La espiritualidad como lucha por ser pobre, A.Pieris

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LA ESPIRITUALIDAD COMO LUCHA POR SER POBRE
1. Sentido dinámico de la pobreza evangélica: lucha contra Mammón.La antinomia irreconciliable entre Dios y el dinero (Mt 6,24), o más exactamente entre
"Abba" y "Mammón" (para usar dos palabras arameas cargadas de pasión, y en ese
sentido, intraducibles, que los evangelios sinópticos sitúan sólo en labios de Jesús), es el
núcleo vital del mensaje evangélico tal como ha sido desarrollado en el sermón del
monte. Una intimidad creciente con el primero y una constante repulsa del segundo
caracterizan toda la misión de Jesús en la tierra. El es nuestra alianza con Dios. Todo el
que tiene un pacto con Mammón está excluido de la familiaridad con su Padre porque
'nadie puede servir a dos maestros'. Al joven rico se le pide que se haga pobre para poder
convertirse en un discípulo (Mt 19,21).
La pobreza, si se la toma en el sentido dinámico de lucha espiritual y no en el sentido
helénico de virtud estática, es con mucho el término más global para describir el 'ethos'
del 'acontecimiento Jesús'. Recupera las propias actitudes de Cristo, sus opciones, sus
esquemas de conducta, que son los que configuran la trama humana de su misión redentora
en la tierra. El comprenderlo es conocerle. El practicarlo es seguirle.
La pobreza no es, sin embargo, una mera repulsa de la riqueza, porque Mammón es más
que el dinero. Es una fuerza sutil que opera dentro de mí, un instinto adquisitivo que me
lleva a convertirme en ese rico alocado que Jesús ridiculiza en la parábola del campesino
que quería echar por tierra sus graneros para construir otros mayores (Lc 12, 13-21). O
también, Mammón es lo que hago con el dinero y lo que el dinero hace conmigo. Lo que
me promete y lo que me da cuando me someto a él: seguridad y triunfo, poder y
prestigio, logros que me hacen aparecer como un privilegiado. Hace que parezca como
que tengo un don especial para el liderazgo. Puedo experimentar, incluso, la satisfacción
irresistible de ser respetado y buscado como un guía y un gurú, o de ser escogido para
ejercer una inmensa influencia en los demás. Y por supuesto, todo para gloria de Dios y la
salvación de las almas.
Fue precisamente este modelo de liderazgo lo que ocasionó una crisis en la fe que
Jesús tenía en el Padre, especialmente al darse cuenta del poder de Dios que surgía de su
propia entraña cuando curaba con sólo el tacto, pronunciaba palabras vibrantes de
autoridad, y las muchedumbres se apiñaban en torno suyo. ¿No era él "el" maestro de
Israel, "el" líder del pueblo, "el" profeta de Dios y, quién sabe, el Mesías esperado?
2. La lucha de Jesús por ser pobre.
Poco a poco Jesús renuncia a toda esperanza de ver el triunfo inmediato de su misión.
No hay modo de que amanezca el nuevo orden de Dios si no muere como víctima del
orden mammónico que prevalece. Y empieza a hablar abiertamente de la cruz, no sólo
como destino personal sino como único sendero posible para los que osan caminar con él
hacia el reino. La nueva humanidad no puede llevarse a cabo mediante el poder y el
prestigio, sino sólo mediante la mansedumbre, el fracaso y la humillación. La imagen del
líder popular da paso a la del siervo sufriente de Yahvé.
Esta nueva visión y esta opción tuvieron que ser renovadas varias veces durante su vida
(Mt 20, 20-28; Lc 9, 51-54; Jn 6, 15; 18, 36) y sobre todo en las últimas horas, decisivas,
de su misión en la tierra (Mc 14, 32; Mt 26, 52-53) cuando tuvo que someter su voluntad al
ABBA, su Padre. Porque se esforzó por mantenerse libre de toda apariencia de pseudomesianismo.
De aquí la pregunta: ¿Pudo alguien, realmente, medir la calidad e intensidad de la entrega
de Jesús al Padre sin tomar en cuenta su lucha continua contra Mammón, es decir, las
innumerables 'tentaciones' de las que él mismo habló sin empacho? (Lc 22,28). Su pobreza
fue verdaderamente un penoso crecer en gracia y sabiduría mediante un discernimiento
continuo de la voluntad de Dios cara a esas tentaciones innumerables que algunos teólogos
no vacilarían en llamar 'crisis de autoidentidad', crisis provocadas por nuevas demandas del
Padre y por estrategias alternativas de Mammón.
Por medio de un astuto recurso literario los evangelistas presentan esa lucha que mantuvo
Jesús con Mammón a lo largo de su vida en forma de un drama en tres actos que tiene
lugar en el desierto y su investidura mesiánica en el Jordán a raíz de las tentaciones (Mt 4,
1-11). Esta perícopa de la 'triple tentación de Jesús en el desierto' buscaba traer a la
memoria, por contraste, no sólo las tentaciones que sobrevinieron en el desierto al
primer pueblo mesiánico cuando perdió su confianza en Yahvé y prefirió hacerse un
dios de oro, sino también educar al nuevo pueblo mesiánico -la Iglesia naciente- en el
estilo del maestro, ahora que estaba empezando a encontrarse con las mismas
tentaciones que en otro tiempo había experimentado su fundador.
A.PIERIS, El rostro asiático de Cristo, pp. 150-153.
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