Creemos en el Espíritu Santo

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“Servidores y testigos
de la Verdad”
Meditaciones 10
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Creo en
el Espíritu
Santo
Meditaciones 10
Creo en
el Espíritu
Santo
Catecismo de la Iglesia Católica
683-747
Compendio 136-146
ÍNDICE
Youcat 113-120
El Espíritu santo es Dios, junto con el Padre y el Hijo.3
Los apelativos y símbolos del Espíritu Santo.......4
La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo....4
El Espíritu Santo y la Iglesia................................5
Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida... 6
Anexo: Credo del Pueblo de Dios (Pablo VI)...... 9
Edita:
Arzobispado de Madrid
C/Bailén, 8. 28071. Madrid
www.misionmadrid.es
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El Espíritu Santo es Dios, junto con el Padre y el Hijo
“Creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera
Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y
del Hijo y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. El Espíritu Santo ha sido enviado a nuestros
corazones (Gálatas 4,6), a fin de que recibamos la nueva vida
de hijos de Dios” (Compendio 136).
La acción del Espíritu es justamente la de revelar y unirnos a Cristo en la fe, a fin de que podamos, como hijos
adoptivos, llamar a Dios Padre. Por eso, el Espíritu no habla
de sí mismo (cf. Juan 16,13); sino que Dios lo envió a nuestros corazones para que pudiéramos confesar que “¡Jesús
es Señor!” (1 Corintios 12,3); y para que el mismo Espíritu
clamara en nosotros “¡Abba, Padre!” (Gálatas 4,6) (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 683).
Esto no quiere decir que el Espíritu haya comenzado a
derramarse en los tiempos del evangelio. En efecto, el libro
del Génesis nos enseña que ya al inicio de la creación “el Espíritu aleteaba sobre las aguas” (1,2). Así pues, el Espíritu
Santo coopera con el Padre y el Hijo a lo largo de toda la
Historia de la Salvación, desde su comienzo hasta su consumación.
Este único Espíritu se ha derramado en los tiempos del
evangelio de un modo nuevo, a saber, como Espíritu de
adopción filial. Dicho con palabras sencillas, el Espíritu de
Pentecostés nos hace hijos en el Hijo, hijos de Dios Padre
en Cristo. Esta acción se realiza en el seno de nuestra Madre
la Iglesia. De hecho, la Iglesia, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida
eterna, que confesamos en el Credo, son la obra del Espíritu
que nos une a Cristo (cf. Catecismo 686).
Los apelativos y símbolos del Espíritu Santo
El Espíritu Santo es el nombre propio de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús lo llama también Espíritu
Paráclito, es decir, Consolador y Abogado (cf. Juan
14,16.26; 15,26; 16,7) y Espíritu de la Verdad (Juan 16,13).
El Nuevo Testamento lo llama Espíritu de Cristo, del Señor,
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de Dios, Espíritu de la gloria y de la promesa (cf. Compendio
138; Catecismo 692-693).
Por otro lado, son numerosos los símbolos que aluden al
Espíritu: El agua viva, que brota del corazón traspasado de
Cristo y sacia la sed de los bautizados; la unción con el óleo,
que es signo sacramental de la Confirmación; el fuego, que
transforma cuanto toca; la nube oscura y luminosa en la que
se revela la gloria divina; la imposición de manos, por la cual
se nos da el Espíritu; y la paloma, que baja sobre Cristo en
su bautismo y permanece en él” (Compendio 139; cf. Catecismo 698-701).
La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
El Padre conduce la Historia de la Salvación desde el
principio hasta su consumación por medio del incomparable
ministerio del Hijo y del Espíritu. El Padre envía a su Palabra
y al Espíritu de ambos para que realicen de un modo conjunto la misión que tienen encomendada (cf. Catecismo 689;
Compendio134).
En efecto, el Hijo y el Espíritu están ya en el origen del ser
y de la vida de toda criatura, en especial del hombre creado
a imagen y semejanza de Dios (cf. Catecismo 703-704).
Cuando, a causa del pecado, el hombre pierde la semejanza
divina, contra toda esperanza, Dios promete a Abraham una
descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu.
Esta descendencia será Cristo, en quien la efusión del Espíritu, restablecerá esa semejanza y formará la unidad de los
hijos dispersos (cf. Catecismo 705-706).
La pedagogía de Dios aparece de un modo especial en
el don de la Ley. Ella no solo revela el camino que Dios pone
delante de su pueblo, sino que revela su impotencia y su pecado, para de este modo suscitar el deseo del Espíritu (cf.
Catecismo 708). Cuando en el exilio, en virtud de su desobediencia, el pueblo parece perder todas la promesas, Dios
realiza algo nuevo: “dos líneas proféticas se van a perfilar,
una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de
un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño resto,
el pueblo de los pobres (cf. Sofonías 2,3), que aguardan en
la esperanza la ‘consolación de Israel’ y la ‘redención de Jerusalén’ (cf. Lucas 2,25.38)” (Catecismo 711, cf. 709-716).
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En la plenitud de los tiempos, el Espíritu prepara a María
para que el Padre encuentre la Morada en donde su Hijo y
su Espíritu puedan habitar entre los hombres. De manera
única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para
dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Por medio de ella, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los
hombres: los pastores, los magos, Simón y Ana…
Además, el Espíritu suscita al último profeta: Juan; aquel
que fue lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre
(Lucas 1,15.41) y por quien el propio Espíritu Santo culmina
la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”
(Lucas 1,17). Juan será el que dará testimonio de Cristo al
contemplar cómo el Espíritu desciende y permanece sobre
Él; y anunciará que Jesús bautizará en ese mismo Espíritu
(cf. Juan 1,33-34; Compendio 142; Catecismo 717-720).
En Pentecostés, la Pascua de Cristo se consuma con la
efusión abundante del Espíritu Santo que se manifiesta y se
comunica como Persona divina; de este modo la Trinidad
queda plenamente revelada. Con su venida, que no cesa, el
Espíritu hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el
tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado pero todavía no
consumado. A partir de ese momento, “la misión de Cristo
y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada
para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria”
(Compendio 144; cf. Catecismo 731-732).
El Espíritu Santo y la Iglesia
La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del
Espíritu Santo, sino que es su sacramento. La misión conjunta de las personas divinas asocia ahora a los fieles de
Cristo para que sean sus instrumentos: “El Espíritu Santo
prepara a los hombres, los previene por su gracia, para
atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les
recuerda su palabra y abre su mente para entender su
Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de
Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para
conducirlos a la Comunión con Dios, para que den mucho
fruto (Juan 15,5.8.16)” (Catecismo 737; cf. 738).
El Espíritu Santo es el Don de Dios. Él es el Amor en persona, fuente de toda gracia. Por la presencia en nosotros
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del “huésped silencioso de nuestra alma” (San Agustín), podemos tratar a Cristo como amigos y al Padre como hijos,
participando así de la misma vida de la Trinidad.
Para la reflexión y el diálogo
- ¿Qué os ha llamado más la atención de este artículo del
Credo? ¿Creéis que nuestra conciencia cristiana en relación con el Espíritu está oscurecida si la comparamos
con la que tenemos del Padre y del Hijo? ¿A qué se
puede deber?
- ¿Qué símbolo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 694701) de los que hacen alusión al Espíritu Santo os resulta
más sugerente?
- El Espíritu es el huésped silencioso de nuestra alma. A la
luz de lo expuesto: ¿cuándo y dónde habéis sentido su
presencia y su acción en vosotros?; ¿qué obra viene realizando en vuestras vidas?; ¿cómo lo va haciendo?
Para la oración
Del Evangelio según san Juan
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con
vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo
conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros
(Juan 14,15-17).
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado,
pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en
mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho (Juan 14,25-26).
Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el
Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él
dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio,
porque desde el principio estáis conmigo (Juan 15,26-27).
Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me
pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho
esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os
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digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no
me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me
voy os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo
acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De
un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque
me voy al Padre y no me veréis; de una condena, porque el
príncipe de este mundo está condenado (Juan 16,5-11).
Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis
cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues nos hablará
por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre
es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío
y os lo anunciará (Juan 16,12-15).
Después de haber proclamado los anuncios de
Jesús sobre la venida del Espíritu, cada miembro
del grupo, en silencio, los va repasando y se detiene en aquellas palabras que le llamen más la
atención, se pregunta por qué le han atraído, las
medita y trata de ponerlas en relación con su experiencia de fe.
Tras el silencio meditativo, se abre un tiempo para
compartir los frutos de la reflexión. Después se
hacen oraciones espontáneas dirigidas al Espíritu
Santo, y se concluye la oración recitando a dos
coros la secuencia de Pentecostés.
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Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
(Secuencia del Domingo de Pentecostés)
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Para la vida
- El Espíritu es tan humilde que su presencia muchas
veces nos pasa desapercibida: ¿cómo podemos aprender a conocer sus mociones?; ¿de qué modo podemos
estar más atentos a ellas?; ¿consideramos necesario la
ayuda de un maestro espiritual?; ¿para qué?
Anexo:
Credo del Pueblo de Dios (Pablo VI)
“Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. Él nos ha hablado por los profetas y ha sido enviado a
nosotros por Cristo después de su Resurrección y su Ascensión al Padre; Él ilumina, vivifica, protege y guía la Iglesia
purificando sus miembros, si éstos no se sustraen a la gracia. Su acción, que penetra hasta lo más íntimo del alma,
tiene poder de hacer al hombre capaz de corresponder a la
llamada de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48)”.
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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,
te alabamos y te bendecimos.
Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.
El Padre te ha enviado para que creamos en Ti
y, creyendo, tengamos Vida eterna.
Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:
conviértenos a Ti,
que eres la Verdad eterna e inmutable,
el Amor infinito e inagotable.
Danos gracia, fuerza y sabiduría
para confesar con los labios
y creer en el corazón que Tú eres
el Señor Resucitado de entre los muertos.
Que tu Caridad nos urja
para encender en los hombres el fuego de la fe
y servir a los más necesitados
en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre
a impulsos del Espíritu.
Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:
haznos tus servidores y testigos de la Verdad;
que nuestras palabras y obras
anuncien tu salvación y den testimonio de Ti
para que el mundo crea.
Te lo pedimos por medio de Santa María de
la Almudena,
a quien nos diste por Madre al pie de la cruz
y nos guía como Estrella de la Evangelización
para sembrar en nuestros hermanos
la obediencia de la fe.
Amén.
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