PRIMERA REUNION: PRESENTACIÓN Y VIDA FAMILIAR

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nosotras
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nosotras
LA HISTORIA DE LAS MUJERES DE
Aldea del Fresno, Cadalso de los Vidrios, Cenicientos, Colmenar del Arroyo,
Navas del Rey, Pelayos de la Presa y Rozas de Puerto Real
EN EL SIGLO XX
COORDINACIÓN Y DIRECCIÓN
Susa Cerviño Saavedra
Juan Calzón Álvarez
AUTORAS Y TRABAJO DE CAMPO
Cristina Lombana Aramendía
Inés de Pedro Buesa
educación y desarrollo social s.l.
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nosotras
Financia:
Asociación de Mujeres Santa Águeda - Rozas de Puerto Real
Ayuntamiento de Aldea del Fresno
Ayuntamiento de Cadalso de los Vidrios
Ayuntamiento de Cenicientos
Ayuntamiento de Colmenar del Arroyo
Ayuntamiento de Navas del Rey
Ayuntamiento de Pelayos de la Presa
Ayuntamiento de Rozas de Puerto Real
Subvenciona:
Dirección General de la Mujer
CONSEJERÍA DE SERVICIOS SOCIALES
Comunidad de Madrid
Reservados todos los derechos.
Esta obra no podrá ser reproducida,
ni total ni parcialmente, sin el permiso escrito del editor.
 educación y desarrollo social s.l.
Edita: educación y desarrollo social s.l.
Tirada: 4.000 ejemplares
ISBN: 607-4094-3
D.L.: M-16503-2002
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“Las mujeres de mi pueblo, sin ser tan renombradas, para mi tienen un significado mejor:
que superaron cada día, contagiaron ternura y alegría y compartieron tiempo y trabajo.
Hay mujeres que ayudaron mucho. Puedo decir muchas pero me quedaré con las que yo
tuve la suerte de conocer y las que tengo cariño y respeto.”
Manuscrito de Teodora Trujillo
“Se ponían los puños unos encima de otros, todos en corro y
se decía:
¿Qué es esto?
Un puñete
¡Quita ese quete!
¿Qué es esto?
Una horquilla
¡Quita esa quilla!
.....
Y en el último puño se decía:
¿Qué tengo aquí?
Oro molido
¿quién lo molió?
El rey y la reina
Quien se ría apaga las penas
Uuuuuuuuuuuuuh”.
Y así nos pasábamos horas....”
Manuscrito de Pilar Fernández
MUJERES PARTICIPANTES
las verdaderas protagonistas
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nosotras
Todo lo que van a leer –y esperamos que disfrutar- es el trabajo de muchas personas que, con su
aportación, han dibujado un retazo de nuestra historia. La historia (o mejor la vida) de mujeres de
nuestro país. Ellas son las verdaderas protagonistas y merecen una especial mención.
Gracias a:
Juani Alburquerque
Paula Alburquerque
Olga Alonso Fraile
Pedro Alfonso Jerónimo
Paula Arias Blanco
Obdulia Arranz Montero
Victoria Arranz Montero
Raquél Bello Piñero
Julia Blasco
Pilar Calvo Ventura
Teresa Carro Saugar
Carmen Castro
Delfina Cercas Hernández
Felisa Díaz Collado
Juliana Díaz
Soledad Estévez
Manuela Fernández
Rosalía Fernández
Aurora Fernández Fernández
Fernanda Fernández Fernández
María Luisa Fernández Montero
Ana María Fernández Larios
Pilar Fernández Núñez
Eleodora Galán del Teso
Josefa García Estébanez
Teresa García Navarrete
María Luisa García Parrado
María del Pilar Guerra Roeznillo
Francisca Hermoso
Florentina Hernández Alonso
Iluminada Hernández Domínguez
Maribel Hernández Hernández
Gerardo Hernández Huertos
Rosario Hernández Jiménez
Josefa Hernández Redondo
Teresa Hernández Rodríguez
Segunda Hernández Serrano
Rufina Hernández Serrano
Mercedes Hernández Vázquez
Pilar Hernández Viñas
Victoriana Herrero del Barrio
Candelas Herrero Blanco
Adela Herrero Herrero
María Jiménez
Marina Jiménez Rodríguez
María del Mar Lizana
Purificación Lizana
Rosa Lizana
Eugenia Lizana Vedia
Eugenia Mayorga
Dolores Maeso Balbellido
Dolores Maeso Tenaguillo
Manuela Martín Ron
María José Martín Ron
Josefa Dionisia Matamoros
Cesárea Montero Blasco
Manuela Montero Herrero
Pilar Montero Montero
Juana Parras Santos
Matilde Peña Santos
Jose Pérez
Felipa Pérez Quintas
Rosa Quintas
Rosa Quintas Pereda
Pascualina Quintas Resines
Lucía Ramos
Feli Rico
Cruz Quintas Rodríguez
Mercedes Rodríguez Gil
Piedad Rodríguez Rodríguez
Margarita Ruedas Jiménez
Mª Asunción Saogar
María Jesús Sáez Rosado
Pedro Santos Domínguez
Ángeles Sánz Asensio
Victoria Saugar Saugar
Manuela Serrano Díaz
Teodora Trujillo
Paz Ventura Arroyo
Celia Zurdo
Lucía Zurdo
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EN AGRADECIMIENTO
Has sido muchas las personas que, de una u otra manera, han colaborado en este trabajo.
Posiblemente, el ánimo que nos han infundido, su apoyo desinteresado y su espíritu crítico,
hacen que este relato tenga, al menos para nosotros, un valor añadido.
Es posible, e incluso probable, que al intentar nombrarlas a todas, cometamos el desliz de
algún olvido. Pero ellas saben que es involuntario y sabrán perdonarnos:
A Mari Carmen Escudero, por su espíritu crítico y el valor de sus correcciones.
A Mª Nueva Yuste, bibliotecaria de San Martín de Valdeiglesias, por las facilidades e interés
mostrado.
A María Jesús Guerra Pradera, bibliotecaria de Cadalso de los Vidrios, por los valiosos
datos históricos y lexicográficos aportados.
A Pedro Alfonso Jerónimo, por poner a nuestra disposición todos sus conocimientos,
recuerdos y en especial por la gentileza de ofrecer su archivo fotográfico de Cadalso de los
Vidrios.
A Adelina Saavedra y a todas las mujeres que previamente han leído el texto y nos han
dado su opinión sobre el mismo.
A todas las personas que, con su esfuerzo, trabajo e interés, han aportado sus vivencias,
sus recuerdos y las fotografías que ilustran de forma expresiva la historia gráfica de nuestras
mujeres y de las que en esta obra sólo podemos mostrar una pequeña parte.
A Cristina e Inés, por su dedicación e interés, más allá de lo exigible.
Índice de contenido
PRESENTACIÓN.......................................................................................................... 8
PLANTEAMIENTO Y DESARROLLO DE ESTE TRABAJO..................................................10
Primera reunión: VIDA FAMILIAR.................................................................................17
Segunda reunión: LA INFANCIA..................................................................................23
Tercera reunión: JUVENTUD.......................................................................................31
Cuarta reunión: LA BODA .........................................................................................43
Quinta reunión: LA GUERRA CIVIL Y LA POSTGUERRA..................................................53
Sexta reunión: LA RELIGIOSIDAD Y LA IGLESIA ............................................................61
Séptima reunión: TRABAJO ASALARIADO.....................................................................69
Octava reunión: LA MATANZA....................................................................................79
“En cualquier caso, tú de ningún modo podías
oírlo, porque no estabas aquí ni allá ni en ninguna
parte, monicaco, aún no habías salido del
cascarón.
Vale, de acuerdo, tú lo has vivido, pero yo lo
he imaginado.”
JUAN MARSÉ: Rabos de lagartija.
PRESENTACIÓN
Cuando diversos municipios de esta mancomunidad se plantean trabajar sobre la historia de
sus mujeres es indicativo de que nos vamos acercando a un mejor conocimiento de nuestra realidad.
Promover que nuestras mujeres busquen una dignidad que la historia les ha negado y a través de
este trabajo intentar actitudes de mayor reconocimiento para ellas, es una pieza clave en una
sociedad que pretenda ser más justa e igualitaria. No se trata de buscar heroínas en nuestros
municipios que salten a los libros, se trata de devolverles el papel que les corresponde en una tarea
que es de todos y que aunque hoy reconocemos de todos, no siempre ha sido así...
Cada vez más personas consideramos que las mujeres han tenido y tienen una parte
fundamental en la historia: en el desarrollo de la economía, en la construcción y reconstrucción de
los pueblos (sobre todo después de una guerra), en la educación de los hijos, en el mantenimiento y
ensalzamiento de las fiestas y tradiciones...son además las transmisoras de la historia de verdad;
desde luego no estamos hablando de la historia que nos ofrecen los libros, bien ordenada, fechada
y con unos protagonistas determinados....no; esa es sólo una parte de la historia.... la de verdad es
también el relato de la maestra del pueblo que me cuenta mi abuelo y me repite mil veces, la de
verdad es la que queda en el olor de ese postre tan rico que hace mi madre, que a su vez le enseño
la suya...la de verdad es la esculpida en la fuente de barro donde ya aliñaba la ensalada mi
bisabuela...la de verdad es la imagen de esas fotos de hombres y mujeres trabajando en el campo....
La historia que ahora nos interesa es la que vivieron realmente las personas día a día. Nos interesa
reflexionar sobre ella y más concretamente sobre el papel tan importante de las mujeres en la vida
social y económica de estos municipios; porque sólo reflexionando sobre ello nos daremos cuenta de
su importancia, de su calidad, de la necesidad de cuidarlo y sobre todo de mostrarlo y no perderlo.
Es probable que muchas de las cosas que surjan de esta reflexión y se cuenten en este libro ya
las conozcamos; conocemos que las mujeres se ocupaban de las tareas del hogar, del cuidado de
los hijos, que trabajaban en el campo y con el ganado, que participaban en fiestas y en juegos
tradicionales.... Pero lo que no estamos habituados a pensar en el valor de todo esto; es decir, no
estamos habituados a pensar cómo el trabajo de la mujer en casa y fuera de ella permite el
desarrollo de la economía, no estamos habituados a pensar cómo en el cuidado de los niños se
transmiten una serie de conocimientos y valores importantísimos en nuestra cultura, no estamos
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nosotras
habituados a pensar en el esfuerzo ingente que supone el cuidado de los niños en unas condiciones
de vida muy difíciles, no estamos habituados a pensar que el trabajo asignado históricamente
a hombres lo hacían realmente ambos, no estamos acostumbrados a pensar... Si hacemos
un esfuerzo por imaginar como estas mujeres han desarrollado su trabajo, no tendríamos
otro remedio que quitarnos el sombrero ante ellas , al descubrir su dignidad realizando tareas
poco valoradas pero que han llevado a cabo con la cabeza bien alta, seguramente
conscientes de su importancia, aunque nunca hayan alardeado de ello.
La pregunta que nos hacemos es ¿por qué?: ¿por qué no aparece en los libros que las mujeres
son las grandes transmisoras de una cultura oral que nos permitiría conocer mejor nuestra historia?;
¿por qué no se refleja adecuadamente el papel esencial de la mujer para el desarrollo de una
sociedad? ¿por qué el desarrollo económico es cosa de hombres y no de personas?
Las respuestas no son fáciles; los sociólogos hablan del papel de la mujer en el ámbito privado
y la ocultación necesaria del mismo para poder enfatizar la contraria: la de los hombres. Los
historiadores hacen referencia, como señala Arriero Ranz a que “la ausencia de mujeres en la
historia no es fruto de la casualidad“ [...] sino que responde a una visión patriarcal de la realidad en
la que “la subordinación femenina es indisociable de un sistema de producción que ha excluido a las
mujeres del beneficio de su trabajo y ha infravalorado sistemáticamente los desempeñados
por ellas”.
No tenemos una respuesta definitiva, ni pretendíamos encontrarla con este trabajo, pero lo que
sabemos es que la historia es de todos y que nos interesa recuperar la dignidad de un papel no
valorado y promover su continuidad....
Promover su continuidad porque a los y las más jóvenes nos interesa aprender acerca del
coraje y la valentía de estas mujeres; es interesante comparar su “doble jornada” (campo, ganado,
frío, calor, hijos, casa, marido, ausencia de electrodomésticos, etc.) con nuestra “doble jornada”
(electrodomésticos de todo tipo, coche, ordenadores, música ambiental, café caliente...) y aprender
que a veces nos complicamos la vida mucho más de lo necesario; es interesante comparar su
acceso a la cultura (hasta los siete años aproximadamente) con el nuestro (hasta 16 años enseñanza
obligatoria y todas las posibilidades de seguir estudiando si quieres, seas hombre o mujer) y sentir
que somos unos privilegiados; es interesante aprender de ellas tolerancia para aceptar el cambio en
la vida y en las costumbres y adaptarse a los nuevos tiempos; es interesante que estas mujeres,
cumplidos ya los 60, 70 u 80 años se hayan sentado un día, y alrededor de una mesa, como en
tantas ocasiones, hayan empezado a hablar de sus recuerdos, de sus sentimientos, de sus buenos y
malos ratos... de su vida... y lo más interesante de todo es escucharlas tal y como ellas nos lo
cuentan...
Concejalas y concejales de mujer de los municipios de
ALDEA DEL FRESNO, CADALSO DE LOS VIDRIOS,
CENICIENTOS, COLMENAR DEL ARROYO, NAVAS DEL REY,
PELAYOS DE LA PRESA Y ROZAS DE PUERTO REAL
Presidenta de la Asociación de Mujeres Santa Águeda
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PLANTEAMIENTO Y
DESARROLLO DE ESTE TRABAJO
Este estudio es el resultado del trabajo realizado por las mujeres de siete municipios de la
Mancomunidad Los Pinares entre los meses de marzo y julio de 2001. Con este Proyecto tratamos de
resaltar el papel histórico de las mujeres. Esta actividad se inscribe dentro de las actuaciones del I Plan
de Igualdad de la Mancomunidad Los Pinares, una de las cuales hace referencia a “recuperar la historia
propia de las mujeres de Pinares facilitando espacios de expresión y transmisión oral de las mayores a
las/los menores”.
Nuestro objetivo
El objetivo principal es recuperar y resaltar el papel fundamental que a lo largo de la
historia han desempeñado las mujeres en el desarrollo de sus municipios desde su perspectiva
personal, social, cultural, económica...Es también ofrecer una visión general de la realidad
histórica de nuestras mujeres, sin por ello perder los matices y valores propios de cada pueblo.
Para ello se ha implicado a las propias protagonistas en la búsqueda de su identidad
histórica y social. Con este fin se ha creado, durante estos meses, un espacio de transmisión de
sus propias vivencias, intentando dar a éstas un sentido más positivo y menos victimista, de
manera que los valores, costumbres, etc, que tradicionalmente transmite la mujer, alcancen el
lugar y peso que tienen en sí mismos y que es al menos tan importante como otros valores
tradicionalmente masculinos.
La fuente principal de información ha sido la transmisión oral. Las fuentes escritas y
gráficas son de difícil acceso, cuando no inexistentes; pero cuando hemos podido acceder a ellas,
nos han servido para completar y corroborar los datos aportados por las participantes. Recurrir
a la historia oral como elemento metodológico prioritario –sin olvidar sus límites- no es
arbitrario, sino algo premeditado; como señala Arriero, la Historia oral ha sido y es la forma
de transmisión de la memoria histórica de los pueblos a través de generaciones, y “permite
completar la información que otras fuentes nos proporcionan, [...] introduciendo múltiples
puntos de vista de la gente común, de los menos visibles en la historia: trabajadores,
campesinos, mujeres...”
Dejamos a otros expertos interesados el reto de continuar profundizando a través de
metodologías más clásicas.
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nosotras
El proceso
Nuestro trabajo ha seguido el siguiente proceso:
El primer paso parte de las concejalías de mujer de los ayuntamientos interesados en el
desarrollo de este proyecto, así como de algunas asociaciones de mujeres de la zona. Son ellas
las que ponen en marcha, con la ayuda económica de la Dirección General de la Mujer
(CAM), el proyecto de sacar a la luz una realidad escondida , un de cuyos resultados tienen entre
sus manos.
Con esta premisa formamos un equipo de trabajo con los siguientes requisitos:
− Contar con profesionales de diversas áreas que permitieran el análisis de una realidad
desde distintas perspectivas (histórica, sociológica, pedagógica, psicológica).
− Ser capaces de establecer una relación de confianza con grupos de mujeres.
Este equipo, compuesto finalmente por cuatro profesionales, se ha reunido semanalmente
para diseñar, discutir, evaluar, y planificar cada una de las reuniones. Hemos contado además
con el asesoramiento puntual de distintos expertos externos que nos han dado ideas, materiales
y nos han ayudado en definitiva a centrar este proceso. Han sido muchas las tardes de
discusiones sobre cómo llevar a cabo el trabajo; al final elegimos la fórmula de la entrevista
grupal grabada como técnica conductora, lo cual nos permite trabajar, no sólo sobre
hechos, sino también sobre las relaciones interpersonales, las sensaciones, los sentimientos , los
acontecimientos... Pero no sólo hemos contado con fuentes orales: también las fotografías, de
las cuales sólo una pequeña muestra aparece a lo largo de este relato, los documentos
aportados por las asistentes (testamentos, contratos, bandos municipales, cuadernos escolares y
escritos especialmente concebidos por ellas a lo largo del proceso), herramientas, vestidos,
ajuares, viviendas... han constituido un material esencial para documentar, completar y validar
la información oral aportada.
El tercer paso, el más importante, ha sido el desarrollo de reuniones en las que han
participado mujeres de cada municipio de forma voluntaria convirtiéndose en las verdaderas
protagonistas. Estas reuniones han sido coordinadas por Cristina Lombana , periodista, e Inés de
Pedro, socióloga, pero sobre todo mujeres preocupadas por contribuir con sus saberes a una
sociedad más justa. La metodología de trabajo era sencilla pero arriesgada: invitar a las
mujeres a contar su propia historia, sus sentimientos, vivencias... con sus palabras, en el marco
de reuniones generales abiertas a toda la población (también masculina) de cada pueblo, sin
distinción de edad. Pretendíamos que en estos encuentros se relatara la vida y recuerdos de las
asistentes respecto a uno o varios temas previamente sugeridos o elegidos por las protagonistas
y que sirvieran para la ilustración de la historia del municipio. En una fase inicial el equipo de
trabajo seleccionó temas de interés que pudieran resultar motivadores a las asistentes y en
torno a los cuales desarrollar nuevas sesiones, materiales diversos, así como entrevistas con
otras personas que no podían asistir a las reuniones semanales.
El modelo ha servido también para implicar a las propias protagonistas en el trabajo a
través del debate, de la conversación en grupo. Cristina e Inés, demostrando ser buenas
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dinamizadoras, se han preocupado de potenciar en las participantes una imagen positiva
común de si mismas. Desde el principio, hemos considerado como un objetivo fundamental de
este trabajo conseguir que, aunque no siempre encuentren el reconocimiento que merecen,
sean ellas mismas las que lleguen a tomar conciencia del papel que socialmente han
representado y representan.
Esta forma de enfrentarnos y enfrentar a las mujeres participantes a su realidad nos
posibilitaba -frente a la realización de entrevistas individuales estructuradas- , obtener
informaciones contrastadas, ayudando a las asistentes a precisar sus recuerdos. Por el
contrario, con esta estrategia asumimos el riesgo de perder “parte de la realidad” en los temas
conflictivos y que se callen parte de los discursos o se censuren parte de las historias. En
cualquier caso no ha sido nuestro objetivo partir de un punto de vista estrictamente “científico”
para contar esta historia, sino más bien concienciar, dinamizar, reunir, lograr una participación
activa de diferentes grupos de mujeres, en un trabajo común, con un resultado común, del que
también puede participar todo aquel que quiera asomarse a estas páginas.
La periodicidad de las reuniones permitió a las asistentes preparar los temas con antelación,
buscar materiales adecuados a cada jornada, atraer a otras personas que pudieran glosar
adecuadamente el tema principal y.......
a lo largo del proceso de recogida de información se fue
estableciendo una progresiva complicidad entre las mujeres y las entrevistadoras, alcanzando un tono
distendido y de mutua confianza que permitió abordar todos los temas propuestos con total normalidad.
En este momento quisiéramos destacar la implicación emocional y sentimental de todas las mujeres,
hasta el punto de conseguir que olores, sabores, sonidos y texturas entraran en los lugares de reunión
como un protagonista más, haciendo que desde la primera sesión todas olvidaran la presencia literal de
la grabadora.
Hemos comprobado con satisfacción cómo estos grupos han conservado una alta
permanencia en su asistencia, sin que por ello se hayan convertido en grupos cerrados; de
hecho, en varios municipios, manteniéndose un grupo estable, se ha dado un ir y venir de
mujeres que han ido aportando su granito de arena en las reuniones. Pero aún más fascinante
ha sido comprobar cómo las mujeres han sido transmisoras de historias que les contaban otras
mujeres, de escritos con sus ideas, sentimientos, de poemas...; o cómo nos han llevado a los
lugares importantes para ellas, o cómo nos han mostrado sus ajuares, sus más íntimos bordados y
puntillas....y lo mejor de todo es cómo hemos comido. Ha sido una auténtica maravilla la
merienda al final de cada reunión en torno a la “mesa camilla”, como un rito más, totalmente
espontáneo, que nos habla de compartir no sólo la memoria...
Han sido al menos 70 mujeres las que han asistido de forma directa y habitual a las
reuniones, aunque la participación ha sido mucho más amplia a través de la donación de
materiales, fotografías, informaciones puntuales de personas que conocían bien un
determinado tema, encuentros con otras mujeres que por diversos motivos no podían asistir a
las reuniones.... Su edades están comprendidas entre 40 y 90 años de edad, pertenecen a
diversos niveles sociales y tienen distintas profesiones (muchas de ellas todavía en activo); su
denominador común es que, con alguna escasa excepción, todas son amas de casa, esposas y
madres también en activo.
El último paso de nuestro trabajo tiene que ver con la transcripción de las sesiones,
selección de materiales, análisis y redacción. Nuestro interés y preocupación ha sido ofrecer a
las protagonistas el resultado de su esfuerzo de forma que ellas se sientan reflejadas e
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identificadas en el texto, pero al mismo tiempo, intentando transmitir la información de una
manera ordenada y comprensible para todos los lectores; y a hemos comentado que ellas son las
protagonistas, pero también las principales destinatarias de este trabajo.
Difundimos lo que hemos aprendido
La realidad es que no tenemos forma de reflejar todo lo que hemos aprendido; han sido
tantas las aportaciones, las vivencias, las sensaciones... durante estos meses de trabajo y la
repercusión que a nivel personal ha tenido sobre nosotros este grato esfuerzo, que nos
sabemos incapaces de transmitirlas todas y pedimos por ello disculpas al lector o lectora. No
obstante, nuestra obligación es hacer el esfuerzo de contar de la mejor forma posible lo que
nos han contado.
Para ello hemos optado por estructurar la información en torno a vivencias relevantes
para las asistentes (la boda, la matanza, la infancia, el trabajo...) ; evidentemente cada uno de
estos temas no responde a reuniones concretas; éstas han sido mucho más frescas y
anárquicas, como la propia vida de sus protagonistas, donde un tema lleva a otro diferente
una y mil veces. Hemos tratado de parcelar la realidad, organizando la información, para
hacerla más accesible al lector/a. En la medida de lo posible se ha intentado transcribir la
información tal y como ellas la transmiten, intentando mantener el tono emocional y el modo
de expresar la realidad. Nos hemos permitido algunas licencias literarias para hacer más
cercano el relato, como “abrir la puerta” al inicio de cada capítulo para dar paso a la
expresividad de las participantes y a sus comentarios, y “cerrar la puerta” para marcar el final
de su participación y dar paso a un pequeño análisis sobre el tema trabajado.
En este esfuerzo nos hemos dado cuenta de que hay algunos elementos que condicionan
toda la información transmitida (muy similares a los que menciona Arriero Ranz en su análisis sobre
los límites del testimonio oral) y sobre los que creemos necesario hacer una pequeña reflexión: los
sentimientos, el silencio y la ausencia de tiempo.
Los sentimientos como motores de la memoria y la memoria como eje de la Historia. Los
hechos que aquí contamos no son todos los vividos por sus protagonistas, sino sólo algunos
que han dejado huella en su memoria, bien por ser acontecimientos personales importantes,
bien por formar parte de rutinas cotidianas; estás son las que más nos interesan porque
habitualmente son el reflejo de vivencias colectivas, hechos comunes, sentimientos compartidos,
historia de todas; tanto los recuerdos como los olvidos individuales quedan compensados en la
memoria del grupo, en la reflexión sobre hechos concretos vividos de formas diferentes; y son
estos recuerdos compartidos los que nos ayudan a dignificar el papel de las protagonistas y a
valorar e interpretar nuestra realidad actual.
El silencio, lo que no se cuenta, bien porque no sabemos cómo hacerlo, bien porque la
censura actúa sobre nosotros y nos impide poner palabras, ni siquiera en el pensamiento, sobre
algunos temas. Son muchos los espacios en blanco en la historia de las personas, y más si son
mujeres; es todavía mucho el miedo y la vergüenza que produce enfrentarse a ciertos temas; y
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también es mucho el temor a hacer daño, aunque sea de manera indirecta a personas que son
vecinas, amigas, familiares, junto con la presión general que la buena vecindad impone en
cualquier sociedad pequeña. Y es mucho el respeto que nosotras/os por ello sentimos. En
cualquier caso, son silencios que aportan una gran cantidad de información para aquel que
quiera y sepa interpretarlos; parafraseando a La Codorniz: “el libro menos audaz, para el lector
más inteligente”; o de “como pasarse el rato leyendo entre líneas”.
El tiempo, como una pieza “borrosa” que sólo logramos atrapar a través de los
acontecimientos vitales personales o colectivos (el antes o después de la boda; el antes o
después de la muerte de la madre....) ...o a través de los acontecimientos agrícolas y
ganaderos que marcan las estaciones: la siega, la vendimia. El recuerdo vital no está marcado
por el reloj ni el calendario. A excepción de la guerra civil, la vida de estas mujeres no se
establece cronológicamente por acontecimientos sociales que vayan más allá de los límites de
su comarca. Y tampoco tendría por qué ser de otra manera. En ocasiones parece que los años
no transcurren, dada la lentitud de los cambios en los condicionantes socioeconómicos, en las
costumbres, en el progreso; hasta los años setenta las rutinas, los métodos, la tecnología, las
costumbres, permanecen casi inalterables para al menos tres generaciones de mujeres; y esta
parsimoniosidad contrasta terriblemente con la velocidad vertiginosa y la radicalidad en los
cambios de los últimos años.
No hemos querido profundizar más en los aspectos metodológicos o formales exigidos a
cualquier estudio, porque ya hemos dicho que no hay tal estudio. De hecho , el sucinto análisis
se deja para unas escasas conclusiones con bastante poca “chicha”, porque lo que nos
interesa es que nuestras protagonistas se vean más o menos tal cual se nos han presentado y
no diseccionadas por personas ajenas, de discurso altisonante. Lo que no quiere decir que
siempre nos aguantemos las ganas de hablar desde fuera y generalizar sobre unas vidas que se
nos han presentado tal y como se viven: únicas, totales y entrelazadas; pero no generales o
abstractas, como habitualmente las sentimos en los libros analíticos de los “científicos sociales”.
Dejamos ya paso a las protagonistas de este libro: las mujeres de Aldea del Fresno,
Cadalso de los Vidrios, Cenicientos, Colmenar del Arroyo, Navas del Rey,
Pelayos de la Presa y Rozas de Puerto Real. Todas ellas han asistido durante tres meses
a una cita semanal con su vida, la de sus madres, la de sus abuelas, y nos la han contado; y
han sido conscientes en todo momento de la importancia de su participación, porque sin ellas
este trabajo hubiera sido imposible. Queremos resaltar de nuevo el valor único de la
transmisión oral como fuente de conocimiento para la Historia, ya que desgraciadamente,
todas estas historias (y las que quedan por contar) corren grave riesgo de quedar olvidadas en
muy poco tiempo, cuando nos quedemos sin abuelas y abuelos cuenta cuentos.
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nosotras
PRIMERA REUNION:
VIDA FAMILIAR
Asistimos al primer encuentro con expectación. Hemos establecido contactos anteriores para
presentarnos a nosotras mismas y al Proyecto general, pero la toma de contacto real es este primer día;
en nuestra mente la certeza de que puede ser determinante en cuanto al nivel de participación e
implicación de los diversos grupos.
Abrimos la puerta:
Hay un grupo de mujeres en conversación animada, tienen muchas cosas en común, están
alegres y relajadas, nos saludamos y miran con prevención la grabadora y el cuaderno de notas.
Establecemos un turno de participación que sirva de presentación: nombre, edad (si les parece
pertinente), lugar de origen (no todas han nacido en el municipio objeto de estudio), forma de vida y, en
general, todos aquellos datos que crean importantes para definirse a sí mismas.
Al principio titubean, como si no quisieran asumir el protagonismo que se les da, miran la
grabadora de reojo, la primera da su nombre e inmediatamente habla de su familia: su madre, su
padre, sus hermanos, de la economía familiar, un retrato esquemático de hace ¡¡60!! años, vívido, ágil
y feliz.
Se suceden las intervenciones y abundan en ese pedazo de tiempo: los abuelos, la infancia, los
trabajos dentro y fuera de la casa, los juegos, la comida...
Se evoca el tiempo de la infancia, porque al hablarnos de sus abuelos y sus padres lo hacen tal
cual lo vieron, con los ojos de la niñez, y esta primera sesión se transforma en evocadora y sincera,
tanto como puede hacerlo un niño que cuenta la verdad.
En todos los pueblos esta primera sesión adquiere el mismo tono:
“Soy Fulanita y tengo tantos hermanos y hermanas –en algunos casos también recalcan el
número de hermanos vivos- mis padres se dedicaban a tal ocupación”...
E inmediatamente la familia y la economía son el centro de su discurso. La economía, sobre
todo en la posguerra, significa ante todo comida, la alimentación básica:
“Nosotros la ayudábamos y ellos, como podían más, nos daban de comer. Nos
daban de comer, claro, entonces vosotros podíais más que nosotros.
Dinero no nos daban ...
No, dinero no
... pero comida sí.
Luego era una casa que...La casa de ellos
La llamábamos la casa grande”
( Grupo de Rozas de Puerto Real)
En todas las casas se establece una economía de subsistencia, los varones trabajan fuera de
casa a jornal en diversas tareas agrícolas dependiendo de la zona y la época del año, principalmente la
siega y todos los trabajos relacionados con la vid. Además, los ingresos –en dinero– se complementan
con la venta de leña (jaras, escobones), caza de conejos (sorteando a la siempre vigilante Guardia Civil)
), pastoreo y cuidado de ganado propio y ajeno(cabras, ovejas, vacas), y algunas profesiones
enmarcadas en el comercio: carniceros, barberos, vendedores de ultramarinos... y otras profesiones:
peones camineros, campaneros, alguaciles, serenos...
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El furtivismo con lazo es un modo de traer dinero a casa muy común en todos los pueblos; los
conejos no solían ser para consumo familiar sino que se destinaban para la venta a las casas más
pudientes del pueblo. En casi todos los municipios se cuentan historias de cómo se sorteaba la
vigilancia de los guardias de la caza y de la Guardia Civil y las consecuencias si se les pillaba in
fraganti:
“Al tío Fulano le hicieron comer el conejo con piel y todo”.
(Grupo de Cenicientos).
La mayoría de las veces no eran tan expeditivos y se limitaban a “requisar” la mercancía del furtivo,
que además debía depositarlo en el cuartel: por lo general los anteriormente citados conejos, pero
también muy a menudo, la leña.
Todos estos trabajos, desempeñados por los hombres, no lo eran a tiempo completo, porque
dependían de las campañas estacionales y, sobre todo, porque era necesario aportar más ingresos a la
economía familiar.
Se ejercían otras labores, en las que ya sí aparece la presencia femenina de forma constante, con
una baja retribución porque se trataba de trabajos “poco especializados” o directamente adjudicados a
la condición femenina: recolección de castañas y piñas, vendimia, escardado... Dentro de los trabajos
de viña lo único que no hacían las mujeres era podar, arar y hacer los troncos. De las demás tareas se
encargaban ellas mayoritariamente: “Espampanar”, desnietar, sarmentar y vendimiar. Lo mismo se
puede decir del cereal, que lo único que no hacían las mujeres era segar (salvo en el caso de las
familias en las que no hay varones); en cualquier caso, las mujeres también trillaban y “daban haces”.
Uno de los trabajos que se repiten en todas las entrevistas, es la recogida y venta de leña;
participaban hombres y mujeres en la fase de recolección; la leña de escobón y jara se vendía
principalmente a panaderías y tahonas del sur de Madrid (aluden a Getafe y sus alrededores), donde
llegaban en carros después de un día de viaje; además, también se vendía en el pueblo.
Mención aparte merecen los trabajos “femeninos” con contrapartida económica; de muy diversa
naturaleza: modistas, jabelgadoras, servicio doméstico (dentro del municipio), lavanderas...
Además, la familia contribuía al sostenimiento general con el producto de la tierra propia: vides,
huertas, “suertes” municipales, en los que la aportación femenina es equivalente y en muchos casos
superior a la del varón.
“Luego ya me enamoré aquí, me casé con uno de aquí y he sido casi una esclava,
casi como las mujeres de antes. Porque yo todavía hoy tengo sesenta y cinco años y
he ido con las cabras, que he tenido cabras, he ido con las vacas todo el día. Darlas
de comer a las vacas, porque hoy tenemos para cerrar todas las fincas, pero
entonces no teníamos nada de nada. E iba a vender la leche a San Martín. (...) Un
día me cogieron los vigilantes, ..., tenía un 28 grados la leche y tenía que tener un 30
ó un 32, y claro me lo quitaron. Me lo quitaron y se quedaron con ello. Pues todas
esas cosas. Encima de que no tenías ... Y he ido de cabrera, he ido de vaquera, a
sembrar el huerto, a trillar de niña, mucho he trillao también toda la vida. A coger
castañas, a coger aceitunas, al huerto a regar y ... Hoy tengo sesenta y cinco años y
he trabajao cuando salió en los pueblos que las mujeres podíamos ir a trabajar al
monte”.
( Grupo de Rozas de Puerto Real)
“ Yo lo que iba siempre a vendimiar, que se iba a las fincas a vendimiar, a principios
de octubre, luego a coger aceitunas. En el mes de noviembre y diciembre a coger
aceitunas, y en enero.
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nosotras
Nevando y todo ¿eh?
Que duraban aquí las aceitunas ... las que había en esa finca de ahí, el Santo. He
estao muchos inviernos en la aceituna. Nos llevábamos media arrobita de vino,
dulce y nos calentábamos un poco.” (Ríe)
( Grupo de Aldea del Fresno)
En todos estos trabajos participan activamente las niñas porque siempre hay una ocupación
adecuada a sus fuerzas y edad; de esta forma los recuerdos de infancia de las mujeres están
relacionados con trabajo y juegos, escuela y diversión en el ámbito familiar. Cuando las niñas tienen
cierta edad acompañan a las mujeres a por agua; a tal efecto se les proporciona una cantarilla más
pequeña para que vayan aprendiendo:
“Ahora las mujeres se ríen al contar que la cantarilla se les escurría, porque aún no
tenían caderas donde apoyarla”.
(Grupo de Cenicientos).
“El agua se llevaba en la cadera; y el botijo en la otra(...) Y había pozos con agua
buena. Iba todo el mundo con su cantarito. Hoy dos o tres viajes, lo que
necesitaran(...) cada vez que hacías un viaje, como te encontrabas con muchos,
tardabas mucho”
(Grupo de Colmenar del Arroyo).
Las niñas de entonces coinciden en destacar lo que podríamos definir como elemento nucleador
real de la vida familiar: la madre. Esta figura trascendental aparece permanentemente y en relación
prácticamente con cualquier tema que toquemos, lo sentimental, afectivo, económico, la higiene... es
una presencia sempiterna, protagonista de todas las historias.
“Trabajando, pues en el campo, donde trabajaba todo el mundo. Y mi madre, pues
trabajando mucho: escardando, segando, cogiendo algarrobas, cogiendo garbanzos,
y todo, donde la buscaban, donde podía. Más luego atender la casa y atendernos a
nosotros. Somos cuatro hermanos”.
( Grupo de Rozas de Puerto Real)
¿Cómo es posible que siempre estuviera presente?. La mujer forma parte, utiliza y moldea a su
gusto los elementos de la Naturaleza: tierra, agua y fuego son juguetes en las manos de estas mujeres
diestras en la utilización de cualquiera de ellos, siempre en beneficio de la familia.
Las madres de todos los municipios se encargan de todas las tareas relacionadas con el Agua,
la recogen en las diferentes fuentes del pueblo, caminan con sus cántaros a la cintura y el botijo en la
mano, y enseñan desde pequeñas a las niñas la recolección de este elemento fundamental; además son
la encargadas de todo lo relacionado con la higiene, la de los cuerpos y la del propio hogar.
“Todos los años jalbegábamos. En general la casa todos los años para San Juan y
Santa Águeda”.
Todas las casas eran igual. Los cimientos todos los sábados.
Los cimientos son los bajos, ¿sabes?
A mí me decía mi madre, las mujeres limpias se ven en los cimientos.
Eran de piedras.
Y le dábamos mierda de vaca, al suelo, y quedaba muy bien.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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Se ocupan con diligencia de mantener a la familia limpia, por dentro y por fuera: el lavado de
la ropa es un capítulo imprescindible que merecerá posterior tratamiento, pero en cuanto a la higiene
personal, resaltamos cómo las madres aprovechaban los días de lavado y una vez en el río, también se
bañaba a los más pequeños, que correteaban al sol mientras se secaba su ropa. Además dedican una
enorme energía a que la casa esté siempre perfecta en unos tiempos en los que no hay agua corriente y
el espacio se comparte con animales:
“Nosotros teníamos barbería, que se limpiaba por la noche, cuando se cerraba. Por
eso, por la mañana, cuando limpiábamos la cocina echábamos al cerdo a la
barbería, y nos hacían bromas con que si también afeitábamos al marrano”.
(Grupo de Cenicientos)
La Tierra está siempre presente, ligada como ya hemos visto a la economía familiar; en la
mayoría de los municipios los ingresos familiares dependen en gran medida de los trabajos de campo
que comparten mujeres y hombres, pero además es fundamental la economía de subsistencia o para
consumo familiar, de la que se encargaban directamente las mujeres; no sólo trabajan en la tierra
familiar o se ocupan de las huertas, además “estiran” los productos del campo: elaboran conservas,
recolectan y secan frutos para su consumo posterior (higos, uvas ...), no sólo para la familia, también
para los animales.
“Teníamos huerta y teníamos que ir, a cavar, a coger tomates, o judías o de todo.
De todo
A regar
A ver, a raspar”
(Grupo de Aldea del Fresno)
En cuanto al Fuego, son geniales manipuladoras de este elemento porque gracias a él cumplen
con uno de sus trabajos fundamentales: la comida. Este es un capítulo en la evocación de las mujeres
de tal profundidad que nos llegan olores a canela, limón y azúcar de los postres, sentimos cercana la
mezcla de pimentón, orégano, ajos y laurel de los adobos, y nos maravillamos de los “milagros”
cotidianos, diarios de estas madres capaces de alimentar con su imaginación a todos sus hijos en los
tiempos más difíciles.
“Yo recuerdo como algo exquisito la tortilla de harina que preparaba mi madre para
que me llevara al colegio, tortilla de harina, metida en pan, pues tan rica me
sabía ...”
(Grupo Navas del Rey).
El fuego es un elemento principal no sólo para elaborar alimentos: es el centro de la vivienda.
La chimenea, el fuego bajo con las morilleras familiares, donde siempre hay agua calentando para
añadir al guiso. Centro de la cocina, gracias al que se calienta la casa; lugar de reunión; donde se
colocan las morcillas a secar en el humero. Es tal el poder del fuego, que aún hoy algunas de estas
mujeres rememoran el sabor de los alimentos hechos a las llamas de esas cocinas bajas.
El estado de la cocina, y en especial del fuego bajo, es un indicador del grado de limpieza de
las amas de casa: es muy laborioso mantenerlos no sólo limpios sino en perfecto estado de “revista”.
Hay que repasar semanalmente los humeros, limpiándolos y repintándolos con el barro negro; además
hay que mantener relucientes las joyas de la casa: morilleras y “estrébedes” así como sartenes, ollas y
cazuelas
La estructura familiar en el centro de los recuerdos de la niñez es fundamental para reconocer a
las mujeres actuales. Hay una mezcla de temor/devoción hacia el padre y la madre; temor de no hacer
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nosotras
las cosas o no comportarse de acuerdo a la norma , en definitiva de defraudar a las personas o a la
norma.
Hay que significar que todo el pueblo participa en la educación y cuidado de los niños. Nada
que ocurra es ajeno a unos ojos vigilantes, una mirada de reojo, o, peor, un “he oído”:
“Estábamos jugando el grupo de amigas y unas cuantas entraron en una huerta para
coger habas, pero otra y yo nos quedamos fuera porque no nos gustaba. El dueño
nos vio y a la noche fue a casa de mi padre a contar que éramos nosotras las que los
habíamos cogido. Sin preguntarme, mi padre me dio un bofetón. Después se supo la
verdad y mi padre no sabía lo que le dolía más, si el bofetón que me dio o el haber
hecho caso de algo que contaron sin preguntarme antes”.
(Grupo de Cenicientos).
En cuanto a la devoción, es un sentimiento que estas mujeres son capaces de transmitir con
intensidad; en muchos casos se cuentan episodios de la niñez con lágrimas nostálgicas o una sonrisa
constante. Es el caso de un emocionante relato del que disfrutamos en Rozas de Puerto Real:
“Una madre salva la mano de una de sus hijas, quemada por el fuego cuando era
una niña, pese a las reticencias del propio médico. Para ello no duda en bajar en
puro invierno, un día tras otro, a que la curen en Cadalso de los Vidrios, porque en
esos años no había médico en Rozas.”
Hay otros relatos que nos muestran la relación enternecedora entre padres e hijos, así como la
confianza de unos en los otros:
“Mi padre recogió el albillo, como siempre, en agosto, y bajó a venderlo a
Sotillo. Allí me compró un par de zapatos para que los estrenara el día del Toro, pero
me los compró negros. ¡Figúrate, unos zapatos así para las fiestas!; como tenían que
durar todo el año ... Así que le dije que no los quería, que si los podía cambiar, y me
dijo que sí; al día siguiente le dije a mi hermano que me acompañara a Sotillo a
cambiarlos, y para allá nos fuimos, y me compré unos zapatos preciosos, blancos,
que a mí me parecían de charol (...) A la vuelta, pasó un coche por la carretera,
cuando pasaba uno cada dos horas, y mi hermano y yo subimos y me dio por pensar
que eran los hombres del saco, que se llevaban a los niños, y mi hermano me decía
que no hablara que nos veían por el espejo. Cuando por fin nos dejaron en la Venta
de la tía Felipa, volvimos a respirar. ¡Madre mía!, qué miedo, pero yo tenía mis
zapatitos de charol blanco ...
(Grupo de Cenicientos)
“Yo, como no tenía hermanos, ayudaba a mi padre, y hacía las cosas como los
muchachos, igual daba haces, que no podía ni levantarlos, que a vendimiar, que a
trillar... Una vez iba con mi padre de recoger estiércol, con el carro lleno, tan lleno,
subiendo la cuesta de la Casa de la Vía, que el carro se volcó, y como había que irlo
calzando para que subiera, mi padre empezó a llamarme, y no me veía. Yo había
quedado debajo, pero sin pasarme nada, pero mi padre gritaba, me llamaba, y todo
el estiércol se iba cayendo para abajo, y parecía que se iba a volver loco, y ya me vio
y me dio un abrazo, y luego ya, pues fuimos recogiendo y despacito para casa, con
mucho susto”.
(Grupo de Navas del Rey)
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Quizás una escena que podría ilustrar este grado de entendimiento y respeto mutuo, fuera la
cena en cualquier casa de los pueblos que forman parte de este estudio: la familia frente al fuego bajo,
saboreando y disfrutando lo que se come en ese momento; tal vez, la ensalada o el tomate de postre, a
la luz de una bombilla, o una lámpara de carburo, o teas, o candiles de aceite; contándose unos a
otros cómo ha ido el día, compartiendo inquietudes, sueños, cansancio, incluso el espacio físico con
esa presencia permanente, alegre: el cerdo familiar, también en la cocina, hasta que llegue la
matanza...
Cerramos ya la puerta..., aunque seguiríamos hablando durante horas de este espacio familiar
protector y en general feliz. Nos quedamos ante todo con una sensación muy nítida: en la exposición
que cada mujer hace para presentarse siempre ocupa un lugar destacado la figura de la madre: ella es
el personaje en el que confluyen trabajo (interior y exterior), hogar, familia, economía, preciosos vestidos
para las Fiestas, comida... La madre es esa figura en la que las niñas se van a convertir, un espejo en el
que se reflejan todos los aspectos que después conformarán esa semblanza que están pintando nuestras
protagonistas.
Día a día, las niñas aprenden el oficio de “mujer de su casa”: cocinan, recogen agua,
recolectan y conservan diversos productos, limpian, lavan la ropa, jalbegan... y, por supuesto, cosen,
bordan, zurcen, hacen ganchillo y punto, escuchan recetas prodigiosas de rosquillas, arroz con leche...
Y todo forma parte de un juego universal, atemporal, rutinario, imprescindible para el orden de las
cosas.
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nosotras
SEGUNDA REUNIÓN:
LA INFANCIA
A esta segunda reunión vamos llenas de expectativas. Después de la primera charla, tan
cuajada de recuerdos unidos al sentimiento, hemos decidido ahondar un poco más por este
mismo camino. Hoy les hemos propuesto hablar de su infancia, de los juegos, de la escuela, de
sus amistades de niñez...
Subimos la persiana granate, colocamos las mesas para facilitar la conversación y abrimos
la puerta de par en par...
De lo primero que hablan es de la escuela, de las maestras y de los maestros. Surge la
rotunda personalidad de algunos de estos profesionales 1 En todos los casos, en la
rememoración de la figura de la maestra hay una mezcla de admiración y respeto lindante con
el temor. La maestra no es sólo la depositaria del “saber” en un lugar pequeño, sino que
además ejerce su poder e influencia en todo el ámbito de la niñez femenina:
“Yo no comía nada... y el temor de que venía doña Filo pues me hacía comer el
huevo”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
La educación que se recibía en la escuela iba de la mano de la religión. El comienzo de
un día cualquiera, después de entrar en clase y antes de comenzar la tarea, era persignarse y
rezar. Después de la guerra se introduce primero el saludo: “Arriba España” y después se reza.
Las niñas iban con la maestra a misa, donde su lugar estaba marcado por la tradición en el
lado derecho (el lado de la Epístola), mientras que los niños, acompañados por el maestro se
situaban en el lado izquierdo (el del Evangelio). Son pequeños detalles que van construyendo la
concepción del mundo y fijando hábitos que perduran hasta el momento.
“A mí es que todavía es hoy y no me sale ponerme en el otro”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
El cura es otro personaje que marca la infancia de nuestras informantes y que cobra una
importancia fundamental en su educación.
“Don Valentín era de cuando nosotras éramos muy pequeñas, que se fue a
Cenicientos.
Y luego vino don Félix que ha sido toda la época nuestra de cuando íbamos a la
escuela
1
Doña Filo, maestra de tres generaciones de niñas, en Colmenar del Arroyo; doña Ricarda y doña Juana en
Navas del Rey; doña Mari Cruz, doña Mª Luz y doña Visi en Cenicientos; doña Nieves, doña Teresa, doña
Pepita, doña María, doña Ascensión y doña Clemen en Pelayos de la Presa; doña Rosario, “doña Chopos”
para las niñas, en Rozas de Puerto Real; doña Mercedes, doña Manuela y don Felipe en Aldea del Fresno.
Doña Obdulia, doña Eloisa y doña Luisa en Cadalso de los Vidrios
- 23 -
Cuando dábamos la catequesis, que el catecismo de cabo a rabo, que nos ponía así
en fila y una preguntaba y otra contestaba.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Es el caso, por ejemplo, de don Valentín Vaquerizo en Cenicientos que deja una impronta
indeleble en toda la población y, por supuesto, sin el que no se entiende la vida y la educación
de las niñas del municipio. Al igual que don Manuel en Pelayos de la Presa y en Navas del Rey,
que no dudó incluso en denunciar a las menores que asistían al baile, que fueron detenidas y
llevadas a Madrid, a las Salesas, en la década de los 50. O don Eloy en Pelayos de la Presa,
una persona que ha pasado más de cuarenta años en la enseñanza y que ha inspirado
profundo temor en los niños y niñas. Una de sus prácticas consistía en someter a los niños
(únicamente a los varones) al goteo cadencioso de una gotera del techo, castigo que ponía en
práctica cuando la falta era suficientemente grave para él. Pero igualmente es importante don
Fernando en Aldea del Fresno, como un referente constante durante muchos años de la vida
del pueblo, como organizador y facilitador de actividades.
Podemos marcar en las actividades de aprendizaje dos parcelas diferentes: la de la
lectura, la escritura, los dictados y el estudio de la Enciclopedia, que se hacían por la mañana;
y la costura (coser, bordar, zurcir, hacer ojales...) y el catecismo que se hacía por la tarde. En la
misma estructuración de la actividades y en la importancia relativa que se concedía a cada
parcela encontramos las líneas maestras de lo que se ha entendido durante toda una época
por la “educación femenina”.
En Colmenar del Arroyo pudimos comprobar las tareas de un año escolar (1939-40)
leyendo los cuadernos infantiles de una de las asistentes. Los contenidos religiosos, políticos (de
ensalzamiento del régimen franquista) y los propiamente de aprendizaje se combinan en la
misma página. Pero la balanza se muestra claramente desequ ilibrada a favor de la religión:
“Actos buenos y actos malos.
En nosotras son actos buenos hacer oración, obedecer a los superiores, querer a
nuestros padres, proteger los animales y plantas, ir a clase, etc. Son actos malos
desobedecer a los mayores, decir mentiras, destrozar las cosas, rayar puertas y
paredes y otras muchas.
Los actos buenos forman las virtudes y buenas costumbres. Los actos malos se llaman
pecados y vicios.
Ortografía: Se escriben con g los verbos que terminan en ger y gir, menos
tejer, crujir, brujir2.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Las niñas asistían a clases extraescolares de costura, que impartían mujeres del municipio,
donde mejoraban los rudimentos que se aprendían en la escuela. Es el caso de Las Marcialas
en Navas del Rey, de doña Petra en Pelayos de la Presa, o de doña Teresa (la tía Dientes) que
enseñaba a matizar a las niñas y adolescentes de Colmenar del Arroyo (y que tan buenas
discípulas han tenido).
2
Brujir: “grujir: Igualar con el grujidor los bordes de los vidrios después de cortados éstos con el diamante”.
Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, 1970.
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nosotras
Junto a estos aprendizajes encontramos el recuerdo del esfuerzo que suponía para todas
asistir y mantener limpio y caliente el lugar de estudio. Las niñas se turnaban para barrer y
fregar la escuela, encender la estufa cuando la hubo y hacer los recados de la maestra. En
invierno cada una llevaba de casa una lata con ascuas para templar el aula y templarse un
poco.
“Recogíamos leña para la estufa. Las mayores entrábamos una hora antes para
encender y que la clase estuviera calentita, pues los inviernos eran muy fríos. Los
sábados nos turnábamos para limpiar el colegio. Las más beneficiadas eran las
profesoras, pues les hacíamos la compra y llevábamos el agua, porque entonces no
había agua en las casas. Recuerdo que tenían dos botijos y cuatro latas de tomate
que se les ponía un asa. También ayudábamos en el comedor escolar: preparar
ensaladas, espulgar lentejas, etc. Terminábamos haciéndonos una ensalada y nos la
comíamos con miedo a que nos pillaran.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo. Escrito de Loli)
Pero la escuela, habitualmente, era un episodio corto en sus vidas. Es una excepción la
mujer que permanece en la escuela el máximo de tiempo: hasta los catorce años. Entre los diez
y los doce años las niñas se incorporan plenamente a la vida laboral. En muchos casos porque
la guerra obligó a abandonar la normalidad de la vida; en otros, un poco más tarde, porque la
necesidad de colaborar en los ingresos hacía que se colocasen sirviendo (a veces simplemente
por la comida o la merienda) o en algún taller, o las obligaciones familiares las reclamaban en
apoyo de hermanos más pequeños o tareas en el campo.
“Yo no podía ir al colegio. Si me tenía que ir a lavar, luego venía la siega, yo tenía
que coger la mies, porque mi madre se llevaba a lo mejor tres o cuatro meses
sentada en un sillón en reposo, porque como era cosa de pleura... Y no podía hacer
nada. Y yo, con 11 años tenía que hacer todas las cosas: cocer la olla, ir a lavar; a lo
mejor me mandaban a llevar la comida a la era, que era un cercao muy lejos; la era
más larga que había y más lejos. Y eso..., y es la vida que hacíamos. Y luego había
que cocer el pan; pues yo he cocido el pan en el horno ca la tía Remedios, y hacía el
pan...”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“Íbamos de cabrerillas muy chicas. Ya digo, yo tenía siete años, pues mi hermana
tendría cinco años, no tendría más.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Otras veces la enseñanza que se impartía estaba lejos de lo que se consideraba que
tenían que hacer en la escuela, lo que también desincentivaba la asistencia. Como el caso de
las enseñanzas de doña Clemen, una maestra formada en la Institución Libre de Enseñanza:
“En vez de ir a clase, recogíamos bichos en el campo, toda clase de bichos. Incluso si
encontrábamos alguno se lo llevábamos al día siguiente. Llegó un momento que en
vez de ir a la escuela, nos quedábamos en casa, para hacer otras cosas de
provecho”.
(Grupo de Pelayos de la Presa)
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En todos los casos la posibilidad de continuar estudiando era nula. El puesto de las niñas
estaba ya organizado y definido: la casa. Hasta bien entrados los años 70 es rara la mujer que
estudia el bachillerato en los municipios consultados.
“En el colegio no te preguntan qué quieres ser. Nada más te enseñan a ser ama de
casa, y a buscar un marido. No te dicen qué quieres ser”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
La escuela y la iglesia estaban tan unidas, como ya hemos destacado más arriba, que
una de las salidas para las mujeres en los años 50 y 60 se organizó en torno a talleres textiles
auspiciados por la iglesia, organizados y dirigidos por los curas de Cenicientos, Cadalso de los
Vidrios, Rozas de Puerto Real y Navas del Rey, y de los que hablaremos en el capítulo dedicado
al trabajo asalariado.
Quizá para compensar estos recuerdos un tanto ácidos de “la letra con sangre entra”,
pasan a hablar de los juegos y travesuras de infancia, del desenfado y de las risas que pasaban
con las ocurrencias de unas y otros.
Normalmente los niños y las niñas jugaban en la plaza, entre la escuela y la iglesia, o en
los campos y eras cerca del pueblo. Entre todas comienzan a nombrar y describir multitud de
juegos. Desde los más conocidos, como los corros, las tabas, el truque o rayuela, la comba,
los pasacalles, las casitas y las muñecas, hasta los más propios de la zona, como el cirio, la
calva, los perotes o los alfileres. Junto con los juegos aparecen las canciones y en algún caso
los cuentos.
Una de nuestras informantes comenta que el juego que más le gustaba era el de los
alfilerillos. Este juego consiste en esconder en una mano dos alfileres (o bien unas hierbas con
forma de alfileres, que trajeron otro día para constatar el tremendo parecido). Hay que adivinar
en qué sentido se encuentran. Si los dos están en el mismo sentido se llaman “camorras”, si
cada uno está en un sentido son “contras”. La que adivina se queda con los alfileres.
Otra persona cuenta cómo se juega a los perotes o piruelos: cinco cantitos de forma
redondeada que se cogían en el río, fantásticos para estimular la habilidad. Este es quizá uno
de los juegos más simples y ricos de todos los que nos cuentan. Se colocan las piedras en una
mesa o en el suelo. Con una mano se lanza hacia arriba una de ellas y antes de recogerla se
tiene que coger otra de las que están posadas. Luego se lanzan las dos y se trata de coger una
tercera. Así hasta que se lanzan las cinco. El juego se multiplica con distintas variantes, como
poner una piedra sobre la mano, entre los dedos, colocar los perotes debajo de la otra mano
con forma de puente... Realmente hay que ver cómo se juega para apreciar la dificultad que
supone y la maestría y habilidad que requiere.
Estos dos, como bien comentan, eran juegos tranquilos, a los que podían jugar sentadas
bajo la sombra de un árbol. Otros eran más movidos, como los que se jugaban con balón, la
comba o los pasacalles, o remecerse (columpiarse) en los árboles con una cuerda.
−
−
“Comprábamos una soga y nos íbamos a remecer a los castaños.
Y luego la vendíamos y con esos cuartos hacíamos la merienda el domingo de
Pascua.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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nosotras
El juego al que más horas dedicaban era el que consistía en imitar las labores que
realizan sus madres en la casa: la limpieza, la cocina, la atención de los hijos...
“Jugábamos a las casitas. Ya éramos amas de casa desde chiquititas.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Cuentan cómo dibujaban en la arena la estructura de una casa, con sus habitaciones y su
mobiliario y representaban las actividades, bien provistas de muñecas. Las muñecas eran de
trapo y palos para brazos y piernas, con pelos de lana y la carita pintada 3, hechas por ellas
mismas o por sus madres u otras mujeres; o muñecas de piedra vestidas con telas; o, incluso,
las telas solas, simulando un bebé. Era rara la niña que tenía una muñeca comprada. Ni qué
decir de una bicicleta.
En algunos casos las niñas hacían lumbre y guisaban en pequeñas sartenes, con sus
trébedes y su paleta, o en latas que encontraban. Mientras, los niños hacían que iban de caza,
a buscar nidos, para suministrar el alimento a la familia.
“Y las niñas tenían sus cocinitas. En los praos hacían con cantitos así unas casitas
para jugar y hacían habitaciones, ¿no os acordáis? Y poníamos una mesa, con
asientos y hacíamos lumbre y nos llevábamos un cachito de tocinillo. (...) Yo era la
más chiquitina y me llevaban. Y llevaban la sartencita como la que ha traído
Pascualina y nos hacíamos un torreznillo y ¡qué rico nos sabía!”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Los roles sexuales también aparecen en el juego, como vemos. En Pelayos de la Presa la
división sexual era tan evidente que las niñas tenían en el patio de la escuela un trocito de tierra
para cultivar sus propias flores.
Otra actividad que gustaba mucho era hacer teatro. En algunos casos esta afición se
mantiene en la actualidad. Muchos grupos de teatro, bandas de música y rondallas tienen su
nacimiento gracias al impulso de los párrocos y el apoyo de la Sección Femenina o de las
maestras. Es el caso de don José María en Pelayos de la Presa, o de don Félix en Rozas de
Puerto Real, o de doña Filo en Colmenar del Arroyo. Y algunos bancos e imágenes de la
iglesia, como en Colmenar del Arroyo y en Aldea del Fresno, eran el producto de lo recaudado
en las funciones. También era habitual que la primera televisión del pueblo estuviera en casa
del cura.
“Claro, que iban los santos, y haciendo funciones de teatro se fue comprando
imágenes y cosas de esas”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
Era tanta la afición al teatro que en Colmenar del Arroyo niños y niñas, desde pequeños,
hacían teatros improvisados en las escaleras de la olma; en Aldea del Fresno los palcos eran
las escaleras de la escuela. En Pelayos de la Presa se representaban en el salón de baile y en
Navas de Rey han llegado a tener una pequeña compañía itinerante.
Además, de estas reuniones han nacido muchos matrimonios.
3
En Colmenar del Arroyo recuerdan con cariño a Teresita, que pintaba unas caras preciosas a las muñecas. En
Pelayos de la Presa hablan de la tía Sole, que hacía flores preciosas de papel.
- 27 -
−
“Echamos una, pero yo en esa ya no me acuerdo de qué hacía. Era “Tú gitana,
yo gitano”. ¡Qué preciosa! Sí, que la Modesta hacía de azafata, ¡qué guapa
estaba la Modesta!
−
Es cuando se enamoraron Tasín y la Paquita.
−
Pues yo en esa también trabajé.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Todos los recuerdos se encuentran aderezados con multitud de pequeños detalles,
nítidamente descritos, que habitualmente tienen que ver con el aspecto, los vestidos y los
zapatos, los peinados... De los vestidos se recuerda absolutamente todo: el tipo de tela, los
colores, el corte... Sobre el vestido las niñas llevaban un mandilón, que es uno de los requisitos
indispensables en la descripción del juego. Cómo lo recogían para saltar o có mo llenaban los
bolsillos y escondían entre el vestido y el mandil la fruta (normalmente verde) que cogían de los
campos cercanos al pueblo.
La principal de las travesuras de niños y niñas guarda relación con los pequeños hurtos
de fruta: acecerones, manzanas, peras, almendrucos... se comían hasta los pinchos de los
zarzales en sus paseos por la tarde.
−
“Éramos muy turqueras.
−
Hacer turcas.
−
Pifias.
−
Ser traviesos.
−
Que no había otra cosa, y como no había otra cosa hacíamos todo eso.
Travesuras.
−
La fruta, más que comerla... la estropeábamos.
−
Con decirte que hacíamos burla de la maestra.(...)
−
Otro día nos metieron presas por ir de orza, ¿sabes lo que es ir de orza? Pues ir a
coger fruta.
−
A robar fruta.
−
A robar fruta. Sólo que a ir de orza no lo llamábamos robar, porque
verdaderamente aunque era robar, ¡pero no era robar!”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
−
“Nos veníamos a los almendros, en el tiempo. Y verá usted la faena. ¡Con un
ansia! Y estoy yo subida en el almendro: “¡que viene doña Carmen, la señorita
Carmen, que viene la señorita Carmen!”
−
Que eran los dueños de esta finca.
−
Y era la dueña. Bueno. Al caso que teníamos en los vestidos, como eran todos
fruncidos, teníamos todas las muchachas un mandil. Viene la señorita Carmen,
bueno, pues no nos dijo nada. Al otro día llega al colegio, claro, y la maestra no
veas cómo nos puso. Todos los niños del colegio que fuimos a coger los
- 28 -
nosotras
almendrucos hemos ido de rodillas en el Ayuntamiento abajo, a pedir perdón a
esa señora y le hemos tenido que dar un duro cada uno.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
La idea de respeto a los mayores y obediencia es uno de los aspectos que destacan de su
infancia, muchas veces señalando el cambio rotundo que ha experimentado en estos años.
“Lo que pasa con los padres: que antes hacíamos los hijos lo que querían los padres,
y ahora no.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
“Esta plaza estaba de tierra, y ahí jugábamos al cirio y al escond ite. En fin, a todas
esas cosas: a las bolas, al guá, a la una canta la mula... Y mis padres nos decían:
“Cuando se enciendan las luces...” (porque entonces, había unas luces así
pequeñitas en el pueblo) “...en cuanto se enciendan las luces, a casa”. Se encendían
las luces y ya estamos todas en casa. Y que no estuviésemos... ¡que no
estuviésemos!; ¡salíamos todas corriendo adonde nos mandaban!.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Terminamos la reunión entre risas, recordando más y más travesuras.... Cerramos la
puerta y nos vamos pensando que la infancia de estas mujeres está marcada, por una parte,
por el recuerdo de las duras condiciones de existencia, tanto de ellas como de sus familias, y
por otra por todo el carácter festivo y desenfadado con el que habitualmente pensamos la
infancia: el juego, las travesuras, la evocación más plástica de sabores, olores... Para las que
en su niñez o adolescencia vivieron directamente la guerra, ésta está ligada de una manera
clara al desarrollo de su infancia, bien como recuerdo del miedo (bombas, moros, personas
muertas...) o bien como recuerdo de la huida y el aislamiento de parte de la familia.
La base de la educación infantil femenina tenía tres aspectos. Por un lado, las cuatro
reglas, el dictado, la lectura. Por otro, la costura: bordado, ojales, aprender a echar piezas... Y
el tercero y fundamental, el catecismo. Desde la escuela se marca lo que son las tareas propias
del sexo, de forma que no se daba en este terreno ninguna disonancia entre lo que se
esperaba de ellas dentro y fuera de la escuela. También en la casa estaban muy claramente
delimitadas las tareas que se suponía que tenían que realizar las chicas y, mucho más
claramente, las que de ningún modo iban a ser responsabilidad de los chicos.
Junto con esta marca de género se da otra marca, que es la de las creencias. En este
campo también todos formaban en la misma dirección. La casa, la escuela y la iglesia se
definían por su catolicismo y por su capacidad de permear la vida entera de las personas desde
la infancia. Las maestras llevan a las niñas a la iglesia (igual que los maestros a los niños). Y los
curas educan como uno más en el patio de la iglesia. El problema aparece únicamente en el
caso de que las niñas deseen seguir sus estudios. Ni la economía ni la mentalidad lo facilitaron
hasta bien entrados los años 70 en la mayoría de los municipios.
La asistencia a clase a partir de cierta edad (que bien podríamos marcar con la Primera
Comunión como frontera) dependía de las otras labores que desempeñaban las niñas:
colaboración en las tareas de la casa y cuidado de los hermanos, atención a los animales,
tareas del campo... En casi todos los municipios se da una desincentivación de esta asistencia,
que muchas veces parte de los propios maestros. En algunos casos la asistencia nunca fue
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posible porque la severidad, dureza y crudeza de los métodos de enseñanza lastraban los
ánimos y el interés de las niñas por la escuela. De esta manera, preferían la obligación de casa
que la obligación de su instrucción.
“Vinimos aquí al pueblo y no sabíamos nada. Entonces como ella no nos podía llevar
al ritmo de las que tenía, pues nos pegaba todos los días y nos echaba a la calle.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
La educación de las niñas, por tanto, siempre está ligada a su preparación como esposas
y madres, muy vinculada a la religión y a la figura física del cura. Con él comparten juegos en
el patio del colegio o en la plaza de la Iglesia y siempre está pendiente de la integridad física y
moral de las niñas. En todos los municipios está por un lado el cura y por otro algún maestro o
maestra que representan la autoridad dentro y fuera del colegio y de la Iglesia: doña Filo en
Colmenar del Arroyo, don Valentín Vaquerizo en Cenicientos, don Eloy en Pelayos de la Presa o
don Manuel en Navas del Rey. El dominio que ejercieron estas personas en los niños y niñas
trasciende el ámbito escolar o religioso, llegan a ser presencias permanentes en sus mentes:
inspiradores de miedos e incluso terrores.
Así, encontramos que los recuerdos de infancia son una mezcla entre la dureza del
tiempo que les tocó vivir (económica y políticamente), junto con el juego, los entretenimientos,
los aprendizajes en la escuela y en l a calle con los amigos y amigas...., y los curas:
“Luego ya, ¿qué te voy a decir?, que a lo mejor con mi madre se iba a limpiar o lo
que fuera y yo me iba al arroyo a lavar y si tenía alguna cosilla, para quitarla a ella
tarea. Y bueno, pues luego en el colegio, como todas las niñas, jugábamos mucho a
los corros, y cantábamos...”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
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nosotras
TERCERA REUNIÓN:
JUVENTUD
A lo largo de las reuniones anteriores hemos ido elaborando un perfil de las mujeres, y hemos
constatado la importancia que tiene en sus vidas el periodo de la infancia y adolescencia. Ya han
quedado perfiladas las líneas de la vida familiar y de la infancia, deteniéndonos en aquello que nos ha
parecido más característico. Con los datos que tenemos de las visitas pasadas proponemos a las
asistentes que profundicen en aquella época de sus vidas, no de forma monográfica (escuela,
educación, trabajo...) sino más bien como en un cuento.
Hoy nos interesa hablar de sentimientos, sensaciones, porque queremos ilustrar el tránsito de la
niñez a la vida de casadas, y nos gustaría pasear, asistir a sus reuniones, hacer gamberradas, participar
de sus miedos e inquietudes, como si fuéramos una más. Abrimos la puerta...
Hemos visto que las niñas de los municipios tienen sus vidas estructuradas, no sólo en cuanto a su
futuro, sino en relación con la cronología de los días, las estaciones, los años. Desde que comienzan a
asistir a la escuela hasta la Primera Comunión podemos decir que es el tiempo de la niñez;
exclusivamente se hacen cosas de niñas, y se les permite vivir su infancia respetando las normas sociales
y de la familia, pero con mucha libertad. Hay un tiempo para atender a sus tareas: escuela, trabajo en
casa, ayuda a las tareas familiares, asistencia a las clases de costura...; pero una vez cumplida la labor
disfrutan de un cierto “tiempo libre”: juegan, pasean, se reúnen; es lo más parecido a la concepción
que actualmente tenemos de ocio, y esos espacios son los únicos que tendrán en su vida hasta que
lleguen a la madurez. (¿vejez?)
Las niñas tienen sus pandas de amigos, chicos y chicas de un mismo barrio juegan juntos,
comparten el espacio lúdico y participan de los mismos divertimentos: la taba, la lima, el truque... Los
chicos cazan y las chicas preparan la comida, cantan canciones e imitan el baile de los mayores. Las
pandas se hacían en función de los barrios casi siempre, por ello no es extraño que no se marquen
diferencias sociales en su composición hasta la pubertad (coincidiendo con las Comuniones). Los
espacios en que se mueven son las plazas, las calles del pueblo y, sobre todo, las casas viejas, corrales,
solares, campos y caminos cercanos, en los que poder jugar a sus anchas y hacer gamberradas fuera
de la visión de los maestros y los curas, aunque siempre vigilados por algún vecino. Hay que diferenciar
estos juegos en pandas mixtas, y a esta edad (desde que andan hasta los siete-ocho años), de aquellos
en los que participan las chicas solas por un lado, y los chicos por otro.
En Cenicientos, Celia cuenta muerta de risa una de las bromas que solían hacer ella y sus
amigas:
“Preparábamos con las cazuelas viejas unas fogatas que poníamos debajo de las
ventanas para ahumar a las vecinas. Eso era hacer humazas”.
En Navas del Rey se metían en las casas más viejas y hacían gamberradas. Para la fiesta de Todos
los Santos preparaban puches en esas casas, pero las chicas solas. En Pelayos de la Presa los chicos y
las chicas jugaban en las ruinas del Monasterio, hasta que un chico se cayó y se mató. Ya hemos
hablado de la afición que tenían en Rozas de Puerto Real y en Colmenar del Arroyo a la fruta... En
Aldea del Fresno preferían la pesca de bogas en el río, y tenían una manera especial de castigar el mal
comportamiento de los niños:
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“Pero hombre, es que a los chavales hay que... Yo me acuerdo cuando éramos
pequeñas y hacíamos faenas. Yo me acuerdo del tío Justillo que guardaba el parque
de allí. El hombre nos expulsaba del parque. Cuando hacíamos una faena, nos
expulsaba. Se te tiraba a la garrota, te cogía: “¡Tú, fuera del parque!”. Y nos
poníamos en la calle y no nos dejaba y a lo mejor nos tenía una hora sin poder entrar
al parque.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Cuando las chicas se van haciendo mayores se juntan solas a jugar y hablar de “sus cosas”;
participan mucho de los tiempos de “ocio” de las mayores: salen con ellas a las entradas de las casas
para coser, doblar la ropa... Sobre todo les gusta oír hablar a las mujeres adultas, de un modo que
ellas no entienden y empiezan a intuir. Tienen mucha curiosidad, porque cuando más interesantes se
ponen los temas, alguien alude a la “ropa tendida” y en seguida las mandan a algún recado, o
cambian de conversación.
Uno de los temas que más les llama la atención es todo lo relacionado con la menstruación y los
embarazos. No obtienen datos, cada vez que preguntan o intentan escuchar algo, se quedan sin
información.
“Se lo oías a la persona mayor y por eso lo sabías. Pero no porque te dijeran algo en
casa. Tu madre no te lo decía. Lo que pasa es que se lo oías a las personas
mayores.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Como ya hemos visto en la reunión dedicada a la infancia, las niñas dedican a jugar todo el
tiempo que pueden; pero también tienen que atender a unas cuantas tareas antes, y un capítulo
especial se lo lleva la Iglesia. Directa o indirectamente, no sólo acuden a los actos relacionados con su
preparación y edad, también colaboran en tareas a las que hay que dedicar bastante tiempo, solas o en
compañía de las adultas. Una de las ocupaciones, y no solo durante el mes de mayo, es la recolección
de flores. En Navas del Rey las mujeres evocan el mes de las flores y cómo recogen rosas de todos los
colores para llevarlas a la Virgen.
Es muy importante la influencia de la Iglesia en estos momentos de su vida, porque la observancia
de las buenas costumbres y la moral las marcará profundamente para el resto de sus vidas. Desde muy
temprana edad las niñas saben perfectamente lo que se debe y lo que no se debe hacer desde la
perspectiva moral. Y se comportarán dentro de las rígidas normas que les han sido inculcadas, en todo
momento y lugar: el baile, los paseos, el noviazgo, etc. Todas ejercerán de guardianas de las otras, e
incluso llegarán a la delación si creen que observan algún comportamiento fuera de lugar.
En Cenicientos la figura de D. Valentín Vaquerizo es decisiva. Es el único pueblo en el que hemos
constatado la presencia de la Acción Católica Femenina, donde las mujeres participaban activamente
en reuniones, ejercicios espirituales... Se diferenciaba entre mujeres casadas y solteras. Estas últimas
estaban perfectamente aleccionadas:
“Cuando llegaba el fin de semana, yo iba a esperar a mi novio, y dábamos un
paseo. Si le daba un beso, tenía que ir a confesar. Porque estaba segura de que Don
Valentín se iba a enterar porque alguna se lo hubiera contado, y me podía negar la
comunión delante de todo el mundo...”
(Grupo de Cenicientos)
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nosotras
D. Valentín Vaquerizo tomó como cuestión personal acabar con el baile. Así recuerdan las
participantes del grupo de Cenicientos sus argumentos:
“Bailar con el novio es como abrazarse en público. ¿Qué es bailar? Darse un abrazo
pero con música. Seguro que ninguna de vosotras se abrazaría con el novio delante
de todos...”
Esta influencia cobrará importancia real cuando se establezcan los primeros contactos con los
hombres en la juventud; es decir, cuando se produzcan los acercamientos que normalmente acaban en
noviazgo.
Las relaciones entre chicos y chicas cambian radicalmente con la aparición de la menstruación.
No solo en las relaciones exteriores, sociales, sino en el interior de las chicas; ellas mismas se encargan
de poner coto a cualquier comportamiento indiscreto. Además de contar, por supuesto, con que la
educación de los hombres y su comportamiento hacia sus novias van a ser en todo momento
intachables.
La ignorancia que las jóvenes tienen en cuanto a una mínima educación sexual es total, pero
además desconocen el normal funcionamiento de la fisiología femenina, ya que se tiene por
indecoroso, incluso indecente, hablar de estos aspectos.
“Yo ni siquiera sabía por dónde salían los hijos. Llegué a pensar que te hacían una
raja ahí abajo y por ahí te lo sacaban.”
(Grupo de Navas del Rey)
“Íbamos que no sabíamos nada. La verdad que sí. Estábamos como los tontos. Y
estábamos con los ojos cerraos. No es como ahora que son niñas chiquitas y ya
saben de dónde salen los niños...”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Todo está pautado, aunque nadie alude a los temas escabrosos directamente o facilitando
información. Cuando se comienza a tener la menstruación las madres te dan un paño higiénico y te
dicen: “a partir de ahora cuidado porque te puedes quedar embarazada”. Y nada hay más terrible para una
chica en esta época4 que quedarse embarazada soltera.
“Sí, sí, un besito sí, pero lo demás nada hasta que no te casabas. Y la que no lo
hacía le dolía la cara. Y si salías con una tripa, ya te podías tirar de cabeza a un
pozo. No podías salir de casa ni nada, que no te miraban a la cara.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
El conocimiento de lo que no es cotidiano es a través de las charlas con las amigas, o de las
conversaciones que se oyen a medias, dejando un amplísimo espacio para la imaginación:
4
Especificamos que estamos hablando de esta época en particular porque tenemos datos de alguno de los
municipios que nos hacen pensar que el puritanismo en las costumbres puede ser una consecuencia directa de
la España que nace con la dictadura del general Franco. Pero necesitaríamos más información para afirmarlo
con seguridad. En Aldea del Fresno, por ejemplo, nos contaban:
-
“Dependiendo del cura que había. Un día nos pilló el cura, que venía de Villamanta con la tía C.
-
Saturnino, el que me casó a mí.
-
A la K, a la L (...), a la M, a no sé cuantas más, a todas que ya teníamos hijas, y nos dijo que nos teníamos
que casar y... (En medio de risas)
-
Que todas habían tenido hijos antes de casarse.”
- 33 -
“La primera vez que tuve la regla creí que me moriría, que me iba a desangrar, pero
me daba miedo decirlo”.
(Grupo de Navas del Rey)
“Nos vamos ya para casa y... y la digo a mi madre: “Madre, no sé qué me pasa, no
sé qué tengo”. “Anda, no seas tonta”. Cuando ya me vio mi madre pues ya me
explicó, claro, lo que es. Y me acuerdo, la pobre, que en aquellos tiempos no había
estas cosas, de un cacho de camiseta vieja me hizo hacerme un trapito y ponérmelo.
Y cuando vino mi padre, me acuerdo de estas palabras como si fuera ahora mismo:
“Anda, ponte contento, que ya tenemos una mujercita en casa.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Ni qué decir tiene cómo se sentían las niñas que no tenían madre.
Este desconocimiento también daba lugar a situaciones de broma, y las más pequeñas eran presa
fácil de las muchachas adolescentes.
En Cenicientos, un grupo de niñas estaba muy intrigado con los pechos que lucían las más
mayores, les parecía que eran bonitos y hacían mayor, así que preguntaron y las mayores les dijeron
que se restregaran con la leche de los higos; así lo hicieron y se produjeron una inflamación tremenda,
pero guardaron silencio ante sus madres “porque si se entera me mata”.
En Navas del Rey nos cuentan el caso de una chica para ilustrar la ignorancia y el
desconocimiento de las cosas más habituales:
“Íbamos un grupo de amigas, y dicen que vamos a ordeñar, y me colocan un macho
cabrío. Fíjate lo ignorante y payasa que yo era, y digo: “Si no sale leche...” ¡Cómo
iba a salir, si era un macho...!”
(Grupo de Navas del Rey)
Lo sorprendente es cómo se toman las cosas ahora, porque después de las risas de las asistentes,
una de ellas, sin pizca de vergüenza, apostilla:
“Pues sería macho viejo...”.
Más risas.
La infancia femenina termina normalmente con la Primera Comunión; en cualquier caso siempre
acaba con la primera menstruación. No es un punto y aparte, pero sí se empiezan a recoger velas
lentamente. Las muchachas irán al lavadero para limpiar sus prendas, sus cuerpos irán cambiando y
con ellos, lógicamente, sus actitudes. Demostrarán menos interés por ciertos juegos y, como todo en sus
vidas, no serán casos aislados sino que, en un corto espacio de tiempo, estos cambios irán afectando a
todas y los cambios se diluirán entre ellas, serán páginas pasando acompasadamente.
“Cuando ya empezabas a tener la regla, te hacías un hueco en el lavadero, ibas más
cerca del desagüe, y allí se lavaban los paños para no ensuciar el agua.”
(Grupo de Pelayos de la Presa)
Las niñas empezarán a demostrar interés por los bailes de moda, las canciones, los vestidos y
peinados; querrán cubrirse con pañuelos y sombreros cuando vayan al campo para mantener el color
blanco de su piel, serán capaces de ir caminando hasta el pueblo vecino descalzas, con tal de llevar el
calzado limpio. Es decir, se hacen presumidas.
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nosotras
En Cenicientos las chicas iban descalzas por el borde de la carretera para llegar a las fiestas de
Cadalso de los Vidrios con los zapatos limpios.
“Íbamos por el lado de la carretera, por donde iban las caballerías porque la tierra
estaba muy pisada, finita y no había chinarros. Cuando llegábamos a Cadalso, nos
lavábamos bien los pies con jaboneras en la fuente, y nos poníamos las zapatillas,
bien blanquitas. Luego, a la vuelta, ya daba igual.”
(Grupo de Cenicientos)
En otros, prefieren ir calzadas con zapatillas y dejarlas escondidas a la entrada del pueblo.
Querrán los vestidos más bonitos para las fiestas. Las que puedan irán a Madrid a comprar las
telas, se pasarán figurines (normalmente influenciados por lo que llevaron puesto las que sirven en
Madrid) y se harán los vestidos más bonitos para los días señalados: el día del Toro, el del Santo...
Pasados los años y con la perspectiva que da nuestra sociedad actual, son capaces de describir aquellos
vestidos “como si lo estuviera viendo ahora mismo”: telas de vichy, tergalina, frunces, tablas, lazos,
flores... ¡Qué ensoñadoras!
“¡Qué contentas iban las niñas y las jóvenes! Era otra cosa. Las mozas iban
guapísimas con sus vestidos nuevos, sus zapatos nuevos, se hacían la permanente.
Estaban guapísimas. Ese día las mozas se hacían una foto. Las mozas iban todas
juntas, se agarraban del brazo, iban a la feria, se daban paseos, las echaban piropos
y ellas tan contentas”.
(Grupo de Cenicientos. Escrito de Lucía Pérez)
−
−
−
“Era muy guapa.
Tenía un pelo negro con un brillo... con unos tirabuzones que se hacía.
Me acuerdo que llevaba un vestido rojo de gasa con una florecita, a misa.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Las mujeres hacen hincapié en un apartado importante de su juventud: los noviazgos. Coinciden
con una edad en la que los sueños y esperanza depositadas en el futuro se ven con un filtro de colores
y, una vez más, nos hacen viajar en el tiempo y evocar esos momentos con un enorme despliegue de
sentimientos: la sala se llena de ilusiones, paseos, besos escondidos, miedos... e inevitablemente surgen
las anécdotas de los años de noviazgo.
“Íbamos de paseo mi novio y yo, por la carretera de Robledo, y nos dimos un beso. Y
a lo lejos vemos venir a alguien que nos hacía señas; y muertos de miedo por si nos
habían visto, echamos a andar dando vueltas por el pueblo, a ver si los
despistábamos. Al final nos alcanzan y eran el “Tío Tal y la Tía Tal”, conocidos que
no nos iban a delatar, y nos dicen: “¿Qué os creéis, que vamos a perseguiros hasta
el fin del mundo?”. Y es que del miedo que teníamos ni los habíamos conocido.”
(Grupo de Navas del Rey)
−
Nos encontrábamos con un tío, y sí nos besábamos. Íbamos del brazo, yo iba con
Julián agarraos del brazo por la calle de hacia aquí, y salió la tía Flora a la puerta
y dice: “Niña, niña, mira, qué guapa” (con sorna). Sería la segunda vez que iba
del brazo de Julián. Que ya habíamos venido de la guerra, ya era...
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Antes se veía muy mal agarrarse y darse un beso en la calle, como ahora se
enganchan, se lían ahí... (Risas)
Ahora están juntos.
Eso es una guarrería, hombre.
(Grupo de Aldea del Fresno)
Como toda la vida social, los noviazgos son siempre de cara al pueblo. Como mucho, los novios
se esconden al caer la tarde en algún callejón o algún lugar apartado, como por ejemplo el camino del
río, para darse un beso o darse un abrazo un poco más intenso. Pero en general el noviazgo es público.
Los paseos se dan por las zonas estipuladas: en Pelayos de la Presa se camina por la carretera, desde el
Hotel hasta la curva, donde había luz; en Cenicientos el paseo va por la cuesta hasta el Cuartel de la
Guardia Civil; en Navas del Rey también se pasea por la carretera, siempre a la vista de todos, como en
Colmenar del Arroyo, en Aldea del Fresno y en Rozas de Puerto Real. En todos ellos la recogida del
agua en la fuente era un momento propicio para el acercamiento y ocasión de dar un paseo,
lentamente, de regreso a casa, y ahorrarse el peso de los cántaros gracias al pretendiente.
“Y nada, él me acompañaba. Iba al pozo a por agua y el me acompañaba. Y yo
decía: “Si no me da miedo, no vengas conmigo que no me da miedo”. Y va y se
ponía a sacarme el agua del pozo; me llenaba los cubos. Y bueno... no lo quería ni
ver.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Ya hemos visto como las familias eran muchas veces las primeras interesadas en las uniones. Una
forma de propiciarlas era buscar la manera de que se encontraran y estuvieran juntos, siempre con
alguna excusa.
“Y ya por lo menos a los 16 años este buen señor andaba detrás de mí. Yo no le
quería porque me parecía muy mayor para mí. Y me decían en casa de los suegros
de mi prima, me decían que era muy trabajador, que era buen chico, de buena
familia...”
“Me decía Esteban: “No vayas a por la leche, cuando llegue la Cruz la mandas a por
la leche para que vea al Gerardo”. Estábamos todos de acuerdo.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Sólo en muy pocas ocasiones se habla abiertamente de matrimonios en contra de la voluntad de
las hijas, aunque por el contexto se entiende que haberlos, los hubo.
−
−
“Opinarías alguna vez, ¿cómo no vas a opinar? Pero: “Te vas a casar”. Pues
nada, lo que quisieran tus padres buenamente. Si trabajabas como si no
trabajabas.
¿Pero quieres decir que te casaban?
− Sí, sí. Vamos, no hablo de mi caso... Vamos, en todos los casos, porque como
trabajabas para la casa, pues eso tiene sus ventajas. Lo que es la unión familiar
(...) pero... como te casaban... Tú no disponías, tú no disponías de nada, lo que
ellos te querían dar o... ¿Que hay que ir a servir? Pues hay que ir a servir y te vas,
te gustara o no te gustara.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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nosotras
“Era lo que buscaban antes, mujeres trabajadoras, mujeres limpias, mujeres
hacendosas... eso era lo que buscaban; y si valías para el campo mejor que mejor.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Las rondas son un elemento del cortejo que se recuerdan con especial agrado y melancolía. La
música, los sentimientos románticos y la nocturnidad se conjugaban para dar un ambiente mágico a
estas canciones:
– “Voy a contar las rondas que me llevaban, mira. Primero, como yo tenía
novio desde los dieciséis años, a mi marido, ¿eh? Que no he tenido otro.
Llegaban a la ventana y me decían. Primero me cantaba mi primo, el padre
de ésta, y me decía: “Prima si no fueras prima, yo te podría cantar, pero hay
quien está delante y no puedo piar”. Con guitarra, bandurria y todo.
– Si pagaba alguno la ronda, porque era un forastero.
– Y si no la pagaban, lo echaban al pilón.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“A tu puerta puse un guindo,
a tu ventana un cerezo,
de cada guinda un abrazo,
de cada cereza un beso.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Los novios aprovechan las fiestas para estar más cerca, también los bailes, las meriendas en el
campo. Ellos van a buscar a las chicas a la salida de misa o de las reuniones en la Iglesia y las
acompañan hasta casa, dando enormes rodeos por todo el pueblo, para alargar un poquito el paseo y
quizá poder pasar por el callejón oscuro, como en Rozas de Puerto Real.
Los noviazgos son largos, pueden llegar a durar hasta diez años. Si por el camino, además, no se
da alguna desgracia que obligue a un luto prolongado.
“Después del luto, se murió una tía de mi madre. Pero yo dije que yo me casaba,
pero ¡mi boda fue más triste!. Mira qué cara tiene mi madre en esas fotos.”
(Grupo de Navas del Rey)
En algunos casos los noviazgos no cuajan. Esta posibilidad dejará a la mujer marcada para el
resto de su vida. La chica que se deja con el novio tendrá muchas dificultades para volver a encontrarlo
en el municipio y será centro de los comentarios y la maledicencia. Este es uno de los motivos por los
que las jóvenes abandonan sus casas y se van a servir a Madrid.
–
¿Por qué se quedaban solteras?
–
“Porque lo dejaban con el novio. No se crea que la vida antes era como
ahora. Antes la que tenía un novio muchos años, por ejemplo como yo, si yo
no me hubiera casao con mi marido, conmigo no se había casao nadie. Me
habría quedao para vestir santos. No te quería ninguno porque como habías
estao con un hombre creían que ya estabas deshonrá.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
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Nada más casarse comienza el siguiente gran paso en la vida de las mujeres de esta época: la
maternidad. Se intenta que los hijos lleguen cuanto antes, y el hecho de que no aparezcan se vive con
una mezcla de preocupación y disfrute.
“Yo estuve cinco o seis meses sin quedarme embarazada, y ya mi padre decía: “¡Ay,
que no va a tener niños...!”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“Yo cuando mejor he estao es hasta que nació mi hijo, el primero. Porque lo estabas
buscando, no como luego, siempre con miedo a quedarte embarazada.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Pero ese tiempo de espera, el primero de la vida en común, está lleno de otros detalles, de otros
aprendizajes e ilusiones. Sobre todas ellas: la casa nueva.
− “La habitación de madera con el palanganero de porcelana.
− Una contraventanita que era la que cerraba y ya estaba.
− Y yo cuando me casé le llevé con la jarra, que se llevaba.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Hemos ido percibiendo a lo largo de nuestros encuentros que, en todos los pueblos y grupos de
mujeres, el sexo va unido a la procreación. Los miedos, la presión religiosa y moral y la escasa
naturalidad con la que se vivía la sexualidad (sobre todo la femenina), da como resultado que pocas de
las mujeres que han participado en las reuniones hayan tenido una vida sexual satisfactoria. El hecho de
que los medios de comunicación dediquen espacios a la divulgación, la madurez de la propia
experiencia y el ejemplo de las hijas, hacen que miren esa parcela de su vida con lo que podríamos
llamar “un velado rencor”.
- “Mi marido no se ha puesto nada, y el que se quedaba a verlas venir, se
quedaba a verlas venir y se acabó.
- Desde luego disfrutar no se ha disfrutao ni del matrimonio. No se ha disfrutao de
la vida por miedo a quedarte embarazada.
- Claro que sí, por miedo.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“Eran mis hijos mayores ya, de doce o catorce años y mi marido no me había visto
desnuda. Desnuda, desnuda, nunca. Era por apuro, por vergüenza.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
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“Ya no tuve, porque teníamos cuidadito.
¿Y cómo se tenía cuidadito?
Apeándose en marcha.(...) Por apearme en marcha he tenido seis, así que fíjate.
Si es ahora no los tenemos (...) porque hay muchas cosas. (...)
Pues te quedabas igual.
Pero lo hacíamos así.
Yo me he quedao siempre aleluya, aleluya, aleluya. Yo no me he enterao.
Y nos quedamos muy mal.
Sí, sí, nos quedamos peor.
Ellos querían nada más que ponerte para que ellos lo hagan. Y nosotras así.
(Risas)
Cómo, cómo, cómo, a ver explíqueme eso un poco.
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nosotras
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Que nosotras nos preparábamos para que él lo hiciera. Antes de que “eso”, yo
tenía que estar alerta para darle un empujón (Risas), no fuera que él se durmiera
en las pajas (Risas), porque como él lo estaba pasando bien...
¿Porque usted no lo pasaba bien?
Yo no me enteraba, casi.
Y se quedaba embarazada.
Y me quedaba embarazada. Con una gota que me cayera, ya estaba. Así que
imagínate si lo hubiera hecho a placer... pues a lo mejor me quedaba menos.
Ahora disfrutan pero bien. Y antes con el miedo, con el miedo, no disfrutábamos
de nada.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
El sexo es simplemente un valor añadido a la procreación, por supuesto dentro del matrimonio. El
tema de la procreación cobra especial fuerza en algunos casos: las parejas que no tienen descendientes
varones, o las que no tienen hijos, cuando los embarazos se malogran o cuando fallece el recién
nacido. Este último casi era tan habitual que en todos los pueblos hemos escuchado más de una
historia escalofriante sobre niños muertos al nacer o con pocos días, y madres que cargaban con ellos
para enterrarlos en el pueblo.
Uno de los relatos más impactantes lo recogimos en Cenicientos, y refleja el tremendo amor de
una madre y la importancia que se da a los descendientes varones:
“Mi hijo nació enfermo y yo me quedé con él en el Hospital del Niño Jesús, en
Madrid. Estaba mal del corazón, y desgraciadamente murió; yo estaba sola y no
hacía más que pensar que no podía dejar allí a mi niño. Tenía que enterrarlo en el
pueblo. Así que se lo dije a una monja que me dijo: “No te preocupes, vamos a
conseguir un coche que te lleve. Pero no se te ocurra demostrar que el niño está
muerto, porque tendrás que pagar el impuesto de enterramiento por todos los
pueblos que pases”. Dicho y hecho, cogí el coche, y pasé todo el camino haciendo
mimos al niño y diciéndole cosas, bien tapado, para que no se viera que estaba
muerto. Y pude enterrar a mi hijo aquí. Luego estuve mucho tiempo enferma, se
conoce que del estrés.”
(Grupo de Cenicientos)
Pero no es el único:
– “Bueno, aquí ha habido muchas personas que han sufrido mucho.
– Mucho, ya ves, también mi suegra trajo un niño muerto de San Martín. Pero
es que mi tía Boni trajo una niña muerta y ya se le habían muerto cuatro
niños.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Lo extraño en muchos casos es que la mortalidad no fuera mucho más alta. Temblamos en
muchos casos cuando nos relatan las condiciones en las que nacieron los hijos, a pesar de saberlas en
las manos expertas de las parteras. Temblamos por los niños, pero sobre todo por sus madres:
“Entonces yo la placenta no la echaba, y a fuerza de meterme una cuchara y rascar
me sacaron la placenta. (Ríen) No nos pasaba nada porque Dios no quería.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
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“Mi madre tuvo un aborto, no sé, yo ya era una muchachita, que me enteré bien. Y el
médico no podía cortarle la hemorragia. Y esta Maricucha era la madrastra de mi
madre, que se casó con mi abuelo de segundas. Y gracias a ella no se murió mi
madre, que se quedó muerta. No sé ya si os acordaréis que yo estaba en la escuela y
vinieron a decir que mi madre se estaba muriendo y yo era una niña, y era por las
hemorragias de un aborto que tuvo, porque tuvo otros dos hijos. Porque ella, ¿sabes
qué le hizo, lo que la hizo a mi madre? Ataponarla con algodones y alcohol, que
aquello la salvó la vida a mi madre. Porque si no, en la escalera se quedó muerta,
perdió el conocimiento porque se estaba desangrando. Y entonces ella, fueron a
llamar al médico, pero ella como estaba antes, porque tenían que ir a donde fuera a
por él, dijo: “Nada, algodones y alcohol”, y la taponó bien. Y la salvó la vida a mi
madre.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
−
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−
−
“Se murió en el parto.
¿Porque antes se morían muchas mujeres en los partos?
Sí, se morían.
Que no había las atenciones...
No había las cosas que hay ahora.
Un parto venía mal... (...)
No nos ha pasao nada, pues porque Dios no ha querido.
Porque no lo ha querido Dios. Yo el primero, sí me lo sacaron con fórceps,
porque tenía cinco kilos menos cuarto y no nacía. Entonces con ese me tuvieron
que hacer cesárea vaginal, y estoy rajada por abajo y estoy sin coser, así estoy.
Luego he tenido seis. Y me dijo: “Usted no se cosa, porque usted es muy estrecha
y los hijos los va a tener muy seguidos y si no la vamos a estar rajando siempre.
(...) Y me dijo: “Cuando usted ya deje de tener hijos, viene usted para que la
cosan.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Y cuando llegan los hijos se multiplica el trabajo y las preocupaciones. También las alegrías. En
Colmenar del Arroyo confiesan al pie de la torre de la iglesia, de camino al autobús, que estaban
deseando que los niños se durmieran. Para descansar a veces, escuchando la radio y haciendo labor.
Pero también para terminar alguna tarea imposible de realizar con ellos alrededor. Como jalbegar,
como nos cuentan en Aldea del Fresno.
Las mujeres eran perfectamente autosuficientes: hacían de todo. Algunas cosas con mucha
ilusión, como la ropita para los bebés:
“Así que te quedabas embarazada. Hasta que nacía el niño casi no te daba tiempo
de terminar. Hacíamos el ombliguero, fajas, faldón, pañales, gorros, todas las
ropitas...”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Las sensaciones de alegría al inicio de la reunión, se van cambiando por otras más nostálgicas.
Cerramos la puerta... nos damos cuenta que, dejando a un lado los aspectos más oscuros de la
educación infantil y juvenil de estas mujeres, que ahora son adultas, casadas y mucho más sabias, la
semblanza de aquellos años es muy alegre, desenfadada. Seguramente ya ninguna de ellas se querría
sentir identificada con este poema de Margarita Herrero, de Colmenar del Arroyo, escrito en 1958:
- 40 -
nosotras
Dulcísimo, Jesús del alma mía
en busca de la paz hoy vengo a Ti
¿qué debo hacer para encontrar la calma?,
callar, sufrir.
Y si el mundo insensato me desprecia
y en mí se ceba la calumnia vil
¿qué haré Jesús para vivir tranquilo?,
callar, sufrir.
Y cuando el cielo a mis clamores sordos
pareciese de bronce para mí,
dejándome sin luz en noche oscura,
callar, sufrir.
Pues si es doctrina tuya, Jesús mío,
y tu dulce bondad lo exige así
mi lema sacrosanto será siempre
callar, sufrir.
Menos en los aspectos más dolorosos que tienen que ver con la pérdida de seres
queridos, o un leve resquemor sobre las relaciones conyugales, los recuerdos de aquellos años
fluyen con una sonrisa, y cierta nostalgia porque “todo se pierde”. Y siempre con una nota de
romanticismo en el aire, con el recuerdo de una melodía, con el sabor de una caricia.
“Cuando sale mi morena
con el canastillo al sol
las aves que van volando
paran a ver su labor.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
- 41 -
nosotras
CUARTA REUNIÓN:
LA BODA
A lo largo de las conversaciones ha salido muchas veces el tema de la boda. En ocasiones es el
punto de referencia temporal de otros acontecimientos o circunstancias. Pero hoy nos apetece a todas
tratarlo en profundidad. Suponemos que va a ser divertido y que vamos a pasar un buen rato de
conversación y risas. Además, todas las mujeres que acuden a nuestras reuniones están casadas y
suponemos que tienen ganas de contar como fue su boda en particular.
Cuando aparecemos están esperando a que llegue la “portadora de la llave”. Pero la
conversación desborda el espacio y las palabras se liberan, rápidas y evocadoras, antes de que la
puerta se abra.
Recuerdan con mucha intensidad como cada paso en el camino hacia la boda, viene
acompañado de una fiesta, dulces y comidas tradicionales para ese día, que por supuesto eran las
mujeres de cada familia las encargadas de preparar. Si la boda duraba tres días, también eran tres las
fiestas que acompañaban el proceso del casamiento: las vistas, la publicación y la boda.
Hay gran expectación, porque el tema es del agrado de todas. Recuerdan los momentos
emocionantes de su relación, las rondas de los mozos, los problemas que plantean los padres por la
edad o cualquier otra circunstancia, o los empeños de emparejamiento y las tácticas para hablar (que
normalmente tenían que ver con los paseos a la fuente a por agua), los primeros besos...
Y cuando la cosa ya va en serio, y después de unos cuantos años (a veces más de diez), llega la
noche en que la familia del novio visita la casa de la novia: es la pedida, las vistas o la compostura, ya
que en cada pueblo recibe un nombre. Nos queda muy claro, por la narración de los diferentes casos,
que en la noche de las vistas había muchos nervios. Y en algunos pueblos, como en Rozas de Puerto
Real y en Navas del Rey un guión ya escrito, tradicionalmente repetido, que empezaba y terminaba con
las siguientes frases, pronunciadas por el representante de la familia del novio, normalmente el más
anciano:
−
“¿A qué somos aquí llamados?
−
A arreglar la boda de los chicos, que se quieren casar.
−
¿Cuánto vale la burra?”
Las “burras” son, por supuesto, las mujeres. Y el valor depende de cada caso, de la “fuerza” de
cada casa. Como dicen en Rozas de Puerto Real:
“Era como si nos compraran”.
Con ese dinero habitualmente se compraban los muebles de la casa del futuro matrimonio, hasta
donde llegara. Está perfectamente organizado todo lo que tiene que ver con “el dote”, que se establece
en dinero y en especie: la novia aporta el colchón y los muebles de la cocina, además del ajuar; la
familia del novio tendrá que pagar un dinero para la habitación “de soltero”, además del ajuar de esa
cama, y la ropa del novio: camisas (algunas veces, sólo la tela), calcetines, calzoncillos, pantalones...
- 43 -
Con el dinero se irá a Madrid a “Las Vistas”, es decir, a elegir los muebles para amueblar la casa.
En Cenicientos, además, había que equipar a la novia con alguna ropa y un abrigo que pagaba la
familia del novio.
El día de la pedida se sacaban almendras garrapiñadas, pastas, tostones, peladillas, vino y/o
limonada y después se bailaba.
El ceremonial que supone casarse comienza con uno de los momentos más entrañables y llenos
de sugerencias agradables que nos han contado: lavar la lana del colchón que estrenará la novia la
noche de bodas. En todos los pueblos es un rito singular, atractivo y festivo, con una fuerte carga
simbólica. Inicia una celebración central en la vida de las mujeres, que, como hemos visto, gira
alrededor del matrimonio y la concepción y crianza de los hijos.
La confección del colchón es uno de los ritos más emotivos de la vida de las mujeres. Este
momento está recogido en todos los pueblos de idéntica manera: las descripciones, palabras utilizadas,
cadencia...; no obstante tenemos que destacar el relato de las mujeres en Cenicientos, Navas del Rey y
Rozas de Puerto Real, por la viveza con que nos lo han trasmitido. Con un recuerdo especial a la
evocación de Lumi y María (Navas del Rey y Cenicientos) y a las canciones de las roceñas.
El colchón siempre lo hace la familia de la novia. Pero el novio es quien aporta la lana, bien de
sus ovejas, si las tiene, bien comprándola.
“Antiguamente se tenía la costumbre de que el novio compraba la lana. Los padres
del novio compraban la lana del colchón.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Para hacer un colchón se necesitan 3 arrobas de lana, que equivalen a 5 ó 6 vellones, que habrá
que examinar con todo cuidado para que estén enteros, y sobre todo para cerciorarse de que no hay
ninguno de “churra”.
Después hay que lavar la lana. Normalmente se hace en verano para que se seque bien. Se lleva
la lana al río, y este día se convierte en una fiesta. Acuden las familias de los novios, o por lo menos,
toda la de la novia, porque la lana la lavan los hombres. Este es un acto cargado de emotividad,
porque normalmente dirige la operación el padre de la novia. Los hombres se meten en el río y allí se
lavan los vellones bien, durante la mañana. Es un trabajo muy duro y pesado, porque los vellones
tienen que estar enteros para que luego el colchón esté bien ahuecado, y cuando se mojan pesan
mucho:
“El año que nosotros lavamos la lana de mi colchón no se me olvidará, porque era
un año de mucha sequía, y corría el río muy bajito. Y mi padre, el pobre, se pasó el
día subiendo y bajando las orillas secas todo cargado por aquellos terraplenes...”
(Lumi. Grupo de Navas del Rey)
−
−
−
“Se llevaba una vasija con agua caliente. Y entonces se lavaba ahí la lana. Si era
para (...) una chica que se iba a casar, pues claro la lana, los mejores vellones
eran para eso. Se llevaba la caldera y se ponía el agua caliente y se metía la
lana a escaldarla, y se sacaba y se aclaraba, y se metía en el río. Y como el río
era corriente se esponjaba la lana.
Y luego se vareaba.
Se tendía en una alambrea que había y luego para hacer los colchones, con una
vara se vareaba.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
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nosotras
Después de lavada la lana, se pone a secar al sol. Se come la merienda y toda la familia pasa
junta el resto del día, hasta que al final de la jornada se meten los vellones en sacos y se vuelve al
pueblo. Los sacos se dejan en casa de la novia, porque a partir de ahora habrá que ir escardando la
lana y ahuecándola. Este trabajo se hará por las tardes, cuando las mujeres se reúnen en los solanos, o
a las puertas de las casas para hacer la labor.
El colchón no se cierra hasta uno o dos días antes de la boda. Se comprará una tela
adamascada y normalmente se llamará a alguien para que haga las esquinas, que es lo más
complicado. En todos los municipios hay una mujer especialista en hacer las esquinas.
Cuando se termina, se pone en la cama y se viste con el ajuar de la novia, y se invita a la gente
para que vea la casa; normalmente a la familia y a las vecinas. En casa de la novia o de la madre de la
novia se expone el ajuar: sábanas, colchas, manteles...
“Yo creo que esa costumbre era para demostrar que en las familias que tenían varias
hijas, el dote era distinto, que no se repetía. Porque enseñándolo, luego no se podía
volver a poner con otra hija”
(Manola. Grupo de Navas del Rey)
La boda se celebra, por supuesto, de manera religiosa en la Iglesia. El rito tenía unos pasos,
algunos de los cuales ya han desaparecido. Se comenzaba con las Publicaciones: se anuncia en la
Iglesia la celebración de la boda unos tres domingos antes de la fecha. Se abre así el periodo de las
Amonestaciones, para que en caso de que haya algún impedimento para la celebración del acto, se
haga público.
Inmediatamente después de la misa de las Publicaciones, en algunos pueblos empieza una
pequeña fiesta en la misma Iglesia, los niños dan la enhorabuena a los novios, y se corre la voz por
todo el pueblo. Por la noche los novios ofrecen pastas a los amigos y vecinos y normalmente se acaba
bailando. En otros pueblos se tomaba un bollo en casa de la novia.
“Iba todo el pueblo a tu casa a darte la enhorabuena; a casa del novio y la novia. Se
juntaban a comer lo que hubiera: un bollo... y a cantar toda la noche.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Hay dos momentos en el relato de las bodas cargados de emotividad: la bendición y el velado. La
novia ya vestida, antes de salir de su casa, se recoge a solas con su padre, o un varón muy respetado
de la familia; se arrodilla y recibe la bendición del padre antes de entregarla a su marido. No se trata
de formular una frase hecha, sino que cada novia recibe de su padre palabras distintas, y todas lo
recuerdan con emoción. El otro momento es el del velado; a lo largo de la ceremonia se echa sobre la
cabeza de la novia y los hombros del novio un manto y un cordón, que simbolizan la unión: la cabeza
de la mujer bajo el manto protector del marido que lo soporta con sus hombros, ambos unidos por una
cuerda.
– “Las Hijas de María éramos de la hermandad. Toda la vida ha habido Hijas
de María y de la Soledad. Entonces el día que te casabas llevabas la cinta de
Hijas de María. (...)
– Sí. Y al entrar a la iglesia...
– Te ponían el yugo ese, como se llama...
– Un manto que cubría a los dos. Era como una tela; y te ponían una tela...
– Entonces la Presidenta de Hijas de María iba y te quitaba la medalla de la
Virgen, porque ya ibas a ser casada. Ya no eras virgen, ya no eras pura.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
- 45 -
Si por cualquier circunstancia, no se puede velar a los novios durante la ceremonia, hay que
volver otro día, porque “si no te velas es como si no te hubieras casado”.
El vestido de la novia podía ser blanco, pero habitualmente era oscuro antes de finales de los
años 50.
− “Nosotras nos casábamos e íbamos vírgenes. Íbamos de blanco porque
llevábamos lo blanco por fuera y por dentro.
− Y las que no iban vírgenes también iban de blanco...
− Pero mi madre se casó de negro. Mucha gente se casaba de negro. Eran las
modas.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
¡Vivan los novios!
Salid, salid muchachos
Salid ahora
Veréis alegres los de la boda
Dos corazones que se han unido
Y a acompañarles hemos venido
¡Vivan los novios!5
Y después, por supuesto, había una comida y un elemento que nunca puede faltar en la idea de
diversión en esta época: el baile. La fiesta podía durar hasta tres días. Dependiendo de la familia y del
momento económico que atravesaran... así era de obsequioso el festejo. Algunas asistentes lo
celebraron en familia, otras estaban de luto por algún familiar, lo que restó alegría al día, y otras veces
se celebraba por todo lo alto, invitando a casi todo el pueblo.
La preparación del alboroque de la boda también sigue en todos los municipios los mismos
pasos. La comida, su preparación y servicio, es un capítulo importantísimo. No en el sentido que puede
tener ahora, sino más bien como agasajo a todas las personas que van a participar en la celebración,
porque en definitiva las bodas son eso: fiesta, alegría, reunión de gente querida en torno a unas
personas que van a compartir el resto de sus vidas juntas. Y una vez más constatamos la implicación
personal de todos los vecinos del pueblo en los acontecimientos cotidianos: las bodas son un
acontecimiento social.
Los hombres iban a por leña al monte y las mujeres guisaban los platos de la comida el día antes.
En todas las bodas se comía casi lo mismo, y en todos los pueblos se celebraban de forma idéntica: se
mataba una oveja o una cabra. La noche antes se invitaba a los más allegados a cenar, y se
preparaban las asaduras o los callos del animal que se hubiera matado. La carne se preparaba guisada
y se acompañaba de judías blancas o arroz. El menú se completaba con ensalada de escarola y tomate
de bote (Navas del Rey). En otros municipios la comida consistía en cocido o arroz y en la cena se
tomaban judías blancas o patatas con carne.
A este menú, con el pasar de los años, se incorporan postres como arroz con leche, cuando poco
a poco se va experimentando una mejora económica. Como la comida se dejaba preparada la víspera,
en Pelayos de la Presa y Navas del Rey nos cuentan cómo había que esconder el postre en los sobraos
para que los mozos no se lo comieran antes de tiempo. Aun así no faltaban las mañas para ir por los
tejados y meterse en casa de las novias para saborear el dulce.
El lugar de celebración del banquete depende del municipio de que hablemos, pero en general se
celebraban en las casas. En Navas del Rey, Aldea del Fresno, Rozas de Puerto Real y Colmenar del
Arroyo suele ser en las casas de los novios o de las familias de éstos; en Pelayos de la Presa y
5
Canción dedicada a los novios, que se canta en Rozas de Puerto Real.
- 46 -
nosotras
Cenicientos había lugares acondicionados para que cupiera gente (sería grandilocuente definirlos como
“salones de boda”, pero eran espacios grandes que servían para la celebración, donde se colocaban
mesas y sillas para los comensales). Hasta la década de los sesenta que ya sí se puede hablar de
salones en el sentido que hoy entendemos, todo el pueblo compartía la tarea de acondicionar el lugar
de celebración; se aportaban mesas, sillas, platos, vasos y cubiertos para todos.
“A las bodas cada uno llevaba su plato y su cubierto. Nadie tenía en su casa menaje
para tanta gente”.
(Grupo de Navas del Rey)
Pero eran sin duda las mujeres de las familias de los contrayentes las que se llevaban la mayor
parte del trabajo que da la celebración de una boda. Guisaban todos los platos y los servían; recogían,
fregaban y devolvían cada cosa a su dueño. Estamos hablando de localidades pequeñas, donde casi
todos son familiares o amigos y, por tanto, donde casi todo el pueblo está invitado a la boda.
Las mujeres pasan a relatar el momento fundamental: el baile de bodas. Así nos enteramos de
que el baile no sólo es el festejo del matrimonio sino que también es el momento de recibir los regalos
de los invitados.
“Los regalos, en vez de darlos en sobre, se hacía un corro hermoso para que se
pudiera bailar”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Es el baile de la manzana, en Navas del Rey; la redoma en Cenicientos, o el baile de boda sin
más. Estos nombres significan la forma en que se colocan los novios, sus familias y los invitados: dentro
de un círculo, en uno de sus lados los novios y las familias, y en torno al círculo, el resto de invitados. El
novio, los padrinos, pero, sobre todo, la novia bailan con los asistentes una pieza por cada uno de los
regalos que reciben. El regalo se anuncia en voz alta antes de comenzar:
“Bailo con la novia un cerdo, o un saco de patatas o garbanzos, o un duro...”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Y así hasta completar el total de los regalos. El que quería podía hacer el regalo sin bailar, pero
eran los menos. Muchas horas de jotas e intercambio. Cuando terminaba se tomaba un postre.
En la boda de la “Tía Fulana”, una tía suya carnal, que tenía fama de ser muy
tacaña, sorprendió a todos ofreciendo regalos muy rumbosos. Uno de ellos, un
jamón. Acabadas las jotas, añadió: “Todo ello de figuritas de mazapán”.
(Grupo de Cenicientos)
Después del baile, cuando ya los novios acaban de bailar con todo el mundo y se recogen los
regalos, van hacia su casa, si se van a quedar en el pueblo. Y allí se encuentran con la denominada
compostura de la novia. Los amigos acompañan a los recién casados con una rondalla. Al llegar a casa
se la encuentran toda desbaratada: la cama en la cocina, la ropa en el establo, las cacerolas en el
zaguán. Un desastre.
A la mañana siguiente, en Rozas despertaban a los recién casados con chocolate por la mañana.
Lo que quiere decir que una boda era, en algunas ocasiones y municipios tres días de fiesta. Como bien
dicen en Rozas, una boda era un “matamujeres”.
Después de que cada una habla de su boda, de cómo la celebró y de qué se tomó nos damos
cuenta de que se celebraban casi todas durante el invierno. Como reflexionan entre ellas, hay dos cosas
que favorecen que se haga en este tiempo. La primera es que hay menos labor en el campo y pueden
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festejarlo mejor. La segunda, que es fundamental, tiene que ver con la comida: ya se ha hecho la
matanza y en todas las casas hay abundantes cosas sabrosas que ofrecer a los convidados.
Cantan en Rozas de Puerto Real esta canción el día de la boda, que debería acompañarse de sus
gestos para entender bien qué sucede con el anillo y los recién casados por la noche:
Ya te casastes, Cristina, ya te casastes
Y en el libro de amores ya te borrastes,
Ya te borrastes, niña, ya te borrastes.
Ya te vas con ... pa toa la vida.
Esta noche a la novia la toca decir,
acuéstate primero y apaga el candil
Esta noche a la novia la mete el novio
el anillo en el dedo de matrimonio.
Todas se agitan un poco nerviosas. Nosotras, que somos bastante preguntonas, les hemos
lanzado un tímido, pero chispeante: “¿Y qué tal la noche de bodas?”.
Algunas de nuestras protagonistas tienen una extraordinaria facilidad para el sonrojo. Y también
muchas ganas de hablar y una capacidad genial para transmitir las sensaciones y los sentimientos más
íntimos. Así que, entre carcajadas y rubores, nos enteramos del profundo desconocimiento de la
sexualidad con que llegan al matrimonio. Vírgenes la mayoría, porque ya hemos visto cómo la presión
social y religiosa así lo exigía 6. Y con qué desconocimiento llegan al embarazo y al parto muchas de
ellas, casadas o solteras, como veremos en el siguiente capítulo.
“Entonces no nos contaban nada, íbamos con los ojos cegaditos. Los hombres sabían
más.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Hay un oscuro manto de silencio alrededor de estos temas, al igual que pasa también en el caso
de la menstruación. Se convierten así, temas que podían ser más o menos intrascendentes, en
poderosos motivos de preocupación, ansiedad y dudas. Un caldo de cultivo fenomenal, además, para
estimular la imaginación y crecer los miedos de las incautas. Aquí, por supuesto, cobran un papel
fundamental los maridos de cada cual, muchas veces no mejor informados, pero habitualmente los
verdaderos “responsables” de la formación en estas lides.
En Navas del Rey hemos encontrado algunos relatos de noche de bodas francamente graciosos;
todos ellos ocurrieron en Madrid, en diversos hoteles. Sin mencionar sus nombres, dejemos que cada
una se encuentre en su propia narración:
“El día de antes de la boda me dio por fregarlo todo bien, y como el agua estaba tan
fría, me agarró una cistitis, y ¡ qué día pasé!. Cuando por fin llegó la noche, mi
marido fue a buscar un bocadillo para cenar, y yo, pues me quedé dormida del
cansancio. Echaban un partido del Barça, y hasta que no acabó, mi marido no volvió,
y yo como un leño. Tuvo que venir todo el Hotel a despertarme dando golpes en la
puerta...”.
“Nosotros nos fuimos a un buen Hotel, muy lujoso. Sabíamos lo que nos iba a costar
y estábamos tan contentos. Como hacía mucho calor, y bueno... nosotros también
estábamos acalorados, pues cada dos por tres, me daba una ducha; y mi marido, por
no quedarse atrás, también... A la mañana siguiente en Recepción, nos dan la
6
En algunos casos, evidentemente, no era así y como dice una participante del grupo de Aldea del Fresno:
“Fuimos a comprar la cama para casarnos y probamos el colchón”.
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nosotras
factura, y resulta ¡que había un contador para el agua y nos cobraron todas las
duchas!. Así que pasamos el resto de la luna de miel en una pensión...”.
“Nosotros también fuimos a un hotel, y cuando llegamos a la habitación mi marido
me pide que le deje verme desnuda; que después de tantos años de novio, lo que
más quiere es verme ¿? Empieza a mirarme..., camina para atrás para verme
mejor..., se tropieza, se le cae el armario encima. Yo desnuda, muerta de risa, ¡un
ruido...!. Y la gente que empieza a llamar a la puerta para saber qué pasa...”
(Grupo de Navas del Rey)
Un capítulo aparte merecerían los viudos que se volvían a casar. Este es un tema que aparece con
fuerza, sobre todo, en Colmenar y en Navas del Rey. La historia de la presión social sobre los viudos
comienza en el mismo momento en que se tiene noticia de sus relaciones. Los vecinos comienzan a
tocar un cuerno o cencerros cada vez que se ven, hasta que regresan cada cual a su casa. Son las
cencerradas.
“Mi marido tuvo que ir a Colmenar por su trabajo, estuvo varios días, y entonces
vivíamos todavía en Madrid. Cuando volvió me dijo: “Cuántas vacas debe haber en
ese pueblo, se han pasado toda la noche sonando cencerros y cuernos.”
(Grupo de Navas del Rey)
“Simplemente tocar los cencerros. Nos poníamos en lo alto de ese cerrito que hay
allí, con un cuerno”.
“Cuando iba a casarse una viuda. Estabas tan tranquila y por el hueco de la
chimenea sentías el cuerno”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Lo mismo sucede el día de la boda. Los matrimonios entre viudos, al igual que las mujeres
embarazadas o aquéllas que tenían hijos antes de casarse, tenían lugar a primera hora de la mañana y
habitualmente no se celebraban.
Sin duda, el hecho de tener hijos pequeños era un incentivo para estas uniones. Si era la mujer,
para poder mantenerlos mejor. Si era el hombre, para que los niños estuvieran mejor atendidos. Así,
aunque no niegan la posibilidad del enamoramiento, en casi todas las conversaciones lo que pesa es la
situación económica y la atención a los niños. Y en una época donde la mortalidad en el parto era
elevada, se entiende que fueron bastantes los matrimonios de viudos.
“Mi padre era el cuñado de mi madre. Cuando murió su hermana, se arregló la boda
para que los hijos estuvieran atendidos. Mi madre me contaba que al principio
lloraba porque no veía a su marido como tal, sino como cuñado. Sin embargo, había
que ver como se querían mis padres ...”
(Grupo de Cenicientos)
Vamos terminando y buscando la llave para cerrar la puerta; no la encontramos... hoy parece que
la reunión se resiste a terminar. No nos extraña en absoluto porque la boda es, sin duda, un momento
fundamental en la vida de las mujeres que han acudido a las reuniones: es el comienzo de su
independencia paterna y la fuente de una de las principales ilusiones en la vida: los hijos.
Es evidente que los roles de los padres y las madres difieren. Podemos decir, resumidamente, que
un matrimonio no era una pareja, sino una unión socialmente controlada y profundamente desigual. Es
desigual en cuanto que la mujer se considera por la ley una menor de edad dependiente del marido. Es
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la ley del hombre, que se asume sin más. Con mayor fuerza marca el camino la ley de Dios, que no
sólo se conoce y se asume sino que también se reinterpreta por la sociedad en su conjunto y es mucho
más férrea. El papel de hombre está fuera del perímetro de la casa, y esto incluye a los niños que son
responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Un punto conflictivo es sin duda el que se presenta a la hora de hablar de si los matrimonios
fueron felices y comieron perdices. No queremos extendernos aquí por expreso deseo de muchas de
nuestras informantes, pero sí queremos dejar constancia de una realidad: a la dureza de la vida de las
mujeres de la época hay que añadir en no pocos casos el maltrato físico y psicológico por parte de los
varones de la casa. Un hecho que poco a poco está siendo denunciado, era hace unos años
implanteable. La sociedad era profundamente machista y entraba dentro de las prerrogativas del padre,
los hermanos y el marido el castigo de una mujer que no se comportara como estrictamente se
esperaba de ella. Y el silencio era el acuerdo tácito.
−
−
−
“Era una cosa muy secreta, no se hablaba.
Y la madre te decía que te callases, que para eso te habías casao.
“Hay que aguantarse, cállate, hija, cállate”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“Que arda la casa, pero que el humo no salga a la calle.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Otra cosa es cómo cada matrimonio concreto vivía su intimidad. Las relaciones son el medio para
conseguir la reproducción y no el placer. En general, la represión sexual es extensible a ambos, por lo
que tiene que ver con la religión, pero también con la necesidad de mantener a los hijos en momentos
de mucha dificultad.
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−
“Cuando terminaba la cuarentena, que ya estaba en estado.
Y mi abuela se acostaba todas las noches con la mano puesta. Eso se lo he oído
a ella, no es que me lo invente. “Yo me ponía la mano, porque es que...”(...)
Que le dio por ahí.
No; que le apetecía, y a ella a lo mejor también la apetecía, pero la pobre
decía...
Cada año un hijo.
Y no había posibilidades de mantenerlos.
Se pasaban muchas penalidades.
Y con tanto trabajo...”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Además, dentro de una concepción profundamente machista, que está en proceso de cambio, la
mujer está para servir al hombre. En todos los aspectos de la vida.
“Mi madre me cuenta que ellos eran dos hermanas y un hermano. Y el hermano era
el pequeño, pero les mandaba a ellas por ser hombre.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Todo esto comienza a transformarse, en un proceso paralelo que tiene que ver con el profundo
cambio histórico que sufre España, y por tanto, también los municipios objeto de esta “historia”. A la vez
que los hijos, que van creciendo, aportan a las madres otra visión de las cosas y consiguen que sean tal
cual se nos presentan en las reuniones: personas que se expresan con libertad y una profunda
tolerancia.
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nosotras
REUNIÓN 5:
LA GUERRA CIVIL Y LA POSTGUERRA
La recuperación de la historia de las mujeres es el motor que mueve este proyecto. Básicamente,
hasta ahora, no hemos encontrado un hilo estrictamente cronológico en los relatos semanales; sin
embargo hay situaciones que necesitan una ubicación clara en el tiempo, porque su trascendencia es
precisamente histórica.
La Guerra Civil española ha sido un acontecimiento de enorme trascendencia en nuestro país
desde diversos puntos de vista; pero desde la óptica que nos mueve en nuestro proyecto de
recuperación, pretendemos rememorar los tiempos de y en relación a la guerra; es decir, resulta
interesante saber cómo afectó a las vidas de las mujeres el referéndum que puso fin a la monarquía de
los Borbones, el sufragio universal, los acontecimientos violentos que desencadenaron el alzamiento...
la vida en la posguerra, la mortandad masculina, la precaria economía de la posguerra, etc. Es decir,
no queremos sólo un relato de lo que ocurrió entre 1936 y 1939, sino cómo vivieron en los pueblos el
hecho histórico en sí, y por ello queremos enmarcarlo en las décadas que se comprenden entre 1930 y
1950.
Abrimos la puerta...
Hemos intentado a lo largo de diversas reuniones sacar este tema, sólo con la intención de tocar
otro punto más de la historia reciente de los municipios. Las reticencias a hablar de ello han sido
importantes en todos los pueblos apelando a la corta edad de los protagonistas en el momento de la
contienda, la ignorancia de lo que es la guerra por el hecho de ser mujeres... Los recuerdos eran
escasos, y en la mayoría de las reuniones, nulos.
“No quiero acordarme porque me da mucha cosa, mucha pena ... Yo no quiero ni
acordarme siquiera”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
−
“Después de la guerra, me acuerdo perfectamente como si fuera hoy, que fueron
a matar a mi padre”.
−
¿Y eso por qué?
−
“No sé, cosas de la guerra”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
–
“Pasó todo lo que tiene que pasar en la guerra.”
–
Y ¿qué fue eso?
–
“Calamidades, como todos los sitios”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
El silencio es la nota predominante, a la que sólo se escapan los comentarios acerca del dolor
que supone recordar:
- 51 -
“Yo estaba embarazada de ocho meses cuando empezó la guerra. A mi marido se lo
llevaron al principio, yo me quede sola. Eso es dolor ¿sabes?, no saber nada de mi
marido que estábamos recién casados, no saber dónde estaba él, no saber dónde
dejar a tus hijos, dolor, mucho dolor pasamos”
(Tía Sole, Grupo de Pelayos de la Presa)
Por fin, gracias a la colaboración de las asistentes de Navas del Rey, obtenemos la primera
aproximación de un cierto rigor cronológico; una de las asistentes apunta un nombre, una persona que
participó en la contienda y por tanto tiene edad y perspectiva histórica para establecer este primer
acercamiento. Conseguimos así el relato en primera persona de un, entonces, soldado de la llamada
“Quinta del chupete”.
Además de este relato, contamos con las experiencias vividas por las mujeres, que tras vencer
muchas reticencias, hablaron de un curioso aspecto de la confrontación: las que hemos dado en llamar
“huidas”.
Como en todas las historias, la de Pedro comienza con una exposición de la vida familiar;
básicamente nos cuenta cómo vivía su familia: la fuente de ingresos principal era el ganado, sobre todo
ovejas y vacas suizas; este dato se muestra importante conforme avanza el relato. Nos da pistas además
para analizar lo que sucedió en los demás pueblos.
En todos los lugares se conoce la situación de los dos ejércitos. El avance del ejército nacional en
este área es imparable ya que no hay oponente que les haga frente hasta la zona de Brunete. Las
leyendas en torno al avance nacional son innumerables: saqueo de casas y ajuares, tropelías de los
“moros”, violación y mutilación de mujeres y niñas ..., la información de que se dispone es el boca a
boca. A ello hay que unir las atrocidades que se cuentan, y en muchos casos se sufren, de los más
extremistas del otro bando: quema de iglesias y de imágenes, destrucción de archivos parroquiales,
atentados contra los/as religiosos/as...
En todos los casos, el avance de unos u otros siempre se traduce en requisas; todo lo que
necesitan los contendientes, se lo llevan: colchones, mantas, comida, y lo que más importa para nuestro
relato: el ganado vivo, que se transporta por sí mismo, no ofrece problemas de almacenaje y
acompaña sin molestar en la retaguardia del ejército; el suministro está garantizado; además en la
mayoría de los casos los pastores acompañan a sus animales en el avance hacia la población de
Brunete.
Nuestro relato comienza en los primeros días de octubre de 1936. Hay mucho movimiento en la
zona suroccidental de la, entonces, provincia de Madrid; se oyen rumores de que el ejército nacional
avanza hacia Madrid sin que las poblaciones de la zona opongan demasiada resistencia; se cuenta que,
a su paso, los moros cometen tremendas barbaridades y que el ejército está requisando todo el
ganado; además hay un intenso apoyo aéreo al avance militar.
“Salíamos corriendo del pueblo y nos íbamos al campo corriendo, nos
escondíamos debajo de las pesebreras, fíjate como si nos pudieran salvar de los
obuses ... A más de uno lo sacaron debajo de las canales a punta de fusil (...)”.
(Tía Sole, Grupo de Pelayos de la Presa).
Se produce así una de las circunstancias que queda impresa en la memoria de las, entonces niñas
o adolescentes, que acuden a las reuniones: LA HUIDA.
La salida rápida de los pueblos se produce en todas partes. Hay quien deja pasar los días
pensando que todo son rumores, que la tragedia no va llegar hasta ellos, y no abandonan sus casas,
las escasas posesiones, o como mucho, se preparan para quedar al amparo de alguna familia
poderosa que garantice su seguridad, pero dentro del municipio:
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nosotras
En Aldea del Fresno hay fincas en los alrededores del pueblo , en ellas trabajan mujeres y
hombres, y se dirigen allí pensando que encontrarán seguridad en el caso de que se encuentren en
medio de la refriega. Se trata de familias enteras que entran en las fincas, aún cuando no estén los
dueños, creyendo que se respetará la grandeza de los “amos” en el caso de que cualquiera de los dos
ejércitos llegue hasta allí. Duermen todos juntos en una misma estancia, y están pendientes de cualquier
cambio. Al final todos se irán ante la evidencia del avance nacional.
La HUIDA se produce en todos los municipios; algunos se refugian en los montes cercanos, se
retiran con el ganado hacia los “tinaos” y majadas esperando que la avanzadilla del ejército pase de
largo, como está ocurriendo en los demás pueblos:
En Pelayos de la Presa, la familia de Rosario tenía ganado, principalmente cabras y
los cabreros que las cuidaban las retiraron al monte “Gracias a Celes y Macario
salvamos todos los animales, porque aquí saquearon todo el pueblo”.
(Grupo de Pelayos de la Presa)
Otros abandonan todo y se van a poblaciones de la Sierra Norte de Madrid, donde tienen
familiares y amigos: Valdepiélagos, Fuente el Saz, San Sebastián de los Reyes... además de a esta zona
también se producen huidas hacia la zona del Río Henares
La Tía Eugenia, de Pelayos de la Presa, pasó toda la guerra en Villalbilla, la
mandaron sus padres con unos tíos. A la vuelta conoció a su hermano pequeño,
nacido en guerra, aunque mantuvo contacto con su familia a través de los
“radiogramas”.
(Grupo de Pelayos de la Presa)
“Y cuando pasábamos por Villanueva venían los aviones, y entonces todo el mundo a
tumbarse. Y mi madre ya era mayor y se quedaba sentá. “¡Qué se tumbe, qué se
tumbe!” Y nosotros estábamos como el caracol, todos alrededor de mi madre.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Otros abandonan el pueblo momentáneamente, y no se alejan demasiado, sino que eligen
poblaciones muy cercanas que les parece que ofrecen seguridad al quedar relativamente apartadas del
eje utilizado por el ejército nacional: Fresnedillas, Colmenar, incluso llegan hasta Boadilla del Monte. La
mayoría de las personas que se alejan poco de su pueblo vuelven a los pocos días, avisados por los que
se quedan, de que pueden regresar, que hay una relativa calma y normalidad.
En todos los casos, se reúne todo lo que tiene algún valor: ajuar, loza, aperos, comida... se
empaqueta con cuidado y se sube a los “sobraos” o se esconde para evitar que la rapiña acabe con sus
pocas posesiones; hay que temer “todo”, tanto a los ejércitos que se abaten sobre las poblaciones
necesitados de “todo”, como a las personas que se quedan, porque a su vez, también van a necesitar
“todo” después del paso de los soldados.
En todos los pueblos se cuenta cómo al volver se encontraron con que sus casas habían sido
asaltadas. En algunos casos, no se llevaron gran cosa ni se produjeron destrozos; la mayoría de las
veces desapareció parte del ajuar y algunas mantas y colchones. En Aldea del Fresno, Cenicientos y
Pelayos nos cuentan que vieron a los moros tocados con sus sábanas y cortinas,:
“se hacían sus turbantes y túnicas con nuestra ropa, reconocíamos nuestros ajuares,
pero no podíamos hacer nada”.
(Grupo de Pelayos de la Presa)
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Los años de guerra transcurrieron con relativa normalidad. La gente se dedicaba a sus labores
cotidianas como si no ocurriera nada. Hacían sus trabajos, compartían el espacio con los soldados del
ejército nacional, que tomaban alguna casa como cuartel general, y sencillamente vivían los días que
pasaban sin mayores sobresaltos que los producidos por los aviones que pasaban hacia Madrid;
soportaban los bombardeos y movimiento de tropas hacia el frente de Brunete, pero eso era lo más
cercano que se sufría del terrible enfrentamiento.
“Vivíamos en la casa de pueblo (de Ballesteros, Albacete), y la gente que
tenía dinero, que vivían bien venían a buscar chicas para trabajar con ellos,
para llevarlas para... Que les daban de comer y todo. Y yo dije: “Dígame una
casa para servir, que yo no me voy evacuá, que voy a trabajar”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
Las noticias llegaban a través de las personas que iban regresando, de lo que se contaba. Había
un precario servicio de correos que se suplía aprovechando los viajes de comerciantes, el coche de línea
(cuando funcionaba), los milicianos que iban y venían, los radiogramas, y cuando podían, escuchaban
la radio, mayoritariamente Radio Andorra.
En general, las participantes en nuestras reuniones percibían que el conflicto se alargaba para
desesperación de los nacionales, mientras que el ejército republicano quería que el gobierno español
se implicara en los acontecimientos europeos y participara en la inminente guerra del continente; esta
circunstancia se traducía en el progresivo empobrecimiento del ejército republicano:
“Eran muchos para repartir muy poco en toda España, además estaban mal
organizados”.
(Pedro. Grupo de Navas del Rey)
Mientras que los nacionales tenían perfectamente cubierto el suministro en los distintos frentes:
“En el frente de Cáceres desayunábamos chocolate y pan blanco, todos los días
comíamos guiso caliente, tanto, que había que esperar a que se enfriara, esto es lo
que yo puedo contar, no se cómo estarían en el Ebro, por ejemplo, de allí se
contaban atrocidades”.
(Pedro. Grupo de Navas del Rey)
En los pueblos se vivía bien, se cuidaba y trabajaba la tierra, se seguía criando un cerdo para la
matanza, siguieron los intercambios comerciales... En Navas del Rey se estableció un hospital de
campaña en la zona de La Jimena que atendían las mujeres del pueblo:
“Vivíamos con normalidad, incluso en Navidad los soldados hicieron una colecta y
trajeron regalos de Reyes para los niños del pueblo”.
(Grupo de Navas del Rey)
A partir de abril de 1939 la situación cambia radicalmente. Se produce la vuelta masiva de
aquellos que han quedado atrapados por los enfrentamientos. Todos quieren regresar. Se buscan plazas
en los coches y camiones, se suben en los carros y toman la carretera. La tía Eugenia, de Pelayos de la
Presa se fue con su hermana a la puerta de la Casa de Campo. Tenía 19 años:
“No teníamos miedo, en medio del barullo había mucha seguridad. En el control nos
encontramos con la Tía Brigidilla, que estaba con todos sus hijos y sus cosas
buscando alguien que la llevara al pueblo. Mi prima y yo nos subimos a un coche
con un señor que dijo que iba a San Martín, pero al salir de Madrid va y dice que
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nosotras
está buscando a su hermano, que a lo mejor está en Quijorna, y a mí, pues no me
gustó, así que en Villaviciosa le dije que parara, que nos bajábamos, y allí nos dejó, y
nos fuimos para la Guardia Civil y nos dijeron que no nos preocupáramos que el
primer coche que pasara a San Martín nos llevaba, y así fue, y llegamos a casa, y lo
primero que hice fue ir a ver a mis padres, que llevaba tres años sin verlos, y quería
conocer a mi hermano pequeño. Todo el mundo me reconocía por la calle.... fue
muy emocionante”.
(Grupo Pelayos de la Presa)
Los que llegan encuentran sus casas saqueadas, sucias y abandonadas; a veces ocupadas por
soldados o mandos que las dejan en bastante mal estado. Otras veces los que viven en sus casas son
vecinos del pueblo.
“Nuestra casa estaba ocupada por una familia. Y que no podemos entrar (...) Él nos
consiguió una casa chiquitita, en el suelo, donde podíamos (dormíamos). Nuestra
casa no nos la desocuparon”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
Sus tierras están descuidadas, no les quedan animales, a no ser las caballerías con las que
algunos vuelven; y para colmo de males, vienen de la zona republicana, con dinero “rojo”, que se
vuelve inservible. Todos los billetes acuñados entre 1936 y 1939 se retiran de la circulación sin
contraprestación ninguna, lo que supuso la ruina de muchas familias que se quedaron en Madrid
capital y sus alrededores.
Comienza un periodo en el que se sufren realmente las consecuencias de la guerra: los hombres
jóvenes tienen que irse a cumplir el servicio militar durante tres años aunque hayan participado en la
contienda; hay muchos hombres presos y la mortalidad ha sido terrible. La escasez de alimentos es
patente en toda España: se imponen las cartillas de racionamiento para garantizar la distribución de
alimentos básicos; el país está destrozado: hay que recuperar las comunicaciones, levantar edificios,
fábricas, colegios, escuelas ... y vivir, trabajar para comer, en muchos casos sin hombres que hagan los
trabajos más duros, sacando los hijos adelante...
“Hambre, hambre no se ha pasao, pero sí mucha necesidad. Lo que pasa que
aquí se comía muchas patatas, mucha judía, muchos garbanzos...”
(Grupo de Rozas de Puerto Real).
Sólo en dos de los pueblos, Rozas de Puerto Real y Aldea del Fresno se ha hablado claramente de
lo que supuso la represión después de la guerra y del franquismo. Curiosamente, Franco es un nombre
que no aparece en las conversaciones. Tampoco “dictadura”. Comentan en Rozas lo dura que es la
vuelta para los que han perdido la guerra, a veces con los maridos encarcelados y siempre con la
presión de un gobierno que extiende sus tentáculos por todos los pueblos de España.
“A mi padre le condenaron. Pues mi madre iba a la cárcel así con una tripa
(embarazada), con los hijos en los brazos. Iba a San Martín de Valdeiglesias a
ver a mi padre y a llevarle la comida. A Brunete en camiones, que montaba en
camiones que pasaban por ahí abajo, encima de la leña y montaba encima
con los hijos, embarazá a ver a mi padre. Y le veía en la cárcel por una distancia
lejos...”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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Los odios que desata una guerra cruel entre hermanos dan como consecuencia situaciones que se
ven con nuestros ojos como denigrantes y vergonzosas para aquellos que las llevaron a cabo. Son los
castigos, por ejemplo, que se infligen a las esposas y madres de los “rojos”, cuando vuelven al pueblo.
A veces sólo silencio y desprecio. Otras veces...
“Ella vino aquí con más mujeres, que eran de izquierdas. Y los que mandaban de
derechas, les hicieron barrer todo el pueblo, les cortaron el pelo al cero; ¡el pelo al
cero y barrer todo el pueblo!. Porque eran de izquierdas”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Otras veces la represión es más solapada y constante. Es la que ejerce, por ejemplo, el secretario
de Movimiento en Aldea del Fresno:
−
−
−
−
−
“Era el jefe de Falange y era el que mandaba en todo el pueblo y si una hacía
algo las castigaba”.
“El secretario se metía también en todo lo que podía. Como se metía en todo. Él
era el secretario, era el juez, era el alcalde.
Era todo. Era todo.
A nosotras nos tenía aterrorizás. Como era el baile, te cortaba el pelo al cero y
nos daba aceite de ricino. ¡Ay, qué miedo!
Él era el que mandaba en el pueblo, pues los demás a callar.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Es, sin duda, el recuerdo del silencio, del miedo y de las multas lo que marca la época.
“Y el miedo que hemos tenido desde chicos . Se ha tenido mucho miedo,
muchísimo miedo”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
-
“Y te metían presa por nada, a mí, a mí, siendo una niña.
Sí, es que era miedo. Realmente era miedo.
No, no, es que a los guardias se los tenía miedo.
Miedo, sí.
Claro, sí.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
−
“Bueno , no me refiero sólo al carnaval, me refiero a otros asuntos, muchas cosas
hacían, muchas.
−
Castigar y sacar dinero.
−
Multas, multas.
−
Y pegar, y pegar.
−
Y por ejemplo, si regañaba la gente, si regañábamos esta y yo en la calle, nos
sacaban cinco duros en aquellos tiempos.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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nosotras
Se abre así una década durísima para las mujeres, las más olvidadas de una guerra fratricida
que ha deshecho un país, y cuyas consecuencias se tendrán que medir por millones de muertos,
necesidades, represión y odios que durarán aún tres décadas.
“Tú lo ves ahora, tú lo ves ahora, que lo mismo da que mande la derecha que
mande la izquierda, porque vivimos todo el mundo bien”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
“Ahora tenemos las neveras llenas, nuestros ahorrillos en la libreta del banco, y
libertad. Aquellos años fueron horribles, ahora no se es consciente de lo que
tenemos, este es nuestro mejor momento”.
(Grupo de Navas del Rey).
La mayoría de las asistentes a las reuniones no son conscientes de lo que ocurre en la guerra.
Las que huyeron de los pueblos cuentan esa experiencia con los ojos de la niñez, sin darse cuenta
realmente del dramatismo de la situación. Las que se quedaron no sufrieron, por lo que no es un
episodio aislado de su vida, sino que forma parte del relato general de la infancia.
“Luego ya se acabó la guerra y vinieron mi padre y mi hermana y ya estuvimos todos
juntitos. Luego ya pues hicieron otro niño, que fue un varón, y ya tuvo mi madre otro
niño.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Las más mayores son las únicas que reflejan la dureza de la posguerra, pero igualmente
enmarcan sus vivencias de esos años sin establecer una relación de causa-efecto entre la guerra y la
posguerra.
Cerramos la puerta....
- 57 -
nosotras
SEXTA REUNIÓN:
LA RELIGIOSIDAD Y LA IGLESIA
Si hay algo que hemos advertido claramente, eso es la importancia trascendental que tiene la
influencia de la iglesia en la vida de cualquiera de los municipios estudiados. Y la profunda religiosidad
de las mujeres de las generaciones que acuden a las reuniones.
Son tantas las fiestas religiosas y se viven con tanta intensidad en cada pueblo que nos preocupa
no reflejarlas adecuadamente, aunque tampoco queremos acabar convirtiendo la reunión de hoy en un
listado de acontecimientos. Por eso, decidimos centrarnos en reflejar el espíritu con que viven las
mujeres asistentes su religiosidad a través de estos festejos, aunque queden fuera momentos que seguro
son especialmente importantes para algunos de nuestros lectores. Además, esta forma de vivir la religión
es común en todos los municipios, aunque las manifestaciones externas sean diferentes en cada caso.
Por esta razón (al igual que en el capítulo dedicado a la matanza), hemos optado por no señalar la
procedencia de las citas.
Aprovechamos que están preparando las iglesias para la Semana Santa, para profundizar un
poco más en este tema. Surge, a través de la descripción de los preparativos para las procesiones, una
reflexión más profunda sobre la vivencia de la fe y la relación con los diversos sacerdotes que se han
sucedido a lo largo de la historia de los municipios.
Llevan unos cuantos días con mucho trabajo. Hay que preparar muchas cosas para celebrar la
Semana Santa y habitualmente estas tareas recaen sobre las mujeres casadas, que son las que acuden a
estas reuniones; así que echamos de menos a algunas de ellas.
Abrimos la puerta:
Les gusta el tema que vamos a tratar. Tienen muchas cosas que contarnos y el tiempo es limitado.
Quieren relatarnos los aspectos ligados a los principales hitos anuales que tienen que ver con lo
religioso: la Navidad, la Semana Santa, las Comuniones y el Corpus Christi, las fiestas patronales... Y,
por supuesto, todas las misas y rosarios del año.
No hablamos mucho de la Navidad, quizá por la cercanía de esta otra fiesta, la Semana Santa.
Pero sí que en algunos pueblos nos cantan villancicos, algunos de ellos preciosos, como el que a
continuación ofrecemos, gracias a Adela, de Colmenar del Arroyo:
Ro-ro, mi niño querido.
Ro-ro, cállate ya.
Ro-ro, que para que te calles
Te canto mi cantar.
Mírale, mírale, como pernea,
Como se agita, entre pajas secas,
Como se ríe, como se alegra.
Cuida mi alma, niño hermoso;
Haz que mi alma no se muera.
- 61 -
El momento de mayor trascendencia social y religiosa, junto con las fiestas patronales, es la
Semana Santa, que en todos los municipios se vive intensamente. En ellos se celebran procesiones y
diversos ritos que se pueden considerar generalizables al resto del Estado y muy ligados a las formas
religiosas tradicionales, como la Procesión de la Dolorosa y del Crucificado, la Procesión del Encuentro,
el Lavatorio, la Noche en vela del Jueves Santo al Viernes Santo, el rezo de las Estaciones de la Pasión...
Junto con estos rituales se celebran otros, más originales, como las “pujas”, en las que las
mujeres participan con fervor para poder “entrar los brazos a la Virgen o al Santo” en Pelayos y
Cenicientos; o los faroles que acompañan el paso en Colmenar del Arroyo; el Domingo Gordo, justo
antes del miércoles de ceniza (que en Rozas de Puerto Real llaman también “Día del unto”, porque los
mozos tiznaban la cara de la chicas), y que también se celebraba en Aldea del Fresno; o la fiesta en las
eras del Domingo de Resurrección, a medio camino entre la celebración religiosa y la fiesta popular,
que da fin a la Cuaresma en Rozas de Puerto Real, Navas del Rey, Pelayos y Cenicientos. También en
Rozas era tradicional la quema del Judas, este mismo día.
En Semana Santa se da un hecho que permite a las mujeres momentos de reunión y sensación de
colectividad: las cofradías. En Colmenar del Arroyo tienen las Cofradías de la Virgen de la Soledad y de
la Virgen del Carmen. En Navas del Rey se reúnen las Hijas de María, las Hermanas de la Soledad,
Corazón de Jesús y el Cristo de Medinaceli (éste último sólo para mujeres). Desarrollar un poco.
En cualquier caso, independientemente del rito que se desarrolla en cada pueblo, la Semana
Santa es también un momento de mucho trabajo para las mujeres. Es inconcebible la fiesta sin su
participación en los preparativos, que pasan por la limpieza del templo, lavado, planchado y
composición de los pasos, el arreglo de las imágenes... En muchos casos se dejan de hacer algunos
ritos debido a la escasa colaboración, entre otros, de los varones.
“Los hombres sólo lo sacan (al Cristo) y lo demás es de las mujeres.
El fregar la iglesia y todo eso, claro, es de las mujeres”.
Junto a la actividad más vinculada a lo religioso está otro elemento fundamental: el atuendo
adecuado para la fiesta. La fe tiene una expresión externa que se muestra claramente en la importancia
que se concede al vestido. Se honra a la Virgen acudiendo de luto riguroso, acicalada y guapa a las
ceremonias. Con velo, con mantilla, con peineta...
“Yo voy con mantilla y peineta; y te voy a decir: por el fervor que le tengo a la Virgen,
porque a mí me parece que le hago un halago”.
“Tú vas con la peineta, con tu buena mantilla. Te pones tus perlas blancas y tu collar
blanco, aunque vas de negro. Y procuras ir toda guapa, bien arreglada... Además,
que todas lo hacen; lo veo yo, que lo vivo junto a ellas; con muchísima ilusión y fe”.
También se celebra esta época del año con alimentos especiales. La gastronomía peculiar que las
mujeres se encargan de conservar, producir y fomentar, está íntimamente ligado al momento.
En los distintos pueblos hacen, sobre todo, dulces: En Aldea “se hacía limonada, bollos, rosquillas
y golosinas en las casas”. En Colmenar: “se hacen los típicos retorcidos con los cañitos”. Rosquillas y
torrijas en Cenicientos. En Navas, pestiños y puches. Junto a estas delicias, se elaboran otras que repiten
en toda la zona: arroz con leche, leche frita, natillas de pan... Y, por supuesto, potaje y bacalao.
Otro momento importante en relación a la tradición religiosa y al papel de la mujer en su
mantenimiento, es la preparación de los Altares del Corpus Christi. En todos los pueblos nos cuentan
cómo las mujeres preparan un altar en su propia casa -en el patio normalmente- que decoran con sus
mejores telas, plantas y flores. Muchas flores. Parece que compiten por ensalzar la fiesta y crear el altar
más original. Además, preparan a los niños y niñas que han hecho la Primera Comunión ese año para
que vuelvan a salir en procesión con sus vestidos y trajes, igual de luminosos que en el mes de Mayo.
- 62 -
nosotras
Recuerdan entonces otro momento muy ligado a la niñez: las Flores de Mayo, en las que cada día
del mes se rezaba el Rosario y se cantaban las flores a María; cada día una estrofa distinta:
Es más pura que el sol,
Más hermosa que las perlas
Que ocultan los mares.
Ella sola entre tantas mortales
Del pecado de Adán se libró.
Salve, salve, cantaba María,
Que más pura que tú solo Dios.
Y en el cielo una voz repetía:
Más hermosa que tú solo Dios, solo Dios.
Una muestra de la devoción por las flores de Mayo la encontramos en Navas del Rey y Pelayos,
donde se cultivan rosales en las viñas para llevar rosas de todos los colores a la Iglesia en este mes.
Para las Flores se confeccionaba una cruz, la Cruz de Mayo, aprovechando una percha de la
ropa, de las que tienen un palo. Se engalanaba con cintas, estampitas y escapularios y se salía por las
calles, de casa en casa, pidiendo “un cuartito para la Cruz de Mayo”. Con el dinero o los alimentos
recaudados (bollos, fruta, huevos...), los niños y niñas hacían una merienda. Posible cruz mayo
De estas celebraciones, que involucran al pueblo en su conjunto, las mujeres asistentes pasan a
hablar de aquellas otras que también tienen importancia religiosa y social, pero con un carácter más
familiar: son los bautizos y las comuniones. También incluiríamos aquí las bodas, pero estas han
merecido ya un capítulo aparte.
Los bautizos y las comuniones que nos relatan son acontecimientos estrictamente familiares, sin
que la celebración llegue a parecerse a la de una boda, como ocurre en la actualidad.
En cuanto a los bautizos, las mujeres de los distintos municipios relatan cómo se realizaban
antiguamente: La madre no podía salir de casa tras el parto hasta que el niño fuera bautizado. Y, por
tanto, no podía asistir al bautizo.
“Salía el cura. Salía el sacerdote hasta la puerta, con una vela. Se la daba a la
madre, cogía al niño y entraba (en la iglesia)”.
La madre sólo puede franquear el umbral de la iglesia cuando su hijo ya ha sido bendecido. Con
el momento del bautizo termina el período de reclusión de la mujer. Si por alguna circunstancia el
bautizo debía retrasarse, podía estar encerrada en casa hasta tres meses, para lo cual era fundamental
el apoyo y solidaridad de familia y vecinos en cuanto a compras, lavado de la ropa (¡con un bebé!) y
otras tareas externas al hogar.
La comunión es un verdadero rito de paso para las mujeres, y no tanto para los varones. La
comunión suele marcar el momento de incorporación a nuevas tareas. Para todas las asistentes, la
comunión fue un momento importante, en relación más con el aparato festivo que con la verdadera
trascendencia religiosa. Muchas veces la conversación gira en torno al vestido y el peinado de ese día, y
a menudo sobre las frustraciones que experimentan en ese momento por no haber podido vestir como
les hubiera gustado, porque alguien importante en sus vidas no pudo acudir o por no tener una
fotografía de recuerdo de aquel día.
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Manifiesta su importancia por la relevancia que tienen las carencias y lo vívidos que son los
recuerdos de los sentimientos que lleva aparejada esa negación de los deseos o esa comparación con
quien sí pudo realizarlos. Las niñas vestían de blanco, en ocasiones, cuando la familia podía comprar el
vestido o alguien se lo ofrecía. Otras veces las niñas se vestían de calle, con vestidos que se recuerdan
muy bonitos. En otras ocasiones, se utilizaba un atuendo que recuerda al de monjas y frailes, muy
austero.
Unos recuerdos llevan a otros y alguien introduce en la conversación la importancia de los
funerales, los pésames y los lutos. Aquí, en contra de lo que normalmente se asume, son los hombres
los que llevan la voz y el consuelo a la familia. Y las mujeres, como siempre, se ocupan de la
intendencia. Las vecinas y las amigas de la familia en duelo se desviven por tener preparado caldo y
comida caliente para todos.
El luto está presente también en muchas conversaciones. Unas veces como crítica a la vida actual,
carente en muchos casos de estas manifestaciones de aflicción; pero otras también por su influencia en
momentos importantes de la vida de las asistentes, como por ejemplo las bodas. Algunas mujeres no
podían casarse hasta que no terminaban el luto, o lo hacían vestidas de negro. Cuando se muere una
persona en época de fiestas supone, que éstas ya no van a celebrase normalmente en una buena
temporada. Los lazos familiares, muy extensos en comunidades de pocos habitantes, hacen que la
mayoría del pueblo esté de luto.
En algunos pueblos, como en Pelayos de la Presa y en Colmenar del Arroyo existen cofradías cuya
única finalidad es garantizar un buen entierro a sus integrantes, aunque en Pelayos la Hermandad de
San Blas recoge en sus estatutos que también hay que dar consuelo a la familia del fallecido.
Quizá sean las costumbres ligadas al luto las que mejor representan las características de un estilo
de sociedad ya desaparecida y añorada en muchos retazos de las conversaciones de estos meses: la
comunidad, la familiaridad, la convivencia de todo el pueblo.
− “Cuando murió mi padre éramos tres chicas. Tres mujeres y mi madre cuatro. Y
mi madre llevaba un manto más largo y nosotras un velo negro. ¡Cuatro años
que estuvimos de luto y cuatro años con el velo!
− Ahora ni por marido ni por nadie.
− Pues hasta... me casé de 28 ya. Me casé de 28 y ¡hasta que no nos quitamos el
velo!. El manto, el velo negro lo llevaba puesto.”
Un capítulo aparte merece el tema de la omnipresente y omnipotente presión que ejerce la Iglesia
sobre la vida de las personas, pero especialmente de las mujeres. El púlpito y el altar son lugares desde
los que se ejerce un fuerte poder en público. Pero además, se ejerce en la privacidad de la confesión.
En la sociedad de la España de la posguerra, dominada por el sentimiento religioso como profesión de
fe del Estado, se censuran pública y notoriamente muchos comportamientos, sentimientos y hasta
pensamientos que normalmente residen en la intimidad de cada persona.
“Llevé mi niño a los quince días y me echó el cura una bronca. ¡Que hacía quince
días que había nacido mi hijo y no lo había bautizao!. Que el día que vino aquí se lo
dije a Don Fernando, y Don Fernando se lo contó a Don Juan, y Don Juan fue y lo
dijo en el altar; ¡y eran quince días...!”
(Grupo de Aldea del Fresno)
La vida en general se encuentra socialmente normada y sancionada por la Iglesia. Desde el
vestido y las formas en que una mujer se presenta en público y ante Dios, hasta lo que tiene que ver con
su comportamiento en relación con la “decencia” y la “castidad”, que se encuentran íntimamente
unidas.
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nosotras
Cualquier mujer que osa enfrentarse a lo establecido sufre su correspondiente castigo. La forma
más evidente y claramente utilizada es la censura por parte del cura y del resto de la comunidad.
− “Ella no se llevó el velo y se puso el pañuelo así (cubriéndose la cabeza). Y va el
cura y, desde el altar mayor, dice: “Esa del pañuelo, que se vaya a casa a por un
velo”.
− Ese cura... ¡cuidao que era!, ¡que era un tío exagerao!
− ¿Y se comentaba?
− No, a lo mejor criticábamos a la que había dicho algo”.
Estamos hablando de pueblos pequeños, donde todos se conocen y donde el control supone a
veces tan solo unos ojos al final de una calle oscura. Habitualmente se interioriza esta represión y la
autocensura impide que los deseos lleguen más allá del perímetro estrictamente secreto del
pensamiento.
El pecado inunda la infancia, pero persigue también en la madurez a muchas de las participantes
en las reuniones y lastra en ocasiones sus vidas. Si se traspasa ese umbral de lo considerado “decente” y
se llevan a cabo conductas consideradas pecaminosas llega un castigo fatal: el ostracismo. Igual que
una mujer embarazada y no casada no puede dejarse ver y pasa su embarazo enclaustrada, cualquier
otra “falta” se castiga con la distancia, el aislamiento, el silencio... Nada peor en una comunidad que
tiene su ser en el contacto con los demás en determinados lugares: en la costura con las vecinas en el
solano, en el paseo a la fuente a por agua... Pero también a por conversación.
“Y siendo soltera y teniendo un niño no podías comulgar. Ni ir a comulgar ni nada;
no te daban la comunión”.
“La que salía embarazada estaba mucho tiempo sin salir a la calle”.
La interiorización del ostracismo lleva también al autocastigo: la mujer “perdida” abandona el
pueblo para no volver más que en ocasiones de obligada aparición: los entierros.
Los curas de todos estos pueblos, como ya hemos recogido en el capítulo dedicado a la infancia y
como se muestra en el que se refiere al trabajo asalariado, cumplen un papel esencial a la hora de
encontrar un confesor amable con el que comentar problemas, o un cómplice de juegos. Algunos
fueron fundamentales a la hora de descubrir nuevos alicientes y abrir horizontes. Son , en muchos casos
verdaderos movilizadores sociales. Así se habla de Don Frenando en Aldea del Fresno por las
generaciones más jóvenes.
− “Y en su misma casa (D. Fernando, el cura) hizo una habitación para que los
chicos vieran televisión y todo.
− Eso. Fue la primera televisión que hubo.
− La primera, la primera.
− Íbamos allí todo el pueblo. Y como tenía un salón, iba yo en estao. Iba a verla.
− Y trajo colchones, y sábanas.
− De Cáritas.
− Se portó muy bien; lo aprovechó todo el pueblo.
− Todo el pueblo.”
También hay que destacar la importancia que tuvieron otros curas en los municipios de Pelayos de la
Presa y Cenicientos, ya no sólo por su talante, sino también porque en torno a ellos se crearon
grupos de teatro, rondallas, se organizaron viajes ...
Pero también han sido verdaderos inmovilizadores. Su influencia en la educación de las niñas y
mujeres, no nos cansamos de repetirlo, es un elemento con el que tropezamos a cada paso. Los
problemas familiares, los problemas políticos, los problemas religiosos... todo estaba en manos del
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sacerdote del pueblo. Representaba un poder tan fuerte que su palabra era ley y sus actos, cualesquiera
que fueran, eran hechos contra los que nada se podía hacer. Y más cuando tenía ayudantes:
“Y los domingos no se podía trabajar oficialmente, por ley; y si te pillaba la Guardia
Civil y quería, zacatín.”
“Pero los curas tenían más peso que la Guardia Civil. Porque pasara algún asunto y
fuera el cura a hablar, todo se arreglaba... Tenían mucha fuerza ellos”.
Una muestra del poder de convicción de los párrocos la encontramos en el controvertido D.
Valentín Vaquerizo en Cenicientos. En este pueblo había diversas bodegas familiares a las que se
llevaba la uva a vender. Siempre se estaba a merced del precio que se impusiera en cada campaña. D.
Valentín fue capaz de poner a todo el pueblo de acuerdo para crear una cooperativa a la que todos
llevaran la uva y unificar así los precios.
El poder de la Iglesia y de los sacerdotes en la construcción de la cotidianeidad durante los años
de infancia y juventud de nuestras participantes, es fundamental para comprender la forma de vida, la
canalización de los deseos y el sometimiento de las mujeres. Es, sin duda, la organización que cuenta
con una mejor estructuración y ramificación en una España, la de casi todo el siglo XX (hasta bien
entrada la década de los 60, por lo menos), caracterizada por la desestructuración y el subdesarrollo.
Su estructura fundamental, como refleja a la perfección “Mujer y Sociedad en España (1700-1975)”, es
Acción Católica, que sólo es recordada como tal en Cenicientos. En el resto de los pueblos no
recuerdan la existencia concreta de esta estructura, sino más bien grupos de mujeres que se reúnen
alrededor de la casa del cura, dirigidas por familiares (madre, hermanas) del sacerdote, como en Rozas
de Puerto Real; o por la señora de alguna finca, como en el caso de Aldea del Fresno. En Cenicientos,
sin embargo, se habla de la existencia de dos unidades: de solteras y de casadas. En todo caso, la
existencia de directrices concretas se muestra en la aparición, bajo auspicios del párroco del pueblo, de
distintos talleres de costura alrededor de los años 50 en muchos de estos pueblos: Rozas de Puerto Real,
Navas del Rey, Cadalso de los Vidrios y Cenicientos, donde nos cuentan:
“Los sábados también trabajábamos y, como el taller estaba adosado a la Iglesia, en
vez de salir por la puerta de siempre, teníamos que salir por la que daba al interior y
escuchar misa antes de irnos. ¡Obligatoriamente!. Y no creas que por eso
trabajábamos un minuto menos”
Se ha hecho tarde para algunas de las asistentes: han de marcharse porque tienen otras tareas
que hacer, aunque aún quedan muchas cosas que contar. Cerramos la puerta.
Entre nosotras comentamos cómo tenemos la impresión de que la iglesia ha cumplido un doble
papel de modernizadora de lo externo y de sometedora de lo interno. Por externo nos referimos al culto
y la exteriorización de la fe, que cada vez va renunciando a más parcelas de arcaísmo a favor de una
religiosidad cada vez más “superficial”. De esto se quejan en algunas ocasiones nuestras informantes,
en lo que se refiere a la progresiva desaparición de fiestas y reglas que anteriormente eran de obligado
cumplimiento, como los viernes de vigilia o el ayuno antes de la comunión.
“Antes las cosas eran rigurosas. Ahora la vida está más liberal”.
Este proceso que hemos llamado de modernización o de ajuste con los tiempos, progresivamente
liberalizadores, no se da en todos los campos con igual celeridad. Es por eso que hablamos a la vez del
papel de la Iglesia como sustentadora de la estructura que somete a las mujeres en relación con lo
interno, con el deseo -entendido en el sentido más amplio, como deseos concretos, como deseo de
libertad, como deseo corporal, etc-, con la expresión de pensamientos y sentimientos, y con su
capacidad de decisión del rumbo que quieren dar a sus vidas. El elemento fundamental que facilita este
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nosotras
sometimiento de lo interno es el matrimonio, como única y obligatoria estructura para fundar una
familia, como centro de la vida y carta primera de presentación de cualquier mujer.
Es la doble consecuencia también, en relación con la comunidad, de la que hablábamos un poco
más arriba. El sentimiento de unión, de familiaridad que muchas veces se echa de menos, lleva
aparejado un gran control social no sólo de los comportamientos, sino también de los deseos y
sentimientos, de los aprendizajes y de los sueños. Una comunidad así, sólo puede ser posible si existe
una estructura mantenedora y que abarque todos los rincones de la vida de las personas; un triángulo
perfecto: la iglesia, junto con la escuela y el matrimonio. Una estructura que socialice en las mismas
creencias, formando un todo coherente, que haga que la norma se interiorice y desate las adhesiones
más completas.
En estos años se han cerrado las puertas, se ha individualizado la sociedad, se han perdido
valores, costumbres, comportamientos y formas de expresarlos. El mundo en muchos casos ha dejado
de ser sencillo y previsible; se ha vuelto más incierto. Pero también las mujeres han ganado la libertad
de expresarse, de criticar y de decidir qué quieren hacer con su cuerpo y su vida; en público y no en voz
baja.
En las reuniones queda patente que estas mujeres separan con absoluta sencillez lo que es el rito
y su creencia de lo que es la Iglesia y sus representantes concretos. Por eso este capítulo se titula “La
religiosidad y la Iglesia”, porque no son lo mismo. Así, hacen una crítica rotunda a veces, y en algunos
pueblos profundamente anticlerical. Es una lúcida visión de la iglesia como poder, y de los sacerdotes
como depositarios de él, independientemente de que algunos de ellos aportaran beneficios al pueblo. Y
manteniendo el gusto por los ritos antiguos y, por supuesto, la fe intacta.
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nosotras
SÉPTIMA REUNION:
TRABAJO ASALARIADO
Desde el inicio de este Estudio hemos percibido que todas las mujeres asistentes relacionan
íntimamente sus vidas con el trabajo. Sin embargo, habría que matizar que las labores domésticas, el
cuidado de las huertas o las viñas, la atención a niños y mayores o, en general, todo lo que está dentro
del “ámbito familiar”, no tiene carácter remunerado, es decir, con contrapartida económica. En las
sesiones anteriores han aparecido con insistencia otros trabajos que las mujeres desempeñan de forma
asalariada, dentro y fuera del municipio, y que tienen trascendencia tanto para sus vidas, como para el
desarrollo de los pueblos. Una vez más podemos constatar que nada ocurre en las vidas de las mujeres
de forma aislada, sino que forma parte de un todo: el entramado social y económico del Pueblo.
Abrimos la puerta.....
Muchas de las mujeres que asisten a las reuniones han trabajado en el campo como jornaleras
temporeras, especialmente las de Aldea del Fresno, debido a la multitud de grandes propiedades que
rodean el municipio:
“Está la del Santo que está yendo a Chapinería. Enfrente la de Argüelles. Tenemos la
de los Corrales que está... según vienes a Villamanta hay dos, la Navayuncosa a un
lao y los Corrales al otro. Y luego en la parte de arriba del depósito, Sotoverde o
Suertevieja, que eso es de un hermano del de Argüelles, esa finca. Y luego bajando
pa’ bajo yendo pa’ Méntrida está la de... cómo se llama este, la de Mamerto, lo de
Alberche, que entonces estaba lo de la estación del tren, que eso lo sabéis vosotras
mejor, y ahí también vivían familias.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
“Por mucho que digan ahora que trabajan, que limpian una casa o lo que sea, que
dicen que están trabajando; ¡estar desde que sale el sol hasta que se pone!. Entonces
era empezar a las nueve de la mañana y hasta que no estaba dentro el sol del
monte, donde se pone, ahí estábamos todo el día trabajando. Ahí no se quitaba, no
se paraba de trabajar nada más que para comer, a la una, y a las tres ya estabas
trillando otra vez; con todo el resistero, con un pañuelo puesto o un sombrero.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Ya hemos visto cómo la infancia de las mujeres transcurre entre la escuela y el aprendizaje de las
destrezas “femeninas”: coser, bordar, ayudar en las tareas domésticas... En el tiempo de la adolescencia
las mujeres asumen el rumbo que deben tomar sus vidas. Normalmente es el mismo camino que han
tomado sus madres y abuelas, con una doble vertiente: familiar y económica. Las familias que tienen
negocio propio, comercio, ganado, posadas, modistas... ya habrán formado a sus hijos para que se
hagan cargo de ellos en la medida de lo posible (número de hijos, posibilidad de ocupación, o sexo).
Sea cual sea el camino que tomen las niñas, siempre va a estar orientado hacia el matrimonio. En el
caso del trabajo por cuenta ajena, éste se desempeña en muchos casos sólo hasta el matrimonio. En
otros casos la actividad continúa hasta el presente.
A la hora de repartir los bienes familiares, siempre se tiene en cuenta el sexo de los hijos, y se
procura que las explotaciones económicas vayan a parar a los hijos varones, porque se considera que
son los que posteriormente mantendrán una nueva familia. Sin embargo, nunca se deja desprotegida a
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la hija, y se intentará que en los arreglos familiares la novia aporte una parte importante. Aunque hay
una predisposición a repartir el trabajo según el sexo, las familias que no tienen descendientes varones,
perpetúan sus negocios enseñando a sus hijas.
En Cenicientos y Navas del Rey, tenemos el caso de dos mujeres: Lucía y Mari Pili. La primera no
se queda con el negocio (pasa a un hermano), pero trabaja con el marido; la segunda hereda la
carnicería de sus padres. Y los mantienen en la actualidad. Es el caso también de Pascualina, que tiene
su tienda de ultramarinos en Colmenar del Arroyo.
Una parte importante de las adolescentes va a desempeñar labores domésticas retribuidas: el
trabajo doméstico es una de las salidas más socorridas para aportar ingresos a la economía familiar, y
sobre todo para soportar los gastos derivados de la confección del ajuar.
“Yo a los doce años, como éramos tantos [nueve hermanos], me tuve que ir a
trabajar a Madrid. Y o me fui a servir y estaba sirviendo cuando empezó la
guerra, cuando estalló el movimiento.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
“Yo no; yo me fui por mi gusto, yo quería ganar mi dinero. Pero mi padre... Yo tenía
ocho años y le dije que quería irme a..., ¡que yo quería trabajar!. Y mi padre me dijo
que me había buscao un empleo en el Sotillo, con el bizcochero.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Hay que distinguir entre el trabajo que se desempeña dentro y fuera del municipio, porque la
emigración femenina es una constante en todos los pueblos hasta la década de los 60.
Las niñas que trabajan en el pueblo no cobran sus sueldos personalmente ya que éstos se
entregan directamente a los padres:
“Yo no sé lo que cobraba, nunca veía el dinero, se lo daban directamente a mi
madre”.
(Grupo de Cenicientos)
“La tía (...) me daba a mí la merienda.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Dentro del pueblo las chicas desempeñan todo tipo de tareas domésticas para las familias más
adineradas: lavan la ropa, van a por agua, ayudan en los tareas domésticas cotidianas, jalbegan,
venden leña...
Se da la circunstancia curiosísima que a las reuniones asisten las mujeres que entonces, de niñas,
por un lado servían en las casas, y por otro, eran las hijas de aquellas familias más acomodadas. El
dato es importante ya que tanto unas como otras desempeñaban las tareas domésticas. Es decir, que la
mujer que acudía a trabajar a cambio de un salario, normalmente “ayudaba” al ama de casa que la
pagaba, pero las hijas de las dueñas de la casa también aprendían a desarrollar esas tareas,
estableciéndose una curiosa relación jefas-empleadas que trabajan a la par. Hay que tener en cuenta,
que normalmente eran aún niñas, que no tenían ni fuerzas ni altura para desempeñar ciertos trabajos.
El trabajo dentro del municipio estaba mal remunerado y, desde luego, no aportaba ningún
prestigio social. Pero una de las contrapartidas que apuntan las asistentes es el aprendizaje de ciertas
labores de las mujeres más adineradas, de cara a la confección del imprescindible ajuar. Después de la
tarea, tras recoger la cocina después de comer, las dueñas de las casas les enseñaban ganchillo,
vainica, bordado, etc. no siempre con mucha paciencia. En Colmenar del Arroyo, por ejemplo, nos
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nosotras
muestran muchas labores y se percibe que el diseño y el bordado de las señoras y las chicas que servían
en sus casas es el mismo, pero se nota muy claramente la diferencia en la calidad de las telas.
En cambio el prestigio social del que gozaban las chicas que iban a servir a la capital, es muy
importante. Este trabajo no sólo estaba socialmente bien visto, sino que además dotaba a las chicas de
un barniz cosmopolita, moderno, con “lustre”. En los años que centramos los relatos de las reuniones
(1900-1970) las mujeres rurales ayudaban y ejercían todas las labores de campo. Aunque intentaban
taparse para que no las quemara el sol, sus pieles aparecían curtidas, especialmente en las manos y la
cara. Las chicas que venían de Madrid tenían “lustre”, blancura en la piel. Si añadimos a ese aspecto
cuidado los vestidos y peinados... no es de extrañar la admiración de las jóvenes del pueblo.
Además, las chicas que se iban a Madrid normalmente disponían de dinero en efectivo, tenían
acceso a bonitas telas y diseños para sus vestidos, asistían a bailes en Madrid, podían pasear con sus
novios por la Cava Baja... En definitiva, salían de la rutina del pueblo y eran un verdadero espectáculo
cuando volvían en las fiestas patronales. En estos años la presencia física del dinero es muy rara; no se
ve, pero sirve para comprar las cosas que sí se ven: zapatos, guantes, telas... La llegada para las
Fiestas era un acontecimiento para las chicas. Un dato significativo es que, en muchas de las reuniones,
las mujeres nos cuentan cómo se imitan los patrones, estampados, complementos... de los vestidos de
las “capitalinas”. Eso sí, ya para el año siguiente.
Esta sería la visión idílica que tenían las chicas que se quedaban de las que se iban. La realidad
distaba mucho de ser así. Normalmente las chicas con 12 ó 14 años salían del pueblo con una casa ya
preseleccionada, los jefes tenían referencias de la recién llegada por alguna amiga o familiar, y
viceversa.
“He trabajado desde los once años. Y a los 11 años, se fue mi tía a Alemania, la
Corro, y mi madre estaba sirviendo en la calle, cómo se llama, Iglesias, ¡no!, en
Iglesias, en la glorieta de Iglesias con un dentista. Estaba sirviendo allí y como mi tía
Corro se fue, mi madre fue a acompañarla a la estación y la señora también. Y la
señora dijo: “Y ahora me voy a quedar sin...” Y mi madre: “Pues que vaya mi hija”.
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Casi todas iban a casas de familias que residían en el centro de Madrid, muy próximas
espacialmente, por lo que tenían relación entre ellas en los escasos periodos de descanso: dos tardes
por semana, la del domingo, y otra variable, entre semana.
“Pues mira, yo de doce añitos me fui con una prima mía a... como sirviendo, y luego
como hasta los veinticuatro. Aquí la señorita (otra de las asistentes) y yo, jueves,
sábado y domingo juntas, ajuntábamos nuestros ahorritos y nos comprábamos
nuestras cositas, en Tirso de Molina, ¿verdad hija? (...) Y ahí pasemos nuestro
calvario, hija, hasta que me casé a los veinticuatro con uno de aquí. Y luego ya tuve
tres hijitos, y los tres están casaos, tengo cinco nietos, tres nietas y dos nietos”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
En los años a los que se refieren las mujeres, dado que el sueldo que se pagaba a las empleadas
de hogar no era muy alto, la oferta y la demanda estaban muy compensadas. De hecho, la mayoría de
estas chicas cambiaba de casa con una relativa frecuencia, en cuanto atisbaban una mejora en los
sueldos o, mucho más frecuente, en las condiciones de trabajo.
“Ya tenía trece años y vino aquí una señorita de veraneo. Y yo me fui con ellos a su
casa a servir, y fíjate que me pagaban ocho duros. Ocho duros. Y yo, ya ves, digo,
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¡qué cosas hace la vida! Ella estaba enferma del pecho y yo durmiendo con ella en la
misma habitación. (...) Pero que tampoco les sobraba mucho, esa es la verdad. Ellos
comían como comía yo en mi casa: bien de patatas y garbanzos y nada más.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
El paso de información en este sentido era muy fluido entre ellas. Si una dejaba un destino, la
“señora” de la casa le pedía que recomendase a alguna amiga o pariente para ocupar su puesto, o
cuando cambiaban solía ser por el mismo motivo. Las condiciones de trabajo eran muy duras en
algunas casas:
“Llegué a la casa, y nada de lo que me habían dicho coincidía con lo que allí había.
Nos teníamos que levantar a las tantas de la mañana, la casa estaba llena de niños,
había que hacer de todo, y además no tenían clase... Duré un día”.
(Grupo de Cenicientos. Juliana)
“Pues, también por ahí a lo poquito que fueron a la escuela (sus hermanas), a llevar
el cántaro de agua a una. Luego se fueron muy pequeñitas a servir con unas primas.
Sí también a Madrid y así. Pero que nada, que no sé si mandaría, fíjate de eso ya no
me acuerdo, si mandarían algo a casa. Si es que a lo mejor no les daban más que
de comer y... y calzarse y vestirse.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Un dato frecuente e importantísimo para estas mujeres es la profunda impronta que dejaron en
sus costumbres y educación los años que pasaron en Madrid; las señoras de la casa enseñaban a estas
chicas normas de urbanidad que ahora han caído en desuso, pero que entonces tenían enorme
importancia: servir una mesa, retirar los platos, utilizar adecuadamente vasos, copas y cubiertos,
aprender tratamientos... También se dan muchos casos de chicas que han asistido escasamente a la
escuela o que han olvidado lo enseñado (como ya hemos visto) y vuelven a repasar la lectura y escritura
con sus jefas... Pero en general, fueron años de trabajo muy duro y mal pagado.
“Trabajaba en una Panadería. Nos encargábamos de todo, menos de sellar las
cartillas de racionamiento; yo repartía el pan con una cesta, empezaba a las nueve
de la mañana y terminaba a mediodía. Cada vez que se me acababa el pan de la
cesta, volvía a llenarla, subía a los pisos, andaba por el barrio, conocía a mucha
gente, hablábamos... Luego había que limpiar la panadería. Estuve siete años”.
(Grupo de Cenicientos. Lucía)
“Se ha servido acobardá, siempre acobardadita. No es tu casa, no conoces a
la gente... Es que te reñían, eran unos señores que tú no los conocías, no era
tu casa, y entonces te regañaban. A lo mejor era por nuestro bien, para que
aprendiéramos... Yo he llorado muchísimo, ¡uyyy ... lo que he llorao, madre mía !.
Yo ahora es cuando mejor vivo, en mi casa.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Hay situaciones a las que hoy asistimos atónitas por la escasa talla humana de algunas de
aquellas familias. En Cenicientos nos cuentan el caso de una muchacha a la que se le rompió una
fuente porque se le cayó al suelo, era de noche, y los dueños de la casa pusieron a la joven en la calle
en ese momento. Las entrevistadoras nos preguntamos qué podría hacer una chica sola en la noche de
Madrid, con su maleta, y cómo no, aparece la solución en boca de estas mujeres animosas:
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nosotras
“Se fue a casa de la Tía Fulana, que vivía en la Cava Baja, y allí la metió a pasar la
noche. Al día siguiente ya tenía casa”.
(Grupo de Cenicientos).
Así como por supuesto también constatamos el hueco que se hicieron algunas de ellas en las
casas en que sirvieron :
“Cuando yo entré a trabajar en aquella casa, no diferenciaba los timbres interiores,
las campanadas de los relojes, el timbre de la puerta... era un desastre. Pero poco a
poco, fui aprendiendo, y la verdad, me apreciaban mucho. Menuda cara pusieron
cuando dije que me iba a casar, como era tan mayor... Yo creo que si me hubiera
quedado con ellos, me habrían propuesto ser dama de compañía, a cambio de algún
beneficio en la herencia (quizás la casa de Almería). Por supuesto, con el
consentimiento de los hijos”.
(Grupo de Navas del Rey)
Mención aparte merece la dedicación de estas mujeres a la preparación de “el dote”. El tiempo
que le dedicaron sin distraer jamás sus obligaciones, sin sentirse cansadas para ello. Cuando
preguntamos de dónde sacaban esos ratitos para coser, bordar, hacer ganchillo...
“¡Anda, después de comer!. Cuando ya estaba la cocina recogida, antes de
preparar la cena, en las tardes libres. Los domingos, en vez de estar de paseo
nos juntábamos en casa de la Tía “Tal”, tomábamos la merienda y allí
cosíamos, o lo que fuera”.
(Grupos de Cenicientos y Navas del Rey)
E incluso sacrificando su escaso tiempo libre para dedicarse de lleno a la confección de sábanas,
toallas, ropa interior...
“Como yo no tenía madre ni nadie que me enseñara, los domingos, en mi
día libre, me iba al Convento de la Encarnación. Í bamos muchas chicas de
Madrid, las monjas nos enseñaron a hacer maravillas. Y o me iba comprando
despacito mis telas, y allí fui preparando el dote”.
(Grupo de Cenicientos)
Las anécdotas que cuentan las asistentes a las reuniones son infinitas, y en la mayoría de los casos
hilarantes, porque aún cuando tenían mucho trabajo y las familias para las que trabajaban dejaban
bastante que desear, eran mujeres sumamente animosas, deseosas de salir del pueblo por distintos
motivos, y sobre todo jóvenes, alegres y trabajadoras.
“La primera casa en que yo trabajé, era de una gente un poco ordinaria. A mí
me pusieron a trabajar en la fábrica de chocolate, y como yo no había se rvido
nunca, pues metía la pata. Trabajaba mucho, pero a mi aire. U n día me regañaron
porque llamé al señor por su nombre de pila; esta familia veraneaba en las
casas del río, y nos hacían venir en el coche de línea con el uniforme, para
presumir, y a mi compañera le sentaba fatal”.
(Grupo de Navas del Rey)
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“Mi madre me dijo: “Mira, hija, que dejarán cosas pa’ probarte, que tú ande estén,
no las toques. ¡Ni arrimes la escoba! Donde estén que se queden”. Con que voy
como tú dices, con el cuello, la cofia, el delantal... no me ponían patines blancos no
sé porqué (Risas). Voy a servir la mesa (...) La segunda vez dice el señor: “Pepita, que
si no has visto en la habitación alguna cosita que se me ha caído”. Digo: “Sí, señor,
sí la he visto”. Digo: “Pero usted, donde la ha puesto (estaba la mesa llena de gente)
donde usted la ha puesto, vaya usted que allí está, que yo no la he tocao”. Digo:
“Porque me dijo mi madre que me miraran a la cara, pero que no me miraran a las
uñitas”. (Silencio) Al otro día les dije: “Mire usted, haga el favor de darme la cuenta
que me voy”. No sé si me dio un duro.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Fueron años en los que vivieron momentos fundamentales para sus vidas: noviazgos,
larguísimas relaciones epistolares, preparación del dote, encuentro con personas ajenas al
ámbito rural, y en algunos casos sirvieron de válvula de escape para situaciones incómodas
dentro del pueblo: largos noviazgos que no llegaban a cuajar, y a su término preferían irse;
otras se iban mientras alcanzaban la mayoría de edad para poderse casar, o simplemente
reunían el dinero suficiente para la boda y el dote; en otros casos se enviaba a las jóvenes a
Madrid a casa de algún familiar, para que pudieran aprender, pero al resguardo de la familia.
Es el caso de Rosario, de Pelayos de la Presa, una joven de buena familia:
“Nuestros padres nos enviaron a todas las hermanas a casa de estos tíos. Yo era la
más pequeña, y por eso fui la última. Ellos no tenían mucho dinero, desde luego
menos que mi familia, pero como veníamos del pueblo... Ellas eran señoritingas. No
me importó mucho, porque en Madrid conocí a mi marido, y cuando volví al pueblo
él venía a verme todos los fines de semana a mi casa, en bicicleta”.
(Grupo de Pelayos de la Presa)
Las mujeres salían fuera del pueblo para trabajar, pero normalmente abandonaban sus puestos
en cuanto se casaban, tanto si se quedaban en Madrid como si volvían al pueblo de origen. En muchos
casos nos encontramos con que la emigración femenina coincide con la masculina, y con la boda no se
retorna al municipio; sí lo hacen al alcanzar la jubilación. Entonces los hombres retoman los antiguos
trabajos y se constata así el abandono de las antiguas tareas, porque recuperan sólo pequeñas partes
de tierra más para ocupar el ocio que por razones económicas.
En la década de los años 60 la situación laboral femenina da un vuelco y afecta al desarrollo de
los municipios: ligados siempre a la Iglesia y a la personalidad de algunos de los párrocos aparecen los
talleres textiles en Cenicientos, Cadalso de los Vidrios, Navas del Rey y Rozas de Puerto Real. Se trata de
talleres parroquiales que comienzan tímidamente aceptando algunos trabajos para Cáritas y el Ejército.
Las mujeres deben aportar sus máquinas de coser para iniciar los trabajos: pantalones y gorras
militares. Poco a poco los encargos van aumentando y se puede emplear a más mujeres. También
crecen los clientes, por ejemplo las antiguas Galerías Preciados encargaban ropa interior a las mujeres
de Cenicientos.
“Las primeras que abrimos el taller, cuántas éramos, que llevábamos cada una
nuestra máquina. Como digo, del taller que puso D. Antonio (el cura del pueblo).
Empezamos con calzoncillos. Haciendo, haciendo calzoncillos. Y luego ya, madre
mía, se hizo de todo. Luego ya entraron más gente y ya nos trajeron máquinas. Y ya
cosían en cadena.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
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nosotras
El aumento de producción y el dirigismo político desde Madrid requieren que se modifique la
organización del trabajo, y los talleres parroquiales se reconvierten en cooperativas de trabajo que
indefectiblemente acaban en fracaso, excepto en Cadalso de los Vidrios.
En cualquier caso no se puede obviar el éxito de los talleres, porque trasladaron lo que en
definitiva eran trabajos que todas las mujeres desarrollaban a nivel particular en sus casas (confección
de ropa) al ámbito de la fábrica. De esta forma, las mujeres, casi siempre las solteras, podían tener
ingresos económicos sin salir del pueblo, y así poder cumplir con su parte del dote.
En casi todos los municipios los talleres textiles fracasaron, pero gracias al empeño de algunas
mujeres, mantuvieron los contactos con los antiguos clientes y siguieron trabajando en sus casas, de
forma particular, como es el caso de María:
“Después de que fracasara la cooperativa, llamamos a Galerías Preciados, y
seguimos trabajando. Después empezamos a aceptar pedidos de Justo Algaba para
bordar trajes de luces. Estuvimos varios años, hasta que nos dejó de salir rentable,
porque era mucho trabajo, y ganábamos poco”.
(Grupo de Cenicientos)
Aparecen además otro tipo de talleres, como en Colmenar del Arroyo, en el que se emplean las
mujeres del municipio:
“Luego ya, pues a los 13 años había aquí un taller que hacían cuadros, de pintura le
llamaban; y la verdad que había un puesto y me tuve que salir del colegio y estuve
seis años trabajando, enmarcando más bien.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
“Yo no he ido a Madrid a servir. Yo he ido aquí a una granja que pusieron. Hacíamos
plumeros.”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
Al mismo tiempo se vivió en todos los municipios el boom urbanístico de la década de los 60, por
lo que muchos hombres cambiaron sus ocupaciones ligadas al campo y al ganado, por la construcción.
Se abre así una época de mejora económica e importante crecimiento demográfico en toda la
Mancomunidad, que vino precedida y motivada en buena parte por la construcción del Pantano de San
Juan, que trajo asociada la demanda de mano de obra de distinta especialización: canteros,
fontaneros, electricistas, personal dedicado a la intendencia: limpiadoras, proveedores, cuidadores de la
comida... y, sobre todo, tuvo un efecto imán para la posterior llegada del turismo de la capital, que
demandó precisamente la construcción de viviendas, segundas residencias, para los turistas de Madrid,
y fuente de trabajo para la construcción y servicio doméstico por temporadas (hasta la actualidad).
Quedan fuera de estos grandes bloques las mujeres viudas que no se vuelven a casar
(escasísimas) y aquéllas que tienen a sus maridos en la emigración, como es el caso de muchas mujeres
de Colmenar del Arroyo, que inmediatamente se hacen cargo de la situación, continúan con sus
trabajos de siempre y toman como propios, siempre que se pueda, los de sus maridos. Así, siegan,
sacan y cuidan el ganado, se ocupan de las tierras... y en general aceptan todos los trabajos disponibles
para sacar adelante a su familia.
Otro caso curioso es el de las mujeres que se hacen cargo de los oficios masculinos. A veces con
puestos en propiedad, como Gregoria, la pregonera de Rozas de Puerto Real, pero más habitualmente
por indisposición temporal del marido, como las mujeres de los alguaciles, de los pregoneros, etc.
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También podemos incluir aquí a la mujer que cobraba el paso del puente sobre el Alberche, en Aldea
del Fresno.
“Es que en la caseta del puente había, siempre había una mujer que cobraba.
Pasaban carros y pagaban un tanto por pasar, y había un matrimonio siempre
ahí.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
Una profesión incalificable, no remunerada pero fundamental en todos los pueblos consultados,
es la que ejercen las parteras. Son, sin duda, las primeras mujeres que saltan de la memoria cuando
preguntamos por personas que hayan ejercido alguna labor especial para el pueblo. Sabias, ingeniosas
y expertas..., las familias que disfrutaban de sus servicios les agradecían su solicitud con productos del
campo y animales. Terminamos la reunión con anécdotas de las participantes que hablan con cariño de
la mujer que “las recogió”. Entre paños blancos, agua hervida y buenos consejos vamos cerrando la
puerta....
Podemos deducir de nuestras charlas que todas las mujeres asistentes establecen períodos
temporales en su vida productora, fundamentalmente antes y después del matrimonio. Antes del
matrimonio, por una parte estaría la infancia, en la que las madres, abuelas y maestras enseñan a las
pequeñas el oficio de amas de casa, de forma que ellas se lo toman como un juego (como ya hemos
visto en el capítulo de la infancia y los juegos); posteriormente, en la adolescencia, si no salen del
municipio, ya trabajan en el ámbito doméstico y familiar, pero sin retribución económica ninguna. Las
que comienzan a trabajar en las casas más adineradas, a veces lo hacen por un plato de comida o,
incluso, por un puñado de higos. Si cobran dinero, normalmente se entrega directamente a los padres.
Las que deciden emigrar a la capital sí manejan su dinero, aunque mayoritariamente lo envían a
sus casas, dejando para sí mismas lo imprescindible para sus escasos gastos (una limonada en el baile,
cartas, etc.) y, sobre todo, para comprar todo lo necesario para la elaboración del dote. No se
reconoce abiertamente más que en algunos casos, pero como en la Zarzuela de “La Gran Vía”, casi
todas sisan algunos céntimos con los que mejorar su economía (nos quedamos con la duda de si la sisa
estaría dentro del sueldo, porque las jefas tenían, a la fuerza, que ser conscientes de esta práctica).
Después de casadas, las mujeres dejan de trabajar por cuenta ajena, antes de la década de los
60. Después de esta fecha, y en los Municipios donde hay taller de confección textil, algunas mujeres
siguen trabajando, pero estos casos son muy pocos. La mujer casada trabajadora está mal vista, y es
una práctica socialmente poco aceptada; sin embargo, todas ellas comparten las tareas de campo y
cuidado de ganado, si es propio.
Otras prácticas laborales aceptadas son las relacionadas con las profesiones comerciales, o las
más típicamente femeninas. En el primer apartado estarían las dependientas de comercio, siempre que
sea familiar, y las que regentan establecimientos propios o con los maridos: bares, posadas... En el
segundo, encontramos a las lavanderas, modistas, tejedoras, bordadoras... que normalmente
desempeñan sus trabajos dentro del hogar familiar.
En definitiva, observamos que la distribución de los trabajos por sexos es contundente, y hasta
nuestros días continúa así en la generación de las mujeres que acuden a las reuniones. Las hijas de
nuestras mujeres protagonistas son las que desempeñan el oficio que eligen libremente, y éste suele ser
motivo de orgullo para ellas. No sólo que estudien, sino también que se dediquen a aquello que les
gusta. La aceptación del cambio de mentalidades, la adaptación a los tiempos que muestran sin entrar
jamás en conflicto con sus propias experiencias, es uno de los rasgos más característicos de estas
formidables mujeres.
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nosotras
“El jornal eran seis reales, una cincuenta o dos pesetas. Y con eso ya tenían para las
cosas del día, que un kilo de patatas valía un real y un trozo de jabón pues cuarenta
céntimos. Un cuarterón de carne (150gr.) pues valía veinte o veinticinco céntimos. Y
el día que no los buscaba nadie, ¡pues a pedir fiao!.”
(Grupo de Cadalso de los Vidrios)
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nosotras
OCTAVA REUNIÓN:
LA MATANZA
Había muchos animales en la vida rural de hace unos años. Fundamentales eran los borricos, los
caballos, los conejos, las gallinas... pero sobre todo, los cerdos. Como se manifiesta a lo largo de las
reuniones, la matanza era un elemento fundamental para la subsistencia. Del cerdo todo se aprovecha y
el rito de la matanza es, además, un momento festivo singular. Es una reunión alrededor de la comida,
comiendo y preparando el alimento para todo el año.
Muchas veces a lo largo de las reuniones sale de pasada esta actividad primordial para la
economía familiar. Hoy, por fin, le dedicamos el rato entero.
Abrimos la puerta en la madrugada de un día helado, así de vívido es el recuerdo:
La historia comienza mucho antes del día D. Comienza cebando al cerdo o a los cerdos. En
algunos casos dos, uno para matanza y el otro para vender y hacer así frente a los gastos que supone.
“Se crían dos lechones, uno para matanza y el otro para mortaja.”
(Grupo de Cenicientos)
En otros casos (los menos) se sacrificaba un número mayor de cerdos, dependiendo de las
posibilidades económicas de la familia.
El cerdo se alimenta con la talvina, una especie de puré que tenía como posibles ingredientes:
ajonjeras, patatas, acederas, centeno, harinas, higos frescos 7, castañas, moras, bellotas, corremuela,
pulpa de remolacha, lo caído8, la pámpana de la cepa... En algunos casos son los niños los
encargados del cuidado; en otros existe una persona, el porquero, que lleva a los cerdos al campo,
para que pasten9. En estos casos había un lugar donde se iban a recoger (el corral Concejo, de Rozas).
“Al porquero se le daba una perra gorda, un trozo de pan o higos, de jornal.”
(Grupo de Cenicientos)
Y el regreso del cerdo al hogar es una de esas imágenes curiosas, tantas a lo largo de las
conversaciones, que nos transportan al atardecer, con los cerdos cada uno de vuelta a su casa, directos
y solos.
7
Se daba a los cerdos higos secos en el invierno y maduros en verano, pero con moderación porque
emborrachan.
8
En Cenicientos llaman “lo caído” a los excrementos de los animales, sobre todo de los caballos y los borricos.
También en Rozas han comentado la existencia de este elemento de alimentación del cerdo.
9
No sólo se llevaban los cerdos, como nos cuentan en Aldea del Fresno: “Cuando era pequeña, antes de ir a
la escuela, tenía que llevar la cabra, llevábamos la cabra, un señor se dedicaba a muñir las cabras y cada
persona teníamos una cabra.”
- 79 -
“Entonces los cerdos había un señor cuidándolos. Se los llevaba al campo por la
mañana y estaba todo el día con ellos. Pero luego cuando los soltaba, cada cerdo
sabía dónde irse a su casa. Uno por una calle, el otro por la otra, la carretera abajo...
cada uno sabía dónde ir”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
La preparación para el día de la matanza empieza por el aseo y puesta a punto de todos los
utensilios necesarios: tarima para la muerte, cuchillos, barreños, calderas, artesas y artesuelas... Los
cacharros que se usaban tradicionalmente eran de barro y de madera.
La noche anterior las mujeres de la casa cocían cebolla y la dejaban escurriendo, metida en un
saco con una piedra encima. Sacaban la pulpa de la calabaza en algunos casos raspando con una
cuchara de hojalata, como en Cenicientos, o cortada a tacos en Rozas de Puerto Real, que una vez
cocida va a seguir el mismo proceso de escurrido.
Por supuesto, hay momentos en que lo que se hace en cada pueblo difiere, pero es más lo que
tienen en común. Por eso, en la descripción del proceso de la matanza hemos decidido no señalar la
procedencia de las notas, como si fueran el resultado de una sesión plenaria con participantes de todos
los pueblos. De todas formas, expresamos nuestra admiración a la memoria prodigiosa de las mujeres
de Cenicientos y Rozas de Puerto Real.
En general, podemos decir que, cuando ya se ha cebado el cerdo, o llega el momento de las
heladas y no se puede esperar más, una mañana temprano se tumba al cerdo en la tarima.
Un hombre mata al cerdo degollándolo.
“Los hombres eran quienes mataban y lo pelaban con escobones, con retamas del
campo secas lo socarraban”.
Las retamas se prendían y se socarraban los pelos, que más tarde se lijaban con piedras. Luego se
lavaba la piel muy bien con agua caliente.
A estas horas se convidaba a los hombres a una copita de anís o de aguardiente e higos pasados,
para conjurar el frío. Este es uno de los momentos en los que el hombre aparece, junto con la hora de
destazar o destarazar. Pero en realidad, salvo al mediodía y por la noche disfrutando de la rica y
abundante comida, el hombre es el gran ausente de una matanza que se traza en femenino. La
laboriosa tarea de convertir un cerdo en una gran multiplicidad de alimentos es una cosa de mujeres.
La sangre que mana de la herida se recoge en un barreño, normalmente de barro. Y una mujer lo
remueve sin cesar hasta que se enfría, para que no coagule. Este es un momento fundamental, porque
de él dependen las morcillas de arroz y las de calabaza.
“Y se cogía entre varios, le echaban a la tarima, se le dejaba que la cabeza estuviera
colgadera por fuera de la tarima, se le metía el cuchillo y se le desangraba. Se
muere, el cerdo se muere porque se desangra. Y esa sangre hay una mujer, que era
la mujer, la típica mujer, muy remangaona, con un delantal, meneando, meneando,
meneando... hasta que el cerdo se quedaba sin gota de sangre y ya se moría. Y se
seguía moviendo para que esa sangre no se cuajara. Y sirviera luego para las
morcillas.”
“Conforme iba saliendo la sangre la mujer la iba moviendo. Que no se cortara la
sangre, con la mano. Luego las tripas se hacía con la asadura. Muchas veces se
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nosotras
llevaba al veterinario y otras veces no, hasta que no se comía. Se hacía la asadura
muy rica, para todo el que estaba de matanza.”
Una vez abierto el cerdo se destripa y se van cortando y sacando todas las partes. Así comienza el
reparto de las tareas. Lo primero es el desentresijado de las tripas, que consiste en desunir los intestinos
de la película de grasa que los rodea.
“Se ponían en un banco (...) con sogas se daba vueltas, con retamas otras veces, con
aulagas... Cuando estaba limpio se lavaba, le colgaban y le abrían y le sacaban las
tripas. Ahí entraban las mujeres, a lavar tripas, cocer la cebolla o el calabacín...”
Las tripas se lavan en la fuente, en el arroyo, en el pilón, en el lavadero, en los vallejos o en el
matadero, dependiendo de los pueblos. Siempre con agua corriente. Para acabar de limpiarlas y sacar
la grasa acumulada dentro, se vuelven completamente con un palito, y se meten en agua caliente con
sal y vinagre y, en algunos casos, jabón y ajo machacado. Esta labor era pesadísima, ya que el agua
estaba muy fría (es noviembre, diciembre, enero) y había que dejarlas muy limpias para embutir en ellas
las morcillas. Lo hacían normalmente los niños y las niñas y las mujeres más jóvenes.
“A mí me encantaba echar agua a las tripas, cuando se lavaban.”
“Se pasaba un frío de chúpate los dedos lavando las tripas. Se pasaba bien porque
se reía mucho. Venías con el frío, te calentabas en la lumbre y a comerte el plato de
las patatas”.
Mientras unas lavan, las otras hacen el relleno en las artesuelas. Son las más experimentadas, las
que dan el punto perfecto de sabor. En algunos casos existía en los pueblos una mujer, la
mondonguera, famosa por su saber hacer, que era la encargada de dirigir las tareas y, a veces, incluso
de rajar al cerdo. Es el caso, por ejemplo, de Leonor Hernández, como nos cuentan en Aldea del
Fresno.
En este punto son fundamentales los chorizos y las morcillas, en muchos aspectos los verdaderos
“reyes y reinas” de la matanza. Tanto unos como otras se hacían en artesas de madera y se ataban a
mano. Si por casualidad se rompían (a veces se reventaban) se bordaba un arreglo llamado repulgo.
Hay dos tipos de morcillas, las de arroz o caldera, y las de calabaza o extremeñas. Primero se
hacen las de arroz, rellenando las tripas con la mezcla de la sangre, el gordo, la cebolla y el arroz y
aderezadas con comino, clavo, pimienta negra, ajo, perejil, sal y pimentón. En Cenicientos estas
morcillas se hacen con pan mojado y/o arroz. Toda esta mezcla se amasaba bien y se embutía en las
tripas. Mientras unas embutían, otras ataban dejando unas cuerdas largas para colgar y dejando un
trocito pequeño entre morcilla y morcilla (el pezón, lo llaman en Rozas) para cortarlas sin estropearlas.
Estas morcillas se cuecen en una gran caldera puesta a la lumbre. El agua de la cocción de las
morcillas se llama caldo morcilla o cochambre y, junto con las morcillas, se reparte con otras personas
del pueblo10. En Navas del Rey y en Cenicientos en cada cacito se ataba una cinta de color, para
diferenciar el obsequio de las distintas familias.
10
El hecho del reparto del caldo de morcilla se recuerda de manera distinta dependiendo del municipio. Con
amargura en alguno ya que hace referencia directa al hambre y las diferencias económicas entre las familias
del pueblo. El cochambre era lo más parecido a una matanza que tenía algunas familias que no podían
permitirse matar un cerdo. En otros municipios se recuerda con alegría y añoranza, en lo que tiene de
cooperación con el resto y siempre centrándose en el aspecto más festivo. Con el cochambre se hacían
también unos bollos dulces y muy sabrosos.
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“Y estaban tan ricas, tiernecitas, que entonces se repartía. Recién hechas. Y a los
niños iban sacando y “Vete a llevarle a la tía Fulana estas morcillitas”. “Vete a
llevarle al tío Fulano estas dos, estas tres”.
Las morcillas se encallan (se cuecen) una primera vez; se sacan, se rocían de agua fría, se
pinchan y se duermen (se dejan reposar), y se vuelven a introducir en la caldera.
“Y había que sacarlas para picarlas, y luego otra vez volverlas a meter. ¡Si daban una
guerra...!”
Las de calabaza son unas morcillas distintas, con menos sangre, algo de gordo y calabaza, que
no se cuecen y duran más tiempo. Se dejaban al humo de la lumbre, en el humero, colgadas de una
vara, y a veces se metían en aceite para conservarlas.
“De cuando se hacía la matanza, se hacían chorizos y extremeñas. Entonces la
extremeña lleva calabaza, cebolla y un poquito arroz, lo malo del cerdo.”
También se rellenaban con la masa de las morcillas de arroz el bondejo y el cieguillo.
Cuando el hombre volvía a casa el segundo día de matanza, por la tarde o por la noche, se
destazaba o destarazaba. Comienza entonces el proceso de picar fino el magro y algo de gordo, para
hacer los chorizos. Se aderezan con orégano, ajo machacado y pimentón. En Cenicientos se hacen de
dos tipos: bofes, con la mandellina, los bofes y el bondejo; y magro, con la panceta y las paletillas.
Otras piezas como los lomos, los solomillos, la careta, los riñones, la lengua, la papada, la
panceta, las costillas, el rabo... se preparaban para el adobo. En una parra grande se echaba agua,
orégano, ajos machacados con piel, laurel, pimentón y bastante sal gorda. En Cenicientos ponían
también clavo y pimienta. Y se metía toda la carne dentro durante unos diez días. Se sacaba y se ponía
a secar. Después de este proceso algunas familias lo comían tal cual, conservado directamente en una
tenaja. Otras lo ponían en aceite.
Los jamones y las paletillas, los tocinos, las manos y los huesos se salaban. Se metían en un
cajón con mucha sal gorda. Luego se ponían muchas piedras encima para prensarlo bien.
“Estrazaban el cerdo, que decíamos, las patas por un lado, las paletas por otro y se
salaba en unos arcones. Se salaba bien y se subía al sobrao.”
Normalmente se curaban al humo de las chimeneas. Para evitar que los moscones los
estropearan (no siempre con éxito), se cubrían con una pasta que se hacía con vinagre, aceite,
pimentón y guindilla. Cuentan en Rozas que las paletillas se comenzaban a comer en Semana Santa, el
Domingo de Resurrección, en la fiesta que hacían en las eras. Los jamones están ligados a la siega y se
comenzaban a partir de San Juan. En Cenicientos hablan de la noche de postrecarne, el martes de
carnaval, en la que se comen las manos rebozadas y fritas.
No todas las familias disfrutaban de los jamones. Había quienes lo cambiaban por la base de la
alimentación: el tocino.
“Mi madre contaba que hacían matanza y los jamones iban a la gente más rica del
pueblo, y eso lo cambiaban por el doble de tocino (...) Porque ellos con el tocino
tiraban todo el invierno. Para comer, para aceite, para todo. Mis padres, que eran
gente humilde.”
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nosotras
También se aprovecha la manteca. Se cocía en agua, se colaba y se guardaba en una orza, con
cuidado de que no se endrugue (no se hagan grumos). Con esta manteca se hacían, por ejemplo, los
bollos y tortas para las fiestas en Cenicientos y en Navas del Rey.
Pero no todo es trabajo en los días de la matanza. Como ya hemos dicho más arriba, en todas
las conversaciones nos han transmitido una imagen de la alegría y la fiesta que se celebraba por la
noche con los olores y los sabores caldeando el ambiente, y la barriga bien contenta.
“Hacíamos la matanza y era una fiesta entonces. Las disfrutaba mucho, como una
fiesta”
En todos los municipios se disfruta de la sensación de abundancia (aunque sea temporal) que se
siente estos días. Se aprovecha para comer lo que rápidamente se pierde, para charlar, para contar
historias y chistes, para cantar y bailar las jotas... hasta altas horas de la madrugada, en una época
donde las familias se acuestan casi a la vez que las gallinas.
En Rozas de Puerto Real tienen una costumbre curiosa, además de bailar el cerdo por la noche,
como en todos los pueblos. Es la representación de la muerte.
“Después de cenar, ese día de la matanza se preparaba un baile de padre y muy
señor mío, y se hacía la muerte. La muerte era que se echaba en una sartén
aguardiente y sal gorda y se quemaba. Y se apagaban todas las luces. Como estaba
la sartén ardiendo, el que la llevaba hacía gestos que se le ponía una cara de
muerto. Y claro, era una cosa de asustarse”.
Y, la absoluta protagonista de la matanza, la comida, se muestra en la cantidad de detalles que
aportan sobre los guisos, la mejor manera de cocinarlos y la riqueza de platos que sugiere la
conversación: patatas de matanza, alubias blancas, arroz con magra, patatas con salmorejo, liebre,
moje (asadura en salsa con cebolla), patatas pelonas, cocido, patatas guisadas con hígado, sopa,
bondejo, calvote...
“¿Sabes cómo acababa la matanza? Pues con un cólico, de tanto como comía.”
“Me comí siete morcillas, así de largas, comí el mondejo con las correspondientes
judías blancas, cogí un empacho que estuve ocho días mala.”
Y mientras toda la carne de la matanza se va consumiendo a lo largo del año, ya hay otro u otros
cerdos alimentándose y paseándose por el pueblo, ocupando su lugar en la cocina.
Llega el final de la reunión; estamos muertas de hambre pensando en ricos jamones, lomos,
chorizos....Cerramos la puerta y rápidamente surge el comentario entre nosotras sobre cómo la matanza
es un momento en el que el trabajo se realiza en común, cooperando unos y otros, en el que cada
familia cuenta con el apoyo del resto y aporta parte de la matanza a la economía de sus vecinos y
amigos. Como la ayuda es muy necesaria (ya hemos visto que eran unos tres días, muy intensos), no
existe en cada municipio un único día de matanza, sino que es realmente todo un “tiempo de la
matanza”. Todas las familias no pueden hacerlo el mismo día, se van turnando, desde que comienzan
las heladas, alrededor del día 8 de diciembre.
Esto quiere decir que hay unos meses en los que las morcillas de arroz o de caldera son las
protagonistas de la comida de todo el pueblo; donde el grito del cerdo se sucede día tras día y las
fiestas nocturnas que celebran la abundancia se producen noche tras noche. Es un verdadero tiempo de
trabajo intenso, de diversión y de estrechamiento de lazos entre las personas. Pero, sobre todo, entre las
mujeres de cada casa. Quizá se recuerde por esto como un momento fundamental. Y lo es. Lo es, por
supuesto, a nivel económico: el cerdo es una hucha que crece. Pero también a nivel afectivo y
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simbólico: alrededor de la muerte del cerdo se da una solidaridad de grupo, fundamental para la
supervivencia de la comunidad. Alrededor del trabajo de la matanza las mujeres muestran su
conocimiento y maestría en la elaboración y conservación de la carne para casi todo un año. Es el
apoyo básico a una alimentación que depende de un pedazo de tocino para pasar de estar rica a estar
sabrosa, apetecible y nutritiva.
Todo esto se nota en las conversaciones que dedicamos a esta actividad en los siete pueblos. No
sólo la importancia, también la parte que tiene de ritual. Son momentos sublimes de charla.
Agitadísimos en algunos ratos, pero también muy ordenados. La matanza tiene sus pasos, sus tiempos y
sus trabajos. Y que, además, no termina con las actividades de estos tres días, sino que existe un
auténtico calendario de consumo de las diversas partes del cerdo que tienen que ver con sus
posibilidades de conservación (en adobo, en aceite, en salazón), pero también con las principales
festividades del año.
“Una vez picao, y entre medias que se iba picando la carne se echaba en la
lumbrecita y mientras se destazaba una magrita, una magrita asadita con un traguito
de vino (Ríe) y... ¡arrímate Saturnino! Y la una decía una cosa y la otra decía la otra, y
se pasaba pues en grande la matanza, ¿verdad?”
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nosotras
NOVENA REUNIÓN:
LA DIVERSIÓN
Si hay una palabra que se repite incesantemente en la conversación de todos los días, esa es
“baile”. Así que hoy nos toca bailar (que de todo ha habido en estos formidables encuentros); reflejar el
ambiente festivo y común que vivían, y viven, nuestras mujeres, al son de una orquesta, una banda o un
simple organillo en cualquier fiesta patronal.
Abrimos la puerta del salón, y ya están tocando “Ay, mi Tani, mi Tani, mi Tani”, de Pepe Blanco.
El baile aparece una y otra vez en la conversación, hablemos de lo que hablemos, como tema
principal. Cada día, en cada uno de los pueblos, hay un rato para recordar el salón de baile y los
bailes. Para recordar las miradas cómplices y adolescentes hacia los chicos que les gustaban; los
primeros susurros al oído, bailando agarradas con el que más tarde sería su marido; o para reír
recordando la torpeza de alguno de los hombres y la dureza vanidosa de las mujeres, expertas
danzarinas, despreciando el ofrecimiento de bailar con ellos.
Hemos encontrado en Navas del Rey una figura única de la que nos hacemos eco con el paso de
los años aquí: el “bastonero”. El baile en este pueblo lo sufragaban los mozos con su dinero; por ello,
todas las mozas estaban obligadas a bailar con quien se lo pidiera, y para que esta costumbre se
mantuviera estaba el bastonero. Si una chica no bailaba, él aplicaba un castigo, dependiendo de la
falta:
“A ti te pedían bailar, y a veces no querías, porque era muy patoso, o muy feo, o le
habías echado ya el ojo a uno que te gustaba..., por lo que fuera. Entonces iba al
bastonero y se lo contaba y llegaba y te ponía un castigo: dos piezas sin bailar, o
una, según era la falta; a veces hasta te echaba y no te dejaba entrar hasta dos
semanas después”.
El baile está lleno de normas y reglas no escritas: en el baile propiamente dicho y en los avances
conquistadores de los hombres. Las mujeres no conquistan, esperan. Aunque fomentan, incitan y
castigan sutilmente, los atrevimientos son siempre responsabilidad de los hombres. Las mujeres tienen
que defenderse con brazos, codos y palabra. Las madres y las amigas enseñan las técnicas básicas que
toda mujer “como Dios manda” debe desplegar ante el más que probable intento de los hombres de
propasarse. (En según que circunstancias, dar un beso en la mejilla ya era un desliz imperdonable y
censurable.)
Normalmente las piezas duraban mucho; se repetía una misma pieza dos veces, y a la mitad
había un cambio de pareja. Si no te había sacado a bailar el hombre que deseabas, le hacías una señal
para que te liberara de esos brazos en el relevo. Esto era muy importante en los casos en los que, o bien
a la mujer no le parecía bien negar el baile, o bien no podía negarse por la presencia del bastonero o
cualquier otra autoridad que normara el acto.
“Ibas y te quitaban. A mitad de la pieza venía otro, y a lo mejor tu... (que te
rondaba), veía que bailabas con otro e iba para quitarte”.
Las mujeres eran las verdaderas reinas del baile. Todas han aprendido a bailar mirando a otras,
incluidas sus madres, que como dicen por ejemplo en Aldea "eran muy bailonas". Es rara la mujer que
no es bailona. El baile supone el lucimiento para todas. No solo por la danza en sí, sino también por los
preparativos. No se va de cualquier manera al baile, sino de la mejor posible: en cuanto al vestido, el
- 85 -
calzado, el peinado y el resto de los afeites. En Cenicientos comentan que hubo una época que no
acaban de fijar en el tiempo (en torno a 1920-1930), en la que las mujeres iban descalzas al baile,
porque era un signo de limpieza y belleza enseñar unos pies desnudos bien cuidados.
Tanto es así que ya desde niñas las mujeres quieren estar presentes en el baile, aunque esté
prohibido y le "busquen la ruina" a la dueña/o del salón.
“¡A ver!, si no nos dejaban entrar en el baile porque no teníamos 14 años. Y
entonces íbamos a pedirle permiso al cura, a don Félix. Me acuerdo perfectamente
que [la del baile] decía: “¡me vais a buscar la ruina!”... Porque le echaban una multa
los guardias; porque entonces aquí había cuartel de la Guardia Civil. Y dejaban
entrar a la Manoli y a estas; ¡como venían de Madrid!. Y a lo mejor venían más
grandonas.
Y nosotras decíamos:
−
-“¡pues nosotras entramos!”.
Y decía:
−
-“¡pues no, que me vais a acarrear la ruina!”.
−
-“Don Félix: que si nos deja entrar esta noche al baile” (Ríen).
Y decía:
− -“ bueno”.
Unas veces sí y otras veces no”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Y aunque las lleven presas por asistir siendo menores de edad. Las menos atrevidas bailaban en
la puerta; que también se oía. El caso es ensayar para más tarde y divertirse.
“Estábamos en el baile y no teníamos la edad. Y D. Manuel, el cura, que siempre
estaba dando vueltas por allí, nos denunció y vino la Guardia Civil. Avisaron a
nuestras familias y nos llevaron detenidas a Madrid, a Las Salesas; aquello fue muy
comentado, hasta en otros pueblos ...” 11
(Grupo de Navas del Rey )
Las mujeres acuden al baile aunque no haya hombres, tanto si son casadas como solteras. Este es
un punto que todas dejan claro y que feminiza mucho más, si cabe, el espacio del baile. En Rozas de
Puerto Real las mujeres casadas continúan yendo, a pesar de que sus maridos no lo hagan. Y es que las
mujeres cuentan con una ventaja fundamental con respecto a los hombres: pueden bailar entre ellas.
Un capítulo aparte son los bailes en fiestas patronales. Con los ritos estrictamente religiosos, y los
toros en los pueblos que se tiene afición, son el momento estrella. Muchas de estas celebraciones,
además, coinciden con momentos de muchísimo trabajo. Sobre todo las de verano:
−
−
“Por la noche al baile; así que ya ves el tiempo que dormíamos.
Así pasaba, que íbamos a coger judías y cogíamos tierra. Nos dormíamos y
cogíamos tierra”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
11
Hemos recogido los datos relativos a este suceso en Pelayos de la Presa, donde se refieren a la dureza de D.
Manuel porque también fue párroco en ese pueblo.
- 86 -
nosotras
Multitud de recuerdos hacen referencia al trabajo añadido y el esfuerzo que representa prepararse
para las fiestas. No es concebible que no se estrenen vestidos y zapatos (aunque sean los únicos del año
y los zapatos blancos después se tinten para el invierno). Era el momento del estreno. Aquellas personas
que gozaban de una posición más desahogada se podían permitir, incluso, comprar varios trajes: para
el primer día, para el baile y para ir a misa el día de la fiesta del patrón.
“La víspera un vestido, el día de la fiesta otro, para los toros otro. Pero ya en todo el
año no estrenábamos, ¿eh?”
(Grupo de Colmenar del Arroyo)
En Aldea, en plena recogida de los productos de la huerta, las mujeres ahorraban para toda esa
ropa de estreno, junto con un elemento fundamental: los velos festivos, con flores, de colores... Para las
niñas era otro más de los detalles en su apariencia que marcaban el comienzo de la juventud.
“Nosotras [las niñas] estábamos deseando ser mayores para ponernos velo, para ir a
misa... ¡Y qué contenta yo cuando me compré mi velo azul y para ir a misa!... pues
las tradiciones de antes... Porque de pequeña no lo llevabas y cuando cumplías cierta
edad, te lo compraban ¡y ala!, te ponías aquí una horquillita... y lo estrenabas para
las fiestas”.
El preparativo de las fiestas, por tanto, comenzaba mucho antes, y suponía en algunos casos ir a
Madrid de compras. Quizá la única visita al año que se hacía a la capital y en la que distintas
muchachas y mujeres se ponían de acuerdo para ir juntas.
“¡Ay, qué venga ya San Pedro!”. “¿Pues qué te vas a comprar?” “Pues yo unos
pantalones, pues una camisa, pues no sé qué...”
“Nos adelantó el tío R. ,ese, 50 pesetas para ir a Madrid. Fuimos a Madrid y nos
hicimos la permanente y nos compramos los zapatitos y las medias. Y fuimos a
hacernos la permanente.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
El plan, como se ve, comienza antes. O, en otros casos, eligiendo la tela y cosiendo sus propios
vestidos para esos días.
“Se guardaba todo para las fiestas. Eso es una cosa tradicional en los pueblos”
(Grupo de Aldea del Fresno).
Cuentan en todos los pueblos la expectación que supone el estreno, y lo pendientes que estaban
las mujeres de los modelitos y zapatos nuevos del resto, del peinado que se luce y del carmín de los
labios. Tanto es así que recuerdan con nitidez cómo iban vestidas sus amigas, no sólo el color del traje,
sino la tela, los dibujos de los bordados y las puntillas... Es un momento de auténtico esplendor, de
goce de la vida, y los detalles más diminutos cobran una relevancia brillante, alegre. Es el placer de
sentirse bellas, de lucir ropa nueva. La única del año en la mayoría de los casos. Ropa que se
desgastará hasta el siguiente, pero no importa. Es el disfrute de un momento de diversión esperado
durante doce meses, el desborde de la risa y del baile, sobre todo del baile.
Y es también el momento en el que las mujeres que están sirviendo o trabajando en Madrid
regresan para disfrutar de las fiestas de su pueblo. Los ojos que hemos descrito ansiosos de contemplar
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(y a veces envidiar) a las demás se fijan más todavía en estas mujeres. La pátina de la novedad y de la
capital las pone en las retinas de todos los mozos del pueblo, que prefieren bailar con ellas. Llegan las
rivales: con sus vestidos y zapatos de Madrid, con su lustre, sus modos y sus gracias aprendidas en el
desempeño de su actividad y los ademanes recogidos de sus "señoras".
Con las consiguientes discusiones de parejas medio hechas o hechas del todo y el enfado y el
castigo duraderos en el baile semanal de los domingos, cuando acaba la fiesta y las capitalinas
desaparecen.
“Venían las de Madrid y los mozos parecía que no veían más chicas. ¡Ay amigo!, qué
bobo; ¡si tengo todo el año para castigarte!. Después de fiestas siempre estábamos
regañados en la panda porque se les iban los ojos detrás de las de Madrid, pero
para las fiestas de Cadalso ya les perdonábamos”
(Grupo de Cenicientos)
Cada pueblo celebra sus Santos Patrones y otra multitud de fiestas menores:
– San Juan y Santa Águeda en Rozas de Puerto Real, junto a la Virgen del Rosario.
– El Cristo con la Cruz a Cuestas y San Vicente en Colmenar del Arroyo
– San Pedro y San Antón en Aldea del Fresno, además de la Virgen de la Unión y Santa María del
Fresno.
– La Virgen del Roble, San Esteban y la Fiesta de la Vendimia en Cenicientos, además de la
Candelaria y San Isidro.
– San Antonio de Padua y el Cristo del Amor en Navas del Rey
– La Asunción de la Virgen, San Blas y la Candelaria en Pelayos de la Presa
– La Virgen del Pino y el Cristo del Humilladero en Cadalso de los Vidrios, además de la Fiesta del
Gallito y San Isidro.
Como se puede apreciar, en todos los pueblos hay una gran fiesta en verano y otra en invierno.
Además de multitud de otras fiestas menores que tienen como excusa otros santos y romerías (Santiago,
San Pablo en Rozas; Romería de Navahonda en Colmenar; Romerías de la Poveda, la Caridad y
Guadalupe en Aldea,....) Algunas de reciente nacimiento como la que se celebra en Aldea del Fresno
en honor a Santa María del Fresno o la que en Cadalso celebran en honor de la Virgen del Pino.
En todas las fiestas la labor de las mujeres es fundamental. No sólo por su participación exterior y
notoria, en los bailes y en las ceremonias, como reinas de fiestas... , sino que también realizan otras
labores mucho más ocultas y trabajosas, y no siempre reconocidas convenientemente. Así, todas las que
guardan relación con la gastronomía propia de las distintas ocasiones o con la limpieza, cuidado y
engalanamiento del pueblo y de los Santos y Vírgenes protagonistas de las celebraciones. Las mujeres
representan con su trabajo una verdadera infraestructura de la cultura de sus pueblos. Invisible en
muchos casos, pero absolutamente imprescindible para la continuación de una gran variedad de
tradiciones.
“Todos los años, la víspera (de San Antón) me planto mi lumbre, aunque sea
de cartón. La hago, la lumbre, por los bichos que tenga; si no tengo ningún bicho,
pues porque es tradición de toda la vida y hay que hacerlo por que no se pierda”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
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nosotras
Mención aparte requiere el carnaval . Otra constante en la conversación cuando se habla de
fiesta y diversión y cuando se alude a la represión que supuso el franquismo y las estrategias para seguir
celebrando este antiguo tiempo de trasgresión y goce.
−
“Pero no dejaban.
−
−
−
−
−
¿Y entonces no celebraban carnaval?
Síííí (Todas).
Anda, pues claro.
Hacían las vista gorda.
Por los corrales.”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Cuaresma y carnaval están llenos de viejas costumbres que han perdurado gracias al empeño,
entre otros, de las mujeres de cada localidad.
“Ella sola se divierte, también me divierto yo”. Las mujeres se disfrazan, incluso cuando el ponerse
pantalones en Carnaval resulta una ofensa para el poder establecido (sobre todo religioso), cuando
taparse la cara supone un riesgo perseguido por la Guardia Civil, cuando la celebración de los ritos
fundamentales exige esconderse por los corrales o en el arroyo para no ser castigado.
–
“¿Y vestirnos de carnaval?, tampoco; no nos dejaban, hija.
–
Estaba prohibidísimo. El carnaval estaba prohibido por ley. Cuando se
terminó la guerra salir en carnaval con la cara tapao, eso era normal.
–
-Eso tenía su sentido, porque hubo muertes. Eso tenía su sentido.
–
[...]
–
-Yo ya estaba casada, ¿eh? Tu prima ya estaba casada. Y salir por los
corrales para que no nos viera nadie...”
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
Desde luego Carnaval no resulta una bacanal, con lo cual la represión se muestra en toda su
esencia: ridícula. Y ridículo es también el éxito de esta represión: en todos los pueblos con tradición de
gozarlo se sigue haciendo, pese a quien pese.
“Sacábamos la ropa antigua y mezclábamos esto de aquí y aquello de allá, nos
pintábamos unos bigotones y lo pasábamos tan bien. De repente, alguien daba el
“queo” y a correr, escondiéndonos por los corrales y callejas para que no nos pillara
la Guardia Civil”
(Grupo de Navas del Rey)
Los disfraces no eran tan sofisticados como ahora, pero cumplían su papel de deshacer distancias
y reírse. En Aldea del Fresno se disfrazaban de gitanas, de mamarrachos (con ropa vieja y remendada) y
las mujeres de hombres y de curas. En el entierro de la sardina oficiaban curas femeninos. Difícilmente
podemos imaginarnos ahora la profunda trasgresión que significa que las mujeres vistan pantalones,
pero todavía podemos pensar en lo que representa de novedad una sacerdotisa.
En Rozas de Puerto Real lo más perseguido era la “mascarita”: salir a la calle con la cara tapada
estaba expresamente prohibido después de la guerra. En nuestras reuniones surge la sensación de
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miedo infantil ante esas mujeres vestidas con túnicas oscuras y con la cara cubierta, oculta, secreta.
También se disfrazaban de gitanas.
Un día de carnaval
pero tienes una falta:
de gitana me vestí.
que eres un conquistador.
Me fui al salón de baile
Conquistas a las mujeres,
por ver a mi novio allí.
ahora te lo digo yo,
Él me dijo: “Gitanilla,
a una morena con gracia
me vas a hacer el favor
y a una rubia como yo.
de decirme con salero
Cásate con la morena,
la gracia que tengo yo”.
que has de ser afortunado.
“Tú eres un chico muy guapo
No te cases con la rubia,
y de muy buen corazón,
que has de ser un desgraciado”.
(Grupo de Rozas de Puerto Real)
También lo recuerdan con una mezcla de prevención y disfrute en Colmenar, con la tía Eufemia
disfrazada.
En Pelayos de la Presa nos encontramos que la celebración de esta fiesta nunca ha sufrido
restricciones. Incluso tienen su rito particular el martes de Carnaval: “Cobrar los pastos”. Un hombre se
disfraza de vaquilla y va por todo el pueblo pidiendo dinero para hacer limonada, asar sardinas “o
comer unas aceitunas”.
“Cuentan que un año estaban cobrando los pastos y llegaron hasta la carretera. Pasó
un coche, y como eso era una novedad, lo pararon para que les diera el dinero; y
¿sabes quién iba en el coche?. Pues nada menos que Alfonso XIII, que no sólo pagó
sino que se quedó tomando un vino en la Bodega del Tío Aquilino”
(Grupo de Pelayos de la Presa)
Y en todos los pueblos se celebra, por supuesto, el levantamiento de la restricción de comer
carne: Domingo de Resurrección es una gran fiesta, para celebrar en familia en el campo, a base de
cosas ricas y mucha jota.
Otra fiesta singular nos la cuentan las mujeres de Navas: la fiesta de “las ramas”. Nos ha
llamado la atención este festejo por lo que supone de cambio de mentalidad en nuestra sociedad. Este
rito lo protagonizan actualmente los mozos y mozas del pueblo pero hace años sólo participaban los
chicos. El día 31 de Diciembre los muchachos que se han tallado para la mili, más sus ayudantes (los
que lo harán el año siguiente) pintan todo el pueblo con el nombre y número de su Quinta , y después
se van al monte a recoger ramas de escobón, retamas, enebros ... Previamente el 1 de Noviembre se ha
talado y colocado un pino en la plaza del pueblo, para que se vaya secando. El 1 de Enero por la
mañana regresan los quintos al pueblo, las ramas cortadas se colocan en un carro, y los mozos van
encima.
Actualmente se hace en dos camiones: en uno van las chicas y en otro los chicos. Cuando se
llega a la plaza se descargan de golpe los carros con las mozas y los mozos encima, que tienen que
saltar. Después se prende una hoguera gigantesca y comen todos juntos. 05lumi05
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nosotras
A partir de los años 70 hay un cambio significativo en el panorama festivo. Las mujeres deciden
que la fiesta no es sólo una cosa de hombres (en casi todos los pueblos hay fiestas de mozos) o algo
que disfrutar en pareja. Deciden que las mujeres pueden y quieren reunirse en una Fiesta de Mujeres.
Esto pasa en Aldea del Fresno, con un grupo de mujeres vanguardistas, que en 1975, con la excusa del
Año Internacional de la Mujer, celebran su propia fiesta y la consagran a la Virgen de la Unión. De
hecho, es tan importante esta decisión (como no puede ser de otra manera) en la vida de las mujeres de
Aldea que es el tema recurrente de todas las conversaciones y, normalmente, lo primero que señalan en
las presentaciones. Como nos cuenta Mercedes:
“Aquí la fiesta del día del Niño era la de los mozos: de la nochevieja al año nuevo. Y
de las mujeres no había ninguna; por eso preparé yo esta”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
−
−
“¿Qué te voy a contar de mi vida? Me llamo Rufina Hernández Serrano.
Hemos pasao muchas fatigas con la fiesta de las mujeres: ella, yo y la Mercedes.
−
−
Estas son dos de las tres que comenzaron la fiesta de las mujeres.
Mucho trabajo.”
(Grupo de Aldea del Fresno)
En Colmenar del Arroyo el Viernes de Dolores es la Fiesta de las Mujeres, y se saca de procesión a
la Virgen por las calles del pueblo.
Actualmente, hay que considerar las fiestas propias de cada Asociación de Mujeres. Estas
celebraciones se hacen preferentemente en el campo, con una gran comida disfrutada en armonía y,
como no podía ser menos, un convite al resto del pueblo (a chocolate y bizcochos, por ejemplo) y ¡al
baile!
Cerramos ya la puerta y salimos de la reunión sabiendo que dejamos fuera muchos festejos
concretos e interesantes, seguro que muchas anécdotas y sucesos divertidos. Pero tenemos la sensación
de haber alcanzado el tono con que las mujeres han vivido y viven la fiesta: sus trabajos y sus alegrías.
Y sobre todo hemos destacado aquello que es común a todas: la comida y la diversión....
.....y el baile, como su máxima expresión. En una sociedad sin televisión, donde la posesión de
una radio era un lujo que pocos podían permitirse (“Todo el mundo no tenía radio entonces”), ni qué
hablar de un tocadiscos; sin discotecas, ni por supuesto pubs, sin apenas otras diversiones que un cine o
un teatro de cuando en cuando, o los titiriteros de Chapinería, con su orquesta a cuestas y su
funambulista, el baile semanal representaba la única diversión disponible en todos los municipios: los
domingos, en sesión de tarde y de noche.
En una sociedad, como ya hemos visto, regida por criterios muy estrictos de comportamiento,
sobre todo en cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres, el baile era el único remanso para el
contacto y la extraversión socialmente bien visto, donde chicos y chicas podían hablar sin problemas y,
lo que era más importante, tocarse y abrazarse (aunque fuera mínimamente y con mucho recato).
-
“¡A ver!, si estábamos deseando que empezara el baile para agarrarnos.
Aunque fuera por la cintura.
¡A ver!, antes todo era agarrao.
¡Y cómo metían la mano por debajo del abrigo!
Sí: “Déjate el abrigo para achucharte un poco”.
(Grupo de Aldea del Fresno)
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Aunque los ojos siempre atentos de los vecinos y familiares no dejan al baile desabastecido de
miradas, se asume por la sociedad que en ese espacio y en ese tiempo está permitido el contacto. Lo
que no dejaron de aprovechar nuestras participantes.
Queremos destacar como a pesar de la dureza en las condiciones de vida, las mujeres han ido
encontrando espacios de diversión, momentos para la alegría y el disfrute, que como otras actividades
no deja de estar exento de trabajo.
Y es además en este ámbito festivo, donde las mujeres con su actividad consiguen una importante
transmisión de costumbres, tradiciones, cultura no escrita.
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nosotras
EPILOGO
Abrimos la puerta y nos encontramos, como tantas otras veces durante este año, reunidos en un
pequeño y destartalado despacho, delante de un ordenador que guarda silencioso tardes y tardes de
trabajo. Sobre la mesa algunos flecos que han ido quedando: unas fotos repetidas, citas diversas que ya
no sabemos dónde colocar, notas mil veces comentadas, esquemas, poemas..... Vamos devolviendo
cada cosa a su sitio con aire cansino; sabemos muy bien que es nuestra última tarde de trabajo antes
de entregar estos papeles en la imprenta y nos invaden sensaciones diversas y aparentemente
contradictorias. El cansancio de los últimos días y las ganas de terminar con la sensación de sólo haber
empezado; la ingente cantidad de información escrita con todo lo que se ha quedado en el tintero; el
agobio por cerrar de una vez, con una intensa sensación de vacío...
De repente alguien dice:
¡salgamos a tomar un café¡.
Las palabras mágicas tienen un efecto inmediato; parece que un café calentito en la tarde
ya otoñal, y unas buenas pastas podrían ser capaces de consolar nuestro ánimo alicaído. Ya en
torno a la mesa del bar empezamos a recorda r las reuniones con las mujeres, los buenos ratos
que nos han hecho pasar, las cosas graciosas que nos han contado , .... y comenzamos a pensar
de nuevo en todo lo que hemos aprendido y en el porqué de nuestra sensaciones...
Comentamos cómo a medida que hemos ido profundizando en los temas, ha surgido más
información, y de ahí la sensación de no haber hecho más que empezar . Recordamos cómo nos
hemos sentido impactados por el alto interés que en ellas han despertado las reuniones y cómo en todo
momento han sido conscientes de la importancia de todo lo que estaban contando entre risas y
meriendas. Y es que , en definitiva, así se desarrolla la vida de estas mujeres: conociendo muy bien
la importancia de su quehacer cotidiano, pero sin que los demás apenas nos demos cuenta ....
La conversación va fluyendo entre nosotras cada vez más ágil; alguien comenta que apenas
hemos puesto fechas, que las cosas que nos han contado no sucedieron en un año determinado, sino
que como mucho, aproximan los hechos a acontecimientos que marcaron sus vidas (básicamente la
Primera Comunión y la Boda) . En estos casos sí recuerdan la fecha concreta o la edad que tenían. Este
dato es importante, porque nos reafirma en la idea general de este trabajo. La forma de vida de las
mujeres de estos municipios, excepto pocos detalles, permanecen inalterables desde que comienza su
memoria (que hemos marcado aleatoriamente en torno a 1900) hasta más o menos 1970. De forma
que los relatos podrían serlo igualmente de las madres y abuelas de las participantes o de ellas mismas,
puesto que las costumbres y modo de vida se ha mantenido a lo largo de los años y las diversas
circunstancias históricas. Es llamativo que a partir de los años 70, una fecha proporcionada por
ellas en las conversaciones, las costumbres hayan cambiado tan espectacularmente. Pero es
aún más digno de señalar el grado de adaptación que ellas demuestran a los tiempos actuales,
aunque rememoren con nostalgia ciertos aspectos de su adolescencia, que mantienen con
empeño: los altares del Corpus, las flores para la Virgen, la devoción religiosa, la participación
social activa en los eventos municipales...
También nos ha llamado mucho la atención la gran cantidad de tareas que estas mujeres han ido
desarrollando a lo largo de sus vidas: el trabajo en el campo, el trabajo en casa, el cuidado de niños,
las labores manuales, etc. Pero aún nos llama más la atención el grado de perfección que alcanzan en
su realización. Nos han hablado de la limpieza escrupulosa de las casas, hemos visto huertas
cuidadísimas, hemos probado dulces y tartas y nos hemos recreado con su presentación, hemos
comprobado la riqueza de bordados y puntillas en los ajuares....En ellas esta presente, de manera
constante, el gusto por lo “bien hecho”, se tarde lo que se tarde en hacerlo.
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Parece que nuestro ánimo se va recobrando poco a poco; pedimos más café y pastas a
ser posible diferentes de las anteriores, por probar un poco de todo; empezamos a sentir una
música alegre y pegadiza en el local y nuestros brazos y pies empiezan a moverse entre
divertidos comentarios...
Recordamos entonces sus bailes, sus canciones, las sensaciones tan gratas que nos han
transmitido....Ha sido fácil imaginarnos los espacios de baile, las fiestas, los juegos. No ha sido tan
fácil, dado el tiempo que nos toca vivir, imaginar la represión tan brutal en las costumbres y mucho
menos en los pensamientos y muchísimo menos en los deseos. Nos parece un milagro que hayamos
podido hablar de esto; que se haya dado la suficiente implicación emocional entre ellas y
nosotras para que de forma espontánea el aire de la s reuniones fuera algo más que palabras en
una grabadora. A veces alegre, a veces triste, lleno de rabia, o de ternura....y siempre sincero.
También es verdad que ha supuesto un esfuerzo enorme dejar a un ladito esas emociones y
poder analizar la información de la manera más objetiva posible, ordenándola e intentando
transmitir realmente lo que ellas han querido contar.
Alguien pide una copita de licor y alguien más se añade a la sugerencia...
Seguimos comentando acerca de la “trastienda” de estos meses: nuestro trabajo de
análisis, de comprensión, de generación de nuevas dudas, de selección; de maravillarnos y
emocionarnos a medida que íbamos conociendo mejor a nuestras pro tagonistas. Es en estos
comentarios de “trastienda” donde hemos discutido sobre dignidad, valor, tolerancia ; sobre
perfección en el trabajo, sobre superar día a día mil dificultades de todo tipo y seguir, seguir, seguir. E s
donde nos hemos recreado una y mil veces en anécdotas de infinita ternura o de un
dramatismo tal que literalmente nos ponía los pelos de punta y nos humedecía los ojos.
Y son todos estos valores los que nos parece importante rescatar y colocar en un lugar accesible
de nuestra conciencia. Volver a ellos, reflexionar, y no perderlos, sino trabajar desde ellos la conquista
de tantas y tantas parcelas que ahí fuera esperan: la representatividad social, la igualdad laboral, la
utilización del ocio, etc.
Es ya casi de noche y aunque cansados, nuestro ánimo está de nuevo en plena forma. El
recuerdo de los temas trabajados ha despertado en nosotros sensaciones agradables que nos
ayudan a finalizar sabiendo que, aunque queda mucho por contar, lo que aquí se dice tiene un
gran valor cultural y emocional....Pedimos una botella de cava y unas copas y brindamos por
todas estas mujeres entre risas y cánticos, ¡porque se lo merecen!......y dejamos la puerta abierta.
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nosotras
APÉNDICE:
ACLARACIÓN DE ALGUNOS CONCPETOS
En este apartado hemos incluido un conjunto de palabras y expresiones con el significado que las
propias asistentes dan a los mismos. No es, por tanto, una recopilación filológica estricta, pero permite
facilitar la comprensión del texto.
Acecerones : Acederas.
Acirate: Pequeña poco de pendiente en el terreno.
Alambrea (o lambrera): alambrera
Alboroque (boda): celebración con comida. Convite
Alfileres: juego infantil.
Artesas, artesuelas : Recipientes de madera, de forma alargada como cajones, donde se preparaba
la masa para el relleno de las morcillas y chorizos.
Artesones: estructuras de hierro para las matanzas.
Bastonero: persona que vigilaba el baile y multaba a las mujeres que se negaban a bailar con hombres.
Bofe: Pulmón.
Bondejo: Mondejo, panza del cerdo.
Brujir : grujir. Igualar con el grujidor el borde de los vidrios después de cortados estos con el diamante.
Caldo morcilla . Cardo resultante de cocer las morcillas.
Calva: juego infantil.
Calvotazo: pedrada.
Chinarros : guijarros pequeños.
Cieguillo: Intestino ciego.
Cirio: juego infantil.
Cochambre: Agua grasienta que queda después de cocer las morcillas, que se tomaba como caldo o
se aprovechaba para hacer bollos.
Cochura : Masa de pan para una hornada.
Compostura : Acuerdo a que llegan las familias de los novios para establecer la dote.
"Dar haces": Dar con la horca la hierba, los haces, para subirlos al carro.
Desentresijar : Desunir los intestinos (tripas, entresijos) de la película de grasa que los rodea.
Desnietar: Quitar las últimas yemas al sarmiento de la vid.
Destrazar, destarazar: Hacer piezas o pedazos. Cortar en trozos el cerdo, separando las paletillas,
patas...
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"Dormir” (las morcillas): Dejar reposar las morcillas entre cocción y cocción, para que se revengan o
queden en su punto.
Encallar (las morcillas): Cocer las morcillas hasta que estén en su punto.
Endrugar: Hacer grumos.
Entrar los brazos ( a la Virgen,...)
Escardar: quitar las malas hierbas. En la lana, peinar los vellones para eliminar las impurezas.
Escobones : Retamas secas a las que se prendía fuego para encender la lumbre o pelar el cerdo.
Espampanar: Quitar los pámpanos a las vides.
Esquena: espina dorsal.
Estrébedes, o trébedes: cadena que cuelga de la chimenea o lumbre para colgar los pucheros sobre
el fuego.
"Hacer turcas": hacer gamberradas.
Humero: Parte alta de la chimenea (fuego bajo).
"Ir a las vistas" : ir a elegir los muebles para la casa de los recién casados.
"Ir de orza": ir a coger frutos de los huertos de los vecinos, los niños y jóvenes.
Jaboneras: Saponaria. Planta que desprenden espuma al mojarlas.
Jalbegar : Blanquear la casa, por dentro y por fuera.
Jarda: ardilla.
Lima : juego infantil que una lima o hierro que se clava en la tierra.
"Lo caído": Lo que hay en el suelo, desde los excrementos de los animales a paja, hojas secas...
Majadas:
Mandellina:
Matizar: bordado que juega con los distintos tonos de un color.
Medio casa: zaguán.
Morilleras: piezas de hierro sobre las que se colocan los troncos en las chimeneas, para permitir el
paso del aire.
Ombliguero: faja para proteger el ombligo de los recién nacidos
Orza: Vasija vidriada, de barro.
Parra: Tinaja, recipiente grande y ancho, de barro.
Perotes : juego compuesto por cinco cantos (piedras) que se lanzan.
Pesebreras: Pesebre: donde se echa la comida al ganado
Puches: Guiso típico. Papilla dulce de harina, azúcar y agua.
"Recoger”: coger al bebe al dar a luz
Redoma o manzana: bailes de boda.
Remecerse: columpiarse.
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Repulgo: Zurcido que se hace en los chorizos y en las morcillas cuando revientan.
"Ropa tendida": expresión utilizada para indicar que hay que cambiar de conversación porque hay
personas que no deben escuchar lo que se está hablando.
Sarmentar: Recoger los sarmientos una vez podados.
Sobrao: Parte alta de la casa, donde se guardan los alimentos. Desván.
Solanos: Estructuras sobre las que se colocan lonas, a la puerta de las casas donde se reúnen las
mujeres a coser, escardar... y a hablar.
Suertes municipales: Parcelas de terreno que ceden los ayuntamientos para su cultivo a los vecinos, en
algunos casos por un alquiler.
Taba: juego infantil.
Talvina : Mezcla de harinas y otros alimentos, en forma de puré espeso como las gachas, que se da a
los cerdos para comer.
Tenaja: Tinaja, recipiente grande de barro.
Tinaos: Corral de piedra que se hace en el monte para guardar el ganado.
Truque: juego. Rayuela.
Vallejos: riachuelos de agua que se hacen en el pueblo.
Varear: airear la lana para que esté esponjosa al hacer los colchones. En el campo, separar el fruto
de la rama del árbol.
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