PDF - Comunità di Sant`Egidio

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La oración de San Egidio
14/08/2005 - 28/08/2005
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
14/08/2005
Liturgia del domingo
XX del tiempo ordinario
Recuerdo de San Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor, que aceptó morir en el
campo de concentración de Auschwitz para salvar la vida de otro hombre
Primera Lectura
Isaías 56,1.6-7
Así dice Yahveh: Velad por la equidad y practicad la justicia, que mi salvación está para
llegar y mi justicia para manifestarse. En cuanto a los extranjeros adheridos a Yahveh
para su ministerio, para amar el nombre de Yahveh, y para ser sus siervos, a todo
aquel que guarda el sábado sin profanarle y a los que se mantienen firmes en mi
alianza, yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración. Sus
holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi altar. Porque mi Casa será llamada
Casa de oración para todos los pueblos.
Salmo responsorial
Salmo 66 (67)
¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga,
su rostro haga brillar sobre nosotros! Pausa.
Para que se conozcan en la tierra tus caminos,
tu salvación entre todas las naciones.
¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos,
todos los pueblos te den gracias!
Alégrense y exulten las gentes,
pues tú juzgas al mundo con justicia,
con equidad juzgas a los pueblos,
y a las gentes en la tierra gobiernas. Pausa.
¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos,
todos los pueblos te den gracias!
La tierra ha dado su cosecha:
Dios, nuestro Dios, nos bendice.
¡Dios nos bendiga, y teman ante él
todos los confines de la tierra!
Segunda Lectura
Romanos 11,13-15.29-32
Os digo, pues, a vosotros, los gentiles: Por ser yo verdaderamente apóstol de los
gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar celos en
los de mi raza y salvar a alguno de ellos. Porque si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los
muertos? Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables. En efecto, así como
vosotros fuisteis en otro tiempo rebeldes contra Dios, mas al presente habéis
conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así también, ellos al presente se han
rebelado con ocasión de la misericordia otorgada a vosotros, a fin de que también ellos
consigan ahora misericordia. Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía
para usar con todos ellos de misericordia.
1
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 15,21-28
Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer
cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí,
Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.» Pero él no le respondió
palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando
detrás de nosotros.» Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas
de la casa de Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor,
socórreme!» El respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perritos.» «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas
que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu
fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.
Homilía
Jesús, escribe Mateo, desde la región de Galilea se retiró hacia Tiro y Sidón (el actual
Líbano), antiguas ciudades fenicias, marineras y de comerciantes, ricas y prósperas
pero también marcadas por egoísmos e injusticias especialmente hacia los pobres. No
por casualidad los profetas del Antiguo Testamento pronuncian diferentes oráculos de
desventuras hacia estas ciudades. Isaías se dirige a Sidón y le dice: “Avergüénzate” (Is
23, 4), y Ezequiel preanuncia a Tiro su destrucción por la soberbia que la anima (Ez
26,1-21; 27,1-36). Sin embargo, el pecado de quien no acepta la predicación de Jesús
es estigmatizado como mucho mayor del realizado por Tiro y Sidón. En efecto, estas –
dice Jesús- si hubieran recibido la predicación del Evangelio se habrían convertido.
Recibirán, por tanto, una suerte mejor el día del juicio: “¡Ay de ti Betsaida! Porque si en
Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha
que en sayal y ceniza se habrían convertido”.
Jesús acude a esta región y de inmediato aparece una mujer “cananea”. Es una
pagana. Ciertamente ha oído hablar bien de Jesús y no quiere perder la ocasión para
que haga una intervención milagrosa sobre su hija. Llegada ante él, invoca ayuda para
su hija “endemoniada”. No obstante la actitud distante de Jesús, ella no desiste en
suplicar ayuda. Su insistencia provoca la intervención de los discípulos. De forma
análoga al episodio de la multiplicación de los panes, ellos querrían que Jesús la
despidiera: “Despídela, que viene gritando detrás de nosotros”, le sugieren. Pero Jesús
responde diciendo que su misión está limitada a Israel. Aquella mujer, en absoluto
resignada, suplica una segunda vez y con palabras sencillas pero duras como el drama
de su hija: “¡Señor, socórreme!”. Jesús responde con una inaudita dureza: “No está
bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Con el apelativo de “perros”,
en la tradición bíblica, retomada de los textos judaicos, se alude a los adversarios, a los
pecadores y a los pueblos paganos idólatras.
La mujer saca el máximo partido de esta expresión de Jesús y dice: “Sí, Señor, pero
también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Incluso
los perros, los excluidos, se conforman con las migajas si se les tiran. Esta mujer
pagana osa resistirse a Jesús; en cierto modo lo fuerza a mostrarse misericordioso. Por
lo demás, ¿no había dicho Jesús: “llamad y se os abrirá”? La insistencia de la mujer
conmueve a Jesús que, con una expresión inusitada en los Evangelios, dice: ésta es
una “fe grande”. El mismo elogio tuvo Jesús con el centurión, y ambos son paganos.
Una vez más el Evangelio nos propone la esencialidad de la confianza en Dios que
libera de la angustia de confiar sólo en nosotros mismos y en los hombres. La fe de
ésta mujer convence a Jesús para realizar la curación. Escribe el evangelista:
“Entonces Jesús le respondió: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y
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desde aquél momento quedó curada su hija”. A una fe como ésta ni siquiera Dios
puede resistirse.
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15/08/2005
Fiesta de la Asunción
Fiesta de la Asunción
Primera Lectura
Apocalipsis 11,19; 12,1-6
Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el
Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte
granizada. Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna
bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita
con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el
cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete
diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó
sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para
devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de
regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y
hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios
para ser allí alimentada 1.260 días.
Canto de los Salmos
Salmo 44 (45)
Bulle mi corazón de palabras graciosas;
voy a recitar mi poema para un rey:
es mi lengua la pluma de un escriba veloz.
Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán,
la gracia está derramada en tus labios.
Por eso Dios te bendijo para siempre.
Ciñe tu espada a tu costado, oh bravo,
en tu gloria y tu esplendor
marcha, cabalga,
por la causa de la verdad, de la piedad, de la
justicia.
¡Tensa la cuerda en el arco, que hace terrible tu
derecha!
Agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos,
desmaya el corazón de los enemigos del rey.
Tu trono es de Dios para siempre jamás;
un cetro de equidad, el cetro de tu reino;
tú amas la justicia y odias la impiedad.
Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido
con óleo de alegría más que a tus compañeros;
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mirra y áloe y casia son todos tus vestidos.
Desde palacios de marfil laúdes te recrean.
Hijas de reyes hay entre tus preferidas;
a tu diestra una reina, con el oro de Ofir.
Escucha, hija, mira y pon atento oído,
olvida tu pueblo y la casa de tu padre,
y el rey se prendará de tu belleza.
El es tu Señor, ¡póstrate ante él!
La hija de Tiro con presentes,
y los más ricos pueblos recrearán tu semblante.
Toda espléndida, la hija del rey, va adentro,
con vestidos en oro recamados;
con sus brocados el llevada ante el rey.
Vírgenes tras ella, compañeras suyas,
donde él son introducidas;
entre alborozo y regocijo avanzan,
al entrar en el palacio del rey.
En lugar de tus padres, tendrás hijos;
príncipes los harás sobre toda la tierra.
¡Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones,
y los pueblos te alaben por los siglos de los siglos!
Segunda Lectura
Primera Corintios 15,10-26
Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí.
Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que
está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que
habéis creído. Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos
¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?
Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos
testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien
no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en
vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si
solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más
dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los
muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre
la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del
mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero
cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego,
el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo
Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus
enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte.
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Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,39-56
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto
oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena
de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos
colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor
de Abraham y de su linaje por los siglos.» María permaneció con ella unos tres meses,
y se volvió a su casa.
Homilía
En el corazón del mes de agosto la Iglesia de Oriente y la de Occidente celebran la
fiesta de la asunción de María. Es un recuerdo que hunde sus raíces en los primeros
siglos de la Iglesia. En Oriente, de donde quizá toma el origen, todavía hoy es llamada
“Dormición de la Virgen”. San Teodoro el Estudita, sorprendido ante esta verdad, se
preguntaba: “¿Con qué palabras explicaré tu misterio?. Mi mente está en dificultad... es
un misterio insólito y sublime, que trasciende todas nuestras ideas”. Y añadía: “Aquella
que se convierte en madre en el parto permanece siendo virgen incorrupta, porque era
Dios el engendrado. Así, en tu dormición vital, diferenciándote de todas las demás, tú
sola te revistes con todo el derecho de la gloria de la persona completa de alma y
cuerpo”. Y concluía: “Te has adormecido, sí, pero no para morir; asunta, pero no dejas
de proteger al género humano”.
El antiguo icono de la Dormición narra que mientras se aproximaba el día del final
terrenal de la Madre de Jesús, los ángeles advirtieron a los apóstoles dispersos por
todo el mundo, y ellos rápidamente acudieron al lecho de María. Podríamos decir que
se recomponía, en cierto modo, la escena de Pentecostés, cuando ellos, en el
cenáculo, “perseveraban en la oración con María” (Hch 1, 14). Ahora están de nuevo
alrededor de ella y le cuentan todas las maravillas que el Señor ha realizado a través
de su predicación. La tradición cuenta que, apenas terminaron su narración, María se
adormeció. Esta escena se ha convertido en el icono que describe la fiesta de hoy: al
centro está Jesús que tiene entre sus brazos a una niña, es María que se ha hecho
“pequeña” para el Reino, que es conducida por el Señor al cielo. Podríamos decir que
la fiesta de hoy recuerda el último tramo de ese viaje que María inició justo después del
saludo del ángel. Hemos escuchando del evangelio según Lucas que “En aquellos
días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá”. En aquellos días María corría desde Galilea hacia una pequeña
ciudad cercana a Jerusalén para ir a encontrar a su prima Isabel. Hoy la vemos correr
hacia la montaña de la Jerusalén celestial para encontrar, finalmente, el rostro del
Padre y a su Hijo. Hay que decir que jamás María, en el viaje de la vida, se separó de
su Hijo. Hoy la vemos llegar a la montaña de Dios “vestida de sol, con la luna bajo los
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pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1), y entrar en el cielo. Ha
sido la primera de los creyentes; es la primera en ser llevada al cielo. Fue la primera
que tomó en brazos a Jesús cuando todavía era niño; ahora es la primera en ser
tomada por los brazos del Hijo. Ella es la primera ciudadana del cielo. Verdaderamente
el Señor derriba los poderosos del trono y exalta los humildes. Es un gran misterio el
que hoy celebramos. Es el misterio de María, pero también el misterio de todos
nosotros, o incluso más, el misterio de la historia. En efecto, por el camino de la
asunción que empezó María, se encaminan también los pasos de todos los que unen
su vida al Hijo, como María unió a él la suya. Las páginas bíblicas de esta liturgia nos
sumergen en este misterio de salvación. El Apocalipsis rasga el cielo de la historia
donde se enfrentan el bien y el mal: por una lado la mujer y el hijo, por otro el dragón
rojo coronado. La lectura cristiana ha visto en esta página la figura de María (imagen de
la Iglesia) y del Cristo. María y el Cristo, íntimamente unidos, son el signo altísimo del
bien y de la salvación. En la otra orilla el dragón, símbolo monstruoso de la violencia, y
rojo como la sangre que derrama, embriagado por el poder (las cabezas coronadas).
María, con Jesús, forma la nueva “pareja” que salva el mundo. Si al inicio de la historia
Adán y Eva fueron vencidos por el maligno, en la plenitud de los tiempos el nuevo Adán
y la nueva Eva derrotan definitivamente el Enemigo. Con la victoria de Jesús sobre el
Mal, también la Muerte es vencida, y sobresalen en el horizonte de la historia la
resurrección del Hijo y la asunción de la Madre. También nosotros estaremos en
cuerpo al lado del Señor. Se podría decir que con María comienza la victoria plena de
la resurrección; comienzan los cielos nuevos y la tierra nueva. El Magnificat se puede
convertir, por tanto, en nuestro canto, el canto de toda la humanidad que ve al Señor
inclinarse sobre todos los hombres y todas la mujeres, humildes criaturas, y asumirlos
consigo en el Cielo. Hoy, junto al de la humilde mujer de Galilea, sentimos con especial
alegría el Magnificat de todas aquellas mujeres sin nombre, a las que nadie recuerda,
las pobres mujeres aplastadas por el peso de la vida y el drama de la violencia, que por
fin se sienten abrazadas por manos afectuosas y fuertes que las consuelan y las
conducen hasta el cielo. Sí, hoy es también la asunción de las pobres mujeres por
parte de Dios. Es la asunción de las esclavas, de las mujeres del tercer mundo
obligadas a doblegarse hasta la tierra; es la asunción de las niñas obligadas a un
trabajo inhumano y golpeadas prematuramente por la muerte; es la asunción de las
mujeres que se ven obligadas a sucumbir en el cuerpo y en el espíritu ante la violencia
ciega de los hombres; es la asunción de las mujeres que trabajan a escondidas sin que
nadie se acuerde de ellas. Hoy, el Señor ha derribado a los poderosos de sus tronos y
ha exaltado a las mujeres humildes y desconocidas, ha dispersado a los ricos y fuertes
con las manos vacías y ha colmado de bienes a las mujeres hambrientas de pan y de
amor, de amistad y de ternura. Estrechémonos alrededor de la Madre de Dios y de
todas las mujeres pobres de este mundo, como hicieron aquel día los apóstoles, para
poder ser también nosotros asuntos por el Señor en su amor.
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16/08/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Recuerdo de San Esteban (+1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y promovió
la evangelización en el país.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 6,52-59
Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna,
y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí,
y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre,
también el que me coma
vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron vuestros padres,
y murieron;
el que coma este pan vivirá para siempre.»
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.
La sinagoga está llena de gente y la mayoría de los presentes mira a Jesús de forma
malévola: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Hablan así porque no
quieren rebajarse para preguntar a uno que creen que está a su nivel, no quieren
humillarse para confesar su hambre, tender la mano como hacen los pobres y los
mendigos. El que está saciado no pide, el que está lleno de sí no se inclina. En verdad,
aunque estemos saciados y rodeados de bienes, de alimento y de palabras, tenemos
hambre, hambre de felicidad, hambre de amor. Y quizá los pobres pueden ser nuestros
maestros en el pedir y en el tener la mano. Ellos manifiestan lo que nosotros somos:
mendigos de amor y de atención. Los pobres tienen hambre, no sólo de pan sino
también de amor, y de igual manera nosotros. Jesús dice a todos: “El que coma este
pan vivirá para siempre”. Para tener la vida no es suficiente querer, no es suficiente
entender, es necesario comer. Debemos hacernos mendigos de un pan que el mundo
no sabe producir y obviamente tampoco sabe dar. Como los pobres que piden pan, así
somos nosotros cuando nos reunimos alrededor de la mesa eucarística: ella anticipa el
cielo sobre la tierra. Aquí encontramos lo que sacia el hambre y la sed para la
eternidad. Jesús mismo, que ha caminado con los discípulos durante los días de la
semana, se para y come con nosotros como con los dos discípulos de Emaús.
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17/08/2005
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 125 (126)
Cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión,
como soñando nos quedamos;
entonces se llenó de risa nuestra boca
y nuestros labios de gritos de alegría.
Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas
ha hecho Yahveh con éstos!
¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahveh,
el gozo nos colmaba!
¡Haz volver, Yahveh, a nuestros cautivos
como torrentes en el Négueb!
Los que siembran con lágrimas
cosechan entre cánticos.
Al ir, va llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando
trayendo sus gavillas.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 6,60-69
Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede
escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por
esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde
estaba antes?... «El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada.
Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía
desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y
decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.
Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le
respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida
eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»
Nos encontramos en la conclusión del “discurso del pan”. El evangelista quiere
decirnos que Jesús “es” el pan y no que “tiene” el pan, como pensaba la gente. Es una
afirmación que hasta los discípulos consideran excesiva. “Es duro este lenguaje” dicen.
Quizá intuyen que acoger un amor tan grande implica toda su vida. ‘Es demasiado’,
parecen murmurar, y abandonan a Jesús. Habrían aceptado un Dios cercano, pero no
que entrase tan profundamente en su vida. Amigos, pero de lejos; discípulos, pero
hasta un cierto punto. Para Jesús, en cambio, el lazo radical con él es determinante.
Este es el Evangelio que ha venido comunicar a los hombres. No puede renunciar a él.
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Se dirige a los “Doce” (es la primera vez que aparece este término en el Evangelio de
Juan) y les pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Es uno de los
momentos más dramáticos de la vida de Jesús. Habría podido quedarse solo, pero no
podía renegar del Evangelio. Jesús no puede dejar de pretender un amor exclusivo.
Pedro, tomando la palabra, dice: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de
vida eterna”. No dice “dónde” iremos, sino “a quién” iremos”. El Señor Jesús es la
salvación.
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18/08/2005
Memoria de la Iglesia
Canto de los Salmos
Salmo 126 (127)
Si Yahveh no construye la casa,
en vano se afanan los constructores;
si Yahveh no guarda la ciudad,
en vano vigila la guardia.
En vano madrugáis a levantaros,
el descanso retrasáis,
los que coméis pan de fatigas,
cuando él colma a su amado mientras duerme.
La herencia de Yahveh son los hijos,
recompensa el fruto de las entrañas;
como flechas en la mano del héroe,
así los hijos de la juventud.
Dichoso el hombre que ha llenado
de ellas su aljaba;
no quedarán confusos cuando tengan pleito
con sus enemigos en la puerta.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 7,44-52
Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron
donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: «¿Por qué no le habéis
traído?» Respondieron los guardias: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese
hombre.» Los fariseos les respondieron: «¿Vosotros también os habéis dejado
embaucar? ¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente
que no conoce la Ley son unos malditos.» Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el
que había ido anteriormente donde Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin
haberle antes oído y sin saber lo que hace?» Ellos le respondieron: «¿También tú eres
de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta.»
9
Después de Cafarnaún, cuando todos, excepto los Doce, le han abandonado, Jesús
deja Galilea y se dirige hacia Jerusalén. Sabe bien que sus palabras pueden costarle la
vida. Efectivamente, el capítulo séptimo de Juan se abre precisamente con la decisión
de los jefes de Israel de hacer callar a ese joven profeta, se ha vuelto demasiado
incómodo. Si es necesario, hay que eliminarle hasta con la muerte. Es la historia de
muchos mártires cristianos cuya voz ha sido truncada por la violencia homicida. Aquella
voz libre y con autoridad debía ser detenida. Los jefes del pueblo decidieron, por tanto,
enviar algunos soldados para arrestarle. Pero también ellos fueron conquistados:
“Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre”. Nadie habla como él: enseña
a querer a los demás sin medida. Es una voz que nunca se ha oído: enseña que los
verdaderamente bienaventurados son los pobres, que bienaventurados son los no los
violentos, que son los mansos y no los poderosos los que poseerán la tierra. Sin
embargo, Jesús no es un héroe imposible, no es un maestro severo que imparte
órdenes y preceptos imposibles. Jesús es el hombre del amor sin límites. Por esto lo
han matado. Pero ha resucitado y su palabra actúa cada vez que el Evangelio es
comunicado. Pero esto sigue provocando hostilidad y oposición. El Evangelio es
contestado porque elimina en cada uno de nosotros el egocentrismo radical al que
nadie quiere renunciar.
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19/08/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 8,1-11
Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en
el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los
escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le
dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos
mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para
tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con
el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E
inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban
retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la
mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están?
¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo
te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»
Una adúltera es literalmente arrojada a tierra delante de Jesús. Según la ley de Moisés
tenía que ser lapidada. Pero Jesús, ante esta escena violenta, calla; se inclina hacia
tierra y escribe en la arena. El Señor de la palabra no habla. Sólo los acusadores gritan
enloquecidamente. También la mujer calla, sólo sabe que su vida pende de un hilo, de
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una sentencia que puede salir de la boca del joven profeta. Finalmente, Jesús levanta
la cabeza y, dirigiéndose a aquellos fariseos acusadores, dice: “Aquel de vosotros que
esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Se inclina de nuevo hacia el suelo y
continúa escribiendo. El evangelista señala: “Se iban retirando uno tras otro,
comenzando por los más viejos”. Es un momento de verdad. Al final nadie queda allí
salvo Jesús y aquella mujer: el misericordioso y la pecadora. Jesús empieza a hablar,
con el tono que solía utilizar con las personas difíciles: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie
te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.
Jesús, el único sin pecado, el único que habría podido lanzar una piedra contra ella, le
dice palabras de perdón y de amor. Es este el Evangelio que los discípulos deben
acoger y comunicar al mundo al inicio de este nuevo siglo tan necesitado de perdón.
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20/08/2005
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 9,1-41
Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:
«Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús:
«Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos
que trabajar en las obras del que me ha enviado
mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo,
soy luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el
barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir
Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y los que solían verle antes,
pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?» Unos
decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía:
«Soy yo.» Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?» El
respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo:
"Vete a Siloé y lávate." Yo fui, me lavé y vi.» Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?» El
respondió: «No lo sé.» Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era
sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le
preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: «Me puso barro sobre los ojos,
me lavé y veo.» Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no
guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes
señales?» Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú
qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» El respondió: «Que es un profeta.» No
creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los
padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el
que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» Sus padres respondieron:
«Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora,
no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos.
Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.» Sus padres decían esto por
miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno
le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres:
«Edad tiene; preguntádselo a él.» Le llamaron por segunda vez al hombre que había
sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un
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pecador.» Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego
y ahora veo.» Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» El
replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra
vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?» Ellos le llenaron de
injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de
Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde
es.» El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es
y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores;
mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído
decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de
Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado
¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera. Jesús se enteró de que le habían
echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» El
respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el
que está hablando contigo, ése es.» El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante
él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo:
para que los que no ven, vean;
y los que ven, se vuelvan ciegos.» Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le
dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió: Si fuerais
ciegos,
no tendríais pecado;
pero, como decís: "Vemos"
vuestro pecado permanece.»
Aquel hombre, ciego de nacimiento, es para los discípulos un caso sobre el que
entablar una discusión. “Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido
ciego?”. Según la concepción corriente del judaísmo, y todavía hoy, entre muchos
cristianos, la desgracia era consecuencia del pecado. Jesús afirma claramente que ni el
ciego ha pecado, ni sus padres. Sin embargo, el Señor no permanece indiferente ante
el hombre y la mujer enfermos. Él quiere que el hombre salga de su miseria y de su
enfermedad. Ha venido para esto. Detrás de ese ciego hay innumerables enfermos,
sobre todo los obligados a la inmovilidad y a la impotencia, hasta el punto de ser más o
menos totalmente dependientes de los demás. Pero, si se mira bien, en aquel hombre
estamos todos: todos somos polvo, como el barro que Jesús esparce sobre los ojos de
aquel hombre. El Señor nos socorre y nos salva de nuestra debilidad. La curación
provoca siempre perplejidad (llegan a dudar incluso que sea la misma persona de
antes) y también oposición y envidia. Aquel hombre, expulsado, se encuentra todavía
en la calle. De nuevo encuentra al profeta de Nazaret y esta vez no lo ve sólo con los
ojos del cuerpo, sino también con los del corazón. Empieza a seguirle. Primero había
encontrado al sanador, ahora reconoce en él al Salvador. Aquél hombre,
completamente renacido, es la imagen del discípulo de Jesús.
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21/08/2005
Liturgia del domingo
XXI del tiempo ordinario
Primera Lectura
Isaías 22,19-23
Te empujaré de tu peana
y de tu pedestal te apearé. Aquel día llamaré a mi siervo Elyaquim,
hijo de Jilquías. Le revestiré de tu túnica,
con tu fajín le sujetaré,
tu autoridad pondré en su mano,
y será él un padre
para los habitantes de Jerusalén
y para la casa de Judá. Pondré la llave de la casa de David
sobre su hombro;
abrirá, y nadie cerrará,
cerrará, y nadie abrirá. Le hincaré como clavija
en lugar seguro,
y será trono de gloria
para la casa de su padre.
Salmo responsorial
Salmo 137 (138)
Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,
pues tú has escuchado las palabras de mi boca.
En presencia de los ángeles salmodio para ti,
hacia tu santo Templo me prosterno.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad,
pues tu promesa ha superado tu renombre.
El día en que grité, tú me escuchaste,
aumentaste la fuerza en mi alma.
Te dan gracias, Yahveh, todos los reyes de la tierra,
porque oyen las promesas de tu boca;
"y cantan los caminos de Yahveh:
""¡Qué grande la gloria de Yahveh! "
"¡Excelso es Yahveh, y ve al humilde,
al soberbio le conoce desde lejos!"""
Si ando en medio de angustias, tú me das la vida,
frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la
mano
y tu diestra me salva:
Yahveh lo acabará todo por mí.
¡Oh Yahveh, es eterno tu amor,
no dejes la obra de tus manos!
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Segunda Lectura
Romanos 11,33-35
¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables
son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el
pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga
derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la
gloria por los siglos! Amén.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 16,13-20
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que
Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles
él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en
los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» Entonces mandó a sus discípulos
que no dijesen a nadie que él era el Cristo.
Homilía
Jesús, después de su predicación en Galilea, se vuelve a encontrar solo con aquel
pequeño grupo de discípulos. Parecen fieles, es verdad, pero ¿resistirán hasta al
final?, ¿aceptarán un Mesías crucificado? Estos y otros interrogativos análogos
inundaban la mente de Jesús. Les reúne en un lugar apartado de la región de Cesarea
de Filipo y les pregunta qué piensa la gente de él. Había, en efecto, una grande
expectación entre la gente en lo referente a la venida del Mesías, pero también era
enorme la incertidumbre sobre su figura y sobre su cometido. Sin embargo, en general
se consideraba al Mesías como un hombre poderoso política y militarmente. Las
respuestas de los discípulos reflejan la incertidumbre general: había quien veía en él al
Bautista redivivo, otros pensaban que era Elías, otros que Jeremías o alguno de los
profetas. Todos, en cualquier caso, lo miraban como un grande profeta, pero no como
aquel en el que Dios habla y actúa. Sin embargo, la verdadera intención de Jesús era
conocer cuál era su pensamiento: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Pedro, en
nombre de todos (“corifeo” lo llama la Iglesia de Oriente), responde con la profesión de
fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús: “Bienaventurado eres Simón, hijo
de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está
en los cielos”. Pedro ha recibido la revelación de Dios. Forma parte de ese grupo de
“pequeños” a los que ha sido revelado el misterio escondido desde la fundación del
mundo (Mt 11, 25-26). Él, como escribe Pablo, ha podido gustar el “abismo de la
riqueza, de la sabiduría y de ciencia de Dios”. Y Jesús le da un nuevo nombre: “tú eres
Pedro” (“Petros” en griego). Pedro recibe una nueva vocación, la de ser “piedra” de una
nueva construcción. Podríamos decir que todos debemos participar en su fe y en su
vocación, como él mismo escribe: “Acercándoos a él, piedra viva, .... también vosotros,
cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual” (1 Ped 2,4-5).
Cada creyente debe participar en el nombre, en la historia, en la vocación de Pedro
para la construcción del edificio espiritual. En este esfuerzo de construcción cada uno,
a su manera, recibe el “poder de las llaves”, es decir, el poder de “desatar” y de “atar”.
Como escribe también el profeta Isaías a propósito del escogido de Dios, Eliakim:
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“Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y
nadie abrirá”. Se trata de un poder real, el de liberar de las cadenas que nos mantienen
atados a nuestro egoísmo para atar vínculos de amistad y de solidaridad. Estos son los
“vínculos” por realizar. Y Jesús añade que los vínculos atados sobre la tierra serán
confirmados en el cielo. No serán menoscabados y permanecerán firmes incluso más
allá de la muerte. Realmente es una gran consolación saber que todo lo que atemos
sobre la tierra quedará atado también en los cielos, es decir, para siempre. Es como
decir que lo que cuenta en la vida es el amor; lo que queda es, precisamente, la
amistad. Y sobre “esta piedra”, sobre piedras de esta cualidad, Jesús construye su
Iglesia y el mundo nuevo.
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22/08/2005
Memoria de los pobres
Canto de los Salmos
Salmo 127 (128)
Dichosos todos los que temen a Yahveh,
los que van por sus caminos.
Del trabajo de tus manos comerás,
¡dichoso tú, que todo te irá bien!
Tu esposa será como parra fecunda
en el secreto de tu casa.
Tus hijos, como brotes de olivo
en torno a tu mesa.
Así será bendito el hombre
que teme a Yahveh.
¡Bendígate Yahveh desde Sión,
que veas en ventura a Jerusalén
todos los días de tu vida,
y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel!
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 10,1-18
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas,
sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la
puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz;
y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las
suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no
seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños.» Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les
hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo:
yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí
son ladrones y salteadores;
pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta;
si uno entra por mí, estará a salvo;
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entrará y saldrá
y encontrará pasto. El ladrón no viene
más que a robar, matar y destruir.
Yo he venido
para que tengan vida
y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor,
a quien no pertenecen las ovejas,
ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye,
y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado
y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor;
y conozco mis ovejas
y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre
y yo conozco a mi Padre
y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas,
que no son de este redil;
también a ésas las tengo que conducir
y escucharán mi voz;
y habrá un solo rebaño,
un solo pastor. Por eso me ama el Padre,
porque doy mi vida,
para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita;
yo la doy voluntariamente.
Tengo poder para darla
y poder para recobrarla de nuevo;
esa es la orden que he recibido de mi Padre.»
Jesús se propone como el “buen pastor” que reúne y guía a sus ovejas por el camino
de Dios. El individualismo, que anida en el corazón de cada hombre, hoy parece aún
más fuerte: la sociedad es más competitiva, más agresiva, y, por tanto, más cruel.
Existe, además, un impulso a la dispersión más que a la solidaridad: individuos y
pueblos sienten sus intereses por encima de todo y de todos, y crecen las distancias y
los conflictos. El sueño de la igualdad se considera incluso peligroso. En un mundo
como este, escuchar el anuncio de que ha venido el pastor de todos es
verdaderamente una buena noticia, un Evangelio. Son demasiado numerosos los
“mercenarios” que sólo miran por su propio interés o el de su grupo. San Ambrosio, con
razón, decía: “¡Cuántos amos acaban teniendo los que rechazan al único Señor!”.
Jesús, pastor bueno, nos reúne de la dispersión para guiarnos hacia un destino común;
y si hace falta va a recoger personalmente al que se ha perdido para conducirle al redil.
No es un mercenario asalariado, no se apacienta a sí mismo o a una parte sola del
rebaño; él es el pastor de todos. No entra con engaño, como hacen los ladrones; entra
por la puerta principal, la del corazón. Es más, él mismo es el corazón, la puerta de
nuestra vida.
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23/08/2005
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 128 (129)
Mucho me han asediado desde mi juventud,
- que lo diga Israel mucho me han asediado desde mi juventud,
pero conmigo no han podido.
Sobre mi espalda araron aradores,
alargaron sus surcos.
Yahveh, el justo ha roto
las coyundas de los impíos.
¡Sean avergonzados, retrocedan
todos los que odian a Sión;
sean como la hierba de los techos
que se seca antes de arrancarla!
De ella no llena el segador su mano
ni su regazo el gavillador;
y no dicen tampoco los que pasan:
¡Bendición de Yahveh sobre vosotros!
Nosotros os bendecimos en el nombre de Yahveh.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 11,1-44
Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su
hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel
a quien tú quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de
muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba
enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos,
dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le dicen los discípulos: «Rabbí,
con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» Jesús respondió:
«¿No son doce las horas del día?
Si uno anda de día, no tropieza,
porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza,
porque no está la luz en él.» Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero
voy a despertarle.» Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo
había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño.
Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de
no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él.» Entonces Tomás,
llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con
él.» Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el
sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos
judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano.
Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María
permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría
muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo
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concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que
resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió:
«Yo soy la resurrección
El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás.
¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el
que iba a venir al mundo.» Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al
oído: «El Maestro está ahí y te llama.» Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y
se fue donde él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar
donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa
consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que
iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a
sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se
conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden:
«Señor, ven y lo verás.» Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad
cómo le quería.» Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no
podía haber hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su
interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús:
«Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el
cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te
doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas;
pero lo he dicho por estos que me rodean,
para que crean que tú me has enviado.» Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal
fuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un
sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»
Con la resurrección de Lázaro el evangelista nos conduce al culmen de los “signos”: la
victoria imposible de la vida sobre la muerte. Jesús ha perdido un amigo y, a pesar del
peligro de muerte, se dirige igualmente hacia Betania para salvarle. No huye de la
muerte, ni de la del amigo ni de la propia. A diferencia de él, nosotros nos escondemos,
huimos ante la enfermedad y la muerte. Cuando está cerca de la casa del amigo y ve el
dolor desgarrador de las hermanas, también él rompe en llanto. Jesús no es un héroe
impasible. Sin embargo, la confrontación con la muerte, aunque sea dramática, no le
frena. Ha venido para combatirla y para vencer su dominio sobre los hombres. El
cuerpo de Lázaro ha sido depositado en la tumba cerrada con una piedra pesada. Ya
no es posible hacer nada, ¡ni siquiera para Jesús! Al menos ésta es la convicción
común, también de las hermanas. Jesús ha curado a los enfermos pero aún no ha
resucitado a los muertos. Dirigiéndose a Marta dice: “El que cree en mí, aunque muera
vivirá”. Jesús, en pie ante la piedra pesada, llama en voz alta a su amigo: “¡Lázaro, sal
afuera!”. La Palabra de Jesús es más fuerte incluso que la muerte. Lázaro, que estaba
muerto, siente la palabra amiga de Jesús y se pone a caminar. El Evangelio libera de
los miedos, del pecado y de la muerte.
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24/08/2005
Memoria de los apóstoles
Recuerdo del apóstol Bartolomé de Caná de Galilea. Su cuerpo es custodiado en la
Iglesia de San Bartolomé en la Isla Tiberina, en Roma, lugar de memoria de los “Nuevos
Mártires”. Recuerdo de Jerry Essan Maslo, sudafricano, prófugo en Italia y acogido por la
Comunidad de Sant’Egidio: fue violentamente asesinado por bandidos. Junto a él
recordamos a todos los prófugos.
Canto de los Salmos
Salmo 129 (130)
Desde lo más profundos grito a ti, Yahveh:
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas!
Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh,
¿quién, Señor, resistirá?
Mas el perdón se halla junto a ti,
para que seas temido.
Yo espero en Yahveh, mi alma
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor
más que los centinelas la aurora;
mas que los centinelas la aurora,
aguarde Israel a Yahveh.
Porque con Yahveh está el amor,
junto a él abundancia de rescate;
él rescatará a Israel
de todas sus culpas.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 1,43-51
Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice:
«Sígueme.» Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se
encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los
profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.» Le respondió
Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad,
en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió
Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le
respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le
contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas
mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
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El Evangelio de Juan llama al apóstol Bartolomé con el nombre de Natanael y nos
describe su primer encuentro con Jesús. Es un encuentro que cambia la vida de aquel
israelita en el que no había falsedad. También para él era necesario ese encuentro
para cambiar de vida. El Señor, hablando con él, disuelve su escepticismo y su poca
disponibilidad. Bartolomé es el primero, en el Evangelio de Juan, en reconocer a Jesús
como el Hijo de Dios; la palabra de Jesús vence su escepticismo y Bartolomé se
convierte en un discípulo fiel. En su vida está escrita la historia de todo hombre que
deja de escucharse sólo a sí mismo y que, escuchando el Evangelio, encuentra el
sentido de su vida. Bartolomé sigue al Señor con todo su corazón y todas sus fuerzas
hasta el final. Como los demás apóstoles, en efecto, Bartolomé también imitará a Jesús
hasta al derramamiento de sangre.
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25/08/2005
Memoria de la Iglesia
Canto de los Salmos
Salmo 130 (131)
No está inflado, Yahveh, mi corazón,
ni mis ojos subidos.
No he tomado un camino de grandezas
ni de prodigios que me vienen anchos.
No, mantengo mi alma en paz y silencio
como niño destetado en el regazo de su madre.
¡Como niño destetado está mi alma en mí!
¡Espera, Israel, en Yahveh
desde ahora y por siempre!
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 12,1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien
Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una
libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus
cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los
discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por
trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le
preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo
que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura.
Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis.» Gran
número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino
también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos
sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos
judíos se les iban y creían en Jesús.
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Jesús se queda en casa de Marta, María y Lázaro: una familia muy querida por Jesús.
En un cierto momento de la cena, María se levanta, se arrodilla a los pies de Jesús y
los unge con un ungüento; luego los seca con los cabellos. Para Judas es un derroche
inútil. El apóstol parece un hombre equilibrado, razonable y hasta atento a los pobres.
En realidad, su interés verdadero estaba en el dinero, y no en los pobres. Jesús, que
mira al corazón, deja hacer a la mujer; el ungüento anticipa el óleo con el que su
cuerpo será ungido antes de su sepultura. Y después añade: “Porque pobres siempre
tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis”. Dentro de poco empezaría
su “vía crucis”, hasta la muerte. María, la única entre todos, había comprendido que
Jesús era un “moribundo”, y por ello necesitaba afecto. Esta mujer nos enseña cómo
estar junto a Jesús, junto a los débiles y los enfermos. El camino que ha recorrido hasta
besar los pies del maestro es el camino de la salvación: ser compañeros de los pobres
para estar cerca de Jesús. Los pobres los tendremos siempre con nosotros. Ellos
pueden decirnos cuánto necesitan el ungüento del afecto y la solidaridad.
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26/08/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 12,12-19
Al día siguiente, al enterarse la numerosa muchedumbre que había llegado para la
fiesta, de que Jesús se dirigía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a su
encuentro gritando: «¡ Hosanna!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor,
y el Rey de Israel!» Jesús, habiendo encontrado un borriquillo, se montó en él, según
está escrito: No temas, hija de Sión;
mira que viene tu Rey
montado en un pollino de asna. Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento;
pero cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta de que esto estaba escrito
sobre él, y que era lo que le habían hecho. La gente que estaba con él cuando llamó a
Lázaro de la tumba y le resucitó de entre los muertos, daba testimonio. Por eso
también salió la gente a su encuentro, porque habían oído que él había realizado
aquella señal. Entonces los fariseos se dijeron entre sí: «¿Veis cómo no adelantáis
nada?, todo el mundo se ha ido tras él.»
La multitud agita ramas de palma para acoger a Jesús que está entrando en la ciudad
santa. Es el “rey de Israel” que se acerca, pero es débil, manso e indefenso. La maldad
de los poderosos, la envidia de los enemigos, el odio de los adversarios están a punto
de volverse contra de él. Jesús entra para mostrar lo grande que es el amor de Dios
por los hombres. También hoy Jerusalén es la ciudad decisiva para la fe: tanto para los
judíos, como para los cristianos y los musulmanes. Para todos los creyentes en el único
Dios, Jerusalén es la ciudad de la paz, el símbolo de la unicidad de Dios. También
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nosotros podemos unirnos espiritualmente a aquel cortejo que entra con Jesús en
Jerusalén. Y aquí encontramos, todavía hoy, una multitud de hombres y mujeres de
todos los lugares, de tradiciones, de culturas y de fe diversa. En esta ciudad,
dramáticamente marcada por tensiones y problemas, está escrito el destino común de
paz que nace de lo más profundo de las tres grandes religiones monoteístas. Jerusalén
se convierte, por ello, en el símbolo del encuentro de todos los hombres y de todos los
pueblos. Allí Dios reúne a todos los creyentes; diferentes son los caminos y varias las
puertas de entrada, pero la meta es única, la Jerusalén celeste. En ella caen las
barreras que dividen, y todos nos reconocemos hijos del único Dios, padre de todos los
pueblos.
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27/08/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Recuerdo de Zaqueo que subió a un árbol para ver el Señor y obtuvo como don la
conversión del corazón.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 19,1-10
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo,
que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a
causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a
un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio,
alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo
en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban
diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en
pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo
defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Jesús, mientras camina por las calles de Jericó, eleva su mirada hacia Zaqueo, que se
había subido a un árbol porque era pequeño de estatura, y lo llama. Zaqueo era un
publicano, es decir, un pecador, pero quería ver a Jesús. Ya en esto es un ejemplo
para todos nosotros que tan a menudo nos permanecemos a ras de suelo,
concentrados en nosotros mismos y en nuestras costumbres de siempre. Para ver a
Jesús es necesario salir de uno mismo, de la propia resignación, y dejarse interrogar
por el Evangelio. En efecto, Jesús, apenas ve a Zaqueo, le llama y le dice que quiere ir
a su casa. Si Zaqueo sólo quiere verle, Jesús, en cambio, quiere encontrarle y darle la
salvación. Zaqueo baja deprisa y acoge al Señor con alegría. Esta vez el hombre rico
no se va triste, y también Jesús está lleno de alegría. El encuentro cambia el corazón
de Zaqueo: es un hombre feliz con un corazón nuevo. Al final del encuentro Zaqueo
decide devolver lo que había robado y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
Comienza así su conversión: ya no es el hombre de antes. Establece una medida (no
dice “lo doy todo”, sino “doy la mitad”) y la realiza. Zaqueo nos invita a no dejarnos
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arrastrar por nuestra resignación, y a recibir a Jesús en nuestro corazón y encontrar
nuestra medida en la caridad.
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28/08/2005
Liturgia del domingo
XXII del tiempo ordinario
Recuerdo de San Agustín (354-430), obispo de Hipona (hoy en Argelia) y doctor de la
Iglesia.
Primera Lectura
Jeremías 20,7-9
Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir;
me has agarrado y me has podido.
He sido la irrisión cotidiana:
todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar:
"¡Atropello!", y para gritar: "¡Expolio!".
La palabra de Yahveh ha sido para mí
oprobio y befa cotidiana. Yo decía: "No volveré a recordarlo,
ni hablaré más en su Nombre."
Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente,
prendido en mis huesos,
y aunque yo trabajada por ahogarlo,
no podía.
Salmo responsorial
Psaume 62 (63)
Dios, tú mi Dios, yo te busco,
sed de ti tiene mi alma,
en pos de ti languidece mi carne,
cual tierra seca, agotada, sin agua.
Como cuando en el santuario te veía,
al contemplar tu poder y tu gloria,
- pues tu amor es mejor que la vida,
mis labios te glorificaban -,
así quiero en mi vida bendecirte,
levantar mis manos en tu nombre;
como de grasa y médula se empapará mi alma,
y alabará mi boca con labios jubilosos.
Cuando pienso en ti sobre mi lecho,
en ti medito en mis vigilias,
porque tú eres mi socorro,
y yo exulto a la sombra de tus alas;
mi alma se aprieta contra ti,
tu diestra me sostiene.
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Mas los que tratan de perder mi alma,
¡caigan en las honduras de la tierra!
¡Sean pasados al filo de la espada,
sirvan de presa a los chacales!
Y el rey en Dios se gozará,
el que jura por él se gloriará,
cuando sea cerrada la boca de los mentirosos.
Segunda Lectura
Romanos 12,1-2
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros
cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto
espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de
Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 16,21-27
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a
Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,
y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle
diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose,
dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! Entonces dijo Jesús a sus
discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por
mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina
su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? «Porque el Hijo del hombre
ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
según su conducta.
Homilía
"Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a
Jerusalén", escribe Mateo. Y sabía lo que le esperaba, y se lo dice a los discípulos.
Pero, como a menudo sucede, no quieren escuchar la palabra del maestro. Pedro se
atreve a reprenderle. Es sincero, pero la sinceridad no basta, como no basta la buena
conciencia. El amor del Señor va mucho más allá. Es un amor radical. Sin embargo,
Pedro no lo entiende. Jesús no podía abandonar su camino, y, mientras estaba
hablando con Pedro, se dio la vuelta, escribe Mateo, dejó de mirar a Pedro a los ojos,
como lo mirará la noche de la traición; le dio la espalda, como para hacer visible la
distancia con él, y le regañó: “¡Quítate de mi vista, Satanás!”. Por lo demás, en el
desierto, al inicio de su vida publica, Satanás tuvo la misma intención que Pedro, es
decir, alejar a Jesús de la obediencia al Padre. Pero sólo en este camino se cumple la
voluntad del Padre. Jesús lo dice enseguida a todos: “Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Son palabras que suenan duras a
nuestros oídos, pero son las únicas que pueden liberarnos de la prisión de nuestras
tradiciones, de nuestras costumbres, de nuestras perezas. Son palabras que sólo se
comprenden siguiendo a Jesús. Jeremías escribe: “Me has seducido, Señor, y me dejé
seducir; me has agarrado y me has podido”. La seducción está en la raíz de las
palabras de Jesús: el que ha sido seducido dirige todo su amor al amado, vive para él,
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actúa para él y piensa en él. Este es el seguimiento evangélico. Desgraciadamente, a
menudo nuestra fe es pálida, insípida, sin sabor. Por esto no conduce a la alegría. Sin
embargo, es el camino para la salvación; un camino diferente al del mundo que empuja
sólo a buscarse a uno mismo sin preocuparse de los demás. Por eso Jesús insiste:
“quien quiera salvar su vida, la perderá”. Quien quiera salvarse solo se perderá; no
gozará de la felicidad de la amistad y de la fraternidad. Podrá quizá ganar el mundo
entero, pero estará insatisfecho. La felicidad no está en tener cosas sino en ser
hombres y mujeres renovados en el corazón del Evangelio. ¿Cómo se pierde el alma?
Convirtiéndose en esclavo de uno mismo o de las cosas, rindiéndose ante la sed de
ganancias. Cuántas veces sacrificamos sobre estos altares nuestras jornadas y nuestro
porvenir sin poder saborear la vida, y, por tanto, sacrificándola de verdad. Pablo nos
recuerda: “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de
Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. Las palabras evangélicas son ciertamente
exigentes, en ellas está toda la ambición de Jesús de seducirnos para hacernos gustar
plenamente su vida y su amor.
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