Enero 2010 - José Lupiáñez

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EL FARO
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Enero 2010
ENERO 2010
PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 11
Ricardo Bellveser: Las cenizas del nido
JOSÉ
LUPIÁÑEZ
Pocas escenografías tan emotivas como
la casa familiar, la casa en la que nacimos y
fuimos creciendo junto a los padres, los
hermanos, la familia; la casa de la que un
día partimos a descubrir la vida. Tan llena
de recuerdos que nos fueron marcando, de
señales de un tiempo que ya sólo retiene la
memoria, quizá se esconda en ella el germen de lo que fuimos, o la razón secreta
que explique, en parte al menos, algo de lo
que luego, con el correr de los años, hemos
llegado a ser. El nido blanco y cálido, que decía Juan Ramón, el nido de los hombres, como
lo llamaba Cernuda… Ricardo Bellveser
también se acoge a la alegoría del nido para
evocar en su último libro ese cúmulo de
emociones y de experiencias que ha sentido en la casa familiar cuando, ya ausentes
sus mayores, regresa para encontrarse con
los objetos, con los recuerdos, con los vestigios de otro tiempo al que ahora se enfrenta desde la nostalgia, la serenidad y un
pesimismo que alcanza a sus muchas preguntas, evocaciones y redescubrimientos
fulgurantes. Este es el punto de partida de
Las cenizas del nido, (Visor, Madrid, 2009) su
libro más reciente, que ha obtenido el XIX
Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma.
Ricardo Bellveser es para mí un poeta
meditativo y mediterráneo. Era ya elegíaco
y culto en sus inicios y el tiempo nos lo ha
ido acercando más al corazón. En su Mediterráneo, que es el mar de los símbolos,
siempre hay ánforas, estatuas dormidas y
dioses antiguos que persisten y en sus poemas no falta nunca alguna llamarada, algún
deslumbramiento en medio de sus soliloquios y regresos. Porque este es un libro de
regresos, como El agua del abedul lo es de
viajes. El nido lo fue de plenitud, hasta que
ardió y ahora el poeta hurga en las cenizas,
las remueve, y con ello su conciencia y su
discurso que se va al ayer, al pasado, a través de unas fotografías, de unas postales,
de una agenda o de un simple clavo que
queda en medio de la pared vacía. La verdad de lo vivido se prolonga y permanece
en la verdad de la escritura; se produce esa
continuidad, ese trasvase convincente. Hay
una solemnidad sorda en el deambular por
lo que se abandona y se desaloja, y va más
allá de la despedida. En un intenso y poético texto inicial en prosa, «Lo que quedaba
de ellos», autobiográfico y desgarrado a
veces, el poeta evoca sus orígenes en esa
EL POETA
VALENCIANO
RICARDO
BELLVESER,
AUTOR DE
LAS CENIZAS
DEL NIDO
XIX PREMIO
DE POESÍA
JAIME GIL
DE BIEDMA
casa, se topa con la vida que hubo en lo
que ahora es un laberinto de cajas con objetos, muebles y cosas, huellas del ayer que
aún permanecen, porque «Esto ya no es una
casa, sino el almacén del desengaño, aquí
nada vale nada, nada vale para nada, no se
preserva el recuerdo de vida alguna». Por
eso tienen sus palabras algo de clausura, de
ajuste espiritual para seguir viviendo y saben a final de una larga etapa. Las cenizas
se remueven y con ese gesto, con ese rito
se dice adiós a los días que fueron. «Le he
dado un hachazo a mi vida», confiesa, mientras va desapareciendo ante sus ojos parte
de ese universo familiar «donde aguardaban las respuestas a todas la preguntas y se
conservaban impecables las certezas sobre
el pasado, sobre nosotros y sobre todo».
Esta vendría a ser una primera línea de
su discurso, la que marca la razón y la atmósfera, el escenario y la trascendencia de
la situación vital elegida. A modo de pórtico, se corresponde con el texto citado, «Lo
que quedaba de ellos». Otras dos líneas tex-
tuales dependientes de ese marco son, además, el corpus poético dividido en dos apartados y las citas o lemas previos a los poemas. Unas veces son citas reales de John
Donne, Machado o Luis de Góngora, por
ejemplo, y otras, textos propios traídos a
propósito. Se trata de sentencias, de comentarios eruditos, de versos incluso que podrían haberse desprendido de alguna estrofa
y se han encaramado a las cursivas de la
cita. Literatura gnómica y sabia, paralela a
los versos, iluminando, abriendo horizontes, universalizando la experiencia vivida,
haciendo humor con evidente agudeza:
«Todo acto humano tiene un propósito. /
El tiempo se encarga de ocultarlo». La arquitectura es importante, como vemos. Pero
lo es, porque nos conduce con más eficacia
a la hondura del mensaje. Especialmente
dependientes del texto inicial son las composiciones recogidas en la primera parte
Fugit Prima, la segunda Fugit Secunda funciona más como una coda a la intensa unidad de la primera, y en ella están quizá más
EL FARO
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Enero 2010
Cultura/Poesía
GRETA LOVISSA GUSTAFSSON, LA GRAN
DIVA DEL CINE, A LA QUE RICARDO
BELLEVESER DEDICA UN POEMA, EN EL
QUE LA EVOCA: «NO QUISO ENVEJECER
ANTE EL PÚBLICO// SE RETIRÓ A LOS
TREINTAICINCO AÑOS/ DEL CINE, DE LA
LUZ Y DE LA VIDA, / COMO UNA SOMBRA
A LA QUE EL SOL PERSIGUE.»
A LA DERECHA PORTADA DE LA EDICIÓN
DE VISOR (MADRID, 2009)
presentes los temas de la vejez y del paso
del tiempo como elementos dominantes.
Al ser tan endiabladamente hipnótico el
escenario de partida, el lector no puede evitar sentirse en medio de ese laberinto vital,
entre el pasado y el presente, entre el recuerdo y el olvido y percibir el extrañamiento ante los antaños del poeta que asoman a
través de los objetos. En Fugit Prima, los
objetos son protagonistas junto con las
ausencias y un pesimismo que tiene «un
sabor rancio a azúcar antiguo» y «una aspereza como de cenizas», que se filtra por los
versos. Se transitan las nostalgias y se
deviene en melancolía. La sensorialidad está
a flor de piel, el tacto, los olores, los sabores, en medio de la neblina de lo antiguo y
de lo olvidado. «La casa de los padres», que
se abandona ¿sin emoción?, «Un poemario
antiguo» que canta una pasión apagada,
«Una agenda antigua» en la que aparecen
nombres que ya ni se reconocen, «Un libro
viejo, muy estropeado», que «Huele a macero, a tiempo, a polvo, a espera», todo tiene que ver con el pasado, «Una postal de
Uclés» o «Una foto de familia», porque,
como indicaba antes, el libro es un regreso,
aunque se nos diga que «volver no es regresar» y un adiós ambiguo, un adiós no
definitivo, porque todo ese mundo que se
pretende olvidar al faltar las personas que
le daban sentido, es el motivo central de
este homenaje que traza el poeta a los suyos y a sus raíces, y no deja de ser otra manera de perpetuar su memoria. En «La fresca brisa» queda constancia de esa duda sobre poder desprenderse de todo lo que en
el fondo nos constituye: «Adiós a lo que
fui y tal vez aún sea», nos dirá el poeta en el
último verso, dando pie a esa segura posibilidad.
Balance, puesta en claro, confesión, ajuste
de cuentas, autobiografía, de todo ello hay
en este libro sentido y lúcido, al tiempo que
reflexión sobre la ausencia, el abandono, el
paso del tiempo, que en el fondo propician
el rescate de cuanto se pretende olvidar, en
una suerte de actualización sentimental de
lo vivido. Ese proceso nos depara momentos de verdadera intensidad lírica como en
«La habitación vacía», en donde el poeta
pasa del decorado al drama con evidente
fuerza poética; de lo constreñido de una
sala vacía a la inmensidad de la noche cósmica: «Este espacio hospedó/ una larga
agonía/ y presenció la muerte, / tras un
suspiro espeso/ que vino de muy atrás, /
se engendró en la caverna/ de los labios
donde/ brotó la noche».
Fugit secunda es una serie breve de siete
poemas que se centra preferentemente en
el paso del tiempo, en torno al tópico De
senectute y en la persistencia de la belleza,
como indicaba antes. Los cuatro primeros
textos tienen como protagonistas a ancianas que contrastan en su vejez con la hermosura retenida en la perfección del mármol de las estatuas, o congelada y latente
en el celuloide de las viejas películas, como
ocurre en el poema dedicado a Greta Garbo, o en las memorias tristes de la dama que
dibuja con su dedo signos en el vaho que
empaña el cristal de la ventana y se pregunta «dónde fue, como acabó todo aquello,/
en qué momento desapareció,/ cuál fue el
instante del inicio final». La angustia del
paso del tiempo, el extrañamiento que nos
hace exiliados de nosotros mismos, el mundo reducido a fragmentos, el todo inalcanzable, en cada una de sus partes, flotando a
la deriva como los restos de un inmenso
naufragio simbólico, he aquí los elementos
en los que se enredan su pensamiento y su
palabra. Vestigios de lo que antaño fuera la
gloria, el esplendor, la fama, el lujo, el triunfo y que ahora deviene en agonía, en incomunicación, en olvido.
De la casa familiar a la casa común, el
mundo, este otro nido del que nos vamos
despidiendo cuando ya el tiempo nos ha
mudado tanto que casi no nos reconocemos. ¿Hay regreso al fin? ¿Encontramos el
camino de vuelta? La única esperanza en
medio de tanta incertidumbre quizá siga
siendo el amor. Sólo el amor acude, insinuado, lejano, para poner su bálsamo en el
corazón desconcertado a la hora del ocaso: «El sol se pone, en fin, mientras pasa la
vida. / Allá a lo lejos hallo la paz de tu mirada». Y es que sólo la luz de unos ojos
puede, al cabo, traer algo de calma en medio de tanto desasosiego, un poco de paz
ante la certeza de un universo, de un nido,
que ha saltado en pedazos, o que es ceniza
ahora, como antes llama, fuego admirable
que no se temía; pero fuego, al fin, esa clase de fuego que todo lo devora y lo dispersa. Sólo lo que ardió permanece, ya irreconocible, ya convertido en ceniza, en las cenizas del nido esparcidas por este canto
amargo que el poeta nos deja, mientras retorna a la luz de unos ojos en donde siguen
aguardando la paz o la promesa.
EL FARO
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Enero 2010
Cultura/Narrativa
Aldea 1936
Una novela desconocida sobre la Guerra Civil
ANTONIO
ENRIQUE
Llevo años compilando títulos de novelas
sobre la Guerra Civil. Comencé, por pura
curiosidad, cuando empecé a elaborar la mía
propia, sobre tal conflicto. Aunque existen
numerosos trabajos bibliográficos de recuento, uno tiene la impresión de que siempre hay
títulos que escapan al escrutinio, aun después
de tantos años y contando siempre con la
buena voluntad y aptitud de los investigadores. Aldea 1936 me era totalmente desconocida, también de mención, hasta llegarme la
excelente antología sobre José López Rueda
(Madrid, 1928), Poética de la errancia, coordinada recientemente por Enrique Viloria Vera
(Caracas, 1950). En la bibliografía que adjunta, reparo en este título. Puesto en contacto
epistolar con López Rueda, éste tiene la deferencia de mandármela en fotocopia. La
novela fue impresa en 1958, el mismo año
que José López Rueda recibía en Quito el
prestigioso premio de poesía Alfonso Reyes,
y en la ciudad ecuatoriana de Cuenca. López
Rueda, que ha recorrido medio mundo enseñando en universidades americanas y asiáticas, residía por entonces en Cuenca del Ecuador, junto a su compañera Adelina. Desde
entonces, la novela no ha sido reeditada, ni
en España ni fuera de ella. Cincuenta largos
años en los que Aldea 1936, lejos de envejecer, resalta como recién escrita.
Y es esto lo que primero llama la atención,
con sólo leer las primeras páginas. ¿Cómo es
posible que novela escrita con tal tersura estilística y brío argumental no haya llamado la
atención de ningún editor español en tanto
tiempo? La novela transcurre en retaguardia,
y en un periodo que abarca los dos primeros
años de la contienda. Ésta no se percibe, aparentemente, sino en la penuria vital de la aldea, de la que nunca se ofrece el nombre,
aunque sí numerosos topónimos de la zona
(Maranchón, Somaén, Montuenga, Santa
María de la Huerta, además de Calatayud):
puede que sea Arcos de Jalón, por tierras
sorianas. De hecho, sólo se mencionan, como
ecos lejanos, las tomas de Málaga y de Bilbao. Ahora bien, si traspasamos esta primera
costra de impasibilidad con respecto a los
acontecimientos históricos, esto es, si indagamos en la intrahistoria del pequeño cosmos aldeano, sí percibimos la tragedia a la que
las familias se vieron abocadas. La razón de
esta sordina de los hechos externos está en
que es la mirada de un niño quien contempla
el mundo devastado de su entorno, y a ello se
supedita la voz del narrador. Un niño,
Germán, que pronto atisbará la injusticia primordial de toda guerra al ver cómo un prófugo republicano es apresado en su propio
hogar, una noche en que visita a su familia,
entre la que se cuenta su amigo de juegos el
Pelirrojo; el pasaje, con la vil delación por
medio, y ejecución sumaria consiguiente, es
de una dureza estremecedora, como otros
muchos: así la persecución y muerte por horca de todos los perros de la aldea o la muerte
del tío Juan en su casa calcinada, dejándose
morir junto a su esposa muerta desde hacía
días. La veracidad con que nos son narrados
ARRIBA IZDA. PORTADA DE ALDEA 1936, DE JOSÉ LÓPEZ RUEDA. DERECHA: LA
IGLESIA DE ARCOS DE JALÓN (SORIA), EN DONDE HIZO SU PRIMERA COMUNIÓN EL
ESCRITOR EN 1938. LA FOTOGRAFÍA DE 1924 NOS ACERCA AL ESCENARIO DE LA
NOVELA. ABAJO: EL AUTOR CON SU NIETA ANA EN PARÍS Y EL SENA DE FONDO, EN
EL VERANO DE 2008.
episodios semejantes provocan en el lector
una angustia y sugestión insuperables. Las
consecuencias de la Guerra son así incesantes y se alternan, en un círculo más íntimo,
con el aciago desvivir de los protagonistas
impulsores de la historia que se nos narra.
Pues Germán es hijo de Elisa, cuyo marido está en el frente, no se sabe si vivo o muerto, y ambos, hijo y madre, viven en la casa de
la hermana de ésta, Petra, mujer díscola y, bien
pronto se verá, neurótica, casada con Paco,
hombre tan razonable como débil, y los hijos
de ambos, entre los que destacan Ignacio, el
delator, y Anita, la muchacha que pasó una
noche de amor con un italiano de paso con
su contingente por el pueblo, cuyas consecuencias serán el detonante de la novela. Las
discordias provocadas por Petra, su dureza
de corazón, su rencor y codicia, son tales que
llega un momento en que Elisa ha de abandonar la casa por desesperación y dignidad.
A Germán, que ya comía, para evitar reproches de Petra, en el Auxilio Social, institución
cuyos usos nos son contados con un detalle
que sólo puede ser autobiográfico del autor,
y a Elisa les aguarda un ingrato porvenir, que
en el caso de la madre pasa por la violencia
sexual de uno de los llamados responsables
del nuevo régimen. La novela, a partir de aquí,
se ovilla en el conflicto entre Petra y Anita,
con desenlace que se va configurando a partir de la demencia obsesiva de Petra. Es toda
una parábola simbólica este desenlace. Una
España y otra: la que manda y no entiende, y
la que es abortada, sin perdón ni misericordia por parte de la que vence. Pero aún así,
quien vence, no deja de ser víctima de sí misma, porque la sangre apaleada es su propia
sangre.
Debo destacar un último rasgo que me ha
convencido de la alta calidad literaria de la
presente novela. Por si su pulso narrativo no
fuera excepcional, por el temple con que gradúa el argumento, por si su penetración psicológica (véase, por ejemplo, el soliloquio del
italiano, al levantarse aquella mañana en el
pajar donde había yacido con Anita) no denotase todo el conocimiento que cabe acopiar sobre el ser humano, por si la naturalidad con que desarrolla su realismo rural que
por entonces venía imponiéndose en España
no fuese de sí convincente, así como su precisión léxica, he encontrado un raudal de verdadera poesía en sus descripciones de la tierra y del paisaje. Vibrantes, perfiladas,
melodiosas. Así son. Ésta es la novela de un
poeta sabio y sabedor. Lo uno, por su conocimiento de los resortes que mueven la conciencia; lo otro, por saber cómo decirlo, y
expresarlo con humanidad y sin artificio.
EL FARO
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Enero 2010
Cultura/Poesía
A LA IZQUIERDA OBRA DE JITO. DERECHA: PORTADA DE CARNALIA, LIBRO RECONOCIDO CON
EL XXIII PREMIO CÁLAMO DE POESÍA ERÓTICA
Poesía y erotismo en Faílde
JOSÉ
ANTONIO
SÁEZ
A menudo el lector o el crítico tienen la
impresión de adentrarse en un bosque de incertidumbre cuando se enfrentan a la lectura
de un poemario erótico. Y ello porque las
fronteras entre erotismo y pornografía resultan a veces muy sutiles, incluso para los especialistas en el tema, los cuales no consiguen
aclarárnoslas a quienes no disponemos de tal
marchamo o condición. Por otro lado, se hace
difícil decir algo nuevo en tal tema, o al menos resistir la atracción fulgurante de los tópicos manidos o al uso.
El poeta Domingo F. Failde (Linares, Jaén,
1948) tiene ampliamente demostrados sus
resortes, registros y valía como tal, por lo que
su obra no necesita en modo alguno mi defensa. Su amplia trayectoria de libros y premios así lo demuestra.
El erotismo es tema que prácticamente todos los poetas abordan de una u otra manera
(recuérdese el caso de san Juan de la Cruz,
por citar uno de los extremos), pero a lo largo y ancho de la historia literaria de todos los
pueblos y naciones ha sido afrontado con más
que suficiente calado. Sus fronteras con la
moral imperante lo han convertido en tema
escandaloso y maldito para unos, en festivo
y jovial para otros, cuando no jocoso para otra
buena parte de lectores. Evidentemente, el
erotismo tiene no pocos puntos de relación y
vinculación con el amor y éste es uno de los
temas capitales de la vida.
En muchas ocasiones la literatura erótica
se consideró como un modo de provocar al
burgués y a la moral burguesa, por lo cual fue
considerada como piedra de escándalo. En
los días que corren, pocos son los lectores
que pueden escandalizarse ya de lo que un
libro de poesía erótica pueda descubrirles, a
vista de la cantidad de fuentes de información que éstos tienen a su disposición para
documentarse en cuantas artes amatorias coexisten. Pero el poeta Domingo F. Failde ha
demostrado en Carnalia (2009), neologismo
latinizante que viene a designar a los asuntos
carnales, que es autor con recursos y que conoce bien la tradición de la literatura erótica;
en especial, se nos menciona aquí a Catulo, a
Pietro Aretino, al marqués de Sade, a Kavafis,
etc. El libro, que mereció el XXIII Premio
Cálamo de Poesía Erótica, consta de tres partes: la primera lleva por título «Cinco desnudos para encender la noche» y se basa esencialmente en el conocimiento del cuerpo
amado, en sus secretos y en la trasgresión de
prejuicios morales que impidan gozar de ese
cuerpo en su integridad. En el poema IV hay
algunos guiños irónicos a la contemporaneidad poética: «Yo, Fulano de Tal -pongo mi
nombre-/, renuncio a los laureles del sistema, es decir, / a ganar el Loewe, por ejemplo» (p. 22); o cuando escribe: «No valen las
completas de Luis García Montero/ lo que
verte desnuda, en el instante/ de advertir la
mentira de todo lo cantado,/ de todo, sin reservas,/ excepto la lujuria que me empuja
hacia ti» (Ibid, p. 22).
Entiendo que la pasión erótica se constituye en una de las formas mayores para negar
la muerte (eros y tanatos), de oponerse a ella
con la fuerza más vital e intensa que poseemos, con la más radical y humana. Por tanto:
a la medida de las limitaciones que son inherentes a nuestra condición. En otro ámbito
de cosas estarían los baluartes que proporcionan la fe, la religión o las creencias. Algunos grandes poetas cayeron en la desmesura
de considerar al amor vencedor de la muerte
(léase don Francisco de Quevedo y su soneto «Amor constante más allá de la muerte»),
pero dejo a la lucidez del lector la decisión
sobre cuestión tan determinante, sin pronunciarme al respecto.
La segunda parte, que lleva por título
«Angelario», está compuesta de diez textos,
todos ellos con referencia al concepto de ángel incluido (inevitable resulta recordar, aunque no sea más que de forma anecdótica, al
Rafael Alberti de Sobre los ángeles). Estos van
desde Gabriel al mundano, el de Sodoma, el
sexo de los ángeles, el de las tumbas, el censor, el de la virtud, el publicitario, el réprobo
o el exclusivo. Toda una gama de angelería,
confeccionada según las necesidades de un
discurso poético que ha sabido ver en estas
criaturas celestiales símbolos casi vivos de la
belleza efébica, andrógina y hasta asexuada.
Ángeles, pues, que nada o muy poco tienen
que ver con tales criaturas celestiales, sino más
bien con seres humanos que coadyuvan a la
realización de la experiencia amorosa e incluso, en ocasiones, intervienen en ella. El poeta
afronta el tema con ironía y sobre todo con
irreverencia, como cuando escribe: «Abrumado por su hermosura/ y la forma terrible de
mirarme,/ me arrodillé a sus pies./ Él sin embargo, rechazó mi gesto,/ me tomó de la
mano y, levantándome, un ojo me guiñó, con
aire cómplice: / ¿No quieres que pasemos/
un buen rato? -me dijo-./ Hablaba deliciosamente en griego,/ con acento francés» («El
ángel mundano», p. 28). En el poema «Discurso del ángel réprobo» (p. 35) afirma que
ángeles son Penélope Cr uz y Scarlett
Johansson; «o cruzando la acera», Mel Gibson,
Richard Gere y Kevin Costner.
La tercera parte del poemario, titulada «Memorias», consta de nueve textos en los que se
hace uso de un fino culturalismo para invocar a Virgilio, Kavafis, Ana Rosetti, Salomé y
la cabeza de Juan el Bautista, el marqués de
Sade, a quien se cita, o a Neruda, a quien se
hace referencia siempre con un lenguaje altamente provocativo y un discurso erótico-pornográfico que no debiera confundir a nadie.
Dolors Alberola, en su prólogo titulado
«Página por delante y por detrás», traza unas
audaces líneas en torno al sentido del libro y
a la personalidad de su autor. Lo hace con
soltura, atrevimiento, gracia, incontinencia e
ironía y resulta sorprendente para el lector,
que de ninguna manera debería obviarlo.
EL FARO
5
Enero 2010
Cultura/Poesía / Narrativa
Antología de la amistad
FERNANDO
DE VILLENA
Hace muchos años escribí un libro, Por los
barrios de Granada, donde intentaba recoger
todos los recuerdos personales y todas las
sugerencias históricas que despertaban en mí
los diversos rincones y calles de nuestra ciudad. Si hoy lo reeditase, tendría que ampliarlo mucho pues ha crecido la cauda de mis
vivencias y por lo tanto la de mis evocaciones. Digo cuanto antecede porque desde
aquella tristísima noche de diciembre de 2008
en que nos dejó Juan Jesús León, cuando camino por muy diversos puntos de la geografía urbana granadina siento como una punzada de nostalgia pues se me representa la
imagen del amigo en días felices, cuando compartíamos instantes. Se trata de una punzada
que desgarra al principio, pero que, poco a
poco, se transforma en memoria dichosa, porque en la vida lo importante no es la extensión
sino la intensidad, la plenitud, y pocas vidas tan
plenas, tan felices y tan intensas como la del
poeta «del corazón y la experiencia».
Lo recuerdo primero en su acogedora casa
del barrio de la Magdalena con un aire bohemio, pero con las obras completas de
Quevedo sobre la mesa; lo recuerdo en el bar
Enguix en animada plática con otros dos ya
ausentes: el pintor Coco Ruiz de Almodóvar
y el poeta Francisco Javier Egea; lo recuerdo
con Ángel Moyano en el piso de la plaza
Garcilaso de la Vega donde se encontraba la
editorial Ánade, y también en el que, cercano
a la avenida de Cervantes, hoy se ubica Port
EL POETA JUAN JESÚS LEÓN
Royal Ediciones; lo recuerdo en los diversos
bares por los que ha ido rodando nuestra tertulia de los miércoles y, asimismo, luego, en
la alta noche, por las calles solitarias defendiendo con mesura y gracia la calidad de algún escritor olvidado; lo recuerdo en su domicilio último, en la calle Nueva de San
Antón, el día de san Juan entre pasteles y
amigos. Y, ya fuera de nuestra ciudad, lo recuerdo en Archidona cuando vino a leer poemas en la plaza Ochavada, y en Antequera,
cuando yo acudí a su instituto; lo recuerdo
en los almuerzos felices de Tiena a la sombra
de un tilo o en Cádiar, con Enrique Morón
subiendo al «cementerio de Narila» o en los
pueblos de la costa granadina —Motril, Salobreña, Almuñécar— con José Lupiáñez y
Antonio Enrique….Y recuerdo la ilusión
enorme que puso en esta antología de la amistad. Como todo gran autor, Juan Jesús León
era muy autocrítico. Cuando finalizaba un
poema, traía a la tertulia varias copias del mismo para someterlas a la consideración de sus
amigos y, por supuesto, se hallaba siempre
abierto a admitir cualquier sugerencia que
pudiera mejorarlo. Rara vez fue necesario,
pues él trabajaba muchísimo los poemas antes de mostrarlos. Por todo ello y porque una
de las más difíciles empresas para un poeta
consiste en escoger los poemas para una antología de su obra, ya que a todos se los quiere por igual como a los hijos propios, optó
por fiar en nosotros la selección.
Finalmente, añadiré que, para mí, la elegancia consiste en saber llevar el chaqué con la
misma soltura que el pijama y el pijama con
la misma dignidad que el chaqué, y recuerdo
a Juan Jesús en nuestra Academia vistiendo
su chaqué con más elegancia que nadie porque la elegancia en él era algo natural, nacido
del corazón. O, dicho de otro modo y sin
desmerecer a nadie: posiblemente nuestro
amigo era el mejor de todos nosotros, el más
humilde y generoso y, por lo tanto, el más
grande. Busquémoslo ya en sus poemas.
Diego Perdiste, a propósito de una novela
JOSÉ
ENRIQUE
SALCEDO
De uno de los poemas de su propio libro
Réplicas nacidas del ángel (Dauro, Granada,
2004), el joven Nicolás García ‘Anaros’ parece haber sacado el personaje Diego Perdiste.
Y en la novela donde desarrolla la narración
de la desigual fortuna de este (Diego Perdiste,
ed. Atlantis, Madrid, 2009), notamos la misma fuerza sentimental e instintiva, asociada a
la desesperación y al pesimismo, en un espacio
anímico oscuro, misterioso e indeterminado,
todo semejante al libro de poemas citado.
La novela empieza, no es de extrañar, con
la noticia de los poemas y los textos
autobiográficos de Diego. Se concentra la
acción en unos días de primavera y nos ofrece una panorámica social, desde la perspectiva del soldado Diego, que vive en un cuartel.
Es un perdedor con tendencias suicidas, un
resentido, un solitario irredento, alguien aburrido que se entretiene en demasiados pensamientos o en el espacio de los internautas.
El autor desvela sarcásticamente el hipócrita dualismo de lo que dicen y lo que querían decir en realidad los personajes. Por aquí
entramos en cierto propósito crítico que alcanza su mayor grado en la «heroificación»
del suicida —por una situación tragicómica—
y en el discurso del falso héroe ante los
pamplonicas, que se cierra así: «Vivo aterrorizado por el mundo que nos rodea...»
EL ESCRITOR NICOLÁS GARCÍA
Por desgracia, muchos lectores se pueden
sentir fascinados con este tipo. Tampoco es simpático que trasladando Diego su ineptitud se
transforme en un homicida. Contradice el
vitalismo de la primavera, el instinto natural del
hombre como ser social y el instinto natural de
la mujer como madre. Pone en evidencia que
nuestra sociedad no está bien, que nos han educado los padres y las instituciones para vivir en
un mundo irreal que origina conflictos tan falsos como los de Irak y Afganistán.
Diego puede parecer aterrador a sus amigos por la tremenda soledad metafísica, pero
también aparecen otros tipos inquietantes en
la novela: el amante contrariado y el astrólogo argentino, tan peligrosos como el primero. Estamos ante una novela que participa de
un principio de indeterminación, que se ve
en el cambio radical del soldado y en algunos
momentos estremecedores, como aquel en
que siente la fuerza psíquica de su novia recién desencarnada..
Se plantea, asimismo, quién conoce mejor
a Diego: ¿el coronel que dice conocer a las
personas valientes?, ¿los amigos del acuartelamiento de Pamplona?, ¿sus novias, Isabel, en
la juventud, y Lucía, la actual?, ¿o acaso Ivette,
enamorada de Diego sólo por los testimonios
del correo electrónico? Ivette llega a desconfiar
antes del encuentro físico si será un psicópata,
pero el amor le hace olvidar las dudas.
¿Quién conoce a Diego? Sólo él puede conocerse a sí mismo y rectificar con la fuerza
del amor. ¿Estamos nosotros dispuestos a
hacer lo mismo? Recuerdo el caso de la novelista Josefa Carmen Fernández Garzón y
su libro El estanque de No. Libros buenos, escritos por gente joven y desconocidos, ocultados por la avalancha de novedades editoriales. ¿Vamos a dejar igual este de Diego Perdiste que proponemos?
EL FARO
6
Enero 2010
Cultura/Arte
IZQUIERDA:
EL POETA
Y PINTOR RAFAEL
ALBERTI
REALIZANDO UN
DIBUJO EN SU
ESTUDIO.
DERECHA:
SIN TÍTULO,
OBRA DEL
ARTISTA
GADITANO
DE 1980
Urgencias y perfiles
en la plástica de Rafael Alberti
ANTONIO
ABAD
Que la personalidad poética de Rafael Alberti haya solapado en
cierta medida al pintor que siempre llevó dentro no quiere decir,
en modo alguno, que su obra pictórica ocupe un lugar secundario
en su extensa labor creadora.
Alberti antes que un poeta suficiente fue un pintor arrepentido.
Pero arrepentirse no es negar. El que niega renuncia. Arrepentirse
es un estado de ociosidad que puede ser pasajero. Y Alberti volvía
a ser pintor cada mañana y poeta que pintaba escribiendo.
Nadie como él ha hecho del gesto un oficio capaz de arriesgarse
más allá de la escritura misma y permitir que su particular caligrafía se fuera trocando en una convulsión. Era un modo de otorgarle toda la libertad a la mano. A la mano que escribe y a la mano que
mira. De ahí que su pintura pertenezca a un abecedario múltiple y
sutil que desemboca igual que su escritura en esa planicie ilimitada
que es el mar. Alberti era el mar. Y como el mar la calma y el
desasosiego. Por eso en él se define la línea (el horizonte del mar
es la línea mejor pintada del mundo) como una totalidad. Como
un símbolo no sólo dibujístico sino también de pertenencia instalada en la mirada.
El lápiz cuando se desliza en la blancura del papel cruza como
un río un espacio y con él se define todo lo creado. La línea pone
límites y contornea el sentido o el sinsentido de las formas. Alberti
antes que nada dibujaba. Antes que dibujaba escribía. Y es, precisamente, este mecanismo paralelo de escritura y dibujo lo que le
hace concebir una plástica del gesto en la que el perfil o la filigrana, el arabesco o la libre dejación del lápiz sobre el papel, impulsa
una obra abundante y valiosa, cercana a los caligramas o la plástica
oriental a la que él mismo denominó «liricografías». Se trata de
una concepción gestual de la pintura en la que el primer trazo, el
arranque impulsivo, sostiene todo el peso de la obra rehusando
cualquier técnica o experiencia que no sea el arrebato o el signo
como una impronta perdurable. Pintura apasionada que hace de la
pasión su emblema.
Todo lo que se configura, todo lo que se dice, todo lo que se
transmuta del mundo de los sueños o la realidad es un soplo, un
aliento desesperado y confluente de un ardor. La obra gráfica de
Rafael Alberti se desliza por un tiempo de urgencias, por un sentido de la inmediatez como esos insectos que confluyen a la vida en
una brevedad inusitada. Esta prodigalidad y esa especie de arrebato, de distorsiones y reconciliaciones, de negación y movimiento,
están regidos por el ámbito de la provisionalidad, por un concepto
de síntesis y confluencias que le lleva, desesperadamente, a ir creando un mundo irreal de seres innecesarios, amenazados en desaparecer a poco que la filigrana o las convulsiones de las líneas teja
sobre ellos una tela de perdición.
Alberti radicaliza en estas formas un dibujo envolvente, una malla
beligerante y radical de perfiles arabescos, como ya hemos apuntado. Diríamos que el artista problematiza su visión del mundo y
de las cosas y que por ello trasciende sobre el papel un resultado
barroquizante. Pintor de aterrizaje. Estridente en el color. Viajero
del abismo. Alberti es un resuello, un enamorado de la eclosión,
un pródigo del fragmento, un incontenible de la inocencia pura de
la irrupción del punto. Una mano peligrosa que hace surgir el peligro en la paz y el vacío del papel. Pintura que quiere rebelarse y
desvelarse. Espontaneidad de lo absoluto. Fotografía del tiempo
único, de la hora cero, del misterio de abrir y cerrar los ojos. Su
obra enlaza con esa estética que personifica el momento de lo
irrecuperable. Su belleza, no obstante, nos permite detenernos en
ella y mirarla con la delicadeza y la ternura de un tiempo ilimitado,
muchos años después.
EL FARO
7
Enero 2010
Cultura/Arte
IZQUIERDA;
BAJAMAR
EN EL
GUADALETE,
OBRA DE
ALONSO
SANTIAGO,
(DERECHA)
La sonrisa de Alonso Santiago
MAURICIO
GIL CANO
Conocí a Alonso Santiago en Jerez, donde apareció en compañía de los poetas Carlos Clementson, Carlos Álvarez y Lur
Sotuela. Éste último es además editor y
venía a presentar una antología de Carlos
Álvarez -Tercera mitad (Eneida: Madrid,
2007)- y el número 4 de su revista El invisible anillo, ilustrado por Alonso Santiago. Este
número resulta especialmente significativo
para mí, pues en él publiqué -por invitación de su editor- el Mapa Literario de Jerez,
pero no referido exclusivamente a la ciudad, sino que, en un guiño dionisíaco, abarcaba también otras localidades de la denominación de origen jerez-xères-sherry. Por
si fuera poco, incluía una preciosa crítica
de Miguel Galanes a mi Declaración de un vencido. Nuestra confluencia en aquella revista
de poesía, literatura y otras bellas artes, la
extendimos durante un almuerzo, acompañados además por Paco Carrasco y el también pintor y cordobés Ramón Epifanio.
Más tarde, tras la doble presentación, tomamos copas hasta las tantas en el barrio
de San Mateo.
Las ilustraciones de Alonso Santiago son
extraordinarias y me impresionaron desde
el primer momento. Gran parte de ellas
retrata a genios de la literatura. Otras son
capitulares eróticas que saltean los textos.
También hay alguna escena suelta, como
«Reposo» o «Amor en verde», igualmente
de encendido erotismo. Carlos Álvarez ha
escrito, en esa misma revista, a propósito
de la concepción de la belleza de Alonso
Santiago, que «la sensualidad y la voluptuosidad no son el objeto de su trabajo, sino el
principio en que se apoya y que constituye
una grata obsesión en la mente del pintor
poeta (…). ¡Qué lejos de la pornografía!
¡Cuán sabiamente inmerso en el erotismo!».
Es difícil definir la sensación que causa
contemplar los retratos de escritores de este
gran artista egabrense. A la turbación que
provoca su maestría técnica -el citado Car-
los Álvarez explica certeramente que, a partir de una sugerencia figurativa, divaga con
los volúmenes y el color más que con la
línea y el dibujo-, se añade la maravillosa
selección de personajes: Quevedo,
Baudelaire, Shakespeare, Juan Ramón,
Góngora, Cervantes, García Márquez,
Joyce, Pessoa, Allan Poe, Bécquer, etc., de
los que Santiago extrae el misterio de su
alma creadora. En la serie que compone
este universal -y particular- parnaso no faltan varios autorretratos, con los que Alonso
Santiago se ha insertado como uno más de
este literario baile de máscaras. Así nos vibra, con la fuerte personalidad de quienes
son de veras y hacen del arte actitud y razón del existir. Así lo reconocemos, como
quien ha dado forma a la máxima de
Leonardo da Vinci: «La pintura es poesía
muda; la poesía, pintura ciega».
El pasado 27 de noviembre la asociación
cultural Razzia Artis le entregó una distinción muy simbólica en El Puerto de Santa
María: el I Tresantié de Plata, la réplica de
una moneda fenicia cargada de emotividad
y fango de la tierra. Escucharle hablar es
sentir la voz de un alma veterana y siempre
niña. Fue un acto de amor y admiración a
su persona y obra. Alonso Santiago nos
devolvió con creces el honor con que se le
honraba.
Encantado, ejercí de mensajero y le trasladé un poema que le había dedicado Lur
Sotuela. Acababa tomando cierto tono de
confidencia: «Hablar de ti, compañero, es
sencillo./ Cazador al alba/ del hermoso
instante esquivo./ Arquitecto de la palabra
y el silencio;/ pintor, amigo y hombre, /
de la vida, la sonrisa y el sueño».
EL FARO
8
Enero 2010
Cultura/El canto del Urogallo
A LA DERECHA EL DRAMATURGO FRANCISCO NIEVA. A LA
IZQUIERDA EUGÈNE IONESCO, UNO DE LOS GRANDES AUTORES
DEL TEATRO DEL ABSURDO, QUIEN DECLARÓ EN ESTADOS
UNIDOS QUE ESPAÑA ERA EL PAÍS MÁS RUDO E INHÓSPITO DEL
MUNDO
Annus pestis
PEDRO
RODRIGUEZ
PACHECO
Pasan los días, las voraces horas, y dejan
a su paso un rastro de las cenizas de sus
nínives y babilonias, las hojas muertas del
muladar de sus tristezas, la usura de los placeres exaltados. Cuando los ojos de algún
benevolente lector recorran estas líneas, el
año de desgracias de 2009 no será más que
el humus de su trabajada pestilencia, los idus
traicioneros de la crisis, las muertes desatentas de algunos admirados (Diego Jesús
Jiménez) o admirados y queridos (Juan
Campos Reina)…
Pero en la indignada sublevación de los
sentimientos se escuchan los ayes desquiciados de los que perdieron su modus vivendi, sus necesarios trabajos, y ven llegar los
amaneceres sin otro horizonte que el menesteroso de la caridad o esos precarios
dracmas que, en el afán minimalista de
nuestros infatuados gobernantes, se
enfatizan como ayudas sociales, limosna
asocial, afrenta intolerable en una sociedad
democrática que dice ser Estado Social de
Derecho y que se trivializa en una fiesta
política de amnésicos asilvestrados y obvia, criminalmente, el miedo, la angustia de
más de cuatro millones de parados.
Son los herederos de los que ayer auspiciaron de los poderes internacionales una
proscripción y bloqueo que convirtió nuestra infancia en un muladar de hambruna,
piojos, tifus, sarna y tuberculosis; son los
mismos que, ahora, callan, y refrendan con
su silencio actuaciones públicas engañosas,
tramposas e insolidarias, porque, para ellos,
la solidaridad empieza por uno mismo y ésa
está garantizada si el gallardo, «No he de
callar por más que con el dedo / señalando
la boca o bien la frente / silencio avises o
amenaces miedo», del gran Francisco de
Quevedo, no es otra cosa que literatura…
Ante la República del Poder, el silencio de
los corderos.
Los mismos, los del resistencialismo intelectual, los del compromiso, los del Miguel Hernández de «Las nanas de la cebolla» que, ya veis, hoy, un poeta «oliendo a
cabras»; los de Las cartas boca arriba o, más
desconsideradamente para nosotros -«ojú
qué frío, los andaluces»- La rapsodia euskera
o, malintencionadamente, «¿Qué cantan los
poetas andaluces de hoy?» que encontró
música y plebeyez en quienes, hoy, siguen
en las mamancias de las subvenciones, esos
callados, atemperados, enquistados vampiros de la res pública…
Fuimos estigmatizados quienes no aceptamos el adulterio intelectual, literario, que
conllevaba poner una obra al servicio de
unas siglas políticas: el compromiso no era
otro que la utilización de la literatura por
unos líderes arcaicos subvencionados y
mantenidos por quienes, en sus gulags dejaban perecer a quienes tenían otros criterios que no eran los establecidos en los planes quinquenales de la ortodoxia y de la
nomenklatura… Y así nos fue, y así nos va;
y así los parámetros de las líneas sucesorias
de las tendencias, las modalidades, las
historicidades y sus mamelas usufructuarias, son sólo despensa, no el vasto dominio donde la libertad procura, aún, Mediterráneos vírgenes.
Los mismos… Escribe Francisco Nieva
-noviembre del año de la peste 2009- un
artículo sobre Ionesco, y lo inicia sí: «No es
que yo tenga la costumbre de criticar a la
izquierda española, hoy en el poder, pero
tengo suficiente ‘memoria histórica’ aplicable a varias entidades políticas, que no
las honra en absoluto. Por ejemplo…» El
ejemplo no es otro que el relativismo con
el que Ionesco -un emigrante rumano- criticaba el poder soviético y, consecuentemente, Sartre y acólitos denunciaron como
«contrarrevolucionario, defensor de la burguesía y del capitalismo»… Su obra, consecuentemente, fue objeto, en España, de
una campaña de desprestigio, a favor de un
estalinismo que conduciría a la salvación
política y económica del mundo»… Termina el artículo con la anécdota de la venida
de Ionesco a España, su visita a la casa de
Nieva y en ella, nuestra izquierda, también
invitada, acorraló «políticamente al representante del teatro del absurdo -en mi casa
y en mis propias narices- de una manera
improcedente»… Ya de regreso, y en un
viaje a EEUU dijo Ionesco que «España
era el país más rudo e inhóspito del mundo»…
Por supuesto, Nieva soslaya su cobardía:
en mi casa, nadie hubiera osado ofender a
mi huésped, del mismo modo que Nieva
silencia que en aquellos programas
televisivos de los años sesenta -Estudio 1-,
vimos representar Las sillas y El rinoceronte,
soberbiamente, por José Bódalo, como también, interpretado por José Mª Rodero, el
Calígula de Albert Camus… De tal disparidad de propuestas culturales el benévolo
lector saque sus consecuencias.
Pasan los días, las horas, un año nuevo,
con sus arcanos, se ha iniciado sin perspectivas de redención. Seguirán los silencios
cómplices; los mismos, se aferrarán como
garrapatas a la República del Poder para no
mermar en los condumios… Y la peste, sus
ratas, bajarán de los galeones en permanentes naufragios, para salvarse entre el silencio y la estupidez, la que, ahora, al decir de
Luis Cernuda, «sucede al crimen».
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