El Cuadrante – Introducción a los Evangelios

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El Cuadrante – Introducción a los Evangelios
Parte I – La Búsqueda
de José Luis Sicre
Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra), España, 1996
Reseña
para el Magis III
por Juan Fernán Serralunga
Santa Fe, Argentina, 2007
Título y subtítulo
El título, El Cuadrante, evoca una moneda romana de mínimo valor, citada en el relato de
la limosna de la viuda en el templo por el evangelio de Marcos, y sirve al autor para señalar de entrada
que éste fue escrito para los romanos.
El subtítulo: Introducción a los evangelios, explica el objeto de la obra.
Título y subtítulo se corresponden con los dos géneros empleados alternativa y
complementariamente en el libro: novela y exposición magistral. En palabras del autor, relato o parte
novelada (señaladas sus páginas con el “dibujito de un cálamo” -pluma-), y texto “científico” –así entre
comillas en el original-. Aquí las llamo N y C, respectivamente.
Sobre la identificación del libro como Parte I, se explica en su Presentación.
Divisiones
El libro se compone de la Presentación, 14 capítulos y el Epílogo.
Presentación (N y C)
Compuesta de dos breves secciones, la N en que el protagonista de la ficción se presenta
al lector, y la C en que el autor anticipa la combinación de ambos recursos literarios y sintetiza el propósito
y la estructura de la obra; en detalle la de este libro o Parte I publicada, y en general la de las dos Partes
que habrían de seguirle.
“Es una aventura intelectual, que terminó convirtiéndose en aventura espiritual”; “la
aventura de Andrónico, un cristiano de Asia Menor, en la actual Turquía, nacido el año 58, cuarto del
reinado de Nerón”.
El Cuadrante “recurre al relato para que resulte fácil y ameno introducirse en el mundo de
los evangelios, pero la narración alterna con capítulos destinados a profundizar en cada uno de los
evangelistas”.
Se propone ser “un libro de trabajo, que anime a ponerse en contacto directo con los
textos”.
Se anuncia una obra de proporciones ambiciosas, en tres partes: “La búsqueda” -esta
Parte I-, “La apuesta” -“dará a conocer el mundo en que se movió Jesús (contexto geográfico, histórico,
social, religioso, teológico)”- y “El encuentro” -“significará para Andrónico el descubrimiento del evangelio
de Juan y el final de su aventura”-.
Esta Parte I, La Búsqueda, “nos pone en contacto con los tres primeros evangelios
(Marcos, Mateo, Lucas) contando su proceso de formación y sus principales características”, “para que te
hagas una idea personal de cada evangelio”.
Objeto
El Cuadrante trata de los evangelios de Mc, Mt y Lc, deliberadamente en ese orden.
“Por algo estos evangelios son conocidos con el nombre de „Sinópticos‟: porque se
pueden escribir en columnas paralelas, para tener una „visión conjunta‟ (syn-opsis) de los tres textos y
establecer las semejanzas y diferencias entre ellos.”
Método
En N, Andrónico nos va relatando su aventura, nacida de un interés intelectual, luego
espiritual. Tiene en sus manos un rollo, regalo de su padre, una copia del evangelio de Marcos. Años más
tarde conoce a Lucas, apóstol, médico y escritor, decidido a redactar un evangelio. A instancias de él viaja
a Antioquía, para obtener una copia del de Mateo. Tiempo después se trasladará a Éfeso, donde
reencontrará a Lucas.
En cada lugar, las lecturas, la curiosidad y aún la indisimulada ignorancia de Andrónico,
proporcionan la ocasión para el trato con diversos personajes –entre ellos, su padre, una joven venida de
Roma, un miembro de la comunidad de Antioquia, Lucas- centrado en los evangelios, por entonces en
vías de redacción o recientemente compuestos.
Aparecen en ese contexto vital los evangelistas, personalmente o por referencias
verosímiles de sus amigos, intérpretes, discípulos o miembros de sus comunidades, pintados en toda su
humanidad, explicando en las conversaciones de ficción los propósitos, necesidades, afectos, dudas,
métodos, de cada uno, y las comparaciones entre ellos.
Cabe destacar que en N el autor de El Cuadrante expone, con el estilo propio de estos
capítulos, no otras sino las mismas ideas e hipótesis que, con otro aparato, explica en C.
En C trata a cada evangelio con un método diverso. En el caso de Mc propone una lectura
continua con atención a la figura de Jesús; de Mt comenta una sección, el “Sermón del Monte”; y presenta
a Lc como un museo que puede visitarse cuadro a cuadro.
El tratamiento de los tres tiene en común consideraciones sobre el autor evangélico, la
fecha y el lugar de redacción o composición y los destinatarios, más la sugerencia de bibliografía
pertinente. Las comparaciones y referencias recíprocas son una constante.
Sin perjuicio de ello, el autor dedica primordialmente a cada uno de estos evangelistas y
sus obras, los siguientes capítulos y con sus respectivos géneros:
Marcos (capítulos 1 a 4):
1.- Confesiones del primer evangelista (N)
2.- Componiendo la imagen de Jesús (C)
3.- Programa de mano para un concierto (C)
4.- Base de datos sobre el evangelio de Marcos (C)
Mateo (capítulos 5 a 8)
5.- Viaje a Antioquia (N)
6.- El evangelio de Mateo (C)
7.- Pasajes selectos del evangelio de Mateo (C)
8.- Base de datos sobre el evangelio de Mateo (C)
Lucas (capítulos 5, 9, 10 y 11)
5.- Viaje a Antioquia (N)
9.- Visita a Efeso (N)
10.- La pinacoteca de Lucas (C)
11.- Base de datos sobre el evangelio de Lucas (C)
Luego de hacer entrar al lector en contacto con los evangelios, se comparan los diferentes
modos de exponer ciertos episodios; a lo cual se destina el capítulo 12: “Comparar no es odioso”.
El autor prevé desde el comienzo que todo esto “nos permitirá comprender qué es un
evangelio y los principales problemas que su lectura plantea a los cristianos de finales del siglo XX”, y “es
probable que algunos se sientan desconcertados después de leer algunos capítulos, al entrar en crisis su
visión tradicional de los evangelios”. Más adelante en el capítulo 13 dirá: “me imagino que tu idea sobre los
evangelios habrá cambiado un poco. Quizá pienses: „para mal; estoy hecho un lío‟.“
Para tal caso remite a los capítulos finales, “que podrán aclararles ciertas ideas”:
13.- Aclarando ideas (C)
14.- Problemas y respuestas (C).
Vale insistir en que, con otro ropaje y sistema, se hallan aquí desarrolladas las vivencias e
ideas narradas en N; o viceversa.
Un pequeño ejemplo: una de las explicaciones del tipo C que siguen, tiene entre sus
precedentes N a esta conversación del capítulo 1: “- ¿Sabes lo que más me asombró del escrito de
Marcos? Que no se parece a nada conocido. Siempre me han interesado las vidas de grandes personajes,
filósofos, reyes, poetas…”
“Aclarando ideas” (capítulo 13)
Se encaran aquí dos cuestiones: a lo menos, desde el punto de vista literario, qué son los
evangelios y cómo surgieron los sinópticos.
¿Qué son los evangelios? Desde aquel punto de vista, algo muy especial, afirma el autor.
Da dos pistas negativas: 1) no son una biografía de Jesús (faltan muchos datos, incluso esenciales, v.gr.:
sobre aspecto físico, infancia, ambiente histórico, fuentes, confrontación de opiniones, de modo que es
imposible una “Vida de Jesús” del tipo de las de Beethoven o Napoleón); y 2) no son una síntesis de lo
que Jesús hizo y dijo; y una pista positiva: son una “buena noticia”, basada en el pasado, interpretada a la
luz del presente de las primeras comunidades, con vistas al futuro (la Iglesia posterior), según explica:
Basada en el pasado: son un relato, con segura base histórica, de la figura, actividad,
pasión y muerte de Jesús, de la formación de seguidores conscientes de haber sido salvados por Él, que
terminarán siendo Iglesia. Hay diferencias entre los evangelios porque su propósito no es la crónica sino
orientar sobre la persona y obra de Jesús y comunicar experiencias personales, eclesiales y de fe muy
misteriosas.
Interpretada a la luz del presente: “a partir de la experiencia de las comunidades a las que
se dirigen”. Es ésta una tesis básica e hilo conductor del libro; al punto que el autor arriesga explícitamente
que “los evangelistas se atienen a un principio fundamental: lo importante no es sólo lo que dijo Jesús,
sino lo que podría haber dicho Jesús en estas circunstancias”. A juicio del autor, los evangelistas, como
otras figuras veterotestamentarias “intentaron actualizar de continuo la Palabra de Dios” y para ellos “el
mensaje es más importante incluso que la reconstrucción objetiva de los hechos”.
Con vistas al futuro: no se explican sólo por el pasado y su presente; además están
escritos pensando en nosotros. No son una síntesis informativa. Su objeto es transformarnos y llevarnos a
la fe y a la vida (Lc 1,14, Jn 20,30-31).
El problema sinóptico radica en determinar las causas, por un lado, de las semejanzas de
los tres primeros evangelios, en el orden: presentación de la persona de Jesús, ministerio en Galilea,
camino hacia Jerusalén, pasión-resurrección-apariciones, y en el contenido: mismos hechos y palabras
(hay estadísticas sobre versículos comunes entre ellos), pero por otro lado los motivos de las diferencias
que se advierten en relatos, parábolas o enseñanzas, presentes en unos y ausentes en otros, o expuestos
de maneras o en contextos distintos.
¿Cómo surgieron los evangelios sinópticos? Se han formulado varias teorías, entre ellas:
a) la de dependencia mutua por orden de aparición: Mt, Lc, Mc; b) la de un evangelio o antiguo escrito
apostólico fundamental, seguido independientemente; o reelaboraciones del mismo por una comunidad
helenista y al margen por otra paulina, seguidas separadamente junto con la “Colección de dichos de
Jesús” (conocida como fuente “Q” por la letra inicial de la palabra fuente en alemán –Quelle-; como si
dijéramos en castellano la fuente “F”); c) la de la catequesis oral, sin contactos literarios, que explica las
semejanzas por una misma tradición y las diferencias por las personalidades de los autores; d) la teoría de
las “dos fuentes”, utilizada por El Cuadrante, sostiene: 1º) que el evangelio de Mc es el más antiguo y fue
utilizado por Mt y Lc; y 2º) que éstos usaron otra fuente, la referida colección “Q”.
El autor expone una hipótesis de tres etapas:
La primera, en vida de Jesús, que no escribió nada; pero cuanto hizo, dijo y padeció, se
imprimió poderosamente en la memoria de sus testigos.
La segunda etapa, durante las primeras décadas de comunidad cristiana: tras la crisis de
la pasión y la experiencia de la resurrección, con la fuerza del Espíritu comienza a predicarse la buena
noticia de la resurrección; luego crece la necesidad de conocer más de Jesús, por testigos o transmisión
de enseñanzas; a continuación se generan colecciones escritas, de controversias, parábolas o milagros,
sobre la pasión y el discurso escatológico, entre ellas la hipotética “Colección de dichos de Jesús” (“Q”); y
además de la transmisión fiel –sostiene el autor- la creatividad de los expositores derivó en relatos
simbólicos ordenados, por ejemplo, a afirmar la divinidad de Jesús, su condición de nuevo Moisés, o su
superioridad sobre éste y los profetas; símbolos que resultarían claros para sus contemporáneos, aunque
nuestra mentalidad se inclina a rechazar semejante procedimiento.
La tercera etapa, la de redacción de los evangelios: entre quince y cuarenta años de la
muerte de Jesús se estima que Mc redacta el primero: sería su catequesis, basada en los recuerdos de
Pedro y completada con copias de colecciones; aunque no de la “Q”, de allí que contenga pocos discursos
de Jesús. Mt y Lc por separado habrían escrito los suyos, en base a Mc y “Q”, tradiciones comunitarias y
aportes propios.
“Problemas y presupuestos” (capítulo 14)
A nivel literario, el autor sugiere, más que leer los evangelios en mínimas dosis o todo de
corrido, hacerlo “por secciones”, unidades amplias en que cada elemento halla su sentido: “ni quedarse en
las unidades pequeñas –un milagro de Jesús, una parábola- ni leerlos „de una sentada‟. La forma más
adecuada es leerlos por secciones.”
Sobre las referencias evangélicas al Antiguo Testamento, observa que en general
escapan a la cultura y formación bíblica del cristiano medio, pero importan mucho para comprender a
Jesús, su mensaje y obra.
Acerca del mundo simbólico, señala que nuestra cultura, especialmente en su interés por
la historia, no aprecia los símbolos en su justa medida, por la “pobreza de la mentalidad racionalista y
pseudo científica” que vanamente cree poder expresar los problemas fundamentales “con fórmulas
matemáticas o palabras corrientes”. Al contrario, la potencia de los símbolos en los evangelios nos revela
nuestra identidad profunda.
De las categorías propias de cada evangelista, ejemplifica: Lc es universalista; Mt, para su
comunidad judía, muestra a Jesús como nuevo Moisés y nuevo Israel; y concluye que se trata de un
mensaje capaz de encarnarse en cada contexto.
Apunta el valor secundario de lo meramente histórico: los evangelistas se mueven cada
uno según su concepción teológica, con categorías distintas a las de un historiador. Lo importante es lo
que Jesús dijo y sigue diciendo a la comunidad en circunstancias nuevas.
Advierte que los evangelios se han formado en una cultura distinta; por ello, en ocasiones,
lo importante no es lo que literalmente se cuenta, sino lo que se quiere dar a entender.
Resume entonces con qué actitud acercarse a los evangelios: 1º.- un cambio de
mentalidad: no limitarnos a nuestra cultura y puntos de vista; 2º.- un estudio profundo de los textos y su
significado; y 3º.- la apropiación personal: el estudio no basta; hay que buscar en los evangelios la fe y la
vida.
Sugiere estos criterios de lectura: 1º.- leerlos de principio a fin; 2º.- tener en cuenta el
conjunto de cada sección; y 3º.- distinguir las intenciones y estilos de cada sección.
Epílogo
Brevemente, por boca de Andrónico, sugiere “el largo camino que me quedaba por
recorrer … faltaba lo más importante … una apuesta me llevó a una profunda crisis. Algún día te la
contaré.”
Una suerte de “continuará” en las anunciadas Partes II y III; y señal de que la aventura
recién comienza.
Apreciación personal
El deseo del autor es “que disfrutes más con los evangelios que con el relato de
Andrónico”, “para que te hagas una idea personal de cada evangelio”.
Se complementan felizmente en la obra los dos modos de exposición.
El autor se vale de N para acercar al lector al evangelista y sus circunstancias, en pleno
movimiento vital. En otras palabras, destaca la humanidad y el efectivo ejercicio (optimización diríamos
hoy) de las facultades propiamente humanas del autor sagrado –sin mengua de la Revelación y la
inspiración divinas-. Y lo logra, tocando la imaginación y los afectos del lector, con más facilidad que
mediante una sola exposición académica de datos, por completa que hubiera sido.
Con C elabora a su vez abundante información, reflexiones, teorías, hipótesis y
conclusiones de estudios exegéticos, que no podría haber puesto verosímilmente en boca de aquellos
protagonistas de la antigüedad. Aunque, de vuelta, en N aparecen a su modo representados, en la
actuación y el guión de los personajes, los mismos hechos e ideas que en C se ordenan “científicamente”.
El libro parece destinado a quienes hayan alcanzado una cierta madurez de vida.
Me trae a la memoria que la “Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia
con la asistencia del Espíritu Santo; puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las
palabras transmitidas” (Dei Verbum, 8).
También viene al caso que “en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres,
que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos,
escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería” (id., 11); que ha “hablado Dios en la
Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana”, que se “debe investigar con atención lo que
pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos …
puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género …
que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia,
según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época …
atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en
los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los
hombres … al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura … la Tradición viva de toda la Iglesia y
la analogía de la fe … entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como
en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia” (id., 12); y que “Los autores sagrados
escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias,
reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera
acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes
desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, para que conozcamos la verdad de
las palabras que nos enseñan” (id., 19).
El Cuadrante produce en el ánimo el efecto previsto como posible por el autor: “que
algunos se sientan desconcertados al entrar en crisis su visión tradicional de los evangelios”.
Creo que por ésta entiende la actitud personal simplista que impide el acceso al pleno
sentido del evangelio, y cuya causa puede hallarse en la carencia de profundización y reflexión; carencia
que, muy probablemente, la obra reseñada viene delicadamente a poner de manifiesto en el lector.
En fin, cualquiera fuera el grado de acierto de las ricas hipótesis desgranadas por el autor,
tengo para mí que logra cabalmente, incluso a fuerza de provocar la duda y conmover, su declarado
propósito de animar a ponerse en contacto con los textos y profundizar en la imagen de Jesús.
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