Tema 9 La construcción del estado liberal (1833

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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
TEMA 9
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO
LIBERAL.
Durante el reinado de Isabel II se va a consolidar el sistema político liberal en
España, los dos partidos liberales que lucharán por el poder serán los moderados
(representantes de la alta burguesía) y los progresistas (representan más a la baja
burguesía), éstos se sucederán en el poder; cuando gobiernen cada uno redactará una
Constitución a su medida. Fuera del sistema quedan los absolutistas (carlistas) que
reclaman el trono para Carlos María Isidro y sus sucesores, debido a éstos España se verá
envuelta en tres guerras civiles.
En la evolución del reinado podemos hablar de varias etapas, la primera es la de las
regencias, la reina es menor de edad y en su nombre gobierna primero su madre María
Cristina (1833-1840) y luego Espartero (1840-1843). Proclamada mayor de edad en 1843,
se sucederán los gobiernos moderados, interrumpidos solamente por la revolución de 1854
que inaugura el Bienio Progresista. Tras 1856 retornan los moderados de varias tendencias,
sin posibilidad de gobierno para los progresistas. A partir de 1866 el sistema entra en
crisis, afectando a la misma corona. En septiembre de 1868 una revolución destrona a
Isabel II y se abre una nueva etapa en la Historia de España.
I.
LA ÉPOCA DE LAS REGENCIAS Y EL PROBLEMA
CARLISTA.
1. Moderados y progresistas.
A la vez que moría Fernando VII y se iniciaba la guerra civil por su sucesión,
comenzaba también la construcción de la nueva España liberal. La primera
propuesta de los consejeros de María Cristina de Borbón -viuda de Fernando VII y
reina gobernadora durante la minoría de edad de su hija Isabel II- fue realizar
unas reformas, que parecían necesarias, a fin de alcanzar un "justo medio" que
pudiera atraer a los ya autodenominados carlistas y a los nuevos liberales.
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
Evolución de los partidos políticos durante los reinados de Fernando VII e Isabel II
Con el reinado de Isabel II se instauró en España la monarquía liberal.
Mientras se libraba la guerra carlista, la monarquía implantó el régimen liberal.
Ahora bien, con el establecimiento del Estado liberal surgieron las diferencias
entre los mismos liberales, como ya empezó a comprobarse en las Cortes del
Trienio Liberal. Por una parte, estaban los moderados y, por otra, los progresistas.
Ambos defendían el sistema político liberal, pero presentaban profundas
diferencias ideológicas. Las dos tendencias que en esos momentos dividían el mundo
liberal, la moderada y la progresista, desencadenaron el juego político que iba a
durar hasta 1868. Ese mundo estaba conformado por una burguesía alta y media
con convicciones liberales y con un cierto grado de educación, pero muy escasa en
número si se comparaba con la totalidad de la población. Entre los moderados y los
progresistas -estos últimos, llamados hasta entonces exaltados o radicales- no
había demasiadas diferencias. Para dar estabilidad al Estado, ambos admitían
ciertas bases, que pueden resumirse en la aceptación de una ley fundamental
escrita, la Constitución, y de unos órganos representativos de la nación basados en
el sufragio censitario, y en la necesidad de un régimen con opinión pública y con
libertades individuales.
Los moderados defendían la soberanía compartida entre las Cortes y el rey,
unas Cortes bicamerales con un Senado de nombramiento regio, una organización
administrativa uniforme y centralizada para toda España, dividida en provincias,
nombramiento de los alcaldes por el gobierno, un sufragio censitario, restringido a
las clases propietarias y a las capacidades (individuos a los que por su profesión o
cargo se les reconoce el derecho a votar), lo que impedía el acceso de las clases
populares a la política. En cuanto a la base social, al liberalismo moderado se
incorporó la antigua nobleza, que logró salvar sus propiedades agrarias, y la nueva
burguesía liberal (grandes comerciantes, industriales y financieros), que también
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se hará terrateniente. Fuera del sistema moderado permanecerá no solo el
campesinado sino también buena parte de la burguesía media y baja (artesanos) de
las ciudades.
Los progresistas, la otra opción política, eran partidarios de un liberalismo
más amplio, defendían la soberanía nacional, el establecimiento de limitaciones al
poder de la corona, la Milicia Nacional, ayuntamientos electivos, un sufragio más
amplio pero sin universalizarlo. La soberanía residía en la nación -el pueblo- y tenía
su representación exclusiva en las Cortes; dicha institución era, por tanto, la
portadora del poder legislativo y la única facultada para decretar y sancionar la
posible Constitución. Por tanto, y siguiendo el modelo del sistema inglés, el rey
debía jurarla, porque era un funcionario del Estado al servicio de todos. En lo
económico defendían el librecambismo, es decir, la eliminación de barreras
aduaneras para los productos extranjeros que frenaban los intercambios con otros
países. Otro punto sustancial del modelo progresista era el deseo de suprimir lo
que llamaban "la contribución de sangre", es decir, el servicio militar obligatorio
por el sistema de quintas. La cuestión de las necesidades militares del país debía
solucionarse mediante un ejército profesional remunerado y bien instruido, y no
haciendo una recluta que recaía únicamente en jóvenes pertenecientes a las clases
bajas o que no podían reunir la cantidad de dinero suficiente para ser declarados
exentos. El partido progresista se apoyaba en las clases medias y artesanos en las
ciudades, parte de la oficialidad del ejército y de los profesionales liberales.
2. La regencia de María Cristina (1833-1840).
a) Los comienzos moderados de la revolución liberal. El Estatuto Real de
1834.
Tras la muerte de Fernando VII María Cristina fue nombrada regente; al
frente del gobierno seguía Cea Bermúdez, que presidió el último gobierno de
Fernando VII, pero, para la etapa que se abría, éste no era el político adecuado,
cuyo programa consistía en oponerse tanto a los carlistas como a los liberales. La
regente pronto comprobó que el cambio de gobierno era necesario. Y, en efecto, en
enero de 1834, era llamado para formar gobierno Martínez de la Rosa, antiguo
doceañista y jefe de gobierno durante el Trienio Liberal. Ganado ya para un
liberalismo moderado, Martínez de la Rosa buscó una fórmula de equilibrio entre
las tendencias liberales y el mismo carlismo. El resultado fue la aprobación del
Estatuto Real, firmado por la regente en abril de 1834. No era una constitución
sino una “carta otorgada” por la corona, similar a la que Luis XVIII había otorgado
a los franceses en 1814, no reconocía derechos individuales ni la división de
poderes y si establecía una convocatoria de Cortes con dos cámaras: el Estamento
de Próceres (cámara alta) y el Estamento de Procuradores (cámara baja).
Para proceder a la correspondiente convocatoria electoral para la elección
del Estamento de Procuradores, en mayo de 1834 se aprobaba una ley electoral con
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un sufragio muy restringido (sólo podían votar unos 16.000 varones sobre una
población de 12 millones de habitantes). En contra de lo imaginable la cámara
recién elegida, con sorpresa para el gobierno, por su actitud crítica exigía
reformas profundas y en ella, además, volvía a resurgir las diferencias entre
moderados y progresistas. El gobierno estaba entre dos frentes: la oposición de
los liberales radicales y la guerra contra los carlistas, que no daba los éxitos
previstos. Aislado y falto de apoyos, Martínez de la Rosa dimitió en junio de 1835
siendo sustituido por el conde de Toreno, también del sector moderado. El nuevo
gobierno solo duró cuatro meses. No lograba imponerse en la guerra carlista,
mientras los liberales extremistas acusaba de estar al lado de los carlistas- en
ciudades como Zaragoza, Valencia, Cádiz, Málaga, Barcelona (donde también se
prendió fuego a la fábrica de tejidos de Bonaplata. El resultado fue la formación
de Juntas revolucionarias de signo
progresista en varias capitales, que
Toreno intentó disolver pero al fracasar
presentó su dimisión. La regente,
entonces, llamó a Mendizábal, un liberal
progresista, para formar gobierno en
septiembre de 1835.
b) La fase progresista de la revolución
liberal (1835–1837). Mendizábal y la
desamortización eclesiástica. El motín
de La Granja. La Constitución de 1837.
El nuevo gabinete de Mendizábal
(septiembre de 1835 a mayo de 1836) se
formaba contando con una Hacienda
prácticamente sin fondos, y ante una
guerra de la que era necesario darle un
giro a favor de los isabelinos. Así, se
Juan Álvarez de Mendizábal
amplió el alistamiento de hombres para el
ejército y como vía para obtener fondos
se aprobó la desamortización de bienes eclesiásticos del clero regular, el 19 de
febrero de 1836. Con ella, en efecto, se buscaba contar con recursos para la
Hacienda, eliminar o disminuir la deuda pública, hacer frente al carlismo y atraerse
a las filas liberales a los compradores de bienes desamortizados. El decreto
desamortizador, publicado en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas,
puso en venta todos los bienes del clero regular (frailes y monjas). De esta forma
quedaron en manos del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas,
monasterios y conventos con todos sus enseres, incluidas las obras de arte y los
libros. Al año siguiente, 1837, otra ley amplió la acción, al sacar a la venta los
bienes del clero secular (los de las catedrales e iglesias en general), aunque la
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ejecución de esta última se llevó a cabo unos años más tarde, en 1841, durante la
regencia de Espartero.
Con la desamortización de Mendizábal se pretendían lograr varios
objetivos a la vez: ganar la guerra carlista; eliminar la deuda pública; atraerse a las
filas liberales a los principales beneficiarios de la desamortización, que componían
la incipiente burguesía con dinero; poder solicitar nuevos préstamos, al gozar ahora
Hacienda de credibilidad, y cambiar la estructura de la propiedad eclesiástica, que
de ser amortizada y colectiva pasaría a ser libre e individual. Pero había más: la
Iglesia sería reformada y transformada en una institución del Nuevo Régimen,
comprometiéndose el Estado a mantener a los clérigos y a subvencionar el
correspondiente culto. Habría que concluir señalando que, en conjunto, el proceso
de desamortizaciones no sirvió para que las tierras se repartieran entre los menos
favorecidos, porque no se intentó hacer ninguna reforma agraria, sino conseguir
dinero para los planes del Estado. La extensión de lo vendido se estima en el 50 por
100 de la tierra cultivable y su valor entre el 25 y el 33 por 100 del valor total de
la propiedad inmueble española. La desamortización trajo consigo una expansión de
la superficie cultivada y una agricultura algo más productiva.
Otras consecuencias de trascendencia histórica fueron: en lo social, la
aparición de un proletariado agrícola, formado por más de dos millones de
campesinos sin tierra, jornaleros sometidos a duras condiciones de vida y trabajo
solamente estacional; y la conformación de una burguesía terrateniente que con la
adquisición ventajosa de tierras y propiedades pretendía imitar a la vieja
aristocracia. En cuanto a la estructura de la propiedad, apenas varió la situación
desequilibrada de predominio del latifundismo en el centro y el sur de la Península
y el minifundio en extensas áreas del norte y noroeste. Además, el impacto de la
desamortización en la pérdida y el expolio de una gran parte del patrimonio
artístico y cultural español fueron, asimismo, importantes.
A todo esto, como es imaginable, la regente no se encontraba a gusto con
Mendizábal. En mayo de 1836 Mendizábal decidió dimitir ante las diferencias con
la regente a la hora del nombramiento de determinados cargos militares. Era lo
que buscaba la regente, que encargó a Francisco Javier Istúriz (mayo–agosto de
1836) formar gobierno. Pero éste, de corte moderado, no contaba con el apoyo de
las Cortes (Estamento de Procuradores). Otra vez volvían, en julio y agosto, los
levantamientos populares de signo progresista contra el gobierno y a favor del
restablecimiento de la Constitución de 1812. Por fin, el 12 de agosto (1836) tenía
lugar el motín de los sargentos de La Granja, que obligó a la regente a restablecer
la Constitución de 1812 y a formar un nuevo gobierno con José María Calatrava al
frente (agosto de 1836–agosto de 1837) y Mendizábal en Hacienda. Es a partir de
ahora cuando quedó consolidada la división de los liberales entre un partido
moderado y otro progresista, que era el que subía al poder con Calatrava.
El programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del
Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal con una monarquía constitucional.
De acuerdo con lo establecido en la Constitución de 1812, se celebraron en los
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
meses de septiembre y octubre de 1836 las elecciones para diputados a las Cortes
Constituyentes o Extraordinarias, para proporcionar una Constitución al país. El
clima fue de general indiferencia entre los pocos que habían sido llamados a votar
de acuerdo con el sufragio censitario. Las razones de esta indiferencia fueron muy
diversas, aunque influyeron de forma decisiva la preocupación por la guerra civil y
la misma desorientación política. La nueva Cámara tuvo mayoría progresista, entre
las primeras medidas que se tomaron estuvo la disolución del régimen señorial y el
mayorazgo, la supresión de los privilegios gremiales reconociéndose la libertad de
industria y comercio, el establecimiento de la libertad de imprenta (de prensa) y la
reanudación de la desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las órdenes
religiosas.
El proceso que comentamos culminó con la promulgación de la Constitución
de 1837, muy breve frente a la de 1812 (77 artículos y dos adicionales frente a los
384 de Cádiz). Así, durante cerca de
nueve meses, las Cortes fueron
elaborando la nueva Constitución, que al
fin juró María Cristina el 18 de junio de
1837. Se produjo, pues, su promulgación
en
un
momento
especialmente
comprometido
para
los
liberales
isabelinos, porque en mayo, la llamada
Expedición Real del ejército carlista, con
Carlos María Isidro al frente, se había
puesto en marcha desde Navarra para
alcanzar Madrid, a cuyos alrededores
llegaría en septiembre. Fue aprobada
con la idea de fijar un texto estable que
pudiera ser aceptado por progresistas y
moderados debido a la situación tan
incierta por la que estaba pasando el
Constitución de 1837
liberalismo, esa Constitución -calificada
de progresista por haber en ese momento un gobierno de dicha tendencia- resultó
ser mucho más un elemento de unión de los grupos liberales ante el peligro común
que la plasmación exclusiva del ideario progresista. Así, mientras en el preámbulo
del texto se sobreentiende que la soberanía nacional reside únicamente en la
nación, sin embargo, no hay ningún artículo que lo proclame explícitamente. Las dos
diferencias más importantes con respecto a la Constitución de 1812 fueron el
reforzamiento del poder de la Corona y el Parlamento bicameral. La ley electoral
que acompañó a la Constitución era sumamente restrictiva y en las elecciones de
1837 solamente fueron llamados a votar el 2 % de la población, es decir, los
principales propietarios. Por lo demás, los aspectos más progresistas de esta
Constitución de 1837 fueron los referentes a la libertad de prensa y al poder
otorgado a los ayuntamientos. En el primer caso se sometía la calificación de los
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delitos de prensa a un jurado especial, lo cual significaba la práctica impunidad de
aquella, de forma que iba a ser una de las razones que incitaría a los moderados a
reformar la Constitución. En el segundo, las corporaciones municipales -alcalde y
concejales serían elegidas por sufragio universal masculino por los vecinos sin
intervención del poder central. Si a esto se le añade que también el texto señalaba
que la Milicia Nacional, que estaba compuesta por ciudadanos voluntarios para
mantener el orden, dependería directamente de los ayuntamientos, es fácil
entrever que estos se convertían en verdaderos centros de poder local al margen
de Madrid, que podían llegar a ser cabezas de motines o de pronunciamientos.
c) La vuelta de gobiernos moderados. El trienio moderado (1837-1840).
La ley de ayuntamientos.
Una vez aprobada la Constitución se convocaron elecciones para octubre de
1837 que fueron ganadas por los moderados. Los gobiernos de esta etapa se vieron
influidos por los dos militares que estaban destinados a marcar el curso político de
la historia de España en los próximos años: Baldomero Fernández Espartero, que
podía presentar sus éxitos en la guerra carlista, se convirtió en cabeza de los
progresistas y Ramón María Narváez de los moderados.
Tras el final de la guerra carlista el gobierno se propuso aprobar una ley de
ayuntamientos donde las diferencias entre progresistas y moderados eran muy
fuertes. Los primeros defendían la elección del alcalde por los votantes, en cambio
los moderados pretendían que fuese designado por el gobierno de entre los
concejales elegidos. Las Cortes aprobaron la polémica ley y los progresistas
decidieron movilizarse contra ella. Espartero, entonces en la cumbre de su
prestigio militar, manifestó su rechazo a la ley que la regente terminó sancionando
(14 de julio de 1840). Días después otra vez volvían a formarse juntas en las
principales ciudades del país. La regente para frenar la insurrección nombró a
Espartero jefe de gobierno, pero al no aceptar el programa del nuevo gobierno la
regente presento su renuncia, marchando a Francia (octubre de 1840).
d) El problema carlista y la primera guerra (1833-1839). Análisis de los
dos bandos enfrentados.
Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833, dos días después, su
hermano Carlos María Isidro, a través del Manifiesto de Abrantes, reclamaba el
trono desde Portugal. En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor
de don Carlos, pero, poco a poco, la guerra que se desataba no era solo una guerra
dinástica sino un enfrentamiento entre los partidarios del Antiguo Régimen y los
que querían convertir a España en un Estado liberal. La regente Mª Cristina buscó
el apoyo de los liberales, única fuerza capaz de defender los derechos al trono de
Isabel II.
En el plano ideológico, los carlistas eran partidarios del absolutismo
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monárquico, la defensa de la religión y de los fueros que se identificaban con el
Antiguo Régimen; esta defensa foral arrastrará a las provincias vascas y a Navarra
a la causa carlista. Desde el punto de vista social dentro del carlismo se
encontraban miembros del ejército, la mayor parte del clero regular y del bajo
clero secular, para quienes el liberalismo representaba la expropiación y venta de
sus bienes; parte de la nobleza y del campesinado, que coincidía mucho con los
sermones del clero en contra del liberalismo, cuyas normas beneficiaban a los
propietarios y empeoraban las condiciones de vida de los campesinos. Las zonas de
mayor implantación carlista fueron: Álava, Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra, el
Maestrazgo, el Pirineo catalán. En el exterior no contaron con el apoyo de ningún
país, pero si con la simpatía de los imperios absolutistas europeos.
En el bando isabelino (o cristino) la reina viuda María Cristina no tuvo más
remedio que buscar apoyos en los absolutistas moderados y en los liberales, estos
sectores veían que apoyar a la reina era la única opción para reformar el país. La
reina regente contó siempre
con el apoyo de parte de la
nobleza, casi todo el alto
clero,
casi
todos
los
generales, la alta burguesía,
las clases medias urbanas,
los obreros industriales y
una parte del campesinado
del sur peninsular.
Contaron los isabelinos con el apoyo de países como Portugal, Inglaterra y
Francia.
En una primera fase (1833-1835) destacan los triunfos carlistas, esto se
debe a su gran movilidad y al conocimiento del terreno. Su suerte se trunca en
1835 cuando el general carlista Zumalacárregui muere en el cerco de Bilbao, la
única gran ciudad que estuvo a punto de caer en sus manos, ya que su dominio se
basaba, sobre todo, en el medio rural. La segunda etapa (julio de 1835octubre de 1837) supone la difusión del conflicto por todo el territorio nacional.
Destaca en 1837 la famosa expedición real de Carlos V (Carlos María Isidro), que a
punto estuvo de tomar Madrid pero que fue rechazada por el general Espartero.
Los pueblos y ciudades se mantienen en actitud pasiva ante la llegada de partidas
carlistas, que fuera de sus feudos no tienen apoyos. La tercera fase tuvo lugar
entre octubre de 1837 y agosto de 1839 y se caracteriza por el agotamiento de
los contendientes. Entre el carlismo surgen dos tendencias, una radical (apostólica
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se le decía entonces) que quería continuar la lucha hasta el final, y otra moderada
partidaria de llegar a un acuerdo con los isabelinos. Esta última facción se impone y
el general Maroto firma el Convenio de Vergara en agosto de 1839 con Espartero
por el que se pone fin a la guerra. Los carlistas se rendían pero conservaban sus
grados militares en el ejército de Isabel II, además, los liberales se comprometía
a mantener los fueros. El país quedaba devastado tras seis años de guerra. Pero no
todos los carlistas se entregaban, en el Maestrazgo el general Cabrera continuó la
lucha hasta el final, hasta que fue derrotado en Morella en junio de 1840.
Las consecuencias más importantes de la guerra carlista fueron varias. En lo
político la monarquía, ávida de apoyos, se inclinó de manera definitiva hacia el
liberalismo. En ese mismo campo, los militares cobrarían un gran protagonismo en la
vida política y protagonizarían frecuentes pronunciamientos. Por último, los gastos
de la guerra forzaron la desamortización de las tierras de la Iglesia.
3. La regencia de Espartero (1840-1843).
Desaparecida María Cristina de la
vida política quedaba por nombrar una
regencia. Dentro de los progresistas, ahora
en el poder, el consenso casi unánime era
formar una regencia integrada por tres
personas, Espartero impuso su deseo y
quedó proclamado como único regente, e
iniciará una etapa caracterizada por un
creciente autoritarismo y un gobierno muy
personal que se apoyará en un grupo
reducido de incondicionales y no en todas
las tendencias del progresismo, lo que le
granjeará el alejamiento de amplios
Baldomero Espartero (1793-1879)
sectores de esa tendencia. En las Cortes no
tiene la mayoría, pero busca apoyos entre
los moderados cuando sus compañeros progresistas se lo niegan. Desde el punto de
vista social practica una política populista y contará con amplias simpatías entre las
clases medias y amplios sectores del ejército.
Una de sus primeras medidas legislativas fue la lógica derogación de la Ley
de Ayuntamientos, que entregaba nuevamente a los vecinos la potestad de elegir al
alcalde por sufragio universal masculino. Como progresista impulsaría la
continuación de la desamortización iniciada por Mendizábal e interrumpida por los
moderados. En lo económico apuesta por el librecambismo según el modelo
británico, opción que levantó una gran oposición entre los industriales textiles
catalanes que veían como los productos ingleses más baratos y de mejor calidad
entrarían libremente y hundirían la producción nacional. Ese hecho y la continua
injerencia del embajador británico en Madrid en la vida política nacional,
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suscitaron un levantamiento progresista contra Espartero, dirigido por O´Donnell y
algunos moderados que decidieron utilizar el pronunciamiento como vía para acabar
con la regencia de Espartero. Así, en octubre de 1841, organizado desde París por
hombres del círculo de María Cristina, hubo un intento que finalizó con el
fusilamiento de los generales implicados en el golpe.
Con todo, los problemas para Espartero vinieron de su forma de gobernar,
muy personalista y en ocasiones autoritaria, apoyándose en sus amigos personales,
una camarilla de militares afines, alejándose, por el contrario, del sector
mayoritario del grupo progresista de las Cortes, encabezado por Joaquín María
López y Salustiano Olózaga. El enfrentamiento, por tanto, entre las Cortes y el
gobierno, ambos progresistas, podía terminar facilitando la vuelta al poder a los
moderados, como, al final, así fue.
Los sucesos de Barcelona también contribuyeron a desprestigiar a
Espartero. Entre los empresarios y los mismos trabajadores reinaba la inquietud
ante las noticias sobre un proyecto de negociación librecambista del gobierno con
Inglaterra, valorado muy perjudicial para los intereses de la industria textil
catalana. El malestar derivó hacia una insurrección social con barricadas, las
autoridades abandonaban Barcelona mientras se constituía una junta
revolucionaria. Espartero respondió con el bombardeo de Barcelona, entre el 3 y 4
de diciembre de 1842. Desde el castillo de Montjuich los cañones dispararon 1.014
proyectiles que dañaron 462 casas. Hubo un total de 20 muertos. Este grave
incidente redujo los apoyos que recibía el regente. El partido progresista seguía
dividido entre los de la camarilla militar, al servicio del regente, y los del sector
progresista de la Cámara, en su contra. Este último grupo puso en marcha un
movimiento conspirativo, con levantamientos armados por buena parte de España, al
que se unieron los moderados, liderados por su líder militar Ramón María Narváez.
Éste regresa de Francia y se suma al pronunciamiento en Valencia. A continuación
se enfrentó a las tropas de Espartero, sobre las que se impuso, en Torrejón de
Ardoz (julio de 1843). Espartero, sin apoyos, terminó abandonando el país,
embarcando en Cádiz rumbo a Londres.
Para evitar disputas por la regencia, en noviembre las Cortes adelantaron la
mayoría de edad de Isabel (contaba con 13 años) y la proclamaron reina. Antes de
terminar el año, la reina encargaba a un político moderado, González Bravo, la
formación de un gobierno, que duró unos seis meses, siendo sustituido por otro
dirigido por Narváez. Con él daba comienzo la Década Moderada.
II.
LA DÉCADA MODERADA (1844-1854).
1. Primeras reformas y la Constitución de 1845.
Ya en los últimos meses de 1843, los moderados comenzaron a desplazar
definitivamente a los progresistas del poder. Al tiempo que esto sucedía, creció la
opinión de que era hora de asentar el Estado sobre unas bases firmes, reformando,
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entre otras medidas, la Constitución de 1837, entonces en vigor. Cuando Narváez
llegó a la presidencia del Gobierno, en mayo de 1844, inició una serie de reformas
que limitaban las libertades propuestas por los progresistas, robusteciendo el
poder de la Corona y organizando una administración centralista. La Década
Moderada va unida a la persona de Narváez, el político más influyente de la época.
Hubo a lo largo de este periodo 16 gobiernos, lo cual indica en principio una gran
inestabilidad, sin embargo, no hay que engañarse, Narváez es el político moderado
que preside esta etapa.
La preocupación de los moderados era hacer compatibles dos conceptos:
orden y libertad. Y se empezó por poner los medios para establecer un orden
público estricto. A fines de 1843, el gobierno presidido por González Bravo ya
había preparado el terreno suprimiendo la Milicia Nacional; con ello se acababa con
la fuerza de choque del partido progresista. A la vez se empezó a preparar otro
instrumento, la Guardia Civil, para salvaguardar
Ramón María Narváez
el orden público y la propiedad de las personas.
Su reglamento, aprobado el 6 de octubre de
1844, enumeraba las obligaciones y facultades
del nuevo cuerpo. Su primera obligación era
auxiliar al jefe político provincial -más tarde,
gobernador civil- del que dependía, para acabar
con cualquier desorden, o bien tomar por sí
misma la decisión de desarrollar esta función en
el caso de que dicha autoridad no estuviera
presente. Su segunda obligación consistía en
disolver cualquier reunión sediciosa y armada.
Las restantes obligaciones mezclaban esta
política de orden público con la vigilancia de la
propiedad, que en la España de mitad del XIX
era fundamentalmente rural.
Después se continuó con la prensa. La
existencia de un jurado para los delitos de
imprenta no había servido de nada, por lo que estos delitos, como los demás,
deberían ser materia de las leyes comunes; de este modo, quedó extinguida la
fórmula progresista en julio de 1845 y se dio paso a un control preciso de la
imprenta y de la prensa por parte del Gobierno.
Por último se retomó la cuestión de los Ayuntamientos. La ley orgánica de
enero de 1845 delimitaba la función de los alcaldes, haciéndolos depender del
poder central; serían nombrados por el Gobierno o por las autoridades provinciales
representantes de este -los jefes políticos-, y se les encomendaba la custodia del
orden público en las respectivas poblaciones a su cargo, teniendo como
colaboradora en esta misión a la Guardia Civil. De esta forma se liquidaban los
intentos progresistas de descentralización.
La nueva Constitución fue sancionada por la Corona el 23 de mayo de
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1845. Aunque fue presentada como una
reforma para mejorar la de 1837, en
realidad se trataba de un texto nuevo,
claramente moderado, que excluía toda
pretensión de pacto con los progresistas.
Su preámbulo contenía dos principios
trascendentales: se negaba que la
soberanía nacional residía en el pueblo y
se afirmaba que dicha soberanía era dual,
compartida entre el rey y las Cortes,
éstas en cuanto representante del pueblo.
Así, ahora eran el rey y las Cortes quienes
decretaban la Constitución, y no
solamente las Cortes, como había
sucedido en 1812 o en 1837. De ahí que las
reformas políticas más importante fueran
la supresión de las limitaciones de los
poderes del rey -de la reina, en este
Constitución de 1845
caso- y el aumento de sus prerrogativas,
con la consiguiente pérdida de autonomía de las Cortes. En conjunto, la
Constitución de 1845 despertó pocos entusiasmos, porque, si bien los progresistas
se opusieron a ella de inmediato, el sector "duro" de los moderados consideró que
era insuficiente y que había que restringir aún más el poder de las Cortes. Otro
aspecto destacado de la Constitución fue la declaración categórica de que la
religión de la nación española era la católica, apostólica y romana, en contraste con
la Constitución de 1837, que se limitaba a enunciar el hecho de que la religión
católica era la que profesaban los españoles. Por aquel entonces, los moderados
intentaban restablecer completamente las relaciones con el Papa, después de la
ruptura provocada por la desamortización de Mendizábal, y negociaron un
concordato que se firmaría en 1851. El concordato interpretaba que la única
religión del Estado era la católica, lo cual entrañaba obligaciones del poder civil
para la defensa de la religión. Las principales consecuencias de esta afirmación
eran la intervención que se concedía a los obispos en la enseñanza y el apoyo que los
gobiernos se obligarían a prestarles en la represión de las llamadas doctrinas
heréticas. Pero hay que observar que, en el orden político, los gobiernos moderados
iban a conseguir dos importantes logros: de una parte, la aceptación por Roma de
que los bienes desamortizados quedaran en manos de sus propietarios, lo cual
implicaba acabar con la persecución de los compradores, que formaban el núcleo del
partido moderado, y, de otra, la renovación del derecho de presentación de
obispos, que se había establecido en el anterior concordato de 1753.
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
2. Otras reformas
Con
las
reformas
previas a la Constitución, los
moderados habían eliminado
posibles peligros, y en este
texto dictaron las pautas para
que se procediera a la
definitiva organización del
Estado.
Los
objetivos
fundamentales eran tres: un
orden jurídico unitario, una
administración centralizada y
una
Hacienda
con
unos
impuestos únicos. El deseo de
componer un corpus de leyes unitario que sirviera para todos, y que implicaba la
eliminación de todos los fueros, leyes y costumbres excepcionales, ya estaba
presente en 1843 o en los primeros momentos del partido moderado.
La centralización y organización administrativa, sustentada por la reforma
territorial de Javier de Burgos de 1833, quedó consolidada y uniformada, desde
enero de 1845, mediante leyes concretas que regulaban la ordenación provincial y
la administración local, concentrando en los gobernadores civiles la autoridad en
cada provincia y haciendo depender de ellos a los alcaldes de las poblaciones. Se
producía así una conexión poder central-poder local que eliminaba las posibles
ambiciones autonomistas de este último. Como complemento a esta articulación de
las administraciones locales con la central, se racionalizó la burocracia y se
estructuró el funcionariado mediante un nivel de exigencias técnicas, jurídicas y
administrativas. Finalmente, mediante un decreto de septiembre de 1845, se
centralizó la instrucción pública y se organizó la enseñanza en sus distintos niveles
según el modelo francés, tan imitado por la Administración española a lo largo del
siglo.
La tercera de las reformas, y quizá la más urgente, fue la reforma de la
hacienda de 1845, debida al ministro Alejandro Mon, acabó con el viejo sistema
fiscal introduciendo la “contribución de inmuebles, cultivo y ganadería”, el
“subsidio industrial y de comercio” y el impuesto sobre el consumo de determinadas
especies (vinos, aguardientes, aceite de oliva, carnes…) que se cobraba, según unas
tarifas, a la entrada de las poblaciones. Los “consumos” al contribuir a aumentar los
precios de las subsistencias era muy odiado por las clases populares.
Por último, en 1846 se hará una reforma electoral que reducirá el número
de electores al elevar los requisitos económicos necesarios para poder votar.
Además de establecerse un Estado que respondía a la perfección a los esquemas
del liberalismo moderado, hay que resaltar otras cuestiones, como el matrimonio de
la reina, la segunda guerra carlista, las novedades del gobierno de Bravo Murillo y
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
la crisis política final que viene a acabar
con la Década Moderada.
Sobre el matrimonio de la reina,
Francia e Inglaterra procuraron evitar que
el candidato elegido fuera contrario a sus
intereses. Con ello terminaron por limitar
los candidatos a la propia familia Borbón,
casándose, en efecto, con su primo
Francisco de Asís (octubre de 1846), un
matrimonio desgraciado para ambos. A la
vez, la hermana de la reina, Luisa Fernanda,
se casó con Antonio de Orleáns, duque de
Montpensier, hijo del rey de Francia. El
matrimonio de la reina con Francisco de
Asís reavivó el enfrentamiento con los
carlistas, que confiaban en casar a Isabel
Isabel II (1830-1904)
II con el pretendiente Carlos VI, conde de
Montemolín, hijo de Carlos María Isidro, que finalmente fracasó. Ello dio lugar al
estallido de la segunda guerra carlista (1846-1849) o “guerra Matiners”, con
centro en Cataluña y en donde Ramón Cabrera que regresó de Inglaterra, se puso
al frente de las partidas de guerrilleros.
Al último gobierno de Narváez, entre octubre de 1847 y enero de 1851, le
sucedió el encabezado por Bravo Murillo. Durante su mandato se firmó el
Concordato con la Santa Sede. La división interna entre los mismos moderados
contribuyó a que cayera el gobierno de Bravo Murillo y ello abrió un nuevo periodo
de inestabilidad política, con fuerte desgaste de los moderados. Le sucedieron dos
gobiernos cortos hasta la constitución del último de la Década, el presidido por
Luis José Sartorius (conde de San Luis) en septiembre de 1853. El gobierno
terminó siendo acusado de escándalos administrativos en la construcción del
ferrocarril, facilitando negocios sucios y enriquecimientos escandalosos. Cuando el
Senado decidió votar en contra de las concesiones ferroviarias propuestas por el
gobierno éste decidió perseguir a cuantos habían votado en contra suya. El
mecanismo destinado a facilitar el acceso al poder de los progresistas se puso en
marcha. En efecto, un grupo de militares tomó la iniciativa y decidió pronunciarse
contra el gobierno. Comenzaba la “Vicalvarada”.
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
III. EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856) Y LA
VUELTA AL MODERANTISMO (1856-1868). EL
TERRITORIO DE CASTILLA LA MANCHA EN LA ÉPOCA DE
ISABEL II.
1. El pronunciamiento de 1854. Los progresistas en el poder.
La revolución de 1854 trajo consigo un cambio de rumbo en la orientación
política del país. El procedimiento utilizado fue el pronunciamiento. En julio de
1854, una facción del ejército encabezada por el general moderado O´Donnell se
pronunció en Vicálvaro, enfrentándose a las tropas del Gobierno. Las fuerzas
sublevadas no encontraron el apoyo que esperaban en Madrid y decidieron
retirarse hacia el sur. En Manzanares el general Serrano se unió a la sublevación y
convenció a O’Donnell para dar al pronunciamiento un giro hacia el progresismo, y
con esa finalidad se redactó, por Cánovas del Castillo, el “Manifiesto de
Manzanares”, con promesas progresistas, que firmó O’Donnell (7 de julio) y cuya
difusión permitió que la sublevación militar se transformará en una revolución
popular y progresista. En Madrid se prendía fuego a las viviendas de Sartorius,
José Salamanca, al palacio de María Cristina, en distintas ciudades se constituían
Juntas revolucionarias. A la vista de los acontecimientos, a la reina sólo le quedaba
un camino: formar un gobierno dirigido por la principal figura del progresismo, el
general Espartero, que con O’Donnell como ministro de la Guerra, quedaba
constituido a finales de julio.
2. La Constitución non nata de 1856 y la obra legislativa. El
fin del Bienio.
Finalizaba así la década moderada y comenzaba lo que se llamó el bienio
progresista, que duraría hasta septiembre de 1856, un tiempo en el que los
gobiernos se esforzaron por poner en práctica varias medidas: ascenso de los
generales que han participado en el golpe, cambios en los gobiernos de las
diputaciones, cambio de embajadores y gobernadores civiles, convocatoria de
elecciones a cortes constituyentes, libertad de prensa, tolerancia religiosa…
El punto principal fue la elaboración de una nueva Constitución que, al final,
no fue promulgada (non-nata) debido a las largas discusiones y a los diversos
sucesos políticos acontecidos. El deseo de reformar la Constitución de 1845 ya
había surgido cuando apenas habían transcurrido dos años desde su promulgación.
Ese deseo se concretó ahora en el nuevo Proyecto de Constitución. El texto refleja
más genuinamente que ningún otro documento el ideario del partido progresista.
Reúne todos sus dogmas: la soberanía nacional, el establecimiento de limitaciones al
poder de la Corona, una prensa sometida al juicio de un jurado, la vuelta de la
Milicia Nacional eliminada por los moderados, los alcaldes elegidos por los vecinos y
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
no designados por el poder central, un Senado elegido por los votantes y no por
designación de la Corona, autonomía de las Cortes y primacía de éstas sobre el
Senado en el momento de la decisión sobre los presupuestos anuales, y tolerancia
religiosa.
La política económica tuvo como eje principal la desamortización con la ley
promulgada por Madoz en mayo de 1855 y con la que se ponen en venta todos los
bienes de propiedad colectiva (tanto eclesiásticos como municipales) que se
invertirán en la industrialización del país y en la expansión del ferrocarril y una
serie de leyes económicas para atraer capitales extranjeros, relanzar la actividad
crediticia de los bancos y fomentar el ferrocarril, símbolo de la industrialización y
el progreso:
-La ley General de Ferrocarriles de 3 de junio de 1855, que facilitó la
inversión de capital extranjero y la constitución de grandes compañías ferroviarias
para la construcción y explotación de la red ferroviaria.
-La ley de Bancos de emisión y de Sociedades de crédito, de 28 de enero de
1856, destinadas a favorecer la movilización de los capitales para financiar la
construcción de las líneas ferroviarias.
En medio de este clima progresista, la preocupación por liberalizar los
derechos individuales y el mecanismo electoral, ensanchando así la base de los
votantes, facilitó que salieran a la luz corrientes políticas que habían sido
reprimidas durante el régimen anterior. A la izquierda del progresismo se
consolidaron las opciones demócrata y republicana; ésta recogía, a su vez,
corrientes como el socialismo y el federalismo. Es en estas fechas cuando se crea
la Unión Liberal, el partido de O´Donnell, de ideología centrista, acogía a la facción
más progresista de los moderados y a la más moderada de los progresistas, aunque
gobernará con los progresistas, el gran momento de este partido le vendrá en la
siguiente etapa. Los orígenes del llamado Partido Demócrata se remontan a la
regencia de Espartero. Hacia 1840, la opinión democrática y republicana se
extendía en círculos reducidos del progresismo. De entre los progresistas
surgieron muy pronto tendencias avanzadas preocupadas por "la cuestión social",
que se difundía por medio de periódicos como La Fraternidad, La Reforma
Económica o El Republicano. En cuanto al movimiento obrero en España, sus
orígenes se sitúan en 1840, cuando surgen las primeras organizaciones de
trabajadores en Cataluña. El tejedor Juan Muns lideraba la Asociación Mutua de
Obreros de la Industria Algodonera, que promovió las primeras huelgas por
mejoras salariales. Durante la década moderada, el movimiento obrero se debatió
entre la prohibición y algún momento de tolerancia. Con el bienio progresista
crecieron las esperanzas de reconocimiento y libertad de asociación y el incipiente
movimiento obrero ensayó sus primeras fórmulas de acción, incluida la huelga
general. A la vez, el carlismo volvió a dar señales de vida, promoviendo partidas
armadas en el campo.
En definitiva, durante estos dos años, los gobiernos progresistas se vieran
continuamente hostigados en las sesiones de las Cortes y en los medios de
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
comunicación por la derecha, decidida a poner todo tipo de impedimentos al
régimen, y por la izquierda radical. Las acciones reivindicativas de obreros y
campesinos y los intentos políticos de signo revolucionario para acabar con los
gobiernos fueron constantes. La inseguridad en la calle y la conflictividad
aumentaron. Con estos ingredientes, una nueva crisis estaba servida.
Principales partidos políticos durante el Bienio Progresista.
3. La vuelta al moderantismo. La era O’Donnell (1856-1868).
La última etapa del reinado de Isabel II fue
de alternancia en el poder entre los moderados y
la Unión Liberal. La crisis se produjo, por fin, en
julio de 1856: ante la inestabilidad existente,
O'Donnell dio un auténtico golpe de Estado
contra la mayoría parlamentaria y desplazó del
poder al general Espartero y al partido
progresista. De este modo, el bienio progresista
acabó como había comenzado, es decir, a tiros y
con derramamiento de sangre en las calles de
Madrid durante los días 15 y 16 de ese mes de
julio. O´Donnell asumió la presidencia del
Gobierno con el respaldo de su partido, la Unión
Liberal, y presentó los objetivos principales de
su política: consolidación de la monarquía constitucional; respeto a "los legítimos
derechos y legítimas libertades"; restablecimiento del orden público, y conciliación
de las dos grandes tendencias, la moderada y la progresista. En contra de lo que
Leopoldo O´Donell
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
imaginaba, su gobierno sólo duro tres meses. Suficientes, no obstante, para
suprimir la Milicia Nacional, disolver las Cortes y restablecer la Constitución de
1845 con un Acta adicional aprobada en septiembre (1856), que ampliaba,
ligeramente, las libertades. En octubre la reina decidía destituir a O’Donnell para
formar un gobierno presidido por Narváez. Era la vuelta al moderantismo más
conservador, sin paliativos. Así, se decidió restablecer la Constitución de 1845, sin
Acta adicional. También correspondió a este gobierno la aprobación de la ley de
Instrucción Pública (1857), debida al ministro Claudio Moyano, que ha tenido una
larga duración en nuestro país, y que regulaba el sistema educativo en tres etapas:
primaria, segunda enseñanza y enseñanza superior.
Antes de terminar el año (1857), Narváez presentaba su dimisión y tras la
constitución de dos gobiernos de corta duración era O’Donnell encargado de
formar gobierno (junio de 1858), con el respaldo de su partido, la Unión Liberal. Su
larga duración, de cuatro años y medio, ha dado lugar a conocer este periodo como
el “gobierno largo” (1858-1863) de la Unión Liberal. Contribuyó a ello el que
coincidiera con una etapa de crecimiento económico, como consecuencia de la red
ferroviaria, que se estaba construyendo, de la mecanización de la industria textil
catalana y el incremento en las ventas de tierras al aplicarse la desamortización
civil, que también permitió ampliar los ingresos del Estado.
En este contexto el gobierno de O’Donnell apostó por una política exterior
con aventuras militares que fueron bien acogidas por la opinión pública y
permitieron darle al gobierno un cierto prestigio. Así, en la guerra de Cochinchina
(o sea Vietnam, 1858–1862) se envió una expedición con otra francesa para
castigar el martirio de misioneros que estaba teniendo lugar allí. Pero la más
importante fue la guerra contra Marruecos (1859–1860) que tuvo lugar para
proteger Ceuta de los ataques marroquíes, con escasos logros territoriales pero de
notable exaltación "patriótica", y junto con sendas expediciones a México e
Indochina, dieron cierto prestigio al Gobierno. En estas aventuras adquirió un gran
reconocimiento el general Prim, que ante el ejército había demostrado ya
suficientemente sus dotes militares: había sido héroe en Castillejos (Marruecos),
en 1859, y antes, observador de guerra en Crimea, gobernador en Puerto Rico y
enviado a México para ayudar a los franceses en su intento de derrocar a Juárez.
El general Prim lideró a los progresistas. Nacido en Cataluña, fue un liberal
puro que defendió siempre los ideales de la libertad, de una monarquía
constitucional, de las carreras abiertas al talento y de la economía del librecambio,
y odió cualquier idea que oliera a desorden y socialismo. Si a partir de 1863 empezó
a conspirar para derribar a Isabel II y su camarilla de la corte, fue porque aquella
supeditó siempre sus deberes de reina constitucional a sus escrúpulos de católica
conservadora.
4. La crisis final del reinado (1863–1868).
Como el juego político venía quedando reducido a favor de los moderados y
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
de la Unión Liberal, en la crisis final del reinado contribuyó la misma corona,
empeñada en contar sólo con gobiernos moderados, o bien presididos por O’Donnell,
lo que anulaba los fundamentos del sistema liberal. A los progresistas sólo les
quedaba la vía de la conspiración, lo que suponía tomar el poder por la fuerza.
A todo esto el gobierno añadía más ingredientes a la crítica al actuar con
extrema dureza ante cualquier acontecimiento que viniera a alterar el curso de la
vida política. Así, con Narváez, que vuelve al gobierno en 1864, el catedrático
Emilio Castelar fue expedientado tras escribir un artículo titulado El rasgo, donde
criticaba a la reina. El rector de la Universidad Central se puso a su lado y una
manifestación de estudiantes acabó, tras la actuación de la fuerza pública, con 11
muertos y 193 heridos (los sucesos de la “noche de San Daniel”: 10 de abril de
1865). El gobierno, desprestigiado, cayó para ser sustituido por otro dirigido por
O’Donnell (junio de 1865). Los progresistas, liderados por Juan Prim, ya sólo
confiaban en el pronunciamiento como única salida. Pero lo que se planeó como un
pronunciamiento acabó en un absoluto fracaso: la sublevación de los sargentos de
artillería del cuartel de San Gil en Madrid pretendía hacerse con el cuartel y se
enfrentaron a sus oficiales, dando lugar a una gran carnicería (junio de 1866). El
gobierno de O’Donnell respondió con una fuerte represión, fusilando a 66 de sus
participantes, acusados de sublevación. Otra vez la reina aplicó el adiós a O’Donnell
para volver a Narváez, ya sin ideas pero especialista en aplicar la mano dura en
aquello que viniera a alterar el “orden”.
Mientras, en agosto de 1866, la oposición de progresistas y demócratas, en
el exilio, firmaba el pacto de Ostende (Bélgica) con el propósito de unir fuerzas
para conseguir destronar a Isabel II y convocar unas Cortes constituyentes
elegidas por sufragio universal, encargadas de decidir el tipo de gobierno que
debía tener el país. Tras la muerte de O’Donnell (noviembre de 1867), los
unionistas, ahora bajo la dirección del general Serrano, se unían al pacto. En abril
de 1868 fallecía Narváez, sucediéndole González Bravo. No quedaba mucho donde
elegir. La sublevación estalla en septiembre de 1868. Denominada por sus
protagonistas “la Gloriosa”, al triunfar ésta trajo consigo la caída de Isabel II,
que salió de España hacia París, y la apertura en nuestra historia de una nueva
etapa política de signo democrático, que iba más allá del liberalismo.
5. El territorio de Castilla-La Mancha con Isabel II.
Uno de los problemas de la minoría de edad de Isabel II fue la Primera
Guerra Carlista, iniciada en Talavera de la Reina (1833). Los carlistas realizaron
incursiones en La Mancha y en los Montes de Toledo. Las amenazas carlistas más
serias provinieron de las tropas de los generales Gómez y Cabrera que amenazaron
Guadalajara, Cuenca y Albacete. Con las regencias de María Cristina y Espartero,
nacido en un pueblo de Ciudad Real, se abre el camino hacia el definitivo triunfo de
las reformas liberales. En 1833 el ministro Francisco Javier de Burgos llevó a cabo
una nueva división provincial de España.
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Tema 9. La construcción del estado liberal (1833-1868)
En nuestra comunidad: la mayor parte de la provincia de La Mancha fue
sustituida por la de Ciudad Real aunque parte de su territorio pasó a las provincias
de Cuenca, Toledo y a la recién creada provincia de Albacete. La nueva provincia de
Albacete se formó con parte de los territorios de las antiguas provincias de
Cuenca, La Mancha y Murcia. Las provincias que forman hoy Castilla-La Mancha, se
organizaron entonces en dos regiones. Una, Castilla La Nueva, que incluía a Madrid
con Toledo, Cuenca, Guadalajara y Ciudad Real; la otra, Murcia, formada por
Albacete y Murcia. También se creó, para la administración de justicia, la
Audiencia Territorial (1834), con sede en Albacete, con jurisdicción sobre las
provincias de Murcia, Ciudad Real, Cuenca y Albacete. Para la administración y
desarrollo de los pueblos en cada provincia se crearon las Diputaciones Provinciales
(1835).
Los cambios económicos en estos años fueron muy importantes, aunque no
conseguimos industrializarnos, como en otras partes de España. La desamortización
eclesiástica de Mendizábal afectó mucho a todas las provincias de nuestra región,
al igual que la civil de Madoz de 1855. En general, contribuyeron a consolidar la
gran propiedad y a acentuar los procesos de proletarización del campesinado
manchego. Siguieron las industrias tradicionales (alimentarias, navajas y cuchillos,
calzado…); en cambio, la industria textil de nuestra región no pudo soportar la
competencia de la industria textil catalana, mecanizada y con costes de producción
más bajos, dispuesta a cubrir al mercado nacional.
En cuanto a la evolución política, las provincias castellano-manchegas,
plenamente liberales, siguieron el curso político desarrollado a nivel nacional.
Dominio por los liberales moderados (Década Moderada), luego por los progresistas
(Bienio Progresista) y vuelta a los moderados y unionistas de O’Donnell. Los
demócratas y republicanos tuvieron que esperar a la fase siguiente: el Sexenio
Democrático.
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