires, L.J. Rosso, 1932. El país de la selva, París, Garnier, 1907. Edición utilizada: última reedición con Prólogo de Graciela Montaldo en la colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida por Gregorio Weinberg, Buenos Aires, Taurus, 2001. BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA El alma española. Ensayo sobre la moderna literatura castellana, Valencia, Sempere, 1907 (fecha del prólogo). Cosmópolis, París, Garnier, 1908 (fecha del prólogo). Cartas de Europa, Barcelona, Sopena, 1908. La restauración nacionalista, Buenos Aires, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1909. Edición utilizada: Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor, 1971. Con prólogo de Fermín Chávez. Blasón de Plata, La Nación, Número especial por el Centenario de la Revolución de Mayo, 1910. Reeditado por primera vez en formato libro por Martín García, Buenos Aires, 1912. Edición utilizada: Buenos Aires, Losada, 1954. La argentinidad. Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la emancipación: 1810-1816, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1916. La literatura argentina. Historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Imprenta Coni: Los Eurindia. Ensayo de estética fundado en la experiencia histórica de las culturas americanas, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1924. Edición utilizada: Buenos Aires, Capítulo: Biblioteca Argentina Fundamental, Centro Editor de América Latina, 1980. Prólogo de Graciela Perosio. Notas de Graciela Perosio y Nannina Rivarola. Las provincias, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1927. El Cristo invisible, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1927. Edición utilizada: Buenos Aires, «La Facultad», 1928 (2ª ed). ARIAS SARAVIA, Leonor. «Los mitos étnico-geográficos: el mito indiano, el mito criollo, el mito hispano», «La heráldica rioplatense (Blasón de plata)», y «La Isis indiana: la mitificación esotérica (Eurindia), en La Argentina en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo, Buenos Aires, 2000. BARBERO, María Inés, y Devoto, Fernando. Los nacionalistas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983. BERTONI, Lilia Ana. Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, F.C.E. 2002. BIAGINI, Hugo. Cómo fue la generación del 80, Buenos Aires, Plus Ultra, 1980. BOTANA, Natalio, y Gallo, Ezequiel. «Estudio Preliminar». De la República posible a la República verdadera (1810-1910), Buenos Aires, Biblioteca del Pensamiento Argentino III, Ariel Historia, 1997, pp. 11-123. CANAL-FEIJÓO, Bernardo. «Sobre el americanismo de Ricardo Rojas», Revista Iberoamericana, nº 46, Julio-Diciembre 1958, pp. 221-226. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 23 Ricardo Rojas: en busca de la Historia perdida CÁRDENAS, Eduardo, y Payá, Carlos. El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1978. DE LA GUARDIA, Alfredo. Ricardo Rojas, Buenos Aires, Schapire, 1967. GIUSTI , Ricardo. «La restauración nacionalista», Nosotros, IV, T. I, 26. INGENIEROS, José. «Nacionalismo e indianismo», Revista de América, 2, 1913, pp. 185-194. OCAMPO, Victoria. Autobiografía, II, El Imperio Insular, Buenos Aires, Sur, 1982. OLIVER, María Rosa. Mundo, mi casa, Buenos Aires, Sudamericana, 1970. ————————, La vida cotidiana, Buenos Aires, Sudamericana, 1969. ROCK, David. «Antecedentes de la derecha argentina», en VV.AA., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001, pp. 23-70. ROMERO, José Luis. «El espíritu del Centenario», Las ideas en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Biblioteca Actual, Nuevo País, 1987, pp. 55-95. SALAS, Horacio. El Centenario. La Argentina en su hora más gloriosa, Buenos Aires, Planeta, 1996. SEBRELI, Juan José. Crítica de las ideas políticas argentinas. Buenos Aires, Sudamericana, 2002. SVAMPA, Maristella. «La enseñanza de la historia como enjeu político», El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, pp. 97-102. NOTAS Cárdenas, Eduardo, y Payá, Carlos. El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1978, p. 13. Se trata, señalan los autores, no de un nacionalismo político –que se implementará entrada la década de 1920— sino de un pensamiento nacionalista en sentido amplio, de índole marcadamente cultural y estética. 1 Don Absalón Rojas, padre de Ricardo, mantuvo el control político de su provincia entre 1886 y 1892. José Gálvez, tío de Manuel, hizo lo propio en Santa Fe entre 1886 y 1893; ambos fueron gobernadores. El padre de Gálvez —Manuel— fue senador provincial. 2 Al decir de Gregorio Weinberg, en: Rojas, Ricardo, El país de la selva, París, Garnier, 1907. Edición utilizada: última reedición con Prólogo de Graciela Montaldo en la colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida por Gregorio Weinberg, Buenos Aires, Taurus, 2001, p. 57. 3 Rojas vuelve sobre la cuestión en una obra de teatro, Elelín (1929), «no para dar una lección histórica o pedagógica mediante la escena, sino para componer un poema, con toda la libertad que requiere la creación poética....» (p. 10). «Elelín» es el nombre del reino fabuloso que buscan los conquistadores. 4 5 El país de la selva, edición citada, pp. 10-11. Rojas dedica aquí varias parrafadas a defender a Darío de todas las acusaciones de artificiosidad y antiamericanismo que por entonces se le hacían. Demuestra, por el contrario, lo que debe al espíritu progresista americano, a la singularidad criolla y aun al atavismo indígena. Rojas fue discípulo y amigo del poeta nicaragüense, y lo defendió ante Unamuno. La influencia modernista se advierte, desde luego, en su poesía (sobre todo en Los lises del blasón, 1911) 6 «La montonera no fue sino el ejército de la independencia luchando en el interior, y casi todos los caudillos que la capitaneaban habían hecho su aprendizaje en la guerra contra los realistas [...] La barbarie, siendo gaucha, y puesto que iba a caballo, era más argentina, era más nuestra. Ella no había pensado en entregar la soberanía del país a una dinastía europea. Por lo contrario, la defendió.» (p. 98) 7 A la inversa, tampoco se ha podido disolver, aun utilizando los más cruentos métodos, a naciones que se consideraban a sí mismas como tales, incluso a pesar de sus enfrentamientos internos. El caso de Irlanda podría ser un buen ejemplo. No siempre, tampoco, el estado preexiste a la nación. Esto ocurre con pueblos aborígenes, como el mapuche, que se piensa a sí mismo como «nación» (amalgamada por lengua y tradición cultural), aunque no tenga estado propio. 8 Así lo hace David Rock en «Antecedentes de la derecha argentina», en VV.AA., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001, pp. 23-70. Sin embargo, es difícil asimilar a Rojas a la definición de «derecha» que en el libro se propone («Desde los primeros momentos en que adquirió una connotación política durante la Revolución francesa, la derecha ha simbolizado la resistencia al cambio progresivo en lo político y lo social» «La derecha ha englobado en su seno una amplia gama de movimientos, desde el conservadurismo — cuyo pragmático apoyo a la monarquía y a la Iglesia católica no excluye una adecuación a la modernización— al activismo contrarrevolucionario más duro, que negaba cualquier acercamiento a todo aquello que pusiera en peligro la estructura social jerárquica», p. 14; «forma de conservadurismo extremo, cuyos puntos de partida abrevan en una concepción organicista de la sociedad y en el antiliberalismo» –pp. 27-28). Ni Rojas negó los principios de la Revolución Francesa (a los que identifica, como lo señaló incontables veces, con los de la Revolución de Mayo), ni mantuvo una concepción corporativa y jerárquica de la sociedad (salvo en cuanto al liderazgo espiritual de héroes y genios, que motiva en él un «culto» de cuño romántico y también teosófico). Sus críticas al liberalismo no atacan la raíz de los derechos constitucionales, y su «organicismo» es en todo caso romántico y metafísico, influido más por la teosofía (el alma o el numen de los pueblos que se encaminan hacia su progresiva liberación) que por doctrinas proto-fascistas. Por otra parte, «nacionalismo» no puede identificarse sin más, con «derechismo»; por el contrario, muchos nacionalismos, en 9 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 24 Jornadas de Literatura Argentina Latinoamérica y en España, han sido defensores de la soberanía y la singularidad cultural de los pueblos desde una base democrática y popular. Señalar a La restauración nacionalista como «texto derechista temprano» nos parece, cuando menos, una exageración distorsiva de la perspectiva. No hay que olvidar, tampoco, que a poco de su aparición fue una obra calurosamente elogiada por socialistas como Jean Jaurès. de Bernardo Canal-Feijóo, apuntando al hecho de que escamotea al indio concreto, al drama humano de su realidad sociohistórica. Canal llega a hablar incluso, de «antiindigenismo» («Sobre el americanismo de Ricardo Rojas», Revista Iberoamericana, nº 46, Julio-Diciembre 1958, pp. 221-226). Entendemos que se trata de un indigenismo limitado al campo simbólico (lo que en su momento histórico no era poco), pero indigenismo al fin. Señala Juan José Sebreli «El nacionalismo de Rojas era de término medio, el hispanismo no lo llevó al franquismo, no fue católico, sino teósofo, rosista moderado y cauteloso antiliberal, pero no fascista, yrigoyenista pero antiperonista.» (J.J. Sebreli. Crítica de las ideas políticas argentinas. Buenos Aires, Sudamericana, 2002, 161-162). Barbero y Devoto lo colocan entre los nacionalistas populares y laico-democráticos. 19 10 Ver su libro El Cristo invisible, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1927. 11 Todas estas consideraciones se hallan detenidamente expuestas en El radicalismo de mañana (1932). 12 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, Buenos Aires, F.C.E., 2002, pp. 30 y ss. Comentando la aparición del libro de Rojas, Roberto Giusti señala sus alarmas contra la presunta voluntad «colonizadora» italiana, como desmesuradas e injustas (Nosotros, IV, T. I, p. 26). 13 «El problema real de la década anterior fue convertido en un tópico, retomado y repetido por muchos otros que atribuyeron severas consecuencias a una insatisfactoria educación nacional» — señala Bertoni refiriéndose a la postura asumida por Ernesto Quesada en la Revista Nacional, en 1900. Casi una década más tarde, Ricardo Rojas -agrega Bertoni— lo reitera en La restauración nacionalista.(op. cit., p. 205) 14 Rojas se ocupará detenidamente del papel fundamental de las provincias durante la gesta independentista y el proceso de construcción nacional, en un libro posterior: La Argentinidad (1916). También en otro libro: Las provincias, Buenos Aires, Librería «La Facultad», 1927. 15 Maristella Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p. 101. 16 Así la llama María Sáenz Quesada en su reciente obra: La Argentina: Historia del país y de su gente; Buenos Aires, Sudamericana, 2001. 17 18 Se han hecho objeciones al indigenismo de Rojas, como es el caso Cfr. el excelente análisis de Leonor Arias Saravia, La Argentina en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo, Buenos Aires, 2000, pp. 364-403. La expresión citada es de la pág. 413. Es ésta una idea que también reelaborará a su modo la psicología junguiana, que coloca los elementos autóctonos de la tierra conquistada en el nivel inconsciente del conquistador, desde donde ejercerían sobre los nuevos habitantes, mestizos raciales o no, una poderosa fascinación. De una manera u otra, las culturas vencidas impregnan profundamente el alma de los vencedores (C.G. Jung. «Alma y tierra», Problemas psíquicos del mundo actual, Caracas, Monte Ávila, 1976) 20 Desde luego, la concepción idealista estético-metafísica de Rojas, suscitó duras críticas por parte de quienes se adscribían a orientaciones filosóficas muy distintas, como fue el caso de José Ingenieros («Nacionalismo e indianismo», Revista de América, 2, 1913, pp. 185-194). 21 Hugo Biagini, Cómo fue la generación del 80, Buenos Aires, Plus Ultra, 1980, p. 102. 22 María Rosa Oliver, Mundo, mi casa, Buenos Aires, Sudamericana, 1970, p. 69; La vida cotidiana, Buenos Aires, Sudamericana, 1969, donde Ortega y Gasset y Federico García Lorca aparecen como verdaderos embajadores culturales de una España ignorada u olvidada. «[...] descubrí la literatura francesa antes que la española (aunque aprendí versos del Martín Fierro y del Fausto de Estanislao del Campo al mismo tiempo que los mandamientos de la ley de Dios) porque pertenecía a un sector social influido por el liberalismo de los enciclopedistas y formado por él,...» «Sólo cuando ya estaba mentalmente formada pude apreciar a Cervantes (¡y cómo!), a Quevedo, Lope, Calderón, y entonces lamenté no haberlos leído antes. No haber descubierto antes el esplendor y la fuerza del idioma que me había tocado en suerte hablar...» (p. 336). Victoria Ocampo se queja de «los libros escolares de historia de América, o del desarrollo de nuestro país», que «no presentaban las cosas de manera atrayente. No creaban una temperatura propicia a la germinación del entusiasmo, en una adolescente de mi temperamento.» (Autobiografía, II, pp. 58-59) (Lo mismo que ella diría Arturo Jauretche, en su libro de memorias Pantalones cortos). Las lecturas de Victoria eran en francés e inglés, y en su horizonte juvenil no había «dioses españoles» a quienes admirar (op. cit., p. 66). 23 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 25 ESTUDIOS E INVESTIGACIONES LA SAGRADA IMAGEN DE LAVERÓNICA EN LA MIRADA DE DANTE Y DE PETRARCA por Daniel Alejandro Capano La Divina Commedia puede ser definida como un itinerarium mentis in Deus, un viaje de la mente cumplido por un peregrino hacia Dios en busca de la sabiduría divina. Ese conocimiento es captado, más que por vía intelectiva, por vía sensitiva, a través de la visión. El «Paraíso» es, de las tres cánticas, la que con mayor intensidad manifiesta ese acceso al conocimiento de Dios por medio de lo visivo. Dante-agens 1 realiza un viaje por los tres reinos de ultratumba, por designio de la Gracia, para tener plena conciencia de sus errores, alcanzar finalmente la contemplación beatífica del Salvador y para comprender así el misterio de las cosas sagradas. En el canto XXXI del «Paraíso» se describe de modo sensible, mediante una visión, el reino de la beatitud: «Questo sicuro e gaudïoso regno,/ frequente in gente antica e in novella, / viso e amore avea tutto ad un segno»(vv. 25-27).2 El poeta concentra en estos versos todo su pensamiento en la contemplación de Dios. La visión intelectual se redimensiona en visión sensible. En el canto, los beatos se presentan ante sus ojos bajo la forma de una cándida rosa: «In forma dunque di candida rosa / mi si mostrava la milizia santa / che nel suo sangre Cristo fece sposa (vv. 1-3),3 mientras los ángeles, como un enjambre de abejas, giran en torno de la flor, volando entre sus pétalos para luego elevarse hacia Dios y, de este modo, comunicar a las almas la caridad y la paz divinas. El poeta en ese estado contemplativo eleva una oración a la luz de la Santísima Trinidad para que se vuelva hacia la humanidad extraviada en el pecado: «Oh trina luce che’n unica stella / scintillando a lor vista, sì li appaga! / guarda qua giuso a la nostra procella! (vv. 28-30).4 Dante personaje se siente un peregrino que, por último, tras mucho andar, puede contemplar el lugar beatífico, objeto de su deseo. En tanto que observa admirado la mística Rosa, símbolo de la Iglesia triunfante, al volverse hacia Beatriz para que le explique las sensaciones que experimenta, se hace presente un anciano, vestido de blanco y de aspecto piadoso. Su rostro benigno le infunde alegría. El peregrino pregunta por Beatriz y el anciano le responde que ella ha regresado al «trono de sus méritos» y que él será su nuevo guía. Para recorrer el Infierno y el Purgatorio, Dante fue auxiliado por el intelecto, por Virgilio, la razón; luego, en el Paraíso, fue necesaria la ayuda de la fe, Beatriz, la teología, la verdad revelada; ahora, para tener la visión final se hace imprescindible el conocimiento intuitivo de Dios, San Bernardo, la contemplación. El poeta eleva los ojos y ve a su dama desde lejos. Beatriz resplandece por efecto de la luz divina que se derrama sobre ella. Entonces, el enamorado le dirige una última alabanza, que es a la vez loa y plegaria. Le pide permanecer en ese estado de gracia conquistado durante su viaje, sin caer nuevamente en el pecado, hasta la hora de su muerte: «La tua Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 26 magnificenza in me custodi, / sì che l’anima mia, che fatt’hai sana,/ piacente a te dal corpo si disnodi» (vv. 88-90).5 Antes de volverse hacia Dios, ella, complacida, le sonríe. El gesto afectuoso simboliza la certeza de que custodiará su alma redimida por la fuerza del Amor mientras tenga vida terrena. El anciano se presenta como san Bernardo6 y lo invita a contemplar la Rosa de los beatos. La Virgen le concederá la gracia de la última visión. De María partió la disposición para que Dante alcanzara la Redención que lo rescató de la selva selvaggia, de la muerte espiritual, es ahora la Virgen quien intercederá para que el poeta pueda tener la visión de Dios. La belleza del rostro de nuestra Señora inunda de gozo a todos los santos. En torno de la Reina del cielo cantan y bailan millares de ángeles, cada uno de ellos distinto en su fulgor y en su actitud. San Bernardo fija los ojos en la Virgen con tanto afecto que acrecienta en Dante el deseo de contemplarla. La crítica ha señalado que este canto es el único que puede ser considerado poseedor de una «visión mística pura», porque deriva del gozo de la contemplación producida por un júbilo absoluto del alma. Tal embeleso se transforma en pura poesía. Dante se complace en exaltar el éxtasis del Empíreo, la magnificencia de su alma redimida. A pesar de ello, se debe puntualizar que el Dante del «Paraíso» no es un místico stricto sensu, sino un poeta filósofo que utiliza resabios de sus lecturas místicas para representar una visio in somnis que no narra. Con su extraordinario arte creativo, convierte motivos de literatura mística en luminosa poesía. Ahora bien, aunque las figuras de Beatriz, Bernardo y la belleza inefable de María estructuran el canto, nos interesa para el estudio comparado que proponemos, centrarnos en los siguientes versos del canto XXXI: Qual è colui che forse di Croacia Viene a veder la Veronica nostra, Che per l’antica fame non sen sazia, Ma dice nel pensier, fin che si mostra: ‘Segnor mio Iesù Cristo, Dio verace, or fu sì fatto la sembianza vostra?’; Tal era io mirando la vivace Carità di colui che ‘n questo mondo, Contemplando gustò di quella pace.7 (vv. 103-111) Los tres tercetos desarrollan una bella compara- ción: Dante-agens frente a la presencia de San Bernardo se siente tan deslumbrado como el creyente que ha llegado de lejos para ver la Verónica. Mira con afectuosa veneración al santo que había anticipado en el mundo, por medio del arrobo místico, el gozo de la paz. Como si se tratase de un milagro, contempla en el rostro de Bernardo, el rostro del Salvador. Se establece así una relación analógica entre el peregrino ultraterreno (Dante-personaje) y el peregrino terreno, el fiel que va a Roma para postrarse ante las huellas del semblante de Jesús impresas en el lienzo santo. El primer término de comparación se abre con la imagen del peregrino que llega desde lejos («Croacia») para ver la verdadera imagen (Verónica resulta una deformación fonética a través de una metátesis de vera icona: verdadera imagen) de Nuestro Señor. Se trata del paño que, de acuerdo con la creencia popular, ya que el hecho no se menciona en los Evangelios, fue usado por una pía mujer, que la tradición da el nombre de Verónica, para enjugar el rostro ensangrentado de Cristo, camino del Calvario.8 Sus rasgos quedaron milagrosamente impresos en la tela, como si se tratase de una pintura. Esa reliquia es venerada por nosotros («nostra»), los cristianos. Por otra parte, el peregrino en su éxtasis no cesa de mirarla. El sudario, que se conservaba en el claustro de la antigua basílica de san Pedro, no estaba expuesto en el altar, sino que un sacerdote era el encargado de mostrarlo a los peregrinos. Giovanni Villani en sus Crónicas, al referirse al Jubileo del 1300, dice: «E per consolazione de’ cristiani pellegrini, ogni venerdì o di solenne festa, si mostrava in san Pietro la Verónica del sudario di Cristo» (VIII, 36, apud Maggini, 1985).9 Dante menciona también la imagen de la Verónica en su obra juvenil Vita Nuova. En el capítulo XL, dice que después de la muerte de Beatriz y tras luchar contra la tentación de la «donna gentile», ocurrió por aquel tiempo que mucha gente iba a ver la imagen bendita de Jesucristo: «Dopo questa tribulazione avvenne, in quello tempo che molta gente va per vedere quella imagina benedetta la quale Iesu Cristo lasciò a noi per essemplo de la sua bellisima figura, la quale vede la mia donna gloriosamente» (71).10 En el contexto, la figura del peregrino se proyecta sobre tres dimensiones sémicas: una autobiográfica, Dante exiliado, peregrino fuera de Florencia; otra alegórica, Dante-agens que realiza un viaje al más Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 La sagrada imagen de la Verónica en la mirada de Dante y de Petrarca allá para obtener su salvación y la de la humanidad extraviada en el pecado; y una tercera, religiosoreferencial, la peregrinación que se realiza en la Edad Media a los lugares santos, fundamentalmente a Roma, a Jerusalén y a Santiago de Compostela. Recurrimos una vez más a Vita Nuova. En el ya citado capítulo XL Dante explica que la voz «peregrino» puede entenderse de dos maneras: una amplia y otra estricta; tiene condición de amplia en cuanto es peregrino todo aquel que se encuentra fuera de su patria; y es estricta, referida a aquellos que caminan en servicio del Altísimo («genti che vanno al servizio de l’Altissimo»), y son: los palmeros, los que van a Tierra Santa, de donde muchas veces traen palmas; los que viajan a Galicia a visitar la sepultura de Santiago; y los romeros, los que se encaminan hacia Roma: «Chiamansi palmieri in quanto vanno oltremare, là onde molte volte recano la palma; chiamansi peregrini in quanto vanno a la casa di Galizia, però che la sepultura di sa’ Iacopo fue più lontana da la sua patria che d’alcuno altro apostolo; chiamansi romei in quanto vanno a Roma, là ove questi cu’ io chiamo peregrini andavano» (72).11 Tres enclaves, pues, condicionan el trazado de las rutas de peregrinación: Jerusalén, Roma y Galicia. La peregrinatio pro Christo comienza a difundirse durante el siglo VI y tiene para el hombre medieval el sentido de penitencia y purgación del pecado. Entre los monjes irlandeses existía la creencia de que la vida cristiana era un peregrinaje que había que cumplir como un exilio permanente. La literatura irlandesa fue pródiga en viajes al más allá, entre ellos, el Purgatorio de San Patricio y el Viaje de San Brandán, obras que se citan como hipotextos de la Divina Commedia. Roma, junto al Santo Sepulcro, fue uno de los lugares de peregrinación más visitados por los fieles. En el 1300, tiempo del enunciado de la Commedia, el papa Bonifacio VIII decretó año santo y promulgó una bula en la que concedía indulgencia plenaria a quienes concurrieran a la ciudad. Millares de romeros llegaban a Roma diariamente para visitar las basílicas de san Pedro y de san Pablo. «O Roma nobilis, orbis et domina [...]. Te benedicimus: salve per saecula!», saludaban estos versos a la Ciudad Eterna. El otro lugar de la cristiandad, rico en tradición religiosa y cultural, es Santiago de Compostela. Alrededor del 900 se establece como lugar de culto la diócesis de Iria. Cerca del año 830, se había descubierto la tumba del apóstol Santiago. Con la construcción de la 27 primera iglesia, comienzan las peregrinaciones que se mantienen hasta hoy. 12 La imagen del peregrino que Dante presenta en el canto XXXI del «Paraíso» se proyecta en el soneto XVI de otro poeta, Petrarca: Movesi il vecchierel canuto e bianco Del dolce loco ov’ha sera età fornita, E da la famigliuola sbigotitta Che vede il caro padre venir manco; Indi traendo poi l’antiquo fianco Per l’estreme giornate di sua vita, Quando più pò col buon voler s’aita, Rotto dagli anni e dal camino stanco; E viene a Roma, seguendo ‘l desio, Per mirar la sembianza di coluí Ch’ancor lassù nel ciel vedere spera. Così, lasso!, talor vo cercand’io, Donna, quanto è possibile, in altrui La disiata vostra forma vera.13 Se trata, desde el punto de vista de la estructura, de una composición perfectamente equilibrada. Cada estrofa abre y cierra una secuencia: la partida del anciano y la pena de la familia que lo ve alejarse (primer cuarteto); la peregrinación fatigosa al final de la vida (segundo cuarteto); la llegada del peregrino a Roma para contemplar la imagen de Cristo y la esperanza de ver a Dios en el cielo después de morir (primer terceto); la homologación entre el rostro grabado en el sudario y el de la mujer amada, en otras mujeres (segundo terceto). Algunos estudiosos de la obra petrarquesca han juzgado irreverente la comparación del rostro de Jesús con el de Laura, pero, como señala Gianfranco Contini, toda la lírica de Petrarca es la «historia sacra de un amor profano» (Contini, 585). Las similitudes con los versos de Dante son notorias, ocioso sería puntualizarlas ya que resultan evidentes; sí conviene observar las diferencias en la concepción de un mismo tema. Ambos poetas toman la imagen del romero que ve en el sudario santo la semblanza de Cristo. En Dante, el personaje es un ferviente creyente que, en su viaje de penitencia al más allá, alcanza la Redención y tiene como galardón a su Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 28 Estudios e investigaciones fe, la visión de Dios. En el autor del Canzoniere, el poeta busca en el rostro de otras mujeres, el de la amada, como el peregrino que desea contemplar las marcas del Salvador en el paño sagrado. Petrarca es un ser que se debate entre el amor mundano, profesado hacia Laura, y el amor celeste, consagrado a Dios. Toda su lírica girará entre estos dos polos. En su composición el tono es melancólico. El desarrollo de la acción es lento, pues traduce la fatiga del romero que agobiado, en el final de su vida, desea ir a Roma con la esperanza de ver en el cielo lo que se le presenta en la tierra. Por el contrario, en Dante el tono es de júbilo, de alegría, de caridad cristiana. Su expresión manifiesta ardor y devoción, porque observa en el rostro de Bernardo la pronta concreción de su pío anhelo. En el último terceto del soneto petrarquesco irrumpe el yo lírico como si se tratara de una fuerza apasionada que desborda del marco de la historia del anciano para expresar su desasosiego en la búsqueda del rostro amado. Tanto Dante como Petrarca se han valido de la figura del peregrino para comunicar diferentes amores. El autor de la Divina Commedia simboliza en el rostro grabado en la Verónica el amor sagrado; el del Canzoniere, el amor profano. (Las versiones españolas son del autor) BIBLIOGRAFÍA ALIGHIERI, D., Tutte le opere.Roma: Newton, «I Mammut», 1997. (Seconda edizione). _____________ La Divina Commedia,(a cura di G. Giacalone), Roma: Signorelli, 1988 (3 tomos). (XVIIIº edizione). ____________ Obras completas de Dante Alighieri, (tr. N. González Ruiz). Madrid: B.A.C., 1994. (Quinta edición). ______________Vita Nuova, Milano: Garzanti, 1984. (Quarta edizione). AUERBACH, E., Studi su Dante,Prefazione di D. Della Terza. Milano: Feltrinelli, 1993. ( Decima edizione) BERNARDO, Obras completas, Madrid, B.A.C., 1956. COBREROS, J. El camino iniciático de Santiago.Madrid: Ediciones 29, 1982. CONTINI, G., Letteratura italiana delle origini. Firenze: Sansoni, 1971. CHARPENTIER, L. El misterio de Compostela. Barcelona: Plaza y Janés, 1976. DE SANCTIS, F. «Saggio critico sul Petrarca», en Opere. Napoli, 1930. MAGGINI, F. «Lettura del canto XXXI», en AA. VV. Lettere dantesche (a cura di G. Getto). Firenze: Sansoni, 1962: 1982 y ss. PETRARCA, F. Poesía Completa. Edición bilingüe. (tr. A. Pentimalli). Barcelona: Ediciones 29, Nº 688, 1976 (2 tomos). RUSSO, L. Ritratti e disegni storici. Firenze: Sansoni, 1960. SERMONTI, V. Il Paradiso di Dante.Revisione di C. Segre. Milano: Rizzoli, 1994. (Quarta edizione). VIGNOUX, P. El pensamiento en la Edad Media.(tr. T. Segovia). México: FCE, 1983. NOTAS Distinguimos, de acuerdo con la terminología establecida por el Formalismo Ruso, entre Dante-agens, cuando se trata de Dante personaje de ficción, «actor» de la historia narrada en la Divina Commedia, y Dante-auctor, ser histórico, de carne y hueso, escritor del texto de referencia. 1 «Este seguro y gozoso reino, / frecuentado por gente antigua y nueva, / rostro y amor íntegros tenía en un punto». 2 «En forma de cándida rosa / se me mostraba la milicia santa / que con su sangre Cristo desposó». 3 «¡Oh Luz trina que en una única estrella /centellando a su vista así la contienes! /mira aquí abajo nuestra borrasca». 5 « Conserva en mí tu magnificencia / así mi alma, que tú has sanado / te sea grata cuando se desate del cuerpo». 6 San Bernardo nació en Fontaines, Borgoña, alrededor del 1090. A los veinticuatro años fundó la abadía cisterciense de Clairvaux en Champagne, donde murió en 1153. Fue intelectual preclaro y religioso ascético, poseedor de un gran carisma. Se destacó por su espíritu contemplativo y su devoción mariana. Por su arrobo místico y por la dulzura de sus himnos y oraciones dedicados a la Virgen —se le atribuye el Salve Regina— se le dio el piadoso título de Doctor Melifluo. Promovió la segunda cruzada para liberar los Santos Lugares. Luchó contra los herejes y mantuvo 4 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 La sagrada imagen de la Verónica en la mirada de Dante y de Petrarca serias controversias con Pedro Abelardo contra quien dictó la condena conciliar por el culto a las imágenes. En sus escritos, De diligendo Deo y en el De gradibus humilitatis et superbiae indicó las vías de la ascesis y las tres vidas espirituales. Dejó además, un precioso epistolario, una colección de sermones y de textos teológicos entre los cuales sobresale De consideratione, que Dante cita en la «Epístola XIII», dirigida al Can Grande de la Scala: «Et ubi ista invidis non sufficiant, legant Richardum de Sancto Victore in libro De contemplatione, legant Bernardum in libro De consideratione, legant Augustinum in libro De quantitate Anime, et non invidebunt» (80). (Si estas afirmaciones no parecen suficientes, lean a Ricardo de San Víctor en el libro Sobre la contemplación,lean a Bernardo en el libro Sobre la consideración, lean a Agustín en el libro Sobre la cuantidad del alma y no exijan más). El autor del Convivio emplea el pasaje transcripto de la carta para argumentar sobre lo inefable de narrar la experiencia de ciertas almas (san Pablo) en el Paraíso y para señalar la imposibilidad de recordar lo vivido al regresar a la tierra, es decir que una especie de amnesia prosigue al excessus mentis, al raptus místico. Dante, sin duda, debió de haber conocido alguna otra obra de Bernardo, además de la mencionada, ya sea de primera o de segunda fuente, pero no la nombra. Por otra parte, el poeta compartía con el santo una misma postura político-religiosa respecto del deseo de una Iglesia pauperizada, despojada de sus riquezas terrenales. Las razones por las cuales Dante lo ubica como el último guía del Paraíso, como intercesor entre él y la Virgen, parecen claras. El Breviario Romano lo presenta muy devoto de María y tan dedicado a la contemplación que es capaz de anular sus sentidos. Por eso, el escritor lo sitúa narratológicamente en el momento en el que su personaje, Dante, llega al final del viaje, cuando está a punto de tener la visión directa de Dios con el auxilio del santo y de la Virgen. Respecto de la experiencia mística, predica san Bernardo que la mente atrapada por la dulzura del Verbo inefable se abstrae de sí misma para fluir hacia Él. Tal visión no aterra, sino que otorga dulzura; no excita una curiosa inquietud, sino que la tranquiliza; no agobia los sentidos, sino que los sosiega. Ver a Dios en paz es ya estar en paz. Todos estos resultan pues, motivos suficientes para justificar la elección del poeta respecto del místico guía. «Como aquel que viene quizá de Croacia / para ver nuestra Verónica, / y que por lo antiguo de su deseo, no se sacia, / / sino que dice en su pensamiento, mientras se la muestran: / ‘Señor mío Jesucristo, Dios verdadero / ¿era así tu rostro? ’ // Tal era yo mirando la vivaz / caridad de aquel que en este mundo, contemplando gustó de esa paz.» 8 Beronike (con «b» y «k») es el nombre en griego dado por los evangelios apócrifos en las Actas de Pilatos a la mujer sanada por Jesús que se curó tocando la orla de su túnica; este último hecho está atestiguado en Marcos 5, 25-29. En el ámbito de la literatura italiana, la cuestión se menciona también en el capítulo VIII, «Adriano Meis» de Il fu Mattia Pascal de Luigi Pirandello. 7 29 «Y para consuelo de los peregrinos cristianos, todos los viernes o los días de fiesta solemne, se mostraba en San Pedro la Verónica del sudario de Cristo.» 9 «Pasada esta tribulación, sucedió por aquel tiempo que mucha gente vino a ver aquella imagen bendita, que Jesucristo nos dejó como ejemplo de su bellísimo rostro, el cual contempla mi señora gloriosamente». 10 «Llámanse palmeros a los que van a ultramar, porque muchas veces traen la palma; llámanse peregrinos, en cuanto van a la casa de Galicia, porque la sepultura de Santiago se hizo más lejos de su patria que la de ningún otro apóstol; llámanse romeros, en cuanto van a Roma, allí donde estos que yo llamo peregrinos caminaban». 11 Santiago Apóstol, llamado el Mayor, nació en Betsaida, Galilea. Fue hijo de Zebedeo y María Salomé, hermano de Juan el Evangelista y primo de Jesús por parte de madre. Jesús lo eligió como uno de sus discípulos y lo llamó «hijo del trueno». Después de Pentecostés, predicó el Evangelio en Samaria y Judea, y luego, de acuerdo con la tradición, viajó a Hispania, donde echó los fundamentos de la Fe cristiana. De regreso a Jerusalén, en el año 42, Herodes Agripa lo hizo decapitar. Por eso fue el primero de los Apóstoles que se sacrificó por Cristo. Al tomar los árabes posesión de Constantinopla, sus restos fueron trasladados a España, a la región nordoccidental, a la Gallaecia Romana. Es creencia que un anacoreta, luego de someterse a un largo período de ayuno y oración, vio una cascada de estrellas que vertía chorros de luz sobre el lugar donde, supuestamente, había sido enterrado el cuerpo de Santiago. Fue Teodomiro, obispo de Isia Flavia, hoy Padrón, el que reconoció los restos del Apóstol. El lugar se llamó «Campus Stellae», Compostela; otros filólogos hacen derivar el topónimo de «Compositum», cementerio. A fines del siglo XI, el papa autorizó al obispo de Iria a trasladar su silla a Compostela. Allí, en el año 1076 comienza la construcción de la catedral. Inmediatamente se convirtió en lugar de peregrinación cristiana. Varios personajes ilustres realizaron peregrinaciones al «Finesterre». Se cree que entre ellos, lo hiceron san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, el poeta Guido Cavalcanti, a quien Dante dedica su Vita Nuova, Luis VII, rey de Francia y el duque de Aquitania, quien en 1137, se dice, murió de felicidad frente a la imagen del Apóstol, como lo pregona el célebre «Romance de don Gaiferos». En el Liber Sancti Jacobi, escrito a principios del siglo XII, se mencionan cuatro rutas posibles para llegar a Santiago de Compostela: l) El camino francés. Comienza en París, se continúa por Vezelay y Le Puy, y, ya en España, coincide con el pueblo fronterizo de Roncesvalles; 2) La ruta cantábrica. Recorre la costa, la Vasconia, Cantabria y Asturia, y se une a la anterior en Oviedo; 3) El camino portugués. Parte de Lisboa o de Oporto y entra en Galicia a través de Tuy; 4) El camino de la plata. Llega desde el sur y atraviesa Andalucía, Extremadura, Castilla y León, y se une 12 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 30 con el camino francés entre León y Orense. Existe también una vía marítima, llamada «camino inglés». Parte de la Coruña o el Ferrol y recorre el río Ulla. Los peregrinos que visitan la catedral llevan bastón, una viera con la cruz de Santiago, para tomar agua, y una calabaza para el vino. La catedral de Santiago de Compostela es hasta la actualidad uno de los puntos más célebres de toda la cristiandad. Cada año jacobeo llegan en peregrinación alrededor de medio millón de personas. Su fiesta se celebra el 25 de julio. «Se va el viejecito blanco y cano / del dulce solar en el que su edad ha pasado / y de su pequeña familia consternada, / que ve alejarse al querido padre; // desde allá va arrastrando el cuerpo anciano / por las extremas jornadas de su vida, / cuanto más puede con buena voluntad se esfuerza, / quebrado por los años y el sendero fatigoso // y llega a Roma siguiendo su deseo, / para contemplar el rostro de aquel / que aún allá en el cielo ver espera // Así, ¡oh 13 desdichado! Voy buscando, / señora, cuanto es posible en otras / vuestra deseada forma verdadera. Daniel Alejandro Capano. Profesor y licenciado en Letras (UBA). Doctor en Letras (USAL). Es docente investigador en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en la USAL y en la UCA. Investigador Institucional en el «Centro de Literatura Comparada María T. Maiorana» (UCA). Miembro de la Comisión de Investigación del Doctorado en Letras (USAL). Miembro fundador y vicipresidente del Centro de Estudios de Narratología. Sucedió al doctor Ángel Battistessa en la cátedra de Lectura Dantis de la Asociación Dante Alighieri de Buenos Aires. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 31 APROXIMACIÓN A LA POÉTICA DE ALFONSINA STORNI por Elena Martin sus familiares por la cantidad de historias que inventaba o la calidad de cosas que escribía: Introducción Este trabajo es el producto de un acercamiento a la poética de Alfonsina Storni. Mediante el análisis que realizan Ana Silvia Galán y Graciela Gliemmo en su obra La otra Alfonsina1, y el análisis de Alicia Salomone en Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura2, pude obtener un corpus de información que permite a cualquier lector tener una vasta idea acerca de la vida y de la obra de la poetisa. Como se advertirá, Alfonsina Storni, mujer y poetisa de los años veinte, fue, es y será una figura de interesante análisis: por su calidad de inmigrante, por su condición femenina y por su desarrollo como escritora en un ámbito en que, poco a poco, la mujer pudo ir insertándose. La figura de Alfonsina Alfonsina Storni nace en 1892, en Sala Capriasca (Suiza) Su familia se traslada a Argentina, a la provincia de San Juan, en donde ya habían residido durante algunos años. Crece, entonces, como una inmigrante de la Suiza italiana. Por esta razón el aprendizaje del castellano no fue simple para ella. Se puede ver, incluso, que en sus primeros textos incluye muchas palabras de extracción italiana: folia, testa, tramonto. Indudablemente la marca de su primer idioma ejerció mucha influencia en sus escritos. La gente cercana a ella decía que recitaba muy bien sus propios versos, tanto en castellano como en su lengua materna.3 El poder de invención de Alfonsina se remonta a su niñez, época en la que incluso llega a preocupar a «A los 8, 9 y 10 años miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. (...) A los 12 escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador para que mi madre lo lea antes de acostarse, el resultado es esencialmente doloroso: a la mañana siguiente tras una contestación mía levantisca unos coscorrones frenéticos de mi madre pretenden enseñarme que la vida es dulce».4 Pese a estas primeras experiencias Alfonsina continúa su camino formándose como escritora y como docente. En 1909 escribe el primer poema que da a conocer, titulado «Jamás podré olvidar». Evoca la imagen de la muerte que va a repetir constantemente a lo largo de toda su obra. Por otro lado, también se anima a publicar algunos de sus poemas en Mundo Rosarino y en Monos y Monadas, mediante un seudónimo. Fray Mocho5, publica en 1912 un relato suyo titulado «De la vida», en el que expresa su rechazo a la hipocresía de la clase alta. En 1912 se traslada a Buenos Aires con el fin de trabajar y escribir. Cabe destacar la importancia de la maternidad en su vida: en este mismo año nace Alejandro, fruto de los amores prohibidos con un hombre casado, político y periodista rosarino. La sociedad juzga con crueldad su condición de madre soltera, lo cual realza la figura transgresora y desafiante de Alfonsina, quien nunca se amoldó a los cánones de su época. Se podrá ver más adelante cómo Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 32 en su primer libro Alfonsina reafirma el encuentro amoroso fuera del matrimonio sin culpa ni resentimiento. En sus versos afirma que su hijo es el producto «del amor y del pecado».6 La producción de Alfonsina La inquietud del rosal, su primer libro, aparece en 1916. El libro se impone como una catarsis cuyo tema central es el amor. También toma temas como la rebeldía, el resentimiento por la discriminación, la falta de esperanza, el desencanto. Se anticipan muchos de sus motivos: la primavera, los jardines y las rosas como analogías de la vida, el amor y el dolor y la presencia de la muerte.7 Es un libro que no pasa desapercibido y la da a conocer en el ambiente intelectual argentino. Si bien no presenta ningún tipo de innovación en cuanto a lo literario, ya que se sirve de principios modernistas, produce un fuerte impacto por la sinceridad con que aborda sus poemas. Frente a él se dio una división de opiniones: algunos vieron como una excepción a la época la sinceridad de la autora, y otros la juzgaron como una mujer desbordada que necesitaba serenarse. En su propia opinión el libro no la deja totalmente satisfecha, pero lo consideró luego como un primer paso importante en el mundo literario que le abriría muchas puertas en su futuro. Este fue, efectivamente, uno de los libros de su autoría que más criticó. La lectura de «La Loba» causó un fuerte impacto. El poema se abre y se cierra con la misma estrofa construida en versos heptasílabos con rima asonante en los versos pares y libres los impares. Luego se desarrolla en una serie de cuartetos alejandrinos, con rima consonante AABB. Alicia Salomone realiza una lectura en la cual se configura a partir de una serie de oposiciones: Yo/las otras, la loba/las ovejas, activa / pasivas, etc., a través de los cuales desafía el orden social.8 Alfonsina no se excluye del deseo amoroso que caracteriza a las mujeres de la época, pero pone de manifiesto otras elecciones que incompatibilizan su posibilidad de realizarse como mujer. Al haberse creado en la imagen de la loba solitaria, de la transgresora, estará permanentemente en lucha y agredida por el resto. La Loba9 Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña Fatigada del llano. Otro texto destacable de este poemario es «Golondrinas». La golondrina es figura constante en su poesía y la toma del Modernismo. Aquí se presentan como figuras tristes relacionadas con el luto y el dolor: «Son avecillas negras, negras como la noche, / ¡Negras como el dolor!»10 Es un poema dividido en tercetos con una temática modernista: la búsqueda del amor y la libertad, y el dolor que resulta de su carencia. La inclusión del color azul, en este y otros poemas, le otorga un tinte claramente modernista.11 Durante la década del veinte la escritora se instala, de alguna manera, dentro del campo intelectual argentino. Es, entre otras cosas, la primera mujer que concurre a los banquetes de escritores organizados por la revista Nosotros. También participa en la creación de La Sociedad Argentina de Escritores (SADE) a fines de los años treinta. Esas y otras actividades chocan con la mentalidad de su época ya que su figura no era la esperable en la escritura de mujeres, que solía ligarse a un tipo de escritura «femenina» de lo privado y lo sentimental.12 Su segundo libro, El dulce daño, se publica en 1918 y es rechazado por las mujeres de la época que lo catalogan de inmoral.13 A raíz de estas críticas reedita su libro recién en 1929. No sólo descarta y retoca poemas, sino que incluye una nota aclaratoria en la cual se defiende de quienes la califican como erótica. Salomone plantea una clara división del libro, en cuyas dos primeras secciones el yo lírico aparece restringido el espacio doméstico. Se plantea un tipo de mujer que se construye en la expectativa del amor del hombre.14 Esto se puede ver en «Dime», por ejemplo, en el cual la mujer se pone en una postura de sumisión y de ruego por su palabra. El mismo tema se alude en «Dos palabras», mediante palabras que aluden al amor y producen un gozo intenso y una sensación de existencia. Este tipo de mujer es sólo en relación con un otro que le permite ser.15 «Tú me quieres blanca» es uno de los poemas del libro que más impacto causó entre los lectores, y por el cual se la comparó con escritores del tamaño de Sor Juana Inés de la Cruz16. Se comenta que este poema nace a causa de un hombre que frecuentaba sus amistades y se acercó a ella hasta que descubrió que era madre de un niño de seis años. Con una ma- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 33 Aproximación a la poética de Alfonsina Storni gistral ironía Alfonsina describe la pretensión masculina de la pureza en la mujer. La crítica Marta Morello Frosch lo reanaliza en un articulo de 198717 y le otorga un lugar esencial al discurso erótico. Distingue tres partes dentro del poema: en la primera se explicita la dualidad masculino / femenino: el sujeto masculino ha creado al femenino en su clausura y pasividad. En la segunda parte el sujeto femenino redefine al «tú»: frente a lo que él quiere erige lo que él ha hecho y articula una visión crítica. Finalmente, en la tercera parte se plantea la regeneración del sujeto masculino mediante una purificación en un contexto natural. Se propone, a través de este poema, un nuevo tipo de relación erótica entre iguales.18 Habla con los pájaros y llévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta. Este segundo libro presenta mayores variaciones en cuanto a lo formal. La autora lo criticaría, años más tarde, por su despreocupación formal, extravagancia y exceso de literatura. Los poemas mantienen presentes las imágenes de la naturaleza, de la muerte y la vinculación del amor con lo erótico o el deseo. Plantea a la mujer como sujeto de deseo más que como objeto deseado por otro, una de las razones por la cual su obra causó tanto revuelo entre sus contemporáneos. Salomone analiza el poema «¿Qué diría?» bajo una tonalidad melodramática que la instala en el discurso de la crítica.19 El yo lírico se sitúa en el plano de lo imaginado al referirse a ciertos tópicos que se han relacionado siempre con la trasgresión femenina. Mediante estas fantasías, que se marcan con la risa del último verso, Alfonsina critica las restricciones impuestas sobre las mujeres. Su tercer libro se titula Irremediablemente y ve la luz en 1919. Pese a que en la época continúa la desconfianza hacia la escritura de las mujeres, este libro es el primero que recibe una crítica bastante positiva. Presenta, como los anteriores, temas que levantan controversias: el lado conservador que se impone socialmente a las mujeres enfrentado con las nuevas ideas acerca de su emancipación. «Hombre pequeñito» es uno de los poemas que mejor ironiza este dilema al presentar a una mujer, prisionera del hombre, que obtiene su libertad. Además, la adjetivación del hombre como «pequeñito» lo presenta en un indudable rango de inferioridad, de mediocridad y de desolación frente al mundo. Hombre pequeñito20 Hombre pequeñito, hombre pequeñito, suelta a tu canario, que quiere volar... Yo soy el canario, hombre pequeñito, déjame saltar. Es importante destacar nuevamente el tema de la muerte, que Alfonsina enfrenta con lo que Salomone describe como una actitud anti-solemne. No sólo se ha convertido en una imagen recurrente en su poesía, sino que comienza a imaginar su propia muerte y a plantear interrogantes acerca de su posible final. El tema de la lucha entre la vida y la muerte se encuentra muy marcado en sus escritos: sus deseos de morir se contraponen a la sensación de que hay cosas que aún debe comprender de la vida. En Irremediablemente, «Melancolía» es un claro ejemplo de esta pelea. Melancolía21 Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida... Cuando vaya en mi caja para siempre dormida, Haz que por vez postrera Penetre mis pupilas el sol de primavera. En 1920 se publica su cuarto libro: Languidez, por el cual recibe el segundo Premio Nacional y el Primer Premio Municipal. Estos triunfos provocaran habladurías y envidias entre sus contemporáneos. Ella no se creyó digna de recibirlos y criticó la sobriedad excesiva de su obra. El libro comienza con una dedicatoria frustrada: «A los que, como yo, nunca realizaron uno solo de sus sueños», que va a marcar la temática de dolor, desamparo y soledad que se desarrollará en sus versos. Es notable el hecho de que Alfonsina alegue que le repugna la gente feliz, ya que considera a la felici- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 34 dad como un estado de animalidad.22 Los poemas de este libro no se alejan del tema del deseo de amar y ser amada, pero incursiona en el tratamiento de un mundo inmodificable, con imágenes que connotan rigidez, presión y la fuerza del destino, que oprimen y asfixian: el peso del sexo y la desventaja de ser mujer.23 Si bien sus poemas conservan la subjetividad que siempre le fue criticada, este libro cuenta con un mayor poder de expresión. Toma cierto protagonismo la ciudad, lo urbano, el puerto, lo marginal, las desigualdades, etcétera.24 Ocre, su quinto volumen, se presenta en 1925 con un acento distinto: se la ve más reflexiva, más sugestiva. Este libro es un punto de inflexión en sus escritos, un texto transicional en que da por finalizado un primer período modernista y post modernista y comienza una escritura nueva que va a perfeccionar en Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol. Ivette López Jiménez plantea que ya el titulo la distancia de los anteriores: opone el ocre al los tonos azules del modernismo25. Conjuga la imaginería surrealista con la simbolista y le da un valor a la palabra distinto del que había manejado hasta el momento. El libro se abre con el poema «Humildad», en el cual desarrolla una autocrítica y recuerda a Rubén Darío, quien fuera su modelo años atrás. como un ser solitario, distante, irascible y cruel. Se hace hincapié en la instalación urbana: se deambula por distintas ciudades, el cuerpo es observado por la calle en su realidad. En el poema «Encuentro» se describe una escena urbana fugaz al encontrarse con un hombre con el que estuvo vinculada. Mediante una mirada distanciada e irónica hace alusión al paso del tiempo y el deterioro físico. El poema termina con la reconfiguración de la ciudad mediante la analogía, con imágenes visuales y táctiles, y el uso de la metonimia recrea el espectáculo del movimiento de la ciudad. Humildad26 Perseguí por un rato su sombrero que huía... Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre, Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre. Yo he sido aquélla que paseó orgullosa El oro falso de unas cuantas rimas Sobre su espalda, y creyó gloriosa, De cosechas opimas. Ten paciencia, mujer que eres oscura: Algún día, la Forma Destructora Que todo lo devora, Borrará mi figura. Ocre no pierde la subjetividad, pese a que el yo lírico parece alejarse de sus versos. Salomone explica cómo el sujeto femenino de este libro se va convirtiendo en un sujeto crítico. Presenta una marca de madurez en la elección y el tratamiento de los temas: retorna al amor inalcanzable, al encuentro casual, a los amantes olvidados e incluye la burla a la antigua figura del Don Juan. Su melancolía y sus recuerdos encuentran un lugar esencial en estos versos. A través del poema «De mi padre se cuenta», ella recuerda las ausencias del padre por trabajo, y lo describe Encuentro27 Lo encontré en una esquina de la calle Florida Más pálido que nunca, distraído como antes, Dos largos años hubo poseído mi vida... Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes. Y una pregunta mía, estúpida, ligera, De un reproche tranquilo llenó sus transparentes Ojos, que ya le dije de liviana manera: -¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes? Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle Y con su manga oscura rozar el blanco talle De alguna vagabunda que andaba por la vía. Su sexto libro se titula Poemas de Amor, obra por la cual siente un afecto muy especial a pesar de que no fue recogido en ninguna Antología. Es su único volumen de poemas en prosa marcados por un definido estilo poético que está dado por la búsqueda de nuevos lenguajes: abandona el verso, usa una sintaxis fragmentada y un léxico cercano a la prosa. Se destaca en éste la recurrente temática amorosa de los encuentros y desencuentros entre los amantes, se configuran paisajes oníricos, sentimientos desorbitados y sujetos fragmentados, y se desdibujan los límites entre la vigilia y el sueño, lo real y lo onírico, la cordura y el delirio.28 Tras un silencio poético de nueve años publica Mundo de siete pozos en 1934. Para esta época ya había entrado en contacto con técnicas vanguardistas, cuya influencia es notable en sus versos: combina lo tradicional con lo anticonvencional. Por un lado, todo el libro se apoya en un vaivén entre lo personal y lo Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 35 Aproximación a la poética de Alfonsina Storni universal, que se puede apreciar en poemas tales como «Playa», «Llama» o «Sierra». Por otro lado, Salomone anticipa que ya en la dedicatoria a su hijo se fusiona la inmensidad, lo universal con lo mínimo, lo personal.29 Janice Geasler Tiviev resalta el predominio de descripciones en tercera persona: si bien el yo sigue presente en algunos textos, se pierde la atmósfera intimista de otros libros lo que favorece la objetividad en los textos y su posición como observadora.30 Salomone marca que técnicamente la combinación del verso libre con los sonetos finales marca la oposición entre la estructura y la rebeldía que se gestaba en Alfonsina. El coloquialismo del libro se manifiesta en la presencia de oraciones incompletas, el uso de puntos suspensivos y la acumulación de frases subordinadas.31 El libro se abre con el poema que le da el titulo: «Mundo de siete pozos» en el cual hace una representación de la figura humana y sus siete puertas que, simbólicamente, son una abertura o un paso de un lugar a otro. El poema comienza con la descripción del cráneo y sigue con los ojos, en los cuales se marca el tema del agua en la mirada. El agua siempre se ha relacionado con la sabiduría, la limpieza, la purificación. Luego continua con las orejas y la nariz, los sentidos del oído y del olfato. La boca, como última puerta, se presenta con una fuerza destacable: es una puerta que comunica, que arroja palabras.32 Mundo de siete pozos33 Se balancea, arriba, sobre el cuello, el mundo de las siete puertas: la humana cabeza... Redonda, como dos planetas: arde en su centro el núcleo primero. Ósea la corteza; sobre ella el limo dérmico sembrado del bosque espeso de la cabellera. Desde el núcleo en mareas absolutas y azules, asciende el agua de la mirada y abre las suaves puertas de los ojos como mares en la tierra. ... tan quietas esas mansas aguas de Dios que sobre ellas mariposas e insectos de oro se balancean. Y las otras dos puertas: las antenas acurrucadas en las catacumbas que inician las orejas; pozos de sonidos, caracoles de nácar donde resuena la palabra expresada y la no expresa: tubos colocados a derecha e izquierda para que el mar no calle nunca. y el ala mecánica de los mundos rumorosa sea. Y la montaña alzada sobre la línea ecuatorial de la cabeza: la nariz de batientes de cera por donde comienza a callarse el color de vida; las dos puertas por donde adelanta -flores, ramas y frutasla serpentina olorosa de la primavera. Y el cráter de la boca de bordes ardidos y paredes calcinadas y resecas; el cráter que arroja el azufre de las palabras violentas, el humo denso que viene del corazón y su tormenta; la puerta en corales labrada suntuosos por donde engulle, la bestia, y el ángel canta y sonríe y el volcán humano desconcierta. Se balancea, arriba, sobre el cuello, el mundo de los siete pozos: la humana cabeza. Y se abren praderas rosadas en sus valles de seda: las mejillas musgosas, Y riela sobre la comba de la frente, desierto blanco, la luz lejana de una muerta... Considera aquí nuevos temas y problemas, y se aleja un poco de la temática amorosa que la había Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 36 caracterizado. El discurso erótico aparece ocasionalmente y como parte de un todo mayor. En «Balada rítmica para un viajero» se ve irónicamente: «Yo tenía un amor, / un amor pequeñito, / y mi amor se ha ido. / ¡Feliz viaje, mi amor, feliz viaje!».34 Incluye una sección titulada «Motivos de mar» en la cual se hace hincapié en este arraigo que la escritora siente por el mar, al punto de considerarlo como un posible hogar. «Yo en el fondo del mar» describe una casa marina de cristal, piedra asociada a la espiritualidad y a la creación intelectual. Salomone observa cómo a través de una serie de metáforas realiza una puesta en abismo de su proceso de escritura; la cama de color azul puede relacionarse con el azul del modernismo pero, a la vez, con la iluminación espiritual y el ensanchamiento de los horizontes. Todas estas sucesiones de metáforas se sintetizan finalmente en la cabeza de la autora, sobre la que arden los colores del sol del crepúsculo, metáfora de la creación estética por medio de la palabra.35 Mascarilla y trébol, en 1938, es su última obra. Presenta una mayor oscuridad y pide una creciente participación del lector36. Su lenguaje se vuelve más críptico, más sutil mientras que el verso se libera de la rima y del exceso de sentimientos. Galán destaca que este libro ahonda en imágenes surrealistas y en metáforas extrañas.37 Salomone marca de qué manera desde el título el libro se erige en un contexto trágico: se debe vincular la mascarilla con las mascarillas mortuorias; la mascara hace alusión al enmascaramiento, al desdoblamiento, el ocultamiento que le permiten expresarse en el plano de lo privado y a través de la ironía. La figura del trébol, por su lado, aparece como anticipación de la muerte. El trébol, como símbolo, remite a la Trinidad cristiana y al ascenso al conocimiento de naturaleza divina, como resultado del esfuerzo intelectual. El eje del libro se centra en la mirada de la hablante que recorre distintos lugares y se concentra en objetos minimalistas, mundanos. Esto se ejemplifica en «Un lápiz», antipoema que narra la historia de este objeto cotidiano. El final del poema, sin embargo, puede simbolizarse, según Salomone, como las violencias materiales y simbólicas en la ciudad: el lápiz está a punto de estallar como una bomba en el momento en que la hablante es atropellada por un auto. Un lápiz38 Por diez centavos lo compré en la esquina y vendiómelo un ángel desgarbado; cuando a sacarle punta lo ponía lo vi como un cañón pequeño y fuerte. El poemario se abre con «A Eros», lo cual marca desde el principio el tema erótico: por primera vez se hace una mención explicita del sexo al hacer hincapié en la permanente confusión femenina entre amor y sexo. Se devela la trampa que se oculta tras la ilusión del amor romántico. A Eros39 He aquí que te cacé por el pescuezo a la orilla del mar, mientras movías las flechas de tu aljaba para herirme y vi en el suelo tu floreal corona. Como a un muñeco destripé tu vientre y examiné sus ruedas engañosas y muy envuelta en sus poleas de oro hallé una trampa que decía: sexo. Sobre la playa, ya un guiñapo triste, te mostré al sol, buscón de tus hazañas, ante un corro asustado de sirenas. Iba subiendo por la cuesta albina tu madrina de engaños, Doña Luna, y te arrojé a la boca de las olas. «Ultra teléfono» es uno de los poemas más destacados, en el cual construye un diálogo suprarreal con su amigo Quiroga40 y con su padre muerto. Esta conversación, que se remonta al pasado, proyecta el inminente futuro de la muerte, que se prefigura en sus versos. Ultra teléfono41 ¿Con Horacio? –Ya sé que en la vejiga tienes ahora un nido de palomas y tu motocicleta de cristales vuela sin hacer ruido por el cielo. --¿Papá?- He soñado que tu damajuana está crecida como el Tupungato; aún contiene tu cólera y mis versos, Echa una gota. Gracias. Ya estoy buena. Iré a veros muy pronto; recibidme con aquel sapo que maté en la quinta de San Juan -¡pobre sapo!- y a pedradas. Miraba como buey y mis dos primos le remataron; luego con sartenes funeral tuvo; y rosas lo seguían. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 37 Aproximación a la poética de Alfonsina Storni En Mascarilla y trébol convive la utopía con el pesimismo acerca del mundo y del ser humano. Geasler Tiviev sostiene que ella logró traducir su sufrimiento en el arte, al estar consciente de la proximidad de su muerte.42 Salomone vislumbra el estado de animo triste, abatido, cansado en varios de los poemas: en «Flor en mano» se compara una flor casi marchita con una mano, sinécdoque que alude a la fugacidad de la vida y a la muerte; en «Pelota en el agua» se alegoriza la fragilidad y el sin sentido de la vida mediante la muerte accidental de dos niñas, y en «Agrio está el mundo» reinstala el Reino de la Muerte en un mundo sin esperanza ni futuro. Es interesante destacar la crítica sobre este libro, del cual se ha dicho: Alfonsina Storni, cuya obra lírica se encuentra en lo mejor que ha producido la poesía femenina de América, ha evolucionado completamente en los últimos años. De claro y musical, su verso se ha convertido en áspero y oscuro. Se ha despojado de todo lujo, y ha caído en una manera más propia de la actitud filosófica que del impulso poético. Así nacieron sus antisonetos. Y así llega hoy, en Mascarilla y trébol, con un montón de metáforas objetivas y de definiciones pensadas como jugadas de ajedrez.43 Su último poema conserva el sabor amargo de la muerte unido a lo anhelado y tranquilizador que es el retorno a la tierra o al agua. Atormentada por un cáncer mamario, Alfonsina se traslada a Mar del Plata en dónde decide poner fin a su vida en la playa que hoy la recuerda. Dejó una carta a su hijo y otra a Manuel Gálvez, y una nota en su dormitorio44. Envío, además, el poema «Voy a dormir» al diario La Nación, que aparecería publicado al día siguiente. Voy a dormir45 Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara en la cabecera; una constelación, la que te guste; todas son buenas, bájala un poquito. Déjame sola; oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides... Gracias... Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido. La crítica46 Alicia Salomone destaca lo curioso de las diversas críticas que Alfonsina suscitó en su época. La primera respuesta frente a la escritura de Argentina fue por parte de la revista Nosotros que, en 1916, la acoge en el espacio literario. La inquietud del rosal es el primer libro escrito por una mujer y que se comenta en ese medio. Las reflexiones que habían aparecido anteriormente acerca de la escritura de mujeres las circunscribían al ambiente de lo «femenino», relacionándolas con características de emocionalidad, sentimentalismo, enclaustramiento, etc. Es el caso, sin embargo, que en algunas escritoras se produce lo que se conoce como virilización de la escritura47: son escritos que trascienden el horizonte de expectativas de la literatura de mujeres por su claridad, sus temas o su calidad. Esto es lo que sucede con la obra de Alfonsina. La crítica vanguardista hizo hincapié en la estética de la poeta, a la cual desmerecían por su «mal gusto» ya que no escondía prejuicios de clase, etnia y género sexual. Con su primer libro La inquietud del rosal, recibió críticas por los excesos emotivos y sugerencias de que sea más moderada en sus poemas. La autora declara, en esa época, que sus dos obsesiones siempre han sido su nariz y la palabra «moderación».48 A mediados de los años cuarenta surge un gran interés por la obra de Alfonsina Storni fuera de la Argentina: el conocido new criticism norteamericano se dedico a un estudio intrínseco o inmanente de su obra. Munk Benton, en un texto de 1950, quiere descentrar el estereotipo de Alfonsina como una poeta obsesionada con su propia vida y la condición de las mujeres. El crítico alude a que la pretendida estructura confesional de su escritura estaría indicando una expresión universal: la mente y el alma de todo ser humano.49 Encuentra asimismo que la escritura era su única posibilidad de tolerar la vida en ese mundo hostil y frío que representa en las ciudades. Realza la figura del mar como símbolo de una liberación; cambiante, misterioso, fuerte. Otra visión interesante es la de Helena Percas, en 1958, que contextualiza su escritura dentro de una discursividad femenina («La generación femenina del Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 38 16») Realiza un trabajo sobre la relación de estas mujeres argentinas con los movimientos poéticos de la época. Para ella, Alfonsina Storni unifica dos movimientos: el Modernismo (sensible, colorido, metafórico) y la rebeldía de su condición de mujer moderna. Categoriza a la escritura de acuerdo con dos ejes: el amor y la orientación urbana, raíz de su pesimismo: sólo encuentra tristeza y amargura en Buenos Aires. En cuanto al lenguaje utilizado, se destaca un vocabulario cercano a la oralidad y a las expresiones populares, en el cual no abundan los cultismos modernistas. Alfonsinan Storni resemantiza el lenguaje común y corriente, y le da un valor nuevo y poético. Se destaca, además, el uso de ciertas formas como la ironía que le otorgan originalidad a sus escritos.50 Otro critico, Tiviev, encuentra el coloquialismo en sus poemas a través de recursos como el encabalgamiento, la puntuación y las oraciones incompletas. Hace un análisis de la expresión formal. Relaciona las innovaciones de sus dos últimos poemarios con una cierta experimentación lingüística que había iniciado en Ocre y en Poemas de amor. Se ve una marcada diferencia asimismo con los primeros poemarios, ya que no se encuentra un tema sino una forma predominante. En Mundo de siete pozos (1934) hay una tensión entre la libertad y las estructuras fijas al convivir el verso libre y el soneto, lo que se ve también en la figura del antisoneto, que propone la métrica de los versos endecasílabos pero con una falta de rima que contradice la estructura clásica del soneto. Francine Masiello, en 1997, estudia el tema del lenguaje en la poesía argentina de 1920 y 1930. Destaca que la escritura de Storni reflexiona sobre la construcción de la subjetividad femenina desde su relación con el lenguaje. El lenguaje es concebido desde una perspectiva feminista. A través de sus escritos se postula la necesidad de una doble transformación: la del contexto social y su representación lingüística.51 La flaneuse52 En las décadas del 20 y del 30 la modernidad altera la estructura y la relación de la sociedad argentina, lo cual se presenta como un desafío a los artistas que deben representar esa sociedad. Se incorporan elementos modernos tales como los que provienen de la tecnología (trenes, aviones, teléfonos), las masas en la ciudad, la tensión de las ciudades, la fragmentación y la deshumanización. Todo se pone bajo cuestionamiento en estas nuevas realidades, inclusive la desigualdad genérica en las relaciones sociales. Se recurre con frecuencia a la ironía para expresar las contradicciones que emergen de todos estos cambios. Marshall Berman en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire (1982) distingue la idea de «modernidad» (la experiencia histórica vivida por los sujetos), de la «modernización» (el conjunto de procesos sociales, económicos y políticos que marcan las etapas de evolución) y de «modernismo» (el pensamiento de la época) Berman cree que el siglo XX perdió la conexión que debería haber entre el pensamiento modernista y la vida de las personas. El proceso modernista, por lo tanto, debe revitalizarse y recuperarse. Berman hizo un estudio sobre Baudelaire, a quien caracterizó como un pionero y un visionario porque fue quien procuró que las personas tomaran conciencia de sí mismos como seres modernos. Es interesante que la figura de Baudelaire sea retomada por nuestra poetisa. En «La flor del mal» (La inquietud del rosal) se da una alegoría sobre la creación poética que se articula con figuras baudelarianas: el poeta maldito, la palabra que proviene del despecho o del odio, la poesía como veneno, etc. En Ocre, en el poema «Femenina» se apela directamente a Baudelaire y se ironiza sobre el tema de la marginalidad en la escritura. La poesía de Storni expresa la fascinación, la critica, la utopía y la desilusión de la Buenos Aires moderna. Se presenta un mundo en el cual el poeta es uno más dentro de todos esos seres anónimos y masificados que produce la ciudad. Se pone en escena a Buenos Aires y a sus habitantes: Alfonsina se convierte en una especie de flaneuse53, una paseante femenina que muestra conciencia sobre la marginalidad o invisibilidad de su palabra y que recurre a estrategias como la ironía en sus discursos.54 Salomone remarca que el escenario urbano en su poesía es determinante a partir de Ocre con la modernización. Se presenta una ciudad deshumanizada, donde reina la falta de comunicación y el anonimato. La ciudad ni siquiera es un lugar para los encuentros eróticos o amorosos, que quedan como parte del pasado. En los dos últimos poemarios el deseo se reduce a escasas situaciones que, en su mayoría, no se concretan. Las ciudades se destacan por los tonos grises, negros, ocres y neblinosos, que le imprimen un aura de tristeza, sin sentido y soledad. En «Momento» (Mundo de siete pozos) ella se representa sola y agonizante en una ciudad masiva, angustiante, asfixiante y cuyos habitantes se asimilan más a fantasmas que a seres Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 39 Aproximación a la poética de Alfonsina Storni humanos. La vida monótona y estructurada de las ciudades se encuentra en «Versos a la tristeza de Buenos Aires» (Ocre) en la cual la flaneuse se va mimetizando con esas almas grisáceas que circulan por la ciudad. Esta clasificación de la ciudad como un lugar triste, opaco, monótono puede compararse simbólicamente con la muerte: la ciudad siempre es nombrada mediante palabras que aluden a lo sepulcral. Conclusión Si bien emprendió un camino que no le fue fácil por su condición de madre soltera en la vida y de mujer en las Letras, Alfonsina Storni supo imponerse y dejar una huella en la literatura argentina. Estamos frente a alguien que trasciende las limitaciones de su época para trascender los límites del tiempo. Es importante tener en cuenta los cambios que se observan entre sus primeros poemarios (La inquietud del rosal, El dulce daño, Irremediablemente y Languidez) y los últimos (Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol), constituyéndose Ocre como un punto de inflexión, así como Poemas de amor, que se distingue por su condición de poesía en prosa. Ella atravesó un momento modernista y post modernista para adentrarse en las vanguardias. Sus poemas, si bien nunca pierden completamente el tono confesional, evolucionaron desde lo catártico a la posición de una observadora objetiva en las últimas composiciones. Los arrebatos de amor, los elementos y las pasiones modernistas dieron paso a un lenguaje más críptico, los juegos con las formas y la posición de flaneuse en Buenos Aires. La escritora, que fue criticada por su erotismo y su expresión, se consolida finalmente como una poeta leída y respetada. La Alfonsina Storni de los últimos poemas ya no es aquella muchacha que había llegado a Buenos Aires con la frente alta y la necesidad de trabajo; el tiempo y la vida la cambiaron como mujer y como poeta, si bien nunca perdió sus ideales y su ironía característica. - STORNI, ALFONSINA, Obra Poética Completa, Buenos Aires, Sociedad Editora Latino Americana, 1968. INTERNET - GIRALDO, MARY LUZ, Motivos de Alfonsina en el Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/ actcult/storni/acerca/giraldo.htm - MATAMORO, BLAS, Alfonsina: la precursora en el Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/ actcult/storni/acerca/matamoro.htm - ROFFE, REINA, Alfonsina Storni: la vida en función de la muerte en el Centro Virtual Cervantes: http:// cvc.cervantes.es/actcult/storni/acerca/roffe.htm - S/N, Biografía de Alfonsina Storni en el Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/actcult/storni/ biografia.htm NOTAS GALÁN, A., G. GLIEMMO, La Otra Alfonsina, Argentina, 2002, Aguilar. 2 SALOMONE, ALICIA N., Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura, Argentina, 2006, Corregidor 3 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit., pág. 31. 4 Ibid., págs. 44-45 5 Semanario literario y artístico, cuyo director es Carlos Correo Luna. 6 Ibid., pág 84 1 7 GIRALDO, MARY LUZ, Motivos de Alfonsina, en el Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/actcult/storni/acerca/giraldo.htm 8 SALOMONE, ALICIA N. op. cit., pág. 249 STORNI ALFONSINA, Obra Poética Completa, Argentina, 1968, Sociedad Editora Latino Americana, sexta edición, págs. 52-53. 9 10 Ibid., págs 20-21. De igual manera se observan a través del poemario imágenes de cisnes, palacios, colores que provenientes del Modernismo. 11 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, págs 48.51. 12 13 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit, pág 122. 14 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág 133. En «Dos Palabras» dice: «Tan dulces dos palabras / Que digo sin quererlo ¡oh, qué bella, la vida!» (STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 87). 15 BIBLIOGRAFÍA - GALÁN, A., G. GLIEMMO, La Otra Alfonsina, Argentina, 2002, ed. Aguilar. - SALOMONE, ALICIA N., Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura, Buenos Aires, Corregidor, 2006. Por la cercanía entre este poema y el de aquella que decía «Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón 16 [...]» «Tradición y modernidad en Alfonsina Storni», 1987. 18 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, págs 86-89 19 Esta tonalidad melodramática caracterizó la escritura de cró17 Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 40 nicas de Alfonsina. 20 Ibid., Pág 151 21 Ibid., Pág 135 22 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit, pág 175 23 El tema del peso del sexo se ve en el verso final de «La que comprende» que clama « -¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer!» (STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 213) 24 En «El obrero» se ve la representación de las diferencias de clases. (Ibid., pág 204) 25 Tania Diz ve al Ocre desde una perspectiva sexogénerica: el ocre le da un acercamiento a lo femenino, ya que el ocre se relaciona con la tierra y lo natural. (SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág. 152) 26 STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 239 27 Ibid., pág 251 28 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág 163 29 «A Alejandro, tiene mi vida que bien vale un verso» 30 Ibid., pág 78 31 Ibid., pág 169 32 Ibid., págs 170-172 33 STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 285-287 34 Ibid., pág 318-320 35 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág 179. 36 La misma Alfonsina declara: «Desde luego que alguna parte de este volumen necesita de la colaboración imaginativa, en cierto modo creadora, del que lo transita» (Ibid., pág 357) 37 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit, pág 363 38 STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 390 Ibid., pág. 359 Horacio Quiroga, con quien Alfonsina había mantenido una amistad amorosa, se había suicidado en febrero de 1937. 41 Ibid., pág. 377 42 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág 190 43 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit, pág 364 44 «Me arrojo al mar» 45 STORNI ALFONSINA, op.cit, pág 494 46 El termino y el desarrollo de este punto lo extraje de: SALOMONE, ALICIA N., Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura, Capitulo I «Campo intelectual y recepción crítica». 47 SALOMONE, ALICIA N., op. cit, pág. 56 48 GALÁN, A., G. GLIEMMO, op.cit, pág 90 49 SALOMONE, ALICIA N., op. cit,, pág 71 50 Ibid., págs 75-76 51 Ibid., pág 84 52 El término y el desarrollo de este punto lo extraje de: SALOMONE, ALICIA N., Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura, Capitulo IV: «Experiencia femenina y modernidad urbana», Argentina, 2006, Corregidor 53 El flaneur, el sujeto que recorre y observa la urbe, había sido un papel atribuido exclusivamente a los varones. 54 Ibid., pág 297 39 40 Elena Martin es estudiante de Letras en la USAL, donde cursa el último año de la Licenciatura. Escribe poesía y ensayo. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 41 PARA UNA LECTURA DE LA MUERTE DE DANTON por Marcos Rodríguez El hombre tiene dos vidas a un tiempo mismo: la una es íntima, individual e independiente; la otra es general, colectiva, de relación con la sociedad cuyas leyes se ve obligado a cumplir. Aunque el hombre tenga conciencia de su vida personal, es siempre el instrumento inconsciente del trabajo de la historia y de la humanidad. León Tolstoi Georg Büchner nació en Goddelau, Alemania, en 1813. Murió, exiliado, sin llegar a cumplir los 24 años. En los pocos años de actividad literaria que tuvo alcanzó a completar apenas dos obras, y dejó otras dos inconclusas. Sólo vio publicada la primera , un drama histórico ambientado en la Revolución Francesa, La muerte de Danton. Sin embargo, estas cortas obras fueron suficientemente meritorias como para que hoy se le conceda a su autor un lugar central en la historia de la literatura alemana. «De haber vivido, es probable que la historia del teatro europeo hubiera sido diferente [...] De lo que se trata es de que la promesa de genialidad en sus escritos es tan abundante y explícita que lo que nos ha quedado es como un remedo de lo que se iba a obtener.» (Steiner; 2001, 198). Esta genialidad se presenta con una densidad tal de sentido en sus escritos que, sumado a otras causas, su lectura ha generado en el último siglo una cantidad enorme de interpretaciones, en muchos casos opuestas unas a las otras. Nos proponemos una aproximación a este notable autor. Las siguientes palabras girarán en torno de la obra La muerte de Danton de Georg Büchner y sus posibles lecturas. Lecturas y relecturas Una parte de la crítica considera a este autor un paradigma del hombre sufriente de principios del siglo XIX, ve en él la máscara de un nihilismo lúcido que canta su propia epopeya. Su vida parece la fugaz trayectoria de un espíritu de su época hacia la desilusión y la desesperanza. En este trabajo nos proponemos, sin embargo, desarrollar una lectura diferente de La muerte de Danton y, con ésta, de su autor en general. La obra de Büchner es, a nuestro parecer, mucho más vasta que lo que este tipo de interpretaciones permite suponer. Antes de comenzar, quisiéramos destacar dos puntos que consideramos importantes. El primero es marcar debidamente el límite que separa autor y obra. Se ha llegado a afirmar que es imposible entender correctamente la obra de Büchner sin conocer sus escritos personales y cartas. Esto se basa en la concordancia, por un lado, de muchas palabras de personajes de obras de Büchner con las suyas propias en escritos personales y, por otro, en el hecho, por demás innegable, de que gran parte de su obra que- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 42 Estudios e investigaciones dó inconclusa. Si bien en un primer momento esta práctica puede parecer legítima, a nuestro entender no lo es. La persona de un autor y su obra son esencialmente diferentes. A pesar de lo tentador que pueda ser intentar explicar una obra con palabras explícitas que un autor haya dicho o escrito acerca de ella, la obra literaria tiene el carácter específico de la creación y, por tanto, deriva su sentido de su propia unidad, no de la vida o las palabras de su creador. El segundo punto a tener en cuenta se une en muchos sentidos al primero. Es la tentación de tomar los parlamentos de los personajes de una obra al pie de la letra y en todo caso como enunciación de la verdad de la obra. Así como las palabras de Büchner podrían parecernos idénticas a las de la obra al momento de estudiar ésta, así las palabras de los personajes, de cualquier personaje pero en particular las de Danton, podrían aparecérsenos como manifestaciones explícitas del tema y el acercamiento a éste de la obra. Largos tratados se podrían escribir acerca de los diálogos de Danton, de sus implicancias y resonancias, de su sentido nihilista y epicureísta, sin tomar en cuenta el contexto en el que fueron pronunciados. La fuerza de las palabras de Büchner, su originalidad de expresión son tan hechizantes que a menudo olvidamos que no nos encontramos frente a un discurso o a una confesión, sino ante una obra de teatro. El error, justamente, está en apegarse a las palabras de los personajes olvidando el cuadro más general de la obra toda. Ésta, a nuestro entender, podría ser la causa de que, al acercarnos a esta obra, perdiéramos de vista todos sus matices. La intemperie y la soledad: el otro Veamos, para empezar, la primera escena del acto primero. Los parlamentos de Danton en esta escena han sido profusamente citados y suelen tomarse como argumento y muestra definitiva del nihilismo y la desesperacion en la obra. Dice: DANTON: ¿Qué sé yo? Sabemos poco el uno del otro. Somos animales de piel dura, nos tendemos mutuamente las manos, pero es un esfuerzo inútil, sólo nos frotamos mutuamente el duro cuero: estamos muy solos. JULIE: Tú me conoces, Danton. DANTON: Sí, lo que suele entenderse por conocer. Tú tienes los ojos oscuros y el cabello rizado y la tez suave y siempre me dices: queri- do Georges. Pero (señalando la frente y ojos) ahí, ahí, ¿qué hay detrás de eso? Tendríamos que abrirnos las tapas del cráneo y de las fibras del cerebro ir sacándonos mutuamente los pensamientos (Büchner: 1992, 79). Este fragmento ha sido tomado algunas veces para hablar de la incomunicación. Sin embargo, el fragmento no se refiere de forma específica a eso. Todo depende, entonces, de la lectura que hagamos. Entendemos que la posibilidad o no de comunicación no es tema en la obra. No se está hablando en este diálogo de la posibilidad o no de comunicarse, sino de conocerse. Esta salvedad no es un puro formalismo. En un primer momento las palabras de Danton parecen hablar de la desesperación y de la soledad. Sin embargo, no deben tomarse necesariamente así. Algo que debemos tener siempre en cuenta al leer esta obra es que Danton es un hombre que se encuentra en medio de una crisis. Las palabras de Danton son las palabras de un hombre al que podríamos calificar de deprimido. Esta consideración no apunta a quitarle todo peso a sus palabras, pero debemos recordar que la perspectiva de Danton es sólo una, no necesariamente la misma del drama todo, y que sus palabras pueden entenderse de una forma diferente a como en un primer momento se nos sugieren. Para reconocer un sentido que creemos puede pasarse por alto al leer esta escena, citaremos un parlamento de otra obra de Büchner, Leoncio y Lena: «¿Sabes, Valerio, que hasta el más insignificante de los hombres es tan grande que la vida es demasiado breve para amarle?» (Büchner: 1992, 176). Cuando el hombre entra en relación, nos dice Martín Buber, todas las seguridades, los conocimientos acerca del mundo, quedan abolidas. Aquello en lo cual el hombre se cobija, lo conocido, pertenece a un plano diferente del de la relación. Se dice que el hombre posee una experiencia del mundo al que pertenece. ¿Qué significa esto? El hombre explora la superficie de las cosas y las experimenta. Extrae de ellas un saber relativo a su constitución; adquiere de ellas experiencia [...] Cuando se dice Tú, quien lo dice no tiene ninguna cosa como su objeto. Pues donde hay una cosa, hay otra cosa. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 43 Para una lectura de La muerte de Danton Cada Ello confina con otros; Ello no existe sino porque está limitado por otros Ello. Pero cuando uno dice Tú, no tiene en vista cosa alguna. Tú no tiene confines. Cuando se dice Tú, para quien lo dice no hay ninguna cosa, nada tiene. Pero sí está en una relación. (Buber: 1969, 10 y 11) ¡Oh Julie! ¡Si yo partiera solo! ¡Si ella me dejara solo! Y si me descompusiera del todo, me deshiciera del todo: sería un puñado de polvo sufriente, cada uno de mis átomos no podría hallar el descanso sino en ella. No puedo morir, no, no puedo morir. Tenemos que gritar, tendrán que arrancarme del cuerpo cada gota de vida. (Büchner: 1992, 122) Es cierto que las palabras de Danton pueden leerse en clave de desesperación, pero no es menos cierto que esas mismas palabras son una declaración de la radical otredad del ser humano. El hombre, en una relación, no puede conocer. En el diálogo incluso una persona que nos es tan cercana como una esposa se mantiene siempre en su condición de irreductible otro al que no puede abarcarse. Un ser humano, en este caso Danton, reconoce que ante sí tiene a otro ser humano que es para él un misterio absoluto. La momentánea desesperación de Danton recuerda que el otro es siempre otro y si bien aquí es visto desde el ángulo de la soledad, el carácter de la otredad no es en sí sinónimo de soledad. Un poco más adelante, Danton dice: «No, Julie, te amo como a la tumba.» Esta afirmación puede leerse como un deseo de muerte. Sin embargo, el diálogo prosigue: Aquí vemos de nuevo a Julie como refugio. El solo recuerdo de ella ha sido capaz de arrancar a Danton de la depresión e impulsarlo a luchar por su vida. De hecho, la incomunicación no se manifiesta como tal en la obra. La soledad de la que habla Danton tiene que ver con su conciencia aislada, pero a su alrededor todo a lo largo del drama vemos muestras de amor y amistad. La presencia de Julie es clave, pero no lo es menos la de los amigos de Danton, que constantemente lo rodean, terminan sus pensamientos, intentan ayudarlo, lo confortan y son confortados por él. Recordemos, simplemente, las últimas palabras de Danton: «[...] (al verdugo): ¿Quieres ser más cruel que la muerte? ¿Podrás impedir que nuestras cabezas se besen en el fondo del cesto?» (Büchner: 1992, 133) DANTON: No, Julie, te amo como a la tumba. JULIE (volviendo la cara): ¡Oh! DANTON: ¡No, escucha! La gente dice que en la tumba se descansa, que la tumba y el descanso son una misma cosa. Si es así, en tu regazo yo ya estoy bajo tierra. Dulce tumba, tus labios son campanas que tocan a muerto, tu voz el tañido fúnebre, tu pecho mi túmulo y tu corazón mi ataud. (Büchner: 1992, 79) Lo que parecía la declaración de un deseo de muerte es, a través de la originalidad expresiva de Büchner, una declaración de amor1. Julie es para Danton un refugio, un lugar de calma. Puede pensarse que Danton utiliza a Julie como un lugar de escape, pero no es así. Recordemos la escena 7 del acto III. Danton, ya encerrado en el calabozo, dice: En la muerte no hay esperanza, es sólo una forma más simple de putrefacción, la vida es una forma organizada, más compleja, ésa es la diferencia. Pero yo estoy habituado a esa forma de pudrirme, el diablo sabrá cómo voy a arreglármelas con otra. La vida, la lucha Siguiendo los parlamentos de Danton, podríamos decir que éste ha reconocido, en el lugar que antes correspondía a Dios, la gran Nada que todo lo rodea y que es todo. «En la nada. Sumérgete en algo más sosegado que la nada y si el máximo sosiego es Dios, ¿no es la nada Dios?» (Büchner: 1992, 122). De nuevo nos encontramos frente a Danton en toda su desesperación. Las magistrales palabras de este personaje nos permiten ver dentro de su alma torturada y angustiada por las dudas. El dolor, dice Danton, es la piedra clave del ateísmo. ¿Por qué es el dolor? Si Dios existiera, no podría permitir el dolor; por tanto, Dios no existe. Si lo que existe es la Nada y la vida se acaba tan pronto (y la muerte no sirve ni siquiera de consuelo o descanso), entonces la vida carece de sentido. Si la vida carece de sentido, lo mejor que el hombre puede hacer en el tiempo en que camina por esta tierra es disfrutar de los pocos placeres que se le proporcionan. Ninguna acción humana tiene sentido. Éste es, en pocas palabras, el discurso de Danton. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 44 Sin embargo, nos encontramos aquí con lo que ya más arriba habíamos planteado. Esto es lo que dice Danton, pero son únicamente las palabras de un personaje y deben ser tenidas en cuenta en relación con sus acciones y su contexto. Si comparamos las acciones del personaje con sus discursos, podremos entender lo que nos parece es el verdadero sentido de la obra. Se ha dicho: «Danton muere en realidad del cansancio producido por una vida inexplicable y sin poder librarse del sentimiento de culpa.» (Brugger: 1968, 59). Mucho se ha hablado y se hablará acerca de la muerte de Danton. Los propios personajes en la obra comentan al respecto. Se nos dice, en boca de los amigos de Danton, que en gran parte su muerte se produce por su propia inacción. De haber actuado antes, la tragedia podría haberse evitado. Mientras la tormenta se está gestando frente a sus narices, Danton permanece inmóvil, preocupado por sus placeres, que en realidad intentan cubrir sus angustias. Los amigos se lo reprochan, intentan moverlo a la acción. Es el propio Danton quien nos aclara sus motivos: él se encuentra paralizado por la angustia frente a una existencia vacía y por la convicción de que el hombre es impotente. Danton ha caído en una especie de hastío frente a su antigua actividad política. Ya no cree en el poder de la acción y, por tanto, no actúa. Por eso se dice «Danton muere de cansancio». Si bien esto es indudablemente cierto, no es toda la verdad. Danton se encuentra en una crisis, sí, lo cuestiona todo. Pero gran parte del motivo por el cual no se enfrenta a Robespierre es porque sinceramente cree que «no se atreverán». Él, después de todo, fue una de las figuras centrales en la Revolución. Esta ceguera, esta ironía, es una de las semillas de la tragicidad de esta obra. Cuando, después de su diálogo con Robespierre, entiende el verdadero peligro en que se encuentra, ya es demasiado tarde. Esa ceguera le impidió ver el peligro, fue por ella por la que no actuó, no por su cansancio. De hecho, apenas percibe la situación tal como es, se lanza a su defensa. Es algo que no debemos pasar por alto: Danton, en la segunda mitad del drama, lucha por su vida, intenta salvarse. No es el cansancio lo que lo mata, sino la guillotina. Si tenemos en cuenta esto (el que Danton intenta por todos sus medios, una vez que ha comprendido el peligro en el que se encuentra, salvar su vida), no podemos atribuirle todo aquello que sus palabras nos han hecho creer. Los gestos finales de Danton, aun cuando sus palabras puedan seguir siendo de nihilismo, son de lucha. El nihilismo, la afirmación de la Nada, no se condice con lo que Danton hace, lo que Danton siente. Si bien teóricamente ha reconocido que la vida es nada, su figura y su papel en la obra nos hacen pensar que no lo cree así realmente. Si consideramos las cosas de esta manera, debemos entender las palabras de Danton de una manera diferente. Sus grandes parlamentos son declamaciones, planteos radicales, algo así como un grito desesperado de angustia, pero no son una explicación de la naturaleza de la existencia. Danton duda, se pregunta, se rebela, pero, como cualquier ser humano, no posee una verdad absoluta. Podemos decir que sus palabras son una pregunta que él se hace, no una conclusión definitiva. La muerte puede conducir a la nada, puede ser que Danton la rechace porque ella es la aniquilación (y puede ser que esta aniquilación demuestre la nada), pero, a su vez, el rechazo de la muerte, ¿no es una afirmación de la vida? La existencia problemática del dolor no elimina el valor de la vida; si así fuera, no la buscaría. La conciencia obnubilada de Danton no ve lo que su propio accionar nos revela: que todavía hay algo en la vida a lo que vale la pena aferrarse. Y a ello se aferra fuertemente. ¿A qué se aferra Danton? Recordemos aquella escena 7 del acto III, que ya citamos. El hombre y la historia: el problema de la libertad El tema de la comedia se encuentra muy presente en esta obra. Las máscaras, los títeres, la vida como una comedia por demás grotesca en la que su protagonista, el hombre, cree que tiene algún poder, pero en realidad no lo tiene. Benno von Wiese dice que Danton es un hombre que ha tomado conciencia de la comedia de la vida y de esa conciencia surge parte de su nihilismo y su epicureísmo. Robespierre, en el otro extremo, es quien toma la comedia con toda seriedad (VON WIESE: 1955, 536-537). De hecho, el tema de la impotencia del hombre es uno de los temas centrales de la obra. En este drama hay dos fuerzas antagónicas: la historia y el hombre. Son abundantes los parlamentos que tratan el tema. «No hemos hecho la Revolución, sino que la Revolución nos ha hecho a nosotros.» Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 45 Para una lectura de La muerte de Danton (Büchner: 1992, 99). Todo el sentido trágico deriva justamente de esta constatación y gran parte de su nihilismo también. Sin embargo, aunque es evidente que el drama mismo tiende hacia la consideración de la fuerza de la historia como superior, si concentráramos nuestra atención en este aspecto y en sus derivaciones hacia el nihilismo, podríamos pasar por alto el otro componente de este binomio: el hombre. Sin el agonista, la tragedia no tiene sentido. El carácter de marioneta se refiere al hombre en su destino histórico, pero también puede aplicarse a su existencia íntima. «Somos marionetas, fuerzas desconocidas nos manejan tirando de los hilos; ¡nada, nada hacemos nosotros mismos! Espadas somos con que combaten los espíritus, solamente que no se ven las manos, como en los cuento» (Büchner: 1992, 106). La impotencia del hombre lo caracteriza hasta en lo más profundo: el ser humano se encuentra movido por fantasmas. Y, sin embargo, existe un espacio de libertad, allí donde el hombre tiene su conciencia. Es este espacio el que hace al hombre, el que lo justifica. Schiller lo hubiera llamado su libertad moral. Este espacio en el que no hay predeterminación, en el que el hombre se mueve entre los hombres (el espacio de la relación, diría Buber), es el que le da su verdadera profundidad. Es aquí donde vive el amor de Danton por Julie, donde existe la amistad y el diálogo. Es de aquí de donde brota la dignidad póstuma de Danton y en donde se justifica su forma de morir. Puesto frente al espacio monumental de la Historia, este espacio que es y hace al hombre puede parecer ridículamente pequeño. Este hombre tan limitado (de alcances tan diversos de los que una visión alegre e iluminista podría asignarle al ser humano) puede parecernos impotente, absurdo, nada. Pero es, sin embargo, lo que el hombre es. La vida de los seres humanos no se reduce sólo al círculo de los verbos transitivos. No existe solamente en virtud de actividades que tienen por objeto alguna cosa. Percibo algo. Tengo la experiencia de algo. Imagino algo. Quiero algo. Siento algo. La vida del ser humano no consiste solamente en todas estas cosas y en otras semejantes a ellas. Todas estas cosas y otras similares a ellas dan fundamento al reino del Ello. Pero el reino del Tú tiene una base diferente. (Buber: 1969,10) La pregunta sangrante Se encuentra en esta obra una conciencia y una elocuencia de la nada. El genio de Büchner se concentra y ahonda en la expresión de este sentido, es innegable. Y, como hemos dicho, es muy tentador dejarse arrastrar por el peso de estas palabras y no ver aquí más que el drama de una conciencia que descubre la nada. Pero esto no es suficiente. Hemos tratado de demostrar que lo que hay en esta obra no es una declaración del nihilismo, sino una pregunta. ...por debajo de su aparente nihilismo [...], se oculta una gran búsqueda metafísica que, según atestiguan las últimas palabras del poeta moribundo, vibraba en el alma de Büchner. Pero, evidentemente, él no se contentaba con soluciones fáciles, y, antes que representar a éstas a deshora, prefirió cuestionar los fundamentos de un mundo poblado de hombres noauténticos. (Brugger: 1968, 61) A las palabras del nihilismo se oponen las acciones de Danton y su entorno, que nos dejan vislumbrar un fondo que no se agota en el mero cansancio. Hay una profundidad más allá de la declamación, un conflicto. Lo que se nos aparece como una sentencia puede no ser más que un dardo lanzado contra el dolor y el misterio, el gesto de un ser desesperado que quiere comprender. Es justamente en los contrastes, en las contradicciones en que el drama cobra vida. Si entendemos las palabras del nihilismo no como la declaración de un oráculo, sino como una pregunta, un nuevo mundo se nos abre en esta obra. La pregunta necesariamente supera el nihilismo. Todas las aclaraciones y salvedades que hemos ido haciendo a lo largo de este trabajo tienden hacia un único punto: el ser humano. En este aspecto tan pasado por alto y muchas veces desestimado se encuentra el centro del conflicto. Lo hemos dicho: la tragedia no tiene sentido sin un agonista. El aspecto de lo humano tal como se nos revela en esta obra, profundamente conmovedor, a nuestro entender es su esencia. Claro que es un aspecto menos representado en las palabras de los personajes, pero muy presente en su acción. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 46 Estudios e investigaciones Dos fuerzas se chocan: el hombre, que intenta vivir su vida y descubre su impotencia, y la historia, que avanza implacable, más allá de toda comprensión humana. De la dinámica de estas dos fuerzas surge el drama. Sólo teniendo en cuenta ambos aspectos podemos acceder a todo lo que este autor tiene para ofrecernos. Recordamos las palabras del propio Danton: «Suena a disparate, pero algo de verdad hay en ello.» (Büchner: 1992, 122). Algo de verdad. MODERN, Rodolfo, Estudio preliminar, en BÜCHNER, Georg, Lenz, Buenos Aires, Corregidor, 1976. BIBLIOGRAFÍA NOTAS Primaria: BÜCHNER, Georg, Obras completas, Madrid, Trotta, 1992. 1 STEINER, George, La muerte de la tragedia, Barcelona, Monte Ávila, 2001. W IESE , Benno von, Die deutsche tragödie von Lessing bis Hebbel, Hamburg, Hoffmann und Campe, 1955. Ejemplos como éste, en el que vemos una gran tensión semántica, serán los que más tarde tomará el expresionismo para la elaboración de su propia estética. Secundaria: BRUGGER, Ilse M. de, El teatro alemán, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. BUBER, Martin, Yo y tú, Buenos Aires, Nueva Visión, 1969. FISCHER, Celia Clara, Estudio preliminar, en AAVV, Woyzeck, El espíritu de la tierra, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980. MODERN , Rodolfo, La naturaleza en la obra de Georg Büchner, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1968. Marcos Rodríguez egresó de la USAL como Licenciado en Letras, en 2005. Es ayudante de cátedra de Literatura Alemana. Miembro de la Asociación Argentina de Germanistas, ha publicado cuentos en Gramma Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 47 LA SOMBRA DE CERVANTES: EL CAPITÁN CAUTIVO por Alfredo Ezequiel Marangone Introducción La intención del presente trabajo es analizar la historia del Capitán Cautivo (Don Quijote de La Mancha, I, 39 a 41) y considerar cómo la esclavitud a la que estuvo sometido Cervantes en Argel ha tenido influencias en la vida y en la obra de este gran escritor. Además, aquel episodio externo puede considerarse autobiográfico ya que revela muchos detalles de los cinco años que Cervantes verdaderamente vivió como esclavo. Al consultar la amplia bibliografía acerca de la obra cervantina, se observa que hay un abanico de opiniones muy variado, que va desde un extremo subjetivo, idealizado, romántico y casi heroico, hasta el otro extremo en el que se sitúa una nueva crítica que aparentemente sólo desea atacar a Cervantes mostrándolo como jugador empedernido, andrógino y bebedor. Por otro lado, resulta necesario considerar que se han suscitado nuevas opiniones según ha transcurrido el tiempo, por ejemplo, en el siglo XIX y a principios del XX los biógrafos intentaban encontrarle novias a Cervantes, mientras que actualmente hay muchos que sólo desean encontrarle novios. Pero, partiendo de una investigación literaria seria y objetiva, resulta indiscutible que la importancia de la obra de Cervantes ha conducido en nuestros días a investigaciones en nuevos campos, como por ejemplo el psicoanálisis, debido a la profundidad con que lleva al lector al terreno de los sueños, la ficción, el subconsciente, y también por tratar temas como la muerte, el desencanto, la depresión, la angustia, los problemas de personalidad, entre otros. Aunque llevaría un tiempo casi infinito de lectura e investigación encontrar coincidencias objetivas, equilibradas y edificantes en tanto material de estudio, sin embargo, algunos conceptos importantes pueden ser hallados en las principales líneas de investigación a fin de comprender mejor la historia del Capitán cautivo. El modelo literario que presenta Cervantes termina con una era de héroes aislados del mundo que los rodeaba, inalcanzables, para presentar una nueva literatura en la que los héroes son de carne y hueso; ellos pasan por todas las dificultades y soportan las variadas injusticias que se viven en una sociedad humana, real, palpable. También se la puede considerar una novela histórica repleta de detalles y hechos que remiten a la vida real de aquel entonces. Cervantes se ha encargado de abundar en descripciones geográficas, históricas y culturales que ayudan a comprender la implicancia de su obra narrativa. Teniendo en cuenta todo esto, resulta difícil separar al Cervantes escritor del que tuvo que vivir una complicada vida en una época en la que abundaban las injusticias sociales —como también hoy en día—, pero en la que era muy difícil expresar la disconformidad o alentar nuevas ideas sin peligros. Por ejemplo, hablar de erotismo y sexualidad podía significar, bajo el reinado de un Felipe II, estar «cometiendo un gravísimo pecado» que incluso podía conducir a una muerte segura. Pero, la mirada de Cervantes, sensible, atenta, podía captar algo que también ha sobrevivido al paso del tiempo: todo aquello de lo cual se prohibía hablar, era asiduamente practicado por una elite de personas legalistas e hipócritas. Al abordar el análisis de este episodio, lo primero que llama la atención es que en la segunda parte del Quijote, en el capítulo XLIV, el autor manifiesta la aparente incompatibilidad de intercalar estos episodios o novelas en medio de su extensa obra: «Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pa- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 48 Estudios e investigaciones reciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos». A primera vista se observa que Cervantes expone cierta dificultad para conciliar la «unidad» con la «variedad», lo cual se presenta como un dilema aristotélico; pero, un análisis más detallado permite afirmar que en realidad estos episodios le daban la oportunidad de aliviar al lector para que no tenga que leer solamente acerca de don Quijote y de Sancho, como dice en este mismo capítulo: «hablar de un solo sujeto (...) trabajo incomportable cuyo fruto no redundaba en el de su autor»; y, por otro lado, el aislamiento de estos episodios le daba la oportunidad de mostrar más detalladamente toda su habilidad literaria, lo que tal vez no se habría apreciado tanto si los mismos hubieran formado parte de la historia principal, como lo explica el mismo Cervantes: «...y pasarían por ellas, o con priesa, o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieran a la luz.» El Capitán Cautivo El 26 de setiembre de 1575, Cervantes regresaba a España a bordo de la galera Sol, cuando fue interceptado por una flota turca al mando de Arnauti Mamí, quien lo tomó prisionero junto a su hermano Rodrigo. Cervantes tenía en su poder cartas de recomendación a su favor de don Juan de Austria y del duque de Sessa, lo que les hizo pensar a los turcos que se trataba de un importante personaje por quien podrían pedir un cuantioso rescate. En consecuencia, fue llevado primero a Constantinopla y luego a Argel en calidad de esclavo, y su penosa estadía allí duraría cinco años. Éste fue uno de los hechos que más profundamente habría de marcar su vida. En el Quijote, por ejemplo, resulta evidente que el autor se muestra como vehemente defensor de la libertad y de los derechos elementales del hombre, e igualmente fervoroso cuando hay que combatir el hambre, la esclavitud, la discriminación racial y religiosa, y otras injusticias sociales. Todo lo cual nos permite afirmar que hay un antes y un después de Argel claramente identificables en el pensamiento del escritor. Además de intercalar la historia del cautiverio de Argel en el Quijote, también hallamos referencias al respecto en la Galatea, el Persiles, Los Tratos de Argel y Los baños de Argel. Cabe aclarar que la palabra baño es la trascripción de una palabra turca que significa prisión. Es importante señalar también que muchos de los personajes del Capitán Cautivo son históricos y están fielmente retratados. Uno de los documentos interesantes para analizar y útiles para ubicarnos temporalmente en cuanto a la posible fecha de escritura del Capitán Cautivo es el Memorial de Cervantes, donde figura el pedido de un cargo en Indias en mayo de 1590, el que le fue negado. Al principio del cual leemos lo siguiente: «Miguel de Cervantes Saavedra dice que ha servido a V.M. muchos años en las jornadas de mar y tierra que se han ofrecido de veintidós años a esta parte, particularmente en la Batalla Naval...» Y en el Quijote (I, 39), leemos: «Éste hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre...» A continuación, en este mismo capítulo, el Cautivo relata la ejecución de los condes de Eguemón y de Hornos, quienes, efectivamente, habían sido ejecutados en el año 1568 en Bruselas. Partiendo de estos datos, Francisco Ayala afirma que la historia del Capitán Cautivo tuvo que haber sido escrita dieciséis años antes de la publicación del primer Quijote, teniendo en cuenta además que en este episodio externo se da a entender que Felipe II estaba vivo, pues se menciona a don Juan de Austria como «hermano natural de nuestro buen rey don Felipe». Es muy curiosa la repetición de los veintidós años, en los cuales parecen mezclarse dos tiempos: el histórico y el literario. Quizá por esto el relato del Capitán Cautivo tenga tanta fuerza vital y haga pensar en la necesidad que tenía Cervantes de presentar a sus lectores circunstancias trágicas de su propia vida — que tuvieron su epicentro en esos tristes cinco años de cautiverio en Argel—, pero de manera tal que también estas circunstancias le sirvieran para presentar ciertos temas muy importantes para el escritor, como por ejemplo: la libertad, el amor y la fe cristiana. Y por otro lado no se puede afirmar que esté renegando de todo Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 49 La sombra de Cervantes: el Capitán cautivo lo que le pasó por haber estado en la milicia y haber sufrido semejante esclavitud. Por el contrario, se sabe que él fue voluntariamente y su actuación en combate realmente fue heroica. Además, en el mismo Quijote, en el capítulo XXXIX, él dejaba ver que «(su parte era) seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey». Cervantes luchó en Lepanto y perdió el uso de su mano izquierda, por lo cual se lo llamaba «El manco de Lepanto»; sin embargo, luego de haber padecido este trágico accidente volvió a alistarse para combatir. Hay algunas críticas que analizan esta etapa de cautiverio en Argel, tan bien ilustrada en el Capitán Cautivo, y ponen en tela de juicio que los cinco años de esclavitud del escritor hayan sido tan sufridos como casi todos los críticos e historiadores afirman. Para algunos no queda claro, por ejemplo, por qué el cruel Hasán fue tan condescendiente con Cervantes: «Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia» (I, 40). Como hemos sugerido, hay cierta crítica (como por ejemplo la de Rosa Rossi, en Escuchar a Cervantes) que presenta como solución una posible conducta homosexual de Cervantes, y toma párrafos como el de arriba para decir que sería uno de los motivos por el cual un cruel personaje podría tratar tan bien a un prisionero. Hay quienes también han opinado que Cervantes, un poco renegado de la mala vida que llevaba en España, pudo haber decidido quedarse en Argel un tiempo y desplegar allí todo su potencial literario y poético. Sin embargo, estas opiniones han sido refutadas por los investigadores más objetivos. En Argel nunca pudo detectarse un movimiento literario importante ni tampoco una vida cul- tural rica. Cervantes habría tenido que aprender árabe, un árabe clásico, para componer sus obras literarias, lo cual parece imposible. Observamos que el Cautivo necesitó, casi todo el tiempo, de la traducción de su compañero el «renegado» para comunicarse eficazmente con Zoraida. Argel era una ciudad siniestra que sólo vivía del tráfico de esclavos. Prevalecía la ignorancia y la brutalidad. Los únicos que podían tener cargos importantes eran los «renegados» de otras nacionalidades que accedían a ellos por su mejor preparación cultural. El motivo por el cual se le daba un buen trato a Cervantes era porque valía mucho dinero. Matarlo habría significado perder un cuantioso rescate. Por otro lado, estos esclavos podían llevar a cabo distintos trabajos muy útiles para sus amos. En este mismo capítulo XL, Cervantes explica claramente que había dos clases de prisioneros: los que eran de rescate y los que no lo eran. Ambos trabajaban y sufrían, pero los de rescate eran mejor preservados a causa de su valor. Sin embargo, el autor explica que a pesar de contarse entre los de rescate, estaba en cadenas sufriendo hambre y desnudez: «Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y aunque el hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces...» En cuanto al valor del rescate, Mateu Llopis realizó investigaciones acerca de los valores monetarios en la época de los Felipes II y III, particularmente acerca del valor del escudo de los Austrias. Como resultado de esta investigación, puede apreciarse el enorme esfuerzo que hizo la familia de Cervantes y los frailes Juan Gil y Antonio de la Bella para pagar el rescate de 500 escudos de oro. Esto también pone de relieve lo cuantiosos que eran los rescates que había que pagar por los cautivos de Argel. Hoy en día, gracias a la investigación de los historiadores, se puede conocer mucho mejor cómo eran la vida y las costumbres en el mundo mediterráneo de los Austrias. Los gobernantes como Hasán solían tener un selecto harem masculino de jóvenes escogidos debido a ciertas cualidades a fin de presentarlos como símbolo de poder, y no necesariamente para tener relaciones con ellos. En aquella sociedad fronteriza donde se mezclaban turcos, cristianos cautivos, renegados de distintas procedencias y moriscos Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 50 españoles, había libertinaje en lo referente al sexo, una lengua franca de uso común e infinidad de costumbres totalmente incomprendidas por sus «enemigos europeos». Si Cervantes hubiera sido homosexual, probablemente se habría sentido tentado a quedarse en Argel disfrutando de aquel tremendo libertinaje, sobre todo contando con la condescendencia de personajes importantes como Hasán, y no hubiera regresado a España a vivir en una sociedad tan «pudorosa» donde además estaba la sombra del cruel Consejo de la Suprema Inquisición. Debe tenerse en cuenta que en la obra cervantina aparecen vestigios de una presentación cómico-burlesca de la homosexualidad. Podemos observar un comentario interesante en el Capitán Cautivo que confirma lo antedicho en cuanto a las conductas inmorales que se vivían en Argel: «...y allegados pasamos a Berbería, y el lugar donde hicimos asiento fue en Argel, como si le hiciéramos en el mismo infierno... Túrbeme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea... Hablé con don Gaspar, contéle el peligro que corría el mostrar ser hombre, vestíle de mora, y aquella mesma tarde le truje a la presencia del rey, el cual, en viéndole, quedó admirado...» (DQ, II, 63). Emilio Sola afirma que Cervantes nunca sometió a la burla ni al humor corrosivo ningún concepto o actitud humana de gravedad esencial, como la libertad, la pobreza o la muerte. Él afirma lo siguiente: «A pesar del humor cervantino, el tono de seriedad aparece siempre que se trata de pobreza, poder o libertad; no en las cuestiones de sexo, en donde con frecuencia, si no casi siempre, el tono es erótico-festivo, en la honda de los medios populares, como recordara Bajtín. Muy al contrario de lo que sucede con la literatura ‘papaz’ contra-reformista, en la que el sexo tiene siempre tonos terribles de pecado y condenación». Además, se ha sospechado también que la clemencia de Hasán hacia su sufrido prisionero podría tener algo que ver con los pactos secretos que mantenía Felipe II con los turcos a fin de conseguir treguas en las guerras corsarias del Mediterráneo. En esos días se manejaban grandes cantidades de dinero en sobornos y rescates, pero es una conjetura que no tiene suficiente fundamento. Uno de los tópicos que explicaría muchas situaciones en la obra de Cervantes en la que están involucrados dos hombres, es el valor inmenso que él le da a la amistad pura y desinteresada. Para él, la amistad era una virtud muy importante. Basta considerar los pares de amigos que aparecen en la obra cervantina: Don Quijote y Sancho, Anselmo y Lotario, Rinconete y Cortadillo, Diego Carriazo y Tomás Avendaño, Cipión y Berganza, incluso Rocinante y el Rucio. Para desechar la idea de que el autor vivía plácidamente en Argel y que pudo haber tenido allí posibilidades de vivir mejor, aparece en el Capitán Cautivo otro detalle importante: Cervantes tenía en lo profundo de su corazón su tierra querida, España, donde vivían sus amigos y familiares. Por otro lado, podemos sumar el hecho de que se vio obligado a estar muchos años fuera de su tierra y sufrir por distintos motivos. Arreciaban los problemas económicos y no faltaban las contrariedades diversas; por ejemplo, estar en prisión varias veces y soportar críticas humillantes en lo que se refiere a su calidad literaria, la que no era valorada con justicia. No obstante todo esto, el amor por su patria y sus seres queridos queda expresado en las siguientes afirmaciones: «...porque el deseo que tengo de verme en mi tierra y con las personas que bien quiero es tanto, que no me dejará esperar otra comodidad... Acudió el capitán a abrazar a su hermano... Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse. Allí, en breves razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos... Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida...» Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 51 La sombra de Cervantes: el Capitán cautivo Este párrafo también revela un detalle importante, y es que Zoraida se había convertido al cristianismo, dado que ella sería bautizada. En la obra cervantina puede apreciarse la preeminencia del cristianismo por sobre cualquier otra creencia. El escritor no renunciaba a su fe cristiana, por lo que también le hubiera resultado penoso vivir en medio de religiones tan distintas y de gente que odiaba a los cristianos de una manera brutal. Dejó en claro todo esto en un pasaje del Cautivo: «...y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano» (Q, I, XL). Otro detalle importante que debe tenerse en cuenta para comprender mejor la historia del Capitán Cautivo es la presentación o marco que brinda el capítulo XXXVII. La venta aquí es presentada como un lugar de paz, como un pedazo de cielo en la tierra. Al final del capítulo anterior, algunos personajes llegan a esta venta que, según opina don Fernando, «era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra». Don Quijote, según cuenta Sancho al principio del XXXVII, había estado soñando, pero luego él mismo mostrará que sigue maravillado de estar en este lugar, y tan maravillado que para él es un fantástico castillo. El ingreso del Capitán y de Zoraida a la venta es muy particular. Él es descripto como un hombre de unos cuarenta años y ella como una doncella vestida de mora. La edad del Capitán, después de veintidós años de haberse separado de su familia, coincide con la edad que el propio Cervantes tenía en 1590, unos cuarenta años. Estos detalles llevaron a pensar a algunos estudiosos que pudo haber escrito la historia del Cautivo, la parte autobiográfica, alrededor del 1590, y la parte inicial en la que se señala la edad del personaje pudo haber sido escrita alrededor de 1604. Es probable que esta historia del Capitán Cautivo sea una de sus primeras realizaciones en las que presenta al hidalgo amante y servidor de una mujer exótica, sobre todo la figura del hombre maduro que se enamo- ra de una mujer muy joven, que luego sería uno de los temas presentes en sus novelas. Es importante notar que ella no ha envejecido, siempre nos es presentada como una doncella; en cambio, el Capitán sí envejece y luego se verá obligado a aceptar un rol diferente con respecto a esta mujer idealizada e inalcanzable: «...solos quedamos Zoraida y yo... sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo...» (I, 41). Lo idealista pasó ahora a ser realista, y es posible que Cervantes haya invertido, en los pensamientos del hidalgo, la figura de la princesa mora, rica y bella, en la de una moza labradora que conoció hacía algunos doce años: Dulcinea (I, 25). Luego, el cautivo procede a relatar toda la historia, lo cual no llega a ser una historia de amor propiamente dicha, sino más bien la historia de la liberación del cautivo por intercesión de esta mujer que obra de manera milagrosa, o quizá divina. Presenta a Zoraida como un personaje legendario que sirve para fundamentar su fe cristiana. Esta mujer gentil fue elegida por la Virgen para rescatar al esclavo cristiano, y debía abandonar a su padre a causa de su nueva fe. Ella había dado el primer paso, las monedas al pie del Cautivo, la caña en forma de cruz, símbolos que nos hablan de la redención. Pero, en esta redención aparece una relación muy directa entre el Cautivo y la Virgen María, y con Dios también, sin que esté presente todo el aparato religioso que en la época se caracterizaba más bien por su tremenda hipocresía. Cuando en aquel tiempo los judíos eran despreciados y los árabes perseguidos, momentos en que la Reconquista española se hacía cada vez más fuerte, no quedan dudas de que las «conversiones» eran en su mayor parte forzadas. En el Quijote mismo surge el tema de los «cristianos nuevos» y los «cristianos viejos»: «...que yo cristiano viejo soy (decía Sancho a don Quijote), y para ser conde esto me basta» (Q, I, XXI). Pero Cervantes muestra en la historia del Cautivo una conversión genuina, sin intereses humanos o terrenales de por medio. Una simple esclava le había hablado de la Virgen María a Zoraida, quien pasa a creer firmemente en ella y adopta sin ningún tipo de pesar esta nueva fe: «...Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana...»(Q, I, XLI). Pero, como buena cristiana, ella tratará de salvar a otros de sus hermanos y tratará de alejarse de aquellos lugares en los que dominaban las costumbres paganas. No le importa si deberá gastar mucho dinero y, como hará notar más adelante el Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 52 Cautivo en su relato, ella no reniega de vivir en la pobreza, sino que hace de esto un motivo para mostrar la virtud cristiana de la paciencia: «La paciencia con que Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me admira...» (Q, I, XLI). Es llamativo también que en determinado momento ellos deben arribar obligadamente a un lugar llamado de la Cava Rumía, que quiere decir la mala mujer cristiana, «por quien se perdió España». Allí son dejados los moros que llevaban en su embarcación los cautivos que huían, y también el padre de Zoraida. Para estos fugitivos no fue un lugar de mala suerte como para los demás, sino un puerto seguro porque habían rogado «a Dios y a Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese...» Luego habrán de pasar por una dura prueba al ser atacados por un barco francés y ser apresados. Sin embargo, sólo perderán lo material, ya que sus vidas son perdonadas e incluso se les da un poco de dinero y, quizá lo más importante, las vestiduras de Zoraida permanecen intactas, lo que muestra que esta consagrada cristiana era protegida por la Virgen. Los franceses habían pensado matarlos a todos, sin embargo el capitán cambia de parecer. En la Biblia, el mar es a menudo un símbolo del mundo y los naufragios nos hablan simbólicamente del hombre sin Dios atrapado en las fluctuaciones de las corrientes marítimas, que serían las «corrientes de este mundo» (Efesios 2:2). En esta tipología, cuando los hombres involucrados tienen un corazón dispuesto a aceptar a Dios, entonces se produce una salvación milagrosa. En el libro de los Hechos de los Apóstoles hallamos este tópico en el relato en el que el apóstol Pablo viajaba en una embarcación de esclavos, la que tuvo que atravesar una recia tormenta que los obligó a arrojar todas sus pertenencias al mar. El apóstol confía en Dios, por lo que llegan a tierra a salvo y la fe de todos es notoriamente fortalecida. Zoraida no solamente es hermosa y casta, sino que también tiene muchas riquezas. Pero llama la atención que todo lo que ella tiene, todas sus riquezas y virtudes, jamás despertaron en los hombres bajos deseos, sino admiración y veneración. Tanto su entereza espiritual como su pureza virginal (guardada inviolable a través de riesgos y peligros) son cualidades que le fueron concedidas por medio de la Virgen. Desde un punto de vista negativo, Argel fue para Cervantes una cárcel cruel y oscura, pero, desde un punto de vista positivo, fue un lugar donde él pudo efectuar una especie de catarsis, una purificación que lo acercó al amor de una amante perfecta y al amor sublime de la Virgen María. Cuando Zoraida entra en la venta, dice: «-¡No, no, Zoraida: María, María! –dando a entender que se llamaba María y no Zoraida» (Q, I, 37). Esta Zoraida, esta «estrella» guiada por María, había redimido al cautivo de la esclavitud, y no sólo porque ella tenía «muchos dineros», sino porque tenía la guía divina de la Virgen para hacer el viaje desde aquel infierno que era Argel hacia el lugar de plena felicidad junto a sus familiares y amigos. «...aquella venta... era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra». Otro episodio externo, el de la cueva de Montesinos (Q, II, XXIII), también revela datos muy llamativos que hacen pensar en el cautiverio de Argel. Si bien es cierto que este episodio tiene variadas enseñanzas e interpretaciones debido a su calidad literaria y la presentación de lo ficcional y sobrenatural, sólo lo citamos a causa de la relación que tiene la cueva como figura de la prisión. Es cierto que desde el psicoanálisis podemos considerar el descenso a la cueva como la vuelta al vientre materno. No obstante, en el contexto de la estadía en Argel, también podemos observar que la cueva de Montesinos no es una mera prisión para el cuerpo sino para el alma. Don Quijote le preguntó a Sancho cuánto tiempo había estado en la cueva y éste le contestó que una hora, pero don Quijote replicó que había estado tres días y tres noches en aquellas partes remotas y escondidas. Esto recuerda un pasaje del Evangelio que refiere claramente a la muerte como la estadía en el corazón de la tierra por la que tuvo que pasar el Redentor: «Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:40). En la mitología, la cueva representa, entre otras cosas, una especie de cárcel para el alma. De esta forma lo presenta Platón en el mito de la caverna, en La República. La cueva por medio de la cual descendió Ceres al mundo subterráneo en búsqueda de su hermana, también ha sido vista como el mismo mundo. La cueva por lo tanto es el lugar donde las personas están vivas, pero a la vez «muertas» en una especie de cárcel espiritual. A Durandarte le habían quitado el corazón con una filosa daga, sin embargo, puede hablar y rogar como si estuviera vivo. Aquel baño de Argel, aquella prisión oscura y siniestra, bien pudo aparecer en los Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 53 La sombra de Cervantes: el Capitán cautivo sueños profundos de Cervantes y recordarle la enorme prisión en la que se encuentra el hombre que no alcanza a obtener el verdadero amor, la verdadera libertad, la verdadera redención. Es digno de notar cómo comienza el relato de la cueva de Montesinos: «-A obra de doce o catorce estados de la profundidad desta mazmorra...» (II, XXIII) Una mazmorra es una cárcel, una celda subterránea y oscura, que bien hace pensar en los baños de Argel. Se trata de un sueño, el sueño de alguien que ha sido esclavo y recuerda lo sucedido. En un sueño las cosas simplemente ocurren y no puede acusarse a Don Quijote de mentiroso, pues él afirma que todo lo ha visto y palpado. Se ha comprobado que muchas personas que han sufrido la esclavitud, la tortura, la guerra y otras cosas similares, sufren de frecuentes pesadillas y sobresaltos. Cervantes le confiesa a Antonio Veneziani, en 1579, cuando le envía las doce octavas reales que le había ofrecido a su amigo: «Prometo a v.m. como christiano que son tantas las imaginaciones que me fatigan, que no me an dexado cumplir como quería estos versos que a v.m. embío». Es muy probable que Cervantes se sintiera frecuentemente sobresaltado por las terribles imágenes que poblaban sus pensamientos. Él puede utilizar un sueño para presentar una escena ficcional, pero verosímil, en la cual la percepción y la habilidad del lector entran en juego para descubrir, entre otras cosas, los significados de la cueva de Montesinos o del cautiverio de Argel. En el capítulo siguiente, el XXIV, va a ser un árabe justamente, Cide Hamete Benengeli, quien le va a decir al lector lo siguiente: «Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más...» Según Helena Percas, existe un paralelismo entre el deterioro de Belerma descripto en la visión de la cueva de Montesinos, y el del verdadero Hasán que aparece en la Topografía e historia general de Argel, de Fray Diego de Haedo. Cervantes vería a Belerma como si ella se transformara lentamente en Hasán. Interesa comparar las dos descripciones: «Era hombre de 35 años, alto de cuerpo, flaco de carnes, los ojos grandes, encendidos y encarnizados, la nariz larga y afilada, la boca delgada, no demasiadamente barbado, de pelo como castaño y de color cetrino, que declina para amarillo, señales todas de sumala condición» (Topografía e historia general de Argel). «Era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras... y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza. Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas...» (Q, II, XXIII) Aquí pueden verse entremezclados ciertos rasgos, de los cuales algunos son presentados como típicamente masculinos: cejijunta, boca grande, dientes ralos, peladas almendras; y otros como típicamente femeninos: ojos grandes, labios colorados, dientes blancos. Pero hay una muy llamativa coincidencia en cuanto a la amarillez del rostro como una característica del deterioro de la persona, y sobre este adjetivo se toma el trabajo de aclarar que no es debido al mal mensil de las mujeres. Este relato nos hace pensar que en la cueva se ha producido una especie de metamorfosis. Belerma quizá le recuerda a Zoraida, pero también parece que le resulta difícil disociarla a ella de la imagen del terrible Hasán, y éste aparece en el sueño superponiéndose y deformando la imagen de aquella cuya belleza era perfecta. Es que en la cueva de Montesinos, en la prisión del alma, están todos los personajes de carne y hueso que sufren lo terrenal, lo inalcanzable, lo imposible. Allí hay dolor y tristeza. Allí no puede verse la belleza perfecta de la amada. Don Quijote entonces rechaza con justa razón cualquier comparación con su bella Dulcinea, a quien prefiere conocer así como «es quien es». Es recién en la venta, en el lugar que parece el cielo —y no una cárcel—, donde se puede apreciar la belleza en perfección. Pero Cervantes no dice si se puede estar en un lugar a la vez, o en ambos, o en ninguno. Deja esta tarea para su lector, a quien él juzga prudente. Conclusión Indudablemente, los cinco años que vivió Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 54 Estudios e investigaciones Cervantes como esclavo en Argel lo marcaron. En varias de sus obras importantes aparece Argel, la esclavitud, la humillación, el ferviente deseo de libertad. No se trata de conjeturar qué pasaba por la mente del escritor a partir de sus vivencias. Pero observamos que su Quijote lucha por los valores esenciales del ser humano: la libertad, la justicia, el amor, la amistad, la sinceridad, el gozo, la paz, la fe. Acaso era preferible tener una Zoraida o una Dulcinea de belleza incomparable, única en el universo, inalcanzable, antes de gozar del fácil amor licencioso que se vivía en Argel. Cervantes traslada a su lector al cautiverio, a la cueva, al corazón de la tierra, a la oscuridad total, para que éste pueda anhelar y valorar la libertad, la luz, la vida, la felicidad. Cuando parecía imposible obtener la libertad, aparece la bella redentora, con sus monedas, con su caña en forma de cruz, acompañando al redimido a lo largo del viaje, hasta la venta, hasta la nueva vida, allí donde «no hay mesa ni redonda ni cuadrada», y todos pueden comer felices. Entre otras cosas, Cervantes presenta algunos aspectos de la vida del cristiano, quien está, por un lado: «sentado en los cielos» (Efesios 2:6); allí puede ver a Zoraida, a María, la de belleza perfecta; y, por otro lado: «peregrino y extranjero aquí en la tierra»(1.ª Pedro 1: 17); aquí debe ver el rostro de su amada que tiene una amarillez casi deforme a causa del dolor, las injusticias, la hipocresía y todo lo que se vive en esa cueva que nos habla de un mundo hostil, de una gran prisión espiritual. El autor tenía dos posibilidades: resignarse y entregarse por entero a la esclavitud de esta prisión del alma, por el triste precio de un gozo vil y pasajero, renunciando a todos sus valores, su familia, sus amigos, su fe, o luchar para ser libre, aun en la pobreza o la humillación, aun cuando sólo podía darle a su Dulcinea cuatro de las seis monedas que necesitaba, y éstas prestadas. Sufrimiento y gozo, cordura y locura, riqueza y pobreza, vida y muerte, todo está presente en la vida del Capitán Cautivo, y todo está inexorablemente presente en la vida del valeroso caballero de la Triste Figura. Como lo estuvo en Cervantes, como lo está en sus lectores. BIBLIOGRAFÍA ASTRANA MARÍN, Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Reus, 1958. AYALA, Francisco, La invención del Quijote, en Los Ensayos. Teoría y Crítica Literaria, Madrid, Aguilar, 1972. CANAVAGGIO Jean, Cervantes, en busca del perfil perdido, Madrid, Espasa-Calpe, 1992. CHEVALIER, Jean y Gheerbrant, Alain, The Penguin Dictionary of Symbols, Penguin, Londres, 1996. DUNN, Peter, La cueva de Montesinos por fuera y por dentro, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1977. EISENBERG, Daniel ¿Por qué volvió Cervantes de Argel?, ensayo presentado en el I Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Almagro, 1991. FERNÁNDEZ Jaime, Bibliografía del Quijote, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 386-400. MATEU LLOPIS, Felipe, Las monedas de don Quijote y Sancho, en Homenaje a Cervantes, Valencia, Mediterráneo, 1950, tomo II, pp. 320-44. MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino, Historia de las ideas estéticas en España, CSIC, Madrid, 1979. OLIVER ASÍN, Jaime, La hija de Agi Morato en la obra de Cervantes, en Boletín de la Real Academia Española, 27, 1947-48, pp. 245-333. RIQUER, Martín de, Aproximación al Quijote, Buenos Aires, Salvat, 1969. SOLA, Emilio, Cervantes y la Berbería, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. BIBLIA, versión Reina Valera 1960, Sociedades Bíblicas Unidas, 1993. Alfredo Ezequiel Marangone es Corrector Literario por la Universidad del Salvador. Actualmente cursa el último año de la carrera de Letras en la USAL. Es integrante del equipo de Gramma. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 55 LA ELEGÍA PAN Y VINO, DE HÖLDERLIN, LAS ELEGÍAS DE DUINO, DE RILKE Y LOS HIMNOS A LA NOCHE, DE NOVALIS: NÚCLEOS POÉTICOS VINCULANTES por Marcelo Herrera Introducción El término elegía, es sabido, es de origen griego (élegeía) y significa lamentación1. El término «alude al sentimiento que encierra esta composición lírica [...]», que puede responder «o bien a [una profunda vivencia] de tristeza», o bien «[ ... ] centrarse en la exaltación patriótica, o en una evocación amorosa, ya sea gratificadora o de desengaño2. La predilección que tuvieron por este género los poetas alejandrinos Calímaco y Filetas, los romanos Catulo, Propercio y en especial de Tíbulo, el aliento melancólico de las Tristes y Pónticas de Ovidio, constituyen una clara indicación de la importancia que tuvo esta forma poética para la cultura de la Antigüedad clásica. Para comprender la pregnancia de este tipo de composición lírica en la Antigüedad no es un hecho menor, nos parece, el recordar que la religiosidad de aquella cultura no brindaba —como tampoco la nuestra— verdaderas formas de consuelo ante el problema de la muerte, o ante el sentimiento de distancia de los dioses, y de los muertos queridos, respecto de los hombres. Es por eso que la elección de la forma elegía por parte de Hólderlin y Rilke nos señala ya un sentimiento común a ambos, y a nosotros: el dolor por la nostalgia de un mundo distante, anhelado; un mundo de cercanía, de presencia de los dioses. «En la literatura española medieval, nos dice Estebanez Calderón, los poemas de tipo elegíaco presentan un emotivo tono de tristeza, motivada generalmente por la muerte de un ser querido al que se dedican dichas composiciones, a las que se da el ex- presivo título de plancto (llanto)». La muerte, sin embargo, es la puerta a la verdadera vida para esta cultura del Medioevo. En el Barroco, por otra parte «la sección del poema destinada a la lamentación se acorta o es reemplazada por la consolación y el elogio; van desapareciendo los «signos de duelo», y la muerte, por razones religiosas, es presentada como un bien, como «posibilidad de entrada a una vida mejor»3. Es importante señalar este cambio que la irrupción de la fe cristiana medieval y barroca introduce en el tono de la elegía, y que podemos caracterizar así: la consolación predomina ahora sobre la lamentación. Esta aserción es sumamente importante para comprender la diferencia entre el tono general de los Himnos a la Noche, de Novalis —que a pesar de su nombre presentan un íntimo parentesco con la forma elegíaca—, y las Elegías de Hölderlin y de Rilke. Los primeros abrevan en esta religiosidad medieval, y por lo tanto la tristeza, el lamento profundo por la pérdida del ser querido, están compensados por la consideración benéfica de la muerte y de la vida de ultratumba, por la convicción de que es posible un reencuentro con los muertos queridos, y en especial, por la fe en poder llegar, finalmente, «a descansar en la casa del Padre». Respira aquí la certeza consoladora de la cercanía de Dios. En Hölderlin y Rilke, en cambio, late el hálito de la lamentación, del desconsuelo: la pena del que sufre hondamente el destierro y no sabe si podrá regresar, finalmente, al calor del hogar. En las elegías de los siglos XVIII, XIX y XX, continúa diciéndonos Calderón «ha desaparecido el Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 56 tema de la «consolación cristiana» En algunos de estos poemas la muerte es presentada como un acontecimiento natural que confiere a la existencia un sentido de cumplimiento de una misión, de acabamiento de una vida ejemplar que convierte al desaparecido en un ser memorable». Pero no es sólo este sentido, el de la pervivencia en la memoria, el que alumbra las elegías que vamos a intentar escuchar. Ese era, sí, el sentido de la elegía antigua. Algo de eso permanece también, pero ya con otro sentido, en el verso inolvidable de Hölderlin, en su poema titulado, justamente, Andenken: «pero lo que permanece, lo fundan los Poetas»4. Sin embargo, el recordar, el permanecer, resuenan aquí de otra manera, de una nueva manera. Hablamos de algo más que de la idea antigua o renacentista de la fama. Hablamos de un modo del permanecer en el ser, esperando; un modo que no se puede comprender, pero se puede escuchar. Sin embargo, persiste en nosotros, pulsa incesante, ese íntimo anhelo. Lo prueba que el tono de estas elegías no es, en el fondo, de un completo desconsuelo. Constituyen más bien una mano tendida, abierta a lo abierto, ofrecida a la intemperie: esa mano que cree estar sola y que a pesar de sí misma continúa esperando, confiada desconfianza, en alguien que, finalmente, llegue. Estas elegías expresan, para decirlo con palabras de Roberto Juarroz esa intensa, esa obstinada y nunca rendida «militancia de la espera / que anida en algunas cautelosas displicencias». El paradójico esperar sin esperanza que cantaban Crosby, Stills, Nash & Young casi en la muerte de los setenta. Los Himnos a la Noche, en cambio, se parecen mucho más a la elegía cristiana del Medioevo o el Barroco, de la que son directos herederos. La palabra himno, se sabe, nace del verbo griego imneo: exaltar, cantar, celebrar.5 «Es una de las más antiguas formas de creación poética y de ella hay testimonios remotos en la cultura sumeria, acádica y egipcia [ ... ]» 6. Pero aunque los Himnos a la Noche sean una celebración de la consolación de la fe y de la muerte, el tono de tristeza y de melancolía las vincula a las elegías de Hölderlin y Rilke. En las tres obras late una común nostalgia: el anhelo infinito por la casa del Padre. Pero en su andar meditativo, vacilante, las elegías son mucho más cautelosas en su convicción de alcanzarla: están sembradas de preguntas, y acaso por ello tocan más de cerca nuestras propias tristezas. Vamos por eso a escuchar algunos núcleos poéticos fundamentales que laten en los tres poemas; tropos que aparecen en formas diferentes, pero son frutos de una misma pulsación en cada uno de ellos, y a los que cada uno otorga, en la textura de sus palabras, su propia respuesta. Porque al fin, el único camino para volver a la casa del Padre —también es sabido— pasa a través del nacimiento y de la muerte del Verbo. A menos que podamos comprender, alguna vez, que es eso que se significa con la palabra resurrección del Verbo. La relación de adversación como exilio del mundo de la felicidad inocente En los tres poemas que vamos a analizar, las relaciones de adversación que se establecen desde el comienzo señalan un distanciamiento común: la separación del héroe, del poeta, respecto del mundo de felicidad inocente al que todavía los otros hombres pueden pertenecer, y en el que pueden encontrar paz y seguridad. Esta relación es muy clara en el vincula adversativo entre la primera parte y la segunda del primer himno de Novalis. La primera parte ha sido a menudo interpretada como una descripción del mundo del racionalismo del que el poeta se apartará para marchar hacia la noche como símbolo emblemático de la vivencia romántica. En otro trabajo hemos señalado la pobreza de esta interpretación; no la reiteraremos aquí, pero transcribiremos estas dos primeras partes del himno para señalar cómo el pero que marca el inicio de la segunda establece una marca de distancia con respecto al mundo de la felicidad inocente, la luz, la espiritualidad, la respiración, la vida, la comunión de universo, naturaleza, animales y hombres, de la cual el poeta se va a ver apartado por el dolor, para iniciar su descenso-ascenso (paradoja que volveremos a encontrar al final de las elegías de Rilke), atravesando primero un mundo de soledad y apartamiento de la fiesta en el sentido de Hölderlin y Gadamer. No quedan dudas de que este exilio es vivido con pena al comienzo, y de que no es ociosa nuestra aserción de que se trata de un mundo de idílica inocencia que no ha conocido aún el desgarramiento. «En otros espacios abrió la luz sus alegres tiendas» nos dice Novalis al final de esta segunda parte del primer himno «¿No tenía que volver con sus hijos, con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?» (las itálicas son nuestras). Pero veamos todo el mundo de significaciones de estas dos secciones iniciales del himno I que hemos Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 57 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche señalado como separadas adversativamente por el pero (las itálicas en el poema son nuestras). I ¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve, a la que todo lo alegra, la luz –con sus colores, sus rayos y sus ondas; dulce omnipresencia, cuando ella es el alba que despierta? Como el más profundo aliento de la vida la respira el mundo gigantesco de los astros, que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules –la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la tierra, y el salvaje y ardiente animal multiforme –pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero, de ojos pensativos y andar flotante, de labios dulcemente cerrados y llenos de música. Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre, la luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros, ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la tierra con su imagen celeste –su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo. Pero me vuelvo hacia el valle, a la sacra, indecible, misteriosa Noche. Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta– desierta y solitaria estancia. Por las cuerdas del pecho sopla profunda melancolía. En gotas de radio quiero hundirme y mezclarme con la ceniza. Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez, breves alegrías de una larga vida y vanas esperanzas se acercan en grises ropajes, como niebla del atardecer tras la puesta del sal. En otros espacios abrió la luz sus alegres tiendas. ¿No tenía que volver con sus hijos, con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia? Esta misma inocencia universal, quebrada por el surgimiento de la conciencia del dolor y la muerte, se traslada en el himno V al plano universal. Aquí la adversación esta adelantada en las primeras palabras de la sección inicial en prosa del himno, y señalada definitivamente por las últimas y por el paso a la forma versificada. Pero después de las tres estrofas de versos, el nuevo pasaje a la prosa, aunque completa la idea de la perdida arcádica, anuncia ya el regreso de los dioses transfigurados en el advenimiento de Cristo y en la redención del mundo —fe incondicional en la que remansa el final de este himno V, que aquí no reproducimos sino hasta el anuncio de la venida de Cristo— (itálicas nuestras): V Sobre los amplios linajes del hombre reinaba, hace siglos, con mudo poder, un destino de hierro. Pesada, oscura venda envolvía su alma temerosa. La tierra era infinita –morada y patria de los dioses. Desde la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura. Sobre los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar, moraba el sol, la luz viva que todo lo inflama. Un viejo gigante llevaba en sus hombros el mundo feliz. Encerrados bajo las montañas, yacían los hijos primeros de la madre Tierra. Impotentes en su furor destructor contra la nueva y magnifica estirpe de los dioses y la de sus allegados, los hombres alegres. La sima oscura y verde del mar era el seno de una diosa. En las grutas cristalinas retozaba un pueblo próspero y feliz. Ríos y árboles, animales y flores tenían sentido humano. Dulce era el vino, servido por la juventud, visible en su auge –un dios en las uvas– una diosa, amantes y maternal, creciendo hacia el cielo en la plenitud y el oro de las espigas, la sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la mas bella de las dioses –eterna, policroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la tierra, pasaba, rumorosa, la vida, como una primavera, a través de los siglos. Todas las generaciones veneraban con fervor infantil la tierna llama, la llama de mil formas, como lo supremo del mundo. Un pensamiento solo fue, una espantosa imagen vista en sueños. Terrible se acercó a la alegre mesa, y en salvaje pavor envolvía el alma; ni los dioses supieron consolar el pecho acongojado de tristeza. Por sendas misteriosas llegó el Mal; a su furor fue inútil toda súplica. Era la muerte, que el bello festín interrumpía con dolor y lagrimas. Entonces, separado para siempre de lo que alegra aquí el corazón; lejos de los amigos, que en la tierra nostalgia sufren y dolor sin fin, parecía que el muerto conocía sólo un pesado sueño, inútil lucha. De los placeres se rompió la ola contra una roca de infinito tedio. Con alto ardor, con atrevido espíritu, el hombre embelleció la horrible máscara; un tierno adolescente ha apagado la luz y ahora descansa, y es suave como el viento en el arpa el fin del día. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 58 Se funden los recuerdos en las aguas oscuras, refrescantes de las sombras; la poesía cantó nuestra tristeza, mas el misterio de la eterna noche seguía todavía inescrutado, el grave signo de un poder lejano. A su fin se inclinaba el viejo mundo. Se marchitaba el jardín de delicias de la joven estirpe –hacia arriba, al libre espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir, los que ya eran niños, los que iban creciendo hacia su edad madura. Huyeron los dioses, con todo su séquito. Sola y sin vida estaba la Naturaleza. Con cadena de hierro ató el árido número y la estricta medida. Como en polvo y en brisas se deshizo en oscuras palabras la inmensa floración de la vida. Había huido la fe que conjura y la compañera de los dioses, la que todo lo muda, la que todo lo hermana, la Fantasía. Frío y hostil soplaba un viento del Norte sobre el campo aterido, y el país del milagro, la patria entumecida por el frío, se levantó hacia el éter. Las lejanías del cielo se llenaron de mundos de luz. Al profundo santuario, a los altos espacios del espíritu se retiró con sus fuerzas el ama del mundo –para reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo. La luz ya no fue más la mansión de los dioses y el signo del cielo –con el velo de la Noche se cubrieron. La Noche fue el gran seno de la revelación –a él regresaron los dioses– en él se durmieron, para resurgir, en nuevas y magnificas figuras, ante el mundo transfigurado. En el pueblo, despreciado por todos, madurado temprano, tercamente extraño a la feliz inocencia de su juventud, apareció, con rostro nunca visto, el mundo nuevo. En la poética cueva de la pobreza –un Hijo de la primera Virgen y Madre– de un misterioso abrazo el infinito fruto. Rico en flor y en presagios, el saber de Oriente reconoció el primero el comienzo de los nuevos tiempos. Una estrella le señaló el camino que llevaba a la humilde cuna del Rey. Similar relación de adversación a las que hemos señalado en estos himnos, en especial el I, nos sale al encuentro cuando escuchamos los primeros versos de Pan y Vino (itálicas nuestras): I A nuestro alrededor, la ciudad descansa. Las calles alumbradas están silenciosas y adornados con /antorchas pasan los carruajes con un rápido ruido. Saciadas de los bienes del día, la gente vuelve a /sus casas y alguna cabeza prudente sopesa ganancias y /pérdidas en la paz del hogar. Vacío de uvas y flores y de faenas humanas, también se adormece el /mercado. Pero una música nos llega de lejanos jardines. quizás sea un enamorado o un solitario que sueña con distantes amigos y tiempos juveniles. Al mundo de inocente –aunque quizás trivial– felicidad de los hombres no marcados por el dolor y la nostalgia (los que descansan en silencio, saciados de los bienes del día y ajenos a la desazón de la noche, los que tienen una casa, hogar de paz donde retornar, los que se han llevado del mercado ahora también adormecido las flores de la alegría y las uvas del vino sagrado y embriagante), Hölderlin opone el anhelo melancólico del solitario y enamorado –dos marcas esenciales del Dichter–, que está en un lejano jardín –es decir sin hogar, en el monte de los Olivos, apartado de la ciudad y los hombres–, y a quien el poeta nos lo presenta como a los antiguos aedos: haciendo música y soñando con distantes amigos y tiempos juveniles; y por tanto, perdidos. Esta relación aparece invertida en el comienzo de las dos primeras Elegías de Rilke. Al inicio de la primera se nos plantea ya la adversación, el exilio, la soledad, la inutilidad del grito del grito que clama una respuesta de un mundo de ángeles y dioses que ya no es el de los hombres. Este mundo es el opuesto especular del mundo de la inocencia, de la cercanía angélica, que se nos recuerda después, al inicio de la segunda elegía, introducido por el conocido, clásico pero también medieval y nostálgico tópico del ubi sunt. Hölderlin lo había usado ya en Pan y Vino: IV [...] Pero ¿dónde están los tronos? ¿Dónde los /templos Y las copas llenas de néctar? ¿Y los himnos /compuestos Para agradar a los dioses? ¿Dónde brillan Tus oráculos de lejanos efectos? ¿Dónde resuena La gran voz del destino? ¿Dónde está ese destino /rápido? ¿Acaso aún desciende lleno de dichas presentes cegando los ojos, desde el aires claro, con fragor /de trueno? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 59 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche VI Segunda elegía ¿Pero dónde se hallan? ¿Dónde las coronas de la /fiesta? ¿Dónde florecen las célebres ciudades? Atenas y /Tebas languidecen, mustias. ¿Ha cesado en Olimpia el /ruido de las armas y el estrépito de los carros dorados en la arena? ¿Ya no se les pone guirnaldas de flores a las naves /corintias? ¿Por qué están mudos los antiguos teatros sagrados e inmóvil la danza ritual que expresaba la dicha? ¿Acaso no hay dios que marque, como antes, la /frente del hombre, Y a su predilecto le ponga su sello como en otros /tiempos? [...] Dónde están los días de Tobías, cuando uno de los más resplandecientes [ángeles] /se detenía ante la sencilla puerta de la casa, un poco disfrazado para el viaje y ya no tan terrible; (joven ante el joven, cuando miraba curioso hacia afuera). Si ahora apareciese el Arcángel, el peligroso, tras /las estrellas, sólo un paso hacia abajo y acá: rebotando hacia /lo alto nos mataría nuestro propio corazón. ¿Qué son /ustedes? El orden temporal de la relación de adversación en la composición de las Elegías Duino, decíamos, está invertido; pero no la relación cronológica en la experiencia humana: el exilio es consecuencia de una separación respecto de un mundo arcádico inicial. Tempranos afortunados, ustedes, mimados de la /creación. Serranías, enrojecidos picachos aurorales de todo lo formado —polen de la divinidad /floreciente, articulaciones de luz, pasillos, escaleras, tronos, espacios de esencia, escudos de fruición, tumultos de un sentir tormentosamente entusiasmado, y repentinamente, cada uno, Espejo: que recoge de nuevo la propia /belleza desbordada hacia sus propios rostros. Primera elegía ¿Quién, pues, si yo gritara, me oiría entre la jerarquía de los ángeles?, y si repentinamente uno me llevara hacia su corazón, yo me desvanecería ante su más /fuerte existencia. Porque lo bello no es más que el inicio de lo terrible, que todavía apenas soportamos, y lo admiramos tanto porque serenamente rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible. Y así me contengo y ahogo la llamada de mis sombríos sollozos. ¡Ah! ¿A quién podemos acudir? Ni a ángeles ni a hombres, y los ingeniosos animales bien advierten que no estamos muy confiados en casa en este mundo interpretado.[...] Sí, las primaveras tal vez te necesitaban. Más de una estrella te exigía que la sintieras. Una ola se alzaba llegando del pasado, o cuando tú pasabas junto a la ventana abierta, un violín se te entregaba. Todo eso era una misión. Pero, ¿la cumpliste? [...] Después retorna Rilke en esta misma elegía, con una nueva adversación más sutil, al tono de lamentación de la primera elegía por aquello a lo que nosotros no podemos acceder, pero aparece, insinuada, una esperanza, una tonalidad como de tímida pregunta: «¿Sabe pues a nosotros el espacio del universo en el que nos disolvemos? ¿Capturan los ángeles, realmente, sólo lo suyo, su propio desbordamiento, o se encuentra a veces en ello, como por error, un poco de nuestras naturalezas?» Pues nosotros, donde sentimos, nos desvanecemos; /ah!, nos disipamos en expiración; de brasa en brasa despedimos olor más débil. [...] Como rocío de hierba en la mañana, se alza lo nuestro de nosotros, como el calor de un plato caliente. Oh sonrisa, ¿adónde? Oh mirar /alzado: nueva, cálida, ola emanante del corazón; Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 60 Estudios e investigaciones ay de mí: sin embargo, somos. ¿Sabe pues a /nosotros el espacio del universo en el que nos disolvemos? ¿Capturan los ángeles, realmente, sólo lo suyo, su propio desbordamiento, o se encuentra a veces en ello, como por error, un /poco de nuestras naturalezas? ¿Estamos nosotros tan /solos mezclados a sus rasgos como la vaguedad en los /rostros de las mujeres embarazadas? Ellos no lo advierten durante el remolino del regreso hacia sí mismos. (¿Cómo podrían notarlo?) Esta tonalidad débilmente esperanzada nos lleva al motivo con el que queremos cerrar el tratamiento de este tropo. Los tres apartamientos se realizan hacia la noche. Sin embargo, ella no será consuelo similar para Hólderlin y Rilke como lo es para Novalis. Veamos algunos fragmentos de la tercera parte del himno I y del himno II (itálicas nuestras): ritu consuma mi cuerpo, que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente, y así va a ser nuestra noche de bodas. II [...] Sagrado Sueño –no escatimes la felicidad a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche. Solamente los locos te desconocen y no saben del Sueño, de esta sombra que tú, compasiva, en aquel crepúsculo de la verdadera Noche, arrojas sobre nosotros. Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas –en el maravilloso aceite del almendro y el pardo jugo de la adormidera. Ellos no saben que tú eres la que envuelve los pechos de la tierna muchacha y convierte su seno en un cielo –ellos ni barruntan siquiera que tú, viniendo de antiguas historias, sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados, de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios. ¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía? ¿Te complaces también en nosotros, Noche oscura? ¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma? Un bálsamo exquisito destila de tu mano En cambio, en Pan y Vino, nos dice Hölderlin, prodigando nuevas adversaciones (itálicas nuestras): [...] por ti levantan el vuela las pesadas alas del espíritu. ¡Qué pobre y mezquina me parece ahora la Luz! ¡Qué alegre y bendita la despedida del día! Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores, por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas, para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia. Más celestes que aquellas centelleantes estrellas nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros. Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos –sin necesitar la Luz, ellos penetran las honduras de un espíritu que ama– y esto llena de indecible delicia un espacio más alto. Gloria a la Reina del mundo, a la gran anunciadora de universos sagrados, a la tuteladora del amor dichoso –ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable sol de la Noche– ahora permanezco despierto –porque soy Tuyo y soy Mío– tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida –tú me has hecho para los hombres– que el ardor del espí- [...] Y llega la noche inspirada, cubierta de estrellas y ajena sin duda a la /inquietud humana; y brillante y misteriosa –forastera en medio de /los hombres sube triste y espléndida por las colinas. I II [...] Nadie sabe cuánto y cuáles son los beneficios que confiere. Aunque mueva el mundo y despierte la esperanza /en el alma humana ni lo sabios logran sondear sus designios [...] Mas para que en este lapso indeciso haya algo de palpable entre las tinieblas es preciso que ella nos dé la divina ebriedad del éxtasis y el /olvido, y el inagotable verbo que como el amor nunca se adormece [...] Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 61 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche III a los espacios que respiramos; quizás los pájaros sientan el aire dilatado con un vuelo más íntimo. [...] Cada uno persigue esa meta y alcanza hasta donde puede [...] Hemos de reconocer, sin embargo, que un atisbo más esperanzado había surgido ya antes en la primera estrofa de Pan y Vino, justo después de los versos que glosamos al comienzo sobre el apartamiento del poeta en el jardín lejano, ya que se nos dice que en él: «[...] las fuentes [con toda la intensa carga simbólica de esta imagen], inagotables y frescas, murmuran junto a los perfumados arriates. Ahora una brisa huidiza sacude las copas del soto». Son las fuentes y la brisa de San Juan de la Cruz, que murmuran en la noche. Y si este jardín lejano y secreto no es otro que el jardín interior cantado por el santo y por los poetas árabes, entonces estos versos resuenan en aquellos otros de Rilke: Dónde, oh dónde está el lugar –lo llevo en el /corazón donde ellos ya no podían [...] Y de repente, en ese penoso no-lugar, de repente el lugar indecible [...] Pero aún así, tenemos que reconocer que en las Elegías de Duino es aún mayor el desasosiego, el escaso consuelo que nos puede aportar la llegada de la noche. Veamos algunos versos de la primera elegía que así nos conmueven (itálicas nuestras): [...] ¿No estabas acaso siempre distraído por la espera, como si todo te anunciara una amante? (Dónde pretendes albergarla, si las grandes ideas extrañas van y vienen a ti y a menudo se quedan contigo durante la /noche.) [...] Sin embargo, en los tres poemas, aunque en especial en Rilke y Novalis, la noche es símbolo de la inmersión interior en el mundo del dolor, imagen del descenso en uno mismo y de la transformación interior, resultante de esa inmersión. Retomaremos esto en el último apartado de este trabajo; ahora veamos el camino, el estrecho pasaje necesario para esa transformación: la aceptación de la pena primordial como fuente de un nuevo nacimiento. El tránsito a través de la pena como camino para la redención Es muy claro el valor redentor de la inmersión en el dolor en la estructura de los Himnos a la Noche. Sólo porque existe esa aceptación suprema del sufrimiento en la segunda parte del primer himno puede surgir el consuelo de la tercera que ya hemos señalado, y que se repite en otros himnos (itálicas nuestras): III [...] Nos queda tal vez en la pendiente algún árbol, que cotidianamente podríamos ver; nos queda la calle de ayer y la mimada lealtad de una costumbre, que se placía con nosotros y así permaneció y no /se fue. Oh, y la noche, la noche, cuando el viento pleno del espacio nos lacera el rostro. ¿A quién no le queda la noche, la deseada, plácido desengaño, inminente fatiga para el corazón aislado? ¿Es ella más leve para /los amantes? ¡Ah!, ellos sólo ocultan el uno al otro su destino. ¿No lo sabes todavía? Lanza el vacío desde /tus brazos Antaño, cuando yo derramaba amargas lágrimas; cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza, y cuando estaba en la estéril colina, que, en angosto y oscuro lugar, albergaba la imagen de mi vida –solo, como jamás estuvo nunca un solitario, hostigado por un miedo indecible– sin fuerzas, pensando únicamente en la miseria. Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro –avanzar no podía, retroceder tampoco– y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía, entonces, de horizontes lejanos azules, de las cimas de mi antigua deatitud, llegó un escalofrío de crepúsculo –y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento–, se rompieron las cadenas de la Luz. Huyó la maravilla de la tierra y huyó con ella mi tristeza –la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable– ebriedad de la Noche, Sueño Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 62 del Cielo, tú viniste sobre mí –el paisaje se fue levantando dulcemente; sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu, libre de ataduras, nacido de nuevo. En nube de polvo se convirtió la colina –a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada. En sus ojos descansaba la eternidad –cogí sus manos, y las lágrimas se hicieron un vínculo centelleante, indestructible. Pasaron milenios, descendían huyendo a la lejanía, como huracanes. Apoyado en su hombre lloré; lloré lágrimas de encanto para la nueva vida. Fue el primero, el único Sueño –y desde entonces, desde entonces sólo siento una fe eterna, una inmutable confianza en el Cielo de la Noche, y en la luz de este Cielo: la Amada. IV Ahora sé cuándo será la última mañana, cuándo la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor, cuándo el sueño será eterno y será solamente una Visión inagotable, un Sueño. Celeste cansancio siento en mí –larga y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada la cruz. La ola cristalina, al sentido ordinario imperceptible, brota en el oscuro seno de la colina; a sus pies rompe la terrestre corriente; quien ha gustado de ella, quien ha estado arriba en el monte que separa los dos reinos y ha mirado al otro lado, a la nueva tierra, a la morada de la Noche — en verdad, éste ya no regresa a la agitación del mundo, a la tierra en que anida la Luz en eterna inquietud. Arriba se construyen cabañas, cabañas de paz, anhela y ama, mira al otro lado, hasta que la más esperada de todas las horas le hace descender y le lleva al lugar donde mana la fuente —sobre él flota lo terreno, las tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre, pero lo que el toque del Amor santificó fluye disuelto por ocultas galerías, al reino del más allá, donde, como perfumes, se mezcla con los amados que duermen en lo eterno [...] En un trabajo anterior sobre La Nariz, de Nicolai Gogol, hemos señalado, citando a Journet7, que aunque el sufrimiento es un mal en cuanto privación de la alegría que debiera tener la vida humana en plenitud, es también un bien en cuanto supone la conciencia de la privación, la conciencia del mal, y por ende la posibilidad de la redención y la transformación. Algo de esto destilan en las palabras de Hölderlin: III En vano ocultamos en lo hondo del pecho nuestros /corazones [...] V [...] Pero así es el hombre; cuando la dicha está /a su alcance y un dios en persona se la trae, no lo reconoce. Pero desde que sufre, entonces sabe expresar lo /que quiere, y entonces las palabras justas se abren como /flores. Y también en la primera elegía de Rilke, que a diferencia de Novalis nos sugiere que hasta el consuelo de la Amada debe ser abandonado en este descenso al oscuro valle del dolor indecible: [...] ¿No deberían volverse fértiles, finalmente, /éstos, los más viejos dolores? ¿No es tiempo ya de que /quienes amamos nos liberemos del amado y resistamos vibrando: como la flecha resiste a la cuerda, para ser en el /impulso de su salto más que ella misma? Porque no hay que permanecer /en ninguna parte. Más adelante, sin embargo, acepta lo que ya con Novalis sabemos: no podemos renunciar a ellos; somos nosotros quienes necesitamos de los muertos queridos, no ellos de nosotros. [...] ¡Voces, voces! Escucha, corazón mío, como /sólo escucharon los santos: tanto que la gigantesca /llamada los alzaba del suelo; pero ellos quedaron impasibles, de rodillas y no atendían: así estaban de entregados a la escucha. No es que /puedas soportar la voz de Dios, de alguna manera. Pero escucha Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 63 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche VI este soplo, el informe incesante que surge del silencio. Un rumor, desde aquellos jóvenes muertos, viene /ahora hacia ti [...] [...] Finalmente no nos necesitan ya los tempranos /elegidos de la otra esfera, uno se separa suavemente de lo terreno, como nos deshabituamos dulcemente del pecho de la madre. Pero nosotros, que /necesitamos de tan grandes misterios, para quienes un progreso dichoso ha salido a menudo de la tristeza: ¿podríamos /ser sin ellos? [...] Resistir vibrando: la imposibilidad de soportar la presencia de Dios Es sabido desde el mito de Zeus y Semele, desde la Biblia: nadie puede ver a Dios sin morir. Nadie puede soportar la plenitud de la belleza, el bien, y la verdad dentro de la frágil barca de su existencia mortal. «Cada uno persigue esa meta y alcanza hasta donde puede», nos dijo antes Hölderlin, y en este alcanzar la plenitud posible radica la felicidad humana. Por eso se lamenta San Juan de la Cruz: «que muero porque no muero». Esa conciencia es profunda y dolorosa en todos los poetas que nos ocupan; En Novalis despierta, como en San Juan, la fe inconmovible y la nostalgia de la muerte: en los elegíacos, más escaldados después del abandono de la inocencia, la dulce y a veces insoportable tensión del anhelo y de la espera. NOSTALGIA DE LA MUERTE Descendamos al seno de la tierra, dejemos los imperios de la Luz; el golpe y el fulgor de los dolores son la alegre señal de la partida. Veloces, en angosta embarcación, a la orilla del Cielo llegaremos [...] [...] Bajemos a encontrar la dulce Amada, a Jesús, el Amado, descendamos. No temáis ya: el atardecer comienza para aquellos que aman y se afligen. Un sueño rompe nuestras ataduras y en el seno del Padre nos sumerge. No tiene la misma fe el doloroso y lúcido Hölderlin. Tampoco parece creer que podamos llegar al cielo en nuestra barca (itálicas nuestras): V Al principio llegan sin ser percibidos. Sus hijos se rebelan contra ellos: /demasiado luminosa y deslumbrante les parece la felicidad. El hombre teme a los dioses [...] [...] Pero así es el hombre; cuando la dicha está a /su alcance y un dios en persona se la trae, no lo reconoce. Pero desde que sufre, entonces sabe expresar lo /que quiere, y entonces las palabras justas se abren como flores. Novalis nos lo dice sin dudar. (Itálicas nuestras): VI III [...] Fue el primero, el único Sueño —y desde entonces, desde entonces sólo siento una fe eterna, una inmutable confianza en el Cielo de la Noche, y en la luz de este Cielo: la Amada. En un salto de fe prodigioso, termina así sus Himnos a la Noche: ¿Por qué están mudos los antiguos teatros sagrados e inmóvil la danza ritual que expresaba la dicha? ¿Acaso no hay dios que marque, como antes, la /frente del hombre, y a su predilecto le ponga su sello como en otros /tiempos? A veces, con figura humana, aparecía en persona para concluir en reconfortante acuerdo la fiesta /divina. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 64 Estudios e investigaciones VII por el reino del Amor, servidores del templo de !a muerte divina, tuyos para la Eternidad. ¡Pero llegamos demasiado tarde, amigo! Sin duda /los dioses aún viven, pero encima de nuestras cabezas, en /otro mundo; allá obran sin cesar, sin ocuparse de nuestra suerte, ¡tanto nos cuidan los inmortales! Pues a menudo un frágil navío no puede contenerlos, y el /hombre no soporta más que por instantes la plenitud /divina. Después, la vida no es sino soñar con ellos. /Pero el yerro es útil, como el sueño, y la angustia y la noche /fortalecen, mientras llegue la hora [...] Entretanto, a veces se me ocurre que es mejor dormir que vivir sin compañeros y en constante espera. ¿Qué hacer hasta ese día /futuro? ¿Qué decir? No lo sé. ¿Para qué poetas en estos /tiempos de miseria? Pero son –me dices–, semejantes a los sacerdotes /del dios de las viñas que en las noches sagradas andaban de un lugar /en otro. Incluso la venida de Cristo, de quien nos dice Novalis: V Tú eres el joven que desde hace tiempo estás pensando, sobre nuestras tumbas: un signo de consuelo en las tinieblas, alegre comenzar de un nuevo hombre. Aquello que nos hunde en la Tristeza en un dulce anhelar de aquí nos saca: la Muerte nos anuncia eterna Vida, tú eres la Muerte y sólo Tú nos salvas. Y en quien toda la Humanidad encuentra la plenitud de la redención posible: V Largo tiempo transcurrió desde entonces, y en creciente esplendor se agitó tu nueva creación –y miles de hombres siguieron tus pasos: dolores y angustias, la fe y la añoranza les llevaron confiados detrás de ti– contigo y la Virgen celeste caminan Se levantó la losa. Resucitó la Humanidad. Tuyos para siempre somos, no sentimos ya lazos. Huye la amarga pena ante el cáliz de Oro, vida y Tierra cedieron en la última Cena. La muerte llama a bodas. Con luz arden las lámparas. Las vírgenes ya esperan, no va a faltar aceite, que a lo lejos se oiga el cortejo que llega, que los astros nos hablen con voz y acento humanos. (...) El amor se prodiga: ya no hay separación. La vida, llena, ondea como un mar infinito; una noche de gozo, un eterno poema. Encuentra en cambio en Hölderlin un sabor de preparación: apenas un atisbo de la plenitud, un consuelo hasta la verdadera Presencia, una espera hasta el advenimiento del Ser (itálicas nuestras): VIII Así, cuando en un tiempo que ahora nos parece /remoto, todos los que embellecían la vida huyeron al cielo, cuando el Padre apartó de los hombres su mirada y un justificado luto comenzó a expandirse por la /tierra, lleno de divinos consuelos un genio apacible vino hasta nosotros, el último de todos, y antes de desaparecer anunció el fin del día, dejando como signo de su advenimiento pasado y /futuro, algunos bienes del coro celestial, los que /humanamente podemos disfrutar, como antes. Pero el don supremo, el goce puro y espiritual todavía es demasiado grande para los hombres Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 65 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche /del presente. Y faltan los fuertes que saboreen esas supremas /alegrías, aunque todavía vive algún oculto reconocimiento [...] Similar a la sensibilidad de Hölderlin, y acaso a la nuestra, es la vivencia de Rilke respecto de la posibilidad del acceso a la presencia divina: Primera elegía ¡Quién, pues, si yo gritara, me oiría entre la jerarquía de los ángeles?, y si repentinamente uno me llevara hacia su corazón, yo me desvanecería ante su más /fuerte existencia. Porque lo bello no es más que el inicio de lo terrible, que todavía apenas soportamos, y lo admiramos tanto porque serenamente rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible [...] [...] No es que puedas soportar la voz de Dios, de alguna manera. Pero escucha /este soplo, el informe incesante que surge del silencio [...] La venida de Cristo, que se menciona casi desapercibida en esta primera elegía, es vivida aquí, al igual que en Hölderlin, como apenas un consuelo. Incluso cabe decir que ya no es sentida como una presencia que recuerda a los dioses, sino apenas como un eco en el vacío de esa presencia. Es vana la leyenda, en la que antaño, en la lamentación por Linos, osara la primera música penetrar la pétrea rigidez; tanto que sólo allí, en el espacio empavorecido de /donde surgió de súbito y para siempre el adolescente casi /divino, el vacío vibró originando esas ondas que ahora /nos arrebatan, nos consuelan y nos ayudan. El ascenso a través del descenso: el camino de la transformación interior «Hacia adentro va el camino misterioso», dice Novalis en sus Fragmentos8. «En ninguna parte sino dentro de nosotros, está la eternidad con sus mundos, el pasado y el porvenir». El camino del descenso hacia la noche y el valle, el encuentro de Dios en la Amada en el santuario interior del alma, sin necesidad ya de un templo exterior, la muerte íntima que da nacimiento a una nueva vida, el llanto feliz en el hombro de la Amada, que no es otra que la Lamentación y la Pena primordial de las que nacerá el aceite redentor del almendro, la flor del avellano; todas ellas son palabras-símbolo, estaciones en el via crucis novaliano que reencontramos en las elegías de Rilke. Primero, sin embargo, escuchemos el himno final de Novalis, Nostalgia de la muerte: VI NOSTALGIA DE LA MUERTE Descendamos al seno de la tierra, dejemos los imperios de la Luz; el golpe y el fulgor de los dolores son la alegre señal de la partida. Veloces, en angosta embarcación, a la orilla del Cielo llegaremos. Gloria y honor a la Noche sin fin, el Sueño eterno sea alabado. El día, con su sol, nos calentó, una larga aflicción nos marchitó. Dejó ya de atraernos lo lejano, queremos ir a la casa del Padre. ¿En esta tierra qué vamos a hacer con nuestro amor, nuestra fidelidad? El hombre abandonó todo lo viejo; ahora va a estar solo y afligido. Quien amó con piedad el mundo pasado no sabrá ya qué hacer en este mundo. Los tiempos en que aún nuestros sentidos ardían luminosos, como llamas; los tiempos en que el hombre conocía el rostro y la mano de su Padre; en que algunos, sencillos y profundos, conservaban la impronta de la Imagen. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e investigaciones 66 Los tiempos en que aún, ricos en flores, los antiguos linajes destellaban y en que los niños, por ganar el cielo, buscaban los tormentos y la muerte; y en medio de la vida y la alegría algunos pechos el amor rompía. Tiempos en que, en ardor de juventud, el mismo Dios al hombre se mostraba, con amoroso ánimo entregaba su dulce vida a una temprana muerte, sin rechazar angustias ni dolores, tan sólo por estar a nuestro lado. Medrosos y nostálgicos los vemos, velado por las sombras de la Noche; jamás en este mundo temporal se calmará la sed que nos abrasa. Debemos regresar a nuestra patria, este sagrado tiempo allí veremos. ¿Qué es lo que nos retiene aún aquí? Los amados descansan hace tiempo. En su tumba termina nuestra vida; miedo y dolor invaden nuestra alma. Ya no tenemos nada que buscar — harto está el corazón — vacío el mundo. De un modo misterioso e infinito, un dulce escalofrío nos anega — como si de profundas lejanías se oyera resonar nuestra tristeza: ¿Será que los amados nos recuerdan y nos mandan su aliento de añoranza? Bajemos a encontrar la dulce Amada, a Jesús, el Amado, descendamos — No temáis ya: el atardecer comienza para aquellos que aman y se afligen. Un sueño rompe nuestras ataduras y en el seno del Padre nos sumerge. ¿Será que los amados nos recuerdan y nos mandan su aliento de añoranza? Esta es la clave, para Héctor Mandrioni, de la posibilidad de comprender el sentido de las Elegías de Duino y en especial la Décima. Si lográramos escuchar las voces que nos proponía la Primera Elegía, el rumor de los jóvenes muertos, el soplo incesante que surge del silencio, tal vez ellos nos darían una palabra, un símbolo, para transformar finalmente «estos, los más viejos dolores». Bajemos ahora, descendamos por el camino que nos señalan las elegías, en especial la última, y encontraremos que el itinerario que nos proponen no es tan diferente del de los Himnos. Partiendo desde el fragmento novaliano que recordamos al inicio de este apartado, y pasando por todas las palabras-símbolo que mencionamos y que ahora, en las elegías, reencontraremos (itálicas nuestras, excepto en la última estrofa), recorramos el sendero que Rilke desde la primera elegía nos está sugiriendo: Séptima elegía [...] Visible queremos alzarlo; sin embargo, la más visible /dicha se nos entrega sólo cuando la transformamos /dentro de nosotros. En ningún lugar, amada, será universo, sino /adentro. Nuestra vida transcurre en transformación. Y siempre disminuye lo exterior [...] [...] Templos no conoce más. Ese derroche del /corazón lo ahorramos más secretamente. Sí, donde todavía sobrevive una, una cosa un día rezada, servida, de rodillas, se sostiene tal como es, ya a lo invisible. Muchos no la notan ya, sin el beneficio, no /obstante, de que la construyen ahora interiormente, con /pilares y estatuas, ¡más grande! [...] Novena elegía [...] Tierra, ¿no es eso lo que tú quieres: invisible resurgir en nosotros? ¿No es acaso tu sueño, ser invisible una vez? ¡Tierra!, ¡invisible! ¿Qué sino la transformación es tu insistente /exigencia Tierra, querida, yo quiero. Oh crees que no se necesitan más tus primaveras para vencerme, una, ah, una única es ya demasiado para la sangre. Infinitamente estoy dispuesto hacia ti, desde lejos, siempre tenías razón, y tu sacra invención es la muerte íntima. [...] Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 67 Pan y Vino, Elegías de Duino, Himnos a la Noche Décima elegía Pero el muerto debe irse, y, silenciosa, la más /vieja Lamentación lo lleva hasta la quebrada del valle donde brilla al claro de luna la fuente de la alegría. En veneración la nombra diciendo: Entre los vivos ella es un río potente. Detenidos al pie de las montañas. Y allí ella lo abraza, llorando. Él asciende solitario hacia las montañas de la /pena primordial. Y ni una vez su paso suena en el mudo destino. Pero si resucitaran en nosotros los infinitos /muertos, una metáfora, mira, señalarían quizás hacia los lamentos de la avellana deshojada, los colgantes, o pensarían en la lluvia, que cae sobre la oscura /tierra en primavera. Y nosotros, que pensamos en una dicha ascendente, experimentaríamos la emoción que casi nos sobresalta cuando algo feliz cae. Escuchemos con Mandrioni9 el valor de estos dos símbolos, y lo que en ellos ese rumor infinito nos está diciendo. Volvamos hacia los versos finales de Pan y Vino. Porque tal vez lo que entonces vimos como preparación, como espera, no sea un anhelo que se despliegue en el tiempo. Tal vez Hölderlin nos haya dicho, con su infinita delicadeza, que estamos esperando aquello que ya en nosotros tenemos. Él mismo nos ha advertido antes, con sonrisa compasiva por nuestra incomprensión, que: [...] así es el hombre; cuando la dicha está a su /alcance y un dios en persona se la trae, no lo reconoce. Pero desde que sufre, entonces sabe expresar lo /que quiere, y entonces las palabras justas se abren como flores. Veamos los versos finales de Pan y Vino, pensándolos de nuevo a la luz de las Elegías de Duino. Leer, reflexiona Gadamer10, es dejar que le hablen a uno. Leamos a Hölderlin y tratemos de entender de qué nos habla. VIII Por eso, los poetas dedican al dios del vino graves /cantos, que para el antiguo dios no son vana quimera. IX ¡Y tienen razón al decirlo! Pues reconcilia la noche /y el día, guía a las constelaciones que suben y declinan en /eterna marcha, dichoso en todo tiempo, como el follaje perenne /del pino y como la corona de hiedra que se eligiera; porque este dios se ha quedado y a los hombres sin /dioses, abandonados en tinieblas subterráneas, les provoca el recuerdo de los dioses idos. Porque en nosotros se cumple lo que antiguos /poemas predijeron a los hijos de Dios: nosotros ¡nosotros! somos el verdadero fruto de las Hespérides. Con preciso milagro, todo se consuma en los /hombres. ¡Quién lo vio, lo creerá! Pero tantas cosas han /ocurrido, aunque ninguna nos rozó, pues somos insensibles, /sombras, hasta que el Padre Éter, visto por cada uno, a todos /pertenezca. Entretanto llega el Hijo Supremo, el Sirio, y como emisario portador de teas desciende a las /Sombras. Sabios bienaventurados lo ven; en sus almas /cautivas brilla una sonrisa y sus ojos se abren a la luz. El Titán, en brazos de la Tierra, duerme y sueña /plácidamente, Y hasta el Cancerbero, tan celoso, bebe de esa /copa y se duerme. Nos habla Hölderlin de un dios para el cual la celebración que hacen de él los hombres nos es vana quimera. Porque desde que sufre, y comprende, el hom- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 68 Estudios e investigaciones bre «decide honrar seriamente a los dioses». Y al Dios del pan y del vino esto no le parece estéril; él se complace, verdaderamente, en el canto de los poetas. Porque «este es mi hijo amado, en quien me complazco», nos dice casi al comienzo el Evangelio. Por eso el Dios del vino es Poeta y Dios de los poetas. Y tienen razón al hacer esto los hombres, porque este Dios reconcilia el mundo, como reflexiona Mandrioni. Y además es Él quien guía este movimiento cósmico de ascenso y descenso que hemos escuchado resonar en Rilke, y que Hölderlin llama «las constelaciones que suben y declinan en eterna marcha». Él no fue, Él es eternamente dichoso, aquí, ante la mirada del Ángel, en todo tiempo, como el follaje sagrado del pino11, símbolo de la inmortalidad, y como el deseo humano representado en la hiedra12, que él ha elegido como su corona para reconciliar la tierra y el cielo en sí. Ambos, la hiedra y el pino, son símbolos de Dionisos, el dios nuevo del pan y del vino, el nuevo Adán, el Cristo. Él se ha quedado con nosotros y nosotros ¡nosotros!, se insiste, somos el verdadero fruto de las Hespérides. Todo se consuma en los hombres. Consumatum est, dice Cristo antes de morir en la Cruz. Y antes Él, el Poeta, ha dicho a sus discípulos que «el Reino está dentro de vosotros». Y sigue hablando, aunque nadie lo escuche, por boca de los poetas: «En ninguna parte sino dentro de nosotros, está la eternidad con sus mundos, el pasado y el porvenir».»En ningún lugar, amada, será universo, sino adentro». Nosotros somos el verdadero fruto de las Hespérides»: el paraíso objeto de los más profundos deseos humanos, y la posibilidad de la inmortalidad, late dentro de nostros mismos. Quien lo vio lo creerá, como Tomás, pero nosotros, que lo estamos siendo, somos insensibles, sombras, y no lo comprendemos. Sólo cuando el Padre, visto por cada uno, a través de su propio dolor personal, pertenezca a todos, dejaremos de ser sombras de lo que verdaderamente somos. Entretanto el Hijo llega aquí, ahora, y porta las teas que diluyen las sombras. Algunos sabios lo ven, porque todavía, aunque casi oculto, late para Él algún reconocimiento. Es cierto que «los suyos no lo reconocieron». Pero en algunos, al reconocerlo «brilla una sonrisa, y sus ojos se abren a la luz». Los Titanes entonces, antes rebeldes al orden divino, se duermen en brazos de la Tierra, plácidamente. Y hasta Cerbero bebe de esa copa divina, y dormido, deja de cuidar con celo las puertas de un Infierno que ya no existe. La creación duerme, todo está en paz. Dejó de atraernos ya lo lejano: hemos llegado a la casa del padre. Consumatum est. Y nosotros, que pensamos en una dicha ascendente, experimentamos la emoción que casi nos sobresalta cuando algo feliz cae. BIBLIOGRAFÍA CHEVALIER, Jean, y Gheerbrant, Alain, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 1986. ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, Diccionario de términos literarios, Madrid, Alianza, 1999. GADAMER, H. G., Arte y verdad de la palabra, Paidós, 1998. HÖLDERLIN, Friedrich, Poesía completa, Barcelona, Ediciones 29, 1977. JOURNET, Charles, El mal. Estudio teológico, Madrid, Ediciones Rialp, 1965. MANDRIONI, Héctor D., Rilke y la búsqueda del fundamento, Buenos Aires, Guadalupe, 1971. NOVALIS, Gérmenes o Fragmentos, Méjico, Editorial Séneca, 1942. NOVALIS, Himnos a la Noche – Enrique de Ofterdinguen, Barcelona, Altaza, 1995. RILKE, Rainer M., Elegías de Duino, Caracas, Monte Avila Editores, 1991. NOTAS ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, Diccionario de términos literarios, Madrid, Alianza, 1999, p. 307. 2 ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, op. cit. p. 308. 3 ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, op. cit. p. 308. 4 HÖLDERLIN, Friedrich, Poesía Completa, Barcelona, Ediciones 29, 1977, p. 227. 5 ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, op. cit. p. 505. 6 ESTEBANEZ CALDERÓN, Demetrio, op. cit. p. 505. 7 JOURNET, Charles, El mal. Estudio teológico, Madrid, Ediciones Rialp, 1965. 8 NOVALIS, Gérmenes o Fragmentos, Méjico, Editorial Séneca, 1942, p. 29. 9 MANDRIONI, Héctor D., Rilke y la búsqueda del fundamento, Buenos Aires, Guadalupe, 1971. 10 GADAMER, H. G., Arte y verdad de la palabra, Barcelona, Paidós, 1998, p. 69. 11 CHEVALIER, Jean y Gheerbrant, Alain, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 1986, p. 836. 12 CHEVALIER, Jean y Gheerbrant, Alain, op. cit., p. 564. 1 Marcelo Herrera cursa el cuarto año de la carrera de Letras en la USAL. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 69 NOSOTRAS QUE NOS QUEREMOS TANTO. UNA APROXIMACIÓN A MÚSICOS Y RELOJEROS, DE ALICIA STEIMBERG por Débora Pérez Louro En el presente trabajo, analizaremos algunos aspectos que consideramos cruciales de Músicos y relojeros, la novela de Alicia Steimberg. Músicos y relojeros nos relata la vida de Alicia Steimberg, la protagonista, desde su niñez hasta su adolescencia. El texto no oculta en ningún momento su tono autobiográfico; la autora empírica coincide ya desde el nombre con la protagonista. Ahora bien, veamos qué sucede con la autora textual. Creemos que ella recurre, desde su posición de adulta, a la evocación y elige la voz de la niña que fue para narrar lo acontecido. De esta forma, algunos sucesos son contados desde la mirada de quien ve por vez primera. Es el punto de vista de la niña el que le permite a la autora textual mostrar los hechos. La novela relata la vida de la protagonista junto a su familia, especialmente la rama materna, integrada en su mayoría por mujeres. En ningún momento se mencionan sus nombres, ya que son las relaciones de parentesco las que identifican a los personajes (madre, abuela, etc.). Todo el texto está regido por el personaje de la abuela. Ella es quien instaura la narración, a la que está dedicado el texto introductorio, anterior al primer capítulo. Con su entierro, finaliza el tercer capítulo y el libro. Es decir, es ella quien preside los destinos de la familia y, también, quien erige y cierra el relato. Queremos entrar ahora en el primer gran tema que nos proponemos analizar. Para esta tarea, tomaremos la obra El orden simbólico de la madre de Luisa Muraro. Intentaremos ver cómo funcionan algunos conceptos, trabajados por Muraro, en el libro de Steimberg. Muraro explica que la madre real y concreta es quien provee al niño o a la niña de su ser y de su lengua. Por lo tanto, es necesario aclarar que es la madre quien aporta también el sentido. Queremos decir con esto que, aunque sea negado por la sociedad, las dos actividades desplegadas conjuntamente por la madre -dar vida y lenguaje- generan un orden simbólico. Es la experiencia de la relación con ella la que permite darle un orden lógico a las experiencias futuras. En su intento de suprimir la potencia materna (y la femenina, en general), el patriarcado separa la matriz de la vida del origen de las palabras y pone su esfuerzo en reemplazar la labor materna. De esta manera, nos encontramos con sustitutos abstractos y con la metaforización de la madre. Todo esto nos lleva a afirmar que los humanos pagamos la adquisición del orden simbólico con la orfandad. Es decir, la ley paterna se superpone a la obra de la madre y nos hace creer que, para crear cultura, es necesario separarse de ella. Según esta filósofa italiana, existe una vía por la cual podemos restituir el sentido del ser: saber amar a la madre. Vivimos en una cultura en la cual no se nos enseña a las mujeres el amor por la madre. Los varones, en cambio, crecen inmersos en este sentimiento. Las mujeres debemos hacer este ejercicio para lograr nuestra independencia simbólica y la certeza del ser. Tomemos la relación que Alicia tiene con su madre. Sin duda, siguiendo a Muraro, esta no sólo le dio la vida a su hija sino también el lenguaje. Es preciso inscribir esta relación dentro de todos los vínculos conflictivos que aparecen entre las mujeres de la novela: Alicia con su abuela, con su madre y con sus tías; sus tías con su madre; las cuatro hijas con la abuela; las tías de la familia materna con las de la Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 70 Estudios e Investigaciones familia paterna; la abuela con las mucamas, etc. Las relaciones entre las mujeres aparecen en el texto llenas de odio y envidia; ni siquiera la unión maternofilial está exenta de estos sentimientos. Es importante tener en cuenta que nuestra cultura no fomenta en absoluto las relaciones cordiales entre las mujeres. Despliega sobre estos vínculos un halo de maleficencia o de frivolidad que los hace caer pronto en la ilegitimidad. Por otra parte, participamos de una cultura que nos convierte en objeto. «El problema de la feminidad os preocupa en cuanto sois hombres. Dicha cuestión, en cambio, no se les presenta a las mujeres que se cuentan entre vosotros, ya que ellas mismas son el enigma del que hablamos»1, decía Freud. Somos el misterio a develar y quedamos, curiosamente, excluidas de la investigación acerca de nosotras. Es decir, no sólo nos relegan al sitio de los arcanos sino que además nos dejan fuera de la producción discursiva. Otro motivo por el cual los vínculos entre las mujeres no gozan del aval social, tiene que ver con la posibilidad de que, en el intercambio, nosotras descubramos que no somos tan diferentes, como nos hicieron creer. Quizá comunicándonos afectuosamente llegaríamos a la conclusión de que somos seres completos y positivos, y entenderíamos que todo el movimiento de creación de sentido se funda en la construcción de la diferencia. Para evitar la angustia que le provoca a nuestra sociedad comprenderla, fue necesario condenar a las mujeres a la negatividad. Así fue como esta organización dialéctica les permitió a los hombres –previo proceso de especularización- verse como seres completos, sin deficiencias, y a la cultura –con el proceso de especulación- instituir una economía en la cual no es posible la representación de las mujeres, ya que la única potencia es fálica. Entonces, como lo femenino queda restringido a la desviación (es algo así como lo masculino defectuoso), es comprensible que este orden simbólico intente impedir la amistad entre las mujeres. Cabe destacar que, si bien nunca había sido excelente, la relación entre Alicia y su madre fue empeorando con el crecimiento de aquella. Golpes, insultos y castigos se sumaron a esta unión. Pero lo que nos parece interesante es analizar la razón de esta modificación. Creemos que la respuesta, en parte, ha sido dada por la madre de la niña en el texto y aquí, en los párrafos anteriores. Alicia va perdiendo su condición de retoño para adquirir la de mujer y, en consecuencia, el lazo que la une a su madre incor- pora todas las desdichas que les caben a las relaciones entre mujeres oprimidas. La madre percibe que su hija está «dejando de ser una chica», convirtiéndose así en «hija de puta» como «todas las mujeres» (Steimberg, 1998, 123). «En nuestra cultura el apego típicamente femenino a la madre, interno y sin sustitutos posibles, no tiene traducción simbólica y esto pone a muchas en una difícil relación cuerpo a cuerpo con la madre»2. Pensemos ahora esta unión madre-hija desde lo expuesto por Muraro. Es fundamental en este texto analizar las consecuencias visibles de la entrega del ser y del sentido a Alicia por parte de su madre. Observaremos, en primer término, lo sucedido en cuanto al sentido. Es necesario destacar en este momento que Músicos y relojeros no se presenta a sí misma como «la gran autobiografía», sino como un conjunto de pequeños movimientos evocativos que saltan de un suceso a otro arbitrariamente. Vemos cómo la novela deja de lado toda pretensión de secuencia narrativa o de historia familiar organizada y elige, casi caprichosamente, qué contar y cuándo cambiar abruptamente la cuestión tratada. «Divagar es, precisamente, el casi constante movimiento narrativo de esta escritora»3. Ahora bien, ¿en qué tramo de la novela este «divague» del que hablamos se agudiza? Creemos que la respuesta es el momento en que se complica la relación de la protagonista con su madre: Esta casa está llena de bichos inmundos. Andá, apuráte, hacé algo por tu madre en vez de estar pegada a la radio escuchando cosas que enferman tu mente. Andá. El dinero. Tu madre. El sufrimiento. Las cucarachas. El dedo en la nariz. ¿Amigas? Cucarachas. El sacrificio. (Steimberg, 1998, 111) Este fragmento nos muestra de qué manera la madre de Alicia le brindó a su hija un sentido fragmentado por la violencia y el desamor. De pequeña, recibió las palabras que, llenas de odio, se intercambiaban su mamá y sus tías. «Perra», «víbora», «vaca» fueron algunos términos que formaron parte de este legado. La protagonista aprendió este lenguaje maldito, que está presente en el fárrago de episodios narrados. Este lenguaje inundado por el encono aparece de manera insoslayable en las continuas peleas que protagonizan las mujeres del texto. Podemos observar de qué forma la rama materna de la familia participa de esta lengua tanto maldita como materna. Obser- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 71 Nosotras que nos queremos tanto vemos algunos de estos dardos que se profieren, sin ningún reparo: «Las cuatro eran, según yo les oía decir en las peleas, perras, víboras, malvadas, egoístas, imbéciles y avaras» (Steimberg, 1998, 14); «Era una vaca salvaje, con ojos de hiena y lengua de reptil venenoso» (Steimberg, 1998, 73). Como vemos son diversos animales los que caracterizan a cada una de las «fieras». Lo que no podemos dejar de mencionar es que los términos «vaca», «hiena» y «víbora», entre otros, forman parte de un lenguaje maldito ya no familiar, sino social. Son valoraciones sociales consensuadas que cualquier lector puede comprender. No debemos olvidar que «las palabras que se aplican a la mujer tienen connotaciones negativas, incluso en aquellos casos en que el contenido puramente denotativo es similar para el varón»4. Pensemos cuáles son las connotaciones de «vaca» (gorda, fea, lenta, etc.) y cuáles las de «toro» (potente, vigoroso, semental, etc.). O, por ejemplo, las de «perra» (mala, ruin, dañina, etc.) y las de «perro» (torpe, sin concesiones –a cara de... - y hasta fiel -el mejor amigo del hombre-). Volvamos a los dones entregados a Alicia. Ya vimos cómo operan sobre el sentido el maltrato y la discordia que la vinculan a su madre. Observemos ahora qué ha ocurrido con el ser, qué consecuencias le proporcionó a ella este lazo. El hecho de tener que enfrentarse constantemente a lo que ella es caracteriza a la protagonista. Encontramos, en el texto, diversos problemas que Alicia posee para definir, manejar y plantear su ser. Uno de estos inconvenientes es la vergüenza por ser quien es, por ser judía y tener que ocultarlo5. «Hacéte la estúpida... cambiá de tema» (Steimberg, 1998, 75) era el consejo recibido por parte de Amanda, Otilia y Mele. Este tema la enfrenta no sólo al propio ser sino además a las tías paternas, quienes le sugerían que «debía mostrarlo todo el tiempo llevando sobre el pecho una cadenita con la estrella de David» (Steimberg, 1998, 75). Este desagrado lleva a la niña a querer convertirse al catolicismo. Sin embargo, esta actividad la conduce nuevamente al oprobio: «Mi conversión quedó encubierta» (Steimberg, 1998, 96). Esta supuesta conversión la enfrenta también a los «verdaderos católicos» que pueden llegar a preguntarle «¿Y qué se le ha dado a esta judía por meterse en mi templo?» (Steimberg, 1998, 130). Es preciso remarcar en este punto que Alicia nunca logra ubicarse cómodamente en ningún ámbito espiritual. El disgusto por ser judía provoca distintos efectos; aprender a ser católica es uno de ellos: «…sé rezos, sé ademanes, sé Jesús» (Steimberg, 1998, 130). No obstante, este aprendizaje debe leerse como una reacción ante la vergüenza sentida. Además, es una manera de vincularse con María Belén, y tener una amiga con la cual, además de divertirse, aprende. Sin embargo, como dijimos anteriormente, nunca llega a instalarse convenientemente, porque siente que su origen es otro y que, además, se nota: «…en ninguno resulta tan obvio su origen de mosquitero» (Steimberg, 1998, 129). Es decir, hasta las señoras más pobres con un pañuelo cualquiera pasan inadvertidas en la iglesia. Ella, no. Para finalizar el tema, es oportuno señalar que la narradora se presenta como un ser sin religión, o –mejor dichocon cualquier religión oculta («tiene que ser un secreto»), ya que tiene «la cabeza calva de ilusiones» (Steimberg, 1998, 130). Retomemos lo expuesto por Muraro. Este exilio del cual es víctima Alicia no se subsana por medio del «saber». No es aprendiendo otro culto como va a aceptarse o a reconciliarse con su ser. Esta clase de aprendizaje no hace más que evidenciar su incompetencia simbólica. Muraro explica que el camino para restituir el sentido del ser es saber (aprender) amar a la madre. «El saber amar es un camino distinto del deseo de saber, casi contrario, puesto que este último es un encaminar las fuerzas pasionales hacia el objetivo del conocimiento, declarado por otra parte inalcanzable[...]»6. Si el objetivo es sentirse a gusto con lo que se es y no ser discriminada, ni tener que ocultarlo, se vuelve difícil de alcanzar, simulando algo que no se es. Volveremos luego sobre la senda propuesta por la autora italiana. Otra de las dificultades que atraviesa nuestra protagonista con respecto al ser es la continua necesidad de aparentar aquello que no se es. Esta familia vive obsesionada con la pertenencia a un linaje que no le es propio y con la obligación de mostrar a los demás lo que no se es. Veamos algunos ejemplos: «En realidad nosotros éramos personas ricas que estaban pasando por una mala situación» (Steimberg, 1998, 109), dice sarcástica la narradora. «O tal vez se sentía disminuido en nuestra familia que, si bien estaba pasando por una mala situación, era una familia ilustre […]» (Steimberg, 1998, 135) explica, de modo burlón, Alicia con respecto a su tío Tomás. «Otilia eligió los nombres para sus hijos entre los que aparecían en las notas sociales de El Hogar. Los mismos nombres de los niños de la de Peralta Ramos o la de Martínez de Hoz» (Steimberg, 1998, 13) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 72 comenta la niña, riéndose de su tía. Más allá del humor que tiñe estas situaciones, debemos comprender que esta familia tiene graves problemas para aceptar el propio ser y, por esto, condena a Alicia a vivir mostrando algo falso. Para tratar con profundidad este tema, debemos analizar el título. Ya desde el comienzo, en este paratexto, se plantea la cuestión de la apariencia. Como intentaremos probar a continuación, este fingimiento no se limita a los oficios de la familia, sino que alcanza al texto en su conjunto. Para estas mujeres es importante pertenecer a un linaje ilustre, en el cual los hombres, es decir aquellos que trabajan fuera del hogar, no tengan oficios que «pudieran desdorar la estirpe» como «carniceros» o «sastres» (Steimberg, 1998, 135). Ellas se arrogan una genealogía célebre que comienza con el mismo Rey David, en la cual todos han sido músicos y relojeros. Pero veamos ahora cómo no sólo la verdadera historia de esta familia desdice lo expuesto en el título, sino también el cuerpo textual. Tomemos el sintagma «Músicos y relojeros» y pensemos a qué hace referencia cada uno de estos trabajos. El ser músico se encuentra ligado a la creación o a la interpretación armónica de sonidos. Como ya hemos afirmado, este texto carece de armonía, está signado por la fractura y no, por la melodía.7 El ser relojero conlleva una tarea de composición que requiere una gran precisión. Tal precisión está ausente en el texto. Si bien hallamos en él algunos elementos que permiten ubicarse temporalmente, es este un texto sin reloj, con escasas pautas temporales. En general, pensar en el género de la autobiografía supone precisión, un orden cronológico claro que alínea los acontecimientos. Sin embargo, la autora textual quita las referencias temporales y deja que el lector se oriente a tientas, tomando datos como el colegio o fechas históricas argentinas. En resumen, el texto parece negar lo expresado en el título. La falta de armonía que evidencia la ruptura narrativa, la ausencia de precisión que el divague pone de manifiesto y la verdadera historia familiar son los argumentos que contradicen el título. Son indicios del conflicto con el ser, del cual –como ya vimos- la apariencia es una de las caras y la vergüenza es la otra. Consideramos interesante detenernos en la figura de la madre de Alicia. Es necesario señalar que tampoco ella ha tenido una buena relación con su madre. Su vida ha estado marcada por el desamor y se ha desarrollado en medio de la crueldad. Ha sido partí- cipe de feroces peleas con sus hermanas y con su madre. Repitió con su hija la triste historia de legar un lenguaje maldito y un ser avergonzado. Una de sus características más importantes es: ser una mater dolorosa. Según Simone de Beauvoir, «la mater dolorosa hace de sus sufrimientos un arma que emplea sádicamente y sus escenas de resignación engendran en el niño sentimientos de culpa […]»8. La culpa es una de las pesadas cargas que debe soportar la protagonista. Su madre se ha encargado de transmitírsela, así como ella la había recibido de la suya. La madre de Alicia remarca todo el tiempo su sacrificio (el de una mujer viuda que trabaja y cría dos hijos) e intenta –cargando sus penas sobre la muchacha- que ella se ponga de su lado. Veamos un ejemplo: «Lo que hago, lo hago por ustedes ya que mi vida está arruinada para siempre» (Steimberg, 1998, 103). Según Simone de Beauvoir, estas madres se desquitan sobre sus niños porque se encuentran muy lejos de su realización. Esta madre carga sobre Alicia su decisión de quedarse eternamente en ruinas. «…si querés ir matándote lentamente y matarme también a mí con tu conducta, seguí como hasta ahora» (Steimberg, 1998, 87). Creemos que con estas palabras la protagonista queda dentro del agresivo círculo de estas féminas; es a la que se agrede y la que hiere. Esta frase inscribe a su emisora en las filas de la abuela, quien también le transmitió culpa por medio de la violencia: «Vas a terminar con los pocos años de vida que me quedan» (Steimberg, 1998, 39), decía la abuela, dispuesta a repartir culpas en medio del sainete). Otra cuestión sobre la que creemos pertinente hablar es el miedo de la madre –y de la familia, en general- a la locura. «Mamá dijo que ella, la abuela y las otras fieras iban a ser internadas en el manicomio» (Steimberg, 1998, 78). Afirmaciones como esta son pronunciadas a lo largo del texto por las cuatro hermanas. Este temor o esta sensación de extravío («[…] andaban... sin reconocerse, gesticulando, hablando solas […]» (Steimberg, 1998, 78)) pueden leerse a la luz de lo expuesto por Muraro. Según sus apreciaciones, algunas mujeres que no saben (o no pueden, agregamos) amar a la madre se enferman9. Ahora bien, pensemos por qué se produce esta imposibilidad. Como ya hemos visto, estas mujeres transmitieron vida y lengua, pero han cargado a ambas de rencor, ira y odio. Por este motivo, no resulta fácil amar a la madre en el texto. Más aun, Músicos y reloje- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 73 Nosotras que nos queremos tanto ros plantea la imposibilidad de aprender a amarla, de darle a la potencia materna una genealogía femenina que la represente. Como diría Muraro, las mujeres de la novela no pueden «dejar de percibir el hiato descomunal entre el signo y la cosa, la naturaleza y la cultura [...]»10. Podemos observar cómo Alicia se separa cada vez más de su madre. Este alejamiento define en el texto dos lugares claramente diferenciados: su casa y el afuera (a veces, la calle; otras, jardines vecinos, etc.). La casa es el sitio que la protagonista comparte con su madre y al cual le otorga valoraciones negativas: «Esta casa está llena de bichos inmundos» (Steimberg, 1998, 111). El afuera podemos relacionarlo con la liberación y el bienestar de la muchacha y aparece siempre connotado positivamente: «Ya floreció el jazmín del país en los jardines. Dios, qué hermosa es la calle» (Steimberg, 1998, 114). En ocasiones, ambos espacios se hallan relacionados, pero en todas las oportunidades conservan los rasgos explicados. Veamos dos ejemplos: «En la calle el frío es menos duro que en la casa» (Steimberg, 1998, 128), sendos lugares se encuentran presentes en el sintagma, con valoraciones contrarias. «Del jardín vecino llegaba un vientecito de jazmines. En la casa de Saavedra, como en la de Donato Alvarez, los perfumes venían del jardín de al lado» (Steimberg, 1998, 71). La tristeza de la narradora se observa claramente, puesto que en ninguna de las dos casas podía percibir el perfume. Este siempre provenía del «afuera», de otro lado, no de su hogar. Trabajaremos a continuación con las voces presentes en la novela. Nos interesa especialmente señalar que, si bien es la voz de Alicia la que nos narra todo lo acontecido, hallamos dentro de su discurso otras voces, las de quienes la rodean. Observaremos luego cómo la narradora introduce esos discursos. Creemos que uno de los aspectos capitales de esta obra es la carencia de juicios explícitos por parte de la protagonista. Esto no significa, empero, que no hallemos ningún parecer suyo; los hay pero no abundan. Entendemos que parte de la riqueza de este relato está en mostrar los hechos bajo la aparente mirada inocente de esta muchacha. Es tan aguda su observación que se limita a exponer. El artificio parece centrarse en dejarle ver al lector lo acontecido. De este modo, el lector tiene la impresión de que aquello que lee es lo sucedido y no, lo que la autora quiere que sepamos. Este fenómeno puede relacionarse con la polifonía mencionada anteriormente. Aparecen en el discurso de Alicia otras voces que, en muchos casos, no reciben censura alguna. Son presentadas, no desde una postura monológica que las impugna desde el comienzo, sino polifónicamente. De esta manera, la oposición ideológica existente entre los discursos no se encubre, sino que se despliega en el sintagma. Por supuesto que existe un recorte, ideológicamente fundamental, por parte de la autora textual, que determina qué sucesos contar y qué voces incluir, pero lo interesante es la tensión que surge a partir de esa inclusión. Veamos algunos ejemplos: «Cerezas dulces no como las de aquí. Y así era al día siguiente, y al otro, y al otro. No como aquí, estas primaveras que no se sabe lo que son.» (Steimberg, 1998, 8) «Otilia y Amanda no fueron al cementerio, por su estado.» (Steimberg, 1998, 11) «Por mala e insoportable, la bisabuela pasaba sus últimos días en esa casa de pensión, alejada de su enorme familia.» (Steimberg, 1998, 23) «Los muchachos del lugar se metían con una chinita tras otra y hasta se casaban con ellas, ¡habiendo tantas lindas chicas en la colectividad!» (Steimberg, 1998, 43) Como hemos podido demostrar, las voces de la abuela, de las tías y de la madre, entre otras, se hacen presentes en el discurso de Alicia. Volvamos ahora a la figura de la autora textual para luego avanzar sobre una técnica que es vital para la novela. La autora textual, quien organiza el mundo representado en el texto, se ha constituido en el proceso de vivencia/extraposición y, aunque esté identificada con ella, puede mirar a la protagonista como a «otra», con una mirada totalizadora. Quisiéramos insistir en este proceso. La autora textual posee una mirada estética orientada hacia Alicia, esto le permite una visión totalizadora que ningún ser humano tiene de sí mismo. Nuestra heroína ha sido construida no sólo desde la vivencia, sino también desde la extraposición; esto le permite ser independiente y, además, le posibilita a la autora textual el privilegio de una visión externa. La realización completa de este proceso es uno de los elementos que le permiten a la autora la utilización de la ironía como recurso fundamental; tema que trataremos a partir de este momento. Según Beristáin, la ironía tiene algunos rasgos característicos: su componente lingüístico (inversión semántica), su componente retórico (la disemia que aporta su ambigüedad esencial), su componente Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Estudios e Investigaciones 74 ilocutivo (la ironía agrede, apunta a un blanco), sus actantes (el emisor, el receptor y la víctima) y su eje de distanciación, que implica grados de solidaridad del ironista con su blanco. Deseamos detenernos en el último de estos componentes; para que exista la ironía, quien la produce debe estar alejado en alguna medida de quien la recibe. Este distanciamiento puede observarse con claridad en nuestra narradora, por eso nos interesa destacar la extraposición. Esta narradora que, como ya hemos afirmado evoca desde su adultez, ha podido despegarse y mirar a la niña que fue y a su familia desde un sitio externo. Observemos dos ejemplos: una prueba de que la narradora se ha alejado tanto de la que había sido, como de su madre y sus tías es decir: «Yo me fui tranquilizando. La verdadera loca estaba encerrada» (Steimberg, 1998, 79). Esta afirmación la pronuncia luego de una disputa feroz, en la cual la mamá confesó la cercanía de ellas a la locura. También tiene la posibilidad de establecer una distancia con su abuela y describir: «La abuela y sus amigas con trajes a cuál más lindo: una iba vestida de cobra, otra de yarará, otra de zorra, otra de hormiga corrección» (Steimberg, 1998, 42). Advertimos que aquí no es necesario ni aclarar quién es quién, ni explicar la significación, pues el sentido connotativo es conocido por todos. Para Kerbrat-Orecchioni, esta distancia no debe interpretarse siempre como una cita implícita. Ella distingue las ironías verbales citacionales y las no citacionales. Las primeras pretenden que el receptor, aunque el emisor se apropie de una expresión, perciba la no-adhesión de este al enunciado. Por ejemplo, en «Un disgusto, una pelea y la presión podía subir hasta matarla» (Steimberg, 1998, 138), la voz de la abuela es citada irónicamente. Las ironías no citacionales también están presentes en la novela. «Siempre se adelantaban a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse» (Steimberg, 1998, 17) es una muestra de estas últimas. De acuerdo con Kerbrat-Orecchioni, las ironías que funcionan por el mecanismo de inversión del significado cumplen la función de burlarse de algo o de alguien. Hay en ellas la alusión a un locutor, distinto del enunciador de la ironía, que es ridiculizado. No podemos olvidar que toda ironía supone un blanco y que, en muchos casos, la agresión proferida es una crítica mordaz. Pensemos ahora cuáles son los blancos de la narradora. Sin duda, en su gran mayoría, son su madre, sus tías y su abuela.11 Alicia se burla abiertamente de ellas y excluye de este procedimiento tanto a su padre como a sus tíos. Tomemos algunos ejemplos: «Pensaba [...] en su ilustre ascendencia que llegaba, según le enseñaba su madre, dirrectamente hasta el erey David».12 (contra su abuela). (Steimberg, 1998, 24) «En un jarrón que Otilia llamaba «centro de mesa» había un ramo de flores artificiales fabricadas por ella misma» (contra Otilia). (Steimberg, 1998, 12) En algunas ocasiones, la narradora echa mano a otros géneros y esto le permite burlarse, no sólo del texto incluido, sino también de su madre que fue quien se lo proporcionó.13 «…mamá puso en mis manos una nutrida bibliografía [...] en boga en su juventud, en los albores de la educación sexual» (Steimberg, 1998, 67) explica Alicia, haciendo referencia al manual Higiene general del Doctor Otero. Lo mismo ocurre cuando se utilizan refranes para burlarse de alguien: «la suerte de la fea la linda la desea» (Steimberg, 1998, 9-10), comenta la narradora para mofarse de Amanda que se casó en tercer término. La ironía puede explicarse también, retomando lo dicho al principio, sin recurrir a la noción de sentido figurado. Mizzau desarrolla esta idea y, siguiendo a Bajtín, considera la ironía como «el caso límite y más evidente de un fenómeno frecuentísimo: el dialogismo interno de la palabra. Lo que significa un diálogo entre un enunciado presente y uno ausente que se evoca». Como ya hemos comentado, esta es una novela polifónica. Ahora podemos agregar que lo es, en parte, por exhibir el carácter dialógico de sus enunciados irónicos. Nos interesa trabajar con dos conceptos clave propuestos por Mizzau: el de diálogo y el de evocación. Cabe preguntarse: ¿cuáles son las voces que entran en este diálogo? Consideramos que la narradora dialoga con las mujeres de su familia, aquellas que son el blanco de sus ironías. Este texto huye de las descripciones extensas de los personajes, prefiere no cargar las tintas sobre ellos y elige un modo más despiadado de mostrarlos: incluir sus enunciados. La palabra ajena –de su madre o de su abuela, por ejemplo- cargada de odio, como ya hemos explicado, es manejada por la autora con maestría. Analicemos los siguientes ejemplos: Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 75 Nosotras que nos queremos tanto «La madre, en cambio, era vieja y estaba muy deteriorada por la existencia que había llevado, (siempre sacrificándose para criar a las hijas)» (Steimberg, 1998, 40). Podemos ver en esta cita la voz de la abuela hablando de un supuesto deterioro que la acompañó muchísimos años, pero que no le impidió tener crueles embates con sus hijas. Es decir, se toman términos de la abuela como «vieja», «deteriorada» y «sacrificándose», se los incluye en el discurso de la narradora y, por medio de la ironía, se evidencia una situación opuesta a la enunciada. «…a las criaturas hay que ahorrarles escenas violentas» (Steimberg, 1998, 40). Aparece aquí una voz que le podríamos atribuir a cualquiera de estas cinco féminas y que constituye un lugar común en la sociedad. Sin embargo, la violencia que Alicia presencia y de la que es objeto nos posibilita decodificar estos dichos en forma inversa. Creemos que esta voz irónica es una respuesta al sentido maldito aprendido. La narradora que recibió de su madre una lengua llena de rencor y desprecio reutiliza esos términos, los introduce en su discurso para burlarse quizá de aquellas emisoras. Entendemos que esta figura retórica le permite combinar el sentido aprendido con un estilo narrativo que le es propio. Este se encuentra alejado del lamento, pero no esconde el dolor ante el desamor. Esta adulta que evoca no se resigna al silencio, posible resultado de la incompetencia simbólica, sino que decide narrar haciendo uso de un sagaz sentido del humor, realizando inversiones semánticas, evitando las precisiones temporales y aceptando el quiebre narrativo; con todo y a pesar de todo, se propone hacerlo. Deseamos, a modo de cierre, poner en común algunas ideas con las que hemos trabajado. Quisimos analizar en estas páginas ciertas aristas de la compleja relación madre-hija. Consideramos valiosísimo el planteo que propone a la madre, no sólo como dadora de vida, sino también de sentido. Nos interesa su carácter materialista, la intención de hablar de una madre concreta, no metaforizada. Al tomar el texto de Steimberg, tuvimos la posibilidad de operar con un vínculo que se encuentra muy lejos de ser idílico, pero que nos muestra los desórdenes simbólicos que deambulan por nuestra sociedad. Creemos que el «yo» de la novela corresponde, además de a nuestra heroína, a una enunciadora, es un «ego narrans». Esto nos permitió analizar los efectos de los dones que su madre le había hecho. Observamos cómo el quiebre de la sintaxis narrativa y la vergüen- za y el fingimiento fueron las consecuencias causadas por una madre que legó un sentido maldito y un ser avergonzado. En cada ruptura podemos percibir el desamor y la falta de cuidado. No obstante, sabemos que estos no condujeron a Alicia al silencio, la llevaron a crear su propio estilo, caracterizado por el humor y el divague. Es verdad que nuestra sociedad nos separa crudelísimamente de nuestra madre y que el orden simbólico adquirido a partir de ella es negado. También es cierto que debemos reconciliarnos con la matriz de la vida y que, en este extravío que padecemos especialmente las mujeres (fruto, entre otras cosas, de no tener conciencia de género), tenemos que hallar el camino. No sabemos a ciencia cierta si aprender a amar a la madre es la vía, nos gustaría que así fuera. Pero, honestamente, no tenemos muy en claro su instrumentación. Comprendemos que en el caso de Alicia, como en otros, no es simple plantear esta senda. Por último, queremos señalar que celebramos la decisión de Alicia: a pesar del enojo, narra; a pesar de la violencia, evoca; a pesar del oprobio, ironiza. El camino de la acción, aunque dificultoso, nos aparta del lamento y nos acerca al cambio deseado. Está en nosotras construirlo. BIBLIOGRAFÍA BERASTÁIN, H., Diccionario de retórica y poética, México, Porrúa, 1997. DE BEAUVOIR, Simone, El segundo sexo, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1970. DRUCAROFF, Elsa, Mijail Bajtín. La guerra de las culturas, Buenos Aires, Almagesto, 1996. ________, «Orden de Clases/Orden de Géneros. En la palabra muerde el perro», en Homenaje a Aída Barbagelata, Buenos Aires, Sylvia Wendt y Marta Royo Editoras, 1994. 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La madre reprime a Alicia y condena su sexualidad a la igno1 minia, no sólo por no informarla, sino también por asustarla con datos falsos. Califica la masturbación de su hija como «el vergonzoso anhelo de hallar placer» y le confiesa que no se atreve a mencionar ese «algo» por que se «moriría de desesperación y de vergüenza». Ver de qué manera afecta a la sexualidad de las hijas el legado materno es un tema pendiente que no trataremos en este tra bajo pero que sería interesante considerar. 6 MURARO, ibídem 7 Esta hace alusión a sonidos ordenados en una estructura unitaria que se percibe globalmente en forma agradable. 8 DE BEAUVOIR, Simone, El segundo sexo, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1970. 9 Sostenemos que el tema de la locura puede ser trabajado, con detalle. Aquí sólo nos referiremos a esta causa. 10 No debemos perder de vista que la experiencia del contacto con la madre no es un hecho aislado, sino social e histórico y que sufre las consecuencias de esta cultura patriarcal. Una madre que fue atravesada por el sistema de sexo-género y que se desarrolla en un régimen de hipermetaforicidad no puede fácilmente instituir otro orden. Por eso es comprensible que la lengua que Alicia recibe esté acentuada por el orden simbólico del patriarcado. 11 La madre es quien menos ironías recibe de las cinco. Creemos que porque este enlace materno-filial es el que mayor dolor conlleva para la narradora. 12 Observamos en varias oportunidades esta necesidad de emparentarse con un linaje ilustre, cual romanos que fantasean con su ascendencia troyana. Débora Pérez Louro es Profesora de Castellano, Literatura y Latín (Instituto Superior del Profesorado Dr. J. V. González) y Licenciada en Letras (USAL) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 77 EVOCACIÓN RECUERDOS DE ALEJANDRA PIZARNIK por Antonio Requeni Arturo Cuadrado me la presentó una tarde de 1955 en el bar Florida de la calle Viamonte y en esa ocasión Alejandra Pizarnik me regaló su primer libro, La tierra más ajena que Botella al Mar, la editorial de Cuadrado y Luis Seoane acababa de publicar. Yo reconocí en seguida en aquella muchacha (entonces tenía 19 años) a la adolescente menuda y algo desgarbada, rubia, de cara redonda y ojos entre grises y verdes, con la que me había cruzado más de una vez por las calles de Avellaneda, donde los dos vivíamos. Supe entonces quién era y lo que hacía mi joven vecina y, desde ese día, nos encontramos con frecuencia. La visitaba en su casa de la calle Lambaré 114. Allí conocí a sus padres. No recuerdo haber visto a su hermana Myriam, mayor que ella, pues por estar casada ya no vivía con los padres. La de Alejandra era una típica familia de clase media. Pocos años después, en 1957 ó 1958, murió el padre, un judío polaco alto, buen mozo, cuya desaparición —creo que no tenía 50 años— representó para Alejandra un duro golpe. Los biógrafos o comentaristas de su obra no han puesto demasiada atención en esta circunstancia. Alejandra adoraba a su padre y tenía una relación muy conflictiva con la madre, que no toleraba las trasnochadas de su hija y otras costumbres y actitudes para ella demasiado independientes y hasta extravagantes. AAlejandra siempre le gustó jugar a la poeta maldita. Poco tiempo atrás había vivido una relación sentimental con el poeta Juan Jacobo Bajarlía, su profesor de literatura moderna en la Escuela de Periodismo de la calle Libertad y hombre bastante mayor que ella. Bajarlía fue quien la inició en la lectura de los poetas surrealistas. Si doy su nombre y cuento esta anécdota es porque el propio Bajarlía la hizo pública en el libro Alejandra Pizarnik, anatomía de un recuerdo, aparecido en 1998 (Editorial Almagesto). Alejandra, cuando la conocí, había dejado la Escuela de Periodismo y estudiaba en la facultad de Filosofía y Letras. A veces nos reuníamos en aquel bar Florida, pegado a la Galería Pacífico, y en la librería «Letras», de María Rosa Vaccaro, en la misma cuadra de la facultad. Hablábamos de literatura y nos prestábamos libros. Recuerdo cuánto la impresionó El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin, que yo le hice conocer y que pasó a ser uno de sus libros de cabecera. Alejandra era, a pesar de lo que algunos han dicho, un ser muy sociable. Le gustaba conocer escritores y concurría a exposiciones de pintura. Por aquella época se psicoanalizaba con el doctor León Ostrov. Sé que también lo hizo con Pichon Rivière. Tal vez ellos le aconsejaron practicar esa sociabilidad para vencer la timidez provocada por su tartamudez, que no era tal sino una manera de arrastrar las últimas sílabas de cada palabra y que, al menos para mí, le daba un aire atractivamente exótico. Con el tiempo fue perdiendo, aunque no del todo, esa curiosa pronunciación que podía confundirse con la de una extranjera y que acaso tuvo ori- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 78 Evocación gen en el asma, un asma nervioso que padecía desde la niñez. He leído por ahí que Alejandra era fea. No es cierto. Su rostro, en aquella época, se parecía al de los retratos que he visto de la joven Marguerite Duras. Era, sí, baja, un tanto desaliñada, y su rostro exhibía la aspereza del acné, pero sus facciones eran armoniosas y sus grandes ojos verdes adquirían, al sonreír, un brillo pícaro y encantador. Cierto es que ese rostro juvenil fue transformándose con los años, haciéndose anguloso, menos inocente, más endurecido. Como en 1955 yo había publicado ya tres libritos de versos y conocía a algunos escritores, empecé a oficiar para ella de agente de relaciones públicas. Le presenté a Antonio Porchia, que la fascinó, y al poeta González Carbalho, mi maestro. González Carbalho le sugirió que firmara omitiendo su primer nombre de pila. La tierra más ajena lo había firmado con su nombre completo: Flora Alejandra Pizarnik. Otros, como Bajarlía, sostienen que fueron ellos quienes la convencieron. Lo más probable es que se haya convencido sola pues, evidentemente, Alejandra Pizarnik era más eufónico. Y aquí quiero consignar una referencia que, por pereza, no he tratado de corroborar, ya que sería necesario ir a hacer la consulta al Registro Civil. Su compañera y compinche de la Escuela Normal Mixta de Avellaneda, Aurora Alonso de Rocha, asegura que el nombre verdadero era Flora Pizarnik y que Alejandra fue un invento. En aquellos años también le presenté a algunos poetas jóvenes de quien yo era amigo como Oscar Hermes Villordo y Héctor Miguel Angeli. Sin embargo, la formación y sensibilidad de Alejandra la llevaron a vincularse más estrechamente con los poetas del grupo «Poesía Buenos Aires», con quienes yo, de gustos más tradicionales, no me sentía identificado, a pesar de lo cual llegué a ser más tarde amigo de algunos de ellos como Raúl Gustavo Aguirre, gran poeta, teórico y caudillo de ese grupo literario de vanguardia. Alejandra («Buma», como la llamaban en su casa) también sentía atracción por la pintura. La deslumbraban los paisajes perturbadores que la invitó a transitar Juan Battle Planas, de quien se hizo muy amiga y de quien aprendió a dibujar las viñetas oníricas y figuritas ingenuas que a veces adornaban sus cartas. Otra de sus aficiones era armar collages con papeles de colores. Poco después de la muerte del padre la familia dejó Avellaneda (ella llamaba a su ciudad Villa Neda) y se mudó a un departamento del edificio de la Avenida Montes de Oca 675, en Barracas, cerca de la casa en que había vivido Juan Rodolfo Wilcock. Alejandra trasladó a una pequeña habitación la escenografía surrealista de cuadros, collages, libros y un gran afiche con el rostro de Gerard Philipe, de quien estaba idealmente enamorada. A veces me hacía confidencias pues la nuestra fue siempre una amistad de buenos hermanos. Me habló de un poeta que le gustaba, menos por sus versos que por su prestancia física, y de otro poeta que la pretendía y del que ella se burlaba con mucha gracia. Uno de ellos murió no hace mucho y el otro vive. Por supuesto, no diré sus nombres. Alejandra hacía gala de un humor inteligente, irónico, que en los últimos años de su vida se fue volviendo sarcástico y sombrío. No recuerdo haber hablado con ella de política; había temas, como ése, que no le interesaban en absoluto. Aunque a menudo nos contábamos chistes y frivolidades del ambiente literario, lo que ella prefería era hablar de libros y autores o del descubrimiento de un buen poema. Tuve el privilegio, más de una vez, de que me leyera versos que acababa de escribir. Poesía y vida constituyeron para ella dos términos indisolubles. Alejandra creó su poesía pero, en igual o mayor medida, su poesía creó a Alejandra Pizarnik. Como fiel lectora de los manifiestos surrealistas, estaba convencida de la identificación entre vida y poesía. La poesía no era un producto de su vida sino al revés; ella le dictaba su manera de vivir. Construyó su existencia a la medida de sus poemas. Fueron sus poemas los que inventaron al personaje. Y creo que cuando su poesía entró en un callejón sin salida, Alejandra consideró que su vida estaba también clausurada. La noche, el miedo, los naufragios, la muchacha que llora hasta romperse o que mira una flor hasta que sus ojos se pulverizan, aluden tácita o veladamente a la autodestrucción. Su trayectoria vital estuvo subordinada al itinerario poético. Sus temas permanentes: la desazón existencial, la nostalgia de la inocencia perdida, la búsqueda de una belleza y una verdad que le hicieran trasponer los límites del conocimiento, se reiteran cada vez con mayor desnudez e intensidad a través de libros como La última inocencia, Las aventuras perdidas y Los trabajos y las noches, que junto con sus últimos textos, revelan las claves secretas de su vida y su muerte. A pesar de la aproximación a grupos vanguardistas, Alejandra fue una isla solitaria en nuestra literatura, Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 79 Recuerdos de Alejandra Pizarnik una personalidad aparentemente desprendida de su contorno circunstancial, sólo atenta en lo profundo a los propios ecos de su conciencia –o subconciencia- y marcada por el sello o el estigma de una tremenda lucidez. Además, desde un punto de vista estrictamente literario, era dueña de un insoslayable rigor estético, sin el cual su poesía no sería lo que es y no estaríamos hablando de ella en este momento. Pero volvamos a los recuerdos. En 1959, estando yo en París, donde viví cuatro meses, le escribí algunas cartas en las que la instaba a visitar la ciudad inteligente. «París es una ciudad cortada a tu medida», recuerdo haberle escrito. Al regreso, el relato de mis andanzas parisinas avivaron su antiguo deseo de vivir una larga temporada en la capital de los poetas, la ciudad donde habían vivido y escrito sus admirados Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont y Apollinaire. Y viajó a París un años después vistiendo la polera color verde botella que me había pedido cuando yo la invité a que me dijera qué quería que le trajese. Era ese tipo de polera con la que se fotografiaba Sastre y usaban muchos existencialistas. Antes de viajar se despidió de su familia, de sus amigos entrañables: Battle Planas, Olga Orozco, Elizabeth Azcona Cranwell, Silvina Ocampo, Enrique Pezzoni, Enrique Molina, y desembarcó en el viejo continente con un cúmulo de imágenes y metáforas que, por no figurar en el pasaporte, no tuvo necesidad de declarar. Guardo varias hermosas cartas que me envió desde París y que aparecen en Correspondencia Pizarnik, recopiladas hace algunos años por su amiga Ivonne Bordelois en un tomo publicado por la editorial Planeta. Su lúcido mundo expresivo, enriquecido por fecundos contactos y experiencias en la capital francesa, lo declaró tres años más tarde entre las tapas de su libro Árbol de Diana, editado por Sur y prologado por Octavio Paz. Antes conoció la feliz aventura de la vida bohemia; caminó, vio y aprendió a ver. Fue amiga de Julio Cortázar, conoció a su admirada Simone de Beauvoir, y Octavio Paz le presentó a Germán Arciniegas, director de la revista Cuadernos para la libertad de la cultura, donde Alejandra trabajó como correctora de pruebas. Merced a esa ocupación y a colaboraciones para editoriales francesas, la joven poeta argentina ganaba el modesto salario que le permitía subsistir y seguir fatigando esas callecitas «que dicen, que cantan», como me escribió en una carta, quizás en busca de la imponderable presencia que vanamente deseó encontrar en este mundo. Je ne desire qu’un ange, me escribió en otra ocasión. «Yo no deseo sino un ángel». Después de publicar poemas en Lettres Nouvelles, La Nouvelle Revue Francaise y revistas europeas de gente joven desde las que se dio a conocer internacionalmente, Alejandra regresó a Buenos Aires. Su espíritu había madurado y hasta su aspecto físico era distinto. Los armoniosos rasgos de su rostro, siempre reacio al maquillaje, habían cambiado. El suyo era ahora un rostro todo inteligencia, que trasuntaba una desasosegada vida interior. Como retribución por aquella polera color verde botella que yo le había traído desde Francia, me regaló un libro de la colección Escritores de siempre, de Editions du Seuil, con textos de Boris Pasternak. Leí el libro y lo guardé en mi biblioteca. No hace mucho tiempo lo tomé y al abrirlo experimenté la emoción de reencontrar a Alejandra en sus anotaciones y viñetas dibujadas en sus páginas, que yo había olvidado. En Buenos Aires, Alejandra siguió colaborando en publicaciones nacionales y extranjeras, se hizo acreedora a importantes becas y premios y dio a conocer nuevos libros. La Nación le publicó varios poemas hasta que al conocerse un extenso artículo que Alejandra escribió para una revista venezolana, donde se atrevía a criticar a Ricardo Molinari, el diario dejó de publicarle. Sólo después de su muerte apareció en el suplemento literario una serie de poemas póstumos. Nos vimos con menor frecuencia, lo que no significó un distanciamiento. Siempre me sentí cerca de su cariño y, juntamente con Villordo y Alfredo Veiravé festejamos con ella, una noche, en el comedor de La Prensa, haber sido elegidos con otros cinco poetas en la encuesta pública que dio como resultado la Antología consultada de la joven poesía argentina, publicada por la editorial Fabril Financiera en 1971. Un año después, el 25 de setiembre de 1972, Alejandra nos abandonó definitivamente por propia decisión. Tenía 36 años. Pero antes de irse nos dejó sus pequeñas palabras, las desoladas y luminosas señales con las que aún sigue nombrando el misterio de existir y la inquietante tentación de la muerte. Confieso que en más de una ocasión, al charlar con ella, al leer sus versos y cartas, temí que Alejandra terminara como terminó. Era un ser que experimentaba, como muy pocos, lo que César Aira, en su biografía de la poeta, ha denominado «la dificultad de vivir»; esa abrumadora soledad en la que confina el mundo hostil a los poetas. Por otra parte, Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 80 Evocación era una criatura frágil cuya lucidez y sensibilidad agudísimas la condenaban inexorablemente a estar sola. Antes dije que la poesía de Alejandra había entrado en un callejón sin salida y que esa circunstancia, si tenemos en cuenta la identificación total que existió para ella entre vida y poesía, precipitó su inmolación. Si leemos su prosa de La condesa sangrienta y, más especialmente, Textos de sombra y últimos poemas, recopilación efectuada por Olga Orozco y Ana Becciú de los últimos poemas de Alejandra, así como su breve pieza de teatro Los poseídos entre Lilas, comprenderemos que todo ese humor negro, esa crispación siniestra, esa rebeldía y hasta obscenidad que se manifiestan a través de su lenguaje exasperado, no expresan otra cosa que desolación e impotencia para encontrarse, por fin, a sí misma y decir, al mismo tiempo, lo indecible. Alejandra resolvió dejar este mundo aquella noche de 1972, cuando se suicidó en su último domicilio de la calle Montevideo (según me han dicho, abrazada a una muñeca). Recuerdo que la SADE, recién trasladada al edificio de Uruguay 1371, abrió por primera vez las puertas al público para el velatorio de Alejandra; el velatorio más lóbrego al que asistí. Entonces, frente al cajón cerrado –según la costumbre judía- sentí que Alejandra no estaba allí, que se había quedado en su poesía, ese espacio sagrado al que vuelvo de tanto en tanto para reencontrarla. Quiero recordar una anécdota que tal vez contribuya a aclarar una creencia que se repite frecuentemente: la del mito instalado entre muchos poetas jóvenes después de su muerte. Alejandra ya había empezado a ser mitificada en vida. Estaba a altas horas de la noche, con varios, amigos, velando su cadáver, cuando nos sorprendió ver entrar a una jovencita que era la imagen de Alejandra. Vestía el mismo montgomery color arena que fue prácticamente el uniforme de Alejandra en los últimos tiempos, se peinaba como Alejandra, caminaba como Alejandra… Nuestra amiga había muerte a los 36 años pero ya muchas jóvenes o adolescentes la admiraban e imitaban. Si vivir muchos años es vivir muchas muertes, Alejandra vivió en pocos años muchas vidas. Yo, que la traté desde temprano, puedo decir que conocí, sino a muchas, a varias Alejandras. La adolescente menuda, de pelo rubio y unos ojos verdes ensanchados por el asombro, como los de Alicia en el País de las Maravillas, asistida entonces por una inteligencia desenfadada y traviesa; la Alejandra precozmente madura que regresó de París con su Árbol de Diana, un árbol fructificado en poemas antológicos, definitivos; la Alejandra de las primeras depresiones que disimulaba su soledad y sus miedos tras la máscara de la ironía; la criatura extrañamente fascinada por la muerte; la mujer sarcástica, rebelde, que después de haber intimado dolorosa y hermosamente con las palabras, jugaba a destruirlas y a destruirse; la Alejandra que un día dijo basta. «Basta de formar fila para morir», y penetró en el misterio de la Noche abrazando contra el pecho a la muñeca de su infancia. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 81 FICCIONES EL OVEJERO por Juan José Delaney Como estaba seguro de que esa sería la última vez, miró detenidamente la fachada del imponente Fahy Farm donde mal o bien había recibido las armas que le permitirían abrirse camino en la vida. Sin sentimiento alguno de gratitud y no poca alegría se permitió una mueca en la que se fundieron cierta nostalgia y también un inexplicable entusiasmo por la nueva etapa que habría de emprender con apenas un certificado de sexto grado aprobado y buena conducta. Después cargó la valija y, caminando nomás, se dirigió a la estación Moreno. En el tren se dijo que tras una temporada de trabajo en el campo con sus padres y hermanos dejaría San Andrés de Giles para fijar residencia en la gran ciudad, emplearse en una compañía importante, ganar dinero y volver para dedicarse a la producción ovina porque esa era su vocación y tal había sido la de sus frustrados padres y abuelos. No: él no iba a terminar de puestero como todos ellos. Sobre estas cuestiones reflexionó muy seriamente Juan Delamer, llamado Jack, aquella mañana de principios de diciembre de 1936 en que, tempranamente, concluyeron sus limitados estudios formales. La estadía en el campo duró más de lo que su optimismo había previsto ya que recién después de cumplidos los dieciocho, y tras reencontrarse con un camarada del Fahy que lo instó a la acción, resolvió largarse a Buenos Aires. Fue junto a ese Charlie Maguire que se vio recorriendo las calles porteñas en busca de una pensión. Recalaron en la zona del Congreso, en la calle Solís. La mujer que les ofreció una pieza, desayuno y cena no vaciló en exigirles dos meses de adelanto. Inmediatamente se concentraron en la búsqueda de un empleo. No tenían recomendaciones pero el Buenos Aires Herald era, para quienes poseían la lengua inglesa, el medio eficaz para entrar en la franja productiva. Esa ventaja lingüística Jack se la debía a su padre que había entrevisto las posibilidades del idioma comercial y siempre había sostenido su uso en el ámbito familiar y social; su madre, misteriosa e infructuosamente, había querido resucitar el gaélico, moribunda lengua irlandesa en la que ella percibía algo esencial. Lo cierto fue que Jack contestó dos avisos en los que requerían un «office boy»; de uno de los destinatarios de sus trémulas cartas tuvo noticias rápidamente. Muy contento se veía al joven Juan Delamer la mañana aquella en la que se apersonó en la oficina del señor Timothy Fox. A partir de esa entrevista en inglés todo le pareció más o menos fácil y siempre habría de recordar la fecha exacta en que traspasó las puertas de las oficinas centrales de Liebig’s Extract of Meat Co. para empezar a trabajar de cadete: fue el 16 de febrero de 1940. Las latitas de corned beef marca «Liebig» eran conocidas por él quien pronto supo que la compañía, cuyo frigorífico estaba radicado desde 1903 en el pueblo de Liebig, cerca de Colón, Entre Ríos, y que se especializaba en enlatar carne que enviaba a Europa, transitaba por un período floreciente gracias a la Segunda Gran Guerra. Como a su jefe inmediato, poco y nada le importó trabajar para una corporación inglesa: es que la voluntad de reunir dinero e iniciarse como ovejero en algún punto de la campaña bonaerense aún animaba Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Ficciones 82 sus pasos y era, en rigor, su meta central. El choque con la nueva realidad, tanto en la pensión como en la oficina, pudo haber sido devastador de no ser por su fuerte identidad e inflexible formación. Sólo cuando los ejecutivos condescendían a una breve conversación en inglés y las secretarias, también en esa lengua, le asignaban tareas, o cuando tras la jornada intercambiaba impresiones con Charlie (quien había obtenido ya un puesto en las oficinas que el Ferrocarril tenía en Retiro) se reconciliaba él con el mundo. En cuanto a San Andrés de Giles, las ocasionales visitas fueron pronto sustituidas por breves cartas y finalmente reducidas a las vacaciones. Fue el contacto diario con otros cadetes o empleados y con los comensales de la pensión lo que lo convenció de que la vida real no era aquello que los muros del Fahy Farm habían delimitado; tampoco, la recortada vida familiar condensada en el trabajo, las obligaciones religiosas y el ocasional esparcimiento en clubes de la comunidad irlandesa de Giles y alrededores. Quizás lo más impactante fue el lenguaje vulgar o procaz al que los otros recurrían para designar lo cotidiano. Fue inevitable que poco a poco Jack fuera incorporando nuevas voces a su pulcro diccionario bilingüe. Otra experiencia que lo descolocó fue ver cómo se desarrollaban ciertas relaciones entre hombres y mujeres, al menos las de muchos de quienes lo rodeaban. Es que, por dar un ejemplo, algunos de sus nuevos amigos solteros pasaban de las palabras a la acción, destinando los fines de semana a fornicar en los prostíbulos del Tigre. Eso estaba muy lejos de las enseñanzas que él había recibido de los severos padres palotinos. Por cosas así, tanto a él como a varios de sus paisanos les costaba integrarse. Agravaba la situación el hecho de que, siguiendo el mandato familiar de casarse con una chica de familia irlandesa, junto con Charlie consagraba sus propios fines de semana a merodear por la calle Salguero al 500 donde se alzaba, vivaz, el Irish Girls’ Home, pensionado para jóvenes de la colectividad que trabajaban en el centro, buscaban un empleo o hacían escala ahí tras llegar del campo a la ciudad. Fue en ese tramo del barrio de Almagro donde Jack Delamer conoció a Pochita MacNamara. Era ella exalumna del Saint Brigid’s pese a lo cual acusaba unas ganas locas de vivir, de ser feliz. La advertencia recibida en esa institución según las cual hemos venido al mundo para sufrir no la había con- vencido en lo más mínimo. De hecho ella pensaba todo lo contrario. En síntesis: era la mujer apropiada para Jack, la que lo acompañaría en su proyecto ovejero y en cualquier otra empresa. También ella venía del campo pero tras haber terminado el pupilaje en el colegio de las Sisters of Mercy optó por no volver a Suipacha y probar suerte como oficinista. Esa decisión la ayudó a emplearse como secretaria en la compañía naviera J. E. Turner. En términos generales, y sin mayores exigencias, Pochita Mac Namara se consideraba en esa época más o menos dichosa. Pero cuando conoció a Jack entendió que había llegado el momento de planificar su vida, de organizarla en función de un proyecto común. Ocurría que adoraba a los niños y lo que más deseaba era tener una familia, sí: una familia numerosa, como correspondía. Fue en circunstancias tales que el bueno de Jack se encaminó, mansa y alegremente, al matrimonio. El segundo año de noviazgo los encontró al galope rumbo al altar. A eso contribuyó grandemente el hecho de que él ya había empezado a «hacer carrera» en Liebig: antes del año lo habían promovido a las oficinas, lo comisionaban para gestiones de cierta importancia en Entre Ríos y no mucho después le asignaron el cargo de sub-jefe administrativo. Tomaron entonces la decisión de casarse. Aunque vivirían cerca de la capital, la boda tuvo lugar en el templo de San Patricio, en Mercedes. Algunos de los que estuvieron en ese evento todavía recuerdan la multitudinaria ceremonia y los hectolitros de alcohol que avivaron la fiesta; pero más que eso, el intransferible impulso vital que las miradas de los novios revelaban. Se establecieron en Santos Lugares, cerca del Ferrocarril, donde alquilaron un pequeño chalet situado en la calle Martínez de Hoz que, con los años, un préstamo del Banco Provincia les permitió adquirir. En apenas una década (que a Jack siempre le pareció vertiginosa) tuvieron seis hijos. En ese mismo tiempo, aquel hombre de impecables trajes oscuros y variadas corbatas que todas las mañanas a eso de las siete se encaminaba, disciplinado, a tomar el tranvía del Lacroze rumbo a la oficina, continuó ascendiendo lo que permitió que Peggy dejara la agencia marítima para ocuparse de los chicos. Mucho después la escena recurrente en la memoria de Jack sería aquella en la que, siempre a fin de mes, volvía a casa con el sueldo y el paquete de conservas que le daban en el frigorífico, lo que originaba gran excitación en Peggy y los chicos quienes, Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 83 El ovejero rodeándolo, despedazaban el envoltorio. Pequeñas felicidades como esa contribuían a atenuar el paso del tiempo dando forma a una realidad que parecía compensar el postergado sueño ovejero, porque anclado en la ciudad y amarrado a toda clase de obligaciones, poco a poco Jack dejó de hablar del viejo plan de su primera juventud. Sin embargo una vez, tras dos días en Entre Ríos, Jack se apareció en casa no con el habitual paquete de conservas ni con las revistas infantiles con que solía sorprender a los chicos sino con un cordero de muy pocos días de vida. Se lo había ofrecido un operario que vivía en Colón y que trabajaba en Liebig y él, sin pensarlo, lo había aceptado. El bíblico animal causó revuelo en la casa: los niños se peleaban por darle la mamadera, por cuidarlo y hasta aspiraron a que durmiera con ellos. Pero no: el amplio fondo de la casa sería el hábitat de quien, previsiblemente, recibió el nombre de Daisy. Los balidos de Daisy pasaron a sustituir al reloj despertador y a devolverle a Jack imágenes felices de su infancia en el campo que ahora a él le parecía ilimitado, tan distinto del breve predio de atrás. Durante el receso invernal del año en que Daisy llegó a la casa los Delamer aceptaron, una vez más, la insistente invitación de los abuelos para que los chicos pasaran unos días en San Andrés de Giles. Peggy fue con ellos y en el tiempo que estuvo solo en la casa más de una vez Jack reflexionó sobre la bendición que su numerosa familia significaba para él. El primer sábado se encontró con que tenía casi todo el día libre y no mucho que hacer porque entonces del jardín se ocupaba, incesante, Daisy. Decidió, entonces, premiarse con un pequeño asado que consumió acompañado de la radio, de intermitentes balidos y de una botella de vino tinto. Jack bebía discretamente pero aquel mediodía tomó más que lo habitual. Luego de limpiar y ordenar todo, se encaminó a la habitación para dar cuenta de la siesta, esa ineludible ceremonia de la que nunca se privaba los fines de semana. Tras dejarse poseer por un profundo sueño que lo marginó de este mundo por cerca de dos horas, un súbito llamado que sólo Jack Delamer escuchó lo arrancó del lecho. Sentado en la cama, caviló unos segundos, se incorporó y, como obedeciendo a un preciso mandato, se puso el pantalón del traje, se metió dentro de la camisa blanca y se dirigió al ropero de donde extrajo cuatro de sus mejores corbatas. Tomado por un misterioso ímpetu las ató una con otra y con lo que entonces pasó a ser una larga cuerda se lanzó raudamente a buscar a Daisy en cuyo cuello fijó una de las puntas. En seguida ganó la calle y se plantó en la vereda donde permaneció un instante como dudando acerca de qué rumbo tomar. Serían las cinco de la tarde y fueron muy pocos los que pudieron sorprenderse de ver al circunspecto «inglés» en tal inexplicable situación. Fija la mirada en algún punto de su pasado, Jack dejó que el animal empezara a andar, lo que hizo con lentitud para pronto ir ganando velocidad. El paseo se transformó así en una carrera que cubrió varias calles incluida la intensa avenida La Plata donde los dos paseantes no respetaron señales, automóviles ni a los transeúntes que, entre risas, se detenían a presenciar la escena. Gradualmente un conglomerado unánime de chicos terminó acompañando el frenético recorrido en medio de gritos, silbidos y carcajadas. Al retornar a la calle Martínez de Hoz, una multitud de vecinos advertida del espectáculo lo esperaba en medio de burlas, risotadas y expresiones de toda índole. Extenuado, Jack se detuvo en la puerta de su casa y dirigió al estupefacto vecindario una sonrisa que condensaba la plenitud que apenas veinte minutos de libertad le habían deparado. Luego traspasó el umbral con lo que el muchacho que aún pervivía en él dio por finalizada aquella manifestación mínima de su sueño irlandés. Juan José Delaney es profesor de Letras, egresado de la USAL. Ha publicado Papeles del desierto (cuentos, 1974-1991), Tréboles del sur (cuentos, 1994), Moira Sullivan (novela, 1999) y Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura (ensayo biobibliográfico, 2006). «El ovejero» integra la serie de cuentos sobre irlandeses en Argentina titulada El arpa y el océano, que Ediciones Corregidor dará a conocer próximamente. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 84 Ficciones LOS COLORES DE LAS COSAS por Alejandro C. Tloupakis Quizás por los nervios, Elvira no había llegado ni a los tres sorbos del té con leche, y la Criollita con queso crema quedó intacta. Demasiadas cosas por resolver. Eran las siete y media de la mañana, y la cita sería a las cinco de la tarde. Ese día sí podría aprovechar su costumbre de levantarse temprano, o mejor dicho, su imposibilidad de dormir más de cuatro o cinco horas, sólo uno de los hábitos impuestos por la rutina de cuidar a su madre durante más de veinte años, y que incluía la tarea de darle las pastillas con un horario casi benedictino. Dejó la bandeja del desayuno en la cocina y fue directo al ropero. Cuando lo abrió, sintió que era la primera vez que lo hacía en su vida. No el acto en sí de abrirlo, sino el hecho de elegir qué ropa iba a ponerse. La masa de telas y texturas parecía un gran animal oscuro dormido dentro de su cueva, y ella tendría que despertarlo. El heroísmo que le exigía ese acto por un momento la abrumó, y se sentó en la cama. Se preguntó si podría encarar el desafío de las cinco de la tarde privada como estaba de los colores del mundo. Tres años atrás, el semáforo detuvo el auto en el que volvía del entierro de su madre en la cuadra de los negocios de mármoles y bronces. Elvira sintió en ese momento que esa imagen lúgubre, de monumentos a la muerte expuestos para la venta, nunca se iba a borrar de sus ojos, y que serviría de filtro para todas las demás imágenes que viera. Deseó entonces que el semáforo cambiara de una vez por todas, y al mirarlo, se dio cuenta de que la luz roja no era tal, sino una mancha oscura y apagada. Pensó que se trataba de un desperfecto, pero cuando la señal cambió al amarillo y al verde, tampoco aparecieron esos colores, sino un gris pálido y un negro débil. Los días anteriores habían sido terribles: su madre conectada a aparatos empecinados en alargarle la agonía, la larga espera del final en salas de luz aséptica, el trámite de elegir el tipo de madera del cajón –con las explicaciones acerca de lo que pasaba bajo tierra según la calidad elegida–, la rúbrica en documentos que certificaban su dolor con frialdad forense, y el eterno velatorio con café lavado para apenas cuatro o cinco tías y vecinas compungidas. Pero sobre todo, el terror al vacío que su madre dejaba en su vida, en su casa, en las largas horas de los días que la esperaban, disponibles y extraños. Al darse cuenta de que en dos semanas había dormido menos de diez horas en total, pidió unas pastillas que le permitieran llegar al entierro sin colapsar. Así que cuando la visión del semáforo frente a las marmolerías la alarmó con la idea de que veía las cosas en blanco y negro, de que la muerte de su madre había clausurado los colores de las cosas, inmediatamente lo atribuyó a un efecto químico pasajero. Le llevó algún tiempo comprender que en realidad hacía años que el mundo que percibía era incoloro, y que en vez de huir todos juntos como en estampida, los colores simplemente se habían ido apagando, como si fueran propiedades de la realidad que se sulfataban si uno no le daba determinado uso. También a eso se acostumbró. Al fin y al cabo, los colores no eran necesarios para vivir. Las películas en blanco y negro se entendían perfectamente. Sin embargo, para una cita como la de esa tarde quizás sí eran necesarios los colores; por ejemplo, ahora que tenía que elegir la ropa que se iba a poner. ¿Cómo sabría si un vestido claro era de un amarillo inadecuadamente juvenil, o si la supuesta pollera negra en realidad era azul y no combinaba para nada con la blusa a rayas acaso turquesas? ¿Y cómo elegiría el tono justo de la tintura, lo suficientemente dorado para cubrir las canas pero no de un rubio escandalo- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 85 Los colores de las cosas so? ¿Y el lápiz de labios, y la sombra, y el rubor? El encuentro era demasiado importante como para dejar los detalles librados al azar. Gustarle a un hombre, pensó, es acertar con un conjunto de detalles, y sin embargo sabía que sus saberes eran puramente teóricos. Lo primero que le preocupó, tras el llamado de Néstor, fue su absoluta falta de experiencia práctica en encuentros semejantes. Había salido algunas veces con muchachos cuando era joven, pero entonces la madre había sufrido el accidente y ella, sin bronca ni melancolía, asumió el papel de hija, enfermera, amiga, entretenedora y finalmente madre de su madre hasta el fin de sus días. Ahora se sentía obsoleta para toda clase de romanticismo, y se preguntaba qué códigos de seducción y de trato corresponderían a una cita en Las Violetas, un sábado a las cinco de la tarde, con un viudo un par de años más joven que ella. ¿Serían los mismos códigos de cuando ella era joven, cuarenta años atrás? ¿Serían los códigos de las telenovelas venezolanas, de las series de Suar, de las películas de Richard Geere? Miró el reloj: las ocho y cinco. Si seguía paralizada, no le iban a alcanzar las nueve horas que faltaban para todo lo que tenía que hacer. Empezó buscando la blusa de seda italiana, porque recordaba que el estampado era muy colorido, con esas aves exóticas desplegando su plumaje justo a la altura de sus pechos. Se la apoyó sobre el cuerpo frente al espejo, y no dudó en elegirla. Después encargó unas cosas que no necesitaba al mercadito de abajo, porque le llevaban el pedido hasta el departamento. Mientras tanto separó una pollera que terminaba en un volado sobrio, pero que tenía un tajo interesante, y se probó unas sandalias de taco chino. Por primera vez en cuatro décadas, se paró frente al espejo en bombacha y corpiño, y se miró de cuerpo entero. Todavía no había recuperado los kilos que le indicó el médico, después de la depresión que le había sacado hasta las ganas de tomar líquido, y sin embargo, esa delgadez ahora no le parecía una desventaja. Sonó el timbre, se vistió rápido con la ropa que se pondría a la tarde y fue a recibir el pedido. Antes de que el chico se fuera con la generosa propina, le pidió que le hiciera un pequeño favor: quería saber de qué color veía él la blusa, la falda, los zapatos, los aros, la cartera. Después se sacó la ropa y la planchó escuchando, a un volumen inédito en su casa, un disco de Paloma San Basilio, y coreando las canciones. Dos horas y media en la peluquería, almuerzo frugal, un intento de siesta, vueltas en la cama, una charla con la Virgen, ducha, vestuario, maquillaje, perfume, y a las cuatro y media por fin el timbrazo del remís que había pedido a las nueve de la mañana. Antes de salir, miró el portarretratos con la imagen de la madre que estaba sobre la cómoda, y sintió que la sonrisa de la foto se la estaba regalando, desde donde estaba, en ese mismo instante. Mientras iba en el auto, volvió a lamentar, después de tantos años de costumbre, el hecho de ver la ciudad en blanco y negro. Además era una tarde de sol perfecto, y sólo para ella eran grises las flores de los jacarandá de la calle Medrano. Cuando le entregó el billete al remisero, se dio cuenta de que le temblaban las manos, y se arrepintió de haber aceptado la cita. En los metros que había hasta la puerta de Las Violetas, trató de calmarse, y al empujar la enorme puerta de vidrio y bronce sintió que entraba a un tiempo distinto de su vida, a una etapa de estimulantes miedos y de inauguraciones. Néstor le hizo señas desde una mesa en la ventana, y ella se abrió paso por el salón sintiendo que se le aceleraban los latidos. Vio que él la esperaba con los brazos abiertos y una sonrisa como de admiración, mientras los ojos grises, seguramente azules, trazaban desde los pies hasta el pelo un recorrido que ella sintió como el roce de un aliento tibio. El beso en la otra mejilla, que juzgó irresistible y mundano, le permitió a Elvira oler su perfume viril. Después de invitarla a sentarse y arrimarle la silla, como un prestidigitador él hizo aparecer una rosa. —Espero que te guste el color —dijo—, lo elegí especialmente. —Gracias –contestó ella–, me encantan las flores. —Pensaba que convenía mantener en secreto su problema, por lo menos al comienzo. Pidieron el té con masas, y entre sorbo y sorbo, con prudentes preguntas y silencios que invitaban a la confidencia, él logró que ella le contara toda su vida, hasta hacerle sentir que nunca nadie la había escuchado con una atención tan genuina. —Pero ya hablé demasiado —dijo entonces—, ahora contame de vos. Él le pidió permiso para encender un cigarrillo, y ella siguió con un interés próximo a la fruición cada mínimo movimiento que le demandó ese acto: los dedos que diestramente sacaban la caja de Benson, la abrían, tomaban un cigarrillo, lo llevaban no al centro de los labios sino cerca de la comisura, la misma mano que hacía aparecer el encendedor dorado, los ojos levemente crispados con la primera pitada, el Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Ficciones 86 hoyuelo en la pera cuando levantó la cara al exhalar el humo, y la otra mano pasando por su pelo, los dedos entrelazados en las canas de seda. Su delectación la distrajo de las primeras frases, y después le costó encontrarles ilación. Referencias a negocios fallidos, a socios que lo habían traicionado y a penurias de distinto tipo se mezclaban con alusiones a la economía de ella, al tan lamentable fallecimiento de su madre y al hecho de que ahora tuviera a su completa disposición una renta fija de varios alquileres. Elvira sintió que todo lo que la rodeaba, el concierto de diálogos, el ir y venir de los mozos, el tintinear de la vajilla, la música de fondo, y hasta el rumor del tráfico de Corrientes, quedaba suspendido en un segundo de completo silencio en el que resonó, con la acústica de un anfiteatro griego, la última frase de Néstor: –Necesito unos cinco mil pesos. –Y agregó:– Eso sí: en mi vida he deshonrado una deuda. La primera reacción de Elvira fue suspirar profundo, echar la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y querer estar muerta. Pero la mano de Néstor sobre su mano la sacó de ese letargo: –¿Qué pasa, Elvirita, dije algo que te haya molestado? Ella abrió los ojos, vio la mano de él apoyada en la suya y, junto a las de ambos, como una mancha de tinta sobre el mantel, la rosa que él le había regalado. Le apartó la mano, tomó su cartera, tomó la flor, se levantó y le dijo: –Gracias por la rosa roja. Rumbo a la puerta de la confitería, las flores doradas de los paneles, las pantallas de Murano y los vitrales vieneses estallaron en sus retinas como un caleidoscopio hecho con los fragmentos de su furia. Cuando Elvira salió, anochecía. En vez de parar un taxi, decidió caminar. Tenía toda una ciudad por descubrir. Una ciudad de colores rabiosos. Alejandro Tloupakis (Buenos Aires, 1973) es Licenciado y Profesor en Letras (USAL). Se desempeña como Profesor de Literatura en el Colegio Los Molinos y coordina los Talleres de Redacción y de Escritura Creativa en la UCA, donde también conduce el Ciclo de encuentros con escritores. Realiza tareas de edición y asesoramiento a autores. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 87 LÍRICA IN - SECUENCIAS Ruedo a horcajadas de mi norte oponiendo una inútil resistencia mecánica un sabor criollo asesora mis papilas e instala la entrega en mi domicilio hambriento de verdad restaura una frescura ámbar y frutos en concierto. Un disco inútil me cobra peaje los bárbaros invaden mi terruño y decretan exilios y decretan las líneas de los tigres que enumeran a manera de escudos defensores de mi libre decir a pesar de los barrotes a pesar de las lanzas que aspiran a mi pecho. (No hay lenguaje –me dije sin palabras. No hay lenguaje porque un exiguo diccionario denuncia la ausencia de lectores ávidos la presencia de voces vicarias harto dichas la larvada sucesión de repetidos lugares comunes espejos de nadie agujas sin ojos pues no cosen botones ni unen bordes con ojales abiertos ni restañan retoños de destinos.) Camino ensimismada y me nutro de elipsis me deslizo en alto hacia el retorno para aparentar el reinicio pero sé que retomaré la vía en el punto y coma que señale el antes Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Lírica 88 para que la reminiscencia me permita esbozar la sonrisa del «ya sé» aunque el «saber» sea hijo de la duda y del tal vez. Camino ensimismada sobre un rodado flecha trasegado en el gris del alfalto ardido por tantas ruedas ansiosas de blancos. Tremola el trazo que acompaño I No hay poema sin realidad transpuesta sin lenguaje anclado en los acentos que caen en el preciso centro del instante palabra palabra que viste sus espacios-tiempos y guiños-formas y colores y capullos y alas y nubes claroscuros pausas y ornas de la voz hecha símbolo y metáfora y, tal vez, perpetua alegoría del silencio. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 89 Lírica II Hoy inauguré pájaros sin alas más arriba de nubes desdentadas. No me sorprendió el vértigo inestable (no fueron ellas las autoras) de sus signos señales ausentes de la especie. Sí el a pesar del sí no el cambio de designio (alguien otro los privó del antes). Fue como si los ángeles desertaran de custodiar promesas pero (sin embargo) lo alto (les) persiste reino porque les donó el juego del batir insolentando el sueño del aire en el espacio despojado entonces fue como si las alas hubieran desistido de ser paradigma (y flechas directrices) y nos hubieran negado la oportunidad del símbolo porque ni siquiera vive la memoria de Ícaro (la memoria maestra) (la memoria del mito). Mañana inauguraré alas sin pájaros buscaré nacientes ángeles en mis constantes y en el uno a uno de mis peldaños porque (a pesar de todo) (a pesar del mundo) escucho el siempre de sus trinos. Kelly Gavinoser, poeta y narradora, es titular de las cátedras de Taller de Escritura, Taller de Corrección y Gramática Española en la USAL. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 90 Lírica K ARMA Soy la causa de una doctrina que aún no has desarrollado. Soy el eco de tu nombre en la voz de mi ausencia. Soy el símbolo de los labios que aún no siendo los míos besas. Soy el simulacro de tu olvido y el fuego que deseas. Soy las ruinas de tu vida y el triunfo que ambicionas. Soy todo lo que pisas y levantas, todo lo que esquivas y chocas. Soy esos escombros que eludes y los muros que construyes con mi cuerpo entre tus manos y los recuerdos del pasado. SUBSISTIR Desnúdate alma, sosiégate taciturna sobre las miserias humanas. Desármate coraza sutil y vanidosa, atrévete… ama. Desnúdate, amor, desnúdame. L ÁZARO Y ansiaba saciarse de las migajas. Lucas 16,21. Inmóvil estás entre los húmedos brazos del tiempo. Lázaro intangible. Jinetes de recuerdos navegan en tu olvido. Sólo aquello que otrora tuve entre la comisura de mi cuerpo descuidado y la sonrisa quebrantada de mi alma aún perdida puede remover pecados escondimos, susurros de gritos mudos, lágrimas sin derramarse, culpas sin perdones, gracia sin razones. Inmóvil estoy entre tus frías manos que ya no existen. Lázaro imposible. Perdimos nuestro cielo al combatir sin recuerdos lo ahogado en lo prohibido. Durmamos entrelazados que los tiempos huyen pero nosotros nos quedamos. Yanina Casciotta cursa el cuarto año de Letras en la USAL. Escribe poesía y ensayo Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 91 TEATRO EL NINO por Rodolfo Modern Personajes Nino El Carlitos, Gorosito y Chupín: amigos de Nino Pepe Clara, madre de Nino Fermín, hermano de Nino Sampietro, jefe de Nino La Tana y Rita, amantes sucesivas de Nino Un vago Un vigilante Escena I El café CHUPÍN Con este tiempo loco, en cualquier momento vienen las nubes y zas, el partido lo vamos a ver en bote. Toda la acción se desarrolla en Buenos Aires, en la época actual. Interior de un café de barrio. Mañana de un domingo de primavera, sol y bruma. Entran El Carlitos, Chupín y Gorosito y se sientan alrededor de una mesita. El primero mezclará un mazo de naipes durante toda la escena. Los tres hacen señas a Pepe, el mozo, pidiendo un café. EL CARLITOS Va a estar bravo, hoy, va a estar. Mirá qué sol. Parece tísico. EL CARLITOS Siempre tan optimista vos. ¿Por qué, para variar , no te ponés lentes rosados en esos ojos de chitrulo melancólico que tenés? GOROSITO Chupín tiene razón. El diario anuncia tiempo inestable por la tarde. EL CARLITOS ¿Ma quién le hace caso a los diarios?, decime. ¿No Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 92 ves que siempre mienten? ¿Que a los escribas les pagan para que leamos lo que leemos? GOROSITO Hay gente honrada. En todos los órdenes. También en el periodismo. EL CARLITOS Andate a la mierda. Sos otro chitrulo. CHUPÍN Acábenla. ¿Vinimos a mandarnos un truco o qué? EL CARLITOS A mí el truco de gallo me empelota. No es parejo. GOROSITO Somos tres, el número perfecto, los vértices del triángulo equilátero. EL CARLITOS ¡Ay, qué fino! ¿Por qué no te vas a la mierda? CHUPÍN Sí. No hay que fanfarronear con lo poco que uno sabe. Así nos va. Y vos (a Carlitos), ¿qué mosca te picó? No hacés más que insultar. EL CARLITOS Es que vengo caliente. Le dije a la patrona que me planchara los lompas y se ve que se levantó con la mufa, porque me contestó que estaba hasta aquí (se señala la frente) de mis exigencias y que los planchara yo. CHUPÍN ¿A qué entonces le diste un sopapo? Vos lo arreglás todo así. EL CARLITOS ¡Qué sopapo! ¿De qué sopapo me hablás? Me sacó de casa a los empujones, me sacó. (Gorosito y Chupín se ríen a carcajadas. El Carlitos, tras una breve pausa, se une a ellos. Ingresa Nino, un hombre de treinta años, morocho, buen mozo, entrador, con bigotito). NINO (Sonríe. Con voz potente) ¡Salud, chochamus! ¡Compañeros de mi vida! ¡Qué día, qué día! Hoy les hacemos cuatro a esos muertos, van a ver. ¡Cuatro pepinachos, a ver si se avivan! CHUPÍN ¿Estás en pedo? Si el cuadro está roto, con los lesionados, los expulsados, los inválidos. Los fantasmas van a jugar. EL CARLITOS Siempre optimista, vos. Andá a la mierda. Con Serrucho y Garlopa solos les llenamos la canasta, les llenamos. NINO (Mostrando la camiseta de Boca bajo una camisa sport bien cortada) Con este símbolo basta. Es sagrado. Y termínenla con el fóbal, parece que no hubiera otra cosa en el mundo. CHUPÍN Yo creía que sagrada era la celeste y blanca. NINO Dejate de joder. Es un modo de hablar. La otra es supersagrada. CHUPÍN Será por esto, porque es inmaculada, intocable, que te mandaste el ataque de asma para gambetearte la colimba. Y esos médicos pajarones se la creyeron. NINO Tenía que ayudar a los viejos, todo el mundo lo sabe. Conscriptos hay de sobra. Uno más, uno menos... GOROSITO Es lo que yo digo. Y tenés razón, Nino. El mundo no es una pelota. CHUPÍN Sí que lo es. Mirá la forma de la tierra. ¡Y cómo la vienen pateando! La van a dejar cuadrada. GOROSITO Ojalá. A ver si cambia la cosa. NINO No es la tierra, déjenla tranquila. Somos nosotros. (Pega un grito al mozo) ¡Pepe! ¡Gallego!, un café doble con grapa. Y rapidito. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 93 El Nino CHUPÍN Siempre tan apurado, vos. Llegás el último y lo querés todo enseguida. GOROSITO Porque a veces los muchachos creen que a vos los demás te importan un carajo. NINO No hay nada como la catrera el domingo por la mañana. Y luego los mates, la afeitada y el resto. Se me hizo tarde, viejo. Pero llegué a tiempo, parece. Sí, yo vivo a cien. Si no tocas primero no agarrás nada. (Mirando al Carlitos, que sigue barajando). ¿Un truco de cuatro, eh? NINO (Furioso) Eso no me lo podés decir. Y así, en la cara. EL CARLITOS Fenómeno. Vos y yo contra estos dos tarados. Los barremos. NINO No des cartas todavía. No nos insultemos más, eso quería pedirte. EL CARLITOS ¿Qué te pasa? ¿Te educaste con las monjas, acaso? Si uno no pega, le pegan. Así es el mundo. NINO No. Así es entre nosotros, entre los que son como nosotros. Y si querés pegar, pegá con ventaja, cuando el otro está desacomodado o no se la espera. Los boludos no cuentan. EL CARLITOS Te lo digo yo. Aquí somos todos iguales. NINO ¡Estúpido! Todos somos diferentes. CHUPÍN Por suerte. GOROSITO No sé. (A Nino) Pero a vos lo que te importa, lo único, es tu persona. ¡Cómo la cuidás, hermano! NINO (Furioso) A vos te voy a romper la trucha. Nadie puede decir que soy un egoísta, un mal amigo. CHUPÍN Sin embargo, hay rumores. CHUPÍN ¿O el otro es más chico que uno, verdad? NINO ¡Hijos de puta! ¡Rumores! Después de lo que uno ha hecho por los otros, por los amigos... NINO Verdad. De otro modo es estúpido. GOROSITO Los amigos de toda la vida. GOROSITO Y de yapa, perdés. EL CARLITOS Los amigos del café. NINO El que no gana, pierde, pibe. Es la ley. NINO Cuando andan en la mala, ¿quién los banca? Decime, ¿quién? CHUPÍN Decime, Nino, ¿a vos te importa algo? EL CARLITOS (Sombrío) Esas preguntas no se hacen... NINO ¿Por qué no? GOROSITO Con el pico vos, Nino. Tenés una labia que sos capaz de hacer llorar a una piedra. Pero abrir la billetera... NINO Lo que pasa, carajo, es que nunca tienen un mango. Ustedes nacieron meados. Y yo tengo muchos compromisos, muchas obligaciones. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 94 CHUPÍN ¡Uy Dió! Aquí está Bunge y Born. EL CARLITOS Sí, entre nosotros, sentado en la misma mesa. GOROSITO ¡Un milagro! Que venga el Papa y lo vea. NINO ¡Desgraciados, desagradecidos! ¡Váyanse a la mierda! (A Gorosito) A vos te agarro luego. Ni tuvieja te va a conocer. EL CARLITOS ¿Y a mí? NINO ¡Dejate de embromar! Con vos no es la cosa. Vos vas de frente. GOROSITO Y vos vas por atrás. (Se levantan todos). PEPE ¡Vamos, vamos! ¡Tranquilidad, que hoy es domingo! Y si van a agarrarse, antes de pegar, a ponerse, ¡coño! Estos tipos se agarran por una nadería, y cuando tienen que jugarse por alguna cosa importante, se borran. ¡Qué país! CHUPÍN El gallego tiene razón. No hay que ser tan susceptibles. A los amigos hay que aguantarlos. EL CARLITOS A los amigos, sí (Mirando fijo a Nino). GOROSITO A los verdaderos, no a los que declaman su amistad y luego, llegado el momento, se quedan lo más panchos. NINO (Haciéndose el distraído) Estoy de acuerdo. Y aquí nadie se hace el piola a costa de otro. (Gritando). No voy a permitirlo. (A Gorosito, tendiéndole la mano). Aquí no pasó nada. GOROSITO (Rencoroso) ¡Tu abuela! CHUPÍN (A Gorosito) Te ofrece su mano el Nino, imbécil. GOROSITO ¡Está bien! Pero con la amistad no se juega. NINO Tenés razón. La amistad es sentir con el otro, ponerse en el lugar del otro, en cualquier terreno, abrirse a la confidencia. CHUPÍN Éste se las sabe todas. Y a propósito, ¿qué es de esa pebeta con la que te vi la otra noche en el zaguán, fregándose como locos? ¿No es demasiado joven para vos, Nino? ¿Y qué vas a hacer con la Tana? NINO La Tana me tiene podrido. Son casi dos años y está pirada, loca. El otro día dijo que quería tener un hijo mío, pero casada. ¡Y a su edad! ¿Te imaginás, Chupín, a tu amigo del alma casado? ¿Y nada menos que con la Tana? CHUPÍN Sí, es para morirse. GOROSITO ¿Saben? Esta es una época de mierda. EL CARLITOS Cien por cien de acuerdo. GOROSITO No hay ideales, no hay nada. Todo es pura joda, de arriba abajo. Y nosotros, los laburantes, la pagamos. EL CARLITOS A veces me pongo a putear por no haber nacido antes. En la época del Hombre. Ése sí que fue un tiempo glorioso. CHUPÍN Puede ser. Pero no se quedó. Se rajó en la cañonera. EL CARLITOS Era para salvar el mensaje, para salvar la doctrina. Él era el mensaje y la doctrina juntos. (Mirando fijo a Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 95 El Nino Chupín). Decime, che, con lo que decís a veces pienso que sos un comunardo. O un judío. CHUPÍN Andate a la mierda, analfabeto. Yo leo libros, eso es todo. Me llamo Ignacio Azpeitía y de chico era monaguilo. NINO Sí, me acuerdo. ¿Quién da cartas? Escena II En Familia Comedor de una casa modesta. La puerta de la derecha da a la cocina, de donde sale, con delantal, doña Clara, la madre de Nino. Acaba de almorzar con el hijo menor, Fermín, de veinte años, quien está terminando el postre. CLARA (Enojada y cansada por el trajín doméstico) A esa chirusa no me la traes más a esta casa, ¿entendiste, Fermín? FERMÍN (Conciliador) El flan te salió bárbaro, mamá. CLARA Ahorrate las zalamerías. No me llegan. FERMÍN (Vacilante) No es una chirusa. Es una chica de familia. Y yo soy casi mayor de edad. CLARA Mayor o menor, esa tipa no pisa más el umbral de este hogar. No es para vos. Todos tus amigos se acostaron ya con ella. Y ahora le clava la zarpa al bobo, al más tiernito. FERMÍN Mamá, ¿en qué siglo vivís? CLARA En el de la decencia. El único que para mí cuenta. En esta vida tan dura que a una le ha tocado, Dios mío. FERMÍN No digas macanas. Nosotros comemos todos los días. ¿Y acaso hay otra vida? CLARA Sí, debe haberla. Si no ¿para qué todo esto, disgusto tras disgusto? (Fermín se encoge de hombros). Pero, ¿a qué pierdo tiempo con vos? El baile, las mujeres, el juego, el rock, ése es tu mundo. FERMÍN ¿Y qué tiene de malo? ¿Querés acaso que termine como el viejo, como vos? Puro rezongo, desde la mañana hasta la noche, pura amargura porque no supiste disfrutar de la vida. CLARA No pude, que es otra cosa. Teníamos otros intereses, tu padre y yo. ¿A que no sabés qué flores planté el sábado en el patio? FERMÍN ¿Malvones? CLARA Dalias. No te fijás en nada que valga la pena. FERMÍN Sí. Y si no las regás se marchitan. Todo se marchita, a la corta o a la larga. CLARA Si no las regás. A vos la naturaleza te importa un comino. FERMÍN Me basta con la mía. (Suspira). Ah, un laburo como la gente y tendrías una preocupación menos. Me iría a vivir solo. Como el Nino. CLARA Ni siquiera terminaste el secundario, vago. Por lo menos el Nino es perito mercantil. FERMÍN Ah, el Nino. ¡Qué emoción! (Se escucha el rudio de una puerta que se abre y unos pasos. Es Nino, que llega con un bolsón, que trata de esconder). Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 96 NINO (Con voz alegre) Sí, ¿qué pasa con el Nino? Estoy aquí, mamá. (Ve que está enojada). Hola, Fermín. (Con voz inocente). ¿Llego algo tarde? CLARA (Secamente) Sí, llegás tarde, muy tarde. Ya terminamos de comer. Seguro que estuviste vagando por ahí. NINO De ningún modo. Lo niego categóricamente. Absolutamente. Me reuní con los muchachos y arreglamos el mundo, vieja. Una reunión fecunda. FERMÍN (Que admira a su hermano) ¡Andá! Si ustedes son todos unos burros. CLARA Y ninguno sabe cuidarse a sí mismo. NINO (Cordial) ¡Vieja! ¡Mamacita! (La abraza, la besa efusivamente, la levanta. La madre cede un poco, se arregla el pelo, se alisa el delantal). ¡Viejita! ¿Quedó algo de pollo para el primogénito? ¿Una patita? CLARA Lo lamento, no quedó nada. Hubieras llegado a tiempo. Hay café y pan con manteca. NINO (Conciliador) No importa, no importa. Con los maníes y las aceitunas que me mandé basta. Está bien, mamá, no llegué a tiempo y me lo merezco. La palabra es sagrada. CLARA Una hora de retraso. ¡Qué va a ser sagrada! NINO Está bien, le digo, mamá. Tiene ganas de pelear, ¿eh, mamá? CLARA No tengo ganas y estoy agotada. Ustedes me agotan. Y no me dan otra alternativa. NINO (Con malicia) Si viviera papá sería diferente, ¿eso es lo que quiere decir, mamita? CLARA Hay muchas cosas que me gustaría decir. Y me las trago. FERMÍN No sé cuáles. Conmigo largás todo el rollo. A veces me siento como decapitado. NINO (Bromeando) Es que nunca tuviste la cabeza, hermanito. Pura fantasía, ilusiones. Igual que yo. CLARA Eso es cierto. Pero tampoco tienen sensibilidad, corazón. Algo brilla y ahí corren. NINO Y allí nos estrellamos, ya lo sé. CLARA Nunca supieron correr hacia las verdaderas estrellas. NINO No, preferimos la chafalonía. Es más barata. FERMÍN Y está al alcance de uno. CLARA ¡Vagos! ¡Inútiles! ¡Vividores! NINO Cierto, cierto, de toda videncia. Pero a nuestra mamita, que lava, plancha, cocina, friega, la queremos mucho, ¿verdad, Fermín? (Vuelve a abrazar a la madre). FERMÍN Muchísimo. CLARA ¡Fallutos! (Le trae a Nino una taza de café con leche y pan enmantecado). (A Nino). ¿Viniste para otra cosa? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 97 El Nino NINO (Fingiendo asombro) Mamacita, ¿es usted vidente, acaso? (Descubre el bolsón que estaba oculto en una esquina). Vea, justo y por casualidad hay aquí una ropita para lavar y planchar. Un par de camisas, un vaquero, una camiseta, esas cosas. No hay ningún apuro. (Fingiendo timidez). ¿Podría, si no le fuera muy molesto...? CLARA (Asqueada, arroja el bolsón lejos) ¡Fuera con eso! ¡Que te lo haga alguna de esas arrastradas con las que te acostás! ¡Estoy harta! Harta de todo. (Se sienta y se pone a llorar). NINO (Furioso, ni se le ocurre consolarla) ¿Para qué tener hijos, señora Clara? ¿Para qué? Porque antes de tenerlos se dio el gusto, ¿verdad? CLARA (Deja de llorar) Sí. ¿Y para qué? (Cubriéndose la cara). ¡Oh, ¿cómo puede una madre decir algo así? ¡Cómo puede! NINO (Implacable) Sí, puede. El amor no es un sentimiento obligatorio. Se tiene o no se tiene. FERMÍN ¡Ufa! Todo esto me embola. Yo me las pico. Vieja, no me espere a comer. Tengo un nudo en el estómago. CLARA ¿A dónde vas, Fermín? FERMÍN Posiblemente a la mierda. Ahí está el porvenir. (Se va y se escucha un portazo). NINO ¿Ve lo que hizo? CLARA No soy responsable. De ustedes ya no, ya no. NINO Ya sé. Cumplió con su deber. CLARA Sí. Siempre. NINO (Con la mirada perdida) Yo era chico. Tenía, creo ocho años. Una noche me levanté para ir al baño. Debían ser las doce, la una. La puerta del dormitorio de ustedes no estaba cerrada. El velador, encendido. Se oían voces, gemidos. Y me puse a mirar. Allí los vi abrazados, desnudos. Quedé como clavado en el piso, no podía entenderlo entonces. ¡Animales, puro instinto! El amor era para mí algo diferente, dulce, abierto. Sentí asco, un asco que todavía me dura. Y en el baño, adivine qué, mamita, vomité, me vomité a mí mismo. (En voz baja). Desde entonces me siento vacío. Vacío. CLARA Algo horrible para un niño. Y no podías decir nada. NINO No. Ni muerto. CLARA La vida también es eso. Y nos gustaba hacerlo, oh sí, nos gustaba. Pero tu padre era un hombre honrado. Y nos dejó esto (Señala el techo, las paredes). ¿Qué vas a dejar vos, Nino, qué vas a dejar a otros? NINO ¿Un buen nombre, quizás? CLARA Lo dudo, lo dudo mucho. NINO Yo también. Habré pasado, eso es todo. Como la gran mayoría. CLARA No sé. Algunos siembran. Y muy duramente. Tu padre fue hachero en el Chaco, trabajador de la zafra en Tucumán, vendimiador, hizo de todo. NINO Ya lo sé, para mantenemos. Pero entonces no había nacido Fermín. CLARA Después nos instalamos aquí. Y prosperó. Como para que tuviéramos algo. Algo sólido. NINO Muy conmovedor, mamá. Pero, ¿no le parece curio- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 98 Teatro so (mirándola con fijeza a la cara) que Fermín no se parece en nada, en nada a mí? Físicamente, digo. Tampoco a papá. CLARA A veces las generaciones se saltean. Es un proceso complicado. NINO A veces. No en este caso. En este caso no. CLARA No te entiendo. ¿Qué querés insinuar? NINO Sí que entiende, mamacita. Porque otra vez, y yo ya era grande y papá estaba de viaje, pasé a medianoche por su dormitorio. Esta vez la puerta estaba cerrada. Y abrí la puerta y usted no dormía sola, no señor, no dormía sola. Y bien contenta que parecía. Sólo que todo se me dio vuelta. CLARA Y nada fue como antes. ¿Cómo no me di cuenta? NINO No. Nada. Fin. CLARA Si pensás que te voy a dar alguna explicación, alguna excusa, estás absolutamente equivocado. Sé lo que hice y nadie me obligó. Y ahora, andate. NINO Es que, insisto, a usted le gustaba, mamá. Esa es la explicación, la única. En cuanto a la historia del hachero, puede figurarse qué puede hacer con ella. Y yo soy igual, sigo mi naturaleza, mis inclinaciones. De modo que estamos a mano. Escena III La oficina del jefe de personal del Banco, don Obdulio Sampietro. NINO (Dándose vuelta poco antes de entrar) Adiós, bombón. (Al jefe). Qué preciosura de secretaria, señor Sampietro. SAMPIETRO (Calibrándolo con la mirada) ¿Para eso pidió audiencia, señor... (Busca en el legajo sobre el escritorio), señor Soldano? NINO (Siempre de pie) Por supuesto que no, señor Sampietro. Lo que ocurre es que toda belleza merece un homenaje. La belleza femenina es un don que nos regala a los hombres. SAMPIETRO No sé, pero parece que usted debe ser todo un experto en la materia. NINO Más o menos. No me quejo. No hay que darse corte, pero me defiendo. SAMPIETRO Ah. (Leyendo el legajo de Nino). Soldano, Antonino. Treinta años. Nacido en Pergamino. Estudios secundarios completos. Título: Perito mercantil. Dos años de Ciencias Económicas. (Levanta la vista). Seguro que dejó porque tenía que mantener a la familia. NINO Y un hombre es un legajo y varios sellos. SAMPIETRO Así debe ser, que conste todo. Esa es la garantía para una supervivencia correcta. CLARA Siempre fuiste ruin. La infamia te carcome las entrañas. Salí de mi casa, de mi vida, la ensuciás. No quiero volver a verte. Nunca más. NINO Seguro. Mi padre, incapacitado. Luego estaba mi madre, tres hermanos menores, una tía abuela en sillón de ruedas. La vida es dura y pega fuerte. NINO A propósito, mamita, le dejo el bolso. SAMPIETRO Lo sé. Siéntese. (Sigue leyendo y Nino toma asien- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 99 El Nino to). Entró en el Banco hace cuatro años, en 1990. Primero en la sucursal de Monserrat. de. Además, como usted sabe, hay una tradición. Centenaria. Eso pesa. NINO ¡Qué maravilla! La idea es bárbara. Parece que un hombre es sólo un montón de papeles ordenados. Un nombre, números, fechas, firmas. ¿No falta lo principal? Todo se documenta. En tiempo de mis abuelos, me contaron, la gente se miraba a los ojos y las cosas se rubricaban con un apretón de manos, ¿No le suena un poco deprimente? NINO Si usted lo dice. Ah, sí, la tradición, una gran cosa. Si mis antepasados, mis abuelos, en vez de venir como inmigrantes a fines del siglo pasado, hubieran llegado a fines del dieciocho, quizás yo no estaría aquí sino administrando mis campos o dirigiendo un consorcio de industrias. SAMPIETRO Cuando uno es joven la cabeza la tiene llena de fantasías. Ir hacia atrás es romanticismo puro, algo inútil. Y créame que estos no son tiempos románticos. Para nada. Hay que ceñirse al hoy, a la realidad. Ojos, manos, eso ahora significaría miopía, fracturas graves. Que todo conste por escrito. NINO Sí. De cajero en la sucursal Monserrat, durante dos años. SAMPIETRO Lo estoy leyendo, gracias. Luego, por sus aptitudes personales fue transferido aquí, a la Casa Central. NINO Primero a Cuentas Corrientes. Después a Créditos. SAMPIETRO Gracias, lo tengo aquí. NINO La organización lo es todo. Y la informática. SAMPIETRO (Vuelve a mirarlo fijamente) Así es. ¿De qué otra manera puede funcionar de un modo aceptable este monstruo? NINO Y a usted, señor Sampietro, todo el personal lo admira y respeta. Manejar a más de dos mil individuos y que todo marche bien, aceitado, como un reloj suizo. SAMPIETRO (Halagado) Los relojes suizos también se descomponen, señor... Soldano. (Modestamente). Se hace lo que se pue- SAMPIETRO Eso se acabó hace tiempo, Soldano. Lo que hace falta aquí y en todas partes, es aplicación, disciplina, orden, y fines claros y precisos. NINO No hay nada como la disciplina. Y el orden. En todos los órdenes. Hasta en la cocina. Y eso de los fines es bárbaro. Pero sencillo. SAMPIETRO ¿Cómo que sencillo? ¿A qué se refiere? NINO Y, sí, usted sabe. A hacer dinero. Pronto, bien y mucho. SAMPIETRO (Reflexionando) Ah, sí, dinero. Usted dirá a qué vino. NINO Con su penetración y experiencia ya lo habrá adivinado, señor Sampietro. A solicitar un aumento. Lo necesito. SAMPIETRO (Burlón) Claro, si no no estaría aquí. NINO No. La verdad, lo que gano no me alcanza. Sobre todo ahora, que tengo planes y estoy en la mejor edad. SAMPIETRO Eso se ve. Mire, la situación de un jefe de personal, más en una gran institución, es asunto muy delicado. NINO Ya sé, el difícil equilibrio. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 100 SAMPIETRO (Gratamente sorprendido) ¿Cómo se dio cuenta? NINO Es fácil. La armonía entre capital y trabajo. Si no, la casa no camina. SAMPIETRO Exactamente. Y por eso, como comprenderá, porque usted es una persona despierta, inteligente, eso se nota a la legua, a pesar de sus condiciones personales y profesionales no puedo otorgarle el aumento. Los sueldos están congelados. NINO Eso ya lo sé, ya lo sé. Pero eso es para los empleados comunes, los mediocres. No para gente como yo, que quiere superarse, que quiere contribuir con lo mejor que tiene a la prosperidad y progreso de esta institución ejemplar. SAMPIETRO Y más que centenaria. Es la columna vertebral económica y financiera del país. NINO ¡La gran flauta! ¡Del país! Eso viene primero. Pero, señor Sampietro, estoy por casarme. SAMPIETRO Felicitaciones. El Banco no se lo impide, lo sabe, Al contrario. La constitución de una familia impulsa la laboriosidad y el sentido de una responsabilidad honestamente ejercida. NINO Así es. Lo que ocurre es que usted lo expone mejor que yo. Claro, tiene mucho más estudios, más experiencia. SAMPIETRO Los salarios están congelados, lo siento. NINO Hace una punta de años. Lo sé, lo vivo, lo sufro. Y de ese modo uno no puede mejorar, servir a la empresa como la empresa se lo merece. Aparte, señor Sampietro, siempre hay excepciones. SAMPIETRO ¿Qué quiere decir? Este no es un boliche, Están las normas, están las políticas que velan por los intereses superiores de la nación. NINO Ya lo sé. Y lo entiendo. Pero también están las personas de carne y hueso. Y yo quiero casarme ya, ¿entiende, señor Sampietro? No puedo esperar más, señor Sampietro. SAMPIETRO No veo por qué no. Usted es todavía un hombre joven. NINO No tanto, no tanto. SAMPIETRO ¡Esos treinta años! ¡Ah, si uno los tuviera! NINO Pero uno no los tiene más que una vez. Viene el chico, mi hijo, Y la familia de mi novia es muy severa, muy estricta en estas cuestiones. No lo toleraría, la expulsaría de su casa. Ni quiero imaginarme algo tan terrible. SAMPIETRO Discúlpeme. A esta altura del partido eso suena a folletín. Todo el mundo se acuesta hoy con quien se le antoja. Los salarios están congelados, le repito por última vez. Y el hijo le vendrá bien. Aparte del orgullo que la paternidad inspira, sentará cabeza, Soldano. Se te abrirán otras perspectivas para comprender la vida. Se te anunciará una época color de rosa. Pronto. NINO (Amargado) ¿Cuándo, puede saberse? Y siempre hay excepciones. Claro, yo no tengo palanca, las relaciones que se necesitan, el telefonazo oportuno. SAMPIETRO Aquí el personal es tratado con toda equidad. Usted lo sabe. NINO (Furioso) No es cierto, Sampietro. Todos los días entran tipos Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 101 El Nino por la ventana. ¡Y qué sueldazos! SAMPIETRO (Gravemente) Sí, ¡cómo no voy a saberlo! Pero los que entran de ese modo también se van por la ventana. Y mucho antes de lo que piensan. to que los señores directores y algunos jefes de departamento transfieren depósitos de esta institución ejemplar y centenaria a sus cuentas numeradas en entidades bancarias con domicilio en Zurich, República Helvética. ¿Está claro? SAMPIETRO (Pálido) NINO Mire, Sampietro, yo no quería llegar a esto, eso del equilibrio, etc., son macanas. A mí no me la van a contar. Y el otro día me fui de copas con Ortúzar, el tesorero del departamento de Créditos. Esto no puede ser. SAMPIETRO Ortúzar. No lo tengo presente. Voy a pedir el legajo. ¿Y a qué viene eso de Ortúzar? ¿Qué me importan a mí sus charlas privadas? ¿Qué salga a emborracharse después de las horas de oficina? SAMPIETRO Usted es un miserable. (Reflexiona). Bueno, por mí puede casarse. Y que sea muy feliz. NINO Ahora escúcheme a mí. Ortúzar tiene todos los datos. Es un experto, un maniático de la computadora. SAMPIETRO ¿Y? NINO Bueno, parece que ha descubierto, perdón, que sabe que existen transferencias, para decirlo con delicadeza, algo raras. SAMPIETRO ¿Raras? ¿Qué quiere decir? NINO Se otorga plata para empresas fantasmas, de ésas que existen sólo en los papeles, y luego los fondos se remiten a Zurich. ¿Qué me dice? No somos ángeles, che, no somos ángeles. Vamos, Sampietro, deme el aumento que le pido. Es justo. SAMPIETRO Esto me suena a extorsión. No lo permitiré. Voy a denunciarlo. NINO Denúncieme. No soy yo el delincuente. Entonces tendré que declarar, y Ortúzar, que tiene todos los datos, también tendrá que declarar. Y dirá, me lo palpi- NINO (Implacable) Pero es, estimado Jefe de Personal. NINO ¿Cuánto? SAMPIETRO Un quince por ciento. NINO El miserable es usted. SAMPIETRO Terminemos, ¿Cuánto quiere? NINO Cien por ciento más. Un cargo de jerarquía y cien mil pesos de bonificación. SAMPIETRO ¿Cien mil pesos? Está loco. Y un ciento por ciento más. No es justo, no puede ser, Y además, ¿cómo lo justifico? NINO Eso es cosa suya, ya encontrará la vuelta. Y el mundo no es justo, Sampietro. Y está Zurich, y están las cuentas numeradas. ¿Se le olvidó el detalle, che? SAMPIETRO ¡Miserable! ¡Chantajista infame! Cien por ciento y bonificación extra. ¡Oh! ¡Cómo va el mundo! Y ahora retírese y cierre la boca, ¿entendido? NINO Mi boca está cerrada. Pierda cuidado. Ah, me olvi- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 102 Teatro daba. Ortúzar exige lo mismo. Y hasta pronto, que lo pase bien, señor Sampietro. (Se retira y Sampietro queda solo, tomándose la cabeza con las manos). Escena IV En el nido de amor RITA Mentiroso. NINO ¿Mentiroso, yo? ¿Y por qué? ¿Por qué? RITA Porque me decís que me querés. NINO Para nada. Católico Apostólico Romano. Es lo que se estila para entrar a la Escuela Militar. Pero practicante, lo que se dice practicante, no soy. Y eso de la naturaleza te lo puedo explicar. Mi padre, que se retiró como coronel de la Nación, don Eladio García Paredes, tuvo muchos destinos durante su carrera. Y algunos en pueblos del interior. Pegado al campo, así me crié. RITA Me gusta, siempre tenés una explicación a mano. Siempre aprendo algo de vos. Pero mentiroso sos. NINO Me voy a enojar si seguís repitiéndolo. NINO Es cierto. Desde que te vi por primera vez. Hace tres semanas. Un sábado a la tarde. Mirando vidrieras. RITA ¿Pretendés decirme que fue acaso un amor a primera vista? NINO Un tambor retumbó en mi pecho, un relámpago azul cegó mis ojos cuando te vi. RITA Claro. Un hombre busca otras cosas. Y te las di. Siempre fui un poco tonta. Y una vez que el hombre las tomó, sigue por un rato y luego se hace humo. ¿Qué puedo darte ahora? No soy instruída, no soy interesante, no tengo experiencia. Y vos debés haber tenido como mil novias, El teniente Antonio García Paredes, buen mozo, morocho, alto, con bigotito. Y con esos Ojos, un abismo forrado en terciopelo. NINO ¿Qué más? RITA Mentiroso. NINO ¿Pero por qué? Me sentí atraído hacia vos como hacia ninguna mujer. Un remolino me envolvió y se apoderó de mí. RITA El trueno, el relámpago, el remolino. Sin embargo tenés el tipo del que vivió toda su vida en la ciudad, no el de un amante de la naturaleza. Yo sí me sentí atraída. Directamente. Sin verso. Me dejaste tarada, como a una adolescente. RITA Y con esa labia, ese modo de camelar. Y vos sí que tenés experiencia. Cómo sabes besar, cómo sabés para que me abra a tus caricias. NINO Bueno, no soy mentiroso. Alguna novia tuve por ahí. Pero nada que ver con lo que siento por vos. Un terremoto, eso es lo que me inspira tu presencia, un terremoto. Diez grados de la escala Richter. NINO No creas, las mujeres nacen con una intuición infalible. Tenía que ser, estaba escrito en los astros. RITA ¡Las cosas que decís! Bueno, mejor creerlas, señor teniente don Antonio García Paredes. ¿Sabés? Me siento tan, pero tan bien a tu lado. Aunque no hablemos nada. RITA (Con desconfianza) ¡Qué! ¿Sos musulmán vos? NINO Sí, no hay como el silencio para que surjan las cosas que uno lleva ocultas. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 103 El Nino RITA Abrazame, Antonio, abrazame. (Se abrazan y besan tiernamente, luego con pasión). NINO (Se desprende) ¿Sabés? Como vos besás también debés haber tenido tus ricas experiencias. RITA Tonto. Todo lo que sé lo aprendí de vos, de tus labios. NINO Pero tuviste novios, seguro. arpía, le caí mal. ¡La cara de amarga que ponía! ¡Pobre chico! ¡Y pobre el hermano! NINO (Alarmado) ¿Qué hermano? RITA El único que tenía, uno mayor. Nino, le decían. Nino de aquí, Nino de allá. Parece que no pudo aguantar a su madre, que lo tenía loco a reproches. NINO Sí, eso pasa. ¿Y qué se hizo de ese... Nino? RITA Nada serio. Chicos que me acompañaban a casa. El último, ése si me gustaba algo, no quiero ocultarte nada, total, todo se sabe algún día. Y era tan tímido. RITA No, Nino. Se fue a vivir solo. Iba a la casa de su madre una vez cada mes. Trabaja, creo, en un banco. ¿Te imaginás, con esa preparación que te han dado, si tuvieras que trabajar en un banco? NINO Tan sonso, querrás decir. No, no me lo imagino. NINO RITA Los hombres no entienden. Tímido. Nunca se hubiera atrevido a tocarme así, como vos la primera vez que vine a tu departamento. Y sabés bien que hasta ese momento no había conocido a ningún hombre. NINO ¿Es un reproche? RITA Para nada. Lo tomé como una prueba de amor. Ese amor que decís que te inspiro. Fermín era otra cosa. Lo contrarío de lo que vos sos. NINO (Sorprendido) ¿Fermín? RITA Sí. Vive a diez cuadras de aquí. Fui dos veces a su casa, a tomar el té. RITA (Soñadora, apoyando su cabeza en el pecho de él) ¡Ay, el teniente primero Antonio García Paredes! NINO Sí, a fin de año una fija que me ascienden. Y con alguna cuña, de ésas que uno tiene, el padre todo un coronel, seguro que me darán traslado sólo después de unos cuantos años. Hasta que llegue a mayor, digamos. RITA ¡Ah, qué bien se descansa aquí! Tu vello parece un colchón de plumas. NINO Sí, de douvet, pluma de ganso. Importadas de Trenque Lauquen. RITA ¿Naciste allí, en Trenque Lauquen? NINO Sí, al nacer yo papá estaba de servicio allí. NINO ¿Y? RITA No me volvió a invitar. Parece que a la madre, una RITA Cuando nos casemos no te van a mandar a Trenque Lauquen, ¿verdad? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 104 NINO No, a Tinogasta, probablemente. RITA Eso parece una lista de pronombres personales, no me dice nada. RITA (Se da cuenta de la burla) Me estás tomando el pelo, Antonio. Eso no es justo. NINO Todas las mujeres quieren casarse. ¡Maniáticas! RITA Pero nosotros sí nos vamos a casar. De eso estoy segurísima. No me gusta eso de estar juntos así, de a chorritos, y seguir engañando a ese ángel de tía Felisa. NINO A mí tampoco. Para nada. Tía Felisa deberá estar orgullosa de su sobrina. Casada. Bien casada. Y con hijos. Cuatro. Dos y dos. NINO Te lo explicaré de otro modo. Que en el fondo es lo mismo. Dos yoes, vos y yo, por la fuerza de su amor construyen un globo gigante, color rosa. Al globo lo impulsa, desde el interior, la llama del sentimiento amoroso que esos yoes, vos y yo, irradian. Así el globo donde estamos embarcados va surcando bien arriba, en un aire mecido por los vientos más suaves, el mundo entero. Y a la altura del ecuador, se despliega del globo y lo abraza una cinta bien ancha donde se lee, escrito con letras de oro, la palabra «Nosotros». NINO Estoy de acuerdo. Totalmente juntos, vos y yo. Hechos el uno para el otro. Y nadie más. Nadie más. RITA ¡Ay, Antonio, nunca escuché nada tan hermoso! Besame. Deshaceme. Es como si ya flotara. (Se oye entonces un ruido, una puerta que se abre y se cierra de golpe, y entra como una tromba una mujer de buen ver, alta y corpulenta, vestida algo llamativamente, el pelo rubio teñido. Tiene algo más de cuarenta años. Al ruido, Nino y Rita se separan con violencia). RITA Antonio, ¿qué es el amor para vos? NINO ¡Tana! ¿Qué hacés aquí? NINO ¿El amor? una palabra. Una palabra hermosa. TANA (Sorprendida ante el espectáculo) Contestáme vos primero. ¿Quién es esta putita con la que andás fregándote? ¡Podría ser tu hija, degenerado! RITA No, todavía no. Quiero disfrutarte toda para mí. RITA Te estás burlando de mí. Otra vez. En serio, ¿qué es el amor para vos? NINO Esto. (La besa apasionadamente en la boca, luego en el cuello). RITA Antonio, ¿quién es esta bruja? ¿Qué hace aquí, en tu propia casa? RITA (Se desprende) Basta. ¿No podés tomar nada en serio? TANA Te voy a dar lo de bruja. (Se abalanza sobre Rita y le da un carterazo, mientras Rita la torna de los pelos. Luchan, pero la Tana es más fuerte y la tumba sobre el sofá, que Nino, de pie, ha abandonado). NINO Sí, puedo. Cuando no hay más remedio. El amor es cuando el Yo desprende un El para formar un Nosotros con la persona amada. ¿Qué tal? RITA ¡Antonio! ¡Antonio! ¡Defendeme de esta fiera! (Nino reacciona y las separa con fuerza, de modo que cada una de las mujeres cae en un extremo del sofá). Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 105 El Nino NINO Bueno, ¡basta! La violencia no lleva a nada. Y no soluciona nada. varón, ¡qué joder! Y uno lucha, pero no puede resistirse, no puede. (Se deshace de ambas y se toma la cabeza con las manos). TANA A vos te voy a agarrar, Nino, y hasta la cárcel no parás. ¡Sinvergüenza! ¡Canalla! RITA ¡Oh! (entre sollozos que no cesan hasta el fin de la escena). ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! ¡Cómo pudiste! ¡Cómo pude! RITA (Tomando aliento y a los gritos) ¿Nino? Con razón esta mujer está confundida. Su nombre, para que lo sepa, es Antonio García Paredes, teniente del ejército. Y es mío (lo toma convulsivamente del brazo), y apenas lo asciendan a teniente primero, nos casamos. ¡Bruja! TANA (Que ha visto mucho en su vida y tiene sentido del humor, a las carcajadas) ¡Antonio García Paredes, teniente del ejército! Esa sí que es buena. ¡Buenísima! Sos una infeliz, cosita. RITA Decile quien sos, Antonio. Está vieja, está confundida. (Antonio permanece de pie, mudo). TANA Te voy a decir yo quien es este farsante, este mentiroso congénito. Se llama Antonino Soldano y trabaja como cagatintas en el Banco Nacional. Y es mío. Me lo gané en buena ley. (Lo toma del otro brazo). RITA (Chillando) Antonio, decile a la bruja esa que se confunde. Que nos vamos a casar. Dentro de un mes. (Nino no reacciona) ¡Antonio! (Lo sacude). TANA Aprovechaste que tenía que hacer ese viaje a Corrientes, ¡Canalla! Y embaucaste a una caída del catre más. ¡Total, una más para el Rodolfo Valentino de Monserrat! ¡El canalla de siempre! ¡Hablá, cobarde! Y pensar que me engatusaste a mí para comprar el departamento. (Cada una lo sigue tomando de un brazo). Vos no sos un hombre, no hay pizca de hombría auténtica debajo de esa facha. NINO (En voz baja, señalando a la Tana) Ésta tiene razón. Soy Nino Soldano. Pero uno es NINO ¿Para qué echarse culpas? Mientras duró todos la pasamos bien. Se es como se es. TANA Sí. Vos naciste así y así vas a terminar. Solo como un perro sarnoso. NINO No entiendo, uno trata de complacer a todo el mundo, pero ¿quién entiende a las mujeres? RITA ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¿Cómo podré vivir después de esto? ¿Cómo? Y pensar que te creí mío. TANA Yo también lo creí mío, y ya ves. NINO Dios no tiene nada que ver. Está en otra parte, fuera del juego. De este juego, por lo menos. Y (alzando la voz), yo no soy posesión de nadie, nadie es mi dueño, en las buenas o en las malas. ¡Métanse eso en las cabecitas que tienen! Soy libre, me pertenezco a mí mismo, sólo a mí mismo. ¡Saquen sus garras de mi cuerpo, no se atrevan a tocar mi alma! Es mía. Y yo dispongo de lo mío. TANA (Recapacitando tras un silencio) Sí, querido. Que te aproveche. Quedate con tu cuerpo inmaculado, con tu alma impoluta. ¡Imbécil! Nunca vas a aprender nada. RITA ¡Oh, Dios! NINO (Con la máxima energía) ¡Basta! ¡Mujeres histéricas! ¡A mandarse a mudar! Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 106 ¡Las dos! ¡Ya! ¡Ahora! (Empuja a ambas en dirección a la puerta). TANA (A Rita, la toma por la cintura) Vení, querida, no llorés más por este monigote. Está vacío. RITA (Entre sollozos) ¡Oh, Dios! ¡Qué mundo! (Ambas desaparecen detrás de la puerta, que Nino cierra de golpe). NINO Por fin. Como si la culpa fuera mía. Corno si hubiera culpa. (Se sienta en el sofá). Sí, se es lo que se es. ¡Terrible! Lo que pasa es que ninguna era digna de mi amor, Eso es lo que pasa. Epílogo En la calle NINO Cúbrase, por favor, cúbrase. Un frío de órdago, digo yo. Como en Siberia en invierno. Y lo mejor en estos casos es la caña. El fuego sagrado, que le dicen. VAGO ¿Dónde dijo que hay fuego? Yo no veo ninguno. Claro, los años se me vinieron encima y ya no tengo los ojos de antes. NINO Era una imagen, viejo, una imagen. VAGO Ah, sí. Tampoco veo las imágenes. Cataratas, ¿sabe? Los años, ¿sabe? NINO Tan mal no está. Y ahora se operan que da gusto. Rayos láser. Un pistoletazo y uno ve como un recién nacido. Lo sé por un vicio del asilo donde me recibieron la última vez. VAGO Las doce de la noche. El frío es intenso. Compañero... NINO No se moleste. Siéntese, póngase cómodo. NINO Nino. VAGO Gracias. Ya estoy sentado. Y cómodo. Yo me acomodo en cualquier parte. NINO Igual que yo. Aquí (señala la mesita) hay dos vasos. Sí no tiene miedo al contagio mándese una, compañero. Está paga. Y hace un frío de la gran siete. VAGO VAGO Los chicos recién nacidos son ciegos. NINO ¿Lo vio usted? ¿Cómo lo sabe? VAGO A veces hay que creer lo que dicen los demás. Hay que creer. Gracias, compañero. NINO A veces hay que creer lo que dice uno mismo. ¿Y cuándo hay que creer? NINO Para usted, soy Nino. VAGO Nuevamente, gracias, señor Nino. Hace tanto frío que el papel que me puse en el pecho (se desabrocha la camisa para mostrarlo) y en los zapatos (se descalza para que Nino pueda ver) es como si no me protegiera ni medio. VAGO Cuando hay que creer. NINO Para eso hay que escuchar a los otros. Y no ser sordo, ¿no le parece? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 107 El Nino VAGO ¿Qué dijo? NINO Nada. Hablaba de bueyes perdidos. VAGO A mí, en la chacra, cuando tenía chacra y era casi una criatura, se me perdían los corderos que daba calambre. NINO NINO Es mentira, disculpe. La vida le gana a uno por knock out. No pasás del quinto round. Y le confesaré algo. Nunca pude sentir eso que llaman amor. A los demás los usé, me aproveché de ellos. Es espantoso, no siento nada dentro de mí. VAGO ¿Así que había sido boxeador? Eso lo explica todo. Y haber reconocido lo que usted reconoció es haber llegado al fondo. Ahora viene el ascenso. Lo sé. ¿Por qué los perdía? NINO VAGO Es una historia muy larga y muy triste. ¡El cordero es tan inocente! Tantos años andando por el mundo. Es como si hubiera muerto y renacido continuamente. Otra noche se la cuento. Y hablando de lo mismo, de la tierra, ¿su estancia rinde? NINO ¿En estos tiempos? No me haga reir. No dan crédito. Además, no tengo estancia. VAGO Sí, los intereses lo funden a uno. NINO (Bebe) Usurarios, eso es lo que son. Usurarios. VAGO Justo. Yo estoy aquí por los usureros. No creen. Y se quedaron, por ahora, con todo. Menos mal que nunca fundé una familia: en realidad, soy un tipo social. La gente me gusta. NINO El buey solo bien se lame. VAGO No estoy seguro. Pregúnteselo a las vacas. En cuanto a mí, ayudo lo que puedo, ofrezco consuelo. Y trato de dar a los demás algo de amor. Parece que me sobra, pero de eso no soy responsable. Y no quiero jactarme, pero he tenido mis éxitos. Y volviendo a lo de antes, hasta que quedé medio sordo tenía buen oído. ¿Conoce el aria de «Aída»? Esa que empieza: «Ritorna vincitore» Al final, bien al final, uno gana. Aquí o allá. ¿Lo explica todo? VAGO Sí, señor Nino, se le ve el físico, la contextura. NINO Pero sí usted ve como la mona. Nunca boxée en mi vida. Fui muchas cosas, pero boxeador, nunca. VAGO Yo sí. Golpée algo y me golpearon mucho. A veces pensé que me moría. De puro dolor. Pero ya lo ve, aquí estoy. NINO ¿Por qué tengo que verlo? ¿Por qué? VAGO Porque ésa fue una parte de mi vida. Ayudar, y al piso. Y vuelta a levantarse. NINO Todo se escurre. Y no vuelve en la puta vida. ¿Le dije que soy un tipo de ciudad? ¿Sabe lo que eso significa? VAGO Mala cosa. El campo es mucho más sano. Mi padre tenía un pasar modesto. NINO ¿En donde? VAGO En un lugar muy primitivo, muy alejado de aquí. ¿Le sobra un rubio, compañero? Los rubios se me acabaron. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Teatro 108 NINO NINO ¿Somos humanos? ¿Está seguro de eso? Porque yo me mandé cada una... ¿Hace cuanto tiempo? VAGO Hace mucho, mes más, mes menos. NINO Yo no fumo más. No puedo permitírmelo. Los vicios son para quienes les sobra la plata. VAGO Vamos, no se achique. Vicios los tenemos todos. Santos y pecadores. Y hay uno que es el más democrático. NINO Ya sé. Comer, dormir, hacer el amor. Cuando se puede. VAGO No, compañero, ésas son necesidades. Imaginar, soñar. Ahí está el peligro. Alerta roja. Los pies, bien asentados sobre la tierra, sobre esta realidad. Luego, desde allí, es posible, hasta fácil, volar, mirar el cielo. NINO Yo era como un dado. Lleno de lados. Pero viví acelerado, con el pedal a fondo. Y en la arista entre cada número. Como sobre el filo de la navaja. VAGO Así se corta cualquiera. VAGO Es que no vivió desde la verdad. Ser lo que en realidad se es y partir de allí hasta lo que debe ser. NINO Me salió predicador. Las cosas que ocurren. VAGO (Con una sonrisa) Es una tentación a la que no siempre puedo sustraerme. Le ruego me disculpe. NINO Lo que se debe ser. Eso no basta. VAGO Lo admito. Y luego, no querer más, no ser más. Limitarse. Pero ése es un asunto peliagudo. NINO No soñar más. Usted lo dijo. Es brava la cosa. VAGO El flojo se muere, bendito sea. Y ni siquiera podemos visitar al analista. NINO ¿Para qué? Yo me conozco. Soy un peligro. Y la sentencia ya fue dictada. NINO Hasta el hueso, compañero. Ni el jugo del caracú me queda. VAGO Quizás, para aprender, haya que vivir sobre la navaja. Quizás. Pero todo tiene remedio, Nino. Todo. Existir ya es un milagro. ¡Hay tanto obstáculo, tanto error! NINO No es suficiente. La lombriz, el cardo, el basalto, también existen. VAGO No se haga el tonto, eso queda para los más sabios. Hablo de usted. Usted es un ser humano. VAGO Apele, compañero. Los Jueces de aquí, menos que nadie, están a años luz de la verdad. Se les escapa por los agujeros de la toga. NINO Yo no puedo taparlos. Usted, menos. VAGO La polilla vence. Pero ni falta que hace. Vea, compañero, hoy es hoy, y mañana será ayer. Y el cielo está sobre nosotros, Y hasta a la ciudad puede llegar el aroma de las flores. Claro, el viento lo tiene que poner uno. NINO Sí. Mirad los lirios del campo. ¡Conmovedor! Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 109 El Nino VAGO Justamente. Evangélico de yapa. Además, es la absoluta verdad. Las preocupaciones originan eczemas, dolor de muelas, bastón y pega indiscriminadamente). NINO Y la culpa, el cáncer, ¿no es cierto? NINO Los olvidé en Mónaco. VAGO ¿Quién lo sabe? ¿Quién lo ignora? NINO Falta lo más difícil. Vivir conforme con la verdad. VAGO Con la verdad, sí. Ojo, que a veces la realidad es la máscara de la verdad. NINO ¡La pucha! ¡Qué frase se mandó, compañero! VAGO Y tengo otras más, no crea. Y la vida enseña que hay que enfrentarla, que hay que pelear por ella. NINO Puede ser, puede ser. Pero, me pregunto, ¿cómo pasaremos el resto de la noche con este frío? Es para morirse. VAGO Esa es fácil. ¿Ve a ese vigilante junto al farol? Nos viene observando desde que me senté junto a usted. Con esta facha parecemos más que sospechosos, francamente subversivos. Mírese, míreme a mí. NINO Es cierto. Y usted que se las sabe todas, ¿qué cuernos hacemos para que la noche no nos mate? Porque la luz protege. VAGO Es fácil, le repito. Levantamos la voz, fingimos irnos a las manos, gritamos un poco, y el tipo viene corriendo. Está en la edad en que hay que hacer méritos. NINO Tiene toda la razón. Ahora. (Ambos se incorporan, se insultan, se arrojan los vasos vacíos a la cara, se trenzan en lucha cuerpo a cuerpo. El vigilante arriba velozmente, hace sonar el silbato, saca el VIGILANTE A separarse, atorrantes. ¿Documentos? VAGO Y yo en el Caribe. VIGILANTE Conmigo los vivos no corren (los esposa). A la comisaría, para la averiguación de antecedentes. Deben de tener un prontuario así de gordo. ¡Atorrantes! ¡Delincuentes! ¡Perturbando la paz pública! ¡Vagos de mierda! ¡Vamos! (Los empuja). VAGO ¿No le dije, compañero? Dos días adentro, bajo techo y con sopa caliente. El porvenir sonríe. Y luego a seguir, hasta encontrar un lugar más adecuado. Hasta el Paraíso no paramos. NINO ¿Cómo me dijo que se llamaba, compañero? VAGO No se lo dije. No me lo preguntó. NINO Pero ahora se lo pregunto, amigo. VAGO Jesús Ángel. ¿Le gusta? NINO Sí. Ahora se arregla todo. (Los tres dejan la escena). FIN Rodolfo Modern, nacido en Buenos Aires, miembro de la Academia Argentina de Letras, profesor universitario y especialista en literatura alemana, es autor, además, de una importante obra poética, narrativa y dramática. Recordemos, de entre sus numerosos títulos: Distanciado cielo, Levántate y canta, y Así, de esta manera (poesía); Sostenido por bemoles, Fin de temporada, El día quye no murió nadie y El hombre de confianza (Volúmenes de cuentos). Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 USAL DOCTORADO EN LETRAS OBJETIVOS La Universidad del Salvador, que como toda Universidad procura ser escuela de sabiduría hacia la verdad, se propone como metas académicas y profesionales de la carrera de Doctorado lograr que sus egresados alcancen una formación humanística cristiana integral que les permita actuar con eficacia en la comunidad social. El objetivo de este Doctorado en Letras es lograr una profundización cada vez más especializada en el campo de los estudios literarios; que cada Tesis Doctoral en Letras constituya un paradigma en cuanto al aspecto formal de su expresión idiomática; que la temática contribuya a rescatar valores literarios poco estudiados en el transcurso del tiempo; que los trabajos de Tesis puedan servir como punto de partida para nuevas investigaciones literarias; que las Tesis de Doctorado en Letras enriquezcan sobre todo lo concerniente a Literatura Argentina e Hispanoamericana, para acrecentar su conocimiento y difusión continentales y mundiales; que las Tesis puedan ser utilizadas como material didáctico y bibliográfico, para lo cual deberán alcanzar niveles de excelencia en cuanto a la forma y al tratamiento del asunto; que los temas elegidos con entera libertad y amplitud de miras, se adecuen a los parámetros éticos y culturales propios de nuestro ser nacional y de la esencia constitutiva de la Universidad del Salvador. TÍTULO: DOCTOR EN LETRAS DIRECTOR: DRA. GLORIA OLGA JUSTA MARTÍNEZ COMISIÓN ASESORA DE INVESTIGACIONES MIEMBROS QUE COMPONEN LA COMISIÓN DE INVESTIGACIÓN DEL DOCTORADO EN LETRAS: Dra. María Rosa Lojo Dra. Beatriz Curia Dr. Daniel Capano Dr. Eduardo Sinnott COMISIÓN PERMANENTE DE TESIS MIEMBROS QUE COMPONEN LA COMISIÓN PERMANENTE DE TESIS DEL DOCTORADO EN LETRAS: Dra. Gloria Olga Justa Martínez Dra. Ana María Benda Dra. Alicia Lidia Sisca Dra. Alicia M. Zorrilla 111 CONVERSACIONES ÁLVARO ABÓS: «VIVIMOS EN MEDIO DE LA FURIA DEL TIEMPO, NO EN PROBETAS» Entrevista por Javier Barquet Como lo que logra Claudio Magris en El Danubio, el estilo de Álvaro Abós (1941), siempre preciso, mezcla silenciosa y sobriamente la ficción y el ensayo y la crónica. Aunque se inició en la literatura de modo, según él, tardío, con más de cuarenta años, ha transitado los géneros del ensayo, el cuento, la novela, la biografía, la historia, sin reducirse a las limitaciones de ninguno. Reconoce que lo que escribe nace de una fricción entre historia y literatura y que no se puede escribir sin leer. En 2005 publicó La baraja trece, uno de los mejores —tal vez el mejor— libros de cuentos de los últimos años. revista literaria. En el primero se sentaba la chica que más me gustaba. Usted militó en la Juventud Peronista en los años de la resistencia, fue abogado laboralista, tuvo que exiliarse durante la última dictadura, pero regresa a la Argentina y en 1984 se dedica exclusivamente a la literatura. ¿Cómo se abandona una vida tan ligada a la política? Exorcizar es un verbo demasiado enfático. Los libros se escriben a medida que salen, sin un designio elaborado. Lógicamente, la experiencia influye. Sin embargo, la mayor parte de lo que he escrito tiene que ver con épocas que no he vivido. En Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires, la mayoría de los escritores que retrato son de generaciones anteriores. Mi trilogía biográfica trata sobre tres argentinos —Botana, Macedonio y Xul— que no conocí. Las huellas de lo vivido aparecen en Restos humanos (1991), mi primera novela, en la forma de un crimen célebre en mi infancia, y en Cinco balas para Augusto Vandor (2005), en la forma de un personaje real que se convierte en ficcional al ser protagonista de una ficción. La Uno no hace lo que quiere sino lo que puede. La politización juvenil suele ser fruto del tiempo que a uno le toca vivir, no de opciones deliberadas. A veces, todo viene de la casualidad o de algún hecho banal. Recuerdo que en el café «La Perla del Once», donde yo estudiaba de noche, se reunían varios grupos. Uno era de militantes de la JP, otro era de una ¿Escribir es un modo de hacer política? Que escribir sea una forma de «hacer política», como hipótesis o como pregunta, es una sobrevaloración de la política. De todos modos, sus primeros tres o cuatro libros abordaron temáticas histórico-políticas. ¿Fue un modo de exorcizar ese pasado? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Conversaciones 112 historia, cercana o lejana, es siempre un tesoro para un ficcionista. Esto es lo que recuerdo de las miles de páginas que he escrito. Es posible que me equivoque, ya que no releo lo que escribí y ni siquiera tengo ejemplares de la mayoría de mis libros. Esa Argentina violenta que retrata en aquellos libros da paso al policial que, ya desde De mala muerte (1986), viene trabajando desde distintas variantes. El policial es el género madre de la literatura. En la Edad Media, las obras de teatro se llamaban «misterios». Mucho de Shakespeare, empezando por Macbeth, es thriller. En toda vida hay misterio y toda vida es una intriga policial, pues concluye en una muerte. Sentado este lugar común, confieso que soy hijo de los tiempos en que los quioscos y librerías estaban abarrotados de gran literatura policial. ¡Gloriosos años cincuenta! En colecciones como Pandora o Linterna —con «atrevidos» dibujos de pulposas señoritas en la tapa— se publicaba a Raymond Chandler, William Irish, Dashiell Hammett y cada primero de mes aparecía un nuevo tomo de El Séptimo Círculo. Luego, la serie negra siguió en el quiosco, pero ya no en la forma de literatura sino en la sangre que chorreaba de los diarios: la violencia fue la experiencia central de mis «años de (de)formación». Yo creo que hay una transición entre Augusto T. Vandor, Sindicatos y peronismo (1999) y Cinco balas para Augusto Vandor (2005). ¿Por qué ese paso? ¿Piensa que hay zonas de la realidad abiertas para la literatura pero cerradas para el ensayo o la historia? Casi todo lo que escribo proviene de la tensión entre la historia y la ficción. Es que la historia no alcanza a develar las claves de la vida. Y a su vez la ficción sin historia puede empobrecer una experiencia al vaciarla del contexto. Vivimos en medio de la furia del tiempo, no en probetas. Por eso la historia se cuela incluso en los universos más secretos. Por ejemplo: Kafka escribió su diario mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. La guerra no aparece en ninguna entrada. Sin embargo, ningún texto histórico brinda una percepción más aguda del siglo que esas páginas de un apolítico. ¿Y por qué justamente Augusto Vandor? Me resultó atractivo por varios motivos: como no hablaba, tenía el prestigio del silencio; como fue asesinado, se vio beneficiado por el aura de las víctimas, lo cual es una paradoja que los asesinos políticos no suelen calcular. El libro se instaló en cierto debate en torno de la violencia de los setenta y fines de los sesenta. ¿Cree que ya se ha dado la distancia necesaria para revisar aquello? Al escribir Cinco balas para Augusto Vandor no quise intervenir en ningún debate y menos sobre «la violencia de los años setenta». Quise escribir una novela policial y reconstruir los mecanismos que llevan a un ser humano a matar por una idea política. ¿Si está saldado el debate? No creo, la palabra «saldo» tiene que ver con el comercio, más que con el pensamiento. Sobre la legitimidad de la violencia usted se enfrentó con Osvaldo Bayer. ¿Qué recuerda de aquello? ¿La legitimidad de la violencia? Too much! No puedo incurrir en la soberbia de exponer recetas ni diagnósticos sobre temas tan vastos. Sólo un recuerdo personal: mis experiencias políticas tuvieron que ver con formas de resistencia no violenta: la resistencia peronista, por ejemplo, no acudió al asesinato político como arma y su violencia era defensiva y, vista con los ojos de lo que pasó después, inofensiva. Queda para mis memorias el indagar si hubo algún nexo conductor entre las experiencias que atravesé: golpe del 55, resistencia peronista, onganiato, silencio durante la década del setenta, exilio, regreso... Así como en el policial la muerte es el misterio, en La baraja trece (2005) el misterio es la muerte, que impregna y da el tono de cada texto. ¿Es un tema personal o una simple obsesión literaria y filosófica? La baraja trece es un libro de cuentos cuyo tema es la muerte de doce escritores. Los protagonistas son Roberto Arlt, Stefan Sweig (que incluimos en esta entrega), Spinoza, etc. Lógicamente, al escribir sobre la muerte de un escritor se hace alusión a la vida y al trabajo de escritura. En una entrevista se declaró un escritor Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 113 Con Álvaro Abós profesional. ¿Cómo es la rutina de un escritor profesional? Soy un escritor argentino que vive de y para su trabajo. Mi rutina es la misma que la de cualquier oficio. Dedico mucho tiempo a preparar mis instrumentos y materiales, que, en mi caso, incluyen papel y lápiz, además de computadora y, sobre todo, la documentación, que me permite trabajar sobre el pasado lejano o cercano, que es el contexto de mis libros. ¿Lee mientras escribe? Leer y escribir son caras del mismo proceso. No se puede escribir sin leer, en principio, lo que uno mismo ha escrito. Y a veces, como entrenamiento, antes de empezar a escribir conviene hacer la de Balzac, que cada jornada se «entrenaba» leyendo dos páginas del código civil. ASÍ ESCRIBE ÁLVARO ABÓS Petrópolis (Rio de Janeiro), 1942 Todo poema se cumple a expensas del poeta. Merece lo que sueñas. Octavio Paz Dramatis personae El domingo 22 de febrero, un escritor austríaco de sesenta años y su segunda esposa y secretaria, Charlotte Elizabeth Altmann, de treinta y cinco, se suicidaron tomando veneno en un chalet de la rua Gonçalves Dias. Petrópolis Huir a la montaña cuando llega noviembre y comienza la temporada de verano es una costumbre que hizo oficial en Rio de Janeiro el emperador Don Pedro I. Las embajadas, ministerios y organismos de gobierno transfieren sus actividades a Petrópolis, una fresca ciudad de jardines, separada de la urbe por sólo una hora de camino. La carretera sube en curvas cerradas a través de la sierra. Serpentina tras serpentina, poco a poco se ensancha la vista sobre el valle. Por fin, una curva y se llega a lo más alto. Hay casitas de agradable aspecto, entre las que corren acequias . En Petrópolis reside una corte estival que, con sus puentecillos rojos y sus chalets algo anticuados, brinda una imagen tranquila y patriarcal. La opción En 1936 se había realizado el Congreso del PEN Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 114 Conversaciones Club en Buenos Aires, y fue durante aquel viaje que él tuvo su primer contacto con el Brasil. El país lo había fascinado y se prometió volver, escribir sobre aquella tierra adorable. Hasta que, finalmente expulsado de Europa por el avance de los nazis —él era judío—, debió decidir: ¿Nueva York o Río? Del agua estancada espera veneno ¿Habrás presentido fugazmente, la primera vez que viste ese lugar, que sería el último cielo, éstas las últimas calles, estas las últimas gentes que verían tus ojos? ¿Por qué elegir un dulce paraíso para el fin? ¿Por qué no preferir un lugar lóbrego y oscuro? ¿Por que ensuciar el edén con la obscenidad de la muerte? Acuarela Las calles, trazadas para lentos carros, soportan el paso veloz de los autos, el vértigo de Río se acerca a la montaña. Aunque el encanto del lugar no corre riesgo; la naturaleza es maravillosa. Las montañas no muestran formas abruptas sino que se recortan ondulantes. Durante el día, la temperatura sube sin trabas, pero las noches son deliciosas. No es el aire fuerte, ozonizado de las regiones montañosas, pero sí una fresca pureza perfumada por el aliento de los bosques y las flores. Petrópolis, verano de 1942. El cuento Petrópolis tiene cierto aire a una ciudad alemana de provincias. Y esa sensación es acertada porque el emperador radicó en ella a colonos alemanes, y en los pequeños jardines pintorescos se plantaron geranios, como en la patria lejana. El Palacio Imperial también impresiona como el de un pequeño príncipe germano, transplantado, por obra de magia, a la sierra brasileña. Todo es de proporciones graciosas y sólo en los últimos años los chalets modernos dieron a la villa un carácter más presuntuoso. Un hombre, desde cierto palco del Teatro Municipal, descubre, en el patio inferior, a la mujer más hermosa que jamás viera. La observa largo rato. Ella está sola, sentada en un rincón, como si aguardara a alguien. Viste un lujoso disfraz de cortesana del siglo XVII. El hombre se precipita hacia las escaleras y baja raudamente, acuciado por el deseo. Presiente que aquel encuentro será decisivo en su vida. Pero ella ha desaparecido. En el lugar lo está esperando una ambigua figura enmascarada. ¿Hombre? ¿Mujer? Abriendo los pliegues de la capa de seda negra aquel ser misterioso revela, dibujado sobre el cuerpo preso de una estrecha malla, el contorno de un esqueleto. El hombre huye, aterrado. Buscando una mujer, inspecciona todos los recovecos del teatro. No escucha la música embriagadora ni las risas, ni el estruendo del festejo. Una y otra vez, en los rincones más impensados, el desconocido de la capa negra se interpone a su paso. ¿Acaso la fúnebre máscara lo está invitando a bailar? Él la elude, Durante toda la noche recorre Rio buscando a la mujer y con el correr de las horas las facciones de la maravillosa criatura se van desvaneciendo en su memoria. Entonces... Medianoche El banquete La pareja abandona de pronto la fiesta para tomar el autobús de regreso a Petrópolis. En el trayecto, mientras el desfalleciente vehículo sube con esfuerzo el sinuoso camino, a él se le ocurre, tan neta y vívida como un sueño recién disipado, la trama de un cuento. En el Palacio Catete, el presidente Getulio Vargas —un hombre bajo y robusto, de rostro carnoso y pálido en el que refulgen dos pequeños ojos penetrantes— le ofrece una comida oficial. Junto al maestro se sienta Alzira Vargas, la hija mayor del presidente, quien contaría en sus memorias cómo «quedé Carnaval Dos amigos brasileños, el diplomático Claudio de Souza y el editor Abrahao Koogan, invitaron a la pareja al desfile de escuelas de samba en la Praça Onze y al fastuoso baile de disfraces en el Teatro Municipal. 1942 era el año en que Orson Welles filmaba en Río una película que jamás se terminaría. Estampa del paraíso Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 115 Con Álvaro Abós impresionada por el aire melancólico y ausente del escritor». Pronto cesará tu sed, ardiente corazón Suenan las sirenas del Argentina, que entra en la rada de Río de Janeiro en la mañana exquisitamente fresca, y en cubierta, Lotte y tú juntan las manos, y tú cierras los ojos y tratas de recordar la vieja plegaria para pedir las cosas más deseadas, la que musitabas en Viena, hace medio siglo, los días de fiesta en que mamá y papá venían a buscarte al colegio, y abres los ojos y bebes el perfil límpido de las montañas que a lo lejos guarecen —¿guarnecen?— la bahía de Guanabara, y te asombras con las islas que alguien inventa a un lado y al otro, y que jalonan la majestuosa entrada del buque, y ya avistas el Corcovado, y el Cristo Redentor abre —¿te abre?— sus brazos. Es la mañana del 21 de agosto de 1940, y en todos los periódicos del mundo se anuncia el asesinato de Lev Davidovich Trotsky en Coyocán, pero en ese momento lo único que te importa es la ciudad que parece acercarse, casi irreal en su armonía, y respiras como un ahogado que sale a la superficie en aquel aire incierto y tibio, y te preguntas si será posible,te lo preguntas en la cubierta del Argentina, a las nueve de la mañana del 21 de agosto de 1940, mientras en los periódicos del día se anuncia también que las tropas italianas se han concentrado en la frontera con Austria, y que el mariscal Patain ha asegurado que Vichy será tan neutral como Suiza, pero ¿qué importan ahora esas minucias?, ahora lo único que existe es la luz que la mañana hace incandescente, y te preguntas, porque en el fondo sabes la magnitud de la apuesta, si es posible llevar a cabo un gesto, una decisión que te rescate, porque anhelas ese acto bueno para expiar la deuda que pesa sobre ti, y adviertes que ese anhelo es el motivo profundo y oscuro de tu tristeza, pero ¿en qué puede consistir ese acto sino en la muerte, la amiga más fiel, la compañera? Y, bajo la luz que se condensa como una lágrima cegadora contra tus pupilas, anhelas una muerte que ilumine todo el trayecto, aunque más no sea por la constancia de haberla deseado en cada recodo de tu vida, incluso en aquellos malversados por la inercia, el error o el fracaso, y recuerdas que lo intentó Kleist, junto al Wannese, y lo intentó el pequeño, dulce Novalis, dejándose morir porque primero había partido la amada Sophía, y él, Kleist, desafió a Dios para que se lo llevara... En la ciudad que se abre en abanico, descubriéndose con lentitud en cada nueva perspectiva, en la ciudad que despliega ante tus ojos y los de Lotte el Pan de Azúcar, y la bahía de Botafogo, y la de Flamengo, y los jardines que trepan el morro, y los edificios blancos que miran al mar y funden el verde de la altura y el azul del agua, y la playa de Copacabana, y el aeródromo, y la isla de la Marina, y los rascacielos, en la ciudad que se ofrece como un don majestuoso, bajo la luz que ahora resplandece, en esta ciudad habita la premonición de una sombra. Te preguntas si es esa belleza la señal capáz de transmutar el azar de la vida en la inexorabilidad del destino, el mundo atroz que dejabas atrás en la dulzura de un paraíso, y la duda respira en tu corazón, confuso como un pájaro herido, porque ahora estás más cerca, ya puedes ver el muelle, y preguntarle si el lugar que te espera sería la armonía de hace unos momentos, o estos detritus oleosos que gangrenan las aguas, este olor dulzón de frutos podridos, estas costras sobre la piel del negrito que grita algo que no entiendes, en tierra firme, donde los engolados funcionarios esperan para darte la bienvenida oficial,grande, ilustre escritor y humanista. Los chinos Son marido y mujer. El hombre cuida el jardín y repara los desperfectos de la casa. Ella hace la limpieza y cocina. Se entienden contigo y con Lotte a través de un neutral portugués elemental. Pero, en realidad, cruzan pocas palabras. Tú y Lotte se acostumbran a las figuras mudas, a esas sombras que son una réplica , a la presencia incorpórea del hombre y la mujer, a la tez marfilina, a la docilidad algo perruna. Preferían compañías más alegres; quizás alguna de las mulatas cuyas risas contagiosas es habitual oír en las calles de Rio o de Petrópolis. Estado Novo Getulio Vargas había sido, en los años treinta, el jefe de un movimiento antiligárquico, liberal y cuasiizquierdista, pero el largo ejercicio de del poder lo había convertido en un caudillo de cuño mussoliano. De acuerdo a la idiosincrasia brasileña, aquella dictadura se disimulaba tras la cordialidad de los gestos y cierta sagacidad de los modos políticos. Él, obse- Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 116 Conversaciones sionado por el horror racial europeo, creyó ingenuamente que la armonía visual entre blancos y negros era indicio de libertad y respeto humanos. América Latina era la tentación de la utopía para la conciencia desgarrada de un escritor de habla alemana, abrumado porque la patria de Goethe hubiera engendrado tamaños monstruos. Paisajes A través de los ventanales del que fue su estudio, en Salzburgo, se divisaban los picos nevados de los Alpes contra un cielo de colores italianos. Si se cierran los ojos, frente a la ventana que da a la rua Gonçalves Dias, quizás reaparezcan aquellos colores. Infeliz aquel que de patria carece ¿Por qué has huido, loco, por el mundo ahora que el invierno se aproxima? El corazón de la tormenta Una noche, mientras él trabaja en su estudio, nubes redondas, parecidas a inmensos globos, se espesan hasta tornarse una masa oscura y atemorizante. Los árboles atormentados gritan, atormentados por el viento que se debate convulsivamente en todas las direcciones. La tormenta brama, arroja relámpagos zigzagueantes. La casa entera cruje, los postigos golpean. La electricidad se ha cortado. Él enciende una vela, abre con cuidado la puerta del dormitorio: la copa vacía en la mesa de luz delata la pastilla para dormir que Lotte ha tomado. Él recorre las habitaciones atisbando el temporal desde todas las ventanas, como quien escruta al visitante imprevisto para descubrir su secreto. El tiempo ha ido pasando. Él se echa un abrigo sobre los hombros y sale a la galería. De pie junto a la empalizada a la que se agarra con fuerza, con el viento y las furiosas gotas azotándole el rostro, se enfrenta a la tormenta. Piensa que si la mira cara a cara podrá descifrar su sentido. No tiene miedo. Al contrario, es como escuchar la voz de un compañero que admite pesares iguales a los nuestros. La tierra risueña se agita, la vegetación espléndida gime, como un rostro bello desfigurado por una pena súbita que nos confiesa: también yo sé sufrir. Cierra los ojos y extiende la mano derecha hacia la espesura, hacia esa masa oscura e informe en la que late el corazón de la tormenta. La mano tiembla de agitación y frío. Pero, de pronto, queda firme. Que cese la lluvia y si consigo la calma, conseguiré también mi calma interior, y allí renacerá el sol, y regresará la alegría. Por un instante, todo él es un deseo ciego, una fuerza sobrehumana, un arco tenso, listo para disparar la flecha. Oh, Dios, Dios, haz que cese la lluvia. Y el milagro se produce. De pronto, sus oídos no escuchan otro sonido que el suave viento lejano en el follaje, como la huella de alguien que huye. El temporal ha cesado. La lluvia, el viento, los truenos, todo acaba. Silencio. Jamás ha vivido algo semejante. De inmediato, elabora un mecanismo defensivo. El azar. No, él no está loco. Es un hombre del siglo, un ser racional, no un histérico ni un imbécil. Un hombre lúcido y moderno. Sin prejuicios, al tanto de las últimas teorías filosóficas. Y sin embargo, ¿dónde está la garantía de que su mano no ha sido la causa de la súbita calma? ¿Qué sabe finalmente él de nada, incluida la propia naturaleza, y la naturaleza del mundo, qué sabe él que no sea un saber incompleto y fugaz? Nunca sentí tan cercana la dulce certeza En algún momento de aquel febrero de 1942, ellos deciden morir. Comienza entonces una preparación larga y minuciosa, porque morir es un trabajo que exige muchas energías, constante atención a múltiples detalles. Morir es casi como escribir una biografía, y él había escrito muchas. Por ejemplo, en 1925, cuando vivía en su casa de Monte de los Capuchinos, en Salzburgo, la de Heinrich Von Kleist, que en 1811 había elegido morir junto a su amada Henriette Vogel. Las buenas costumbres ¿Por qué poner en orden la muerte, como quien acomoda los muebles y limpia el polvo de un cuarto que nunca más utilizará? ¿Por qué no dejarlo todo a medio hacer, por qué no cortar abruptamente el devenir cotidiano? ¿Acaso elegir la muerte no es una protesta desesperada? ¿Por qué revestirla de urbanidad? Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 117 Con Álvaro Abós Monte de los Capuchinos Salzburgo, los bosques que se extienden a sus pies, y que él domina desde los ventanales del estudio. Más allá de la frontera, el valle, ya en Baviera, tierra alemana. En los días claros podían seguirse desde allí las prácticas al aire libre de las Juventudes Hitleristas. Pero eso sería mucho después. Entonces, en 1925, él se ocupaba de Heinrich Von Kleist. Bajo un negro cielo enciende Zarathustra sus fuegos Tanto él como Lotte tienen dificultades para dormir. Ella toma pastillas pero él, algunas noches, prefiere permanecer tendido en la cama, despierto, pensando. Está habituado a los sonidos de la casa. Los crujidos, las señales secretas de invisibles cañerías, la brisa en la copa de los árboles. Sin embargo, una noche descubre un ruido sordo y casi insignificante que no atina a descifrar. La vigilia nocturna es un estado de aguda y obsesiva sensibilidad, y la curiosidad por el pequeño ruido (como si alguien agitara una caja de fósforos, piensa, pero inmediatamente desecha esa impresión), o mejor dicho el origen incierto del ruido, se convierte en algo intolerable. Entonces se levanta sin hacer ruido y comienza a inspeccionar la casa. La recorre hasta convencerse de que el ruido viene de afuera. Espía por una ventana. La pareja de sirvientes está sentada en un claro del parque, con las piernas cruzadas en posición de loto. La luna los ilumina. El hombre y la mujer orientales musitan algo, como si cantaran, o recitaran una letanía. Las voces tenues y tranquilas se despliegan en la noche como el vuelo sagaz de un pájaro extraño. Escrito en Salzburgo (1925) Entonces, en la terrible soledad, oyó resonar una voz sombría que, a veces, en la desesperanza, había osado llamar: la voz de la muerte. Ahora que el oleaje de la desesperanza se aleja, como la marea, la muerte surge como una dura roca... Amores En 1935, él había roto con Fredericke Von Wintrmintz, su esposa durante veinte años, colaboradora incansable de su trabajo intelectual, administradora y alma tutelar, mujer de fuerte carácter que galvanizaba sus íntimas debilidades. Ella misma, que permaneció en Salzburgo hasta el Anschluss mientras él marchaba a Londres, sugirió al marido que tomara una secretaria. Ella escogió a una muchacha polaca, Charlotte Altman. El drama explotó en Niza, con la apariencia de un banal vaudeville. Frederike los encontró en posición comprometida, junto a la máquina de escribir. Morir cansa Tareas indispensables antes de morir: a) Completar el testamento. b) Prever las consecuencias hereditarias. c) Acondicionar los manuscritos a editarse póstumamente. d) Despacharlos a los editores de Nueva York, Estocolmo y Buenos Aires. e) Destruir los papeles que no debe leer nadie. f) Escribir las cartas de adiós a los más íntimos. g) Redactar la Declaración Final, explicando el porqué. h) Encontrar destino para el pequeño fox-terrier Plucky. El país del futuro Así había subtitulado él su libro, publicado en 1941. La edición en portugués llevaba vendidos ya cien mil ejemplares. Un canto de fe en el Brasil, considerado un faro de humanismo en este mundo arrasado por el totalitarismo y la destrucción. Pero el libro fue mal recibido por los intelectuales del país. Se sospechó que era un encargo del gobierno, con fines de propaganda. El viejo recelo contra el extranjero, la envidia hacia el triunfador que agotaba ediciones, hacia uno de los escritores más populares de la época: los literatos nativos debían costearse la edición de sus propios libros. ¿Dónde está el drama de aquel elegante exiliado que cena con el caudillo y es recibido en los salones oficiales? se pregunta la izquierda brasileña, enterrada en las catacumbas de la clandestinidad. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Conversaciones 118 Tardes tranquilas Suele sentarse en su sillón favorito, en el jardín de la rua Gonçalves Dias y, mientras acaricia distraídamente el perrito que juguetea a sus pies, recuerda párrafos enteros de su biografía de Von Kleist. Cuando se ama el abismo hay que tener alas ¿Por qué pretendes que crezca en ti el fruto verde de la quimera si negra pez infecta tu sangre? ¿Cómo reclamas el sueño tranquilo de la inocencia si en tus sienes aletea la alondra sombría? ¿Por qué finges la felicidad si vives en el reino del dolor? No simules. No (te) mientas. El paraíso que postulaste se erigirá sobre una ciénaga. Soñaste una tierra ornada por la justicia y la dignidad, y si la realidad ha corrompido tus sueños, debes pagar el precio. Soñaste con una tierra que capitalizara para ti la alegría, y ahora debes hacerte cargo de las insolvencias. Mira ese ojo insomne en el espejo. Lee el mensaje que alguien esculpió en tu corazón. Merece lo que sueñas. rra, mujeres más bonitas y niños más hermosos que entre los mulatos, delicados de talla, suaves de comportamiento, regocijados. Obsérvese en los rostros semioscuros de los estudiantes, la inteligencia hermanada con una serena modestia y cortesía. El experimento brasileño que en estas páginas he tratado de describir, es la negación absoluta de todas las diferencias de color y de raza. Cuando se pisa esta tierra se siente un alivio en el alma. Ese efecto de apaciguamiento es el goce de la vista, una bienaventurada asimilación de la sin par belleza que atrae al recién llegado con los brazos abiertos (No hay nada más absurdo que acudir con ropas fúnebres a la fiesta. Y yo llevo la levita del velorio pintada en mi cuerpo. Es inútil que me pasee por las avenidas de la risa, que mime el regocijo, que le cante a las bellezas de vergel. El veneno inyectado en el corazón no sólo me derrota, me pone en ridículo. Al dolor se suma el ludibrio, a la impotencia el bochorno. El saltimbanqui, si cae, cae despatarrado. No hay dignidad para el audaz que pierde). De Heinrich Von Kleist a su prima María Jornal do Brasil Muero porque nada en esta tierra me queda por aprender o por alcanzar (tres días antes del fin). El submarino V-156 de la marina de guerra alemana, al mando del almirante Werner Harsentein, torpedeó la refinería de Aruba, en el mar Caribe. Los defensores habían situado en la trayectoria de los proyectiles al petrolero Pedernales, lo que evitó la ruina total de la refinería. Se produjeron decenas de víctimas fatales (10 de febrero de 1942). Escrito en Salzburgo (1925) Las cartas finales de Henrich Von Kleist son a mi juicio su creación más perfecta. En ellas alienta un aire de otros mundos, desconocidos, sobrenaturales, desligados de todo lo terrenal, como los Ditirambos a Dionisos de Nietzsche, o el Canto a la noche de Hölderlin. Escrito en los márgenes de un libro Rara vez se encontrará, en parte alguna de la tie- Una velada Invitan a cenar a Ernest Feder y su esposa, vieneses con los que habían hecho amistad. Pasan cuatro horas juntos. «Jamás los vimos tan tristes», contarían después los huéspedes. Él trata de disimular: dormí muy mal anoche. La cena se extiende, interminable. A las once y media, los visitantes se despiden. Los dueños de casa, atentos, los acompañan hasta el ómnibus. El último apretón de manos y más disculpas. Cuando la luz ya no ahuyenta la noche ni el dolor ¿Por qué ser cortés? El tejido de la vida social va a romperse brutalmente. ¿O matarse no es un gesto de rechazo, en cuanto separación radical, hacia los demás? ¿Por qué fingir? ¿O no es fingir? ¿Es sólo Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 119 Con Álvaro Abós buena voluntad para con gentes a las que se quiere? ¿Es una forma de pedir perdón? Escrito en los márgenes de un libro La tensión que sacude nuestros nervios, desde hace mucho, está aquí eliminada casi por completo. Todos los contrastes, aún aquellos de índole social, tienen aquí menos rigor, y sobre todo carecen de puntos envenenados. Aquí la política con todas sus perfidias, no es el centro del pensar y del sentir. La primera sorpresa, que luego se renueva diariamente, de un modo bienhechor, la que se recibe apenas se pisa esta tierra, consiste en la forma amable y sin fanatismo en que los hombres conviven en este espacio enorme. Se respira con alivio al haberse evadido del aire viciado del odio de razas y clases, en esta atmósfera más quieta y más humana (¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué no me hundo en el escenario horrendo que provocó mi desgracia? ¿De que me sirve esta feracidad, esta juventud, este optimismo? Goces ajenos que no me están destinados, que alocadamente aspiré a hacer míos. Soy un polizón que danza en cubierta, cuando mi lugar es la sentina oscura del dolor). Américo Vespucio Si el paraíso existiera, sería algo parecido a esto. Escrito en Salzburgo (1925) Kleist tenía un miedo cerval a la soledad de la muerte. Soportar la muerte por toda la eternidad... Por eso, desde niño, pedía a quienes lo amaban que murieran con él. Al fin había encontrado una mujer que aceptara su proyecto. En realidad, Kleist no conocía demasiado a esa mujer enferma y fea. No la conocía tampoco en el sentido bíblico, pero la había desposado bajo otros signos, bajo otros astros, en el sacerdocio secreto de la muerte. Pascal El hombre, perdido y náufrago en un mundo cuya infinitud le espanta, es un junco a merced del viento; la frase, releída al pasar, lo golpea como una revelación. Un junco pensante. Pero ello, ¿hace alguna diferencia? Escrito en los márgenes de un libro En el año de 1562, Tomás de Souza escribió, al llegar a Río de Janeiro, Tudo e graça que dela se pode dizer. La belleza de esa ciudad difícilmente pueda reproducirse. Mirando y gozando, siempre el hombre es aquí el beneficiado. Inconscientemente recibe de este paisaje, como de todo lo bello y sin par en la tierra, un misterioso alivio. Papeles arrojados al cesto a) Manuscritos a medio terminar b) Proyectos y bocetos c) Borradores de la nota despedida, reescrita una y otra vez, porque la inminencia de la muerte no inhibe al estilista cuidadoso. Cartas que quedan sobre la mesa de trabajo a) A su ex esposa Friderike («cuando recibas ésta, descansaré quieto y feliz...») b) A su albacea literario Viktor Wittkovski c) A sus editores brasileños d) A sus traductores e) Al alcalde de Petrópolis f) Al locador del chalet, pidiéndole disculpas por las molestias g) Al director de la Biblioteca Pública de Petrópolis, agradeciéndole las atenciones recibidas. De Heinrich Von Kleist a Ernest Pequilhen Ven pronto a la hostería Stumming, mi querido amigo. Los gastos te serán reembolsados por mi hermana Ullrika, que vive en Francfort. La señora Vogel te deja la llave de la maleta que está en Berlín, en el cuarto de la servidumbre. Contiene indicaciones para diversas diligencias. Creo habértelo escrito ya, pero ella insiste. ¿Puedo abusar de tu amistad pidiéndote otros servicios menudos? Olvidé pagar a mi barbero el mes que corre. Mándale el dinero que encontrarás Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Conversaciones 120 envuelto en un pedazo de papel en el cofrecito de la señora Vogel. ¿Puedo pedirte también que te encargues de la maleta negra, que es mía, y se la obsequies de mi parte a mi posadero, el cuartelmaestre Müller, que vive en Maverstrasse 53? (Un día antes del fin). Escrito en los márgenes de un libro Nadie que haya estado alguna vez en Rio de Janeiro quiere irse. Cada vez que se parte, se desea volver. No hay sobre la faz de la tierra lugar que prodigue más consuelo (pero el fruto dulce escondía un corazón de acíbar. Por los meandros del goce se filtró, como un reptil, sinuoso, invisible, y cuando quise llevarlo a la boca, el néctar se transformó en ponzoña. La llevaba conmigo). Dos mujeres Friderike, de buena posición, católica, hija de padre judío, era decidida, tenaz, intelectualmente brillante. Charlotte era una oscura huérfana polaca, una hoja al viento en el vértigo de aquella Europa desvastada. Friderike también escribía, aunque dejó de lado sus ambiciones para apuntalar la carrera de su marido. Tenía dos hijas de su primer matrimonio, a quienes él quiso como propias. Charlotte nunca tuvo gran estatura intelectual. De personalidad opaca y salud frágil (era asmática), su único aporte intelectual al hombre que amaba fue su trabajo como dactilógrafa. El creyó que, si la dejaba, ella sucumbiría. Piedad sentimental, como en la novela que escribió en 1935 y que se llamó en inglés Beware of pity y en francés La pitié dangereuse. Separarse de Frederike no fue fácil. La nueva pareja (se casaron tras el divorcio de él) estuvo un temporada en Nueva York, donde vivía Friderike con las hijas. Él y Friderike tenían una inextinguible relación intelectual. Y humana. Él redactaba su autobiografía. Ella lo ayudaba. Los tres convivieron en la casa de Friderike. Eran adultos, personas razonables. ¿Acaso ambas mujeres no querían al mismo hombre? Pero él y Lotte se embarcaron para el Brasil. talle nimio: no temer a la muerte. ¿Por qué no lo intentas? Tus días se recostarían entonces en una paz tan dulce. Jorge Amado, muchos años después Ni siquiera leí Brasil, país del futuro. Lo condené al bulto, por puro sectarismo. El cuento (II) Dormitaba en su sillón, en el jardín de la rua Gonçalves Dias. Pensaba una y otra vez en el cuento sobre el hombre que se enamora de una muchacha en el Teatro Municipal. Sabía el final. La noche tumultuosa del Carnaval ha terminado. Amanece en la bahía. El hombre vaga por la playa desierta. A lo lejos distingue una figura humana, apenas visible tras una barca. Corre hacia ella. Es la Muerte, pero se ha quitado la máscara y él reconoce el rostro de la muchacha a la que había buscado toda la noche. Una y otra vez intenta escribir el cuento. Se sienta a la mesa de trabajo, la ventana abierta al fresco jardín. Sabe exactamente qué quiere escribir, pero las palabras no acuden. ¿Un bloqueo? ¿Justamente él, que ha escrito más de cien libros, miles y miles de páginas? Y el papel, sobre la mesa, sigue en blanco. ¿Es un signo? De Heinrich Von Kleist a Ulrika Henriette y yo, considerados melancólicos, tristes y fríos, nos amamos el uno al otro con toda el alma, ¡y la mejor prueba de ello es que ahora nos disponemos a morir juntos! Colmado de favores y de dicha como me encuentro, no quiero morir sin antes haberme reconciliado con todos, especialmente contigo, mi adorada hermana (un día antes del fin). El hallazgo ¿Que quieres de mí, salteador de caminos? La eterna sabiduría del mundo se cifra en un de- El lunes 23 de febrero todo está tranquilo en la rua Gonçalves Dias. Sólo a las cuatro de la tarde, extrañados por el largo silencio de los amos, los Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 121 Con Álvaro Abós sirvientes deciden abrir la puerta del dormitorio. Malicioso dios desconocido ¿Cuál es la textura de aquellos, tus últimos, tórridos días? ¿En qué molécula del húmedo calor crece la evidencia del fin? ¿Por qué no describes su llegada cuando tus días sólo son espera de la muerte? ¿Quizás porque ese desinterés —ya que ningún escritor lo ha hecho— sea lo que delata la cercanía de ella? El visitante Heinrich Von Kleist deambula por los corredores de la casa, se sienta con él en el jardín de la rua Gonçalves Dias, se cruza con los sirvientes chinos y con Lotte, está frente a él en la mesa del despacho, y ambos se miran a los ojos, fijamente, desesperadamente. En silencio. La alegría fecunda, el dolor da a luz Sientes remordimiento por haber arrastrado a Lotte, ese ser desvalido, y culpa por haberte salvado mientras fueron víctimas tantos millones de hermanos. Pero los geranios explotan en el calor del verano. Ellos te sobrevivirán, al menos hasta que llegue el otoño, el tiempo de ellos en la vida no está agotado como el tuyo. Todo consiste en aceptar esa lección humilde. ¿Es tan difícil? Georges Bernanos A principios de febrero visita al católico inconformista exiliado en Barbacana, una pequeña ciudad de Minas Gerais. El contraste entre ambos no podía ser mayor. Bernanos, monárquico, anticlerical, es un polemista nato. En su villorrio brasileño ha formado un círculo de acólitos en el que mantiene viva la llama de la lucha antinazi. El lúgubre judío vienés lleva ya la muerte en el alma. Bernanos recibe conmovido y fraternal al visitante, pero éste luce abatido y se vuelve pronto a Petrópolis. moral del acto irremediable. 1954,Getulio Vargas gobierna otra vez. Se ha reconvertido a la democracia y es un observante escrupuloso de la Constitución Federal. Lo hostiga el demagogo Carlos Lacerda, y los militares lo hostilizan. Al borde del golpe de estado, la noche del 24 de agosto, Getulio, en su dormitorio del Palacio Catete, se dispara un tiro en el corazón. En su mano se encuentra un papel que dice: «Dejo a la saña de mis enemigos el legado de mi muerte...». La respuesta del pueblo llega pronto. Al día siguiente, las masas salen a la calle, aclaman al viejo líder muerto. El ejército las dispersa. El papel era apócrifo: lo ha escrito un edecán. Trata de dar un sentido a tu muerte, u otros lo harán por tí. Creador en su séptimo día Cumple sesenta años. Empieza la vejez. ¿Quién es él, finalmente? Un escritor de moda. Un biógrafo, cultor de un género menor, un narrador que no puede compararse con los grandes. Mientras el crepúsculo incendia la floresta, él yace tendido en un sillón de la galería, con la muerte asediándole el corazón. Los sueños de gloria habían exaltado su adolescencia. La vida se le había escurrido. ¿Adaptarse le aseguraría la paz? Quizás le sobreviva una página, un adjetivo luminoso. ¿Acaso semejante mínima victoria contra el tiempo no justificaría el dolor? Mientras tanto, ¿qué quiere? Envejecer, morir eran, cuando joven, las dimensiones del teatro, el escenario para los aplausos. Envejecer, morir, ahora, es el único argumento de la obra. Escrito en Salzburgo (1925) Optimistas como una pareja de novios, Heinrich Von Kleist y Henriette se dirigen al Wannsee. El hotelero los oye correr y reír en el prado. Luego, toman un poco de café, allí, al aire libre. Después, suenan dos tiros: uno en el corazón de su compañera, otro en su propia boca. La mano no ha temblado. Kleist siempre entendió más de muerte que de vida. La expiación La estrategia del suicida Arrojar al enemigo, aún sin nombrarlo, el peso Un día baja solo a Rio. Hace trámites, visita a su Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Conversaciones 122 editor, come con sus amigos. Se siente disperso, ajeno a sus compromisos sociales, está ávido de algo incierto, febril. Con una excusa cualquiera anuncia que regresa a casa. Pero no va hacia la terminal de ómnibus. Se dirige a la playa. El pecho le late, se sorprende imaginando que encontrará, entre los cuerpos desnudos en la arena, alguna señal. Camina durante horas. El sol de la tarde cae sobre él sin clemencia, el sombrero de paja apenas le protege el rostro pálido. ¿Qué hace allí, un hombre maduro, un viejo, vestido como un europeo formal entre tantos cuerpos desnudos? La arena se mete en sus zapatos de ciudad, él avanza penosamente entre los jóvenes que llenan la playa —¿por qué son todos tan impúdicamente jóvenes? Marcha sombrío entre los desplazamientos veloces de los bañistas que juegan con balones coloridos, que corren para sumergirse en el mar. ¿Quién soy, qué estoy haciendo aquí? Puedo ser uno de ellos, puedo amar a uno de esos cuerpos, puedo ser amado por ellos, ¿por qué no?, intenta convencerse. La verdad le golpea el rostro como la ráfaga de un viento imprevisto. Y si aún pudiera amar, ¿qué clase de amor sería, surgido no de la libre disponibilidad sino de la necesidad de salvarse? No sirve un amor arrancado bajo amenaza de extinción. No sé quiénes son, no sé qué sienten, no sé que desean. Ni me miran ni me hablan, y si alguno lo hace, en la mirada que de refilón me concede sólo advierto un fulgor de sorpresa o de ironía ante mi aspecto, para ellos estrafalario. Soy un aparecido, el casco carcomido de un barco encallado en la arena. Mira los rostros oscuros, brillosos bajo el sol, los cuerpos flexibles, los ojos vivos, escucha los gritos que la brisa del mar dispersa, haciendo llegar hacia sus oídos sólo frases truncas, exclamaciones incomprensibles. Agotado, se tiende bajo la sombra de una palmera, cubriéndose la cara con el sombrero. La camisa y la chaqueta arrugada se adhieren a su cuerpo empapado de sudor, la barba crecida le hostiga la piel. Se siente un canalla. Casi enseguida, cae en un sueño pesado, inquieto. Despierta con la boca amarga. Sobre la plana superficie de arena se rizan estremecidas, tenues olas. La premonición de la noche cruza la playa, horas antes animada por tanta profusión de colores y ahora casi despierta, abandonada, sucia de los restos que han dejado los bañistas. Una cámara fotográfica cuyo dueño no aparece por ningún lado descansa junto al mar sobre su trípode, y el paño negro que la cubre flota en la brisa. La niebla ligera vela los morros. Una llovizna tibia como la mano de un niño se mezcla con el sudor. El cuerpo le arde. Sentado junto a él, un negrito, todo ojos y dientes blancos, lo mira con simpatía y recelo. Sólo quedan ellos dos en la playa. Las luces se han encendido en la Avenida Atlántica, irreales en la niebla. El crepúsculo en la bahía lo abruma. De pronto, el negrito se levanta y huye. Le falta una pierna y, pese a las muletas, corre velozmente. De Henriette Vogel a Madame Mauritius A través de estos pocos renglones te confío lo más precioso que poseo en este mundo. No me queda ya mucho por vivir, pero sí lo bastante para suplicarte, en nombre de la amistad que nos une, que cuides de mi hija, de mi única hija. ¿Vas a hacerlo, verdad? (Un día antes del fin). Morir es trivial ¿Quien aprecia, hoy, una muerte bien hecha? Nadie. A Friderike Pasará mucho tiempo antes de que nos volvamos a ver. Quizás nunca suceda. Cada vez hablo menos, nadie me entiende... Perder el hogar es algo terrible (enero de 1942). Mi despedida Sobre la mesa de trabajo es descubierto un texto de ciento cincuenta y seis palabras, cuidadosamente redactadas con tinta azul. De Henriette Vogel a su marido Louis Vogel Kleist, que quiere ser mi fiel compañero de viaje en la muerte, tal como lo fuera en la vida, se encargará de matarme. Después, él se dará muerte. No llores, no estés triste, mi generoso Vogel, pues voy a morir de una muerte con la que pocos han sido privilegiados. Enajenada por el más profundo amor, cambiaré la felicidad terrenal por la dicha eterna (dos días antes del fin). Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 123 Con Álvaro Abós Crear una sola flor lleva siglos de trabajo La historia es un túnel dividido en segmentos ciegos; pero él no lo sabe. El mundo acaba en 1942, porque él ya no tiene más fuerzas. El túnel parece insondablemente oscuro, sin salida. Y sin embargo, la luz alumbra en un recodo, allí a pocos pasos. Qué corto es el espacio de una vida, qué insignificante. Kleist se mató en 1811 y en 1813 estalló la revolución de los pueblos que había reclamado. Necesitamos la eternidad porque sólo la eternidad puede proveer de espacio a nuestros gestos. Y sin embargo, aquel mes de febrero parece interminable en la burbuja de desesperación que late bajo el cielo de Petrópolis, ese paraíso emponzoñado. La nota de despedida Así, en buena hora y con recta conducta, decidí que era mejor concluir una vida en la que la labor intelectual fue la más pura alegría y la libertad personal el más preciado bien sobre la tierra. Saludo a todos mis buenos amigos. Que les sea dado ver la aurora de esta larga noche. imprevisibilidad, ¿la has dominado? Al recibirla en tu seno, ¿la has vencido? ¿Puedes, por lo tanto, vivir como un don cada hora del plazo improrrogable que te has concedido? ¿Puedes reír, puedes sentir el ardor de la sed en tu garganta, el alivio del agua fresca que la sacia? ¿Puedes recibir en tu frente la redención del sol vespertino, y dejarte invadir por el vértigo de la brisa en la primera hora nocturna? ¿Eres, al fin, libre? Ahora, la muerte vive contigo, respira contigo, como una piel adherida a tu cuerpo. ¿Es cierto que las cosas parecen más graves vistas de lejos que de cerca? Apuesta final Después de los sesenta años se necesitan fuerzas poco comunes para recomenzar. Y mis fuerzas se han gastado en estos largos años de peregrinaciones. Aprendí a amar este maravilloso país que es Brasil, pero en lugar alguno podría recomponer mi vida, ahora que el mundo de mi lengua está perdido y mi hogar espiritual, Europa, autodestruido... Albert Speer Domingo 22 de febrero, 11:00 horas El domingo es el día de franco de los criados. Lotte y él caminan hasta el centro de Petrópolis. El correo está abierto. Despachan varias cartas. Se los ve andando lentamente, bajo el sol. Una pareja apacible y despreocupada, se diría. Cuando la noticia de lo sucedido en Petrópolis llegó a Berlín, el gobierno nacional-socialista saludó con alborozo el merecido final de aquel declarado enemigo (Memorias). Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos A Roger Martin du Gard Llevo una vida distinta a la suya, sin el aliciente de discusiones ni diálogos. No hay país más agradable que el Brasil. Lo que faltan son libros, amigos de mi calibre espiritual, conciertos (enero de 1942). Yo sé cuándo vendrá la última mañana ¿Cómo son tus días consumidos en la espera del momento final? ¿Es la muerte, a tu lado, una compañía apacible? Al quitarle su principal ventaja, la El hombre parece tener unos treinta años. Se dio muerte disparándose una bala en la boca. La carga de pólvora de la pistola debió ser escasa porque la bala, que pesa menos de media onza, quedó alojada en el cerebro. La sustancia gris de ése último presenta una consistencia más firme de lo normal. La difunta tiene treinta y cuatro años. Su rostro está picado de viruelas. Tiene ojos azules, cabello castaño y una piel de blancura radiante, así como un pecho robusto. La autopsia reveló que padecía un carcinoma muy avanzado en la matriz. (Informe del médico legista de Berlín, doctor Felgenstreu, redactado el 12 de noviembre de 1811). Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Conversaciones 124 A la viuda de Max Herrman Wiessenn Estamos aislados. No soy un misántropo pero no soporto ya las reuniones numerosas ni la charla ligera. No podemos participar en estos divertimentos sin una sensación de vergüenza al saber lo que pasa en Europa (12 de febrero de 1942). en el lugar de la tragedia, una de las primeras personas en acudir fue la cónsul de Chile en Río de Janeiro, Gabriela Mistral, quien frecuentaba a la pareja. En las dos estrechas camas de una plaza, adosadas una a la otra -relató la poetisa chilena- yacían ellos. El maestro, con su cabeza apenas alterada por la palidez. La muerte violenta no dejó huellas. Dormía sin su eterna sonrisa pero con dulzura y serenidad. El rostro de ella, en cambio, estaba deformado. Domingo 22 de febrero, 12: 30 horas Entran a un restaurante. La inminencia del fin, ¿no quita el hambre? ¿La fisiología tiene sus propias leyes? ¿De qué hablan? ¿Ríen? ¿Se consuelan? ¿Recuerdan? A Friderike Mi desgracia es mi antigua fuerza: prever con nitidez (3 de febrero de 1942). Romain Rolland Parecía tan fuerte, tan seguro de sí; corrió hasta el fin del mundo para ponerse al abrigo. Allí lo esperaba la muerte. Pobre Stefan Zweig. Mi corazón secreto permanece fiel a la noche ¿Ha perdido la muerte su aura de horror? ¿Es ya tu amiga? ¿La has abrazado puesto que, al fin y al cabo, ella ha hecho un largo viaje contigo? ¿Acaso la primera hora, allá en Viena, la que inauguró tu vida, no te la acortó? ¿Nacer no fue empezar a morir, y el último instante -ya próximo- no se originó en el primero? ¿Por qué temer al último día si no habrá contribuido a tu muerte más que todos los otros que has vivido? Cuatro clavos forman una cruz ¿No conocía su responsabilidad ante cientos de miles de seres, sobre los que su abdicación tendrá un efecto arrasador? ¿Y los abandonados por el destino, para los cuales el exilio es mucho más duro que para él, el celebrado, el protegido de las necesidades materiales? ¿Será que consideraba a su vida como un affaire privé, diciendo simplemente arréglense, yo me voy? (De Thomas Mann a Friderike Von Wintermintz). Publicado en A Noite Según informa Clarice Lispector, nuestra cronista Fotografía en A Noite Los cadáveres están tendidos sobre las dos camas adosadas, juntos, sobre las colchas sólo levemente removidas. Él tiene la barba crecida. Ella se ha vuelto hacia él, el rostro crispado. Un brazo de ella sostiene la cabeza de él en un último gesto de posesión. En una de las mesas de luz, el frasco vacío, una botella de agua mineral Salutaris, dos pañuelos, ochocientos reais en moneda pequeña; en la otra mesa de luz, una jarra de agua, un trozo de pan tostado, un vaso con un resto de sustancia tóxica no identificada. Ella está semicubierta con una manta ligera, como si se hubiera cambiado precipitadamente. ¿Se visten para morir, como quien va a una fiesta? Confidencia de un comisario, cuarenta años después El inspector José de Morais Rettes reveló a un periodista que al llegar la policía a la casa el cuerpo de ella aún estaba caliente. Las pastillas eran de la marcaAdalina. Pero, para Rettes, esos somníferos eran ligeros, incapaces de matar, y mucho menos a dos personas. Toda dictadura odia las autopsias Nunca se supo qué veneno tomaron. Nunca se supo si fueron dos sustancias o una sola. Nunca se supo si la diferencia en el rigor mortis se debió a algo que ella tomó y él no. Nunca se supo el verdadero estado de Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 125 Con Álvaro Abós salud de Lotte. Nunca se supo si ella estaba enferma. La autopsia hubiera revelado todo pero, gracias a las gestiones del influyente Claudio de Souza, la autopsia no se hizo. El gobierno de Brasil decretó honores especiales. Los funerales fueron un acontecimiento. Folha da Noite Según rumores circulantes en medios policiales, la pareja suicida habría ingerido una dosis letal de formicida. Para quien ama, la muerte es una noche de bodas ¿A qué hora toman las pastillas? Están acostados. ¿Qué se dicen en los últimos momentos? ¿Se acarician? ¿Se despiden? ¿Alguno de los dos se arrepiente en el instante final? ¿Intenta salvarse? ¿Es él quien le da el veneno a ella? ¿O a la inversa? ¿Quién percibe el último destello en los ojos murientes? ¿Quien escucha el postrer gemido? ¿Quién se reserva la amarga soledad de ser el último en irse? Gabriela Mistral Me impresionó la rigidez mortal mucho más acentuada en Lotte que en él. Ultimas providencias Claudio de Souza y Abrahao Koogan se encargan de levantar todos los objetos personales del chalet. La ropa, los adornos, los papeles son distribuidos a los herederos. También se llevan el cachorro Plucky. A los criados se les paga el salario y son autorizados a quedarse un día más en la casa. sentido, desamparo. Pídele al Señor que te permita ser el orfebre de tu muerte, el poeta de ella. Dos tumbas Son enterrados en el cementerio de Petrópolis, tras una ceremonia religiosa ofrecida por el rabino Henrique Lemme. Al cumplirse un año, conforme a la tradición hebrea, se inaugura la lápida de mármol negro en la que se ha grabado: «Elizabeth Charlotte Zweig, Kattowitz 5-5-1908- Petrópolis 23-2-1942 / Stephen Zweig,Viena 28-11-1891-Petrópolis 232-1942» . Muchos años después, esa lápida aún se conserva, casi en ruinas, sin flores. Junto al pequeño cementerio se alza la pared verde de la montaña. El cuidador sólo tiene una vaga noción de quienes son. Un escritor... Se mató con su mujer..., explica. Las cenizas del verano Vaciaron en un rincón del jardín los cestos llenos de papeles. En el mismo montón ardieron las primeras hojas secas. Ya estaba por terminar febrero y el otoño anunciaba sus primeros signos. Era una tarde serena y limpia. Sopló una ligera brisa y volaron algunos fragmentos del papel amarillo que solía usar el dueño de casa, pero el chino, meticulosamente, los recogió. Estaban hombre y mujer junto al fuego, inmóviles, en silencio. Algo brilló en el fondo de los ojos rasgados; quizás fue el resplandor del fuego. Cuando sólo quedaron cenizas, el hombre las esparció sobre la hierba. Un rato después aseguraron las ventanas, cerraron la puerta del jardín, y se alejaron por la rua Gonçalves Dias. Él cargaba una maleta. Caminaban despacio, un hombre y una mujer tranquilos, ceremoniosos, él unos pasos adelante, como quien ha cumplido la tarea y no tiene prisa por volver a casa. Muere de su muerte, victorioso, aquel que la realiza Pídele al Señor que te dé una muerte propia, el fruto maduro de tu vida, y que esté llena de amor, (Reproducido por gentileza de Adriana Hidalgo Editora) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Biblioteca Central Acceso on line a revistas en texto completo La Biblioteca Central de la USAL suscribe varias bases de datos que brindan acceso a través de Internet a miles de revistas académicas y científicas, lo cual equivale a millones de artículos en texto completo con información actualizada diariamente. Las bases de datos suscriptas son: COMPUTER DATABASE para informática; EXPANDED ACADEMIC ASAP INTERNATIONAL para humanidades, ciencias sociales, ciencia y tecnología, ciencias de la salud, etc.; GENERAL BUSINESS FILE INTERNATIONAL para economía; HEALTH REFERENCE CENTER ACADEMIC para ciencias de la salud; INFOTRAC ONEFILE para humanidades, ciencias sociales, ciencia y tecnología, ciencias de la salud, etc. y NEWSPAPERS DATABASE incluye importantes periódicos internacionales. Las mismas son para uso exclusivo de la comunidad universitaria de la USAL. ¿Cómo acceder a esta información? Si Ud. se encuentra dentro de la USAL: Puede acceder libremente desde la página web de la RedBus http:// www.salvador.edu.ar/sv1.htm a la opción Bases de Datos y encontrará el enlace correspondiente. Si usted se encuentra fuera de la USAL: Debe solicitar el password de acceso al Centro de Consultas de la Biblioteca Central (Tel: 4371-0422 / e-mail: [email protected]). ¿Cómo aprovechar este recurso? Durante todo el año, en Biblioteca Central, se ofrecen cursos de capacitación en el uso de este recurso informativo: miércoles de 15 a 16 y viernes de 10 a 11 hs. Sin inscripción previa. 127 MEMORIA FLORIDA Y BOEDO Ocupan en la historia de nuestras letras un lugar decisivo por sus realizaciones y por sus resonancias los grupos denominados de Florida y Boedo que hicieron escuchar sus voces a partir de la década de 1920. Mayormente poetas, los integrantes del grupo Florida (nombre que remite a la calle homónima y a su contexto socio cultural) se concentraron alrededor de la revista Martín Fierro, fundada y sostenida por Evar Méndez quien tenía su oficina, precisamente, en la esquina de Florida y Tucumán. Esta publicación fue la más persistente de las proyectadas por esta generación como la publicación mural Prisma y, más tarde, Proa. Aunque generosa y abierta, Martín Fierro sirvió de canal de expresión para los jóvenes que influidos por las vanguardias europeas buscaban entre nosotros superar el legado Modernista que, por la época, ya se había agotado. Ultraístas provenientes del Expresionismo, Futuristas, Creacionistas y Surrealistas, en efecto, dijeron su palabra principalmente a través de la revista de Evar Méndez. Recordemos a algunos de los principales autores: Oliverio Girondo, Jacobo Fijman, Jorge Luis Borges, Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Norah Lange, Eduardo González Lanuza, Raúl González Tuñón... casi todos ellos «prisioneros del verso libre». Identificados, finalmente, con el mencionado medio, estos poetas terminaron englobados bajo el apelativo de «Martinfierristas». Rebeldes y provocadores, vivieron una época festiva y lejos, por entonces, de las crisis nacionales e internacionales que sobrevendrían, fueron estetizantes y renovadores, aunque supieron convivir con quienes permanecieron ligados a formas clásicas de la poesía como Luis Franco, Conrado Nalé Roxlo, Horacio Rega Molina o Córdova Iturburu. Durante el mismo tiempo, pero con actitud distinta respecto de la función de la literatura, se concentraron en la zona aledaña a la calle Boedo (donde en el 837 tenían una imprenta), narradores que formados por los grandes maestros rusos del siglo XIX, creyeron en la función social del quehacer literario y sobre esta convicción escribieron sus obras. Editores, también, de revistas literarias –Claridad, Los Pensadores– fueron fundamentalmente prosistas y algunos de ellos oscilaron entre aquellas dos visiones de la realidad y, en consecuencia, de la literatura. Tal el caso de quien encarna la culminación de la propuesta de Boedo: Roberto Arlt quien, amigo de Ricardo Güiraldes, vio en Proa un adelanto de su fundamental novela El juguete rabioso. De entre los boedistas resulta inevitable mencionar, además, a Elías Castelnuovo, César Tiempo, Álvaro Yunque, Leonidas Barletta y Roberto Mariani (el de los Cuentos de la oficina). La selección de poetas y narradores de Florida y Boedo que a continuación ofrecemos constituye una evocación de significativos intérpretes de nuestra realidad que con sus palabras contribuyeron notablemente a la renovación de nuestra lengua literaria. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 129 FLORIDA Y BOEDO POETAS DE FLORIDA RESPONSO EN BRONCE MAYOR (Medianoche) Encadenaron la noche doce verdugos de bronce. Improvisaron las torres doce cadalsos de bronce. Ajusticiaron la noche doce verdugos de bronce. Cavaron su tumba doce, doce azadones de bronce. Rezongaron doce monjes doce «Líberame Dómine» de bronce. Cayeron sobre la noche doce silencios de bronce. Francisco Luis Bernárdez: Alcándara (1925) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Memoria 130 POEMA SIN TÍTULO En una tierra que amansan potros de cinco años el olor de tu piel hace llorar a los adolescentes. ¡Yo sé que tu cielo es redondo y azul como los huevos de perdiz y que tus mañanas tiemblan, gotas pesadas en la flor del mundo! Yo sé cómo tu voz perfuma la barba de los vientos... Por tus arroyos los días descienden como piraguas. Tus ríos abren canales de música en la noche; y la luna es un papagayo más entre bambúes o un loto que rompen a picotazos las cigüeñas. En un país más casto que la desnudez del agua los pájaros beben en la huella de tu pie desnudo... Te levantarás antes de que amanezca sin despertar a los niños y al alba que duerme todavía. (El cazador de pumas dice que el sol brota de tu mortero y que calzas al día como a tus hermanitos). Pisarás el maíz a la sombra de los ancianos en cuyo pie se han dormido todas las danzas. Sentados en cráneo de buey tus abuelos fuman la hoja seca de sus días: Chisporrotea la sal de sus refranes en el fuego creciente de la mañana. (Junto al palenque los niños han boleado un potrillo alazán...) En una tierra impúber desnudarás tu canto junto al arroyo de las tardes. Tú sabes algún signo para pedir la lluvia y has encontrado yerbas que hacen soñar. Pero no es hora, duermen en tu pie los caminos. Y danzas en el humo de mi pipa donde las noches arden como tabacos negros... Leopoldo Marechal: Días como flechas (1926) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Florida y Boedo 131 APUNTE CALLEJERO En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana. Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda. Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto se arroja entre las ruedas de un tranvía. BIARRITZ El casino sorbe las últimas gotas de crepúsculo. Automóviles afónicos. Escaparates constelados de estrellas falsas. Mujeres que van a perder sus sonrisas al bacará. Con la cara desteñida por el tapete, los «croupiers» ofician, los ojos bizcos de tanto ver pasar dinero. ¡Pupilas que se licuan al dar vuelta las cartas! ¡Collares de perlas que hunden un tarascón en las gargantas! Hay efebos barbilampiños que usan una bragueta en el trasero. Hombres con baberos de porcelana. Un señor con un cuello que terminará por estrangularlo. Unas tetas que saltarán de un momento a otro de un escote, y lo arrollarán todo, como dos enormes bolas de billar. Cuando la puerta se entreabre, entra un pedazo de «foxtrot». Oliverio Girondo: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Memoria 132 UN PATIO Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio. La gran franqueza de la luna llena ya no entusiasma su habitual firmamento. Hoy que está crespo el cielo dirá la agorería que ha muerto un angelito. Patio, cielo encauzado. El patio es la ventana por donde Dios mira las almas. El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa. Serena la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. Lindo es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de un alero y de un aljibe. Jorge Luis Borges: Fervor de Buenos Aires (1923) CENA Cenas de mi soledad en hosco abatimiento; eterna como Dios, profunda de universo. ¡He sido el más ausente: el juntador de formas! Cenas de mi soledad... El sudario más frío es uno mismo. ¡Buscar y qué buscar! ¿Encrucijadas puras donde zapatean los truenos en un constante mediodía? Cenas de mi soledad en hosco abatimiento. Pan y sal. Lamentos. Piernas que saltan; salidas del cortejo; vacilación de luz que viene abajo. ¡Extremaunción de un armonioso herrero! Ir; pero no ir nunca; en algodón de olvido sumir todos mis días. Anuncios que se deslizan; canción de gallos en la mañana azul de mi esperanza Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 133 Florida y Boedo continuación de tiempos fundamentados en dolor. Fui un desaparecido, el más ausente: el juntador de formas. Amanecer desentonado... EL «OTRO» Tarde de invierno. Se desperezan mis angustias como los gatos; se despiertan, se acuestan; abren sus ojos turbios y grises; abren sus dedos finos de humedad y silencios detallados. Bien dormía mi ser como los niños, y encendieron sus velas los absurdos! Ahora el Otro está despierto; se pasea a lo largo de mi gris corredor, y suspira en mis agujeros, y toca en mis paredes viejas un sucio desaliento frío. ¡La esperanza juega a las cartas con los absurdos! Terminan la partida Tirándose pantuflas. Es muy larga la noche del corazón. Jacobo Fijman: Molino Rojo (1926) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 DIRECCIONES ÚTILES Secretaría General Rodríguez Peña 764 Tel.: 4815-4826 Asuntos Estudiantiles Rodríguez Peña 770, 1er. piso Tel.: 4815-4820 Oficina de Programas Internacionales de Intercambio Rodríguez Peña 770, 1er. piso Tel.: 4814-5026 Biblioteca Central Tte. Gral. J. D. Perón 1818 Tel.: 4371-0422 Revista de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras de la USAL Envíe sus colaboraciones a: [email protected] oa [email protected] Memoria 135 NARRADORES DE BOEDO PEDIR TRABAJO por Álvaro Yunque La luz que juguetea, feliz como un niño desnudo, entre las hojas verdes, es ignorante de la mentira del hombre. Tagore Al retirarse los últimos parientes, Felipe se halló solo frente a la abuela. Esto era la realidad. Todo lo demás, palabras lindas, palabras de consuelo, promesas. La realidad era ésta: su soledad en la vida, frente a la abuela con sus setenta y cuatro años. Esa tarde acababan de enterrar al padre muerto joven aún, inesperadamente. Felipe y la abuela hablaron: —Estuve contando el dinero, Felipe –dijo ella–. Hay seiscientos setenta y cinco pesos. —Está bien –respondió el muchacho–. Tiraremos con eso hasta que yo halle trabajo. —¿Y vas a dejar los estudios? —Sí. —¡Oh, no, no! Tu padre quería que fueses médico; toda su ambición era que no fueses un empleado como él... ¡Tienes que continuar tus estudios, Felipe! —Pensá bien, abuela. Yo estoy en el cuarto año. Me falta mucho todavía. Un año y medio de bachillerato, después la Facultad. ¿De qué vivimos? Esos seiscientos setenta y cinco pesos nos dejarán vivir con estrechez cinco o seis meses. ¿Y después? —¿Y después? No sé. ¡Dios dirá! —Y, Dios dirá que deje los estudios. Mejor que nos anticipemos a Dios, abuela. Es necesario buscar trabajo desde mañana mismo. Yo tengo dieciséis años. Ochenta o cien pesos me han de dar... La abuela, llorando, lamentábase: —¡Tu pobre padre que soñaba con hacerte mé- dico!... ¡Tu pobre padre! Pero fue preciso tragar lágrimas, lamentaciones y sueños. La vida es impasible. Tiene cara de piedra y mano de hierro. No se conmueve. ¡Era imprescindible dejar los estudios y trabajar! ¿Dónde? ¿A quién recurrir? La abuela levantó una exclamación de júbilo. Entre sus recuerdos había hallado un nombre: el del doctor José María Ural del Cerro, diputado, político, influyente, ex condiscípulo del padre. —En cuanto me vea se acordará de mí. ¡Cuántas noches ha comido en casa cuando estudiaba! Recuerdo que era loco por el chocolate con tostadas de manteca. Ellos estudiaban, pero al llegar las once, comenzaba a preguntarme: ¿Y, Misia Rosaura, esta noche no hay chocolate? ¡Le gustaba tanto el chocolate que yo hacía! Estoy segura, en cuanto me vea me reconoce. ¡Claro! Hace como quince años que no me ve; ¡pero no importa! Él también ha sido pobre. ¡Cómo ha subido ahora! Recuerdo cuando mi muchacho no quiso estudiar más; él lo aconsejaba: ¡Estudiá! ¡Estudiá! Tenía razón, sí... Lo iremos a ver, Felipe. Mañana mismo. Iremos al Congreso los dos. Tu padre no lo quiso ver nunca, porque tu padre era muy altivo, no le gustaba pedir nada a nadie; ¡pero habían sido tan amigos! Estuvieron en la revolución juntos, después, tu padre dejó la política como dejaba todo; él siguió. Ya lo ves: ahora es diputado, hasta suena para ser ministro. ¿Qué le puede costar darte un empleo cualquiera? Lo iremos a ver mañana mismo. ¡Era tan sencillo, tan campechano, tan simpático! Ya verás cómo en seguida se acuerda de mí. Fueron al otro día. Abuela y nieto, cohibidos, llegaron a la puerta del Congreso. Los recibió un negro Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Florida y Boedo 136 ordenanza, les tomó el nombre. Volvió con la respuesta: –El señor diputado está en sesión; pero dice que vaya mañana a las once de la mañana por su casa. Aquí está la tarjeta. –¡Muchas gracias, muchas gracias! –exclamó la vieja, alborozada. Y ya en la calle, al nieto–: ¿No te dije, Felipe? Ya ves cómo me ha recordado en seguida. Estoy segura que mañana mismo te emplea. Y fueron a la casa. El doctor José María Ural del Cerro vivía en un palacio. Los recibió un portero encartonado en una levita con galones. Éste llamó a un ujier. Aguardaron unos minutos y se les hizo pasar a un salón. Allí, abuela y nieto, quedaron en sendos mullidos sillones sin atreverse a hablar. Sin respirar, casi. Y aguardaron media hora. Un sirviente les explicó: –El doctor está con el peluquero. De pronto apareció él. Era un hombre grueso, bien conservado, con un principio de calvicie. Usaba quevedos, bigote a lo Carlitos Chaplin. Vestía yaqué claro, polainas y guantes blancos. Felipe observó todo esto rápidamente. La abuela sólo atinó a ponerse de pie, emocionada hasta temblarle la voz. El diputado recibióla efusivamente, gritó desde la puerta: –¡Mi querida Misia Rosaura! ¡Qué alegría verla! Le juro que ayer, si no hubiese sido porque se trataba de una sesión muy importante, dejo el recinto y salgo a verla. ¡Siéntese! ¡Mi querida Misia Rosaura! ¿Y este joven? La abuela quiso hablar no pudo. La alegría de su corazón simple se le rompió en sollozos, como un cristal al fuego. –¿Llora, Misia Rosaura? ¡No! –Lloro de alegría –pudo explicar ésta–. Lloro de verlo tan bueno a usted. De ver que no ha olvidado a los viejos amigos. –¿Y cómo voy a olvidarlos, Misia Rosaura? ¿Se acuerda del chocolate a las once con tostadas de manteca? –Sí, doctor, sí... –¡No me llame doctor! Ya ve cómo la llamo a usted, Misia Rosaura. Llámeme como antes: José María, nada más. José María, como cuando iba a su casa, a estudiar. –No me atrevo, no me atrevo doctor... –¡Qué Misia Rosaura, siempre tan tímida! ¿Y Juan? ¿Siempre tan chúcaro, sin dejarse ver por los amigos? –¿Qué? ¿No supo? ¡Murió! –¡¿Murió?! ¡Pobre Juan! ¿Cuándo murió? –Antes de ayer. –¿Y por qué no me dijeron nada? Hubiese querido acompañarlo. Fue mi más querido amigo de estudiante. –Ya lo sé, doctor, ya lo sé... Yo se lo decía a Felipe, mi nieto, el hijo de Juan... Éste es el hijo de Juan. –¡Ah, este joven!... Es la misma cara de Juan, sí. –Yo se lo decía, doctor. En cuanto me vea, me reconoce... Y la abuela volvió a llorar; pero ya estaba animada, y pudo comenzar a explicarse. Él no la dejó concluir: –¿Un empleo para este joven? ¡Y cómo no! ¡Hoy mismo me ocuparé del asunto! Casualmente, ahora voy a ver al Ministro del Interior. Le pediré el empleo. Deme su nombre y dirección. Cuando tenga algo les escribiré. –No, doctor, yo puedo pasar por aquí... –¡Qué esperanza, mi querida Misia Rosaura! ¡No falta más que usted se molestase! Yo mismo iré a llevarle el nombramiento. Le buscaré algo para que pueda continuar los estudios. En este país, amiguito, el que quiera ser algo tiene que ser doctor. –Muchas gracias, doctor. Es demasiado bueno usted. –¡Qué va a ser demasiado, Misia Rosaura! ¿Vamos saliendo? ¡Estoy apurado! A la una me espera el ministro, y antes tengo que hacer otras diligencias... ¿Para dónde van? Los llevo en mi automóvil... -–No, de ninguna manera, doctor. –Bueno, Misia Rosaura, hasta la vista. Adiós –les dio la mano fuertemente–. Este muchacho es igual al padre, Callado como él. ¡Adiós! Abuela y nieto quedaron en la acera viendo desaparecer el automóvil. –¿Qué te había dicho, Felipe? ¿Tenía razón o no? ¿Has visto qué bueno, qué cariñoso? ¡Y qué simpático! –A mí me es antipático, abuela. –¡Oh, no digas disparates, muchacho! Ya verás. Mañana mismo estás empleado. ¡Vení! –¿Dónde vas? –Voy a la capilla, a darle gracias a Dios. –Vamos a la casa... –Vos no recés, vos quedáte de pie. Yo voy a rezar por los dos. ¡Vení! Felipe se arrimó a una columna. La abuela, de rodillas en el suelo, rezando, lloraba otra vez. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 137 Memoria Transcurrió una semana. El cartero siempre pasó de largo. A veces, parado en la puerta, Felipe lo veía aproximarse, casi estiraba la mano al llegar él; pero el cartero nunca tenía nada para ellos. Siguió yendo a clase. El doctor le había prometido un empleo con el cual podría estudiar. Todas las mañanas llegaba Felipe preguntando: –¿Y, abuela? –Nada, hijito. Silenciosos, se sentaron a comer. Silenciosos y apesadumbrados. ¿Por qué ocurría aquello? –¿Se habrá olvidado el doctor, abuela? –¡Imposible! –¿Y entonces? –No sé. Decidieron verle. Los recibió el ujier, quien, al cabo de esperar un largo rato, les dijo que el doctor no podía recibirles, que estaba con varios senadores y diputados, ocupadísimo, que ya había pedido el empleo que volvieran dentro de quince días... Salieron otra vez, abuela y nieto, con el corazón caliente de esperanza. A la abuela, la ilusión no la dejaba reflexionar; entregábase a ella, sencillamente. Felipe, que iba meditando, dijo: –Esta vez no nos prometió escribir, nos dice que volvamos. –¡Pero hijo! –protestó la abuela–. Todavía que te va a dar empleo, exigís... –No, yo no exijo nada, abuela. Volvamos dentro de quince días... Y volvieron, pero el doctor no estaba. Fueron a verle al Congreso, les mandó decir con un ordenanza que no tenía novedad. Salieron desolados, aturdidos. Y Felipe, en la esquina del Congreso, gritó: –¡Yo no vuelvo más! –Vendré yo sola, entonces. –No venga más, abuela. –¿Y qué vamos a hacer? Al fin nos quedaremos sin un centavo... La plata se gasta, y... –¡Yo sé, abuela! ¡Ya verá! –¿Qué, qué? Y el muchacho le confidenció su plan: ya no iría más al colegio. Esa misma tarde, en el taller del padre de un condiscípulo, entraría de linotipista... La abuela se dobló a llorar. –¡No, no, Felipe, no! ¡Si te viese tu padre; él quería hacerte médico! ¡Si te viese tu padre! –Quizá le gustaría más verme de linotipista que verme yendo a mendigarle a ese doctor... ¡Es una vergüenza tener que pedir trabajo como si se pidiera limosna! –¡No importa! Yo seguiré yendo. Yo no tengo vergüenza. ¡Yo iré! Y ya verás cómo ha de cumplir. Si no te ha dado, estoy segura, es porque no ha podido. ¡Estoy segura! –¿Cómo no va a poder, un diputado gubernista, que va todos los días a la Casa de Gobierno?... ¡No me da, porque no le importa nada de nosotros! –Tendrá muchos pedidos y pocos puestos... –Y los que tiene serán para abastecer sus compromisos de comité... ¡Qué le importa a él de la madre y del hijo del que fue su compañero de estudios! –¡Cómo hablás, Felipe, parecés un viejo! Ya ves yo: tengo setenta y cuatro años y tengo esperanzas... Creo que los hombres no han de ser tan malos como vos lo suponés... –¡Abuelita, abuelita! Usted tiene setenta y cuatro años, pero solo ha vivido quince. –¡No te entiendo, chico! –Yo, desde que lo vi al doctor, no esperé nada de él. –Pero, ¿por qué? –No sé, no sabría decirle. –Ya verás cómo te has engañado. ¡Yo volveré! Cada quince días la abuela se presentaba en el palacio del doctor. Nunca consiguió verle. El portero engalonado le respondía invariablemente: –El doctor no está. Felipe seguía yendo al taller como aprendiz. –¿Pero a qué hora está el doctor? –preguntó la abuela, ya cansada de recibir por cuarta vez la invariable respuesta. –¿A qué horas? –dijo el portero–. No sé. No tiene horas fijas. Vaya a verle al Congreso. La abuela fue al Congreso, inútilmente. Allí no podía recibirla, estaba muy ocupado. Decidió escribirle una carta. Con su letra torpe y temblorosa, escribióle una larga esquela. No le hacía reproche alguno. Súplicas y recuerdos la coloreaban. Pintábale su situación, cómo veía diariamente desaparecer aquellos seiscientos setenta y cinco pesos que dejó el hijo al morir. El abismo de zozobra que se abría ante ellos. Le narraba cómo se habían estrechado, mudándose a una pieza, despidiendo a la cocinera... No le decía ni una palabra del nieto, estudiando de linotipista. Esto la avergonzaba. ¡Ella que lo ensoñara médico! Se le apretaba el corazón cuando lo veía regresar con las manos manchadas, descuidado el traje. De esto no podría decirle nada. Hubiese sido demasiado. Y terminaba la carta olvidando el tratamiento de doctor: «José María: Piense en Dios, piense en mi hijo Juan que lo está viendo y le está suplicando, piense Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 138 Florida y Boedo que usted es toda la esperanza de un pobre muchacho que comienza a vivir y de una pobre vieja que pronto ha de morirse. Contésteme dos líneas. Déjeselas al portero, yo iré a buscarlas, deme una ilusión...». Entregó la carta al portero, recomendándosela: –Désela en propias manos, al mismo doctor... Volvió una semana después: –El doctor no está. –¿Pero no ha dejado una carta para mí? –No, señora. –¿Le dio usted la mía en propias manos? –Sí, señora. –¿Y qué dijo? –Nada. La leyó y no dijo nada. La abuela no pudo más. Lloró. Hallábase como delante de un muro de piedra, alto y frío. Y buscaba una salida inútilmente. Lloró. Apoyándose sobre el portero para no caer, porque se sentía caer, no de debilidad, de desesperanza, lloró. El portero compadecióse. Despojándose de aquella levita galoneada que lo hacía un ser impasible, sacó de él al hombre y la habló: –Escúcheme, señora. No me comprometa, pero yo le voy a decir: ¡No venga más, señora! ¿Usted viene para pedir un empleo? –Sí, un empleo que me ofreció para mi nieto... –No venga más, señora. Es inútil. No me comprometa; pero yo se lo digo porque me da mucha lástima verla venir y venir con sus años, inútilmente. Yo tengo orden de decirle que no está. Ahora, por ejemplo, el doctor está, pero yo tengo que decirle a usted que no está. Muchas veces, cuando usted se alejaba, despacito, triste, yo tenía ganas de llamarla, decirle la verdad; pero tenía miedo de comprometerme. Yo soy pobre también. ¡No venga más, señora! No se lo quise decir, pero el otro día leyó la carta suya y dijo: «¡Puff! ¡Si yo fuera a dar empleos a todos los hijos de mis compañeros de estudios! No hay día que no se me presente alguien que me conoció hace veinte años»... No dijo más. Y tiró su carta. ¡No vuelva! ¿Para qué va a venir? Así hace con todos, hasta que se cansan y no vienen más. –Bueno, bueno, muchas gracias... No volveré. –Pero no me comprometa... Yo soy pobre también. –No, no... ¿Pero por qué me ha prometido? –El promete a todos. –¿A todos? Bueno. Muchas gracias. No volveré. Adiós... Y la abuela se alejó, más lentamente, más agachada. Y tan aturdida que no atinaba a reflexionar. ¿Pero por qué? –preguntábase–, ¿por qué? – preguntábase sin saber lo que se preguntaba. No dijo nada al nieto. Y pasaron otros quince días. Una mañana, contando el dinero que aún quedábales, sintió miedo de que se terminara. Y dudó –o necesitó dudar– de que fuese cierto lo que ocurría: de que al doctor no le importase nada de la madre y del hijo de su compañero de estudios, de su más querido amigo de la juventud. Decidió verlo, intentar otra vez, quizás la última. Fue al Congreso. Recibió la habitual del ordenanza: –El diputado Ural del Cerro está sesionando. No puede recibirla. La abuela salió a esperarlo en la acera. Dos horas estuvo allí, arrimada contra la pared, apenas sostenida por sus piernas, que le temblaban de cansancio. De pronto lo vio. Salía él con otros dos señores hablando ruidosamente, riendo. –¡Doctor, doctor, doctor!... –exclamó ella y, extendiendo los brazos, dio un paso adelante... Él la vio y la oyó. Ella tuvo la conciencia nítida de esto, mas siguió derecho, hablando fuerte. –¡Doctor, doctor, doctor! -–dijo ella otra vez y, adelantándose, resuelta, le cortó el paso. Él la apartó suavemente y quiso seguir; pero la viejita, armada de su último valor, no se movía. –¡Doctor, doctor!... ¡Escúcheme, doctor! Rápidamente, él sacó un papel del bolsillo y se lo puso en la mano, la apartó, ahora no suavemente, y subió al automóvil, que partió. La abuela, temblando de emoción, se miró la mano: en ella palpitaba al viento un papel de cinco pesos. Y lo dejó volar. Un ordenanza corrió tras él y se lo alcanzó. –¡No, no lo quiero! –¡Son cinco pesos! –dijo el ordenanza, asombrado. –Yo no soy una pordiosera –gritó la viejita–. ¡El doctor Ural del Cerro es un canalla, un canalla! Cogió el billete y lo partió. El ordenanza cogió un pedazo y un muchacho el otro. Comenzaron a disputar. La abuela se alejó. Caminaba derecha y casi ligero. Tampoco dijo nada a Felipe. Alguna vez éste le preguntaba: –¿No fuiste más a lo del doctor? –Sí, pero no voy a ir más. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 139 Memoria –Hacés bien. Una tarde, al entrar Felipe, sacó algunos billetes de banco. –¿Y este dinero? –Mío, abuela. Lo he ganado yo. Es la primera quincena que cobro. Por ahora gano medio jornal; pero vas a ver, pronto ganaré jornal entero. ¡Y que se guarde su empleo el doctor! Ya no necesitarás tocar el dinero que dejó papá. Guárdalo para algún imprevisto, una enfermedad. Yo ganaré para los dos. ¿Qué hacés, abuelita? Ésta se había arrodillado y rezaba. Él la dejó. Cuando se irguió, volvió a preguntarle: –¿Para qué rezabas? –Para darle gracias a Dios. –¿Y no llorás? ¡Qué raro! Porque vos todo lo arreglás llorando. –No, hijito, no lloro. Vos me has enseñado a no llorar. ¡Vos me has enseñado tantas cosas!... –¿Yo, abuela? ¿Y qué te he enseñado, a ver? –¡Tantas, tantas!... –¡A ver, decime una! Porque yo no adivino... –Me has enseñado... –comenzó la abuela, pero no pudo continuar. Porque ahora lloraba. De Mocho y el espantapájaros y otros cuentos BALADA DE LA OFICINA por Roberto Mariani Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose en las copas de los árboles... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra. Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra. ¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humillas, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino? ¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra. Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma. Entra; así tendrás la certeza –que dará paz a tu espíritu–, de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Florida y Boedo 140 Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar. Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí. No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí; nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa –voluntariosa sobre todo–, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago; te visto; te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así. Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Vé a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días, durante 25 años; durante los 9.125 días que llegas a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación. Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber! De Cuentos de la oficina (1925) Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 141 LIBROS Martín Fierro como obra portadora de valores cristianos enraizados en el ser cultural argentino, por Alicia Lidia Sisca, Buenos Aires, Universidad Católica de La Plata, 2002, 239 págs. Este ensayo alza la mirada hacia un horizonte más lejano que textos anteriores, detalladamente mencionados por la autora, quien también han estudiado la religiosidad en Martín Fierro, ya que sostiene que «los principios que sustentan la obra son los de la doctrina católica y que éste es el tema principal de Martín Fierro, el que hace que el texto haya trascendido la época, el lugar y la anécdota que relata y resulte fuente de vitalidad para constituir nuestra identidad nacional». El prólogo auspicioso de Olga Fernández Latour de Botas, Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia, y una sucinta y esclarecedora introducción de la autora abren paso a un recorrido por los antecesores españoles que nos han dejado como herencia los valores cristianos que siguen latentes en nuestra cultura nacional y, por consiguiente, están presentes en el poema gauchesco. A continuación, la autora ahonda en la figura del gaucho: su tipo, la etimología de su nombre, la pervivencia del tipo en sus descendientes y como figura literaria de gran connotación cultural e ideológica y, también, en el papel del payador, especie de poeta y canta-autor que deja aflorar su sabiduría de vida y religiosidad en el ritual de la payada, y desafía a otros en la payada de contrapunto. La quinta parte de la obra es la medular, ya que nos propone adentrarnos en la temática que nos convoca: «La doctrina cristiana como sustento de Martín Fierro». Aquí, la autora delimita con lucidez las diferencias entre religiosidad y superstición, y sostiene que el gaucho es religioso aunque desconozca los fundamentos teológicos de sus creencias, pues no fue instruido en ellas sistemáticamente, pero ha experimentado el dolor, el pecado, la culpa y el perdón, pilares esenciales de la vida cristiana. Alicia Sisca acompaña a Fierro en sus aventuras y va rastreando en los versos hernandianos las invocaciones religiosas y la contundente presencia de los sacramentos, de las virtudes cardinales y las teologales, de los dones del Espíritu Santo y los diez mandamientos. Todo esto contenido magistralmente entre sextinas y décimas con rima consonante nos sorprende al ser develado como el agua que emerge debajo de las piedras. Siempre estuvo allí, como una oración envuelta en la payada, y este estudio minucioso del poema se encarga de realzar la voz de las plegarias cantadas por José Hernández en la voz de su personaje. En el Martín Fierro, el autor propone una sociedad más justa sobre el fundamento de valores universales como la familia, la tradición, el trabajo, la amistad, y la religión. Y yendo contra los prejuicios de su época, elige al gaucho para encarnar esos valores y derribar el mito del «bárbaro». En «Cuatro palabras de conversación con los lectores» José Hernández se dedica a enumerar lo que rescata y a la vez fomenta en el gaucho: «trabajo honrado»; «virtudes morales que nacen de la ley natural»; «respeto por los demás»; «aprecio de sí mismo»; «amor a la libertad»; ser «fieles a la amistad» y «enemigos de la holgazanería y el vicio»; tener amor por los padres, los hijos y la esposa, entre otros. Estos valores en la idiosincrasia del gaucho y el ethos nacional están íntimamente relacionados con la religión cristiana, lo que justifica en el poema la posibilidad de una lectura desde el punto de vista espiritual y cristiano. Además, José Hernández hace explícita su intención de escribir «inculcando en los hombres el sentimiento de veneración hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien.» Martín Fierro simboliza la oveja descarriada, el hombre que pierde sus valores, que desespera y se apega al vicio para olvidar sus penas. Pero determinados encuentros con otros seres humanos espiritualmente simbólicos le ayudan a recuperar el rumbo perdido. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 142 Libros El encuentro con la cautiva es el punto más elevado de la obra. Fierro es capaz de sentir la piedad más sincera; incluso, llega a arriesgar su vida por salvar una ajena. La cautiva puede ser interpretada como una imagen de la Virgen, la dolorosa, junto a su hijo sacrificado. Ella despierta las virtudes adormecidas en Fierro y lo ilumina en su camino de regreso del desierto, el lugar de la purificación. Una vez en sus pagos, el gaucho está modificado: ya no busca pelea, sino una vida digna y encontrar lo perdido. Los consejos que les da a sus hijos son la culminación del camino espiritual de Fierro en que nos deslumbra con su sencilla sabiduría, adquirida en la dura escuela de la vida. Este recorrido es el que realiza todo hombre, gaucho o no, a lo largo de su historia personal. De este modo, puede ser interpretado, por una parte, como la construcción del ethos de una nación, y por otra, como el aprendizaje espiritual del hombre en su religiosidad cristiana. A medida que profundizamos el análisis del poema de la mano de Alicia Sisca, descubrimos que Martín Fierro es un gaucho y todos los gauchos; es un argentino y todos los argentinos; es un hombre y todos los hombres y, por lo tanto, trasciende lo local, lo nacional, aunque a su vez lo representa, y alcanza valor universal como hombre cristiano de todos los tiempos. María Laura Pérez Gras Mosaico Literario, por Héctor Álvarez Castillo. Buenos Aires, Desde la Gente, 2005, 127 págs. Héctor Álvarez Castillo nos presenta en este libro una antología personal en la que reúne poesías de distintas colecciones como Amatista, Zafiro, Esmeralda y El faro de la tempestad, cuentos pertenecientes a Metamorfosis y partes de Camino a Babel, libro dedicado a Jorge Luis Borges sobre el que se extiende poniendo de relieve distintos aspectos de su estilo y de su relación con otros escritores. El autor se propone agradar al lector, jugar con él e invitarlo a que lo conozca a través de los textos que considera más significativos dentro de su producción de ya casi tres décadas. Castillo desea que a partir de este primer encuentro, sigamos recorriendo junto a él el camino de las Letras. El libro se divide en tres partes; Poemas, destacándose ‘Ciudad’, donde pinta lo sentimientos encontrados que experimentan todos lo habitantes de Buenos Aires; Cuentos, con cuatro composiciones entre las que brilla «Metamorfosis», y Camino a Babel, en la que encontramos «Borges corrector», interesante tex- to que trascribe un encuentro que tuvo Castillo con el autor de El Aleph, quien le aconseja cambiar una palabra, desarrollándose, luego, un diálogo que nos ilustra sobre el trabajo que él mismo realizaba con sus obras para alcanzar la ansiada plena eficacia e invisibilidad. En suma, a través de esta selección de Héctor Álvarez Castillo podemos conocer un poco de cada una de sus múltiples aristas creativas. María Josefina Parodi Literatos y excéntricos. Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, por Martín Hadis. Buenos Aires, Sudamericana, 2006, 510 págs. Una biblioteca podría llenarse con material dedicado a Borges. Cada aspecto de su vida y de su obra es susceptible de estudio, cada mínimo detalle ha sido estudiado y amplificado hasta la hipérbole. Sin embargo, sobre sus antepasados ingleses no había datos específicos. Literatos y excéntricos viene a salvar con éxito ese vacío. Una feroz independencia de criterio y una incesante vocación de pensamiento, sostenida en una apertura mental avocada a la amplitud y la tolerancia, se traducían en juicios tajantes y polémicos, de una lucidez que deslumbra y una inteligencia ilimitada y brillante. Alguna vez Abelardo Castillo afirmó que, en literatura, es muy difícil pensar algo en lo que Borges no hubiera pensado antes. Es claro: Borges era un ser literario, un hombre exclusivamente de letras, de la palabra, con una conciencia sobrenatural de los temas que atiende la escritura (basta leer sus primeros libros para ver que a los veintitantos años ya había entendido casi todo lo que hay que entender para ser un escritor). Lo que Literatos y excéntricos expone es que Borges no fue un relámpago en un cielo despejado. Antes bien, fue la culminación de una dinastía intelectual y erudita que, iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, llegó a la Argentina tras una «trama de azarosas circunstancias». A partir de los escasos datos dispersos en sus biografías o que el mismo Borges manejaba, Martín Hadis ha logrado reconstruir en detalle, tras cinco años de investigación en diversos países, la ascendencia inglesa del escritor: descendiente de católicos, judíos, cuáqueros, metodistas y anglicanos, de pastores, de escritores y maestros, de un coleccionista de cráneos, del fundador de un manicomio, de libreros y editores. Y todo un entramado relacional que vincula esta genealogía con grandes nombres de la época: Mary Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 143 Libros Shelley y Lord Byron, Charles Darwin, las hermanas Brönte o el capitán del Titanic. Las coincidencias entre la personalidad de Borges y, por ejemplo, la de su antepasado William Haslam están al borde de la verosimilitud. Leemos: «Desde joven sintió singular amor por los libros. A pesar de una creciente pérdida de la vista, que se prolongó durante varios años hasta llevarlo a la ceguera, continuó coleccionándolos hasta el final de sus días; los volúmenes de su biblioteca se contaban entre sus bienes más preciados. Tenía el don de la palabra: era brillante y elocuente en su expresión y le gustaba citar a antiguos escritores. En la vida social era jovial y amable; sus amigos recuerdan su agudo sentido del humor, su notable habilidad para detectar el absurdo y su velocidad de réplica. Su nombre era William Haslam, pastor metodista y tatarabuelo inglés de Jorge Luis Borges». Escrito con un estilo muy amable, de alguna manera el libro podría dividirse en dos: una primera parte en la que se reconstruye la genealogía inglesa de Borges y una segunda, mucho menos extensa, en la que se aplican los nuevos conocimientos para un nuevo análisis de sus textos. Ésta es bastante más floja que aquélla, como si estuviera fuera de tono; sin embargo, tiene el mérito de mostrar un camino de revisión que amplía las hipótesis y las conclusiones. Literatos y excéntricos tiene el doble mérito de informar sobre un aspecto notablemente gravitante en la vida de uno de los más grandes escritores en lengua castellana y al mismo tiempo estimular su relectura. Javier R. Barquet Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Una biografía literaria, por Juan José Delaney, Buenos Aires, Corregidor, 244 págs. Inspirar el aire vital –hondo y sostenido– fue lo que me aconteció al concluir la lectura de esta opera de Juan José Delaney, que es mucho, pero mucho más que una biografía literaria: es corporizada escritura de su sensibilidad profunda, de su mente sensible que pergeñó con excelencia un diálogo empático a veces sincrónico y otras, diferido, con Marco Denevi hombre y con su verbo escrito, literario y no. En el prólogo, Delaney sostiene: Respecto de la biografía de un escritor en función de su obra, ahora que las miradas de la crítica se concentran en el texto con exclusión de cualquier borde adyacente, afirmo mi convicción de que el conocimiento de la vida del autor contribuye a alumbrar su escritura; más aún: provee elementos que más allá del texto convalidan el aserto de que para los literatos la pregunta sobre qué es la literatura, aparece atada a la de todos respecto de qué es la vida. Vale aclarar –ya desde ahora– que nuestro biógrafo no sólo no hace equilibrio sobre bordes, sino que de ningún modo detiene su penetrante, observadora, cálida y competente voz en y sobre adyacencias. Por el contrario: años de concentrada mirada y vínculo con la palabra de Marco Denevi, se plasmaron en esta visión integradora de vida y obra, obra y vida. Luego de una compendiosa cronología que camina entre nacimiento y muerte, se abren las cinco partes del libro, también cronológicas. La primera (1920-1954) fondea en la vida familiar y su entorno situacional témporo-espacial, socialcultural. Hay referencias a sus copiosas lecturas, a la importancia de su paso por el Colegio Nacional Buenos Aires, donde mereció Medalla de Oro y a su incursión en el Derecho. Dentro de este último marco que tuvo que ver con el de su vida laboral –jefe de la Asesoría Legal de la Caja Nacional de Ahorro Postal–, y habiendo ya abrevado apenas en la escritura, nos cuenta Delaney que las novelas victorianas –dominante La piedra lunar de Wilkie Collins– «inspiraron a Denevi un argumento que primero concibió como para un cuento» y que transformó en novela «en su escritorio de funcionario público» para presentarse al concurso organizado por la Editorial Kraft en 1954. Explica Delaney: «También en la estructura del relato influyó Wilkie Collins: el recurso de una misma historia contada por voces distintas, en efecto, la tomó del escritor irlandés». La segunda parte (1955-1967) comienza con una fecha sintomática: 15 de marzo de 1955. «Había nacido un escritor», escribe Delaney. Rosaura a las diez fue la novela ganadora en ese concurso y fue señal e hito: el antes y el después en las dos vidas de Marco Denevi –la real y la literaria– y en la literatura argentina. Cabal la apreciación de Delaney: « (...) Rosaura a las diez excede ampliamente el género policial, constituyendo una muestra efectiva de indagación psicológica y de ciertos comportamientos humanos cuando el resorte es el amor». Lo que sigue es un análisis e interpretación minuciosos (de sus cinco partes), sobre todo en cuanto al «tema de la sustitución de identidades, asunto clave en Rosaura a las diez y recurrente en la obra total del autor». La repercusión de esta su primera novela fue tal, que «interesó a directores y productores de cine» y junto con el realizador Mario Sofici escribió el guión. Hubo luego adaptaciones para el teatro y la televisión. 1955 fue entonces el año decisivo que señala el Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Libros 144 comienzo de su actividad escrituraria en revistas y en diarios emergentes locales. Importan también sus guiones cinematográficos y televisivos, amén de la escritura de novelas, cuentos, textos narrativos breves, piezas para teatro y televisión, cartas (literarias y no), ensayos, traducciones, artículos periodísticos, reportajes y otros. Todo esto lo desarrolla ricamente Delaney en su biografía. 1960. Sigue nuestro investigador apuntando mojones: Ceremonia secreta, primer premio en el certamen «Premio Life en Español»: jugoso análisis, comentarios lindantes (de otros) y apreciación personal. Y también pantalla chica y pantalla grande (con Mia Farrow, Elizabeth Taylor y Robert Mitchum). 1966. Falsificaciones (textos breves) «es un libro del que Marco Denevi siempre se sintió especialmente orgulloso y que nunca se cansó de retocar y ampliar: en más de quince años –a partir de l956– escribió unos doscientos textos». La tercera parte (1968-1979) hace nuevamente hincapié en el placer de la lectura, caracterizada por su paradójica condición: la soledad. Y en la soledad de la lectura, y en la otra, muy interior, está –según Delaney–, «la raíz de su vocación de escritor». Y más: está el «proceso de escritura» (su comienzo y su desarrollo) en palabras del mismo Denevi. Están las formulaciones de nuestro exégeta quien explica el proceso, las técnicas, los procedimientos discursivos, las historias que «se concentran especialmente en los personajes». Está la distinción entre novela y cuento: la primera, más transgresora (por ejemplo, con pluralidad de voces, como en Rosaura...) que el cuento (más clásico): «muchos de ellos inolvidables piezas maestras regidas por la secuencia introducción-nudo-desenlace. Para él lo que diferencia un cuento de una novela es la ‘escala’ en sentido cartográfico». Y está la crítica a la crítica en el artículo titulado «Los destripadores de la literatura» (que Denevi publicó en Letras de Buenos Aires, reproducido en nuestro libro) y, allí mismo, está la revelación del meollo de su escritura: Me gusta escribir para escribir. Y me gusta que lo que escribo sirva para rescatar toda esa serie de experiencias, tribulaciones, felicidades y dolores humanos que solamente la literatura recoge. Y en palabras de Delaney: «(...) entendía que la literatura era una forma de conocimiento». En relación con su modus escribendi, Delaney precisa que «las sucesivas ediciones de sus obras prueban que volvía continuamente a ellas». Y explicita que revisaba, corregía, modificaba, refundía, reducía, expandía (verbigracia, Rosaura a las diez), mutaba, combinaba (asuntos de cuentos y novelas). El porqué y el para qué están contenidos en la voz de nuestro intérprete: «(...) esencialmente los escritores siempre escribimos (o reescribimos) el mismo libro». Pero... ¿qué libro? El que Delaney descubre en todos (que aquí no continuamos citando) los que escribió Marco Denevi (libros –y también no libros–) en los que la escritura es oficiante y hace profesión de fe, de fe consciente en la palabra como expresión del sí mismo. Por algo el título: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Kelly Gavinoser El fondo de la luz, por María Elena Vigliani de La Rosa, Buenos Aires, Áncora, 2005. Con este poemario, prologado por Alicia María Zorrilla, la autora busca ahondar en vivencias propias e íntimas para así lograr que sus lectores se reconozcan en su poesía. El fondo de la luz está escrito para aquellas personas que han llegado a cierta etapa de la vida en que desean elaborar una introspección profunda. La autora logra trazar un camino que nos lleva, a través de las letras, a reconocer en su vida nuestra propia historia. Al comienzo ofrece dos epígrafes correspondientes a escritores de formación religiosa: Blas de Otero y San Juan de la Cruz. A lo largo de la lectura el lector siente una firme unión de la autora con una fuerza espiritual a la que le ruega, le agradece y con la que se desahoga durante el proceso de escritura. Esa fuerza con la que se enfrenta al mundo es algo que llena de esperanza sus escritos. Los textos están organizados en ocho partes. La primera parte, titulada Palabra contiene los poemas «I», «II» y «La pródiga». La obra, propiamente dicha, se abre con las poesías dedicadas al instrumento más valioso que tiene el poeta: la palabra, inicio de todo lo existente y por medio de la cual el escritor crea otros mundos posibles. La segunda parte, Tú, incluye: «Tú», «Nosotros», «Esencias», «Humorada», «1986», «El lienzo» y «Cama matrimonial». Es aquí donde la autora comienza a surgir por entre las palabras. En esta instancia la vida comienza a ser literatura y logra que el lector la acompañe en ese intento de «desnudar el alma». La tercera parte, Nuestros hijos, reúne los poemas: «A la Virgen con libro», «Hijos», «Oración» y Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 145 «De vuelta». Este es el punto de inflexión del libro. Habiendo reflejado su devoción por el poder de la palabra y su amor conyugal y maternal, la autora prepara la obra para dar paso a la cuarta etapa, Fiestas, donde hace un recorrido por aquellas fiestas cristianas como la Pascua y el Viernes Santo, reflejando el respeto y la importancia de la religión en su vida. La quinta y sexta parte, Astillas y Deuda, configuran el momento «del descenso». La poeta refleja aquellos pasajes de su vida en los que la amargura, la tristeza y la desazón fueron agobiantes sombras. Finalmente con Esperanza, que reúne los poemas de la séptima parte, logra reencontrarse con su luz interior y entonces llegar al epílogo titulado Diálogo, donde expresa la necesidad de no solapar el dolor ni la tristeza sino resurgir de esas duras vivencias. Nos habla de ir al comienzo de la vida, de volver a la oscuridad y al silencio absoluto para poder surgir a la vida nuevamente. La obra incluye pertinentes ilustraciones de Blas Castagna, las cuales completan el mensaje fusionando lengua e imagen. tos tal vez abrume, pero que, no sin profundidad, amplía la zona de abordaje del autor de El dogma socialista: la relación entre persona y autor y su relación con la gloria (Batticuore, Laera), la construcción de su propia imagen de autor a través del análisis del retrato de Ernest Charton (Malosetti Costa), el espacio y la violencia estatal y popular desbordada en «El matadero» (Kohan), la polémica con Pedro de Ángelis (Roman y Fontana), la recepción crítica de Echeverría (Quereilhac) o el análisis del Manual de enseñanza moral (Bentivegna). Entre el atormentado poeta romántico y el lúcido intelectual de la nación naciente, el Echeverría que proponen Kohan y Laera se presenta como un puro escritor, un sujeto de escritura. Ahora bien, para responder a la pregunta ¿quién era Esteban Echeverría?, resulta necesario formularse antes otra: ¿Quién creía Esteban Echeverría que era Esteban Echeverría? Las brújulas del extraviado es un buen libro para iniciar una respuesta a cada una de estas cuestiones. Javier R. Barquet María Virginia Risso Crespo Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría, por Alejandra Laera y Martín Kohan (comps.), Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2006, 336 págs. A doscientos años de su nacimiento, la obra de Esteban Echeverría, situada no sólo en los orígenes sino en los fundamentos de la literatura argentina, apenas se reduce al trato escolar de dos únicos textos, mientras que el resto de su obra permanece en las sombras, incluso para los especialistas. Amparados en la cierta figuración que los aniversarios propician, Beatriz Viterbo publica Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría. El libro, compilado por Martín Kohan y Alejandra Laera, reúne trabajos en torno de dos líneas: Perspectivas, que recorre varios de sus textos y evalúa la construcción de una poética y de una imagen, pública y de autor, al tiempo que evidencia una problemática en común: la relación, no siempre armoniosa, entre vida y obra, y Focalizaciones, que ahínca en textos específicos y o bien los vincula con argumentos temáticos, formales o ideológicos o bien los liga a cierto aspecto de la cultura argentina. La del libro es una mirada plural, que por momen- El ruido de la vida, por Inés Malinow. Buenos Aires, Editorial Nueva Generación, 2006, 234 págs. La memoria siempre tan buena para abonar historias le sirve al narrador para desarrollar una nueva. Según García Márquez, la vida no es lo que uno vivió sino lo que uno recuerda para contarla. A través de las tres secciones o partes en la que está organizado el libro El ruido de la vida, Malinow revive los años juveniles de su protagonista, una estudiante de Filosofía de veinte años y de un grupo de amigos, compañeros de Facultad. En la primera, nos traslada a Atlántida, una ciudad uruguaya que con sus playas y su aire desenfadado será una pequeña ventana al mar, al bosque y a las relaciones humanas, en donde un acercamiento al amor se convierte en un juego esquivo que muy lentamente va a ir posicionándose estratégicamente en sus vidas. En la segunda parte, es la ciudad de Buenos Aires la que adquiere protagonismo, especialmente durante los sucesos ocurridos en la universidad, en la época primaria del peronismo y a partir de la lectura del manifiesto de la Federación Universitaria de Buenos Aires, F.U.B.A. que con sus palabras ofrece una seducción indiscutida y fructífera en las mentes y en los corazones de los estudiantes. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 146 Todos participan activamente de los tumultos de esos días y de las consecuencias de un régimen político que se instala. A lo largo de las anchas avenidas de la capital, por plaza Francia, por el Obelisco, el Congreso, las Marchas de la Unión Democrática desembocarán con la toma de la Facultad y del aula Magna para terminar, las mujeres en el Asilo del Buen Pastor y los hombres en diferentes reparticiones de la policía. El país estaba cambiando, los militares nos devorarían. Esos hilos, esas botas, esas órdenes, cómo salir. En la tercera y última parte la ciudad de Buenos Aires aún se prende a los últimos acontecimientos y no quiere perder protagonismo. Los personajes se ven obligados al exilio. Será Atlántida la ciudad receptora de sus sueños, de sus angustias, de sus ilusiones y de sus amores, del descubrimiento de una nueva vida y de la continuidad de los días. Todos buscarán su lugar en el mundo remediando la soledad y construyendo un pequeño y gran universo en donde no va a faltar ni el amor ni el dolor ni la muerte, pero Celina, Denis, Pablo, Nadine, Jorge y los otros, han dejado de ser solamente hombres y mujeres de papel para convertirse por obra de la palabra del escritor en imágenes de espejo de aquellos jóvenes argentinos que luchaban por sus convicciones. Beatriz Ferrari Gemas en el fango, por Daniel Armando Herrera, Buenos Aires, Simurg, 2005, 268 págs. Un crimen, preferentemente un asesinato. El victimario de identidad desconocida. Una pesquisa lenta pero rigurosamente lógica que lleva al descubrimiento de la identidad del criminal, así como también de algún otro misterio secundario que haya surgido en el proceso de la pesquisa. Hasta aquí el argumento de un relato policial clásico. Se lo ha declarado muerto, se lo ha declarado irrisorio. El género policial parece necesitar de constantes reivindicaciones y reinvenciones que alteran su rostro a la vez que lo empujan hacia una evolución que lo deja siempre actual e interesante. Un cambio esencial en el género fue el desarrollo del llamado «policial negro». El antiguo orden del bien y el mal claramente definidos se vio alterado para mostrar un nuevo enfoque en el que muchas veces el emisario del bien, el encargado de resolver el crimen, era en sí mismo un emisario del mal. Así, los contornos se diluían y el nuevo policial hablaba no ya de un mundo racional y maniqueo, sino de uno en el que no existen el bien y el mal y que se muestra corrupto en sus mismas bases. Un nuevo cambio en el género parece perfilarse en los relatos de este volumen de «cuentos casi policiales». Un enfoque menos drástico, más humilde y tal vez por eso más cercano. Los personajes de Gemas en el fango se mueven entre el crimen. El bien y el mal existen, pero ya no donde se supone que deberían existir, sino que sus fronteras se marcan de una forma pragmática e intimista. Personajes a veces tiernos, a veces tristes, a veces terribles, de pronto se topan con el mal, lo atraviesan y continúan con sus vidas. Pero en este mundo que ha aceptado el mal, son las personas quienes definen los territorios, quienes viven sus vidas y se enfrentan con las decisiones que hacen su existencia. Como sorpresa, como propuesta, como amenaza, como contexto, el crimen pasa a ser parte de sus vidas, pero no las define. Desde el amor entre criminales hasta la infidelidad conyugal, desde el acto fortuito hasta el plan perfectamente trazado, desde lo cotidiano hasta lo inverosímil. El crimen se nos muestra en estos relatos no ya como algo extraordinario sino como algo cotidiano. Y en el crimen, seres humanos que viven sus vidas. La ley ya no es sinónimo de nada, pero tampoco define la corrupción. El registro de lo legal simplemente ha dejado de importar. Tal vez lo que más sorprende en estos relatos es que a nadie se le pide que se abstenga del crimen, tal vez porque éste ya no define en sí el valor negativo, y son pocos los que parecieran poder hacerlo. La mirada sobre estos personajes es de compasión y de juego. En este su segundo volumen de cuentos, Daniel Herrera nos ofrece una serie heterogénea de propuestas. Algunas son historias divertidas, otras son historias de amor, invenciones del crimen, vidas que se cruzan en algún momento, argumentos ingeniosos o interrogantes que quedan abiertos. Relatos interesantes, tiernos, cotidianos. Relatos casi policiales. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 Marcos Rodríguez 147 EL LIBRO EXTRANJERO Isaac B. Singer. A Life, por Florence Noiville. Traducido al inglés por Catherine Temerson. Farrar, Straus & Giroux, New York, 2006, 192 págs. Cuando en 1978 la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura a Isaac Bashevis Singer, Jorge Luis Borges cuestionó la importancia del narrador judeo-norteamericano. Y la verdad es que, como el argentino, Isaac Bashevis Singer fue un escritor enorme, más precisamente, uno de los grandes cuentistas del siglo XX. Sin sentido de pertenencia a tierra alguna, Bashevis Singer, que vivió entre 1904 y 1991, nació en Polonia, en medio de una familia rica en rabinos y escritores. A poco de cumplir los treinta, tentado por su hermano Israel, también escritor, emigró a Estados Unidos donde escribió, en Yddish, la parte más importante de su fecunda producción. Allí la decisiva intervención de su paisano Saul Bellow (también Nobel de Literatura, en 1976), quien lo tradujo al inglés, inició la expansión de una obra que ya no conoce fronteras. Previsiblemente, la inquietud religiosa y las dudas sobre cuestiones teológicas atraviesan su escritura, lo que no impide que lo social constituya, también, una cuestión relevante. En otro sentido, con sus narraciones Bashevis Singer recuperó para siempre el mundo de los judíos en la Europa del Este y dio cuenta de la siempre traumática experiencia del inmigrante. Es lo que podemos advertir en las novelas La familia Moskat, El mago de Lublin, Escoria, El certificado, El esclavo, Sombras sobre el Hudson, en los volúmenes de cuentos En la corte de mi padre, La muerte de Matusalén, y en las páginas autobiográficas que reunió en Amor y exilio. Estos títulos circulan profusamente en nuestro medio. La autora de esta biografía, periodista de Le Monde, se sirve de cartas, testimonios y de los variados recursos que el género impone para dar cuenta de las contradicciones y, muy especialmente, de la vida personal del autor. No pocos libros y artículos se ocuparon de la obra de Bashevis Singer. Acaso sea por eso que Florence Noiville se concentre en los días del escritor más que en sus trabajos y mencione muy tangencialmente las obras que fueron decisivas en su formación; elude, por lo demás, el proceso de escritura, cuestión tan atractiva para los estudios literarios. Aunque narrada con la superficialidad que suele caracterizar a los textos de tantos periodistas, la historia de Noiville logra, sin embargo, asomarse a zonas oscuras y aun a miserias del autor de Un amigo de Kakfa. Por lo expuesto, esta biografía no contribuirá, ciertamente, a mejor comprender la escritura de Isaac Bashevis Singer, tan humana, tan directa, tan expresiva de esa compasión que, según Schopenhauer, debe regir las relaciones humanas. Aunque, en rigor, anclada en el legado cultural de sus mayores, y eco de una tradición tan rica como milenaria, a diferencia de otras, la escritura de Bashevis puede prescindir de intermediarios. No es por nada que la autora preludia su trabajo con una cita del escritor acerca del género biográfico: «Cuando uno verdaderamente tiene hambre no se propone dar con la biografía de un panadero.» Y lo evoca también cuando afirmó que si su admirado Tolstoy hubiera vivido en la vereda de enfrente, nada hubiera hecho para encontrarlo porque lo que cuenta es el legado literario, no el hombre. Significativa manera de empezar un libro que termina mostrando, una vez más, que frecuentemente la obra suele ser superior a su autor. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 J.J.Delaney 148 EVOCACIÓN DE OFELIA KOVACCI En oportunidad de celebrar los 50 años de la USAL, la Escuela de Letras recuerda a la doctora Ofelia Kovacci, personalidad relevante de esta Casa de Estudios. Lo hace recordando las palabras pronunciadas por el Académico José Luis Moure el 27 de octubre de 2001 al despedir los restos de la prestigiosa estudiosa de nuestras letras. Hace 38 años, cuando cursábamos Gramática en nuestro primer semestre en la Facultad de Filosofía y Letras, un compañero juzgó así los méritos de Ofelia Kovacci, que a todos ya nos parecían inalcanzables: «sólo su elegancia le impide ser mejor docente». Ofelia fue elegante en su atuendo, en su andar, en sus maneras permanentes, en su método expositivo, en su trato; en una palabra, en su forma de administrar la vida. También en la de dejarla. Pagó un precio excesivo por su vigilada sobriedad, algo que yo ya me atrevo a llamar soledad, pero que fue acaso el dominio más acogedor que le permitió su severa actitud frente al vivir, entendida como una implacable opción por las responsabilidades y una postergación –nunca sabremos cuán dolorosa– por otras demandas de la condición humana. La respetamos tanto que nos avinimos a ser discretos, su distancia nos impuso lejanía. Nos alegrábamos cuando su naturaleza tierna se filtraba en una sonrisa que ampliaba una mirada limpia, casi infantil. Como no le pasó a la Bella Durmiente, Ofelia tuvo que dormirse para que pudiésemos decirle cuánto la quisimos. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 149 Gramma AGENDA —Edición y crítica textual, literatura argentina El equipo de investigación, del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras, que ejecuta el proyecto Narrativa romántica argentina ha preparado una edición facsimilar y modernizada de María de Montiel (1861), novela hoy inhallable de Mercedes Rosas de Rivera. Fue seleccionada para su inclusión en el II CONGRESO VIRTUAL del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Lisboa, dedicado a «EDICIÓN DE TEXTOS» (16 al 25 de abril de 2007). La edición permaneció en la Web cuatro semanas y el resumen puede ser consultado en Internet desde octubre de 2006. http://www.fl.ul.pt/dep_romanicas/auditorio/ II_Congresso_Virtual.htm El equipo, dirigido por la Dra. Beatriz Curia (USAL – UBA – CONICET), está integrado por la Dra. Hebe Molina (CONICET – UNCu, Mendoza), la Lic. Mayra Bottaro (U. de Berkeley, USA), la alumna de la USAL y ayudante de cátedra Cynthia Dackow y la Correctora Literaria y alumna de la USAL Nuria Gómez Belart. Actualmente prepara una edición en soporte papel de la novela, con el agregado de estudios, glosario, índices e iconografía. En 2005 se publicó Humor inédito en «El Corsario» y «El Talismán» (Montevideo, 1840), cuyas autoras son Beatriz Curia, Mayra Bottaro y Soledad Castresana. En 2004 B. Curia, Mayra Bottaro, Soledad Castresana. Humor inédito en «El Corsario» y «El Talismán» (Montevideo, 1840). Diseño y composición: Beatriz Curia. Buenos Aires, R. Argentina, Auspicio: Universidad del Salvador, Facultad de Filosofía, Historia y Letras, Escuela de Letras., Ediciones Laurel del Sur. CD ROM. 369 p. ISBN: 48722653-1-3. El trabajo es resultado de la segunda etapa del proyecto El humor de los primeros románticos argen- tinos en la prensa periódica de Montevideo, que dirige la Dra. Beatriz Curia. La etapa anterior había culminado en 1999, con la publicación de: Beatriz Curia, con la colaboración de Mayra Gisela Bottaro, Cynthia Dackow, Margarita Fernández, Mariana Sández, Cecilia Vizcaíno. El señor Anrumarrieta y otros escritos satíricos de José Mármol. Edición crítica, estudios y notas. Buenos Aires (R. Argentina), Universidad del Salvador, Facultad de Filosofía, Historia y Letras. Revista Gramma, Anejo I. 172 p. —Proyecto «El pasado colonial en la narrativa argentina del siglo XIX: Eduarda Mansilla. Estudio crítico de la novela: Lucía Miranda». Directora: Dra. María Rosa Lojo; investigadora y asistente de dirección: Lic. Marina Guidotti; investigadoras Dra. Hebe Molina, Lic. Claudia Pelossi, Lic. María Laura Pérez Gras, Lic. Silvia Vallejo. Este proyecto es el resultado de varios años de investigación; se llevó a cabo en el marco del Convenio Institucional establecido entre la Universidad del Salvador y la Universidad Católica de Eichstätt, Alemania. En este momento el equipo se encuentra en el proceso de revisión final de la edición académica de Lucía Miranda (1860) de Eduarda Mansilla para su edición en la Colección t.e.c.i. (Textos y estudios coloniales y de la Independencia), de la editorial Iberoamericana-Vervuert. Además de las notas léxicas, históricas, geográficas, se presentarán fotografías, mapas e ilustraciones que permitirán a los lectores nacionales e internacionales una mejor comprensión de la obra así como también ubicarla dentro de la novela histórica en el Río de la Plata e incluir a su autora en el sistema literario argentino. Se ha cuidado especialmente el aparato crítico y, en su conjunto, podría convertirse en una obra de referencia para investigaciones en esta área. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 150 —Sobre la obra y la autora La significación de Lucía Miranda en la cultura argentina excede, por cierto, la obra que puntualmente nos ocupa. Este personaje, que aparece por primera vez en La Argentina manuscrita (1612) de Ruy Díaz de Guzmán, tendrá larga descendencia, historiográfica y literaria, hasta ya entrado el siglo XX. Con Lucía, la «cautiva blanca», la prenda codiciada por dos caciques indígenas, se pone en escena un verdadero «mito de origen». La edición pretende no sólo dar a conocer un libro olvidado, sino mostrar cómo éste se inserta en su secular trayectoria. Entre los distintos textos que recrean este episodio se ha elegido, para su reedición, la obra de Eduarda Mansilla (1834-1892) por su complejidad literaria y el alcance de su reconstrucción histórica y porque, de cuantos escritores abordaron el tema (antes y después de 1860), es la voz de Mansilla la que más interés detenta en la literatura nacional de la que forma parte fundadora. CÁTEDRA EXTRACURRICULAR «OFELIA KOVACCI» La Cátedra «Ofelia Kovacci» es un homenaje que la Escuela de Letras de la USAL desea hacer a tan importante investigadora de la República Argentina. Se constituye como el ámbito institucional propicio para desarrollar y transferir hallazgos a través de una serie de investigaciones en el campo de la Lingüística, en especial de la Lingüística Aplicada. Asimismo ofrece asesoramiento en el área específica. La Directora de esta cátedra extracurricular es la Dra. Alicia María Zorrilla. Ø El primer proyecto, que se inició en 2004, es la confección de un Diccionario de construcciones sintácticas del español de la Argentina. Objetivos Emprenderemos la elaboración gradual y circunstanciada de un DICCIONARIO DE CONSTRUCCIONES SINTÁCTICAS DEL ESPAÑOL DE LA ARGENTINA para que el investigador analice la lengua que habla y que escribe, para que tome conciencia de su propia sintaxis y la perfeccione, y para que descubra la riqueza de nuestro idioma a través de las múltiples posibilidades de su realización. Alcance de la investigación La obra será un valioso instrumento de consulta y de estudio para lingüistas, traductores, correctores de textos, profesores y para todos aquellos que trabajan con las palabras. Justificación del proyecto No existe en nuestro país una obra que se detenga a analizar las combinaciones de palabras que empleamos en nuestra escritura —sobre todo, en los ámbitos profesionales— o en el coloquio. Por lo tanto, su composición es necesaria para analizar detalladamente las estructuras sintácticas del español de la Argentina y para reflexionar sobre las distintas elecciones léxicas que realizan los hablantes. Ø La cátedra «Ofelia Kovacci» ofrece un servicio de consultas lingüísticas disponible en el siguiente correo electrónico: [email protected] Ø Para cualquier otra consulta puede dirigirse a la Dirección de la Escuela de Letras: [email protected] Buenos Aires, 2 de diciembre de 2004. Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 151 Gramma UNIVERSIDAD DEL SALVADOR Buenos Aires, República Argentina AUTORIDADES RECTOR Dr. Juan Alejandro Tobias VICERRECTOR ACADÉMICO Lic. Javier Alonso Hidalgo VICERRECTOR ECONÓMICO Dr. Enrique A. Betta VICERRECTOR DE INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO Dr. Fernando Lucero Schmidt VICERRECTORADO DE FORMACIÓN a/c Sr. Rector SECRETARIO GENERAL Dr. Pablo Gabriel Varela Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006 152 Gramma FACULTAD DE FILOSOFÍA, HISTORIA Y LETRAS AUTORIDADES DECANO Esc. Juan C. Lucero Schmidt SECRETARIA ACADÉMICA Prof. Stella M. Palermo DIRECTORA DE LA ESCUELA DE FILOSOFÍA Dra. Ana Zagari DIRECTOR DE LA ESCUELA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS AMBIENTALES Dr. Luis De Benedetti DIRECTOR DE LA ESCUELA DE HISTORIA Prof. Javier García Basalo DIRECTORA DE LA ESCUELA DE GESTIÓN HISTORIA E DE LAS ARTES Dra. María del Carmen Magaz DIRECTOR ESCUELA DE LA DE LENGUAS MODERNAS Dr. Héctor Valencia DIRECTORA DE LA ESCUELA DE LETRAS Dra. Alicia Sisca DIRECTORA INTERINA DE LA ESCUELA DE TURISMO Lic. Lorena Villamayor DIRECTOR DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN DE TURISMO Dr. Alejandro Torchiaro DIRECTORA DEL INSTITUTO DE IDENTIDAD CULTURAL Dra. Daisy Ripodaz Ardanaz DIRECTOR DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES EN DESAFÍO Y EMERGENCIAS COMPLEJAS Lic. Julio Bardi DIRECTOR DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES EN GEOPOLÍTICA, DEFENSA Y SEGURIDAD Dr. José Paz DIRECTORA DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES LINGUÍSTICAS Y LITERARIAS Lic. María Elena Cincunegui DIRECCIÓN DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES EN SENSORES REMOTOS a/c Lic. Claudia Jiménez DIRECTORA DEL ÁREA DE EXTENSIÓN Dra. Viviana Pontiggia DIRECTOR DE POSTGRADO Dr. Mauro Labombarda Gramma 42/43 - Abril / Octubre de 2006