EL CRISTAL Y LA ESENCIA

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EL CRISTAL
Y
LA ESENCIA
CESAR ROSALES
(Año 1966)
INDICE
EL CRISTAL Y LA ESENCIA ........................................................... 2
EPIFANIA .......................................................................................... 2
ASOMBRO ........................................................................................ 3
FABULA ............................................................................................ 3
PUERTA INTERIOR .......................................................................... 4
PUERTA ELISEA .............................................................................. 4
ANTIGUA MAGIA.............................................................................. 5
SONATA LUNAR .............................................................................. 5
EGLOGA............................................................................................ 6
EL ARO.............................................................................................. 6
LA SOLEDAD.................................................................................... 7
LAUREL............................................................................................. 7
EL DIAMANTE .................................................................................. 7
ALEGORIA ........................................................................................ 8
EL AMOR Y LA RUINA..................................................................... 8
PARABOLA DEL RIO ....................................................................... 9
DESPUES DE TANTA LUZ .............................................................. 9
COMO EL VILANO.......................................................................... 10
EL CARDO ...................................................................................... 10
FURIAS Y PENAS ........................................................................... 11
EL RETOÑO .................................................................................... 11
SORTILEGIO DEL GRILLO............................................................ 12
LA PAMPA ...................................................................................... 12
ARCO-IRIS DE AMOR .................................................................... 13
MI CASA ETERNA .......................................................................... 13
LA LIBERTAD ................................................................................. 14
EL VIAJE ......................................................................................... 17
A Rubén Vela
A Carlos Alberto Débole
A Osvaldo Colombo
Los poemas de este libro
fueron escritos
entre 1955 y 1961.
EL CRISTAL Y LA ESENCIA
Tallé un cristal con la materia oscura.
Sola y desnuda en su turbión de vida,
lava de caos fue, raíz dormida,
y el amor le dio ritmo y estatura.
Mira esta copa de dolor, pulida,
este diamante de faceta pura
donde yacía oculta la figura
que coloreó mi sangre conmovida.
¿Hubieras dicho que esta luz ceñida
por una forma en vuelo de hermosura
brotar podía de la sombra hundida?
Redoma o cáliz, transparente hondura,
guarda el aroma de la edad perdida,
un resplandor que todavía dura.
EPIFANIA
(A mi hijo, en su primera edad)
Amada, ven, contempla la hermosura.
No es el mar, ni los astros, ni las flores;
es un destello de inocencia, pura
luz que en la luz espeja sus fulgores.
Pétalo de oro, ramo de ternura,
copo de luna sobre los alcores,
rocío virginal, sonriente albura,
música azul de ocultos ruiseñores.
Horacio Eduardo, viva arquitectura
de nuestro amor: elíseos resplandores
nimban tu faz, tu genio, tu figura.
Reverbero en la noche más oscura:
por ti la vida es sueño sin terrores,
la flor más flor, la piedra menos dura.
ASOMBRO
Esta costumbre de mirar la tierra
No es costumbre en mis ojos sino asombro:
nace una flor donde otra se destierra
y vuelve a florecer cuando la nombro.
Dulce contienda, deliciosa guerra
es ésta de llevar el mundo al hombro
como un Atlas sonámbulo que yerra
suspenso entre el misterio y el asombro.
Nada fenece aquí, nada concluye
-túmulo, hueso funeral, escombro-,
mientras el fénix vuela y la luz huye…
Porque el reflejo de esa luz que nombro
a su pura niñez me restituye,
y abre otra ves mis ojos al asombro.
FABULA
Fue mi niñez un ruedo parpadeante
de luceros, montañas y torrentes;
arco-iris de espuma, deslumbrante
friso o tapiz de mágicos ponientes.
La balsámica miel, el aire errante
abrieron para mí resplandecientes
cavernas de oro y de cristal; fragante
era la luz en sotos y vertientes.
Allá estaban los cielos transparentes,
la flor azul del sueño, los relentes
y aquel rostro inefable, tan distante.
-No me la expliques más, no me la cuentes.
Todo se nos revela en un instante:
“Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes”.
PUERTA INTERIOR
Hay una puerta de ébano cerrada
más allá de esa luz que te enceguece,
pero que tiene a veces la azulada
irisación del mar cuando anochece.
No pienses en la sombra de la nada
ni en un temido infierno que no existe
fuera de aquí: su imagen desolada
es obra de ti mismo, tú la hiciste.
Si en el umbral detienes la pisada
y no entreabres la puerta clausurada,
ni el oro encontrarás ni la tiniebla.
Pero si empujas con un dedo apenas
verás el mar de Ulises en tus venas
y el rostro de Perséfona en la niebla.
PUERTA ELISEA
Solía ver allá, cuando llovía,
una gran puerta de ópalo, distante,
que entre rizados cúmulos tendía
sobre el vacío su arco dominante.
Verde, rojo, amarillo, azul…-brillante
pedrería de Ofir, oh fantasía-;
miraba los colores y al instante
un irisado surtidor se abría.
Abanico de luz, arpa y hoguera,
lo mismo resonaba o se encendía
sobre mi corazón y en la pradera.
Y susurraba atónito: ¡si fuera
alondra o nube, cómo volaría
hacia esa puerta y su halo de quimera!
ANTIGUA MAGIA
Era una luna inmensa que nacía
sobre la sierra azul, como azorada,
una luna que yo desconocía,
pero que estaba en mí transfigurada.
Fijos allá los ojos de mi amada
me hacían armoniosa compañía.
“¡Qué luna blanca!”, dijo deslumbrada
mirando el disco alado que ascendía.
Pensé en la imagen tutelar de Diana
vigilando la tierra, soberana,
mientras el joven Endimión dormía.
Como sumido en una luz arcana
yacía el pueblo. Oh lámpara lejana:
el durmiente del Latmos sonreía.
SONATA LUNAR
Sé de una luna que nimbó mi frente
como un ramo de azahar o un paño frío,
una luna de abril, opalescente,
que contemplé una noche junto al río.
Sobre el pasto bordado de rocío
agitaban un tul fosforescente
las luciérnagas; raudo escalofrío,
un pez de plata hendía la corriente.
El otoño soplaba un caramillo
entre los juncos, verde y amarillo,
cuyo son ondulaba largamente.
Plateado pez, silvestre caramillo,
qué profundo era todo, qué sencillo:
luna de abril, espuma de mi frente.
EGLOGA
En la copa de un molle, cuando niño,
oí cantar al cardenal nativo
un himno de oro que a mi frente ciño
como un laurel sonoro y sensitivo.
Lo vi volar con reluciente aliño,
terso el plumaje y el airón altivo,
sobre el letargo del rumiante piño,
de una rama o una ráfaga, festivo.
De él aprendí la pura hechicería
de trocar en destello y melodía
el terrenal asombro de estar vivo.
Y el ímpetu, la ciencia, la alegría
de vivir libre en agria montería
antes que endulces tálamos cautivo.
EL ARO
Rodaba el aro de la infancia mía
por una antigua y áspera vereda,
pero qué nueva y suave parecía:
piel de rocío, resonante seda.
Salté un barranco donde sólo había
negras espinas y una vid aceda,
pero yo no sé qué sabor tenía
ese barranco junto a la alameda.
Un día el aro de cristal, un día
la sortija que el aire azul pulía
escapó de mis manos. La vereda
cambió de rostro: vieja, dura, fría
me pareció, y en el barranco había
un aro roto junto a al alameda.
LA SOLEDAD
Cuando el sol tras los montes se perdía
un temblor irisaba la alameda
y un hálito sutil, una voz queda,
como de ángel o silfo, me decía:
“Quédate, no te vayas; qué sería
de nosotros sin ti, vana humareda.
Un susurro y allá la polvareda
de los astros; después, la noche fría”.
Vagaba fascinado, no quería
abandonar la misteriosa umbría
de las hojas y el céfiro de seda.
Y otra voz escuché que respondía:
“No me dejes partir, pues qué sería
de mí sin tus susurros, alameda!”.
LAUREL
Ese laurel, ese laurel quería,
no el de insigne verdor, para mi frente,
un laurel luminoso como el día
y como el día leve y transparente.
En un recodo de la selva mía
(lecho de orquídeas, naranjal, serpiente)
corté una rama de laurel. Decía:
“Esmeralda solar para tu frente”.
Esmeralda solar o pedrería,
aunque durara el pétalo de un día
esa guirnalda quiero solamente.
Laurel, laurel eterno –repetía-:
¡qué amargo tu verdor, tu luz qué fría,
y el ramo de mi sien qué diferente!
EL DIAMANTE
(A Piedad, a su voz)
¿Nunca has oído a una escondida fuente,
a un ruiseñor o al rey del bosque umbrío,
cantar al alba o al caer la huyente
gacela de la tarde sobre el río?
Así tu voz profunda y transparente
que oí sonar en el cristal vacío
de una oquedad confusa y estridente
donde es fuego la nieve, el fuego frío.
Hallé un diamante sin pulir, un puro
sueño de luz en el pesado estío
que quería salir del suelo oscuro.
El orfebre del sueño pulió tanto
la veta original, que ésta fue un río
y el río espejo vivo de tu canto.
ALEGORIA
Hay en las dunas una flor ignota
que de arena y olvido se alimenta,
allá donde voltea la gaviota
perdida, y el petrel, en la tormenta.
Sólo en el Sur la vi. Zarzal y mota
de lana gris; blanqueaba una osamenta
y un curvo signo la herradura rota
dibujaba en la huella polvorienta.
Quise arrancar su seca mascarilla
de polvo y sed, salobre como gota
de turquesa del mar, y – ¡oh maravilla!en su corola mustia y amarilla
vi titilar, extática y remota,
una estrellita o lágrima o semilla.
EL AMOR Y LA RUINA
Pueblo de arena, de sopor, de olvido,
casi lunar de tan desamparado,
sin color, sin perfume, sin sonido,
como el cuenco de un cántaro quebrado.
Un matorral, un riacho consumido
(dolor y sed agrietan su costado);
la torre del vencejo con su nido
y un ojo azul, inmenso, alucinado.
Sólo viviendo de alma, de cernido
silencio, de ternura, de alarido,
se puede amar y eternizar lo amado:
Levantar de la ruina lo perdido,
pero aun así, después de haber vivido,
no es suficiente haberlo recobrado.
PARABOLA DEL RIO
¿Dónde empezaba el río? No sabía
dónde, pero a lo lejos vislumbraba
un manantial secreto que fluía
como un venado que se desangraba.
¿En qué desértico arenal se hundía
la vena que en la tierra dibujaba
su brizna de temblor, su clara estría?
¿En qué selva o erial desembocaba?
Entre un confín y el otro había un vano
que la luz zodiacal iluminaba
como a las nervaduras de una mano.
¿Dónde nacía, dónde terminaba?
Cada vez más incierto, más lejano,
el río, aguas abajo, resonaba…
DESPUES DE TANTA LUZ
Infinitos los ríos, infinitos
el horizonte, la pradera, el velo
cambiante de las nubes y el revuelo
de las garzas y el eco de sus gritos.
Sumergidos en hondo desconsuelo
mis ojos, destronados aerolitos,
ven hoy oscuros y pequeños ritos
después de tanta luz y tanto cielo.
Vengo de la llanura, desde lejos,
con el alma bruñida de reflejos,
de arreboles, de ráfagas, de mitos.
Encuentro aquí el horror: sombra de viejos
crímenes, grietas, máscaras, trebejos,
y vuelvo a los espacios infinitos.
COMO EL VILANO
“Sólo un verano me otorgáis,
vosotras las poderosas”
(“Las Parcas”)
Hölderlin
Como el vilano, sí, como el vilano
vaga ebria el alma por el aire puro
hasta dar con el límite más duro
que pone fin a su delirio humano.
Mecida por la brisa del verano
otro verano sueña y el maduro
zumo enciende su sed y ya un futuro
racimo quiere asir de oro lejano.
Vellón de azar en llamas de secano.
Pero la diosa de perfil oscuro
el hilo corta con siniestra mano.
Son de caña en el viento, soplo vano,
destello que se apaga tras el muro,
como el vilano, sí, como el vilano.
EL CARDO
Como un fanal azul el cardo gira
en olas del azar hacia el olvido,
y otro fanal azul, remoto, mira
la soledad del cardo desvalido.
Manojo de intemperie florecido
en corimbos de luz, el cuello estira
hacia el imán del cielo, y su gemido
recoge el viento y en el viento expira.
Solitario fulgor de la llanura
creciendo en desamparo y hermosura,
en silencio crispado y en sonido.
Zarpa y vellón, pupila de la agrura
que el sueño diviniza y transfigura,
cardo del alma, lámpara de olvido.
FURIAS Y PENAS
“Hay en mi corazón furias y penas”
Quevedo
Si las furias, amor, fuesen arenas,
qué desiertos, qué paramos, qué dunas
la sangre cegarían, y qué lunas,
en este alcor de furias y de penas.
Si las penas, amor, fuesen cadenas,
qué prisiones, qué herrumbres, qué negruras
el alma oprimirían, y que duras,
en este hondón de furias y de penas.
Si las altivas furias sólo fueran
fulgurantes arenas y no hubieran
sino cadenas lóbregas de penas,
flores serían éstas de mis lares,
pero está -¡Mira!- desbordando a mares
mi corazón de furias y de penas.
EL RETOÑO
(A Horacio Eduardo)
Mira la vid en llamas del otoño
y el zarcillo de luz que la decora:
lámpara de oro, cándido retoño,
rosicler y frescura de la aurora.
Junto a la vid un ramo de madroño
su fragancia bucólica atesora
en el huerto, y el vástago bisoño
entre mieles y pámpanos se dora.
Cogollo de la sangre, gajo tierno
que ornas mi surco y ciñes en mi esteva
un muérdago de amor, un lazo eterno.
En ti la roja savia se renueva
y vierte al sol, a espaldas del invierno,
su prístino sabor la vida nueva.
SORTILEGIO DEL GRILLO
“Música porque sí, música vana”
Conrado Nalé Roxlo
El olvidado grillo de la infancia
vuelve a tañer su flauta campesina
y el son agreste horada la distancia
como una gota de agua cristalina.
Hoy como ayer aspiro la fragancia
del matojo silvestre en la colina,
un zumo de ámbar el viñedo escancia
y el cántaro de greda se ilumina.
Niñez perdida, música, fragancia,
néctar dorado, cántaro, colina:
todo tiene una oculta resonancia;
por que al conjuro de su flauta fina
vuelven a ser las noches de la infancia
cuenco sonoro, gota cristalina.
LA PAMPA
(A la memoria de
Ricardo Güiraldes)
Un pájaro, un cardal, una osamenta,
un trebolar azul, una fragancia,
un aire que del aire se alimenta,
el islote perdido de una estancia.
Un humo que enarbola la distancia,
un agua que no es agua, un espejismo,
un silencio que es pura resonancia
como cuando uno grita en un abismo.
Un vacío sin fin, una constancia
para seguir viviendo la ilusoria
realidad de esta nada que lo es todo.
Un venado de luz errante, un ansia
de fijar esa luz en la memoria,
y ser cielo, ave, nube, hierba, lodo.
ARCO-IRIS DE AMOR
(A Horacio Eduardo
en su séptimo año)
Grácil retoño de vellón dorado
bajo el maduro estío de mi vida,
creciendo en luz, en aire deslumbrado,
junto a la tierna mano que lo cuida.
Trigal en flor o pámpano irisado
por la calandria de otra luz que anida
en otro cielo vivo y constelado
como el azul: mi corazón, ¡oh vida!...
Candelabro de fiesta iluminado
con siete llamas entre la elegida
y el labrador de sueños a su lado.
Yo te labré, campánula tejida
con espuma de río y sol de prado,
arco-iris de amor, arpa florida.
MI CASA ETERNA
Mi casa de estalactitas en la montaña.
Mi casa con frutos de oro a la intemperie.
Mi casa donde el viento marino mueve
roncas alas de espumas desatada.
Mi casa fosforescente junto al río
como un cielo nocturno o una caverna.
Mi casa hija del sol y las tormentas
como una espiga o la hoja de un cuchillo.
Mi casa entre campanas y madréporas
con ruedas de fogatas y resinas.
Mi casa donde anidan las estrellas.
Piedra sonora nube de gaviotas
mi casa eterna llena de semillas
su techo azul mojado por la aurora.
LA LIBERTAD
Aprendimos una palabra
azul y blanca como el mar,
como el cielo, como las nubes,
como la nieve virginal.
Aprendimos una palabra,
como una alondra, musical;
como la miel y el agua, clara;
indispensable como el pan.
Aprendimos una palabra
pura y simple como la sal;
como el oro, resplandeciente;
como una madre, tutelar.
Aprendimos una palabra
alta, profunda, vertical,
como una estrella, como un cáliz,
como una espiga sin hollar.
Una palabra que refulge
con argentino tintinear
como un vino sonoro y áureo
en una copa de cristal.
Una palabra que arrancamos
de la tiniebla original
y a la luz del conocimiento
aprendimos a descifrar.
*
Cuando vinimos a la tierra
y empezamos a respirar,
ya respiramos con el aire
todo su aroma inmemorial.
Cuando vinimos a la tierra
y comenzamos a mirar,
ya miramos su dulce rostro
en el rostro de los demás.
Cuando vinimos a la tierra
y comenzamos a escuchar,
ya escuchamos la melodía
que fluía de su hontanar.
Cuando vinimos a la tierra
y comenzamos a tocar,
ya tocamos su piel fragante
en el regazo maternal.
En la púrpura de la tarde,
en la poma del manzanar,
en la espuma de nuestros sueños,
en el relente matinal.
Cuando vinimos a la tierra
con el gusto en el paladar,
ya gustamos su miel, su vino,
en la colmena y el lagar.
Y cuando fuimos por el mundo
y comenzamos a sangrar,
ya sangramos por una herida
que nadie pudo restañar.
Pero lo mismo la quisimos
cuando la vimos fulgurar
como la luna sobre el río,
como un lucero sobre el mar.
La teníamos en la mesa,
en el navío, en el telar,
en el idioma que forjamos,
en la columna del hogar.
La teníamos en el cuerpo
y en el alma, como un fanal,
en el color de la esperanza,
en el sabor de nuestro pan.
La teníamos como a un viento
que no se deja encadenar,
como a un pájaro la teníamos
en la brisa primaveral.
*
Un día aciago la perdimos
en un oscuro muladar,
como a la llave de una puerta
que la herrumbre vino a sellar.
Ese día creció la sombra
desde la selva hasta el glaciar
como un águila gigantesca,
como una piedra sepulcral.
Todo devino entonces ruina,
miedo, congoja, oscuridad;
los caminos se encenagaron
y no pudimos avanzar.
La semilla se volvió escoria,
ciénaga el agua, polvo el pan,
el fuego, fúnebre ceniza,
la compañía, soledad.
Negras prisiones sepultaron
una injuriada humanidad,
las cadenas enrojecieron
y se volvieron a soldar.
Y otro día la recobramos…
(¿era reflejo, rayo falaz
de un espejismo esa palabra,
o deslumbrante realidad?).
Otro día la recobramos
y ya todo volvió a brillar:
el sol florido en la pradera,
el rizo de oro en el trigal.
La paloma en el campanario,
la mariposa en el rosal,
la herramienta en el artesano,
la sonrisa en el colegial.
*
Defendamos esta palabra
como si fuera nuestra más
sagrada esencia, la que es cifra,
raíz del ser, razón vital.
Que nunca sea letra vana,
bandera de humo ni disfraz,
sino sustancia de la vida
en su desnudo palpitar.
Perfume, luz, ráfaga, efluvio,
lluvia, rocío, manantial:
que su vivaz aliento sea
nuestro modo de respirar.
Esta es la llave que perdimos
y que hemos vuelto a recobrar,
la llave ardiente de la vida,
del amor y de la verdad.
Oíd hermanos de mi patria:
¡no la perdáis, no la perdáis!
La puerta abrid de nuestra casa
de sol a sol, de mar a mar.
Que en nuestra casa nadie sufra
esclavitud, iniquidad;
que todos beban de su vino,
que todos coman de su pan.
Aprendimos una palabra
(no la podemos olvidar),
una palabra como el aire
que respiramos, inmortal.
Una palabra como un ala,
como un laurel intemporal,
inmarcesible, soberana.
Una palabra: ¡Libertad!
EL VIAJE
El tren corre por la llanura
-de un lado trigo, del otro lado saly va rebanando la tierra
en dos mitades, como un pan.
Cuchillo negro de sudores
de sembrar y de cosechar,
parte la tierra en dos mitades:
una de trigo, otra de sal.
Proa de nube, filo de rayo,
ala de pájaro cenital,
el tren de seda, de fuego, de humo,
vertiginoso como el azar,
hiende la bruma, divide el aire,
surca la quieta inmensidad.
Bajo sus ruedas la tierra gira,
pero el deseo gira más.
Aquí quisiera detenerme
a contemplar, a contemplar
el infinito “piélago verde”,
el infinito azul, allá.
Pero no puedo: el tren jadea,
silba, resopla, vuela ya,
y no hay tiempo para quedarse
porque el tren no espera jamás.
Aquí quisiera detenerme
para mirar, para mirar
pájaros, nubes, horizontes,
flores azules del matorral,
islas de umbrías vegetales,
ríos que brillan como el metal,
lagos dormidos como espejos,
garzas de espuma crepuscular.
Pero no puedo: el tren se crispa,
araña el aire de cristal,
lanza venablos de guerrero
y mil centellas de pedernal.
Su trepidante boca dice:
quiero llegar, quiero llegar;
los viajeros son impacientes
y el convoy no vuelve a pasar.
*
El tren corre por la llanura
como una flecha horizontal
arrojada por el destino
hacia el poniente que arde allá…
El disco rojo del sol tiñe
un lejanísimo arenal;
el tren corre para alcanzarlo,
pero el sol se ha ocultado ya.
El disco rojo es escoltado
por otro blanco, frío glaciar
que recorta en el firmamento
un carámbano de cristal.
Todo parece quieto, inmóvil
en el abismo sideral;
el tren avanza raudamente,
pero la luna mucho más.
Solitaria como un diamante
de misteriosa claridad
cuyos purísimos destellos
atraviesan la oscuridad,
una estrella traza en la noche
su parábola celestial;
el tren corre tras de su brillo,
pero la estrella ya no está.
¡Hemos perdido los tesoros
que queríamos alcanzar!
El tren embiste las tinieblas
como un humeante Leviatán
que no acierta con la salida
de su aventura fantasmal,
y sólo se oye su fragor
resonando en la soledad.
El sol, la luna, las estrellas,
¿son espejismos, nada más?
La vieja tierra que nos sustenta,
¿es apariencia o realidad?
Los hombres mismos, ¿son ficciones,
sombras de un sueño inmemorial
que andan errantes por el mundo,
o ávidas formas de lo real?
El tren corre por la llanura
tras la quimera o la verdad,
pasa infinitas estaciones
y siempre hay otras más allá.
Con un ojo sobre la frente
va empujando la oscuridad,
como un cíclope alucinado
o una mantícora infernal.
Alguien, de pronto, se levanta
como si regresara del mar,
tiene brillantes las pupilas,
la voz velada y abisal.
¿Dónde estamos ahora?... -inquiere-.
Todo es confuso y no sé ya
a dónde voy, de dónde vengo,
cuándo este viaje acabará.
Duermen los hombres con sus armas
y las mujeres con su ajuar;
los camareros se han dormido,
de pie, dormido, va el guardián;
ya se han dormido los semáforos,
el inspector, el mayoral;
dormido sueña el maquinista
con la estación del Más Allá.
Yace dormido el carbonero,
y el que ordena el fuego central
dormido está junto a sus fauces
con un tridente de coral;
se ha dormido hasta el guardagujas
de esperar y desesperar
en un oscuro, andén desierto
lleno de frío y soledad.
Pasan minutos, años, siglos…
(Un minuto es la eternidad
para el que quiere lo imposible
de la ilusoria realidad).
Un hombre perdido en la niebla
anda buscando una señal
al resplandor de una bujía,
como una aguja en un pajar.
*
La lluvia mueve sus telares.
Se apaga el último fanal.
Tirita el aire atroz del páramo
donde el guijarro es lecho y pan.
Crujen maderas, hierros, vidrios
bajo el dios de la tempestad.
Como un trueno en un precipicio
el tren retumba en la oquedad.
Máquina y coches se despueblan.
Los pasajeros, ¿se han ido ya?
Hay unas sombras acumuladas
en los asientos, y el rechinar
de una puerta que el viento bate
infunde un vago clima irreal,
una puerta que nadie abrió
y que nadie viene a cerrar.
Máquina y coche se despueblan
y donde antes humeó el manjar
medra una arena devoradora,
el jaramago y el zarzal.
Los viajeros -rostros amados,
manos amantes-, ¿dónde están?...
Sus cabellos parecen de humo
y sus vestidos de alquitrán.
El tren fragante color de nube,
color de azor o de alcotán,
color de rayo fugitivo,
vertiginoso como el azar,
precipitado por el tiempo
cae en la noche intemporal.
El agua asoma por sus grietas
como una adelfa entre la cal.
El hombre perdido en la niebla,
desamparado, viene y va.
La bujía ya no arde. Llama:
a nadie logra despertar.
Sólo hay Uno que está despierto
(¡hasta el final, hasta el final!)
y lo escucha desde muy lejos,
pero no puede contestar.
*** FIN ***
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