“Transformaciones político-económicas recientes en la Argentina y

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III Seminario Internacional Movilidad y Desigualdad Social en América Latina,
Ciudad de San Carlos de Bariloche, 13 al 15 de mayo de 2015
TRANSFORMACIONES POLÍTICO-ECONÓMICAS RECIENTES
EN LA SOCIEDAD ARGENTINA Y EFECTOS SOBRE LA
DESIGUALDAD (1974-2012)1
Santiago Poy2
Agustín Salvia3
Colaboración: Ramiro Robles y Ma. Noel Fachal
RESUMEN
El presente trabajo busca caracterizar las transformaciones ocurridas en la desigualdad
económica a lo largo de las últimas cuatro décadas en la sociedad argentina en términos de las
mutaciones sufridas por su régimen social de acumulación. En este período, el país transitó por al
menos tres grandes etapas, cuya delimitación es objeto de este trabajo: (a) la última fase del
modelo basado en la sustitución de importaciones, que se habría extendido, no sin
contradicciones, hasta mediados de los años ochenta; (b) la etapa de estabilización, políticas de
ajuste y liberalización económica en el marco de un programa ortodoxo de reformas estructurales,
iniciado en los años ochenta pero profundizado durante la década de los años noventa; (c) una
nueva etapa del proceso de acumulación basada en políticas heterodoxas volcadas al crecimiento
del mercado interno pero en el contexto de globalización económico-financiera mundial.
La hipótesis central que guía este estudio es que en cada fase es posible advertir un determinado
patrón en la desigualdad económica, que es el resultado de los cambios en el régimen social de
acumulación y sus efectos sobre la estructura productiva del país. En esta línea, el trabajo busca
aportar elementos que permitan entender el modo en que esos cambios se manifestaron en el
comportamiento seguido por la desigualdad en la distribución del ingreso. Para explorar esta
hipótesis, el trabajo presenta una caracterización de los distintos períodos estudiados a partir de
datos secundarios. A su vez, se presenta la evolución de la desigualdad de ingresos medida por el
coeficiente de Gini para el Gran Buenos Aires –por ser el único aglomerado para el que se cuenta
con información de largo plazo-, utilizando los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares
del INDEC para una serie de años seleccionados a lo largo del período 1974-2012.
1
Este trabajo ha sido realizado en el marco del Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social del
Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires)
y del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Pontificia Universidad Católica
Argentina, ambos bajo la dirección del Dr. Agustín Salvia.
2
Sociólogo. Becario Doctoral del CONICET en el Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina
(ODSA-UCA) y docente de la Carrera de Sociología (UBA). E-mail: [email protected].
3
Sociólogo. Investigador Principal del CONICET. Coordinador general del Programa del Observatorio de
la Deuda Social Argentina (UCA). Director del Programa “Cambio Estructural y Desigualdad Social”
(IIGG-UBA). Docente de grado y posgrado en distintas universidades nacionales y extranjeras. E-mail:
[email protected]
1
I. EL PROBLEMA
El fuerte impacto que en los últimos años han tenido algunos trabajos sobre la desigualdad
económica (Acemoglu y Robinson, 2013; Piketty, 2014), así como el consenso que parece existir
entre la mirada otrora crítica de CEPAL (CEPAL, 2010, 2011, 2013, 2014) y la de los organismos
internacionales acerca de la importancia de la equidad para superar la pobreza (Birdsall y de la
Torre, 2008; López-Calva y Lustig, 2010; Ferreira et al, 2013), parecen poner al tema de la
distribución del ingreso en el centro del debate político y académico actual.
Sin embargo, los análisis referidos poco permiten inferir acerca de las relaciones específicas
entre la desigualdad distributiva y las características que asume el régimen social de acumulación
en el caso de los países periféricos sometidos a patrones de desarrollo heterogéneos. En este
marco, la discusión sobre las tendencias de la distribución del ingreso en el largo plazo encuentra
en la Argentina un caso relevante de estudio, por cuanto en los últimos cuarenta años fue objeto
de sucesivos planes económicos de distinta orientación y alcance que afectaron el proceso de
desarrollo. En cuatro décadas la sociedad argentina pasó de un modelo de economía “cerrada”
basado en la sustitución de importaciones, relativamente homogéneo, a la aplicación de
programas ortodoxos de estabilización, apertura comercial y desregulación y, sobre el final del
período, asistió al retorno de un modelo sustitutivo pero en el marco de una economía “abierta”,
más heterogénea y cada vez más concentrada.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿cuáles son los vínculos entre los cambios acontecidos en
la política económica, a lo largo de las últimas décadas –con sus efectos sobre el funcionamiento
general de los mercados-, y la desigualdad distributiva4 en la sociedad argentina? Este trabajo
parte de la hipótesis de que cada uno de los ciclos político-económicos mencionados habría dejado
una huella específica sobre la distribución del ingreso. Esto habría sido así debido a que los
cambios macroeconómicos, con su impacto sobre los mercados de trabajo, contribuyen a
configurar patrones de desigualdad. En este sentido, dar respuesta a los interrogantes planteados
y a la hipótesis sugerida, implica una doble tarea: (a) ofrecer una caracterización de cada uno de
los períodos político-económicos atravesados por la sociedad argentina en el período analizado
(1974-2012) y examinar su consistencia interna de modo de reducir la arbitrariedad inherente a
toda periodización; (b) evaluar en qué grado la desigualdad distributiva (medida a través del
coeficiente de Gini de los ingresos per cápita familiares) ha seguido un curso compatible con la
periodización propuesta y procurar establecer hipótesis acerca de los mecanismos por medio de
los cuales la evolución macroeconómica se tradujo en cambios distributivos.
Para satisfacer estos objetivos, en este documento se presenta información basada en datos
secundarios de diferentes fuentes, los cuales dan soporte a la caracterización propuesta. Además,
se hizo necesario estimar la evolución de la desigualdad distributiva a lo largo del período, la cual
es puesta en relación con la caracterización anterior5. Para ello, se utilizaron los microdatos de la
4
Como señala Kessler (2014) en un libro reciente, la desigualdad, en las sociedades capitalistas actuales,
adquiere un carácter multidimensional. Aquí se aborda exclusivamente la desigualdad social en tanto
desigualdad económica o distributiva, y tomando en consideración la llamada distribución primaria del
ingreso, es decir, la que surge del mercado de trabajo. La distribución secundaria, vinculada con las
transferencias del Estado o entre particulares, incluyendo el sistema de jubilaciones y pensiones, sólo es
mencionada en los casos relevantes y a modo de contextualizar el proceso general.
5
Entre los trabajos que han analizado la desigualdad distributiva para el período considerado, pueden
mencionarse Altimir (1988), Altimir y Beccaria (2001), Altimir, Beccaria y González Rozada (2002),
Beccaria y Maurizio (2012), Cruces y Gasparini (2009) y Llach y Montoya (1996). A su vez, trabajos
2
Encuesta Permanente de Hogares, en sus modalidades “puntual” y “continua”, relevada por el
Instituto Nacional de Estadística y Censos desde el año 19726.
En la siguiente sección, se presenta una descripción de los principales rasgos del marco políticoeconómico en el que se desenvolvió la desigualdad distributiva. Se busca, de esta forma, avanzar
en una periodización que dé cuenta de los principales cambios ocurridos a lo largo del período de
estudio. Una tercera sección analiza el comportamiento de la desigualdad a través del examen de
los ingresos per cápita familiares en cada una de las fases analizadas y cómo se relacionan sus
tendencias con las transformaciones más generales del proceso de acumulación. El trabajo se
cierra con algunas reflexiones finales.
II. MARCO POLÍTICO-ECONÓMICO Y EVOLUCIÓN DE LA DESIGUALDAD
En lo que sigue, se esboza una periodización de los principales ciclos político-económicos que
atravesó la sociedad argentina, poniendo el énfasis en las modificaciones de su régimen social de
acumulación7. Se describen los principales rasgos históricos y se acompañan con los indicadores
relevantes en términos macroeconómicos (evolución del PIB, su composición, el equilibrio
externo, la evolución de los precios), del mercado de trabajo y de la intervención estatal. La
siguiente sección expone cuál fue el curso seguido por la desigualdad en cada una de las fases
mencionadas, así como los mecanismos que permiten entender su comportamiento.
II.a. Pare y siga. Barreras estructurales del desarrollo económico argentino (1930-1970)
Entre mediados del siglo XIX y la década de 1930, la economía argentina se insertó en la
división del trabajo del mundo capitalista a partir de la producción de bienes primarios y la
importación de manufacturas (Arceo, 2003; Díaz Alejandro, 1975; Peralta Ramos, 1974). La
expansión del sector exportador permitió “eslabonamientos” productivos que dieron origen a una
industria productora de bienes cuya importación había dejado de ser rentable, y a un sector de
servicios que daba respuesta a las necesidades de consumo de ciertas franjas de la población local.
En este esquema, el papel dinámico del sistema de acumulación lo jugó la renta de la tierra agraria
que los sectores dominantes, el Estado y los capitales extranjeros pudieron apropiar (Iñigo
Carrera, 2007; Laclau, 1969). No obstante, esta forma de inserción económica dependiente en el
comercio internacional configuró los rasgos básicos de una estructura productiva heterogénea8 y
propios y ajenos, no coincidentes en sus resultados, han abordado la problemática de la desigualdad para el
período 1992-2012 (Salvia y Vera, 2012; Trujillo y Villafañe, 2011, entre otros). Por otro lado, si bien este
trabajo se enfoca en la denominada distribución personal del ingreso –así como los previamente
referenciados- en cuanto a la distribución funcional del ingreso se remite a Lindenboim, Kennedy y Graña
(2010) y Kennedy y Graña (2008).
6
La metodología utilizada para consistir y elaborar esta serie histórica se presenta en el Anexo
Metodológico.
Un régimen o estructura social de acumulación remite al contexto institucional, político y regulatorio –el
sistema de créditos, la política monetaria, el modo y grado de intervención estatal-, en el cual funciona o se
hace viable la acumulación de capital. En particular, de acuerdo con Gordon, Edwards y Reich (1986: 25),
el concepto permite diferenciar las ondas cortas del capitalismo, asociadas a las crisis cíclicas del proceso
de acumulación, de las ondas largas, asociadas a las crisis de la estructura social de acumulación.
7
8
El concepto de heterogeneidad estructural, cuyos orígenes se encuentran en los trabajos de Prebisch
(1949; 1973) y en el estructuralismo latinoamericano, alude a la coexistencia de un sector de elevada
productividad, vinculado con el mercado mundial, junto con otro de baja productividad (Nohlen y Sturm,
1982). El primero de ellos no absorbe a toda la fuerza de trabajo disponible a nivel social, y sus adelantos
tecnológicos no se “difunden” hacia el resto del sistema económico. Pinto (1976) señaló que, a su vez, el
3
dio origen a un patrón de desarrollo desigual y combinado9, con un sector de elevada
productividad capaz de exportar al mercado mundial y sectores atrasados sin posibilidad de operar
en esas condiciones.
La fuerte fragilidad externa de este modelo de acumulación se hizo evidente con el
trastrocamiento del escenario mundial a partir de la crisis del ’30. Desde entonces, las políticas
proteccionistas erigidas ante la crisis permitieron profundizar un proceso de industrialización
sustitutiva (ISI) que ya se había iniciado durante la primera posguerra10, en la que un conjunto de
grandes empresas debió coexistir con otras tantas pequeñas, de poco capital y escasa
mecanización. En una primera fase, el modelo sustitutivo se dirigió hacia los bienes de consumo
inmediatos. Esta dinámica atrajo fuerza de trabajo y permitió incrementar los niveles de
ocupación, golpeados por la crisis mundial. De aquí provinieron los movimientos internos de
población que se registraron en la primera etapa de la industrialización sustitutiva11.
Una primera etapa, de industrialización “fácil”, en la que se sustituyeron localmente bienes de
consumo y semidurables, se extendió desde los inicios de la crisis hasta mediados de la década
del cincuenta. En términos de Peralta Ramos (1974, 2007), a lo largo de esta fase, y como
resultado del carácter principalmente “trabajo-intensivo” de las industrias sustitutivas, habría
primado una relativa homogeneización de la fuerza de trabajo12. De acuerdo con Peña (2012),
data también de este momento la configuración del atraso de la industria argentina y de su relativa
ineficiencia: a lo largo de esta primera fase proliferaron los pequeños establecimientos de muy
baja productividad y escaso aporte al producto nacional que, no obstante, tuvieron un importante
efecto sobre la ocupación obrera.
Tras el agotamiento de esta primera fase –una de cuyas principales expresiones fue la
insuficiencia de divisas para costear el proceso sustitutivo -, la Argentina avanzó hacia una
segunda etapa del modelo “cuasi-cerrado” de sustitución de importaciones. Este pasaje no estuvo
exento de problemas, y su evolución dio un carácter cíclico al proceso de acumulación que se
combinó con una aguda inestabilidad política (originada en la proscripción del peronismo). En
esta fase se reconoció el ingreso de capitales extranjeros, favorecidos por una serie de políticas
económicas específicamente orientadas a promover su incorporación. Concluidas tanto la
modelo industrial sustitutivo dio lugar, en algunos países latinoamericanos, a un importante estrato de
productividad intermedia. Dicha estructura habría sido importante en el caso argentino.
9
La noción de desarrollo desigual y combinado (Trotsky, 2010; Novack, 1964) alude a la coexistencia, al
interior de un mismo país, de distintos niveles de desarrollo y/o modos de producción que se combinan en
una formación social. Este fenómeno está fuertemente determinado por el carácter mundial de la
acumulación capitalista y, en particular, por la expansión del capital financiero a partir de la segunda mitad
del siglo XIX. La exportación de capitales desde los países avanzados a los de desarrollo tardío implicó que
en éstos se configurara un sector dirigido a la exportación en coexistencia con otros sectores, de poca
importancia para el comercio mundial, y con bajo nivel de integración sistémica con aquél.
10
Véase Villanueva (1972) para una caracterización de cómo este proceso fue iniciado con anterioridad a
1930 y fue posibilitado por las inversiones de capital extranjero previas a la crisis.
11
Ya a principios del siglo XX más de la mitad de la población Argentina vivía en zonas urbanas producto
de la intensa radicación de inmigrantes en las ciudades del área pampeana y el litoral. Con el cierre a las
corrientes migratorias de ultramar en la década del treinta fueron las de población nativa, estimuladas por
el proceso sustitutivo en las manufacturas, las que nutrieron de mano de obra a la industria local y
acentuaron este perfil urbano de la distribución geográfica en Argentina (Torrado, 2010: 39)
12
Las actividades económicas que dinamizaron este proceso fueron las textiles y las alimenticias, lo que,
como se ve, da cuenta del carácter inicial o “fácil” del proceso sustitutivo (Ciafardini y otros, 1973).
4
Segunda Guerra Mundial como la Guerra de Corea, y en el contexto específico de los “treinta
años gloriosos” y el comienzo de la Guerra Fría, estos años son testigos de la llegada de nuevas
inversiones y tecnología que permitió avanzar hacia nuevos niveles de sustitución de
importaciones (Ciafardini, 1973; Peralta Ramos, 1974). Ahora bien, este fenómeno indujo un
nuevo avance en el desarrollo desigual y combinado de la economía argentina (Peña, 2012)13, a
la vez que configuró una forma específica del ciclo económico, que se conoció como stop and go,
dando a la economía argentina el funcionamiento de una estructura productiva desequilibrada
(Diamand, 1972).
En efecto, la industria argentina, salvo escasas excepciones, no tuvo capacidad de exportar al
mercado mundial, dado su bajo nivel de productividad relativa en comparación con los países
avanzados y con el sector económico en función del cual se definió el tipo de cambio: el sector
agropecuario. Es por ello que se constituyó en demandante neto de divisas, mientras que el sector
exportador era el encargado de proveerlas. De este modo, cuando las importaciones crecían a un
nivel que las exportaciones no podían solventar, se imponía una devaluación que desincentivara
a las primeras, redujera el nivel de actividad, hiciera bajar el salario real y, con él, el consumo de
los bienes salario que componían en lo esencial la oferta exportadora del país. Liberado parte del
saldo exportable, se ampliaban las reservas internacionales y eso permitía reanudar el ciclo,
tradicionalmente conocido como "stop and go"14. En el marco de una oferta exportable que estuvo
–al menos hasta mediados de los sesenta- relativamente estancada, no es de sorprender que la
capacidad de crecimiento de la economía haya sido limitada en términos del desarrollo de las
fuerzas productivas y la acumulación (Diamand, 1972; Braun, 1974; Basualdo, 2010)15.
A lo largo de la etapa descripta, se produjeron importantes transformaciones en el mercado de
trabajo. Por un lado, la expansión del capital en las zonas rurales, sumada a la pérdida de
relevancia de numerosas actividades económicas, se tradujo en la expulsión de fuerza de trabajo
desde varias provincias del interior del país hacia los grandes aglomerados urbanos. Si bien
existen posiciones divergentes en la literatura acerca de si hasta mediados de los cincuenta primó
un modelo de tipo lewisiano o no16 en el mercado laboral doméstico, la absorción de fuerza de
trabajo –y el desempleo urbano- no apareció como un problema social relevante (Llach, 1977;
13
Dado que buscan obtener tasas de ganancia que sean superiores a las que obtienen en sus países de origen,
los capitales de países centrales (“monopólicos”) las obtienen a través de la perpetuación del atraso en los
países periféricos, la utilización de equipamiento obsoleto y la venta de licencias y royalties. Existe bastante
escrito acerca del modo en que los países avanzados se benefician del atraso de los países periféricos. En
la línea teórica del marxismo-leninismo, el intercambio con países de menor desarrollo relativo actuaría
como una tendencia contrapuesta y compensatoria de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
14
Si bien los desequilibrios de balance de pagos fueron recurrentes no sólo durante el proceso sustitutivo
(Neffa, 1998), éste agudizó esa dinámica dadas las mayores necesidades de importaciones que requería.
Es por ello que Braun y Joy (1984) hablaron de un modelo “autolimitado” o “estancacionista” en términos
de su desarrollo económico. Basualdo (2010) introduce una discusión al respecto, al señalar que hacia
mediados de los sesenta, el comportamiento cíclico se había superado y ya no había caída absoluta del PIB
sino sólo desaceleración. En este cambio de tendencia habrían jugado un papel tanto las exportaciones de
origen industrial como el endeudamiento externo, factores que atenuaban el estrangulamiento de divisas.
15
Se trata de un modelo de desarrollo con “oferta ilimitada de fuerza de trabajo” (Lewis, sf). De acuerdo
con este modelo teórico, el sector moderno de la economía –en países atrasados caracterizados por una
estructura productiva dual- se ve beneficiado con una oferta ilimitada de fuerza de trabajo proveniente del
sector atrasado que se encuentra estancado. Lo central es que el sector moderno no debe aumentar los
salarios para atraer fuerza de trabajo –éstos ya son superiores a los del sector atrasado- lo que permite
dinamizar la acumulación en la fase inicial, a la vez que se incrementa la productividad de éste y se cierra
la brecha dualista (Lewis 1954; Neffa, 2008).
16
5
Marshall, 1978) en buena medida debido a las propias características de la industrialización
sustitutiva. Sin embargo, hacia mediados de los años cincuenta el sector industrial fue perdiendo
dinamismo en la absorción de fuerza de trabajo, debido al pasaje hacia la segunda fase de la ISI,
que tuvo un carácter más capital-intensivo. Esta situación se volvió aún más acusada en el decenio
siguiente, cuando paralelamente se fue incrementando la capacidad generadora de empleos del
sector terciario y la construcción (Llach y Gerchunoff, 1977; Marshall, 1978) 17.
Más allá de la existencia de disparidades en el mercado laboral, éste se mantuvo relativamente
integrado, y la distribución del ingreso fue más homogénea en la economía argentina que en otros
países de la región (Canitrot, 1975). En efecto, la fuerte presencia sindical tendió a favorecer una
homogeneización de las remuneraciones y una menor brecha de ingresos por nivel educativo que
en el resto de América Latina (Altimir y Beccaria, 1999; Llach y Gerchunoff, 1978). De esta
forma, el modelo de industrialización sustitutiva dio lugar a: (a) un esquema de relativo pleno
empleo –si bien las cifras muestran (Tabla 1), hasta mediados de los años sesenta, importantes
oscilaciones con algunos picos de alto desempleo urbano- que acompañó el crecimiento de los
estratos medios y obreros asalariados, y (b) a una relativamente baja desigualdad, con bajos
niveles de pobreza e informalidad (Torrado, 2010: 29; Altimir y Beccaria, 1999: 114)18. Esto se
combinó con una tendencia a la mejora en la distribución funcional del ingreso, en los últimos
años de la fase considerada (fundamentalmente, los primeros años de los setenta), a favor de los
asalariados (Kennedy, 2012).
Sin embargo, desde mediados de los años setenta, la inflación estructural del propio sistema –
provocada por las sucesivas devaluaciones implicadas en la dinámica cíclica- más el
empeoramiento drástico de los términos de intercambio, condujeron a poner al esquema de
industrialización en el patíbulo. En esta dinámica no estuvo ausente el elevado nivel de conflicto
social que alcanzó la sociedad argentina. El funcionamiento de la ISI, que hasta entonces había
descansado, en buena medida, en la transferencia de renta agraria desde el agro a la industria se
vio debilitado en la nueva situación (Iñigo Carrera, 2007). A esto se añadió el nuevo contexto
mundial, marcado por el fin de los “treinta años gloriosos”, la crisis del petróleo y la segunda
globalización, con el aumento de los flujos de capital financiero y una volatilidad desconocida
desde la posguerra. A partir de entonces, se sucedieron diversos ensayos de estabilización y ajuste
que marcarían el largo final del esquema de industrialización sustitutiva.
Tabla 1. Años 1960-1974. Indicadores socioeconómicos.
Salario Real
(1970=100)
Participación
Masa
Salarial
(% PIB
Precios
básicos)
Coeficiente
de Gini
(Ingresos
totales
AMBA)
27,1
72,7
36,5
…
…
13,7
79,8
39,2
…
…
…
26,1
79,6
38,1
…
4.299
48,4
8,8
26,0
78,3
37,2
0,36
4.716
47,5
7,1
22,1
86,6
37,1
…
Desempleo
(En %)
Índice de
Precios
Consumidor
(Var.)
…
…
4.527
…
-0,6
4.429
1963
-1,4
1964
11,4
PIB
(Var%)
PIB Per Cápita
(En $ ctes.
1993)
Actividad
(En %)
1960
7,9
4.254
1961
8,2
1962
17
Como señala Grondona (2014), un rasgo característico de la estructura ocupacional durante esta fase fue
la baja incidencia de los trabajadores por cuenta propia en el quintil más bajo de la distribución del ingreso.
Esto podría ser un indicador de la baja incidencia de la informalidad, al menos en sus formas arquetípicas.
18
Esta relativa homogeneidad, como se insiste en el texto, coexistió con una estructura productiva
heterogénea y plural” (Llach, 1978: 559).
6
1965
10,2
5.121
46,2
5,6
28,6
95,2
38,9
0,35
1966
1,6
5.129
45,4
5,0
31,9
95,6
42,0
…
1967
3,7
5.242
45,6
6,5
29,2
95,2
43,6
…
1968
5,3
5.443
44,6
5,0
16,2
91,3
43,1
…
1969
9,6
5.880
44,3
4,6
7,6
96,0
42,8
0,37
1970
6,4
6.163
44,1
5,2
13,6
100,0
43,9
0,36
1971
4,7
6.352
41,7
6,2
34,7
105,4
44,6
…
1972
2,9
6.428
41,8
7,0
58,5
99,5
41,0
…
1973
4,5
6.601
41,1
5,5
60,3
114,6
44,9
…
1974
6,7
6.928
40,4
4,2
24,4
132,2
48,8
0,37
Nota: Se tomó el PIB a precios constantes de 1993.
Fuente: Elaboración propia a partir de:
PIB: Gerchunoff y Llach (2008) y Ferreres (2005).
Actividad, Desempleo y Subempleo: Ferreres (2005)
Índice de Precios: Gerchunoff y Llach (2008) e INDEC.
Distribución funcional: Kennedy (2012)
Desigualdad (Gini): CEPAL (1987) en base a: Encuesta de Presupuestos de Consumo (1963); Encuesta de Consumo de Alimentos
(1965); Encuesta de Presupuestos Familiares (1969), Encuesta de Empleo y Desempleo (1970); y elaboración propia a partir de microdatos
de la EPH (1974).
II. b. El largo adiós. La fase final del modelo de sustitución de importaciones (1974-1988)
Si bien el ciclo económico había mostrado algunos signos de morigeración desde mediados de
los sesenta (Basualdo, 2011) y las exportaciones no tradicionales de origen industrial habían
aumentado hasta representar casi un cuarto del total exportado por el país en el año 1974 (Damill
y Frenkel, 1993), las tensiones acumuladas por el modelo de industrialización sustitutiva –alta
inflación, déficit fiscal y restricción externa en el contexto de la segunda globalización-, dieron
lugar a diversos planes de estabilización y “shocks” de carácter ortodoxo, tendientes a “corregir”
los desequilibrios más acusados. Tras un primer intento fallido del gobierno justicialista19, el
gobierno militar ensayó un programa de desregulación financiera y apertura comercial que tuvo
severas consecuencias sobre la estructura distributiva y el entramado productivo.
Este programa económico tuvo un efecto relevante sobre el tipo de comportamiento cíclico que
había mantenido la economía argentina hasta entonces. Por una parte, la desregulación financiera,
al liberar las tasas de interés, interrumpió el ciclo de financiamiento industrial a partir de la tasa
de interés real negativa que había caracterizado a la Posguerra (Canitrot, 1981; Iñigo Carrera,
2007)20. Este programa se complementó, a su vez, con la apertura comercial, con el propósito de
19
En el historial de planes de estabilización, el más resonante de los cuales fue el de Krieger Vasena en
1967, el gobierno justicialista de Estela Martínez de Perón se lanzó, en 1975, hacia un programa de ajuste
ortodoxo, que se conoció como Rodrigazo: devaluación, liberación de precios, ajuste de tarifas, y un
aumento de salarios por debajo del que tendrían los demás precios de la economía (Gerchunoff y Llach,
2008). Se trataba de un esquema que implicaba, a la manera tradicional del ajuste de balance de pagos, una
pérdida de poder adquisitivo de los salarios, con su correlato en procesos de desigualdad distributiva. Este
plan fracasó, en buena medida por la fuerte oposición obrera que arrebató incrementos salariales mayores
a los prometidos, y la economía acabó descalabrándose.
20
A partir de 1977, la administración militar propició una reforma financiera que le cambiaría la cara al
proceso argentino de acumulación de capital. Si, hasta entonces, el Banco Central regulaba el
comportamiento de las tasas de interés y permitía, en un contexto de alta inflación, que las empresas –
especialmente, las industriales- se financiaran a tasas reales negativas, la desregulación del mercado
financiero puso un freno a este esquema económico. De acuerdo con Basualdo (2011), esta dinámica habría
originado un nuevo modelo de acumulación basado en la valorización financiera.
7
hacer converger los precios internos con la inflación internacional. El ingreso de bienes
importados, sumado a la finalización de financiamiento accesible, comenzó a horadar el aparato
productivo argentino que se había desarrollado hasta mediados de los setenta21 y –cabe suponerprofundizó la heterogeneidad estructural preexistente en una economía “cerrada”22.
La desregulación financiera y la apreciación cambiaria favorecieron el endeudamiento con el
exterior, lo que introdujo modificaciones en algunos elementos claves del régimen social de
acumulación. El incremento de sus pasivos en divisas implicó que la dificultad externa del país
se desplazara desde la cuenta corriente del balance de pagos hacia la cuenta capital. De esta forma,
ya no fue posible corregir la restricción externa a través de una devaluación –como en la etapa
del stop and go-. En efecto, los desajustes del balance de pagos por falta de divisas para el pago
de importaciones se resolvían por medio de un “enfriamiento”, que hacía posible volver a importar
una vez que se liberaba parte de la demanda de los bienes exportables. En cambio, el problema
de la economía argentina –y de la región- a partir de fines de los setenta, fue la insuficiente
capacidad de generar las divisas necesarias para costear el pago de sus compromisos externos.
Esta falta de divisas constituyó una fuente adicional de endeudamiento, lo que llevó a algunos
autores a hablar de un nuevo tipo de ciclo: el go and crush (Schvarzer y Tavonanska, 2008)23.
El plan económico de ajuste no consiguió resolver las dificultades que pretendía encarar. Luego
de una primera fase en la que el nuevo gobierno democrático intentó retornar a un esquema
económico propio de la Posguerra de “crecimiento con distribución del ingreso”, las dificultades
para hacer frente al déficit fiscal, que requerían de emisión monetaria y conducían a una mayor
inflación, y las dificultades para afrontar los pagos de la deuda externa, llevaron a un nuevo intento
de estabilización en junio de 198524. Este programa, conocido como Plan Austral25, buscó lograr
una reducción significativa de la inflación y del déficit fiscal, operando sobre las expectativas
(Gerchunoff y Cetrángolo, 1989). Para ello, se proponía un congelamiento de precios, el cambio
de signo monetario, y el gobierno se comprometía a dejar de financiarse por vía de la emisión
monetaria (Gerchunoff y Llach, 2008). El nuevo plan de estabilización estipulaba que el cese de
la inflación iba a permitir la recuperación de las finanzas públicas y de la inversión. El éxito inicial
de este programa, con la reducción de la inflación, se tradujo en un incremento del poder de
21
A partir de diciembre de 1978, el gobierno militar comenzó a aplicar el denominado enfoque monetario
del balance de pagos. Para hacer converger los precios internos con los externos, se aplicó un esquema
pautado de devaluaciones (la “tablita”) que compensarían la inflación interna. Pero, dado que la inflación
fue mayor que lo pronosticado, el ritmo devaluatorio fue insuficiente, y el resultado acabó por ser una
importante sobrevaluación cambiaria (Basualdo, 2011).
22
En un trabajo pionero sobre la heterogeneidad estructural, Llach (1978: 560) señaló que hacia mediados
de los setenta cada estrato de productividad (alta, intermedia y baja) se distribuían de forma bastante
semejante la fuerza de trabajo ocupada, si bien con un mayor peso relativo del sector intermedio.
Uno de los primeros episodios críticos de esta dinámica se expresó en la “crisis de la deuda” que sacudió
a la economía argentina –y a otras de América Latina- en 1982 y contribuyó a marcar el final del régimen
militar.
23
24
Debe mencionarse que el gobierno de Alfonsín logró bajar fuertemente el déficit fiscal a través de la
reducción del gasto (Ortiz y Schorr, 2006). Sin embargo –y de un modo que sería imitado por el siguiente
gobierno radical de la nueva era democrática- parte de este logro se sustentó en la reducción de jubilaciones
y salarios públicos, erogaciones corrientes e inversiones en mantenimiento (Damill y Frenkel, 1993), lo que
fue perfilando también el clima cultural de deterioro de los bienes públicos que haría posible su posterior
privatización.
De acuerdo con Katz (2014), el Plan Austral fue un intento de estabilización de la nueva “ortodoxia” que
había abandonado el viejo estructuralismo de CEPAL y se había volcado hacia el neoestructuralismo, que
ya no ponía énfasis en la crítica del orden mundial.
25
8
compra y en un crecimiento del PIB. No obstante, la “inflación residual” (Damill y Frenkel, 1993)
llevó a que el esquema de precios congelados se fuera deteriorando. Es por ello que ya a
comienzos de 1986 –el mejor año, en materia económica, de toda la década- el programa de ajuste
empezó a liberalizarse. Se empezaron a suceder mecanismos de ajuste y la economía pareció
tender, nuevamente, hacia la indexación y la alta inflación.
La breve duración del plan de estabilización de mediados de los ochenta fue perfilando en el
equipo gobernante el consenso –que más tarde se generalizaría a buena parte de la sociedad, pero
ya bajo otra administración- acerca de la necesidad de implementar reformas estructurales sobre
el funcionamiento del capitalismo argentino. En 1987 se registró el primer intento de realizarlas,
pero el mismo fracasó en el contexto de creciente impotencia política del gobierno.
Los últimos años del gobierno radical se caracterizaron por los intentos pragmáticos de controlar
una economía desbocada y encaminada hacia la hiperinflación, sin la posibilidad política de llevar
a cabo grandes paquetes de reforma. En este marco, se ensayó un último plan de estabilización en
198826, de magros resultados y poco exitoso. Tras su fracaso, la Argentina entró en una moratoria
de su deuda externa y, finalmente, en una estampida hiperinflacionaria en el verano de 198927.
Las diversas políticas implementadas a lo largo de este período tuvieron diversos efectos sobre
la estructura económica y el mercado de trabajo. Entre 1974 y 1988, el PIB del país creció 1,4%,
mientras que el PIB per cápita –en pesos de 1993- cayó 8,6%. Si se toman sólo los años 19801988, el desempeño macroeconómico fue aún más calamitoso, puesto que el PIB no se expandió
y el PIB per cápita cayó casi 14% (Tabla 2).
Esta débil dinámica del capitalismo argentino en la fase final del régimen de sustitución de
importaciones tuvo su correlato en el mercado laboral. El empleo creció a un promedio de 1,1%
anual entre 1974 y 1988, pero sólo 0,9% promedio si se considera el período 1976-1987. No
obstante, durante la fase de gobierno militar (1976-1983), y pese al intenso programa de shock
macroeconómico, el desempleo no se incrementó sustantivamente, aunque se redujo la tasa de
actividad –lo que explicaría que aquél no haya sido mayor-. En cambio, ya durante la fase de
apertura democrática (1983-1988) el desempleo mantuvo una tendencia ascendente que ya no se
detendría. De este modo, a lo largo del período, la tasa de desocupación pasó de 4,2 a 6,3% y el
subempleo ascendió de 5 a 7,9% en los aglomerados urbanos relevados por la Encuesta
Permanente de Hogares. Al mismo tiempo, los ensayos de apertura y reforma produjeron cambios
al interior de las firmas, teniendo, entre otros efectos, una mayor heterogeneidad de la clase
trabajadora y de los trabajadores independientes (Villarreal, 1985).
El poder adquisitivo del salario se redujo 30%, aunque no sin sobresaltos, a lo largo del período,
como consecuencia de las distintas políticas implementadas. El correlato de este brutal deterioro
fue la caída –no menos importante- de la participación asalariada en la distribución funcional del
26
El denominado Plan Primavera, lanzado en agosto de 1988, fue mucho más débil en su planeamiento que
su antecesor, el Plan Austral. En efecto, sus modestos objetivos se limitaron a un acuerdo entre las grandes
cámaras empresarias y sindicatos para frenar la estampida de precios. No obstante, la estabilización no se
consiguió y la inflación siguió su curso.
27
De acuerdo con aportes de la sociología económica (Abeles, 1999; Castellani, 2002), la crisis
hiperinflacionaria habría sido una respuesta de los acreedores externos a la moratoria lanzada por el
gobierno. Los bancos interpretaron la moratoria como un respaldo del gobierno al capital concentrado
interno, que se beneficiaba del déficit fiscal. Esto condujo a la ruptura del bloque dominante y a su
disciplinamiento por parte del capital financiero internacional.
9
ingreso (Lindenboim, Kennedy y Graña, 2010): a partir del comienzo del programa de ajuste del
gobierno militar, la masa salarial como porcentaje del ingreso cayó 17 p.p. y ya nunca retomó los
niveles alcanzados en los comienzos de la etapa analizada. Esta dinámica condujo al incremento
progresivo del porcentaje de personas bajo la línea de pobreza, que pasó de 4,7 a 20,6%, siendo
un indicador fundamental del deterioro sostenido de las condiciones de vida de la población
argentina.
10
Tabla 2. Años 1974-1988. Principales indicadores socioeconómicos.
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
PIB
(Var%)
PIB Per Cápita
(En $ ctes. 1993)
Var % Ocupados
Actividad
(En %)
Desempleo
(Aglom. EPH)
Subempleo
(Aglom. EPH)
6,7
0,6
0,5
7,4
-2,4
7,8
1,7
-5,7
-3,1
3,7
1,8
-6,6
7,3
2,6
-1,9
6.928
6.857
6.785
7.179
6.902
7.327
7.343
6.817
6.502
6.642
6.662
6.129
6.480
6.550
6.333
3,5
2,8
0,1
0,7
-0,1
1,2
0,9
-0,7
1,3
-1,1
2,8
0,3
3,3
0,0
0,9
40,4
39,9
39,3
38,7
38,9
38,3
38,4
38,4
38,4
37,4
37,9
38,1
38,7
39,2
39,1
4,2
3,7
4,8
3,3
3,3
2,5
2,6
4,8
5,3
4,7
4,6
6,1
5,6
5,9
6,3
5,0
5,4
5,3
4,0
4,7
3,8
5,2
5,5
6,6
5,9
5,7
7,3
7,4
8,4
7,9
Inversión
(% PIB)
Sector industrial
(% PIB)
Reservas
(Var %)
22,9
22,5
21,8
22,1
20,4
21,0
19,9
18,5
18,6
19,2
19,3
18,7
19,5
19,2
18,6
Res. Prim. Sec.
Público
(% PIB)
-2,7
-5,7
-4,9
-1,2
-1,6
-2,0
-2,2
-2,4
-2,2
-3,2
-1,3
4,5
4,6
2,1
-2,7
Deuda Externa
(1970=100)
18,9
19,6
21,2
24,1
21,5
22,1
24,0
21,3
18,4
17,7
16,8
14,7
15,9
17,8
17,6
Inversión Ext.
Directa
(Var%)
…
…
…
…
…
…
…
19,8
-72,8
-28,8
46,4
242,9
-37,5
-96,7
5936,8
Índice de Precios
Consumidor
(Var.)
Índice de Precios
Mayoristas
(Var.)
Salario Real
(1970=100)
Productividad
(1970=100)
Pobreza
(En %)
24,4
182,4
444,0
176,0
171,4
163,4
100,8
104,5
164,8
343,8
626,7
672,2
90,1
131,1
343,0
20,0
192,5
499,0
149,5
146,0
149,3
75,4
109,6
256,2
360,9
573,6
662,9
63,9
122,9
412,5
132,2
129,5
81,4
77,9
78,8
89,3
101,5
94,2
77,4
102,6
114,1
98,7
97,8
92,5
82,4
105,1
101,5
101,0
107,4
104,5
110,6
113,1
109,1
104,9
109,2
107,9
100,4
104,1
106,8
103,8
4,7
…
…
…
…
…
8,3
8,3
8,3
19,1
14,9
17,7
12,7
20,6
32,3
-5,1
-53,9
186,9
118,0
50,9
73,9
-28,1
-49,0
-19,0
6,4
9,2
71,6
-28,6
-20,0
92,0
Participación Masa
Salarial
(% PIB Precios
básicos)
48,8
47,4
30,4
29,2
32,3
35,2
40,5
38,0
28,7
33,2
39,1
38,8
40,4
38,4
32,4
Nota: Se tomó el PIB a precios constantes de 1993.
Fuente: Elaboración propia a partir de:
PIB: Gerchunoff y Llach (2008) y Ferreres (2005).
Población y Ocupados: CELADE-CEPAL, Ferreres (2005) y Kennedy (2012).
Actividad, Desempleo y Subempleo: EPH-INDEC.
Distribución Funcional: Kennedy (2012) y Lindenboim, Kennedy y Graña (2010).
Inversión Extranjera Directa: CEPAL.
Reservas BCRA y Deuda Externa: Ferreres (2005).
Sector Público: Ferreres, O. (2005) y Oficina Nacional de Presupuesto, MECON (período 2004-2012).
Índice de Precios: Gerchunoff y Llach (2008) e INDEC.
Salario Real y Productividad: Kennedy (2012)
Pobreza: SEDLAC (CEDLAS y Banco Mundial) y EPH-INDEC.
11
126,4
209,7
275,2
403,8
367,9
422,7
572,5
784,5
806,9
1081,2
1072,5
1076,3
1243,5
1460,1
1468,4
II. c. “Tiempo nuevo”. Crisis hiperinflacionaria, políticas de ajuste, reformas estructurales
y apertura económica (1988-2002).
La estampida hiperinflacionaria del verano de 1989, que implicó una entrega anticipada del
gobierno por parte del partido radical a la nueva administración justicialista de Carlos Menem,
hizo posible que éste avanzara en el proceso de reformas estructurales que había quedado trunco
en 1987. Como indicaron Damill y Frenkel (1993), la crisis hiperinflacionaria –de la que iba a
haber una nueva experiencia en 1990- generó una suerte de “consenso” que buscó presentar a la
política reformista como un proceso inevitable.
Esta nueva dinámica del capitalismo argentino se inscribió en los cambios ocurridos en el
contexto político-económico mundial, que Fanelli (2003) sitúa bajo el concepto de “segunda
globalización”. Esta nueva fase del comercio mundial se inició a mediados de los años setenta,
tras el abandono de los acuerdos de Bretton Woods por parte de los Estados Unidos, y, como ya
se indicó, el fin de los “treinta años gloriosos” y la crisis del petróleo (Nochteff, 1999). La segunda
globalización se caracterizó por el incremento de flujos de capitales financieros y los ciclos de
endeudamiento de los denominados países “en desarrollo”, lo que implicó el fin de los esquemas
semi-cerrados que habían proliferado desde la segunda posguerra. A nivel planetario, supuso el
cambio de las relaciones entre el capital y el trabajo, el incremento de la precarización laboral y
de las relocalizaciones del capital.
Las condiciones internacionales de la segunda globalización, fortalecidas por la caída del bloque
soviético, tomaron cuerpo en el denominado Consenso de Washington (Fischer, 2012). El mismo
convocaba a los países “emergentes” a estabilizar sus presupuestos –reduciendo el déficit fiscal-,
desregular y abrir la economía al comercio internacional, privatizar empresas públicas y dar lugar
a nuevos mercados para el capital extranjero. Los distintos países de la región avanzaron en la
aplicación de políticas de reforma para dejar atrás una fase de “estancamiento” que, según el
diagnóstico de esta hora, era resultado de la sustitución de importaciones “fácil” que había sido
protegida por el Estado.
El programa de estabilización basado en el Consenso de Washington tuvo un doble carácter. En
primer lugar, se avanzó sobre las empresas públicas iniciando el proceso de privatización que las
llevó a manos de grandes capitales nacionales e internacionales. En segundo lugar, se avanzó con
un programa de emergencia económica que redujo aranceles de protección, regímenes de
promoción y subsidios. Las denominadas reformas estructurales avanzaron, así, sobre el corazón
del modelo de acumulación que había sobrevivido a los sucesivos ensayos y shocks precedentes28.
Sin embargo, si bien el paquete de reformas estructurales permitió un mayor control sobre el
déficit público, no permitió recomponer el ciclo de crecimiento ni doblegar la inflación. Es por
ello que se estableció un régimen de paridad cambiaria fija, al estilo de una caja de conversión –
conocido como plan de convertibilidad-, y el Estado renunció a todo mecanismo de regulación
de política económica29. De este modo, la apertura comercial, la apreciación cambiaria y el tipo
Se trató de la “ley de emergencia económica” y la “ley de reforma del Estado” (Gerchunoff y Torre,
1996). La primera de ellas, además de terminar con la asistencia económica y los regímenes de promoción
industrial, concluía las preferencias dadas a empresas nacionales en las compras del Estado y avanzaba
sobre el empleo público y la administración. La segunda ley estableció un marco normativo para la
privatización de empresas públicas: desde las compañías telefónicas hasta los ferrocarriles, complejos
siderúrgicos, las rutas y los puertos.
28
29
El primer ensayo económico del gobierno menemista estuvo a cargo de ejecutivos del grupo Bunge y
Born y acabó en un nuevo episodio hiperinflacionario. Esto fue lo que llevó a establecer, a partir del 1° de
12
de cambio fijo debían permitir el “disciplinamiento” de los precios internos, al hacerlos converger
con la inflación norteamericana. Como señalan Damill, Frenkel y Maurizio (2003), el nuevo
sistema cambiario supuso a su vez un nuevo esquema de precios relativos, desfavorable para el
sector productor de bienes transables, y en general beneficioso para el sector productor de bienes
no transables y de servicios. En este último caso, además, las empresas privatizadas no sólo se
vieron beneficiadas por este esquema de precios, sino también por la obtención de ganancias
extraordinarias o de monopolio30.
La apertura comercial en el contexto del histórico carácter desequilibrado y estructuralmente
heterogéneo de la economía argentina tuvo efectos decisivos en términos del régimen social de
acumulación preexistente. Como indica Salvia (2012), en una economía capitalista periférica
sometida a una pauta de desarrollo desigual, cabe esperar que la apertura y la desregulación
agudicen la heterogeneidad estructural y tiendan a generar excedentes de población dada la baja
capacidad de absorción de fuerza de trabajo de los sectores más dinámicos. En este marco, se
observó a lo largo del período que las empresas tendieron a focalizarse en ámbitos en que pudieran
explotar ventajas comparativas, lo que llevó a la industria a adquirir un perfil re-primarizado
(Schorr, 2002). A la vez, las pequeñas y medianas empresas se vieron sometidas a la presión
competitiva de los bienes importados al tiempo que eran reemplazados como proveedores de las
grandes empresas. El balance fue, por lo tanto, de mayor concentración económica y
extranjerización –propiciada por la venta de empresas nacionales-, por un lado, y de retracción
productiva por otro. Si bien el descenso de la industria sobre el PIB no fue tan pronunciado como
para hablar de desindustrialización, es relevante constatar el cambio de perfil de la industria
argentina y sus consecuencias sobre distintos eslabonamientos preexistentes.
El nuevo modelo de estabilización fue muy exitoso en cuanto a sus metas en el corto plazo. A
diferencia de los sucesivos “shocks” ensayados con anterioridad, el nuevo programa –mucho más
amplio y ambicioso que los que le precedieron- permitió que el PIB volviera a crecer, que subiera
la inversión y que aumentara el ingreso de capitales junto al incremento correlativo de las reservas.
Sin embargo, el punto flaco del esquema implementado era que la apreciación cambiaria suponía
un abaratamiento de las importaciones, y esto provocaba un déficit crónico de la balanza
comercial. Dicho déficit debía cubrirse con el ingreso de capitales31. De acuerdo con el modelo
de caja de conversión, la falta de divisas iba a implicar una restricción del mercado local, haría
subir la tasa de interés doméstica –ya que la circulación de pesos se haría más exigua- y eso
atraería nuevos capitales, desandando el ciclo. Sin embargo, lo cierto es que el costo de este
modelo era una recesión, en la que el gobierno careció de instrumentos económicos de carácter
expansivo o contra cíclicos, por no disponer de elementos de política monetaria.
enero de 1992, un régimen de convertibilidad con paridad fija. Al renunciar a todo mecanismo de política
económica, el gobierno buscaba ya no “controlar” sino anular (Gerchunoff y Llach, 2008) la inflación.
30
De acuerdo con Gerchunoff y Torre (1996: 740), el proceso de privatización de empresas públicas se dio
en el marco de una relación de fuerzas desfavorable para el gobierno, acuciado por la necesidad de corregir
el desbalance fiscal para resolver el problema inflacionario. En este sentido, el gobierno cedió a los
potenciales compradores y el marco regulatorio resultante fue muy débil, de tal modo que el resultado fue
la configuración de cuasi rentas de privilegio. En idéntico sentido se pronuncia Abeles (1999).
31
Como indican Damill, Frenkel y Maurizio (2003), el esquema de caja de conversión fue posible en buena
medida por las bajas tasas de interés a nivel mundial vigentes a principios de los noventa y la gran
circulación de capital financiero, los que harían posible sostener el balance de pagos cuando éste tuviera
déficit. Algo similar había ocurrido durante los inicios de la dictadura militar (Nochteff, 1999).
13
Esta fragilidad externa del modelo económico se tornó evidente tras dos grandes crisis de los
países emergentes ocurridas en 1994 y en 1998 –la crisis mexicana y la crisis rusa,
respectivamente. En ambos casos, el esquema económico tambaleó como resultado de una fuerte
recesión originada por la fuga de capitales. Si bien la primera de ellas, que azotó a la economía
argentina en 1995, pudo ser capeada con financiamiento externo, la segunda de ellas selló el
destino del modelo de caja de conversión32. La nueva administración radical, electa en 1999,
buscó equilibrar las cuentas públicas y recuperar la confianza de los mercados reduciendo el gasto,
bajando sueldos y jubilaciones, entre otras medidas. Sin embargo, la crisis se profundizó. En este
marco, y bajo una aguda crisis institucional, en enero de 2002, un gobierno provisional encaró la
devaluación de la moneda y puso fin al modelo de caja de conversión.
Las reformas implementadas tuvieron diversos efectos sobre la dinámica macroeconómica y el
mercado de trabajo. En cuanto al desempeño del PIB, se aprecia que, entre 1988 y 1990 –el año
previo a la estabilización macroeconómica-, aquél se redujo 2,7% anual en promedio; mientras
que entre 1991 y 1998 el PIB se expandió a un promedio de 5,5% anual, con la sola excepción
del año 1995, resultado de la crisis del Tequila. Finalmente, entre 1999 y 2002, el PIB cayó 4,9%
anual en promedio. De esta manera, el PIB per cápita era, en 2002, 1% más bajo que en 1988 y
10% más bajo que en 1974, lo que permite evaluar la magnitud de la crisis de fines de siglo en la
Argentina (Tabla 3). Uno de los rasgos más acusados del nuevo régimen de acumulación fue la
llamada paradoja del crecimiento sin empleo (Monza, 2000). La destrucción de empleos
originada por la apertura económica y la reforma del Estado, así como los avances en materia de
cambios organizacionales en las empresas, junto con los despidos y retiros voluntarios, dieron a
esta etapa un característico rasgo regresivo en materia de absorción de fuerza de trabajo. Al mismo
tiempo, dada la apreciación cambiaria, se abarató relativamente el capital frente al trabajo, lo que
indujo cambios técnicos. En este marco, las firmas enfrentaron las nuevas condiciones
macroeconómicas con estrategias diversas, caracterizadas por las inversiones puntuales en el
proceso productivo tratando solucionar problemas específicos, las racionalizaciones de personal
agresivas o reordenamiento de las tareas en planta, y no siempre fueron exitosas (Kosacoff y
Ramos, 2001). A ello se sumaron las modificaciones encaradas sobre las regulaciones laborales
que transformaron decisivamente la relación salarial que había primado en la sociedad argentina
desde la posguerra (Neffa, 1998). Las ocupaciones tradicionalmente configuradas como “refugio”
no lograron revertir un panorama de creciente desocupación y pauperización33. En este marco,
como resultado de la aplicación del programa de reformas y ajuste estructural, se produjo un
incremento de la heterogeneidad de la estructura ocupacional, expresado en el aumento del
32
Cuando en diciembre de 1994 estalló, en México, la crisis del Tequila, la Argentina sufrió una fuerte fuga
de capitales que redujo sus reservas internacionales y provocó una contracción. Ésta sólo fue superada
cuando, en marzo de 1995, el gobierno acordó con el Fondo Monetario Internacional un nuevo crédito que
permitió sostener la convertibilidad. Por su parte, en agosto de 1998, la crisis rusa iba a sellar la suerte final
del modelo de convertibilidad. La fuga de capitales se aceleró y provocó una fuerte recesión, con su
correlato en la pauperización y en el deterioro del escenario laboral. Hacia el fin del ciclo, los organismos
multilaterales rechazaron seguir financiando a la Argentina y propiciaron una devaluación.
33
Una buena descripción del deterioro social de la Argentina y sus determinantes próximos en el largo
plazo se encuentra en Lindenboim (2012).
14
empleo en el sector informal34, pero también en la sostenida generación, por parte del modelo de
acumulación, de excedentes de fuerza de trabajo (Salvia, 2012)35.
En este escenario, el empleo se incrementó sólo 0,3% entre 1988 y 2002, con comportamientos
muy desiguales según el momento del ciclo económico. La tasa de desocupación trepó de 6,3 a
19,7% de la fuerza de trabajo y el subempleo pasó de 7,9 a 19,3%, en el marco de incrementos de
la tasa de actividad como respuesta al deterioro de los ingresos de la población ocupada. En efecto,
el salario real cayó 4% entre 1988 y 2001 y 28% si se toma como punto de comparación el año
2002, inmediatamente después de la devaluación de la moneda. Como un correlato de estos
procesos, la tasa de pobreza pasó de 20,6 a 49% en 2002. La participación asalariada en la
distribución factorial del ingreso reconoció una tendencia no lineal. En primer lugar, el efecto
inmediato de la estabilización fue una inicial recomposición de la participación en el ingreso,
como resultado de la mejora de las remuneraciones en un escenario de baja inflación. Sin
embargo, luego de llegar a un pico máximo a mediados de la década, la participación de los
salarios retornó a su dinámica descendente y llegó, en el año 2002, a niveles similares a los del
inicio de la dictadura militar (Lindenboim, Kennedy y Graña, 2010).
34
En la línea teórico-empírica de PREALC-OIT (1978), el concepto de sector informal pasó a definir a
aquellas unidades productivas con baja productividad, poca o nula distinción con las unidades domésticas,
y que típicamente se configuraron como “refugio” de la fuerza de trabajo que no encontraba ocupación en
el sector dinámico de la economía.
35
El concepto de masa marginal fue introducido por Nun (2003 [1969)] para dar cuenta de aquella parte
de la superpoblación relativa que no cumple un rol de ejército industrial de reserva para el proceso de
acumulación del sector capitalista más avanzado. Esta posición fue criticada por su planteo acerca de la “no
funcionalidad” de esa parte de la fuerza de trabajo (Villavicencio, 1978).
15
Tabla 3. Años 1988-2002. Principales indicadores socioeconómicos.
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
PIB
(Var%)
-1,9
-6,2
0,1
8,9
8,7
6,0
5,8
-2,8
5,5
8,1
3,9
-3,4
-0,8
-4,4
-10,9
PIB Per Cápita
(En $ ctes. 1993)
6.333
5.855
5.777
6.206
6.654
6.961
7.275
6.981
7.281
7.781
7.991
7.637
7.498
7.096
6.273
Inversión
(% PIB)
Sector industrial
(% PIB)
17,6
14,2
12,7
14,7
17,8
19,1
20,5
18,3
18,9
20,6
21,1
19,1
17,9
15,8
11,3
18,6
18,5
18,2
18,1
18,4
18,2
18,0
17,2
17,4
17,5
17,2
16,4
15,9
15,4
15,4
Índice de Precios
Consumidor
(Var.)
Índice de Precios
Mayoristas
(Var.)
Salario Real
(1970=100)
343,0
3079,5
2314,0
171,7
24,9
10,6
4,2
3,4
0,2
0,5
0,9
-1,2
-0,9
-1,1
25,9
412,5
3432,6
1606,9
110,5
6,0
1,6
0,7
7,8
3,6
0,1
-3,2
-3,8
4,1
-2,3
76,9
82,4
66,1
79,4
81,5
85,9
89,7
90,4
83,7
79,5
79,1
81,1
78,8
77,9
79,1
60,0
Var % Ocupados
0,9
2,1
0,1
3,8
1,5
0,9
-1,7
-3,2
-0,1
6,0
3,5
0,7
-1,5
-3,3
-5,9
Inversión Ext.
Directa
(Var%)
5936,8
-10,4
78,6
32,8
33,9
-36,0
25,6
56,8
30,0
3,0
-9,8
348,3
-57,2
-78,9
38,4
Actividad
(En %)
39,1
39,8
39,1
39,5
40,0
41,3
41,0
42,0
41,5
42,2
42,2
42,6
42,6
42,5
42,4
Desempleo
(Aglom. EPH)
6,3
7,6
7,5
6,5
7,0
9,6
11,4
17,5
17,2
14,9
12,9
14,3
15,1
17,4
19,7
Subempleo
(Aglom. EPH)
7,9
8,6
9,1
8,3
8,2
9,1
10,3
11,9
13,1
13,2
13,5
14,3
14,6
15,6
19,3
Reservas
(Var %)
Res. Prim. Sec.
Público
(% PIB)
-2,7
-2,3
-0,9
1,4
3,0
3,7
2,0
1,8
0,6
2,9
2,1
1,5
2,9
1,3
3,6
Deuda Externa
(1970=100)
Productividad
(1970=100)
Pobreza
(En %)
103,8
94,8
92,2
98,0
105,0
110,2
119,1
119,8
126,4
128,7
130,0
125,4
126,5
125,0
119,6
32,3
47,3
42,5
28,9
19,3
17,7
16,1
22,2
26,7
26,3
24,3
27,1
29,7
32,7
49,7
92,0
-48,1
75,9
55,9
34,2
44,8
3,2
-11,0
5,9
4,1
6,5
-2,6
-1,9
72,5
-65,4
Participación Masa
Salarial
(% PIB Precios
básicos)
32,4
28,1
37,8
42,4
45,8
46,2
44,5
41,9
37,9
38,2
40,3
41,2
39,4
40,0
30,8
Nota: Se tomó el PIB a precios constantes de 1993.
Fuente: Elaboración propia a partir de:
PIB: Gerchunoff y Llach (2008) y Ferreres (2005).
Población y Ocupados: CELADE-CEPAL, Ferreres (2005) y Kennedy (2012).
Actividad, Desempleo y Subempleo: EPH-INDEC.
Distribución Funcional: Kennedy (2012) y Lindenboim, Kennedy y Graña (2010).
Inversión Extranjera Directa: CEPAL.
Reservas BCRA y Deuda Externa: Ferreres (2005).
Sector Público: Ferreres, O. (2005) y Oficina Nacional de Presupuesto, MECON (período 2004-2012).
Índice de Precios: Gerchunoff y Llach (2008) e INDEC.
Salario Real y Productividad: Kennedy (2012)
Pobreza: SEDLAC (CEDLAS y Banco Mundial) y EPH-INDEC.
16
1468,4
1695,4
1575,7
1581,4
1665,7
1872,7
2154,8
2336,2
2608,4
2731,4
3005,7
3248,9
3417,0
3799,3
4028,8
II. d. La década pasada. Crecimiento económico y heterodoxia neodesarrollista (20022012).
La inviabilidad del modelo de economía abierta con sobrevaluación cambiaria –expresada en la
fragilidad externa y la virulencia con que impactaron las distintas crisis internacionales a lo largo
de la década del noventa, así como en el fuerte deterioro ya comentado del escenario sociolaboralcondujo a la crisis sistémica más destacada de la historia económica argentina. En este marco, un
gobierno provisional lanzó una serie de medidas de emergencia, entre las que se destacó la
finalización del régimen de convertibilidad y la devaluación de la moneda nacional36. Para
contener parte del fuerte efecto inflacionario de la devaluación, el gobierno implementó un
sistema de retenciones a las exportaciones que, adicionalmente, permitió reconstruir las finanzas
públicas y la capacidad de intervención estatal.
Luego de una fase en la que se habían impuesto los conceptos y lineamientos políticos de tipo
“pro-mercado”, hacia el final de la década de los noventa fue naciendo un nuevo consenso que
revisaba el esquema anterior y otorgaba al Estado una importancia crucial en el proceso de
acumulación37. De esta manera se configuró una suerte de consenso heterodoxo neodesarrollista38,
que fue tomando cuerpo y ganando adeptos en los distintos países de la región (Féliz, 2013). De
acuerdo con este “nuevo consenso” –y basándose en una revisión de los planteos clásicos de
CEPAL- la evolución macroeconómica de América Latina y su posibilidad de transitar una senda
de desarrollo, pasó a depender de la posibilidad de mantener un tipo de cambio real alto que
garantizara fuertes ingresos para el sector exportador concentrado (ya no sólo agrario sino, sobre
todo, agroindustrial) y de mantener ingresos laborales relativamente bajos, como una ventaja
competitiva frente a los países desarrollados (Bresser-Pereira, 2010)39. En la viabilidad de este
esquema resultaba crucial el papel activo del Estado en la economía.
Precisamente, el escenario macroeconómico resultante de la crisis argentina de comienzos de
siglo descansó en el mantenimiento de un tipo de cambio real competitivo y estable (Damill,
Frenkel y Rapetti, 2014) que hizo posible mejorar el balance comercial, al reducir sensiblemente
la capacidad importadora, lo que redundó en una mejora de las reservas internacionales. El
programa económico se complementó con una reestructuración de la deuda externa en el año
2005, luego de que la Argentina hubiera declarado su default en el año 2001 de forma unilateral.
En su conjunto, esta política implicó una reformulación del régimen social de acumulación que
se había consolidado en la etapa de reformas y supuso una “vuelta” al mercado interno como
rasgo fundamental de la nueva dinámica macroeconómica.
Este esquema hizo posible que se relanzara el ciclo de acumulación de capital en la economía
argentina. La mejora de las cuentas externas (tanto la cuenta corriente como la cuenta capital y
36
Se trató de la Ley 25.561 de Emergencia Pública y Reforma del régimen cambiario, sancionada en el año
2002.
37
El otrora Consenso de Washington es criticado, en la actualidad, por quienes lo habían impulsado
(Birsdall y De la Torre, 2001). Se argumenta que, en pos de la eficiencia se dejó a un lado la equidad
distributiva.
38
Este consenso tomó la forma en la firma de un documento, por parte de renombrados economistas,
titulado “Diez tesis sobre el nuevo desarrollismo”.
39
Como se recordará, para el pensamiento cepalino de Prebisch (1949) y para el enfoque de las estructuras
productivas desequilibradas, de Diamand (1972), el sector exportador debía proveer divisas para el sector
industrial, aunque no se mencionaba la necesidad de mantener un nivel salarial relativamente bajo. Véase
una excelente síntesis crítica de este modelo neodesarrollismo en Féliz (2012).
17
financiera), por un lado, permitió inicialmente moderar la restricción externa (Bekerman y otros,
2014) que había caracterizado a la dinámica cíclica del subdesarrollo argentino bajo el modelo
ISI. Por otro lado, el bajísimo nivel del salario real, permitió elevar fuertemente la tasa de ganancia
empresaria (CENDA, 2010). Este último aspecto movilizó la recuperación productiva, dado el
escenario especialmente favorable a la sustitución de importaciones y la existencia de capacidad
instalada ociosa. A esta recomposición contribuyeron también otros dos aspectos clave. Por un
lado, un nivel relativamente moderado de las tasas de interés hizo que las colocaciones financieras
perdieran parte del atractivo que habían tenido en la fase previa (Schorr, 2012). Por otro lado, la
nueva estructura de precios relativos era más favorable al sector productor de bienes transables
que a los prestadores de servicios. Esto último habría tenido que ver con el modo en que las clases
dominantes salieron de la crisis de la convertibilidad, en la que el sector dolarizado (empresas
privatizadas) “perdió” frente al capital concentrado local (cf. Basualdo, 2011).
En estas nuevas condiciones, la demanda de empleo se incrementó y se revirtieron algunas de
las tendencias más regresivas que se habían registrado en la etapa de reformas estructurales40. No
obstante, como apunta Schorr (2012), el perfil estructural del aparato productivo no se modificó
sustantivamente, dadas las condiciones de concentración y extranjerización vigentes desde la
etapa anterior. En este sentido, las actividades productivas siguieron fuertemente concentradas en
el procesamiento de recursos naturales, en el sector autopartista y en la construcción.
El nuevo panorama económico del país fue favorecido de forma significativa por el alza de los
precios internacionales de sus productos exportables, que benefició a todos los países de América
Latina. El riesgo intrínseco de este proceso fue mantener la fragilidad externa de la economía
argentina, al hacerla vulnerable a la inflación internacional41 y a las oscilaciones de precios, sin
propiciar transformaciones estructurales de la matriz productiva. En efecto, el alza de los precios
internacionales y el incremento acelerado de la inflación, condujeron a un progresivo deterioro
del esquema de “tipo de cambio real alto”. Al mismo tiempo, la creciente absorción de fuerza de
trabajo y la caída del desempleo permitió que se reinstalaran las negociaciones colectivas de
salarios, lo que impulsó al alza el salario real. En este contexto, dos de los pilares básicos del
modelo de acumulación se vieron fuertemente horadados.
En el marco de una economía dependiente y abierta al mercado mundial, las fluctuaciones de
precios internacionales introducen efectos negativos diversos sobre el proceso económico. El
boom de los precios de commodities se tradujo en inflación interna y deterioró el tipo de cambio
real lo que llevó a que el ritmo de crecimiento se volviera más lento. Desde entonces, la inflación
doméstica no cesó de crecer, alterando el esquema que se había generado y dando lugar a partir
de 2007 a una suerte de “segunda fase” en el modelo económico. A esto se añadió la política
expansiva en materia de gasto público implementada por el Estado tras la crisis mundial de 2009,
Los sectores productores de bienes transables lideraron una fuerte reactivación económica –que llegó a
niveles de crecimiento de 9% promedio del PIB entre 2003 y 2007- con una elevada intensidad en la
creación de empleo (Marshall y Perelman, 2012; González, 2011)
40
41
El boom de las commodities, alimentado por la especulación financiera y la apuesta a los mercados de
futuros, se convirtió en un riesgo interno para el propio proceso de acumulación sobre todo a partir de 2007,
cuando el alza de los precios internacionales condujo a un aumento de la “inflación importada”. Esto,
sumado a la política del gobierno de mantener el tipo de cambio alto (vía devaluaciones periódicas) condujo
a una aceleración de la inflación a partir de ese año. El gobierno argentino intentó implementar, a partir de
2008, un sistema de “retenciones móviles” para reducir el impacto del alza de precios exportables sobre el
mercado doméstico, pero fue derrotado en el Parlamento tras un extenso conflicto con el sector
agropecuario.
18
y que nunca se redujo, haciendo que aumentara el déficit fiscal42. Estas políticas contribuyeron a
acelerar la inflación, provocando la revaluación del peso y deteriorando la competitividad de la
economía (Gerchunoff, 2014). En este nuevo contexto, reapareció la restricción externa
(Bekerman, 2014), es decir, la falta de divisas necesarias para hacer frente a las importaciones,
expresión de un nuevo desajuste en la cuenta corriente del balance de pagos43. El grado de
semejanza con el clásico ciclo de “stop and go” comentado en la primera sección aún es materia
de investigación. Con la reaparición de la restricción externa, parecen reemerger las tensiones de
la estructura productiva desequilibrada, pero ahora abierta al mercado mundial y en niveles más
altos de concentración y extranjerización.
Justamente, la dificultad que enfrenta este modelo económico heterodoxo para propiciar un
cambio estructural introduce acerca de su capacidad para producir cambios duraderos en la
desigualdad distributiva. De todos modos, tuvo consecuencias diversas sobre el desempeño
macroeconómico, el mercado de trabajo y la desigualdad. En primer lugar, luego de que en 2002
la Argentina experimentara una retracción de casi 11% en su PIB, entre 2003 y 2012 el mismo
creció a un promedio de 7,2% anual, con picos de más de 9%. Sobre esta base, se dio uno de los
procesos de recuperación más intensos y vertiginosos de la historia económica del país. Como ya
se indicó, dentro de este cuadro global, se advierte un período de mayor crecimiento, hasta 2007,
y un período más errático, desde entonces hasta la actualidad, en el que la macroeconomía
acumuló tensiones inflacionarias y cambiarias.
La fuerte dinámica de la demanda laboral producto del reacomodamiento de precios provocado
por la devaluación, generó un crecimiento sostenido de la tasa de empleo, a pesar de que la calidad
de los puestos de trabajo y las formas de inserción ocupacional que compusieron este aumento
continuaron mostrando matices heterogéneos. A nivel general, el empleo aumentó 3,3% anual
promedio entre 2003 y 2012, luego de la destrucción neta de empleos del año 2002, aunque
nuevamente se advierten dos fases diferenciadas asociadas al proceso de acumulación: entre 2003
y 2007, el volumen de empleo creció 5,3% anual, mientras que entre 2008 y 2012 lo hizo en 1,4%
anual, dando cuenta del ya comentado menor dinamismo que se abrió en la economía argentina
tras el deterioro del tipo de cambio real alto y competitivo. En este marco, la tasa de desocupación
cayó de 19,7 a 7,2% entre puntas del período y el subempleo horario se redujo de 19,3 a 8,7% de
la fuerza de trabajo. Si bien los salarios reales se recuperaron de la declinación previa, se
encontraban en 2012 a niveles de 1995, lo que explica parcialmente que, pese a las mejoras
observadas en el mercado de trabajo, no se haya producido una reducción equivalente de la
pobreza, que abarcaba a 23,7% de la población urbana en 2012 (Tabla 4).
En este sentido, la distribución funcional del ingreso también exhibe los resultados de estas
tendencias: entre 2002 y 2010 –último dato disponible- los asalariados incrementaron su
participación en el ingreso en alrededor de 11 p.p., si bien este guarismo apenas los ubicaba a
niveles de mediados de los años noventa. De conjunto se advierte que a lo largo de esta fase
42
La política expansiva pudo ser sostenida en base a dos expedientes fundamentales: en primer lugar, se
nacionalizó el sistema de jubilaciones y pensiones a partir de 2008, lo que implicó un ingreso de fondos
para el Estado y la adquisición de los bonos que el extinto sistema de capitalización tenía en su poder. En
2012, además, se modificó la Carta Orgánica del Banco Central, habilitando la emisión monetaria para
financiar el déficit. Dicha Carta Orgánica se había modificado a comienzos del gobierno de Menem para
asegurar que éste dejaría de financiar al Tesoro y, de este modo, el déficit de las cuentas públicas. Fue un
“gesto” más para generar confianza acerca del nuevo orden macroeconómico que quería imponerse.
43
La referencia a la crisis externa no sería completa si no se menciona, como recuerdan Damill, Frenkel y
Rapetti (2014) la intensa fuga de capitales que comenzó ya en 2008 y que perjudicó las reservas del país.
19
persistieron dos rasgos relevantes que se habían consolidado en la estructura ocupacional durante
la década de reformas estructurales: por un lado, un segmento “secundario” de empleos precarios,
no registrados o de bajos ingresos que se mantuvo a lo largo de todo el período; y, por otro, el
peso de las ocupaciones en el sector microempresario informal como parte importante de la
demanda total de empleo (Salvia, Vera y Poy, 2015).
Tabla 4. Años 2002-2012. Principales indicadores socioeconómicos.
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
PIB
(Var%)
PIB Per Cápita
(En $ ctes. 1993)
Var % Ocupados
Actividad
(En %)
Desempleo
(Aglom. EPH)
Subempleo
(Aglom. EPH)
-10,9
8,8
9,0
9,2
8,5
8,7
6,8
0,9
9,2
8,9
1,9
6.273
6.773
7.325
7.933
8.532
9.194
9.733
9.734
10.540
11.384
11.509
-5,9
6,4
7,4
4,4
5,2
3,0
1,6
1,3
1,4
2,3
0,6
42,4
45,1
45,9
45,7
46,3
46,1
45,9
46,1
45,9
46,3
46,2
19,7
16,9
13,6
11,6
10,2
8,5
7,9
8,7
7,7
7,2
7,2
19,3
17,4
15,1
12,6
11,2
8,7
8,8
10,1
9,1
8,5
8,7
Inversión
(% PIB)
Sector industrial
(% PIB)
Inversión Ext.
Directa
(Var%)
Reservas
(Var %)
Res. Prim. Sec.
Público
(% PIB)
Deuda Externa
(1970=100)
11,3
14,3
17,7
19,8
21,7
22,6
23,1
20,6
22,8
24,5
22,8
15,4
16,4
16,8
16,6
16,6
16,5
16,1
15,9
16,0
16,3
15,9
38,4
-68,4
292,7
14,7
-21,6
60,4
67,7
-60,3
213,5
-11,0
19,8
-65,4
22,6
42,9
42,9
14,1
44,1
0,5
3,4
8,7
-11,1
-6,7
3,6
4,8
5,3
3,3
3,5
3,2
2,6
0,5
1,8
-1,0
-0,2
4028,8
4940,5
5406,6
3051,5
2851,1
3303,8
3007,0
2883,4
3242,0
3415,5
s/d
Índice de Precios
Consumidor
(Var.)
Índice de Precios
Mayoristas
(Var.)
Salario Real
(1970=100)
Participación Masa
Salarial
(% PIB Precios
básicos)
Productividad
(1970=100)
Pobreza
(En %)
25,9
13,4
4,4
9,7
10,9
8,8
8,6
6,0
10,3
9,5
9,8
76,9
17,8
7,4
8,3
10,4
9,9
12,8
6,9
14,5
12,7
12,8
60,0
55,9
59,5
63,5
70,5
73,1
74,7
79,1
79,4
82,2
83,5
30,8
29,3
30,4
31,6
34,1
35,6
37,4
41,2
41,4
sd
sd
119,6
120,7
121,4
126,6
130,4
137,3
143,7
143,2
153,5
162,9
165,5
49,7
51,7
42,7
38,0
29,4
24,6
24,9
21,0
27,8
22,6
23,7
Nota: Se tomó el PIB a precios constantes de 1993.
Fuente: Elaboración propia a partir de:
PIB: Gerchunoff y Llach (2008) y Ferreres (2005).
Población y Ocupados: CELADE-CEPAL, Ferreres (2005) y Kennedy (2012).
Actividad, Desempleo y Subempleo: EPH-INDEC.
Distribución Funcional: Kennedy (2012) y Lindenboim, Kennedy y Graña (2010).
20
Inversión Extranjera Directa: CEPAL.
Reservas BCRA y Deuda Externa: Ferreres (2005).
Sector Público: Ferreres, O. (2005) y Oficina Nacional de Presupuesto, MECON (período 2004-2012).
Índice de Precios: Gerchunoff y Llach (2008) e INDEC.
Salario Real y Productividad: Kennedy (2012)
Pobreza: SEDLAC (CEDLAS y Banco Mundial), EPH-INDEC y ODSA-UCA.
III. INCIDENCIA DE LOS DISTINTOS MODELOS DE ACUMULACIÓN SOBRE LA
DESIGUALDAD
En esta sección se expone la evolución seguida por la desigualdad distributiva en cada uno de
los períodos considerados anteriormente. Recuperando la dimensión histórica y los datos
presentados, se busca indagar en qué medida las transformaciones en el régimen de acumulación
fueron dando lugar a distintas pautas de desigualdad distributiva al nivel de los hogares.
III. a. Fase final de la industrialización sustitutiva (1974-1988)
Como se señaló anteriormente, los años finales de la industrialización sustitutiva se
caracterizaron por un crónico estancamiento económico y una inflación persistente, así como por
una debilidad de la demanda de empleo y el deterioro de la distribución funcional del ingreso.
¿Qué ocurrió, en este contexto, con la distribución del ingreso medida a nivel de los hogares?
Una primera aproximación surge de la Tabla 5, en la que se aprecia que, entre 1974 y 1982, el
decremento neto del PIB per cápita se tradujo en una caída de 4,9% promedio anual del ingreso
per cápita familiar y de 5,2% en el ingreso total familiar disponible en los hogares del Gran
Buenos Aires. La siguiente fase del período analizado, entre 1982 y 1988 muestra, en cambio, un
comportamiento estable en el ingreso de los hogares, en paralelo al estancamiento del PIB per
cápita. Debe recordarse que en este segundo momento de la llamada “década perdida” fue cuando
se implementó un programa de estabilización (el Plan Austral) que permitió una inicial
recomposición de los ingresos y del PIB44.
Tabla 5. Tasas anuales de variación del PIB(*) per cápita, del ingreso per cápita familiar y del
ingreso total familiar, Argentina: 1974-2012 (períodos seleccionados)
Reformas Estructurales
Final de la ISI
44
Neodesarrollismo
Debe tenerse en cuenta, cuando se consideran los ingresos a partir de la Encuesta Permanente de Hogares,
que los mismos pueden estar eventualmente afectados por dos circunstancias propias de este tipo de
instrumentos. Por un lado, una subdeclaración de ingresos por parte de los respondentes, especialmente de
mayores niveles educativos (Salvia, 2012). Por otro lado, existe truncamiento, que remite a la dificultad de
captar a los hogares de ingresos superiores a partir del diseño muestral y del operativo de relevamiento.
21
1974-1982
1982-1988
1988-1998
1998-2003
2003-2007
2007-2012
PIB per cápita
-0.7
-0.4
2.4
-2.5
7.1
4.2(**)
Ingreso per cápita familiar
-4.9
0.1
3.9
-6.1
9.5
1.7
Ingreso total familiar
-5.2
0.0
2.5
-6.3
9.0
1.1
Notas: (*) Se tomó el PIB a precios de mercado en pesos de 1993. Los ingresos corresponden al Área Gran Buenos
Aires relevados por EPH // (**) Existe una discrepancia entre la evolución del PIB y los ingresos que deriva de que
ambos se deflactan con índices diferentes. A partir de 2007, el Estado argentino comenzó a subestimar la tasa de
inflación, lo que repercute en el modo de calcular el crecimiento del PIB, mientras que para la deflación del ingreso
de los hogares se utiliza un índice alternativo.
Fuente: Elaboración propia en base a EPH-INDEC y Dirección Nacional de Cuentas Nacionales (MECON).
En el marco indicado, corresponde preguntarse ahora: ¿cuál fue el efecto de estos cambios en
los ingresos sobre la desigualdad distributiva? En la Tabla 6 se presentan una serie de medidas
de desigualdad, al sólo efecto de mostrar que la tendencia observada es consistente. En adelante,
el análisis se concentra en el coeficiente de Gini.
Tabla 6. Coeficientes de desigualdad del ingreso total familiar, per cápita familiar y por
perceptor, en hogares urbanos del Área Gran Buenos Aires, 1974-2012.
1974
(Oct)
1982
(Oct)
1988
(Oct)
1998
(May)
2003
(May)
2003
(III T)
2007
(II T)
2012
(II T)
0.365
0.219
0.417
0.438
0.463
0.483
0.495
0.423
0.393
Coeficiente de Theil
0.297
0.327
0.448
0.408
0.413
0.301
0.253
Varianza de los logaritmos
0.478
0.554
0.657
0.857
0.819
0.916
0.708
0.602
Coeficiente de Gini
0.356
0.425
0.443
0.498
0.513
0.533
0.456
0.426
Coeficiente de Theil
0.217
0.363
0.346
0.448
0.472
0.503
0.371
0.315
Varianza de los logaritmos
0.417
0.538
0.672
0.857
0.991
1.084
0.800
0.684
Coeficiente de Gini
0.311
0.387
0.413
0.438
0.451
0.458
0.390
0.360
Coeficiente de Theil
0.172
0.300
0.308
0.355
0.368
0.384
0.283
0.227
Varianza de los logaritmos
0.324
0.409
0.518
0.610
0.663
0.745
0.544
0.456
Conceptos de ingreso
Ingreso total familiar
Coeficiente de Gini
Ingreso per cápita familiar
Ingreso por perceptor
Fuente: Elaboración propia en base a microdatos de la EPH-INDEC, ondas indicadas.
Los datos al respecto son elocuentes. La fase final del modelo sustitutivo fue testigo de un
incremento sostenido de la desigualdad de ingresos familiares. El coeficiente de Gini pasó de
0,356 a 0,425 en los años 1974-1982, dando cuenta del impacto del programa de shock y apertura
del gobierno militar. El coeficiente de Gini de los ingresos totales familiares mantuvo una
tendencia incremental muy similar. En el mismo lapso, el primer quintil perdió 1 p.p. de
participación en el ingreso, mientras que el quintil más alto ganó casi 6 p.p. Por su parte, si bien
durante mediados de la década hubo una leve retracción de la desigualdad –por los factores
comentados acerca del efecto antiinflacionario del Plan Austral-, en 1988 el coeficiente de Gini
era de 0,443, lo que muestra la tendencia ascendente del deterioro distributivo. En ese lapso, el
22
quintil más pobre perdió casi 1 p.p. de participación en el ingreso, mientras que el quintil más alto
logró aumentar la suya en una proporción similar (Gráficos 1 y 2).
Gráfico 1. Evolución del coeficiente de Gini del Ingreso per cápita familiar (IPCF), del ingreso total
(ITF) y del Ingreso por Perceptor, en hogares urbanos del Área Gran Buenos Aires, 1974-2012.
Nota: las discontinuidades de las series indican modificaciones de la forma de captación de los ingresos.
Fuente: Tabla 6.
Gráfico 2. Evolución de los quintiles de ingreso per cápita familiar (IPCF) en hogares urbanos del
Área Gran Buenos Aires, 1974-2012.
Nota: las discontinuidades de las series indican modificaciones de la forma de captación de los ingresos.
Fuente: Elaboración propia en base a microdatos de la EPH-INDEC, ondas indicadas.
¿Cuáles fueron los mecanismos a través de los cuales la dinámica macroeconómica habría
operado sobre la desigualdad? Al respecto, cabe señalar que existe cierto consenso en la literatura
especializada en relación al fuerte impacto que el congelamiento salarial y el debilitamiento
23
sindical –dos elementos fundamentales que, como se vio, integraban el plan económico del
gobierno militar- tuvieron sobre la desigualdad distributiva de los ingresos per cápita familiares
(Altimir y Beccaria, 2001; Altimir, Beccaria y González Rozada, 2002; Cruces y Gasparini,
2009). Al mismo tiempo, en el contexto de un régimen de alta inflación (Frenkel, 1989), las
empresas habrían desarrollado incentivos para retener al personal más calificado, mientras se
ampliaba la brecha con los ocupados de menor nivel de calificación.
La recuperación del poder de los sindicatos al término del gobierno militar y durante la apertura
democrática, permitió una mejora de las remuneraciones que incidió, sobre todo, entre los
ocupados menos calificados, lo que mantuvo estable la brecha de remuneraciones. A su vez, el
plan de estabilización de 1985, al posibilitar una reducción de la inflación, permitió una inicial
recuperación de ingresos que también morigeró el aumento secular de la desigualdad. Sin
embargo, a lo largo de toda la década, la desigualdad se habría incrementado, principalmente, por
el efecto del desempleo (Altimir, Beccaria y González Rozada, 2002; Benza y Calvi, 2005), cuyo
incremento fue la contracara de la debilidad de la demanda de empleo a lo largo de toda la fase.
Una hipótesis relevante que deberá ser examinada es cuál fue la contribución de los distintos
sectores que componen la estructura económica –caracterizada por su heterogeneidad a lo largo
de todo el proceso de desarrollo económico argentino- a la desigualdad durante esta fase. En
efecto, es dable suponer que, dado que una de las características fundamentales de la economía
argentina era la fuerte presencia de un estrato de productividad intermedia dirigido al mercado
interno (Llach, 1978), el embate propiciado por los distintos programas de shock haya impactado
específicamente sobre este sector originando una mayor dualidad estructural del aparato
productivo e incrementando, de ese modo, la desigualdad de ingresos de la fuerza de trabajo según
su inserción sectorial.
La última fase de vigencia del régimen de acumulación por sustitución de importaciones fue
testigo, de este modo, de un incremento importante de la desigualdad distributiva como correlato
del deterioro del entramado productivo y de las modificaciones en la estructura socio-ocupacional.
La sociedad argentina pasó, de este modo, de una estructura más homogénea y de menores brechas
relativas entre sectores sociales45, a una sociedad más desigual y fragmentada, consolidando un
nuevo patrón de desigualdad distributiva que se haría más nítido en la siguiente etapa del proceso
económico46.
III. b. Reformas estructurales y apertura económica (1988-2002)
45
Las estimaciones pioneras acerca de la desigualdad distributiva, realizadas por CEPAL (1987) y Altimir
(1986), muestran que entre los años cincuenta y setenta no se registraban niveles elevados de desigualdad
(si bien con momentos de ascenso, frutos evidentes del comportamiento cíclico de la economía)
seguramente como consecuencia de una mayor homogeneidad estructural que iría a aumentar en las décadas
siguientes. Sobre la distribución del ingreso y sus límites a lo largo de la industrialización sustitutiva, véase
Canitrot (1975).
46
En la literatura especializada, suele señalarse que el punto de inflexión del modelo sustitutivo estuvo en
1976, con el advenimiento de la dictadura militar (véase, entre otros: Castellani, 2002 y Basualdo, 2011).
Sin embargo, desde el punto de vista ocupacional, uno de los rasgos sobresalientes es el bajo desempleo
registrado durante esta etapa, que obliga a destacar la continuidad con el período de la industrialización
sustitutiva. El deterioro parece comenzar hacia mediados de los ochenta, haciéndose palmario en los años
noventa. En Neffa (1998) se encuentra también una periodización alternativa a la usualmente empleada en
la literatura.
24
Las profundas transformaciones registradas tras el agotamiento de la fase sustitutiva y el
impasse de los años ochenta tuvieron diversas consecuencias sobre el mercado laboral y el
comportamiento macroeconómico. Como puede apreciarse en la Tabla 5, en una primera etapa,
el PIB per cápita tuvo un comportamiento positivo, y los ingresos de los hogares –tanto per cápita
como totales- evolucionaron en la misma dirección, entre 1988 y 1998. Sin embargo, a partir de
ese año, que marcó el agotamiento del modelo de caja de conversión y el inicio de una fuerte
recesión –provocada por la falta de financiamiento externo- se observó una tendencia inversa y
más acentuada: el PIB per cápita entre 1998 y 2003 registró una tendencia a la caída y los ingresos
de los hogares se desmoronaron en una cuantía mayor.
En este contexto, las reformas estructurales bajo una política neoliberal parecen haber dado lugar
a una intensificación de la tendencia precedente en materia de desigualdad distributiva –es decir,
consolidando niveles que ya se habían instalado en la etapa anterior-. En efecto, entre 1988 y
1998, el coeficiente de desigualdad de Gini de los ingresos per cápita familiares pasó de 0,443 a
0,498. Una tendencia semejante siguió el coeficiente de Gini de los demás tipos de ingresos. Debe
resaltarse que, al igual que ocurrió con el Plan Austral, la instalación del esquema de caja de
conversión, a fines de 1991, tuvo un inicial efecto de morigeración de la desigualdad, por su efecto
antiinflacionario. Ahora bien, más allá de esta reducción circunstancial, la desigualdad siguió su
curso ascendente: entre 1998 y mayo de 2003, el coeficiente de Gini pasó de 0,498 a 0,513, es
decir, el momento más álgido de toda la historia económica argentina. A su vez, estas tendencias
son coincidentes con la participación de los hogares en la distribución del ingreso: a lo largo de
la década reformista, el quintil más pobre perdió 2 p.p. de participación, mientras que el quintil
más rico ganó más de 6 p.p. (Gráficos 1 y 2).
¿Cuáles fueron los distintos resortes que dieron lugar a esta dinámica? En primer lugar, la
hiperinflación condujo a un deterioro de ingresos combinado con un desempleo en ascenso que
repercutió sobre el deterioro de la distribución del ingreso. El programa de estabilización
implementado a partir de 1991 permitió una recomposición de los ingresos que benefició
especialmente a los ocupados de menor nivel de calificación, especialmente castigados por la
crisis anterior (Altimir y Beccaria, 2001; Altimir, Beccaria y González Rozada, 2002). Ahora
bien, el ciclo ascendente de la desigualdad vigente entre 1994 y 2003 estuvo definido, según la
literatura, por el efecto del creciente desempleo, que afectó sobre todo a los sectores más
empobrecidos; y por el aumento de las brechas entre los trabajadores más calificados y los menos
calificados47. El aumento de la demanda de calificaciones –probablemente un correlato de la
incorporación de nuevas tecnologías en el proceso de apertura económica- explicaría esta
dinámica seguida por la desigualdad (Benza y Calvi, 2005). Al mismo tiempo, como ya se apuntó,
la apertura económica, con su correlato sobre la heterogeneidad estructural, tuvo efectos
específicos sobre la desigualdad distributiva (Salvia, 2012; Salvia y Vera, 2013). En esta línea, la
mayor desigualdad distributiva se vio impulsada, a lo largo de la década, por una mayor
contribución de los sectores más dinámicos de la economía, los cuales aumentaron su brecha
respecto del resto de la estructura de ingresos. Esta tendencia se vio contrarrestada por el aporte
47
Al respecto, Maurizio (2001) encontró un efecto de credencialismo en este comportamiento, es decir,
que dada la débil demanda de empleo vigente durante la década, los trabajadores más calificados habrían
ocupado puestos para los que estaban sobrecalificados, y así habrían desplazado a los trabajadores peor
posicionados. En Salvia (2012: 392) se presenta un argumento que discute con esta tesis, y señala que la
demanda de calificaciones habría sido un requisito genuino de la concentración y extranjerización vigentes
durante la década, mientras que los trabajadores con calificación obsoleta se habrían refugiado en el
subempleo inestable.
25
de los ingresos provenientes del sector microempresario informal, expresión de su deterioro como
resultado de la política de reformas y apertura económica. El empobrecimiento del sector más
atrasado de la economía junto con el mayor dinamismo del sector formal y público moderno, son
efectos directos de la mayor heterogeneidad estructural en el marco de una economía periférica
que se “abre” al mercado mundial.
La debilidad de origen del esquema económico resultante de las reformas estructurales radicó
en la acentuación del propio carácter desequilibrado de la economía argentina. En vez de inducir
transformaciones en la productividad que se generalizarían (como un “derrame”) hacia el resto
del entramado económico, la apertura económica trajo aparejadas una mayor concentración y
desigualdad entre los sectores productivos que pudieron hacerle frente y los que no, de modo que
se incrementaron el desempleo y la pobreza. Se ampliaron las brechas ocupacionales y la
desigualdad, de tal modo que se configuró un patrón de crecimiento a la vez estable y desigual,
en el que el dato relevante fue la escasa demanda de fuerza de trabajo. Es decir que, en condiciones
de globalización, la apertura económica de una estructura heterogénea, fue la ampliación de su
propia heterogeneidad.
III. c. Crecimiento económico y heterodoxia neodesarrollista (2002-2012)
Tras la explosión del modelo de caja de conversión, se modificaron las principales tendencias
observadas hasta el momento. Entre 200348 y 2007, el PIB per cápita se expandió a una tasa
promedio anual de 7,1% y los ingresos de los hogares lo hicieron a tasas de 9,5 y 9% (per cápita
familiar y total familiar, respectivamente). En contraste, y tal como se señaló anteriormente, la
fase 2007-2012 se corresponde con una relativa desaceleración del crecimiento económico y,
correlativamente, de los ingresos monetarios de los hogares (Tabla 5).
Este cambio de tendencia en materia de ingresos y de crecimiento económico durante el ciclo
neodesarrollista condujo a la reversión de la tendencia observada en materia de desigualdad
económica. En efecto, como se observa en la Tabla 6, las distintas medidas utilizadas son
consistentes en señalar que la desigualdad distributiva se reduce sistemáticamente a lo largo del
período. Entre 2003 y 2007, el coeficiente de Gini del ingreso per cápita familiar concentra el
mayor decremento de la serie, pasando de 0,533 a 0,456 como resultado de la nueva dinámica
macroeconómica. Por su parte, entre 2007 y 2012, la desigualdad continuó su tendencia bajista,
aunque con menor aceleración: el coeficiente de Gini pasó de 0,456 a 0,426. Ambas tendencias
se verifican también en el coeficiente de Gini del ingreso total familiar. A su vez, entre puntas del
período considerado, el quintil más pobre incrementó su participación en el ingreso familiar en 2
p.p., llegando su participación a niveles de los años ochenta, mientras que el quintil más rico
perdió casi 10 p.p. (Gráficos 1 y 2).
¿Cuáles son los mecanismos a los que cabe imputar el comportamiento observado por la
desigualdad distributiva? En primer lugar, la literatura especializada destaca el papel que jugó la
demanda de empleo en la mejora distributiva. En particular, y a diferencia de lo ocurrido en la
década de reformas estructurales, la sustitución de importaciones permitió una demanda de
empleo más vigorosa y con elevada participación de ocupados no calificados o semi-calificados
(Cruces y Gasparini, 2009). Este factor se habría complementado con un menor impacto del
desempleo en los hogares, y la ya mencionada recuperación sindical habría favorecido la
recomposición de salarios. Al mismo tiempo, como resultado del mayor capital educativo, se
Se utiliza este año como una aproximación del período –que conceptualmente se inicia en 2002- debido
a los cambios metodológicos en la Encuesta Permanente de Hogares a partir del segundo semestre de 2003.
48
26
habrían reducido a lo largo de esta fase las “primas” a la educación, lo que permitió que se acorten
las brechas entre trabajadores según nivel de calificación (Beccaria y Maurizio, 2012). A su vez,
y tratándose de los ingresos familiares, debe considerarse la importante intervención en materia
de política social implementada por el Estado, bajo la forma de subsidios al consumo de servicios
públicos, política de transferencia de ingresos (vía programas sociales y pensiones no
contributivas) y a través de la seguridad social, que se manifestó en la ampliación de la cobertura
previsional. El análisis del comportamiento sectorial de la estructura ocupacional aporta otros
elementos de relevancia, para dar cuenta de cómo la heterogeneidad estructural incidió sobre la
desigualdad en esta fase post-reformas. Como señalan Salvia y Vera (2013), entre 2003 y 2010,
en primer término, el sector privado formal contribuyó de forma importante a la reducción de la
desigualdad. En este resultado incidió principalmente el papel jugado por los trabajadores
independientes profesionales, mientras que los asalariados contribuyeron positivamente hacia una
mayor desigualdad, por su capacidad para concentrar ingresos. En segundo lugar, el sector
microempresario también contribuyó hacia una reducción de la desigualdad, por su menor
participación en la masa total de ingresos, y expresión del “empobrecimiento” de ese sector –
correlato de la persistente heterogeneidad estructural-. Por último, el sector público operó en
sentido contrario hacia una mayor desigualdad.
Tras una década de crecimiento económico bajo políticas heterodoxas de orientación
neodesarrollista, han renacido las tensiones cíclicas de la economía argentina, en el contexto de
la segunda globalización y con un elevado nivel de concentración económica. La existencia de
desequilibrios sectoriales y desigualdad persistente, en el marco de la reaparición de la
“restricción externa” que históricamente limitó al modelo de acumulación sustitutivo, ponen en
duda la viabilidad del propio crecimiento para producir un proceso de desarrollo económico con
convergencia social.
IV. REFLEXIONES FINALES
Este trabajo ha examinado las relaciones existentes entre las transformaciones ocurridas en el
régimen social de acumulación en la sociedad argentina y la desigualdad distributiva durante los
últimos cuarenta años de historia. En este sentido, se propuso una periodización que explicara a
grandes trazos los cambios en la desigualdad: (a) la fase final del modelo de sustitución de
importaciones, con vigencia en la Argentina entre 1930 y mediados de los años ’70; (b) la etapa
de reformas estructurales implementadas tras la crisis hiperinflacionaria de 1989 y 1990; (c) la
etapa neodesarrollista de crecimiento bajo políticas heterodoxas que se inició después de la crisis
de comienzos del nuevo siglo y que actualmente se mantendría vigente.
Cada una de estas fases estuvo asociada a una cierta pauta de desigualdad distributiva. Durante
la primera, partiendo de una relativa homogeneidad, se consolidó un patrón cada vez más desigual
en el contexto de estancamiento económico y aumento del desempleo. Resta por ver, en esta etapa
–y como línea de investigación en curso-, en qué medida el deterioro de un sector de productividad
“intermedia” (es decir, no exportador pero tampoco marginal), que fue característico de la fase
sustitutiva, tuvo directa relación con el empeoramiento distributivo y la polarización cada vez
más significativa de la sociedad argentina. A lo largo de la segunda fase –caracterizada por las
reformas estructurales- la desigualdad se profundizó aún más, no sólo como correlato de un mayor
desempleo abierto, sino también a raíz de una mayor heterogeneidad estructural de la economía
propiciada por la apertura y la sobrevaluación cambiaria. Por último, durante la tercera de
políticas heterodoxas tuvo lugar una reducción de la desigualdad distributiva, en un contexto de
27
mayor demanda interna, pero sin cambios estructurales a nivel productivo y de los mercados de
trabajo.
Esta investigación pone el acento en el estrecho vínculo existente entre la desigualdad
económica y el estilo de crecimiento vigente en una sociedad de capitalismo periférico. En la
medida que no tenga lugar un proceso de desarrollo integral con convergencia productiva, la
distribución del ingreso seguirá determinada por las segmentaciones y desigualdades estructurales
que atraviesan al sistema productivo y al mercado de trabajo.
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31
ANEXO METODOLÓGICO
Consistencia de la fuente de datos. Para la construcción de los datos que se presentaron en este
trabajo se utilizaron los datos de la Encuesta Permanente de Hogares relevada por el INDEC, para
los años 1974, 1980, 1982, 1986, 1988 y 1990 (ondas octubre de la modalidad EPH-Puntual); los
años 1992, 1994, 1998, 2001 y 2003 (ondas mayo de la modalidad EPH-Puntual); y los años 2003
(III Trimestre) 2005, 2007, 2010 y 2012 (II Trimestre, de la modalidad EPH-Continua). En la
historia de la EPH tuvieron lugar diferentes cambios metodológicos y muestrales. Al respecto,
corresponde distinguir dos grandes modificaciones. La primera de ellas (fase de “Base Usuaria
Ampliada”), implementada a partir de 1995, implicó la mejor captación de ingresos familiares, lo
que supone que se modifican las variables preexistentes. La segunda transformación fundamental
del instrumento fue a partir de 2003 (Encuesta Permanente de Hogares “Continua”). En este
punto, se cambiaron la estructura de solapamiento de la muestra, el instrumento de relevamiento,
los períodos de medición (se pasó de dos ondas anuales a cuatro ventanas por año) y los
procedimientos para la captación de ingresos y de diversas formas de empleo no registrado
(INDEC, 2003). En este documento no se ha realizado ningún tipo de empalme de las series. Sin
embargo, para dar cuenta de las modificaciones aludidas, se optó por marcar, a través de series
discontinuadas, los cambios acontecidos en el instrumento de medición49.
Tratamiento de los ingresos no declarados. Con el objetivo de disminuir la pérdida de
información por no declaración de ingresos, se tomó la decisión de estimar por tipo de fuente los
ingresos personales no declarados, para la encuesta en su modalidad “puntual” –es decir, la serie
1974-2003 (mayo)- a partir de un modelo de regresión multivariado para la determinación de los
ingresos por perceptor y tipo de ingreso (véase al respecto Salvia y Donza, 1999 y Salvia, 2012).
En la modalidad EPH “continua” (2003-2012), el propio INDEC hace una imputación por registro
y tipo de fuente de los ingresos no declarados y dado que arroja resultados similares a los que
surgen del modelo propio, para simplificar las comparaciones con datos provenientes del
organismo, se decidió aceptar el método de imputación de ingresos diseñado por el INDEC para
estas bases.
49
En trabajos previos se han utilizado estrategias de empalme para resolver el problema de las
modificaciones de la EPH. Véase al respecto Salvia et. al., (2008), Salvia y Vera (2010), Salvia, Vera y Poy
(2015).
32
ANEXO ESTADÍSTICO
Tabla AE.1. Principales Indicadores considerados.
PIB
(Var%)
PIB Per Cápita
(En $ ctes. 1993)
Var % Ocupados
Actividad
(En %)
Desempleo
(Aglom. EPH)
Subempleo
(Aglom. EPH)
1974
6,7
6.928
3,5
40,4
4,2
5,0
1975
0,6
6.857
2,8
39,9
3,7
5,4
1976
0,5
6.785
0,1
39,3
4,8
5,3
1977
7,4
7.179
0,7
38,7
3,3
4,0
1978
-2,4
6.902
-0,1
38,9
3,3
4,7
1979
7,8
7.327
1,2
38,3
2,5
3,8
1980
1,7
7.343
0,9
38,4
2,6
5,2
1981
-5,7
6.817
-0,7
38,4
4,8
5,5
1982
-3,1
6.502
1,3
38,4
5,3
6,6
1983
3,7
6.642
-1,1
37,4
4,7
5,9
1984
1,8
6.662
2,8
37,9
4,6
5,7
1985
-6,6
6.129
0,3
38,1
6,1
7,3
1986
7,3
6.480
3,3
38,7
5,6
7,4
1987
2,6
6.550
0,0
39,2
5,9
8,4
1988
-1,9
6.333
0,9
39,1
6,3
7,9
1989
-6,2
5.855
2,1
39,8
7,6
8,6
1990
0,1
5.777
0,1
39,1
7,5
9,1
1991
8,9
6.206
3,8
39,5
6,5
8,3
1992
8,7
6.654
1,5
40,0
7,0
8,2
1993
6,0
6.961
0,9
41,3
9,6
9,1
1994
5,8
7.275
-1,7
41,0
11,4
10,3
1995
-2,8
6.981
-3,2
42,0
17,5
11,9
1996
5,5
7.281
-0,1
41,5
17,2
13,1
1997
8,1
7.781
6,0
42,2
14,9
13,2
1998
3,9
7.991
3,5
42,2
12,9
13,5
1999
-3,4
7.637
0,7
42,6
14,3
14,3
2000
-0,8
7.498
-1,5
42,6
15,1
14,6
2001
-4,4
7.096
-3,3
42,5
17,4
15,6
2002
-10,9
6.273
-5,9
42,4
19,7
19,3
2003
8,8
6.773
6,4
45,1
16,9
17,4
2004
9,0
7.325
7,4
45,9
13,6
15,1
2005
9,2
7.933
4,4
45,7
11,6
12,6
2006
8,5
8.532
5,2
46,3
10,2
11,2
2007
8,7
9.194
3,0
46,1
8,5
8,7
2008
6,8
9.733
1,6
45,9
7,9
8,8
2009
0,9
9.734
1,3
46,1
8,7
10,1
2010
9,2
10.540
1,4
45,9
7,7
9,1
2011
8,9
11.384
2,3
46,3
7,2
8,5
2012
1,9
11.509
0,6
46,2
7,2
8,7
33
Tabla AE.1. Principales Indicadores considerados
(cont.)
Inversión
(% PIB)
Sector industrial
(% PIB)
Inversión Ext.
Directa
(Var%)
Reservas
(Var %)
Res. Prim. Sec.
Público
(% PIB)
Deuda Externa
(1970=100)
1974
18,9
22,9
1975
19,6
22,5
…
-5,1
-2,7
126,4
…
-53,9
-5,7
1976
21,2
209,7
21,8
…
186,9
-4,9
1977
275,2
24,1
22,1
…
118,0
-1,2
403,8
1978
21,5
20,4
…
50,9
-1,6
367,9
1979
22,1
21,0
…
73,9
-2,0
422,7
1980
24,0
19,9
…
-28,1
-2,2
572,5
1981
21,3
18,5
19,8
-49,0
-2,4
784,5
1982
18,4
18,6
-72,8
-19,0
-2,2
806,9
1983
17,7
19,2
-28,8
6,4
-3,2
1081,2
1984
16,8
19,3
46,4
9,2
-1,3
1072,5
1985
14,7
18,7
242,9
71,6
4,5
1076,3
1986
15,9
19,5
-37,5
-28,6
4,6
1243,5
1987
17,8
19,2
-96,7
-20,0
2,1
1460,1
1988
17,6
18,6
5936,8
92,0
-2,7
1468,4
1989
14,2
18,5
-10,4
-48,1
-2,3
1695,4
1990
12,7
18,2
78,6
75,9
-0,9
1575,7
1991
14,7
18,1
32,8
55,9
1,4
1581,4
1992
17,8
18,4
33,9
34,2
3,0
1665,7
1993
19,1
18,2
-36,0
44,8
3,7
1872,7
1994
20,5
18,0
25,6
3,2
2,0
2154,8
1995
18,3
17,2
56,8
-11,0
1,8
2336,2
1996
18,9
17,4
30,0
5,9
0,6
2608,4
1997
20,6
17,5
3,0
4,1
2,9
2731,4
1998
21,1
17,2
-9,8
6,5
2,1
3005,7
1999
19,1
16,4
348,3
-2,6
1,5
3248,9
2000
17,9
15,9
-57,2
-1,9
2,9
3417,0
2001
15,8
15,4
-78,9
72,5
1,3
3799,3
2002
11,3
15,4
38,4
-65,4
3,6
4028,8
2003
14,3
16,4
-68,4
22,6
4,8
4940,5
2004
17,7
16,8
292,7
42,9
5,3
5406,6
2005
19,8
16,6
14,7
42,9
3,3
3051,5
2006
21,7
16,6
-21,6
14,1
3,5
2851,1
2007
22,6
16,5
60,4
44,1
3,2
3303,8
2008
23,1
16,1
67,7
0,5
2,6
3007,0
2009
20,6
15,9
-60,3
3,4
0,5
2883,4
2010
22,8
16,0
213,5
8,7
1,8
3242,0
2011
24,5
16,3
-11,0
-11,1
-1,0
3415,5
2012
22,8
15,9
19,8
-6,7
-0,2
s/d
34
Tabla AE.1. Principales Indicadores considerados
(cont.)
Índice de Precios
Consumidor
(Var.)
Índice de Precios
Mayoristas
(Var.)
Salario Real
(1970=100)
Participación
Masa Salarial
(% PIB Precios
básicos)
Productividad
(1970=100)
Pobreza
(En %)
1974
24,4
20,0
132,2
48,8
105,1
4,7
1975
182,4
192,5
129,5
47,4
101,5
…
1976
444,0
499,0
81,4
30,4
101,0
…
1977
176,0
149,5
77,9
29,2
107,4
…
1978
171,4
146,0
78,8
32,3
104,5
…
1979
163,4
149,3
89,3
35,2
110,6
…
1980
100,8
75,4
101,5
40,5
113,1
8,3
1981
104,5
109,6
94,2
38,0
109,1
8,3
1982
164,8
256,2
77,4
28,7
104,9
8,3
1983
343,8
360,9
102,6
33,2
109,2
19,1
1984
626,7
573,6
114,1
39,1
107,9
14,9
1985
672,2
662,9
98,7
38,8
100,4
17,7
1986
90,1
63,9
97,8
40,4
104,1
12,7
1987
131,1
122,9
92,5
38,4
106,8
20,6
1988
343,0
412,5
82,4
32,4
103,8
32,3
1989
3079,5
3432,6
66,1
28,1
94,8
47,3
1990
2314,0
1606,9
79,4
37,8
92,2
42,5
1991
171,7
110,5
81,5
42,4
98,0
28,9
1992
24,9
6,0
85,9
45,8
105,0
19,3
1993
10,6
1,6
89,7
46,2
110,2
17,7
1994
4,2
0,7
90,4
44,5
119,1
16,1
1995
3,4
7,8
83,7
41,9
119,8
22,2
1996
0,2
3,6
79,5
37,9
126,4
26,7
1997
0,5
0,1
79,1
38,2
128,7
26,3
1998
0,9
-3,2
81,1
40,3
130,0
24,3
1999
-1,2
-3,8
78,8
41,2
125,4
27,1
2000
-0,9
4,1
77,9
39,4
126,5
29,7
2001
-1,1
-2,3
79,1
40,0
125,0
32,7
2002
25,9
76,9
60,0
30,8
119,6
49,7
2003
13,4
17,8
55,9
29,3
120,7
51,7
2004
4,4
7,4
59,5
30,4
121,4
42,7
2005
9,7
8,3
63,5
31,6
126,6
38,0
2006
10,9
10,4
70,5
34,1
130,4
29,4
2007
8,8
9,9
73,1
35,6
137,3
24,6
2008
8,6
12,8
74,7
37,4
143,7
24,9
2009
6,0
6,9
79,1
41,2
143,2
21,0
2010
10,3
14,5
79,4
41,4
153,5
27,8
2011
9,5
12,7
82,2
sd
162,9
22,6
2012
9,8
12,8
83,5
sd
165,5
23,7
Fuente: Tablas 2, 3 y 4.
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